La primera selección corresponde al capítulo introductorio de la
mencionada obra colectiva, que lleva por título el del libro y cuyo autor es el antaño célebre y ahora bastante olvidado Iván Illich. Su arranque muestra ese optimismo injustificado que hace un momento señalé pero al menos consigue lo que pretende: ponernos en situación:
"Una forma de concluir una edad es darle un nombre que resulte
pegadizo. Yo propongo que a los años centrales del siglo veinte los denominemos la Era de las Profesiones Inhabilitantes, una época en que la gente tenía "problemas", los expertos tenían "soluciones"y los científicos medían imponderables tales como "capacidades" y "necesidades". Esta época toca ahora a su fin".
"Espero [que esta época sea recordada como la noche en que el
padre se fue de juerga, dilapidó la fortuna familiar y obligó a los hijos a comenzar de nuevo. Desgraciadamente, y con mucha mayor probabilidad, será recordada como la era en que toda una generación persiguió frenéticamente una riqueza empobrecedora, haciendo así alienables todas las libertades, y después de transformar la política en los dominios organizados de los recipientes de bienestar, se extinguió en un benigno totalitarismo. Considero inevitable semejante caída en el tecnofascismo a menos que los principales ataques de la crítica social empiecen a cambiar de objetivo, dejando de favorecer un profesionalismo nuevo o radical y fomentando una actitud escéptica ante los expertos, especialmente cuando éstos se atreven a diagnosticar y a prescribir".
"los profesionales declaran poseer un conocimiento secreto acerca de
la naturaleza humana, conocimiento que solo ellos tienen el derecho de administrar. Se arrogan el monopolio sobre la definición de lo que se aparta de la norma y de los remedios que se necesitan para corregirlo".
"El médico (...) se convirtió en científico de la salud cuando (...)
[obtuvo el] poder de dictar lo que constituye las necesidades sanitarias de la gente en general (...) Ya no es el profesional individual el que atribuye una "necesidad" al cliente individual, sino una entidad corporativa la que asigna a clases enteras de personas sus necesidades". Lo que en el fondo está diciendo es que "el médico" se ha convertido en el rostro visible de algo más poderoso que él: la medicina. Una medicina entendida antes que nada como ciencia, y por tanto en algo que se legitima desde lo general, no desde lo particular. De nuevo, y para cerrar esta entrada, advierto que a mi modo de ver esto no carece de sentido y tiene una buena cantidad de efectos positivos; pero, en este como en otros casos, mi intención no es otra que señalar los "efectos secundarios" -en terminología farmacológica- o los "daños colaterales" -en el lenguaje bélico-.
"Como toda obra de poesía y de pensamiento, no puede ser
concluida, sino sólo abandonada (y, eventualmente, continuada por otros)", escribe Agamben al principio de El uso de los cuerpos. En efecto, Homo sacer es un proyecto inevitablemente inacabado, no sólo porque propicia un juego de resonancias que no puede ser clausurado, sino también porque abre a la tarea de pensar nada menos que nuevas formas de vivir.