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5/24/2014 Lo que nos enseña el comunismo | Edición impresa | EL PAÍS

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MIÉRCOLES, 17 de noviembre de 2004

TRIBUNA:

Lo que nos enseña el comunismo


VACLAV HAVEL 17 NOV 2004

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El decimoquinto aniversario de la Revolución de Terciopelo del 17 de noviembre de 1989, que


puso fin a 41 años de dictadura comunista en Checoslovaquia, nos brinda una oportunidad para
ponderar el significado de la conducta moral y la libertad de acción. Hoy vivimos en una
sociedad democrática, pero muchas personas -no sólo en la República Checa- siguen
creyendo que no son auténticas dueñas de su destino. Han perdido la fe en su capacidad para
influir en los acontecimientos políticos, y más aún para influir en el rumbo que toma nuestra
civilización. Durante la era comunista, la mayoría de la gente creía que los esfuerzos
individuales para imprimir un cambio no tenían sentido. Los dirigentes comunistas insistían en
que el sistema era el resultado de leyes históricas objetivas que no se podían cuestionar, y los
que rechazaban esta lógica eran castigados, por si acaso.

Desgraciadamente, la forma de pensar que sustentó las dictaduras


comunistas no ha desaparecido del todo. Algunos políticos y
expertos mantienen que el comunismo simplemente se derrumbó por su propio peso debido,
otra vez, a "leyes objetivas" de la historia. Una vez más se resta importancia a la
responsabilidad y las acciones individuales. El comunismo, nos dicen, no fue más que un
callejón sin salida del racionalismo occidental; por tanto, bastaba con esperar pasivamente a
que fracasara. Estas mismas personas creen con frecuencia en otras manifestaciones de lo
inevitable, como varias supuestas leyes de mercado y otras "manos invisibles" que dirigen
nuestras vidas. Como en este tipo de pensamiento no queda mucho margen para la acción
moral individual, se suele ridiculizar a los que critican a la sociedad tachándolos de ingenuos o
elitistas.

Quizá sea ésta una de las razones por las que, 15 años después de la caída del comunismo,
contemplamos una vez más la apatía política. La democracia se considera cada día más como
un simple ritual. Las sociedades occidentales, al parecer, están experimentando una cierta
crisis de los valores democráticos y de la ciudadanía activa. Es posible que lo que estamos
contemplando sea un simple cambio de paradigma, provocado por las nuevas tecnologías, y
no haya nada de qué preocuparse. Pero quizá el problema sea más profundo: las
corporaciones globales, los cárteles de los medios de comunicación y las poderosas
burocracias están transformando los partidos políticos en organizaciones cuya tarea principal ya
no es el servicio público, sino la protección de clientelas e intereses específicos. La política se
está convirtiendo en un campo de batalla para los grupos de presión, los medios de
comunicación trivializan problemas serios, la democracia parece con frecuencia un juego virtual
para consumidores, en vez de un asunto serio para ciudadanos serios.

Los que éramos disidentes, cuando soñábamos con un futuro democrático, nos hacíamos unas
ilusiones ciertamente utópicas, como hoy sabemos muy bien. Sin embargo, no nos
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equivocábamos cuando alegábamos que el comunismo no era un simple callejón sin salida del
racionalismo occidental. La burocratización, la manipulación anónima y el hincapié en el
conformismo de masas alcanzaron la "perfección" en el sistema comunista, pero algunas de
esas mismas amenazas siguen actualmente con nosotros. Ya teníamos la certeza de que si la
democracia se vacía de valores y se reduce a una competición entre partidos políticos que
tienen soluciones "garantizadas" para todo, se puede convertir en algo bastante poco
democrático. Por esta razón recalcábamos tanto la importancia de la dimensión moral de la
política y de una sociedad civil dinámica que sirvan de contrapeso a los partidos políticos e
instituciones estatales. También soñábamos con un orden internacional más justo. El fin del
mundo bipolar supuso una excelente oportunidad para hacer más humano el orden
internacional. En vez de esto, contemplamos un proceso de globalización que ha escapado al
control político y está provocando el caos económico, así como la devastación ecológica en
muchas partes del mundo.

La caída del comunismo fue una oportunidad para crear instituciones políticas globales más
eficaces basadas en principios democráticos, instituciones que pudieran detener lo que parece
ser, en su forma actual, la tendencia autodestructiva de nuestro mundo industrializado. Si no
queremos ser arrollados por fuerzas anónimas, tienen que empezar a funcionar a escala global
los principios de libertad, igualdad y solidaridad, base de la estabilidad y la prosperidad en las
democracias occidentales. Pero, por encima de todo, es necesario -como lo fue durante la era
comunista- que no perdamos la fe en el significado de los centros alternativos de pensamiento
y acción cívica. No permitamos que nos manipulen hasta llegar a creer que los intentos de
cambiar el orden "establecido" y las leyes "objetivas" no tienen sentido. Intentemos construir
una sociedad civil global e insistamos en que la política no es sólo tecnología de poder, sino
que necesita tener una dimensión moral.

Al mismo tiempo, los políticos de los países democráticos tienen que plantearse seriamente el
reformar las instituciones internacionales, porque necesitamos desesperadamente instituciones
capaces de gobernar a una escala verdaderamente global. Podríamos empezar, por ejemplo,
con Naciones Unidas, una organización que, en su forma actual, es una reliquia de la situación
existente poco después del fin de la II Guerra Mundial. No refleja la influencia de algunas
nuevas potencias regionales, al tiempo que equipara inmoralmente a los países cuyos
representantes son elegidos democráticamente con aquellos cuyos representantes hablan sólo
en su nombre o, en el mejor de los casos, en el de sus juntas.

Nosotros, los europeos, tenemos un cometido concreto. La civilización industrial, que ahora
abarca el mundo entero, se originó en Europa. Todos sus milagros, así como sus terribles
contradicciones, se pueden explicar como consecuencia de unos principios que son
inicialmente europeos. Por consiguiente, la unificación de Europa debe sentar ejemplo para el
resto del mundo respecto a cómo afrontar los diversos horrores y peligros en los que estamos
inmersos hoy día. De hecho, una tarea de este tipo -que está estrechamente ligada al éxito de
la integración europea- sería una auténtica culminación del sentido europeo de la
responsabilidad global. Y sería una estrategia mucho mejor que la de limitarse a echar la culpa
a Estados Unidos por los diversos problemas del mundo contemporáneo.
Václav Havel es ex presidente de la República Checa. Traducción de News Clips. © Project Syndicate, 2004.

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