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Introducción
El pensamiento de Santo Tomás de Aquino (2) es el punto de referencia obligado para la
comprensión filosófica del humanismo, como base y punto de encuentro de toda
promoción del hombre; el humanismo cristiano, que tiene sus características peculiares,
mantiene la pretensión de ser el humanismo más integral; y, dentro de él, el humanismo
tomista, que implica un estilo de pensar y concebir al hombre en la perspectiva de Santo
Tomás (3) .
Son como tres dimensiones llamadas a fundirse en una sola perspectiva, aportada por la
filosofía y la teología tomista. Santo Tomás es el arquitecto que elabora una
antropología, desde las exigencias de una ontología, y a la luz de una teología, desde la
cual el hombre, en su profunda realidad, es imago Dei, síntesis del universo, y en
definitiva es un proyecto de Dios (4) . La perspectiva tomista se revela como la verdad
toda entera sobre el hombre. El proyecto de Dios sobre el hombre comienza su
realización en el primer hombre, y llega a su plenitud en el hombre Jesús de Nazaret,
que es hombre verdadero y Dios verdadero (5) . Para Tomás todo hombre está llamado a
realizarse en plenitud, pero esto no lo logra sino en la medida en que se conforma con
Jesucristo, del cual se dice con toda verdad: Ecce homo (Jn, 19,5).
Los autores que describen la patrística oriental como inspirada en la teología de San
Juan, explican la corriente latina como derivación de S. Pablo. Y fijándose en los
distintos aspectos de la gracia, hablan en nuestro caso de una gracia “sanante” en
relación a la gracia “elevante” que desarrollaría la teología oriental (9).
Con el nombre de Pelagianismo designa la teología una posición herética dentro del
círculo de problemas de la gracia y la libertad, El movimiento se remonta al monje
británico Pelagio, que hacia el 400 inculcó en Roma una rigurosa espiritualidad bíblica
con fuerte rasgo voluntarista (11) . Su doctrina fue difundida por sus discípulos Celestio
y Julián de Eclano. En la controversia con el Pelagianismo, cuyos detalles históricos no
podemos exponer aquí, el papel decisivo correspondió a Agustín (12). El estudio del
Pelagianismo interesa no tanto como suceso histórico, cuanto como manera de concebir
la libertad del hombre y la gracia.
Los principales puntos doctrinales del pensamiento pelagiano son los siguientes:
a.- La verdadera gracia que Dios ha dado al hombre es su libertad. Una vez recibido el
don del libre albedrío, es asunto del hombre usar de él rectamente. Como él es
responsable de toda su situación, no hay santidad a la que no pueda llegar, si tiene el
valor de quererlo. Julián de Eclano dirá que por la libertad el hombre es “autónomo”,
incluso frente a Dios.
c.- Para la rectitud moral y la misma santidad no se requiere, pues, ningún influjo
interior de la gracia. El Evangelio sólo ayuda a cumplir mejor los mandamientos divinos
y la ley natural; facilita, no posibilita, Es un absurdo o una humillación indebida pedir a
Dios mediante la oración la propia regeneración. Esto es cosa nuestra. La única gracia
propiamente dicha es el perdón de los pecados, en cuanto el hombre es responsable de
los mismos y no existe excusa alguna que disminuya la responsabilidad humana ante
Dios; pero aun el perdón divino el hombre lo puede conseguir por la penitencia.
En occidente, antes de que pudiera realizarse una formulación ecuánime sobre la gracia,
Pelagio desvió la atención hacia un planteamiento herético de tipo subjetivista: ¿qué
puede hacer el hombre por sí mismo y por la gracia? S. Agustín (354-430) piensa y
escribe condicionado por la controversia pelagiana. De este modo la teología de la
gracia, evolucionó hacia una teología psicológica. De ahí que la teología agustiniana de
la gracia sea poco sistemática y compleja (13) , pero pueden distinguirse algunas líneas
maestras que la configuran profundamente:
b.- La gracia significa algo distinto en Agustín y en Pelagio. Para Agustín no coincide
con la libertad humana, ni es una ayuda exterior al hombre, sino un impulso interior
divino que lo sana y lo eleva, que le da la misma posibilidad de querer y realizar el bien.
“Dios -decía Pelagio- me ha dado la existencia; y es asunto mío obrar rectamente”.
