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Este artículo es el único que contiene un análisis exhaustivo de la fase preedípica de los
niños de ambos sexos. Además es un tratamiento sistemático del tema, basado -según
las mismas palabras de la autora- en su " ... colaboración con Freud, que comenzó en
1930 y fue registrada por escrito en notas tipeadas después de las discusiones con Freud
además de sus comentarios marginales, sus ideas y sugerencias .- . . " Es precisamente
esta colaboración lo que da al artículo, que la autora presentó en el número del
Psychoanalytic Quarterly dedicado a la conmemoración de la muerte del fundador del
psicoanálisis, un valor adicional como enunciado indirecto y póstumo de las opiniones de
Freud sobre el tema.
Hemos suprimido las dos primeras páginas del artículo original por considerarlas
innecesarias en la actualidad, e intercalado subtítulos para facilitar el estudio de esta
importante contribución.
Robert Fliess
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El COMPLEJO DE EDIPO Y
LA FASE PREEDIPICA
Por complejo de Edipo no sólo entendemos el apego positivo del niño con el progenitor
del sexo opuesto, sino sobre todo la situación del triángulo: el niño apegado
positivamente a uno de los padres y que siente rivalidad hacia el otro. La fase preedípica,
por otra parte, constituye para ambos sexos el período más temprano de apego a su
primer objeto amoroso, la madre, antes de que el padre llegue a convertirse en su rival.
En este período la relación entre la madre y su hijo es exclusiva, aunque están presentes,
por supuesto, otros individuos en el mundo exterior, especialmente el padre quien es un
objeto de afecto y de admiración, pero también de enojo cuando interfiere en la
preocupación de la madre hacia el niño. Pero aún no es un rival, ni el estrecho vínculo
entre la madre y el niño se divide, como luego sucede, entre los diversos individuos del
medio. La única persona que comparte la relación madre-hijo es la niñera, cuya imagen
casi siempre queda fundida con la materna.
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Los fenómenos de la fase preedípica deben describirse con sus propios términos y no con
los del complejo de Edipo. Como la fase preedípica abarca desde el comienzo de la vida
hasta la formación del complejo de Edipo es obvio que el descubrimiento de la diferencia
sexual ocurre casi
(1) Jeanne Lampll de Groot describe esta situación en "La evolución del complejo de
Edipo en la mujer", en este volumen (cap. V).
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Existen tres grandes pares de antítesis a lo largo de todo el desarrollo libidinal que se
mezclan, se superponen y combinan sin terminar por coincidir o sustituirse uno al otro en
última instancia. Los dos primeros caracterizan a la infancia y a la niñez; el último a la
adolescencia. Estos son: 1) activo pasivo, 2) fálico-castrado y 3) masculino-femenino.
De manera esquemática, y sólo así, podemos decir que son sucesivos, cada uno
característico de su determinado estadio evolutivo. Intentaremos definir cada etapa con
los propios términos antes que con los términos de la siguiente.
El primer par antitético, activo pasivo, gobierna los comienzos de. la vida.
Evidentemente, el niño es en gran medida pasivo; a menudo se le debe enseñar hasta a
respirar y succionar. Nos vemos tentados a afirmar que el desarrollo consiste en gran
medida en alcanzar la actividad a partir de esta pasividad previa. Pero nos abstenemos
de realizar tal generalización porque no sólo ignoramos la naturaleza esencial de la
pasividad y de la actividad, o su relación mutua, sino que además todavía se discute si la
pasividad se convierte en actividad o si ciertos impulsos evolutivos son específicamente
activos y otros pasivos, y si durante el curso de la evolución los impulsos activos se hacen
más numerosos e intensos y, por lo tanto, ocupan más lugar. Lo que vemos y lo que
somos capaces de rastrear, al menos en forma descriptiva y quizá dinámica, es una
actividad en constante crecimiento por parte del niño. Aprende a sentarse en vez de estar
en los brazos de los adultos; alcanza su propia mamadera (tetero) en vez de recibirla
meramente, etc. Lo que aprendemos es que cada pequeño monto de actividad está
basado hasta cierta medida en una identificación con la madre activa, identificación que
da forma a la actividad inherente al niño que hace para sí mismo lo que la madre ha
hecho por él, cumpliendo roles tanto de madre como de niño de una manera típica infantil.
Es verdad, el niño cumple el rol de madre no sólo hacia sí mismo sino también hacia otros
niños, animales y juguetes, y en última instancia sobre todo hacia la misma madre.
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época. De modo que el sexo del niño es inmaterial y debe señalarse que el rol de, la
madre, en esta época anterior a la diferenciación sexual, no es femenino sino activo.
