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Circunscribiendo aún más nuestro objetivo, nos propusimos conocer los intercambios de
objetos, bienes y servicios que se producen entre cónyuges de la ciudad de Cali,
convirtiéndolos en consecuencia en índices aproximativos del estado de la relación (en
términos de equidad o de felicidad2) de pareja: hace ya más de una década, Frances R.
1
Para cuyo desarrollo hemos contado con la estrecha colaboración, en la forma de asistentes de
investigación, de David Quintero, estudiante de sociología de la Universidad del Valle y
monitor de la investigación, y de María Clara Pardo, estudiante de sociología de la Universidad
Nacional de Colombia (Bogotá), que realizó una pasantía en el seno del proyecto durante el
primer semestre del año 2006. Ambos participaron en las tareas de diseño de la guía de
encuesta, se encargaron de su aplicación a las parejas de los tres barrios estudiados y,
posteriormente, de la sistematización y establecimiento de la base de datos. Sus sugerencias a lo
largo de todo el trabajo han sido no sólo pertinentes, sino de una gran ayuda, por lo que no
puedo dejar de expresarles mi mayor gratitud. Debo agradecer también a todas las parejas que
nos regalaron una parte de su tiempo –ese bien tan valioso hoy en día, y que en el caso de las
mujeres suele estar repleto de pequeñas pero trascendentales minucias– para atender a nuestras
inquietudes. Igualmente quedo en deuda con Olga Lucía Villa y al resto de personal del CIDSE
por haberse encargado de las partes más engorrosas de cualquier proyecto de investigación
(especialmente del manejo de las finanzas y del cuadre de los calendarios).
Muchos estudios sobre la felicidad han mostrado que, entre los factores socioeconómicos que la
determinan, el estado conyugal, junto a la edad y la salud, ocupa un lugar privilegiado, mucho
más aún que los factores puramente económicos (cf. Collins y Coltrane 1991: 353-3666; Peiró
2004: 180-182, con datos empíricos más recientes para España; y Peiró 2006 para una
comparación entre 15 países de diferentes continentes y con diferentes niveles de desarrollo
económico). Ahondar en algunas de las características de las relaciones por la vía de los
intercambios maritales no sólo debe permitir profundizar en la exploración de ese fenómeno,
sino también matizar las virtudes que, de por sí, se le atribuyen a la vida conyugal en estudios
de corte general y basados en encuestas que, aunque útiles, son muy básicas por el tipo de
indicadores usados (como es el caso de la World Values Survey en que se basa Peiró).
4
Jan Pahl (2000) “Couples and their money: patterns of accounting and
accountability in the domestic economy”, Accounting, Auditing &
Accountability Journal 13 (4): 502-517.
Como expone Bourdieu en esa cita inicial, a menudo se ha establecido en las sociedades
modernas una oposición entre los dominios de la familia y los del mercado: la familia
sería interpretada como una unidad que es en su seno ajena a las dinámicas económicas
propias del mercado. O, en todo caso, exclusivamente como una unidad básica de
reproducción de la población económicamente activa o de consumo regida por reglas y
normas específicas (Ortner 2002: 21)4. Así, se asume que mientras el mercado y el
intercambio económico están atravesados por el interés, las interacciones familiares lo
están por los afectos, las emociones primarias y el desinterés (cf. también Folbre y
Nelson 2000). Incluso, algunos autores han planteado que la familia moderna se
constituye como tal en muy buena medida como refugio frente al mundo despiadado
que produce el avance del mercado capitalista con sus relaciones cada vez más frías y
despersonalizadas (Lasch 1996). De esta manera, la circulación de bienes dentro de la
familia adoptaría la forma de la reciprocidad generalizada –intercambios implícitos,
tendientes a la simetría, inconmensurables y de largo plazo– regidos exclusivamente por
valores asociados al parentesco y a la vida familiar (cf. Narotzky 2004: 185-187).
Sin embargo, como ponen de manifiesto los procesos de separación y de divorcio, tal
diferenciación no puede ser vista como absoluta: fácilmente emergen en los conflictos
domésticos la mezcla de los intereses económicos y las emociones más intensas
3
Excepto en aquellos casos en que se cita de una versión castellana, todos los textos han sido
traducidos por el autor del informe.
4
En lo que se denomina la Nueva Economía de la Familia se la trata también como una unidad
de producción de bienes y servicios que surte determinadas demandas del mercado, por lo que
se considera que debiera ser tenida en cuenta en las contabilidades de la economía nacional
(para un ejemplo de su aplicación al caso colombiano, cf. Giraldo 2004). En Zuleta y Daza
(2002: 79 y ss.) se describe la evolución –diferenciada por nivel socioeconómico– de la familia
colombiana y de su relación con el sistema productivo y el consumo (una versión muy pesimista
de esa evolución, con énfasis en los conflictos intrafamiliares que pueden acarrear las
transformaciones económicas, políticas y culturales, se encuentra en Echeverri 2004).
5
(Simpson 1997)5. Pero, de manera curiosa, y como señala Viviana A. Zelizer (1989:
352-353), en el estudio de las dinámicas internas de la familia se termina por saber más
de la sexualidad o de la violencia intra-familiar que de asuntos de dinero: como si una
vez el dinero entrara en la familia desapareciera o se convirtiera en un asunto poco
problemático, o como si se lo usara de manera coherente y colectivamente convenida
para garantizar el bienestar de todos y cada uno de los miembros de la familia por
igual6. En definitiva, como si en el seno de las familias sólo funcionara el altruismo –la
acción desinteresada que no espera retribución– o, en todo caso, una especie de
5
Otro ejemplo sintomático del papel que el mercado y el dinero juegan en la vida familiar es
precisamente la celebración de la boda, o del ritual matrimonial equivalente, a partir de la que se
constituye una nueva unidad familiar. Más allá de su función como reconocimiento público de
la nueva pareja y de demostración de los roles asignados a cada uno de sus integrantes, a su
alrededor se producen innumerables intercambios y movimientos económicos (invitaciones,
circulación de regalos, lista de novios, compra de vestidos y adornos, alquiler de carros, etc.).
Según Curie (1993), se trataría precisamente de un buen ejemplo de la mercantilización de los
elementos rituales en la familia. En general, desde hace tiempo se discute la existencia de un
proceso de mercantilización general de los afectos (como muestra, por ejemplo, la proliferación
industrial de tarjetas de felicitación; Hobson 2000), por no hablar de la intimidad y la sexualidad
(para una mirada valorativa positiva del impacto de la mercantilización en la constitución de
subjetividades sexuales, cf. Curtis 2004). Por otra parte, no debe olvidarse que la mejora en las
condiciones materiales de la vida familiar que ha acompañado al desarrollo del capitalismo
durante los dos últimos siglos (gracias a la industrialización y los avances técnicos –
mecanización, electrificación, el papel del Estado y de su intervención para tratar de mejorar las
condiciones de las familias más pobres, pero también gracias a la inversión privada y la
expansión del capitalismo que incursiona en el hogar) no han supuesto necesariamente una
mejoría en la posición de la mujer. En buena media, desde el modelo de la burguesía del siglo
XIX, se pensó en la mujer como aquella persona que, encargada de educar y preparar a los
nuevos miembros de la familia, debía ser ayudada desde el exterior para desarrollar mejor sus
funciones, dignificada y liberada de las ataduras más atávicas: la estandarización de procesos y
la racionalización industrial se aplicaron al hogar, y se produjo su identificación con la de una
profesional competente. Sin embargo los datos muestran que esas ayudas no hicieron disminuir
su trabajo doméstico, sino que al contrario hicieron que se ampliaran los frentes de dedicación
(en especial, aquellos que suponen la mayor atención personalizada de cada uno de los
miembros de la familia), se afinaran los estándares de comodidad, higiene y salud (decoración
más refinada, dietas especializadas y ajustadas a cada miembro, mayor elaboración de los
alimentos, etc.), y, en consecuencia, que se mantuvieran o ampliaran las horas de dedicación de
las mujeres como “amas de casa” al trabajo doméstico (Lawrence-Zuñiga 2004: 82 y ss.; Blunt
2005: 508).
6
reciprocidad indirecta –cuando la retribución es dada por otro distinto a quien recibió
inicialmente el beneficio o cuando la devolución no es inmediata–7.
Se trata de una situación paradójica, puesto que el ámbito por excelencia en que
pareciera existir menos presencia del interés meramente económico (y por tanto de
estrategias de incremento de beneficios al mínimo costo) es interpretable como un
ámbito también lleno de intereses económicos contrapuestos y de estrategias de
competencia económica8.
cuyos más significativos ejemplos pueden ser los libros Las estructuras elementales del
parentesco de Claude Lévi-Strauss [1949] o La evolución de la familia y el matrimonio en
Europa de Jack Goody [1983]–, han sido abordados en tanto que intercambios entre unidades
domésticas discretas, prestándose menos atención a la circulación de bienes en el seno de dichas
unidades, que es en todo caso nuestro interés en este proyecto (para un ejemplo reciente de la
productiva persistencia de este tipo de abordajes, cf. Rapoport 2000). La economía parece haber
estado más predispuesta a encarar este aspecto de la vida familiar, como puede evidenciarse
fácilmente al hacerse un recuento de las muchas publicaciones al respecto, que van desde la
clásica propuesta de Gary S. Becker (1973, 1974, 1981) –en la que de todas formas aún se hace
cierto énfasis en la familia como unidad discreta, lo que le ha merecido algunas críticas–, hasta
llegar a la más reciente de Allen M. Parkman (2004). Sin embargo, para un par de ejemplos
recientes de economistas colombianos que parten de la idea de familia como unidad discreta, cf.
Lasso (2002) y Sánchez y Núñez (2002).
7
Para una discusión de la simplificación que supone caracterizar a un acto como meramente
altruista o como sujeto a cierto tipo de reciprocidad, cf. Tullberg, 2004.
8
Como se acaba de señalar, hay quienes mantienen que el ámbito familiar tiene algunas
características particulares que alejan a los intercambios internos familiares del mero
mercado. Así, para Pierre Bourdieu, la pura competencia mercantil dominante en la
sociedad capitalista pasaría a ser cada vez más inusual en la familia moderna, donde
tendería a dominar la philia, la lógica específica del amor y la solidaridad, de la relación
de amistad y afectiva (Bourdieu y Eagleton 2003: 301); en todo caso, el familiar sería
un ámbito del que se pretendería excluir al cálculo, así sea al mismo tiempo un ámbito
económico (Bourdieu 1997a:175-182; Bourdieu 1997b; 2000: 17). Según Luc Boltanski
(2000: Segunda Parte), en esta misma línea pero afinando más la perspectiva, debiera
distinguirse entre philia, eros y ágape: la philia liga a los individuos mediante un
principio de reconocimiento de los méritos de cada uno y se nutre de los aportes
mutuos; eros, de origen platónico, es una relación que echa sus raíces en el placer, en el
deseo de la belleza terrenal o, al revés, que se orienta hacia el mundo de las ideas;
finalmente, ágape, de origen cristiano, entendido en principio como amor a Dios y
como amor entre los hombres gracias al amor a Dios, se construye sobre la idea de
regalo, de acto gratuito que no espera devolución, teniendo la acción sentido entonces
gracias a la gratuidad y al desinterés. Para Boltanski esos tres elementos confluirían en
la familia moderna, en cuyo seno no dominarían las formas de acción asociadas al
utilitarismo y a la estrategia interesada –las cuales formarían de todas maneras parte de
algunas secuencias de la vida social, pero no de todas–. En este ámbito particular que es
la familia, dice Boltanski (2000: 106-108), no existen equivalencias entre cosas, puesto
que ellas no tienen importancia, sino que se trata de relaciones entre personas.
Especialmente la interacción en el régimen de ágape, su forma de acción más peculiar,
tendría así ese cariz especial que suele desorientar a las ciencias sociales (Boltanski
2000: 163).
Pero, ¿acaso es en el seno de las familias donde se puede reencontrar el pure o el free
gift, ese regalo genuinamente puro o libre, que la antropología ha creído descubrir en
algunas sociedades “exóticas” –primero Bronislaw Malinowski en las Islas Trobriand, y
luego Jonathan Parry y James Laidlaw en la India9–, ese regalo que no puede ser
9
Para Marcel Mauss (1971), de existir tal regalo, en tanto no producía relaciones sociales,
dejaría de ser de interés para la sociología; más recientemente, el antropólogo C. A. Gregory ha
contrapuesto el regalo al intercambio mercantil como dos polos opuestos en términos de
relaciones sociales subyacentes contrapuestas: el regalo crea relaciones necesariamente
personales, recíprocas y que vinculan a las personas; de nuevo, se deja así de lado al regalo puro
como si se tratara de a-social o, en términos de Durkheim (1995: 16 y ss.), de una forma de
“solidaridad” o “socialidad negativa” (cf. Laidlaw 2000: 617-618). Jacques T. Godbout (2000;
2004; cf. en especial Godbout y Caillé 1997: 36-37) propone evitar la dicotomía que se suele
establecer entre el don en las sociedades arcaicas y en las modernas –lo que lleva a ver, a su
manera de ver erróneamente, el trabajo de Mauss como dedicado específicamente a las
primeras–, observando no tanto el carácter de lo intercambiado (si es equivalente, si se produce
reciprocidad, etc.) como el vínculo o lazo social, el sentido establecido, por su intermedio, en
cada sociedad. En este sentido, para Godbout (2004: 182 y ss.) la noción de hau y la idea de que
en el regalo va algo del espíritu de quien lo hace (cuyo recurso le ha sido tan criticado por
8
reconocido como tal y que, por tanto, no puede crear ni servir utilitariamente para
mantener relaciones sociales (cf. Laidlaw 2000; Parry 1989)? Sin embargo, esa
parecería ser la esencia del regalo: o por lo menos un elemento inevitable que, de todas
formas, lo llenaría de ambigüedad y que haría difícil su experiencia personal y, para los
investigadores, su estudio. Y es que la paradoja del regalo, dice Laidlaw (2000: 621-
622) siguiendo en esto a Jacques Derrida, es, en resumidas cuentas, que se presupone
que no debe estar regido por la idea de reciprocidad, que no puede ser reconocido como
tal por quien lo da o por quien lo recibe, y que, por tanto, deja de existir como regalo
desde el momento en que se lo reconoce como tal. Ese regalo puro presupondría la
existencia de una autonomía absoluta entre los individuos, una no dependencia similar a
la que crea el mercado; en otras palabras, no precisa de la existencia de una relación
previa ni la genera. Tampoco debe inocular en el individuo ese “veneno” moral (la
obligación de devolver, la sumisión al que da, etc.) que, por ejemplo, tratan de evitar
infructuosamente los Jain de la India en su intento de liberarse de cualquier atadura con
el mundo terrenal –pero que sin embargo no pueden esquivar, pues ellos sobreviven
gracias a los alimentos que les regalan los fieles– y que entre ellos se asocia a la
corrupción y a la impureza.
¿Cuál es, por tanto, el estatuto que juegan los regalos en los intercambios entre parejas
conyugales? Lo que es cierto es que el límite de la interpretación se establece entre dos
puntos: el regalo puro y la mercancía pura –que tiende a tener más reconocimiento por
parte de las ciencias sociales–. Es precisamente ese espacio intermedio el que trató de
describir Mauss (cf. Laidlaw 2000: 626 y ss.; Godbout y Caillé 1997: 16 y ss.; Godbout
2004); un espacio lleno de paradojas y ambigüedades con las que los individuos se ven
espiritualismo a Mauss), sería el traslado de nuestra concepción moderna del don a las
sociedades arcaicas. Godbout y Alain Caillé, impulsores del M.A.U.S.S (Movimento
Antiutilitario en Ciencias Sociales, por sus siglas en francés) y miembros de la Revue du
M.A.U.S. (de la que Godbout es director), reclaman para el “mercado del don”, incluso en las
sociedades modernas, un lugar específico dentro de la vida económica, un lugar que debe ser
distinguido del mercado regido por el interés o del de la planificación (Godbout y Caillé 1997:
25-26). La familia ocupa un ámbito especial para este mercado del don: es donde se lo aprende
a poner en funcionamiento; cuando en el hogar se empiezan a hacer cuentas y a contar las
deudas, es que ya la familia ha dejado de ser en realidad una verdadera familia (Godbout 2000:
17-36; Godbout y Caillé 1997: 42-50). Sin embargo, como veremos en detalle más adelante,
esta separación radical entre esferas es bastante discutible. De momento baste decir que lo que
puede ser interpretado como un regalo puro o como un intercambio recíproco puede tener por
detrás consideraciones no hechas en términos de beneficio y autosatisfacción, sino en términos
de “obligación” o de “derecho” (por ejemplo, derechos diferenciados en el seno de la familia en
el acceso a ciertos alimentos o partes de alimento). Eso es lo que le discute Caroline Humphrey
(1998) a M. Sahlins, cuando este señala que la intensificación productiva de los hogares en el
Modo de Producción Doméstico (tal y como lo plantea en su libro Stone Age Economics, 1972)
se produce por medio de los intercambios. Ella muestra, a partir del caso de los Buryat
(Liberia), cómo por detrás están en juego consideraciones sobre derechos (a una parte de la
cosecha o de los bienes producidos, a ser obedecido o imitado) y deberes (de acuerdo al trabajo
y la calidad del trabajo realizado por los individuos o sus familias) y que ellos implican una
jerarquía (estatus diferenciados) y, por tanto, la existencia de distribuciones desiguales de bienes
aún en condiciones de igualdad, generosidad y reciprocidad. Un punto clave que señala esta
autora es que la distribución desigual de las “partes” tiende a remarcarse más intensivamente
cuanto más ceremonial o ritual es la ocasión: la marcación de la jerarquía es entonces
obligatoria y permite enfatizar las diferencias de posición (Humphrey 1998: 7).
9
Por otra parte, pero desde una perspectiva distinta, desde hace tiempo ha venido
preocupando a los investigadores (bien sea para rechazarlo o para elogiarlo) el cada vez
mayor papel que juegan los intercambios monetarios a la hora de suplir necesidades y
tareas dentro de las familias. Por ejemplo, por un lado se observa una dependencia
tecnológica cada vez mayor por parte de quienes se ocupan de las tareas domésticas (por
ejemplo, mediante el recurso a aparatos y aditamentos de todo tipo destinados a aligerar
los trabajos en la casa); tecnología que es accesible, en buena medida y en ocasiones
casi exclusivamente, a través del mercado. Por otro, se produce un ya largo proceso de
salarización progresiva de muchas de las tareas que, en otro tiempo, realizaban las
mujeres de forma gratuita o como obligaciones propias de su sexo y rol dentro de la
familia (cuidado de los seres desvalidos de la familia –niños, ancianos, enfermos...–,
arreglo de la casa, etc.); de tal forma que muchos de esos trabajos son hoy contratados
por fuera de la familia (escuelas, hospitales, geriátricos, lavanderías, etc.). Incluso tareas
que atañen a la atención personalizada y que implican relaciones intensas entre los
individuos tienden a quedar a cargo de personal especializado (médicos, psicólogos o
10
Existe otro tipo específico de regalo, el llamado “regalo fidjiano”, que presupone que quien
ofrece un regalo queda directamente a la espera de la evaluación que hace la persona a quien se
lo entrega: está estima el regalo y puede decidir si lo acepta o lo rechaza; pero ahí no se detiene
la particularidad de este tipo de regalo: cuando se lo acepta, que no es siempre el caso,
inmediatamente suele restársele valor e importancia al bien acabado de recibir (Strathern 2004:
198-199). Como en ningún otro tipo de ofrecimiento de regalos, quizás en esta modalidad es
más que nunca evidente el lazo social que se crea, pues es precisamente “la respuesta de los
otros lo que se espera” en ese instante de indecisión que experimenta el dador del regalo. Por
cierto, en todos estas perspectivas es evidente el intento de evitar caer en psicologizaciones: el
recientemente fallecido Rodney Needham, siguiendo a Durkheim en términos metodológicos y
a Lévi-Strauss en su análisis estructural del parentesco, prevenía hace ya muchos años (1962)
acerca de la búsqueda de explicaciones de tipo psicológico, por ejemplo en el sentido de que la
lógica de los regalos estaría en la existencia de sentimientos de cercanía y afinidad entre
determinados miembros de la familia. A partir de un estudio de caso intensivo, desvirtúa la
interpretación de George C. Homans y David M. Schneider hecha en términos del peso de la
emoción en la explicación de los arreglos familiares, ya que, de existir tal explicación
psicológica, decía, “podemos estar seguros de que es falsa” puesto que podía demostrarse que
las características sociales estructurales de fondo pesaban más que las emociones a la hora de
explicar ciertos tipos de reglas de intercambio matrimonial. Lo que, a su entender, no quería
decir que esas dimensiones psicológicas no tuvieran influencia en la vida social (cf. Needham
1962: 126, n. 46), sino que no son las que tienen mayor peso en algunas esferas particulares
(Needham sigue en esto a Edmund Leach y la crítica que éste hace a la interpretación
psicologista del matrimonio preferencial con la prima cruzada patrilateral; cf. Needham 1962:
118-121).
10
De tal forma que, aún reconociendo cierta peculiaridad al ámbito familiar13, hay
investigadores que sugieren por tanto no olvidar en los análisis el papel que juega el
intercambio de bienes y, por que no, el mercado14 o el dinero15 en el seno de la familia.
11
No sólo cada vez habría menos mujeres que se dedican de tiempo completo a las labores
domésticas, sino que incluso la “industria del cuidado”, así como la de los servicios domésticos
y personales, ocupa a una parte cada vez mayor de la mano de obra asalariada en Europa y
Estados Unidos (Folbre y Nelson 2000: 124-127; para América Latina, cf. Jelin 2004: 42 y ss.).
Curiosamente, se trata de sectores con salarios devaluados (England 1999: 266). Folbre y
Nelson se preguntan por las posibles soluciones a las tensiones morales y a las ansiedades que
produce esta sustitución del trabajo personalizado cuando están en juego, en dichos
intercambios de cuidado, aspectos como el afecto y el cariño que, se supone –erróneamente a su
entender–, serían en todo caso mejor servidos en el ámbito de las relaciones familiares (cf.
también Nelson y England 2002).
12
Rebecca Mead (2003), comenta que el libro Finding a Husband After 35 Using What I
Learned at Harvard Business School, de Rachel Greenwald, lleva hasta el extremo la idea de
mercado en el matrimonio, lo que antes tan solo habían hecho comediantes y novelistas. Es
precisamente a la posible lectora del libro a quien hay que vender, para lo que se propone un
plan estratégico en 15 etapas –similares a las usadas por el marketing empresarial, con reglas
del estilo “Un objetivo clave del mercadeo es vender tu producto a tantos segmentos de
consumidores como sea posible”–. Mead expone que desde los años 70’s hasta los 80’s este
tipo de libros los escribían terapistas (p.e. Robin Norwood, Women who loves too much). Pero
eso ha cambiado en los noventa: surgen primero libros como The rules: time-tested secrets for
capturing the heart of Mr. Right que proponen la recuperación estratégica de los principios del
cortejo pre-feministas y las reglas de eficiencia de los abogados junto a la deferencia femenina
exagerada. Posteriormente se plantea en términos de negocios (por lo que no se los encuentra en
la sección de “superación” de las librerías, sino en la de “administración”). Se trata de aplicar
las teorías del marketing a las relaciones entre los hombres –según ha mostrado Arlie R.
Hochschild (The commercialization of intimate life)–, teorías que no revelan lo que hacen las
mujeres, sino la percepción de “las opciones culturales vigentes para las mujeres”.
13
Se ha venido convirtiendo en principio de investigación el tratar a la familia exclusivamente
como unidad de consumo y, por tanto, a extenderse la tendencia a centrarse principalmente en
las relaciones de distribución en su seno, por lo menos en las sociedades capitalistas, y sólo en
un segundo nivel en las relaciones de producción (que son consideradas como externas al hogar,
pero que, en los estudios más finos, tratan de ponerse en relación entre sí: por ejemplo,
atendiendo a la forma en que los miembros de la familia se vinculan al mercado de trabajo y al
aporte de ingresos y su posición relativa en el hogar). En buena medida, sin embargo, esas
distinciones entre ámbitos de producción y de distribución no son siempre fáciles de hacer (más
aun cuando se expande la economía informal e incluso la economía formal deriva hacia los
hogares parte de los procesos de producción, e incorpora en las relaciones de producción los
sesgos de género que se hacen más visibles en la familia, cf. Narotzky 1988: 11-13).
14
Aceptación que no obliga, evidentemente, a tener que admitir la existencia de un único y
universal principio de interpretación del comportamiento (el actor racional que participa de un
mercado autorregulado y en equilibrio), como propondría la teoría económica neoclásica (al
respecto, ver las redobladas críticas de Heilbroner 2004).
11
Es el caso de Viviana A. Zelizer16. Trabajando a partir del caso de Estados Unidos, ella
arranca de la idea de que, junto al proceso de uniformización u homogeneización de la
moneda por los Estados nacionales a lo largo del XIX, se produce por parte de la
población un proceso de marcado de esas mismas monedas con destinaciones y usos
específicos17. De esta forma se da diferente valor a los intercambios y, también, a las
personas que participan en dichos intercambios (Zelizer 1994). Eso es precisamente lo
que sucede en el caso de las transacciones domésticas; por ejemplo, más que una
dinámica de ordenamiento y racionalización propia del mercado, como usualmente es
interpretado el hecho de establecer reservas de dinero bajo diferentes nombres (“dinero
15
Maurice Bloch, a partir de su estudio entre los Merina de Madagascar, ha destacado cómo,
acerca del simbolismo del dinero, solemos llevar nuestras precauciones morales a la hora de
interpretar la forma en que este funciona en otras sociedades. Bloch observó que entre los
Merina no parecerían otorgarse valores especiales al dinero, y que su uso era permitido siempre
y cuando sirviera para actividades que contribuyeran a nutrir y dar cuenta de sus valores (por
ejemplo, para reunir esas energías de los antepasados que se dispersan continuamente con la
vida cotidiana). A diferencia de lo que ocurre en el mundo capitalista, en cierta forma lo que
dotaba de sentido especial a una relación no era el dinero que circulaba (que nosotros lo
tratamos de alejar de las relaciones íntimas, de las familiares, por ejemplo, para evitar que se las
devalúe), sino el sentido particular de esa relación y de su vínculo, siguiendo con el mismo
ejemplo, con los antepasados u, otro ejemplo, con las relaciones de parentesco: lo que es
rechazado son la individuación de los comportamientos o la degradación desconsiderada de las
energías de los antepasados (Bloch 1989: 167, 174 y ss.). En buena medida, según Bloch (1989:
177) algo parecido podría plantearse para el caso del ámbito doméstico: el dinero sería bueno
siempre y cuando contribuya a mantener los valores familiares vigentes –formando parte por
tanto de esa especie de “familismo amoral” que se ha descrito repetidamente entre muchas
sociedades agrarias y proto-industriales y que está en el trasfondo de muchas organizaciones
mafiosas actuales: todo es legítimo en la defensa de la familia, constituida en valor superior
innegable).
16
Esta autora trata de superar algunas tradiciones de investigación feministas que ven en la
familia y en el “contrato matrimonial” tan sólo un espacio de dominación de género y de
explotación de las mujeres –interpretaciones estas asociadas en los años setenta y ochenta al
feminismo marxista (del que es un buen ejemplo el artículo de Gayle Rubin “El tráfico de
mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”, publicado en inglés en 1975; cf. Rubin
1986), quienes recuperan al F. Engels de El origen de la familia, la propiedad privada y el
estado para tratar de articular en conjunto las demandas de clase y las de género (cf. Nicholson
1986).
17
Hasta entonces la tendencia habría sido a fabricar monedas particulares o a buscar diferentes
objetos como moneda circulante. Esta interpretación ya había sido planteada por Paul J.
Bohannan en 1959 cuando calificaba a la economía de los Tiv (Nigeria) de multicéntrica puesto
que “los bienes cambiables se reparten entre dos o más esferas mutuamente excluyentes, cada
una de ellas marcada por un distinto tipo de institucionalización y por distintos valores morales”
(1981: 190) de tal forma que existen distintas monedas para propósitos diferentes. Bohannan
enfatizaba también que entre las diferentes esferas podían producirse ciertas conversiones –
habría objetos de intercambio propios de una esfera que eran usables en otra– pero que ello
provocaba fuertes tensiones morales; tensiones que la penetración de la moneda europea –
moneda de uso generalizado– no haría sino agravar. Mucho antes, en los años veinte, el
economista J. M. Keynes había hecho un planteamiento similar acerca de esferas de intercambio
(aunque él hablaba de estándares de valor) en un texto que no sería publicado sino en 1982 (cf.
Gregory 1996: 201-203). Sahlins (1994) y Middleton (2003), siguiendo con la tradición de
estudios sobre las relaciones inter-étnicas o inter-culturales, insisten en que, en el caso de
12
para el mercado”, “para tabaco”, “para vacaciones”, etc.), se trata más bien del marcado
[earmarking] de sus peculiaridades y valores relacionales diferentes18.
Otro ejemplo, en este caso referido a uno de los principales flujos de intercambio
presentes en las unidades familiares, pero no el único, es que desde el siglo XIX surge
una discusión acerca de la repartición del ingreso familiar en el interior del grupo
doméstico. Al principio el trabajo de la mujer es asumido como trabajo emocional, no
asalariado por tanto, que no importa por su valor comercial sino por otras cosas que
atañen al bienestar familiar; en esos momentos el dinero que el esposo le entrega para
que cubra los gastos de la familia aparece como un pago. Posteriormente, con la
reivindicación del trabajo femenino y la igualdad entre los sexos, que se da al mismo
Cf. Zelizer 1989: 348 y ss.; Zelizer 1994: 139. Para procesos similares pero que se dan en otros
ámbitos (por ejemplo, en las empresas y en las transacciones sexuales), cf. Zelizer 1996: 487 y
Zelizer 2000. Zelizer (1989: 343-344) expone cómo, por lo general, en las investigaciones
sociológicas se dejan por fuera los aspectos no económicos del dinero y terminan por primar las
aproximaciones meramente utilitarias a la economía de mercado: es por ejemplo el caso, dice
ella, de Max Weber y Georg Simmel, quienes lo consideran como un medio de cambio que se
desprendería progresivamente, con el transcurrir de la historia en Occidente, de cualquier
atavismo en la forma de valoraciones no directamente económicas; o Karl Marx en su crítica
moral del dinero como destructor de las relaciones entre personas y deshumanizador por
excelencia (Zelizer 1996: 486; para una reivindicación de Simmel desde la antropología, cf.
Weiner 1994: 401). Pese a las presiones, y contra lo que suponían muchos investigadores, no se
ha logrado producir la monetarización homogénea ni, aclara Zelizer (1996: 492), parece que ello
vaya a suceder en un futuro próximo pese a la generalización de las tarjetas de crédito y las
compras por internet (al contrario, parecería incluso que estas tecnologías permitirían la
creación de mercados circunscritos para cierto tipo de compradores e intercambios
personalizados). Esta autora, así como algunos de los otros que se citan a continuación, forma
parte de lo que en Estados Unidos se ha etiquetado como Nueva Sociología Económica:
proyecto institucional más que intelectual bajo el que se agrupan varias perspectivas teóricas
(análisis de redes, neo-institucionalismo y aproximación cultural a la economía, básicamente;
cf. Carruthers y Uzzi 2000) que buscan, por una parte, discutir el paradigma dominante en las
ciencias sociales norteamericanas (el del actor racional) para dar cuenta de la economía como
construcción histórica que forma parte del sistema social y, por otra, tratan de entender las
nuevas cuestiones sociales que surgen tras la crisis económica de los años setenta y el progreso
del neo-liberalismo (cf. Zafirovski y Levine 1997; Steiner 2003: 274 n. 30; Convert y Heilbron
2004); . Esta tensión inevitable que se produce en el seno de la familia ha sido recogido de una
forma muy sugerente en el título (y desarrollado en el interior) de un reciente libro de Elizabeth
Jelin: Pan y Afectos (2004); cf. en especial las págs. 68-77.
13
tiempo que se generaliza la idea del salario familiar, ese dinero que el marido le entrega
ya no es entendido como un pago sino como un aporte o un derecho a una parte del
salario por parte de la mujer como administradora de la casa. Posteriormente, con la
entrada de la mujer al mercado laboral asalariado y la posibilidad de disponer de sus
propios bienes y recursos, la entrega de dinero a la mujer pasa a concebirse en la forma
de regalo. Pero no se trata sólo de que se le den nombres diferentes a esa entrega de
dinero, sino que con cada nombre se establecen relaciones personales diferentes: el
pago supone distancia, contingencia, contabilidad y regateo; el aporte o el derecho a
una parte implica un reclamo fuerte de autonomía y poder; el regalo, intercambio más
complejo pues admite varias posibilidades, puede ser tanto subordinación y
arbitrariedad como reciprocidad e igualdad (Zelizer 1994: 140)19. Además de una
calidad diferente de la relación, cada una de ellas supone una duración y una
temporalidad distinta: mientras por un lado el pago supone la inmediatez de una
relación que se agota en sí misma, por el otro el regalo o la donación conllevan una más
larga duración de la relación entre los sujetos implicados (Zelizer 1989: 366; 1996:
482)20. Por otra parte, es incluso posible una “sacralización” del dinero por medio de
rituales para hacerlos accesibles y legítimos, sobre todo cuando, por ejemplo, lo que
está en juego es la valoración “económica” de la vida humana (cf. Zelizer 1992: 292 y
ss.): ese es parte del carácter paradójico del dinero, lo que permite explicar las
dificultades para abordar su estudio desde las ciencias sociales ya que se estudian sus
efectos sociales y lo que habría que hacer para evitar sus consecuencias en la vida
social, pero no su carácter de “realidad social”, como siempre recordaba François
Simiand (cf. Zelizer 2000b: 1888). Eso supone un esfuerzo por verlo no sólo como un
elemento utilitario, ya que no es ni neutro ni anónimo socialmente (Zelizer 2000: 1890).
Esta clasificación, que podría parecer a primera vista una sofisticación excesiva del
investigador, se produce en realidad: es fácil constatar cómo en el seno de las familias
19
En cuanto a los tipos de gestión del dinero y las finanzas matrimoniales y su evolución
durante el siglo XX en Europa, Barbagli y Kertzer (2004: 22-23) han observado que en el
primer cuarto de siglo existían dos formas: la “asignación periódica” (en la que el hombre le
daba una parte mínima de los ingresos a la esposa para que surtiera los gastos necesarios de la
familia y se guardaba la otra parte para él, la parte con la que cubría otros gastos así como
algunos de los gastos personales (era típico de familias de clases medias y burguesía); y,
“salario completo”, en la que se le entregaba la mayor parte a la esposa y él se quedaba con una
mínima parte para sus gastos (era típico de familias con bajos ingresos). Ambos presuponen
diferenciación del trabajo de uno y otro, así como asimetría (en el primer caso, la mujer no
podía controlar el uso del dinero que se quedaba el marido, mientras que en el segundo la mujer
debía tomar las decisiones destinadas a mantener a la familia apelando a recursos por lo general
escasos). Hacia el final del siglo, esto evolucionó hacia la gestión conjunta, a partir de una
cuenta común, dominando entonces los valores de reciprocidad y altruismo; también se daría
otro caso: el tener cuentas separadas, pero con la idea de que se reparten y asumen
equitativamente los gastos (esta organización se relacionaría con la existencia de mujeres de
altos ingresos y con alta formación profesional que desean controlar sus ingresos).
20
Es evidente la influencia en este punto de la obra de Karl Polanyi, en especial de su fina
distinción entre reciprocidad, redistribución e intercambio, y de su insistencia en que esos
comportamientos no resultan de la simple agregación de comportamientos personales, sino de la
existencia de estructuras o, mejor, de instituciones sociales; cf. Polanyi 1976: 161-167; aunque
no citado, otro posible antecedente sociológico más directo sería el libro Principles of Economic
Sociology (1939) de D. M. Goodfellow (cf. Firth 1972). De todas formas, esas que Polanyi
llama formas de integración no son necesariamente excluyentes, pudiendo existir sistemas
donde dominaría la reciprocidad pero donde estarían también presentes la redistribución y el
intercambio (como es precisamente el caso de las relaciones familiares o entre parientes).
14
se pone especial cuidado en clarificar de qué tipo de intercambio se trata en cada caso y
así evitar suspicacias, evitando que el “interés” del intercambio se manifieste de manera
desnuda en las relaciones familiares más íntimas21. De esta forma, no son las reglas del
mercado las que se establecen en exclusiva en la familia, sino que aspectos como la
solidaridad, la generosidad, la responsabilidad, la necesidad, el compromiso, el aprecio
y el afecto entran a formar parte de los procesos económicos familiares 22. En otras
palabras, más antiguas, las de Franz Steiner (1954: 129 [trad. nuestra]): “La tenencia de
dinero, la posición en la que el dinero de una persona está ‘trabajando’ para él y no
permanece ‘ocioso’, son objetivos cuya evaluación trasciende la mera evaluación de los
bienes que pueden ser comprados y usados con ese dinero.”
21
Zelizer 1989: 386. Así por ejemplo, en los intercambios monetarios con los niños se diferencia
claramente entre, por lo menos, la asignación fija (semanada, mensualidad), los regalos
(cumpleaños, comunión, premios) y los pagos (por ejemplo aquellos que se hacen a cambio de
la realización de ciertos trabajos domésticos, como lavar el carro o ayudar en otras tareas
similares). Sin embargo, estos últimos suelen también disfrazarse de regalos, de un tipo especial
de regalos: o bien es un pago excesivo para el tipo de trabajo realizado, o se lo entrega
acompañado de algún “detalle” sin valor que lo complementa, o se da envuelto en papel de
regalo. Por otra parte, no debe olvidarse que, hoy en día, la mayor parte de los regalos son
adquiridos en el mercado, así se lo trate de disimular personalizándolos (elección cuidadosa de
acuerdo a los gustos de la persona regalada, marcado con el nombre propio, etc.) y ocultando su
valor monetario (eliminación de las etiquetas). Sobre la dificultad en separar el ámbito mercantil
respecto del de los regalos en las sociedades capitalistas –y de las estrategias que sin embargo se
usan para tratar de marcar las diferencias–, cf. Cheal 1987.
22
Zelizer 1989: 368; Curtis 2004: 102; para el caso del género, cf. Benería y Roldán 1987; Laslett
1993; Aslaksen 2002; Bittman et al. 2003; Tubbs, Roy y Burton 2005; para Colombia, Zuleta y
Daza 2002: 139-150); sobre las relaciones interfamiliares, cf. Nihill 2000. Como señalé antes,
no voy a entrar en los debates que, tanto dentro de la economía como entre la economía y otras
disciplinas sociales, se han sucedido respecto de la interpretación económica de la vida
doméstica –ámbito curiosamente constituido en un recurrente caballo de batalla a la hora de
discutir la validez o no de diferentes teorías económicas–; y ello no sólo por causa de la
existencia de gran número de textos, sino porque el alto nivel de formalización que en ellos se
usa obligaría a un esfuerzo que en estos momentos excedería seguramente su utilidad para este
proyecto (por poner un único ejemplo, puede revisarse el debate sobre “Perspectivas alternativas
sobre la distribución en el matrimonio”, publicado en The American Economic Review; sobre
todo, Nelson 1994 y Pollak 1994). Quizás el provecho de estos debates haya sido el obligar a
matizar y a hacer más complejas las propuestas de los economistas (cf. Wells y Baca Zinn
2004). Algunas reflexiones sobre la relación entre los estudios de familia y la disciplina
económica se encuentran, más adelante, en Derivación II. Teorías económicas y familia:
perspectivas y críticas.
15
buena medida los regalos juegan ahí un papel clave, pudiéndose observar que las
mujeres –a su entender psicológicamente más sensibles– cualifican más sus uniones a
partir de estos elementos (lo que las lleva a iniciar los trámites de separación y divorcio
en mayor número cuando ellos no están presentes). Lo importante es que esa capacidad
de regalar no es fácil de conocer de forma previa al matrimonio, a la unión, por lo que
difícilmente juega un papel significativo en la toma de la decisión matrimonial; así
como también es difícil de negociar durante el transcurso del matrimonio. Para todo ello
se basa en Gary Becker y en otros autores de la Nueva Economía de la Familia, quienes
asumen que las familias tienen un mayor acceso a bienes cuando se produce cierta
especialización entre los miembros de la familia, lo que implica tanto la existencia de
cierto altruismo como la prevalencia de alguna fuerza central, como la existencia de
roles de género socialmente sancionados (Parkman 2004: 484). Sin embargo, con los
cambios en el matrimonio y el surgimiento de los companionate marriages, la
especialización dejaría de funcionar bien (se produciría un aumento del empleo de las
esposas, una reducción de la demanda de hijos, la introducción de innovaciones
tecnológicas, etc.), a lo que contribuirían las leyes de divorcio (que pasa a ser factible
sin que necesariamente tenga que haber un culpable de la ruptura matrimonial), que
llevan a un énfasis en la satisfacción psicológica personal, por encima incluso de la
material, a la hora de valorar la relación: se espera no sólo que el hombre colabore y se
ocupe de ciertas labores, sino también que asuma algunos de los valores asociados a la
vida en pareja, como la empatía o la fluidez en la comunicación personal; igualmente, se
espera cierta autolimitación de la carrera profesional por parte de uno de los esposos
para poder estar más tiempo en la casa y facilitar la carrera del cónyuge. Es decir, se
espera amistad, apoyo, colaboración y equidad expresada en acciones concretas, de las
que el ofrecimiento de regalos es una muestra (Parkman 2004: 485-487)23.
Siguiendo en esta línea, pero volviendo al caso de las separaciones y los divorcios
(Simpson 1997), en ellos el intercambio de objetos sirve para demostrar el estado de las
emociones entre los cónyuges, el “clima emocional”, pasando los objetos a formar parte
de los “idiomas relacionales” que se establecen entre los esposos y entre estos y los
hijos. No sólo están en juego los valores económicos de esos objetos (propiedades y
pensiones) sino el sentido particular, en todo caso simbólico (Gregory 1996: 214), que
adquieren en cada uno de esos intercambios: por ejemplo, cuando el dinero entregado
directamente por uno de los progenitores a su hijo se asume como una forma de
impugnación de la autoridad de quien quedó a cargo del hijo después del divorcio; o
cuando los regalos a los hijos se usan como instrumentos de lucha entre los padres por
el afecto de los hijos durante el proceso de separación. De esta forma, en el intercambio
está implicado no sólo el objeto intercambiado sino sobre todo la calidad de la relación
(relación que puede enmarcarse dentro de un continuum que va desde la cooperación
hasta la explotación –cuando hay reciprocidad negativa y asimetría en la relación, por
23
Es larga la historia y voluminoso el conjunto de estudios que, bajo la denominación teoría del
intercambio [exchange theory] cruzan las características personales (individuales o categoriales
–clase, raza, educación, etc.–) de los cónyuges para ver cuáles de esas características (sean
individuales o categoriales –clase, raza, educación, etc.–) inciden en la creación de los
matrimonios y marcan su estabilidad (cf. Collins y Coltrane 1991: 23-25); por no remitir a los
muchos textos recientes, cabe destacar, entre los antiguos, a Halbwachs (1935), Waller (1937),
Burgess y Wallin (1943 y 1944), Hollingshead (1950) y Elder (1969). Quizás la síntesis de este
modelo de interpretación sea el libro de Peter Blau Exchange and Power in Social Life (1986),
publicado originalmente en 1964, en que parte de la aplicación del análisis marginal de la
economía en el estudio de las dinámicas sociales (desde el amor romántico hasta el intercambio
económico, pasando por las relaciones jerárquicas y las diferencias de poder).
