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INMIGRANTES Y REFUGIADOS

EN LA ÉPOCA DE LA GEOECONOMÍA POLÍTICA.

Gonzalo Díaz Letelier 1

1.- EL NÓMOS DE LA ECONOMÍA-MUNDO.

El economista egipcio Samir Amin, en su libro de 1973 «El capitalismo periférico»,2


advertía que la “globalización” –moderna expansión o mundialización del capitalismo–
implica, en el ámbito de las relaciones sociales, políticas y económicas internacionales, una
lógica de producción de desigualdad entre las partes (centrales, semiperiféricas y
periféricas) integrantes del sistema-mundo.3 El sociólogo e historiador estadounidense
Immanuel Wallerstein, por su parte, propone una matriz de análisis historiográfica de la
transformación de los sistemas sociales político-económicos que va de los mini-sistemas
hasta los sistemas-mundo. De acuerdo a esta matriz tenemos primero los mini-sistemas
(únicos sistemas hasta el 8000 a.C.) –cuya definición antropológica se ha hecho en
términos de “bandas” y “tribus”–, que implican en cada caso una sola estructura política,
una economía con una división del trabajo a pequeña escala y una sola cultura; y luego
tenemos dos tipos de sistemas-mundo (desde el 8000 a.C. hasta hoy), “imperios-mundo” y
“economías-mundo”, que respectivamente implican mundialización política y
mundialización económica. El “imperio-mundo”, bajo una estructura política y una
estructura económica, integra múltiples culturas y es un sistema donde la economía está
dominada e integrada por una sola clase política; la “economía-mundo”, bajo una estructura
económica, integra múltiples estructuras políticas y múltiples culturas, es un sistema donde
las clases políticas están integradas dentro de una sola economía.4

El “moderno sistema mundo” como economía-mundo se configuraría así en la


forma del capitalismo durante el siglo XVI en Europa noroccidental, y se extendería por
todo el planeta durante el siglo XX. Tras el declive del régimen de producción feudal,
durante el siglo XVI algunos señores feudales de Inglaterra y del norte de Francia se
convirtieron en capitalistas y pusieron en movimiento un proceso gradual de expansión
colonial que configuró la red mundial de intercambio económico –poniendo a América,
África y Medioriente como ámbitos periféricos del sistema-mundo económicamente
mundializado. Este proceso tuvo un auge importante en la época del imperialismo
1
Filósofo, académico del Departamento de Filosofía de la Facultad de Humanidades de la Universidad de
Santiago. Integrante del Taller de Estudios Críticos en Biopolítica y Orientalismo del Centro de Estudios
Árabes de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Profesor invitado en el
Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile y en el Instituto
de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago.
2
Amin, Samir, «El capitalismo periférico», traducción del francés al español por Gerardo Dávila, Editorial
Nuestro Tiempo, México, 11974, p. 11 y ss.
3
La “teoría de los sistemas-mundo” –desarrollada por teóricos como Samir Amin, André Gunder Frank e
Immanuel Wallerstein, entre otros– analiza en perspectiva historiográfica, geopolítica y geoeconómica el
funcionamiento de las relaciones internacionales a lo largo de la historia.
4
Wallerstein, Immanuel, «Análisis de sistemas-mundo: una introducción», traducción del inglés al español
por Carlos Schroeder, Editorial Siglo XXI, México, 12005, p. 9 y ss.
colonialista. Según Wallerstein, el sistema-mundo funciona como un mecanismo de
dominación que redistribuye colonial y extractivistamente los recursos naturales, materias
primas y alimentos desde la periferia (“países subdesarrollados”, “tercer mundo”) y la
semiperiferia desindustrializada (“países en vías de desarrollo”, “segundo mundo”) al
centro industrializado (“países desarrollados”, “primer mundo”), para luego constituir
como su mercado a esa misma periferia y semiperiferia explotada y despojada. De acuerdo
a la gramática económico-política tal como se articulaba hasta mediados del siglo XX, la
división mundial del trabajo dividía al mundo en dos: un pequeño grupo de países
dedicados a producir bienes industriales, y el resto de los países dedicados a producir
materias primas –tal gramática era el objeto de la crítica “desarrollista”. Desde la segunda
mitad del siglo XX tal división internacional del trabajo se ha modificado –erosionando la
nitidez de la imagen del mundo centro-periferia–, pues muchos países céntricos se han
desindustrializado en la medida en que las corporaciones multinacionales que en ellos se
basan han ido “des-localizando” sus actividades productivas hacia países como China, India
o países periféricos, en función de criterios tales como la disponibilidad de reservas de
mano de obra cualificada y barata, la disponibilidad y calidad de las infraestructuras, la
proximidad de los mercados, etc., proceso que además ha sido facilitado y acelerado por el
desarrollo exponencial de las tecnologías de la información, comunicación y transporte.

