Douglas Friedman no. 46: 64-75, abril-junio de 2006.

L a sociedad civil
en la Cuba contemporánea:
la política estadounidense
y la r ealidad cubana
realidad

Douglas F
Friedman
riedman

Profesor. Colegio de Charleston, Carolina del Sur, Estados Unidos.

Podría ser que los cubanos no quisieran crear una
democracia, ni con la asistencia estadounidense ni
sin ella. A lo mejor prefieren una de las tres
alternativas principales, aunque dudo que vayan a
optar por la anarquía (del término griego anarchos,
sin gobernante) o por la monarquía (del término
griego monos, uno solo). Sin embargo, al igual que
los Estados Unidos en gran parte de su historia,
podrían preferir alguna forma de oligarquía (del
término griego oligos, pocos). O, tal vez prefieran
un tipo de democracia que a los ciudadanos
estadounidenses les parecería rara: quizás una en
la que el voto popular determine quién se
convertirá en presidente; o una en la que se apliquen
reglas del juego parejas, usando fondos de campañas
públicas; o una en la que el mecanismo electrónico
de votación realmente funcione. No son los
Estados Unidos quienes habrán de decidirlo por
los cubanos…
Lars Schoultz1
el resurgimiento de la sociedad civil en Cuba y un intento
por parte de las autoridades cubanas de invalidarla. Los
de la derecha ven la existencia de la sociedad civil como
la antítesis de la sociedad comunista (y, por consiguiente,
como un medio para destruirla); mientras que los de la
izquierda, especialmente en Cuba, alegan lo contrario.
En realidad, si bien el destino de los disidentes sirve
de emblema a esta controversia, la cuestión va mucho
más allá de ese mero aspecto. En el estudio que presento
se aborda todo el contexto del desarrollo de la sociedad
civil en Cuba, a partir del surgimiento de grupos
revolucionarios en su seno, a raíz de la revolución de
1959 (por ejemplo, la Federación de Mujeres Cubanas,
los Comités de Defensa de la Revolución, la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba, etc.) hasta la actual
oposición, auspiciada y financiada por los Estados
Unidos, al gobierno comunista.
Mientras que el siglo XXI vuelve lentamente al XIX,
no es sorprendente que encuentren nueva vida

E l desarrollo de la sociedad civil en Cuba se ha

convertido en un tema bastante debatido. Para
muchos, y especialmente para los grupos de derechos
humanos, las organizaciones de disidentes representan
conceptos que se remontan a períodos anteriores al
siglo XX.2 El concepto sociedad civil es probablemente la
más significativa e importante de esas resurrecciones,
en tanto se ha convertido en el centro de múltiples

64
 La sociedad civil en la Cuba contemporánea: la política estadounidense y la realidad cubana
debates y movimientos que pretenden reformular la
relación sociedad-ciudadano-Estado en casi todos los
continentes en el momento actual. Podríamos, quizás,
siguiendo el ejemplo de Alan Wolfe, no preocuparnos
demasiado por los orígenes del concepto o las razones
por las que reaparece en este momento de la historia.
Wolfe sostiene que no importa lo que significó la
sociedad civil en el pasado, siempre que sepamos qué
queremos decir cuando utilizamos el término en el
presente.3 Ello resultaría apropiado si no estuviéramos
ya preocupados por la corrupción de conceptos cada
vez más comunes como «democracia» y «participación»,
que todos parecen disfrutar, aunque nadie los practica.
Necesitamos realmente analizar tanto lo que significó
el concepto en sus orígenes, como lo que ha llegado a
significar hoy, porque no podemos comprender la
reutilización de una noción fuera del propósito
ideológico que esta podría cumplir.
Este artículo es una incursión preliminar en una
investigación que no tiene pretensiones de llegar a ser
absoluta ni exhaustiva. En cambio, resulta un punto de
partida, una crítica y una especulación sobre lo que
significa sociedad civil y por qué el concepto ha alcanzado
tal ubicuidad, en debates políticos, acerca del desarrollo
y la democracia en todo el mundo, aun cuando centraré
mi análisis en un ejemplo, el de Cuba.4 Trataré de evitar
la reiteración de una discusión ya conocida y
sencillamente formular las preguntas que contribuyan
más a una discusión sobre la política hacia Cuba
Sin duda alguna, las antiguas ideas, que se remontan
al período anterior al siglo XX, han adquirido una
renovada actualidad, ya sea en su forma antigua o en
una nueva. Ciertamente, el neoliberalismo es la más obvia
resurrección, después de haber fallecido junto con el
siglo XIX en su forma de laissez-faire. En su encarnación
anterior al siglo XX , el hoy llamado neoliberalismo
significaba no solo que el gobierno permitía que el
mercado funcionara sin trabas (aunque la propiedad
estaba particularmente protegida de los desafíos
populares), sino que implicaba una relación sociedad-
Estado en la que el espacio público definido por la
comunidad política, el «asunto público», no era más
que una fracción de lo que quedaba comprendido en
el espacio privado definido como sociedad civil. No
debería sorprender entonces que la «democracia» o, al
menos, lo que pudiéramos calificar como ampliación
del sufragio, se hubiera expandido en un momento en
el que el espacio público se definía de manera tan
restringida. En un mundo en el que el antiguo concepto
de laissez-faire (neoliberalismo) se presenta como el
modelo (o, al menos, la expectativa) fundamental para
todas las sociedades del planeta, apenas podemos
sorprendernos ante la nueva fuerza y ubicuidad del
concepto de sociedad civil.
65
Ese concepto ha desempeñado y continúa
desempeñando un importante papel en el
enmascaramiento de los cambios más profundos
operados en las relaciones Estado-sociedad durante el
último siglo. Casi sin discusión, se ha impuesto como
axioma que una «sociedad civil dinámica se traduce en
una sociedad más democrática» y «cada vez más se
viene identificando con un montón de organizaciones
no gubernamentales (ONG) y organizaciones de base
(OB) surgidas en los últimos veinte años».5 En efecto,
como dice Michael Foley, a la sociedad civil la
anunciaban casi como sustitución del Estado; «guardiana
de los valores sociales», «inspiración para la acción cívica»
y «proveedora de los servicios sociales».6 Eric Foner,
sin embargo, advierte que la sociedad civil generó la
esclavitud en las Américas, así como nuestros actuales
prejuicios raciales.7
Resulta paradójico, sin embargo, que muchas de estas
ONG y OB que conforman ese espacio que calificamos
de sociedad civil sean hijastras y beneficiarias de la
generosidad de los mismísimos Estados, organismos
internacionales y corporaciones que impusieron en sus
países cambios económicos en ocasiones radicales y
dolorosos.8 De hecho, más que como evidencia de un
sistema político más democrático, una «sociedad civil
dinámica» ha significado en muchos casos menos
democracia en tanto estimula una mayor
descentralización y atomización de un pueblo, que
deberá enfrentar fuerzas privadas inmensamente ricas
y poderosas como las corporaciones transnacionales, a
las que se les ha dado rienda suelta con las reformas
neoliberales y las extensas privatizaciones. «El pueblo»
se vuelve cada vez más pobre y menos poderoso,
mientras más participa en esa sociedad civil.
