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ARQUITECTURA POL¸TICA DEL MIEDO

Insumisos Latinoamericanos

Cuerpo Académico Internacional e Interinstitucional

Directores

Robinson Salazar Pérez


Nchamah Miller

Cuerpo académico y editorial

Pablo González Casanova, Jorge Alonso Sánchez,


Fernando Mires, Manuel A. Garretón, Martín Shaw,
Jorge Rojas Hernández, Gerónimo de Sierra,
Alberto Riella, Guido Galafassi, Atilio Borón, Roberto Follari,
Eduardo A. Sandoval Forero, Ambrosio Velasco Gómez,
Celia Soibelman Melhem, Ana Isla, Oscar Picardo Joao,
Carmen Beatriz Fernández, Edgardo Ovidio Garbulsky,
Héctor Díaz-Polanco, Rosario Espinal, Sergio Salinas,
Lincoln Bizzorero, Álvaro Márquez Fernández, Ignacio Medina,
Marco A. Gandásegui, Jorge Cadena Roa, Isidro H. Cisneros,
Efrén Barrera Restrepo, Robinson Salazar Pérez,
Ricardo Pérez Montfort, José Ramón Fabelo,
Bernardo Pérez Salazar, María Pilar García,
Ricardo Melgar Bao, Norma Fuller, Flabián Nievas,
Juan Carlos García Hoyos, John Saxe Fernández,
Gian Carlo Delgado, Dídimo Castillo,
Yamandú Acosta, Julián Rebón.

Comité de Redacción

Robinson Salazar Pérez


Nchamah Miller
Melissa Salazar Echeagaray
Universidad de Buenos Aires

Autoridades Rectorales
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Rector

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Vicerrectora

Carlos E. Mas Vélez


Secretario General

Facultad de Ciencias Sociales


Sergio Caletti
Decano

Adriana Clemente
Vicedecana

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Secretaría de Gestión Institucional

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Secretaría Académica

Instituto de Investigaciones Gino Germani


Julián Rebón
Director

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Paulina Aronson
Sandra Carli
María Carla Rodríguez
Comité Académico
Claustro de Investigadores

UNIVERSIDAD DE BUEN0S AIRES,


Viamonte 430, Capital Federal,
República Argentina
ARQUITECTURA POL¸TICA
DEL MIEDO
DIRECTORES DEL PROYECTO
ROBINSON SALAZAR P.
MELISSA SALAZAR E.

COMPILADOR
FLABIÁN NIEVAS

ARTICULISTAS
Flabián Nievas, Pablo Bonavena, Javier Meza,
Ana Victoria Parra González, Sonia Winer,
José Luis Cisneros, María Concepción Gorjón Barranco,
Martín Gabriel Barrón Cruz, Sebastián Goinheix, Carlos Villa

Instituto de Investigaciones Gino Germani


Universidad de Buenos Aires

Colección
Insumisos Latinoamericanos

elaleph.com

ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE


MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
Arquitectura política del miedo / Flabián Nievas... [et.al.]; compilado por Flabián
Nievas; dirigido por Robinson Salazar Pérez y Melissa Salazar Echeagaray. - 1a ed.
– Buenos Aires: Elaleph.com, 2010.

304 p.; 21x15 cm. - (Insumisos latinoamericanos / Robinson Salazar Pérez)

ISBN 978-987-1701-06-3

1. Sociología. 2. Inseguridad. I. Nievas, Flabián II. Nievas, Flabián, comp.


III. Salazar Pérez, Robinson, dir. IV. Salazar Echeagaray, Melissa, dir.

CDD 301

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright,
bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, comprendidos la fotocopia y el tratamiento informático.

© 2010, los autores de los respectivos trabajos.


© 2010, ELALEPH.COM S.R.L.

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http://www.elaleph.com

Primera edición

Este libro ha sido editado en Argentina.

ISBN 978-987-1701-06-3

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723


Homenaje a Atilio Borón
forjador de pensamiento, educador apóstol,
guía y tutor de varias generaciones y
hombre de conducta vertical ante la injusticia y horizontal
ante las voces que reclaman democracia
ÍNDICE

Prólogo
Robinson Salazar y Melissa Salazar 15

El miedo sempiterno
Flabián Nievas y Pablo Bonavena 21
¿Qué es el miedo? 22
El miedo como argumento de lo social y lo político 29
Guerra y miedo 37
La política del miedo 43
A modo de síntesis 47

La pastoral del miedo fraguado en la culpa


Javier Meza 49
El orden ideal según la institución 51
Construcción del terror por amor dentro de la institución 53
El Diablo y la muerte de la carne y el espíritu: amenazas preferidas
por la Institución 61
La institución de la vigilancia extrema 66
Lo que la institución enseña bien nunca se olvida 72
Las necedades de la institución y sus deseos de resurrección
(conclusión) 75
Bibliografía 76
El miedo como estrategia de control social
Robinson Salazar 79
Propaganda del miedo 83
Medios, violencia y terror 86
Desarticulación del sujeto y desimbolización del lenguaje 89
Miedo y Pandemias como eje de control social 92
Bibliografía 94

Miedo y Control Social


Ana Victoria Parra González 97
Resumen 97
1. Sociedades del riesgo y del miedo 97
1.1. Modernidad y globalización: el marco cultural de la sociedad
del riesgo 97
1.2. Del riesgo externo y el riesgo fabricado 99
1.3. Del riesgo postmoderno al miedo a la inseguridad. La
reconstrucción del control social 101
2. Medios, criminalidad y orden político. La víctima como elemento
central del discurso mediático 104
2.1. Excurso introductorio 104
2.2. De la víctima real a las víctimas potenciales. Las exigencias
de endurecimiento del control social 108
2.3. Intereses y mediación discursiva 110
3. La actuación del estado. Del ideal resocializador a la ideología
de la seguridad y el anclaje penal de la política criminal 113
3.1. Respuestas institucionales ante los miedos y riesgos de la
sociedad posmoderna. El desplazamiento del estado de
bienestar hacia la esfera penal 113
3.2. La función simbólica de la norma penal 115
3.3. La ineficacia de la norma. ¿Ineficaz para quién? 117
Conclusiones 118
Bibliografía 119
La Institucionalización de la violencia en las tendencias
hemisféricas seguritarias en Paraguay: un análisis de caso
Sonia Winer 123
Introducción 123
La incidencia de la doctrina estadounidense en el Operativo Jerovia 126
Conclusión 135
Bibliografía 137

La influencia del miedo en la “Política criminal de Género” española


y su aprovechamiento con fines de seguridad ciudadana
María Concepción Gorjón Barranco 139
1. Introducción 139
2. Miedo y género 140
3. El Movimiento Feminista ante el Derecho Penal 142
3.1. Orígenes 142
3.2. El Feminismo Oficial 143
3.2. El Feminismo Crítico 145
4. Las políticas de seguridad 146
4.1. Populismo punitivo y Derecho Penal simbólico 147
5. Política Criminal de Género. Víctimas y agresores 149
6. Los reflejos en la legislación penal; violencia doméstica y de género 151
6.1. La violencia doméstica 151
6.2. La violencia de género 154
6.3. Problemas interpretativos y de aplicación 155
7. Notas finales 159
Bibliografía 160

El miedo al otro: las muertes por homofobia


en la Ciudad de México (1995-2001)
José Luis Cisneros 165
Introducción 165
Propósitos de nuestra reflexión 168
¿Por qué este sinuoso tema? 168
Cómo abordar el estudio 170
Cultura, estigma y sexualidad 172
La presidencia de la santa madre Iglesia en México y el mito de la
Virgen de Guadalupe 173
La legitimidad de la Iglesia Católica 175
La doctrina eclesiástica: evangelizar para amar (controlar para
gobernar) 177
La sexualidad femenina a través de los ojos del dios católico 179
La condena moral de la iglesia hacia la diversidad sexual 183
Consideraciones finales 184
Bibliografía 187

El rostro del miedo y la violencia en México


Martín Gabriel Barrón Cruz 189
A manera de presentación 189
El pretexto: la numerología 189
Pero: ¿Qué es la violencia? 198
La respuesta del Estado 206
Última reflexión 222
Bibliografía 225
Páginas web 232

Entre Robocop y Leviatán: Estrategias contra la inseguridad


en Montevideo
Sebastián Goinheix 233
Introducción 233
Riesgo, Inseguridad y Protección 235
Violencia, Miedos y Segregación Urbana 239
Las estrategias: entre inversiones y gastos en seguridad 243
Conclusiones 253
Bibliografía 255
Sitios consultados 258
Miedo y terror en los medios de comunicación
Melissa Salazar Echeagaray 259
Introducción 259
Tendencia Informacional hegemónica 260
La demanda colectiva y el miedo 262
El miedo biológico y melodrama informativo 264
Víctimas y victimarios 269
Discurso de desciudadanización 272
Bibliografía 275

Las calles de Medellín como escenario de miedo


(Cartografía del miedo en la ciudad)
Carlos Villa 279
Las calles de Medellín como escenario de miedo para la mujer 279
Referente histórico de miedo y germen de la memoria 283
Mi ruta del miedo 286
Mi ruta segura 289
Vivir la esperanza en una ciudad con miedo
(perspectivas del problema) 293

Autores 297
PRÓLOGO
El amanecer del Siglo XXI trajo el imaginario del miedo a la subjetividad co-
lectiva como espejo de un mundo exterior conflictivo, riesgoso, incierto y carga-
do de pesimismo, cuya presencia de inseguridad perpetuaría en la imaginación de
los ciudadanos, inmovilizándoles y además desnudar su carencia de recursos.
Muchas interrogantes fueron planteadas al inicio de este fenómeno: ¿de
dónde deviene el miedo?, ¿en dónde aparece y quiénes lo provocan?, ¿es
parte de nuestra sociedad o de una instancia desconocida?, ¿por qué nos
priva de la libertad y ejercicio pleno de nuestra voluntad para desplazarnos
por donde queramos sin tabicamiento alguno?
No hubo respuestas contundentes, por el contrario aparecieron más
preguntas orientadas hacia la complejidad del miedo y en algunas de las
veces confundiéndolo con el temor, terror, inseguridad, angustia o alarma,
cuando cada uno de estos conceptos guarda un argumento para definir y
diferenciar sus características, que si bien se encuentran y conectan en una
vida cargada de miedos, según los especialistas del tema también son dis-
tintos los niveles de riesgo en el individuo.
El miedo en la sociedad es inconmensurable por sus distintas manifes-
taciones en toda la capilaridad del cuerpo social. Existen los miedos a ser
pobre, a quedar excluido, perder la vida, llegar a desemplearse o estar en-
fermo por epidemias emergentes, quizás a no contar con su familia o la
desaparición de sus padres, en fin hay diversos miedos pero siempre existe
una fuente de miedo porque no existe el miedo a lo desconocido sino al
ente, sujeto o factor que lo determina.
En la historia inicialmente el miedo se asoció de manera natural con to-
do aquello desconocido y provocador de la duda e incertidumbre por su
carácter imprevisible, turbulento, alterador de capacidad cognitiva y parali-
zante de toda acción social. También acercaba al hombre a su fin: la muer-
te, de ahí que el cúmulo de emociones desatado por la proximidad del

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miedo alarmaba todos los dispositivos de defensa del organismo humano y
orillaba al sujeto cargado de miedo a huir, alejarse del lugar en donde ema-
naba la sensación de riesgo y ponerse a salvo pero en silencio, porque el
terrorífico miedo enmudece a las víctimas.
Existen miedos naturales a la oscuridad, las tormentas, las tradiciones
orales, las profundidades de ríos y mares, al bosque, en fin a todo aquello
que nos acerca al abismo de la muerte. Otros miedos son antinaturales
como fobias, esquizofrenia donde el individuo se siente solo, no advierte la
fuente del temor, la inseguridad lo destruye y opta por el aislamiento en su
mundo, ensimismándose hasta encapsularse dentro de su piel.
El miedo político lo han abordado en distintas vertientes, existe la ave-
nida interpretativa de Hierón de Jenofonte hasta las Historias de Salustío,
cuya reflexión orienta hacia el tratamiento del miedo desde la perspectiva
de la obediencia, el poder tirano que desemboca en tres connotaciones:
miedo, pavor y temor (Bodei, 1991), y durante muchos años utilizado por
diferentes gobernantes para imponer el miedo como herramienta política y
de control social.
En Thomas Hobbes re-aparece el tema del miedo como garantía de la
vida dado que por miedo a los males el futuro se anticipa y entra en convi-
vencia comunitaria y/o sociedad, a la vez con la función de conservar la
seguridad necesaria para reproducirse socialmente y obtener la preserva-
ción de la vida y la felicidad.
Entonces el hombre se somete al poder del Estado porque le garantiza
la vida, lo cuida del otro y proporciona paz en su entorno. Esta aseveración
de Hobbes conduce a limitar la libertad del hombre y engrandecer al Esta-
do, colocando la libertad y la necesidad en equilibrio sobre la balanza.
Otra ventana de auxilio en la interpretación de los miedos son los traba-
jos etnográficos en pueblos y comunidades donde la violencia, el terror, los
militares y las luchas intestinas han dejado registros indelebles en la subje-
tividad colectiva de los habitantes, que podríamos denominar Miedos
Ocultos. La metodología para desocultar los miedos es a través de la ob-
servación y la convivencia capaz de permitir percibir las emociones, gestos,
reacciones emocionales, tonos de voz, exteriorizaciones que muchas veces
dificultan una argumentación (Kessler, 2006) sobre lo visto. No obstante,
los productos de investigación consultados son valiosos en caso de Perú,
Argentina, Chile, Uruguay y Colombia, países que han atravesado por epi-
sodios, algunos largos, otros cortos de violencia política.

– 16 –
Las dificultades para desocultar a través de los relatos los miedos enterra-
dos es mayúscula, pero una vez superada esa etapa, la riqueza de información
nos sitúa en una plataforma interpretativa de la dimensión y profundidad del
terror ejercitado contra la comunidad, los tipos de registros que siembran en la
subjetividad y las fisuras en el mapa de tramas que componen el denso tejido
de la historicidad de los habitantes del territorio violentado.
Existen casos aun no estudiados sobre este tipo de miedo, los pueblos
tucumanos en el noroeste argentino en época de Antonio Domingo Bussi
(1974-1983) gobernador de facto, quien reprimió ferozmente comunidades
en reclamo de sus derechos laborales hasta provocar una de las mayores
diásporas humanas y creó pueblos con esencia de comunidades imagina-
das, porque todo aquel que fue beneficiado a vivir ahí tenía un lugar pre-
asignado, vigilado y controlado; además, renunciaba a pensar en el pasado,
olvidar los muertos y los criminales, en definitiva ocultar los miedos.
Así entra el miedo en la política, algunas veces por la incertidumbre y la
imprevisibilidad, en otros casos sembrado en las relaciones entre el Estado
y la sociedad, donde el primero actúa con medidas extremas de poder para
doblegar el ejercicio de la libertad del ente social.
El miedo es concebido en la política como la percepción de amenaza, real o
imaginaria, vinculada con la idea de un orden. Cuando un régimen se apropia de
los miedos y los ideologiza en lucha contra el crimen organizado, el terrorismo
y/o populismo, instrumentaliza el lenguaje y la acción y lo convierte en terror.
El miedo por su sombrío cuerpo e imperceptibles pasos paraliza y carga
de sufrimiento a quienes lo perciben. Provoca una doble ruptura en el
sujeto, interna en relación con el mapa organizador de las ideas, desor-
denándole las coordenadas que arman la estrategia de conducción de sus
quehaceres y lo deja abandonado a un estado traumático con la idea de
victima perseguida y espiada. La fractura externa es ruptura de los hilos
asociativos con el otro, desembone mismo de la relación de él con la co-
munidad, orillándolo a una situación de aislamiento, insularidad, descon-
fianza e individuación. El miedo vivido y prolongado en miedo oculto
puede llevarnos a un cuadro de terror permanente donde la circunstancia
del sujeto lo aprisiona, recorta su accionar y ve en su entorno una amenaza
permanente que lo coloca en una posición defensiva perpetua.
Lo anterior produce severas distorsiones en nuestra percepción y si la
realidad es gran parte de lo que percibimos cotidianamente, percibe el suje-
to en terror un ambiente capaz de conducirle a un estado delirante.

– 17 –
Ahora bien, la estrategia de fracturar a la sociedad, de insularizarla y de-
jarla como archipiélago humano desde la política que trata de imponer el
nuevo Estado Policial en América Latina no es tan descabellada, porque
puede rendirle frutos tempranos a los apetitos de los empresarios y políti-
cos sometidos al gran capital. Si el aislamiento prolongado conlleva a la
perdida concomitante de seguridad personal y reducción de las capacidades
afectivas, entonces provoca en la sociedad la sensación de autismo social,
nadie se interesa por el otro y afloran las estrategias de sobrevivencia per-
sonales o individuales, alejándose de toda posibilidad de ejecutar alguna
acción colectiva; lo otro que puede sumarse es el atrofiamiento de las capa-
cidades de concentración, memoria y vigilancia.
Lo reseñado puede derivar en disturbios mentales y/o psicológicos que
incrementen los suicidios o, por otro lado, que el confinamiento atrofie la
fortaleza cognitiva y lo deje sin posibilidad de enfrentar situaciones com-
plejas de emergencia, pierda habilidades para resolver problemas de la vida
cotidiana y se aleje de buscar innovaciones o alternativas en la resolución
de circunstancias adversas en su vida.
Con el miedo los gobiernos de derecha y el depredador neoliberalismo
tienen la intención de redireccionar la mirada y las vidas de los seres
humanos, principalmente los desposeídos, hacia un solo sentido, donde el
camino sea irreversible y no haya la oportunidad de ser re-pensado porque
ya está trazado y no hay alternativa paralela.
Inculcan en las subjetividades la inexistencia del futuro, porque este está
ligado a la duración de la vida y no trasciende después de la muerte en el
individuo, de ahí que el presente se perpetúa en la agonía, se prolonga en
las necesidades y se contrae al pensarlo. Es una estrategia para que el pre-
sente sea encapsulado y el futuro corto e insignificante.
Por lo anterior, la plataforma de lanzamiento de los miedos es el frente
ideológico que construye escenarios de riesgos insertados en la subjetividad de
los colectivos, dibujado en la mente de los sectores excluidos y explotados con
el significado que tienen para ellos la represión, los secuestros, las desaparicio-
nes o asesinatos realizados por sicarios paramilitares, que en su conjunto se
han convertido en el arma eficaz para ausentar muchas protestas de las calles.
La arquitectura del miedo tiene distintos componentes, algunos son de
carácter ideológico, psicológicos, culturales, militares, políticos, religiosos e
instrumentales, todos ellos están contemplados en el libro que prologamos.
Flabian Nievas y Pablo Bonavena inician el recorrido a partir de definir el
miedo en su explicites biológica y su concepción dentro de lo social y lo político

– 18 –
bajo el paraguas de la guerra y las aseveraciones de la fuerza moral correlativas a
los involucrados y las estrategias en busca de contener y/o suprimir el miedo en
el campo poblacional propio y acrecentarlo en el enemigo, además de plantear
las políticas impulsoras de mecanismos psicológicos de contención social.
Una perspectiva complementaria a estos mecanismos y las fuerzas mo-
rales impuestas socialmente pasa a ser planteada por Francisco Meza quien
sitúa el entreverado institucional de la iglesia católica con la edificación de
la culpa como eje de manipulador y regulador de las relaciones en la socie-
dad, y de lo místico y sobrenatural dentro de la gama de castigos por no
someterse, una moldura aun vigente.
En esta línea, la mirada latinoamericana de Robinson Salazar parte de
los elementos recientes allegados al denominado terrorismo, la desagrega-
ción y las carencias regulatorias del rol estatal en relación al propagandísti-
co y desimbolizado lenguaje impulsado por las industrias mediáticas a efec-
tos de provocar la desarticulación social de los sujetos.
Con estas raíces expuestas, Ana Victoria Parra contribuye al debate con
dimensión cultural de la sociedad del riesgo en el trayecto del mundo mo-
derno al posmoderno donde la globalización amplía las inseguridades polí-
ticas y económicas y nutre las consecuencias sociales producto del uso y
desarrollo tecnológico convergente al orden social expuesto por los meca-
nismos discursivos de los medios.
El estudio del caso paraguayo de Sonia Winer recupera la significación
del operativo policiaco-militar Jerovia en los retos de los Estados tras la
irrupción de sistema gubernamental tradicional pero con la no supresión
de aplicar las políticas internacionales en el enclave latinoamericano para
contrarrestar movimientos opositores y fuerzas alternas estigmatizadas
negativamente por su carácter propositivo antihegemónico.
Por otro lado, sin olvidar la incidencia y reconocimiento multiactoral de
nuestra sociedad actual, el trabajo de María Concepción Gorjón recoge las
consecuencias inversas a las esperadas sobre la Política Criminal de Género
en defensa de la violencia contra la mujer en España. Y en complemento la
mirada de José Luis Cisneros sobre las muertes por homofobia en la ciu-
dad de México replantean el cruce de la fuerza moral y la legalidad en la
configuración de un miedo subjetivo y reproducido socialmente que con-
lleva a la intolerancia y recae en la cultura de la violencia.
El aporte de Martín Barrón plantea un análisis en busca de establecer
un marco teórico para comprender la concepción de la violencia y el juego
legal y político por el cual actúan los Estados y esclarece la interrogante

– 19 –
acerca de cómo puede concebirse la violencia fuera de la lectura tradicional
de los índices y mediciones cuantitativas hacia una lectura social, política y
cultural en las normas antidelincuencia.
La percepción de la inseguridad en reconocimiento a la desigualdad y
lucha de clases en el caso de la ciudad de Montevideo en Uruguay es pre-
sentado en el trabajo de Sebastian Goinheix, un enfoque analítico a los
elementos culturales, sociales y geográficos que transforman la vida coti-
diana en las ciudades.
Y en complemento, el trabajo de Melissa Salazar agrega una mirada so-
bre la posición de los medios de comunicación en la instauración de la
violencia a través del discurso, un embate excluyente que plantea el desco-
nocimiento de la ciudadanía en los sectores de menor solvencia económica
representados como riesgo y símbolos de miedo.
Finalmente, el cierre corresponde al texto de Carlos Villa acerca de los
miedos en el transito femenino en las ciudades, una reflexión sobre el caso
de Medellín en Colombia que nos lleva a distinguir los límites e intersec-
ciones en las concepciones subjetivas de diversas espacialidades.
De nuevo insumisos Latinoamericanos coloca un tema novedoso,
complejo, necesario de discutir e indispensable para re-pensar el mundo
contemporáneo, dado que el miedo se ha convertido en el arma eficaz de la
nueva derecha para controlar el amplio espectro de la sociedad.
Miedo en las calles, en los espacios públicos, en la política, en las pro-
testas, en el futuro, ante las nuevas enfermedades y nuevas tecnologías,
pareciera que estuviésemos atrapados por la angustia colectiva, sin embar-
go al identificar el factor de riesgo, el origen del miedo, descubrimos su
racionalidad y naturaleza, no hay otra tarea pendiente que desalojar los
miedos con conductas insumisas, libertarias y emancipadoras que nos
acerquen a un escenario donde el control de las variables de la certidumbre
dependan de lo que hagan los hombres y la disponibilidad para construir el
futuro con una estrategia definida.

