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El regreso de Fernando VII trajo consigo la restauración del absolutismo. Los años siguientes se
verán jalonados por una continua lucha entre los liberales, partidarios de restaurar la
Constitución de 1812, y los sectores más reaccionarios, empeñados en mantener la monarquía.
Los objetivos de este Congreso, concretados en el concepto de Restauración, fueron los siguientes:
- Restaurar en los diferentes países el sistema absolutista de gobierno y a los monarcas y dinastías
reinantes antes de Napoleón. Es lo que se conoce como legitimismo.
- Situar a Francia dentro de sus fronteras anteriores a 1792
- Crear instrumentos internacionales diplomáticos y militares, para sofocar cualquier intento que
pusiera en peligro los acuerdos anteriores: así surgió la Santa Alianza.
Una vez restablecido el equilibrio territorial, Austria, Prusia y Rusia crearon la Santa Alianza
(1815), que fue un acuerdo de defensa común para salvaguardar los intereses legítimos de las
monarquías frente a la revolución y a la ideología liberal.
Gran Bretaña se negó a formar parte de ella y propuso otra alianza más efectiva, apoyada por
Metternich: la Cuádruple Alianza (1815), integrada por Austria, Prusia, Rusia y Gran Bretaña, a la
que se adhirió Francia en 1818. Sus miembros se comprometieron a consultarse y a determinar
acciones conjuntas cuando la seguridad de alguno de ellos estuviera en peligro.
Las posiciones más progresistas del liberalismo político van a acabar defendiendo unas ideas que
superan a las del liberalismo clásico, y que en su conjunto constituyen lo que se denomina
J.R. Salvador 3. ABSOLUTISMO Y LIBERALISMO: EL REINADO DE FERNANDO VII (1814-1833) 2
democracia. Los demócratas defienden el sufragio universal como base indispensable para el
establecimiento de una soberanía popular, y ponen más énfasis en las libertades y en la igualdad
social. Mientras los liberales se orientan como forma de gobierno hacia la monarquía constitucional,
los demócratas suelen preferir la república.
a) Ante la pregunta « ¿Quién debe ejercer el poder político?», las respuestas son varias. La
democracia y el liberalismo democrático contestarán: «el pueblo» (el liberalismo doctrinario dirá
que «la Nación»).
b) Si la pregunta es: «Ejerza quien ejerza el poder político, ese poder, ¿tiene algún límite?», la
democracia nada contesta, pero el liberalismo (el doctrinario y el demócrata) contestará que «el
poder limita con los derechos individuales fundamentales». Claro está que el liberalismo incluirá
entre esos derechos fundamentales el de ejercer el poder y participar en él.
Por lo tanto, un sistema democrático pudiera no ser liberal, es decir, pudiera no respetar todas o
alguna de las libertades individuales; pero todo sistema liberal forzosamente tendría que ser
democrático.
El período de 1815 a 1850, periodo de propesridad general de las economías nacionales, estuvo
dominado por la continua lucha entre los principios de la Restauración y los de la ideología liberal
que continuaba extendiéndose por toda Europa y América.
Así, frente a la postura reaccionaria de la gran burguesía, la pasividad de unos campesinos cada vez
más deprimidos, continuó la actitud revolucionaria de las masas obreras y de la pequeña burguesía
urbana. Estas masas eran cada vez más conscientes de su situación de opresión, miseria y falta de
libertades generadas por un poder ejercido por minorías que nada habían querido aprender de los
cambios realizados por la Revolución Francesa. Son estos grupos quienes a través de estas
revoluciones abrieron el camino a la democracia.
Fernando VII, liberado por los franceses el 24 de marzo de 1814, llegó a Valencia con el firme
propósito de reinstaurar la monarquía absoluta y suspender la Constitución de 1812. En primeros
momenentos fue aclamado por el pueblo, que veía en él al monarca “deseado» durante los años de
ocupación francesa. A su llegada, 69 diputados absolutista le hicieron entrega del Manifiesto de los
Persas, en el que se reafirrmaba el poder absoluto del rey, se defendían los privilegios de la
noblezay el clero y se atacaba con dureza la obra de las Cortes de Cádiz.
El 4 de mayo, Fernando VII, que había prometido respetar la Constitución de Cádiz, firmó en
Valencia un Real Decreto que anulaba la obra legislativa de las Cortes de Cádiz. Se repusieron las
viejas instituciones, se recompuso la sociedad estamental y se reinstauró la Inquisición. El rey
disolvió las Cortes, detuvo a los ministros de la Regencia y persiguió a los diputados liberales que
habían pretendido hacerle jurar la Constitución de 1812. Este verdadero golpe de Estado absolutista
fue apoyado por la nobleza y la Iglesia y encontró un ambiente propicio en Europa, donde el
Congreso de Viena (1815) y la Santa Alianza intentaban restaurar las monarquías absolutas.