2 Freud: ibid.
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tenido en los dos artículos de Freud sobre la sexualidad femenina, porque constituyen el
fundamento esencial tanto para el estudio del desarrollo en el varón como para las
posteriores investigaciones de estos fenómenos en la niña.
Volvamos ahora a la primera posición del niño en la cual es pasivo con respecto a la
madre activa. El normal desarrollo requiere que la actividad suceda a la pasividad. No
sabemos si la pasividad permanece, se abandona o se convierte. Desde el punto de vista
clínico parece ceder su lugar a la actividad. Pero es muy variable el grado en que una
característica reemplaza a la otra. En los varones este proceso es más enérgico que en
las niñas y, sin duda, mayor la cantidad real de actividad. El carácter original del niño
depende en gran medida de la proporción relativa de actividad y pasividad.
Es evidente que la primitiva actividad del niño es una copia de la madre, o al menos lo
parece. Este es el tipo de identificación más fundamental y primitivo, cuya existencia
depende únicamente de que se reemplace la pasividad por la actividad y, en
consecuencia, el apego a la madre por una identificación con ella, independiente de todo
vínculo emocional.
Se podría afirmar que la incapacidad del niño para producir una actividad adecuada es
una de sus primeras anormalidades. Entonces predomina la pasividad. Pero además de
los elementos constitucionales, ¿qué interfiere en la producción normal de actividad en
esta temprana edad?. Las observaciones realizadas con bebés han demostrado aquí su
utilidad. En forma breve se podría decir que todo acto de identificación con la madre
realizado con éxito hace a ésta menos necesaria para el niño. A medida que va siendo
más prescindible, el niño rechaza las restricciones y exigencias que la madre se ve
obligada a hacerle. El niño, que ha logrado realizar la difícil tarea de revivir activamente lo
que antes experimentaba en forma pasiva -y aquí adquiere toda su importancia la
compulsión a la repetición- defiende con especial energía la actividad recientemente
adquirida. Es su posición libidinal ganada lo que el niño guarda celosamente. Toda
actividad de parte de la madre es probable que sea rechazada. Por lo tanto, a menos que
la madre acepte un rol más o menos pasivo es, en el mejor de los casos, prescindible.
Frente a su mera presencia el niño reacciona con una especie de agresión primitiva y
defensiva que es el subproducto y la protección de su actividad además de la defensa
contra su pasividad original escasamente superada.
La atracción de toda posición libidinal anterior es muy profunda; todo paso evolutivo
requiere un gran esfuerzo, y por lo tanto se defiende con energía. La agresión verdadera
surge de modo inevitable cuando la madre se ve obligada a impedir esta actividad
incipiente, sea prohibiéndola o forzándolo a realizar ciertos actos. Es evidente que la
consecuente agresión producida por la actividad original ahora está dirigida
específicamente hacia la madre, quien en este momento está investida de autoridad para
restringir, prohibir y ordenar según los requerimientos de la situación y en virtud del hecho
de que hasta el momento de su desvalorización como ser castrado, no sólo es activa
fálica, sino también omnipotente.
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Este es quizá el más simple de todos los modos en que surge la agresión. En la realidad
nos enfrentamos con situaciones mucho más ominosas. Las primeras heridas
narcisísticas que infiere la madre acrecentan enormemente la hostilidad del niño. La más
importante de estas heridas, que no intentaré enumerar en detalle, son el destete, el
nacimiento de un hermano o hermana, la relación entre el padre y la madre, el rechazo
sexual de la madre hacia el niño de cualquier sexo y, finalmente, la desvalorización de la
madre como resultado de su castración. Sobre la base de estas heridas se perfila un
conflicto que exige reprimir la agresión dirigida hacia la madre. Pero mientras que toda
actividad está asociada a la hostilidad reprimida, una gran cantidad de actividad normal
debe perderse para asegurar la represión. Un individuo que no puede avanzar en su
evolución comúnmente regresa; cuando la actividad que demanda el desarrollo está
bloqueada, tiene lugar una regresión más profunda hacia un nivel aun más antiguo y
pasivo. Sabemos que el interés en los órganos genitales y el descubrimiento de la
diferencia sexual coinciden con un "empuje" biológico que sucede alrededor del tercer
año de vida, cuando comienza el período fálico. El despertar orgánico del genital fálico
conduce al gran período de la actividad sexual infantil. Se intensifican los deseos
libidinales del niño hacia la madre, los pasivos y especialmente los activos. Estos deseos
están acompañados por la masturbación fálica, clitoridiana en la niña. Pareciera que el
niño pasa con relativa facilidad desde esta etapa predominantemente pasiva de apego
preedípico a la madre, al característico complejo de Edipo activo y normal. Por supuesto,
la fase correspondiente en la niña pequeña es aún preedípica. Mientras que la libido
genital está en su culminación, el niño percibe la castración de la madre y finalmente
acepta todas sus implicaciones. Bajo la amenaza de castración por el padre, el niño
abandona a la madre como objeto amoroso y dirige su actividad hacia la formación de su
superyó y sus sublimaciones, ayudado sin duda por una actitud levemente despreciativa
hacia el sexo castrado por el hecho de que, al poseer él mismo el falo, no necesita tanto
como la niña que el objeto amoroso lo posea. No es la castración de la madre, sino la
amenaza a su propio pene lo que provoca la destrucción del complejo de Edipo en el
niño.
