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Coomaraswamy - DESTINO, PREVISION Y VOLUNTAD LIBRE
Coomaraswamy - DESTINO, PREVISION Y VOLUNTAD LIBRE
Ananda Coomaraswamy
Traducido del original inglés “What is Civilisation and Other Essays”
Golgonooza Press 1989
El campo para proceder desde la potencialidad al acto es el que corresponde a la libertad del
individuo; la “voluntad libre” del teólogo es, de acuerdo con la parábola de los Talentos, una
libertad para hacer uso o rechazar la oportunidad de llegar a ser lo que uno puede llegar a ser
bajo las circunstancias en las que uno nace; consistiendo estas “circunstancias” del ser nacido,
en su propio cuerpo y alma, y en el resto de su ambiente, o mundo, entendido como un conjunto
especifico de posibilidades.
No es del todo imposible apartarse de un destino previsto. El destino es para aquellos que han
comido del Arbol, y esto incluye tanto esa “fracción” (prada, amsa) del Espíritu que entra en
todos los seres nacidos, y parece sufrir con ellos, y éstas mismas cosas creadas, en la medida en
la que se identifican “a si mismos” con el cuerpo y el alma. El Destino es necesariamente una
pasión de bien y de mal; es de tal modo que se presenta a si mismo ante nosotros como algo a lo
que podríamos darle la bienvenida o bien evitar, a la vez que no podemos rechazarlo sin dejar de
convertirnos en otro del que somos. Esta aceptación nos la explicamos a nosotros mismos en
términos de ambición, coraje, altruismo, o resignación, según los casos. De cualquier manera, es
la propia naturaleza de uno la que nos obliga a perseguir un destino del cual somos prevenidos,
sea tan fatal como sea el resultado supuesto. La inutilidad de los avisos es un tema característico
de la literatura heroica; no tanto por el hecho de que los avisos sean puestos en duda, sino
porque el honor del héroe le requiere continuar como había empezado; o porque en el momento
critico el aviso es olvidado.
El destino no debe ser confundido con el pesar. El deseo presupone una posibilidad que bien es
actualmente tal, bien es imaginada como tal. No podemos desear lo imposible, sino solamente
lamentar la imposibilidad. El pesar puede sentirse por lo que ha ocurrido, pero esto no es un
deseo que no haya tenido lugar; es de lamentar que “haya tenido que ocurrir” como lo ha hecho;
ya que nada ocurre a menos que sea por necesidad. Si hay una doctrina sobre la que la ciencia y
la teología están perfectamente de acuerdo, es aquella según la cual el curso de los
acontecimientos esta determinado causalmente; como dice Sto, Tomás, “Si Dios gobernara solo
(y no también por medio de causas mediatas) el mundo estaría desprovisto de la perfección de la
causalidad… Todas las cosas (pertenecientes a la cadena del destino)… son hechas por Dios por
medio de causas segundas” (Suma Teológica I. 103 7 y 2, y 116 4 y 1). El Svetascatra
Upanishad (I. 1-3) distingue de manera similar Brahman, Espiritu de Dios, como sobre-causa,
de su Poder o Medio-de-operación (sakti=Maya, etc) conocida como tal por los contemplativos,
pero “considerada” (cintyam) como una pluralidad de “combinaciones causales de tiempo, etc,
con el espíritu pasible” (karanani kalatmayutkam), el cual “porque no es una combinación de
series, tiempo, etc” no es el señor de su propio destino, en la medida en la que permanece
olvidado de su propia identidad con el Espíritu trascendental. Una vez mas, de la misma forma,
Sankaracarya, explica que Brahman no opera arbitrariamente, sino de acuerdo con las
propiedades variables inherentes a los caracteres de las cosas como son en si mismas, cuyas
cosas deben su ser a Brahman, pero son responsables individualmente de sus modalidades de
ser. Esta es, por supuesto, la visión ortodoxa tradicional; como lo expresa Plotino, (VI 4.3)
“todo es ofrecido, pero el recipiente es capaz de tomar solamente una cantidad”, y Boehme “así
como es la harmonía, en la forma de la vida en cada cosa, así es también el sonido de la voz
eterna en ellas; en lo sagrado, sagrado, en lo perverso, perverso, … por tanto ninguna criatura
puede culpar a su creador, de que lo haya hecho malo” (Signatura Rerum, XVI, 6, 7 y Cuarenta
Preguntas, VIII, 14).