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TEMA 1.

CONCEPTO, MÉTODO Y FUENTES DE LA FILOSOFÍA

1. PITÁGORAS (DIÓGENES LAERCIO VIII, 8)


Pitágoras fue el primero en usar la palabra “filosofía” y se llamó a sí mismo filósofo en una conversación
que mantuvo en Sición con León, el tirano de la ciudad, o en Fliunte, pues nadie, dijo él, era “sabio”
excepto Dios. Y decía que la vida se parece a unos juegos atléticos, donde unos acuden a competir, otros
a comerciar, pero los mejores vienen como espectadores. De igual modo, en la vida los hombres serviles
andan a la caza de la gloria o la ganancia, mientras que los filósofos se afanan sólo por la [contemplación
de la] verdad.

2. JENÓFANES (DK 21 B 18)


Los dioses no lo revelaron todo a los hombres desde el principio, sino que éstos, buscando, con el tiempo
descubren lo mejor.

3. JENÓFANES (DK 21 B 34)


Ningún hombre supo ni sabrá algo cierto
de cuanto digo acerca de los dioses y del todo,
pues si alguien lograra expresar algo perfecto,
ni él mismo lo sabría; opinar es lo propio de todos.

4. HERÁCLITO (DK 22 B 1)
Aunque este "logos" existe siempre, los hombres son incapaces de comprenderlo, tanto antes de haberlo
oído, como después de haberlo oído. En efecto, aunque todas las cosas acontecen según este "logos",
parecen inexpertos, a pesar de experimentar palabras y acciones como las que yo describo, cuando
distingo cada cosa según su naturaleza y digo cómo es. Pero a los demás hombres les pasan inadvertidas
cuantas cosas hacen despiertos, del mismo modo que se olvidan de cuanto hacen dormidos.

(2) Por ello es necesario seguir lo que es común, pero aunque el "logos" es común, la mayoría vive como
si tuviera una inteligencia particular.

5. EMPÉDOCLES Las Purificaciones (DK 31 B 112)


Oh, amigos, que vivís en la gran villa de la rubia Acragas,
en las alturas de la ciudad, dedicados a nobles acciones,
venerables puertos para los extranjeros, inexpertos en el mal,
salud. Yo, como un dios inmortal para vosotros, no más mortal,
camino honrado por todos, como merezco,
adornado con cintas y coronas floridas.
Cuando llego a las villas prósperas,
soy adorado por hombre y mujeres; y me siguen
miles, preguntando dónde está el camino del provecho,
unos buscando vaticinios, otros desean escuchar
la palabra que cura toda enfermedad,
afligidos desde hace tiempo por crueles dolores.
6. SÓCRATES (PLATÓN, Apología, 29c-30c)
Si, además, me dijerais: «Ahora, Sócrates, no vamos a hacer caso a Ánito, sino que te dejamos libre, a
condición, sin embargo, de que no gastes ya más tiempo en esta búsqueda y de que no filosofes, y si eres
sorprendido haciendo aún esto, morirás»; si, en efecto, como dije, me dejarais libre con esta condición,
yo os diría: «Yo, atenienses, os aprecio y os quiero, pero voy a obedecer al dios más que a vosotros y,
mientras aliente y sea capaz, es seguro que no dejaré de filosofar, de exhortaros y de hacer
manifestaciones al que de vosotros vaya encontrando, diciéndole lo que acostumbro: Mi buen amigo,
siendo ateniense, de la ciudad más grande y más prestigiada en sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de
preocuparte de cómo tendrás las mayores riquezas y la mayor fama y los mayores honores, y, en cambio
no te preocupas ni interesas por la inteligencia, la verdad y por cómo tu alma va a ser lo mejor posible?».
Y si alguno de vosotros discute y dice que se preocupa, no pienso dejarlo al momento y marcharme, sino
que le voy a interrogar, a examinar y a refutar, y, si me parece que no ha adquirido la virtud y dice que
sí, le reprocharé que tiene en menos lo digno de más y tiene en mucho lo que vale poco. Haré esto con
el que me encuentre, joven o viejo, forastero o ciudadano, y más con los ciudadanos por cuanto más
próximos estáis a mí por origen. Pues, esto lo manda el dios, sabedlo bien, y yo creo que todavía no os
ha surgido mayor bien en la ciudad que mi servicio al dios. En efecto, voy por todas partes sin hacer otra
cosa que intentar persuadiros, a jóvenes y viejos, a no ocuparos ni de los cuerpos ni de los bienes antes
que del alma ni, con tanto afán, a fin de que ésta sea lo mejor posible, diciéndoos: «No sale de las
riquezas la virtud para los hombres, sino de la virtud, las riquezas y todos los otros bienes, tanto los
privados como los públicos. Si corrompo a los jóvenes al decir tales palabras, éstas serían dañinas. Pero
si alguien afirma que yo digo otras cosas, no dice verdad. A esto yo añadiría «Atenienses, haced caso o
no a Anito, dejadme o no en libertad, en la idea de que no voy a hacer otra cosa, aunque hubiera de morir
muchas veces».