Pero el proceso es muy diferente en las niñas. En este caso, la castración de la madre no
sólo significa la desvalorización del objeto amoroso y la posibilidad de la propia castración
como en el caso del niño; es, sobre todo, el derrumbe de sus esperanzas de poseer un
pene. La niña abandona a la madre como objeto amoroso con mucha mayor amargura y
decisión que el varón. Trata de transferir su libido al padre, proceso colmado de
dificultades debido a la tenacidad del apego preedípico pasivo y activo a la madre. En la
niña normal, son esencialmente las tendencias pasivas las que al identificarse con la
madre castrada transfiere con éxito al padre en la fase edípica, y al marido en la vida
adulta. En este momento los impulsos activos son sublimados y sólo mucho después
alcanzan su amplitud real en la relación de la mujer con su propio hijo, en su identificación
final y completa con la madre activa.
Aquí quisiera llamar la atención hacia una breve observación clínica. Entre el apego de la
niña a la madre y el posterior al padre, algunas veces
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En la niña adolescente la ola de libido pasiva, es decir, el objetivo pasivo provocado por la
menarca y el despertar de la vagina, está dirigido hacia el padre, intensificando la posición
libidinal edípica que ahora llamamos femenina.
EL PERIODO PREEDIPICO
Hasta aquí han llegado nuestras investigaciones acerca de los tres pares de antítesis.
Ahora volveremos a nuestro punto de, partida para analizar el principal fenómeno del
período preedípico, la exclusiva relación madre-hijo. La relación del niño con su madre es,
obviamente, el fundamento de su vida psíquica, la base y prototipo de todas las
relaciones amorosas posteriores. Podemos estudiarla desde dos puntos de vista: primero,
en relación con las zonas implicadas, oral, anal y genital; y segundo, desde el otro ángulo
del desarrollo libidinal que hemos estado considerando: desde el punto de vista
activo-pasivo en la primera etapa, y desde el punto de vista fálico-castrado en la posterior.
Quisiera decir una palabra acerca del concepto de madre fálica, concepto que nos resulta
familiar a partir de las fantasías de neuróticos, psicóticos y niños normales y anormales.
Mientras que en la realidad existen madres activas y castradas, la madre fálica es un
mero producto de la fantasía, una hipótesis infantil elaborada después de descubrir el
pene y la posibilidad de su pérdida o ausencia en las niñas. Esta hipótesis está destinada
a asegurarle a la madre la posesión del pene, y probablemente surge en el momento en
que el niño comienza a dudar si la madre lo posee o no. Previamente, en la fase
activo-pasiva, es muy probable que el órgano ejecutivo de la madre activa sea el pecho;
entonces se proyecta la idea del pene hacia la madre activa de esa época una vez que el
niño ha reconocido la importancia de ese órgano. Esta es una fantasía de carácter
regresivo y compensatorio. Seguiremos utilizando el término "madre fálica", primero
porque esta idea prevalece en las neurosis y psicosis, y segundo porque, sea
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la idea primaria o regresiva, el término alude a la madre todopoderosa, .la que es capaz
de todo y que posee cualquier atributo valioso.