Agustín responde que la gracia en el sentido auténtico es otra cosa, es la ayuda interior
por la que Dios mismo obra en lo íntimo de nuestra libertad para que usemos bien de
ella. Agustín cita contra él las palabras de Juan 15,5: “Sin mí nada podéis hacer”, y
comenta: “Cristo no dijo: “Sin mí difícilmente podréis hacer”, sino “Sin mí no podéis
hacer nada”. Para apoyar su tesis, Agustín, recurre a múltiples textos de la Escritura:
Dios tiene en su mano el corazón del rey (Prov 21,5); nos da el querer y el hacer (Flp
2,12-13); todo buen pensamiento, todo piadoso deseo (2Cor 3,5) y, con más razón, una
larga perseverancia en el bien, son dones de la gracia.
c.- Lo gratuito es, pues, lo más necesario para el hombre. El hombre por su pecado (en
Adán o personal) se ha colocado en una situación trágica: necesita de Dios, pero por el
pecado ha roto su relación con El; ahora no puede esperar más que Dios tenga
misericordia. Según los pelagianos, algunos hombres pueden vivir sin pecado. Agustín,
en cambio, apoyándose en Pablo, confiesa su miseria y se encomienda a la misericordia
divina.
d.- La gracia divina tiene también un aspecto “cooperante” (gratia cooperans). La acción
de Dios no acaba con la justificación del pecador. La concupiscencia humana se deja
siempre sentir y sigue siendo necesaria la gracia divina hasta la última hora del hombre,
porque el pecado nunca queda plenamente superado en esta vida. El hombre justificado,
sin embargo, debe colaborar con esa gracia porque sigue siendo cierto que “Dios que
nos hizo sin nosotros, no nos salvará sin nosotros”. Esta cooperación no es
“sinergismo”, ya que en el plano de la salvación todo depende de Dios. Pero la libertad
humana, por ser una realidad positiva, está llamada a colaborar y puede afirmarse que
toda acción buena es mérito mío. Lo último ha de entenderse de este modo: sin dejar yo
de ser responsable de mis obras, ellas son un don que Dios me hace; sólo el pecado me
constituye en causa primera, pero el pecado es la nada en el plano moral. “Cuando Dios
premia nuestros méritos, no hace más que premiar sus propios dones” (18) .
e.- Dios finalmente, no pide al hombre cosas imposibles, sino que, ordenando nos
amonesta que hagamos lo que podamos con nuestras fuerzas y pidamos lo que no
llegamos a alcanzar (19). La oración es, pues, parte integrante de la vida cristiana.
Canon 3º: La gracia de Cristo es necesaria no sólo para el perdón de los pecados, sino
también para poder evitarlos (DS 225).
Canon 4º: La gracia no consiste únicamente en dar luz a la inteligencia del hombre, sino
que transforma la voluntad y capacita al hombre para obrar lo que Dios manda (DS
225).
b.- En teología de la gracia se da una reducción metafísica de los problemas, sobre todo
en la escuela Tomista, dando lugar a una teología más bien esencialista: describe más el
qué que el para qué, o el cómo. Respecto a las virtudes, especialmente la teología de la
fe, la Escolástica evoluciona hacia una psicología dogmática de las mismas.
Santo Tomás distingue dos fines en el hombre: un fin natural y otro sobrenatural. Así, el
bien último, según la consideración del filósofo, difiere del bien último según la
consideración del teólogo, puesto que el filósofo considera el bien último que es
proporcionado al ser humano, el teólogo considera como bien último algo que sobrepasa
el poder de la naturaleza, a saber, la vida eterna.
El ser humano concreto fue creado por Dios para un fin sobrenatural, para la felicidad
perfecta, que solamente es alcanzable en la vida futura, en la visión de Dios, y que es,
además, inalcanzable por el hombre si sus propias fuerzas naturales no reciben ayuda.
Pero el hombre puede alcanzar una felicidad imperfecta en esta vida mediante el
ejercicio de sus capacidades naturales, mediante un conocimiento filosófico de Dios
obtenido a partir de las criaturas, y mediante el logro y el ejercicio de las virtudes
naturales. Esos fines no se excluyen mutuamente, puesto que el hombre puede alcanzar
la felicidad imperfecta en que consiste su fin natural sin salir por eso del camino hacia
su fin sobrenatural; el fin natural, la felicidad imperfecta, es proporcionado a la
naturaleza y fuerzas humanas; pero, por cuanto el hombre ha sido creado para un fin
sobrenatural, el fin natural no puede satisfacerle.
El hombre tiene un fin último, la beatitud sobrenatural, pero la existencia de ese fin, que
trasciende los poderes de la mera naturaleza humana, aun cuando el hombre fuese
creado para alcanzarlo, no puede ser conocida por la razón natural; y, por lo tanto, no
puede ser adivinada por el filósofo: su consideración queda reservada al teólogo.
Así, puede decirse que el filósofo considera el fin del hombre en la medida en que dicho
fin puede ser conocido por la razón humana; es decir, sólo de un modo imperfecto e
incompleto. Pero tanto el filósofo como el teólogo consideran al hombre en concreto: la
diferencia está en que el filósofo, aunque capaz de ver y considerar la naturaleza
humana como tal, no puede descubrir todo lo que hay en el hombre, no puede descubrir
la vocación sobrenatural de éste; solamente puede hacer parte del camino en el
descubrimiento del destino del hombre, precisamente porque el hombre fue creado para
un fin que trasciende los poderes de su naturaleza (27).