7. SÓCRATES (PLATÓN, Teeteto, 149 a - 150 e)


SÓC. ¿Es que no has oído que soy hijo de una excelente y vigorosa partera llamada Fenáreta?
TEET. Sí, eso ya lo he oído.
SÓC. ¿Y no has oído también que practico el mismo arte?
TEET. No, en absoluto.
SÓC. Pues bien, te aseguro que es así... Ten en cuenta lo que pasa con las parteras y entenderá fácilmente
lo que quiero decir. Tú sabes que ninguna partera asiste a otras mujeres cuando ella misma está
embarazada y puede dar a luz, sino cuando ya es incapaz de ello... Ártemis no concedió el arte de partear
a las mujeres estériles, porque la naturaleza humana es muy débil para adquirir un arte en asuntos de los
que no tiene experiencia... Las parteras pueden dar drogas y pronunciar ensalmos para acelerar los
dolores del parto... Y son las únicas personas a las que realmente corresponde la recta disposición de los
casamientos... Mi arte de partear tiene las mismas características que el de ellas, pero se diferencia en el
hecho de que asiste a los hombres no a las mujeres y examina las almas de los que dan a luz, pero no sus
cuerpos. Ahora bien, lo más grande de mi arte es la capacidad que tiene de poner a prueba por todos los
medios si lo que engendra el pensamiento del joven es algo imaginario y falso o fecundo y verdadero.
Eso es así porque tengo, igualmente, en común con las parteras esta característica: que soy estéril en
sabiduría. Muchos, en efecto, me reprochan que siempre pregunto a otros y yo mismo nunca doy ninguna
respuesta acerca de nada por mi falta de sabiduría, y es, en efecto, un justo reproche. La causa de ello es
que el dios me obliga a asistir a otros, pero a mí me impide engendrar. Así que no soy sabio en modo
alguno, ni he logrado ningún descubrimiento que haya sido engendrado por mi propia alma. Sin
embargo, los que tienen trato conmigo, aunque parecen algunos muy ignorantes al principio, en cuanto
avanza nuestra relación, todos hacen admirables progresos, si el dios se lo concede, como ellos mismos
y cualquier otra persona puede ver. Y es evidente que no aprenden nunca nada de mí, pues son ellos
mismos y por sí mismos los que descubren y engendran muchos bellos pensamientos. No obstante, los
responsables del parto somos el dios y yo.

