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ALGUIEN

El sol es picante, arduo y fatigoso, el viento leve y paupérrimo no logra refrescarme, mis
manos me sirven como abanico miserable, me detengo unos instantes, seco el sudor que
en gruesas gotas mojan mi cara abotagada. Mi sombra lánguida y cansada imita mis
torpes y cansinos movimientos, ella compañera fiel de mis quimeras, silenciosa y leal
amiga.
Mi cuerpo sudoroso encuentra reposo en un andén donde me siento unos instantes, el sol
y el letargo me invaden por completo. Al otro costado de la calle justo en frente de mi un
chico juega con su monopatín, sus gritos y berrinches comienzan a exasperarme, siento
hervir mi sangre y mis sienes palpitan con vehemencia, mi garganta casi sin quererlo hace
que mi boca malsana exclame un grito blasfemo. - ¡vete de aquí, no me fastidies, hijo de
perra ¡ -, El chico se da media vuelta observándome con esa prepotencia infantil que yo
un día tuve, con esa mirada inquisitiva y burlona, el bastardo se mofa de mí y hace caso
omiso a mis palabras. Su monopatín continúa taladrando mi cerebro.
En un instante de ira me conduzco con furia ciega sobre el chiquillo, lo cojo por la
camiseta y lo adviento cruelmente contra una pared.
Su cuerpo se disloca al contacto con esta y de su cabeza comienza a emanar un hilo de
sangre. Dios, lo he asesinado, y mi ira aun no es satisfecha, el monopatín instrumento del
demonio que ahora levanto en vilo con mi mano poderosa arrojándolo sobre el chiquillo.
Ahora los dos han pagado por su rebeldía.
Dos religiosos apostados al otro costado de la acera, trémulos contemplan la escena sin
mediar palabra e intentan huir de mi presencia endemoniada, pero mi paso agigantado
logra alcanzarlos impidiéndoles el paso, mi uno noventa de estatura, mi indignación y el
odio reflejado en mis ojos acobardan a la pareja de diáconos. De la boca horrorizada del
anciano sacerdote brotan cuatro palabras: - ¡Dios te perdone Hijo¡ - palabras que me
enceguecen aún más y las cuales corto de un bofetón que hace ir de bruces al sacerdote,
la monja lo ayuda a incorporar, el clérigo limpia de sus labios un halo de sangre. Giro mi
cuerpo y como si nada hubiese pasado camino con parsimonia dirigiendo mis pasos hacia
un bar, allí entro con altivez y me ubico en frente del barman a quien ordeno una botella
de Brandy, justo en el espejo de en frente creo ver la figura de un hombre obeso y de
aspecto miserable que no deja de observarme. Una vez la botella de Brandy es puesta en
frente mío me apodero de ella con aciago, la destapo y comienzo a beber con ansiedad.
El alcohol pasa indómito por mi garganta y comienza a envolverme en sus efectos.
Allí atrás la mirada burlona y satírica de aquel hombre continúa asediándome.
-¡Le molesta mi presencia?- De repente una voz ronca y áspera sucumbe en mis oídos. -
si- le contesto con firmeza, - y es más quiero que se aleje de mi ahora, ¡se lo exijo ¡ -.
Créame amigo que quisiera hacerlo, pero me es imposible-, ¿imposible? - contesto
alzando mis ojos y mirando más detenidamente la figura quimérica en el espejo. -¡Acaso
hay algo imposible en este perro mundo¡-.
-si-, contesta el secamente y sin vacilaciones. Bebo otro largo trago y le inquiero esta vez
en un tono más enérgico. -¿Quién diablos es usted? Ya estuvo bueno de tanta cháchara,
respóndame:
¿Quién es usted? - Solo soy un amigo a quien le interesa mucho su alma-. Al escuchar
estas palabras me doy media vuelta con presteza, pero al girar mi cuerpo asombrado
observo que detrás de mí no hay nadie y que en el lugar donde creí ver a aquel misterioso
hombre tan solo un humo denso flota levemente. Mis ojos no dan crédito a lo que
observan y los presiono con mis manos con desespero.
Un olor fétido a azufre se percibe en el ambiente, mis manos cogen con desespero mi
cabeza que niega tácitamente.
-¿le pasa algo señor?- la pregunta inquisitiva del cantinero sacude mi cerebro y me hace
reaccionar. Trago saliva y alzo el rostro, mis ojos abyectos e inyectados en sangre lo
miran fijamente.
-¡si, pasa algo¡- dígame, usted vio a aquel hombre verdad? aquel con el que dialogue
hace solo un momento. -créame señor que no se de quien me habla usted, vi cuando
hablaba, pero solo y la verdad no le tome importancia, pues no es el primero que lo hace
después de haberse tomado media botella de brandy. -¿Solo? no, usted debe estar ciego
o loco que se yo, ese hombre robusto, mal vestido, alguien tuvo que verlo.
El cantinero se toma la barbilla mientras dice. Alguien? quien señor, mire, usted ingreso a
mi bar como a la media noche, ya me hallaba cerrando incluso, créame, usted y yo nos
encontrábamos solos en este lugar. - Basura, maldito mentiroso, era medio día y aquí
había gente, mucha gente, por quien me toma usted, no estoy loco ni mucho menos, se lo
que hago, se lo que veo, no deliro, es más, aquí a mi lado habían dos ancianos en frente
a la barra. -Ancianos? jamás entro aquí anciano alguno, pero no quiero entrar en