Robinson Salazar
Melissa Salazar
México, enero 2010

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EL MIEDO SEMPITERNO

Flabián Nievas*
Pablo Bonavena**

Jean Paul Sartre decía que “todos los hombres tienen miedo. Todos”;
para agregar que “el que no tiene miedo no es normal”,1 Su carácter abar-
cativo también lo comparte Thomas Hobbes, a quien citaremos en más de
una ocasión, al sostener que “El día que yo nací, mi madre parió dos geme-
los: yo y mi miedo”.2 Obviamente, estas afirmaciones inapelables son fáci-
les de compartir no obstante lo cual, en los últimos tiempos, pareciera que
este rasgo de normalidad se va tornando exagerado o que, cuanto menos,
sufre alteraciones importantes. Esto es así en al menos una buena parte del
hemisferio occidental, particularmente en las grandes concentraciones
urbanas, en las que vivimos rodeados de personas que padecen una nueva
patología que altera las emociones: los ataques de pánico.3 Las interaccio-
nes de la vida cotidiana o las más inmediatas se ven alteradas por este ex-
traño mal que los especialistas en salud diagnostican con una asiduidad
equiparable a otro mal, con el que convivimos durante muchos años, el

* Sociólogo. Instituto “Gino Germani” – Facultad de Ciencias Sociales / CBC – UBA.


** Sociólogo. Instituto “Gino Germani” – Facultad de Ciencias Sociales – UBA / Facultad
de Humanidades – UNLP.
1 Sastre, J. P.; Le Sursis, París, 1945, pág. 56. Hay edición castellana, El emplazamiento, Ma-

drid, 1983. Alianza Editorial. Citado por Delumeau, Jean; El miedo en occidente (Siglos XIV-
XVIII). Una ciudad sitiada. Editorial Taurus, Madrid, 1989, pág. 21, cita 43.
2 Citado por Marina, José Antonio; Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía; Barcelona,

Anagrama, 2006.
3 En Estados Unidos constituye actualmente la segunda causa de consulta psiquiátrica.

Algunos especialistas la califican como la enfermedad del momento junto con la fobia
social, patologías que se implicarían mutuamente.

– 21 –
stress, padecimiento éste que, curiosamente, en una de sus acepciones en el
campo de la psicología significa “carente de valor”.4
El miedo, aparentemente, crece como una epidemia aunque, de manera
paradójica, hay voces que identifican el ser cuidadoso o tener cuidado (es
decir, actuando en consecuencia al mismo, y por lo tanto acentuando el
perfil del miedo) con la salvación, reivindicando entonces la necesidad de
sentir miedo como consigna de las acciones cotidianas.5
Podemos interpelarnos entonces preguntándonos si hay un miedo
normal o, incluso bueno, y otro nocivo o malo; si, por caso, existe un te-
mor saludable y otro patológico. La mayoría de los especialistas nos res-
pondería que sí. Queda planteada de esta manera una tensión entre ideas
divergentes, que podrían ordenarse en una polaridad: el miedo paraliza y
enferma, o moviliza y libera fuerzas creativas. Evidentemente ambas cosas
son ciertas, predominando una u otra según las personas (cuando se trata
de individuos) o las circunstancias históricas (cuando se trata de colecti-
vos). Las preguntas pertinentes que se imponen son, por una parte, ¿qué
polo hegemoniza hoy los comportamientos individuales y colectivos?, y,
por otra, ¿a qué nos referimos específicamente cuando aludimos al miedo?
Comenzaremos por la segunda, que determina el objeto que abordamos.

¿Qué es el miedo?
Es muy difícil dar una respuesta inmediata –y mucho menos ordenada–
al interrogante, sobre todo si se pretende abarcar las dimensiones que
podría cubrir el miedo, tanto una dimensión individual como una social
(colectiva).6 En realidad, hay varias respuestas y no es fácil unificarlas en
una definición general común, puesto que son brindadas desde variadas
disciplinas científicas y aún dentro de alguna de ellas desde divergentes
marcos epistémicos que tienen, innegablemente, supuestos difíciles de
asimilar entre sí. No obstante ello, no nos alejamos en demasía de ninguna

4 Watson, Peter; Guerra, persona y destrucción, México D.F., Editorial Nueva Imagen, 1982,
pág. 57.
5 Una breve presentación de esta idea, que en parte supone una interpretación de la men-

cionada obra de Jean Delumeau, véase en Reguillo, Rossana; “La construcción social del
miedo. Narrativas y prácticas urbanas”; en Ciudadanía del miedo. Rotker, Susana Editora;
Editorial Nueva Alianza; Venezuela, 2000, pág. 187.
6 La debilidad que acabamos de confesar queda, en parte, disimulada por una fuerte afirma-

ción de Delumeau que viene en nuestro socorro: “Nada hay más difícil de analizar que el
miedo, y la dificultad aumento todavía cuando se trata de pasar de lo individual a lo colecti-
vo”. Delumeau, J.; El miedo en occidente... Op cit., pág. 27.

– 22 –
de ellas si decimos que el miedo emerge frente a amenazas de diferentes
orígenes e intensidades que provocan disímiles reacciones orientadas a la
protección. En efecto, ante un peligro el temor mueve al sujeto o grupo
amenazado a la búsqueda de amparo o defensa, brindando posibilidades
para la supervivencia de las especies. Ante una inseguridad brota el miedo.
“El miedo libera un tipo de energía que tiende a construir una defensa
frente a la amenaza percibida”.7 Sin embargo, las consecuencias del miedo,
aunque se logra, a veces con altas dosis de eficacia, no son fáciles de con-
trolar o direccionar.
Cuanto más nos aproximamos al nivel del individuo podemos afirmar
que el miedo es una respuesta emocional de los humanos ante diversos estí-
mulos, pero compartida por el resto de los animales; por eso es posible pen-
sar que estamos frente a una reacción de tipo natural, espontánea.8 El ser
humano individual tendría así la facultad de reaccionar de manera pre-
reflexiva ante un peligro, lo que común y jocosamente se llama “pensar con
los pies”. Sin embargo –centrándonos ahora en el nivel de lo colectivo–,
podemos sospechar que la estampida de una manada puede tener atributos
similares a algunos comportamientos de las multitudes humanas, de donde
surge que también es una propiedad común, y no específicamente nuestra.
Esta característica típica (junto a otras) constituyen el objeto y fundamento
de la eutonología y su disciplina asociada, la sociobiología.9 El casi descono-
cimiento de la primera en el ámbito de las ciencias sociales –no así dentro
del campo de la etología– ha concentrado las críticas en la última, señalán-
dosele que la pretensión de explicar conductas humanas (sean éstas de
carácter individual o grupal) más allá de límites muy estrechos y en com-
portamientos puntuales y circunstancias particulares, es muestra de un
ostensible determinismo biológico. Con el recaudo de tales críticas, no
obstante, muchos de los aportes realizados desde tales enfoques no deben
ser desdeñados, ya que las respuestas a nuestro interrogante pueden invo-
lucrar factores biológicos, bioquímicos, neurológicos, psicológicos y moto-
res, además de los sociales; a veces considerados aisladamente o, en la ma-

7 Reguillo, Rossana; op cit, pág. 188.


8 Reguillo, Rossana; op cit, pág. 188.
9 Es muy difícil establecer separaciones claras entre la eutonología o etología humana y la

sociobiología. La diferencia estriba sobre todo en el punto de mirada: la eutonología estudia


las funciones neurofisiológicas y deriva de ella conductas sociales, mientras que la sociobio-
logía indaga las conductas sociales en sus bases biológicas. Recorren casi idéntico camino,
pero en sentidos opuestos.

– 23 –
yoría de las ocasiones, combinados de diferentes maneras y con diversos
matices y énfasis variados.
Las certezas mayores se localizan en el nivel más restringido de lo indi-
vidual. Jean Delemeau sostiene, en una definición bastante convencional,
que a esta altura analítica el miedo “es una emoción-choque, frecuente-
mente precedida de sorpresa, provocada por la toma conciente de un peli-
gro presente y agobiante que, según creemos, amenaza nuestra conserva-
ción”.10 Tal situación genera reacciones que tienen, según varias opiniones,
orígenes muy variados. Uno de los argumentos instala el punto de partida
de la reacción en el hipotálamo –una región primitiva del cerebro, que
regula las funciones primarias– que movilizan a todo el cuerpo –dando una
respuesta que se conoce como hiperestimulada o del stress agudo– que,
paradójicamente, puede oscilar entre una tempestad de movimientos o la
parálisis.11 Esta diferencia se podría explicar por una divergencia en la pro-
ducción química de nuestro organismo. El eutonólogo Henri Laborit afir-
ma que el temor es una sensación producida por la liberación de adrenali-
na, que “es la neurohormona del miedo, que desemboca en la acción, huida
o agresividad defensiva, mientras que la noradrenalina es la de la espera en
tensión, la [que produce la] angustia, resultado de la imposibilidad de con-
trolar activamente el entorno.”12 Vemos como el miedo es asociado a la
situación de angustia, pero no se los asimila sino que se los distingue. Una u
otra vivencia refieren a la puesta en funcionamiento de un mecanismos de-
fensivos, desarrollado por la adaptación, pero común a las distintas especies
animales, que tienden a la autopreservación, que según el tipo de neurohor-
mona específico que se segregue promueve, haciendo una analogía con el
campo militar, tanto una defensa activa (adrenalina) como una defensa
pasiva (noradrenalina). Laborit explica que cuando la acción del sistema
nervioso central para asegurar el placer “se demuestra imposible, entonces
entra en juego el sistema inhibidor de la acción y, en consecuencia, la libe-
ración de noradrenalina, de ACTH [hipófisis de corticotropina] y de gluco-
corticoides con las incidencias concomitantes vasomotoras, cardiovascula-
res y metabólicas, periféricas y centrales”,13 dando lugar así al surgimiento

10 Delumeau, J.; op cit., pág. 28.


11 Esta evaluación tiene base en Delpierre, G,: La peur el l’être; Tolouse, 1974. Citado por
Delumeau, Jean; op cit; páginas 28 y 29.
12 Laborit, Henri; La paloma asesinada. Acerca de la violencia colectiva, Barcelona, Editorial Laia,

1986, pág. 50.


13 Laborit, Henri; op. cit., pág. 47.

– 24 –
de la angustia. En la misma línea, aunque desde un enfoque completamen-
te distinto, Jean Delumeau sugiere, basándose en una importante cantidad
de fuentes bibliográficas, que “el temor, el espanto, el pavor, el terror per-
tenecen más bien al miedo; la inquietud, la ansiedad, la melancolía, más
bien a la angustia”, agregando que “el primero lleva a lo conocido; la se-
gunda hacia lo desconocido”, alternativa que transforma en más pesada a la
angustia, pues la imposibilidad para identificar claramente la fuente de la
inseguridad tiene un impacto devastador.14 En esta vinculación coinciden
otros especialistas, como Paul Tillich, para quien el miedo y la angustia son
distinguibles, pero no separables.15 Hay quienes, estableciendo otro tipo de
vinculación entre ambas sensaciones, sostienen que la angustia se corporiza
a través del miedo.16 De modo que si bien el término angustia es utilizado
frecuentemente como un sinónimo de la palabra miedo, en el campo de los
especialistas tal equiparación sería una sobresimplificación. Por último, hay
quienes no establecen dicha distinción; Zygmunt Bauman sostiene que “el
miedo es más temible cuando es difuso, disperso, poco claro [...]; cuando la
amenaza que deberíamos temer puede ser entrevista en todas partes, pero
resulta imposible de ver en ningún lugar concreto”,17 siendo que sería aplica-
ble para esta descripción, tal como venimos viendo, la noción de angustia.
No obstante los variados posicionamientos, el problema mayor aparece
cuando uno quiere proyectar esta definición a nivel colectivo y, más aún,
social. El estudio del miedo en una escala macrosocial tiene cierta tradición
secular a partir de Gustave Le Bon, Sigmund Freud, José Ramos Mejía,
José Ortega y Gasset, entre otros, continuados usualmente en el ámbito de
la psicología social, y referidos en general a grupos específicos en situacio-
nes bien definidas (situaciones de amenazas inmediatas tales como incen-

14 Delumeau, J.; op cit, pág. 31. Esta idea presenta problemas si la ponemos en correspon-

dencia con lo expuesto por Laborit. Si el miedo, que provoca reacción, se asocia a lo cono-
cido, y la angustia, que genera inmovilismo, se vincula a lo desconocido, no podríamos
explicar una situación de una amenaza muy concreta e inminente, como la que sufre un
prisionero a punto de ser ultimado, que en ocasiones genera inmovilismo. Del mismo modo
quedaría por fuera de este esquema explicativo la ansiedad que, producto de la angustia,
provoca actividad desbordante y desordenada.
15 Tillich Paul; El coraje de existir, Editorial Estela, Barcelona, España, 1969, pág. 20. Citado

por Lira Kornfeld, Elizabeth; Psicología de la amenaza política y el miedo. (1991), publicado [en
línea] http://www.dinarte.es/salud-mental/.
16 Glaze, Alejandra; “El miedo, el pánico, el vértigo”. Nota publicada en el diario Página/12,

Buenos Aries, 29 de Enero de 2006. Fragmento del prólogo a Una práctica de la época. El
psicoanálisis en lo contemporáneo, por Alejandra Glaze (comp.), Editorial Grama.
17 Bauman, Zygmunt; Miedo líquido, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2007, pág. 10.

– 25 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
dios, aglomeraciones, batallas, etc.).18 Pero aún así se trata de agregados
relativamente homogéneos que actúan en espacios acotados y reaccionan
frente a fuentes de peligro cercanas en el tiempo y el espacio. No se puede
decir que se trate del nivel social, entendiendo por éste un grado mayor de
agregación, una mayor heterogeneidad, y la inclusión de elementos históri-
cos y culturales, cuya influencia puede ser determinante en esta escala, y
nula o muy débil en el nivel colectivo o grupal. El pasaje del nivel grupal al
social no es una simple conversión o adición. La inquietud sobre los alcan-
ces de esta operación es ineludible, especialmente si uno mantiene reservas
sobre la pretensión de resolver la explicación de los comportamientos a
nivel social como una mera suma de las individualidades y sus acciones,
maniobra aritmética tan tentadora como dudosa para abordar la compleji-
dad de lo social.
Tenemos entonces que la emergencia de la angustia y del miedo tiene,
por una parte, un anclaje neurofisiológico, con lo cual se sitúa por fuera de
la razón –aunque, como veremos luego, ésta puede estimularlo–, pero por
otra parte los humanos no somos animales cualesquiera, y podemos clara-
mente percibir diferentes niveles de miedo, volviendo más complejo el
análisis que debemos encarar sobre este fenómeno.19
De manera independiente a tales consideraciones, hemos visto que de
manera mayoritaria el miedo suele conceptuarse como una respuesta de-
fensiva a una amenaza concreta, cierta. El peligro que irradia la intimida-
ción puede ser definido; se puede determinar –al menos en algún grado–

18 Aquí encuentran lugar las teorías del comportamiento colectivo para la explicación de las

acciones de masas y las explicaciones de las conductas por el peso de la imitación.


19 Vale la pena preguntarse si las palabras miedo, pánico, pavor, vértigo, terror, angustia,

temor, tensión, horror, recelo son sinónimos o constituyen una escala de intensidad del
miedo diseñada por el sentido común. Ya hemos efectuado algunas consideraciones sobre
la demarcación entre miedo y angustia y haremos otras. Pero más allá de sutilezas, contro-
versias y la localización de los niveles de intensidad, es posible decir en una primera
aproximación general que “miedo, angustia, ansiedad, temor, terror, pánico, espanto,
horror, son palabras que se refieren a vivencias desencadenadas por la percepción de un
peligro cierto o impreciso, actual o probable en el futuro, que proviene del mundo interno
del sujeto o de su mundo circundante”. Lira, Elizabeth; “Psicología del miedo y conducta
colectiva en Chile”. Boletín de la Asociación Venezolana de Psicología Social, Venezuela de julio de
1989, pág. 5. Sin embargo, es interesante señalar que el horror es entendido, también, como
un caso especial que además de involucrar al miedo en una cuota generosa contendría asco
y conmoción. Bericat Alastuey, Eduardo; “La cultura del horror en las sociedades avanza-
das: de la sociedad centrípeta a la sociedad centrífuga”. Revista de Investigaciones Sociológicas;
Madrid, España, Nº 110; Serie Artículos; Abril a junio de 2005. pág. 62.

– 26 –
de dónde viene y sus alcances. Pero tal circunstancia sólo cubre una parte
del espectro de situaciones posibles. La intervención del orden social no
solo mitiga el miedo; en su redireccionamiento también genera nuevas
derivaciones de esta sensación. Así se construye lo que Zygmunt Bauman
denomina miedo de “segundo orden” o, siguiendo a Hugues Lagrange,
“derivativo”: “un miedo –por así decirlo– «reciclado» social y culturalmen-
te”.20 Se trata, en lo esencial, de una suerte de prevención condicionada
sobre una fuente de peligro difusa, que nos mantiene alertas de manera
permanente ante una indefinida pero no por ello menos peligrosa amenaza
potencial. A veces las amenazas son vagas, difusas o indeterminadas, carac-
terísticas que en lugar de transformarlas en más inofensivas las potencian,
al punto de que en muchas oportunidades se prefiere que, de una vez por
todas, la amenaza se concrete como una realidad cuyo peligro es menos
agobiante que la incertidumbre.21 Esto nos orienta en un posible ordena-
miento de estas sensaciones: la mayor insoportabilidad de la angustia que
provoca la espera en tensión la colocaría un escalón por encima del miedo.
En refuerzo de esta idea está el hecho de que el miedo es una sensación
episódica (coloquialmente se dice que se “vive angustiado”). En contrapo-
sición a esto debe considerarse que la sensación de miedo suele ser más
intensa que la de angustia.
Ahora bien, la angustia pareciera ser una característica sino exclusiva-
mente humana, o al menos muy fuertemente desarrollada en la especie, en
tanto es la única autoconciente de su propia finitud: la certeza de que la
muerte sobrevendrá inexorablemente. Y esta angustia, que suele calificarse
como existencial, es procesada socialmente desde prácticamente nuestros
orígenes como especie en los ritos religiosos. Elias sostenía, agudamente,
que “el ser humano intenta una y otra vez disimular esta total indiferencia
de la naturaleza ciega e inhumana por medio de imágenes nacidas de la
fantasía que se corresponden mejor con sus deseos.”22 Freud es menos
contemplativo y va más allá al asegurar que “no podemos menos que ca-
racterizar como unos tales delirios de masas a las religiones de la humani-

20 Bauman, Zygmunt; op. cit., pág. 11.


21 López Ibor, José Miguel; “Miedo, terror y angustia”. Nota publicada en el diario El Mundo,
España, el 29 de enero de 2005. En el terreno bélico, suele ocurrir que la espera de un ataque
es tan tensionante para quien la protagoniza que el ataque mismo es vivido con alivio aunque,
claro está, signifique la posibilidad intangible e inminente de la mutilación o la muerte.
22 Elias, Norbert; Humana conditio (Consideraciones en torno a la evaluación de la humanidad), Barce-

lona, Editorial Península, 1988, pág. 17.