Lo que sí pudiera sorprender es que ambos bandos
—la izquierda y la derecha—consideran «suya» esa
sociedad civil. La izquierda promueve la sociedad civil
como una fuerza progresista opuesta al gran Estado
capitalista y al poder de las corporaciones
transnacionales, mientras que la derecha la promueve
como el rechazo al estatismo colectivista de corte
socialista. De una manera bastante simplista, se ha dicho
que la resurrección de la sociedad civil es la reacción
del siglo XXI al excesivo estadismo, tanto de la derecha
como de la izquierda. Por ejemplo, según Olga Larin,
el surgimiento de un estadismo casi indiferenciado
como consecuencia de la crisis generada por la Primera
guerra mundial y la depresión económica mundial de
los decenios de los 20 y los 30, tanto en el Este como
en el Occidente, perturbó el crecimiento del modelo
occidental de sociedad civil que iba expandiéndose por
doquier en el siglo anterior. Ese centralismo —estadismo
excesivo— encontró su propia crisis en el último cuarto
del siglo XX, y se le atribuyen los cambios extraordinarios
Douglas Friedman
que han afectado al Este y al Occidente. Larin compara,
específicamente, la desaparición del estatismo en
México y en Rumania en el decenio de los 80, y
argumenta que los diferentes derroteros seguidos por
los regímenes —en el caso de México, el Estado pierde
terreno mientras la sociedad civil avanza; en Rumania,
el Estado se mantiene fuerte, incluso después de la caída
de Ceausescu— explican el éxito o fracaso de las
transiciones.9
Aunque la historia es demasiado larga y detallada
para recapitularla aquí, el concepto de sociedad civil,
en su reencarnación actual, se asocia normalmente a
los movimientos cívicos anti-autoritarios de los años
80 en Europa oriental y central. Muchos consideran
que esos movimientos sirvieron de instrumento en la
caída del comunismo en Europa. Haya sido ese el caso
o no, 10 existe la percepción de que esos grupos
—surgidos o creadores de una nueva sociedad civil—,
sirvieron de instrumento para la transición histórica a
la «democracia» y la economía de mercado en esa
región. La idea de que existe cierta conexión entre la
democratización y la sociedad civil llevó a la
extrapolación del argumento en América Latina,
Europa Occidental, África, Asia, para representar un
movimiento distinto al «gran gobierno», al Estado
benefactor, a las economías dominadas por el Estado.
En lugar de representar argumentos propios a favor
de la democracia o la democratización, la sociedad civil
se presenta como su sustituta. Sin embargo, despojado
de sus alusiones a la democracia y a la participación
ciudadana, el concepto de sociedad civil se define
esencialmente en términos de pluralismo y alternativas,
las mismas características del mercado.
Ahora bien, al derrumbarse la alternativa soviética
al desarrollo capitalista y fracasar el reformismo de
izquierda en todas partes, esta se subió al tren de la
sociedad civil y experimenta una pasión por ella, extraída
de su propia crítica a la excesiva dependencia del
gobierno para resolver problemas básicos. En los países
capitalistas avanzados se mantiene la crítica a los
sistemas de bienestar social; en el Tercer mundo, al
Estado desarrollista. En ninguno de los dos se habla
mucho ya de socialismo. En los Estados Unidos, la
posición de liberales como el ya fallecido Daniel Patrick
Moynihan, ha sido que el sistema de bienestar es la causa
principal de la pobreza (lo que condujo, naturalmente,
a la aceptación de la sociedad civil como alternativa
viable).11 En América Latina, se da el mismo enredo
ideológico. En Venezuela, por ejemplo, según Steve
Ellner:
El entusiasmo generado por las reformas estatales y el
desarrollo de la sociedad civil en Venezuela trascendió las
fronteras partidistas e ideológicas. Por una parte, un
número de miembros y ex miembros de partidos de
66
izquierda […] exaltan la descentralización y destacan, en
particular, los nuevos modelos «revolucionarios» de
participación popular en la adopción de decisiones. Por
otra parte, voceros del sector empresarial alaban las reformas
a favor de la reducción de la intervención del Estado y la
estimulación de la iniciativa privada.12
Más importante todavía para esta discusión es el
hecho de que la controversia sobre el concepto de
sociedad civil fertilizó en los círculos intelectuales
cubanos en los años 90. El término sociedad civil no solo
había desaparecido del vocabulario burgués en el siglo
XX , sino que también había sido descartado por el
discurso del marxismo soviético oficial, considerándolo
completamente irrelevante para el socialismo. Cuando
los intelectuales cubanos intentaron resucitar el concepto
a fin de explicar y entender la crisis acarreada por el
colapso del bloque oriental y de la Unión Soviética,
tuvieron que desbrozar una ruta difícil entre la ortodoxia
ideológica y la visión de aquellos que interpretaban el
concepto como otro recurso de los Estados Unidos
para socavar el sistema.13
Si bien puede entenderse que la derecha celebre a la
sociedad civil por su paralelismo con el neoliberalismo,
que ellos defienden, la atracción que siente la izquierda
hacia ese concepto sí necesita una explicación.
Independientemente de lo que queramos decir cuando
hablamos de sociedad civil en la actualidad, el marxismo
tradicional no pasó por alto ese término. Que la
izquierda acepte esta versión del término sociedad civil
es, claramente, contrario a la interpretación marxista
tradicional del concepto. Para Marx y el marxismo,
sociedad civil significa «economía política», donde los
hombres no son iguales ni libres, donde el hombre es
explotado por el hombre. De hecho, la crítica de Marx
a la sociedad burguesa comienza con la crítica de la
sociedad civil, considerada por él como lo mismo.14
Antonio Gramsci, uno de los pocos teóricos que han
abordado el tema y el concepto en el siglo XX, afirma
que aunque la sociedad civil ofrece determinadas
posibilidades como plataforma de oposición a la clase
hegemónica, es también, y de manera más importante,
un «poderoso sistema de fortalezas y trincheras» que
protegen al Estado capitalista de sus oponentes. Gramsci
reconoció que la sociedad civil no era la alternativa al
Estado, ni el puntal para enfrentar al mercado; más
bien, sirvió de potencial terreno de lucha. La burguesía,
que creó la sociedad civil, tenía el control de un terreno
elevado; y hasta que las fuerzas sociales progresistas no
transformar la sociedad civil en algo diferente de la
burguesa —un genuino espacio público controlado por
el pueblo— no era posible efectuar cambios
revolucionarios. 15 Precisamente este concepto
gramsciano de sociedad civil fue retomado por los
intelectuales cubanos, por su potencial relevancia para
las sociedades poscapitalistas, y particularmente para
 La sociedad civil en la Cuba contemporánea: la política estadounidense y la realidad cubana
su aplicación a la realidad de Cuba. La construcción de
un nuevo tipo de sociedad civil, que se oponga al
mercado y se identifique con la justicia social y la
igualdad, que surgió espontáneamente a raíz de la
Revolución de 1959, era tan legítima como la existente
en la concepción burguesa, aunque diferente. A medida
que la crisis del Estado y de la economía se evidenció
ante los cubanos en los años 90, no es extraño que la
respuesta espontánea fuera la de una sociedad civil
renovada. 16 Como señala de manera sagaz Michael
Chanan, esta espontaneidad —o lo que él llama «la
fuerza subjetiva»— resulta encarnada, al igual que en
los años iniciales de la Revolución, por «la identificación
de Fidel Castro con el país y su destino».17 De hecho, la
democracia cubana y, consecuentemente, la sociedad
civil, se relacionan con la capacidad de Fidel Castro
para incidir en el funcionamiento deficiente del aparato
burocrático del Estado.
Ello plantea el problema de la naturaleza de la
sociedad civil en su apariencia actual. Superficialmente,
parece tener un significado diferente para personas
diferentes y, evidentemente, esa es la causa de su
popularidad, tanto para la izquierda como para la
derecha. Si incluye o no al mercado (entiéndase, tanto
los pequeños establecimientos familiares como la
General Motors) es crucial para la forma en que el
concepto se interpreta. Para algunos, la sociedad civil
sirve de contrapeso no solo al Estado, sino también al
mercado. Según la Civil Practices Network (Red de
Prácticas Civiles), no pertenece al ámbito de la actividad
pública (como es el caso del Estado) porque es
voluntaria, ni entra en el campo de la actividad de
mercado, porque busca un «terreno común» y los «bienes
públicos». Siguiendo ese criterio, pertenece al «tercer
sector», e incluye asociaciones voluntarias de todo tipo:
iglesias, escuelas, asociaciones de vecinos, asociaciones
profesionales, instituciones benéficas, sindicatos,
partidos, movimientos sociales, grupos de interés y
familias (de qué modo se distinguen esas instituciones
de otros «sectores» es parte del misterio).18
Por otra parte, la definición sobre sociedad civil que
hace Patricia Chilton incluye «varias dimensiones»:
partidos políticos y actividades de los grupos de presión;
actividades comerciales; actividades de bienestar social
y autoayuda; clubes e instituciones benéficas. La
característica general que la define es que se trata de
instituciones no estatales.19 Otros autores presentan una
visión ampliada. En sus escritos para el Centro de
Educación Cívica —una ONG que recibe considerables
fondos de la Fundación Ford y que promueve
mundialmente a la sociedad civil— Charles F.
