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UNIVERSIDAD PEDAGOGICA NACIONAL

FRANCISCO MORAZAN
CENTRO UNIVERSITARIO REGIONAL SPS
CARRERA DE LETRAS

ASIGNATURA: LITERATURA CENTROAMERICANA FECHA: 19 de agosto de 2019

CATEDRÁTICO: Ramón H Ramírez Nombre del estudiante: Yasuary Seleny Aguilar Reyes

Control de lectura de Literatura centroamericana

¨Cuentos de Barro¨

1. ¿Cuáles son los relatos que presentan como temas y motivos: religión, milagros, música, muertes
accidentales, brujería y relaciones carnales?
Justifique su respuesta con ejemplo del texto leído:

Religión: en el relato de noche buena; Ulalia tenía dos hijos: Tina y Nacho. Iban al pueblo, el padre
de la iglesia estaba regalando juguetes, los hijos de Ulalia nunca habían tenido juguetes. Cuando
Ulalia estaba cerca del padre para que le diera juguetes, él le dijo: no eres del pueblo, a lo que ella
dijo que no, entonces el padre le negó los juguetes porque los niños no han venido a la doctrina,
que es un requisito en la religión católica.

Milagros: en el texto la respuesta, pasó un milagro, No llovía. En el cantón, desde las dos de la
tarde, se oyó el saltito de duende del tambor, llamando a los de la rogación. El calor estaba
estacado en el llano, como un cuero de res. Todo se doraba; todo se caía; todo se tostaba. En un
remiendo de talpetate, la culebra dormía enroscada y era como el yagual del pesado cántaro de
la sed. El viento estaba muerto en el polvo, las piedras sacaban sus cabezas del selo, para respirar.
A las 3 salió la rogación, por el camino el pedregal; cantaban salmos tristes y llorones, andaban
con san Isidro. Por las 4 y media el cielo se puso tilinte se quemó, la llama corrió hasta el suelo y
allí brotó la lluvia, fue una nube prieta y veloz. Fue un verdadero desastre. Cuando amaneció, en
calma los cielos verdes, dos viejos indios, desgreñados y transidos, estaban sobre un árbol caído
y miraban con resignación las barbaries del cielo. Uno de ellos dijo que fue milagro.

Música: en el texto el negro; Un día el negro Nayo se arrimó tantito a Chabelo cuando éste
ensayaba su flauta, sentado en el cerco de piedras del corral. Le sonrió amoroso y le estuvo
escuchando, como perro que mueve el rabo. Chabelo le dijo a Nayo que le iba a enseñar a tocar
la flauta, después de las primeras lecciones, chabelo le alquiló la flauta al negro para unos días, él
se desvelaba domando el carrizo; y lo domó a tal punto, que los vecinos más vecinos, que estaban
a tres cuadras, y le encantaban oírlo, en poco tiempo, el negro Nayo sobrepasó la fama de
Chabelo. Llegaba gente de lejos para oírlo; y su sencillez y humildad de siempre se coloreaban de
austeridad y poderío, mientras su labio cárdeno soplaba el agujero milagroso, El propio Chabelo,
que creyó conocer todos los secretos del carrizo, se quedaba pasmado, escuchando.

Muertes accidentales: en el relato de caza; Bruscamente, con irrumpe de ventarrón, volante como
sombra de raudo gavilán un venado brotó, eléctrico, del ramazal al rastrojo, tamborileando su
terror en el suelo polvoso y tirándose al descampado como a la muerte. Detrás de él venía la bala.
Humo, gritos, polvo, hojas al viento. El venado se hundió en la cueva del eco, arrebatado por un
terror avaro. En el suelo, y en su propia sangre, se devanaba el viejo Calistro comiéndose la tierra
caliente a bocaradas, bajo el sol. Mateyo, al darse cuenta, tiró la escopeta y huyó por el bosque.
Los otros dos se miraban, aterrados, a uno y a otro lado de aquel abismo de agonía

Brujería: en el relato el brujo, la Lorenza rechazaba de plano las pretensiones de Felipe; había
oído una vez, de labios del brujo Manuel Mujica, que en cuestión de amores nunca fallaba la
oración del puro, cuando se ejecutaba de ley. A eso había arrastrado esta noche al hermano,
haciéndole beber cuatro leguas de temor y de esperanza. Felipe le dijo al brujo que le hiciera una
muñeca con alfiler.

Relaciones carnales: en el relato el padre se presenta este tema, La Chana era una cipota
chulísima. Había crecido, al servicio del cura, la chona se había hecho mujer, el cura la miraba de
lejos, la miraba pasar, disimuladamente, para el cura la risa de la chona sonaba como una
campanilla mundana. Un día la niña Queta y la niña Menches entraron apuradas en busca del
padre para un asunto urgente, la puerta estaba entreabierta, ellas vieron que el padre estaba
todo él sentado en un sillón y la Chana estaba todo ella sentada en el padre. Ante la situación el
cura dijo: Un afán, un vago deseo de ser padre. Es como mi hija. Su voz era oscura
2. Ejemplifique el uso que Salarrue hace de un lenguaje regional muy propio del Salvador, construya
los ejemplos en forma de listado, clasificándolos por categoría gramatical a la que pertenece u
término de otra filiación o clasificación lingüística del mismo.