– 27 –
dad.”23 Sin embargo, sea producto del deseo o un mero delirio, la religión
o, más ajustadamente, el pensamiento religioso (que bien puede ser laico),24
es una realidad tangible, y está íntimamente vinculado con el miedo que
como sujetos y especie tenemos a la muerte. Pero así como exorcizamos
socialmente esa angustia, no es menos cierto que el miedo tiene también,
en nuestra época, un fuerte contenido social, que se gestiona y actúa colec-
tivamente. Es social, por lo tanto, en un doble sentido; producido social-
mente, y con efectos colectivos. Si la producción es social y no fisiológica,
el efecto ha de ser también distinto al individual. Al ser colectivo, el peligro
está menos visible. Pero es a la vez omnipresente. Y esa omnipresencia ha
llevado a algunos estudiosos del tema a considerarlo casi como un produc-
to meramente cultural,25 aunque no falta quien matiza esta apreciación,
dándole rango de ineluctable al miedo, pero negando que su coacción sea
lo que nos mantiene unidos.26

23 Freud, Sigmund; El malestar en la cultura, en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu,

1992, tomo XXI, pág. 81. En un trabajo previo, El porvenir de una ilusión, caracteriza a la
religión como “neurosis universal”.
24 Es característica del pensamiento religioso (o mítico-mágico) su estructura teleológica,

finalista, que contiene implícita una suerte de ordenamiento preexistente –o “diseño inteli-
gente”, como sostienen algunos creacionistas–. Este tipo de pensamiento, opuesto al tele-
onómico, puede observarse incluso en reputados científicos, naturales y sociales y también
en organizaciones políticas que fundamentan su existencia en ideales ateos.
25 En la base de este razonamiento se encuentran proposiciones como esta: “Si bien es

cierto que el miedo es inseparable de la vida social de cualquier grupo o sociedad, y que ha
estado presente a través de todos los tiempos –como postulan los sociólogos positivistas–,
también es cierto que el miedo no existe en abstracto, se objetiva y cristaliza en formas
específicas de acuerdo con las tradiciones religiosas, las cosmologías de grupo social y en
relación con la historia, como postulan los antipositivistas”. Luna Zamora, Rogelio; Sociolog-
ía del miedo. Un estudio sobre las ánimas, diablos y elementos naturales. Universidad de Guadalajara,
Guadalajara, México, 2005, pág. 29.
26 “No hay que hacerse ilusiones, la producción y reproducción continua de los miedos

humanos es algo inevitable e inexcusable siempre que los hombres traten de convivir de
una u otra forma [...]. Pero tampoco debemos creer o imaginarnos que los mandatos y los
miedos que hoy dan su carácter al comportamiento de los hombres tengan como «objeti-
vo», en lo esencial, estas necesidades elementales de la convivencia humana”. Elias, Nor-
bert; El proceso de la civilización, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1989, pág. 529.

– 28 –
El miedo como argumento de lo social y lo político
La distinción entre miedos innatos y adquiridos atestigua sobre el carác-
ter complejo de nuestro objeto de análisis.27 El miedo es procesado por lo
social, pero también incide en la constitución de lo social.28 Sobre un sus-
trato neurofisiológico operan estímulos sociales que tienden a bloquearlo,
incitarlo, desviarlo, enfocarlo, desarrollarlo, apaciguarlo, vinculando tales
variaciones a determinadas situaciones y no a otras. El entorno social nos
educa para percibir miedo, para entenderlo y procesarlo. Se lo puede ges-
tionar, administrar, provocar o atemperar con altos grados de racionalidad.
La alarma biológica y natural se ve constreñida por condiciones y circuns-
tancias del territorio social donde acontece, que se entremezclan con pro-
cesos de socialización determinados por el contexto.29
De allí en más podríamos preguntarnos cuánto tiene de contenido neu-
rofisiológico y cuánto de social siendo que, además, ambos planos eviden-
cian órdenes de realidad y complejidad diferente.30 Independientemente de
que las respuestas rigurosas suponen largos recorridos, al menos en princi-
pio es factible visualizar que desde los momentos más primarios de la

27 Tal distinción no es sencilla. “Son miedos innatos los provocados por desencadenantes

no aprendidos (el típico de los niños a la oscuridad). Normalmente no aparecen al mismo


tiempo, sino que cambian a medida que la persona crece y se desarrolla. Y a los miedos
adquiridos porque gran parte de nuestros miedos no son provocados por nosotros mismos
sino que son adoptados” (Marina, José Antonio; Anatomía del miedo; Editorial Anagrama,
Barcelona, 2006. Sorbe el tema, véase el clásico libro de Gray, Jeffrey Alan; La psicología del
miedo, Editorial Guadarrama, Madrid, 1971). Pero esta pretendida definición falla ante casos
sencillos: un niño nacido ciego viviría atemorizado, y esto no se verifica en la realidad. Parece
más fructífero explorar esta diferencia asociando lo innato a las reacciones surgidas del hipo-
tálamo, pero avanzar en esta línea supone saberes y destrezas ajenas a nuestra profesión.
28 Inmediatamente incorporaremos algunas consideraciones acerca del papel del miedo en la

conformación de lo social. Sin embargo, es menester adelantar que el miedo cumplió y man-
tiene un papel en esa configuración; el debate se desplaza en el grado de su influencia, pero no
en su presencia como elemento fundante; sobre esto último casi desaparecen las querellas.
29 Las respuestas generadas por el miedo se ven moldeadas por condiciones otorgadas por

las clases sociales, los grupos de pertenencia, diferencias de género. Por ejemplo, los gritos y
llantos pueden ser la respuesta, incluso aceptada, frente a determinados peligros, para un
sexo (el femenino) y no para otro. Véase al respecto, Reguillo, Rossana; op cit.
30 “Lo social no puede reducirse a lo psicológico, pero lo supone. Lo psicológico no puede

reducirse a lo biológico, pero lo supone. Lo biológico no puede reducirse a lo inorgánico


(físico-químico) pero lo supone. Cada nivel superior contiene al anterior, a la vez que lo
supera y funciona en un equilibrio y con una lógica que le son propios.” Nievas, Flabián;
“La ciencia de lo social”, en Nievas, Flabián (comp.); Algunas cuestiones de sociología, Buenos
Aires, Proyecto, 2008, págs. 22/3.

– 29 –
humanidad hasta hoy podemos decir que la sociedad desarrolló mecanis-
mos e instrumentos para mitigar y administrar el miedo, que abarcan la
generación de hechos sociales tanto materiales –como las murallas de las
ciudadelas– o inmateriales como las religiones;31 los hombres han cons-
truido diques protectores tanto con piedras, metales y cemento como con
palabras e ilusiones. Tales construcciones suponen, obviamente, el desarro-
llo de la asociación entre los “asustados”, lo que sustentaría relaciones
sociales que entrañan cierto nivel de cooperación.32
Sería una simplificación dudosa, no obstante, sacar como corolario que
toda la civilización es únicamente el resultado de una larga lucha por do-
minar el miedo.33 En contra de algunas opiniones,34 están quienes sostie-
nen que el miedo no explica por sí sólo la constitución de lo social.35
Más allá de estas diferencias, el peso que tendría el miedo en la historia
amerita su investigación como un elemento invariante de las relaciones
sociales y sus sistemas, mostrando que no puede ser relegado fácilmente
por el hombre en sociedad. Otros componentes de la animalidad del

31 Suele aceptarse que las religiones, el segundo gran sistema simbólico después del lenguaje,

son a la vez una representación de la vida social y un medio de conjura de los miedos,
particularmente a las inmanejables fuerzas naturales y al temor último y definitivo a la muer-
te. La antropomorfización de los dioses respondería a esa necesidad de interlocución para
evadir los miedos. La eficacia relativa de este subterfugio está fuera de toda duda dos siglos
después del anuncio de su muerte a manos de la razón. Aunque sólo fuera por esta supervi-
vencia contra todo pronóstico racional, merece indagarse la eficiencia de la modernidad en
su combate contra el miedo.
32 Canetti sostiene que el hombre padece “el miedo a ser tocado” y por eso genera distan-

cias protectoras como la vivienda: “Nada teme más el hombre que a ser tocado por lo
desconocido. Desea saber quién es el que lo agarra; le quiere reconocer o al menos, poder
clasificar. El hombre elude siempre el contacto con lo extraño. De noche a oscuras, el
terror ante un contacto puede a convertirse en pánico [...]. Todas las distancias que el hom-
bre ha creado a su alrededor han surgido de este temor a ser tocado”. Canetti, Elias; Masa y
Poder; El libro de Bolsillo. Alianza Editorial/Muchnik, Madrid, 1987. pág. 9.
33 Delumeau, J.; El miedo en occidente... Op. cit., pág. 11.
34 Es necesario aclarar que algunas posturas no descartan esta explicación: “El hombre primi-

tivo, en la soledad de la selva, vivía atenazado por el terror. Conocía el peligro de las fieras, de
las catástrofes naturales. Al mismo tiempo era ignorante de lo que podía ocurrir después. Por
ello, debió buscar rápidamente soluciones. Necesitó en su soledad establecer lazos con sus
semejantes, se hizo social para defenderse. La sociedad es una forma de defensa nuclear ante el
miedo y la angustia, en definitiva, ante el terror”. López Ibor, José Miguel; op cit.
35 Mongardini, Carlo; Miedo y sociedad, Madrid, Alianza Editorial S.A., 2007, pág. 10. Huelen,

rechazando las explicaciones monocausales, es un agudo crítico de la concepción determi-


nista que postula al miedo como la causa decisiva de la conducta humana. Huelen, A.; El
Hombre; Salamanca, Editorial Sígueme, 1987. Citado por Mongardini, C.; Op cit, págs. 31/2.

– 30 –
humano parecen más domesticados o, al menos, su presencia adquiere
menos visibilidad. Impulsos primarios –regidos también por el “cerebro
reptil”36–, como el hambre o el deseo sexual, y hasta la acción de esfínteres,
están tan procesados socialmente que son objeto de una gestión voluntaria
más eficaz, a partir de pautas y convenciones establecidas de tal manera
que modelan con más potencia las conductas.37
Son varios los pensadores e investigadores que dan argumentos para es-
te emprendimiento, al sostener que el miedo, de alguna manera, está en los
cimientos de lo social, en el entramado de las relaciones sociales; habita en
la base de la cultura. Norbert Elias sostiene que la civilización es un proce-
so por el cual el hombre progresivamente toma control sobre las agresio-
nes;38 podría añadirse que de manera paralela, es también el proceso en que
progresiva y colectivamente se toma el control sobre el miedo; no para hacerlo
desaparecer, sino más bien para suavizarlo, para enfocarlo, para direccio-
narlo sobre puntos o situaciones específicas.
Partiendo desde otro lugar, pero concurrente en nuestro tema de deba-
te, Sigmund Freud identificaba tres fuentes de sufrimiento: “la hiperpoten-
cia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las
normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia,
el Estado y la sociedad.”39 De esas tres, las dos primeras atraviesan los
tiempos y son previas a la aparición del Estado. Significativamente, el pa-
dre del psicoanálisis construye un argumento para entender la aparición de
la cultura que tiene algún grado de parentesco con la matriz explicativa
contractualista, ya que su enfoque brinda un lugar destacado al temor.40

36 Se le suele dar este nombre a la parte del cerebro que controla las funciones primarias.

Dado que estas han permanecido relativamente invariantes a lo largo de la evolución, se les
da esta denominación para poner de manifiesto su carácter primitivo, emparentado con los
primeros reptiles.
37 Estos procesamientos distan, por supuesto, de ser idénticos en los diversos grupos

humanos, pero como característica común a todos ellos es que no surgen sin ningún grado
de represión, la que los organiza.
38 Cf. Elias, Norbert; El proceso de la civilización, México D.F., Editorial Fondo de Cultura

Económica, 1994.
39 Freud, Sigmund; El malestar en la cultura, en Obras Completas, Buenos Aires, Editorial

Amorrortu, 1992, tomo XXI, pág. 85.


40 “Imaginemos canceladas sus prohibiciones [de la cultura]: será lícito escoger como objeto

sexual a la mujer que a uno le guste, eliminar sin reparos a los rivales que la disputen o a
quienquiera que se interponga en el camino; se podrá arrebatarle a otro un bien cualquiera
sin pedirle permiso; ¡qué hermosa sucesión de satisfacciones sería entonces la vida! Claro
que enseguida se tropieza con la inmediata dificultad: los demás tienen justamente los mis-

– 31 –
El miedo aparece así como el fundamento de toda la organización so-
cial (la cultura, Freud) y política (Hobbes). La búsqueda de seguridad, la
contracara directa del miedo, se constituye de este modo como el motor de
lo social.41 También en esto podemos encontrar algún ángulo de conver-
gencia con Norbert Elías; cuando éste arguye que el hombre ha logrado
conocer la naturaleza con una capacidad tal que, aunque no pueda domi-
narla plenamente, al menos logra protegerse con alta eficacia de ella. Me-
diante este conocimiento o gracias a él, la fue transformado hasta conver-
tirla en un entorno adaptado a sí mismo (más que a la inversa). Este logro
procuró cierta calma a la humanidad, pero, como contrapartida, las certi-
dumbres provocadas por el conocimiento y la domesticación del orden
natural encienden otro foco desde donde se irradia una diferente gran dosis
de miedo; el peligro de que el hombre actúe como “verdugo” del hombre
mismo.42
La idea de que el miedo también puede ser visto como un motor inicial
de la política tiene muchos defensores.43 Thomas Hobbes, como adelan-
tamos, considera que la política nace como una respuesta al miedo, y en su
Leviatán el temor daba argumento al absolutismo.44 Nicolás Maquivelo la
concibió como un elemento constitutivo de su ejercicio en sus recomenda-

mos deseos que yo, y no me dispensarán un trato más considerado que yo a ellos.” El
porvenir de una ilusión, en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editorial, 1992, tomo
XXI, pág. 15. Dentro de los autores del contrato social, como por ejemplo Thomas Hob-
bes, al que nos referiremos enseguida, apuntaba que “[...] por lo que respecta a la fuerza
corporal, el más débil tiene bastante fuerza para matar al más fuerte, ya sea mediante secre-
tas maquinaciones o confederándose con otro que se halle en el mismo peligro que él se
encuentra. [...] Las pasiones que inclinan a los hombres a la paz son el temor a la muerte [y]
el deseo de las cosas que son necesarias para una vida confortable [...]” Leviatán, Madrid,
Editorial Sarpe, 1985, tomo I, págs. 133 y 138.
41 Glaze, Alejandra; op. cit.
42 “[...] hoy por hoy, el mayor peligro para los seres humanos lo constituyen ellos mismos.”

Elias, Norbert; Humana Conditio, op. cit., pág. 27.


43 Puede rastrearse la consideración del miedo como el origen de la política en Espósito,

Roberto; El origen de la política. ¿Hanna Arendt o Simona Weil?, Paidos Studio, Barcelona, 1995.
44 Al pasaje de dicha obra que hemos citado en la nota 38 se le puede adicionar el siguiente

comentario: “Hobbes vio en el miedo la vía de superación del estado de naturaleza y el


fundamento de la sociedad política [...] el miedo obliga a los hombres a refrenar los instin-
tos que ponen en peligro su seguridad, a imponerse límites y a plantearse su propia conser-
vación como la primera de sus metas [...] El miedo crea la sociedad como límite y garantía
[...] La organización y la institucionalización de la política en su conjunto son para Hobbes
la racionalización del miedo”. Mongardini, Carlo; op cit; págs. 24, 25 y 26.

– 32 –
ciones para que el príncipe desarrolle una economía de la violencia.45 Pero
la idea no quedó relegada a los orígenes de la política, sino que se mantuvo
con mucha constancia. Paul Virilio, por ejemplo, asevera que “el miedo y el
pánico son los grandes argumentos de la política moderna”.46 Si aceptamos
esta afirmación tenemos que el miedo generó –o, al menos, está implícito
en la política– y que, además, se mantiene como una constante de su
práctica. La conclusión suena muy drástica: sin miedo no hay política. El
miedo brota ante la inseguridad, la política nace de las respuestas que ofre-
cen diferentes estrategias de poder para suturarlo. Ente vínculo se crista-
lizó, como ya apuntamos, en importantes organizaciones y en notables
hechos sociales; la gran ciudad es una de esas materializaciones.47 No obs-
tante, esta conquista de seguridad expresada en la ciudad y en los diversos
mecanismos burocráticos de intervención sobre la vida, los que genérica-
mente se agrupan bajo el rótulo de “seguridad social”, parece no ser una
solución definitiva. Robert Castel opina que “[...] vivimos probablemente
–al menos en los países desarrollados– en las sociedades más seguras que
jamás hayan existido. [...] Sin embargo, en estas sociedades rodeadas y atra-
vesadas por protecciones, las preocupaciones por la seguridad permanecen
omnipresentes.”48 ¿A qué se debe esa aparente paradoja? Más allá de que
sería imposible suprimir el miedo, hay políticas que lo promueven re-
cordándonos a cada rato que es muy probable que seamos víctimas de una
agresión en cualquier momento. El miedo provoca la emergencia de aso-
ciaciones e instituciones con el fin de gestionarlo, con el objetivo de go-
bernarlo. Estimula expansión de la división del trabajo social.49 También

45 “[...] se requiere ser las dos cosas [amado y temido]; pero, como es difícil conseguir ambas

a la vez, es mucho más seguro ser temido primero que amado, cuando se tiene que carecer
de una de las dos cosas.” Maquiavelo, Nicolás; El Príncipe, Madrid, Sarpe, 1983, pág. 104.
Cf. también Wolin, Sheldon S.; Política y perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento político
occidental; Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1973; capítulo 7.
46 Paul Virilio y la política del miedo. Entrevista publicada en la Revista Ñ, diario Clarín del

20 de marzo de 2005. Versión digital en http://www.clarin.com/.


47 De manera desordenada, pueden encontrarse ideas en esta dirección en Virilio, Paul;

Ciudad pánico. El afuera comienza aquí; Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2006.
48 Castel, Robert; La inseguridad social, Buenos Aires, Manantial, 2004, pág. 11.
49 “..entre 1870 y 1910 se tenía un pánico absoluto al entierro prematuro, a que te sepulta-

ran vivo. Eso era lo peor de todo. Hasta el punto de que para conjurar ese miedo se inven-
taron nuevos métodos y hasta aparecieron nuevos profesionales que te garantizaban que al
morir estarías indiscutiblemente muerto”. Bourke, Joanna; entrevista publicada en Isla
Virtual Insumissia; http://www.antimilitaristas.org/; domingo 26 de noviembre de 2006.

– 33 –
regulación de lo social, instancia indispensable para el sostenimiento del
orden, está vinculada a emociones como el miedo y de la frustración.50
El control del miedo politiza lo social desarrollando formas de gobier-
no. Geog Simmel entiende que el miedo es una de las fuerzas psicológicas
que une políticamente a los hombres, generando sobre un espacio geográ-
fico un espacio político.51
En esa territorialidad se estructuran socialmente las percepciones sobre
los riesgos y amenazas de las que debería buscarse protección, ofreciendo
en paralelo algunos caminos para evitar los peligros.
La socialización temprana inculca a los niños las potenciales amenazas
mientras, a la vez, son manipulados por el miedo impartido por las genera-
ciones mayores que logran su subordinación y obediencia gestionándolo.52
Se aprende a qué tener miedo y también se incorporan pautas para saber
cómo actuar frente a él. Sobre la base biológica que ya hemos presentado,
se orientan culturalmente las sensibilidades y percepciones a través del
miedo, localizando enemigos o espantajos a nivel tanto individual como
social. La explotación política del temor tiene correspondencia con la ma-
nipulación de los adultos a los niños a través del miedo.
Así como las madres aterrorizan a sus hijos con la amenaza de convo-
car al “hombre de la bolsa” que se lleva a los niños cuando éstos no comen
su porción de alimentos,53 también los grandes agregados sociales son
azuzados por construcciones fantasmales.54 En tal sentido, la pobreza ha

50 Bericat Alastuey, Eduardo; “El suicidio en Durkheim, o la modernidad de la triste figu-


ra”. Revista Internacional de Sociología, Consejo Superior de Investigaciones Científicas; Instituto de
Estudios Sociales Avanzados. España; Nº 28, 2001; págs. 69-104
51 Simmel, Georg; Sociología; Madrid; Alianza Editora; 1986. Citado por Mongardini, C.; Op

cit. Pág. 68.


52 Mirando el tema desde este ángulo, podemos afirmar que algunos cuentos infantiles

cumplen un papel importante para generar condiciones de posibilidad para estas operacio-
nes. Los medios de difusión masiva hacen su parte, pero cubren todas las edades.
53 Este personaje también es conocido fuera de la Argentina como “hombre del saco” o

“viejo del costal”, y se lo suele identificar con un vagabundo o un trabajador “golondrina”


(trabajador migrante, temporario). Véanse detalles de la leyenda sobre él en el Portal Infor-
mativo de Salta, del gobierno de la provincia argentina de Salta en
http://www.camdipsalta.gov.ar/INFSALTA/hombrebolsa.htm.
54 Aquí es interesante recordar una vez más a Norbet Elías, cuando nos sugiere que “todos

los miedos son suscitados, directa o indirectamente en el alma del hombre por otros hom-
bres”. Elías, Norbert; El proceso de la civilización; op cit; pág. 528. Véase al respecto el comen-
tario de Béjar Merino, Elena; “La sociología de Norbert Elias: las cadenas del miedo”.
Revista de Investigaciones Sociológicas; Madrid, España, Nº 56, Serie Estudios; Octubre a Di-
ciembre de 1991; pág. 18.