Bahmueller sostiene que la «sociedad civil es una red
completa de relaciones sociales espontáneas que actúan
fuera del orden político y el derecho legal instituidos»;
67
y llega triunfalmente a la conclusión de que «ninguna
sociedad es una sociedad libre si reduce o prohíbe esta
actividad independiente». Habiendo dicho esto,
Bahmueller prosigue entonces con la identificación de
un sinnúmero de asociaciones que pueblan la sociedad
civil, incluidas las de servicios, sindicatos, organizaciones
de atletas, grupos juveniles «entre muchas otras en toda
esfera de interés o empeño imaginables». Como de
pasada, se nos dice que incluye además relaciones,
organizaciones y actividades económicas que no son
propiedad del Estado ni están directamente controladas
por este.20 Así, por ejemplo, una prisión de propiedad
y gestión privadas entraría en la sociedad civil y no una
prisión estatal.
En ese sentido, la confusión resulta galopante
—podría tratarse quizás de una confusión interesada.
Algunos autores dicen que es irrelevante de qué se trata
realmente, si en ambos casos la democracia funciona.
Para William Reisinger, no importa si la sociedad civil
se concibe como una «encarnizada lucha» en la que los
hombres compiten y contienden como individuos
antagonistas (un ámbito de la libertad, según él), o como
«fuente de comunidad para los individuos». Al mismo
tiempo, es «el ámbito del afecto y la sociabilidad
naturales», que reconoce Adam Smith y, también, el
terreno en el que el hombre «actúa como individuo en
su intimidad, considera a otros hombres como medios,
se degrada a sí mismo convirtiéndose en un medio y
pasa a ser un juguete de potencias foráneas», según la
famosa caracterización que Marx hace de las relaciones
de mercado. De ahí que, por una parte, el poder y la
riqueza privados actúan como contrapeso del Estado,
aun cuando generan vastas desigualdades y conflictos
reales o latentes en la sociedad; y, por la otra, Reisinger
afirma que la sociedad civil, fortalecida por una cultura
de solidaridad y sociabilidad, constituye el mejor baluarte
contra el surgimiento del Estado autoritario.21 ¡Hay que
estar en misa y en procesión!
En cambio, está la posición sostenida por Andrew
Arato y Jean Cohen, quienes sostienen que se viene
desarrollando una tercera concepción de la sociedad
civil , que rechaza (o, más bien, castiga) ambas
concepciones de la izquierda y de la derecha, y busca
un terreno más elevado. Esa nueva concepción de la
sociedad civil, como la razón en la República de Platón,
se coloca en el medio, controlando, de un lado, al
«Estado burocrático» (el espíritu), y del otro, la
«economía de mercado» (el apetito). Aquí la sociedad
civil termina siendo el punto de apoyo para armonizar
toda la vida social.22
La inclusión de la actividad económica privada y
de mercado en muchas definiciones contemporáneas
de sociedad civil explica, quizás, por qué el gobierno
de los Estados Unidos, las fundaciones privadas pro-
Douglas Friedman
capitalistas y las corporaciones transnacionales prodigan
tan lisonjero respaldo a la idea. Si bien aparentemente
apoyan la «democracia», apoyan también, por no decir
todavía más, el espacio social de la actividad capitalista.
En Europa oriental y central, así como, especialmente,
en el caso de Cuba ahora, el apoyo a la sociedad civil
significó y significa la erosión de la oposición al
capitalismo —como actividad de libre mercado— bajo
la apariencia de promover la democracia.23
De hecho, esto se ha vuelto cada vez más claro, con
la intensificación de la presión norteamericana sobre
Cuba. En mayo de 2004, bajo la influencia de un sector
significativo del liderazgo del ala derecha del exilio
cubano en Miami, en el contexto favorable de un año
electoral, y contando con su apoyo en producirlo, se
emitió un Informe por parte de la Comisión para el
apoyo a una Cuba libre. Mientras que el foco central
del Informe era el fortalecimiento de la sociedad civil en
Cuba, con el propósito de la «democratización», este
dejaba claro que el objetivo final del cambio de régimen
debía ser la transformación de la economía a un
capitalismo de libre mercado.24 El Informe afirma
tajantemente que «el sistema económico cubano se ha
derrumbado» y recomienda, a partir de la experiencia
de los antiguos Estados sin mercado de Europa oriental,
que se aplique una dosis de mercados libres,
privatización, integración a los circuitos financieros
mundiales, es decir, de capitalismo. El Informe
recomienda una revisión total del sistema
socioeconómico cubano, la producción industrial, la
agricultura, la educación, la salud pública, la vivienda,
conforme con las prácticas existentes en los Estados
capitalistas dominantes.25
De ahí que no debe entenderse la «promoción de la
democracia» por los Estados Unidos como una nueva
política. Resulta, más bien, la continuación ininterrumpida
de una política que ha procurado mantener la
hegemonía estadounidense y capitalista en el mundo,
esta vez, bajo nuevas condiciones. Según Satur Ocampo,
«el imperialismo estadounidense ha perfeccionado
continuamente sus instrumentos de agresión hasta
convertirlos en doctrinas que puedan copiarse en varias
partes del mundo».26 Durante el período de la Guerra
fría, los Estados Unidos trataron de mantener ese
predominio mediante la intervención directa (Viet Nam)
o, indirectamente, en el período posterior a Viet Nam,
mediante el Conflicto de Baja Intensidad (CBI) en
América Central. En el actual período, las nuevas
condiciones exigen una nueva estrategia, revelada en lo
que se conoce como Democracia de Baja Intensidad
(DBI).27 La DBI se refiere a los esfuerzos estadounidenses,
normalmente denominados «promoción de la
democracia», que en lugares distintos adquiere una
fuerza marcadamente diferente, aun cuando su objetivo
68
no varía. La DBI está diseñada para aliviar las presiones
por introducir cambios en una región, mientras se
pretende promoverlos en otra (México y Cuba pudieran
servir de ejemplos respectivamente). En cualquier caso,
se procura controlar y contener cualquier movimiento
popular progresista mediante la promoción de un
modelo específico de desarrollo social, político y
económico, basado en la actual forma burguesa de
poliarquía de los Estados Unidos y Europa
Occidental.28
Aunque no dispongo del espacio suficiente para
presentar un análisis completo de la poliarquía frente a
otras concepciones de democracia, baste decir que por
poliarquía, término acuñado por el politólogo
estadounidense Robert Dahl, se entiende la forma
consensual de democracia en la que la élite mantiene su
dominio con una mínima participación de las masas.
De hecho, y contrario a los ideales de la mayoría de los
defensores intelectuales del concepto de sociedad civil,
la poliarquía exige una participación limitada y considera
disfuncional para la democracia los elevados niveles de
contribución ciudadana.29
Según William I. Robinson, la transformación de la
economía mundial ha convertido la «promoción de la
democracia» en una necesidad.