En esta temprana edad el único contacto posible con el niño es físico; por lo tanto, nada
iguala la importancia del cuidado físico que la madre o niñera proporcionan al niño. Toda
su vida psíquica corre paralela a estos cuidados. El rol del niño es predominantemente
pasivo, y sólo llega a ser activo en respuesta directa a ciertos estímulos. El cuerpo como
un todo, con sus zonas erógenas en particular, incluyendo la piel que cumple en esta
etapa un papel tan importante, debe ser cuidado y aseado. Sabemos que los cuidados
físicos realizados con habilidad son fuente de intenso placer para el niño e, igualmente,
que un cuidado brusco o inexperto tiene un efecto traumático. Parecería que el primer
apego a la madre, que es de naturaleza tan pasiva, extrajera su fuerza y tenacidad en
gran parte de estos cuidados físicos y, por supuesto, de la alimentación del niño. No
existe duda acerca de la naturaleza sexual de la respuesta infantil. La relación madre-hijo
parece tan inocente sólo porque en esta temprana edad el órgano genital desempeña un
papel muy pequeño; entonces, la naturaleza del amor infantil es difusa y sin objetivos, y
parece "inofensiva''. El placer se obtiene de innumerables fuentes; el apetito del niño por
él es azaroso y sin objetivo particular; quizás sea ésta una de las razones por la que
nunca queda saciado.
Hemos dicho que el desarrollo implica una creciente actividad; entonces esperamos
encontrar, como en verdad sucede, que el niño intente repetir activamente cada detalle de
los cuidados físicos que ha experimentado en forma pasiva. También aquí estoy obligada
a omitir ejemplos concretos, con una importante excepción: la madre cuando está
bañando o cuidando al bebé, siempre toca sus órganos genitales. Un nuevo progreso en
la actividad se alcanza cuando el niño, en vez de permitir que su madre toque esa zona y
experimentar sensaciones placenteras en forma pasiva, la toca él mismo no para lavarse,
sino simplemente para provocar esas sensaciones de placer que descubrió con los
cuidados de la madre. Esta es la base primitiva de la masturbación infantil, la primera
experiencia en que esta masturbación es una repetición voluntaria. La fantasía fálica más
temprana del niño es sin duda la de desempeñar el rol de la madre consigo mismo,
tocando sus órganos genitales y despertando así las mismas sensaciones placenteras
que originariamente causaba su madre. De este modo, los cuidados físicos de la madre
con los órganos genitales han constituido una verdadera seducción, y así lo considera el
niño. La culpabilidad de la madre se duplica cuando más tarde prohíbe lo que ella misma
ha provocado: la masturbación fálica. En observaciones de niños pequeños, y además de
cierto tipo primitivo de adultos en análisis, se puso de manifiesto que el objetivo genital
pasivo probablemente persiste hasta mucho después de que el niño ha asumido el rol de
la madre. A pesar del gran despliegue de actividad, el niño al principio de la fase fálica
aún desea que su madre toque sus órganos genitales.
Cuando se dice que los cuidados físicos que le prodiga la madre al niño constituyen la
base de la masturbación infantil, no se disminuye ni menosprecia la importancia de la
escena primaria como estímulo sexual
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que con frecuencia inicia la masturbación. El punto es que los cuidados físicos de la
madre proporcionan un estímulo de la escena primaria.
Es más fácil discernir la fase fálica que la oral y anal. La verdadera fase oral transcurre
mientras el lenguaje del niño es aún demasiado inarticulado como para proporcionarnos
algún material. La etapa anal, al comenzar aproximadamente a los dos años, es más
expresiva. Aquí se inicia el dar en contraposición con el recibir, más pasivo de la etapa
anterior. Por supuesto que el dar activo ha estado presente hasta cierto punto desde el
primer día de vida, manifestado en los actos espontáneos de la defecación y micción. En
la etapa fálica la actitud activa toma el mando. En la regresión que a menudo sucede a la
aceptación de la castración femenina, al final de la etapa fálica, es posible observar fases
orales y anales en forma más clara debido a que el niño se parece más al adulto a la vez
que ha aumentado la articulación de su lenguaje.
Hemos dicho que los cuidados físicos del niño proporcionan la base de la masturbación
infantil, con sus fantasías orales, anales y fálicas y su intercambio de roles pasivos y
activos. Pero también dijimos que hay algo más que estamos habituados a asociar con la
masturbación infantil y es la escena primaria. Mientras que la relación madre-niño es
exclusiva, tienen mínima importancia para el hijo las relaciones entre los progenitores.
Pero en el momento en que se forma el complejo de Edipo activo del niño o la niña, las
relaciones entre los padres se convierten en objeto de intenso interés y celos. Sabemos
que el niño aprovecha toda oportunidad para observar la vida sexual de los padres y que
cuando no le es posible hacerlo, encuentra algún sustituto aunque sólo sea en la fantasía.
Siempre nos hemos preguntado cómo puede el niño comprender las relaciones sexuales
de los padres. La respuesta la encontraremos en la temprana relación física del niño con
la madre.