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sido, además de un problema social, una fuente de miedo de la ascendente
burguesía. El lumpenproletariado en sus diversas manifestaciones, los
mendigos, vagabundos, menesterosos, desocupados y los pobres en gene-
ral eran visualizados como fuente de peligro.55 Ese lugar también lo ocupa-
ron –y lo ocupan– los inmigrantes. Los menesterosos son vistos como
sinónimo de las revueltas; no se los ve como reclamantes, sino que se con-
vierten, a los ojos de las clases dominantes, en fuente de sospecha, en
transmisores de desorden, de maldad y perversión: en una usina de miedo.
A tal punto, que durante el siglo XIX “los conceptos de clases trabajadoras y
clases peligrosas empezaron a ir unidos”.56 Una nueva operación ideológica
comenzaba a echar raíces inadvertidamente a partir de la manipulación del
miedo.57
Esta circunstancia no quedó relegada en el tiempo. En el siglo XXI sigue
teniendo eficacia. Ahora tenemos “terroristas” en lugar de brujas, magos;
jóvenes pobres urbanos desocupados, en vez de mendigos o menesterosos;
también gobiernos defensores de la paz y la democracia en lugar de la Santa
Inquisición, que con tanto entusiasmo combatía contra las brujas.58
Independientemente de los personajes invocados, una matriz perdura
como una técnica de ejercicio de poder, también de su acumulación, que
supone, por un lado, la agitación de miedos y personificaciones terroríficas;
y por otro lado –y de manera concurrente–, el ofrecimiento de protección
o amparo. En esta argucia descansa en gran parte la política. La capacidad

55 También generaban miedo los criados y nodrizas que servían a las familias burguesas.

Donzelot, Jacques; La policía de las familias, Valencia, Pre-Textos, 1979.


56 Wallerstein, Immanuel; El moderno sistema mundial, México D.F., Siglo XXI Editorial, 2005,

tomo II, pág. 173.


57 Claro que esta circunstancia no informa de ninguna novedad histórica. Por ejemplo, el

siglo XVI, cuando la Inquisición torturaba y ejecutaba brujas y magos, lo hacía con la
anuencia de la población, que de tal modo se sentía protegida y segura contra el Maléfico.
58 “El terrorismo será la mejor excusa para practicar el terrorismo de Estado, es decir, para

transformar el miedo individual en terror social a través del pánico que modelan los Estados en
general, justamente con los medios masivos de comunicación, a partir de las campañas de
seguridad ciudadana y la implementación de prácticas de control preventivo tanto en el
ámbito local como global”. Rodríguez, Esteban; “Estado del miedo. El terrorismo como
nuevo rudimento legitimador del Estado de Malestar”, en Políticas de terror. Las formas del
terrorismo de Estado en la globalización. Buenos Aires. Ad hoc Ediciones, 2007, págs. 74/5.
Véase asimismo Bonavena, Pablo y Nievas, Flabián; “Bioterrorismo: ¿miedo infundado o
peligro real?”, ponencia presentada en las VIª Jornadas de Historia Moderna y Contem-
poránea, Universidad Nacional de Luján, septiembre de 2008, y Nievas, Flabián; “Acerca
del terrorismo y la guerra psicológica”, ponencia presentada en las VIIª Jornadas de Socio-
logía de la Universidad de Buenos Aires, octubre de 2007.

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
de manipular las sensaciones es un instrumento central de la política, y en
una porción importante es factible por descansar en una tensión localizable
en la emergencia misma del sistema social: la inseparable relación entre
miedo y seguridad.
Norbet Elias nos dice que “sin duda, la posibilidad de sentir miedo,
como la de sentir alegría, es un rasgo invariante de la naturaleza humana.
Pero la intensidad, el tipo y la estructura de los miedos que laten o arden
en el individuo jamás dependen de la naturaleza [...] sino que, en último
término aparecen determinados siempre por la historia y la estructura real
de sus relaciones con otros seres humanos”.59 Podemos agregar que, en
gran parte, emergen determinados por la política. Así como no hay política
sin violencia, podemos afirmar que no hay política sin miedo.60
Un matiz interesante a lo expuesto en este punto aflora cuando comple-
jizamos la relación entre miedo y política, considerando una diferenciación
en la influencia que tiene el temor en los momentos iniciales de la política
moderna. Hobbes, tal como señalamos, entiende que el miedo auspicia el
origen de lo social y el Estado. Pero de una manera alternativa a este plan-
teo encontramos reflexiones como las de Baruch Spinoza, que ubican al
miedo como una pasión que debilita y predispone a la gente para manipu-
lar desde una moral de la sumisión y la resignación.61 Según Remo Bodei,
“oponerse al miedo, quiere decir para Spinoza, en términos políticos, re-
chazar el absolutismo y la razón de Estado; en términos religiosos, repudiar
el precepto bíblico del temor como inicio de la sabiduría; y en términos
filosóficos, abolir virtualmente la distinción pascaliana entre temor malo y
temor bueno. Ni el Estado, ni la fe, ni –mucho menos– la filosofía y la
sabiduría deben apoyarse en el temor.”62 Queda planteada de esta manera
una tensión entre dos perspectivas; una como la de Hobbes que relaciona
el miedo y la política en sentido positivo y constructivo; versus otra que

59 Elías, Norbert; El proceso de la civilización; op cit; pág. 528.


60 “La materia de la civilización como proceso de cambio histórico es la violencia y el mie-
do, caras activas y pasivas de la coacción”. Béjar Merino, E.; Op cit; pág. 16.
61 Genovés, Fernando R.; “Miedo y esperanza con futuro”. Publicado en Ideas, Suplemento

de Libertad Digital, 20 de Septiembre de 2005. En línea en:


http://revista.libertaddigital.com/miedo-y-esperanza-con-futuro-1276230666.html.
62 Bodei, R.; Una geometría de las pasiones. Miedo, esperanza, felicidad: filosofía y uso político, Editorial

Fondo de Cultura Económica, México, 1995, pág. 78. Citado por Hoyos Sánchez, Inmaculada;
“Miedo y valor: una terapia naturalista del miedo a la muerte”. THÉMATA. Revista de Filosofía.
Número 39, 2007; Secretaría de Publicaciones; Universidad de Sevilla; España; pág. 178.

– 36 –
establece la relación en sentido negativo.63 Más allá de las vecciones de sus
influencias, nadie niega el peso de las mismas.
Para explorar con más profundidad la relación entre el miedo y lo so-
cial, parece adecuado indagar sobre algún fenómeno que reúna dos requisi-
tos: a) ser lo suficientemente regular y universal como para evitar asentar
nuestra disquisición sobre algún particularismo, y b) potenciar de tal mane-
ra nuestro objeto de estudio –el miedo– que nos permita observar de ma-
nera sencilla y relativamente evidente los mecanismos o procesos que con-
forman este fenómeno. Ambos requisitos los cumple la guerra: factor de
presencia regular en la especie humana (aún cuando variando las fracciones
afectadas por la misma) y en la cual el miedo es, por una parte, generaliza-
do y, por otra, gestionado voluntariamente –por el “enemigo”– hasta el
máximo punto posible. Nos abocaremos, para cerrar, a su consideración.

Guerra y miedo
Hemos afirmado que el temor ha tenido siempre una implicancia vital
en el desarrollo de lo social y lo político, pero como ocurre con casi todos
los temas, adquiere su mayor dramatismo en el campo militar, dado que es
la actividad en la cual se enfrenta a la muerte sin cortapisa. La vinculación
entre guerra y miedo es, además de evidente, de vieja data. En la antigua
Grecia los dioses Deimos (Temor) y Phobos (Miedo), eran hijos de Afrodi-
ta (diosa del amor) y Ares (dios de la guerra). El equivalente romano de
estos dioses eran Palor y Pavor, hijos de Venus y Marte. No sin razón tra-
taban de congraciarse con ellos, para no caer presas de la fobia (Phobos) o

63 Se enfrentan así “dos líneas maestras del pensamiento inaugural de lo político moderno,

mostrando los caminos bifurcados que se abrieron a partir de las interpretaciones enfrenta-
das que en torno del «miedo» como pasión se expresaron en Baruch Spinoza y Thomas
Hobbes a mediados del siglo XVII. El miedo, según lo aborda el judío holandés, como
pasión negativa, como anclaje en un orden de la sumisión que impide a los seres humanos
elegir su camino y que los conduce a la ciega aceptación de la tiranía y la dominación que se
afinca, precisamente, en esa pasión que maniata el espíritu libertario y que sigue prisionera
de una forma de trascendentalismo. Y el miedo como una pasión positiva y racional que
hace posible, en la perspectiva de Hobbes, la renuncia a un estado de peligrosidad y conflic-
to permanente que será reemplazado por un orden sustentado en la coerción y la renuncia
al uso indiscriminado de la violencia; sin miedo a la anarquía social, sin miedo al más fuerte
y a la muerte, sin miedo al conflicto y la violencia no sería imaginable el pasaje del estado de
naturaleza al contrato fundacional”. Forster, Ricardo; “Entre Spinoza y Hobbes o el miedo,
la inseguridad y la política”; diario Página/12, 13 de Noviembre de 2008, Buenos Aires.

– 37 –
el pavor. Por el contrario, eran los enemigos quienes debían padecer tales
desgracias.64
Como se ve, ya desde la mitología cada uno de los contendientes realiza
todos los esfuerzos posibles para aterrorizar a su adversario y quitar el
miedo a su propia tropa. La relevancia del miedo ha sido tan importante en
el campo bélico que el héroe, aquel que vence al miedo, se transforma en
un personaje digno de mención, al que se lo adorna con medallas y se con-
voca a emular, sobre el que se construyen leyendas, y que conforma una
entidad casi mitológica; la cobardía, que es una actitud provocada por el
miedo, se transforma por el contrario en el peor de los estigmas y merece
el peor de los castigos.65
El miedo o la falta de valentía ante situaciones críticas o evaluadas co-
mo tales fueron y son, al menos eso parece, problemas de creciente grave-
dad y proyección. La historiadora Joanna Bourke sostiene, con toda razón,
que “...el miedo es el problema crucial para los mandos militares”.66
El miedo, en sus niveles más intensos, carga a quien lo padece de ver-
güenza; todo lo contrario ocurre con la temeridad que genera admiración y
honor.67 El temor convoca a la debilidad y la miseria; Montaigne pensaba
que los humildes eran propensos a sentir miedo y descontrolarse; contra-

64 Cruañez, Salvador; “¿Qué es el miedo?”; en Revista Esfinge; Madrid, España, Editorial

N.A.; Nro. 22 de marzo de 2002; http: //www.editorial-na.com/esfinge/200203.asp.


65 Es importante dejar en claro que “miedo y cobardía no son sinónimos” (Delumeau, J.; El

miedo en occidente... Op. cit., pág. 18), no obstante lo cual están asociados, ya que la cobardía
aparece cuando el miedo se sobreimpone a la voluntad y se transforma en la pauta de la
acción. Recordemos, finalmente, la cita de Sastre que inicia estas páginas.
66 “Tienen que erradicarlo (al miedo) de la gente para así hacerlos soldados y llevarlos al

combate. Y eso se consigue mediante un laborioso proceso de desensibilización que se ha


ido probando y perfeccionando durante siglos. Se trata de hacer experimentar la batalla
antes de entrar en ella, de sumergir al recluta en su ruido, su olor, su confusión; de acos-
tumbrarle. Le explicaré una historia terrible: durante la II Guerra Mundial, en un regimiento
británico se llevó a los reclutas a un matadero para que se ejercitaran con las reses en el uso
de la bayoneta. Les hicieron matar al arma blanca a los pobres animales y empaparse con su
sangre, lo que, consideraban los mandos, les infundiría coraje. La verdad es que fueron
demasiado lejos y eso provocó un montón de crisis nerviosas entre los soldados”. Bourke,
Joanna; op cit.
67 Esta aseveración tiene anclaje en Delpierre, G.: La peur el l’être; Tolouse, 1974. Citado por

Delumeau, J.; Op cit.; pág. 12. También la oración que sigue. Presentando su libro, Marina,
José Antonio, nos comenta: “El valiente siente miedo, pero actúa como debe «a pesar de él».
Es lógico que todas las culturas hayan admirado el valor. ¡Nos sentiríamos tan libres si no
estuviéramos tan asustados! Así, el libro que comienza siendo un estudio del miedo, se
convierte en un tratado sobre la valentía”. Op cit.

– 38 –
riamente, la valentía produce nobleza, lo noble. En tal sentido no se dife-
rencia de Nietzsche.68 Siguiendo estos razonamientos, tenemos que un
“miserable” siempre será “miserable”. La asociación que existe entre heroi-
cidad, virilidad y victoria, y su contraparte, entre cobardía, falta de virilidad
y derrota, nos es ilustrada por Alfred Adler, quien postula que la díada
“arriba-abajo”, en la que se emparenta el primer término de dicho par con
lo positivo, lo deseado y buscado, y al segundo con lo despreciable, lo ig-
nominioso y pecaminoso, está en la base del carácter neurótico.69 Vale
decir que dicha apreciación está, cuanto menos, influida por esta anomalía
psíquica, tan extendida en el capitalismo. No obstante, aunque no se sos-
tenga empíricamente ni la honorabilidad del héroe ni la miserabilidad del
cobarde, su simple asociación como prejuicio es un dato ineludible.
Pero analicemos más detenidamente el papel del miedo, del temor en la
batalla, comenzando por el lugar que al mismo le asigna la propia teoría
clásica de la guerra, postulada por Clausewitz hace dos siglos. Una de las
mayores innovaciones teóricas del general prusiano fue la incorporación
del sentimiento humano al tratamiento sistemático de la beligerancia. Lo
hizo desde lo que denominó “fuerza moral”, sintagma que engloba una
serie de atributos: genio militar, virtudes militares y sentimiento nacional.70
Para Clausewitz, las fuerzas morales “son el espíritu que impregna toda la
esfera de la guerra. Se adhieren más tarde o más temprano a la voluntad
que pone en movimiento y que guía a toda la masa de fuerzas y, por así
decirlo, se confunden con ella en un todo, porque ella misma es una fuerza
moral.”71 Su importancia es tal, que “lo físico no es casi nada más que el
mango de madera mientras que lo moral es el metal noble, la verdadera
arma, brillantemente pulida.”72 ¿Qué son esas fuerzas morales?: “valentía,

68 “[...] obsérvese cómo constantemente se mezcla en ellas, azucarándolas, una especie de

lástima, de consideración, de indulgencia, hasta el punto de que casi todas las palabras que
convienen al hombre vulgar han terminado por quedar como expresiones para significar
«infeliz», «digno de lástima» (véase ςελός [miedoso], δείλαιος [cobarde], πονηρός [vil], µοχνηρός
[mísero], las dos últimas caracterizan propiamente al hombre vulgar como esclavo del trabajo y
animal de carga)”. Nietzsche, Friedrich; Genealogía de la moral, Tratado Primero, §. 10.
69 Adler, Alfred; El carácter neurótico, Barcelona, Editorial Planeta-Agostini, Barcelona, 1994,

págs. 233 ss.


70 “Los principales poderes morales son los siguientes: la capacidad del jefe, las virtudes milita-

res del ejército y su sentimiento nacional.” Clausewitz, Karl; De la guerra, Buenos Aires, Editorial
Solar, pág. 130.
71 Ídem, pág. 128.
72 Ídem, pág. 129.

– 39 –
flexibilidad, poder de resistencia y entusiasmo.”73 Se trata, sin lugar a dudas, de la
negación del miedo en primer lugar (valentía) y de los artilugios necesarios
para poder efectivizar tal negación (flexibilidad, poder de resistencia y en-
tusiasmo). La fuerza moral explica situaciones que sin la consideración de
tal elemento resultarían paradójicas.74 Si bien es cierto que en su postulado
la fuerza moral se expresa principalmente como “sentimiento nacional”, es
muy evidente su presencia en etapas pre-nacionales. Y ello se vislumbra en
los ritos que ancestralmente acompañaron a los guerreros, cuya caracterís-
tica invariante parece ser la exacerbación del miedo en el enemigo y la ex-
pulsión del miedo propio. Las danzas, los gritos y las pinturas en el cuerpo
son testimonio de esto.75 No obstante ello, sería un error considerar simé-
tricas las influencias en el ánimo del enemigo y en el propio. Siempre –al
menos en las sociedades sedentarias– se privilegió la seguridad en detri-
mento del poder ofensivo. Una sociedad considerada guerrera, como la
espartana, se protegía tras gruesos y elevados muros; una sociedad conquis-
tadora, como la romana, no sólo privilegiaba la defensa de sus ciudades,
sino que también dotaba a sus soldados de poderosos elementos de defen-
sa (generosos scutum [escudos], galæ [casco], lorica hamata [armadura de cota
de malla], o lorica segmentata [armadura de placas], o lorica squamata [armadu-
ra de escamas]) que dificultaban el desplazamiento de sus tropas, vital para
la conquista, pero brindaban seguridad al soldado. Incluso los Estados
absolutistas –más cercanos en el tiempo–, cuyo dinamismo se fundaba en
la conquista, y por ello destinaban el grueso de sus recursos a la guerra,76
emplearon la mayor cantidad de ellos en organizar defensas.

73 Ídem, pág. 132.


74 La resolución de la ofensiva del Têt, desarrollada en tres oleadas en enero, mayo y agosto-
septiembre de 1968 por el vietcong y el ejército de Vietnam del Norte en contra de las
tropas survietnamitas y estadounidenses, tuvo como saldo aproximadamente 100.000 bajas
para los atacantes y 5.000 para los defensores, quienes además retuvieron el territorio ataca-
do. Sin embargo, todos los analistas coinciden en que fue el punto de inflexión de la guerra
a favor de las tropas del vietcong y de Vietnam del Norte. Lo que lograron con esa ofensiva
fue quebrar la fuerza moral de las tropas sureñas y las de ocupación estadounidense, lo que
provocó un cambio en la relación de fuerzas que devino en la debacle posterior de estas
últimas fuerzas.
75 Causa curiosidad observar estas prácticas hoy por algunas selecciones nacionales de

rugby, como el Haka de los All Blacks, que es la danza ritual para quitarse el miedo propio e
infundir el miedo en los rivales.
76 Anderson menciona que a mediados del sigo XVI, España dedicaba el 80 % de las rentas estata-

les a gastos militares. Todavía en el siglo XVII, Francia dedicaba 2/3 del gasto estatal a las fuerzas
militares. (Anderson, Perry; El Estado absolutista, México D.F., Siglo XXI, 2005, págs. 27/8). Luis

– 40 –
Esta tendencia a privilegiar la seguridad por sobre la capacidad ofensiva
sigue vigente. En nuestros días las principales fuerzas armadas dedican
ingentes sumas de dinero a desarrollar tecnología farmacológica destinada
a la eliminación o atenuación del miedo, bastante avanzada actualmente.77
A esto debe agregársele otra dimensión, que es el desarrollo y la produc-
ción de equipos de combate y sistemas de armas altamente costosos, tam-
bién orientados a incrementar la seguridad o –en tanto esto es siempre una
presunción– más inmediatamente a mitigar el miedo. EE.UU. desarrolla el
programa Land Warrior para los Rangers (provistos en el año 2006), y una
segunda versión, el Land Warrior Stryker Interoperability; Australia, el
LAND 125 Wundurra, que incluye estudios de nutrición e hidratación;
Canadá el Sistema integrado de Vestimenta y Equipo Protector; Francia el
Sistema del Futuro Infante; Holanda el Sistema del Soldado de Infantería
del Real Ejército Holandés; el Reino Unido el Futuro Soldado de Infanter-
ía (FIST); y España el Programa Combatiente del Futuro.78 Para dimensio-
nar adecuadamente el fenómeno que se trata de suprimir o aminorar, es
necesario analizarlo en dos planos: en un contexto de combate,79 que im-

XIV gastaba en la guerra, en el decenio de 1700, el 75% de sus ingresos; Pedro el Grande, el
85%; mientras que la República inglesa había consumido, en la década de 1650, el 90% de sus
ingresos en la guerra. Parker, Geoffrey; La revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de
Occidente, 1500–1800, Barcelona, Crítica, 1990, pág. 92. Véase sobre el tema Nievas, Flabián; “La
guerra en el absolutismo”; en línea: http://ar.geocities.com/sociologiadelaguerra/textos/textos.html.
77 “En un futuro cercano, veremos a las tropas partir al combate cargadas de medicamentos

que incrementen su agresividad, así como su resistencia al miedo, el dolor y la fatiga. La elimi-
nación de los recuerdos es uno de los objetivos al cual permite acceder la farmacología; ya no
es ciencia ficción pensar en tener en el campo de batalla personal militar al que se le ha supri-
mido el sentimiento de culpabilidad mediante las drogas, y al que se ha protegido del estrés
postraumático mediante un borrado selectivo de la memoria.” Wrigth, Steve; “Armas de
guerra farmacológica”, en Le Monde Diplomatique, edición del cono sur, agosto de 2007, pág. 30.
78 Cf. “Soldado cibernético”, DEF Nº 2, Buenos Aires, octubre de 2005, págs. 48 ss.; también