El autoritarismo y la dictadura se convirtieron en una traba
para los incipientes modelos de acumulación de capital
internacional característicos de la economía mundial. Las
fuerzas globalizadoras han ido desintegrando las arraigadas
formas de autoridad política anteriores. El capital
transnacional asumió un papel bastante perturbador y de
interferencia, a fin de romper con todas las antiguas barreras
que separaban y compartimentaban los grupos dentro y
entre las sociedades, mientras que los medios de
comunicación de masas integran lo que una vez fueron
experiencias sociales y culturales aisladas de los diferentes
pueblos dentro del sistema mundial. La revolución de las
comunicaciones penetró incluso en las regiones más remotas
y aisladas del mundo y las vinculó a una civilización cada
vez más globalizada. La globalización de la vida social ha
traído consigo nuevos movimientos y revoluciones sociales
en la sociedad civil de todo el planeta. En resumen, los
pueblos son llamados a cumplir nuevas funciones que
les impone la economía mundial como protagonistas
económicos y sociales y, en este proceso, han exigido la
democratización de la vida social.30
Así, resulta clave entender que «la composición de
la sociedad civil y su equilibrio de fuerzas en
determinado país del Tercer mundo es ahora tan
importante para los intereses de los Estados Unidos
como quiénes son los que controlan los gobiernos de
esos países».31 En consecuencia, la «promoción de la
democracia» por los Estados Unidos pretende
controlar, estructurar y manipular el nivel de sociedad
civil del país. Esa tendencia del período posterior a la
Guerra fría puede observarse mejor en la resucitada
Organización de Estados Americanos, cuya nueva razón
 La sociedad civil en la Cuba contemporánea: la política estadounidense y la realidad cubana
de ser (antiguamente cifrada en la contención del
comunismo en el hemisferio occidental) es ahora la
promoción de la democracia.
Sociedad civil como arma de la política
exterior de los Estados Unidos
Ciertamente, como afirma Robinson, solo en este
contexto se puede entender la política de los Estados
Unidos hacia Cuba. De hecho, las tendencias contrarias
no provienen de la izquierda que, por lo general, apoya
una apertura a la sociedad civil cubana, sino de la
derecha de la comunidad cubana exiliada cuyas quejas
ideológicas y personales le impiden apreciar la nueva
estrategia. Si bien hasta finales de los años 80 a Cuba se
la consideraba una amenaza para la seguridad, hoy, a
los efectos de la DBI, lo que preocupa es la ausencia
de democracia pluralista (poliarquía), es decir, derechos
humanos, libertad y oportunidades económicas. En
Cuba, ello significa intervención al nivel de la sociedad
civil, mediante la creación, financiación y legitimación
de una oposición interna, en una sociedad que ha
cultivado una concepción colectivista de la sociedad
civil visiblemente diferente. En cambio, según Marcelino
Fajardo Delgado, la sociedad civil cubana representa
«comunidad», «un grupo humano coherente que ha
establecido y desarrollado relaciones formales e
informales caracterizadas por intereses comunes» en
oposición a la concepción burguesa que «promueve la
“balcanización” de la sociedad, la exacerbación del
individualismo».32 Los esfuerzos norteamericanos no
pretenden promover una sociedad civil vigorosa, sino
más bien, una activa oposición al socialismo, reclutada
particularmente entre aquellos que tienen lazos más
estrechos con los sectores externalizados de la economía
y la sociedad, lo que los Estados Unidos llaman
sociedad civil en Cuba. Tal política privilegia a esos
sectores, y los convierte en los únicos acreedores de la
ayuda y asistencia del exterior, y que al mismo tiempo
se ven limitados por los temores del Estado a los
efectos desintegradores de tal ayuda en la solidaridad
interna, la igualdad y la moral colectivista. Los políticos
norteamericanos esperan que de esa olla de presión
salga una oposición interna más eficaz que la externa,
radicada en Miami, que, durante tantos años, ha resultado
todo lo contrario.
Una de las mayores dificultades al analizar la sociedad
civil en general, y la de Cuba en particular, es el desacuerdo
general —no quiero decir confusión— sobre el propio
objeto del concepto. Aunque abunda la controversia y
se multiplican las definiciones — como hemos visto—,
en el caso de Cuba todo tiene una motivación política.
69
Ese enfrentamiento a la sociedad civil concebida
por los Estados Unidos llega a su punto álgido
precisamente en la primavera de 2003, con el arresto
de 75 «disidentes» —aparentes miembros de esa
sociedad civil— a quienes se les mostró, según las
pruebas presentadas por el gobierno cubano, como
agentes pagados por el gobierno norteamericano.33
Washington no ha rebatido con fuerza ese argumento,
porque la política de emplear y pagar a los cubanos
para que se opongan a su gobierno está implícita en el
Carril Dos de la Ley para la Democracia cubana,34 y es
fácil de confirmar por el rastro del dinero destinado
por el Congreso estadounidense al Nacional
Endowment for Democracy (NED) y por la Agencia
de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional
(USAID) a la oposición de la sociedad civil en Cuba.
Aunque la ayuda está asignada para prestar asistencia a
los grupos de derechos humanos, los periodistas
independientes, las bibliotecas independientes, como
parte del plan para «una transición política pacífica en
Cuba», está claro que ello solo significa el total
derrocamiento del actual sistema político, económico
y social cubano.35 De hecho, pese a que se ha retorcido
y enrevesado bastante el rastro del dinero
—probablemente porque las leyes estadounidenses
prohíben los pagos directos de fondos a disidentes
cubanos— no debería sorprender que cuando los 75
disidentes fueron arrestados poseían una cantidad en
efectivo superior a los 100 000 dólares, una cifra
considerable en Cuba.36
Este incidente no condujo a un retraimiento de parte
de la política norteamericana. El Informe de la Comisión
para la Asistencia a una Cuba libre, de mayo de 2004,
exhortaba a una intensificación de los esfuerzos
norteamericanos para fomentar y financiar una sociedad
civil opositora, e iba más allá, al procurar que terceros
países y ONG extranjeras socavaran el sistema cubano,
a través del establecimiento de una sociedad civil
«independiente». El Informe llega a sugerir el suministro
de fondos provenientes de la USAID a través de estas
ONG, dirigidos a grupos que se consideran
simpatizantes fundamentales del régimen cubano, en
particular mujeres y afrocubanos, así como aquellos
autorreconocidos como más desafectos al mensaje de
la oposición: los jóvenes.37
La ironía de que se preste especial atención a este
segmento de la sociedad civil en Cuba está en que, según
Rafael Hernández, es un segmento que apenas tiene
resonancia en la propia isla.38 Hernández critica en
particular el monólogo que presenta la derecha sobre
la naturaleza de la sociedad civil cubana. La única
reconocida es la que se opone al Estado cubano, la
única actividad académica aceptable es la que se opone
Douglas Friedman
Los esfuerzos estadounidenses no pretenden promover una
sociedad civil vigorosa, sino más bien, una activa oposición
al socialismo reclutada particularmente entre aquellos que
tienen lazos más estrechos con los sectores externalizados de
la economía y la sociedad, lo que los Estados Unidos llaman
sociedad civil en Cuba.
al régimen actual, el gobierno cubano se reduce a Fidel
Castro y algunos de sus adláteres. Para Hernández, esta
visión raya en lo ridículo y es el resultado de la
ideologización de la realidad cubana.39
Aunque cabría esperar que tales criterios vinieran
de los que se han aliado a la intransigente oposición
cubana de Miami, o reciben su influencia, encontramos
su manifestación también entre muchos izquierdistas
de estos tiempos. Gerardo Otero y Janice O’Bryan,
en lo que viene siendo, según su criterio, una visión
receptiva de la «transición a la democracia» en Cuba,
y que alberga «esperanzas» de retener cierto matiz
«democrático socialista», parten del supuesto de que
en Cuba no existe sociedad civil, salvo la oposición
inducida y financiada por Washington. De hecho,
Otero y O’Bryan definen la sociedad civil cubana
exclusivamente en términos de oposición al régimen
comunista —«disidentes, activistas y organizaciones
de la oposición sí existen en Cuba. Estas representan
el surgimiento de la sociedad civil».40 Lo extraño es
que, aunque los autores están conscientes de que los
cubanos tienen un elevado grado de participación
política, y una actividad asociativa bastante dinámica,
rechazan su legitimidad en función de la «sociedad
civil», al no tener nada que ver con esta. «En este
estudio, optamos por no tomar en consideración a
ninguno de los grupos aprobados por el gobierno,
porque la comprometida autonomía de tales grupos
les impiden formar parte de un movimiento de
oposición efectivo».41 En esencia, uno no formará
parte de la sociedad civil en Cuba si no se opone de
manera activa al gobierno y, naturalmente, por
definición, no existirían grupos de la sociedad civil
que apoyen a una Cuba socialista. 42 Como señala
Hernández, esos disidentes no «disienten» de políticas
específicas del gobierno, como derecho que les asiste
y sobre el cual pueden articular y promover
alternativas; sino que su disidencia es contra todo el
sistema socialista. 43 Quieren sustituirlo por uno
completamente diferente. A no ser por la ideología,
si sus actividades ocurrieran en los Estados Unidos,
serían muy vigilados, y probablemente hostigados, y
hasta encarcelados por el gobierno estadounidense.