Con frecuencia observamos que el niño no sólo se identifica con el padre rival en su amor
hacia la madre, sino que también identifica al padre consigo mismo. ¿Qué hace el padre
con la madre? La respuesta del niño es que sin duda realiza los mismos actos que le
proporcionaron tanto placer; por ejemplo, en la fantasía oral, la madre da de mamar al
padre. Ahora bien, mientras que el acto de mamar es en parte activo, como todo acto
humano, es sin embargo en gran parte también pasivo, sin duda porque ocurre en una
etapa de la vida del niño en que éste es abrumadoramente pasivo. Debe recordarse que
hasta entonces no existe diferencia sexual entre los padres. Luego, en la fantasía de la
relación oral entre los padres, el rol del padre es en parte pasivo. Pero un rol pasivo del
padre suena contradictorio hasta llegar al absurdo. Sin embargo debemos tener en cuenta
la capacidad del niño para proyectar sus propios deseos sobre los demás, así como el
hecho de que en este estadio lo pasivo y lo activo no están asociados a la diferencia
sexual puesto que ésta aún no existe para el niño. La contraparte de la fantasía oral
pasiva de mamar es la fantasía oral-activa de dar de mamar. Aquí la madre es
amamantada por el niño o por el padre. Nunca debemos olvidar que toda fantasía pasiva
tiene su contraparte activa y que este juego de intercambio de roles es una de las
características
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En la fase fálica, el deseo original pasivo del niño es ser masturbado por la madre.
Además el niño adscribe este deseo pasivo al padre, de acuerdo con el mecanismo
descrito en la fantasía de mamar. En esta época se forma el deseo activo de tocar los
órganos genitales de la madre; las prohibiciones e influencias inhibitorias han sido lo
suficientemente fuertes como para limitar él hecho pero no la fantasía, y no siempre han
logrado limitar el deseo de verlos. En consecuencia, el concepto más común del coito o el
equivalente en la fase fálica, en la cual aún se ignora la vagina y todavía no surgió la
necesidad de penetrarla, es tocarse mutuamente los órganos genitales. Esto es lo que los
niños hacen entre ellos cuando intentan imitar el coito de los padres.
De este modo vemos que mientras el coito parental es incorporado a la fantasía edípica
del niño y a su masturbación, sin embargo la comprensión y el interés que brinda al coito
parental están basados en sus experiencias preedípicas con la madre y en los deseos
concomitantes. El factor biológico obviamente sobrepasa los demás; los animales son
capaces de realizar el acto sexual sin ningún proceso de aprendizaje previo. Sin duda en
la pubertad entran en juego fuerzas que permiten al individuo tener relaciones sexuales
independientes de sus experiencias u observaciones previas. Pero lo que siempre nos ha
sorprendido no es la capacidad del adolescente para establecer relaciones sexuales, sino
la asombrosa comprensión que demuestra el niño de tres o cuatro años de las relaciones
sexuales de sus padres. Pero esto no es tan misterioso si consideramos no sólo los
conocimientos hereditarios e instintivos, sino también las experiencias físicas reales del
niño en manos de la madre o de la niñera.
3 Freud: ibld., pág. 134.
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A modo de hipótesis podemos decir que existen tres tipos de actividad infantil. El primero
es un tipo de actividad muy familiar de la madre que todo provee, que observamos en la
primera identificación del niño con ella. El segundo, también conocido y mucho más
tardío, surge de la identificación con el padre edípico. Este tipo de niña es incapaz de
lograr el éxito pleno, aunque lo intente reiteradamente. (Conocemos estos intentos y
fracasos cuando observamos las relaciones homosexuales de las mujeres y su rivalidad
con el hombre). El pequeño con deficiencias temporarias evolutivas más que las físicas
irremediables y que posee todo el potencial de identificación con el padre, alcanza
realmente el rol adecuado del padre hacia la madre, a la que renuncia sólo bajo la
amenaza edípica de ser castrado por el progenitor.
Pero existe un tercer tipo de actividad que no es muy familiar en el niño de ambos sexos,
en apariencia inherente al individuo a independiente de los mecanismos de identificación.
Como no conocemos la naturaleza de esta actividad para describirla nos vemos obligados
a recurrir a una analogía. En la ópera, el papel del joven paje, que casi siempre está
representado por una mujer, personifica este tipo de actividad, característico del niño no
castrado o más bien sexualmente indiferenciado. Una paciente con un fuerte apego a la
madre dijo: "No es que quiera ser un hombre. Creo que en realidad quisiera ser un niño
pequeño". Su fantasía infantil favorita había sido ser un paje del rey.