“El combatiente del tercer milenio”, en Revista Española de Defensa Nº 203, enero de 2005, págs. 50
ss. Al respecto se ha escrito mucho, bajo el nombre de “revolución de los asuntos militares”
(RMA). Cf. Ferro, Matías; “¿Qué entendemos por Revolución en Asuntos Militares?”, Investiga-
ción Nº 03 del Centro Argentino de Estudios Internacionales, s/d; Granda Coterillo, José y Martí
Sempere, Carlos; “¿Qué se entiende por Revolución de los Asuntos Militares?”, en Análisis Nº 57,
Madrid, mayo-junio de 2000. Véase, asimismo, Nievas, Flabián; “El combate urbano”, en Nievas,
Flabián (ed.); Aportes para una sociología de la guerra, Proyecto, Buenos Aires, 2007. En línea en:
http://ar.geocities.com/sociologiadelaguerra/libro/libro.html.
79 Entre los síntomas habituales en situación de combate intenso, se debe contar con que el

50% de los soldados sufre taquicardia, el 45% “siente el estómago fuera de lugar. El 30 por
ciento experimenta frío y náuseas. El 25 por ciento padece de rigidez muscular. El 20 por
ciento vomita. El 20 por ciento experimenta debilidad general. El 10 por ciento sufre eva-

– 41 –
plica pérdida de coordinación y rendimiento bélico (sin considerar situa-
ciones extremas, como la deserción), y en términos de secuelas para los
participantes, con lo que se conoce como stress postraumático, que genera
desórdenes de conducta y de personalidad, cuyas consecuencias cuestan
grandes sumas de dinero al ejército, ya que afecta a cinco veces más solda-
dos que los que tienen secuelas físicas.80
En paralelo al perfeccionamiento farmacológico y tecnológico, también
se invierten recursos en desarrollo en ciencias sociales. Aunque con larga
tradición, en los últimos años se ha reforzado la participación de científicos
sociales en las Fuerzas Armadas. En el caso de Estados Unidos de Norte-
américa, esta relación se remonta por lo menos a la Segunda Guerra Mun-
dial;81 pero se intensificó en septiembre de 2007, cuando, en el marco del
programa Human Terrain System enviaron a Afganistán e Irak a realizar
trabajos de campo con la doble finalidad de disminuir las vulnerabilidades
propias y encontrar los puntos débiles de la población local.82 El desarrollo
y la explotación de estos tres tipos de recursos funcionan en un continuum
que “barre” distintas situaciones, circunstancias y enfoques analíticos. La
finalidad: disminuir el miedo o sus efectos en el campo propio, y acrecen-
tarlo en el campo del enemigo. Pero, como en toda relación recíproca, el
enemigo también ejerce miedo. En la actualidad, en las guerras contem-
poráneas, los enemigos “difusos” utilizan tácticas terroristas, de escasa
eficacia militar, pero de enorme potencial psicológico y moral. El terrorismo
es una práctica militar, un instrumento, que no casualmente deriva su deno-
minación de una sensación: el terror como el punto más alto del miedo.
Estudiar la guerra nos ayuda para aproximarnos a la problemática del
miedo porque nos brinda muchos elementos para la comprensión y cono-

cuación intestinal involuntaria. El 6 por ciento se orina incontrolablemente.” Sohr, Raúl;


Para entender la guerra, México S.F., Alianza Editorial Mexicana, 1990, pág. 74.
80 Cf. el muy documentado estudio de Watson, P.; Op cit.
81 Entre otros, fue notable la participación de Margaret Mead y su esposo Gregory Bateson.

Mead, “además de producir panfletos para la Oficina de Información de Guerra, publicó un


estudio para el Consejo Nacional de Investigación, relativo a la cultura y costumbres de
alimentación de la gente que provenía de diferentes nacionalidades y que vivían en los
EE.UU. También realizó investigaciones en el área de la distribución de alimentación como
un método para mantener la moral. Junto con Bateson y Geoffrey Gorer, ayudó a la OSS
[Oficina de Servicios Estratégicos] a establecer una unidad para entrenamiento de guerra
psicológica en el Oriente Lejano.” McFate, Montgomery; “Antropología y contrainsurgen-
cia: la historia extraña de su relación curiosa”, en Military Review, mayo-junio de 2005.
82 Beeman, William; “La antropología, un arma de los militares”, en Le Monde Diplomatique,

edición del cono sur, marzo de 2008, pág. 18.

– 42 –
cimiento de las sociedades –lo mismo ocurre en sentido inverso– pero,
también, porque en ella anida el fundamento de la política; sin embargo, no
se pueden extrapolar de manera directa las enseñanzas de una esfera a la
otra, por más que existan continuidades y muchas veces límites borrosos.
La gestión del miedo –esto es, tanto su exacerbación como su atenuación–
es un aspecto central en la guerra; y en tanto ésta contiene el núcleo de la
política –que en definitiva es la proyección de su desenlace–, deberemos
observar esta vinculación entre miedo y política, también como un elemen-
to de singular importancia.

La política del miedo


Las clases dominantes, de manera conciente o no, han tomado debida
cuenta de esta situación, y la producción del miedo ha pasado a convertirse
en los últimos años en una de las industrias privilegiadas. Queremos ser
claros al respecto. No estamos pensando en un plan orquestado, diseñado
o consensuado, sino de un sentido socialmente impuesto del que astuta-
mente se fueron apropiando estas clases y lo administran con apreciable
destreza.83
En general la formulación cobra diversas formas, pero en torno a un eje
común, que es el miedo. Se suele presentar como “inseguridad”, “delito”,
“terrorismo”, “inestabilidad económica”, “precariedad laboral”, etc. Todos
estos enunciados tienen como efecto común generar, acentuar y/o mante-
ner dosis de angustia y miedo en el conjunto de la población, particular-
mente en los sectores más vulnerables social y económicamente, población
que, por medio del rumor, acrecienta y “ratifica” lo que, en muchas oca-
siones, no son sino fantasías incontrastadas. Se trata, por sobre todo, de
sensaciones.
Presentemos algunos ejemplos de esto a fin de clarificar más estas apre-
ciaciones. En Argentina la tasa de delito cada 100 mil habitantes subió
levemente entre los años 2000 y 2002, descendiendo luego de manera sos-
tenida para llegar en 2006 a los niveles del año 2000. En el mismo período
la “sensación” de delito, índice que se mide en función de la aparición de
notas o noticias sobre delitos en la prensa escrita, creció a casi el doble de

83 La remisión a la “clase” es deliberadamente genérica, ya que no se trata de un conjunto de

individuos, sino de un tipo de acción colectiva (expresada, obviamente, por individuos) cuya
inteligibilidad está dada por condiciones de vida relativamente homogéneas y que predispo-
ne (pero no determina) cosmovisiones particulares, que tienen la pretensión de constituirse
en universales.

– 43 –
los niveles de 2000.84 Se trata de una medición que tiene la virtud de poner
de relieve un problema. Dado que se construyó sobre prensa escrita el
mismo es parcial, no obstante la evidencia que muestra es taxativa. Esta
medición es tanto más interesante si no se la interpreta de manera lineal, en
el sentido de que los medios de difusión masiva (en este caso, diarios) son
“productores” de la sensación de inseguridad, sino en el sentido más am-
plio, de que estamos frente a un fenómeno recíproco: la prensa refleja
aquello que el público está dispuesto a asumir, actuando más como reafir-
mador que como creador de esta sensación, a la vez que esa sensación se
“verifica” en la producción de noticias de tal índole.
El entramado que estamos presentando es, sin embargo, más denso y
complejo. La sensibilidad sobre este fenómeno ha despertado también la
imaginación de ciertos políticos –en los cuales se corporiza la apropiación
de clase a que nos refiriéramos más arriba– que no dudan en construir sus
ejes discursivos en torno a la “inseguridad”. Hace pocos meses un político
en ascenso puso en la web un “mapa de la inseguridad”,85 que abarca el
territorio de la provincia de Buenos Aires y de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires. Se trata de un caso digno de análisis por cuanto se propone
a la población que informe, en línea, de los delitos sufridos; de esa manera
se iría construyendo un mapa del delito (de la “inseguridad”, tal su nom-
bre), es decir, de los hechos de violencia desplegados en el espacio. Esta
modalidad, en apariencia, resultaría sumamente transparente, pues carece
de mediaciones entre la población afectada y la información surgida por la
acción de la propia población. Sin considerar cuestiones técnicas que tor-
nan a los datos obtenidos en indicadores fácilmente cuestionables,86 hay
dos aspectos que debemos considerar con atención: a) el involucramiento
de la población en la producción de la sensación de inseguridad y b) la
construcción de la argumentación política en torno a este eje, de una ma-
nera que carece completamente de rigor metodológico, pero que resulta
creíble. El paso dado es muy significativo: se invita a los propios “asusta-
dos” a fundamentar su miedo. De expandirse y solidificarse ésta u otras

84 Véanse los informes anuales del “Índice de Violencia Social Percibida” para el período

citado, elaborado por el Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano. Dispo-


nible [en línea] en http://www.onlineub.com/copub.php?opcion=IVSP
85 http://www.mapadelainseguridad.com/
86 Entre los múltiples factores de distorsión podemos mencionar: el acceso diferencial,

según grupo social, a herramientas de Internet; la posibilidad de que un mismo hecho se


reporte en repetidas ocasiones por distintos (o el mismo) sujetos; la carencia de verificación
del hecho, etc.

– 44 –
iniciativas similares, la gran mayoría de la población (probablemente con la
única excepción de pequeños grupos ilustrados) quedaría atrapada en una
ilusión autorratificada con un efecto fácilmente previsible: endurecimiento
de las reglas penales, criminalización de los cuestionamientos (particular-
mente de aquellos que lleguen al nivel de la protesta), sospecha de las dife-
rencias, en suma, un Estado policial gestionado y legitimado por la pobla-
ción. Esto nos conduce al detallado y muy documentado estudio realizado
por Loïc Wacquant sobre los efectos del endurecimiento de la represión
del delito en Nueva York, que se sintetizaban en el slogan de “tolerancia
cero”; en él demuestra que tal política tuvo dos efectos reales centrales: 1)
aumentar desmesuradamente la población carcelaria, particularmente de
gente pobre, y 2) no disminuyó la tasa de delitos, por el contrario, creció
levemente. Contrariamente, en aquellos Estados (como California) que
adoptaron una política radicalmente distinta, estos efectos fueron contra-
rios: no aumentó la población carcelaria y sí disminuyó la tasa de delitos,
en los mismos períodos en que se implantó la “tolerancia cero”.87 Pero tal
conocimiento, sin ser censurado, no circula socialmente. Por el contrario,
las ideas que se reproducen son las que este trabajo desmitificó. La percep-
ción, que tradicionalmente significó la subjetivación del mundo exterior
mediante los sentidos, cobra un nuevo y complejo significado: pasa a ser la
internalización de la creencia previa, con independencia relativa de los
hechos; es decir que la importancia no radicaría en los hechos, sino en la
percepción de los mismos, percepción que implica la mediación de la cre-
encia. O, dicho sintética y drásticamente: importa lo que se cree, no lo que
realmente ocurre.
Un tercer elemento a tener en cuenta, íntimamente ligado al anterior, es
la construcción de una agenda pública “falaz”. Llamamos así al otorga-
miento de prioridades en la acción gubernamental (esto es, la agenda públi-
ca) condicionando cualquier política a que tenga (presuntamente) resulta-
dos inmediatos. Esta expectativa, de imposible cumplimiento en lo
referente a la tasa de delito u otras situaciones complejas, como las modali-
dades violentas de los delitos, sólo actúa en definitiva como debilitadora
del sistema estatal, el que aparece incumpliendo lo que, se sabe anticipa-
damente, resulta imposible de cumplir. El efecto práctico inmediato es una
mayor presión, y la necesidad de incorporar al discurso político una solu-
ción ficticia, es decir, de abandonar todo escrúpulo en la competencia por
el liderazgo político. Siendo necesario el abandono de todo escrúpulo –lo

87 Wacquant, Loïc; Cárceles de la miseria; Buenos Aires, Manantial, 2000.

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
que, insistimos, culmina constituyéndose en imperativo para quien aspire a
conducir el Estado–, es inexorable que los lugares estatales sean ocupados
por inescrupulosos, que lo son no sólo en esta área, sino en general. Asis-
timos, de tal modo, a un proceso de deslegitimación del Estado, frente a lo
cual se presentan como alternativas agencias privadas que mercantilizan el
miedo y la sensación de “seguridad”, sin que nunca se especifiquen las
fuentes reales de tales temores.88
Arribamos al cuarto punto de la cuestión. La “seguridad” es, precisa-
mente, una de las novísimas mercancías intangibles que tienen auge en el
mercado global. El miedo vende; la irracionalidad en que se asienta acre-
cienta –por cuanto anula, por definición, toda barrera inhibitoria interpues-
ta por la razón– las posibilidades comerciales que ofrece un abanico de
servicios y productos con el fin de hacernos sentir seguros: puertas blinda-
das, vigilancia privada, cámaras de circuito cerrado, telefonía celular (en
particular para el segmento de los menores de edad), armas cortas, sistemas
de alarma, barrios cercados, automóviles blindados, y hasta edificios “inte-
ligentes”. Lo paradójico de la situación es que observando detenidamente
estas “soluciones” suelen ser fuentes de inseguridad. La circulación de
armas y la contratación por parte de las agencias de seguridad de personal a
menudo exonerado de fuerzas policiales son las más visibles fuentes de
delito generadas o alimentadas por esta modalidad, que muchas veces
cuenta con la anuencia activa o pasiva del propio Estado.
Hay dos formas básicas de irradiación de estos temores sociales. Una
forma es mediante la difusión masiva, particularmente de imágenes abiga-
rradas que impiden o dificultan la reflexión, en las que muestran situacio-
nes violentas. La imagen, sabemos, estimula directamente centros nervio-
sos que anteceden a la reflexión, pero construye una semántica tan potente
que, acompañada con un discurso organizador, permite evadir el pensa-
miento crítico, construye certezas más allá de las evidencias. La otra fuente
es el rumor. El vigor del rumor está en la credibilidad del portador del
mismo. Conocemos sobradamente la eficacia y la potencia del rumor y los
trascendidos.89

88 Notablemente, tal inespecificidad y confusión parecería reflejarse en algunos trabajos

académicos, en los que el tratamiento de estos temas no es más que una retahíla de lugares
comunes y sentencias de dudoso criterio. Cf. Rodríguez Kauth, Ángel; El miedo, motor de la
historia individual y colectiva, Madrid, Theoría - Universidad Complutense, 2004.
89 Recordemos las oleadas de pánico entre los campesinos en julio de 1789, su capacidad de

propagación y los hechos de violencia que desencadenaron. El rumor y el miedo, en una

– 46 –
A modo de síntesis
Haciendo una breve síntesis, podemos señalar que existe, en primer lu-
gar, un componente fisiológico del miedo y/o de la angustia, explicable en
términos de acción hormonal específica sobre centros neurológicos deter-
minados. Este sustrato de animalidad no resulta, no obstante, satisfactorio
para encarar el problema del miedo como fenómeno colectivo, menos aún
como fenómeno social, y la exploración del medio social implica entender
el fenómeno en una doble dirección; por una parte, cómo actúa colectiva-
mente, cómo se expande, cómo se difunde; y por otro, cómo actúa el co-
lectivo sobre cada individuo, cómo modula el miedo, como se lo adminis-
tra en cada sujeto individual y en cada grupo particular.
Instalados en el nivel de las redes sociales, el miedo y la angustia ad-
quieren dimensiones propias y diferentes, no sólo en grado sino también
en su naturaleza, respecto de lo que ocurre en el nivel individual. Los agre-
gados sociales procesan y administran el miedo. Apareciendo temprana-
mente en la infancia como medio de socialización, el miedo es un impor-
tante catalizador para la internalización de normas. Con posterioridad, en
su vida adulta, el sujeto regulará su actividad equilibrando tanto los miedos
internos con aquellos que provienen del medio social, el miedo a la san-
ción, a la punición. Pero no se trata únicamente de los temores emergentes
ante situaciones relativamente conocidas o esperables, la sociedad también
gestiona otros temores profundos, sobre los que se montan los dirigentes
de las clases dominantes a fin de conseguir perpetuar su dominio.90
La ciudad, dispositivo particular de protección históricamente construi-
do, se ha convertido con su desarrollo en el asiento de una multiplicidad de
fuentes de temor. Esto puede verse, entre otros indicadores, en la profu-
sión de tenebrosas leyendas urbanas. Pareciera que junto a la población
también se mudaron a las ciudades los relatos fantásticos.91 Las murallas de
cemento se han demostrado insuficientes para generar una mayor sensa-

mutua implicación y potenciación, generaron acciones colectivas de gran envergadura Es


ineludible ver este tema en Lefebvre, Georges; El gran pánico de 1789; Barcelona, Paidós, 1986.
90 “El miedo es la gran herramienta para dominar a otras personas”. Marina, José Antonio;

Entrevista publicada en http://www.elcultural.es/; el 30 de noviembre de 2006.


91 Elias propone interpretar algunas de estas leyendas como un momento de elaboración

conceptual, en una suerte de evolución permanente en la construcción de certezas (cf. Elias,


Norbert; Sobre el tiempo, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1989, págs. 76/7). Esto
deja de lado la funcionalidad de estos mitos, que es la principal razón de su permanente
renovación y persistencia.

– 47 –
ción de seguridad fundamentalmente por dos motivos: no puede anular
una tendencia primaria (el miedo) y tiene una contratendencia también en
la aglomeración de cuerpos que reduce las distancias, multiplicando las
redes por las que circulan los temores, base sobre la cual se asienta, en
parte, la administración política del miedo. Esta contraposición entre segu-
ridad (pretendida) e inseguridad (sentida) torna dificultoso cualquier análi-
sis, pues convoca a la confusión permanente entre dispositivos encontra-
dos. Los efectos de esta disposición contradictoria se perciben en las
crecientes capas de población que sufren patologías novísimas, tales como
el stress o los ataques de pánico, cuya etiología clínica es extremadamente
compleja y sumamente incierta (por lo pronto, sólo hay tratamiento palia-
tivo farmacológico). Esto nos indica la incidencia de estas tendencias sobre
los propios cuerpos, y abre interrogantes sobre los condicionamientos
evolutivos que supone este entorno. El cuerpo se rebela; el gran interro-
gante es si los humanos podremos direccionar dicha rebelión de forma
consciente para enfrentar esta situación. El miedo, esa reacción primaria
que puede tanto movilizar como paralizar, tiene siempre un efecto indubi-
table, y es primar sobre la razón. Lograr que la razón se sobreponga y go-
bierne esta sensación sería, sin dudas, un avance cualitativo para la especie.
Los intereses de los sectores privilegiados se contraponen con esta posibi-
lidad. La disputa por quitarse el miedo supone también, en consecuencia,
luchar en contra de esos intereses que tienden a que el mismo permanezca
en su estado natural. Nada más funcional a estos intereses que el miedo
sempiterno.

– 48 –
LA PASTORAL DEL MIEDO FRAGUADO EN LA CULPA
Javier Meza92

“Inter faeces et urinam nascimur (entre heces y orinas nacemos)”.


Odón de Cluny

“El fornicador comete el pecado en su cuerpo, no sólo en su propio


cuerpo convertido en el Templo de Dios, sino también en ese otro cuerpo
que llamamos la Iglesia, cuerpo de Cristo. De este modo aquel que se man-
che sexualmente se convierte en criminal para la Iglesia entera, pues por un
solo miembro (el miembro impuro) la mancha se expande por la integridad
del cuerpo”.
Graciano, Causa 26, cuestión 3, Canon 2

“Todos los curas son mentirosos.”