Durante el sexenio de 1814 a 1820, Fernando VII tuvo que hacer frente a la crítica situación de la
Hacienda Pública, la depuración de los afrancesados y liberales, y las numerosas conspiraciones de
signo liberal.
. Liberales y afrancesados. El rey se mostró muy indulgente con los afrancesados, pero fue
extremadamente duro con los participantes en las Cortes de Cádiz, deteniendo y procesando a
centenares de liberales.
En el País Vasco, a pesar de la confirmación de los fueros por el rey –consecuencia del
restablecimiento de la estructura sociopolítica del Antiguo Régimen-, el uniformismo jurídico
liberal no había muerto con la recién abolida Constitución, sino que se coló en el absolutismo
fernandino, de tal manera que una real orden de 21 de octubre de 1817 recordaba que la restitución
de los Fueros llevaba “tácita la cláusula de sin perjuicio de los intereses generales de la nación, del
sistema de unidad, de orden y de las regalías de la suprema autoridad soberana”. Veintidós años
más tarde, el artículo primero de la Ley de 25 de octubre confirmaba también los Fueros, bajo el
régimen liberal, empleando la tantas veces denostada apostilla «sin perjuicio de la unidad
constitucional de la Monarquía», que parecía plagiada del documento absolutista. Por buena prensa
que tenga Fernando VII entre los fueristas, no deben olvidar éstos que «el Deseado» asestó firmes
golpes al régimen foral, no siendo el menor de ellos el de imponer a las tres Provincias una
contribución militar más allá de los limites marcados por los Fueros.
Tampoco se olvidaba Fernando VII del País Vasco cuando, en un intento de rehacer el erario
público, creaba la Junta para la reforma de abusos, en relación con la Real Hacienda, encaminada a
acabar con el contrabando. Mal le debieron ir las cosas a dicha Junta -en su deseo de terminar con
las irregularidades del comercio vasco- pues nos ha dejado un alegato contra la singularidad del
País Vasco: «La Diputación permanente de cada una del estas provincias parece sha establecido con
el objeto de oponerse a las medidas del Gobierno. Nada hay allí de común acuerdo con las demás
provincias de Espafía: las leyes distintas, el comercio, del todo franco, las contribuciones, casi
ningunas, la hidalguía se ha hecho universal y sus establecimientos, suyos, y en fin, hasta el
Gobierno suyo»
En el mes enero de 1820 tuvieron lugar los pronunciamientos del coronel Riego en Cabezas de San
Juan y del coronel Quiroga en Alcalá de los Gazules. Enseguida, el movimiento insurreccional se
extendió por todo el país y los militares sublevados consiguieron el poder y formaron un Gobierno
provisional, que restableció la Constitución de Cádiz y decretó la amnistía para todos los liberales y
afrancesados perseguidos por el absolutismo. El Rey, obligado por la situación, juró la Constitución
el 9 de marzo en el Salón de Cortes.
La acción política de los liberales, durante los tres años que permanecieron en el poder, intentó
llevar a la práctica la obra legislativa de las Cortes de Cádiz (abolición de los señoríos, unificación
de leyes y códigos, supresión de la Inquisición, libertad de comercio, industria y propiedad,
reducción del diezmo, control de los privilegios eclesiásticos y reforma de las órdenes monásticas) e
impulsar el liberalismo frente a los vestigios del Antiguo Régimen. Pero esta labor reformadora se
vio frenada por la oposición de la nobleza, de la Iglesia y, sobre todo, del rey, que utilizó los
privilegios que le otorgaba la Constitución para impedir y retrasar la promulgación de las leyes.
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La situación se hizo aún más difícil cuando los liberales se escindieron en dos grupos, moderados o
“doceañistas” y exaltados o «veinteañistas». Los moderados, entre los que se encontraba Martínez
de la Rosa, jefe del Gobierno en 1821, eran partidarios de suavizar las reformas, evitar los
enfrentamientos con la Iglesia y con el rey, y reformar la Constitución en un sentido menos radical.
Los exaltados, dirigidos por Evaristo San Miguel, Flórez de Estrada y José María Calatrava,
ocuparon el poder desde 1822 y defendieron una política de reformas profundas que impidieran la
vuelta del absolutismo.
El rey conspiró con los absolutistas y con potencias extranjeras para acabar con el sistema
constitucional. Los absolutistas establecieron la Regencia de Urgel (1822) aunque esta oposición
armada no fue suficiente para acabar con el régimen liberal. Fernando VII tuvo que recurrir a las
potencias europeas de la Santa Alianza para que intervinieran en España a favor del absolutismo.