Si la actual economía-mundo integra múltiples estructuras políticas y múltiples


culturas dentro de una sola estructura económica dominada por capitales transnacionales
basados en los centros del sistema, ello implica que no son las sociedades locales las que en
cada caso constituyen la base de los Estados, sino que los Estados son las unidades políticas
de la sociedad moderna internacional y económica –oligarquía internacional. Es decir, los
Estados son las territorializaciones policiales de poderes políticos funcionales al despliegue
del capital transnacional. En este sentido podríamos leer el fenómeno de la crisis del
sistema de representación política de las democracias liberales. Si a partir de la revolución
burguesa la modernidad estatal-nacional implicaba un contrato histórico entre Estado y
ciudadanía –la puesta en juego de una economía política en función de los ciudadanos
nacionales–, con la modernidad global ese contrato se rompe al quedar al desnudo su
carácter ilusorio: la economía política pasa a estar cada vez más explícitamente en función
de los capitales transnacionales, de modo que los ciudadanos se distancian de sus clases
políticas en la medida en que éstas se distancian de la ciudadanía al trabajar para el capital.

2.- GEOPOLÍTICA ECONÓMICA Y GEOECONOMÍA POLÍTICA.

Ampliemos ahora el enfoque histórico a la configuración de la economía-mundo capitalista


desde fines del siglo XIX hasta hoy. En perspectiva histórica, tenemos un arco que va desde
la geopolítica económica del imperialismo clásico (1880-1945), pasando por el período de
transición del imperialismo de postguerra (1945-1975), hasta la constitución de lo que
podríamos formular como la geoeconomía política del imperialismo neoliberal (desde 1975
hasta hoy).5

El imperialismo clásico (1880-1945) es la etapa del imperialismo cuya teorización


clásica se encuentra en el ensayo de Vladimir Lenin, «El imperialismo, fase superior del

5
Katz, Claudio, «Bajo el imperio del capital», Escaparate Ediciones, Santiago, 12015, p. 7 y ss.
capitalismo», de 1916. Se trata de una etapa en que los Estados nacionales capitalistas
crecen económicamente en sus metrópolis, lo que incentiva el imperialismo en la forma del
colonialismo –especialmente el colonialismo inglés (Egipto, 1882; Sudáfrica, 1899-1902).
En términos económicos, las metrópolis se cierran desde el libre comercio al
proteccionismo, pero se vuelcan hacia afuera en la aventura colonial buscando la
ampliación de sus mercados –para subsanar el bajo consumo metropolitano producido por
la desigualdad capital/trabajo: aumento de la explotación, concentración de capital (tesis de
Rosa Luxemburgo)–, pero también para conquistar fuentes de recursos naturales –por cuya
disputa se generaban los conflictos entre potencias imperiales– y exportar capitales
industriales y financieros (tesis de Lenin). Este proceso de colonización económica se daba
apuntalado por un clima cultural caracterizado por el nacionalismo, el militarismo y el
racismo, todo ello articulado por un discurso colonialista que, condensado en el mito de la
superioridad europea, naturalizaba la expansión colonial en nombre de la agencia
civilizadora (evangelización, educación, mejoramiento de la raza, superación del
subdesarrollo). El colonialismo imperial es así consecuencia de la dinámica del capitalismo,
que como tal implica militarismo y armamentismo para consolidarse metropolitanamente y
territorializarse en expansiva, con los choques interimperiales que ello conlleva. Es en este
contexto que, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, se da una ruptura de los
equilibrios imperialistas europeos –el auge de Inglaterra, el retroceso de Francia y el avance
de Alemania que contrarresta su llegada tardía al reparto del mundo con acciones militares
desenfrenadas–, produciéndose el desenlace de la primera guerra mundial entre potencias
imperiales.

