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2.

6 LA CIRCULACIÓN DE LA EMOCIÓN EN EL SISTEMA

Estudios como los de John Gottman (1995) muestran cómo la interacción emocional en
una pareja puede ser el factor determinante de riesgo de separación o fracaso en el
matrimonio. Los estilos matrimoniales que Gottman (1995) plantea son: Convalidante,
Explosivo y Evitativo, y revelan cómo a pesar de que una pareja sea explosiva o
evitativa, y se considere que por tanto puede estar más próxima a la ruptura
matrimonial, en realidad es la frecuencia de interacciones emocionales negativas o
positivas que la pareja tiene en sus pautas comunicacionales, la que puede determinar
independientemente de su estilo que una pareja se divorcie o no.

Gottman lo señala así: Nuestra investigación indica que no es la falta de compatibilidad


la que predice el divorcio, sino la forma en que la pareja maneja sus incompatibilidades
inevitables; no el hecho de que peleen todo el tiempo o no se peleen nunca, sino su
manera de resolver los conflictos y el carácter global de sus interacciones emocionales.
(Gottman, 1995, p.25) De hecho lo que Gottman (1995) plantea es que el “saldo” de
interacciones emocionales positivas debe superar las negativas para que el matrimonio
pueda sobrevivir, que los buenos momentos de buen humor, placer mutuo, pasión,
generosidad, puedan superar los momentos de crítica, lamentación, ira, disgusto,
desdén, defensividad y frialdad. Un ejemplo de esto son las parejas que Gottman
(1995) en su investigación califica como “explosivas”, las cuales permanecen en
continuas peleas, intensamente emocionales, con diálogos espinosos, celos,
sarcasmos, descargas impulsivas, en donde rara vez escuchan al compañero y hacen lo
posible por imponerle su punto de vista, etc. Sin embargo, el sólo hecho de pelear no
es el factor de constitución de un buen o mal matrimonio. Una pareja de este tipo
puede ser exitosa, según Gottman (1995), si tiene cinco interacciones emocionales
positivas por cada una negativa. De hecho, concluye que los integrantes de estos
matrimonios tienden a ser mucho más románticos y con frecuencia más dramáticos, y
cuando su relación es satisfactoria puede ser mucho más excitante y profundamente
íntima.

No obstante, obviamente por su impulsividad tienden más fácilmente a incurrir en


cada vez más interacciones negativas y afectar más el matrimonio. De la misma
manera, Gottman (1995) plantea la relación entre interacciones positivas o negativas
en los tres tipos de matrimonio diferenciado por él. Esto lo lleva a afirmar que “del
mismo modo que cualquier otro ser vivo, el matrimonio debe mantener una suerte de
equilibrio emocional ecológico si pretende sobrevivir” (Gottman, 1995, p.28). Así,
incluso llega a comprobar que solamente las parejas que corresponden a estos tres
estilos afectivos son capaces de mantener la proporción indispensable para una
relación satisfactoria. A esto añade que: Es probable que las modalidades de cada
esposo en materia de peleas conyugales reflejen rasgos de personalidad y
cosmovisiones profundamente arraigados; un conflicto entre dos estilos distintos bien
puede representar una discrepancia básica acerca de lo que constituye una pareja feliz
o desdichada. (Gottman, 1995, p.28)

Por ejemplo, una mujer con tendencia a ser explosiva con un cónyuge convalidante
que tratará de minimizar el conflicto, puede generar una pauta de interacción que
torna a la esposa más irritable y furiosa. De esta manera la teoría de Gottman (1995)
logra vincular una medición casi que cuantitativa de la interacción emocional con unas
pautas relacionales circulares similares a las descritas en los planteamientos de la
teoría sistémica sobre la comunicación. Además, paradójicamente las parejas que
logran un éxito marital son compatibles, pero no en la forma tradicional de entender
este constructo, sino en términos de Gottman (1995), “son peleadores compatibles”,
es decir, concuerdan tácitamente en su modo de discrepar, o sea, “de atravesar el
escabroso terreno que inevitablemente deben recorrer en su tránsito por el
matrimonio” (Gottman, 1995, p.29). Además, no todas las formas de negatividad son
iguales, así que las que este autor identifica como más tóxicas son: la crítica, la
defensividad, el desdén, y el “amurallamiento”.

