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OSCAR SNEYDER HERRERA/ EDWIN DANIEL CENDALES

SEMINARIO DE MEMORIA Y TERRITORIO

MEMORIA Y VIOLENCIA POLÍTICA EN COLOMBIA.


LOS MARCOS SOCIALES Y POLÍTICOS DE LOS
PROCESOS DE RECONSTRUCCIÓN DE MEMORIA
HISTÓRICA EN EL PAÍS.

Cancimance, A. (2013). Memoria y violencia política en Colombia. Los marcos sociales y


políticos de los procesos de reconstrucción de memoria histórica en el país. Eleuthera, 9(2), 13-
38.

Universidad: De Cundinamarca (UDEC)


Seminario: Memoria y territorio.
Exposición: Memoria y violencia política en Colombia. Los marcos sociales y políticos
de los procesos de reconstrucción de memoria histórica del país.
Expositor: Oscar Herrera. Edwin Cendales.
Fecha: 17 de septiembre del 2019.

Palabras clave: historia, política, reconocimiento, conflicto armado, herramientas


didácticas, victimas, memoria, reparación.

La violencia política en Colombia: segunda mitad del siglo XX


Como una forma de razón inclusiva, es así que el autor pretende adentrarnos en ese
acercamiento hacia la comprensión de la violencia política en Colombia. Ya que la
violencia no es asunto solo de quien la protagoniza sino de quien la contempla, de quien
hace las veces de espectador o de testigo si se quiere. Pero en este asunto de
motivaciones políticas y de marginados lo que nos debe importar es la cantidad de
daños causados por el conflicto armado, daños contra la integridad de victimas así como
contra nosotros mismos por cuanto somos parte de este armazón llamado sociedad.
Es así que más allá de querer vernos como un pueblo por naturaleza bélica o al menos
con un pasado demasiado violento habría que saber comprendernos como un país con
un apasionado temperamento que lo ha llevado a ser el protagonista de múltiples
procesos políticos, sociales y esencialmente económicos. Esta sería una de las premisas
que nos daría el autor del artículo en el cual basamos la presente relatoría, está junto con
el asunto de las cronologías de la violencia en la segunda parte del siglo XX que no
sería más que el posicionamiento de las nuevas hegemonías dominantes en los aparatos
más funcionales del Estado, me refiero a las concesiones o cargos con más poder
político y económico del país.
La violencia superando al mismo conflicto armado. La violencia como factor, como
causa de una fuerza volitiva que llevo la configuración del país un grado más allá,
acompañándolo en su proceso de modernización hacia mediados del siglo XX. (Esto
claro está, desde los procesos demográficos que irrumpieron en Colombia a raíz de la
llamada época de la violencia)
De esta manera es que el autor empieza a sugerir las ideas de los principales teóricos
internacionales, los teóricos de la violencia en Colombia, dentro de los que estaba
Gonzalo Sánchez y Donny Meertens con su investigación sobre la violencia en
Colombia. Cancimance (2013) afirma: “Bandoleros, gamonales y campesinos. El caso
de la violencia en Colombia. Podría decirse que, en términos generales, este trabajo es
una síntesis que pone a interactuar la mirada sobre la violencia desde lo regional con la
visión de conjunto desde la nación, mostrando el fracaso del llamado Frente Nacional y
su intento por concluir la violencia, tarea que ya había sido delegada al anterior régimen
militar de Gustavo Rojas Pinilla” (p.4) también es muy destacable recordar lo expresado
por el historiador Marco Palacios acerca de lo que el llamo la violencia mafiosa, dicha
mafia supo encontrar en lo que para su momento era la principal fuente que movía la
economía del país, me refiero al café, este junto con la tenencia de la tierra se
convertirían en los focos de interés de esta violencia mafiosa que por sentido propio se
ubicaría en el Valle del Cauca y Caldas. A esto siguió la entrada de los años 60 y toda la
carga revolucionaria dentro de un contexto incluso mundial respecto a la guerra y la
violencia, aparecen las guerrillas empezando por las FARC.
Ya para la década de los ochenta se presentarían cambios de trascendencia entorno al
análisis social de la violencia en el país, este es el caso del Primer Simposio
Internacional sobre la Violencia (1984), de ahí saldría la compilación Pasado y presente
de la Violencia en Colombia (Sánchez y Peñaranda, 1991). Aquí se empiezan (nos dirá
el autor) a dar investigaciones más profundas y de mayor complejidad que supieron
hallar relaciones entre la violencia y situaciones mucho más sociales y económicas que