El cambio de escenario se da tras la segunda guerra mundial: el advenimiento del


imperialismo de postguerra está signado por el paulatino paso del nómos territorial estatal-
nacional al nómos del capital transnacional. El imperialismo de postguerra (1945-1975) es
la etapa del imperialismo que, en lo geopolítico, se caracteriza por la ausencia de guerras
interimperiales por el reparto del mundo. Lo que se gesta es, más bien, un proceso de
unificación regional de potencias europeas, bajo el predominio de Estados Unidos que
emerge como superpotencia, con la ONU localizada en New York –y su Consejo de
Seguridad como función de supervisión mundial– y comandando a la OTAN desde el
Pentágono, en virtud de la asunción de un liderazgo declarado y un poder de disuasión
nuclear ya suficientemente explícito. La estrategia que Estados Unidos puso en juego al
final de la segunda guerra mundial, en lugar de demoler político-militar y económicamente
a sus adversarios –como históricamente lo había ejemplificado el Tratado de Versalles–,
fue aplicar el Plan Marshall, cuya táctica es la reconstrucción económica y el sometimiento
político-militar: un sistema de “alianzas subalternas” generadas por Estados Unidos en
relación con Europa y Japón. En el plano económico, resulta decisivo en esta etapa del
imperialismo el proceso de avance en la asociación internacional de capitales
norteamericanos, europeos y japoneses, los que comienzan a circular en busca de ampliar
mercados, reducir costos en trabajo e insumos y aumentar la productividad. Este
capitalismo multinacional incipiente implica el aumento de la presión librecambista contra
el proteccionismo, en orden a liberalizar la circulación del capital respecto de la función
estatal de contención de las fuerzas de apropiación privada internacionales. Si el
imperialismo clásico había transitado del librecambio al proteccionismo (bloques belicistas
estatal-nacionales), el imperialismo de postguerra marca un giro del proteccionismo al
librecambio (alianzas de negocios internacionales).6

El imperialismo neoliberal (1975 hasta hoy) es la etapa del imperialismo en que el


capital rompe los últimos diques de contención estatal-nacional a las fuerzas de apropiación
privada, lo que se patentiza en la precarización del trabajo y el desmantelamiento del
sistema de protección social (ofensiva contra las conquistas populares), la expansión del
capital a nuevos sectores (privatización de empresas estatales, salud, educación, pensiones)
y la expansión del capital transnacional a nuevos territorios (ex países socialistas).
Explotación, privatización de lo común y expansión territorial constituirían su triple sello.
La recuperación de la tasa de ganancia del capital implica en esta etapa el aumento de la
desigualdad no sólo en las metrópolis, sino también en virtud de una división mundial del
trabajo metrópolis/periferia. En este contexto el imperialismo va territorializando un orden
capitalista transnacional en virtud de la política policial-militar de Estados Unidos apoyada
por Europa y Japón, y en todo ello se da un claro predominio de la economía sobre la
política –o subsunción de la política en la economía: fin de la política bélica interestatal,
gestión bélica global (concertada transnacionalmente) para territorializar policialmente el
imperio del capital. Se trataría de administrar policialmente el mundo sin cuestionar el
marco civilizacional del capitalismo. En palabras de Claudio Katz:

Las disputas por los mercados y los abastecimientos de la periferia persisten, pero ninguna potencia
está dispuesta a poner en riesgo la continuidad del capitalismo con agresiones que fracturen el bloque
de las economías desarrolladas.7

El predominio político-militar de Estados Unidos se da en un complejo escenario


multipolar y con nuevos mecanismos de gestión geopolítica conjunta de la imperialidad,
sobre la base de una asociación económica internacional que requiere de tal imperialidad
para territorializarse en expansiva.8 En la etapa del imperialismo neoliberal se refuerza la
asociación económica de capitales transnacionales –que había sido la tónica del
imperialismo de postguerra. Estructuralmente ello implica la generación de un ensamble
entre Estado y Capital transnacional (localización de lo global) que asegure en cada
territorio la circulación ilimitada del capital y las mercancías, la división mundial del
trabajo y la administración del flujo migratorio de poblaciones –favorecer la inmigración
para potenciar la competencia laboral (abaratar el precio del trabajo) y bloquear las
corrientes migratorias que desestabilizan el control de la vida política y social. Otra

6
Katz, opus cit., p. 33 y ss.
7
Ibídem, p. 46.
8
El imperialismo capitalista-estatal clásico implicaba más conflicto internacional (guerras mundiales entre
imperios) que formas de asociación capitalista transnacional (gestión imperialista-colectiva –“global”– de la
economía capitalista y de la guerra para territorializarla). Mientras el colonialismo geopolítico clásico
implicaba rivalidad bélica interimperial, el colonialismo geoeconómico neoliberal implica gestión colectiva
interimperial. De modo que, en síntesis, los tres factores que permiten distinguir al actual imperialismo
neoliberal del imperialismo clásico son: 1) el actual es un imperialismo colectivo en términos de gestión (tesis
de Samir Amin), pero bajo el comando de los Estados Unidos –al menos hay una preponderancia de las
guerras gestionales comunes por sobre las guerras hegemónicas de cada potencia–; 2) lo que liga esta gestión
imperial colectiva es, en el fondo, una asociación económica entre los países imperialistas; 3) las tensiones
entre las potencias imperiales ya no conducen a enfrentamientos militares entre los miembros de ese
imperialismo colectivo.
característica de la era neoliberal es la multipolaridad: han surgido Rusia y China como
polos de acumulación capitalista, insubordinados militarmente respecto de Estados Unidos,
pero interpenetrados económicamente con la superpotencia –lo que tiene un rendimiento de
subsunción de la geopolítica militar en la geoeconomía capitalista.

3.- GEOECONOMÍA POLÍTICA Y MIGRACIONES.

El imperialismo neoliberal es lo que ha venido llamándose con el eufemismo


“globalización” y que acontece como un proceso de mundialización soberana del capital
transnacional. Se trata de un proceso liderado por un conjunto de “ciudades globales”
donde se localiza lo global –sedes centrales de corporaciones transnacionales y grupos
financieros, centros de poder político-estatal–, lo que implica concentración de capital y al
mismo tiempo aumento de la desigualdad, de modo que en tales ciudades se hallan los
beneficiarios de la globalización (elites empresariales, profesionales y burocráticas
globales), pero también los desfavorecidos por la misma (explotados, despojados, excluidos
y expulsados). Saskia Sassen ha mostrado como, en su dimensión social, este proceso
conlleva la formación de tres nuevas clases sociales.9 Entre las nuevas clases sociales hay
dos que son beneficiarias de la globalización en virtud del ensamble entre Estado y Capital:
la clase de los agentes del capital transnacional (capitalistas, profesionales tecnológicos,
ejecutivos y lobbystas) y la clase de los funcionarios públicos transnacionales (economistas
y abogados que construyen la infraestructura jurídica para la circulación ilimitada del
capital, parlamentarios que defienden los intereses del capital transnacional). Pero también
hay una tercera clase social, desfavorecida, constituida por las fuerzas de trabajo
transnacionales (migrantes que acompañan al capital en su desplazamiento y a los que los
Estados precarizan e ilegalizan productivizándolos como mano de obra barata). Mientras
las dos primeras clases sociales operan en la lógica de la acumulación y la
gubernamentalidad (ganancia y poder), la tercera lo hace en la lógica de la supervivencia.