La actividad requerida para la identificación con el padre utiliza sin duda toda forma
preexistente y luego le agrega el sello final de masculinidad.
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Este tipo de actividad último e inclusivo nunca es plenamente alcanzado por la niña.
Analicemos ahora la masturbación fálica de la niña, que es menos conocida que la del
varón. Es un hecho sorprendente que muchas mujeres adultas no conozcan nada de la
masturbación ni del orgasmo. Quizá no sea correcto llamar frígidas a estas mujeres; son
receptivas en el coito y su placer, aunque difícil de describir, es innegable. Pero es más
bien de carácter difuso que específico, y no presenta la curva alta y aguda típica del
verdadero orgasmo.
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hacia las mujeres, la niña, incapaz de ese sentimiento debido a su misma naturaleza, se
libera de la madre con un grado de hostilidad mucho mayor que el del varón. En la niña, la
madre y la masturbación fálica están tan íntimamente relacionadas que parece razonable
creer que la pérdida de una implica la desaparición de la otra. Mientras sin duda se utiliza
el clítoris durante la etapa del complejo de Edipo positivo porque el niño está obligado a
recurrir a cualquier medio que posea, es cierto que el objeto original y más adecuado de
la actividad clitoridiana es la madre. Por lo tanto, aunque la niña utilice más adelante su
clítoris en la masturbación con fantasías edípicas pasivas, su rol original se ha perdido, en
otras palabras, se ha reprimido con el objeto original. Todos conocemos casos tan difíciles
en que la masturbación fue reprimida en forma tan enérgica y tan tempranamente que su
redescubrimiento durante el análisis parece casi imposible. No obstante, estas mujeres
pueden presentar una fuerte fijación paterna, expresada en diversas fantasías edípicas
que, sin embargo, no están acompañadas por ninguna actividad masturbatoria física.
Recuerdo un caso particularmente ilustrativo de una mujer con un apego paterno muy
fuerte sin ninguna clase de masturbación física. Su análisis demostró que había tenido un
vínculo muy intenso con una niñera que había sido despedida cuando la paciente tenía
dos años. La paciente inmediatamente trasladó su amor por la niñera a su padre con el
cual la unió un lazo extraordinariamente poderoso. Pero pudo recordar su masturbación
tan completamente reprimida desde los dos años sólo al final de un análisis muy extenso
y exitoso, durante el cual se reveló que su represión coincidía exactamente con la
represión de su fijación materna, o en este caso, su sustituto.
Como sabemos, no todas las niñas abandonan la masturbación junto con su fijación
materna. Las razones de su perduración son múltiples y no es necesario que aquí las
detallemos. Pero es importante señalar que la represión de la masturbación en las niñas
coincide casi siempre con el renunciamiento a la madre como objeto amoroso. Cuando se
recuerda cuán difícil es penetrar las represiones que rodean al primer objeto amoroso de
la niña, se llega a una clave en la tarea igualmente difícil de encontrar la sexualidad
perdida de algunas mujeres.
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EL RENUNCIAMIENTO A LA MADRE
Sabemos que la relación exclusiva entre madre e hija está destinada a desaparecer.
Muchos factores la condenan; el más potente es quizás el de naturaleza más primitiva y
arcaica. La ambivalencia y la pasividad caracterizan toda relación primitiva y por fin la
destruyen. Cuando el carácter pasivo es demasiado fuerte o cuando factores externos
impiden la actividad deseada prevalecen la hostilidad y la rebeldía.
La actitud edípica del niño pequeño a menudo nos proporciona insight acerca de su
actitud preedípica. Un complejo de Edipo indudablemente fuerte y persistente combinado
con una excepcional dificultad para destruirlo, aun a riesgo de la castración realizada por
el padre, casi siempre significa que existen obstáculos en la producción de una actividad
edípica normal. O bien ha habido demasiada agresión contra la madre por cualquiera de
las razones conocidas, o bien por causas desconocidas, el vínculo pasivo ha sido
demasiado intenso. En estos casos el niño se aferra obstinadamente a su relación edípica
activa que ha logrado con tanta dificultad. El cuadro clínico es el de una profunda fijación
materna en nivel edípico, pero un estudio más detallado revela que gran parte de la
fijación es pasiva en vez de activa, y preedípica en vez de edípica.
Ya hemos analizado el destino de la relación de la niña con su madre y hemos visto que
las frustraciones del período preedípico proveen la base de los celos y el antagonismo
manifestado por la niña en el complejo de Edipo normal. Además del hecho de que estos
niveles primeros del desarrollo están amenazados por el cambio, la represión y la
extinción, hay otros rencores definidos que el niño siente hacia la madre como resultado
de hechos traumáticos externos. Cuando hablamos de las causas de la agresión hacia la
madre ya hemos mencionado estos rencores, que desempeñan un rol importante en la
disolución final de este vínculo.
