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Mal de época

La sociedad del cansancio:


cómo no colapsar frente al
estrés y la ansiedad
En tiempos en lo que el rendimiento ofrece una falsa sensación
de libertad, trabajar la atención plena puede ser el camino
para refundarse.
En la sociedad actual, proliferan los dolores y se vive con la angustia de no hacer
siempre todo lo que se puede.
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MARTÍN REYNOSO

COMENTARIOS
(9)


18/04/2019 - 10:41
 Clarín.com
 Buena Vida

 Terapia Y Meditación

Dolores corporales. Dolores que van desde la cabeza (cefaleas) a


dolores cervicales, dolores de hombros y especialmente de espalda
(esos no faltan nunca), dolores de manos y de piernas. Todo eso
escuchamos mencionar a los participantes de nuestros programas
de mindfulness cuando se presentan y mencionan qué los trae a
aprender esta técnica milenaria pero modernizada para el hombre
occidental.

También ansiedad, esa es infaltable. Ansiedad de rendimiento,


ansiedad por el devenir de las cosas, ansiedad provocada por
la incertidumbre. Y cansancio, cansancio que viene de la mano
del estrés y en muchos casos de la depresión (a veces en ciernes, a
veces ya más establecida en el ánimo de algunos de ellos).
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Si pensamos en el origen de todo esto, podemos simplemente
concluir que estas personas no han aprendido el arte de vivir. Pero
eso resulta simplista, determinante y condenatorio. Además de
injusto porque esas personas son “peces en el agua”, es decir, seres
adaptados a un entorno que les invita a vivir de esa manera.

Sociedad del rendimiento: sujetos


emprendedores de sí mismos
Es inevitable reflexionar sobre la sociedad en la que pasamos cada
día de nuestras vidas, donde respiramos y aprendemos a percibir
la realidad.

Esta sociedad no es más la sociedad disciplinaria que describía el


famoso filósofo Michel Foucault hace menos de un siglo, sociedad
de hospitales psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas donde se
pretendía “modelar un hombre disciplinado” que no
escapara de la norma general. Un ciudadano que veía constreñida
su libertad por el bien común.

En la actualidad, y tal cual describe Byulg-Chun Han, profesor,


autor, filósofo y ensayista surcoreano experto en estudios
culturales y profesor de la Universidad de las Artes de Berlín "se
ha establecido desde hace tiempo otra sociedad completamente
diferente, a saber: una sociedad de gimnasios, torres de
oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y
laboratorios genéticos. La sociedad del siglo XXI ya no es
disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus
habitantes se llaman ya 'sujetos de obediencia', sino 'sujetos de
rendimiento'. Estos sujetos son emprendedores de sí mismos". Y
lo peor de todo es que acaban consigo mismos.

Así, y siguiendo a este autor, “se ha pasado del deber de hacer una
cosa al poder hacerla: Se vive con la angustia de no hacer
siempre todo lo que se puede, y si no se triunfa, es culpa suya.
Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está
realizando; es la pérdida lógica que culmina en el síndrome del
trabajador quemado”.

La autoexplotación a la que somete la sociedad del rendimiento es muy efectiva.


Just do it
En el leit motiv de la conocida marca deportiva parece estar la
explicación de todo: ¿cómo podría detenerme a mirar la
naturaleza, a contemplar algo del mundo o incluso a meditar si
puedo conquistarlo todo? ¿Cómo podría asumir una postura de
espera, de descanso, de no hacer, si en el actuar y modificar el
entorno está la esencia del éxito, del sentido? Y esto a pesar de que
observamos continuamente a personas exitosas destruidas por su
propio impulso de poder y multitasking.

En la actualidad, “los proyectos, las iniciativas y la


motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley.
A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad
genera locos y criminales. La sociedad de rendimiento, por el
contrario, produce depresivos y fracasados” agrega Han.

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Y la autoexplotación que esto trae es más efectiva, porque va


acompañada de un sentimiento de libertad: el empresario que
llega a su casa destruido con apenas aliento para mirar a sus
hijos o sostener una charla con su pareja quizás se duerma
imaginando que su día valió la pena pues sumó valor a su
compañía o produjo más que días anteriores. Sin siquiera darse
cuenta que ya no sabe detrás de qué está. Su avidez no tiene fin, es
un agujero profundo sin fondo. Sí, tal cual, “ el explotador es al
mismo tiempo el explotado -dice Han-. Víctima y verdugo ya no
pueden diferenciarse. Las enfermedades psíquicas de la sociedad
de rendimiento constituyen precisamente las manifestaciones
patológicas de esta libertad paradójica”.