16
ejemplo–; cf. Steiner 1954; Gouldner 1960: 164 y ss.; Nihill 2000; Nelson y England
2002: 6 y ss.), así como los plazos temporales que entre los intercambios se colocan:
más que la inmediatez de la reciprocidad se espera que la “devolución” no se produzca
de inmediato, sino que se la dilate relativamente en el tiempo, pero no demasiado como
para aparecer como una entrega unilateral, como una “reciprocidad inmediata” que
cierra la posibilidad misma de una relación continuada (Cicchelli-Pugeault 2002: 132-
133). Pero, además, el obsequio o regalo mismo puede usarse como mecanismo de
revalorización de una relación (Rapoport 2000), como acción performativa que hace o
redefine a la relación (Laslett 1993: 306) e incluso en ocasiones como substituto
simbólico de una carencia o déficit en la relación (por ejemplo, acerca de la tendencia a
sustituir el cada vez más escaso tiempo dedicado la familia por regalos, cf. Tubbs, Roy
y Burton 2005: 85). Puede decirse incluso que la denegación por parte de algunos
individuos de la posibilidad de estimación del afecto por medio de la “medición” del
valor económico de los intercambios –es decir, de declarar su incomensurabilidad– es
una forma de mostrar el alto valor atribuido a una determinada relación (Espeland y
Stevens 1998: 314-315 y 327-328)24.
De esta forma nos aproximamos a otro elemento que puede vincularse al intercambio de
bienes en el seno de la familia: las dimensiones rituales y al papel que en ellas juegan
los intercambios, sus escenificaciones y simbolizaciones.
Una investigación pionera centrada en el papel que el ritual juega en las dinámicas
familiares es el que adelantaron, desde mediados de los años cuarenta en la zona de
Pennsylvania), los sociólogos James H. Bossard y Eleanor S. Boll. Ellos se preguntaban
si los rituales familiares debían ser tomados apenas como síntomas o indicadores del
estado de la vida familiar (por ejemplo en términos de integración) o, más bien, como
destacados elementos constitutivos de esa vida familiar. Aunque habrían de reivindicar
el estudio de los rituales familiares como una forma fácil y expedita para estudiar la
familia, hacían sin embargo énfasis en el carácter performativo que ellos tenían,
enlazando así con la perspectiva desarrollada por Émile Durkheim (1993) a partir del
papel de los rituales en la vida religiosa. Los rituales –“patrones de comportamiento
formal prescritos, pertenecientes a algún evento, ocasión o situación específica, que
tienden a ser repetidos una y otra vez” (Bossard y Boll 1949: 463; 1960: 429)– no
debían ser por tanto confundidos con rutinas ni con comportamientos habituales. Aún
aquellos rituales familiares más simples (por ejemplo las comidas, con sus formas
reiteradas de servir o de sentarse los comensales en la mesa) se revestían de cierto
carácter de excepcionalidad (de cierta sacralidad no teológica, “secular” dirán) y,
gracias al hecho de establecer un foco de actividad y atención común (actividades
cooperativas) encadenada y reiterada rítmicamente (cada día, semana, estación o año),
creaban fuertes entramados de relaciones regularizadas, de patrones de comportamiento
(diferenciados de acuerdo al estatus) y de valores compartidos25.
24
Estos autores lanzan la hipótesis de que es precisamente en los límites entre esferas
institucionales, es decir, entre ámbitos regidos por diferentes formas de valoración, donde
surgen los conflictos y donde se producen los reclamos más fuertes de inconmensurabilidad; es
el caso de las relaciones familiares donde pueden estar en contacto valoraciones en términos
monetarios junto a valoraciones en términos afectivos o emocionales (Espeland y Stevens 1998:
332).
25
Un intento pionero de aplicación específica de estas ideas, apoyadas en el modelo de Erving
Goffman, para el estudio de la familia es el artículo “The family as a company of players”, de
17
La importancia de este tipo de rituales se hace evidente en los momentos en que alguna
separación afecta a la familia: el regreso a la vida familiar tras un periodo de ausencia
suele suponer por un lado un choque sensible y la necesidad de readaptarse a sus
Annabella B. Motz (1976 [1965]. Se hace en él una presentación en forma de analogía teatral
de las interacciones entre lo que sucede en el escenario [front-stage] y lo que ocurre tras las
bambalinas [backstage] familiares. Sin embargo, la idea que propone esta investigadora es que
las dinámicas de la familia hacia adentro son aquellas donde los “actores” se preparan para sus
actuaciones “externas” (en la escuela, los comercios, el trabajo, la iglesia, las calles…). En
buena medida, por tanto, las dinámicas internas de la familia, las escenas domésticas, privadas,
parecerían entonces en todo caso como subsidiarias, ya que sería el escenario principal, externo,
el que “determina la dirección y el contenido del drama…” (Motz 1976: 297); además, son esas
actuaciones hacia fuera las que validan o no las actuaciones, el desempeño adecuado o no de los
papeles.
26
Estos autores insistían en el carácter a veces fortuito de surgimiento de estos rituales (un
accidente o acto esporádico podía convertirse en un acontecimiento recordado y conmemorado
cíclicamente), así como en la posibilidad de su variación temporal: las repeticiones no eran
siempre exactas sino que los rituales se modificaban para adaptarse a nuevas circunstancias
familiares (presencia de nuevos miembros, falta de otros miembros, por ejemplo). En este
sentido, uno de los elementos que debían tenerse en cuenta era el tamaño de la familia, lo que
implicaba un mayor índice de interacciones cotidianas y, en consecuencia, de mayor número de
rituales destinados a pautar y ordenar la vida doméstica; el otro eran los diferenciales
económicos entre familias, siendo más comunes y formalizados los rituales entre las clases más
altas, mientras que entre los sectores más pobres se los sustituía por “rituales de expulsión”
destinados a sacar de manera expedita de la casa a los miembros de la familia (Bossard y Boll
1949: 466-467; Bossard 1951: 245).
27
En el ámbito público, otros rituales, como los de pasaje o transición, cumplían funciones
semejantes; para un análisis de los bailes de debutantes que servían para presentar en público a
las jóvenes de la alta sociedad de Filadelfia, cf. Bossard y Boll 1948. En el caso de los rituales
matrimoniales, en especial de la boda, Martine Segalen (2005: cap. 5) muestra su flexibilidad y
polisemia en la actualidad: Cada vez más los novios tienen mayor control sobre el ritual, pero
las formas no se han perdido e incluso algunas se han revitalizado (con la vuelta a las “bodas
tradicionales” con toda su parafernalia). Y ahora pasa a dominar más la dimensión festiva que
alarga el ritual y lo llena de nuevos contenidos (eventos adyacentes cada vez más importantes,
como las despedidas de solteros, los preparativos colectivos de las diferentes partes de la boda,
etc.). Ello ha implicado también un desarrollo de los regalos rituales: un intercambio más
intenso de bienes –más que de ayuda, como era antes, aunque ésta también persiste– (cf.
Segalen 2005: 152 y ss.).
18
Debe tenerse en cuenta también el papel que juegan, en este tipo de rituales, los
artefactos producidos desde fuera y que inciden en su dinámica. El ejemplo más
recurrente ha sido el de la fotografía que, con la evolución técnica experimentada en los
dos últimos siglos ha terminado por formar parte de las actividades más cotidianas de la
familia. Judith Williamson (1994) mostró cómo las fotografías familiares (de
aficionados) solían recurrir en general al mismo tipo de poses, tomas y formas de
exposición. Curiosamente, la tendencia era a recoger en fotografías los momentos más
alegres y destacados de la vida familiar, de sus rituales más apreciados, evitando en todo
caso que aparecieran aquellos momentos de crisis o de conflicto interno, los cuales eran
reprimidos. En ello veía el papel de la publicidad misma y de las formas de promoción
de las cámaras o los rollos fotográficos, la imitación de las fotos de las revistas y de las
imágenes de los famosos. De tal forma, señalaba esta autora, que la familia tendía a ser
medida (su normalidad, su adecuación o adecuado comportamiento) precisamente a
partir de esas representaciones, de esa versión feliz de la vida familiar. Por otro lado, los
rituales, por medio de su recuerdo, entraban así en una cadena de interacciones que
podía ser actualizada sin necesidad de realizar el ritual: el álbum servía para
recuperarlos, individual pero también a veces colectivamente.
Su estrategia es mirar partes de la economía de mercado que pueden estar afectadas por
las relaciones sociales y a su vez influir en ellas; por ejemplo, las “fiestas de ventas”
(típicas de la compañía Tupperware, firma vendedora de productos plásticos para el
hogar), en las que se moviliza tanto el tiempo y los recursos (uso de la casa, preparación
de alimentos, tiempo de los diferentes miembros de la familia, reconstrucción de las
redes de conocidos que serán convertidos en clientes, etc.) de una mujer investida del
rol de invitadora/vendedora, y en la que se cruzan actividades de diversión, sociabilidad
y comercio (Davis 1973: 167 y ss.). Como resultado, no sólo se incrementan las
relaciones comerciales –que, de nuevo, no son reducibles a la mera búsqueda de
maximización: pues a veces se compra por compromiso, por ayudar a la anfitriona, por
pasar el rato– sino que, también, se intensifican las de amistad, parentesco o vecindario
y los vínculos familiares28.
28
Un sociólogo reciente que ha desarrollado todas estas elaboraciones sobre la vida ritual a
partir de Durkheim y de Goffman es Randall Collins, quien hace énfasis en la energía
19
Vogler y Jan Pahl (1994: 276-277), en su estudio sobre varias zonas obreras inglesas
(zonas en las que el marido suele ser el proveedor del dinero), encuentran que aquellos
hogares en que se estila una caja común o el dinero es entregado a las mujeres para ser
gestionado por ellas mostrarían relaciones más equitativas que aquellos hogares en que
el dinero es controlado sólo por el hombre31. En un texto posterior, Pahl (1995: 365-
367) distingue entre varios “sistemas de manejo del dinero” en la familia (lo que no
necesariamente es consciente por parte de los individuos, pero factible de ser
reconstruido por el investigador): bajo la administración de la esposa (el esposo le
entrega sus ganancias, total o casi totalmente); bajo la administración del esposo (al
revés), pagos a cargo de cada uno de los gastos del hogar; fondo común; y, manejo
también, consideraciones morales (incorporadas tanto por hombres como mujeres) acerca de las
que se consideran las virtudes de cada sexo (y de la adecuada distribución del poder en el hogar,
cf. Riley y Kiger 1999): por ejemplo, en Japón, en aquellos casos en que parece inminente una
separación, las esposas no suelen incrementar su participación laboral –que sería lo esperado de
acuerdo a la teoría de Becker, presuponiendo la búsqueda de recursos y de capital humano para
poder sostener una futura nueva vida sin depender de los recursos del esposo–, sino que
acrecientan su trabajo doméstico para reivindicarse como verdaderas mujeres (cf. Ono y Raymo
2006). Datos parecidos sobre desempeño doméstico para Colombia, se encuentran en Flórez
2000: 60-61; para un apunte acerca de las modificaciones que parecen estarse de todas formas
produciendo en América Latina, tendientes a un aumento de la equidad de género en el seno del
hogar, cf. Arango 2004: 250-254). Una dificultad añadida es que buena parte de estas
dimensiones están radicadas en ámbitos no claramente conscientes para los sujetos o los grupos
sociales que las practican: así, por ejemplo, Peter Bearman (1997), en su crítica de la forma en
que los estudios en términos de normas y modelos enunciados por los indígenas dificultan
entender las estructuras de intercambio, pone en entredicho las interpretaciones en términos de
normas desarrolladas por Lévi-Strauss: en el caso de los aborígenes australianos de la isla de
Groote Eylandt (con clanes patriarcales y gerontocráticos), la solidaridad social se produce por
medio de un sistema de intercambio generalizado que pone en contacto a “secciones” o
“bloques” de las tribus cuyos miembros, sin embargo, son incapaces en la práctica de reconocer
y cuyas reglas de intercambio de mujeres no pueden enunciar o son totalmente contradictorias
(Bearman 1997: 1386-1386). Estos bloques son confeccionados a posteriori por el investigador
a partir de las redes sociales existentes, pero no son identificados como unidades discretas por
parte de los indígenas, aun cuando en la práctica funcionen perfectamente. De esta forma, pese a
la apariencia de comportamientos guiados individualmente, se encuentra la estructura práctica
informal de un sistema de intercambio. Para reflexiones semejantes, pero con un carácter más
general, cf. el libro El sentido práctico, de Pierre Bourdieu (1991). En este sentido, sus
indicaciones metodológicas (Bourdieu 1997a), propuestas a partir de las principales
características de la economía de los bienes simbólicos –donde él ubica a este tipo de
intercambios–, como por ejemplo la coexistencia de dos verdades (en este caso económica y
familiar) y de la labor de disimulo con que se niegan los aspectos económicos del intercambio
familiar –el tabú de la explicitación y el recurso a eufemismos–: a su entender, no se deben
disociar en el análisis las funciones económicas de las familiares, es decir “la dimensión
propiamente económica de la práctica y de la simbolización que hace posible el cumplimiento
de la funciones económicas. El discurso no es algo que esté de más (como se tiende a creer
cuando se habla de «ideología»); forma parte de la economía misma.” (Bourdieu 1997a: 194).
31
Vogler y Pahl señalan también que esa distribución desigual del poder suele coincidir con un
acceso diferenciado a los bienes comunes mismos, ya sea de forma directa (por ejemplo, la
mejor comida es servida al hombre proveedor) o indirecto (la mujer no dispone de dinero para
uso personal y debe solicitarlo al marido). Según Catherine Cicchelli-Pugeault (2002: 130), en
sectores obreros franceses suele delegarse en la mujer la gestión de los escasos recursos: de
alguna forma parece contravenirse el orden del género, pero señala que se trata de una
distribución de la gestión que reproduce precisamente aquella que ellos han visto en sus hogares
21
de origen, como formando parte de las tareas del género femenino, lo que obliga a relativizar la
idea de mayor equidad en estos casos. Para Colombia, cf. Villegas 2000; para Manizales,
Serrano y Villegas 2000: 102-103. Sin embargo, no todos los investigadores están de acuerdo
con esta vinculación entre organización de las finanzas hogareñas y distribución del poder:
discutiendo acerca de las formas en que se puede estudiar la relación familiar a partir del
manejo del dinero del hogar –si se mete en un fondo común (organización colectiva) o si, por
otra parte, se mantiene su gestión separada (organización similar a la del mercado)–, Judith
Treas (1993: 732) enfatiza que, en una sociedad como la norteamericana actual, donde no hay
mayor peso cultural o normativo sobre la mejor forma de administrar las platas familiares, se
debe presuponer que lo que determina uno u otro modelo es la evaluación de los costos de
transacción (es decir, los costos para organizar y manejar los intercambios) que cada modelo
implica. A su entender no es tanto una muestra de las relaciones de poder diferenciales en el
seno de la familia sino el resultado de una serie de contingencias específicas: complejidad de las
decisiones que deben ser tomadas, expectativas sobre la continuidad de la relación, costos de
inversión, costos para la medición y monitoreo de los ingresos y gastos, implicaciones
monetarias asociadas al manejo de varias cuentas, al pago de impuestos, etc. Es en
consideración de esos elementos que, por ejemplo, en Estados Unidos a mediados de los años
ochenta, dos tercios de las parejas (64.4%) tienen exclusivamente cuentas conjuntas y un 17.6 %
tiene cuentas conjuntas y separadas al mismo tiempo (Treas 1993: 729). Algunas características
que se asocian al mantenimiento de cuentas separadas son las experiencias de separación
previas, la duración y el ciclo en que se encuentra el matrimonio, participación en el mercado
laboral de los cónyuges, nivel educativo, etc., es decir, se debe al hecho de si la vida familiar
asume una organización más o menos individualizada entre sus miembros (Treas 1993: 732-
733).
22
1995: 365)32.
Para finalizar este apartado, es en este sentido que investigar las formas en que se
distribuyen los bienes y los recursos en el seno de la familia puede postularse como una
vía privilegiada, aunque no exclusiva, para lograr un mayor conocimiento de las
actuales características y dinámicas familiares en Colombia.
NUESTRA INVESTIGACIÓN
En último término, lo que se espera ofrecer con el análisis de los flujos e intercambios
familiares no es su eficiencia económica –como hemos discutido antes, de partida se
postula aquí el predominio de valores extraeconómicos en los intercambios económicos
familiares–, sino las “creencias previas acerca de cuál es la cantidad justa para cada
uno” (Zelizer, 1994: 141); es decir, las nociones que tienen los individuos sobre qué
tipo de intercambios son adecuados de acuerdo a las personas y circunstancias
implicadas y, por tanto, cómo ellos se insertan en la continuidad de la relación de
pareja. Inspirados en Zelizer (1989: 351), el análisis se hace a partir de información de
dos tipos.
32
En un más reciente texto, Pahl (2000) retoma aspectos de sus trabajos anteriores para mostrar
cómo, con el manejo de dinero electrónico y plástico, se reproducen, y a veces se refuerzan,
algunas desigualdades financieras dentro del hogar asociadas a quién aporta la los ingresos: por
ejemplo a partir de quién controla las cuentas (comunes y particulares) y cómo, de quién se
encarga de revisar las cuentas y los extractos, de quién dispone de tarjetas de crédito, etc. A
partir de ello se pueden ver también las relaciones desiguales en el seno de la familia, sobre todo
las posiciones económicas, pero también las relaciones con el mundo exterior. Así, dentro de la
familia, las desigualdades en el acceso a compras externas: las tarjetas de la familia, incluso la
común, no son para comprar lo que cualquiera de los miembros de la familia quiera; así hay en
el seno de la familia personas “ricas en crédito” y otras “pobres en crédito”). Compartir cuentas
de forma profundamente equitativa puede ser un símbolo de la unión; el mantener una cuenta
común y, al mismo tiempo, cuentas separadas para cada uno, puede expresar al mismo tiempo la
idea de unión y la de autonomía.
33
Hay que recordar que, en Colombia, los patrones de nupcialidad se han mantenido bastante
constantes a lo largo del siglo XX, en especial en su segunda mitad (Flórez 2000: 45 y 58); lo
que no quiere decir que se hayan mantenido las concepciones que están en su trasfondo.
23
Por otro, los usos que se hace de dichos bienes (atesoramiento, redistribución, consumo
inmediato, circunscripción a usos específicos o generales, control indirecto, uso
individual o colectivo, etc.); en buena medida, esto está relacionado con los valores
específicos que asignan los participantes a los intercambios producidos y aquellos que
aplican a los intercambios esperados. En este sentido, muy probablemente en ello
entrarán en juego las características (cambiantes en el tiempo y posiblemente
diferenciadas en cada caso estudiado) de género, edad y la posición o rol en la familia
de cada uno de los individuos implicados en el intercambio (de tal forma que, por
ejemplo, en una relación de género igualitaria seguramente se observará cierta tendencia
a tener cuentas compartidas o a fijar cooperativamente la asignación de ciertos recursos
a determinados usos)35. Evidentemente, el uso estará diferenciado también de acuerdo al
34
La dificultad para hacer una “medición” adecuada de ciertos bienes o procesos de intercambio
es evidente en el caso de los contextos familiares, puesto que o bien su elaboración, o por lo
menos su evidencia, es marginal o bien son realizados de forma tan “natural” que son
socialmente ignorados (como sucede, por ejemplo, con el trabajo doméstico; Espeland y
Stevens 1998: 318).
35
Según Zelizer (1989: 352) y Vogler y Pahl (1994: 268-269) es básico establecer la forma en
que son distribuidos el dinero y los bienes y establecer relaciones en el análisis con las
posiciones estructurales relativas dentro de la familia; es decir, con la distribución del poder
entre los cónyuges. Por otro lado, cabe distinguir entre quien realiza la distribución y quién
toma decisiones al respecto, puesto que puede no tratarse de la misma persona: por ejemplo, los
ingresos familiares puede ponerse en una cuenta común, pero las decisiones sobre esa cuenta
tomarlas uno de los dos cónyuges o los dos conjuntamente, o variar de acuerdo al tipo de gastos
en que se va a incurrir. En su estudio sobre obreros ingleses, Vogler y Pahl (1994: 271-272)
encontraron que los hombres tendían, en sus respuestas, a enmascarar el hecho de que las
decisiones eran suyas diciendo que se trataba de cuentas compartidas. En general, los gastos
recurrentes, cotidianos, destinados a la reproducción inmediata habrían estado en manos de las
amas de casa, mientras que las decisiones importantes, las que supondrían grandes gastos o
inversiones a largo plazo, las habrían mantenido en su poder los hombres, sobre todo cuando el
suyo era el principal ingreso monetario familiar. Un intuitivo estudio que combina estas dos
24
bien o recurso particular de que se trate en cada caso (regalo, sueldo, préstamo, etc.).
Identificar los usos es un paso clave para fijar el papel que esos intercambios tienen a la
hora de integrar a la familia y de dar continuidad a la vida en común.
ESTRATEGIA DE INVESTIGACIÓN
Siguiendo con esta orientación, para poder lograr los objetivos específicos de este
proyecto exploratorio nos propusimos inicialmente, como estrategia de investigación, la
recolección de información primaria por medio de dos vías, ambas en todo caso
indirectas –y cuyas limitaciones y virtudes trataríamos en todo caso de tener en cuenta
(cf. Ben-Yehuda et al. 1989: 474): el recuento de los intercambios producidos entre los
miembros de la pareja mediante la aplicación de una guías de auto-registro de los
intercambios y la realización de entrevistas en profundidad con ambos miembros de la
pareja acerca de esos mismo intercambios36. Sin embargo, las limitaciones temporales y
operativas para la realización del proyecto y, sobre todo, algunas dificultades
metodológicas, nos llevaron a modificar la propuesta metodológica inicial.
excedían las disposiciones razonables (en concepto de tiempo, especialmente) que las
parejas nos podían ofrecer. En consecuencia, se decidió cambiar de herramienta y, en su
lugar, diseñar y aplicar una encuesta que abarcara todos los ítems presupuestados en el
trabajo acerca de los intercambios y que había de completarse en una única sesión
independiente con cada uno de los dos miembros de la pareja38. Por otra parte, una
limitación evidente (que se ha tratado de tener en mente), del recurso a este instrumento
es la dificultad para conocer aspectos que, como el ambiente y las sensaciones, forman
parte fundamental de ciertos procesos sociales: como muestra Nihill (2000: 111-124) en
su estudio de los intercambios de regalos en los matrimonios entre los Angamen de
Papua-Nueva Guinea, con la entrevista oral se tienden a recoger los aspectos más
estereotipados puesto que, a los entrevistados, les es difícil presentar una exégesis que
trascienda los sentidos y significados más evidentes del ritual (o en todo caso que
penetre en el dominio interior de su participación personal).
Evidentemente, por medio de estas encuestas se recogieron otros elementos, entre ellos
los datos sociodemográficos de los dos miembros de la pareja (edad, nivel educativo,
ocupación, etc.), la biografía personal y la historia de la relación familiar (Miethe 2002),
el tipo de estructura familiar (hogar nuclear, extenso, compuesto, etc.), su organización
(quién es el jefe de familia, distribución de las tareas domésticas, toma de decisiones,
trabajo asalariado, etc.) y su tamaño –elementos claves a la hora de interpretar las
expectativas y dinámicas que tienen sus miembros (Flórez 2000: 34 y ss.)–; se trataba
en todo caso de información que pudiera posteriormente correlacionarse con la
disponibilidad de recursos diferenciados entre los esposos y que, al mismo tiempo, era
básica para pensar en la forma de la distribución interna de los ingresos familiares
(Treas y Walter 1978)39.
vida cotidiana y más rutinaria. Recordemos que Bourdieu (1991: 169) insistía, en su análisis de
las relaciones entre familias, en la importancia de no olvidar que los pequeños regalos entre
parientes son al regalo en moneda lo que los matrimonios frecuentes dentro del linaje o la
vecindad son a los matrimonios extraordinarios celebrados solemnemente; con esta ilustración
estaba reclamando prestar la misma atención a los intercambios cotidianos que a los
intercambios que, por su carácter excepcional, tienden a ser el objeto de estudio predilecto de
los investigadores.
38
Esta decisión tendría varias consecuencias. En primer lugar, por un lado, el tiempo de
dedicación a la recogida de la información directa por parte del equipo de investigación
se ampliaba sustancialmente (pues ya no se trataba de dejar un formato de auto-registro
en la casa y pasar luego a recogerlo, sino de sentarse con cada uno de los dos miembros
de la pareja para aplicarles una encuesta); por otro, habiendo optado por esta
herramienta, se consideró que el tipo de información que se podía recoger por medio de
la encuesta era mucho más amplio que el que permitiría un formato de auto-registro, de
tal forma que se amplió el contenido del cuestionario hasta establecer uno que en su
aplicación había de rondar los 50-60 minutos. Es decir, que el cambio de técnica supuso
hacer un cuestionario de encuesta de mucha mayor complejidad (pero susceptible de
fácil manejo por parte del encuestador y de menor dedicación por parte del encuestado)
y capaz de producir un volumen mucho mayor de información que la originalmente
prevista para este primer instrumento.
Una segunda consecuencia de esta decisión fue que el volumen de material producido
por la encuesta resultó siendo tanto y de tal alcance que su sólo análisis e interpretación
excedía incluso los tiempos previstos para la entrega de este informe de investigación
(lo que ha obligado incluso a dejar de lado, por el momento, el análisis e interpretación
de algunos de los módulos), por lo que la aplicación del segundo instrumento, la
entrevista, se dejó provisionalmente de lado.
39
Es evidente que otro formato de recogida de información, por ejemplo la entrevista, pudo dar
lugar a hallazgos muy diferentes: por ejemplo, en los cuestionarios altamente focalizado, la
obligación de responder puede llevar a forzar las informaciones o explicaciones, a menudo
recurriendo entonces a los patrones normativos o a respuestas socialmente aceptadas para salir
del paso; las entrevistas abiertas ofrecen al entrevistado la oportunidad de establecer sus propios
ejes narrativos en la exposición, a menudo propiciando una versión más personal y ego-
centrada, y cuyo conocimiento no es nada desdeñable en una investigación (cf. Miethe 2002:
212 y ss.; Rosenthal 2002: 179). Sin embargo, para efectos de esta fase, que se quiso mantener
en un nivel prospectivo, se optó por recoger la información a partir de los lineamientos
principales establecidos por el investigador.
27
2000: 25-26)40. Por tanto, se propuso cubrir un espectro variado de las situaciones
económicas diferenciadas existentes en la ciudad de Cali41;
b.- por otro lado, y dado el papel que la estructura y composición familiar puede
tener en estos intercambios (en especial en tanto que unidad de consumo de tamaño
y composición variable42), se tuvo en cuenta el momento del ciclo familiar en que se
encuentra la pareja (es decir, si la pareja está recién unida, si tiene hijos pequeños o
hijos adultos residentes en la misma casa o con hijos adultos por fuera de la casa,
etc.). Por ejemplo, el momento de constituirse la pareja suele ser una fase de
intensos intercambios mutuos (especialmente de regalos) y de gratuidad en los
actos; por otro lado, en la fase de disolución de una pareja predominan la
reciprocidad negativa (Simpson, 1997: 740). Uno de los objetivos era que, durante
la investigación, se pudieran identificar diferentes fases de intercambio asociadas a
distintos momentos del ciclo familiar.
40
En todo caso, tener en cuenta las condiciones económicas no implica caer en el miserabilismo
a la hora de estudiar a las familias de más bajos ingresos; por ejemplo, en el caso del tiempo de
cuidado y atención de los hijos, Tubbs, Roy y Burton (2005: 87) muestran cómo las familias de
bajos ingresos buscan formas (auto-sacrificio del tiempo de descanso, desarrollo de actividades
múltiples, etc.) para tener más tiempo para los hijos. En cierta manera, la economía tiende a
preocuparse por la familia a partir de su inquietud por el tema de la pobreza (para ejemplos
colombianos, ver Lasso 2002 y Giraldo 2004).
41
De acuerdo con un estudio publicado por la revista Dinero (“En qué gastan los colombianos”,
20 de agosto, 2004: 33-42), en Cali las familias gastaban el 65,6% de sus ingresos en alimentos,
bebidas y tabaco (29,3%), transporte (24,2%) y transporte (12,1%); como rubros de gastos le
siguen esparcimiento y diversión (7,2%), educación (5,6%), vestuario y calzado (5,1%) y, ya
con menos del 4%, los seguros, los servicios médicos, las comunicaciones, otras actividades y
las deudas. Cali está por encima del resto de las cuatro ciudades estudiadas en este estudio
(Bogotá, Medellín y Barranquilla) en cuanto al porcentaje de los tres primeros gastos (vivienda,
alimentos, bebida y tabaco, y transporte), que son inflexibles (y en que el promedio nacional
está en el 59,7%). Aunque no se encuentra desagregado por ciudades, si miramos lo que sucede
entre los diferentes estratos, se observa que el estrato 1 gasta el 71,4% (de un promedio de
ingresos de US$ 319) en vivienda, alimentos bebidas y tabaco, y transporte, mientras que los
estratos 5-6 gastan el 54,3% (de un promedio de ingresos de US$ 1890%). La coyuntura
económica que describe la revista es de un crecimiento económico general (sobre el 4%, aunque
el PIB per cápita ha disminuido en los últimos años) que no se refleja en un aumento
equiparable del consumo de los hogares (se mantiene el de los bienes inflexibles, aunque ha
aumentado algo el de los flexibles, un sector que habría estado estancado durante varios años).
42
Él era siempre tan plausible. Mucha gente ha creído que su versión de los
hechos era la verdadera, más allá de unos cuantos asesinatos, seducciones o
monstruos con un único ojo de más o de menos. Incluso yo le creía a veces.
Sabía que era tramposo y mentiroso, pero no pensaba que fuera a usar sus
trucos y a intentar sus mentiras conmigo. ¿No le había sido fiel? ¿No le
había esperado, y esperado, y esperado, pese a la tentación –o cuanto menos
a la compulsión– de actuar de otra forma? ¿Y en qué me convertí una vez
que la versión oficial cogió fuerza? En una leyenda edificante. En un palo
usado para golpear a otras mujeres. ¿Por qué razón no podían ser las demás
mujeres tan consideradas, confiadas y sufridas como yo lo había sido? Esa
fue la orientación que le dieron los narradores, los tejedores de aventurillas.
No sigáis mi ejemplo, quiero gritar en vuestros oídos –sí, ¡en los vuestros!–.
Pero cuando trato de gritar, sueno como un búho.
Nuestra encuesta (Ver el anexo 1. Formulario encuesta) se aplicó por separado a cada
uno de los dos miembros de 22 parejas heterosexuales45 residentes en tres barrios de la
ciudad de Cali: Eduardo Santos (Comuna 12), Chiminangos (Comuna 5) y Ciudad Capri
(Comuna 17), como se puede ver en el Cuadro 2. Distribución de las parejas por
barrios. Sin tener el ánimo de construir una muestra representativa para la ciudad, se
buscó sin embargo estudiar parejas que tuvieran algunas características socio-
económicas básicas distintas. Los objetivos de esta selección básica eran dos: por un
lado tratar de no olvidar la diversidad de situaciones económicas que se viven en una
gran ciudad como Cali; por otro, facilitar algunas comparaciones entre las condiciones
materiales de vida y las formas en que en el seno de los hogares se producen los
intercambios. Basándonos en la estratificación oficial que establecen las autoridades
municipales (división de la ciudad en estratos socioeconómicos), los tres barrios
escogidos pertenecen al estrato 2 (Eduardo Santos), 3 (Chiminangos) y 5 (Ciudad
Capri)46.
45
La orientación sexual de las parejas no fue tomada como una variable a ser profundizada en
este estudio. Hay recientes discusiones sobre la existencia o no de diferencias en las formas de
gestionar los bienes y los recursos entre parejas heterosexuales y homosexuales: Katherine
Inman (2002) señala que hay más mitología que realidad en los supuestos que se hacen sobre las
parejas conyugales homosexuales ya que, de acuerdo a algunos estudios hechos en Estados
Unidos, algunas de las características que se les atribuyen son falsas: no siempre tienen mayor
nivel educativo, y por tanto mayores ingresos; tampoco todas viven en una situación de
invisibilidad protectora que lleva a crear redes de apoyo en los empleos; tampoco es cierto que,
como no suelen tener hijos (o tienen menos), disponen de más recursos para gastar; y,
finalmente y relacionado con lo anterior, que no son sobre todo consumidores conspicuos.
46
Es decir, apelamos a una clasificación que tiene, sobre todo, objetivos distintos (tributarios,
básicamente) a los de la investigación social, pero que en Colombia ha sido usada también para
estos fines. Esta clasificación, que se hace a partir de las condiciones de vida material, no debe
30
En lo que sigue, se ofrece primero una breve descripción histórica y contextual de los
tres barrios donde se aplicó la encuesta; a continuación se presenta una breve
sistematización de los datos de la encuesta en términos de las características generales
(distribución de las parejas en términos de ingresos, hijos y duración de la relación,
características generales de los hogares en que se aplicó la encuesta y características
generales de las parejas encuestadas); inmediatamente después se ofrece una
sistematización de algunas dimensiones básicas de la vida doméstica observando las
variaciones que, al respecto, se producen por género en los tres barrios (la distribución
del trabajo doméstico: tiempo y satisfacción, la toma de decisiones, actividades
conjuntas y percepciones acerca de la calidad de la relación conyugal, y el manejo del
dinero en el hogar); finalmente, se presenta una descripción detallada de cada uno de los
casos y se observa cómo se da en ellos la circulación de bienes.
Eduardo Santos
El barrio Eduardo Santos pertenece a la Comuna 12. Esta Comuna está localizada al
oriente de la ciudad, en un área consolidada de población de estrato socio económico
bajo y medio bajo (el estrato moda es el 3, o medio bajo). Los 12 barrios que conforman
esta Comuna están legalizados, así aproximadamente la mitad de ellos tenga su origen
en procesos piratas o clandestinos de urbanización. En la actualidad la comuna presenta
condiciones urbanísticas y ambientales aceptables en términos de calidad de vida. El
estimado de la población es de 75.322 habitantes, con 12.522 viviendas que ocupan
233.69 hectáreas; la densidad poblacional es de 322.32 habitantes/hectárea.
Hasta los años treinta había, en lo que hoy es el barrio Eduardo Santos, muy pocas
casas. La gente recogía el agua de un río que venía desde una quebrada llamada Agua
Blanca. En aquel entonces era aún un corregimiento de Cali. Sólo posteriormente se
convertiría en un barrio de la ciudad –aun en 1948 fracasó un proyecto para construir
una vía de comunicación con la ciudad–. La ciudad fue creciendo y expandiéndose sin
parar hacia esta área desde los años cincuenta, y el barrio tomaría finalmente su nombre
actual a mediados de los años setenta. Desde entonces se ha venido consolidando, como
lo muestra el hecho de que, en el año 2002, el estrato moda de la Comuna pasara del 2
al 3. Sin embargo, el barrio escogido pertenece al estrato 2.
49
Chiminangos
Este barrio pertenece a la Comuna 5 de Cali, que está localizada en la zona centro-
oriental de la ciudad y de la que forman parte 20 barrios. En términos socio-
económicos, la Comuna presenta una alta homogeneidad, pues el 83% pertenece al
estrato 3. De acuerdo con las proyecciones de población efectuadas, esta Comuna tiene
un total de 98.619 habitantes, con unas 23.556 viviendas y una densidad de 234.94
habitantes por hectárea.
Capri
Este barrio pertenece a la Comuna 17, la más extensa de la ciudad. Se ubica en el sur de
Cali y casi en su totalidad ha sido producto de ocupación y edificación legal. Lo
componen 6 barrios oficialmente reconocidos y unos 20 sectores (reconocidos
informalmente también como barrios). El estrato moda de la Comuna es el 5, o medio-
alto, que engloba al 43,11% de los residentes en el barrio (seguido proporcionalmente
por el estrato 6, con el 22,18%). La población es de 135.662 habitantes, con un total de
39.409 viviendas y una densidad de 58,79 habitantes por hectárea.
El suelo tiene varios usos, dominando el residencial, al que acompañan los comerciales
(con varios centros comerciales), de servicios e institucionales –especialmente
educativos, tanto de primaria y secundaria como universitaria–; en mucha menor
medida tiene dedicación industrial. Dispone también de amplias zonas verdes.
con la antedicha advertencia de que no se trata de una muestra representativa del tipo de
hogares que conforman los tres barrios ni, menos aún, de la ciudad de Cali.
Cónyuge
8 36,4 36,4
masculino
Cónyuge
2 9,1 45,5
femenino
Total 22 100,0
Por otro lado, como ya se señaló, se buscaba introducir también variaciones entre los
casos estudiados en términos de la composición familiar; para ello, sin embargo, se
estableció tan sólo una variable dicotómica gruesa: la existencia o no de hijos que
50
Recordemos que fuimos nosotros quienes hicimos la selección de los casos de acuerdo al
criterio dicotómico de que tuvieran ingresos uno o los dos miembros de las parejas (o, en lo que
sigue, que tuvieran hijos residiendo con ellos, etc.). No se trata por tanto de una muestra
aleatoria: son el resultado de las posibilidades y dificultades para conseguir casos de un tipo y
de otro. Sin embargo, quede claro que lo que sí fue dejado al azar fue la determinación de quién
traía los ingresos al hogar en los casos de un único ingreso: no se pedía o buscaba que fuera uno
u otro de los cónyuges. Quizás sea ese el rasgo más llamativo que pueda retenerse en la
memoria y con alcances externos a esta investigación en particular.
34
51
Discriminando por barrios, recordemos que en Capri tenemos 1 pareja con menos de un
año junta (medio año), 2 parejas entre 1 y 10 años (algo más de 3 años y medio en
promedio), y 2 parejas con más de dos años (26 años en promedio); en Chiminangos
tenemos 2 parejas que llevan menos de un año junta (8 meses en promedio), tres entre 1
y 10 años (algo más de 5 años y medio en promedio) y 4 parejas que llevan más de 10
años juntas (poco más de 25 años juntas en promedio); en Eduardo Santos, 2 parejas
con menos de un año junta (11 meses en promedio), 3 entre 1 y 10 años (algo más de 6
años en promedio) y 3 con más de 10 años (19 años y medio en promedio).
Es preciso recalcar, tal y como se desprende de todos los cuadros anteriores, que los
casos recogidos no resultan numéricamente equiparables ni en términos de los barrios ni
en términos de su composición interna de acuerdo a las variables. Pese al intento
realizado durante la fase de encuesta, como ya dijimos, algunos de los casos en que se
agruparan ciertas características resultaron difíciles de completar (especialmente en el
caso del barrio Ciudad Capri). Sin embargo, de todo ello nos atrevemos a extraer
algunas características generales y a hacer algunas comparaciones básicas, y a usarlos
luego en la interpretación de los casos cuando sean abordados de forma individual.
Total 22 100,0
Por barrios, el número de hogares por vivienda se distribuye así: en Capri tres hogares
comparten la vivienda con otro hogar y los dos restantes ocupan ellos solos una
vivienda; en Chiminangos la gran mayoría ocupan una vivienda por hogar (8 casos) y el
restante lo comparte con otro hogar; en Eduardo Santos, tres hogares viven su propia
vivienda, otros tres la comparten con otro hogar, un hogar la comparte con otros dos
hogares, y un último hogar lo comparte con otros tres hogares. Curiosamente, es en el
barrio Capri, el más acomodado de los tres, donde parece haber mayor dominio de
múltiples hogares en una vivienda (aunque se suele tratar de hijos que están en proceso
de lograr la independencia familiar53).
53
Evidentemente, el tipo de vivienda establece posibilidades para la coexistencia o no de varios
hogares: las casas del barrio Capri son grandes y con múltiples habitaciones, lo que permite la
coexistencia con cierta holgura de varios hogares; todo lo contrario sucede con Chiminangos,
pues se trata de apartamentos pequeños; en el caso de Eduardo Santos, nos encontramos sobre
todo con autoconstrucción, lo que en algunos casos puede implicar ambientes amplios, aunque
sobre todo, muy probablemente, con situaciones de mayor hacinamiento.
37
Total 22 100,0
Por barrios, en Capri las parejas disponen de 1 cuarto (1 caso), tres cuartos (2 casos) o 4
cuartos (otros 2 casos); en Chiminangos todos tienen 3 cuartos (9 casos); en Eduardo
Santos las parejas disponen de 1 habitación (1 caso), 2 habitaciones (2 casos), tres
habitaciones (3 casos) y cuatro habitaciones (2 casos).
Por barrios, en Capri los cinco hogares estudiados tienen empleada doméstica externa
por días; en Chiminangos la mayor parte no tienen empleada doméstica (7 casos) y sólo
la tienen en los 2 casos restantes; en Eduardo Santos ningún hogar tiene empleada. Esta
es quizás una de las diferencias más significativas en cuanto a los hogares.
En términos del estatuto jurídico de las parejas (Cuadro 7. Estado civil pareja), es decir
de su estado civil, observamos que, en más de la mitad de los casos (12), se trata de
54
De acuerdo con los datos aportados por Javier Pineda Duque (2000: 74-75), Colombia tiene
una de las tasas más altas de jefatura femenina de América Latina (con el 51% a inicios del
siglo XXI). Este hecho parece haberse incrementado desde los años setenta y acelerado con la
crisis económica de mediados de los años noventa, que supuso el aumento del desempleo
masculino (que llegó a ser hasta del 20% en Cali) y la consecuente disminución de la brecha
entre hombres y mujeres (especialmente a partir de la informalidad laboral en que participan las
mujeres) en lo que se ha conocido como feminización del mercado laboral. Sin embargo, estos
porcentajes generales no se dan exactamente entre los casos estudiados por nosotros, lo que
refuerza la idea de que nuestro estudio no puede asumirse como representativo.
39
uniones libres, uniones de hecho que, en el caso colombiano, tienen, transcurridos dos
años, reconocimiento con efectos legales equiparables a los del matrimonio civil. En el
resto de casos (10) se trata de parejas constituidas a partir de ceremonias religiosas (8
casos), que en Colombia son reconocidas por el Estado, civiles (1 caso) y religiosas y
civiles al mismo tiempo (1 caso).
Por barrios, en Capri 4 parejas están casadas por la iglesia y una pareja está en unión
libre; en Chiminangos domina la unión libre (5 casos), seguidos por los que están
casados por la iglesia (2 casos), por lo civil (1 caso) o por lo civil y la iglesia (1 caso);
en Eduardo Santos domina también la unión libre (6 casos) seguidos por los casados por
la iglesia (2 casos). En este sentido, pareciera haber una tendencia más pronunciada
hacia la formalización religiosa de la unión cuanto más se sube en la escala económica,
alejándose de la tendencia general en que domina la unión libre.