Frederich Nietzsche

Analizar instituciones y sus creencias o cosmovisiones, normas, dog-


mas, costumbres, comportamientos, e intentar ver cómo estas se han des-
plegado o expresado, o incluso todavía se expresan en algunas sociedades
para introducir la fidelidad y el control de sus integrantes, es introducirse
en un terreno pantanoso, y máxime cuando se trata de una poderosa insti-
tución religiosa como lo es la Iglesia Católica. A juicio del insigne Michel
de Montaigne, al escribir, en muchos sentidos, todos somos glosadores de
glosadores; en lo personal, me veo obligado a recoger materiales de reco-
nocidos estudiosos, y abusar un tanto de las citas porque en temas delica-
dos es normal que se cuestione lo afirmado o se considere que se distor-

92 Depto. Política y Cultura.

– 49 –
sionan los hechos. Sabemos que la historia tiene rupturas pero también
continuidades: por ejemplo, el amor y la vocación por el poder de una
institución de un período a otro puede tener matices, reacomodos, desli-
zamientos, oportunismos, pero en el fondo ese amor puede mantenerse.
Más, podemos encontrar que dicha vocación a lo largo de su existencia
sobre todo ha consistido en sembrar dispositivos para asegurar su perma-
nencia. Y a pesar de los cambios históricos puede encontrarse sino en el
centro del poder por lo menos estar al lado de él y ayudar a fundamentarlo.
Ciertamente, entre ser el poder o estar con él hay diferencias pero para la
ambición lo más importante como señalamos es permanecer. Lo mismo
ocurre con las instituciones autoritarias y dogmáticas, si no mantuvieran
esas actitudes estarían condenadas a extinguirse. En la Historia, es a nivel
de las mentalidades donde encontramos sobre todo las expresiones o ma-
nifestaciones de más larga duración o constantes. Las transformaciones del
imaginario con sus símbolos y representaciones, sobre todo cuando este
está convencido de poseer la verdad única, absoluta y definitiva, ocurren
muy lentamente. Más, si las vértebras de una institución, por ejemplo, se
han forjado con el dogma, el autoritarismo y el culto al poder, ¿cómo va
poder renunciar a ellas para seguir existiendo? Las formas para sujetar y
controlar al sujeto no son muy variadas pero si complejas. Su base sobre
todo reposa en el terror y no en el amor: de Aristóteles a Hegel sabemos
que el orden del mundo Occidental se fundamenta básicamente en él. Las
instituciones militares, políticas laicas y religiosas lo utilizan siempre, y
quizá por ello son enemigas de toda crítica, disidencia y pensamiento libre
que manifieste estar en su contra. Quizá las más susceptibles son las reli-
giosas: además de que pretenden poseer al Dios Verdadero y ser eternas,
son incluyentes/excluyentes: a sus fieles los controlan y sujetan mediante
promesas y miedos y terrores, y a quienes las rechazan son condenados y
en épocas de intolerancia, si tienen el poder para hacerlo, incluso los persi-
guen y aniquilan. Su profundo amor al poder, al dominio y a la obediencia
son sus constantes históricas independientemente de la época y el contexto.
Al respecto un caso concreto lo constituye la mentalidad de la Iglesia
Católica. Desde su aparición y consolidación los presupuestos básicos de
su mentalidad, independientemente del tiempo y el espacio, han cambiado
muy poco. Defensora de una religión creada por tribus de pastores no deja
de considerarse a sí misma como la única religión verdadera elegida por el
único Dios verdadero, y llamada a salvar de lo que considera como peca-
dos ni más ni menos que a toda la humanidad. Establecida su hegemonía

– 50 –
en Occidente, como luego veremos, gracias al entonces decadente imperio
romano, así como éste consideró a Roma como la Ciudad Eterna, ella no
cesa de considerarse como la Iglesia Eterna. Institución fiel a una predo-
minante cultura pastoral, todavía hoy expresa concepciones como: “Yo soy
el buen pastor que apacienta su rebaño” o “la grey (hato de ganado) no
debe tener miedo porque aquí están sus pastores o “al rebaño se le trasqui-
la pero no se le mata”. Desde su consolidación como institución sus obje-
tivos son abiertamente conocidos y se deducen de lo arriba dicho: estable-
cer en todo el mundo un solo pastor, un solo credo, un solo rebaño y el
reinado (no gobierno o república porque se asemeja más a una monarquía
despótica) de sus dogmas.

El orden ideal según la institución


En Occidente, durante la época feudal, La Iglesia libró una constante
batalla por someter bajo su mando al poder terrenal. El dogma de que ella
estaba autorizada para “atar y desatar” en la tierra y que en el Cielo se res-
petarían sus decisiones fue su principal argumento. Donde mejor encon-
tramos fielmente expresada su concepción acerca de cómo debe estar or-
ganizado social y políticamente el mundo, es decir su orden ideal, es en lo
que se conoce como el orden social trifuncional. Propuesto para organizar
la sociedad occidental durante la Edad Media comprendía como grupo
dominante los oratores (sacerdotes o pastores), los bellatores (guerreros, pe-
rros que cuidan el rebaño), y los laboratores (trabajadores u ovejas o grey).
Así lo describieron muy bien, entre otros, Boecio en su Consolatio a finales
del siglo IX, Eadmer de Cantorbery al comienzo del siglo XI recordando a
San Anselmo, y el Obispo Adalberón de Laón alrededor del año 1020 cu-
yas palabras lamentamos citar in extenso:

“La sociedad de los fieles no forma más que un cuerpo; pero el


Estado comprende tres. Porque la otra ley, la ley humana, distingue
otras dos clases. Nobles y siervos, en efecto, no son regidos por un
mismo estatuto... Éstos son los guerreros, protectores de las iglesias;
son los defensores del pueblo, de los grandes igual que de los pe-
queños, de todos en fin, y aseguran al mismo tiempo su propia segu-
ridad. La otra clase es la de los siervos; esta desgraciada casta no po-
see nada sino al precio de su trabajo. ¿Quién podría, ábaco en mano,
echar la cuenta de las labores que ejecutan los siervos, de sus largas
marchas, de sus duros trabajos? Dinero, vestidos, alimentos, los

– 51 –
siervos lo proporcionan todo a todo el mundo; ningún hombre libre
podría subsistir sin los siervos. ¿Se ha de realizar un trabajo? ¿Se
quiere holgar? Vemos a reyes y prelados hacerse siervos de sus sier-
vos; el amo está nutrido por el siervo, él, que pretende nutrirlo. Y el
siervo no ve nunca el fin de sus lágrimas y de sus suspiros. La casa de
Dios, que se cree ser una, está, pues, dividida en tres: los unos ruegan, los otros
combaten, los otros, en fin, trabajan. Esas tres partes que coexisten no su-
fren por verse separadas; los servicios proporcionados por la una
son las condiciones de las obras de las otras dos; cada una según le
corresponde, se encarga de aliviar el conjunto. Así, este conjunto triple
no deja de permanecer unido, y es de esta manera como la ley ha podido
triunfar y el mundo gozar de la paz.” (Le Goff, 1969: 349-350).

Como vemos, teóricamente todos formamos parte de un cuerpo, y por


consiguiente “la casa de Dios” debe tener una cabeza que son los que re-
zan, los guerreros son los brazos y los siervos los pies. Pero el siervo debe
estar contento pues los amos, reyes y prelados, dependen de él, y nunca
debe romper la unidad social. Sin embargo, el siervo, –el obispo Maurice
de Sully (1170) decía que ellos son “Buenas gentes”, y los arengaba a entre-
gar todo a sus amos en el lugar y tiempo debido– por razones obvias, no
siempre respetó y ha respetado el “orden social ideal”. Rebeliones, suble-
vaciones, protestas, siempre ha habido y la Edad Media no fue la excep-
ción, al grado de que los clérigos a los sediciosos los calificaron como en-
vidiosos. A su juicio, un pobre siempre está dominado por la Invidia, y es
ella la que lo lleva “a portarse incorrectamente”. También Juan de Salisbu-
ry, en 1160, comparó a la sociedad laica cristiana con un cuerpo humano, y
veía en ella el siguiente orden: el príncipe debía ser siempre la cabeza, los
ministros el corazón, jueces y administradores, ojos, orejas y lengua, “los
guerreros las manos; los funcionarios de las finanzas, el estómago y los
intestinos, y los campesinos, los pies.” La ambición de la Iglesia por domi-
nar a los guerreros provocó que el cuerpo de la cristiandad casi siempre se
debatiera en un sistema “bicéfalo” compuesto por papas y emperadores.
Sus afanes totalitarios (“Porque, por largo tiempo, el sistema totalitario de
la Cristiandad medieval identificará el bien con la unidad y el mal con la
diversidad.”), incluso la llevaron en el siglo VIII a inventar una falsa dona-
ción hecha por el emperador Constantino en el siglo IV, donde éste su-
puestamente cedía a la Iglesia el dominio de Roma, él se iba a Constanti-
nopla, y a la vez le concedía a Silvestre utilizar la diadema pontifical y al

– 52 –
clero los ornamentos senatoriales (entre ellos el manto púrpura, color de
las ropas de los cardenales actuales). La supremacía papal se fue estable-
ciendo poco a poco; Gregorio VII en su Dictatus Papae (1075) estableció
que sólo al papa corresponde el título de universal, sólo su nombre debe
pronunciarse en toda la Iglesia, y quien no éste con ella no puede ser cató-
lico. Durante el siglo XII de “vicario de San Pedro” se convirtió en “Vica-
rio de Cristo” y, “por medio de los procesos de canonización, se encargó
de controlar la consagración de los nuevos santos.
Durante los siglos XIII y XIV, gracias a los progresos de la fiscalidad
pontificia, la Iglesia prácticamente, hasta la fecha, se convirtió en una ver-
dadera monarquía. Solamente a finales del siglo XIV y comienzos del XV
su autoridad se verá seriamente amenazada por la de los concilios, mas
estos resultarán finalmente vencidos”. También, así como el emperador
romano se había identificado con el sol, igualmente los pontífices lo imita-
ron buscando humillar al poder temporal. Tanto Gregorio VII como Ino-
cencio III sostuvieron que, de acuerdo con el libro del Génesis, Dios creó
dos luminarias: una mayor para presidir el día y otra menor para presidir la
noche. En otras palabras: “Para la Iglesia, la luz mayor, el sol, es el papa, la
luz menor, la luna, el emperador o el rey.” (ibid.: 360-370). Lo anterior,
también explica que el clero miré a la sociedad laica como una mitad sos-
pechosa, y tenebrosa. La lucha por el poder entre el rex-sacerdos y el pontifex-
rex conserva detalles curiosos al grado de que en ella aparece presente in-
cluso la sexualidad. Por ejemplo, el papa Gregorio VII y sus sucesores
lograron prohibir al clero el uso de las armas e imponerle el celibato, sin
embargo, nunca estuvieron guiados por razones morales sino más bien por
eliminar o borrar del clero la mancha “de la sangre y de la esperma, líqui-
dos impuros sometidos a tabúes”, y que el guerrero no tiene prohibidos.
Es decir, por todos los medios la Iglesia siempre ha tratado de demostrar
que ella es superior porque en sus manos pretende tener ni más ni menos
la salvación de la humanidad.

Construcción del terror por amor dentro de la institución


En la antigua ciudad de Edesa (hoy Ursa, Turquía), el erudito Bardaisán
(154-c. 222) escribió, en su tratado Libro de las leyes de los países, que los cris-
tianos “En cualquier lugar en el que se hallen, las leyes locales no pueden
obligarles a abandonar la ley del Mesías (Cristo).” (Brown, 1997:15). En
efecto, pese a que algunos emperadores romanos decretaron algunas per-
secuciones contra los cristianos hoy se acepta que por lo común el imperio,

– 53 –
gracias a su politeísmo y a su propensión a la superstición, casi siempre
estuvo predispuesto a tolerar a los nuevos dioses. Aunque en general hay
una historia escrita por todo tipo de apologistas que acostumbran descri-
birnos a unos “pobres” cristianos perseguidos y reprimidos por todas las
partes del antiguo mundo romano, y obligados a morir como mártires o a
vivir como ratas escondidas en las alcantarillas. Hacia el año 312 (época del
emperador Constantino) el cristianismo no constituía ninguna nueva reli-
gión, para entonces su antigüedad tenía más de doscientos cincuenta años.
Necesitamos hacer un pequeño esfuerzo para aceptar que: “El mundo de
Jesús de Nazaret y de San Pablo estaba tan distante de los contemporáneos
de Constantino como la época de Luis XIV pueda estarlo de nosotros”
(Ibid, 1997: 31). Desde su surgimiento los cristianos nunca sostuvieron una
persistente lucha contra el imperio romano, más, el joven judío llamado
por ellos el mesías, hablaba sólo para los judíos sin ninguna pretensión
universal como plantean los evangelistas. El primer edicto contra los cris-
tianos fue hasta el año 250, y lo provocó la relativamente nueva religión
gracias a su sectarismo y a su capacidad de exclusión, cohesión, y creci-
miento; y el último, emitido por el emperador Diocleciano en el año 303,
duró unos once años en algunas zonas de Egipto, Siria y Asia Menor. A
juicio del emperador, “La vieja religión no debe ser corregida (o censurada)
por una nueva. Pues sería el colmo de la ignominia echar por tierra aquello
que nuestros antepasados consideraron de una vez por todas cosas que
mantienen y conservan él lugar y el curso que les corresponde.” (Jerphag-
non, 2007: 553; Brown, 1997: 30). En esos momentos, el mundo romano
por las invasiones de los bárbaros en sus fronteras y su inestabilidad
económica y política, requería urgentemente, según acostumbraba, comba-
tir y resistir, pero el clero católico, en cambio, nos indica el gran historiador
Gibbonn autor de una de las más grandes obras sobre el imperio romano,
predicaba “con éxito las doctrinas de paciencia y pusilanimidad; se denigra-
ron las virtudes activas de la sociedad, y los últimos restos del espíritu mili-
tar se enterraron en el claustro. Gran parte de la riqueza pública y privada
se dedicó a las especiosas exigencias de la caridad y devoción y la paga de
los soldados se entregó generosamente a inútiles multitudes de uno y otro
sexo que sólo podían argüir a su favor los méritos de la abstinencia y la
castidad.” (2001: 450). Esto es, plantear un supuesto desprecio hacia el
mundo material y una vocación universal que excluía a todas las otras reli-
giones, significaba provocar que el mundo romano y sus grupos sociales se
tambaleasen. Para sus fieles, el mundo debía serles indiferente y sólo estar

– 54 –
preocupados por salvar el alma. La llamada “gran persecución” contra los
cristianos, según diferentes especialistas no fue más allá de 5.000 víctimas,
y también coinciden en que el gobierno de Diocleciano, visto a los ojos de
sus opositores como el más terrible, realmente fue “uno de los más gran-
des de Roma” pues constituyó el último esfuerzo más serio y muy bien
planificado por conservar su vieja grandeza. (Jerphagnon, 2007: 560).
Las persecuciones organizadas por el Estado sobre todo se enfocaron
hacia obispos, sacerdotes y diáconos; las Sagradas Escrituras se quemaron
y las iglesias fueron cerradas. Las iglesias cristianas del siglo III posible-
mente eran humildes y pequeñas y sus creyentes pertenecían a todas las
clases sociales. Marcia, concubina del emperador Cómodo (180-192), fue
cristiana, el emperador Severo Alejandro (222-235), en su santuario priva-
do adoraba las imágenes de Apolonio, Cristo, Abraham y Orfeo, (Ber-
nabé,1992:18); el emperador Constantino, nos dice Jerphagnon, era parti-
dario del culto solar (culto sobre todo originado en Siria pero representado
en figuras como Apolo, Helios, Mitra, Elagabal) y de los cristianos, y agre-
ga: “Los propios cristianos no se molestaban si se representaba a Cristo
bajo los rasgos de Apolo-Helios conduciendo su carro y su liturgia alababa
también a Cristo como «luz del mundo», «sol de la justicia», «sol que no
conoce el ocaso», etc.” Precisamente el divino Aureliano Augusto (270-
275), edificó en el Quirinal el templo del Sol Invicto, y estableció el 25 de
diciembre de 274 como el día del nacimiento del Dios (dies natalis Solis Invic-
ti), luego, los cristianos triunfantes convirtieron el solsticio de invierno en
el nacimiento del Niño Dios. El concilio de Elvira, celebrado en el año 300
cerca de Andalucía por un grupo de obispos, estableció ciertas normas
respecto a permitir que los cristianos podían acudir a los sacrificios dedica-
dos al emperador como prueba de lealtad. No fue gratuito que el impor-
tante filósofo Porfirio de Tiro (234-310), cuyas obras en su mayoría fueron
destruidas por los cristianos, los acusara de que su religión era “una supers-
tición fabricada con diversas piezas por impostores y charlatanes.”
(2007:533-577).
Como vemos, la nueva religión no fue solamente cosa de esclavos, al
contrario, desde muy pronto atrajo a gente apasionada por la riqueza, el
poder y la esclavitud, al grado de que con bastantes fundamentos nos dice
Jerphagnon: “Jesús había predicado que su reino no era de este mundo,
pero sus discípulos del siglo IV se decían que tampoco era desagradable
pertenecer a ambos.” Ciertamente, desde principios del siglo IV, gracias al
emperador Constantino, la loba romana fue vencida por los lobos con piel

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
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de oveja, esto es, los cristianos cuya religión un poco más adelante fue
convertida en religión de Estado. San Jerónimo observó acertadamente
que, desde entonces, la Iglesia se hizo fuerte gracias a las persecuciones,
pero cuando los emperadores se hicieron cristianos “su pujanza y su rique-
za aumentaron, pero sus virtudes disminuyeron.” (2007:581-582). La mis-
ma opinión sostuvo Juan Crisóstomo (siglo IV) en su Homilía 85 al ver que
los hombres no cambiaban sus maneras de ser pese a ser cristianos y tro-
naba claridoso: “La culpa está en que callan los que saben y cometen el
pecado imperdonable, el pecado contra el Espíritu Santo. Sus manos están
atadas por las riquezas y su boca tapada con el oro. Les habían entregado
riquezas para distribuirlas a los pobres y se les han quedado pegadas. Por
esto son objeto del sarcasmo y de las injurias del pueblo” (Fernández,
1995:379). Como vemos, comprar el silencio de la crítica “untando la ma-
no” y abusar del mando es una constante en la historia de la que ninguna
ideología y religión nos pone a salvo.
Hacia el año 312 la población cristiana en el decadente imperio posi-
blemente constituía un 10 por 100 del total, y estaba concentrada sobre
todo en Siria, Asia Menor y las principales ciudades del Mediterráneo. Cier-
tamente, buen número de ellos renunciaron al poder y a las riquezas pero
no renunciaron a la adoración de la santidad, y establecieron o cultivaron
formas de vida que luego sirvieron para orgullo y lucro de la ambiciosa
jerarquía. Sobre el viejo mundo greco-romano el cristianismo tenía varias
ventajas:

“En la religión politeísta, los dioses de categoría inferior habían


sido tratados como criaturas ambivalentes y caprichosas, capaces de
ser unas veces malvados y fáciles de manejar y otras benévolos y
poderosos. Los cristianos atacaban a los dioses paganos no negando
su existencia; por el contrario, existían, sí, pero todos ellos eran
igualmente malos. Todos los dioses, hasta los más excelsos, eran
malévolos e indignos de confianza. Los demonios, poderes invisi-
bles y sin rostro, viejos maestros del arte de la ilusión, se limitaban a
utilizar los ritos, mitos e imágenes tradicionales del politeísmo a modo
de máscaras mediante las cuales alejaban cada vez más al género
humano del culto del único Dios verdadero.” (Brown, 1997:34).

En efecto, para Agustín de Hipona la grandeza que tuvo Roma no debía


atribuirse a sus dioses, que eran demonios, sino “al Dios Verdadero”.

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(Agustín, 2007:I-X). También, mientras que los filósofos del mundo clásico
se inclinaban y defendían la religión como algo individual, los cristianos
hicieron del pecado su mayor preocupación, y una cuestión colectiva moti-
vo de exculpación en un principio pública, y en cuyas iglesias al frente se
encontraban los obispos, quienes representaban la misericordia de su Dios
e imponían las penitencias para lavar las culpas. El obispo pregonó que su
autoridad provenía de Dios y se ejercía en este mundo y en el más allá, y se
veían a sí mismos como ejecutores de Cristo y sucesores de los apóstoles.
Su privilegio también lo fundaron en la autoridad de poder conferir carác-
ter sacerdotal, en exigir a su diócesis la obediencia absoluta y cumplir con
las penitencias impuestas. Al centro del arrepentimiento, además de las
oraciones, estaba la limosna, actitud tomada de los judíos, pero que en el
caso de los cristianos toda la riqueza acumulada pasó a manos de la institu-
ción cuyos jerarcas, si bien es cierto que la utilizaron para ayudar a sus
correligionarios, también la usaron para enriquecerse. Cosa que hasta la
fecha la institución mantiene. El mundo clásico, tradicionalmente estaba
formado por especie de frágiles “células”, y sólo los nobles podían buscar
la verdad y la introspección por lo que la filosofía y la moral no debían
demasiado a los dioses. El cristianismo, en cambio, pretextando una reve-
lación, en la religio unió moralidad, filosofía y rito. Y pretendió que la ver-
dad y el perfeccionamiento moral era obligación de todos independiente-
mente de la clase social. Su influencia también se debió a que estaba
rodeada de un hálito mágico: supuestamente poseía poderes milagrosos
como don de lenguas, visiones proféticas, exorcizaba demonios, sanaba
enfermos y resucitaba a los muertos. En términos generales su discurso
consistía en plantear que a todo mundo lo regía un Dios único y los indivi-
duos sólo podían salvarse si vencían al pecado y pertenecían a la verdadera
religión de la que ellos eran depositarios. Es decir, la salvación consistía en
vencer a la idolatría y a los demonios afiliándose a la Iglesia única y verda-
dera.
Como ya señalamos antes, con el emperador Constantino, la Iglesia
católica adquirió poder, y con el emperador Teodosio, en el año 380, se
convirtió en religión de Estado. Y en cuanto se encontró favorecida y en el
poder, ciertamente, si bien surgieron efectos positivos como la prohibición
de marcar a los esclavos, también otros fueron demasiado severos como
las leyes contra el adulterio y el concubinato, al grado que un autor planteó
que eran leyes “urdidas por unos exaltados” y que dejaban muy atrás el
Sermón de la Montaña. Más, sus abusos dieron paso a rebeliones y, como