8. PLATÓN, Fedón, 99 c – 100 a


La facultad para que estas mismas cosas se hallen dispuestas del mejor modo y así estén ahora, ésa ni la
investigan ni creen que tenga una fuerza divina, sino que piensan que van a hallar alguna vez un Atlante
más poderoso y más inmortal que éste y que lo abarque todo mejor, y no creen para nada que es de
verdad el bien y lo debido lo que cohesiona y mantiene todo. Pues yo de tal género de causa, de cómo
se realiza, habría sido muy a gusto discípulo de cualquiera. Pero, después de que me quedé privado de
ella y de que no fui capaz yo mismo de encontrarla ni de aprenderla de otro – dijo - ¿quieres, Cebes, que
te haga una exposición de mi segunda navegación en la búsqueda de la causa, en la que me ocupé?
Desde luego que lo quiero, más que nada – respondió.
Me pareció entonces – dijo él – que, una vez que hube dejado de examinar las cosas, debía precaverme
para no sufrir lo que los que observan el sol durante un eclipse sufren en su observación. Pues algunos
se echan a perder los ojos, a no ser que en el agua o en otro medio semejante contemplen la imagen del
sol. Yo pensé entonces algo así y sentí temor de que mi alma quedase completamente ciega al mirar las
cosas con los ojos y al tratar de captarlas con cualquiera de los otros sentidos. Y por eso decidí que debía
refugiarme en los razonamientos y considerar mediante éstos la verdad de las cosas... He seguido en esta
dirección y, en cada caso, tomando como base aquel razonamiento que me parece más sólido, juzgo
verdadero lo que concuerda con él, tanto respecto de las causas como de las demás cosas, y lo que no
concuerda lo juzgo falso.

9. PLATÓN, Banquete, 203-204b


-Ninguno de los dioses ama la sabiduría ni desea ser sabio, porque ya lo es, como tampoco ama la
sabiduría cualquier otro que sea sabio. Por otro lado, los ignorantes ni aman la sabiduría ni desean
hacerse sabios, pues en esto precisamente es la ignorancia una cosa molesta: en que quien no es ni bello,
ni bueno, ni inteligente se crea a sí mismo que lo es suficientemente. Así, pues, el que no cree estar
necesitado no desea tampoco lo que no cree necesitar.
-¿Quiénes son, Diotima, entonces -dije yo- los que aman la sabiduría, sino son ni los sabios ni los
ignorantes?
-Hasta para un niño es ya evidente -dijo- que son los que están en medio de estos dos, entre los cuales
estará también Eros. La sabiduría, en efecto, es una de las cosas más bellas y Eros es amor de lo bello,
de modo que Eros es necesariamente amante de la sabiduría, y por ser amante de la sabiduría está, por
tanto, en medio del sabio y del ignorante.

10. PLATÓN, República, 48


-Convengamos, con respecto a las naturalezas filosóficas, en que éstas se apasionan siempre por
aprender aquello que puede mostrarles algo de la esencia siempre existente y no sometida a los extravíos
de generación y corrupción.
-Convengamos.
-Y además -dije yo-, en que no se dejan perder por su voluntad ninguna parte de ella, pequeña o grande,
valiosa o de menor valer, igual que referíamos antes de los ambiciosos y enamorados.
-Bien dices -observó.
-Examina ahora esto otro, a ver si es forzoso que se halle, además de lo dicho, en la naturaleza de los
que han de ser como queda enunciado.
-¿Qué es ello?
-La veracidad y el no admitir la mentira en modo alguno, sino odiarla y amar la verdad.
-Es probable -dijo.
-No sólo es probable, mi querido amigo, sino de toda necesidad que el que por naturaleza es enamorado,
ame lo que es connatural y propio del objeto amado.
-Exacto -dijo.
-¡Y encontrarás cosa más propia de la ciencia que la verdad?
-¿Cómo habría de encontrarla? -dijo.
-¡Será, pues, posible que tengan la misma naturaleza el filósofo y el que ama la falsedad?
-De ninguna manera.
-Es, pues, menester que el verdadero amante del saber tienda, desde su juventud, a la verdad sobre toda
otra cosa.
-Bien de cierto.
-Por otra parte, sabemos que, cuanto más fuertemente arrastran los deseos a una cosa, tanto más débiles
son para lo demás, como si toda la corriente se escapase hacia aquel lado.
-¡Cómo no?
-Y aquel para quien corren hacia el saber y todo lo semejante, ése creo que se entregará enteramente al
placer del alma en sí misma y dará de lado a los del cuerpo si es filósofo verdadero y no fingido.
-Sin ninguna duda.
-Así, pues, será temperante y en ningún modo avaro de riquezas, pues menos que a nadie se acomodan
a él los motivos por los que se buscan esas riquezas con su cortejo de dispendios.
-Cierto.
-También hay que examinar otra cosa cuando hayas de distinguir la índole filosófica de la que no lo es.
-¡Cuál?
-Que no se te pase por alto en ella ninguna vileza, porque la mezquindad de pensamiento es lo más
opuesto al alma que ha de tender constantemente a la totalidad y universalidad de lo divino y de lo
humano.
-Muy de cierto -dijo.