70
Una falsa sociedad civil
Al limitar el concepto de sociedad civil únicamente
a los grupos de la oposición —los que no pretenden
ser una «oposición leal»— lógicamente, Otero y O’Bryan
se sienten frustrados con las perspectivas de cambio.
Los grupos de derechos humanos abundan. Son
pequeños y relativamente inestables. Algunos podrían
reducirse a una pareja, en el mejor de los casos.
Mayormente funcionan fuera de Miami. Según
Hernández, en realidad resultan raros como grupos de
«derechos humanos», ya que «no representan a ningún
grupo social cuyos derechos pudieran haber sido
violados de alguna forma, como, por ejemplo, cubanos
de origen africano, o creencias religiosas o la mujer».44
Se autodefinen puramente en términos de oposición
política.
Los periodistas independientes son otro grupo que
a menudo figura en la lista; aunque muchos no son ni
periodistas ni independientes. Desde luego, la prensa
«oficial» en Cuba no actúa como una especie de cuarto
poder o gendarme fiscalizador del gobierno, pero
tampoco es tan burda ni tan excesivamente optimista
como algunos la califican. La televisión cubana, en
particular desde el asunto de Elián González, ha
promovido cierto debate, y al menos informa los
criterios de la otra parte, aun cuando lo haga de manera
reprobatoria. Por otro lado, los periodistas
independientes no presentan sus trabajos en Cuba.
Informan a medios radicados en los Estados Unidos
—el Miami Herald, el sitio digital Cubanet, Radio Martí
y TV Martí, casi todos, financiados por el gobierno
estadounidense. En ocasiones, estas informaciones son
trasmitidas por estos medios hacia Cuba y, otras veces,
llegan a la gran prensa estadounidense, aunque solo
después de haber pasado por tantos sitios de Internet
que su origen se vuelve turbio. Todas las historias son
negativas, y están diseñadas para dar una imagen
desfavorable de Cuba.45 Hasta las informaciones sobre
el deporte están dirigidas a ayudar a prometedores
atletas cubanos a desertar, alertando a los agentes
deportivos acerca de su disponibilidad.46 Se hace difícil
entender cómo los periodistas independientes pudieran
 La sociedad civil en la Cuba contemporánea: la política estadounidense y la realidad cubana
constituir «la» sociedad civil. No son organizaciones
cívicas, no inculcan la participación ciudadana, y no tratan
de influir en la opinión pública cubana ni intervenir en
la política nacional. Baste decir que a estos periodistas
nadie los sigue en Cuba, porque sus historias no son
para los cubanos. Están diseñadas para ayudar a moldear
un sentimiento contra el gobierno fuera de Cuba.47
A menudo se cita a la Iglesia como otra base de la
oposición de la sociedad civil al régimen. Sin embargo,
no parece comprensible cómo estos actores podrían
ejercer «autonomía», cuando reciben directivas desde
el púlpito. Con todo, en la sociedad cubana la base real
de la Iglesia católica no constituye mayoría y,
evidentemente, los adeptos a la Santería —religión
afrocubana— la superan en número y sus sacerdotes
no se suelen oponer a la Revolución —por lo tanto, no
pueden formar parte de la sociedad civil.48
Ante una circunferencia de sociedad civil tan
reducida, es fácil llegar a la conclusión de que Cuba no
tiene sociedad civil, o solo la tiene de manera «incipiente»,
frenada por un régimen represivo. Es lo que sugiere el
artículo publicado, en 2002, por Otero y O’Bryan,
quienes además afirman simpatizar con los ideales del
socialismo cubano. En este texto, no se cita ni se analiza
ninguno de los debates sobre la sociedad civil ocurridos
en Cuba durante el decenio de los 90.49 Es sobre este
punto que Rafael Hernández basa su crítica a la
«cubanología» estadounidense, que rechaza cualquier
contribución de los cubanos si no son disidentes. Por
ende, ninguna actividad académica genuina o válida
sobre asuntos cubanos puede venir de Cuba.50 De ahí
que, en lugar de intentar llegar a la compleja realidad
de la Cuba moderna,
la impresión que dejan ver algunos escritos sobre Cuba es
que la sociedad cubana dormita —que es como decir que
apenas existe. Parece como si la realidad cubana estuviera
compuesta por el «gobierno», «el partido» y la «élite» de un
lado y un multitudinario sujeto pasivo del otro. Como si
los ciudadanos que piensan o tienen capacidad de acción se
hubieran mudado para Hialeah o Coral Gables o se
hubieran alistado en un «grupo de derechos humanos».51
La sociedad civil cubana
La realidad de la sociedad civil cubana es compleja
y aquí solo podemos esbozar sus líneas generales. No
es justo ni realista verla de la misma manera que en la
sociedad capitalista, porque estamos hablando de una
sociedad con diferencias estructurales y éticas
fundamentales.52 El sector privado es infinitamente
pequeño (entiéndase no solo la empresa privada per se,
sino también las asociaciones privadas), en comparación
con el espacio público, que abarca el gobierno y gran
parte de lo que denominamos sociedad civil. La
71
sociedad socialista —independientemente del grado de
éxito que alcance— hace un énfasis importante en el
bien colectivo, la cooperación y la solidaridad, por
encima del individualismo y, en particular, del beneficio
individual. Se trata de estructuras ideológicas y no de
simples «alternativas», como pretende la sociedad liberal.
Cualquiera que crece en una sociedad capitalista
avanzada conoce de las presiones para cumplir con la
norma individualista, y sería injusto esperar que sean
menores en la sociedad socialista cubana respecto de la
norma colectivista.
Aun cuando la Cuba pre-revolucionaria no tuvo
una sociedad civil tan dinámica, esta era a menudo
violenta y represiva, un reflejo del subdesarrollo político,
social y económico del país, así como de su estatus
neocolonial bajo la hegemonía estadounidense.53 La
revolución de 1959 trajo consigo ingentes cambios y el
desarrollo de una vida de asociación de masas que no
había existido antes. A organizaciones del período pre-
revolucionario, como la Federación de Estudiantes
Universitarios (FEU) y la Central [antes Confederación]
de Trabajadores de Cuba (CTC), se sumaron la
Asociación Nacional de Agricultores Pequeños
(ANAP), los Comités de Defensa de la Revolución
(CDR) y la Federación de Mujeres Cubanas (FMC).
Aunque, en la actualidad se les descarta como «correas
de trasmisión» del Estado,54 (y puede que cumplan ese
papel y otros), durante muchos años, antes de la creación
de las estructuras formales de gobierno (el Poder
Popular en 1976), constituían la única representación
de las masas ante la dirección revolucionaria. En una
democracia casi directa, con la masiva incorporación
popular revolucionaria, estas organizaciones expresaron
los deseos y las prioridades del pueblo.55 Durante ese
período de inmensa participación popular, se creó una
nueva cultura social y política; en realidad, una nueva
sociedad civil, en la que la distinción entre el gobierno y
los gobernados se disolvió.56 Ese período no duró
mucho tiempo. Por los peligros —la invasión auspiciada
por los Estados Unidos—, así como la necesidad
percibida de proteger la contribución popular ante una
burocratización arbitraria, que se expresa incluso
satíricamente en una película de ese período titulada
La muerte de un burócrata, llevó a la institucionalización
de la participación en una estructura de gobierno
formal, el Poder Popular. No obstante, las
organizaciones de masas no han dejado de constituir
elementos importantes de la sociedad civil socialista.