42 1 2,3 70,5
43 1 2,3 72,7
47 1 2,3 75,0
48 2 4,5 79,5
50 1 2,3 81,8
51 1 2,3 84,1
53 1 2,3 86,4
56 1 2,3 88,6
65 2 4,5 93,2
66 2 4,5 97,7
71 1 2,3 100,0
Total 44 100,0
En términos de edad (Cuadro 8. Edad de los miembros de las parejas) vemos que el
promedio es de poco más de 37 años. Para los cónyuges masculinos es de algo más de
39 años y para los cónyuges femeninos de algo más de 35 años y medio (no incluimos
en este informe el cuadro con el desglose de edades por género).
En términos de género (no incluimos el cuadro con el desglose de estudios por género),
7 hombres no han terminado la secundaria (casi un tercio del total de hombres), 5 han
culminado estudios universitarios (más de un quinto del total de hombres, 2 de ellos con
posgrado completo), y el resto tiene la primaria completa (5), estudios técnicos (2) y
universitarios incompletos (3), lo que constituye algo menos de la mitad del total de
hombres. En cuanto a las mujeres, 8 no han terminado la secundaria completa (más de
un tercio de todas las mujeres), 4 han completado estudios universitarios (menos de un
quinto, aunque 1 de ellas con postgrado) y el resto tiene la secundaria completa (3
personas), estudios técnicos (2), tecnológicos (2) o universitarios incompletos (3
personas). Se observa que hay un ligero mejor nivel educativo para el conjunto de los
hombres.
Sin entrar en grandes desgloses, por barrios se observa que, en Capri, una gran parte
tiene estudios universitarios (tanto completos como incompletos, incluyendo varios
casos con posgrado), sumando 8 personas, y que los niveles educativos mínimos
alcanzados son técnico o tecnológico completos (una persona de cada); en cuanto al
nivel educativo más alto alcanzado, vemos que en conjunto tienen los niveles más altos
de todos los barrios estudiados y que, en términos de la distribución por género en el
barrio, hay bastante cercanía en términos de su respectiva formación escolar. En
Chiminangos, aunque hay algunos casos de estudios universitarios (completos e
incompletos), 5 casos, dominan los que apenas alcanzan la secundaria (incompleta con 6
casos, completa con otros 3 casos) y con algunos casos en que apenas tienen la primaria
completa (1 caso) y estudios técnicos completos (2 casos) o tecnológicos completos (1
caso); los hombres tienen un poco más de nivel educativo. Finalmente, en Eduardo
Santos, observamos que la mayoría tiene apenas la secundaria incompleta (8 casos)
seguidos por quienes la completaron (5 casos) y luego por los que tienen técnico
completo (1 caso), universitario incompleto (1 caso) y universitario completo (1 caso);
los hombres son los que han alcanzado niveles superiores de educación. Es evidente el
desbalance que se produce en términos educativos entre los barrios: a menor nivel
económico, menor nivel educativo, con muy significativos diferenciales de fondo, entre
otros en términos de género (mayor igualdad entre hombres y mujeres en la escala más
alta).
realizan en una proporción sensible (la mitad de todas ellas) trabajos remunerados por
fuera de la casa55.
55
En general, la participación de las mujeres casadas en el mercado laboral parece estar afectada
por factores muy complejos que dificultan hacer estimativos y prever algunas de las
características socio-económicas de los hogares que lo estimularían (ni siquiera el tener hijos
menores de 6 años parece ser un factor decisivo; para el caso colombiano, cf. Arango y Posada,
2005: 1833-1835).
43
y se averiguaba también qué otras actividades realizaban usualmente pero que no habían
aparecido en registro diario (ver el módulo B del cuestionario). El recurso a registros del uso del
tiempo diario, que supone en nuestro caso haber tomado dos días de la semana como muestra
(con limitaciones evidentes por tanto), ofrece información que puede tener interés, siempre y
cuando se la trate con cuidado y se las use para responder preguntas sociológicas, como
exponen J. Gershuny y O. Sullivan (1998). Tras hacer una defensa de este instrumento,
descartando algunas de las críticas que se le han hecho (tendencia a la confusión entre tiempo
natural y tiempo social; precariedad y simpleza de los registros numéricos, reducidos a menudo
a agregados gruesos sobre la ocupación del tiempo por individuos y en base a categorías socio-
económicas), al mostrar algunas de sus virtudes, estos autores enfatizan cómo con ellos se
pueden analizar las dinámicas por detrás del uso del tiempo, por ejemplo la satisfacción, el
cruce y el solapamiento de actividades. Para ello ponen ejemplos sencillos del uso del
instrumento por la sociología, y muestran cómo permite estimar algunos aspectos de las
relaciones familiares: combinación de actividades, intensidad, densidad (varias actividades al
tiempo, más acaparadoras unas actividades que otras) y dispersión (discontinuidad en el ritmo,
etc.) del tiempo con diferenciales por género, es decir comparando entre esposos, teniendo en
cuenta la dedicación laboral y el estatus del empleo, la existencia de hijos, tipo y tamaño del
hogar, etc. (Gershuny y Sullivan 1998: 74 y ss.)
57
El valor de este tipo de indicador radica en que permite aproximarse de manera relativamente
rápida, ágil y clara (permite evitar la confusión entre las dimensiones subjetivas que acompaña a
toda actividad y su dimensión objetiva, pese a todos los problemas de fiabilidad del registro de
los datos) a las a la forma en que se distribuye un bien, el tiempo en este caso, al que todos
tenemos acceso –está democráticamente distribuido, y facilita por tanto las comparaciones–; es
decir, permite acercarse a la forma en que los roles se acompañan de una distribución de tareas
sociales, por lo que son entonces, en general, indicadores de desigualdad (Kolch-Weser
Ammassari 2000: 3153-54). Pero como indicador, cabe recordar que lo usamos para hablar de
las actividades realizadas, o del ritmo (repetición, sucesión, pauta…) de dichas actividades, por
lo que hay que ir con cuidado en cómo un indicador (distribución de tareas en un determinado
lapso) nos permite aproximarnos a otros datos (distribución de roles, de papeles… de su
transformación en el tiempo –estudios longitudinales– o en el espacio –comparaciones entre
sectores, regiones, países,...–). En principio, este registro privilegia aparentemente los patrones
de comportamiento, no tanto en las experiencias subjetivas y los coloca en unas unidades
temporales estandarizadas usadas para la medición (Kolch-Weser Ammassari 2000: 3154). El
problema más complicado es la construcción de categorías de actividad, homogéneas y
mutuamente exclusivas, a partir de actividades continuas, superpuestas y enunciadas a partir de
clasificaciones de sentido común, lo que implica por tanto que “cualquier clasificación de
actividades presupone un acto interpretativo” (Kolch-Weser Ammassari 2000: 3155, 3158),
pues la aproximación a las actividades suele hacerse en términos individuales y con referencia a
actividades laborales, lo que implica problemas para registrar actividades de otros tipos, o
temporalidades de orden más colectivo, como bien criticó Bourdieu (Kolch-Weser Ammassari
2000: 3158). En general, se asume que la clasificación y codificación de las actividades es uno
de los problemas más básicos, junto a la definición del alcance y la escala de la investigación, la
45
casos con altísima dedicación, superior a las 26 horas –que era el margen superior
establecido en el formato de encuesta–. Por su parte, ningún hombre pasa de las 15
horas semanales y la mayor proporción se ubica en la franja de baja frecuencia (entre 1
y 5 horas, que supone menos de 1 hora diaria)58.
población de la que la escala será extraída, el formato de los instrumentos para la recogida de
datos, la elección de los indicadores básicos, y la validez y confiabilidad de los datos recogidos
–en este punto, sin embargo, se ha visto que esta forma de recogida de material introduce menos
sesgos que otras formas recurrentes (como la entrevista); desgraciadamente, al preguntarse por
las actividades realizadas, se evita en especial la enumeración de las actividades de deseabilidad
o prestigio social dudoso (Kolch-Weser Ammassari 2000: 3159). Hay que tener en cuenta,
como acabamos de decir en extenso, los límites de este instrumento: las actividades realizadas al
mismo tiempo puede aparecer sub-registradas; aunque, por otro lado, la simplificación del
instrumento puede hacer más ágil el uso de los datos y producir modelos para las
interpretaciones (cf. Kolch-Weser Ammassari 2000: 3157). En el análisis de estos datos, lo más
usual es cruzar variables socio-demográficas con la frecuencia y duración de las actividades y,
en algunos casos, sumándole el lugar o con quién se hace (Kolch-Weser Ammassari 2000:
3159-61); sin embargo, en estimativos de la evolución histórica de la distribución de actividades
hay que ir con cuidado pues los cambios pueden ser sobre todo en las categorías más marginales
y no en las centrales, pero pueden ser significativos y deben tenerse en cuenta.
58
En este sentido, la forma en que funciona la preparación y el trabajo relacionado con la
alimentación ha sido vista como una manera de marcar los estatutos diferenciados entre los
miembros de la familia (cf. el muy sugerente trabajo de grado de David Quintero para el caso de
Cali): no es por casualidad que la mujer suele tomar el papel de encargada de alimentar a los
demás, algo que se realza precisamente mediante su mayor actividad en estas actividades de
ocio asociadas al consumo alimentario, donde ella trabaja para los otros precisamente cuando
los otros están descansando (de tal forma que se ratifican los estatus de género, pero también se
producen percepciones subjetivas diferenciadas y la mujer puede finalmente sentirse orgullosa
del éxito de una invitación o celebración familiar). Otras formas de marcar las diferencias de
estatuto se relacionan con el tipo y cantidad de alimento que se reparte: por detrás de porciones
distintos se descubren estatus sociales distintos, en especial los de género y de edad. Contra lo
que las encuestas usualmente asumen –dividir el consumo por el número de miembros del
hogar, lo que de todas formas puede permitir comparaciones entre unidades domésticas–, la
distribución interna en la familia no es equitativa ni igualitaria (Charles y Kerr 1995). Estos
autores señalan precisamente que quien suele tener un papel activo en la gestación de estas
marcas de estatus son las mujeres, pues ellas son las encargadas de comprar, preparar y servir
los alimentos; la desigualdad de la distribución es asumida como “natural”, pero ellas dependen
de expectativas culturales acerca de la adecuación de la alimentación para cada miembro de la
familia a partir de criterios discriminadores y de rankings y jerarquías alimentarias. En cierta
forma, ellas son capaces incluso de subordinar sus preferencias, lo que establece la existencia de
diferenciales de poder; y son, en buena medida, las transmisoras de esas diferenciaciones.
Algunos de estos patrones de comportamiento no son exclusivos de occidente. Para el caso de
África, el texto de O’Lauglin (1974) muestra los entramados conceptuales y de estructura social
que están por detrás de la exclusión de las mujeres del consumo de ciertos alimentos entre los
mbum (Chad, África), con los que se marca su carácter subordinado respecto de los hombres y,
especialmente, el control que estos últimos tienen sobre las actividades reproductivas de las
mujeres. Desde hace tiempo se ha reconocido cómo recaen sobre las mujeres las tareas
46
Si tenemos en cuenta lo que declaran los 9 maridos, vemos que la mayor parte de ellos
realizan entre 1 y 5 horas de trabajo doméstico semanal (3 casos, un tercio) y entre 6 y
10 horas semanales (3 casos, otro tercio), mientras que los restantes le dedican entre 16
y 20 horas (1 caso), entre 11 y 15 horas (1 caso) o menos de 1 hora (1 caso).
declaran en mayor proporción sentirse “contentos” (4 casos), seguidos por los que
declaran sentirse “muy contentos” (4 casos), mientras que ninguno declara sentirse
“poco contento”. Como en Capri, hay bastante similitud pero parece ser un poco mayor
la satisfacción de los esposos en este punto61.
Si observamos lo que sucede en Eduardo Santos, vemos que, en cuanto a las horas
semanales de trabajo doméstico y de acuerdo a lo que las 8 mujeres de estos hogares
declaran, 4 (es decir la mitad) dedican más de 26 horas semanales al trabajo doméstico,
2 (una cuarta parte) entre 1 y 5 horas semanales, 1 entre 6 y 10 horas semanales y 1
entre 11 y 15 horas semanales. Es decir, todas hacen algún tipo de trabajo doméstico,
sin importar que sean ellas las que hacen los aportes económicos al hogar o no.
Recordemos que hay un único caso en que es ella la que hace los aportes, pero declara
que trabaja “entre 1 y 5 horas”. La otra mujer que declara ese tiempo de trabajo (“entre
1 y 5 horas) es de una familia en la que el esposo hace el aporte o ingreso familiar. Este
caso distorsiona un poco aquellos casos de parejas donde el ingreso es masculino: una
cuarta parte trabaja “entre 11 y 15 horas” y la mitad “más de 26 horas”. Pero lo más
interesante es el caso cuando ambos aportan ingresos a las familias: en dos de los tres
casos la mujer trabaja más de 26 horas. Resumiendo: no hay mujer que no trabaje en
labores domésticas, sin importar quien trae los ingresos; en promedio, trabajan por
encima de las 26 horas cuando el ingreso es del esposo; y en un porcentaje mayor (casi
67%) cuando los dos producen ingresos62.
61
En cuanto a horas dedicadas a un trabajo formal, durante un día de semana usual, los hombres
de Chiminangos declaran dedicar en promedio algo más de 8 horas diarias y las mujeres un
promedio de algo más de 4 horas. En cuanto al fin de semana, la mayor parte declaró no haberle
dedicado tiempo al trabajo, excepto dos hombres que declararon cada uno una jornada de
trabajo de 11 y 12 horas respectivamente. En cuanto a la satisfacción con esa distribución y uso
del tiempo, las mujeres se declaran algo menos contentas (3 declaran “poco contentas”, 4
“contentas” y 2 “muy contentas) que los hombres (2 declaran “poco contento”, 5 “contento” y 2
“muy contento”), pero sin variaciones muy llamativas.
62
De acuerdo con Spitze y Loscocco (1999), aunque es evidente que la posición en el mercado
de trabajo de la mujer ha cambiado dramáticamente a lo largo del siglo XX, sin embargo los
cambios en el hogar han sido más lentos y van un paso por detrás; y ello afecta la participación
de las mujeres en el mercado laboral: ellas se ven afectadas aún, de forma grande y asimétrica
en comparación con los hombres, por las características y dinámicas de la familia. En cierta
forma, todo ello contribuye a que sea más favorable económicamente que la mujer permanezca
como ama de casa en el hogar: sobre todo para ella, ya que si permanece en el mercado de
trabajo, se recarga sobre su espalda la doble función de ama de casa y de trabajadora asalariada
(lo que ya había señalado muy lúcidamente, hace ya más de un siglo, Marianne Weber 2003,
2007). Ahora bien, se ha planteado a menudo que las mujeres que asumen a cabalidad los roles
de madres y esposas en el hogar y el de trabajadoras remuneradas por fuera tiene que cargar una
doble tarea. Eso es cierto, pero la forma en que se construyen los roles de género afectan
también a aquellas que, dedicadas a sus carreras profesionales y aun sin hijos, orientan su vida
hacia su desarrollo laboral pleno: se les exige o bien que en sus profesiones sean cariñosas y
sacrificada, o bien se asume que no tienen vida familiar y por tanto se espera que se comporten
a imagen y semejanza de los hombres (Ramsay y Letherby 2006). Por ejemplo, estas autoras
muestran (a partir de estudios en Inglaterra) que, en cierta forma, la familia y la academia son
“instituciones voraces” [greedy institutions] que exigen alta dedicación y compromiso, y a
menudo son vistas como excluyentes, de dedicación exclusiva, etc. Ello lleva a estilos de vida
ajustados a esas características, pero también a ambigüedades, contradicciones y dudas sobre su
propia identidad como mujeres, tal y como se refleja en los relatos autobiográficos de las
académicas inglesas con que conversan. Los principales hallazgos del estudio de Serrano y
48
De acuerdo con lo que declaran los ocho esposos de Eduardo Santos, tan solo 1 dice
trabajar entre 16 y 20 horas semanales en actividades y labores domésticas, 3 (más de
un tercio) entre 6 y 10 horas semanales, 2 (una cuarta parte) entre 1 y 5 horas
semanales, y 2 (la cuarta parte restante) menos de una hora semanal63. Lo más destacado
es que ningún hombre declara trabajar “entre 21 y 25 horas” o “más de 26 horas”, lo
que sí sucedía en el caso de las mujeres. Si se tiene en cuenta quién aporta el ingreso a
la familia, vemos que, cuando es el hombre (4 casos), la mitad está “entre 6 y 10 horas”,
uno “entre 16 y 20” y otro en “menos de una hora. Sólo en un caso de ingreso femenino,
él trabaja entre 1 y 5 horas semanales en labores domésticas. En el caso de ingresos de
ambos cónyuges, se sitúan uno respectivamente en “menos de una hora”, “entre 1 y 5
horas” y “entre 16 y 20 horas. En resumen, no hay mayor colaboración del esposo en
términos de mucho tiempo de participación en las labores domésticas, ni siquiera
cuando se depende del ingreso de ella. Por otra parte, el tiempo de la mujer en el empleo
externo suele estar asociado a la necesidad de recursos para completar los ingresos
familiares y tiende a provocar un descenso del tiempo dedicado a labores domésticas
(disminución de los estándares de limpieza, de atención y cuidado personal, etc.).
Villegas (2000) para el caso de Manizales (estudio con aplicación de encuesta a 384 mujeres y a
280 de sus respecitos maridos, en hogares coprovidentes, es decir, en que ambos cónyuges
contribuyen al mantenimiento económico del hogar) son que en ellos hay también desigualdad
en la distribución del trabajo del hogar, sin importar en mucho que ellas tengan ingresos
(aunque por lo general, los de ellos son superiores: en el 78% de los casos); también se
encuentra la desigualdad en cuanto a su control de los ingresos: ellos toman las decisiones más
importantes o significativas (“orquestaciones de poder”, según Safilios-Rotschild, gracias a las
que quedan en sus manos las decisiones claves), mientras que ellas las toman respecto de las
menores o más insignificantes (“implementación del poder”), lo que supone que ellas se
encarguen de la gestión y administración de la pequeña plata, y de hacerla rendir cuando es
escasa. Es decir, que el recurso económico no es suficiente por si mismo para cambiar la
situación de desigualdad y asimetría en el seno del hogar.
63
Los datos se corresponden con aquellos obtenidos por otros estudios (por ejemplo, cf. Benería
y Roldán 1987: 123 y ss.). Por ejemplo en el estudio sobre socialización de género y utilización
del tiempo en Colombia adelantado hace una década por Lucero Zamudio, Álvaro Toledo y
Lucy Wartenberg (1996). Ese trabajo muestra que esta tendencia en la distribución de las
ocupaciones está generalizada en los diferentes casos de estudio que ellos abordan (grandes
ciudades, ciudades intermedias y veredas rurales de Bogotá, Medellín y Cali) y forma parte
fundamental en la reproducción de los roles de género. Para el caso del Valle del Cauca, que acá
nos interesa más, se observa que el uso de los espacios familiares (y en especial de aquellos que
son espacios de trabajo o de tareas domésticas, como la cocina) y de los tiempos dedicados a
labores domésticas es más alto para las mujeres, y que los hombres participan poco o casi nunca
en tareas como el remiendo y el lavado de ropa, la cocinada y el aseo de la casa, participan algo
más en las compras (diarias y de ropa) y en el pago de cuentas, y en un porcentaje más alto
participan en las actividades de construcción de la casa (más del 40%) y en la realización del
mercado (sobre el 75%) (cf. Zamudio et al. 1996: 39-41). Estas tendencias se observan ya en los
tiempos de dedicación de los niños de esas regiones y que, con el avance en la edad, cada vez
son más las chicas quienes realizan labores domésticas con mayor frecuencia, al contrario de lo
que sucede en el caso de los chicos, cuya frecuencia va disminuyendo con la edad (Zamudio et
al. 1996: 58 y ss.). Desde hace mucho tiempo los estudios han mostrado cómo la brecha entre
hombres y mujeres en cuanto a dedicación de tiempo al trabajo doméstico no se ha cerrado –y
seguramente no se cerrará en el futuro– y que las mujeres que obtienen un trabajo remunerado
suelen tener cargas de trabajo más fuertes que las que son tan sólo ama de casas, pero también
que sus esposos, quienes no incrementan significativamente su tiempo de labores domésticas
(para unos planteamientos aun vigentes sobre estos puntos, cf. Hartmann 1981).
49
Tampoco hay casos en que el hombre dedique muchas horas a la semana a estas
actividades, lo que sí sucede en el caso de las mujeres.
Como en los casos anteriores, hay bastante cercanía en el grado de satisfacción que
declaran esposas y esposos respecto de las horas dedicadas a tareas domésticas: las
mujeres declaran en la mitad de los casos sentirse “contentas” (4 casos), seguidas en
igual proporción por las que declaran sentirse “muy contentas” (2 casos) y “poco
contentas” (2 casos). En cuanto a los esposos, en su mayor parte declaran sentirse
“contentos” (5 casos), seguidos por los que declaran “muy contentos” (2 casos) y por un
caso en que se declara “poco contentos”. Sin embargo, y como se da en los otros dos
barrios, la satisfacción declarada por las mujeres parece ser inferior64.
La toma de decisiones
64
En cuanto a horas dedicadas a un trabajo formal, durante un día de semana usual, los hombres
de Eduardo Santos declaran dedicar en promedio casi 8 horas diarias (aunque las variaciones
son grandes, ya que un par declaran no haber trabajado ni una hora, y 6 declaran 10 horas o
más) y las mujeres un promedio de 3 horas (aunque también con grandes diferencias entre sí: 6
declaran no haber trabajado, 1 declara 9 horas y otra 15 horas). En cuanto al fin de semana, la
mayor parte declaró no haberle dedicado tiempo al trabajo remunerado, excepto un hombre que
declaró haber trabajado 3 horas y dos mujeres que declararon 7 horas trabajadas en el día
domingo (por cierto, este es el único caso en que ese domingo es declarado por la mayor parte
de los entrevistados como un “domingo poco común”). En cuanto a la satisfacción con esa
distribución y uso del tiempo, las mujeres (3 se declaran “poco contentas” y 5 “contentas”) y
los hombres (4 declaran “poco contentos”, 3 “contentos” y 1 “muy contento”) están muy a la
par en sus respuestas. Como en los casos anteriores, las variaciones con esa distribución y uso
del tiempo por género no suponen valoraciones especialmente distintas, aunque el nivel de
insatisfacción de los hombres parece más fuerte en el caso de los del barrio Eduardo Santos, lo
que es distinto a lo recogido en los otros dos barrios.
65
Nuestra selección discreta de los puntos sobre los que se preguntaba cuál era la forma de
tomar decisiones tiene un sesgo: evidentemente, se trata de aquellas decisiones que más atañen a
la vida doméstica. Yee Kan y Heath (2006) argumentan que, en términos de las decisiones y
orientaciones de corte político, no se presenta la misma desigualdad en el seno de las familias
que en las que tienen que ver directamente con la división del trabajo y la domesticidad, ya que
están poco relacionadas con la ocupación o estatus laboral del cónyuge. En estos temas pesan
más la socialización y los antecedentes individuales que la influencia del cónyuge (lo que a su
entender, obliga a matizar los postulados rígidos sobre la existencia de modelos de dominación
claros en el seno del hogar: su modelo sería más el de que el resultado en la forma en que se
toman las decisiones surgen del hecho de compartir experiencias y de las influencias mutuas a
lo largo de la unión, que el de resultar de comportamientos independientes pero determinados
directamente por la posición relativa del cónyuge en términos de poder.
66
A partir de estudios experimentales realizados a mediados del siglo XX, Fred L. Strodtbeck
(1951) mostró que, cuando había diferencias en las apreciaciones de los esposos, estas tendía a
ser resueltas de acuerdo con la organización social y cultural propia del grupo al que pertenecía
50
las parejas, siendo la opinión de las mujeres la ganadora cuando ella ocupaba roles sociales más
reconocidos y tenía más independencia; igualmente, mostró que el cónyuge que más hablaba
durante la discusión (usualmente en la forma de interrogaciones) era quien terminaba ganando.
Es decir, que las tomas de decisiones pueden ser estimadas como un indicador de las relaciones
de poder en el seno de la familia dentro de un determinado marco cultural y social.
67
La decisión de preguntar a los dos miembros de la pareja han sido reclamada como una
necesidad desde hace mucho tiempo: reiterados estudios han encontrado divergencias en los
reportes que hacen los esposos en temas claves, como en el uso de dinero, la autonomía entre
los esposos, la toma de decisiones, etc. Ya a fines de los sesenta lo planteaba Constantina
Safilios-Rothschild (1969) cuando comparaba encuestas en Estados Unidos y en Grecia y
establecía un primer intento de sistematización de las diferencias entre esposos y de sus posibles
explicaciones. Para evitar lo que ella llamaba una “sociología de la esposa” cuando lo que se
quería era hacer una sociología de la familia, recomendaba tenerlo en cuenta y diseñar
instrumentos acordes (por ejemplo, preguntando a los dos esposos o, si esto ofrecía dificultades
–era recurrente la negativa a repetir la entrega de información ya hecha por la esposa, por
ejemplo–, estableciendo en las muestras cierta paridad entre hombres y mujeres); en este sentido
diría que existe una realidad dual en las parejas. En nuestro caso la decisión fue preguntar a
ambos esposos al mismo tiempo. Dado que otro punto que señalaba, y que se ha tenido en
cuenta en este estudio, era el de expresar con claridad en las preguntas qué es lo que se quiere
obtener como respuesta (las acciones o las ideologías o moralidades que las subyacen) y
también atender a la dificultad de entrevistar a los esposos al mismo tiempo (puesto que sienten
que es una pérdida de tiempo, o la reiteración de información o, más complicado aún, que lo
que se va a hacer es a oponer lo que se le pregunta a uno y al otro, cf. Safilios-Rotschild 1969:
292), se diseñó un cuestionario doble que, aunque contenía en esencia las mismas preguntas,
estaba diferenciado por género en el color del papel en que estaba impreso (ver el cuestionario
en el anexo).
68
En este punto es crucial la atención y el control de las formas, conscientes e inconscientes,
voluntarias e involuntarias, en que el olvido y la memoria (a la hora de producir sub-registros de
los intercambios o decisiones realmente producidos) o los constreñimientos de las normas y los
valores sociales, las ideologías vigentes (a la hora de generar sobre-registros), introducen sesgos
en la información recogida. Es cuanto a esas discrepancias en la recogida de información, debe
recordarse ese velo con que se cubre la relación de pareja y la relación familiar (cf. Bourdieu) a
partir de la satisfacción que da el hecho de que cada uno crea estar viviendo en un sistema
equitativo (desde sus valores y normas, de su identidad de género, etc.): ello se observa
especialmente en cosas tan evidentes como la no coincidencia en la forma en que se manejan las
cuentas en la casa: son cosas que no se debe hablar, pues de lo contrario se entra en un análisis
que no es propio de una relación afectiva, etc. Ya se ha detectado desde hace tiempo que, en los
estudios de familia, se tiende a observar sobre todo aquello que lo pone en peligro, que tiende a
desestabilizarla, pesando así nuestro propio “espíritu de familia”, aunque, lógicamente, quizás
sea tiempo de ver también qué es precisamente lo que ella hace que perviva en el tiempo (así
sea negativo) y, en el caso de las políticas públicas, qué factores deben ser reforzados o evitados
51
Sin embargo, entre las parejas del barrio Chiminangos aparecen ya discrepancias
significativas en lo que cada uno de los sexos declara: ellos indican en mayor
(cf. Eastman 1999). Para una discusión y ejercicio empírico reciente, con reflexiones similares,
cf. Ghuman et al. (2006), quienes interpretan la divergencia como producida por varias fuentes:
por un lado los sentidos que las preguntas pueden tener para los esposos (por ejemplo, nociones
ambiguas como “autonomía” o “decisión”), por otro los problemas de orden metodológico,
referidos sobre todo a errores de muestra, y, finalmente, los que tienen que ver con las
posiciones de poder desiguales por género y las adecuaciones de las respuestas a esas
consideraciones. El caso del trabajo doméstico es un ejemplo recurrente de las dificultades en la
recogida de datos confiables (cf. Bittman el al. 2003: 191), pero también en el caso de la
distribución de bienes en el seno de la familia: Vogler y Pahl (1994: 268-269) encontraron un
70% de coincidencia en las respuestas dadas al respecto por el marido y su esposa –por lo que
sugerían no sólo preguntar sino recoger datos por otras vías sobre la distribución
verdaderamente realizada–. Por otra parte, y como señala Zelizer (1989: 352-353), las
dinámicas económicas de las familias no son fáciles de estudiar ya que suelen existir suspicacias
sobre la conveniencia de ofrecer esa información a extraños; además, en el caso de los
intercambios hay que establecer, para cada caso estudiado, la factibilidad de obtener los datos
requeridos: no siempre los miembros de la familia comparten la misma información (puede
haber desinformación acerca de los ingresos obtenidos por el cónyuge, engaños acerca del valor
real pagado por un regalo, etc.; acerca del manejo diferencial de la información por género, cf.
el estudio sobre Ciudad de México de Benería y Roldán 1987: 113 y ss.). Evidentemente, la
inicialmente prevista realización de entrevistas en profundidad, focalizadas temáticamente, a las
parejas caleñas seleccionadas habría servido para calibrar y evaluar las respuestas recibidas a la
encuesta, además de para recopilar información sobre los motivos, explicaciones y
justificaciones que los miembros de la pareja dan de los intercambios, distribución de tareas y
decisiones registrados, así como recoger la forma en que ellos elaboran reflexiones particulares
sobre dichos todo ello (cf. Cheal 1987: 152-153). Como en el punto anterior, se deberían
también tener en cuenta tanto las posibles influencias del investigador (tanto las directas sobre
los encuestados como en la forma de artefactos producidos por las técnicas usadas), como los
sesgos narrativos asociados a las posiciones relativas de los entrevistados y al contexto de
enunciación –a solas, en compañía, etc. (cf. Ben-Yehuda et al. 1989: 474; Boeije 2004)–. Así
algunos estudios muestran cómo usualmente difieren las narrativas que los maridos y sus
esposas ofrecen de estos intercambios y procesos (cf. Cheal 1987: 153; Simpson 1997: 734).
Por ejemplo, en los casos de divorcio, lo que Meyer Fortes llamaba el “altruismo prescriptivo”
propio de la moral con que se tiñen las relaciones de parentesco y que modela los discursos
contrapuestos de los cónyuges, queda confrontado directamente con la instrumentalidad de los
intercambios durante los trámites de separación de bienes. A su vez, mediante el discurso los
individuos pueden tratar de revalorizar ciertos intercambios que, desde otra perspectiva y
posición personal en la disputa, puede resultar poco convincente, si no improcedente: por
ejemplo, cuando el esposo, principal proveedor de la familia, reclama mayor valor emocional
para ciertos regalos esporádicos pero muy costosos –con los que marcaría expresivamente la
excepcional importancia atribuida a la relación–, en contraposición a un recurrente déficit en la
asignación de los recursos de uso cotidiano destinados a la supervivencia de la familia (Simpson
1997: 741). Hace ya bastantes años, Marie Osmond (1978: 49) sugería incluso la aplicación de
juegos de simulación como una solución para evitar los grandes problemas en la investigación
52
proporción que las decisiones son siempre de él (3 casos) o casi siempre de él (1 caso),
seguido por las decisiones conjuntas (3 casos) o por decisiones de la esposa (2 casos).
Ellas, por su parte, declaran mayoritariamente que las decisiones son conjuntas (6
casos), seguido por los casos en que ella decide (2 casos) o cada uno toma decisiones
independientemente del otro (1 caso). Es difícil interpretar tal discrepancia69, pero –
como veremos es, por lo general, así–, las decisiones o son del esposo o son conjuntas
(y sólo en muy pocos casos se reconoce que sea la esposa quien decide o que cada uno
lo haga por su cuenta).
En cuanto a las decisiones que tienen que ver con las vacaciones, en Capri las
respuestas por género son de nuevo bastante coincidentes: ellos declaran en 4 de los 5
casos que las decisiones sobre este punto se toman entre ambos y, en el restante, que la
decisión es de él exclusivamente (aunque la concierta con la esposa); ellas declaran en
su totalidad (5 casos) que la decisión es compartida. En cuanto a Chiminangos, y a
diferencia de lo que ocurría en el caso del manejo de dinero, observamos un alto grado
de coincidencia: si excluimos dos parejas en que esta pregunta no se aplica, vemos que
6 esposos y 7 esposas coinciden en que la decisión es conjunta, junto a un esposo que
declara que casi siempre toma la decisión él y dos esposas en que declaran que siempre
o casi siempre es de ellas (y en un caso ni siquiera la consultan). En cuanto a Eduardo
Santos, la discrepancia es grande: excluyendo los casos en que no aplica o en que decide
una tercera persona (distinta a los cónyuges, por tanto) ellos declaran en 5 casos que la
decisión es conjunta (seguidos de 2 casos donde la decisión es siempre o casi siempre
de la pareja), mientras ellas declaran sólo en 2 casos que la decisión es conjunta (junto a
4 casos en que es siempre o casi siempre del esposo) 71. Sobre este tema de las
vacaciones, parece darse sobre todo tendencia a la decisión conjunta, seguida por la
decisión de uno de los cónyuges –en general, como veremos, por quien hace el principal
aporte monetario al hogar.
En cuanto a las decisiones que atañen con las actividades de ocio o diversión en
general, vemos que en Capri hay bastantes coincidencias entre los sexos, con un
pequeño matiz: ellos declaran en 3 casos que la decisión es conjunta y en los otros dos
siempre o casi siempre del esposo (aunque todos los hombres declaran que esa decisión
se concierta con la esposa); todas ellas declaran que las decisiones son conjuntas. En
Chiminangos la tendencia dominante es a declarar que son ambos los que deciden (6
hombres, 4 mujeres); en este punto ningún hombre declara que sea el siempre o casi
siempre el que lo hace, mientras 2 mujeres declaran que son ellas las que deciden (en lo
que coincide sólo 1 hombre), 1 mujer que casi siempre es ella. Coincide también el
número en que cada uno por su cuenta toma la decisión72. En Eduardo Santos la
tendencia, similarmente expresada por ambos cónyuges, es que se trata de decisiones
compartidas (en 4 casos según él, en 3 según ella). En el resto, hay
grandes discrepancias: ella declara que en 3 casos es él quien decide, mientras que él
reconoce sólo en 1 caso que es casi siempre él quien decide; sólo una mujer declara que
es ella la que siempre decide. Sólo un hombre declara que cada uno decide por su
cuenta y otro que es “otra persona” quien decide73. En todos los barrios parece dominar
la tendencia a que las decisiones sobre ocio o diversión se tomen conjuntamente.
En lo que tiene que ver con la compra o el arriendo de vivienda, en el barrio Capri las
respuestas son coincidentes: las decisiones se toman conjuntamente. En Chiminangos la
tendencia dominante, pese a pequeñas diferencias en las declaraciones de unos y otras,
es que se tomen en forma conjunta: los esposos lo declaran en 6 casos, en otro casi
siempre él y en otro siempre ellas (en un caso no aplica); en cuanto a ellas, declaran en
5 casos que conjuntamente, siempre ella en 2 casos y siempre él en 1 caso (en un caso
no aplica). En Eduardo Santos, aunque hay más dispersión en las respuestas, la decisión
es según los esposos conjunta en 3 casos, en otros 3 casos siempre o casi siempre la
esposa y en 1 caso otra persona (en 1 caso no aplica); en cuento a lo declarado por ellas,
en 4 casos es una decisión conjunta, en 1 caso de la esposa, en 1 caso del esposo (en 2
casos no aplica). En todos los barrios estas decisiones parecen tomarse conjuntamente o,
cuando la toma uno de los cónyuges, la decisión es concertada con el otro cónyuge.
71
En este barrio la mayor parte declara, sin embargo, que las decisiones sobe las vacaciones son
consultadas con el cónyuge.
72
En Chiminangos domina la concertación tanto entre hombre como entre mujeres.
73
En cuanto a las decisiones que tienen que ver con los gastos en el mercado, vemos que
en el barrio Capri domina la decisión conjunta (así lo declaran todos los hombres, pero
sólo 3 de las esposas, quienes además declaran en 1 caso que ellas deciden y en otro
caso que decide el esposo)74. En Chiminangos ambos declaran en una proporción similar
que es entre ambos que deciden al respecto (3 esposos y 2 esposas), pero los hombres
declaran más que son ellos siempre o casi siempre (4 casos) los que deciden –en lo que
coincide bastante lo dicho por las mujeres (3 casos)–, mientras que las mujeres declaran
hacerlo siempre (2 casos) o casi siempre (1 caso) (en lo que los hombres coinciden
aproximadamente, 1 caso de cada). En este punto sólo una mujer de Chiminangos
declara que cada esposo es quien decide por separado sobre el mercado75. En Eduardo
Santos sucede algo similar: domina la decisión conjunta (en 3 casos según ellos, en 2
según ellas) y hay una coincidencia clave: tanto ellos como ellas declaran 2 casos en
que la decisión la toma la esposa. En cuanto a la decisión del hombre, ella declara 3
casos en que siempre o casi siempre es la pareja; él declara sólo 1 caso de cada (siempre
él y casi siempre él). Lo más interesante es que nunca hay decisiones separadas en este
frente: que cada uno hace mercado por su cuenta, como sí sucedía en Chiminangos,
aunque sí hay una pareja que no merca. En general, en este punto oscilamos entre tres
posibilidades: decisión conjunta o decisión de uno de ellos, pudiendo ser tanto el esposo
(opción dominante en Chiminangos) como la esposa; cabe decir que se produce de
forma mayoritaria algún tipo de concertación cuando la decisión es de uno de los
cónyuges.
En lo que tiene que ver con los permisos de los hijos, en el barrio Capri (donde aplica
sólo en 1 caso) la decisión es conjunta (coincidiendo los dos esposos). En Chiminangos,
en los casos en que aplica, la coincidencia es absoluta entre los cónyuges: en 2 casos
deciden conjuntamente y en otros 2 casos es la esposa quien decide76; nunca es el esposo
sólo quien decide. En cuanto a los casos en que aplica en el barrio Eduardo Santos, hay
algunas diferencias por sexo: ellos declaran que se decide conjuntamente en 2 casos, en
1 caso decide el esposo y en otro su esposa; en cuanto a ellas, declaran en 3 casos que se
decide conjuntamente, en 2 casos la esposa y en 1 caso el esposo. En este asunto de los
permisos de los hijos, las decisiones suelen ser conjuntas o quedan en manos de la
esposa, excepto en algunos casos en que es el esposo que decide.
En lo que tiene que ver con decisiones relacionadas con la administración de la casa,
observamos que en Capri aparecen ciertas discrepancias menores: los hombres declaran
que siempre o casi siempre deciden las esposas (3 casos) seguido por los casos en que
deciden conjuntamente (2 casos); ellas, por su parte, declaran que deciden
conjuntamente en 3 casos y ellas por su cuenta en los 2 restantes. Pareciera una especie
de contradicción, como si ellas se vieran tentadas a declarar una mayor participación en
las decisiones de administración de la casa de los esposos o ellos a sub-declarar esa
74
En Capri se enuncia que las decisiones se conciertan mayoritariamente con el esposo.
75
En resumen, vemos que las decisiones, en una progresión que va de las más
determinadas por los esposos a las más determinadas por las esposas, pasando por las
conjuntas, se distribuyen así: las que tienen que ver con la administración de cuentas o
de dinero se muestran como más de tendencia en que recaigan en la decisión del esposo,
las que tienen que ver con las vacaciones y el ocio o la diversión, a ser más bien
Todos los hombre declaran que, al respecto de este punto, se acuerdan todas las decisiones; las
77
A la cuestión acerca del intercambio interesante de ideas entre los cónyuges, vemos
que en Capri el mayor número de casos se ubican en “una vez al día” (2 mujeres y 2
hombres), seguidos por “una o dos veces por semana (3 hombres), seguidos de “más de
una vez al día” (2 mujeres) y, finalmente, y muy residual, “menos de una vez al mes”
(una mujer); la tendencia en este barrio es a que se ubiquen en la franja intermedia. En
Chiminangos la mayor frecuencia en el intercambio interesante de ideas se da en
aquellos que dicen tenerlos una o dos veces por semana (4 mujeres, 2 hombres),
seguidos por quienes dicen tenerlos una vez al día (1 mujer, 3 hombres). Sólo en un
caso (1 hombre) se enuncia que más de una vez al día, mientras que en las relaciones
donde hay menos frecuencia de intercambios, vemos que la categoría de menos de una
vez al mes (1 mujer, 2 hombres) y la de una o dos veces al mes (2 mujeres, 1 hombre)
son similares; la mayor parte de las respuestas de este barrio se ubican entonces en la
franja intermedia de interacción (varias veces a la semana). En Eduardo Santos las
mayores frecuencias se ubican en las respuestas “una o dos veces por semana” (2
mujeres, 3 hombres) y “más de una vez al día” (3 mujeres, 2 hombres), que serían las
franjas intermedias y superiores de interacción establecidas en la pregunta, aunque un
número significativo se ubican en el extremo de menor interacción, pues le siguen las de
“menos de una vez al mes” (1 mujer, 2 hombres), “una o dos veces al mes” (2 mujeres)
y, finalmente, un hombre declara que “una vez al día”. En general, en un número
sensible de los casos de este barrio no hay mucha frecuencia en esas actividades, pero lo
cierto es que la mayor parte mantienen frecuencias intensas que se sitúa entre los varios
intercambios semanales hasta varios intercambios diarios. En los tres casos es difícil
establecer una tendencia para las respuestas en términos de género. Entre los barrios,
pareciera que es en Eduardo Santos donde los encuestados declaran que se producen
mayores intercambios de ideas, aunque la tendencia en los tres es a ubicarse en la franja
intermedia.
En lo que se refiere al reírse juntos, en Capri observamos que las frecuencias más altas
se sitúan en la franja de mayor intensidad: 3 mujeres y 4 hombres declaran que lo hacen
trabajaban menos durante los días laborales, pero más durante el fin de semana, pues eran las
encargadas de organizar el ocio de los demás miembros de la familia y las que estaban a cargo
de las relaciones con otros hogares (visitas) y de la sociabilidad (Lundberg, Komarovsky y
McInery (1958: 179). De todas formas, ellos señalaban que el ocio tenía además cierta
peculiaridad: sus actividades suelen ser pensadas como más significativas para la vida en común
porque ponen a funcionar mayores niveles de intensidad y participación activa colectiva. Por
otra parte no debe olvidarse que otras actividades que aparecen aparentemente como destinadas
a surtir ciertas necesidades básicas se aderezan y articulan a otras dimensiones de la vida en
común: un almuerzo es también un ritual que contribuye a la integración familiar (o, saliendo
del espacio familiar, una forma de crear lazos con alguien a quien se quiere vincular a un
negocio).