11. PLATÓN, Teeteto, 173e-174b


-Como decía Píndaro, él se adentra «en las profundidades de la tierra» y lo mismo se interesa por su
extensión, cuando se dedica a la geometría, que va «más allá de los cielos» en sus estudios astronómicos.
Todo lo investiga buscando la naturaleza entera de los seres que componen el todo, sin detenerse en
ninguna de las cosas que le son más próximas.
-¿Por qué dices todo esto Sócrates?
-Es lo mismo que se cuenta de Tales, Teodoro. Éste, cuando estudiaba los astros, se cayó en un pozo, al
mirar hacia arriba, y se dice que una sirvienta tracia, ingeniosa y simpática se burlaba de él, porque
quería saber las cosas del cielo, pero se olvidaba de las que tenía delante y a sus pies. La misma burla
podría hacerse de todos los que dedican su vida a la filosofía. En realidad, a una persona así le pasan
desapercibidos sus próximos y vecinos, y no solamente desconoce qué es lo que hacen, sino el hecho
mismo de que sean hombres o cualquier otra criatura. Sin embargo, cuando se trata de saber qué es en
verdad el hombre y qué le corresponde hacer o sufrir a una naturaleza como la suya, a diferencia de
todos los demás seres, pone todo su esfuerzo en investigarlo y examinarlo atentamente.

12. PLATÓN, Teeteto, 175b-e


Pero, querido amigo, cuando consigue elevar a alguien a un plano superior y la persona en cuestión se
deja llevar por él, el resultado es muy distinto. Entonces quedan a un lado las cuestiones relativas a las
injusticias que yo cometo contra ti o tú contra mí, y se pasa a examinar la justicia y la injusticia en sí
mismas, lo que ambas son, y las diferencias que distinguen a la una de la otra, así como a ellas mismas
de todo lo demás. De preguntas acerca de si es feliz el rey que posee riquezas se pasa a un examen de la
realeza y de la felicidad o la desgracia que en general afecta a los hombres, para averiguar qué son ambas
y de qué manera le corresponde a la naturaleza del hombre poseer la una y huir de la otra. Cuando alguien
de mente estrecha, sagaz y leguleyo, tiene que dar una explicación de todas estas cuestiones, se invierten
las tornas. Suspendido en las alturas, sufre de vértigos y mira angustiado desde arriba por la falta de
costumbre. Su balbuceo y la perplejidad en la que cae no dan que reír a las tracias, ni a ninguna otra
persona carente de educación, pues ellas no perciben las situación en la que se halla, pero sí a todos los
que han sido instruidos en principios contrarios a la esclavitud.
Ésta es la manera de ser que tienen uno y otro, Teodoro. El primero, que ha sido educado realmente en
la libertad y el ocio, es precisamente el que tú llamas filósofo.

