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19/6/2019 Yo acuso. Apuntes a un juicio y a una sentencia | ctxt.

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Yo acuso. Apuntes a un juicio y a una sentencia

Tendría guasa que un tribunal otorgara la mayoría de edad a un movimiento


autorreferencial y propagandístico, sin más planes que la propaganda, para
disculpar con ello los errores del Estado y darle al Estado un enemigo de su
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GUILLEM MARTÍNEZ
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18 DE JUNIO DE 2019 Aceptar cookies

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UN JUICIO POLÍTICO. El juicio al procés –esto es, la penalización de la cosa y su culminación


en juicio penal, que se dice rápido–, ha modulado la política –toda; la esp, la cat– desde 2015.
Sus ecuaciones y posicionamientos dramatizados han dibujado bloques en Madrid y en BCN.
Dificultó una moción de censura, impidió aprobar unos presupuestos, determinó unas
elecciones anticipadas. La penalización/el juicio ha modulado un Gobierno tripartito en
Andalucía y, por ende, la posibilidad de asociación de la ultraderecha y las derechas
nacionalistas esp en diversas comunidades autónomas y municipios. Ha afectado a la política
futura en Esp –la credibilidad de la Justicia y de, todo lo contrario, la monarquía, dependerán
de los ingredientes de la sentencia y de su digestión–, y en Cat –por primera vez, el partido más
votado en unas autonómicas fue un partido nacionalista esp–. Las decisiones del Tribunal y de
las Cámaras con los acusados electos han supuesto un menoscabo a la separación de poderes.
Y, en el caso de los eurodiputados, algo próximo a una excepción europea. Finalmente, ha
modulado la naturaleza del mismísimo procés. La penalización, el juicio, ha evitado la catarsis
social ante el fraude político. Por el mismo precio, ha posibilitado mayorías parlamentarias
procesistas en el Parlament, y ha entorpecido y crispado la constitución de ayuntamientos en
Cat. El procés, un movimiento propagandístico, vertical, vital, eléctrico, cuyos mensajes giraban
en torno a una independencia rápida, democrática, inapelable, preparadísima, si bien
inverificable, en 2017 pasa a ser lo mismo, pero con mensajes en torno a la libertad de los
presos. Es previsible suponer que en 2019 su discurso, potente, exitoso, constante, no será ya la
independencia o los presos, sino la sentencia. ¿Cómo empezó todo? ¿Cómo acabará este
capítulo? ¿Cuál es la causa de este juicio?

CAUSA CAUSAE EST CAUSA CAUSATI. Creo que lo que ha pasado es esto. En 2012, en plena
crisis democrática, social, económica y –muy importante– de representación, un Gobierno del
Estado, acosado por todo ello, y acosado por el 15M y por un movimiento plebiscitario
soberanista –alejado de cualquier partido en ese momento– decide solventar todas esas crisis a
través de la solución de una. La representación. Se solventa con sobrerrepresentación, un nuevo
sistema intuido por aquí abajo –algunos de sus ingredientes identitarios estaban ya latentes en el
aznarismo–, pero jamás visto por aquí en su intensidad. El representante, en fin, ofrece a los
representados una nueva relación. Íntima. Eléctrica. Se trata de la futbolización de la política,
de una aventura diaria –en la que participan, por fuerza, los medios de comunicación–, sin
resultados reales, pero con un terremoto de sentimientos compartidos cotidianos. Es un marco
tan potente que, además, sitúa fuera de la democracia a quien no lo comparte. Es tan potente
que, por uso de marcos, la cosa –con antecedentes únicamente reaccionarios– se come con
patatas a la izquierda nacional cat. Sobrerrepresentante y microrrepresentado –al votante solo
se le representa en un aspecto, pero de manera profunda– comparten un lenguaje y un
imaginario que no necesita hechos ni contraste. Con esa nueva representación, un Govern
autónomo reconstruye el Régimen en solitario y en un territorio. Sin ayuda del Gobierno central,
que no entendió que la batalla no era tanto por un Estado propio como por el Estado,
seriamente amenazado y deslegitimado. No entendió que desde Cat se le pedía tiempo y ayuda.
El Gobierno central, así, colaboró poco. En 2014 –y eso fue lo único que dio– ofreció tolerar una
consulta simbólica, sin validación democrática. Se saldó con penas leves de inhabilitación, y
con penas económicas llamativas que –importante– no fueron promovidas por el Gobierno,
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sobrerrepresentación –algo muy costoso en términos sociales, de libertad de información, de
crispación–, y se volvió a repetir, punto por punto, elcookies
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En el horizonte de los protagonistas, en esta nueva edición estaba la inhabilitación y una multa
descomunal. Poco más. De hecho, se exponían a poco más. Los miembros del Govern que no