Estas cuatro formas de comunicación emocional cierran los “canales de comunicación”


sin dejar margen de acción a intercambios más tolerables o aceptables. Por otra parte,
en el intercambio relacional lo que está en juego es una “narración del yo”, una
narración al otro acerca de mis emociones, sentimientos, ideas, etc. Las narraciones
del yo, para Gergen (1996) no son impulsos personales hecho sociales, sino procesos
sociales realizados en el campo de lo personal. De esta manera, al concebir un yo de
naturaleza puramente relacional, las emociones también vienen a ser concebidas
como rasgos constitutivos no de los individuos sino de las relaciones. Para el
construccionista, la “relacionalidad” precede a la “individualidad”.

Ante esto Gergen (1996) se pregunta si el proceso microsocial pasa a ocupar el centro
del interés, ¿cuáles son las consecuencias para la comprensión de las emociones y
demás procesos psicológicos? Esto puesto que tradicionalmente hemos considerado
las emociones como pasiones inherentes al individuo singular, genéricamente
preparadas, con una base biológica y fundamentadas experimentalmente, pero el
discurso emocional consigue su significado no en virtud de su relación con un mundo
interior (de la experiencia, disposición o biología), sino por el modo en que éste
aparece en las pautas de la relación cultural. Las comunidades generan modos
convencionales de relacionar: a menudo las pautas de acción dentro de estas
relaciones son cualificaciones dadas.

Algunas formas de acción se dice que indican emociones. “En este sentido las
emociones no “motivan” o no “incitan a la acción”; más bien uno elabora emociones, o
participa en ellas lo mismo que haría con un papel en una obra” (1996, p.273). De esta
manera, Gergen afirma: “Las emociones no tienen influencia en la vida social:
constituyen la vida social misma” (1996, p.273). Esta visión permite ubicar el
significado cultural más amplio de las emociones puesto que éstas no pueden
separarse del ámbito de la evaluación moral; y también es una visión compatible con
las investigaciones antropológicas e históricas, las cuales sugieren que tanto el
vocabulario de las emociones como las pautas que los occidentales llamamos
“expresión emocional” varían enormemente de una cultura a otra o de un periodo
histórico a otro, y son construcciones culturales con significados especializados dentro
de su propio marco, y por tanto las realizaciones emocionales están circunscritas por
pautas más amplias de la relación o se incrustan en su interior, puesto que alcanzar la
inteligibilidad de la realización emocional tiene que ser un componente reconocible de
una cadena de acciones vigentes.

Sin embargo, aunque esta ubicación de la realización emocional en marcos más


amplios es esencial, lo que busca Gergen (1996) es, en lugar de investigar las amplias
funciones sociales o las condiciones desencadenantes específicas, espera poder dar
una exposición de la vida relacional en la cual las expresiones emocionales son una
parte constituyente. Este intento de Gergen (1996) surge debido a la comprensión que
realiza de que las narraciones son formas de inteligibilidad que proporcionan
exposiciones de los acontecimientos en el tiempo. Las acciones individuales adquieren
su significación del modo como están incrustadas en el interior de la narración.

Del mismo modo, las expresiones emocionales son significativas sólo cuando están
insertadas en secuencias particulares temporales de intercambio, es decir “son
constituyentes de las narraciones vividas” (Gergen, 1996, p. 275). El ejemplo de los
celos puede ser muy útil para explicar la idea de Gergen. Él señala que para que las
expresiones de celos sean legitimas en los estándares contemporáneos tienen que ir
precedidas por algunas condiciones; puesto que nadie expresa celos viendo la puesta
de sol por ejemplo, sino que los celos son apropiados si nuestro enamorado muestra
signos de afecto hacia otra persona.