Sabemos que un embarazo por lo general cambia la leche de la madre de modo que el
destete se hace necesario. Más tarde, el nacimiento de un hermano o hermana ocupa
también a la madre que, al menos en la fantasía, había estado exclusivamente dedicada
al niño. La hostilidad y celos que al principio están dirigidos hacia el recién nacido luego
se trasladan a la madre que, por supuesto, es la responsable de la presencia del intruso.
El rol del padre ahora comienza a percibirse y relacionarse con el nacimiento del nuevo
hermano. Como para los niños de ambos sexos es fútil la competencia con el padre, es
inevitable el rechazo sexual de la madre.
Se recordará que la madre que había estimulado o iniciado la actividad fálica del niño
mediante los cuidados físicos, ahora intenta prohibir la masturbación infantil que ella
misma ha provocado y de la cual es objeto.
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Todos conocemos las reacciones más o menos traumáticas del niño frente a cualquier
intento de la madre por suprimir la masturbación, sea acompañado o no de las habituales
amenazas de castración. Casi siempre es la madre quien expresa esta amenaza, pero a
pesar de ello, es el padre quien, según una necesidad biológica, se convierte en castrador
para el niño mientras que la madre retiene su poder sobre la niña. La castración de la niña
por el padre parece ser simplemente una segunda edición, como tantas otras cosas, de la
castración original practicada por la madre.
Es bien conocida la reacción hostil del niño frente a la amenaza de castración. Pero existe
también otra reacción debida indudablemente al miedo culposo del niño a los peligros de
la masturbación. El niño, que teme a la castración pero que sin embargo no puede
abandonarla, establece un pacto tácito con la madre o niñera admonitora. Este es el caso
de los niños que no pueden ir a dormir a menos que su madre los acompañe, que sufren
amargamente el día de descanso de la niñera. Se aferran a la madre o a la niñera con la
esperanza de alejar las horribles consecuencias de la masturbación. Se rebelan frente a
la prohibición de masturbarse pero agradecen la ayuda que se les brinda en su lucha
contra ella. En estos casos es evidente que el renunciamiento a la masturbación a
instancias de la madre ha tenido como consecuencia una exagerada dependencia hacia
ella de carácter pasivo y regresivo.
Pero la madre no sólo rechaza, descuida al niño y le prohíbe masturbarse. Su peor crimen
es su desvalorización como objeto amoroso debido a su castración. Frente a ella el niño
normal reacciona con un determinado grado de desprecio que, modificado, persiste a lo
largo de toda la vida en su actitud posterior hacia las mujeres. '
Ya hemos visto que la niña reacciona de una manera mucho más traumática que el varón
frente a la castración de la madre. Por una parte la madre no le ha proporcionado el
órgano genital adecuado; por la otra, la niña está obligada a admitir que esta omisión se
debe sin duda a la falta de pene en la propia madre. Esta, a quien hace responsable por
tal deficiencia sexual, de modo simultáneo cesa de ser un objeto amoroso debido a su
inferioridad. Cuando la niña llega a reconciliarse en mayor o menor medida con su propia
falta de pene, decide tomar como objeto amoroso a alguien que lo tenga con certeza y
que valga la pena sufrir o, en realidad, aceptar la propia castración para obtener en
cambio su amor. Entonces la castración realizada por el padre adquiere un valor libidinal y
se hace virtud de la necesidad. Aquí la niña se identifica con la madre castrada, y éste
será su rol durante todo el complejo de Edipo pasivo.
LA INFLUENCIA PREEDIPICA EN LA
POSTERIOR FEMINEIDAD
134
Pero el insight adquirido en este análisis y su aplicación a otros pacientes demostró que la
diferencia era meramente de grados, y además que ningún trauma particular tal como una
seducción es indispensable para la producción de este cuadro clínico que en vez de ser
excepcional resultó extraordinariamente común. No es raro que a la mujer analista
acudan pacientes del tipo hipodesarrolladas, primitivas, con escasa heterosexualidad y
una fijación materna infantil e incondicional. Este tipo de pacientes no consulta a analistas
masculinos porque carece totalmente de contacto con el hombre. Toda la vida de la mujer
está determinada por el grado en que logró abandonar con éxito su primer objeto
amoroso y concentrar su libido en el padre. Pero, entre el apego exclusivo a la madre, por
un lado, y la completa transferencia de libido al padre, por el otro, existen innumerables
gradaciones de desarrollo normales y anormales. Se podría decir que el éxito parcial es la
regla y no la excepción, tan grande es la proporción de mujeres cuya libido permanece
fijada a la madre.