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estaban dispuestos a ello, aún así, abandonaron el barco en julio de 2017. Para entonces, hacía
pocos meses –según lo declarado por Santi Vila en el juicio– que, a pesar de los titulares de la
prensa cat y esp –absolutamente beligerantes–, se había interrumpido el diálogo entre los dos
Gobiernos. A pesar de esa interrupción, siempre hubo contactos y posibilidad de acuerdos,
hasta una fecha tan tardía como poco antes del 27O. Falló, no el material a acordar –en ningún
momento se negoció la independencia o un referéndum–, sino la confianza entre ambos
Gobiernos, que ya participaban de culturas y referentes diferentes. En esta ocasión, en esta
segunda emisión de electricidad y de una consulta, el Gobierno Central cambió de táctica. Optó
por la vía penal. Si la causa de la causa es causa de lo causado, ¿que ha sido lo causado para
llegar al TS como causa?

LO FORMAL. Poco. Los días 6-S y 7-S se aprobaron dos leyes de desobediencia. Una fue una ley
de referéndum. Otra, una proto-constitución, incomprensible. Lo incomprensible: era
postdemocrática, se unían los poderes bajo el Ejecutivo. ¿Es necesario, en un movimiento
propagandístico, que pugna por los significantes vacíos, por no verbalizarse, verbalizarse tanto y
de manera tan contraproducente? Ambas leyes fueron, en todo caso, neutralizadas por el TC.
No se desobedeció, en ese sentido, al TC, si bien las leyes fueron defendidas a ultranza por los
políticos en los medios y en la política, esa cosa que transcurre en los medios y, cada vez
menos, en la realidad. Nunca fueron aplicadas, en todo caso. De hecho, fueron intrínsecamente
negadas. Tras el auto del TC, no hubo gasto alguno en el referéndum. El 1-O se llegó a un
referéndum sin referéndum. Bastó para ello una multa diaria del TC a los miembros de la Junta
Electoral, que fueron cesados por el Govern, no sea que la pagaran. Se coqueteó con una DUI.
Me temo que en tanto se creyó que una DUI era una declaración –una declaración a la prensa,
quiero decir, sin trasfondo real–. Finalmente, se simuló emitirla el 27-O, bajo la forma de una
resolución en la que se invitaba al Parlament a que, algún día y a alguna hora, se tomara una
DUI en serio. En la emisión de la DUI pesó más la pugna por el marco indepe –ese Chicken
Game que JxC y ERC aún juegan impidió que Puigde convocara unas elecciones que perdería–
que la voluntad y la previsión de una DUI. Ese mismo día se aplicaba el 155, que algunos
consellers suplicaban en ámbitos privados para antes. No hubo resistencia alguna. La
colaboración con el Estado fue, en algunas ocasiones, más allá del deber. El resumen de todo
ello es que un Govern emitió declaraciones periodísticas –y una de indepe–, sin valor real
alguno. Que practicaron la desobediencia el 6-S y 7-S, si bien luego se ciñeron a la opinión del
TC, y que el 1-O respetaron la decisión judicial de prohibir el referéndum, si bien delegaron la
celebración de un referéndum a la ciudadanía, sin explicarles que ya no era un referéndum y
exponiéndola con ello a una violencia policial inusitada. Sí, la clase política procesista,
sobrerrepresentada, son unos impresentables. Pero adheridos a una tradición, en la que se
insiere como política la declaración a micrófono no contrastada. Una tradición en la que
puedes prometer un referéndum vinculante de entrada en la OTAN y, finalmente, ofrecer uno
consultivo de salida. Una tradición en la que un presi de Gobierno puede mentir sobre la
autoría de un atentado para afianzar el resultado en unas elecciones, exponiendo con ello la
seguridad europea. La mentira, la deshonestidad, no es de por sí materia del Código Penal. ¿Por
qué hemos llegado a ese extremo?