incluso iban más allá de lo simplemente político, dándole así cabida a un sentido más
transversal de las causas e implicaciones de la violencia en la que la academia siguió
teniendo más aportes investigativos.
Podríamos decir que fue durante los 80 cuando más se incrementó y organizo la
violencia en Colombia en sus distintas manifestaciones finalizando el siglo XX:
narcotraficantes, guerrilla, paramilitares. Pero más allá de la violencia del narcotráfico
que floreció en nuestro país por la década de los 80 o del fortalecimiento de los grupos
alzados en armas lo importante es ver los cambios que comporto en la economía
nacional la inserción de esos dineros fruto primordialmente de la cocaína y como esto
redefinió (para bien o para mal) la solvencia y hasta la identidad de nuestro pueblo.
Es así que llegamos en este orden de idea hasta lo que sería la dinámica central del
conflicto armado del país: territorio y población. Y es que como bien nos lo señala el
autor, los intereses de la guerra han cambiado y los conflictos rebasaron las luchas
sociales por la tierra para pasar a una despiadada lucha por la dominación del territorio
por parte de sus principales actores, guerrilla y paramilitares. Y es aquí donde habría
que identificar también esa piedra angular que significaron el narcotráfico y la
insurgencia, ya que ambos supieron nutrirse del caos social que vivía el país en ese
momento: en el campo los grupos armados y los laboratorios de los narcos hacían de la
selva un fortín que salvaguardaba sus mutuos intereses, en las ciudades las bandas de
sicarios y la comercialización de estupefacientes, unido a la exportación de los mismos,
se aseguraron de abrirle camino a ese incremento de una violencia sostenida por la
división del poder afianzado a partir de formas ilícitas, demostrando a la vez como si en
nuestro país el rebasar las leyes comunes gracias a la violencia fuera una moneda de
cambio digna todo el tiempo.
Ahora, volviendo al objetivo del autor, que es la comparación de los principales
estudios sobre la violencia en Colombia, este nos dirá que a diferencia de ese primer
trabajo ofrecido por Fals Borda “la violencia en Colombia” (1962) la tendencia
contemporánea es más interdisciplinar con una marcada división del trabajo en su
organización. En este sentido pone de ejemplo al trabajo, Violencia política en
Colombia. De la nación fragmentada a la construcción del Estado (González, Bolívar y
Vásquez, 2002). Cancimance (2013) afirma “donde es claro, en primer lugar, que la
geografía de la violencia no cubre homogéneamente ni con igual intensidad el territorio
de Colombia en su conjunto, sino que la presencia de la confrontación armada ha sido
altamente diferenciada de acuerdo con la dinámica interna de las regiones, las
características particulares de la población y las formas de cohesión social, así como por
las características de su organización económica” (p.8). Esta diferenciación en las
dinámicas del conflicto viene a corroborar lo antes unas líneas afirmado y es esa
correspondencia entre estos actores del conflicto armado en Colombia, y cómo se
cruzan sus intereses a nivel territorial a nivel geográfico (frontera agraria, recursos
extractivos, corredores estratégicos) y como también el perpetuarse en estos espacios les
garantizaba la continuación de sus actividades dentro de una diferenciada y desigual
organización de las instituciones y aparatos estatales.
Prácticas y políticas de memoria en Colombia
En este contexto se puede señalar la aparición del primer seminario sobre memoria del
país denominado “la memoria frente a los crímenes de lesa humanidad” que con
motivos de homenajear la muerte de un miembro de la unión patriótica, Manuel Cepeda
Vargas, dio inicio a esa sensibilización que el país necesariamente debía desarrollar
frente a estos temas. Diremos que paulatinamente se fue dando un crecimiento por el
interés hacia la memoria, sobre todo en cuanto al desenvolvimiento de las víctimas en
los momentos de postconflicto, como fue el caso del taller internacional de 1999 que se
denominó precisamente “Superación de la impunidad: Reparación, reconstrucción y
reconciliación”. Este panorama persistió hasta el incremento de los paramilitares y su
ola de terror a inicios del 2000 con su subsecuente “desmovilización” razón que
despertó con mayores bríos todo lo referente al tema de derechos humanos y reparación