58
“más de una vez al día”; las 2 mujeres restantes declaran “una vez al día” y el hombre
restante “una o dos veces al día”. En Chiminangos la mayor parte se ubica en la franja
de más de una vez al día (6 mujeres, 5 hombres), seguidos por quienes se ríen una vez al
día (1 mujer, 2 hombres), por una o dos veces a la semana (1 mujer, 1 hombre) y una o
dos veces al mes (1 mujer, 1 hombre). Finalmente, vemos que en Eduardo Santos las
parejas enuncian de forma mayoritaria que suelen hacerlo más de una vez al día (5
mujeres, 7 hombres), seguidos quienes dicen que una o dos veces a la semana (1 mujer,
1 hombre), una o dos veces al mes (1 mujer) o responden “no sabe” (una mujer). La
mayor parte de las parejas de estos barrios mantiene entonces una frecuencia de varias
veces diarias, es decir, de alta intensidad, de esta actividad. Tampoco se observan
tendencias claras en su distribución por género.
82
Podríamos asumir que los entrevistados, dado el contexto de la pregunta, lo asumieron de la
segunda forma –que es la que a nosotros nos interesaba registrar–, pero es difícil decidir, pues
aparecen ahí casos de “nunca” y de frecuencias mucho más bajas que las otras actividades. En
buena medida la pregunta no está bien planteada y puede decirse que no tenemos información
suficiente para interpretarla adecuadamente.
59
Como una forma de profundizar en los casos en que se recurre a un fondo común, se
introdujo una pregunta –filtrada a los casos en que aplicaba– acerca de quién estaba
encargado de administrar ese fondo común (“usted”, “su cónyuge” o “los dos”). En
Capri, de los 2 casos en que se aplicaba, encontramos que los hombres declaran que la
esposa (1 caso) o ambos (1 caso). En Chiminangos, de los 4 casos en que se aplicaba, en
2 estaba a cargo de la esposa, en 1 del esposo y en el otro restante de ambos. En
Eduardo Santos, además de que no hay acuerdo en número de casos en que se debe
aplicar la pregunta (1 mujer, 4 hombres), observamos que ella declara que es entre
ambos que se maneja el fondo, mientras ellos declaran que la esposa (2 casos), el esposo
(1 caso) o ambos (1 caso). En general, por tanto, la tendencia es a que, cuando hay un
fondo común, él esté prioritariamente en manos de la esposa y, en segundo término, con
83
Este parece ser un ejemplo de aquellos casos en que las esposas no saben exactamente cuánto
gana el esposo y que una parte del ingreso es mantenido por fuera del fondo común.
61
cifras similares, en manos de ambos o del esposo. Es poco probable encontrar casos en
que esté exclusivamente en manos del esposo84.
La siguiente pregunta inquiría acerca de la forma en que se reparten los gastos del
hogar85, tratando de establecer el peso respectivo de cada cónyuge en el mantenimiento
de la vida doméstica y del hogar. En Capri nos encontramos que los hombres declaran
que son ellos quienes asumen todos los gastos (tres casos) o que se dividen las cuentas
pero son ellos quienes más aportan (2 casos); hay bastante coincidencia con lo dicho por
las esposas: todo lo asume el esposo (2 casos) se dividen las cuentas pero el esposo
aporta más (3 casos). En Chiminangos se observa que hay más variedad de opciones:
según los hombres, en 4 casos se dividen las cuentas por igual, en 2 lo asume el esposo,
en 1 la esposa, en un caso se dividen las cuentas pero aporta más el hombre y en otro
caso se dividen las cuentas pero aporta más la mujer; según las mujeres, en 3 casos se
dividen por igual las cuentas, en otros 3 casos se dividen las cuentas pero el esposo
aporta más y en 1 caso respectivamente lo asume todo la esposa, lo asume el esposo, o
se dividen las cuentas pero la esposa aporta más. A diferencia de Capri, en este barrio
las mujeres son en algunos casos aportantes únicas o principales. En Eduardo Santos
observamos que dominan las opción de que sean ellos quienes se hacen cargo de todos
los gastos (3 casos según hombres, igual que según las mujeres) o en los que, aunque se
dividan las cuentas, ellos aporten más al hogar (también lo dicen 3 hombres y 3
mujeres); hombres y mujeres difieren luego: una mujer declara que los asume todos
ella, lo que puede equivaler al caso del hombre que declara que su mujer aporta más al
hogar, mientras que sólo en un caso se dividen las cuentas por igual. En general se
observa que son los hombres quienes aportan los recursos del hogar en la mayoría de los
casos, aunque puede observarse mayor participación compartida en el sector alto y
medio, y una mayor participación de las mujeres cuando se baja de condición
socioeconómica.
Dado que lo anterior puede estar mediado por el hecho de que los ingresos por género
pueden tener diferenciales de partida (trabajos con menor nivel salarial para la mujer,
por ejemplo), se introdujo una pregunta acerca de cuál consideraba cada uno de los
miembros de la pareja que era su participación porcentual en los ingresos del hogar86.
En Capri se observa que todos los hombres enuncian que sus aportes superan el 50% de
los ingresos del hogar: en un caso 85%, 80% y 60%, y en 2 casos el 75%; por su parte,
las mujeres establecen que ellas aportan, con un caso cada una, el 40%, 30%, 20%, 10%
84
Benería y Roldán (1987: 120) observan algo similar en el caso de los sectores pobres de
Ciudad de México que ellas estudian y establecen que debe relacionárselo con la precariedad de
recursos: lo que aparece como la entrega a la mujer de la decisión sobre qué hacer con los
recursos familiares debe ser visto más bien como una forma de delegarle la responsabilidad por
el manejo de unos recursos que son por lo general escasos e insuficientes. No puede ser
considerado por tanto como un privilegio.
85
Las opciones eran: “todo lo asume usted”, “todo lo asume su pareja”, “se dividen las cuentas
por igual”, “se dividen las cuentas pero usted aporta más que su pareja”, “se dividen las cuentas
pero su pareja aporta más que usted”, “otra forma, ¿cuál?”.
86
Se insertó un pequeño gráfico (con una gradación de 0% a 100%) con el objeto de ayudar a
establecer el porcentaje y, dado que esta pregunta servía de entrada para preguntas más
detalladas sobre el tipo de gastos que se asumían y los porcentajes, para controlar que las sumas
no pasaran del 100% –lo que no siempre se logró–.
62
y 0%, por lo que, aparte ciertos desajustes porcentuales, es evidente que los hombres
contribuyen más que las mujeres en términos de ingresos del hogar. En Chiminangos se
observa que los hombres establecen los siguientes porcentajes: en 2 casos aportan el
100%, en 1 el 75%, en 1 el 70%, en 3 el 50% y en 1 el 0% (en el caso faltante el
encuestado dice no saber); por su parte, las mujeres dicen aportar: en 1 caso el 100%, en
1 el 70%, en 1 el 60%, en 4 el 50% y en 2 el 20%. Pese a las discrepancias, parece que
en este caso la fórmula dominante es el ingreso más dispar (con extremos de un solo
aportante, tanto hombre como mujer) pero, en un balance de conjunto, también más
equitativo en términos de género que en Capri (siendo dominantes los aportes mitad y
mitad). En cuanto a Eduardo Santos, los hombres señalan que sus porcentajes son: en 2
casos del 100%, en 1 del 80%, en 1 del 75%, en 3 del 70% y en 1 del 45%; por parte de
las mujeres se declara: en 1 caso del 100%, en 3 del 25% y en 4 casos del 0%. En
Eduardo Santos parece tenderse a una mayor carga de los ingresos sobre los esposos
(destacando la aparición de 4 esposas que no aportan nada), al igual que sucede en
Capri, pero con la opción de mujeres que aportan el 100% de los ingresos del hogar.
A los entrevistados que hacían aportes al hogar se les preguntaba luego acerca de los
gastos específicos que se asumían con sus ingresos con el objeto de observar si existía
cierto patrón en la disponibilidad de ingresos y asignación de tipo de gastos por
género87. Los resultados muestran que, en general, los hombres tienden a hacerse cargo
de una mayor tipo de esos gastos, mientras las mujeres tienden a asumir responsabilidad
parcial algunos de ellos (servicios, educación), mientras que el transporte suele ser
asumido por cada quien (cuando cada uno tiene ingresos). En cuanto a los gastos
extraordinarios (que nosotros planteamos como gastos dedicados a actividades de ocio,
vacaciones…), cuando los había –que no era en todos los casos, evidentemente, con
variaciones por nivel socio-económico e ingresos de los hogares–, tendían a ser
responsabilidad de los esposos88.
En Capri observamos que, en cuanto a los gastos fijos del hogar, los hombres declaran
que les dedican entre el 75% (2 casos), el 70% (1 caso), el 50% (1 caso) y el 25% (1
caso); las mujeres, por su parte, el 90% (1 caso), el 30% (1 caso), el 15% (1 caso), el
10% (1 caso) y el 0% (1 caso). Excepto en un caso, por tanto, los hombres de Capri
tienden a aportar una mayor proporción de sus ingresos a los gastos fijos. En
Chiminangos encontramos algo similar: los hombres declaran el 100% (2 casos), el 80%
(2 casos), el 75% (2 casos), el 70% (1 caso), el 30% (1 caso) y el 0% (1 caso); ellas, por
su parte, declaran el 90% (1 caso), el 80% (2 casos), el 50% (3 casos) y el 25% (1 caso).
87
Se solicitaba simplemente que señalara de cuáles de los siguientes gastos se había
responsabilizado: mercado, transporte, servicios, educación, vivienda.
88
Esto va en cierta forma en contra de lo señalado por Benería y Roldán (1987: 121-122),
quienes enfatizaban, para el caso de México, que los básicos eran asumidos por el hombre (que
era también quien colocaba los estándares de lo que debía ser considerado básico), mientras que
los extras eran responsabilidad de la mujer, quien debía hacer todo lo que fuera necesario para
completarlos.
63
Vemos que la parte de las mujeres en estos gastos fijos es superior que en el caso de
Capri. En cuanto a Eduardo Santos, los hombres declaran que aportan el 100% de sus
ingresos a gastos fijos (1 caso), el 80% (1 caso), el 75% (3 casos), el 70% (1 caso), el
50% (1 caso) y el 0% (1 caso); en cuanto a las mujeres, el 50% (2 casos), el 25% (2
casos), el 15% (1 caso) y el 0% (3 casos). La tendencia en estos barrios, y aunque con
porcentajes distintos –lo que tiene que ver con las posibilidades de flexibilizar los gastos
en los sectores mejor situados económicamente, es que esos gastos estén en cabeza de
los ingresos del esposo (con las consabidas excepciones en que son ellas quienes traen
todos los ingresos al hogar).
En cuanto a los gastos extraordinarios, vemos que los hombres de Capri declaran el
100% (1 caso), el 75% (1 caso), el 25% (1 caso) y el 10% (2 casos); las mujeres, por su
parte, el 50% (1 caso), el 30% (1 caso), el 15% (1 caso), el 10% (1 caso) y el 0% (1
caso). En Chiminangos los hombres declaran el 50% (1 caso), el 20% (4 casos), el 10%
(1 caso) y el 0% (3 casos); las mujeres por su parte, el 50% (2 casos), el 25% (1 caso),
el 20% (1 caso), el 15% (1 caso) y el 0% (4 casos). En Eduardo Santos, los hombres
declaran el 66% (1 caso), el 25% (1 caso), el 20% (2 casos), el 15% (1 caso), el 5% (1
caso) y el 0% (2 casos); las mujeres, el 50% (1 caso), el 25% (1 caso) y el 0% (6 casos).
Excepto en Chiminangos, parece que lo dominante es que sean también gastos
asociados a los ingresos del esposo.
En cuanto a los gastos personales, observamos que en Capri los hombres declaran que
dedican el 35% de sus ingresos (1 caso), el 20% (1 caso), el 18% (1 caso), el 15% (1
caso) y el 10% (1 caso); las mujeres declaran el 50% (1 caso), el 20% (2 casos) y el 0%
(2 casos). En Chiminangos, se observa que los hombres declaran el 30% (1 caso), el
10% (1 caso), el 5% (1 caso) y el 0% (6 casos); las mujeres declaran el 50% (1 caso), el
25% (2 casos), el 20% (2 casos), el 15% (1 caso) y el 0% (3 casos). Finalmente, en
Eduardo Santos, los hombres dicen dedicar a gastos personales el 25% (1 caso), el 20%
(1 caso), el 10% (1 caso), el 5% (1 caso), el 4% (1 caso) y el 0% (3 casos); las mujeres
dedican el 35% (1 caso), el 30% (1 caso) y el 0% (6 casos). En general, cuando hay
ingresos suficientes, las mujeres suelen dedicar un porcentaje más alto de sus ingresos a
gastos personales que los hombres; es evidente que, en los sectores más pobres ello no
es factible89.
Para Blau, en este muy citado texto publicado originalmente a mediados de los años
sesenta, hay ciertos intercambios (de bienes, de atenciones) en las relaciones que
buscan, antes que obtener algo extrínseco a cambio, más bien fortalecer la relación,
remarcar su existencia y estrechar el lazo que se ha tejido y que posibilita precisamente
el intercambio. Ese es el caso extremo del amor romántico: lo que se busca en este caso
es, por tanto, el beneficio que implica la existencia misma de la relación y no otros
bienes o recompensas inmediatas que se puedan allegar por medio de ella. De forma
complementaria, señalaba Blau (1986: 7), la no reciprocidad en el intercambio puede
suponer dos cosas: o bien que hay desinterés en la relación por parte de quien no
devuelve, o bien una relación de clara diferenciación en el poder, de desigualdad de
posiciones.
Una de las secciones del cuestionario preguntaba acerca de los regalos dados y recibidos
por los cónyuges, la ocasión de cada uno de los regalos y su respectivo uso. Se inquiría
además por esa información para tres momentos de la relación de pareja: durante el
noviazgo (módulo H), durante el primer año de convivencia (módulo I) y durante el año
previo a la aplicación de la encuesta (módulo E).
Antes de pasar a los datos obtenidos, cabe decir que, como forma de verificar la
información y para tratar de garantizar una recogida exhaustiva de la información, en el
módulo sobre los intercambios del último año se plantearon dos preguntas que buscaban
la misma información, pero por dos vías distintas. En el apartado E1 se preguntaba de
forma abierta por los regalos recibidos, el uso que se les dio, su uso actual y la ocasión
en que se recibió el regalo; se preguntaba luego por los regalos dados a la pareja que
más se recordaban en ese mismo lapso90. A su vez, en el apartado E2 se preguntaba por
los regalos dados y recibidos en aquellas fechas del ciclo anual que suelen estar
asociados a la entrega de regalos en la vida de la pareja, ya sea por que se trata de fechas
90
Este mismo modelo es el que se usó para los apartados correspondientes a los regalos durante
el noviazgo (H1) y durante el primer año de unión (I1).
66
En primer lugar hay que constatar que, aunque se presentan algunas inconsistencias en
la información, por lo general ellas no suelen ser graves91: por ejemplo, hay diferencias
menores entre lo expresado entre los cónyuges (referencia a algún regalo dado pero que
no es reportado por el cónyuge como recibido, y al revés; o discrepancias acerca de la
ocasión de determinados regalos), así como hay diferencias, también mínimas, en lo
respondido a las dos preguntas (por ejemplo, no coincidencia de las ocasiones y los
regalos enunciados en uno y otro caso). Sin embargo, como se señaló, no suele haber
discrepancias de fondo y se puede considerar que las cuestiones permitieron recoger la
información previamente buscada acerca del tipo de regalos y los motivos que circulan
entre cónyuges92.
En buena medida, nuestra sistematización de las dinámicas internas de las parejas está
hecha desde la perspectiva de los recursos relativos con que cada uno de ellos está
dotado: tratamos de contrastar qué posición ocupa y de qué recursos dispone cada uno
de los esposos en diferentes frentes de la vida de pareja y buscamos establecer algún
tipo de correspondencia entre elementos que permita trascender los casos individuales.
Este ejercicio fue inicial y parcialmente desarrollado por la asistente de investigación
del proyecto en el que había de ser finalmente su trabajo de grado, tal y como recoge en
el informe de pasantía de María Clara Pardo (2005). Ella estudió a cuatro parejas de la
encuesta y observó específicamente la distribución de labores domésticas y de
responsabilidades entre los cónyuges, concluyendo en la existencia de una gran
dificultad a la hora de encontrar vínculos estrechos y claros entre condiciones socio-
económicas y relaciones más o menos equitativas por género entre las parejas. Es cierto
91
Aunque hay que señalar que las preguntas acerca del uso del regalo en el momento de
recibirlo y de su uso actual no produjeron, en la mayoría de los casos, información suficiente ni
completa. En consecuencia, su análisis sistemático se deja también por fuera de este informe.
92
que, por un lado, parecía aflorar una fuerte diferenciación en términos de edad, puesto
que las dos parejas de más edad que ella estudió (y que llevaban más de 30 años juntas
pero pertenecían a barrios y niveles socio-económicos distintos) mostraban una
distribución de roles por género muy marcada, pero era imposible decidir si ello era
resultado de procesos de socialización distintos (en valores y normas “tradicionales”) o
si estaba asociado al ciclo vital o conyugal (es decir, si con el tiempo y la evolución de
la situación de la pareja se fueran asumiendo estos valores); pero, además, y por el otro
lado, al comparar a las otras dos parejas, que eran de reciente constitución y de menor
edad (también de barrios y condición socio-económica distintos), observó que en la
pertenecía al barrio de mayor nivel económico se producía una distribución de las tareas
y responsabilidades más cercana al modelo “tradicional”, mientras que en la que
pertenecía al barrio más popular la relación era más equitativa, con la búsqueda
expresada por ellos de una relación de igualdad absoluta. En este sentido, la variable
edad no parecía ser tampoco conclusiva. María Clara Pardo sugirió, en consecuencia,
atender a la compleja trama de interacciones que se producen, a lo largo de la historia y
evolución la de la pareja, entre atributos (capacidades, nivel educativo, etc., los que a
veces tienen sesgos de género), situaciones (quién obtiene el mayor ingreso o dedica
más tiempo al trabajo remunerado en un momento determinado, lo que puede estar
vinculado a condiciones externas), condiciones de vida (ingresos del hogar, capital
acumulado, hijos, etc.) e ideologías de género.
Casados por la Iglesia, llevan más de 35 años viviendo juntos y tienen dos hijos (uno de
los cuales, de 29 años, vive con ellos y trabaja de tiempo completo). La vivienda es
propia, totalmente pagada. Ambos esposos tienen edades similares (66 y 65 años
respectivamente) y una educación similar (él con un posgrado, ella con pregrado); cada
uno tiene ingresos propios, aunque son superiores los de él, quien trabaja de tiempo
completo fuera de casa –es director de un colegio y tiene tras de si una larga trayectoria
docente–; ella, bacterióloga que trabajó de medio tiempo en un consultorio y en salud
pública y está actualmente jubilada, permanece en la casa como ama de hogar. El
esposo es el jefe de hogar. Tienen una empleada doméstica externa que viene por días.
Por su parte, la esposa declara ocuparse de la mayor parte de las tareas domésticas
(barrer, limpiar el polvo, lavar la ropa, tender la cama, sacar la basura, guardar el
mercado, decidir sobre lo que se va a comer, cocinar, poner la mesa, recoger y lavar los
platos, y arreglar la cocina); la empleada doméstica, que viene cada tres días, se encarga
de planchar, del aseo de los baños y del aseo de la casa en general); con su cónyuge
hace el mercado y lo guarda, así como hace los arreglos menores en la casa; un
mensajero se encarga de pagar las cuentas de los servicios. En conjunto, dice trabajar en
labores domésticas más de 26 horas (que era el tope máximo que habíamos fijado). Ella
declara sentirse “poco contenta” con esta distribución de las tareas. En cuanto a la
distribución del tiempo, se trata de la propia de un ama de casa: tras desayunar, arreglar
cosas en la casa, preparar ropa, hacer el almuerzo (vienen sus hijos y nuera a comer),
salir a algún centro comercial a pagar cuentas o a pasear, tejer o leer prensa, preparar la
comida, servirla al esposo y, al atardecer, descansar viendo televisión. Ella declara
sentirse “contenta” con esta distribución del tiempo.
En este apartado hay que señalar que se observan discrepancias sensibles: él declara
más de lo que ella le reconoce que hace (tanto en casa, como por fuera, como el pagar
los servicios); él no parece percibir el trabajo de la empleada doméstica.
Las decisiones
Según declara el esposo, él toma siempre las decisiones que tienen que ver con su
propio trabajo (horarios, tipo de trabajo…), de lo que informa a la esposa, y casi
siempre las que tienen que ver con las vacaciones, que acuerda con ella; ella, por su
parte, decide siempre con lo que tiene que ver con su propio trabajo (y le informa sólo)
y casi siempre en los asuntos relacionados con la administración de la casa (que los
acuerda con él). Las decisiones conjuntas tienen que ver con la administración de dinero
y cuentas, con las actividades de ocio y diversión y con los gastos del mercado. Declara
sentirse “contento” con la forma en que se toman las decisiones en el hogar.
Ella, por su parte, declara que comparten las decisiones sobre la administración del
dinero y las cuentas, sobre las vacaciones, sobre actividades de ocio y diversión,
comprar o arrendar vivienda y gastos del mercado; decide ella por su cuenta acerca de la
administración de la casa (de lo que le informa a él) y sobre su propio trabajo (que le
consulta); según ella, él decide sólo en asuntos relacionados con su propio trabajo, de
los que meramente le informa. Declara sentirse “contenta” con la forma como se toman
las decisiones.
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, él declara que una o dos veces
por semana tienen “intercambios interesantes de ideas”, “reírse juntos” o “discutir algo
calmadamente”, mientras que una o dos veces al mes “trabajan juntos en algo”. Expresa
estar contento con la relación de pareja y que cree “definitivamente” que seguirán juntos
en el futuro. En cuanto a ella, declara que nunca “trabajan juntos en algo”, que menos
de una vez al mes tienen un “intercambio interesante de ideas”, que una o dos veces a la
semana “discuten algo calmadamente” y que una vez al día se ríen juntos. Se trata de un
69
nivel de medio tendiendo a alto. Pese a las discrepancias (ella parece reportar en general
menos actividades comunes, excepto la de reírse juntos), ella expresa el mismo nivel de
satisfacción y esperanzas de continuidad de la vida en pareja.
Ella, por su parte, declara que cada quien maneja su propio dinero y que las cuentas se
dividen, aportando él más que ella, ya que ella sólo se hizo cargo de los servicios. Su
ingreso sería el 30% del ingreso total del hogar. Este ingreso se divide así: el 10% se va
a gastos del hogar, el 50% en gastos extraordinarios (ocio, vacaciones, diversión), el
20% se dedicó a gastos personales y el restante 20% se ahorró (se dedicó a inversiones
y capitalización).
Casados por la Iglesia, llevan 17 años viviendo juntos (ahora en una casa arrendada) y
tienen dos hijos que están estudiando y que viven con ellos (una chica de 16 años y un
niño de 8); ambos esposos tienen edades muy cercanas (43 él y 42 ella) y un nivel
educativo similar (aunque el de él es superior, pues tiene nivel universitario, mientras
que el título de ella es tecnológico). Él, que tiene un trabajo de tiempo completo, es
quien hace los aportes y quien tiene la jefatura en el hogar. Tienen una empleada
externa que trabaja por días.
Lo declarado por la esposa coincide mucho con lo declarado por el esposo. Le asigna la
mayor parte de las tareas a ella, y reconoce que sólo se ocupa de hacer de vez en cuando
arreglos menores en la casa, de cuidar en ocasiones a los niños, cocinar, hacer mercado
o decidir qué se va a comer y, la mayor parte de las veces, de realizar el mantenimiento
del vehículo. Aunque señala, que en las labores domésticas alguien ayuda a la esposa,
no habla de las tareas específicas que realiza la empleada doméstica (es éste un punto
sobre el que no parece tener claridad y precisión). En conjunto, declara dedicarle entre 1
y 5 horas semanales a las labores domésticas y expresa sentirse “contento” con esa
93
En adelante, hemos llenado el fondo de los cuadros con distintos tonos de gris para remarcar
variaciones en el tipo de intercambios entre los miembros de la pareja: en los casos de flujos de
regalos poco recíprocos, fondo con gris al 50% (el más oscuro); en los casos de reciprocidad
pero con sesgos de género, fondo con gris al 20% (más claro); en los casos de reciprocidad e
igualdad de género, fondo blanco. En este caso, se trata del segundo caso.
71
distribución de tareas. Cabe señalar que su jornada diaria empieza a las 7 am, cuando se
levanta, desayuna y arregla y sale a trabajar a la universidad (el profesor de
odontología), regresa para almorzar y regresa al trabajo por la tarde, a su consultorio
particular, hasta las 10 de la noche, cuando regresa, cena y descansa viendo televisión.
Se trata de una jornada laboral externa de más de 11 horas, y declara que se siente “poco
contento” con ella.
En este caso, nos encontramos con una división clara entre las labores de los cónyuges,
aunque en este caso él insiste que las labores en la casa de ella son también “trabajo”
aún cuando no tenga remuneración. En este caso, hay que recordar que ella trabajó por
fuera del hogar incluso después del matrimonio y del nacimiento de los hijos (se
desempeñó como vendedora, secretaria, supervisora de bienestar familiar…), hasta que
la hija mayor se enfermó en el año 1991 y se dedicó a cuidarla en la casa (en lo que
parece ser que se trató de una decisión del esposo, como se verá en el apartado
siguiente). Sin embargo, incluso en esos momentos en que ella trabajaba (por ejemplo,
durante el primer año de la unión), era también la encargada de las labores del hogar y
del pago de servicios
Las decisiones
La encuestada declara que es ella quien decide sobre la administración de la casa, de lo
que apenas le informa al marido, sobre su trabajo en el hogar y sobre los gastos del
mercado (que en este caso concierta con el esposo); otra serie de decisiones se toman
juntos: acerca de las vacaciones, las actividades de ocio y diversión, sobre los asuntos
de vivienda y sobre los permisos de los hijos. El marido es quien toma casi siempre las
decisiones sobre el manejo del dinero y las cuentas, aunque acuerda con ella, y siempre
aquellas decisiones que tienen que ver con su propio trabajo y, atención, sobre el trabajo
asalariado de ella. Dice que está “contenta” con esa forma de tomar las decisiones.
El esposo declara que él toma las decisiones que tienen que ver con las actividades de
ocio y diversión, que concierta con ella, y las decisiones sobre su propio trabajo, de lo
que sólo le informa; por el contrario, la pareja toma las decisiones que tienen que ver
con la administración de la casa (acuerda con él) y con su propio trabajo (del que apenas
le informa). De forma conjunta deciden sobre la administración del dinero y las cuentas,
las vacaciones, los asuntos de compra o arriendo de vivienda, los permisos de los hijos y
los gastos de mercado. Expresa estar “contento” con esa forma de tomar las decisiones.
Observamos cierta discrepancia: él declara decidir sobre sólo sobre el ocio (ella dice a
que entre ambos) y la diversión y que las decisiones sobre administración del dinero y
las cuentas es compartida (ella se lo asignó a él). Tampoco dice nada sobre el tema del
trabajo asalariado de ella: asume que las decisiones las toma ella, pero se refiere a las
decisiones sobre las tareas domésticas. Esas discrepancias son difíciles de calibrar,
aunque puede estimarse que lo que uno estima que son decisiones autónomas del
cónyuge, para el otro se trata de decisiones compartidas…
La satisfacción marital
Según la esposa, trabajan juntos una o dos veces al mes y por lo menos una vez al día
tienen intercambios interesantes de ideas, se ríen juntos o discuten algo calmadamente.
Declara sentirse “contenta” con esta relación, aunque sus expectativas son que
probablemente si va a permanecer juntos por largos años Según el esposo, excepto
trabajar juntos en algo (lo hacen menos de una vez al mes), tienen intercambios
72
interesantes de ideas y discuten algo calmadamente por lo menos una vez al día,
mientras que se ríen juntos más de una vez. Se ubican así en una franja de media a alta
de actividades compartidas. Declara sentirse “muy contento” con la relación de pareja y
cree que la relación definitivamente durará en el futuro más de diez años.
En general, coinciden sus declaraciones sobre esas actividades, aunque ella expresa
menos satisfacción con la relación y apunta un matiz respecto al futuro de la pareja.
Dado lo declarado en cuanto a ingresos, parece que los regalos ella los hace con la plata
de él. Por cierto, el reconoce que ella trabaja sin remuneración: hay cierta consciencia
de la situación de género; sin embargo, eso no elimina la marca de género en el tipo de
regalos que se realizan entre sí (por eso tiene el sombreado gris en el gráfico). Parece
tratarse de una relación que es equitativa pero no recíproca.
Casados por la Iglesia y sin hijos, llevan 6 años viviendo juntos en la misma casa que
los padres de ella (tienen una pieza para ellos y comparten cocina y baño), quienes
forman un hogar distinto. Tienen edades cercanas (30 él, 25 ella) y un nivel educativo
73
muy similar (universitario incompleto él, técnico completo ella). Ambos trabajan de
tiempo completo (aunque él, con estudios de arquitectura que se desempeña como
director de obra, gana más que ella, que es asesora comercial en una agencia de viajes) y
comparten la jefatura. Tienen una empleada doméstica externa que viene por días.
Ella, por su parte, declara encargarse la mayoría de las veces de poner la mesa y recoger
los platos, mientras que el cónyuge cocina y mantiene el vehículo. Actividades
conjuntas son el lavar ropa, planchar, tender la cama, mercar y guardar el mercado,
recoger los platos y pagar los servicios y las cuentas. Ella declara que las otras
actividades las realiza la muchacha de servicio (barrer, limpiar baños, sacar la basura,
arreglar la cocina…). Dice dedicarle entre 1 y 5 horas semanales a esas tareas y sentirse
“contenta” con esa distribución de tareas. En cuanto a la dinámica cotidiana, se levanta
a las 6 am y tras arreglarse se va al trabajo, hasta las 7 pm; después, juntos, cenan fuera,
descansan viendo TV o visitando a alguna pareja amiga, para ir a dormir a la
medianoche. Los domingos se suelen quedar en la casa haciendo algunas labores
domésticas y descansando, comiendo fuera y descansando. Declara sentirse “contenta”.
Es de destacar que él declara más horas que ella de trabajo doméstico, pero que ella
señala que algunas de las actividades que él dice realizar las hace la empleada
doméstica. De todas formas, las actividades conjuntas son bastantes y, dado el especial
carácter de esta pareja (tienen una pieza en una casa mayor), ellos se distribuyen al 50%
lo que tiene que ver con las cosas propias de la pareja. En cuanto al ocio, comparten
también buena parte del tiempo que tienen.
Las decisiones
El esposo declara que él toma las decisiones que tienen que ver con su propio trabajo,
de lo que informa a la compañera, y que casi siempre decide acerca del ocio, aunque lo
consulta con la esposa. El resto de decisiones (administración de cuentas y dinero,
vacaciones, administración de la casa, vivienda, gastos de mercado) las toman entre los
dos, excepto lo que se refiere al trabajo de ella, en lo que es autónoma. Expresa sentirse
“muy contento” con esa forma de tomar decisiones.
La esposa, por su parte, señala que, excepto lo que tiene que ver con decisiones sobre el
trabajo del cónyuge (que toma él autónomamente, aunque le consulta), el resto se decide
de forma consulta, incluido lo que tiene que ver con el trabajo de ella, aunque él le
74
consulta a ella al respecto. Dice estar “muy contenta” con esta forma de tomar
decisiones.
La satisfacción marital
Él declara que una o dos veces a la semana tienen intercambios interesantes de ideas,
discuten algo calmadamente o trabajan juntos en algo, mientras que más de una vez al
día se ríen juntos. Se declara “muy contento” y cree que la relación “definitivamente” se
mantendrá dentro de 10 años.
Ella declara que, excepto trabajar juntos (que lo hacen menos de una vez al mes),
intercambian ideas interesantes, se ríen y discuten algo calmadamente más de una vez al
día. Se siente “muy contenta” y cree que “definitivamente sí” permanecerán juntos
dentro de 10 años.
Aunque no hay coincidencia total en las frecuencias de las actividades, parece que sí
mantienen una dinámica intensa en la relación y que a ambos les da máxima
satisfacción y les ofrece esperanzas sobre la duración de la relación
Ella, por su parte, declara que todo lo que reciben va para un fondo común que manejan
entre los dos, y que de ahí se asumen todos los gastos. Dice que su aporte corresponde
al 40% de los gastos del hogar (que contribuyen a la parte de transporte y servicios). Sus
ingresos se distribuyen así: el 90% se va a los gastos fijos del hogar y el resto (10%) a
los gastos extraordinarios del hogar (vacaciones, etc.)
Difieren en cómo manejan las platas (manejo independiente del dinero con un fondo
común manejado por ella, según el esposo; fondo común manejado entre ambos, según
la esposa), pero no en los porcentajes de participación respectiva en los gastos del
hogar: 60 y 40% respectivamente. Ella coloca todos sus ingresos en el funcionamiento
del hogar y no declara gastos personales; el declara dedicarle a los personales el 35% de
sus ingresos. Él tiene un ingreso mayor y asume por tanto mayor responsabilidad
financiera.
Pareja de muy reciente constitución (tras casarse por la Iglesia hace 9 meses, viven
temporalmente en la casa propia de los padres de ella, mientras esperan que les
entreguen la vivienda que compraron), sin hijos, con edades iguales (30 él y 29 ella) y
nivel educativo similar (él a nivel universitario completos, ella está terminando su
carrera universitaria, con trabajos de tiempo completo ambos (aunque él, gerente de una
empresa automotriz, gana más, mientras que ella es asesora comercial de seguros); él es
el cabeza de hogar. Tienen una empleada doméstica externa que viene por días.
basura, arreglar la cocina…); la madre de ella también arregla la cocina. Estima que le
dedica entre 6 y 10 horas semanales a las tareas domésticas, y expresa que está “muy
contento” con la distribución. En cuanto a los días laborales, se levanta a las 6 am y,
junto a la esposa, desayunan, se arreglan y salen a trabajar, cada uno por su lado durante
la mañana; almuerzan juntos al mediodía y por la tarde vuelta al trabajo hasta las 6 pm.
Luego acompaña a la esposa hasta la universidad y se va al gimnasio; luego por la
noche, tarde, se reúne con la esposa y descansan (conversan). El fin de semana es de
descanso, vida familiar, TV, paseo y comprar comida para llevar a casa. Declara
sentirse “contento” con esta distribución.
La esposa expone que la mayoría de las veces, y en algunos casos siempre, se encarga
de limpiar el polvo, poner la mesa, recoger los platos, lavarlos y arreglar la cocinar. El
esposo, según ella, arregla los daños menores, cocina y realiza el mantenimiento del
vehículo. Entre los dos, aunque la mayor parte de las veces es ella, barren, lavan la ropa,
tienden la cama, hacen el mercado, lo arreglan, deciden qué van a comer y pagan las
cuentas y recibos. La empleada se encarga de planchar y de limpiar baños. El total de
horas semanales que dedica a labores domésticas es entre 6 y 10 horas. Expresa sentirse
“muy contenta” con esa distribución. Hay que tener en cuenta que su jornada cotidiana
se inicia a las 6 am y que, tras desayunar y arreglarse junto al esposo, sale al trabajo, se
reúne a almorzar con el esposo y por la tarde vuelve a trabajar hasta las 6 pm, luego de
verse con el esposo se va a la universidad a estudiar hasta las 9:30 pm (cuando no tiene
clase se va al gimnasio con el esposo) y, tras regresar a casa, se baña y se dedica a
descansar y conversar junto con el esposo. El fin de semana lo dedica a descansar, a
estar con el esposo (ven televisión, van a misa) y a estudiar. Dice que está “poco
contenta” con esta distribución del tiempo.
Las decisiones
En este punto el esposo declara que, excepto en las decisiones que atañen a su propio
trabajo (sobre lo que él decide e informa a su esposa) y las del trabajo de la esposa (en
que ella toma la decisión de forma autónoma y le informa), el resto son decisiones se
toman concertadamente entre ambos. Se siente “muy contento” con esta forma de tomar
las decisiones.
En el caso de ella, indica igualmente que las decisiones sobre los respectivos trabajos
son autónomas de cada uno, y que conciertan el resto, excepto en lo que tiene que ver
con los gastos de mercado, en que el dice que es el esposo quien “siempre” decide,
aunque concierta con ella. Dice también sentirse “muy contenta” al respecto.
La satisfacción marital
77
Él señala que, por lo menos una vez al día tienen intercambios interesantes de ideas o
trabajan juntos en algo, al tiempo que dice que más de una vez al día se ríen juntos o
discuten algo calmadamente. Está muy contento con la relación y cree que
“definitivamente si” van a continuar juntos dentro de 10 años.
Ella, por su parte, dice que una o dos veces al mes discuten algo calmadamente o
trabajan juntos en algo, que una vez al día tienen un intercambio interesante de ideas y
que más de una vez al día se ríen juntos. Expresa también alta satisfacción con la
relación y cree que “definitivamente” seguirán juntos dentro de 10 años.
Aunque con matices sobre la frecuencia, parece existir un buen grado de satisfacción
con la relación que mantienen.
Ella explica que todo lo que reciben va a un fondo común que manejan entre los dos.
Ella reconoce que se dividen las cuentas pero que el esposo es quien aporta más, y que
sus ingresos son el 25% de los del hogar (se hace cargo de los gastos en educación). De
todos sus ingresos, los de ella se dividen así: 15% en gastos fijos del hogar, 15% en
gastos extraordinarios (ocio, diversión, etc.), 50% en gastos de la universidad y el 20%
restante, se dedica a ahorro (inversiones y capitalización).
Es decir, que él, quien tiene un ingreso mayor, es quien asume los gastos básicos del
hogar y ella dedica la mitad de sus ingresos al pago y gastos de la universidad; ella
consigue ahorrar un porcentaje mayor de sus igresos (el 20% frente al 7% de él).
de pulso,
navaja
Subrayados los regalos de él a ella.
Es difícil ver si tras esa desigualdad en el flujo de los regalos hay alguna tendencia de
fondo en términos de estatus o dominación en el seno de la pareja, que no pareciera ser
el caso. Puede estar relacionado con ingresos muy desiguales entre ambos, y no puede
asociarse a una marcación de género fuerte (por eso el fondo aparece en blanco).
Esta pareja lleva apenas un año y medio viviendo junta (15 meses) y están en unión
libre. No tienen hijos y viven solos en una vivienda propia y totalmente pagada que
cuenta, además de baño y cocina, con 4 habitaciones. Él (33 años) es apenas algo mayor
que ella (32 años) y tienen un similar nivel educativo, que es muy alto: él culminó
estudios de postgrado y ella los está realizando en estos momentos. Ambos trabajan de
tiempo: él, odontólogo, trabaja en una clínica particular; ella, que se ha desempeñado
antes como digitadora, auxiliar contable, secretaria de gerencia y asistente de cobro
jurídico en una entidad financiera, es ahora jefe de crédito y cartera en la Escuela
Nacional del Deporte. Pese a que el ingreso del esposo es superior al de la esposa,
ambos comparten la jefatura del hogar. Cuentan con los servicios de una empleada
doméstica que viene por días a hacer algunas labores en la casa.
En cuanto a lo declarado por el esposo, vemos que hay bastantes similitudes respecto de
lo señalado por ella: sus ocupaciones son sacar la basura, el arreglo de los daños
79
menores de la casa y hacer el mercado; señala unas pocas actividades como propias de
la esposa (planchar y sacar la basura), mientras que entre ambos realizan bastantes
(mercar y guardar el mercado, decidir lo que se va a comer, cocinar (en lo que participa
la empleada), poner la mesa, recoger los platos, lavarlos (aunque lo realiza la empleada
la mayor parte de las veces) y pagar los recibos y las cuentas (aunque reconoce que lo
hace pocas veces). El resto de tareas las declara como propias de la empleada, excepto
el mantenimiento del vehículo, que realizan en el taller mecánico. Cuando vemos el
tiempo que dice dedicar a estas labores, vemos que está en el rango de entre 1 y 5 horas
semanales, el mismo tiempo declarado por la esposa para ella, y dice estar poco
contento con ello. Si observamos su rutina diaria vemos que se levanta a las 6 am., se
arregla y se va trabajar, hasta la 1:15 pm. (a las 11 am. había llevado el carro a lavar),
por la tarde, entre las 3 y las 7:30 pm. estuvo trabajando, luego se reunió con la esposa y
unos amigos, hasta pasadas las 11:30 pm., cuando regresaron a casa y se acostaron. En
cuanto al fin de semana, declara que se trató de un día poco usual: estaba fuera de la
ciudad por motivos de trabajo, así que se levantó temprano (7:30 am.) y se fue a pasear
todo el día, hasta las 8 pm. en que volvió a la residencia y se puso a ver televisión.
Ambos declaran bastantes actividades conjuntas. Dice estar muy contento con este
balance general de las actividades.
Se trata de un caso de asignación a una tercera persona (la empleada) de la mayor parte
de las tareas domésticas, y algunas otras se asignan por género (en la casa ella, el carro
y los arreglos de la casa él). La larga jornada laboral y la dedicación extra de la esposa
al estudio hacen que no pasen mucho tiempo juntos entre semana; el fin de semana, y
pese a registrarse un día poco usual, parece haber otras actividades conjuntas (ver
televisión, etc.). De forma algo contradictoria, ella se declara contenta con la
distribución de tareas pero se lamenta de la falta de tiempo por culpa del trabajo; él, por
su parte, se declara poco contento con la distribución del tiempo doméstico pero muy
contento en el balance general: en cierta forma parece extrañarse una mayor
disponibilidad de tiempo para dedicarse a otras actividades más allá del trabajo.
Las decisiones
Según declara la esposa, sólo las decisiones que tienen que ver con los respectivos
trabajos son tomados por cada uno, aunque se consulta con el otro cónyuge; el resto se
toman de forma conjunta y concertada (aunque ella dice que es ella quien se encarga de
decidir lo que falta a la hora de hacer el mercado). Cuando se le pregunta por su nivel de
satisfacción con esta forma de distribuir las decisiones, expresa que está muy contenta.
Él, por su parte, declara en forma muy similar: son independientes las decisiones sobre
sus trabajos respectivos (aunque se consultan), y el resto son decisiones conjuntas,
excepto en el caso de la administración del hogar, donde decide casi siempre la esposa
(aunque concierta con él). Dice sentirse muy contento con esta forma de distribuir las
decisiones.
La satisfacción marital
80
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, vemos que enuncia una
frecuencia alta: una vez al mes “trabajan juntos en algo”, una vez al día “discuten algo
calmadamente” y más de una vez al día tienen “intercambios interesantes de ideas” y se
“ríen juntos”. Declara sentirse muy contenta en términos generales con esta relación de
pareja y cree que “probablemente sí” estarán juntos dentro de diez años.
Él, por su parte, declara también una frecuencia de alta tendiente a muy alta de
actividades conjuntas: una o dos veces a la semana tienen “intercambios interesantes de
ideas” o “trabajan juntos en algo”, una vez al día “discuten algo calmadamente” y más
de una vez al día se “ríen juntos”. Se declara muy contento con esta relación y cree que
“probablemente sí” estarán juntos dentro de 10 años.
Cuando miramos en detalle las otras preguntas, vemos que ella declara que su aporte
constituye el 10% de los ingresos del hogar, y que se dedica a transporte y a educación;
el resto se distribuye así: el 30% se dedica a los gastos fijos del hogar, otro 30% a gastos
extraordinarios, el 20% a gastos personales y el 10% se ahorra (inversiones y
capitalización).