13. ARISTÓTELES, Política, I, 11, 1259a


Reprochándole, a causa de su pobreza, la inutilidad de la filosofía, se dice que, sabiendo por las estrellas
cómo sería la cosecha de aceitunas, siendo aún invierno y disponiendo de un pequeño capital, tomó
mediante fianzas todas las prensas de aceite de Mileto y de Quíos, alquilándolas por muy poco, pues
nadie compitió con él. Cuando llegó la oportunidad y súbitamente muchos a la vez buscaban prensas,
las alquilaba como quería, reuniendo mucho dinero, demostrando así qué fácil resulta a los filósofos
enriquecerse, si quieren, pero no aspiran a ello.

14. ARISTÓTELES, Metafísica, 980a-983a


Todos los hombres por naturaleza desean saber. Señal de ello es el amor a las sensaciones. Éstas, en
efecto, son amadas por sí mismas, incluso al margen de su utilidad y más que todas las demás, las
sensaciones visuales. Y es que no sólo en orden a la acción, sino cuando no vamos a actuar, preferimos
la visión a todas –digámoslo- las demás. La razón estriba en que ésta es, de las sensaciones, la que más
nos hace conocer y muestra múltiples diferencias.
Pues bien, los animales tienen por naturaleza sensación y a partir de ésta no se genera en algunos de
ellos la memoria, mientras que en otros sí se genera, y por eso estos últimos son más inteligentes y más
capaces de aprender que los que no pueden recordar (…) Ciertamente, el resto de los animales vive
gracias a las imágenes y los recuerdos sin participar apenas de la experiencia, mientras que el género
humano vive, además, gracias al arte y a los razonamientos. Por su parte, la experiencia se genera en los
hombres a partir de la memoria: en efecto, una multitud de recuerdos del mismo asunto acaban por
constituir la fuerza de una única experiencia.
La experiencia parece relativamente semejante a la ciencia y al arte, pero el hecho es que, en los hombres,
la ciencia y el arte resultan de la experiencia (…) El arte, a su vez, se genera cuando a partir de múltiples
percepciones de la experiencia resulta una única idea general acerca de los casos semejantes. (…) A
efectos prácticos, la experiencia no parece diferir en absoluto del arte, sino que los hombres de
experiencia tienen más éxito, incluso, que los que poseen la teoría, pero no la experiencia (la razón está
en que la experiencia es el conocimiento de cada caso individual, mientras que el arte lo es de los
generales, y las acciones y producciones todas se refieren a la individual (…) si alguien tuviera la teoría
careciendo de la experiencia, y conociera lo general, pero desconociera al individuo contenido en ello,
errará muchas veces en la cura, ya que lo que se trata de curar es el individuo. Pero no es menos cierto
que pensamos que el saber y el conocer se dan más bien en el arte que en la experiencia y tenemos por
más sabios a los hombres de arte que a los de experiencia, como que la sabiduría acompaña a cada uno
en mayor grado según el nivel de su saber. Y esto porque los unos saben la causa y los otros no.
Efectivamente, los hombres de experiencia saben el hecho, pero no el porqué, mientras que los otros
conocen el porqué, la causa. Por ello en cada caso consideramos que los que dirigen la obra son más
dignos de estima, y saben más, y son más sabios que los obreros manuales: porque saben las causas de
lo que se está haciendo (…) Con que no se considera que aquéllos son más sabios por su capacidad
práctica, sino porque poseen la teoría y conocen las causas.
En general, el ser capaz de enseñar es una señal distintiva del que sabe frente al que no sabe, por lo cual
pensamos que el arte es más ciencia que la experiencia: los que poseen aquél son capaces, mientras que
los otros no son capaces de enseñar. (…)
En la Ética está dicho cuál es la diferencia entre el arte y la ciencia y los demás conocimientos del mismo
género; la finalidad que perseguimos al explicarlo ahora es ésta: mostrar cómo todos opinan que lo que
se llama sabiduría se ocupa de las causas primeras y de los principios. Con que, como antes se ha dicho,