Esas asociaciones, conjuntamente con muchos
organismos gubernamentales, no podrían ser más
típicas de la sociedad civil, en el contexto de una
estructura político-económica socialista. En 1989, Rafael
Hernández y Haroldo Dilla señalaron el permanente e
importante papel desempeñado por las organizaciones
Douglas Friedman
de masas, incluyendo los CDR, que «participan en
diversas tareas en las esferas de la atención a la salud, la
educación, el trabajo voluntario, la defensa, la seguridad
ciudadana y las actividades sociales»,57 y la Federación
de Mujeres Cubanas, los sindicatos, los grupos
estudiantiles y la milicia popular, las cuales, ellos
consideran «una prueba para cualquier sistema
democrático».58 Pese al tono crítico de sus escritos sobre
las organizaciones de masas en 2002, Dilla y Oxhorn
admitieron que estas son «capaces de adoptar sus
propias posiciones», con «la participación sistemática
en las áreas que ellos representan en el proceso de
adopción de decisiones» y «muestran cierta dinámica
autónoma a nivel de base». Afirman, además, que su
«tendencia hacia la autonomía ha aumentado» a partir
del Período especial.59
Resultaría imposible analizar aquí todos los cambios
importantes que trajo consigo el Período especial, pero
es evidente que tanto los críticos como los partidarios
de Cuba coinciden en que las terribles condiciones
económicas originadas por la caída del bloque oriental
y la Unión Soviética, a principios del decenio de los 90,
determinaron el crecimiento, desarrollo y aumento de
la complejidad de la sociedad civil cubana.60 En realidad,
se ha formado un importante sector de ONG a partir
de 1989. Algunas de estas ONG eran organismos
financiados por el Estado, que ahora, con los limitados
presupuestos del período especial, han quedado libres
para valerse por sí mismos. Aunque puede decirse que
organismos como estos, desde el principio eran
organizaciones de la sociedad civil —al menos en lo
que se entendería por tales en la sociedad socialista—,
es obvio que al alcanzar determinado nivel de
autonomía formal, muchas lo son cada vez más, ahora
que reciben menos financiamiento estatal. Sin embargo,
se ha producido también un crecimiento explosivo de
nuevas organizaciones, así como han salido a la
superficie muchas otras que tenían, quizás, un carácter
bastante informal (clubes, por ejemplo). En 1995, se
habían registrado en el Ministerio de Justicia más de
2000 organizaciones.61 Bajo la ley de asociaciones, estos
grupos deben someterse a ciertos reglamentos, tales
como contar con un número mínimo de miembros,
elecciones de sus dirigentes, y realizar actividades no
lucrativas, para mencionar algunos.62
Gillian Gunn establece una distinción entre
organizaciones de la sociedad civil que actúan de «arriba
a abajo» y las que actúan de «abajo a arriba» en la Cuba
de hoy. Pro Naturaleza, grupo ambiental considerado
por ella como organización de «arriba a abajo», todavía
puede mantener su independencia, aun cuando gran
parte de su dirección, salarios y oficinas los provee su
mentor, el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio
Ambiente.63 Organizaciones de «abajo a arriba», como
72
el Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr. o el
Centro Félix Varela, encuentran su impulso en la base.
Ello no significa que no participen, en cierta medida,
de la asistencia gubernamental. Sería algo muy poco
probable en un sistema en el que la vivienda, el transporte
y el trabajo están dominados por el Estado (o mejor,
el sector público) y en el que hay muy pocos recursos
del «sector privado» disponibles. Tampoco significa que
esas organizaciones sean instrumentos del Estado o al
menos lo son tanto como las asociaciones que forman
parte de la sociedad civil en el capitalismo y que resultan
instrumentos de las poderosas organizaciones privadas
que las financian. Según Gunn, hay una lucha constante
entre un gobierno que trata de emplear a esas
asociaciones en interés del Estado y las asociaciones
que defienden celosamente su independencia. Ello no
se diferencia mucho de la lucha de las cuatro vías en
que se ven enfrascadas muchas ONG en las sociedades
capitalistas, cuando se enfrentan a la posible influencia
de los donantes individuales o empresariales, el gobierno
y sus propias burocracias.
Gunn invierte una buena cantidad de tiempo
tratando de discernir si esas organizaciones de la
sociedad civil son o no verdaderamente independientes
del gobierno cubano. En lugar de juzgarlas sobre la
base de cuán bien representan los intereses de sus
miembros, ella supone que solo cuando entran en
determinado grado de conflicto con el Estado están
ejerciendo determinado espacio de independencia y,
por ende, de legitimidad.64 Por supuesto, sobre estas
bases nunca se juzgaría como legítimas a las ONG de
los países capitalistas occidentales. Por ejemplo, Gunn
cuenta la historia del Grupo para el Desarrollo Integral
de la Capital (que en aquel momento, 1993, era una
ONG no registrada) que logró que una ONG europea
les hiciera una donación de máquinas para la fabricación
de bloques de concreto, a fin de rehabilitar viviendas
en La Habana. Por lo visto, la empresa de construcción
estatal local intentó apoderarse de las máquinas con el
argumento de que las necesidades de las nuevas
construcciones tenían mayor prioridad. La ONG
europea intervino y amenazó con recuperar la posesión
de las máquinas a menos que se emplearan, de la manera
prevista, en la rehabilitación de viviendas existentes. El
Estado cedió, ya que la rehabilitación también era
prioridad. Para Gunn, ello constituyó una victoria de la
sociedad civil, aunque apuntó que de no haber sido
una prioridad estatal, el resultado no hubiera sido tan
satisfactorio.65 Primero, cabe pensar que si no hubiera
existido ninguna disputa, Gunn podría haber llegado a
la conclusión de que la ONG cubana no tenía
independencia ninguna. Segundo, el asunto revela quién
toma las decisiones respecto de las prioridades de la
sociedad y la asignación de los escasos recursos,
 La sociedad civil en la Cuba contemporánea: la política estadounidense y la realidad cubana
independientemente de su procedencia. En una
sociedad socialista, esas cuestiones se determinan
políticamente, es decir, que para bien o para mal, son
manejadas conforme a lo que los líderes piensan sobre
la base de la «política» del sistema. En una sociedad
capitalista, esas prioridades las determina el mecanismo
de mercado, que puede o no ser «distorsionado» por
la intervención del gobierno en interés del «beneficio
público».
Nuevas fuentes para el desarrollo
de la sociedad civil
Las reformas ocasionadas por el período especial
condujeron a la introducción de cambios que podrían
llegar a originar una transformación profunda de la
sociedad civil cubana. Con el advenimiento de algunas
microempresas privadas —restaurantes familiares y
trabajo por cuenta propia, a tiempo completo o a
tiempo parcial— se creó un nuevo sector económico
y social desconocido en Cuba durante casi medio siglo.
Si bien algunos lo califican de subversivo, ese sector es
un hecho y se ha mantenido. No fue fabricado por
Washington ni por Miami y, por consiguiente, no puede
descartarse ni pasarse por alto. Aunque no aseveraría
que ese sector constituye una adición a la sociedad civil,
como algunos afirman,66 puede llegar el momento en
que sí constituyan una nueva fuente de recursos,
trabajadores e intereses que no habían intervenido antes
en la sociedad civil.67 Según Hernández, «esa sociedad
civil es también el sustrato del socialismo en Cuba
—incluido el sistema institucional. Reconocerla,
responderle, preservarla, interactuar con ella, resulta
estratégico para la política de la Revolución».68
No obstante, mucho se desconoce acerca de la
sociedad civil cubana y su transformación. En Cuba
no se han emprendido grandes estudios empíricos de
esos grupos. Difíciles batallas intelectuales han tenido
lugar respecto del término sociedad civil propiamente, en
parte porque el concepto se ha empleado como un
arma contra el régimen en la más reciente fase de la
guerra fría entre Cuba y los Estados Unidos.69
La próxima etapa en el estudio de la sociedad civil
cubana debería apuntar a la búsqueda de datos
específicos acerca de estos grupos sociales. ¿Cómo estos
definen el espacio que ocupa la sociedad civil en Cuba?