Hemos visto cuánto se parece la niña, en su apego preedípico activo hacia la madre, al
niño en su complejo de Edipo activo. Ahora vemos que el niño en el complejo de Edipo
negativo o pasivo se parece mucho a la niña en su relación edípica positiva y pasiva con
el padre. Incapaces de lograr la plena actividad del hombre en su identificación con el
padre, las niñas vuelven a su identificación con la madre activa. Bajo la influencia de la
castración, desplaza su pasividad de la madre al padre. Pero el niño también puede
enfrentarse con obstáculos en su identificación con el padre edípico. El primero de ellos
es la presencia de lo que llamaría ''pasividad nuclear"; esa pasividad original varía
notablemente según la constitución con la que el niño vino al mundo. De alguna manera,
el desarrollo de
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la actividad se detiene sea como resultado de una fuerte tendencia a regresar, a causa de
un punto de fijación desconocido en el nivel preedípico, o de alguna incapacidad
constitucional para sobreponerse a la inercia primaria. Otro factor es una actitud
inusualmente agresiva hacia la madre. Las causas externas de hostilidad son múltiples,
pero además ciertos seres humanos poseen quizá, real o potencialmente, un número
mayor de impulsos agresivos que el normal. Cuando se ve así impedida en su origen la
actividad, es muy probable encontrar huellas de esta deficiencia, tales como daños
somáticos en el plasma germinativo, que se manifiestan en el curso del desarrollo
posterior.
Durante el complejo de Edipo activo del niño la agresión hacia la madre puede
manifestarse como un amor sádico. Pero esta hostilidad fundamental interfiere seriamente
en la formación completa de un amor edípico normal, y la ambivalencia persistente
socava la relación. Estos individuos están sensibilizados a los traumas, y frente a la
decepción y rechazo edípicos con frecuencia hacen una regresión al vínculo materno
preedípico o primario que, como sabemos, pertenece al nivel activo-pasivo y no al
fálico-castrado. Esta regresión le permite al niño neurótico evitar todo el tema de la
castración. La misma incapacidad para aceptar la castración de la madre constituye una
de las causas comunes de la regresión. Entonces se manifiesta el cuadro clínico de la
homosexualidad masculina, en donde sólo se aceptan como objetos amorosos los
individuos fálicos, y en donde la influencia de la fase preedípica es indiscutible.
Pero el principal tipo neurótico que resulta de la fijación preedípica es el hombre con un
complejo de Edipo pasivo. Bajo el stress de la castración materna, el niño se identifica
con ella y toma al padre como objeto amoroso. Ya hemos descrito cómo la niña desplaza
su pasividad desde la madre al padre, y hemos visto que el niño neurótico sigue un curso
similar. Pero el niño que a causa de la castración de la madre desplaza su pasividad hacia
el padre no obtiene ningún beneficio en la transacción. Su amor por el padre amenaza la
posesión de su pene. Los diversos métodos de resolver este dilema están reflejados en
las innumerables manifestaciones clínicas de las neurosis. Cuando el amor del padre es
tan fuerte que se hace intolerable, puede determinar una psicosis paranoide. Algunas
veces, por otra parte, el individuo logra desplazar su pasividad nuevamente hacia el
objeto original, la madre, evitando así la esfera paranoide del padre. En estos casos se
produce una neurosis de característica pendular, oscilando de un progenitor a otro.
Cuando estos individuos logran vincularse en forma más o menos permanente con la
madre, aparece lo que se llama "fijación materna". Siempre se ha supuesto que estos
individuos no pudieron renunciar a su objeto amoroso edípico. Pero un análisis más
detallado nos reveló que la madre a la cual no se puede renunciar es la madre fálica, y
que la relación está dominada no por el amor activo edípico habitual, sino por un apego
preedípico y en gran medida pasivo. Debido a la naturaleza primitiva de este apego
pasivo y tenaz a la madre, la relación entre el hombre y los sustitutos maternos es
intensamente ambivalente. Toda su masculinidad opone resistencia a su pasividad y
dependencia de la madre fálica. Aquí se pone de manifiesto que la persistencia de la
pasividad preedípica determinó una malformación
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del mismo complejo de Edipo, y quizá desempeñó un rol más importante en la génesis y,
seguramente, en el mantenimiento del amor pasivo del hombre hacia el padre.
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