En cuanto al esposo, declara que su aporte es el 80% de los gastos del hogar, con los
que se cubre el mercado, el transporte, los servicios, la educación y la vivienda. De sus
aportes, el 25% se va en gastos fijos, el 10% en gastos extraordinarios, el 20% en gastos
personales y un amplio 30% se dedica al ahorro (inversiones y capitalización).
Es decir, que hay una reserva importante de los ingresos como ahorros, pero también
una destinación personal alta de los ingresos; la esposa dedica sus ingresos al estudio
(terminar un posgrado) e incluso recibe ayuda financiera del esposo.
Si observamos la tabla de síntesis, vemos que, en esta pareja, hay una diferenciación
clara de funciones, arrancando desde la distribución de tareas hasta llegar a la forma de
manejar los ingresos. Los niveles de satisfacción parecen ser medios, pero inferiores en
el caso de la esposa.
Se trata de una pareja donde ambos tienen ingresos y una relación bastante igualitaria
(así él aporte más al hogar: lo que seguramente está asociado a ingresos más altos),
aunque hay cierto sesgo de género: ambos trabajan poco en labores domésticas, pero no
en las mismas cuando ellos las hacen (ella más de la casa). En cuanto a decisiones y
vida en común, parece bastante equitativa, así como ello se observa también en los
regalos que se hacen, aunque de nuevo con asignaciones por género fuertes: el le paga
hasta la universidad, ella lo mima y lo “consiente”. Se trata de una pareja joven, de
relativa reciente formación, con alto nivel educativo e ingresos, y bastante igualdad en
el trato. Ambos expresan un alto nivel de satisfacción. En términos de regalos, se
observa alta reciprocidad y no una fuerte marca de género en ellos (por eso aparece con
fondo blanco).
Como también se verá, se trata del barrio en que se produce mayor frecuencia y valor
comercial en los regalos: ello también está asociado a la mayor disponibilidad de
82
Se trata de una pareja interracial (ella es afrocolombiana) casada por la Iglesia y por lo
civil, que lleva 2 años viviendo junta y que no tiene hijos (aunque ella está embarazada
de 4 meses). La vivienda es arrendada, y la comparten con otro hogar, una hermana de
él (ellos disponen sin embargo de 3 cuartos para sí, aparte de cocina y baño). Ambos
esposos tienen la misma edad (28 años) y un mismo nivel educativo (secundaria
completa); cada uno tiene ingresos propios, aunque son por lo general superiores los de
él, quien trabaja de tiempo completo fuera de casa –es operario en una empresa de
confecciones–; ella, quien laboró en empresas de fabricación de ropa, se desempeña hoy
como estilista independiente, aunque reconoce que ha disminuido su tiempo de trabajo
desde que se casó y, con ello, sus ingresos propios. Ambos coinciden en que comparten
la jefatura del hogar. No tienen empleada doméstica.
esposa, se arregla, desayuna y sale a trabajar, vuelve a almorzar a la casa, hace una
vuelta, luego una siesta y reposa. El fin de semana implica el ir a mercar y guardar el
mercado, y el resto es el paseo y el almuerzo fuera de casa con la esposa. De nuevo,
declara sentirse muy contento
En este apartado hay que señalar que se observan discrepancias sensibles: él declara
más de lo que ella le reconoce que hace (tanto en casa, como por fuera, como el pagar
los servicios); aun contabilizando lo que él hace, ella es quien tiene a su cargo la mayor
parte de las tareas domésticas.
Las decisiones
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con su
propio trabajo (horarios, tipo de trabajo…), aunque sobre este punto le consulta a él. Por
el contrario, las decisiones sobre el trabajo del esposo las toma él, pero apenas le
informa a ella; en cuanto a las que se refieren al mercado, “casi siempre” las toma él,
aunque las consulta con ella. El resto de decisiones son tomadas entre los dos
(administración del dinero y las cuentas, las vacaciones, ocio y diversión o asuntos de
vivienda) y entre los dos pero es ella quien le informa a él, lo que se refiere a la
administración del hogar. Ella declara sentirse contenta con esta distribución de las
tareas del hogar.
Él, por su parte, declara una repartición sensiblemente distinta de las tomas de decisión:
él decide no sólo con lo que atañe a su propio trabajo, sino también a la administración
de las cuentas y del dinero (de lo que apenas le informa a ella); ella decide sobre su
propio trabajo y sobre la administración de la casa (aunque le hace consultas a él); el
resto (vacaciones, ocio y diversión, vivienda y mercado) son decisiones conjuntas.
Parece que en su descripción aparecen más fuertes los contenidos diferenciales de
género. Declara sentirse muy contento con esta forma de tomar decisiones.
Puede decirse que hay autonomía en cuanto al trabajo de ambos (menos por parte de
ella), algunas decisiones dicotomizadas (ella en lo que tiene que ver con el hogar, él con
lo del dinero y las cuentas), aunque comparten bastantes decisiones.
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella declara que nunca tienen
“intercambios interesantes de ideas ni “trabajan juntos en algo”, que menos de una vez
al mes “discuten algo calmadamente”, mientras que más de una vez al día se ríen juntos.
Expresa estar muy contenta con la relación de pareja y que cree “definitivamente sí”
seguirán juntos en el futuro. En cuanto a él, declara que nunca “trabajan juntos en algo”,
que una o dos veces a la semana tienen “intercambios interesantes de ideas” o “discuten
algo calmadamente” y que varias veces al día se “ríen juntos”. Se declara muy contento
con la relación de pareja y que “definitivamente sí” estarán juntos dentro de diez años.
Pese a las discrepancias (ella parece reportar en general menos actividades comunes,
excepto la de reírse juntos), ella expresa el mismo nivel de satisfacción y esperanzas de
continuidad de la vida en pareja.
esposa afirma que su aporte al hogar equivale al 50%, con el que se cubren los gastos de
mercado (en especial los asuntos de dinero) y los servicios. De sus ingresos propios,
destina la mitad a cubrir esos gastos fijos del hogar, y el restante 50% dice dedicarlo a
gastos extraordinarios del hogar (aunque dice que otro 25% se dedica a gastos
personales: la suma total no da 100%); no declara hacer ahorro alguno.
Por su parte, el esposo expresa (como vimos) que, en cuanto al manejo del dinero, cada
quien maneja el suyo pero aporta una cantidad a un fondo común que administra él. En
cuanto a los gastos del hogar, se dividen las cuentas por igual, aunque a continuación
declara que su aporte equivale al 75% del total de ingresos del hogar, haciéndose cargo
él de los gastos de mercado, transporte y vivienda, a lo que dedica el 80% de sus
ingresos; además, declara, dedica el 50% a gastos extraordinarios (como se ve,
sobrepasa el 100%) y guarda en forma de ahorros el 20%, no dedicando ningún
porcentaje a sus gastos personales94. Más allá de las discrepancias (las dos formas de
administrar pueden ser pensadas como similares), es evidente que hay una idea
igualitaria en cabeza de ella, que no es replicada en la declaración del esposo. Sin
embargo, puede pensarse con una distribución equitativa en el seno del hogar. Por
cierto, si hay ahorros, se hacen a partir de los ingresos del esposo (lo que puede
asociarse a la disposición de un mayor salario).
Si observamos la tabla de síntesis, que expresa cómo se dan esas diferentes situaciones
desde la perspectiva de la esposa, vemos que, en esta pareja, ella trabaja más en el
hogar, participa en menor medida y de forma no equitativa en las tomas de decisión, no
hay muchas actividades conjuntas (excepto reírse) y los ingresos son aproximadamente
equivalentes; sin embargo, ella expresa alta satisfacción con la relación.
94
Como hemos señalado, los hombres no suelen declarar que reserven parte de los ingresos del
hogar a gastos personales, lo que no quiere decir que no los haya: si controlan el fondo común,
puede establecerse como prioritario o necesarios para el hogar la asunción de los costos
personales (aseo personal básico, ropa de trabajo, etc.). Suelen ser más bien las mujeres las que
declaran que deben dedicar parte de los ingresos a gastos personales. Es por eso que, como
hemos visto en varios casos, las dedicaciones del dinero de las mujeres suele aparecer como
destinado a gastos extraordinarios o personales.
86
Esta pareja está en unión libre desde hace 9 años y viven con dos hijos, uno propio (el
más pequeño, a raíz de cuyo nacimiento se unieron) y el otro, mayor, hijo de la esposa
de una relación anterior. La vivienda es propia, totalmente pagada, y no la comparten
con ningún otro hogar, por lo que disponen de tres cuartos, aparte de los baños y la
cocina. Ella (39 años) es algo mayor que él (32 años), pero tienen un nivel educativo
menor (estudios de peluquería) que el del esposo (con nivel universitario completo);
cada uno tiene ingresos propios: ella es peluquera independiente, por cuenta propia
desde hace más de 10 años, y aunque se dedica de tiempo completo, sus ingresos son
algo menores que los del esposo (según declara ella); el esposo, quien llegó a ser
subdirector de una oficina bancaria, aunque también estuvo momentáneamente
desempleado durante el año 2004, se desempeña actualmente como cajero de banco y
labora de tiempo completo. Ambos comparten la jefatura del hogar. Tienen una
empleada doméstica externa que trabaja en la casa por días.
Según declara el esposo, son de su responsabilidad pagar siempre las cuentas y servicios
(lo hace desde el banco en que labora) y, la mayoría de las veces, sacar la basura y hacer
mercado; junto con su esposa barre, limpia el polvo, lava la ropa, limpia los baños,
cocina, recoge los platos, arregla la cocina y cuida a los niños, pero declara que lo hace
“pocas veces” o “la mitad de las veces”. Del resto se encarga la empleada o se contrata a
alguien para que haga los arreglos menores de la casa. En general hay bastante
coincidencia con lo declarado por la esposa. Dice que, semanalmente, dedica entre 11 y
15 horas a labores domésticas. Si observamos cómo es un día común, vemos que
madruga (5:20 am) y prepara el desayuno para la familia y que está pendiente de sus
uniformes y luego los lleva al colegio; luego se va a trabajar (de 7 a 7, con un pequeño
receso para almorzar: lo que hace rápidamente para poder adelantar el trabajo); cuando
regresa a la casa hace la comida para todos. Dice sentirse “contento” con esta
distribución de tiempo. El día de fin de semana lo dedicó a trabajar (declaró que fue un
domingo poco común): madrugó, se preparó el desayuno y se fue al trabajo, descansó al
mediodía (almuerzo y paseó por un centro comercial) y volvió al trabajo, hasta las 7 pm.
en que llegó a la casa donde comió y vio televisión con la familia. En el punto de si
estaba contento con la distribución general del tiempo declaró que estaba “poco
contento” a causa de “tanto trabajo”.
Vemos que, pese a que cada uno habla de días poco usuales (de entre semana ella, de fin
de semana él), todo parece indicar que hay cierta distribución de las tareas pese a que
sea ella quien, con la empleada, dedica más horas al trabajo doméstico. En conjunto,
relativamente suelen pasar poco tiempo juntos. El nivel de insatisfacción en este punto
es compartido por ambos.
Las decisiones
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con la
administración de la casa (de lo que informa al esposo), la compra o arriendo de la
vivienda (que consulta con el esposo), los gastos de mercado (que concierta con el
esposo) y sobre su propio trabajo (horarios, tipo de trabajo…, de lo que le informa al
esposo); en el otro extremo, las decisiones autónomas del esposo se reducen a las que
tienen que ver con su propio trabajo (sobre lo que él le informa o a veces le consulta); el
resto de decisiones son tomadas entre ambos: la administración de las cuentas y del
dinero, las vacaciones, las actividades de ocio o diversión (en que participan también los
hijos) o los permisos de los hijos. Ella declara sentirse contenta con esta distribución de
las tareas del hogar.
Él, por su parte, declara en más ocasiones la toma de decisiones compartida. Veamos:
son siempre propias las decisiones sobre su trabajo (de lo que informa a la esposa) y
casi siempre en lo que tiene que ver con el mercado (aunque aclara que ya saben lo que
deben comprar, es decir, que no se decide sino que se sigue una rutina); por el contrario,
recae siempre como decisión de la pareja lo que se refiere a su trabajo (de lo que la
esposa apenas le informa) y casi siempre lo que tiene que ver con los temas de
administración de la casa (de lo que, de nuevo, sólo le informa); el resto (administración
de dinero y cuentas, vacaciones, ocio, vivienda y permisos hijos) son compartidas. A
diferencia de la esposa, por tanto, coloca más decisiones en la franja de decisiones
88
compartidas. Como ella, declara sentirse contento con esta distribución de las
decisiones.
Puede decirse, en resumen, que hay autonomía en cuanto al trabajo de ambos, que hay
una serie de decisiones compartidas y que, en un número significativo, ella se arroga la
participación única en la toma de más decisiones que él. En conjunto, podemos
presuponer un cierto equilibrio entre ellos en este punto.
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella declara que una o dos
veces al mes “trabajan juntos en algo”, que una o dos veces por semana tienen
“intercambios interesantes de ideas o “discuten algo calmadamente”, mientras que más
de una vez al día se ríen juntos. Expresa estar contenta con la relación de pareja y que
cree que “probablemente sí” seguirán juntos en el futuro. En cuanto a él, declara
también que una o dos veces al mes nunca “trabajan juntos en algo”, que una o dos
veces a la semana tienen “discuten algo calmadamente” y que una vez al día se se “ríen
juntos” o “tienen intercambios interesantes de ideas”. Él se declara muy contento con la
relación de pareja y que “probablemente sí” estarán juntos dentro de diez años. No hay
diferencias sensibles en lo declarado como actividades conjuntas, que son bastantes y se
puede ubicar en un nivel intermedio, pero sí en el grado de satisfacción: ella parece algo
menos contenta que él. Finalmente, ambos se declaran precavidos respecto a la
continuidad de la vida de pareja: ambos coinciden en el “probablemente”, que supone
un nivel medio de fe en la relación.
De sus ingresos propios, ella destina la mitad a cubrir esos gastos fijos del hogar, y el
restante 50% dice dedicarlo a gastos personales: no aporta a gastos extraordinarios ni
ahorra. Él, por su parte, declara también que la mitad de sus ingresos se van en gastos
ordinarios del hogar, que un 20% se van en gastos extraordinarios, un 10% en gastos
personales, y un 5% (¡por fuera ya del 100%!) que constituyen ahorros que se destinan a
capitalización y a inversión. En general, se trata de una contribución bastante
equilibrada entre los dos cónyuges, aunque, dado el mayor ingreso de él, es posible que
en este frente contribuya con un valor volumen que la esposa.
Si observamos la tabla de síntesis, que expresa cómo se dan esas diferentes situaciones
desde la perspectiva de la esposa, vemos que, en esta pareja, ella trabaja más en el
hogar, participa en mayor medida y de forma equitativa en las tomas de decisión, hay
bastante frecuencia en actividades conjuntas y los ingresos y aportes al hogar son
aproximadamente equivalentes; ambos expresan un nivel similar de satisfacción con la
relación (así se muestren precavidos a la hora de evaluar su continuidad en el futuro).
89
En general, en cuanto a los regalos vemos bastante reciprocidad: dominan los regalos
útiles (ropa, zapatos) y los extraordinarios, aunque distintos, suponen menor costo y
tienen sobre todo sentido ritual (invitaciones, bisutería, etc.). Aparece la enunciación de
dinero (de él a ella, declarado por parte de ella), que es utilizado para pequeños gastos
personales. Se puede pensar que hay cierta reciprocidad, aunque por detrás de los
regalos hay una diferenciación en lo que hombre y mujer pueden o deben regalar.
Ambos parecen hacer un esfuerzo en este frente.
Esta pareja es de reciente conformación, apenas hace medio año que se juntaron en
unión libre, viven con un hijos propio (fue a raíz del embarazo que se unieron) y con
una hermana del esposo. La vivienda es propia pero la están pagando aún y no la
comparten con ningún otro hogar, por lo que disponen de tres cuartos, aparte de los
baños y la cocina. Él (34 años) es mayor que ella (18), aunque parecería de entrada que
tendrían un nivel educativo similar (universitario completo él, incompleto ella), ella sólo
ha cursado primeros semestres. El esposo tiene ingresos propios (también la hermana),
pues él trabaja de tiempo completo como analista programador en una entidad
financiera; ella estaba estudiando en la universidad, pero, cuando tuvo al hijo, dejó de
hacerlo para dedicarse a las actividades domésticas. La jefatura del hogar la tiene el
esposo. No tienen empleada doméstica.
90
Vemos que, pese a que parece que el día de semana fue poco usual, hay una escasa
distribución de las tareas entre los cónyuges y que es ella quien se encarga de la mayor
parte de ellas. Recordemos que ella no trabaja por fuera y está a cargo de las labores del
hogar, en especial de la atención del pequeño bebé que tienen. Suelen pasar tiempo
juntos, y él le ayuda en algunas tareas del hogar. El nivel de satisfacción es similar entre
ambos: están en general contentos.
Las decisiones
91
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con su
propio trabajo (en este caso se supone que sobre su trabajo doméstico), y de las que
apenas le informa al esposo; también, aunque en este caso casi siempre, toma las
decisiones sobre la administración del hogar, sobre lo que le consulta al esposo. Por el
contrario, las decisiones sobre el trabajo del esposo las toma él mismo, de lo que le
informa tan sólo. El resto (administración del dinero y cuentas, vacaciones, ocio,
vivienda y mercado) se toman de forma compartida y concertada. Declara estar muy
contenta con esta distribución de las tomas de decisión.
Él, por su parte, declara en menos ocasiones la toma de decisión compartida. Veamos:
son casi siempre propias las decisiones sobre su trabajo (de lo que informa a la esposa),
pero también lo que tiene que ver con la administración de la casa, las vacaciones, el
mercado y el trabajo de la esposa (puntos todos sobre los que, de todas formas,
concierta con ella); por el contrario, las únicas decisiones que son siempre de su esposa
(aunque le consulta a él) son las que tienen que ver con la administración de la casa.
Declara sentirse contento con esta distribución. Vemos que, en conjunto, las
divergencias entre ellos en su percepción de las tomas de decisión son sensibles pero
que pueden esconder bastantes similitudes (él cree tomar decisiones que, por el hecho
de ser concertadas con ella, la esposa asume como compartidas entre ambos). Por lo
general se observa una distribución bastante similar, aunque con los consabidos sesgos
de género (la administración del hogar como ocupación de la esposa, en este caso, ama
de casa).
Puede decirse, en resumen, que hay autonomía en cuanto al trabajo de ambos, que hay
una serie de decisiones compartidas y que, en un número significativo, él se arroga la
participación en la toma de más decisiones que ella. En conjunto, podemos presuponer
un cierto equilibrio entre ellos en este punto. La esposa se declara más contenta que él
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella declara que menos de una
vez al mes “trabajan juntos en algo”, que una o dos veces al mes “discuten algo
calmadamente”, que una o dos veces por semana tienen “intercambios interesantes de
ideas” y que, más de una vez al día, “ríen juntos”. Expresa estar muy contenta con la
relación de pareja y que cree que “probablemente sí” seguirán juntos en el futuro. En
cuanto a él, declara que una o dos veces al mes tienen “intercambios interesantes de
ideas” y “discuten algo calmadamente”, que una o dos veces a la semana “trabajan
juntos en algo” y, finalmente, que más de una vez al día se “ríen juntos”. Él se declara
contento con la relación de pareja y que “probablemente sí” estarán juntos dentro de
diez años. Hay diferencias sensibles en lo declarado como actividades conjuntas –él
declara mayor intensidad que ella– y se pueden ubicar en un nivel intermedio bajo, al
igual que en el grado de satisfacción: ella se declara más contenta que él. Ambos
coinciden en cuanto a precaución respecto de la continuidad de la vida de pareja: ambos
coinciden en el “probablemente”, que supone un nivel medio de esperanza depositada
en la relación.
gestione. Él, por su parte, declara que cada cual maneja su dinero y que él se hace cargo
de todos los gastos del hogar. Tanto en una forma como en otra, es evidente que es él
quien aporta más al hogar y quien decide al respecto. Sin embargo, hay una pequeña
dificultad en este punto: mientras él declara que el 100% de los ingresos del hogar son
de él, ella declara que un 20% lo constituyen sus aportes (y con los que se cubren parte
de los servicios), el cual se dedica por tanto a gastos ordinarios (25%) y a gastos
personales (20%). Es difícil evaluar esta contribución pero, desconociendo cuál pueda
ser el origen de ese ingreso de ella, debemos asumir que es el esposo quien tiene a su
cargo la mayor parte de los gastos del hogar: el 75% de sus ingresos se van en gastos
básicos del hogar, el 20% en gastos extraordinarios y el 5% en ahorro; no declara gastos
personales.
En general, por tanto, se trata de una contribución bastante desequilibrada entre los dos
cónyuges: ella, ama de casa, no debe tener ingresos propios sustanciales y depende del
ingreso del esposo. Curiosamente, ella declara que parte de su presupuesto lo destina a
gastos personales (puede tratarse de una plata que él le asigna).
Si observamos la tabla de síntesis, que expresa cómo se dan esas diferentes situaciones
desde la perspectiva de la esposa, vemos que, en esta pareja, ella trabaja más en el
hogar, participa de forma equitativa en las tomas de decisión (aunque las que tienen que
ver con el hogar están a su cargo), hay una frecuencia de media a baja en actividades
conjuntas y los ingresos y aportes al hogar son sobre todo del esposo. Ambos expresan
un nivel similar de satisfacción con la relación (así se muestren precavidos a la hora de
evaluar su continuidad en el futuro), aunque es ella la que parece estar más contenta con
este arreglo.
En general, en cuanto a los regalos ordinarios vemos bastante reciprocidad: dominan los
regalos útiles (ropa, zapatos). Pero no es así en los extraordinarios: por un lado son
escasos, y, por el otro, distintos y más reiterados los de él que los de ella (aunque
recíproco, se trata de un caso con segmentación de género, por eso el fondo del gráfico
aparece en el gris más oscuro). Evidentemente, ello puede estar relacionado con el tipo
de estructura de ingresos (ella no trabaja por fuera de las labores domésticas), formando,
pese a su juventud, un ejemplo de distribución clásica de los roles y papeles en el hogar
y en la pareja (lo que debe asociarse también al ciclo de vida: hay un bebé de escasa
edad en el hogar).
Esta pareja vive junta desde hace casi 30 años, cuando se casaron por lo civil sin que
ninguno de sus familiares supiera (a él lo echaron de la casa y se fue para donde ella), y
viven con los dos hijos del matrimonio (una hija de 24 años y un hijo de 21) en una casa
propia totalmente pagada, que no comparten con ningún otro hogar y del que disponen,
aparte de baños y cocina, de tres habitaciones. Ella (50 años) es un poco mayor que él
(48), y tienen un nivel educativo similar, aunque superiores en el caso del esposo: él
tiene estudios técnicos completos, ella terminó hasta 9 grado y luego hizo estudios de
secretariado en el SENA. Ambos perciben ingresos –él como empleado de seguridad en
un supermercado, donde trabaja de tiempo completo, y tras una historia laboral que ha
implicado desde la mensajería y desempeñarse como portero, ella como secretaria de
tiempo completo en una empresa constructora (nunca ha dejado de trabajar como
secretaria)–, pero los ingresos de la esposa son mayores y es ella también quien tiene la
jefatura del hogar. No cuentan con empleada doméstica.
aunque dice que a veces sale en bicicleta con él. Con respecto a su evaluación de la
distribución general del tiempo, declara sentirse “contenta”.
Según declara el esposo, las tareas que son de su responsabilidad son más o menos las
mismas que declara al respecto la esposa (sacar la basura, hacer el mercado y guardarlo)
y a veces limpiar el polvo; en cuanto a la situación inversa, reconoce también que el
pago de recibos y cuentas es tarea de la esposa; el resto son actividades compartidas,
pero reconoce que él las hace poco. En general, parece que la mayor parte de las
actividades están en manos de la esposa, aunque hay cierta cooperación por su parte. Si
observamos su rutina diaria, vemos que tras levantarse (6 am) se desayuna y arregla,
para salir a trabajar al supermercado donde hace de vigilante a las 7 am y no volver sino
por la noche, a las 11 pm, cuando come algo, conversa con la esposas, ve televisión y se
acuesta (se trata de una jornada de 15 horas de trabajo). Dice dedicar, en total, entre 1 y
5 horas semanales a las tareas domésticas, y declara sentirse muy contento al respecto.
En cuanto al fin de semana, dependiendo de si tiene turno laboral o no, se levanta a la
misma hora y sigue una rutina similar pues le toca también trabajar en el supermercado
(el domingo reseñado trabajó 12 horas). Declara sentirse contento con la distribución
general del tiempo.
En este caso, la fuerte carga laboral del esposo (jornadas laborales muy extensas)
seguramente hace que su contribución en la casa sea limitada, aunque de todas formas
vemos que se da; por parte de la esposa, quien además de su jornada laboral como
secretaria se dedica a la confección de bisutería, hay también una proporción importante
de dedicación a las labores domésticas. Ambos están en general contentos, pero parece
que más con su poca dedicación al hogar que en lo que se refiere a la distribución
general del tiempo (pues tienen largas jornadas de trabajo remunerado).
Las decisiones
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con su
propio trabajo y con los permisos de los hijos (temas sobre los que apenas le informa al
esposo) y en lo que se refiere al manejo y administración de la cuentas y del dinero del
hogar (aunque en este caso concierta con el esposo); hay otra serie de decisiones en las
que casi siempre es ella quien decide (vacaciones, de lo apenas le informa al esposo,
administración de la casa, que acuerda, y ocio y diversión, que también concierta); por
su parte, el esposo decide con lo que tienen que ver con su propio trabajo y con la
compra del mercado, de lo que apenas le informa a ella; finalmente, conjuntamente
decidieron, cuando se casaron, sobre el punto de la vivienda. Ella se expresa contenta
con esta distribución de las tomas de decisión.
Él, por su parte, declara en términos muy similares: decide por su cuenta sobre su
trabajo, delega en la esposa lo que tiene que ver con la administración de las platas y de
las cuentas y en lo que atañe al trabajo de ella, y deciden conjuntamente sobre
vacaciones, administración de la casa, vivienda y gastos en el mercado (en este punto
hay discrepancias, pero él aclara que se trata de “un monto fijo” lo que se destina al
mercado y que ya está acordado. Declara sentirse contento. En general, en este punto
vemos que la tendencia es a que sea ella quien toma más decisiones y que la declaración
de él más bien está hecha desde un sesgo de género, tratando de mostrar que él también
participa en las dinámicas de la casa. Puede decirse, en resumen, que hay autonomía en
cuanto al trabajo de ambos, que hay una serie de decisiones compartidas y que, en un
95
número significativo, ella se arroga la participación en la toma de más decisiones que él.
Ambos declaran sentirse igual de contentos.
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella declara que una o dos
veces al mes “trabajan juntos en algo” y tienen “intercambios interesantes de ideas”, y
que una o dos veces por semana “discuten algo calmadamente” y se “ríen juntos”;
aunque se trata de una frecuencia moderada de interacciones, ella expresa sentirse
contenta, y aclara: “lo tengo dominadito”. Cree que “definitivamente sí” estarán juntos
dentro de 10 años. En cuanto a él, declara que una o dos veces al mes “trabajan juntos
en algo”, que una o dos veces por semana tienen “intercambios interesantes de ideas” y
“discuten algo calmadamente”, y que varias veces al día se “ríen juntos”. Él se declara
muy contento con la relación de pareja y que “probablemente sí” estarán juntos dentro
de diez años. Hay diferencias sensibles en lo declarado como actividades conjuntas –él
declara mayor intensidad que ella–, aunque ambos se pueden ubicar en un nivel
intermedio bajo, al igual que en el grado de satisfacción: él se declara más contento que
ella, aunque ambos coinciden rotundamente en el futuro y continuidad en el tiempo de
la relación.
Si observamos la tabla de síntesis, que expresa cómo se dan esas diferentes situaciones
desde la perspectiva de la esposa, vemos que, en esta pareja, ella trabaja más en el
hogar, participa de forma equitativa en las tomas de decisión (aunque las que tienen que
ver con el hogar están a su cargo), hay una frecuencia de media a baja en actividades
conjuntas y los ingresos y aportes al hogar son sobre todo del esposo. Ambos ambos
expresan un nivel similar de satisfacción con la relación (así se muestren precavidos a la
hora de evaluar su continuidad en el futuro), aunque es ella la que parece estar más
contenta con este arreglo.
En cuanto a los regalos, observamos que la mayor parte se pueden considerar como
regalos recíprocos, ya sea en términos de igualdad (ropa interior, perfumes y reloj, con
ocasión de cumpleaños, Navidad, día de la madre) o de equivalencia (joyas por parte de
él, una máquina de peluquear por parte de ella, con ocasión de los cumpleaños
respectivos). La diferencia está en que ella le hizo una cena el día del aniversario, según
él recuerda, pero ella dice que no celebran (y no declara haber dado o recibido ningún
regalo en esa ocasión). En este caso, mientras él por su parte dice no acordarse de lo que
recibió o dio el día del amor y la amistad, ella dice que él no recibió nada: “Nada, con la
misma moneda”.
En general, en cuanto a los regalos ordinarios vemos bastante reciprocidad: dominan los
regalos útiles (ropa, perfumes). Pero no es así en los extraordinarios: por un lado son
escasos y se entregan con cierto recelo (la esposa lo expresó de forma clara: si el esposo
no se da regalos, no debe esperar recibirlos). En general, hay pocos intercambios, pero
no suelen ser flujos muy desiguales (en este sentido, y pese a ello, hemos dejado el
fondo del gráfico en blanco, pues no hay tampoco sesgos de género evidentes): la mujer
juega un papel fundamental, tanto por ingresos como por su rol en el hogar (es la jefa
del mismo, como se recordará). En buena medida, se trata de una pareja que lleva una
vida dedicada al trabajo intenso y que ello implica cierto aislamiento entre ellos.
Esta pareja vive junta desde hace 31 años, cuando se casaron por la iglesia: ambos
tenían ya cierta edad y ella había sido miembro de una comunidad religiosa hasta pocos
meses antes de casarse. Tienen un hijo que ya no vive con ellos, y residen en una casa
de su propiedad, totalmente pagada, que dispone de tres cuartos además de la cocina y
baños; no comparten la vivienda con ningún otro hogar. Ella (71 años) es un poco
mayor que él (65), y tienen un nivel educativo similar, aunque superiores en el caso del
esposo: él tiene estudios tecnológicos completos (construcción), ella técnicos completos
(enfermería y parte de la licenciatura en psicología). Ambos perciben una pensión de
jubilación (la de ella es algo mayor), pero él se encuentra actualmente trabajando
temporalmente, mientras que ella desarrolla actividades comunales en el barrio.
Comparten la jefatura del hogar. Cuentan con una empleada doméstica que viene a
ayudarles un día a la semana.
servicios y las cuentas; en conjunto hacen el resto de las tareas (lavar la ropa –aunque lo
hace ella la mayor parte de las veces–, tender la cama, arreglar los daños menores de la
casa –aunque ella lo hace pocas veces–, hacer el mercado y guardarlo –él hace el de
perecederos, ella el mensual, consistente en granos, productos de aseo, etc.–, decidir
sobre lo que se va a comer, cocinar –aunque ella lo hace más porque ahora él trabaja–,
poner la mesa, lavar los platos y cuidar de los animales). Si observamos su rutina diaria
de entre semana, vemos que ella se levanta temprano (6 am) y alista el desayuno,
desayuna y sale donde su grupo comunitario a hacer gimnasia, regresa a la casa y se
dedica a organizarla; tras almorzar fue a visitar a la nuera y a un amigo enfermo, volvió
a la casa y organizó la comida de la noche, comió con el esposo, dedicó un tiempo a
tareas del grupo comunitario y luego se acostó. En conjunto, ella declara que le dedica a
estas labores entre 21 y 25 horas a la semana, y se declara muy contenta con la
repartición de tareas. En cuanto al fin de semana, sus actividades son sobre todo
descansar, hacer algunos arreglos en la casa y compartir con el esposo, por la tarde fue a
hacer visitas a enfermos de la comunidad, vio televisión y se acostó. En general, declara
también sentirse muy contenta con su distribución de tiempo95.
En cuanto al esposo, hay bastante coincidencia con lo declarado por la esposa, excepto
con el pago de facturas y cuentas: ¡cada uno se lo atribuye al otro cónyuge! Son tareas
de su responsabilidad el sacar la basura, arreglar los daños menores de la casa y hacer la
mitad del mercado, y participa, pero a menudo pocas veces y, en algunos casos la mitad
de las veces, en las actividades más usuales del hogar: lavar ropa, tender cama, guardar
el mercado, decidir lo que comer, cocinar, poner la mesa, recoger y lavar platos, etc. En
cuanto a la rutina diaria, vemos que madrugó (5:45 am) para arreglarse y salir a trabajar
a las 6 am, hasta las 5 pm en que sale del trabajo y vuelve a la casa; después de comer
salió a la calle para estar con sus amigos hasta volver a la casa a acostarse. Dice que se
dedica entre 6 y 10 horas a estas actividades y declara sentirse muy contento. En cuanto
al fin de semana, tras levantarse salió a hacer el mercado, que se encargó de guardar y
luego de almorzar con la esposa se dedicó a descansar el resto del día. Declara sentirse
muy contento en general con esta distribución del tiempo96.
Como vemos, aunque jubilados, ambos mantienen un alto nivel de ocupación (ya sea en
forma de voluntariado, ya en forma de empleos temporales o, cuando no, en hacer
artesanías, según declara el esposo) y las tareas se reparten entre ellos, aunque recaigan
(quizás temporalmente por la ocupación del esposo) más sobre la esposa. Ambos tienen
un nivel similar de satisfacción, que es muy alta.
95
Este es el único caso en que se declara la dedicación de tiempo a esta “economía del cuidado”
articulada alrededor de la solidaridad con el prójimo ubicado por fuera del hogar. Más allá de la
intensificación del trabajo que ello supone, cabe evidenciar que es en general generador de alta
satisfacción para la persona que lo practica (Amat 2003). Esta participación no sólo está
relacionada con dinámicas internas de la familia, sino con transformaciones de la sociedad en
general.
96
Entre ciertos investigadores se ha trabajado la idea de que, con la jubilación, las relaciones
entre los géneros dentro de la pareja tienden a cambiar de forma bastante pronunciada: las tareas
del hogar se van distribuyendo mejor, aunque persistan diferencias, se amplían las tomas de
decisión conjuntas, y se participa de mayores actividades juntos (para el caso de parejas de
zonas rurales norteamericanas, cf. Dorfman y Heckert 1988). La idea es que los hombres
tienden a compensar el hecho de que sus aportes e ingresos al hogar bajan, o que permanecen
más tiempo sin “trabajar”, participando de forma más activa en las labores del hogar.
98
Las decisiones
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con su
propio trabajo, de lo que informa a su esposo, de la misma forma que él toma decisiones
sobre su propio trabajo de forma independiente; la mayor parte de las decisiones las
toman en conjunto: administración del dinero y de las cuentas, las vacaciones, la
administración de la casa y lo que tiene que ver con compra o arriendo de vivienda.
Curiosamente, ella declara dos actividades sobre las que cada uno decide por su cuenta:
lo que se refiere al ocio y la diversión y lo que atañe al mercado (aunque aclara que este
se hace “según las necesidades”. De nuevo, declara sentirse muy contenta con esta
forma de distribuir la toma de decisiones.
Él, por su parte, declara en términos muy similares en cuanto a las decisiones sobre los
respectivos trabajos, mientras que dentro del formato “cada uno por su cuenta” coloca
sólo el ocio y la diversión (y no el mercado, como la esposa, que él coloca en la franja
de decisiones compartidas); el resto son decisiones compartidas (administración
cuentas, vacaciones, administración de la casa, vivienda y el ya dicho mercado).
También él declara sentirse muy contento.
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella dice que una o dos veces al
mes “discuten algo calmadamente”, que una o dos veces por semana “trabajan juntos en
algo” (participan juntos en algunos cursos) o tienen “intercambios interesantes de
ideas”, mientras que se “ríen juntos” más de una vez por día; parece que desde su
perspectiva la convivencia es de una intensidad media hacia alta, por lo que se siente
muy contenta y cree que la relación tendrá definitivamente continuidad en el tiempo.
Sin embargo, él declara que nunca “trabajan juntos en algo” o “discuten algo
calmadamente”, que una o dos veces a la semana se “ríen juntos” y que una vez al día
tienen “intercambios interesantes de ideas”; pese a este bajo nivel de interacción
descrito; sin embargo, y como ella, él dice sentirse muy contento y creer que
“definitivamente sí” estarán juntos dentro de 10 años.
En cuanto a los frentes y porcentajes que dedican cada uno, vemos que ella se hace
cargo de su parte del mercado, de los servicios y de la vivienda, mientras que él se hace
cargo de su parte del mercado; el transporte lo asume cada uno. De esta declaración
puede parecer que el aporte final de ella es superior, o por lo menos sirve para cubrir
más frentes que los de él. En cuanto a sus aportes, ella dice que el 90% de sus ingresos
se van a gastos regulares del hogar y un 20% a gastos personales (de nuevo, la suma no
da 100%); no dedica nada a ahorrar. En cuanto a él, el 30% de su ingreso se va en
99
gastos regulares del hogar, el 20% en gastos extraordinarios y el 30% se ahorro (para
imprevistos); no guarda nada para gastos personales. En definitiva, el aporte de la mujer
se destina a cubrir gastos básicos del hogar (mercado, transporte, servicios, educación y
vivienda) y a gastos extraordinarios (mientras que un porcentaje lo dedica a ella
misma); él lo aporta todo y una parte lo ahorra para imprevistos.
Si observamos la tabla de síntesis, vemos que, en esta pareja, ella trabaja más en el
hogar, participa de forma equitativa en las tomas de decisión (aunque las que tienen que
ver con el hogar están a su cargo), hay una frecuencia de media a alta (según él) o de
media a baja (según ella) baja en actividades conjuntas y los ingresos y aportes al hogar
son sobre todo los de la esposa, pero en un grado muy similar. Ambos expresan un nivel
similar de satisfacción con la relación (muy alta) y creen que tiene unas muy altas
perspectivas de futuro.
Es decir, poco flujo de regalos, pero bastante similares y equivalentes, pero con un claro
sesgo de género: regalos apropiados para él y para ella, respectivamente (es por eso que
en el gráfico aparece con un fondo gris claro). En cierta forma, expresan un grado de
interacción bastante débil entre ellos, como si tuvieran círculos sociales parcialmente
distintos y poco concluyentes. En buena medida, se trata de una pareja que lleva una
vida dedicada al trabajo intenso (vocacional casi se podría decir) y que implica cierto
aislamiento entre ellos.
Esta pareja de origen paisa vive junta desde hace 11 años, cuando se juntaron en unión
libre: casaron por la iglesia. Tienen un hijo de 9 años que vive con ellos y residen en
100
una vivienda arrendada que dispone de tres cuartos además de la cocina y baños; no
comparten la vivienda con ningún otro hogar. Él (40 años) es mayor que ella (28 años) y
aunque tienen un nivel educativo similar, son levemente superiores en el caso del
esposo: él tiene estudios incompletos de secundaria, mientras que ella sólo terminó la
primaria. Ella no trabaja (lo había hecho de joven pero dice que el esposo no la deja,
pese a que ella quiere hacerlo porque se aburre en la casa), aunque reconoce que como
independiente vende mercancía femenina en el mismo barrio donde viven (se trata de
productos que le envía la suegra desde Estados Unidos) –labor que le deja magros
beneficios–; él sí trabaja de tiempo completo (tras haber trabajado en una tipografía y de
haber estado trabajando en Estados Unidos, actualmente labora en un local de alquiler
de DVDs.), siendo, de la pareja, quien hace aportes económicos al hogar; sin embargo,
lo peculiar es que el ingreso mayor de este hogar lo constituye la remesa que la madre
del esposo remite, junto con las mercaderías, desde Estados Unidos. La jefatura del
hogar la tiene él Comparten la jefatura del hogar. No cuentan empleada doméstica.
En cuanto a lo declarado por el esposo, hay bastante coincidencia con lo declarado por
ella: la mayor parte lo hace ella (“por el trabajo”, dice); dice que él paga por el arreglo
de los daños menores en la casa, y participa con la esposa en el hacer y guardar el
mercado, sacar la basura y cuidar del niño o de los enfermos. Si vemos su rutina diaria,
se levanta muy temprano (5:20 am) y se va a trabajar (llega al trabajo a las 5:45 am)
hasta las 12 del mediodía, en que regresa a casa, almuerza con la esposa y se acuesta a
descansar; por la tarde se dedica a ver televisión (deportes y novelas), y no declara
colaborar en ninguna actividad doméstica (dice trabajar otro medio tiempo en un
negocio de tapicería y pintura del suegro). En total declara dedicar unas 3 horas
101
semanales en total al trabajo doméstico. Declara sentirse contento con esta distribución
de las labores domésticas. En cuanto al fin de semana, la rutina parece similar a la de
entre semana: se levanta igual de temprano, se va a trabajar y regresa a la casa al
mediodía. Por la tarde, después de almuerzo, descansa (curiosamente no declara haber
hecho el mercado, tal y como dijo la esposa y como el mismo enunció que hacía).
Declara sentirse muy contento en general con esta distribución del tiempo.
Nos encontramos con una distribución completa por sexo del trabajo doméstico: ella se
encarga de todo lo que tiene que ver con el hogar, él del trabajo por fuera. Sin embargo,
esta distribución no parece ser igual de satisfactoria para ambos: él se expresa contento,
ella, al contrario, dice estar poco contenta (lo que, recordemos, puede relacionarse con
el interés expresado por ella acerca de salir a trabajar fuera de casa).
Las decisiones
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con las
vacaciones y la actividades de ocio y diversión, así como las que tienen que ver con el
hijo (todas las cuales concierta con el esposo) y casi siempre las que atañen a la
administración de la casa (que también acuerda con él); entre ambos toman las
decisiones sobre la administración del dinero y de las cuentas familiares; finalmente,
son decisiones que siempre toma el esposo aquellas que tienen que ver con la vivienda,
los gastos del mercado, sobre su trabajo y, lo que es bastante extraño, incluso sobre el
trabajo de la esposa (como vimos, él no la deja trabajar); no declara si el esposo
concierta, consulta o apenas le informa acerca de estas decisiones. En general se declara
contenta con esta forma de distribuir las decisiones.
Él, por su parte, declara en términos muy similares de segmentación entre ellos de las
decisiones, aunque con algunas diferencias sustanciales: él toma las decisiones siempre
en lo que atañe a la administración de cuentas y dinero del hogar, así como sobre el
trabajo de la esposa (aunque dice concertar con ella), casi siempre en lo que tiene que
ver con el mercado y con su propio trabajo (curioso también, pues parece insinuarse
cierta intromisión de la cónyuge en este último punto); decisiones conjuntas son las que
tienen que ver con las vacaciones, el ocio y la vivienda; finalmente, de la esposa lo que
tiene que ver con los permisos de los hijos (aunque le consulta a él) y con la
administración de la casa (de lo que ella apenas le informa). El se declara muy contento
con esta forma de distribuir las decisiones.