En la era global de la subsunción de la política en la economía –geoeconomía


política del imperialismo neoliberal–, los migrantes o refugiados que mueren cruzando el
mar o son reprimidos en las fronteras son sometidos a una situación producida por el acorde
entre el cálculo económico y la producción de una heterogeneidad sacrificial. El primero
cierra la posibilidad de una acogida incondicional a los que huyen de guerras, guerras que
en sus países de procedencia son producto del mismo cálculo que administra poblaciones y
espacios económicos mediante guerras gestionales; la segunda, al hilo del imaginario del
racismo y del paradigma securitario, decide quien queda fuera, como objeto de cálculo
sujeto a pérdidas, vida residual y sacrificable. Si los vivientes en cuestión son útiles a la
gramática de la economía metropolitana, entonces entran en juego como recursos humanos
en reserva; si sobran o son inútiles, no ajustándose a la norma antropológica occidental,
entonces es cuando entra en juego biopolíticamente la racionalidad gubernamental del dejar
morir. Habría entonces que problematizar la distinción jurídica que, en virtud de la
Convención sobre el Estatuto del Refugiado de la ONU que data de 1951, se establece entre
“migrantes” y “refugiados”: los migrantes se moverían de país en país por razones
económicas, mientras que los refugiados lo harían escapando de guerras o persecuciones

9
Sassen, Saskia. «Una sociología de la globalización», traducción del inglés al español por María Victoria
Rodil, Editorial Katz, Buenos Aires, 12007, p. 205 y ss.
políticas.10 Pero sucede que la guerra ha mutado, en un arco que va desde las clásicas
guerras interestatales hasta las actuales y difusas guerras gestionales transnacionales. En
tanto las guerras son producidas por la lógica de la geoeconomía, los refugiados son
migrantes que buscan un mejor horizonte económico lejos de las guerras –no habría
existido Isis sin la guerra de Irak, que a su vez se inscribe en la gramática geoeconómica de
la guerra gestional euro-norteamericana por la administración y explotación de espacios
económicos estratégicos–, así como los migrantes son refugiados en virtud de su
desplazamiento forzado por las condiciones económico-políticas de sus países de
procedencia –piénsese en Haití. Tanto los migrantes como los refugiados son figuraciones
de una vida residual cuya inclusión/exclusión está sujeta a cálculo económico y decisión
política, en un nudo inextricable.