8. Tomás de Aquino o el sentido cristiano de la naturaleza autónoma.
Las distintas posturas, moderadas unas y conflictivas otras, que se desarrollaron desde
San Agustín a la escolástica encuentran el equilibrio en la doctrina del Aquinate.
a.- Define al hombre como imagen creatural de Dios, en cuanto por sus actos libres
(conocimiento y amor) puede tender a su fin último que es Dios mismo. La realización
del fin último, por ser este sobrenatural, es efecto de la gracia divina con la cual debe
colaborar activamente la libertad. De todas formas el hombre, como naturaleza, no es
totalmente extraño a la gracia en cuanto posee ya una “potencia obediencial” hacia ella,
un deseo natural e innato de “ver” a Dios: existe realmente en el hombre una “afinidad”
con lo sobrenatural.
b.- La gracia, por ello, no destruye ni anula los valores de la naturaleza libre del
hombre; al contrario, sana y perfecciona. El hombre debe llegar a la salvación hacia la
que apunta la gracia por la libertad. Sto. Tomás somete por ello los actos humanos a un
extenso análisis preguntándose por los principios intrínsecos y extrínsecos, naturales y
sobre naturales de los mismos. En esta línea es como Sto. Tomás habla de la gracia
como realidad interna sobrenatural que califica los actos libres “en orden a Dios”
(habitus supernaturalis)29 , principio estable de la acción recta y salvífica, dado por
Dios al hombre para su salvación (30) . Tomás de Aquino entiende normalmente la
gracia como don creado en el hombre, sobre todo en sentido habitual. Desde este
momento la gracia se entenderá fundamentalmente así en la teología católica.
c.- ¿Cómo llega el hombre pecador a la salvación de la gracia divina? Mediante su
obediencia a la Ley nueva del Evangelio: la fe. Dos aspectos integran la ley nueva: un
principal, la gracia del Espíritu Santo que se nos da interiormente; otro secundario, los
documentos de la fe y los preceptos que regulan los actos humanos. La ley nueva
justifica únicamente el primer aspecto (31) .
d.- El deseo de gracia en el hombre se inaugura con la justificación, que Sto. Tomás
define como el paso del pecado a la justicia. La justificación coincide con el perdón de
los pecados (32) . Para la justificación es absolutamente necesaria una conversión
psicológica, por la que el pecador comienza a amar a Dios sobre todas las cosas con
amor de caridad. Normalmente el hombre va llegando progresivamente a esta
conversión: el pecador adulto pasa de la fe muerta al temor servil, a la esperanza, al
deseo de la salvación, hasta llegar a la caridad perfecta (33) . Tomás de Aquino llegó
progresivamente a comprender que ni siquiera el primer acto hacia la conversión puede
ser puesto por el hombre con las solas fuerzas naturales, sino que es efecto de la gratuita
misericordia divina. En efecto, Dios no ama al hombre porque el hombre sea ya justo,
sino que lo ama haciéndolo justo: en esto consiste la diferencia entre el amor creatural y
el amor divino. Por eso, cuando Dios acoge al pecador, no solamente no le imputa el
pecado, ni tampoco hace que su acto pecaminoso se convierta en no-hecho (lo cual es
absurdo), sino que, amándolo paternalmente lo regenera a la vida filial (34). Esta
regeneración se lleva a cabo en el momento de la justificación, cuando Dios infunde en
el hombre un principio interior permanente de vida nueva, la gracia santificante y las
virtudes. La justificación del pecador se resuelve, pues, originariamente en la infusión
de la gracia “ya que por ella se mueve el libre albedrío hacia Dios y se perdona la
culpa” (35).
Para percibir el desarrollo posterior, del equilibrio formulado por Santo Tomás, nos
paramos en dos movimientos que darán pié a la ruptura de ese equilibrio: el
Voluntarismo y el nominalismo. Hacemos unas someras indicaciones para dar contexto
a estas breves consideraciones acerca del pensamiento de Santo Tomás sobre la gracia.
La teología escolástica, alejándose cada vez más de las grandes síntesis del siglo
anterior, parte de una base “voluntarista” para explicar las relaciones entre naturaleza y
gracia. Los teólogos más representativos de esta época son G. de Ockam (1300-1349) y
G. Biel (1425-1495). Por cierto paralelismo con la filosofía, a esta época se le ha
llamado también “etapa nominalista” (41).
Sólo la comprensión del humanismo cristiano, desde los postulados formulados por
Santo Tomás, nos permite mantener el equilibrio entre naturaleza y gracia, que es
realmente el problema nuclear de todo quehacer teológico hoy y siempre (46) .