el hombre de experiencia es considerado más sabio que los que poseen sensación del tipo que sea, y el
hombre de arte más que los hombres de experiencia, y el director de la obra más que el obrero manual,
y las ciencias teoréticas más que las productivas.
Es obvio, pues, que la sabiduría es ciencia acerca de ciertos principios y causas.
Puesto que andamos a la búsqueda de esta ciencia, habrá de investigarse acerca de qué causas y qué
principios es ciencia la sabiduría. Y si se toman en consideración las ideas que tenemos acerca del sabio,
es posible que a partir de ellas se aclare mayormente esto. En primer lugar, solemos opinar que el sabio
sabe todas las cosas en la medida de lo posible, sin tener, desde luego, ciencia de cada una de ellas en
particular. Además, consideramos sabio a aquel que es capaz de tener conocimiento de las cosas difíciles,
las que no son fáciles de conocer para el hombre (en efecto, el conocimiento sensible es común a todos
y, por tanto, es fácil y nada tiene de sabiduría). Además y respecto de todas las ciencias, que es más
sabio el que es más exacto en el conocimiento de las causas y más capaz de enseñarlas. Y que, de las
ciencias, aquella que se escoge por sí misma y por amor al conocimiento es sabiduría en mayor grado
que la que se escoge por sus efectos (…)
El saberlo todo ha de darse necesariamente en quien posee en grado sumo la ciencia universal (éste, en
efecto, conoce en cierto modo todas las cosas). Y, sin duda, lo universal en grado sumo es también lo
más difícil de conocer para los hombres (pues se encuentra máximamente alejado de las sensaciones).
Por otra parte, las más exactas de las ciencias son las que versan mayormente sobre los primeros
principios (…)
Que no es una ciencia productiva resulta evidente ya desde los que primero filosofaron: en efecto, los
hombres –ahora y desde el principio- comenzaron a filosofar al quedarse maravillados ante algo,
maravillándose en un primer momento ante lo que comúnmente causa extrañeza y después, al progresar
poco a poco, sintiéndose perplejos también ante las cosas de mayor importancia, por ejemplo, ante las
peculiaridades de la luna, las del sol y los astros, ante el origen del todo. Ahora bien, el que se siente
perplejo y maravillado reconoce que no sabe (de ahí que el amante del mito sea, a su modo, «amante de
la sabiduría»: y es que el mito se compone de maravillas). Así pues, si filosofaron por huir de la
ignorancia, es obvio que perseguían el saber por el afán de conocimiento y no por utilidad alguna. Por
otra parte, así lo atestigua el modo en que sucedió: y es que un conocimiento tal comenzó a buscarse
cuando ya existían todos los conocimientos necesarios, y también los relativos al placer y al pasarlo
bien. Es obvio, pues, que no lo buscamos por ninguna otra utilidad, sino que, al igual que un hombre
libre es, decimos, aquel cuyo fin es él mismo y no otro, así también consideramos que ésta es la única
ciencia libre: solamente ella es, en efecto, su propio fin.

15. EPICURO, Carta a Meneceo (D. L. X, 122-135)


Epicuro a Meneceo, salud.
(122) Nadie por ser joven dude en filosofar ni por ser viejo de filosofar se hastíe. Pues nadie es joven o
viejo para la salud del alma. El que dice que aún no es edad o que ya pasó la edad de filosofar es como
el que dice que aún no ha llegado o que ya pasó el tiempo oportuno para la felicidad. De modo que deben
filosofar tanto el joven como el viejo. Éste para que, aunque viejo, rejuvenezca en bienes por el recuerdo
gozoso del pasado, aquél para que sea joven y viejo a un tiempo por su serenidad ante el futuro.
Necesario es, pues, meditar sobre lo que procura la felicidad, porque cuando está presente todo lo
tenemos y, cuando nos falta, todo lo hacemos por poseerla.
(123) Tú medita y pon en práctica los principios que siempre te he aconsejado, teniendo presente que
son elementos indispensables de una vida feliz.

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