LO INFORMAL. Si el procesismo es un entramado propagandístico exitoso, pero emisor de


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Incluso en ese tramo penal, y antes, no seAceptar
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como si la amenaza fuera seria. No emitió,
por ejemplo, ningún Estado de sitio. Es posible no descartar que el Estado accediera a la vía
penal, desproporcionada, por esa vivencia personal desproporcionada llamada humillación. El

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Estado, a través de sus policías, fue humillado en el juego absurdo de perseguir un referéndum
que ya no lo era. Fue humillado buscando papeletas por toda Cat, encontrando alijos de
papeletas que, inmediatamente, eran repuestos en otra imprenta. Su único éxito fue el hallazgo
de la correspondencia electoral –algo, por otra parte, irrelevante en un no-referéndum–, en
Unipost, la empresa, por otra parte, que se encarga siempre de enviar la correspondencia
electoral. Fue humillado al no tener la capacidad de encontrar las urnas –no sólo no
encontraron las más de 2.000 urnas del referéndum, sino tampoco otras más de 2.000,
adquiridas por si encontraban las primeras–. Fue humillado antes del 1-O, a través de una orden
del TSJC, en la que se impedía un referéndum en el que participarían dos millones de personas
–algo sumamente difícil de impedir sin utilizar napalm–, pero que ya no era un referéndum por
decisión del Govern. Fue humillado por los mandos policiales enviados a Cat, que fueron
incapaces de planificar algo razonable para el 1-O. Fue humillado, internacionalmente, con la
actuación policial del 1-O. Paralelamente se produjo otra humillación, quizás más determinante.
La del rey. En agosto de 2017, el rey –me dicen– se sintió humillado por el trato recibido por la
clase política y por la ciudadanía con motivo de la manifestación contra los atentados
integristas. Esa humillación adoptó formas parecidas a la furia. La furia estaba latente, o
crecidita, el día 2-O. Ese día Puigde había grabado una entrevista en la BBC. Se suponía que en
ella hablaba de una DUI –finalmente, no fue así; fue la palabrería de siempre–. Tras un contacto
con la BBC, la Casa Real empezó a escribir, unilateralmente, el discurso del 3-O, que
posteriormente fue presentado a Rajoy para su refrendo. Rajoy, en ese momento, impresionado
por los resultados no calculados de la violencia policial del 1-O, estaba por enfriar la cosa. No
obstante, refrendó ese discurso calentito. Un discurso escrito antes desde la experiencia
personal –el calentón, vamos– que desde la observación de la realidad –no había ganas, pero
tampoco opciones para una indepe, salvo la violencia desmesurada del Estado–. En el discurso
no se meditaba sobre la violencia vertida, sino que se anunciaba más. Se ha dicho que alguien
en Zarzuela dijo ese día: “Hoy hemos perdido Cat, pero hemos ganado Esp”. Lo que no está tan
claro. Sí, el Estado se puede permitir 40 años con un territorio falto de adhesión –eso ya ha
pasado–. Pero no está claro que eso no salpique al resto del Estado si se opta por estilismos no
democráticos. El rey –su discurso ha sido citado en campaña por Vox, C’s y PP– supone el fin de
cualquier posible reforma del Estado. Y la penalización de cualquier intento. Sólo el tiempo dirá
si es una reformulación de la democracia esp. En todo caso, fue el pistoletazo de salida de la
reacción penal del Estado. El informe final de Fiscalía habla de ese discurso como momento
fundacional de su trabajo y de su punto de vista. La vía penal, y no sólo eso, sino la petición de
cargos y condenas desproporcionadas nacen con ese discurso. La monarquía ha hecho una
apuesta de su siglo XIX y su primer tercio del XX.

