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El alquimista de Salazar

En una tierra perdida entre dunas y pocos oasis se levantan los territorios de Salazar, país
ahora dividido y repartido a golpe de espada entre los 12 clanes que ostentan el mando. La
vida es dura y difícil... los niños y niñas conocen poco más que la arena golpeándoles en la
cara como un cuchillo, y ver el sol como un enemigo al que evitar. Es por eso el gran revuelo
que causo entre las multitudes cuando empezaron a surgir rumores entre los viajeros de una
joven mujer de rasgos y belleza ajenas a estas tierras; y quien visitaba los pueblos y ciudades 1
vez cada mes, para luego volverá a su morada… un oasis entre las tormentas del desierto. La
gente hablaba de las extrañas maravillas que portaba en su saco, ungüentos ue curaban
cualquier herida, piedras que conservaban el fuego de una hoguera durante todo el tiempo
que se quisiera y luego se evaporaban con un poco de agua sin dejar rastros o cenizas… pero
tenía un producto destacado, un elemento que no se vendía ni ofertaba sencillamente se
disfrutaba, sobre todo entre los más jóvenes. En unas extrañas esferas se podían observar
nubarrones en constante movimiento, pero la maravilla era aún mayor pues cuando esta joven
giraba una parte de las esferas las nubes salían y se arremolinaban en figuras: caballos, perros,
castillos, ejércitos que saludaban al ritmo que la alquimista mandaba... Increíbles, reales y a la
par de un material más agradable que la más suave de las sedas… Era un autentico
acontecimiento la presencia de la joven allá por donde pasaba, y no eran pocos entre los
grandes señores quienes le ofrecían astronómicas sumas de dinero, lugares de trabajo
preparados y equipados con lo mejor que el oro y los contactos pudiesen ofrecer.. mas su
respuesta siempre era no. Si motivo era que no deseaba quedarse encerrada en ningún lugar,
que para poder seguir siendo igual de buena debía sentir lo mismo que sentían sus gentes el
calor de la arena, y la fiereza de un viento cálido a la par que afilado… Pero sobretodo no
deseaba que nadie se quedase privado de estos pequeños actos que ella ofrecía de tanto en
tanto; decía que no le parecía justo ni a ella ni a ella misma ( lo decía mientras surgía una
versión de ella misma en el mismo material de nubes).

Aun a pesar de ruegos de hombres, mujeres y niños/as, siempre tocaba el momento


de la marcha y de a despedida pues aún quedaban mas inventos que probar y lugares entre las
dunas que visitar... Mas siempre una frase decía para todos al final: “Quizás algún día halle el
brebaje que permita juntar esta tierra separada.” Tras ello desaparecía con su saco a la
espalda, y el viento como compañero.

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