Se trata de una pareja en que se produce alta segmentación de las decisiones, por rol
dentro del hogar y de acuerdo a la importancia otorgada a las decisiones. Como veremos
a continuación, la vida en común de la pareja parece estar bastante restringida.
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella dice que nunca “trabajan
juntos en algo”, que menos de una vez al mes tienen intercambios interesantes de ideas,
que una o dos veces al mes “discuten algo calmadamente”, y que más de una vez al día
se ríen juntos de algo. Curiosamente, en este punto de balance general de la relación,
ella declara sentirse muy contenta y que “definitivamente sí” van a estar juntos dentro
de diez años. Sin embargo, en lo que él declara hay de nuevo leves diferencias:
coinciden en que menos de una vez al mes tienen “intercambios interesantes de ideas”,
que una o dos veces al mes “trabajan juntos en algo” y “discuten algo calmadamente”,
mientras que sólo una vez al día se ríen juntos. En este caso, declara también sentirse
102
muy contento con la relación, aunque contesta que no sabe si van a permanecer juntos
durante los próximos diez años.
Vemos que hay diferencias en el tipo de actividades conjuntas reportadas (él declara que
son más a menudo que ella), aunque terminan expresando el mismo nivel de
satisfacción.
Ella reconoce que los gastos del hogar los asume su pareja, pero a continuación declara
que sus ingresos constituyen el 50% de los ingresos del hogar y que se hace cargo de los
gastos de servicios (un 25% de sus ingresos) y que otro 50% se va en gastos
extraordinarios del hogar (no declara qué sucede con el 25% restante, pues no reconoce
gastos personales o ahorros). Recordemos que el trabajo remunerado de ella es la venta
de mercancías en el barrio y que ella misma reconocía que se trataba de un pequeño
ingreso el que obtenía por este medio.
En cuanto a él, declara que todos los gastos los asume él, que su aporte es el 100% de
los ingresos del hogar y que se distribuyen así: el 80% se va en gastos fijos, el 10% en
gastos extraordinarios y el 10% restante en ahorro (inversiones y capitalización). En
conjunto, vemos que es él quien asume mayores gastos en el hogar, ya sean el resultado
de su propio trabajo o de lo entregado por la madre de él).
Si observamos la tabla de síntesis, vemos que, en esta pareja, ella trabaja más en el
hogar, que participan de forma diferente en las tomas de decisión (las que tienen que ver
con el hogar están a cargo de ella, las que tienen que ver hacia fuera en manos de él),
hay una frecuencia de media a alta (según él) o de media a baja (según ella) baja en
actividades conjuntas, aunque expresan igual satisfacción, y los ingresos y aportes al
hogar son sobre todo los del esposo.
Es decir, hay relativamente poco flujo de regalos y podría verse en este caso uno de esos
donde la distribución de los roles por sexo está más claramente marcada: fuerte y
dicotómica distribución de funciones y de papeles entre los dos cónyuges, de tal forma
que incluso los regalos ratifican y enfatizan esa diferenciación (regalos de hombre a
mujer –detalles y dinero– distintos a los de la mujer al hombre –alimentos y afecto–) (es
por eso motivo que el fondo que le corresponde es el gris más oscuro).
Esta pareja lleva junta más de 30 años, cuando se casaron por la Iglesia: ella era de
origen paisa y procedía de una familia muy tradicional, de la que trató de escapar por la
vía del matrimonio con él, originario de Barranquilla. Tienen un hijo ya mayor que no
vive con ellos: reside en España, desde donde les manda el dinero que se constituyen en
el mayor ingreso que tiene el hogar. Ellos residen en una vivienda propia, pero que aún
están pagando, que no comparten con ningún otro hogar y que dispone de tres cuartos
además de la cocina y baño. Él (56 años) es un poco mayor que ella (51 años) y tienen
un nivel educativo distinto: él alcanzo a estudiar en la universidad, pero sin terminar
ninguna carrera; ella apenas hizo estudios de secundaria, sin culminar el ciclo. Él se ha
desempeñado en muchos oficios, en general de poca calificación (vigilante, mensajero,
oficinista, taxista…), pero lleva diez años sin un trabajo formal y actualmente se dedica
de tiempo completo a las manualidades (fabricación de bisutería con “porcelamicran”),
en lo que colabora con el negocio independiente de la esposa (por su parte, la esposa,
informante principal de este caso, dice que no sabe cuánto es que él se gana con una
renta de que dispone, puesto que ella aporta todo lo necesario para el hogar); ella, por su
parte, tras haberse dedicado también a una variedad de trabajos de poca calificación
(cajera de supermercado, secretaria, vendedora), se dedica de tiempo completo a hacer
manualidades en la casa y a venderlas.
En cuanto a lo declarado por el esposo, hay bastante coincidencia con lo declarado por
ella: la mayor parte lo hace ella, y él sólo se dedica a cuidar a los animales y en pagar
las cuentas y los recibos de los servicios, aunque coloca bastantes labores domésticas en
la categoría de trabajos compartidos, aunque los haga casi siempre ella. En conjunto
dice dedicar entre 1 y 5 horas semanales a estas tareas domésticas y estar contento con
ello. Si vemos su desempeño durante una jornada de entre semana, vemos que tras
levantarse (más tarde que la esposa) y desayunar, se dedica a las manualidades durante
todo el día, hasta bien entrada la noche, aparte de parar para las comidas; ve televisión
mientras realiza las manualidades. Dice estar contento con esta distribución del tiempo
de sus días de rutina. En cuanto al fin de semana, declaró sólo haber ido al entierro de
una hermana, lo que fue extraordinario, y que suele ir a misa los domingos. Como la
esposa, se declara poco contento con esta composición global de su tiempo.
Nos encontramos con un caso de trabajo informal en la casa al que se dedican ambos
esposos de forma intensiva; sin embargo, la mayor parte de las tareas domésticas recaen
sobre ella, así el participe en algunas de las actividades y labores domésticas menos
vinculadas al papel de la mujer en casa. Ambos parecen tener un alto nivel de
insatisfacción con este tipo de arreglo laboral.
Las decisiones
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con la
administración del dinero y las cuentas del hogar, los gastos de mercado y sobre su
propio trabajo, y casi siempre sobre lo que tiene que ver con la vivienda; conjuntamente
deciden sobre la administración de la casa; y es decisión del esposo lo que tiene que ver
con su propio trabajo (aunque ella explica a continuación que él lleva 10 años sin
trabajo). No toman decisiones sobre vacaciones u ocio, porque no tienen posibilidades
para ello. Cuando se le pregunta si está contenta con esta forma de distribuir las
decisiones, expresa tan sólo un “me da lo mismo”.
Él, por su parte, declara en términos parecidos, pero no del todo coincidentes: decide
sobre su propio trabajo, mientras que el resto de las decisiones son conjuntas
(administración del dinero y de las cuentas, y gastos de mercado), excepto lo que tiene
que ver con la administración de la casa y el trabajo de la esposa, sobre lo que ella
decide. Se declara contento con esta forma de distribuir las decisiones.
En este caso, parece prefigurarse una posición dominante de la esposa –recordemos que
ella declaro tener la jefatura de la casa, todo lo que se confirma por otros datos que
veremos más adelante–, aunque él trata de mostrar que sigue jugando un papel
importante en este punto. Se trata de un caso en que el esposo parece haber perdido peso
específico dentro del hogar.
La satisfacción marital
105
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, vemos que lo que más hacen
juntos es “trabajar en algo” (lo que se explica por haber convertido la casa en un
pequeño taller de manualidades); el resto de opciones tienen muy baja incidencia: nunca
“discuten algo calmadamente”, menos de una vez al mes tienen “intercambios
interesantes de ideas” y apenas una o dos veces al mes se “ríen juntos” de algo. En este
punto de balance general de la relación ella declara sentirse poco contenta y “no saber”
si seguirán juntos dentro de diez años. Sin embargo, en lo que él declara hay de nuevo
leves diferencias, enunciando unas frecuencias más altas de actividad conjunta: además
del trabajar juntos en algo más de una vez al día, se “ríen juntos” una vez al día, y
tienen “intercambios interesantes de ideas” y “discuten algo calmadamente” una o dos
veces a la semana. En este caso, él declara sentirse contento con la relación y que
“probablemente sí” van a permanecer juntos durante los próximos diez años.
Vemos que hay diferencias en el tipo de actividades conjuntas reportadas (él declara que
son más a menudo que ella), y que en este caso pesa de forma fuerte el trabajo en el
taller doméstico. Tienen, sin embargo, nociones distintas sobre la frecuencia de las
actividades y un distinto nivel de satisfacción al respecto.
Ella dice no saber a qué porcentaje correspondió su ingreso, pero que con ellos se
asumieron los gastos de mercado, transporte y servicios. Excepto un 5% de sus ingresos
que destina a gastos personales de ella, el resto se va en gastos fijos del hogar. No se
ahorra nada.
En cuanto a él, declara que el 60% de los gastos se cubren con lo que envía el hijo, y
que cada uno de ellos aporta un 20% respectivamente para completar el 100%. Con su
aporte se hace mercado y se pagan los servicios, a los que dedica el 80% de sus ingresos
(y el restante 20% se va en gastos extraordinarios). No enuncia ningún ahorro, pero
tampoco gastos personales.
Si observamos la tabla de síntesis, vemos que, en esta pareja, ella trabaja más en el
hogar, que participan de forma diferente en las tomas de decisión (las que tienen que ver
con el hogar están a cargo de ella, las que tienen que ver hacia fuera en manos de él),
hay una frecuencia de media a alta (según él) o de media a baja (según ella) baja en
actividades conjuntas, aunque expresan igual satisfacción, y los ingresos y aportes al
hogar son sobre todo los del esposo.
En cuanto a los regalos, se observa que él no le ha hecho ningún regalo, que no celebran
ningún evento especial y que ella explica apenas haberle regalado frutas (de forma
106
ocasional, cuando salen a la calle) y un reloj despertador (sin tratarse de una ocasión
especial). Cuando se le pregunta por el aniversario, ella enuncia, aunque consta en su
declaración que sí ha regalado algunas cosas, que “si no me dan, tampoco doy”. En este
caso, cabe recordar que dependen de las remesas de un hijo, que la esposa trabaja en el
hogar (hace pequeñas manualidades, en lo que le colabora parcialmente el esposo, que
luego ella vende) y que es la cabeza del hogar: el marido, después de muchos años de
mujeriego y tomador, se ha vuelto “mansito”97.
Es decir, hay un muy precario flujo de regalos (es por eso que el fondo que le
corresponde en la tabla es el gris más oscuro), que van además de ella hacia él, lo que
parece corroborar ese papel totalmente subordinado que el esposo parece jugar en este
hogar que depende de un hijo y del esfuerzo de la esposa. Los regalos y las
celebraciones de la vida en común parecen haber desaparecido o estar circunscritos a su
más mínima expresión.
Esta pareja apenas lleva 1 año viviendo junta, en unión libre, y tienen un hijo de 5
meses. Con ellos vive la madre de la esposa (44 años), en una vivienda propia pero que
están pagando, y que cuenta con tres piezas además del baño y la cocina. Ella (25 años)
es un poco mayor que él (21 años), así como ella tiene también mayor nivel educativo,
pues alcanzó a terminar estudios universitarios, mientras que él apenas ha terminado la
secundaria. La esposa actualmente trabaja de tiempo completo como auxiliar de
logística en el despacho de recursos humanos de una ferretería (ha tenido antes varias
ocupaciones, como asistente, contadora y secretaria); el esposo se ha desempeñado
como bodeguero en una juguetería, y ahora trabaja de tiempo completo como
mercaderista en una empresa de galletas. En términos de ingresos, son superiores los de
ella (aunque él dice que, con los extras que a veces percibe, gana ocasionalmente lo
mismo que ella). Comparten la jefatura del hogar. No cuentan empleada doméstica.
97
Pineda (2000: 88-89) muestra, para Cali, un ejemplo similar acerca de lo que sucede cuando el
hombre pierde el trabajo y pasa a depender de la esposa (que, apoyada por un proyecto de
micro-crédito, expande su microempresa) y no encuentra elementos que le permitan reivindicar
una masculinidad adecuada a sus ojos (proveedor, autónomo en el manejo del dinero, etc.). Esa
subordinación es vista, como parece entreverse en este mismo caso, como una emasculación y
experimentada como un fracaso personal y familiar.
107
vuelve a acostar hasta las 7 am., cuando se levanta, arregla el uniforme del esposo y sale
a trabajar poco después; está en el trabajo hasta las 4:30 pm., vuelve a casa, juega y
cuida al bebé, prepara la comida y la sirve, acuesta al bebé, lava el uniforme del esposo
y se acuesta. En total dice dedicar semanalmente entre 1 y 5 horas a estas tareas, y estar
muy contenta don la distribución. El fin de semana, tras la rutina tempranera del tetero
del bebé, se levanta un poco más tarde (8 am.), arregla la casa, cuida del bebé y ve
televisión junto al esposo; después de almorzar salen a hacer visita a parientes y luego a
una fiesta donde los suegros (un extra de ese día en particular). Declara sentirse
contenta con esta distribución general de sus jornadas de entre semana y de fin de
semana.
En este caso, pese a que ella tiene un mejor trabajo (de más nivel y mejor pagado), ella
asume más que él algunas de las tareas del hogar, aunque la persona que parece estar
realmente a cargo es la madre de ella (excepto con lo que tiene que ver con el bebé), con
quien comparten el hogar. Esa distribución del tiempo parece ser de todas formas
bastante equitativa (con un ligero recargo sobre ella), y ambos expresan sentirse en
general contentos con ello.
Las decisiones
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con los
gastos de mercado y con su propio trabajo (de lo que apenas le informa al esposo); junto
a su cónyuge se encarga de las decisiones sobre vacaciones, ocio y diversión, mientras
que su pareja se encarga de las decisiones que tienen que ver con su propio trabajo (de
lo que, de nuevo, solamente le informa a ella); aparece –no es muy común– que cada
uno por su cuenta se encarga de tomar las decisiones sobre la administración del dinero
y de las cuentas (cada uno paga una parte), mientras que –tampoco es normal entre los
casos estudiados aquí– la madre de ella aparece como la encargada de tomar las
decisiones sobre asuntos relacionados con la administración de la casa. Cuando se le
pregunta si está contenta con esta forma de distribuir las decisiones, expresa que está
muy contenta.
Él, por su parte, declara en términos parecidos, pero no del todo coincidentes: decide
sobre su propio trabajo, mientras que la mayor parte del resto de las decisiones son
conjuntas (administración del dinero y de las cuentas, vacaciones, administración de la
108
En este caso, de nuevo, parece plantearse una relación bastante igualitaria entre ambos
(con una ligera mayor capacidad por parte de ella), y delegando en la madre de ella una
parte de las decisiones: las que tienen que ver con la administración del hogar (lo que
corresponde con lo dicho acerca de las labores domésticas).
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella declara una relativamente
alta frecuencia de todas las actividades: una o dos veces al mes tienen “intercambios
interesantes de ideas”, una o dos veces a la semana “trabajan juntos en algo” y “discuten
algo calmadamente”, mientras que más de una vez al día se “ríen juntos”. Se declara
muy contenta y cree que “probablemente sí” estarán juntos dentro de 10 años.
Él, por su parte, declara una mayor frecuencia en estas actividades: una vez al día tienen
“intercambios interesantes de ideas” y “discuten algo calmadamente”, y más de una vez
al día se “ríen juntos” y “trabajan juntos en algo” (seguramente se refiere al cuidado del
bebé). Declara sentirse contento y dice, como ella, que “probablemente sí” estarán
juntos dentro de 10 años.
Vemos que no hay grandes diferencias en el tipo de actividades conjuntas reportadas (él
declara que son más a menudo que ella) y que estas son bastantes (de medio a alto,
podríamos decir). Ambos tienen altos niveles de satisfacción, aunque quizás ella lo
exprese algo más que él.
Cuando entramos en los detalles, vemos que ella dice sin embargo que sus aportes
corresponden al 50% de los ingresos del hogar, con los que se paga el mercado, el
transporte personal de ella y los costos de vivienda. De sus ingresos, el 50% se va en
gastos fijos del hogar, un 15% en gastos extraordinarios, el 25% en gastos personales y
el restante 10Ç% se ahorra (en un fondo de empleados).
Él, por su parte, declara también que sus aportes corresponden al 50% de los ingresos
del hogar, y que con ellos se paga transporte, servicios y vivienda (coinciden en señalar
que los costos de mercado están a cargo de ella). De sus ingresos, él destina el 75% a
gastos fijos del hogar, el 30% a gastos personales y el 25% en ahorro (una poliza
educativa para el futuro del bebé); añade que con su trabajo extra tiene un plus de
ingreso que equivale al 20%, con el que participa en el cubrimiento de los gastos
extraordinarios del hogar.
109
Si observamos la tabla de síntesis, vemos que, en esta pareja, de una forma gruesa hay
bastante igualdad y equidad en todos los frentes: trabajo doméstico, ingresos, toma de
decisiones, etc. (aunque es factible ver cierto sesgo de mayor contribución de ella, lo
que puede asociarse a su mejor desempeño laboral, a ser mayor en edad y a tener mayor
nivel educativo).
Se trata de una pareja donde los regalos, en un flujo mutuo, parecen equivaler a la
igualdad en la relación establecida. Es cierto que hay ciertos sesgos de género (por eso
lo hemos marcado con un fondo gris claro en el gráfico), pero se trata de una relación
equitativa y de iguales.
Esta pareja vive junta desde hace 6 años en unión libre. Tienen una hija de 3 años, pero
con ellos en la casa viven también una hija (8 años) de una relación anterior de la esposa
y una hermana de la esposa (18 años). La vivienda es arrendada y cuenta con tres piezas
además del baño y la cocina. Él (35 años) es mayor que ella (25 años), aunque ella tiene
un ligero mayor nivel educativo, pues culminó la secundaria, mientras que él no la
completó. El esposo trabaja de tiempo completo (tras haber tenido múltiples trabajos de
varias categorías –desde aseo hasta vendedor de maquinaria textil, auxiliar y jefe de
bodega, administrador de negocios comerciales y repartidor a domicilio, ahora se ocupa
en la venta independiente de zapatillas que trae del exterior (Panamá)y es quien hace los
aportes económicos al hogar, mientras que ella permanece en el hogar: fue el esposo
quien decidió que ella no debía trabajar, pero ella reconoce que “tampoco le gusta
trabajar, le gusta quedarse en la casa con las hijas”. La jefatura del hogar es de él. No
cuentan empleada doméstica.
110
El esposo coincide bastante con lo declarado por ella, y señala que en algunas de esas
labores colabora la cuñada; en conjunto dice trabajar entre 1 y 5 horas por semana en
estas labores domésticas. Declara estar contento con ello. Cuando vemos la dinámica de
un día de semana (de nuevo cabe recordar que se trató de un día poco usual por la
enfermedad del hijo), vemos que madrugó a atender al hijo junto a la esposa y salió a
comprar un medicamento; luego volvió a la casa, donde estuvo toda la mañana
pendiente del hijo y viendo el Mundial de Fútbol (Alemania 2006); sólo por la tarde,
sobre las 6 pm., luego fue a visitar a un tío enfermo, volvió a casa, atendió a los hijos y
luego salió a comprar medicamentos. En este caso, cabe resaltar que este entrevistado
destacó constantemente su interés por el Mundial de fútbol, lo que, junto al hecho de
que trabaja vendiendo mercancías de forma independiente y que el hijo estaba enfermo,
explica el poco tiempo dedicado al trabajo remunerado. En cuanto a lo realizado el fin
de semana, se levantó tarde, abrió el regalo del “día del padre” y luego salieron a
comprar los regalos para el papá y un tío; almorzaron donde la mamá y por la tarde
estuvo viendo televisión, salió a visitar al papá, tomaron cerveza y regresó a la casa.
Declara sentirse muy contento con el conjunto de la distribución del tiempo semanal.
Pese a tratarse de un caso en que la esposa asume las labores domésticas como su
ocupación y el esposo es quien trae los ingresos al hogar, vemos que, dado el tipo de
trabajo que el esposo tiene, también dedica tiempo y atención a las labores domésticas
(en especial en el cuidado del niño enfermo, así como de otros parientes). Se trataría de
una distribución convencional: distribución del trabajo por sexo y colaboración del
esposo en algunas tareas poco marcadas por el género.
Las decisiones
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con la
administración de la casa (de lo que apenas le informa al esposo) y, curiosamente, con
el trabajo del esposo (aunque le consulta); en cambio, declara como decisiones del
111
esposo la mayor parte de las restantes: la administración del dinero y las cuentas, las
actividades de ocio y diversión (no declara vacaciones), los temas de vivienda y los
gastos de mercado; como decisiones conjuntas están sólo los permisos de los hijos y lo
que tiene que ver con el trabajo de ella. Declara sentirse contenta con esta distribución
de las tomas de decisión.
Él, por su parte, declara en términos parecidos, excepto que dice que es también él quien
decide sobre su propio trabajo y deja como decisión de la esposa lo que tiene que ver
con la administración de la casa; el resto es igual. Se declara muy contento con esta
distribución.
En este caso, parece plantearse una relación totalmente complementaria y coherente con
la distribución de las tareas domésticas: ella esta a cargo de las decisiones domésticas
exclusivamente, mientras que él esta a cargo de las otras. Hay pocas decisiones
conjuntas. El nivel de satisfacción que ambos expresan es parecido.
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella declara una muy alta
frecuencia de todas las actividades: una vez al día “discuten algo calmadamente”,
mientras que el resto de las tareas (“intercambios interesantes de ideas”, “trabajos
conjuntos” y “reír juntos”) las realizan más de una vez al día. Se declara muy contenta y
cree que “definitivamente” estarán juntos dentro de 10 años.
Él, por su parte, declara una menor frecuencia en todas estas actividades: nunca
“discuten algo calmadamente” (seguramente lo asumió en su versión negativa), una o
dos veces al mes “trabajan juntos en algo”, una vez al día tienen “intercambios
interesantes de ideas” y que más de una vez al día se ríen juntos. Declara sentirse muy
contento y dice, como ella, que “definitivamente sí” estarán juntos dentro de 10 años.
En cuanto a la forma como distribuye los ingresos, él dice que el 65% se va en gastos
fijos de la casa, un 25% en gastos extraordinarios y un 15% se va en gastos personales.
No ahorran nada.
Si observamos la tabla de síntesis, vemos que, en esta pareja, hay una distinción clara
entre las tareas, roles y posiciones de cada uno de los esposos: él es proveedor, ella la
112
ama de casa. Pero ambos expresan un nivel similar de satisfacción, incluso la esposa
declara que ese arreglo le parece bien pues no le gusta trabajar.
Se trata de una pareja donde los regalos recíprocos son mínimos, pues ella no parece
disponer de medios propios para hacerlo: es él quien le hace los regalos a ella (es por
eso que el fondo que le corresponde es el gris más oscuro). Se replica en este punto la
organización convencional antes enunciada: distribución por género de papeles y roles.
Entre aquellos que se dan regalos con reciprocidad, sin embargo distinguimos aquellos
en que no parece haber sesgos de género (con fondo blanco) y aquellos en que sí lo hay
(con fondo gris más claro).
Es evidente que, en ningún caso, puede hablarse de una reciprocidad completa, sino –en
el mejor de los casos– parcial o relativa. Pero, observando aquellos casos en que las
diferencias en los regalos mutuos parecen ser más notorias, pueden encontrarse algunas
coincidencias: que son aquellas situaciones en que es uno de los cónyuges quien hace
los aportes al hogar (excepto en uno de los casos, donde dependen básicamente de un
113
hijo que vive en el extranjero), que es él quien tiene la jefatura del hogar (excepto en el
mismo caso, donde ella es quien, después de muchos años, ha tomado la dirección de la
casa) y que es usualmente él quien tiene mayor edad y nivel educativo98.
Otro elemento a tener en cuenta es que, en esos casos, no siempre el que da es el mismo
ni se dan el mismo tipo de cosas entre las diferentes parejas: en un extremo está ese caso
en que es claramente él quien regala (y regala cosas de alto valor) y a cambio recibe
ropa y ropa interior; en el otro extremo, el caso en que es ella la que regala y regala
cosas de uso corriente (fruta, despertador) y a cambio no recibe nada. En medio, ese par
de casos donde se regalan cosas de uso y valor diferencial: él suele entregar regalos más
valiosos en términos mercantiles (entre otras cosas plata y joyas) y a cambio recibe
elementos de la esfera doméstica y de preparación manual (ropa, comida, fiestas,
chocolatinas, besos, etc.). Es interesante observar que en algunos pocos casos (dos) se
regala dinero (uno dentro de cada modalidad) y que en otro (dentro del grupo de no-
recíprocidad) se saldan las deudas de la esposa.
Dentro de este barrio se destacan dos parejas en que el volumen de regalos es muy bajo
(parejas 28 y 29), lo que puede estar asociado a la larga duración de la relación y al
surgimiento de cierto desafecto mutuo: los cónyuges llevan vidas bastante
independientes. Por contraste, los jóvenes llevan vidas muy compartidas y tienden a
mantener altos volúmenes de regalos entre sí.
En cuanto a los motivos por los que se da, los de ellos están asociados a celebraciones
colectivas (día del amor y la amistad, de la madre,…), mientras los de ellas están
asociados sobre todo al cumpleaños. Por lo general hay poca celebración del aniversario
de la unión.
Esta pareja que lleva 30 años casados por la iglesia, vive con dos hijas mayores (30 y 26
años respectivamente –mientras que otra hija mayor ya no está en la casa–). Comparten
la vivienda en la que residen (que es arrendada) con otro hogar, conformado por la
madre y un hermano de la esposa; el hogar tiene a su disposición 4 habitaciones, aparte
baño y cocina. Él (53 años) es un poco mayor que ella (48años), pero ambos tienen un
igual nivel educativo, muy bajo: secundaria incompleta. Ambos trabajan y hacen
aportes al hogar: los de él, que empezó como ayudante de construcción y de mensajero
pero lleva más de treinta años ejerciendo como mecánico independiente e informal,
tiene unos ingresos mayores que los de ella, quien trabajó de joven como secretaria pero
desde hace más de diez años se dedica a vender alimentos, los días domingo, en un
puesto que abre frente a la casa. La jefatura del hogar la tiene el esposo. No cuentan
empleada doméstica.
arreglar la cocina, cuidar a los enfermos, cuidar a los animales –en algunas de estas
tareas las comparte con las hijas o con la madre–; el esposo no se ocupa de nada en el
hogar, más allá de sacar la basura (tarea que comparte con su esposa) y recoger y lavar
los platos de las comidas (de lo que se encarga cada quien), pues los arreglos menores y
el pago de los recibos y las cuentas los hace el hermano, mientras que una hija plancha
la ropa. Si observamos cómo es su jornada laboral, vemos que ella se levanta temprano
(5:30 am.) y prepara las comidas del día y lava durante la mañana –en lo que le ayudan
las hijas o la madre; tras el almuerzo descansa en el patio, hace una siesta y conversa en
la puerta de la casa; por la tardecita prepara la comida, descansan frente a la televisión y
se va a dormir. Declara trabajar más de 26 horas semanales en estas labores domésticas
y sentirse contenta con ello. En cuanto a los días de fines de semana, declaró que se
trataba de un día poco normal, pues usualmente atiende su negocio de comidas en la
puerta de la casa desde buena mañana hasta las 1 pm., y luego se acuesta a descansar: en
este domingo excepcional se levantó algo más tarde, pero de todas formas temprano (7
am.), preparó el desayuno y el almuerzo, fueron a hacer unas visitas, y por la tarde
descansaron y por la noche comieron donde una hija. Declara sentirse contenta con esta
distribución general de sus jornadas de entre semana y de fin de semana.
Las decisiones
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con la
administración de la casa, de lo que le informa a él y de los gastos de mercado (que se
hacen sobre un monto fijo), mientras que la mayor parte de las decisiones están a cargo
de él: la administración de las cuentas y del dinero, ocio y diversión, permisos de los
hijos, sobre su propio trabajo y sobre el trabajo de ella (“nunca me ha dejado trabajar”,
116
enfatiza la esposa), sobre las que apenas le informa; sobre el tema de las vacaciones
decide la hija. Cuando se le pregunta si está contenta con esta forma de distribuir las
decisiones, expresa que está contenta.
Él, por su parte, declara en términos algo distintos, notándose una diferencia de
percepciones importantes: asume como siempre decisiones propias las de los permisos
de los hijos y las que se refieren a su propio trabajo, mientras que le atribuye a la esposa
lo que tiene que ver con la administración de las cuentas y dinero (“yo le doy la plata”),
la administración de la casa, los gastos del mercado (“ella compra, yo aporto”) y el
trabajo de la cónyuge (“yo no le pregunto por el trabajo los domingos”); cada uno por
su cuenta decide sobre las actividades de ocio, mientras que es otra persona quien
decide lo de las vacaciones (la hija) o lo que tiene que ver con la vivienda. Declara
sentirse contento con esta forma de distribuir las decisiones.
Se puede ver que, aunque declarado de forma distinta, parecen en el fondo coincidir: lo
que para él es simplemente “aportar” la plata y dejar la decisión en manos de la esposa,
para ella es equivalente a una decisión en manos de él. En el fondo nos encontramos con
una distribución por género de las decisiones, en el que él asume como su
responsabilidad aportar recursos a la casa que deben ser manejados por la esposa; sólo
se reserva las decisiones de autoridad (permisos de los hijos, aunque ella por su parte
asume que es entre ambos que deciden al respecto). Coincide de esta forma con la
dicotomización general de todas las actividades de la pareja.
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella declara una frecuencia
media en las actividades: menos de una vez al mes “discuten algo calmadamente”
(parece asumir la pregunta en su versión negativa), una o dos veces a la semana tienen
“intercambios interesantes de ideas” y “trabajan juntos en algo”, mientras que más de
una vez al día declara que se “ríen juntos”. Se declara contenta y cree que
“probablemente sí” estarán juntos dentro de 10 años.
Él, por su parte, coincide en la frecuencia de reírse juntos más de una vez al día, y en el
“trabajar juntos en algo” una o dos veces a la semana, pero luego hay diferencias en lo
declarado: una o dos veces al mes “discuten algo calmadamente” y menos de una vez al
mes tienen “intercambios interesantes de ideas”. También a diferencia de la esposa,
declara sentirse muy contento, pero, como ella, dice que “probablemente sí” estarán
juntos dentro de 10 años.
Vemos que no hay grandes diferencias en el tipo de actividades conjuntas reportadas (él
declara que son más a menudo que ella) y que estas se ubican en un rango medio Sin
embargo, los niveles de satisfacción son algo superiores los de él.
Sin embargo, cuando miramos en detalle las otras preguntas vemos que sí coinciden y
que lo que declaran ambos tiende a coincidir: ella dice que su aporte al hogar constituye
el 25% del total de los ingresos del mismo, con el que se cubren los gastos de mercado y
de servicios (en lo que él también colabora): la mitad de estos aportes se van en esos
gastos, pero no declara en qué se va la otra mitad (lo que puede llevar a presuponer que
sus ingresos por las ventas de comidas se van en el asumir gastos básicos de la casa.
Él, por su parte, declara también que sus aportes corresponden al 75% de los ingresos
del hogar (coincidiendo con lo señalado por ella), con lo que se cubren gastos de
mercado, transporte y de pago de servicios. Todo su aporte se va en esos gastos básicos
del hogar, y no declara gastos extraordinarios, personales (aunque sí lo había declarado
antes) o ahorros.
Como hemos reiterado, se trata de una distribución dicotómica (él con ingresos, ella
ama de casa), los ingresos generados por el negocio de comidas, que se asumen como
propios de la esposa, pasan a engrosar el presupuesto familiar, que se consume
totalmente en la reproducción del hogar.
Si observamos la tabla de síntesis, vemos que, en esta pareja, hay una clara distinción de
funciones y papeles en el hogar por género, aunque en el fondo esa distribución es
valorada de forma similar por ambos cónyuges: se trata de una familia de escasos
recursos en que todos colaboran en lo que pueden en su sostenimiento.
Se trata de una pareja donde los ingresos son escasos y deben dedicarse a mantener el
hogar, por lo que hay pocos regalos y están centrados en cubrir necesidades básicas
(ropa, comida), como parte de una forma de surtir carencias momentáneas
aprovechando las celebraciones para ello. Dado el escaso volumen, es difícil establecer
la existencia de algún sesgo de género en los regalos.
118
Esta pareja lleva 9 años viviendo en unión libre y vive en el mismo hogar con dos hijos
de la pareja, una niña de 8 años y un niño de 1 año, y con la madre del esposo.
Comparten la vivienda en la que residen (que es arrendada) con otro hogar, y tienen a su
disposición 3 habitaciones, aparte del baño y la cocina. Él (33 años) es un poco mayor
que ella (28años), pero la esposa tiene un ligero mayor nivel educativo: él termino la
secundaria, mientras que ella terminó estudios técnicos. Ambos trabajan y hacen aportes
al hogar: él, que empezó como carguero en la galería, fungió de vendedor de prensa y de
mensajero de una zapatería, una ferretería y de un casino, es desde hace unos diez años
el administrador de un casino en Cali; ella, que tiene estudios técnicos, se ha
desempeñado como digitadora, encuestadora y actualmente es secretaria en un colegio.
El ingreso del esposo es superior al de ella. La jefatura del hogar la tiene el esposo. No
cuentan empleada doméstica.
levantarse tarde (11 am.), desayuna, se baña y salió con los hijos a comprar un regalo
para la esposa por el día de la madre, tras almorzar se fue a la esquina a tomar una
cerveza con los amigos, fue a comprar comida china para comer con la familia en la
casa y organizaron la reunión en la casa para celebrar el día de la madre y estuvieron
juntos hasta las 11:30 pm. celebrando con los familiares y vecinos. Declara sentirse
contento con esta distribución del tiempo.
Las decisiones
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con la
administración de la casa y con su propio trabajo, y casi siempre lo que se refiere a los
permisos de los hijos, que le consulta al cónyuge; el esposo decide siempre en lo que
tiene que ver con su propio trabajo, de lo que le informa a ella. Son decisiones conjuntas
las que tienen que ver con las vacaciones, el ocio y la diversión y los temas de vivienda;
y son decisiones independientes lo que se refiere a la administración del dinero y de las
cuentas. No toman decisiones sobre el mercado, porque no lo hacen. Cuando se le
pregunta si está contenta con esta forma de distribuir las decisiones, expresa que está
contenta.
Él, por su parte, declara en términos bastante similares: es decisión suya lo que se
refiere a su propio trabajo, de su esposa lo que se refiere a los permisos de los hijos y al
trabajo de la esposa, mientras que son decisiones conjuntas las que tienen que ver con
las vacaciones, ocio y diversión, vivienda y, a diferencia de lo expresado por la esposa,
lo que se refiere a la administración de la casa; finalmente es decisión de cada uno el
manejo y la administración de las cuentas y del dinero. Dice estar contento con esta
forma de distribuir las decisiones.
Se trata de una distribución bastante igualitaria: independencia en lo que tiene que ver
con sus respectivos trabajos, de la esposa quedan las decisiones sobre el hogar y los
hijos, y cada uno maneja independientemente las cuentas y dineros. También el nivel de
satisfacción expresado se parece: ambos están contentos.
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella declara una frecuencia
media a alta en las actividades: una o dos veces al mes “trabajan juntos en algo”, pero
por lo menos una vez al día “discuten algo calmadamente” y más de una vez al día
tienen “intercambios interesantes de ideas” y se “ríen juntos”. Se declara contenta y cree
que “definitivamente sí” estarán juntos dentro de 10 años.
Él, por su parte, declara una frecuencia algo menor, en la franja de media: “trabajan
juntos en algo” una o dos veces al día, una o dos veces a la semana tienen “intercambio
interesante de ideas” y “discutan algo calmadamente” y más de una vez al día se “ríen
120
juntos”. Como ella, declara sentirse contenta, aunque dice que “probablemente sí”
estarán juntos dentro de 10 años. Es decir, bastante similar, pere quizás menos que ella.
Cuando miramos en detalle las otras preguntas vemos que ella declara que su aporte
equivale al 25% de los ingresos del hogar y que contribuye a cubrir sobre todo los
gastos de educación. En su desglose, el 15% se va en esos gastos fijos, el 50% se va en
gastos extraordinarios, el 30% se dedica a gastos personales y el restante 5% se dedica a
ahorros (para imprevistos).
Él, por su parte, declara también que sus aportes corresponden al 70% de los ingresos
del hogar, con lo que se cubren gastos de mercado, transporte, pago de servicios,
educación y vivienda. Cuando se observa el desglose, el 75% de sus aportes se va en
gastos regulares del hogar, el 15% en gastos extraordinarios, el 55 en gastos personales
y el 5% en ahorros (inversión en un fondo de empleados).
Si observamos la tabla de síntesis, vemos que, en esta pareja, hay una clara distinción de
funciones y papeles en el hogar por género, aunque en el fondo esa distribución es
valorada de forma similar por ambos cónyuges: se trata de una familia de escasos
recursos en que todos colaboran en lo que pueden en su sostenimiento. Los niveles de
satisfacción son similares, pero más bien bajos.
Se trata de una pareja donde los ingresos son aportados por ambos cónyuges, así él
aporte más, lo que estaría siendo compensado por una mayor dedicación a las labores
domésticas de la esposa; se trata de una relación bastante equitativa, lo que se refleja
también en los flujos de intercambios y regalos: su frecuencia es bastante alta (lo que
puede relacionarse con una familia con doble ingreso) e intensa, y recíproca.
Esta pareja lleva 18 años viviendo en unión libre y vive en el mismo hogar con un nieto
(de 10 años). La vivienda (que es arrendada) la comparten con otros cuatro hogares;
ellos disponen de dos habitaciones, además de la cocina y el baño. Él (66 años) es
mayor que ella (47 años) y comparten un bajo nivel educativo (secundaria incompleta).
El esposo está pensionado y ella se dedica a las labores del hogar. La jefatura del hogar
la tiene el esposo. No cuentan empleada doméstica.
por la tarde a ver televisión y descansar, cena y se acuesta tras ver televisión. En cuanto
al fin de semana, declara que se levanta temprano, como los días de cada día, descansa
hasta que sale a visitar al hijo, vuelve a almorzar, ve televisión (fútbol), se va a la calle
con los amigos, entra a la casa y, tras ver televisión, se acuesta. Declara sentirse
contento con esta distribución del tiempo.
Se trata de un caso particular: él está jubilado y es quien aporta los ingresos al hogar;
ella funge como ama de casa, pero sin embargo él está a cargo de algunas de las tareas
domésticas (entre ellas cocinar y hacer el mercado), aunque no participa con la misma
intensidad que la esposa en ellas. Pareciera haber cierta igualación en el seno del hogar
–lo que ha sido encontrado en otras investigaciones sobre personas de la tercera edad– y
una mayor asunción de algunas tareas domésticas por parte del esposo. Sin embargo, la
particularidad es que no se producen muchas actividades conjuntas de la parjeja: cada
uno parece dedicarse a tareas y a actividades sociales distintas y comparten pocas horas
tanto entre semana como el fin de semana. Ambos declaran niveles de satisfacción
bastante similares, de tipo medio.
Las decisiones
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con su
propio trabajo, de lo que le informa, deciden conjuntamente en los asuntos del nieto y el
resto son decisiones del esposo (administración de la casa, administración del dinero y
gastos del mercado) o no aplica (vacaciones, ocio –no salen por que les da miedo–, o
vivienda). Cuando se le pregunta si está contenta con esta forma de distribuir las
decisiones, expresa que está contenta.
Él, por su parte, declara en forma similar que es decisión suya lo que se refiere a la
administración de las cuentas y el hacer el mercado, decisiones conjuntas lo que tiene
que ver con la administración de la casa y de la esposa los asuntos de vivienda y de su
propio trabajo. Declara también sentirse contento con esta forma de distribuir las
decisiones.
Se trata de una distribución bastante desigual, pesando aparentemente más el poder del
esposo, quien es el que hace los aportes al hogar. Incluso él participa en lo que tiene que
ver con el mercado, pero también con asuntos de cocina y de administración del hogar.
Se trata de un caso donde él asume un papel aparentemente fuerte también en el seno de
la casa. El nivel de satisfacción expresado se parece: ambos están contentos.
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella declara una frecuencia de
media a baja en las actividades: nunca “trabajan juntos en algo”, una o dos veces al mes
tienen “intercambios interesantes de ideas” y apenas una o dos veces por semana
“discuten algo calmadamente” y se “ríen juntos”. Se declara contenta y cree que
“probablemente definitivamente sí” estarán juntos dentro de 10 años.
Él, por su parte, declara una frecuencia similar, aunque con diferencias por cada caso:
nunca “trabajan juntos en algo”, menos de una vez al mes tienen un “intercambio
interesante de ideas”, una o dos veces al mes “discuten algo calmadamente” y más de
una vez al día se “ríen juntos” (la mayor diferencia respecto a lo declarado por la esposa
en su encuesta). Como ella, declara sentirse contenta, así como también dice que
“probablemente sí” estarán juntos dentro de 10 años.
123
Sin embargo, cuando miramos en detalle las otras preguntas vemos que ella declara que
su aporte equivale al 0% de los ingresos del hogar, pero reconoce a continuación que
ella se hace cargo de los servicios, a los que dedica la mitad de sus ingresos (la hija le
manda plata, entre 200.000 a 300.000 pesos mensuales); el resto los ahorra (“hasta
económica me he vuelto”), que dedica a gastos familiares y a cubrir imprevistos. Parece
confirmarse entonces la apreciación del esposo en el sentido de que ella, aunque no
trabaje, sin embargo asume algunos de los costos del hogar con esa remesa remitida por
la hija.
Él, por su parte, declara también que sus aportes corresponden al 80% de los ingresos
del hogar, con lo que se cubren gastos de mercado y educación (del nieto, se supone), a
lo que dedica el 75% de sus aportes, otro 5% se va en gastos extraordinarios y el 4% en
gastos personales (pero, aclara, para mantener la motocicleta); no ahorra nada.
Se trata de una pareja donde los ingresos son aportados por ambos cónyuges, pero con
diferencias sensibles, y aunque parece tratarse de un arreglo bastante igualitario,
finalmente plantea un arreglo de convivencia mínima con poca interacción común y los
regalos aparecen como colaboración con el sostenimiento de la vida familiar. Ambos se
declaran como igual de contentos (en una franja de conformidad media) con el arreglo
familiar logrado.
