Está en la página 1de 2

DESTINO , PREVISION Y VOLUNTAD LIBRE

Ananda Coomaraswamy
Traducido del original inglés “What is Civilisation and Other Essays”
Golgonooza Press 1989

No puede pensarse en ningún acontecimiento teniendo lugar aparte de un antecedente lógico y


de una posibilidad actual inminente de tener lugar; y en este sentido cada nuevo individuo es la
venida de una potencialidad prenatal que muere como potencialidad, en primer lugar en el
momento de la primera concepción de la criatura, y en adelante durante la vida a medida que los
distintos aspectos de esta potencialidad se reducen al acto; de acuerdo con una voluntad en parte
consciente y en parte inconsciente que siempre busca realizarse a si misma. Podemos expresar
lo mismo en otras palabras diciendo que el individuo viene al mundo para llevar a cabo ciertos
fines y propósitos que son peculiares a si mismo. El nacimiento es una oportunidad.

El campo para proceder desde la potencialidad al acto es el que corresponde a la libertad del
individuo; la “voluntad libre” del teólogo es, de acuerdo con la parábola de los Talentos, una
libertad para hacer uso o rechazar la oportunidad de llegar a ser lo que uno puede llegar a ser
bajo las circunstancias en las que uno nace; consistiendo estas “circunstancias” del ser nacido,
en su propio cuerpo y alma, y en el resto de su ambiente, o mundo, entendido como un conjunto
especifico de posibilidades.

La libertad del individuo no es evidentemente ilimitada; no puede llevar a cabo lo imposible;


esto es, lo que es imposible para él, aunque puede ser una posibilidad en cualquier otro
“mundo”, tal y como ha sido definido más arriba. Especialmente, no puede haber nacido de otro
modo que como lo hizo realmente, o poseer otras posibilidades distintas de aquellas con las que
fue dotado naturalmente (por nacimiento); no puede hacer reales ambiciones de realización de
las que no existe ninguna provisión en su propia naturaleza; él es él mismo, y ningún otro.
Ciertas posibilidades especificas y en parte únicas están abiertas para él, y otras determinadas
posibilidades, normalmente inmensamente más numerosas, están cerradas para él; como ser
finito, no puede ser al mismo tiempo un hombre en Londres y un león en Africa. Estas
posibilidades e imposibilidades que están predeterminadas, que son las de su propia naturaleza,
y de las que no puede pensarse que le hayan sido impuestas de manera arbitraria, sino que son
las definiciones de su propia naturaleza, representan lo que llamamos el “sino” o el destino
individual; siendo sea lo que sea que le ocurra al ser individual la mera reducción de la potencia
al acto de una determinada posibilidad cuando la ocasión se presenta, y todo aquello que no
ocurre una posibilidad concebida como tal ignorantemente y que no lo era verdaderamente.

La libertad de la voluntad individual es entonces la libertad de hacer, o abstenerse de hacer,


aquello que el individuo puede hacer. Cualquier cosa que uno hace de hecho bajo ciertas
circunstancias, es lo que uno quiere hacer bajo esas circunstancias: ser forzado a actuar o a
sufrir contra la propia voluntad no es una coerción de la voluntad sino de sus instrumentos, y
sólo en apariencia una coerción del individuo mismo, en la medida que éste se identifica a si
mismo con sus instrumentos. Además, el destino del individuo, lo que hará de si mismo bajo
determinadas circunstancias, no es del todo oscuro para él, sino mas bien manifiesto en la
medida que se conoce a si mismo y comprende su propia naturaleza. Es digno de destacar que
este medida de la previsión (providencia), de ningún modo interfiere con su sentido de la
libertad; uno simplemente piensa sobre la futura decisión como un presente a resolver. Hay de
hecho una coincidencia entre la previsión y la libre voluntad. De la misma manera, pero en la
medida limitada en la que uno puede realmente conocer la esencia de otro, uno puede prever su
destino particular; previsión que de ninguna manera gobierna la conducta de esa criatura. Y
finalmente, si asumimos una providencia omnisciente en Dios, el cual desde su posición en el
centro de la rueda, inevitablemente ve el pasado y el futuro ahora, cuyo “ahora” será el mismo
mañana como era ayer, de ninguna manera interfiere con la libertad de cualquier criatura en su
propia esfera. Como Dante lo expresa, “La contingencia…está toda ella retratada en el aspecto
eterno; aunque no adquiere necesidad de allí” (Paraíso, XVI. 37f). Nuestras dificultades surgen
aquí solamente porque pensamos acerca de la Providencia como una previsión en el sentido
temporal, como si uno viese hoy lo que debe pasar mañana. Lejos de ser una previsión en este
sentido temporal, la Divina Providencia es una visión siempre contemporánea con el
acontecimiento. Pensar en Dios como mirando hacia adelante en el futuro o hacia atrás a un
acontecimiento pasado, tiene tan poco sentido como preguntar qué estaba haciendo El “antes”
de crear el mundo.