En primer lugar, solo una definición teóricamente
fundada en el contexto del socialismo puede permitir
juzgar el éxito o el fracaso cubano, medido con un
rasero que corresponda a sus propios objetivos. En
segundo lugar, es importante tratar de comprender el
papel social que cumplen los grupos de la sociedad
civil y cómo estos lo ven, a fin de discernir lo que ellos
73
consideran repercusiones sociales, culturales y políticas
de su actividad, así como su potencial. De esta manera,
daremos los primeros pasos para que algunos adquieran
cierta comprensión de cómo evolucionará el sistema
socialista en Cuba.
Notas
1. Lars Schoultz, «Blessings of Liberty: the United States and the
Promotion of Democracy», Journal of Latin American Studies, v. 34,
Cambridge, 2002, p. 425.
2. En otras ocasiones, he manifestado que el siglo XXI será una
continuación del siglo XIX en vez del siglo XX. En ese sentido, el
análisis de Marx sobre el desarrollo del capitalismo mundial es hoy
más aplicable que hace cincuenta años. Véase Douglas Friedman,
«Democracy in Peripheral Areas and the New “Primitive
Accumulation”: Comparative Perspectives on Latin America and
East/Central Europe», manuscrito inédito, 1997.
3. Alan Wolfe, «Revisiting Predictions of the Decline of Civil
Society in Whose Keeper?», Brooking Review, v. 15, n. 4, otoño de
1997, Washington, pp. 9-12.
4. No es mi intención en el presente trabajo hacer un estudio
amplio del término sociedad civil. Jean L. Cohen y Andrew Arato
realizaron un admirable estudio del tema, Civil Society and Political
Theory, MIT Press, Cambridge, 1992.
5. Michael Foley, «Laying the Groundwork: The Struggle for Civil
Society in El Salvador», Journal of Inter-American Studies and World
Affairs, v. 35, 1996, Miami, p. 67. Ese criterio prevalece aún más
entre ONG que crean opinión en América Latina hoy. Véase Daniel
C. Levy, Building the Third Sector, University of Pittsburgh Press,
Pittsburgh, 1996.
6. Ibídem, p. 67.
7. Eric Foner, «Plantation Profiteers- Book Review of Robin
Blackburn’s The Making of the New World», The Nation, v. 264, n. 12,
Nueva York, 31 de marzo de 1997, p. 25.
8. Ídem.
9. Olga M. Larin, Civil Society versus the World Crisis of Statism Since
1989, manuscrito inédito, 1997. Obsérvese cómo esta concepción
de estatismo es tan amplia que abarca todos los tipos de regulación
y producción estatal de manera que puede incluir tanto el Estado
benefactor estadounidense, como el estalinismo y el populismo
latinoamericano.
10. Douglas Friedman, ob. cit. En realidad, respecto de la caída del
régimen en Alemania oriental abundan otras explicaciones, entre
las que se incluye la de Laurence McFalls, quien sostiene que, en
vez de producirse un brote de oposición a partir de la sociedad
civil, el régimen sufrió los efectos de una crisis económica que puso
a prueba los valores de «modestia, solidaridad y calidad» en el país,
lo cual afectó la legitimidad de esta forma social. Véase, Lawrence
H. McFalls, Communism Collapse. Democracy Demise?, New York
University Press, Nueva York, 1995.
11. Véase Theda Skocpol, «Unravelling From Above», The American
Prospect, n. 25, Washington, marzo-abril de 1996, pp. 20-5. A escala
internacional, el asunto va mucho más allá. Un artículo reciente
publicado en The Nation, en el que se celebran los logros alcanzados
por las ONG en cuestiones relativas a las minas terrestres, sugiere
que, de cierta manera, esos clubes internacionales, muchos de los
Douglas Friedman
cuales son financiados por poderosas fundaciones privadas
internacionales, constituyeron la vía por la cual el ciudadano medio
podía y debía tener una participación efectiva en los asuntos
mundiales. Nuevamente, estamos en presencia de una típica posición
antiestatal y antipolítica, que bien pudo haber sido esgrimida por la
derecha. Véase Kenneth Roth, «New Minefields for NGOs», The
Nation, Nueva York, 13 de abril de 1998.
12. Steve Ellner, «Deepening of Democracy in a Crisis Setting:
Political Reforms and the Electoral Process in Venezuela», Journal
of Inter-American Studies and World Affairs, v. 35, Miami, 1994.
Ronald Chilcote tomó nota de cuántos en la izquierda han
abandonado la tradicional confianza marxista en la clase obrera
como centro de la política revolucionaria en favor de un sinnúmero
de intereses que emanan de esta versión de «sociedad civil»; véase
Ronald Chilcote, «Post Marxism: The Retreat from Class in Latin
America», Latin American Perspectives, v. 17, n. 2, Riverside, CA,
primavera de 1990, pp. 3-24.
13. Michael Chanan, «Cuba and the Civil Society or Why Cuban
Intellectuals are Talking about Gramsci», Nepantla, v. 2, n. 2, Durham,
NC, verano de 2001, pp. 387-8. También véase Michael Burawoy,
«For a Sociological Marxism: The Complementary Convergence of
Antonio Gramsci and Karl Polanyi», en Robert C. Tucker, ed., The
Marx-Engels Reader, Norton, Nueva York, 1972, pp. 24-51.
14. Véase Hal Draper, Karl Marx’s Theory of Revolution: State and
Bureaucracy, t. I, Monthly Review Press, Nueva York, 1977, pp. 34
y 119; y Karl Marx, «On the Jewish Question», en Robert C. Tucker,
ob. cit.
15. David Forgacs, ed., An Antonio Gramsci Reader, Schocken Books,
Nueva York, 1988, pp. 229 y 420.
16. Michael Chanan, ob. cit., pp. 391-5.
17. Ibídem, p. 400.
18. Carmen Sirianni y Lewis Friedland, «Civil Society», en Civil
Practices Network, http://www.cpn.org/sections/tools/
civil_society.html, 14 de noviembre de 2003.
19. Patricia Chilton, «Social Movements, Transnational Coalitions,
and the Transformation Process in Eastern Europe», en Harvard
Center for International Affairs, Program on Non-Violent Sanctions and
Cultural Support, http://data.fas.harvard.edu/cfia/pnscs/
f92chil.htm, 18 de noviembre de 1992.
20. Charles F. Bahmueller, «The Role of Civil Society in the
Promotion and Maintenance of Constitucional Liberal
Democracy», Center for Civic Education, http://www.civnet.org/
journal/issue 1/bahm2.htm, v. 1, n. 1, mayo de 1997.
21. William R. Reisinger, «Establishing and Strengthening
Democracy», en Robert D. Grey, ed., Democratic Theory and Post-
Communist Change, Prentice Hall, Nueva Jersey, 1997, pp. 52-78.
22. Andrew Arato y Jean Cohen, «Civil Society and Social Theory»,
en Meter Beilharz, Gillian Robinson y John Rundell, comps., Between
Totalitarianism and Postmodernity, MIT Press, Cambridge, 1992,
pp. 199-219.