DIFÍCIL PENALIZACIÓN. La Fiscalía ha apostado, desde el principio del juicio a su fin, por los
cargos de rebelión, malversación y desobediencia. El primero es un cargo varias tallas más
grandes de lo sucedido. De hecho, se diría que en un principio ese cargo era solo instrumental.
Posibilitaba el juicio en el TS, así como el uso de la preventiva. Pero sigue siendo esta mañana a
primera hora, glups, una apuesta firme. Esa apuesta ha modulado la causa. Hasta hacerla
incomprensible. En primer lugar, se ha roto su unidad. La causa, así, transcurre en el TS, en la
AN, en el TSJC, en el Juzgado 13 de BCN. Con grave peligro de indefensión para los acusados.
En el TS, por ejemplo, la Fiscalía disponía de declaraciones realizadas ante la AN que las
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defensas desconocían. Por otra parte, se ha depurado a los acusados. El procesismo, vertical –
información aquí.
hasta el punto que su destino lo decidió una sola persona, el 25S–, es también sumamente
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informal. Faltan, por ejemplo, personajes no electos y sin responsabilidades políticas, que
conformaron un comité de toma de decisiones –o, como se vio, de no-toma-de-decisiones–, y
cuya presencia en el banquillo hubiera afeado, aún más, un delito de rebelión, esto es, de golpe

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de Estado. También se han depurado los días en los que transcurre la causa. El 6-S y 7-S casi no
han aparecido. El 27-O, tampoco. Casi todo ha transcurrido en los días 20-S y 1-O. Días, por otra
parte, distintos y distantes, y no muy alejados de manifestaciones con marrón al uso.

KELSEN, QUE ALGO QUEDA. En el juicio ha quedado claro el despropósito del cargo de
rebelión. Ha quedado muy poco fundamentado el de sedición, no ha quedado demostrado en
absoluto el delito de malversación –ha quedado claro, en ese sentido, que la Gene, una
institución de dilatada trayectoria centro-derechista, es un as en que no le pillen con un recibo
chungo–, y ha quedado dispuesto en la mesa del Tribunal, de manera inquietante, el cargo de
organización criminal, propuesto por Vox. Sobre rebelión: no queda claro el momento del
alzamiento. Ni siquiera han quedado claros sus integrantes, ni la participación de armados. Sí, la
Fiscalía, con más razón que un santo, ha aludido a turbulencias en la fuerza de la Pirámide de
Kelsen. Pero a) Cat es una pirámide de Kelsen sumamente enclenque. Sus gobernantes no solo
no quisieron dominar la población y el territorio, sino que no pudieron. No pudieron hacer
nada que no fuera, estrictamente, decir, hablar. Por otra parte, enviar al garete la pirámide de
Kelsen es algo propio de la crisis democrática europea. Es lo que pasó literalmente en Grecia.
La Troika (la Comisión, el BCE y el FMI, tres ONGs legitimadas, pero no democráticas) hizo en
años recientes a la pirámide de Kelsen lo que el invierno a los cerezos. La reforma
constitucional exprés del 135, por ejemplo, fue acorde a derecho/kelseniana si bien con ella el
Estado borró el sentido del bienestar que aparece bajo el palabro “social” en el primer artículo
de la CE. Lo que no acaba de ser Kelsen way of life. Lo que nos debería hacer meditar,
hermanos, no solo sobre golpes de Estado posmodernos, sino sobre un Kelsen posmoderno y
sobre dónde se le localiza con mayor facilidad: si en los discursos propagandísticos de trileros o
en las reformas constitucionales estructurales.

SOBRE EL TRATAMIENTO DE LA MENTIRA. Se ha enjuiciado algo que no era un proceso de