– 57 –
para consolidarse requerían formar una ortodoxia, las luchas entre las fac-
ciones religiosas fueron sangrientas y crueles. El antiguo e impávido espec-
tador que antes sólo veía como un emperador sucedía a otro, ahora se vio
obligado a tomar partido por tal o cual facción. Las luchas entre ángeles y
demonios muy pronto estallaron. Las diferentes herejías (elecciones), apa-
recieron acompañadas con el furor de la clásica intolerancia que las acom-
paña. Quizá la más importantes fue la del obispo Arrio, griego cristiano
nacido en Alejandría en 256, y que en el año 318 se opuso al obispo Atana-
sio disputando acerca del dogma de la Santísima Trinidad. Desde su punto
de vista, tanto el Hijo como el Verbo no podían tener la misma naturaleza
que el Padre pues habían sido engendrados. La disputa fue resuelta a favor
de Atanasio y sus partidarios, y en el Concilio de Nicea (325), el arrianismo
fue condenado declarando que las relaciones entre Padre e Hijo eran con-
sustanciales (homoousioi). No obstante, a la nueva ortodoxia le costó tiempo
y sangre poder derrotar plenamente al credo opositor. El emperador Cons-
tancio, en 351, se convirtió al arrianismo y la estableció como religión ofi-
cial hasta que, una vez más, en los concilios de Aquilea y Constantinopla
en 381, la condenaron nuevamente mientras la plebe se acuchillaba entre sí,
por ejemplo, en Constantinopla, gritando “¡Un Dios, un Cristo, un Obis-
po!” Otra importante postura también condenada y perseguida, fue el lla-
mado monofisismo (monos: uno y Physis: naturaleza). La inventó en Cons-
tantinopla Eutiques, un monje griego. Sostenía que la humanidad de Cristo
fue sólo aparente y, por lo mismo, no pudo ser crucificado, y su lugar lo
había ocupado Simón Cirineo. A pesar de que también fue condenada en
el concilio de Calcedonia (451), se extendió por Egipto, Siria y Armenia y,
a finales del siglo V, las iglesias de estos lugares fueron monofisitas. Este
credo surgió contraponiéndose a Nestorio, obispo de Constantinopla en
428, quien predicaba que Cristo tenía dos naturalezas: una divina y otra
humana y no consustanciales. Tal concepción diofisista, implicaba que la
Virgen no era Madre de Dios (Théotokos) sino simplemente Madre de Cris-
to (Christotokos). Los nestorianos también fueron perseguidos y condenados
en el Concilio de Éfeso (431) y Nestorio, su creador, tuvo que refugiarse
en Libia, pero su propuesta ganó adeptos en las iglesias de Siria, Persia, y
Mesopotamia. Más, hacia mediados del siglo VIII, conquistó Asia central,
China del Norte y la punta meridional de la India. A finales del siglo XII y
principios del XIII, surgió el imperio más grande que ha existido, el mogol,
y estuvo muy cerca de adoptar la religión nestoriana, lo que hubiera signifi-
cado que está rama pasará a ser la más importante del cristianismo. (Laca-

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rriére,1964: 274). Los docetistas (docein: semejar, parecer) también coinci-
dieron con los monofisitas proponiendo que la divinidad de Cristo no
pudo encarnar pues la materia es indigna. Una de sus sectas, los circumcelio-
nes, manifestaron un profundo desprecio por la vida y armados de garrotes
obligaban a los viajeros a golpearlos mientras gritaban “¡Alabado sea Dios!”
Otros, optaron por el suicidio, elegían un día y se arrojaban al abismo.
Aurelio Agustín, obispo de Hipona (354-430), uno de los teóricos más
importantes de la Iglesia, consideró que su dios no a todos los seres les
daba la gracia y la oportunidad de hacerse a sí mismos, sino sólo a los que
se entregaban totalmente a Él. Estos “elegidos”, “predestinados”, “héroes
de la fe”, eran los mártires y los obispos. Con esta idea Agustín reforzó y
sacralizó la jerarquía eclesiástica y prácticamente estableció que existían
cristianos de primera y segunda clase. Sin duda, los más perfectos eran los
religiosos por su amor a Cristo aunque lo único realmente glorioso era la
Iglesia Católica. Como toda la humanidad estaba condenada por un pecado
común, ser hijos del terrible pecado de la carne, sólo los destinados a estar
bautizados (lavar el pecado), podrían entrar en la Ciudad de Dios. Y gracias
al poder de bautizar la Iglesia tenía que ser universal porque: “Era el único
lugar de la tierra en el que la humanidad gravemente enferma podía abrigar
esperanzas de descansar y recobrar la salud perdida”. Además, la Iglesia no
sólo era la verdadera Iglesia sino también la Iglesia de la mayoría y, Agustín
convencido, afirmaba que los profetas de Israel habían dicho que “el mun-
do entero pertenecía únicamente a Cristo y a su Iglesia” porque Él había
dicho: “Pídemelo y te daré las regiones más apartadas de la tierra como
heredad”, por ello, el santo justificaba desterrar y confiscar los bienes de
las iglesias rivales. No obstante, Agustín encontraba que no existía ningún
pretexto para no formar parte de ella pues ciegamente creía que Cristo solo
regresaría cuando su Evangelio triunfara en todo el mundo, además, esto
debería ser así porque el Señor no sólo entregó a los romanos a la Iglesia,
sino a todos los seres humanos. (Brown, 1997: 52-56). Agustín emprendió
una campaña contra los donatistas del Norte de África a principios del
siglo V y, a pesar de que reconoció que “el hombre no puede creer en con-
tra de su voluntad” (credere non potest homo nisi volens), acomodó a sus inter-
eses la frase compelle intrare de la parábola de la cena (Lucas 14:23), y sostu-
vo que se podía imponer por la fuerza la sumisión de los herejes y los no
creyentes. La intolerancia de la Iglesia todavía la reforzó más con otra idea
sumamente arrogante: “¿Qué peor muerte hay para el alma que la libertad
de errar?” (Quae peior mors animae quam libertas erroris?). A su juicio, el hom-

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bre fue creado recto, pero él mismo se encargó de pervertirse, “y por el
mal uso del libre albedrío” existe un género humano, de origen depravado
y como de raíz corrompida, hasta la destrucción de la muerte segunda, que
no tiene fin con la excepción de los que por la gracia de Dios se han libe-
rado”. (Agustín, 2007: 350-352). Pero todavía debemos agregar que:

“Según su interpretación de la Parábola del Sembrador la cizaña


debía ser arrancada si se estaba seguro de que no se arrancaría al
mismo tiempo al trigo. Su postura final defendiendo la verdad única
era inflexible e intransigente: «Hay una persecución injusta, la que
los impíos llevan a cabo contra la Iglesia de Cristo; y una persecu-
ción justa que realiza la Iglesia de Cristo contra los impíos... La Igle-
sia persigue por amor, los impíos por crueldad. » El obispo de Hi-
pona tuvo una poderosa influencia en los protagonistas posteriores
de la intolerancia religiosa.” (Kamen, 1967:13-14).

La Iglesia siempre ha justificado, en ocasiones simplemente con el si-


lencio cómplice, los horrores más grandes hablando en nombre del amor y
de la salvación del mundo: su hipocresía, traza una línea recta y empata con
la religión actual de la avaricia convertida en virtud desde hace unos qui-
nientos años en que apareció el mundo capitalista. Su argumento funda-
mental casi siempre es un “Dios así lo quiere o lo manda”. No es gratuito
que los seis primeros siglos de la Iglesia constituyen una terrible lucha para
imponer, ya persuadiendo o bien por la fuerza, a todos los disidentes la
misma visión de Cristo. Ya Agustín decía que ella estaba –”la Iglesia de
Cristo”– destinada a difundirse por “toda la redondez de la tierra”, o “estará
entonces por todas partes, es decir, en todos los pueblos” (Agustín,
2007:447). En suma, para bien o para mal:

“La simple narración de las divisiones intestinas que alteraron la


paz de la Iglesia y deshonraron su triunfo confirmará la observación
de un historiador pagano y justificará el lamento de un obispo vene-
rable. La experiencia había convencido a Amiano de que la enemis-
tad de los cristianos entre sí superaba la furia de las fieras más salva-
jes contra el hombre; y Gregorio de Nicianzo se lamenta patéticamente
de que la discordia haya convertido el reino de los Cielos en la viva
imagen del caos, de una tempestad nocturna e incluso del infierno.”
(Gibbon, 2001:316).

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El Diablo y la muerte de la carne y el espíritu:
amenazas preferidas por la Institución
Hacia el siglo III sobre todo en los desiertos de Egipto, Siria y palestina,
y luego en lugares como Capadocia, Grecia y finalmente Occidente, empe-
zaron a aparecer individuos convencidos de que la salvación eterna sólo
podía obtenerse en la soledad o en grupos monásticos regidos por férreas
reglas. Así, tanto anacoretas (anacoresis: partida) o ascetas (askesis: ejercitarse
en dominar la carne) como monjes (monacos: solo) consideraron imprescin-
dible renunciar al mundo y vivir en la mortificación y el martirio constan-
tes. Convirtieron en virtudes básicas la humillación (humildad) y la obe-
diencia, para encontrar una especie de muerte en el mundo mediante la
hesiquía o silencio de corazón (final de la ascesis) o estar como piedra. Los
integrantes de estos movimientos mayoritariamente eran de origen campe-
sino, no obstante, también hubo gentes de clases altas o nobles.
Sus objetivos eran vencer el hambre, el sueño, la incomodidad, el dolor,
y orar, sin dejar de pensar en su dios, y enfrentando todas las tentaciones
que el diablo gustaba provocarles. Los lugares elegidos para vivir eran las
grutas, las viejas tumbas y los monasterios ubicados en parajes desérticos.
Algunos, sin embargo, también inventaron formas más refinadas para su-
frir: recurrieron al “estacionarismo” (stasis, generalizado en Egipto) y con-
sistía en estarse quieto con los brazos en cruz el mayor número de horas o
días, (Juan de Sardes permanecía inmóvil durante el día y por la noche
“dormía” colgado de las axilas con una cuerda); Sofronio, Pedro, Marozo,
entre muchos otros, eran “ramoneadores” cuyo gusto era pacer como bes-
tias comiendo yerbas o arbustos; el “dendritismo” consistía en vivir todo el
tiempo arriba de un árbol: el “estagiritismo” consistía en vivir arriba de la
plataforma de una columna, como Simeón en Siria (muerto en 459). Du-
rante el día, de pie, oraba sostenido en ocasiones solo por una pierna, y por
la noche dormía sentado en la orilla. Antonio, su ayudante, platica que las
piernas primero se le llagaron y luego se le pudrieron, al grado de que le
salían gusanos que iban a parar al suelo. Entonces Simeón se los pedía a
Antonio y los volvía a poner sobre su llaga exclamando: “Comed, pues, lo
que Dios os ha dado.”(Lacarriére; 195).
Ya desde el siglo II se pensó que la carne y la creación del mundo eran
el mal por excelencia y, por ello, había que matar todo lo que nos vincula a
él porque, además, consideraban que su extinción era eminente. No estar
preparados para el final les causaba angustia, y como Jesús dijo: “ ¡Ay de
las que estarán en cinta y de las que criarán en aquellos días!” tenían que

– 61 –
buscar la virginidad al grado de establecer matrimonios virginales o apotácti-
cos (renuncia a las relaciones sexuales). Para estos momentos la mujer es
vista como un ser inferior, se le responsabiliza del pecado original, es una
tentación diabólica y encarna el mal; ya San Pablo había escrito “El hom-
bre es la cabeza de la mujer” (Vir est caput mulieris. Ef 5, 23). Más adelante
para referirse a los dos sexos se dirá: “el lado de la espada” y “el lado de la
rueca”. Además, respondiendo a un orden acendrado, así como el esclavo
y el siervo deben obediencia a su señor, la mujer se la debe al marido. Más,
el disfraz preferido del Diablo es pasar por una mujer muy bella. Para al-
gunos el fin del mundo podía acelerarse mediante la virginidad y la conti-
nencia, y gracias a ellas podría llegarse a la extinción de la especie. Por eso
un tal Dositeo predicó en el siglo III que el mundo inició gracias al matri-
monio y terminaría gracias a la continencia. Otros, más aterrorizados, afir-
marán que el hombre de la cintura para arriba es obra de dios, y de la cin-
tura para abajo es obra del diablo. Además de la sexualidad decían que
también la risa era un invento diabólico: frívola, puerta abierta al demonio,
seductora, culpa, pecado de orgullo, daba confianza a uno, y no servía para
enfrentar al diablo porque para esto era necesario tener el rostro grave y
cerrado.
En todas estas perversiones se cumplía y se cumple la negación del yo y
se reafirma la pasión por el dolor como forma de vida ideal: “persíganme o
yo me perseguiré, tortúrenme o yo me torturaré”. La abyección, la miseria,
la ignorancia, son santas y desear el desprecio de todos es un buen deseo.
Lo que un tal Doroteo deseaba para su cuerpo, hasta el día de hoy, todavía
se cumple: “Quiero matarle puesto que él me mata.” Y, ciertamente, nos
aplasta una profunda convicción de que si dios no existiera había que in-
ventarlo, pero lo mismo ocurre con el diablo. El nacimiento o la invención
del Diablo fue producto sobre todo de la prédica cristiana y el término no
aparece casi en la Biblia pues la palabra (diabolos) es de origen griego: Diablo
o eterno mal compañero, “viejo enemigo del género humano”. Satán, co-
mo ser individual que encarna el mal, se menciona en el Nuevo Testamen-
to tentando a Jesús en el desierto, y cuando aparece en la Biblia se le ve
como alguien que “opone obstáculos”, (como en la vida de Job) no obs-
tante:

“... la idea de un Ser personal, enemigo de Dios, que trata de po-


ner obstáculos a la salvación del hombre y al devenir de la Creación,
es antes bien una idea griega (y también egipcia) que una concepción

– 62 –
hebraica. Fueron sobre todo determinados escritos del Nuevo Tes-
tamento, y muy especialmente del Apocalipsis, los primeros en
agrupar en un solo Ser a los personajes y hasta entonces diferentes
de Satán, Lucifer, la Serpiente y el Dragón. El Diablo «nace» en el curso
de los primeros siglos del cristianismo, es casi contemporáneo de los pri-
meros anacoretas del desierto, circunstancia que concurre a hacer
tan preciosos sus testimonios respecto a él – y explica asimismo que
su visión, la de los anacoretas, haya finalmente prevalecido hasta
nuestros días. El Diablo, de hecho, nació en los desiertos de Egip-
to.”(Lacarriére, 1964:214).

A la par que la invención del diablo, cuya figura en Occidente se afirmó


sobre todo en el siglo XI, hay otra realidad que inquieta sobremanera.
Cuando se habla acerca del cielo la imaginación resulta demasiada chata:
solo se nos habla de simplezas y lugares comunes. En cambio, respecto al
infierno, pareciera que existe una especie de particular deleite en pormeno-
rizar e idear sufrimientos y torturas. Sembrar el terror, el miedo, pareciera
constituye un placer, un gusto desmedido. Los impulsos de muerte predo-
minan en una religión del culto al horror y, antes que el amor, en los actos
de los ebrios de Dios vemos con escalofrío aparecer el más compulsivo y
refinado sadomasoquismo, o, en todo caso, un profundo amor por el do-
lor. La idea del juicio sobre los muertos proviene del antiguo Egipto: sus
invenciones acerca del terror y la esperanza tuvieron fortuna y nos fueron
transmitidas junto con sus imágenes acerca del infierno: “Pozos de fuego,
abismos de tinieblas, cuchillos mortíferos, corrientes de agua hirviente,
exhalaciones fétidas, serpientes ardientes, monstruos espantosos y criaturas
con cabeza de animales, seres crueles y asesinos de diferentes cataduras.”
(Le Goff, 1981:33).
Las visiones acerca del porvenir y el fin del mundo contenidas en los
llamados Apocalipsis influyeron con sus descripciones de los infiernos, co-
mo, por ejemplo, el de Pablo, éste, describe minuciosamente una serie de
castigos basados fundamentalmente en el hambre, la sed, el frío, el calor,
los gusanos, el hedor y el humo; según el autor vio en el infierno una rueda
de fuego donde arden alternándose más de mil almas, vio a los usureros,
ellos y ellas, devorar sus propias lenguas, y a un grupo de mujeres con el
cuerpo totalmente tiznado que, como han pecado contra la castidad y ma-
tado a sus hijos, son entregadas a las serpientes y los dragones. A Pablo,
según narra, contemplando tanto sufrimiento, se le ocurrió interceder por

– 63 –
algunos condenados, y Cristo, convencido, autoriza a un ángel, encargado
de administrar los suplicios, que les conceda a los torturados un reposo
que va a comprender desde el sábado por la noche hasta la mañana del
lunes (santificación del domingo). Entonces, Pablo, se atreve a preguntarle
al ángel por el número de las penas infernales, y el interpelado solemne-
mente responde que:”..., ciento cuarenta y cuatro mil, y añade que si desde
la creación del mundo cien hombres dotado cada uno de cuatro lenguas de
hierro hubiesen hablado sin parar, no hubieran concluido aún la enumera-
ción de las penas del infierno.” (Ibid. 1981:142).
Asimismo, en su credo, el desprecio por el cuerpo, sobre todo de la mi-
tad hacia abajo, es acentuado: en la vida diaria al sexo no cesan de ultrajar-
lo, despreciarlo, revestirlo de todo lo malo y verlo sucio: dice Pablo de
Tarso: “No os llaméis a engaño; los inmorales, idólatras, adúlteros, inverti-
dos, sodomitas, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores
no heredarán el reino de Dios” (1 Cor, 6, 9-11). Si lo anterior es verdad,
prácticamente todo mundo ha quedado fuera y el Cielo es un lugar pro-
piamente sin inquilinos. Cesáreo, obispo de Arles de 502 a 542, predicó
que realizar sexo en domingo o cuando la mujer está menstruando era ser
un patán abominable y, “según el truculento folclore galo, aquellos inde-
centes revolcones sólo podían tener un resultado: hijos deformes, leprosos
o epilépticos (Legendre, 1975:95). En los castigos imaginados lo anterior
igualmente es un tema recurrente, por ejemplo, un tal Esteban, por “error”
muere en Constantinopla y es llevado ante Satanás, éste, al mirarlo le dice
que no es a él a quien quería y, por lo mismo, resucita y le platica a San
Gregorio que mientras esperaba visitó brevemente los infiernos. En ellos
miró un puente y por abajo corría un río negro, pútrido y de olores asque-
rosos. Al otro lado había prados, flores, seres vestidos de blanco paseando
y rodeados de una bella fragancia, pero para llegar allí, era necesario cruzar
el puente que sólo lo lograban los justos, porque los pecadores irremedia-
blemente caían al río. Esteban intentó cruzarlo y estuvo a punto de caer,
entonces, de abajo, surgieron unos horribles hombres negros que lo jalaban de
las piernas, y desde arriba, unas bellas personas blancas lo tiraban de los bra-
zos. Entonces resucitó y comprendió que, como acostumbraba obedecer
sus deseos sexuales pero también daba grandes limosnas, lo ocurrido en el
puente indicaba que su sensualidad tiraba hacia abajo, y su generosidad
hacia arriba. En otras imágenes los ángeles les azotaban el sexo a los sacer-
dotes y a las mujeres seducidas por ellos; a un príncipe (Carlomagno) que

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cometió incesto con su hermana, un animal le desgarraba sus partes sexua-
les mientras que el resto del cuerpo no sufría ningún daño.
Dentro de las grandes herejías que la Iglesia persiguió encontramos el
maniqueísmo: el meollo de la creencia consiste en afirmar que existen dos
dioses, uno del bien que domina el cielo, y otro del mal que domina a la
tierra. El problema que encontró la Iglesia es que tal creencia ponía en
igualdad de condiciones a Dios y al Demonio. Agustín, el famoso obispo
de Hipona de quien ya hablamos, fue maniqueísta aunque luego abjuró de
ello, y el teólogo de la Edad Media, San Anselmo, tuvo mucho cuidado de
advertir la facilidad que existía para incurrir en tal herejía. En el fondo, uno
de los grandes problemas de “la religión del amor” es un exceso de sim-
plonería respecto al bien y al mal. En ciertos aspectos, Agustín no pudo
evitar continuar siendo maniqueísta, y es que era inevitable, la intolerancia
encuentra su fuerza en la supuesta inexistencia de medias tintas. Todo es o
blanco o negro, y lo blanco es siempre bueno y bello, y lo negro es horrible
y feo. (¿Un origen del racismo?). Además como, a su juicio, el individuo
siempre está vigilado por Dios y sus ángeles o bien por los demonios ello
lleva a una situación respecto a la que Le Goff señala atinadamente:

“... todo el pensamiento, todo el comportamiento de los hom-


bres de la Edad Media se hallan dominados por un maniqueísmo
más o menos consciente, más o menos sumario. Para ellos, de un
lado está Dios; del otro, el Demonio. Esta gran división domina to-
da la vida moral, la vida social, la vida política. La humanidad se ve
dividida entre esos dos poderes que no conocen ni el compromiso
ni las aproximaciones. Un acto es bueno: procede, por tanto, de
Dios; el otro es malo: viene, pues, del Demonio. En el día del Juicio
Final, los buenos irán al Paraíso, los malos serán arrojados al Infier-
no.”(1969: 224-228).

¿Resulta inútil señalar que tal creencia hasta nuestros días todavía influ-
ye en el imaginario individual y colectivo? No están todavía lejanos los días
en que una izquierda dogmática aprobaba los crímenes cometidos supues-
tamente a favor del proletariado porque eran buenos (los de Stalin por
ejemplo), o bien el silencio de una Iglesia ante las atrocidades del fascismo
y del nazismo con la esperanza de que destruyeran el “comunismo ateo” de
la antigua URSS. Actualmente para los que tienen el privilegio de hablar
con Dios hay países que constituyen “el eje del mal”.