23. En Europa oriental y central, la ex Unión Soviética y, en menor
grado, los diferentes países de América Latina, el gobierno
estadounidense, las fundaciones y las principales empresas privadas
han «estimulado» la expansión de la sociedad civil por razones
explícitamente políticas. Lo mismo es válido para Cuba en la
actualidad. Sobre este tema véase, por ejemplo, Mauricio A. Font,
«Friendly Prodding and Other Sources of Change in Cuba», Social
Research, v. 63, n. 2, Nueva York, verano de 1996, pp. 573-602; y
USIA, «Support for a Democratic Transition in Cuba», en Proyecto
74
Cuba, CUNY, Queens College, http://www.soc.qc.edu/procuba/
dem_tra.html, 5 de noviembre de 2003.
24. Comission for Assistance to a Free Cuba, Report to the
President», mayo de 2004, en Internet: www.state.gov/documents/
organization/32334.pdf, p. 7-51.
25. Ídem, p. 201-423.
26. Satur Ocampo, «Low Intensity “Democracy” (LID), Legal
Systems Development (LSD), and the Cooptation of “Civil
Society”», ponencia presentada en la mesa redonda sobre el Programa
de Seguridad EE.UU.-Japón en la Región Asia-Pacífico, como parte
de la Conferencia de los Pueblos Contra la Globalización Imperialista,
20-23 de noviembre de 1996, p. 2.
27. Ibídem. También véase William I. Robinson, «Low Intensity
Democracy: the New Face of Global Domination», Covert Action
Quarterly, n. 50, Washington, otoño de 1994.
28. William I. Robinson, «Pushing Polyarchy: The US-Cuba Case
and the Third World», Third World Quarterly, v. 16, n. 4, Londres,
1995, pp. 631-47.
29. Véase un análisis en Carole Pateman, Participation and Democratic
Theory, Cambridge University Press, Cambridge, 1970, pp. 1-21.
30. William I. Robinson, «Pushing Polyarchy…», ob. cit., p. 8.
31. Ibídem, p. 9.
32. Marcelino Fajardo Delgado, «Perspectives of Cuban Community
Development for the Next Century Within the Context of the
Caribbean», ponencia presentada en la XXVIII Conferencia Anual
de la Sociedad Internacional de Desarrollo Comunitario, Melbourne,
Australia, julio de 1996.
33. No estamos preparados para renunciar a nuestra soberanía, Conferencia
de prensa por el Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba Felipe
Pérez Roque, 9 de abril de 2003, Editora Política, La Habana,
2003; Anita Snow, «Debate Rages Over U.S. Support of Cuban
Dissident Movement», en Internet: http://www.idsnews.com/
story.php?id=16090, 14 de abril de 2003.
34. Por ejemplo, véase Ficha de Datos de USAID, http://
www.iacenter.org/cuba_agee.htm, 12 de noviembre de 2003.
35. Philip Agee, «Terrorism and Civil Society as Instruments of
U.S. Policy in Cuba», Ciclo de conferencias presentadas en Talleres
Internacionales por la Paz celebrados en el Movimiento Cubano
por la Paz en La Habana, mayo-octubre de 2003, disponibles en
http://www.iacenter.or/cuba_agee.htm.
36. Ídem.
37. Comission for Assistance to a Free Cuba, ob. cit., pp. 15-24.
38. Rafael Hernández, «Los tres cubanos. Cultura política, debate
de ideas y sociedad civil en Cuba», La Gaceta de Cuba, n. 3, La
Habana, 2003, p. 63. Véase, además, Haroldo Dilla and Philip
Oxhorn, «The Virtues and Misfortunes of Civil Society in Cuba»,
Latin American Perspectives, v. 29, n. 4, Riverside, CA, julio de 2002,
p. 21. Aunque es algo que sus partidarios también reconocen, sin
embargo, siguen insistiendo en que ellos y solo ellos constituyen la
sociedad civil cubana; véase Gerardo Otero y Janice O’Bryan, «Cuba
in Transition? The Civil Sphere’s Challenge to the Castro Regime»,
Latin American Politics and Society, v. 44, n. 4, Boulder, CO, invierno
de 2002, p. 12.
39. Rafael Hernández, Mirar a Cuba. Ensayo sobre cultura y sociedad
civil, Letras Cubanas, La Habana, 1999, pp. 10-23.
 La sociedad civil en la Cuba contemporánea: la política estadounidense y la realidad cubana
40. Gerardo Otero y Janice O’Bryan, ob. cit., p. 7.
41. Ídem.
42. De acuerdo con esta lógica, los comunistas, anarquistas y fascistas
constituirían sociedad civil en los Estados Unidos.
43. Rafael Hernández, «Los tres cubanos…», ob. cit., p. 63.
44. Ibídem, p. 95.
45. Interreligions Foundation for Community Organization/
Pastores por la Paz, «Cuba: Pastors for Peace Slams USAID-Funded
Disinformation», NY Transfer News, Nueva York, 6 de agosto de
2002.
46. Brendan Howley, «Cuban Independent Journalism Struggles to
Survive», Canadian Journalists for Free Expression Reporter, n. 2, 2000,
pp. 1 y 7, http://www.cjfe.org/reporter/Reporter_spring_00.pdf.
47. Gerardo Otero y Janice O’Bryan, ob. cit., pp. 14-5.
48. Rafael Hernández, Mirar a Cuba..., ed. cit., pp. 32 y 95: Haroldo
Dilla y Philip Oxhorn, ob. cit., pp. 18-9; y Gerardo Otero y Janice
O’Bryan, ob. cit., pp. 12-3.
49. Rafael Hernández, Mirar a Cuba..., ed. cit., p. 45-46 y 87.
50. Ibídem, p. 10-11.
51. Ibídem, p. 15.
52. Ken Cole, «Cuba: The Process of Socialist Development», Latin
American Perspectives, v. 29, n. 3, Riverside, CA, mayo de 2002,
pp. 40-56.
53. Véase Lars Schoultz, ob. cit., pp. 397-425.
54. Gerardo Otero y Janice O’Bryan, ob. cit., pp. 7-9.
55. Carollee Bengelsdorf, The Problem of Democracy in Cuba, Oxford
University Press, Nueva York, 1994, pp. 78-85; y Michael Chanan,
ob. cit., p. 388.
56. Michael Chanan, ob. cit.
57. Rafael Hernández y Haroldo Dilla, ob. cit., p. 44.
75
58. Ídem.
59. Haroldo Dilla y Philip Oxhorn, ob. cit., 18.
60. Max Azicri, Cuba Today and Tomorrow, University of Florida
Press, Gainesville, 2000; y Ken Cole, From Revolution to Development,
Pinter, Londres, 1998.
61. Esas organizaciones ahora incluyen —además de estudiantes,
campesinos, grupos de mujeres y sindicatos— asociaciones
profesionales, religiosas, comunitarias, culturales y clubes sociales y
de aficionados. Rafael Hernández, Mirar a Cuba..., ed. cit., p. 100.
62. Ministerio de Relaciones Exteriores, «Cuba y su defensa de
todos los derechos humanos para todos», La Habana, Cuba, 2004,
p. 78-81.
63. Gillian Gunn, «Cuba’s ONGs: Government Puppets or Seeds
of Civil Society?», Cuban Briefing Paper Series, n. 7, febrero de 1995,
http://www.trinitydc.edu/academics/depts/Interdisc/
International/caribbean%20briefings/Cubas_NOGs.pdf, p. 3.
64. Ibídem, p. 3-12.
65. Ibídem, p. 11.
66. Véase Gillian Gunn, ob. cit.; y Gerardo Otero y Janice O’Bryan,
ob. cit.
67. Rafael Hernández, Mirar a Cuba..., ed. cit., pp. 43, 99; Haroldo
Dilla y Philip Oxhorn, ob. cit., pp. 22-3 y 26-7.
68. Rafael Hernández, Mirar a Cuba..., ed. cit., p. 48.
69. Véase Milena Recio et al., «Sociedad civil en los 90: el debate
cubano», Temas, n. 16-17, La Habana, 1998, pp. 155-75, y Michael
Chanan, ob. cit., pp. 387-406.
©
, 2006