Mientras escribo esto, justo ahora en el playlist de Queen que


escucho, aparece We are the champions (somos los campeones).
We´ll keep on fighting till the end (luchamos hasta el final) grita
enardecido Freddie Mercury. ¿Hasta quedar exhaustos? ¿hasta
morir desangrados?

Vivir en la sociedad del rendimiento: ¿hay


salida?
En los programas de mindfulness, los instructores conocemos bien
a las personas antes descriptas. No sólo por los síntomas que
expresan, sino porque esos mismos síntomas son los que nosotros
como guías de un nuevo camino debemos cotejar. No por practicar
más estamos exentos de esta cultura del cansancio. No tenemos “la
vaca atada”.

Conocemos esas mentes hiperactivas, deseosas de


estímulo, más entusiasmadas por teorizar sobre la atención
plena que por practicarla, proclives al fastidio y al aburrimiento: al
fastidio del no hacer, al aburrimiento de no recibir un disparo
neuronal excitatorio de algún estímulo de ocasión. "Vine a
flashearme" llegó a decirme un alumno al inicio de un curso. En
otras palabras, "a explotar mi cerebro de un estímulo intenso,
desestabilizante, no de la quietud y el silencio".

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La actitud contemplativa que nosotros enseñamos presupone por


el contrario, como decía Nietzsche, una “pedagogía del mirar”.
Para el filósofo, “hay que aprender a mirar, a pensar y a hablar y
escribir”. El objetivo de este aprender es, según Nietzsche, la
"cultura superior". "Aprender a mirar significa 'acostumbrar el ojo
a mirar con calma y con paciencia, a dejar que las cosas se
acerquen al ojo', es decir, educar el ojo para una profunda y
contemplativa atención, para una mirada larga y pausada.” ¿Les
suena? Cualquier parecido con la atención plena no es plena
coincidencia.

La atención plena como un camino para


refundarnos
Por eso es tan difícil cambiar. Porque estamos sumergidos en esta
sociedad empujada por un brutal deseo de productividad. Por eso
es que la intención de vivir de una manera más plena debe arraigar
con una fuerza muy especial para tolerar los embates del “aliento
cultural” que nos invita a autoexigirnos, y empezar a criar la
plantita del cambio en la jungla del ruido y la alteración. Si no la
rodeamos de una protección especial, amorosa y continua,
perecerá.
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Pero una vez que comenzamos a desarrollar esta actitud de


autocuidado y responsabilidad por nuestra mente y nuestro
cuerpo, cuando volvemos a la esencia de nosotros mismos, las
prioridades comienzan a cambiar, los urgentes dejan de serlo y los
anhelos exitistas pierden fuerza. Comenzamos a refundarnos.

Tolerar los disparos mentales de la sociedad de rendimiento que


hemos introyectado durante las primeras clases que aparecen en
forma de imágenes, pensamientos y sensaciones como dolor,
cosquilleo o ardor, es el primer paso. Se precisa paciencia,
confianza en nuestras capacidades y esfuerzo sostenido.
De la clase semanal al espacio particular de mi casa para seguir
regando la plantita, de allí a la oficina una primera vez, una
segunda, día a día. Es un dilatado y creativo camino de
modificación de pautas de pensamiento y acción que requiere
atención continua. Comenzar a cambiar puede ser más desafiante
que seguir en el mismo lugar, sin dudas. Desafía nuestras certezas,
nuestras creencias y asunciones principales.

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Pero el bienestar que comenzamos a experimentar es


exquisito. El cuerpo afloja sus tensiones, la mente se hace
espaciosa, los sentidos se purifican. Podemos comenzar a
cuestionar aquellas “demandas sociales” que hemos aceptado
como naturales históricamente y permitirnos ser.

Es un trabajo de toda la vida. Pero cada desafío es una


oportunidad de un nuevo aprendizaje, de un nuevo crecimiento,
en donde nuestra identidad no está sujeta a nuestro hacer, sino a
la experiencia profunda y única de cada momento.
*Martín Reynoso es psicólogo, coordinador de Mindfulness en
INECO y autor de Mindfulness, la meditación científica.

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