Sustantivos Adjetivos Verbo Pronombres Adverbio Preposiciones

ACAPETATE Acuchuyado Andar Aloye Aju Desde


Achorcholado Amelarchiarse Arronjar Amónos Ansina
Arriscado casar Gua Diay
Agueguecho Babieca Dir E
Amaton Baboso Rir Ende
Bolo
Ambuleto Bravo
Bamba Canche
Barrilete Chele
Bebedeo Cherche
Botija Chueco
Broton Chulo
Bruja Feyo
Brusca Ido
Burro Murusho
Butute Peche
Cabuya
Cacaxte
Calibre
Cojon
Corvo
Cuca
Cheje
3. Realice una descripción narrativa de los siguientes relatos:

La honra: había amanecido norteando, el agua estaba helada. Juanita iba bien contenta, a su lado
iba un perro, ladrando; queriendo alcanzar las hojas secas, ella se sentó a descansar, estaba
agitada, los pechos bien ceñidos por el traje, el ojo diagua estaba en el fondo de una barranca, se
le quedaba viendo sin parpadear, mientras la chucha lengueaba golosamente el manantial, juanita
sacó un espejo, del tamaño de un colón (moneda) y empezó a espiarse con cuidado, se arregló las
mechas, se limpió con el delantal la frente sudada; y como se quería, se dejó un beso en la boca,
mirando con recelo alrededor. Bajó de la piedra y comenzó a pepenar chirolitas. La chucha
empezó a ladrar, en el recodo de la barranca apareció un hombre montado a caballo; cuando la
Juana lo conoció, sintió que el corazón se le había ahorcado. Ya no tuvo tiempo de escarparse, y
sin saber por qué, lo esperó agarrada de una hoja. Él de a caballo, joven y guapo, apuró y pronto
estuvo a su lado, radiante de oportunidad, no hizo caso del ladrido y empezó a chulear a la Juana;
hubo defensa. Tacho el hermano de Juanita tenía 9 años, presenció cómo le pegaba el papá a
Juanita porque había perdido la honra, él pensó que era un objeto que había perdido, fue en busca
de el; encontró un fino puñal con mango de concha y se le entregó al papá.

Contagio: Después del aguacero de la noche, había clareado gris, mojado, encharcado, invernició,
Venía la mañana en ondas frescas, anegando la oscuridad. Don Nayo llegó al portón, No podía
enderezar la cabeza, porque su nuca estaba paralizada; lo cual le daba un vago aspecto de tortuga.
Miró al cielo de reojo; aspiró el olor de los limones; se puso el palo bajo el brazo y llamó
aplaudiendo llamó a su hija Cande, ella escuchó el llamado, salió corriendo de la cocina, Nayo la
llamaba para regañarla y halarle las orejas, por haber dejado abierta la palanquera, por eso tres
yeguas andaban olfateando las huertas, al rato Cande fue por los canasto, para recoger limones y
nances, Cande aprovechó a contarle un sueño muy raro, Don Nayo no le entendió, terminaron de
recoger, le ayudó a poner el canasto en la cabeza a su hija; la vio irse, Pensó: Es guapa, es güeña,
la chelona; se sonrió, con sonrisa de arruga. Los gallos abrían a lo lejos fantásticas puertas; por
ellas entró bruscamente un chorro de sol. Don Nayo paró a su esposa la Lupe para decirle que
cuidara y le tuviera cuidado a la Cande; ella aprovechó a contarle que la veía hacer cosas raras,
las cuales son: cuando está echando tortillas para y se empieza a comer las uñas, le brinca el pecho
como paloma, habla con Nicho y dile que no pretenda a nuestra hija, Don nayo le hizo caso y fue
hablar con él; Lupe lo esperaba, él venía triste porque nicho el yerno le dijo que Cande está
embarazada.