Además, si los celos se expresan al amante, éste no tiene libertad, según los
estándares culturales actuales para iniciar una conversación sobre el tiempo o
expresar una profunda alegría. El amante puede excusarse o intentar explicar por qué
los celos son injustificados, pero la gama de opciones que baraja es limitada. Y si se
ofrecen excusas, el agente celoso está, a su vez, limitado a los tipos de reacciones que
cabe seguir inteligiblemente. Los dos participantes por tanto están comprometidos en
una forma de ritual cultural o juego. La expresión de los celos son es sino un integrante
singular dentro de la secuencia, el ritual sería irreconocible sin ello, pero sin el resto
del ritual, los celos serían absurdos.

Estas pautas de relación pueden considerarse como “escenarios emocionales”, pautas


informalmente estipuladas de intercambio. Desde esta perspectiva de Gergen(1996),
la expresión emocional es: La posesión de un único individuo en el sentido de que éste
es el realizador de un acto dado en el marco de un escenario relacional más amplio; sin
embargo el acto emocional es en un sentido más fundamental una creación de la
relación e, incluso, dicho más ampliamente, de una historia cultural particular.
(Gergen, 1996, p.275).

Esto se puede ver en cualquier pauta que se quiera estudiar, así como en los celos, es
evidente en los actos de hostilidad, las peleas conyugales, etc., en donde se dan unas
pautas repetitivas no deseadas, puesto que puede que ni el marido ni la esposa deseen
la violencia física, pero una vez que la pauta o escenario ha empezado, tal vez sientan
que no tienen otra elección a mano hasta la conclusión normativa: el abuso físico. Esto
se da también puesto que estar inmersos en contextos culturales nos plantea
imperativos como el de la reciprocidad o el de la retribución, en donde las personas
sienten que tienen un derecho y una obligación moral de devolver las acciones con la
misma moneda; y la retribución se trata de castigar al provocador cuando no tiene
razones justas para acudir a la violencia por ejemplo.

En otros estudios de Gergen (1996) sobre la expresión emocional, concluye que la


expresión emocional de otro es en sí misma carente de sentido, simplemente un caso
aleatorio, hasta que se sitúa en un contexto narrativo, es decir, hasta que se les
proporcionan antecedentes que la hacen apropiada. La respuesta a la pregunta: “¿por
qué te sientes…?” proporciona al que escucha una indicación de qué relato está siendo
representado. Dicho de otra manera: La respuesta sirve de invitación al que escucha
para participar en un juego o danzas específicos; la respuesta “nombra el juego” e
invita a participar. Sin esta información resulta imposible al que lo recibe responder de
un modo sensible o apropiado. (Gergen, 1996, p.282)

Por último, quisiera resaltar que los escenarios emocionales son formas de danza
cultural, lo cual puede ayudar a comprender que los problemas emocionales pueden
provenir de habilidades precarias o formación precaria en los escenarios comunes de
la cultura, o de una incapacidad para situar alternativas a aquellas otras que impulsan
las relaciones al desastre. Por tanto, se tiene que prestar atención a las pautas de
relaciones más amplias en las que se incrustan los escenarios emocionales.

De esta manera toda pauta relacional que es acción comunicativa dentro del escenario
de la comunicación de la pareja se incrusta y se enmarca a su vez en la concepción de
pareja formada por sus integrantes y apropiada desde un marco referencial cultural
contemporáneo específico que permite que en el sistema pareja, entre sus elementos
componentes pueda haber una circulación de la comunicación emocional que les
permita a ambos integrantes responder de un modo “sensible o apropiado” dentro de
los marcos de referencia de su absoluto relacional.

Bibliografía.

“COMUNICACIÓN EMOCIONAL Y PROBLEMAS CONYUGALES EN PAREJAS QUE ASISTEN A


PSICOTERAPIA SISTÉMICA: UNA RELACIÓN RECURSIVA” Por Emma Sánchez Bedoya

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