Esta pareja lleva 11 años viviendo en unión libre y tienen dos hijos (una hija de 11 años
y un hijo de 7). Residen en una vivienda arrendada que no comparten con ningún otro
hogar; disponen de 3 habitaciones además del baño y la cocina. Ella (33 años) es apenas
algo mayor que él (31 años), así como ella tiene un ligero mayor nivel educativo,
secundaria completa ella, incompleta él. Ambos trabajan, pero el aporte principal del
hogar lo produce el esposo: ella (que en algún momento trabajó como vendedora,
vitrinera, mercaderista e impulsadora) trabaja junto a él (que antes se ha desempeñado
como conductor, ayudante de panadería y mesero) en una panadería, pero no recibe un
sueldo propio (reconocen que en más de una ocasión han trabajado ambos por un solo
sueldo). La jefatura del hogar la tiene el esposo. No cuentan empleada doméstica.
se arregla y sale al trabajo, donde permanece hasta las 6 pm.; ya en la casa, junto al hijo,
“bate una torta” para el trabajo y luego arregla la cocina, come con la familia y se
acuesta a dormir. En cuanto al fin de semana, tras levantarse temprano para ver una
carrera de carros en televisión (Fórmula 1), desayuna y a las 9 am. se va a trabajar hasta
las 5:30 p,. –con un receso para almorzar–, y regresa a la casa, parando por el camino
para comprar algo para la comida de la noche, tras lo cual salió a la esquina con unos
amigos, regresa a casa, ve televisión, y se acuesta. Declara, como la esposa, sentirse
poco contento con esta distribución general del tiempo.
Las decisiones
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con el ocio
y la diversión, los asuntos de vivienda y sobre su propio trabajo; a la inversa, son
decisiones del esposo las que se refieren a las vacaciones y al trabajo de él, aunque se
consultan en casi todas ellas; decisiones compartidas refieren a la administración del
dinero y de las cuentas, los permisos de los hijos y los gastos de mercado. Cuando se le
pregunta si está contenta con esta forma de distribuir las decisiones, expresa que está
poco contenta.
Él, por su parte, declara en forma muy similar que es decisión suya lo que se refiere a su
propio trabajo, pero delega la mayor parte de las decisiones en la pareja (administración
de la casa, vivienda –“ella siempre busca”, dice–, gastos mercado y trabajo de la
esposa), mientras que entre ambos deciden sobre la administración de las cuentas, las
vacaciones y los permisos de los hijos. A diferencia de la esposa, declara sentirse
contento con esta forma de distribuir las decisiones.
Se trata de una distribución bastante equilibrada, pero pareciera que las decisiones del
hogar han sido delegadas a la esposa, manteniéndose como conjuntas las que atañen a
los permisos de los hijos y a la administración de las cuentas y del dinero. Se reproduce
así la distribución de labores que habíamos visto respecto del trabajo doméstico. Sin
embargo, ella resiente menor satisfacción que él al respecto.
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella declara una frecuencia
muy alta, aparte de que nunca “discuten algo calmadamente” (asumió la pregunta desde
el lado negativo: como pelea), pues más de una vez al día “trabajan juntos en algo”,
tienen “intercambios interesantes de ideas” y se “ríen juntos”. Se declara contenta y dice
que “no sabe” si estarán juntos dentro de 10 años.
Él, por su parte, declara una frecuencia muy alta en las actividades: una vez al día por lo
menos tienen “intercambios interesantes de ideas” y “discuten algo calmadamente”, y
más de una vez al día se “ríen juntos” y trabajan juntos en algo. En este punto él se
declara muy contento y estima que “definitivamente sí” van a estar juntos dentro de 10
años.
126
Si observamos la tabla de síntesis, vemos que, en esta pareja, hay una clara distinción de
funciones y papeles en el hogar por género, pero que ella participa informalmente del
mercado laboral, lo que sin embargo no se ve recompensado por un sueldo autónomo.
No hay gran acceso a recursos y todo se va en el mantenimiento del hogar en una
gestión en cabeza del esposo.
Evidentemente, por detrás se encuentran los magros recursos económicos a que tienen
acceso: por tanto, se puede hablar de un reparto tradicional de las labores y
responsabilidades, alterado por cierta necesidad de trabajar por parte de la esposa para
completar los ingresos del esposo, y de unos flujos limitados pero equivalentes. Ambos
se declaran poco contentos con la situación en general.
127
Esta pareja lleva 3 años viviendo en unión libre, pese a que han alternado los momentos
de residencia conjunta con los de separación temporal; no tienen hijos, pero viven en el
mismo hogar con la madre, una hermana del esposo, y un menor de edad. La vivienda
(que es arrendada) la comparten con otro hogar; para todos ellos disponen de tres
habitaciones, además de la cocina y el baño. Él (24 años) es un poquito mayor que ella
(23 años) y comparten un bajo nivel educativo (secundaria incompleta). El esposo está
desempleado –aunque declara tener algunos ingresos (procedentes de un arriendo, pero
parece que lo que aporta al sostenimiento del hogar es poco), mientras ella se
desempeña como costurera; la madre y la hermana trabajan de tiempo completo. La
jefatura del hogar la tiene el esposo. No cuentan empleada doméstica.
En cuanto a lo declarado por el esposo, asume como tareas propias el arreglo de los
daños menores de la casa y sacar la basura, atribuyéndole a la esposa la mayor parte de
las actividades domésticas, con la colaboración de la mamá y la hermana; sólo partipa
en parte en la lavada de la ropa, la planchada y el tender la cama. En general hay
coincidencia en esto con lo señalado por la esposa. Como la esposa, declara trabajar
sólo entre 1 y 5 horas semanales en faenas de la casa y estar muy contento. Si
observamos su rutina diaria vemos que se levanta a las 7:30, compra el desayuno en la
panadería para él y su esposa y se pone a ver televisión hasta las 10 am. en que sale a
hacer un mandado; junto a la hermana preparó el almuerzo y, tras comer, se pone a ver
televisión; por la tarde fue de visita donde la suegra, donde recibió comida que se llevan
con la esposa a la casa. Luego se puso a jugar videojuegos (Atari) y se acostó a reposar,
conversó con un tío enfermo, conversó en la calle y vio televisión hasta entrada la
noche. En cuanto al fin de semana, declara algo muy similar al día de cada día, aunque
dedicó más tiempo a estar con los amigos tomando cerveza. Sin embargo, en este punto
de balance general de las actividades se declara poco contento.
128
Se trata de un caso con ciertas peculiaridades: él no trabaja y vive de una renta; ella si
tiene trabajo pero ese día tuvo “descanso”, y dado el hecho de que tienen otras personas
adultas en la casa (aunque también trabajan tiempo completo), la repartición de tareas
parece ser relativamente equitativa entre las mujeres, y de menor frecuencia en el caso
del esposo. El fin de semana parece seguir una dinámica parecida. Ambos declaran
niveles de satisfacción bastante similares, de tipo medio tirando a bajo.
Las decisiones
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con la
administración del dinero y de las cuentas, la administración de la casa, los gastos del
mercado y su propio trabajo, de lo que informa o consulta con el esposo, mientras que
deciden conjuntamente en lo que tiene que ver con asuntos de vivienda; son decisiones
del esposo las vacaciones, el ocio y la diversión, y lo que atañe a su propio trabajo.
Declara sentirse contenta con este arreglo.
Él, por su parte, declara en forma algo distinta que es decisión suya lo que se refiere a
su propio trabajo, de su esposa lo que se refiere las vacaciones, a la administración de la
casa, la vivienda, los gastos de mercado el trabajo de ella, mientras que conjuntamente
deciden sobre el ocio y la diversión. De forma significativa, coloca a las decisiones
sobre el dinero y las cuentas en mano de cada uno, de forma independiente. Declara
sentirse poco contento sobre este punto.
En este apartado parece que no hay coincidencias fuertes (ambos colocan decisiones
distintas en su propio campo y en el del cónyuge), y es difícil establecer cuál es la
tendencia general; el nivel de satisfacción es medio y bajo, respectivamente.
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, en el caso de ella tenemos sólo
un dato: que una o dos veces a la semana tienen “intercambios interesantes de ideas”
(no aparece declarado nada más). Dice estar poco contenta con esa relación de pareja,
aunque declara que “probablemente sí” seguirán juntos dentro de 10 años.
Él, por su parte, declara una frecuencia media: menos de una vez al mes “trabajan juntos
en algo”, una o dos veces a la semana tienen un “intercambio interesante de ideas” o
“discuten algo calmadamente” y más de una vez al día se “ríen juntos”. Por lo general,
se siente muy contento con la relación, y cree que “probablemente sí” continuará en ella
dentro de 10 años.
En buena medida, parece que la relación ha sido inestable (han estado separados en
varias ocasiones) y no parece muy feliz, como veremos por los que se declara en la
parte de los regalos.
Cuando miramos en detalle las otras preguntas vemos que ella declara que todos los
gastos del hogar los asume ella, siendo el suyo igual al 100% de los ingresos del hogar,
destinados a mercado y transporte (25%) y ahorro (50%) que destina a gastos
personales.
Él, por su parte, declara que el aporte de la esposa es superior al de él, aunque luego
matiza y señala que su porcentaje constituye el 45% de los ingresos del hogar, el cual
se va en gastos extraordinarios (66%) y en gastos personales (20%); no declara ningún
ahorro.
Si observamos la tabla de síntesis, vemos que, en esta pareja, hay una clara distinción de
funciones y papeles en el hogar por género, pero el papel de hombre proveedor no lo
asume de forma completa el esposo, quien depende de los ingresos de la esposa y de su
trabajo (extra-hogareño y remunerado); los niveles de satisfacción no coinciden: ella
declara mayor insatisfacción.
zapatos,
perfumes
Subrayados los regalos de él a ella.
Se trata de una pareja con dificultades, lo que se muestra también en el tipo de flujos de
regalos que se hacen, con situaciones afrentosas como es la devolución incluso de un
regalo. En general, en los intercambios se observa que la relación no es percibida de
forma igual por ambos.
Esta pareja lleva 7 años viviendo en unión libre y tienen un hijo de 6 años disponen de
una pieza (además de acceso al baño y a la cocina) en una vivienda arrendada que
comparten con otros tres hogares. Él (38 años) es mayor que ella (23 años); tienen un
bajo nivel educativo (él la secundaria completa, ella incompleta). El esposo tiene un
trabajo de tiempo completo como mecánico en un concesionario, del que el hogar
devenga su ingreso principal, mientras que ella (que actuó en ocasiones como
vendedora) se dedica desde hace un año a las labores domésticas y a actuar como
prestamista (presta plata y gana intereses) La jefatura del hogar la tiene el esposo. No
cuentan empleada doméstica.
En cuanto a lo declarado por el esposo, hay una mayor enunciación de tareas en las que
él participa ya sea sólo (pues dice además encargarse casi siempre del pago de cuentas y
servicios) o compartido con la esposa (la mitad de las veces se encarga de sacar la
basura, poner la mesa, cuidar al niño y a los animales); sin embargo, en su cómputo
global, dice trabajar semanalmente sólo entre 6 y 10 horas en labores domésticas y estar
contento con ello. Si vemos su rutina diaria, vemos que madruga (6 am.) para ir al
trabajo, donde está entre las 7 am. y las 12 m., cuando regresa a casa a almorzar, y luego
regresa al taller a las 2 pm. hasta las 7 pm., come con la esposa y el hijo, cuadra algunas
131
cosas del taxi de la suegra y luego acompaña al hermano hasta su casa, guarda el carro
en la casa de la mamá y regresa sobre las 10:30 pm. a descansar a la casa. En cuanto al
fin de semana, se levanta tarde (1 pm.), se arregla, come algo y a las 2:30 salen a
almorzar a la calle con la esposa y el hijo, luego se van donde la suegra y están toda la
tarde jugando parqués, regresan, comen algo suave y prepara la ropa parra el día
siguiente, hasta que se acuesta tarde. Declara también sentirse contento.
Se trata de un caso típico de distribución de tareas por género, con largas jornadas
laborales por parte del esposos (que se completan con la atención al carro de transporte
público propiedad de la mamá, y que él usa a veces como transporte personal) y con la
esposa dedicada prioritariamente a las labores domésticas, con largas jornadas también
de atención de la casa y del hijo, incluyendo los días de fin de semana en que debe
atender al esposo. En conjunto ambos expresan el mismo nivel de satisfacción: están
contentos con estos arreglos.
Las decisiones
Según declara la esposa, ella nunca participa de la toma de decisiones personalmente
sobre tema alguno, excepto que sean decisiones compartidas con el esposo:
administración de la casa, vivienda y permisos del hijo; el resto son decisiones del
cónyuge: administración del dinero y las cuentas, vacaciones, actividades de ocio y
diversión, gastos de mercado, el trabajo del esposo y el de ella. Pese a esta situación de
fuerte predominio de las decisiones a cargo del esposo, ella se declara contenta.
Él, por su parte, declara en forma algo distinta: son decisiones siempre suyas las que se
refieren a su propio trabajo, y el resto, con excepción de la administración de la casa (de
lo que se encarga casi siempre la esposa) son decisiones tomadas en común:
administración cuentas y dinero, vacaciones, ocio y diversión, vivienda, permisos de los
hijos, gastos de mercado y el trabajo de la esposa. Declara también sentirse contento con
esta forma de distribuir las decisiones.
Se trata de una distribución muy desigual, pesando fuertemente la voz del esposo en las
decisiones, quien es el que hace los aportes al hogar. En este caso, lo que ya hemos
visto que no es usual, él participa (totalmente según ella, a medias según él) en las
decisiones que tienen que ver con el trabajo de ella. Sin embargo, ambos tienen el
mismo nivel de satisfacción al respecto de este punto: ambos están contentos.
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella declara una frecuencia de
media a baja en las actividades: nunca “trabajan juntos en algo”, menos de una vez al
mes “discuten algo calmadamente”, una o dos veces tienen “intercambios interesantes
de ideas” y más de una vez al día se “ríen juntos”; a la pregunta sobre qué tan contenta
se siente, declara que está contenta y cree que “definitivamente sí” estarán juntos dentro
de 10 años.
Él, por su parte, declara una frecuencia algo mayor, media podríamos decir: una o dos
veces al mes “trabajan juntos en algo” y “discuten algo calmadamente” y una o dos
veces por semana tienen un “intercambio interesante de ideas” y se “ríen juntos”. A
diferencia de la esposa, declara sentirse muy contento con esta relación de pareja y
estima que “definitivamente sí” estarán juntos dentro de 10 años.
132
Ella, en las siguientes preguntas, no declara tener ningún ingreso. Él, por su parte,
señala aporta más que su esposa (algo que ella no reconoció) y que su aporte es
equivalente al 75% de los ingresos del hogar, con los que se cubren gastos de mercado,
transporte, servicios, educación y vivienda, a lo que dedica el 75% de sus aportes,
mientras que el 25% restante se va en gastos extraordinarios (no dedica nada a gastos
personales ni se ahorra nada).
Se trata del modelo de distinción de roles y funciones, donde los aportes y manejo de
los ingresos parece ser sobre todo del esposo, quien sin embargo enuncia que se
constituye un fondo común bajo la administración. Ella no declara durante la encuesta,
sino al final, el hecho de que funge de prestamista, pero no declara sus ingresos: pero
podemos asumir que se hace cargo de ese 25% que enuncia el esposo. De nuevo, en este
punto se confirma la distinción de roles por género.
Si observamos la tabla de síntesis, vemos que, en esta pareja, hay una clara distinción de
funciones y papeles en el hogar por género, aunque en el fondo esa distribución es
valorada de forma similar por ambos cónyuges: se trata de una familia de escasos
recursos en que todos colaboran en lo que pueden en su sostenimiento. Los niveles de
satisfacción son similares, pero más bien bajos.
zapatos
Subrayados los regalos de él a ella.
Se trata de una pareja donde se produce una distribución de papeles y roles, pero con
bastante igualdad en el seno del hogar, lo que se trasluce también en el tipo de regalos,
modestos y utilitarios sobre todo dadas las condiciones económicas del hogar, pero
sensibles y que suponen atención mutua.
Esta pareja lleva apenas 11 meses viviendo juntos, tras casarse por la iglesia en el año
2005. No tienen hijos y viven en una vivienda arrendada para ellos sólo, que dispone de
2 habitaciones además de la cocina y el baño. Él (27 años) es un poco mayor que ella
(24 años); ambos tienen un alto nivel educativo (él tiene estudios universitarios
completos, ella universitarios incompletos). Ambos trabajan de tiempo completo: el
esposo, tras haberse desempeñado como administrador de red, ingeniero de desarrollo
en diferentes empresas, director de páginas WEB, está empleado como director del
departamento de informática en una casa de cambio de la ciudad; la esposa, que ha sido
secretaria de Emcali y auxiliar de operaciones en una casa de cambio, hoy es secretaria
de tesorería de una inmobiliaria. Aunque los ingresos de él son superiores, comparten la
jefatura. No tienen empleada doméstica.
realiza la mayor parte de las veces está el aseo de los baños, mientras que la esposa se
encarga de cocinar; el resto son tareas más o menos compartidas. Como la esposa,
declara trabajar entre 6 y 10 horas semanales en faenas de la casa y estar muy contento
con esta distribución de labores. Si observamos su rutina diaria vemos que se levanta
antes que ella, a las 5:30, se arregla, lava ropa y sale a trabajar; a las 12 m. regresa a la
casa a almorzar y por la tarde vuelve al trabajo, hasta las 6:30 pm. cuando va a buscar a
la esposa a la casa de la suegra y se regresan a la casa, donde descansan, comen algo y
se quedan viendo televisión y conversando. En cuanto al fin de semana, declara en
forma muy similar al día de cada día: se levantaron tarde donde los papás (algo que no
suele suceder), vieron una película en televisión, almorzaron, fueron de visita a donde
los papás de ella y luego volvieron a la casa (declara que usualmente hacen lo mismo
pero en su casa, con la excepción de que salen a almorzar donde los suegros). También
declara bastantes actividades conjuntas con la esposa. A diferencia de la esposa, en este
caso él declara estar también muy contento en este punto de balance general de las
actividades (aunque, dice, esa satisfacción “depende del trabajo”).
Las decisiones
Según declara la esposa, ella toma siempre las decisiones que tienen que ver con su
propio trabajo, de lo que le consulta al esposo; a la inversa, el esposo decide siempre
sobre el trabajo de él, de lo que también le consulta, así como es también él quien
decide casi siempre sobre los gastos del mercado; el resto de las decisiones son
compartidas: la administración de las cuentas, las vacaciones, las actividades de ocio o
diversión o los asuntos de vivienda –sobre las que conciertan–, mientras que sobre la
administración de la casa, que también deciden juntos, ella apenas le informa al esposo
(parece ser una atribución más bien de ella, por tanto). Cuando se le pregunta si está
contenta con esta forma de distribuir las decisiones, expresa que está muy contenta.
Él, por su parte, declara en forma muy similar que es decisión suya lo que se refiere a su
propio trabaja, y de la esposa lo que se refiere al trabajo de ella (de lo que se informan
mutuamente); el resto son decisiones conjuntas, que conciertan entre ambos. Es decir, él
plantea la existencia de decisiones básicamente comunes excepto las que se refieren a
sus respectivos trabajos. Declara también sentirse muy contento con esta forma de
distribuir las decisiones.
Se trata de una distribución bastante equitativa, pese a los matices que hay en las dos
versiones; ello replica la forma equitativa en que la pareja se ha organizado. Se
mantiene como ámbito propio de decisión lo que se refiere al trabajo de cada uno por
fuera de la casa. El nivel de satisfacción expresado es también idéntico: ambos están
muy contentos.
135
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella declara una frecuencia
muy alta de actividades conjuntas: más de una vez al día “trabajan juntos en algo”,
tienen “intercambios interesantes de ideas, “discuten algo calmadamente” y se “ríen
juntos”. Se declara muy contenta y cree que “definitivamente sí” estarán juntos dentro
de 10 años.
Él, por su parte, declara una frecuencia similar, aunque con una diferencia: coincide con
la frecuencia de “trabajar juntos en algo”, “intercambio interesante de ideas” y “reír
juntos” (más de una vez al día), mientras que dice que sólo una vez a la semana
“discuten algo calmadamente” (lo que puede ser interpretado, dada la ambigüedad de la
expresión, como que la asumió en su versión negativa, como pelea conyugal). Como
ella, declara sentirse muy contento, así como también dice que “definitivamente sí”
estarán juntos dentro de 10 años.
Cuando miramos en detalle las otras preguntas, vemos que ella declara que su aporte
equivale al 25% de los ingresos del hogar, con lo que participa en el cubrimiento de los
gastos de mercado, servicios, vivienda y sus gastos personales de transporte. A estos
gastos dedica el 25% de sus ingresos, otro 25% va a gastos extraordinarios, el 35% va a
gastos personales y un 20% se ahorra (para cubrir gastos familiares).
Él, por su parte, declara también que sus aportes corresponden al 70% de los ingresos
del hogar, con lo que se cubren gastos de mercado, servicios, vivienda y sus propios
gastos de transporte. En conjunto, estos gastos básicos se llevan el 50% de sus ingresos,
un 20% se va en gastos extraordinarios del hogar, un 10% en gastos personales y el 10%
restante en ahorros (para comprar una vivienda en el futuro).
En este caso, se replica en el manejo de las cuentas familiares la idea del mantenimiento
de una autonomía personal (ambos reconocen gastos personales, más altos los de ella) al
tiempo de una colaboración conjunta e igualitaria en la asunción de los gastos. El hecho
de que él aporte más (entre el 70 y el 75%) puede asociarse a unos ingresos superiores
en el mercado laboral.
Si observamos la tabla de síntesis, vemos que, en esta pareja, hay un intento explícito de
mantener una igualdad en todos los frentes, así no se consiga en la práctica (por
ejemplo, por los diferenciales de sueldo) Los niveles de satisfacción son similares, muy
altos.
136
Se trata de una pareja donde los ingresos son aportados por ambos cónyuges, con
pequeñas diferencias a favor de él, y se trata de un arreglo muy igualitario –incluso con
la atribución de tareas muy marcadas por el género, como es el aseo de los baños en el
caso del esposo–. Se trata de una pareja joven, de reciente formación y sin hijos, y con
un muy alto nivel de igualdad de género; ambos expresan un alto grado de satisfacción.
Esta pareja lleva apenas 10 meses viviendo juntos, tras juntarse en unión libre en el año
2005. Tienen un bebé de tres meses, y viven en una casa propia totalmente pagada con
el padre (52 años), la madre (48 años) y una hermana (24 años) de él; la casa cuenta con
4 cuartos además de la cocina y el baño (no comparte la vivienda con ningún otro
hogar). Él (26 años) es algo mayor que ella (19 años) y tienen un igual nivel educativo
(ambos tienen la primaria completa). En este hogar es el esposo el único que trabaja: lo
hace de tiempo completo como ensamblador de tableros eléctricos (antes se había
desempeñado como pintor, controlador de transporte, técnico de planta, mantenimiento
eléctrico como independiente,…); todos en la familia dependen de su ingreso. La esposa
(como la suegra y la cuñada) fungen como amas de casa. El esposo tiene la jefatura. No
cuentan con empleada doméstica.
En cuanto a las tareas domésticas, la esposa declara ocuparse, siempre o casi siempre
(pues se turna con la suegra y la cuñada, o se distribuyen las labores) de casi todas las
actividades de la casa; en especial, ella se encarga de la lavada de la ropa y la planchada
y de la cocinada. Tarea específica del esposo es el pago de cuentas y recibos, en lo que
le colabora su hermana; y conjuntamente se encargan de hacer y guardar el mercado y
decidir sobre lo que se va a comer. Si nos detenemos en los detalles de un día de entre
semana, vemos que, tras levantarse (8:30 am.) se pone a lavar los pañales, bañar al bebé
y darle de comer hasta que se duerme, tender la cama, barrer, trapear, lavar ropa,
cocinar y preparar el tetero del niño; luego se baña y almuerza, tras de lo que se va a
visitar a su madre hasta las 6:30 pm., cuando vuelve a casa, ve televisión, va a comprar
algo a la tienda, prepara la comida, arregla y atiende al bebé y se acuesta. Dice dedicar
entre 16 y 20 horas semanales a estas tareas domésticas y estar contenta con ello. En
cuanto al fin de semana, se levanta algo más tarde (10 am.), desayuna y arregla al bebé,
luego de lo que se pone a arreglar la casa, sale donde la mamá hasta por la tarde, cuando
vuelve, ve televisión con el esposo y se acuesta, aunque reconoce que normalmente
salen de paseo por las tardes de los días festivos. Sobre esta distribución general del
tiempo dice estar poco contenta.
En cuanto a lo declarado por el esposo, vemos que hay bastantes diferencias en lo que
se atribuye como labores propias: además del pago de servicios, dice que él limpia los
baños la mitad de las veces (el resto lo hace la hermana), sacar la basura la mayoría de
las veces (también lo hace la mamá), arreglar los daños la mayoría de las veces, hacer y
guardar el mercado (pocas veces, con el papá), cuidar de los animales (con el resto de la
familia) y mantener el vehículo (una bicicleta) la mayoría de las veces. Cuando vemos
el tiempo que dice dedicar a estas labores, vemos que está en el rango de entre 1 y 5
horas semanales, y declara estar muy contento con ello. Si observamos su rutina diaria
vemos que se levanta a las 5:20 am., se arregla y sale para el trabajo, donde permanece
hasta las 5:30 pm. (desayuna y almuerza en la empresa); llega a la casa a las 6 pm, se
cambia y se pone a ver televisión, come y reposa hasta la hora de acostarse. En cuanto
al fin de semana, declara que se trató de un día poco usual: había estado tomando con
los amigos el día antes y se quedó durmiendo hasta las 6 pm., cuando se levantó, comió
y luego estuvo con la esposa atendiendo al bebé y viendo televisión, salieron a visitar a
las suegras, y se acostaron. Como la esposa, se declara poco contento con este balance
general de las actividades.
Se trata de un caso de distribución por género de las actividades: él trabaja por fuera de
tiempo completo, pasando la mayor parte de la jornada en el trabajo; ella se queda en la
casa atendiendo al bebé y arreglando el hogar, junto al resto de las mujeres de la familia.
No parecen compartir mucho tiempo, ni entre semana ni el fin de semana). Ambos
expresan satisfacción por la forma en que se distribuyen las tareas y funciones, pero
poca satisfacción respecto de la distribución general del tiempo.
Las decisiones
Según declara la esposa, ella no toma independientemente ninguna decisión, excepto
casi siempre las que tienen que ver con el hijo, que consulta con el esposo; por su parte,
el esposo decide siempre acerca de los temas de vivienda, sobre su trabajo y sobre el de
ella (sobre lo que le consulta a ella), y casi siempre sobre la administración del dinero y
las cuentas (de lo que apenas le informa a ella) y las vacaciones (sobre lo que consulta);
decisiones entre ambos son las que tienen que ver con ocio y diversión y gastos de
138
mercado. Cuando se le pregunta por su nivel de satisfacción con esta forma de distribuir
las decisiones, expresa que está contenta.
Él, por su parte, declara en forma muy similar que es siempre decisión suya lo que se
refiere a la administración de las cuentas y del dinero (que consulta con ella) y sobre los
trabajos de él y de ella (en este caso, concierta con ella) y casi siempre lo que tiene que
ver con el ocio y la diversión (de lo que le informa a ella) y los gastos de mercado (que
consulta con la esposa); deja como decisiones de la esposa lo que tiene que ver con las
vacaciones (siempre, aunque ella le consulta) y casi siempre con la administración de la
casa (lo que también le consulta). Declara sentirse muy contento con esta forma de
distribuir las decisiones.
Se trata de una distribución bastante poco equitativa, pese a que él atribuye algunas
decisiones a la esposa. Él está a cargo de la mayor parte de ellas, incluida la que se
refiere al trabajo de la esposa, quién sólo parece tener poder de decisión propio en los
asuntos de la casa y del bebé. Mientras que él se expresa como muy contento, ella se
expresa apenas como contenta.
La satisfacción marital
A la pregunta sobre qué eventos tienen lugar entre ellos, ella declara una frecuencia de
media tendiente a baja de actividades conjuntas: menos de una vez tienen “intercambios
interesantes de ideas” o “trabajan juntos en algo”, una o dos veces al mes se ríen juntos
de algo y una dos veces por semana “discuten algo calmadamente”. Se declara contenta
con esta relación y cree que “probablemente sí” estarán juntos dentro de 10 años.
Él, por su parte, declara una media a baja frecuencia similar, aunque quizás algo mayor
que ella: menos de una vez al mes “trabajan juntos en algo” y “discuten algo
calmadamente”, mientras que –con gran diferencia con lo declarado por ella– más de
una vez al día tienen “intercambios interesantes de ideas” y se “ríen juntos”. Declara
sentirse muy contento, así como dice –igual que ella– que “probablemente sí” estarán
juntos dentro de 10 años.
Vemos que hay diferencias en el tipo de actividades conjuntas reportadas, menores las
declaradas por ella; igualmente, ella se expresa menos contenta con esta relación,
aunque ambos expresan un nivel medio de esperanzas de futuro en la relación.
Cuando miramos en detalle las otras preguntas, vemos que él declara que su aporte
equivale al 100% de los ingresos del hogar, con lo que se cubren todo los gastos de la
familia. El 70% de su ingreso se va en los gastos regulares del hogar, un 25% lo dedica
a gastos personales y un 5% se constituye en ahorro (“por su cuenta”) para
capitalización.
139
En este caso, se replica en el manejo de los dineros familiares esta distribución de roles
familiares: él, que tiene el único ingreso del hogar, se encarga de su manejo y control; y
ello le da autonomía para dedicar una parte sustantiva de su ingreso a gastos personales.
Si observamos la tabla de síntesis, vemos que, en esta pareja, hay una diferenciación
clara de funciones, arrancando desde la distribución de tareas hasta llegar a la forma de
manejar los ingresos. Los niveles de satisfacción parecen ser medios, pero inferiores en
el caso de la esposa.
Se trata de una pareja donde los ingresos de él y la posición en el hogar le dejan cierto
margen para ofrecer algunos regalos, pero que no son retribuidos por la esposa,
seguramente por que no tiene de dónde obtener los recursos para ello, pues depende del
dinero de él. Se replica en este caso la distribución de funciones: los regalos de él son
claramente de género: joyas e invitaciones, cuando van más allá de los necesarios para
la reproducción del hogar (ropa, básicamente). Se trata de una pareja joven, de reciente
formación pero con un hijo, y con un alto nivel de desigualdad de género; él expresa un
mayor nivel de satisfacción.
En el caso del barrio Eduardo Santos, observamos que el volumen de regalos es muy
bajo, y que están asociados sobre todo a elementos básicos de la vida y, cuando no, a
pequeños elementos que simbolizan la relación (comidas –invitaciones o entregadas–,
peluches,…). En la mayor parte de las parejas no se declara la existencia de muchos
regalos. En buena medida, ello obliga a que se dejen sin resaltar en el gráfico; es decir,
en el gráfico adjunto aparecen marcadas con el mismo fondo blanco dos situaciones
muy diferentes: por un lado, aquellos en que la escasez o falta de regalos no permite ver
140
ni la intensidad ni las marcas de género (que podríamos asociar a los casos donde se
produce diferenciación de género en otras facetas de la vida doméstica) y, por otro,
aquellos casos en que se produce una relación equitativa e igualitaria en el seno del
hogar (es decir, sin diferenciaciones fuertes por género, doble ingreso, etc.). En otras
palabras, el fondo blanco está marcando, en este barrio, dos situaciones diferentes: poca
frecuencia de regalos (e imposibilidad de establecer sus características básicas en el
seno de las parejas) y alta frecuencia con igualdad y reciprocidad.
Se observa también que los casos en que parece haber mayor desigualdad son aquellos
en que él es quien tiene la jefatura del hogar, donde él tiene un trabajo remunerado y
aporta los ingresos al hogar y ella permanece como ama de casa haciendo los oficios del
hogar.
SINTESIS EMPÍRICA
141
En este punto final ofrecemos una gruesa síntesis empírica de las principales
características del conjunto de parejas estudiadas a lo largo del apartado anterior (más
adelante ofrecemos también un cuadro sintético con los 22 casos). En primer lugar lo
hacemos en términos de la comparación entre los barrios y, en segundo término,
tratando de encontrar alguna correspondencia o similitud entre los tres tipos de casos
que hemos establecido: no reciprocidad (fondo gris oscuro, 7 parejas), reciprocidad con
marcación de género (fondo gris claro, 5 parejas) y alta reciprocidad (fondo blanco, 10
parejas)99.
1. La primera constatación es que, en todos los barrios, los regalos mutuos entre los
esposos son bastante similares: sobre todo se regalan ropa, zapatos y comida. Es decir,
que una parte sustantiva de los obsequios encaja dentro de lo que podríamos denominar
bienes útiles y usables, convirtiéndose así en sustitutos de la compra directa que cada
uno, o la familia en su conjunto, hace para suplir las necesidades básicas. En este
sentido, el regalo funciona como un motivo para completar esas necesidades, aunque
tampoco puede reducírselo a esa función.
2. Por otra parte, y ya a primera vista de cualquier observador del cuadro de conjunto,
destaca que el volumen de regalos entre los cónyuges sea muy distinto por barrios: no
sólo los cuadros de las parejas del barrio Capri se alargan espacialmente mucho más que
los demás con el objeto de que permitan incluir el gran número de regalos enunciados
(sobre todo de los regalos unidireccionales, que podríamos denominar, por
contraposición con los del punto anterior, especiales, aunque en ocasiones mantienen
ese carácter utilitario –minutos de celular, zapatos, reloj despertador, comida, etc.–),
sino que, si se observa en detalle, se trata de los regalos más costosos en términos
monetarios (pues incluyen implementos deportivos, joyas y aditamentos personales –
prendedores, relojes, navaja…–, aparatos eléctricos –karaoke, Xbox…–, vestidos de
baño y ropa selecta, vacaciones, viajes internacionales, etc.)100. Evidentemente, en este
99
Es muy posible que, de haber establecido tan sólo dos tipos dicotómicos (parejas con
reciprocidad, parejas sin reciprocidad), la asociación de cada uno de ellos a diversos factores
podría haber resultado más clara. Sin embargo, por el momento nos ha parecido necesario
trabajar con esta tipología tripartita para evitar una perspectiva aún más simplificadora de lo que
ya lo es nuestra aproximación.
100
En buena medida, bajando en la escala socio-económica, se observa que lo que se regala
tienden a ser bienes sucedáneos de esos productos costosos: joyas pero de bisutería, máquina de
afeitar frente a relojes y juegos electrónicos, almuerzos, fiestas o salidas a comer y bailar frente
a vacaciones y viajes, etc. Evidentemente, no se trata aquí de hacer una valoración económica
de lo que, como hemos señalado en la primera parte de este texto (que los objetos suelen tener a
menudo más valor por la relación que representan que por su precio de mercado, cf. Chevalier
2002: 851-853), no suele ser evaluado por los individuos como elemento de mero valor
económico: una simple tarjeta de cartón puede ser recibida con mayor placer y satisfacción que
el más caro de los regalos. De todo ello se deriva la necesidad de tener precauciones con la
tentación de caer en el miserabilismo cuando se trabaja con sectores pobres (es decir, la
tendencia a ver a los pobres como miserables). Sonia Muñoz (1994: 92-97) argumentó, al
contrario y a partir de su estudio en el barrio El Diamante de Cali, que dentro de la evidente
diferencia en la posibilidad de obtener bienes, los hogares de los sectores con menos recursos
son, sin embargo, capaces de hacerse a algunos bienes, e incluso a mostrar cierta desmesura y
abundancia: la diferencia puede ser en la calidad y la forma de su obtención (objetos inservibles
para otros, provenientes del reciclaje), en su estética (eclecticismo asociado a lo “kitsch”), a su
142
punto están en juego capacidades adquisitivas muy distintas entre las diferentes parejas
de acuerdo a su distribución por barrios de diferente condición socio-económica.
Sin embargo, como ya se enfatizó antes al comentar el caso de Eduardo Santos, dentro
de la categoría o del tipo de alta reciprocidad pueden estarse cobijando dos situaciones
muy diferentes: por un lado, aquellos casos en que realmente se trata de parejas con alto
flujo de intercambio recíproco y con escasas marcas de género; por otro, aquellos casos
en que se trata de parejas que tienen un muy escaso o casi nulo flujo de regalos.
Mientras que los 3 casos de Capri que colocamos en esta categoría suponen altos
volúmenes de intercambio, sólo 2 casos del barrio Eduardo Santos tiene esa
característica: los otros 3 son casos con muy baja frecuencia de regalos (de cualquier
tipo)101.
asociación con la riqueza misma (ya que puede empeñarse, tener un valor de cambio
inmediato). Ahora bien, ella misma señala cómo hay objetos muy apreciados, amados casi, que
ofrecen una inmensa gratificación a las mujeres de estas casas, como suelen ser las matas (las
cuales están asociadas a su vez a fuerzas que las sobrepasan, de tipo mágico-religioso, a su
carácter de dadoras de vida, etc.).
Otro elemento a tener en cuenta es que, los restantes casos de Eduardo Santos están en el tipo
101
se observa que se trata de una forma de hacer circular la ayuda y la colaboración mutua,
de esa especie tan común (pero tan ignorada, incluso por los economistas) de préstamos
intrafamiliares que funcionan a menudo como sustitutos del mercado de capitales (cf.
Weiss 1993: 237). En este caso, por ejemplo, se observa que se da dinero para adquirir
objetos específicos o para cubrir determinadas obligaciones económicas (el pago de la
matrícula en la universidad de la esposa, el pago de una deuda o la compra de una
nevera)103.
con toda la buena fe del mundo, para apoyar a un esposo en mejor condición o con mejores
perspectivas en su carrera profesional, en una especie de ofrenda u oblación sacrificada, o por
adherencia a una determinada visión de la división del trabajo por sexo, obteniendo a cambio
cierto confort moral. Esa “colaboración” puede ser, a la inversa de la colaboración del marido
en las tareas domésticas, más determinante para la propulsión de la carrera del esposo. En
algunas carreras profesionales esa ayuda con el tiempo es especialmente importante y
determinante (por ejemplo, en el caso de la “montadora” de cine casada con un director de
películas que ella estudia), pues, a diferencia de otras profesiones (como la de los maestros de
escuela), sus horarios y demandas de esfuerzo se ajustan poco a la vida familiar, por lo que las
responsabilidades a ella asociada deben ser asumidas por el otro cónyuge.
103
Hay que tener en cuenta que las redes de seguridad económica (aquellas que ofrecen bienes, o
capacidad de prestar, lo que nosotros llamaríamos un “colchón económico”) están distribuidas
de forma diferenciada de acuerdo con el tipo de familia: se ha mostrado que los hogares con
cabeza femenina en que no está el esposo presente suelen, además de tener menos ingresos y
menos patrimonio y bienes acumulados, disponer de menos capacidad de endeudamiento (pues
hay más desconfianza de los que prestan) que los hogares donde están presentes los dos
cónyuges. Así, a la incapacidad interna, se junta la incapacidad externa (cf. Ozawa y Lee 2006),
lo que no puede sin embargo observarse en nuestro estudio.
144
r vestido de
baño, viaje
internacional,
perfume, reloj
de pulso,
navaja
Capri 5 Ambos Ambos Ambos Simila Igual Ropa, Reloj, dinero,
r zapatos, vacaciones,
bolsos dulce, cena,
pago de
universidad,
tarjetas,
minutos de
celular, arreglo
de uñas, Spa,
“consentirlo el
fin de semana”
Chimi 25 Ambos Ambos Ambos Igual Igual Ropa, Reloj*,
. perfumes, tarjetas, fiesta
zapatillas
Chimi 26 Ambos Ambos Ambos El + Ella + Ropa, Dinero, flores,
. zapatos perfumes,
bisutería,
invitación a
comer
Chimi 27 El El El Simila El + Ropa, dulces Perfume,
. r joyas, billetera
Chimi 28 Ella Ambos Ambos ¿? Simila Ropa interior, Cena en la
. r perfume, casa, máquina
reloj de peluquear,
joyas
Chimi 29 Ambos Ambos El Simila Ella + Ropa, dinero,
. (ella +) r perfume,
fiesta, paseo
en grupo,
almuerzo, beso
Chimi 30 El El El Simila El + Ropa Flor, peluche,
. r tarjeta, dinero,
fiesta,
productos
aseo,
chocolate,
beso
Chimi 31 Ella Ambos Ella El + El + Frutas, reloj
. despertador
Chimi 32 Ambos Ambos Ambos Ella + Ella + Ropa, ropa Zapatos,
. interior, invitaciones a
dulces comer,
perfumes,
tarjeta
145
Establecidos los tres tipos básicos, ahora puede tratarse de encontrar algunas
características comunes entre todos los casos que en ellos se engloban. Para ello,
seguimos cada una de los ítems que encabezan las columnas del cuadro: jefatura de
hogar, ingreso, trabajo remunerado, nivel educativo y edad. Pero antes recordemos
primero cuál es la distribución de los tres tipos: 7 parejas tienen un alto nivel de
intercambio de regalos (fondo gris oscuro), 5 parejas tienen reciprocidad pero con
marcas de género (fondo gris claro) y 10 parejas alta reciprocidad (fondo blanco).
146
1. Si observamos por el tipo de jefatura, se encuentra que en todos los casos de baja
reciprocidad en los regalos hay jefatura de uno de los cónyuges: en 6 casos del esposo,
en 1 de la esposa –que es uno de los dos casos de jefatura femenina de nuestro estudio:
recuérdese que se trata, en particular, de una situación especial de una pareja de
Chiminangos donde el papel del hombre ha quedado relegado y subsumido en el de la
esposa; se trata casi de la situación de un hombre emasculado–. En este tipo no hay
casos de jefatura compartida.
En cuanto a los casos de alta reciprocidad, nos encontramos con todas las opciones: en 5
casos con jefatura masculina (1 en Capri, 4 en Eduardo Santos), en otros 4 con jefatura
compartida (2 en Capri, 1 en Chiminangos y 1 en Eduardo Santos) y, en un último caso,
femenina (Chiminangos). Sin embargo, si distinguimos entre las dos posibles
situaciones presentes en el barrio Eduardo Santos (ya que bajo la misma categoría se
engloba a los que no se regalan y a los que sí se regalan y con alta reciprocidad), vemos
que los que se regalan con alta reciprocidad son de jefatura masculina (1 caso) y de
jefatura compartida (1 caso). La reflexión que apuntábamos en el punto anterior (que a
mayor nivel socio-económico, menos dificultad para asumir posiciones más igualitarias
entre los cónyuges), viene a ser matizada por lo que sucede en el caso del barrio
Eduardo Santos.
2. Si observamos por el tipo de ingresos del hogar (ingreso de uno de los cónyuges o de
los dos), vemos que en los casos de baja reciprocidad dominan los ingresos de un
cónyuge (5 casos) y que sólo en dos casos el ingreso es de ambos (en uno de ellos, de
Eduardo Santos, ella obtiene mayores ingresos que el esposo; el otro es un caso de
Chiminangos).
En cierta forma se puede decir que el tipo de ingreso es más significativo que la jefatura
a la hora de encontrar características coincidentes en cada uno de los tres tipos: cuando
se encuentran ingresos de un solo cónyuge, se detecta cierta tendencia a que haya menos
reciprocidad; cuando se encuentran ingresos compartidos, la tendencia es a mayor
reciprocidad.
3. Cuando nos fijamos en quién dispone de un trabajo remunerado (de él, de ella o de
ambos), observamos que, en los casos englobados bajo el tipo de baja reciprocidad en
los regalos, en 5 parejas es el esposo quien tiene un trabajo remunerado (3 en
Chiminangos y 2 en Eduardo Santos), mientras que en los otros 2 casos (uno en cada
uno de los antedichos barrios) el trabajo remunerado es de la esposa.