Como sea, en el caso de los inmigrantes o refugiados la fractura biopolítica se


muestra hoy nítidamente en sus dos cesuras decisivas: el borde sistémico de
inclusión/exclusión al interior de la gramática de las ciudades modernas (apartheid sin
frontera); y la frontera territorial que vuelve a suscitarse con violencia, pero con una
violencia articulada ahora fundamentalmente por la lógica de la geoeconomía política,
aunque los espectros del nacionalismo identitario y racista, de un modo heterocrónicamente
funcional, persistan y apuntalen las prácticas sacrificiales e inmunitarias de corte
económico-policial. En nuestros días la circulación del capital es seguida por flujos
migratorios de población. Por ejemplo, los inmigrantes y refugiados africanos y asiáticos
que van a Europa lo hacen por dos vías: la ruta marítima del Mediterráneo –que es donde
las embarcaciones muchas veces zozobran–, que parte usualmente de las costas de Libia,
pasando por las islas de Lampedusa y Sicilia para llegar a las playas de Italia; y la otra es la
ruta terrestre de Los Balcanes –que es donde hoy se han reforzado policialmente las
fronteras–, vía que atraviesa Turquía, Grecia, Macedonia y Serbia, para finalmente entrar a
Europa por Hungría. Pero la mayoría de los migrantes no se detienen allí y van en busca de
países de destino más prósperos, precisamente por la concentración de capitales en
“ciudades globales”, como ocurre en Alemania o Suecia. Hay, pues, una correlación entre
flujo de capitales y flujo de poblaciones. Sin embargo, mientras la circulación del capital
tiende a ser ilimitada –para eso trabajan las redes transnacionales de funcionarios públicos
(poderes del Estado funcionalizados por el Capital, burocracias de avanzada) y las elites
empresariales y profesionales transnacionales (poderes del Capital, dueños y operadores de
las corporaciones, lobbystas), construyendo la infraestructura del ensamble Estado-Capital
transnacional en su forma contemporánea–, la circulación de poblaciones migrantes es
administrada según el cálculo económico y una forma de decisión política enteramente

10
Cfr. documento del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR),
«Introducción a la Protección Internacional», informe de enero de 2005, p. 9 y ss. La distinción entre
“inmigrantes” y “refugiados” hace posible, en las fronteras, discriminar jurídicamente entre aquellos a quienes
se deja entrar en virtud de obligaciones contraídas por tratados internacionales vinculantes (la figura del
refugiado) y aquellos a quienes se puede o dejar entrar o dejar fuera de acuerdo a consideraciones sobre su
calificación para integrarse a la gramática económica del país de destino y no transformarse en “carga social”
(la figura del inmigrante). La desactivación de esta distinción categorial apunta políticamente a un
posicionamiento favorable al libre tránsito transfronterizo, frente a la discriminación arbitraria que tal
distinción hace posible en las fronteras debido al carácter altamente indiscernible entre las dimensiones
políticas y económicas de la situación de quienes se desplazan en el mundo contemporáneo.
subsumida en el primero. Circulación ilimitada de capitales, circulación administrada de
poblaciones.

Si consideramos el capitalismo moderno en su fase colonial clásica, las fuerzas de


apropiación privada se desplegaban necropolíticamente (ex legibus solutus) sobre el
territorio de las colonias, manteniendo un espacio metropolitano protegido de tales fuerzas
–más allá de las dominaciones internas consolidadas–, lo que de algún modo duró hasta el
desmantelamiento neoliberal del “Estado del bienestar”, en curso desde la segunda mitad
del siglo XX. Es decir, los Estados colonialistas no gobernaban del mismo modo a sus
metrópolis que a sus colonias. Pero en la época de la crisis del Estado nacional y del auge
de la globalización geoconómica, cuando la soberanía estatal-nacional en sus instancias de
decisión política se halla subsumida en la lógica del poder del capital transnacional, las
fuerzas de apropiación privada capitalistas se vuelcan ilimitadamente, es decir, sin
contención, incluso arrasando sobre sus propias poblaciones metropolitanas –pues los
Estados han abdicado de su función de contención respecto de tales fuerzas. Lo decisivo es
que en tal contexto, en lugar de poner freno a la violencia del capital, los Estados han
optado por apuntar policialmente a la contención de un enemigo absolutamente
ficcionalizado –el inmigrante o el refugiado como “problema”–, en nombre del miedo a la
crisis económica, a la precarización e inestabilidad laboral que el propio capital produce en
las metrópolis. Esto se patentiza hoy, con toda su fuerza, en la configuración expansiva de
un imaginario político “populista de derechas”, en virtud del cual se ha desplazado la
frontera política de antagonismo, modificándose la partición amigo/enemigo: el enemigo ya
no es “el de arriba” que impone su jerarquía sacrificial y el orden de la explotación en
curso, sino “el de afuera” que amenaza la seguridad y la propia identidad de la comunidad
pura y disciplinada.

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