contiendas inútiles, es más, no me pague, solo le pido que se marche, solo le pido eso
señor.
-Idiota- le contesto con furia y salgo de aquel lugar con tremules alcohólica, al salir
compruebo que las palabras de aquel maldito cantinero eran ciertas y no encuentro
sentido, es de noche, pero cuando yo entre en aquel bar asqueroso era medio día y hacia
un sol exasperante.
Allí está la esquina, donde ocurrió el incidente con ese chico estúpido y esa pareja de
diáconos fanáticos y arbitrarios, dándome sermones a estas alturas de mi vida. Pero mi
asombro se desborda cuando nuevamente la escena mordaz comienza en aquella misma
esquina, el chiquillo sonriente aparece cual fantasma atormentándome, taladrando mi
cerebro con su maldito monopatín, su cuerpo menudo, frágil y agraciado fulgura cual
estrella en el firmamento, creo desfallecer, mi cuerpo estrambótico débil y titubeante tiene
que aferrarse con ahínco a una valla publicitaria para no dejarse caer.
De repente en la escena aparece otro personaje, es el mismo hombre que vi en el bar,
pero esta vez lleva un ropaje extraño color violeta y escarpado, como el cuerpo de un pez
y sus pies levitan, sus ojos destellan una luz rojiza y en torno a su cuello lleva una túnica
plateada que cubre su ancha espalda, algo lleva en sus manos, como una urna, me es
difuso, no logro descifrar que es. El niño comienza a gritar en un tono cada vez más alto y
en medio de sus gritos la voz de aquel hombre
Se deja escuchar cual trueno impactante, recio, solo y dominante.-Santiago Andrade- mi
nombre es pronunciado y llega como un impulso explosivo a mi cerebro.
-Santiago Andrade- emite nuevamente aquella boca quimérica y extraña, me llevo las
manos a mis oídos y los cubro con fuerza, no quiero escuchar más, mi mente
atormentada ya no soporta. En ese instante otro personaje hace su apogeo, soy yo
mismo, o mi doble no entiendo realmente, este lleva un trofeo en sus manos y se acerca a
mi paulatinamente, mientras estira sus brazos ofreciéndome el galardón. Mis brazos se
aferran con ahínco a aquella valla, una oleada de viento acérrimo comienza a sentirse
envolviendo mi cuerpo, y queriéndome desprender de esta. Creo enloquecer cuando las
voces y blasfemias comienzan a acrecentarse, al unísono soy desprendido en el aire por
el inclemente ventarrón que envuelve mi cuerpo.
Soy expulsado con furia ciega contra aquella pared inclemente, la misma donde yo lance
al chiquillo, caigo pesadamente, me siento desangrar y estoy sin un aliento en mi cuerpo
adolorido y resquebrajado.
Cesa el viento, de mis ojos abotagados emergen lagrimas pidiendo clemencia y perdón
por mis atrocidades, perdón que no me es concedido, vienen a la escena dos figuras
más, son aquellos ancianos, el sacerdote con la cara despedazada, mitad carne, mitad
hueso y la monja llevando en sus manos una hoz, con la cual me amenaza queriendo
degollarme, ante lo cual yo no puedo hacer nada, me siento tan débil que mis rodillas no
me responden, estoy ahora como oveja ante el verdugo, tan solo mi garganta emite un
susurro. -piedad, piedad-.
Una voz torrencial se escucha cual relámpago que impacta en medio de aquella pesadilla
eterna.
-Mataste a un infante y era tu propio Hijo, perro miserable, ahora tendrás que pagar por
esto con tu propia alma, la cual vivificara tu sentencia, él era tu propio hijo, sangre de tu
sangre y lo has asesinado vilmente, cerdo infame ahora tendrás que pagar con tu propia
vida-.
Yo grito desesperado, no entiendo como pude haber matado a mi propio hijo, si nunca me
he casado, durante toda mi vida fui un promiscuo, solo aventuras baratas. De repente una
tercera figura aparece ante mi como contestando a mi angustiosa pregunta, es la mujer de
la cual siempre estuve enamorado, aquella de la cual abuse sexualmente en una noche
de verano, licor y lujuria, ella se acerca hacia mí, de sus ojos azules no queda nada, es un
zombi con ojos descarnados, blancos y sin vida, ella estira su mano huesa y descarga
sobre mi varias bofetadas, las cuales rompen mis carnes y de su boca fantasmal de
repente salen sonidos roncos y ecos de ultratumba.
-sí, soy yo Ana, la misma que tuvo que morir en una sala de partos y dejar solo a mi hijo,
a nuestro hijo, si Santiago, ese chico que hoy destrozaste, cerdo miserable, un tercer
golpe cae en mi rostro el cual me deja sin sentido a los pies de mi amada Ana.
El sol de aquella mañana es picante, arduo y fatigoso, una sirena retumba en medio de
aquellos gritos, berrinches y risas de los chicos que juegan con sus monopatines en
aquella calle.
Hay comentarios sobre un hombre hallado muerto la noche anterior en la misma esquina
donde encontraron muerto al chiquillo destrozado contra una pared, dicen que el deceso
del hombre lo ocasiono un auto, lo hallaron completamente mutilado, adherido a esa
pared, otros dicen que se trató de una venganza, estos se acercan más a la realidad,
porque es cierto eso fue, una venganza, porque alguien vio todo, y ese alguien fui yo.

FIN.

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