En abril de 1823, las tropas francesas dirigidas por el duque de Angulema, los llamados “Cien mil
hijos de San Luis”, cumpliendo el encargo de la Santa Alianza, entraron en la Península con la
misión de restaurar el régimen absolutista.
A los 65.000 franceses se unieron unos 35. 000 españoles partidarios del absolutismo e iniciaron un
verdadero paseo militar por España, pues la resistencia era desorganizada o nula. La masa po
pular recibió a las tropas invasoras y rebeldes como libertadores. Los liberales apoderándose del
rey, se refugiaron en Cádiz, que fue tomado al asalto por los franceses. Un generoso soborno a los
diputados liberales hizo posible que se liberara a Fernando VII, que firmó un documento en el que
se comprometió a no tomar represalia alguna contra los constitucionales, y que se iniciaran
negociaciones. Al día siguiente, Fernando VII desembarcó en el Puerto de Santa María y fue
recibido por el duque de Angulema, anulando lo prometido a los liberales.
La represión fernandina alcanzó tales tintas de sangrienta venganza que el propio duque de
Angulema amenazó con marcharse inmediatamente si no cesaban las crueles matanzas y torturas a
los constitucionales. Fernando VII pudo volver a gobernar de manera absolutista, con el apoyo de
parte del pueblo, del clero y de la nobleza.
En el País Vasco, la restauración constitucional de 1820 no produjo gran entusiasmo, pues aquí el
dogma liberal de la soberanía nacional entrañaba más riesgos e innovaciones que el absolutismo
fernandino. Las preferencias absolutistas de los vascos eran mayoritarias y seguían enraizadas en la
experiencia de las recientes guerras antifrancesas o en la permanente labor concienciadora del clero.
Mayor contento, sin embargo, demostraron los guipuzcoanos, que se aprestaron siguiendo el
liderazgo de San Sebastián a defender la vulnerable Constitución, mediante la formación de
batallones de la Milicia Nacional, que luego operarían en todo el País. Cuando, tres años más tarde,
los «cien mil hijos de san Luis» cruzaban el Bidasoa para acabar con el régimen liberal, la
resistencia vasca fue fácilmente vencida, pero consagraría el caudillaje guerrillero de Gaspar de
Jáuregui, «el Viriato guipuzcoano», convertido ahora en antagonista del regio absolutismo.
Las primeras medidas de Fernando VII estuvieron dirigidas a desmontar las reformas del Trienio
Liberal y a perseguir a los liberales, igual que hizo en 1814. Muchos se exilaron y otros, como
Rafael Riego, fueron ejecutados. Pero si entonces los absolutistas se mantuvieron unidos y
apoyaron unánimemente la política real, en 1823 se escindieron en intransigentes y moderados,
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discrepando sobre los métodos represivos utilizados por el rey y sobre la concepción doctrinal del
absolutismo.
El sector intransigente, dirigido por el príncipe don Carlos, hermano del rey, contaba con el apoyo
de la nobleza y del sector más reaccionario del clero, teniendo como principal objetivo destruir la
obra desamortizadora del Trienio y reponer el Tribunal de la Inquisición. Se organizaron en
sociedades secretas (La Junta Apostólica, El Ángel Exterminador ... ) y promovieron sublevaciones
militares.
El sector moderado, dirigido por el ministro Cea Bermúdez, consiguió que antiguos liberales
participasen en el gobierno y que Fernando VII se negara a reinstaurar el Tribunal de la Inquisición
y aceptara diversas reformas económicas de signo liberal.
Los años que precedieron a la muerte de Fernando VII, en 1833 no hicieron sino reforzar, bajo el
patrocinio de una burguesía liberal y progresista, la integración del País Vasco, en una España con
una conciencia nacional progresiva. Pero, al mismo tiempo, y a pesar de los recortes continuos que
los Fueros venían sufriendo, su pervivencia aparecía, desde el punto de vista de la ideología fuerista
dominante, cada vez, más vinculada al mantenimiento del régimen absolutista. Al final del reinado,
la literatura fuerista no era pequeña y expresaba la denuncia contra la voluntad asimiladora y
uniformista del poder político central y contra el deseo de algunos sectores liberales vascos, que
veían en el régimen foral una rémora para una sociedad en cambio.
El inmenso imperio español en América, que había permanecido intacto durante casi tres siglos, se
vino abajo en muy pocos años. Entre 1810 y 1825, la mayoría de los territorios
hispanoamericanos obtuvieron su independencia y España dejó de ser una potencia colonial