autodeterminación, pero tampoco un golpe de Estado. Se está juzgando algo gravísimo, que en
Alemania se consideró una amenaza leve al orden constitucional, y que en absoluto encajaba
con el palabro rebelión. Lo que sea que se juzgue tiene que ver con la mentira, por tanto. ¿Qué
tratamiento ha tenido el Tribunal con la mentira? En general, el TS ha sido muy tolerante con
ella en sus extremos. Es decir, la ha tolerado sin inmutarse cuando la emitían mindundis y
grandes velocistas. No se ha ensañado, sino todo lo contrario, por ejemplo, con autónomos y
pequeños empresarios que no fueron claros en el momento de describir el cobro de su trabajo.
Tampoco lo fue con altos cargos electos. Rajoy, en ese sentido, emitió una declaración de la
que se puede ponderar un gran distanciamiento con la realidad. Y no fue amonestado. Sus
declaraciones, posteriormente, fueron contradichas con los hechos mostrados en el juicio. Y,
todo apunta a ello, el Tribunal no hará nada al respecto. Lo mismo con Soraya SS, a quien una
defensa pidió tratar como testigo renuente, sin respuesta del Tribunal. Los únicos perfiles
tramitados a un juzgado de guardia por su declaración han sido cargos políticos cat. La mentira,
o al menos una realidad rica en impresiones personales y detalles y exageraciones –pudieron
hablar de odio, de miedo, y de ataques violentos perpetrados con Fairy, el milagro anti-poli– fue
admitida en los testigos de la acusación, y fue más matizada, cortada y filtrada en los de la
defensa. La mentira, en fin, se ponderó con su aproximación al centro geográfico de la
Península. Las defensas, a su vez, optaron por una defensa técnica, nítida, que aprovechó el
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tratamiento. Ese fue el caso de Melero. El resto de defensas aprovecharon esa posibilidad, la
delegaron en Melero y, periódicamente, satisficieron a sus clientes con pequeños momentos de
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léxico y sentimentalidad procesista. Es importante recordar que, salvo Cuixart, todos los
acusados reconocieron que tras el procés no había un hecho político, sino declaraciones

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periodísticas. Por lo que las defensas, en ese sentido, también defendieron a los acusados de la
percepción de todo ello en la sociedad cat. Sólo la sentencia fijará si acertaron unos abogados u
otros. O ninguno. La defensa de Cuixart fue la que hizo más hincapié en derechos
fundamentales. Con Cuixart, en fin, cabe la posibilidad de que se esté juzgando el derecho de
asociación y de manifestación. Una sentencia al respecto puede ser fundacional de algo nuevo,
o garantista. Puede ser, snif, la única gran verdad en todo esto. O prolongar la mentira.

SOBRE LA SENTENCIA. Se espera la sentencia para julio u otoño. Por mi parte, me he jugado
un cenorrio a que será para julio. Las defensas oscilan entre el optimismo absoluto de Melero –
desobediencia, poco más–, que es, por otra parte, la realidad pesimista que he descrito en estos
años, y el pesimismo de otras defensas. Entre las defensas fluye la idea de que una condena
superior a 4 años sería el equivalente a la pena de muerte del siglo XIX y XX. Un castigo
ejemplarizante. El hecho de que no se haya concedido ya la libertad provisional a los acusados,
el hecho incluso de que a Junqueras no se le permita aún ir a la JEC y al Parlamento Europeo a
por lo suyo puede ser un indicio de severidad. O no. Una sentencia unánime, me dicen, sería
por fuerza una sentencia más flexible y benigna que una con votos particulares, incapaces, por
tanto, de firmar una sentencia con fuertes dosis arbitrarias. Con la sentencia, la Justicia elige
entre aproximarse al punto de vista europeo, que negó las euroórdenes –algo que nunca se
deniega– por su carácter exagerado y desproporcionado, o aproximarse al discurso del 3-O, que
describió un golpe de Estado, no demostrado en el juicio. Por lo mismo, la sentencia puede
decidir no sólo si hubo DUI, sino que toda aquella pasada autoritaria, que ha puesto a la
sociedad cat a las puertas de la crispación y del fanatismo protocatólico, fue en verdad algo
serio, meditado con posibilidades reales. Tendría guasa que un tribunal otorgara la mayoría de
edad a un movimiento autorreferencial y propagandístico, sin más planes que la propaganda,
para disculpar con ello los errores del Estado, para darle al Estado un enemigo de su tamaño.
Para no desautorizar al discurso democráticamente extraño del jefe del Estado en el 3-O. Por
otra parte, si Picasso violó los códigos de la realidad para crear belleza, un tribunal puede
hacerlo para crear todo lo contrario, sentencias que no se parecen a la realidad al primer
vistazo. O al segundo. O al tercero. Un tribunal, en fin, es un símbolo. Visten simbólicamente,
con togas y puntillas, para demostrar que no son estrictamente humanos, que están en una
esfera autónoma. Esa es la descripción y el ideal de la Justicia. Pero también, glups, de lo
gremial. Lo veremos, en todo caso, con la sentencia. 
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