En cuanto a los casos que caben dentro del tipo de reciprocidad con sesgo de género,
vemos que en 3 casos se trata de parejas en que quien dispone de trabajo remunerado es
el esposo y en los otros 2 casos de parejas donde ambos trabajan (ambos del barrio
Chiminangos).
En cuanto a los casos de alta reciprocidad, se observa que en 8 de los 10 casos ambos
esposos tienen trabajo remunerado y sólo en 2 casos es el esposo quien lo tiene (ambas
son parejas del barrio Eduardo Santos).
4. Atendiendo al nivel educativo relativo entre los cónyuges, se observa que, en el caso
de las parejas con baja reciprocidad en los regalos, dominan los casos en que se trata de
niveles educativos iguales o similares (5 casos), seguidos de aquellos casos en que es el
esposo quien lo tiene más alto (2 casos, ambos de Chiminangos).
En el caso de los que caben dentro del tipo de reciprocidad con sesgo de género, se
observa que dominan los casos de igualdad o similitud (3 casos, 1 en Capri, 2 en
Chiminangos), mientras que los dos restantes se dividen entre mayor nivel educativo del
esposo (Capri) y de la esposa (Eduardo Santos).
Finalmente, dentro del tipo de alta reciprocidad, se detecta que dominan los casos en
que tienen un nivel educativo similar (4 parejas, 3 de Capri y 1 de Eduardo Santos),
seguidos por los casos en que el esposo lo tiene más alto (3 casos, 1 de Chiminangos y 2
de Eduardo Santos) y en dos casos es superior el de la esposa (2 casos, ambos de
Eduardo Santos)104.
En cuanto a la reciprocidad con sesgo de género, se observar que en 3 casos tienen edad
igual (2 del barrio Capri, 1 de Chiminangos) en los 2 restantes ella tiene mayor edad
(ambos de Chiminangos).
Como en el punto anterior, no parece existir una correlación estrecha entre la edad
respectiva y el tipo de intercambio de regalos.
Resumiendo, parece que los factores más significativos son la asociación de los
miembros de la pareja con los ingresos y con la tenencia de un trabajo remunerado: a
mayor igualdad en este punto, mayor reciprocidad en los regalos que entre ellos se
hacen. Si, además, tenemos en cuenta que el tener trabajo remunerado se asocia
negativamente con la participación en las labores domésticas (lo que es evidente
especialmente en el caso de los esposos), podemos entender la forma en que en algunos
casos se consolida una diferenciación de género en el hogar y la presencia de una
mínima reciprocidad en los regalos entre los esposos; de forma provisional puede
decirse, además, que, en los casos con menor condición socio-económica, sólo la mayor
igualdad de ingresos y trabajo remunerado entre los cónyuges les hace participar de
relaciones más equitativas en términos de los regalos. Sin embargo, cualquier relación
mecánica debe ser evitada, pues encontramos casos con alta diferenciación de género en
las responsabilidades y tareas pero con altos niveles de reciprocidad entre cónyuges.
149
Como explica Heath Pearson (2000, 2002), durante todos aquellos años estas dos
disciplinas se miraban entre sí y discutían posibles interpretaciones de la economía;
discusiones en que era una piedra de toque la forma en que debía ser interpretada la
“economía primitiva”. Las interpretaciones iban desde la atribución a los hombres
primitivos de una mente distinta de la moderna, y en concreto la carencia de una
mentalidad instrumental [Homo Erroneus], hasta la que veía en el hombre primitivo
también a un Homo Economicus, pasando por las interpretaciones que reconocían en el
primitivo el recurso deliberado a la racionalidad, pero sin participar de los objetivos
hedonistas de los hombres modernos [Homo Gustibus]; cf. Pearson 2000: 938). Este
programa de investigación dejó de funcionar a mediados del siglo XX105 a raíz de la
diferenciación cada vez mayor, entre las ciencias sociales, del dominio respectivo de
métodos y teorías ortodoxas opuestas entre sí (la teoría neoclásica y el marginalismo en
economía, el culturalismo y el particularismo histórico en antropología), de tal manera
que incluso corrientes menos dominantes que podrían haber entrado en contacto con la
otra disciplina no lo hicieron –como el caso del institucionalismo en economía, o de los
formalistas en antropología– (Pearson 2000: 972-978; 2002: 276-279; para el caso de la
“revolución formalista” en economía a mediados del siglo XX, y el consecuente fin del
pluralismo que había dominado entre las dos guerras mundiales, cf. Blaug 2003). Pero
no sólo dejó de funcionar, sino que incluso se olvidó que hubo autores que estuvieron a
medio camino entre la una y la otra disciplina y cuyas obras estuvieron inspiradas en ese
debate (como el mismo B. Malinowski106 o, incluso, de Émile Durkheim y sus
105
Para James Ferguson (2000), comentarista de la ponencia, esta separación se habría
producido sobre todo en los años sesenta, precisamente cuando floreció la antropología
económica y cuando en su seno más se discutió sobre la posibilidad de aplicar la teoría
económica occidental a otras regiones, sociedades y culturas.
106
Aunque se ha criticado a la antropología por separar de manera radical los sistemas
occidentales de los del resto de los pueblos (cf. Lie 1997: 347-348), eso no ha sido siempre así
ni fue la posición de los primeros antropólogos. Por ejemplo, Alfred Kroeber ofrece
descripciones de los Yurok de California (en el Handbook of the Indians of California,
Government Printing Office, Washington DC, 1925) en las que estos aparecen como tan hábiles
comerciantes e interesados en el dinero como nosotros (cf. Heath y Potter 2005: 303-304). Por
otra parte, la no separación tempo-espacial entre intercambios de bienes o el comercio y los
intercambios de elementos asociados al regalo o a los circuitos de intercambio ritual, el kula que
se produce en las islas al oriente de Nueva Guinea es un buen ejemplo, como bien mostró
Malinowski (1920: 97-98; 1975 [original 1922]: 353-355): al lado de los intercambios de esos
objetos preciosos (pero “inútiles” pues ni siquiera se los usaba como adornos) que eran los
collares y brazaletes que circulaban sin descanso entre asociados en el anillo kula, se producen
intercambios de alimentos y otros bienes de uso cotidiano (susceptibles de regateo, aunque estos
no se intercambien nunca con el “asociado” con quien se hace kula y se distinguen formalmente
de los otros). Esa coexistencia no implicaba que hubiera un único sistema de equivalencia entre
todos los objetos, entre los de Kula y los del trueque más prosaico (“comercio secundario”, lo
llama Malinowski 1975: 111-112), puesto que los primeros estaban asociados a percepciones y
valoraciones relativas tanto a los objetos ofrecidos como de las expectativas de posesión de los
bienes que, se sabía, tenía el “asociado” (el valor estaba en “su misma circulación y a su
carácter especial”, puesto que tenían un efecto confortador; Malinowski 1975: 499-500), al
tiempo que los segundos estaban sujetos a suplir necesidades y a intercambios de productos
entre zonas complementarias (Malinowski 1975: 350-51). Mauss (1971: 179-192) sintetiza y
comenta los hallazgos de Malinowski, destacando la idea que retoma de este autor acerca de
“estudiar y observar el comportamiento de seres totales y no divididos en facultades” (Mauss
1971: 260). Una crítica moderna, y la propuesta de un modelo alternativo se encuentra en Pierre
Bourdieu (1997a).
152
107
Durkheim, en el libro Las formas elementales de la vida religiosa (1912), tras afirmar que
todas las instituciones sociales surgen de la religión, explica, en una nota de pie de página que:
Sólo hay una forma de la actividad social que aun no ha sido expresamente relacionada con
la religión: la actividad económica. Sin embargo, las técnicas, que derivan de la magia,
tienen, por eso mismo, orígenes indirectamente religiosos. Y además, el valor económico es
una especie de poder, de eficacia, y ya conocemos los orígenes religiosos de la idea de
poder. La riqueza puede conferir mana, de manera que lo tiene. Por ahí se adivina que la
idea de valor económico y la de valor religioso tienen que tener alguna relación. Pero aún
no se ha estudiado cuál es la naturaleza de esa relación en concreto (Durkheim 1993: 655-
656)
Marcel Mauss, sobrino, discípulo primero y después colega de Durkheim, desarrollaría de forma
tentativa algunas ideas sobre del origen religioso de la “moneda” –en tanto que cargada de
prestigio social en la forma de reputación mágica–, mostrando su existencia entre pueblos más
primitivos pertenecientes a diferentes áreas geográficas (África, Melanesia, Australia y
Norteamérica) en una conferencia impartida, por la misma época, en el Institut Français
d’Anthropologie: “Les origines de la notion de monnaie” (1914; cf. También Collins 2005:
115). Mauss observaba que los hechos religiosos y económicos estaban estrechamente
vinculados en muchas de las acciones rituales que emprendía estos grupos, al igual que eran los
objetos sagrados los que les servían como medida de valor:
Esta puede ser la perspectiva por medio de la que se pueden representar las formas
primitivas de la noción de moneda. La moneda –sea cual sea la definición que se adopte– es
un valor estándar, y es igualmente un valor de uso que no es fungible, que es permanente,
transmisible, que puede ser objeto de transacciones y de usos sin deteriorarse, y que además
puede ser el medio de procurarse otros bienes fungibles, transitorios, intereses y
prestaciones. El talismán y su posesión han jugado, quizás aun entre nosotros, pero
seguramente en las sociedades más primitivas, ese papel de objetos igualmente codiciados
por todos, y cuya posesión confería a su poseedor un poder que se convierte fácilmente en
un poder de compra. […] El poder de compra de la moneda primitiva es, antes que nada, a
nuestro entender, el prestigio que el talismán confiere a quien lo posee y de quien se sirve
para mandar a los demás (Mauss, 1914: 7 y 8).
En buena medida, sin embargo, por detrás de estos intercambios había sobre todo dimensiones
prácticas, y no sólo comunicativas: “La gente habla sobre todo ‘para actuar’ y no solamente
para comunicar” (Mauss, citado por Bourdieu 2004: 17).
En este sentido, podría pensarse que el feminismo viene a suceder, después del lapso de
los cuarentas a los setentas, a la antropología como una línea de interpretación que
interpela los modelos dominantes, enlazando con corrientes internas menos dominantes
–institucionalismo–...
El gran mérito del método funcionalista de[l libro “Los argonautas del
Pacífico Occidental” de] Malinowski (1922) siempre ha sido que se debe
reflejar lo que la gente hace en sus vidas, no lo que a los intelectuales les
gusta escoger en sus teorías. (Hart 2003: 425).
ese sentido, la vida económica no escapa a esta necesidad, como muestran las muchas
ritualizaciones asociadas a las transacciones económicas capitalistas (Bellah 2005: 202).
Sin embargo, pareciera que, incluso para los economistas más críticos de las corrientes
dominantes de su disciplina, esa idea fuera de difícil recibo. Por ejemplo, en un texto lleno de
ironía, Donald McCloskey (1991) trata de establecer una clara distinción entre la economía y la
magia: mientras que esta última reflejaría una forma infantil y primitiva de ver el mundo –de tal
forma que, gracias a meros procedimientos técnicos, no sólo podría predecirse el futuro sino
incluso modificarlo–, la economía debería tener clara conciencia de sus limitaciones prácticas y,
en especial, de sus escasas capacidades de previsión y de transformación del mundo.
Evidentemente, McCloskey critica de esta forma a los economistas que pretenden fungir como
profetas, a aquellos que se dejan tentar por la “nostalgia por la magia” (la economía marxista o
la burguesa, por ejemplo; cf. McCloskey 1991: 298). Aparte de la presentación de algunas
referencias empíricas a la práctica actual de la economía como magia, es también significativo
que este texto no aparezca publicado en una revista de economía, en las que sí ha reiterado sus
críticas de usos mecánicos de procedimientos técnicos (¿mágicos?) y poéticos (la metáfora que
constituye cualquier por derecho modelación) por parte de los economistas (entre varios textos
de esta economista ahora llamada Deirdre, cf. McCloskey 1995 para las relaciones entre
economía y metáfora; McCloskey 2004 para el papel de la sociabilidad y de las formalidades
rituales en las transacciones económicas; y, para los recursos técnicos, McCloskey y Ziliak
1996).
108
En sus comentarios a esta ponencia, Philip Mirowski (2000) plantea una versión distinta de esta
historia, haciendo mayor énfasis en el caso del mundo anglosajón: opuesta a la escuela de
economía institucional (al estilo de Thorstein Veblen, figura paterna y central, cf. Hodgson
2005: 23), que habría sido dominante hasta los años cuarenta en Estados Unidos, la economía
neoclásica trató de separar de sus análisis a la cultura, a la que dejó como ámbito de estudio para
la antropología; ello sería así por lo menos hasta los años sesenta, en que se recuperan temas
que había abandonado al preocuparse exclusivamente por el mercado económico en sentido
estricto. Para Mirowski (2000: 930-931), la antropología económica y la economía nunca
habrían estado tan juntas en sus preocupaciones e intereses, pero desgraciadamente ignorándose
entre si. Por otra parte, Jane I. Guyer (2000), otra de las comentaristas, recomienda que ni la
economía abandone la diferencia en sus análisis, ni la antropología abandone el estudio de la
razón, del cálculo y de la racionalidad que puede existir en los comportamientos económicos de
los pueblos que investiga. Finalmente, Keith Hart (2000), otro de los comentaristas, plantea que
también la antropología económica ha quedado presa a menuda de los paradigmas culturalistas
a-históricos de la etnografía, con figuras como Karl Polanyi, y olvidando a figuras que serían en
todo caso más sugerentes, como el mismo Max Weber. Hay que recordar que, ya a inicios de los
años treinta, un autor como el sociólogo François Simiand (1932), alumno de Durkheim que,
como éste, fue influenciado por la escuela histórica alemana, criticó de forma furibunda lo que
llamaba la economía conceptual o ideológica que se imponía y generalizaba entre los
economistas –a la que oponía su economía positiva que recurría metodológicamente a una
estadística y a una historia fundamentadas–, y que era consciente, sin embargo, de que el
154
Sin embargo, ha habido tendencia a rechazar de manera demasiado rápida los aportes
que las teorías económicas dominantes podrían hacer. Por ejemplo, el mismo
Malinowski atacó a un hombre económico simple e ignoró la pluralidad de teorías que
coexistían, polémica y contradictoriamente, en ese momento dentro de la economía (cf.
Hart 1986)109. Es por eso que, desarrollándolo a partir del caso de la moneda, Keith Hart
enfatiza cómo ella tiene dos caras, cargando cada una de ellas características distintas
pero al mismo tiempo necesarias: cara y cruz, estado y mercado, relación personal y
valor de cambio... “El dinero es al mismo tiempo un aspecto de las relaciones entre
personas y cosas y una cosa separada de las personas”110. Igual que en las sociedades
usualmente estudiadas por los antropólogos, también en las nuestras coexisten ambas
formas puesto que no todas las transacciones tienen el mismo trasfondo social111.
siempre insistió en el carácter empírico de la antropología, por lo que era poco dado las
abstracciones teóricas (cf. Barth 2005: 22 y ss.).
110
Algunas formas modernas de la moneda –como el dinero plástico, el acceso a créditos, etc.–,
y contra lo que suele interpretarse, retoman aspectos de la relación entre personas: a efectos de
control (fiscal, seguridad, etc.) es necesario identificarse al usarla, por ejemplo (Hart 1986: 638-
639). La revolución informativa habría facilitado en todo caso la rapidez y agilidad para la
identificación, para la “personalización” del dinero, no para otorgar anonimato en las
transacciones (Hart 1986: 642).
111
Para el caso del mercado, cf. en Lie (1997) una revisión de las diferentes formas en que la
sociología se ha acercado a su estudio y de las dificultades en poner en discusión algunas de las
preconcepciones que sobre él se tienen. Por su parte, la antropología misma ha tendido a
constituir en sus modelos dos núcleos duros (el parentesco y la economía) asumidos como
dicotómicos y, por tanto, procediendo a: o bien ignorar a uno de ellos en detrimento del otro, a
bien tomar a uno como más importante que el otro –ya sea subsumiendo el parentesco a la
economía, ya sea a la inversa–. De esta forma, desgraciadamente, no se observar la forma
particular en que, en cada caso en concreto, se combinan y se separan -o pretenden separarse,
como en la economía capitalista– a la hora de establecer un determinado orden social (cf.
Strathern 1985).
112
Según Bourdieu (1997b: 64), al no preocuparse por la génesis histórica de la “conducta
económica”, tal y como la definen los economistas a partir de la teoría de la acción racional,
ellos se arriesgan a hacer desaparecer, “paradójicamente, toda pregunta sobre las condiciones
económicas de la conducta económica, prohibiéndose de esta forma descubrir que existe una
génesis individual y colectiva de la conducta económica socialmente reconocida como racional
en ciertas regiones de ciertas sociedades de una época determinada y, con ello, de todo aquello
que designan las nociones, aparentemente incondicionadas, que ella coloca en su base:
necesidades, cálculo o preferencias.”
156
Desgraciadamente, según alguno de sus críticos (en lo que sigue retomamos a Olivier
Favereau 2005), en su afán de crítica de la disciplina económica dominante, Bourdieu
termina por hacer algo más grave que eso que él denuncia: más allá de lo anecdótico
que es el hecho de recurrir en su sociología al lenguaje económico y, al mismo tiempo
de la denuncia ritual de las discrepancias metodológicas respecto de la economía,
Bourdieu trata de construir su versión de la sociedad sobre los mismos principios
teóricos de aquella, pero esta vez en términos más generales y absolutos que los que
pone en funcionamiento la economía ortodoxa: en la edificación de una teoría de la
reproducción, al mercado se lo substituye por el “campo” (en un razonamiento de
competencia imperfecta del que participan también muchos economistas en su lógica de
la coordinación del mercado), cada uno de los campos con su capital y estrategia
específicas, y a la racionalidad individual por el “habitus”, de tal forma que “incluso allí
donde las sociedades humanas tienen intereses diferentes de los económicos (strictu
sensu), no tienen otra lógica que la económica (largo sensu)” (Favereau 2005: 312)114.
113
Que esa transposición del campo económico hacia otros no es tan fácil, y la gente trata de
mantener de forma rígida las fronteras, se evidencia cuando se traslada algún bien del mercado a
otro ámbito: i. e., a los regalos se les quitan los precios (Bourdieu 1997b: 57).
114
Favereau completa su crítica a Bourdieu mostrando cómo dominan en sus textos las
referencias a las teorías económicas ortodoxas, evita los mismos caminos delicados que pondría
en cuestión a esa misma economía, y tiene la misma tentación de imperialismo intelectual –la
pretensión por lo universal– (Favereau 2005: 313 y ss., 358-360).
157
Estas son las palabras con que el economista Yoram Weiss introducía hace más de una
década un libro (Economics of the Family de A. Cigno, 1991) que presentaba los que
este autor estimaba, hasta entonces, a inicios de los años noventa, que eran los recientes
desarrollos de la economía de la familia115. Tras rescatar las virtudes del texto que
reseña, Weiss reclama que, sin embargo, no existe aún un esquema analítico unificado y
relativamente simple para dar cuenta de las diferentes facetas de la economía de la
familia, un modelo de interpretación de los diferentes “movimientos conjuntos”
[comovements] entre matrimonio, fertilidad, escolaridad, fuerza de trabajo y divorcio116.
115
Sin embargo, se trata de una versión poco precisa de la historia. Por no poner sino un
ejemplo, quizás el texto más destacado dentro de lo que se conoció como la “Escuela de
Chicago sobre economía de la familia” sea el libro Economics of Household Production (1934)
de Margaret G. Reid, destacada alumna de Hazel Kyrek (a su vez autor de Economics Problems
of the Family de 1933); cf. Katz 1997: 40, n. 3. Pero aún antes, desde principios del siglo XIX,
fueron muchas las ediciones de libros en que se enseñaban las buenas formas de mantenimiento
de la casa y del manejo de las finanzas del hogar (aunque se trataba de manuales que
usualmente estaban dirigidos especialmente a las mujeres).
116
Es desde los años sesenta que la corriente dominante de la economía, la neoclásica, parece
que pasa a ocuparse de temas que están más allá de la esfera del mercado propiamente dicho;
entre los temas predilectos va a estar el de la familia (cf. Baron y Hannan 1994: 1112. 1121;
Mirowski 2000: 926-927) y con autores de reconocido prestigio como Gary Becker y Jacob
Mincer. Hoy nos encontraríamos ya en la tercera generación de la Nueva Economía de la
Familia. El artículo de Baron y Hannan enfatiza cómo las influencias de la economía en la
sociología se han dado prioritariamente en aquellos campos tradicionalmente ocupados por la
sociología (p. e., la familia); las influencias inversas son menos evidentes (Baron y Hannan
1994: 1113). Eso no quiere decir que la sociología no haya intentado ocuparse de campos que,
como el mercado, habrían sido objeto de la economía (por ejemplo, cf. Lie 1992 –sobre los
“modos de intercambio”– y 1997 –sobre la “sociología de los mercados”, donde hace fuertes
críticas a las aproximaciones neo-clásicas de la economía–; para resumenes de las principales
tendencias de la “sociología económica” y de sus diferentes versiones, así como de sus temas de
interés prioritario en contraposición con la economía, cf. Block 2000; Granovetter 1985;
Swedberg y Granovetter 1992; Swedberg 2000), en lo que Baron y Hamman dan en considerar
como “imperialismo sociológico”. En el caso de la sociología francesa de mediados de los años
noventa, la aproximación a temas que eran tratados preponderantemente por otras disciplinas
sociales era propugnada por los sectores más dominados de la disciplina (Lebaron 1997: 21).
158
Más de una década después, esta temática sigue siendo un centro de atención para los
economistas, con la continua aparición de publicaciones de artículos sobre este tipo de
temas en las principales revistas de economía, así como con el ofrecimiento de cursos
en las universidades (Lam 2005).
En general ha existido cierta dificultad en compaginar analíticamente el mundo de la
economía con el de la vida familiar117 (para una reflexión sobre las dificultades en
asumir esta combinación, cf. Zelizer 2005). La idea de que existe una dicotomía entre el
egoísmo total del mercado y el altruismo total de la familia ya fue planteada por primera
vez, si no antes, por Adam Smith en 1776 (cf. Folbre 1992: 109-112; Strassmann 2004:
89 n. 7)118. En buena medida esa idea se traslado al estudio de los pueblos no-
117
De acuerdo con Sue Llewellyn y Stephen P. Walter (2000), la contaduría, por ejemplo, no
considera el espacio privado de los hogares como un posible ámbito a ser investigado, aun
cuando es interesante, según ellos, ver a la contabilidad como un elemento que hace de interfaz
entre ámbitos de existencia diferentes, en este caso público y privado, como un intermediario
que permite traducciones entre esferas distintas. Desgraciadamente, señalan tras estudiar los
manuales de enseñanza de contabilidad doméstica, se asume que esa traducción sólo puede
hacerse en dinero (y así lo asume la contabilidad también, influenciada por la economía).
Además, se acepta que debe tenerse en cuenta el elemento de género: pues la contabilidad se
plantea como una forma de moderar los defectos que las mujeres imponen a las contabilidades
de los hogares, lo que se desprende del estudio de las cartillas y libros de capacitación para la
administración del hogar: se asume que son ellas las que se deben encargar de la administración
del hogar y que deben hacerlo desde determinadas perspectivas y técnicas (plan de gastos,
balances de ingresos y gastos, etc.) similares a las usadas a las empresas, y las cuales les
proporcionan los “hombres”, quienes sí saben administrar bien el dinero en su conjunto (aunque
se admite que las mujeres saben manejar muy bien las “monedas”) y no como las mujeres,
demasiado sentimentales, emocionales y manipulables (todo ello supone, además, que tienen
sesgos evidentes sobe la dependencia económica de la mujer como un punto de partida del
análisis). Los hombres se encargarían así de “controlar” a unas mujeres que deben acomodarse a
la contabilidad traída de afuera (Llewellyn y Walter 2000: 464). Incluso en aquellos casos en
que ella gana más y es la que soporta los gastos de la casa de forma dominante, ellos muestran
que debe hacer sentir al hombre que él es quien está a cargo, por lo menos en última instancia,
así no se llegue hasta esa última instancia. Por otra parte, se asume que el hogar es sólo
consumidor, por lo que se pretende sólo capacitar para consumir adecuadamente, no para
producir (lo que deja por fuera las actividades productivas de las mujeres o al trabajo
doméstico); igualmente, parten de una concepción de los hogares como unidades discretas y con
distribución equitativa en su seno. Finalmente, Llewellyn y Walter (2000: 470) muestran cómo,
dado que sus actividades como manejadoras de dinero en el hogar no son visibles hacia el
exterior, la mujer no puede sentirse realizada con una actividad que tiende a asociar a hombres y
manejo de dinero; igualmente, sus habilidades como manejadora de dinero en la casa no pueden
ser usados en el mercado laboral, pues su práctica cotidiana no les otorga un título, ni les da el
más mínimo reconocimiento el hecho de que haya manejado y gestionado adecuadamente una
casa.
118
Según Nancy Folbre (1992), la economía política clásica no hizo del “sexo” una
preocupación principal de sus debates, aunque tampoco dejó de estar presente en sus
discusiones ya fuera desde una perspectiva moral conservadora (en Mandeville o Adam Smith,
por ejemplo, para quienes la vida familiar debía estar alejada del cálculo racional egoísta y del
libre mercado), como reformista y contra el orden patriarcal dominante (como en el caso de
Francis Hutcheson, quien fuera maestro de Smith, o de Jeremy Bentham, James Mill, Francis
Place y John Stuart Mill, quienes mantuvieron participaciones activas en los movimientos de
mujeres de la época). Para un repaso sobre la forma en que los economistas clásicos tuvieron en
cuenta o no el papel de las mujeres y del trabajo doméstico en la economía, y los debates que
entre ellos se produjeron, cf. Dimand, Forget y Nyland (2004); para la reflexión específica sobre
159
Sin embargo, la tendencia en la economía más establecida es, más bien, a plantear el
estudio de la familia en primer lugar desde sus dinámicas internas y luego, en una
segunda etapa, como una unidad que actúa al unísono respecto de las dimensiones
externas.
Adam Smith y la improductividad del trabajo familiar, pero con matices sobre su tratamiento
más fino del tema, así como del papel de las mujeres en la evolución de la economía, en algunos
de los textos menos conocidos de este autor –como en sus Lectures on Jurisprudence, 1762-
1764)–, véanse las pp. 230-232 de este artículo.
119
Cf. Collins 1992. Según este autor (Collins 1992: 91-92), para Weber, “en virtualmente todas
las sociedades premodernas hay dos conjuntos de creencias éticas y prácticas bien distintos. En
el interior del grupo social, las transacciones económicas están estrictamente controladas por
normas de justicia, estatus y tradición: en las sociedades tribales, por intercambios ritualizados
prescritos por el parentesco; en India, por las reglas de las castas; en la Europa medieval, por las
contribuciones requeridas por el señor o por la gran propiedad eclesiástica (…) En cuanto a los
extranjeros, sin embargo, la ética económica está en el extremo opuesto: la estafa, el cálculo
interesado de los precios y el préstamo con intereses exorbitantes son la regla. Ambas formas de
ética son obstáculos para un capitalismo racional y a gran escala…” (para la distinción entre la
“moral de grupo” y la “moral respecto de extranjeros”, cf. Weber 1997: 299). En todo caso,
Weber “tendía a tratar la organización de la familia como un conjunto de variaciones sobre la
propiedad de las relaciones sexuales y por las transacciones materiales y las apropiaciones con
que estaban fundamentalmente asociadas…” (Collins 1992: 106-107, n. 16).
160
Un ejemplo primero de este planteamiento está a cargo de esa economista que, desde los
años treinta del siglo XX, junto a su maestro Hazel Kyrek, investigó sobre la economía
doméstica, es el que se refiere a la forma en que las familias ahorran (y que ellos
consideraban un aspecto importante de la producción). En un texto de principios de los
años setenta, Margaret R. Reid plantea que habría tres modelos básicos para pensar el
ahorro en el seno de las familias:
Reid (1970: 379) reclama, evidentemente, tener en cuenta otras fuerzas externas, como
los programas de seguridad social, los planes de retiro individuales o la economía
relativa de acuerdo al estatuto de ocupación, etc., pero en una segunda etapa.
Otro ejemplo, más reciente: de acuerdo con la propuesta de Marilyn Manser y Murray
Brown (1980), habría tres grandes formas de estudiar la dinámica de las tomas de
decisiones en el seno de la familia (uno de los ámbitos predilectos para la discusión de
este tipo de temas):
121
Por otra parte, y haciendo énfasis en las relaciones matrimoniales, Man Yee Kan y Anthony
Heath (2006: 71-73) identifican cuatro modelos básicos para interpretar las relaciones entre
esposos: la que lo trata como una unidad que se organiza para maximizar ingresos y reducir
gastos (a la Becker en economía, o Downs en política) y que supone especialización en su seno;
la teoría de los recursos, en la que cada uno de los cónyuges espera obtener el máximo beneficio
o utilidad personal de la familia (con autores como Blood y Wolfe); la que establece que en las
anteriores se olvida el sesgo que introduce el género, que es un valor no neutral: por ejemplo,
cuando la mujer gana más que el marido, ella sin embargo trata de “compensar” su situación
privilegiada para acogerse a los valores y estereotipos de género (minimizando sus aportes,
asumiendo también el trabajo en la casa y los roles tradicionales…, todo lo que se llama “hacer
género”) (con autoras como Brines, Bittman, England, Folbre…); y, finalmente, la teoría de la
preferencia (Hakim) que establece la existencia de diferencias entre las mismas mujeres en
términos de preferencias (por la casa, el trabajo, o simplemente ambigüedad acerca de lo que se
quiere) y la forma en que se adaptan mutuamente las parejas.
122
Este artículo de Pollak es una feroz crítica a los intentos de despreciar –por parte del
feminismo y el marxismo– las interpretaciones económicas de la familia que son acusadas de
omitir o descuidar algunas variables, como las relaciones de poder. Aunque, acepta Pollak
(1994: 151-152), algunas de esas críticas tienen razón y han obligado a refinar los modelos
económicos –introduciendo, si no directamente el término “poder” (que debe ser tomado en
serio), sí otros conceptos como los de “institución” y “prácticas, o “preferencias” y “valores” a
la hora de entablar regateos en el seno del hogar a partir de las socializaciones diferenciadas
(por ejemplo, en términos de género, estando las mujeres menos predispuestas a mantener
posiciones duras en la negociación) y de las interacciones producidas en el matrimonio, como
162
La primera habría sido la dominante hasta mediados de los años noventa; las otras, las
basadas en la teoría de juego, pese a recurrir a los elementos de la teoría económica
convencional (optimización individual), han sido tratadas sin embargo como periféricas
y no se habrían incorporado a la teoría económica general (Strassmann 2004: 89 n. 8)123.
Quizás uno de los autores que más ha estudiado el tema de las interacciones y los
intercambios en la familia, desmarcándose de las aproximaciones neo-clásicas, sea
Kenneth E. Boulding, desde lo que se conoce como “economía evolutiva” –en la
tradición inspirada por Thorstein Veblen (2005)–, a partir de la que se preocupa por el
papel que las relaciones económicas (y en especial las donaciones, la transferencia
unidireccional) juegan en la integración social y donde habla de la “trampa del
sacrificio” y del papel que juega en ella la benevolencia (por intermedio del “amor”)
que supone obtener satisfacción en el bienestar del otro, así sea a costa del sacrificio de
uno (Boulding 1976: 10; 1980: 28-29): las tareas domésticas de la mujer, la producción
doméstica no mercantil, entran en una categoría difícil de estimar y evaluar y se
presentan también dificultades en evaluar la satisfacción mutua en los intercambios que
se producen en el seno del hogar: al ser poco formalizados tienden a darse por sentados
y no son fácilmente negociados. La interacción de la pareja es difícil de mantener si no
hay una economía de la donación y la reciprocidad entre ellos; es decir, si uno de ellos
han hecho Amartya A. Sen, y Paula England y Barbara S. Kilbourne–, sucede que, en general, a
estos críticos no les gustan los modelos formales y que son mejores haciendo preguntas y
criticando que proponiendo respuestas. Sobre el tener en cuenta las normas, y en especial los
roles de género en la constitución de esferas separadas en el matrimonio, cf. Lundberg y Pollak
(1993). Un repaso sucinto de estas teorías, bajo otras denominaciones, se encuentra en Serrano y
Villegas (2000).
123
Esta economista ha tratado de mostrar cómo la composición demográfica de la disciplina
económica, por muchos años muy masculina, ha marcado tanto los temas como las perspectivas
susceptibles de ser aceptadas como válidas en un mercado como el académico que no es, por
definición, abierto y de libre concurrencia (Strassmann 1994, 1996 y 2004); Amartya Sen
(2003) ha matizado esta visión pesimista, mostrando cómo precisamente la dimensión de género
y sus desigualdades ha impactado en los estudios hechos por la economía de la familia y, a
partir de ellas, en la economía en general (por ejemplo, en las teorías del desarrollo o la
globalización). Por otro lado, y si, de acuerdo a Clemens et al. (1995: 437-441), se tiene en
cuenta que el tipo de publicación privilegiado como medio de transmisión de conocimiento por
una determinada disciplina científica es indicativo de su carácter paradigmático (cuando hay un
privilegio de la publicación de revistas) o pre-paradigmático (publicación de libros), en el caso
de la economía parecería que nos encontramos con el primer caso, lo que supone, entre otras
cosas, cierto consenso básico sobre los atributos y méritos que debe tener un texto para ser
publicado, así como los principios generales aceptados por la disciplina –lo que supone cierta
cerrazón en término de admisión de innovaciones–, pero también la confianza depositada en la
evaluación mutua y la competencia abierta como procedimientos fundamentales de selección (lo
que permitiría obviar entonces ciertos sexos sexistas; para el caso particular de la sociología, cf.
Clemens el al. 1995: 469). Curiosamente, sin embargo, sólo las ciencias políticas y la sociología
cifran las evaluaciones de sus revistas en las evaluaciones doblemente ciegas (el evaluador no
sabe a quien evalúa, y a la inversa), lo que reduce –aunque no siempre eficientemente– que el
prestigio o reconocimiento del autor sesgue la evaluación del texto. Sin embargo, cabe terminar
esta digresión señalando que los elementos que deben ser tenido en cuenta a la hora de medir el
grado de apertura de una disciplina por intermedio de sus publicaciones son muchos más que los
acá reseñados (como muestra en extenso el citado articulo de Clemens et al. 1995).
163
siente que no recibe nada (o demasiado poco) a cambio de lo que da o hace por la vida
familiar:
Los términos de la reciprocidad no son percibidos tan fácilmente como los del
intercambio o del comercio debido a la índole no formal y no contractual de esa
relación. Pero son muy importantes, aunque no se perciban sino
inconscientemente” (Boulding 1980: 22 [énfasis nuestro]).
Por otra parte, mientras que en el intercambio se asume que el estatus de quienes en él
participan es igual, no sucede lo mismo en la transferencia unidireccional, donde se
presenta una desigualdad de condición: como ya describiera M. Mauss, por lo general
quién da queda situado por encima de quien recibe (el extremo opuesto al regalo de una
transferencia unidireccional sería precisamente el tributo, resultado de la coacción y del
temor, donde el superior es quien recibe; Boulding 1976: 17)124.
Algo similar se ha planteado en términos del consumo en el seno del hogar. Una de las
teorías que parecen mantenerse en el tiempo (y que no habría cambiado mucho desde
fines del s. XIX) es la de que los individuos miembros de las unidades domésticas no
actúan con suficiente racionalidad a la hora de tomar sus decisiones acerca de compras
en el mercado destinadas a facultar la reproducción familiar. Según Loren V. Geistfeld
(2005), si ya entonces, a fines del siglo XIX, algunos autores, como Wesley C. Mitchell
(alumno destacado de Veblen) o Ellen H. Richards, recomendaban la capacitación de
los individuos para tomar las decisiones más sabias al respecto, eso sigue faltando,
mostrándose en la poca importancia que se le otorga a nivel político en la falta de títulos
y pensums orientados a formar profesionales en el tema, la poca valoración dentro de la
academia de este tipo de estudios y, en consecuencia, de falta de apoyo a las
investigaciones. Por ejemplo, se supone en general que las decisiones son racionales y
lógicas, cuando muchos estudios no lo muestran así; por ejemplo, es más difícil reducir
el consumo en caso de pérdida de ingresos que de aumentar los gastos en caso de
aumento de los ingresos (Geistfeld 2005: 411-412). A ello hay que añadir los
comentarios que se han realizado acerca de cómo el consumo de bienes mercantiles hoy
se encuentra a menudo, en mayores porcentajes de lo que usualmente se presupone,
fuertemente mediado por la acción de redes sociales cuya base no es económica (mucho
más, por tanto, en el caso de las compras familiares, vinculadas a intensas relaciones
familiares: Paul DiMaggio y Hugh Louch (1998) han enfatizado cómo los diferentes
tipos de compras (de acuerdo a los tipos de bienes, a los tipos y características del
mercado, etc.) llevan prioritariamente a la movilización de diferentes tipos de redes (por
dos vías, buscando contactos conocidos para efectuar la transacción o bien realizándolas
dentro de círculos sociales previamente existentes). De esta manera se tratan, por un
lado, de evitar incertidumbres y riesgos, pero, por otro, y de esta forma, fortalecer lazos
sociales que se quieren mantener en el largo plazo. Situar los intercambios comerciales
dentro de los conocidos los inserta “en una red de múltiples relaciones que se expanden
en el espacio y el tiempo, colocando en efecto al vendedor en una situación de secuestro
124
Desgraciadamente, como se ha destacado desde cierta “economía feminista” (cf. Strassmann
2004: 94), la literatura sobre transferencia intergeneracional se dedica sobre todo a las
donaciones y otros regalos monetarios (que se identifican con el hombre) que a los regalos en
tiempo y atención (propios de las mujeres), lo que supone un sesgo de género en el modelo de
interpretación. Las teorías de la elección libre se olvida de todas esas dimensiones que forman
parte de la vida cotidiana y que no pasan por la elección (por ejemplo, el cuidado y la atención).
164
En este sentido, y contra la idea de las compras como “reacción” determinada por las
modas del mercado o por los precios, Mary Douglas (1998) ha insistido en el error de
esta interpretación, y ha tratado de argumentar que lo que revela es cierta racionalidad
que, sin embargo, no puede ser reducida a la del individuo sólo, sino integrada y
coherente, sensata y alineada culturalmente: las compras son asertivas, afirmaciones
sobre una determinada concepción de cómo se cree que debe ser el mundo o de cómo se
quisiera que fuera, es la declaración de una adhesión cultural, una elección entre
relaciones que se quieren o desean y no de meros objetos. A menudo, sin embargo, ello
sólo se expresa por la vía negativa: ¡lo único que parece tenerse claro es aquello que no
se desea! (Douglas 1998: 94-96). Además, ella insiste, proponiendo su alternativa como
la más radical, que hay correspondencia entre esas elecciones en el hogar y en las
compras y el tipo de mundos sociales en que se ubican los individuos, pues son mundos
conectados entre sí (por ejemplo, las tipologías de personas se llevan a la forma en que
se piensa el riesgo).
Evidentemente, esto ha sido cuestionado, desde hace mucho tiempo, desde estudios
realizados desde perspectivas feministas. Así, ya a inicios de los setenta, Joan Acker
(1973) enfatizaba cómo por detrás de esa idea (la familia cómo unidad) se escondía un
proceso grave de estratificación (el estatus de la familia determinado por el del hombre
cabeza de familia) que dejaba a las mujeres en una posición subsidiaria y de
dependencia de la familia (y del cabeza de familia en particular) –con lo que se
bloqueaba cualquier posibilidad de movilidad social para ella por fuera de la que lograra
gracias al matrimonio– y que ignoraba, por tanto, la posición de aquella mujer que no
era “dependiente” de un hombre126. Posteriormente, la misma Acker (1988), haciendo
125
Sobre cómo uno de los campos en que más ha influido la sociología norteamericana en la
francesa es en el estudio de redes y sociología económica, cf. Chenu (2001: 108). Acerca de la
importancia de tener tanto en cuenta las relaciones microsociales que constituyen las actividades
económicas como las formas en que se insertan en estructuras macrosociales, cf. Lie (1992:
520).
126
Sobre el progresivo desconocimiento del trabajo femenino (pues al inicio se lo incluía en la
productividad general de la familia) y la asimilación de la mujer ama de casa como
improductiva en el pensamiento económico clásico a lo largo del siglo XIX, cf. Folbre 1991
(para América Latina en la actualidad, cf. Jelin 2004: 42 y ss.). Antecedentes clásicos de esta
crítica de Acker son, por poner un par de ejemplos de fines del mismo siglo XIX, los libros de
165
Charlotte Perkins Gilman, Women and Economics. A Study of the Economic Relation Between
Men and Women as a Factor in Social Evolution (1898), y Thorstein Veblen, Teoría de la clase
ociosa (1899).
127
El reciente libro de Lourdes Benería (2005), Género, desarrollo y globalización, actualiza
esta perspectiva e introduce datos a partir de comparaciones entre países con distintos grados de
desarrollo. Para Colombia, cf. Pineda Duque (2003).
166
cuánto trabajo no retribuido formalmente hay ahí escondido. En cierta forma, según
algunos autores estaríamos volviendo a un modelo que se asemejaría al de las primeras
etapas del capitalismo (Wheelock et al. 2003). Este tipo de procesos son
incomprensibles, o se hacen invisibles, si se asume a la familia como una unidad
equivalente al hogar (quienes residen y se alimentan juntos), discreta –ignorando su
porosidad y permeabilidad– y si se ignora que las relaciones intra-domésticas son
también relaciones de producción invisibilizadas128. Curiosamente, se trata de relaciones
mediadas por concepciones que no son abiertas y claras como aquellas que,
supuestamente, se producen en el mercado. Si ello es así en Gran Bretaña, ¿qué será de
nuestra sociedad donde aquellas formas de acceso a recursos estatales son mucho más
precarias y débiles, donde incluso se podría decir que, en muchos de los sectores medios
y bajos, la familia se ha visto abocada a multiplicar el empleo de sus miembros para
poder sobrevivir?
128
Además, toda esta redistribución intra e intergeneracional suele estar sesgada en términos de
genero: por ejemplo, son las abuelas maternas, o los familiares de la familia materna quienes
asumen muchas de esas tareas de colaboración en el cuidado de los niños (Wheelock et al.
2003: 28-29). Igualmente, la participación de los diferentes miembros de la familia en las
empresas familiares están diferenciadas: mientras que las parejas de esposos trabajan de forma
gratuita, se ha observado que a los hijos se les trata de reconocer algunos pagos. Igualmente, se
reproducen formas clásicas de relaciones de género en el trabajo, con distribuciones
escasamente equitativas para las mujeres (Benería y Roldán 1987; Wheelock et al. 2003: 32-
36).
167
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179
INDICE
[Introducción] 2
NUESTRA INVESTIGACIÓN 22
ESTRATEGIA DE INVESTIGACIÓN 24
- Eduardo Santos 31
- Chiminangos
31
- Ciudad Capri
32
BIBLIOGRAFÍA 164