de víctimas del conflicto.
Es por esto que a pesar de las dificultades que encuentran estos ejercicios de
construcción de memoria por parte del Estado, las expresiones de resistencia
organizativa han sabido perpetuarse en gran medida gracias a los grupos, organizaciones
o colectivos que le imprimen ese carácter incansable “Las denuncias de los hechos
convertidos en relatos y registros de la barbarie; el acopio de pruebas y búsqueda de
testimonios; la consolidación de asociaciones de víctimas; y la creación de monumentos
y galerías representan algunos recursos y prácticas concretas para la memoria”
(Cancimance, 2013, p.11). Ejemplo de esto sería la fundación Manuel Cepeda Vargas,
“cuya galería sería un instrumento de lucha contra la impunidad y de construcción de la
verdad histórica” esto podemos entenderlo a través de un sencillo ejemplo hecho con la
exposición de las fotografías de los asesinados o desaparecidos, donde por medio de
este simple gesto de mostrar el rostro de las victimas dejan de ser un dato estadístico
una cifra.
Lo anterior sumado a las comisiones que se crearon durante los años 90 para investigar
hechos violentos en nuestro país, unido a otras tantas muestras de lucha por la memoria
promovidas por diferentes grupos y comunidades nos hablan de ese carácter incansable
por parte de quienes protagonizan el conflicto, aun sin contar con un verdadero respaldo
del gobierno, estas comunidades han llevado la defensa de su memoria incluso hasta
instancias internacionales, probando el grado de su resiliencia y haciéndola visible ante
una mirada colectiva sesgada por la interferencia de los medios nacionales de
comunicación.
El mismo Gonzalo Sánchez nos dirá que ese carácter traumado y del miedo que tenemos
en nuestra conciencia como nación empezaría a cambiar realmente con la llegada del
Grupo de memoria histórica (que pasaría a ser el centro de memoria histórica) como
organismo estatal encargado de recoger e integrar la narrativa ofrecida por los actores
más afectados, más aun si estos testimonios habían sido acallados. Por todo esto se
puede afirmar que iniciativas como las del GMH han sido muy destacables, ya que
como lo señala el autor y a través de múltiples y variados informes este grupo ha sabido
hacerse un espacio importante incluso dentro de la permanecía del conflicto, ya que
hacen parte de una política estatal que por medio de la pasada administración nacional
busco con mayor ahínco la reparación de sus víctimas.
Por lo demás, resulta interesante detenerse en esa utilización de elementos didácticos
pues es evidente que les ayudan a los actores que participan de ellos en el proceso de
reconocimiento de su mismo dolor, pero no solo ya como una carga sino como el
producto de una experiencia que puede resignificarse a través mismo de su visión
particular, de ese ingrediente personal que se da en nosotros, como seres humanos, y de
una manera tan distinta para cada cual. Además, estas perspectivas (herramientas como
cartillas y manuales o guías) de las victimas han demostrado ser eficaces dentro de sus
mismos contextos regionales. “permite dar cuenta de su pertinencia en los procesos de
reconstrucción de la memoria desde la perspectiva de las víctimas con un potencial
importante en el esclarecimiento de la verdad, la reconstrucción del tejido social
fragmentado por la guerra y la elaboración individual de los impactos de la misma”
(Cancimance, 2013, p.17) lo anterior nos dirá que en efecto estamos ante lo que sería
un esfuerzo ciudadano y estatal, un despertar que nos puede llevar a cumplir con el
deber político de reparar y acompañar a las víctimas viéndonos esta vez como un aparte
integrante de esta labor y no como un mero observador pasivo que piensa que la
totalidad del conflicto armado solo está en el campo.
Habría que ver de qué manera podríamos integrarnos aún más como participes de un
proceso conjunto que no solo busca ya la reparación de sus víctimas sino a sí mismo
busca también el apropiamiento por parte de quienes hemos observado todo desde las
ciudades, creyendo que por no vivenciar el conflicto, por no tocarnos y asaltarnos de
manera directa no nos vemos incluidos en el.

Bibliografía
Cancimance López, Andrés. (2013). Memoria y violencia política en Colombia. Los
marcos sociales y políticos de los procesos de reconstrucción de memoria histórica en el
país. Eleuthera, 9(2), 13-38.

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