No es del todo imposible apartarse de un destino previsto. El destino es para aquellos que han
comido del Arbol, y esto incluye tanto esa “fracción” (prada, amsa) del Espíritu que entra en
todos los seres nacidos, y parece sufrir con ellos, y éstas mismas cosas creadas, en la medida en
la que se identifican “a si mismos” con el cuerpo y el alma. El Destino es necesariamente una
pasión de bien y de mal; es de tal modo que se presenta a si mismo ante nosotros como algo a lo
que podríamos darle la bienvenida o bien evitar, a la vez que no podemos rechazarlo sin dejar de
convertirnos en otro del que somos. Esta aceptación nos la explicamos a nosotros mismos en
términos de ambición, coraje, altruismo, o resignación, según los casos. De cualquier manera, es
la propia naturaleza de uno la que nos obliga a perseguir un destino del cual somos prevenidos,
sea tan fatal como sea el resultado supuesto. La inutilidad de los avisos es un tema característico
de la literatura heroica; no tanto por el hecho de que los avisos sean puestos en duda, sino
porque el honor del héroe le requiere continuar como había empezado; o porque en el momento
critico el aviso es olvidado.

Como ejemplo profundo de apartamiento y a la vez aceptación de un destino previsto, se puede


citar la “indecisión” de un Mesías. De este modo en el Rig Veda, X. 51 Agni teme su destino
como sacerdote sacrificial y aúriga cósmico, y debe ser persuadido; de este modo el Buddha,
“temeroso de ser herido” es sobre-persuadido por Brahma (Samyutta-Nikayha, 1 138 and
Dighe-Nikaya II. 33); y de este modo Jesús reza “Padre…aparta de mi esta copa; pero no sea lo
que yo quiero, sino lo que quieras tu” (Marcos 14:36), y “¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si
he llegado a esta hora para esto!” (Juan 12:27).

El destino no debe ser confundido con el pesar. El deseo presupone una posibilidad que bien es
actualmente tal, bien es imaginada como tal. No podemos desear lo imposible, sino solamente
lamentar la imposibilidad. El pesar puede sentirse por lo que ha ocurrido, pero esto no es un
deseo que no haya tenido lugar; es de lamentar que “haya tenido que ocurrir” como lo ha hecho;
ya que nada ocurre a menos que sea por necesidad. Si hay una doctrina sobre la que la ciencia y
la teología están perfectamente de acuerdo, es aquella según la cual el curso de los
acontecimientos esta determinado causalmente; como dice Sto, Tomás, “Si Dios gobernara solo
(y no también por medio de causas mediatas) el mundo estaría desprovisto de la perfección de la
causalidad… Todas las cosas (pertenecientes a la cadena del destino)… son hechas por Dios por
medio de causas segundas” (Suma Teológica I. 103 7 y 2, y 116 4 y 1). El Svetascatra
Upanishad (I. 1-3) distingue de manera similar Brahman, Espiritu de Dios, como sobre-causa,
de su Poder o Medio-de-operación (sakti=Maya, etc) conocida como tal por los contemplativos,
pero “considerada” (cintyam) como una pluralidad de “combinaciones causales de tiempo, etc,
con el espíritu pasible” (karanani kalatmayutkam), el cual “porque no es una combinación de
series, tiempo, etc” no es el señor de su propio destino, en la medida en la que permanece
olvidado de su propia identidad con el Espíritu trascendental. Una vez mas, de la misma forma,
Sankaracarya, explica que Brahman no opera arbitrariamente, sino de acuerdo con las
propiedades variables inherentes a los caracteres de las cosas como son en si mismas, cuyas
cosas deben su ser a Brahman, pero son responsables individualmente de sus modalidades de
ser. Esta es, por supuesto, la visión ortodoxa tradicional; como lo expresa Plotino, (VI 4.3)
“todo es ofrecido, pero el recipiente es capaz de tomar solamente una cantidad”, y Boehme “así
como es la harmonía, en la forma de la vida en cada cosa, así es también el sonido de la voz
eterna en ellas; en lo sagrado, sagrado, en lo perverso, perverso, … por tanto ninguna criatura
puede culpar a su creador, de que lo haya hecho malo” (Signatura Rerum, XVI, 6, 7 y Cuarenta
Preguntas, VIII, 14).

También podría gustarte