La repunta: Santíos tenía siete años. Era gordita; su cara amarilla moqueaba y su boca despintada,
siempre triste, mostraba dos dientes anchos e inexpresivos. Lamiéndole la frente le bajaba el
montarrascal del pelo, canche y marchito. Vestía mugre larga y vueluda, tornasolada de manteca.
La Santíos se jue a sentar en la cuca y se quedó mirando, con los ojos y con la boca, por la puerta.
El viento iba menguado, aplastado por lagua. En el patio, y al ras de la corriente. La Santíos se
despabiló con la escupida de una gotera, le dijo a su mamá, ella puso su mano donde le cayó gota
por gota, hasta llenarse y se la tomaba, la mamá la reganó le dijo que no hiciera eso, que el agua
de llovizna era malo y se podía enfermar del pecho. Pasado el aguacero, la Santos salió para el río
con la tinaja. La mamá le gritó que ahí iba la repunta, santíos no escuchó; seguía llenando su tinaja,
paso los troncos y las piedras, la altísima muralla que estaba a espaldas de la niña, en la margen
opuesta, altísima y solemne como un ángel de barro, abrió sus alas y se arrojó al paso. Su
derrumbe, acallando todos los ecos borrachos, había sonado a un NO profundo y rotundo. La
repunta se detuvo. Y no fue sino cuando la Santíos había entrado ya en el patio de su rancho,
pintando en el barro la flor de su patita.

La tinaja: Junto al remanso del crepúsculo, los volcanes eran tetuntes oscuros. Pabla gritaban, ella
hundió su cabeza en el refajo, le decían te estoy hablando, ella le decía que se fuera de su lado,
que le había arruinado la vida, él le decía que no era nada, que no se preocupara, Pabla lloraba,
sentía dolor, goteaba sangre, el indio la envolvió por la espalda y le decía al oído muy bajito: ¿no
me quiere pues? El llanto de la india se agravaba, sus pechos bogaban debajo, subiendo y bajando,
las manos del indio apretaban al cuerpo, deslizándose inspirados sobre el barro cálido de la
esclava, Pabla sin gemir, alzaba la cabeza, llorando. Su desnudez era apretada y mielosa, la tinaja
de la noche se había rajado al flanco y el agua de oro discurría, encharcándose al oriente. La Pabla
se tapó la cara con el yagual moreno de su brazo y decía: ¡Irte, irte de mi lado, ingrato que me has
arruinado!

La chichera: La barranca del Berrido era sumida hasteldiablo, y pasaba todo el día de tarde.
Amanecía tapada con nubes; allá por las diez, se despejaba y se veían clarito los morados del
guarumal, El sargento Vanegas; y, recostado en el tronco oloroso de un bálsamo, miró para bajo,
buscando entre las ramazones el miedo de un trapo. Nada se movía, ni nada se oía. Sólo el golpear
del río, en la panza de tarro del eco; y el grito deshilachado de algún guauce que llamaba a su
pareja. Les preguntó a sus soldados que si no sentía algún cierto olor, uno de ellos le contestó que
sí. Empezaron a bajar, por los derrumbaderos de tierra deslizosa, negra y olorosa a hoja podrida.
Se apoyaban a ratos en la culata del calibre; o se agarraban de las puntas de los guayabos y de los
cojones, que crecían en abundancia debajo de aquellos enormes matapalos, apercollados aquí y
allá, en la sombra llena de mosquitos, zancudos y hormigas, y olorosa a telepate. Al fondo se oyó
un disparo, los soldados se pararon, ensamblando los tacones para enraizarse. Se quedaron
esperando. El sargento dijo que era un tiro de escopeta, que era algún venadiante. A una seña del
sargento, todos se echaron de panza, al desperdigo, escogiendo al azar la mampuesta. Fue aquella
barranca como una guarida de rayos en brama, despedazándose unos a otros a mordidas por la
hembra, aquella raya oscura trazada firme en la montaña por el puñal de los siglos, Saliendo a la
orla del embudo de aquella tremenda barranca del Berrido que una hora antes hiciera honor al
nombre, cuatro hombres en fila, jadeantes y ensangrentados, pararon al pie de los pinos. Traían
las manos a la espalda y los dedos gordos bien socados con pita.

De caza: los dos tiradores el viejo Calistro y el chele Damacio, se acurrucaron, agarrados a las
escopetas; y allí, sumergidos en el agua grata de aquella sombra de esqueleto, descansaron de
matar, el viejo estaba entretenido puyando las pechugas de un conejo muerto, a los lejos se oyó
un disparo, se quedaron en silencio, al rato dijeron que había sido Mateyo y Julián que andan
casando palomas, afirmaron que era él, el chele Damacio dejó la escopeta en el morral; se puso
de pie; hizo una concha con la mano y gritó el nombre de Mateyo, al cual le gritaron ahí va el
venado, se oía quebrazón de ramas, el viejo Calistro corrío a todo correr haciendo sonar los
cartuchos de la bolsa, un último grito que decía: ahí va. Bruscamente, un venado brotó eléctrico,
del ramazal, detrás de él venía la bala, el venado se hundió en la cueva del eco, arrebatado por
un terror avaro, en el suelo, y en su propia sangre, se devanaba el viejo Calistro, Mateyo al darse
cuenta, tiró la escopeta y huyó por el bosque, los otros dos se miraban aterrado, el cuerpo del
viejo se estremecía, cuando quedó al fin quieto, ya nadie había alrededor.

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