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
La institución de la vigilancia extrema
Durante el siglo V el puerto de Marsella se convirtió nuevamente en un
importante centro comercial, y a él llegó Juan Casiano (360-435) en el año
415 con muchísimas novedades. Casiano era un monje de lengua latina
originario de Dobrudja, y había vivido varios decenios ni más ni menos
que en Egipto. En 420 escribió una obra, Instituciones Cenobíticas, y está,
junto con sus conferencias de 426, donde explicaba las entrevistas realiza-
das con los anacoretas del desierto, representaron una guía muy eficaz
sobre todo para el clero galo que en esos momentos era uno de los más
organizados de la cristiandad occidental. Al respecto, ciertamente, igual de
importante resultó el monasterio de la isla de Lérins, fundado en 400 por
San Honorato y que constituía “..., una avanzadilla del desierto de Egipto
situada frente a las soleadas colinas de los Alpes marítimos”. En él, mu-
chos jóvenes de familias nobles acogieron las duras disciplinas del ascetis-
mo, y salieron para convertirse en obispos en las densas redes eclesiásticas
de Provenza. Allí aprendieron que, ahora, la religión dominante en el nue-
vo mundo Occidental, exigía transformar a la carne; con los cabellos rapa-
dos, y una mirada humilde, ayunaban constantemente, y sus cuerpos se
entregaban al sufrimiento considerándolo como sagrado. Germán, por
ejemplo, obispo de Auxerre de 407 a 437, lucía “Un cilicio, un montón de
cenizas por todo lecho, y, para rematar, una bolsa de cuero con reliquias de
santos cruzándole el pecho”. (Brown, 1997:65-66). (Los españoles actuales
no ignoran que el “caudillo por la gracia de Dios” Francisco Franco acos-
tumbraba viajar acompañado siempre de la mano cercenada de Santa Tere-
sa de Ávila guardada en un recipiente, y que por las noches la depositaba
en un sagrario que se encuentra todavía al lado de su cama en la que fue su
habitación en el Palacio del Pardo de Madrid).
Pero fue hasta el siglo siguiente cuando vamos a encontrar a un gran al-
quimista de almas, cuyos aportes contribuyeron enormemente en la forma-
ción del aprendizaje del gobierno y control de las almas y los cuerpos, y
que tanto ha gustado siempre a la Civilización Occidental pero sobre todo
desde el establecimiento de la Iglesia Católica. Gregorio Magno, nieto del
Papa Félix III (526-530), buscó implantar “nuevos hábitos del corazón y
conocer, mediante la palabra de Dios el corazón de Dios”. Hacia el año
573 fue prefecto de Roma y convirtió su palacio en un pequeño monaste-
rio de riguroso ascetismo y estudio. Luego fue diácono y tuvo que trasla-
darse a Constantinopla en 579, donde fundó un grupo de estudio cuya
finalidad era encontrar una moral fundamental para el progreso espiritual.

– 66 –
En el centro de su pensamiento decidió colocar la moral y no la teología,
por lo que podemos decir que él fue uno de los principales constructores
de la moral moderna que implantó la Iglesia a la Civilización Occidental.
Siguiendo a Agustín, propuso que todos somos culpables por naturaleza pues
fornicar es el pecado más grande y es por eso que el embrión está mancha-
do y cuando nacemos (“como todos nacemos entre heces y orines” dirá
Odón) por consiguiente, el cuerpo es sucio. Pero sobre todo el de la mujer
agregaría posteriormente Odón de Cluny reafirmando la idea: “La belleza
solo está en la piel. Si los hombres vieran lo que hay debajo de la piel, co-
mo se dice que puede ver el lince de Beocia, se estremecerían de horror a la
vista de las mujeres. Toda esa gracia consiste en mucosidades y sangre, en
humores y bilis. Si pensáramos en lo que se oculta en la nariz, en la gargan-
ta y en el vientre, no hallaríamos más que inmundicias. Y si nos repugna
tocar el moco o el estiércol con la punta del dedo, ¿cómo podríamos dese-
ar estrechar entre los brazos el saco mismo que contiene ese excremento?”.
Es como si el cuerpo fuera nuestro primer féretro. (Después de muchos
siglos la mentalidad no cambia y sobrevive más de lo mismo: el fallecido
sumo pontífice Karol Wojtyla decía que el hombre casado si se entrega a la
lujuria aún con su esposa comete adulterio) (Anónimo, 2007:37).
Cabe preguntarnos: ¿es la moral de la culpa y una probable fijación anal
la que nos impide oponernos a un mundo de horror? ¿Cómo oponernos a
la miseria, a la injusticia, a la fealdad del mundo, si internamente pensamos
que somos culpables y merecemos eso y más? ¿Poseemos una fijación anal
que nos empuja a disfrutar infantilmente o a mirar indiferentemente las
abundantes injusticias y arbitrariedades de nuestra época?
Gregorio Magno en el año 590 ascendió al papado y, obedeciendo a su
autoritaria vocación de gobernar almas (y cuerpos), decidió dedicarse a
escribir hasta su muerte (604) en torno a un tema que lo obsesionaba: el
ejercicio del poder. Decía con sabiduría política profunda: “el arte que corona
todas las artes es el gobierno de las almas” (Ars artium regimen animarum), y en un
opúsculo escrito en 593, Regula pastoralis, insiste en que se trata, sobre todo,
de gobernar almas (psique), y no cuerpos porque estaba convencido de
acuerdo con su fe que “el poder estaba hecho para durar”. Como veía que el
cristianismo influía en toda la vida insistía en que por poder debía enten-
derse la capacidad de atender “tanto a los aspectos más elevados como a
los más humildes de la existencia humana”. En otras palabras, no debería
quedar ningún poro de la existencia de los otros sin revisar. Un ejemplo lo
encontraba en Paulo de Tarso, que había sido capaz de escribir acerca de la

– 67 –
contemplación mística pero también sobre la legitimidad del matrimonio y
la aceptación de las relaciones maritales. Y como todo era importante, se
debía condescender poniéndose a la altura de cada integrante de la Iglesia,
tal y como hizo Cristo con su creación, es decir, se puso a la altura del
hombre. Lo anterior debía hacerse porque, además, “eran las preocupacio-
nes del Estado”. Pero como siempre ocurre con quien cree poseer la ver-
dad, Gregorio Magno pensaba que sabía lo que cada sujeto quiere, y de ahí
concluía que dicha querencia ni más ni menos debía ser igual para todos.
Así, imponía que “..., se ponía al alcance de los demás una sabiduría con-
templativa, alimentada por una comunión con Dios basada en la medita-
ción prolongada de las Escrituras, cuya finalidad era inspirar un tipo de régimen
minuciosamente calculado para satisfacer las necesidades de cada sujeto.” Y como para
Gregorio Magno la necesidad de todo sujeto se reducía a ser un santo,
todo mundo desde está vida debía prepararse para obtener el Reino de los
Cielos. Por lo visto las obsesiones de los que gobiernan guiados por el
pensamiento occidental sólo cambian ligeramente: antes, a su juicio, todos
debíamos ser santos, para otros todos proletarios, ahora, todos comercian-
tes o, más bien, “santos-comerciantes”. Igualmente para Magno, vía la
condescendencia se podía atender a uno mismo y a todos los demás, pero
lo más importante, nos indica Brown era la consagración del poder:

“El poder quedaba redimido al convertirse en poder sobre las almas. Era
un cargo ejercido a fin de promover el bien común, la salvación de
todos los creyentes. Un cargo cuyo ejercicio requería una delicadeza
excepcional. Como todos los hombres eran iguales, por cuanto to-
dos eran pecadores, hijos de Adán, el gobierno de unos pocos sobre
la mayoría debía basarse en el derecho que confería una auténtica
sabiduría personal. De ahí la constante paradoja de la Regula pastora-
lis. El libro de Gregorio, dejaba al parecer, a toda la población cristiana de Eu-
ropa en manos de una tranquila elite de «médicos del alma». Se suponía que
los encargados de gobernar las almas debían ser personas dotadas
del poder casi mágico que tenían los antiguos de «percibir», con su
fino olfato, las enfermedades e infecciones morales ocultas en el in-
dividuo. Se trataba de un ideal sumamente agudo, que, a todas luces, sometía
a la totalidad de los cristianos al penetrante examen de los expertos en materia
espiritual.” (1997:121-127)

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Ciertamente, Gregorio advertía que no todos eran aptos para mandar,
así que la institución eclesiástica debía cuidar que sus miembros o elegidos
fueran realmente idóneos. En los profesionales, casi “tecnócratas” del
mando, encontramos, sin duda, a los confesores y futuros inquisidores
antiguos y modernos. Pero en estos momentos fue en los monasterios
donde empezaría a ejercerse el control más absoluto, más perspicaz, más
inquisitivo sobre las almas, para de ahí luego extenderse a otros ámbitos.
No podemos ignorar que antes había existido la Regula de Benito, muerto
en 547, y que ella permitía obtener el control sobre los hombres estable-
ciendo la obedientia sine mora (obediencia sin la menor vacilación). Columba-
no, otro monje más rigorista que Benito, explicaba mejor de lo que se tra-
taba: establecer una disciplina rígida “hasta para el hombre más rígido, al
tener que depender siempre de lo que diga otro.” Pero los monasterios benedicti-
nos habían existido casi aislados, en cambio, ahora, la innovación de Gre-
gorio radicaba en que, en su concepción, el poder del abad (abbas, especie
de representante de Dios Padre), se extendía al clérigo, al obispo, al seglar
virtuoso, al magnate y, por supuesto, al rey. Esto es, a todo representante
del poder, cuyo único fin, según él, debía ser la salvación de las almas. Lo
que Gregorio logró era ni más ni menos establecer un lenguaje de poder
coherente, un arte de gobernar las almas sabiendo escudriñar en sus
corazones y, posteriormente, reforzado mediante una medicamenta
paenitentiae recomendada por los médicos de las almas que imponían
al sujeto llevar un control minucioso de sus pecados, tal y como un
contable debe llevar los libros en que se registran los tributos. (Posi-
blemente un autor contemporáneo como Jacques Donzelot se preguntaría
si no encontramos aquí el embrión de la dictadura moderna de las tres P:
psiquiatras, psicólogos y pedagogos).
Para el mejor control de los sujetos y su conciencia la institución in-
ventó, por ejemplo, la confesión, pero en su lucha contra el poder de los
laicos y para disminuirlo, sobre todo llaman la atención la creación de dos
medios; el matrimonio y el purgatorio. La Iglesia católica obtuvo su con-
cepción del matrimonio tanto del Viejo como del Nuevo Testamento: en
ellos se prescribe que Dios quiere la unión de los dos sexos. Sin embargo,
ellos no son iguales porque el hombre fue primero y es un reflejo de Dios,
la mujer, en cambio, es una imagen secundaria del hombre y es “carne de la
carne de Adán”. A pesar de que deberán unirse formando una sola carne la
unión no suprime la desigualdad; la mujer es frágil (nació después), y per-
dió al hombre pues es culpable de la expulsión del paraíso. También, por

– 69 –
su debilidad, la copulación es imperfecta y amarse debe ser causa de ver-
güenza y, por si fuera poco, por desobediencia debe sufrir dos castigos
más: la dominación del hombre y los dolores del parto. La Iglesia también
dice, dirigiéndose sobre todo a los hombres: “la mujer es mala, tan lúbrica
como la víbora, tan resbaladiza como la anguila, además de curiosa, indis-
creta y desabrida”. Durante el siglo IX, para ser precisos en 829, Luis el
Piadoso, hijo de Carlomagno, como representante de Cristo y por consejo
de los obispos, ordenó que los poderosos, que dan el ejemplo al pueblo,
supieran que para Dios el matrimonio es sagrado, que no debe realizarse
por lujuria, la mujer debe ser virgen, los casados no deben tener concubi-
nas, el acto sexual sólo es válido (sin que deje de ser pecado) para procrear,
y debe evitarse el incesto. Para los siglos XII y XIII la escenificación del
matrimonio, establecida por orden de la Iglesia, ayuda a consolidar un
orden siempre profundamente anhelado por la institución y que, como
sabemos llega hasta nuestros días:

“El matrimonio aparece en posición ventajosa, en el corazón


mismo de una formación ideológica, de una imagen de la sociedad perfec-
ta. Con la teoría de los tres órdenes funcionales, constituye la piedra
clave del edificio social. El universo está jerarquizado. El orden se propaga
en él de un grado a otro, esperando todo superior obediencia reverente de su su-
bordinado, debiéndole él dar a cambio consuelo. Esta relación de desigual-
dad necesaria se expresa por el simbolismo de la desponsatio, cuyo pa-
ralelismo es manifiesto con el simbolismo del homenaje: el mismo
intercambio de fe en la paridad, igual arrodillarse ante aquél al que se
ha de servir y, en el gesto del marido poniendo el anillo, como en el
del señor entregando la vara de investidura, el mismo signo de con-
descendencia generosa. Ambos ritos constituyen, tanto el uno como
el otro, una muralla contra el desorden, las bases de la paz común.
Uno y otro fueron instituidos en el paraíso, en la perfección: ratio
dominando a sensus. Conviene recordar constantemente este origen puesto que
en el mundo, a partir del pecado se ve a la sensualidad siempre dispuesta a do-
minar. La rebelión es permanente: la de los súbditos y la de las mujeres.” (Du-
by, 1984: 23,29,179,181).

Igualmente buscando romper con el orden binario, casi maniqueo, en-


tre 1150 y 1250, la Iglesia reorganizará su concepción del espacio en torno
al premio y al castigo, así, al Cielo y al Infierno se agregará un lugar inter-

– 70 –
medio: el Purgatorio, espacio donde los buenos no tan buenos y los malos
no tan malos, purgarán sus faltas y encontrarán el perdón para acceder al
cielo. En los escritos de Agustín y Gregorio Magno aparecen ya reflexiones
acerca de la existencia de pecados “ligeros”, “cotidianos” o no tan graves
(veniales o perdonables), y que además del fuego del Infierno podía existir
un fuego purgatorio. Es posible que la rigurosidad y la angustia provocada
por salvarse o no salvarse necesitaba ser matizada, además, el imaginario de
la Iglesia, en esos momentos siempre atento al establecimiento de una
rígida ortodoxia, debía crear una esperanza para sus creyentes, pero tam-
bién, digámoslo de una vez, un control sobre el más allá que, a su vez, le permitiera
un control terrenal más riguroso. Es posible que la esperanza y el control surjan
juntos o que, bien, aquélla haya sido primera, pero lo cierto es que, además
de mitigar la culpa y la angustia del que sufre también, paradójicamente, la
aumenta. Las historias de los aparecidos que regresan a informar a los vi-
vos sobre las penas del Purgatorio o, bien sobre si por fin han logrado salir
de ese sitio, son sensacionales pero no por ello, para las mentalidades del
momento, menos truculentas. Para la perspicacia analítica de un historia-
dor como Le Goff no pasa desapercibido que la invención del purgatorio
permitió a la Iglesia aumentar su poder. El poder sobre los muertos que
pueden ser redimidos gracias a las indulgencias, a las misas, a las limosnas,
a las penitencias de los vivos, que ofrece la Iglesia, refuerza la fusión de las
comunidades y de las familias que deben solidarizarse con sus muertos,
pero también refuerza el fuero eclesiástico sobre las almas en detrimento
del de Dios. Resultan dueños de aquí y del más allá. Asimismo, además de
ayudar a mejorar el control espiritual sobre los vivos, ayudó al enriqueci-
miento de la Institución convencida de que puede atar y desatar tanto en la
tierra como en el purgatorio con la venta de las indulgencias. La Iglesia
salva a los que están en el Purgatorio con misas, ofrendas, salmodios, vigi-
lias y limosnas, pero, con la Reforma (1520) todo se le revierte: “Lo que se
saca en limpio es que la Iglesia, en el sentido eclesiástico y clerical, extraerá
un poder del nuevo sistema del más allá. Es ella la que administra o contro-
la oraciones, limosnas, misas y ofrendas de todo tipo llevadas a cabo por
vivos a favor de sus muertos, y no dejará de beneficiarse de ello. Gracias al
Purgatorio, la Iglesia desarrolla el sistema de las indulgencias, fuente de
grandes beneficios de poder y de dinero, antes de convertirse en una arma
peligrosa que habrá de volverse contra ella.” (Le Goff, 1981: 287). El Pur-
gatorio, como dispositivo de control, también va a enfrentar discrepancias
o herejías que serán perseguidas a sangre y fuego como siempre acos-

– 71 –
tumbró y acostumbra la Iglesia cuando ha tenido el poder suficiente: “A
partir de 1210, se afirma el control por obra de la Iglesia y la monarquía. Se
encienden las hogueras en que van a arder los libros y los hombres”. Prosi-
guiendo con el perfeccionamiento del dispositivo, la confesión auricular,
de boca a oreja, de pecador a sacerdote se convierte en práctica común, al
grado de, finalmente, hacerla obligatoria, como mínimo una vez al año: se
establece en 1215 en el Cuarto Concilio de Letrán, canon 21, Omnis utrius-
que sexus. Posteriormente, pero durante el mismo siglo XIII, la Inquisición
se encargará de infernalizar el Purgatorio quitándole toda esperanza: “Ate-
morizar es, sino la primera, al menos una preocupación esencial.” El delirio
obsesivo es tal, que el inquisidor Esteban de Bourbon en su Tratado de
predicación (Tractatus de diversis materiis praedicabilibus) escrito entre 1250 y
1261, afirma que uno de los dones del Espíritu Santo es, ni más ni menos,
el don de temor (De dono timoris). Simplemente el primer libro tiene diez
títulos: “1) las siete especies de temor; 2) efectos del temor del señor; 3)
qué hay que temer a Dios; 4) el infierno; 5) que hay que temer el purgatorio
futuro; 6) sobre el temor del juicio Final; 7) acerca del temor de la muerte;
8) sobre el temor del pecado; 9) que hay que temer el peligro presente; 10)
sobre los enemigos del género humano (los demonios).” (Ibid. 1981;
194,248,357). La consagración del temor como “forma de vida ideal” tam-
bién se obtiene, por lo visto, repitiéndolo e inculcándolo sin cesar.

Lo que la institución enseña bien nunca se olvida


El modelo escolástico-persecutorio, como veremos, fue adoptado por
las posteriores elites rectoras de Europa. Y, contra toda esperanza, ninguna
persecución, ni ningún terror han servido para obtener una mejor calidad
de vida. Además, la realidad siempre se encarga de desmentir la hipocresía,
y si no es el “Diablo” quien interviene. Ciertamente, las instituciones por lo
general cuidan que en ellas no existan sujetos que den buen ejemplo por-
que ponen en entredicho a la mayoría. No obstante, por simulación, el
“fino olfato” de los “perros guardianes” les indica que, con excepción de
los pastores, todos somos pecadores y, entonces, merecemos lo peor. En el
último de los casos es preferible callar cínicamente el crimen o abuso de
una autoridad a que millones pierdan la fe. Kafka decía irónicamente: el
que manda es siempre un ciudadano “por encima de toda sospecha”.
Para algunos, la religión nos ayuda a superar las conmociones emocio-
nales, la angustia, el horror, el absurdo (Marina, 2007: 69), pero, ¿quién nos
ayuda ante la religión de la angustia, del horror, del absurdo y de la culpa?

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Para Legendre propagar la sumisión mediante el deseo de sumisión y amar
a quien la propaga, garantiza una ciencia perpetua del poder (1979: 5). Co-
mo las cosas parecen ser así, encontramos que Gregorio Magno tiene
razón: el poder está hecho para durar. Entonces vemos que el derecho que
crea violencia y terror aparece como simulacro de la libertad. En Occiden-
te, las formas dogmáticas nos hacen amar la sumisión, máxime cuando la
ley recibe del orden fálico su legitimidad porque realmente dicho orden es
el que está atrás de la Iglesia Católica y nuestras sociedades modernas: “las
sociedades que han hecho al Occidente han desplegado –es necesario re-
cordarlo– una técnica de la sumisión de la que tenemos una idea débil en el
siglo XX, a causa de la laicización de la función de la censura y los nuevos
hábitos de pensamiento tomados al contacto de las ciencias llamadas
humanas y sociales.”(Ibid.1979:23).
La ley dice: todos somos hijos del pecado, el pecado es el deseo, luego,
la ley aprisiona, reprime, libera, aplasta, y castra tanto al deseo como al falo
donde aquél se expresa, diciendo que es por nuestro bien y por nuestra
felicidad. Nuestro deseo es capturado o manipulado en nombre de Cristo,
por el sacerdote, por el rey, por los politicastros, en una palabra, por el
poder intocable. Ciertamente, a partir del siglo XII renace el derecho ro-
mano y se consolidad el poder moderno en la figura de la teocracia pontifi-
cal es por eso que la explicación y el conocimiento de nuestro orden actual hay que bus-
carlo en el centro de la escolástica medieval. Es decir, “La escolástica, su
teatralidad, sus figuraciones y su ritual enmascarado bajo una lógica están
en el centro de las culturas.” (Ibid.1979:61). Insistamos, el delirio propone
obsesivamente que el problema mayor es el falo a causa del pecado de los
primeros padres (post peccatum lex peccati in genitalia descendit), por eso debe
buscarse la abstinencia absoluta. El falo establece el primer sentido de la
ley: se engendra con cierta parte del cuerpo y a través del semen se trasmite
el pecado original. Expresado de manera más clara: “Si, a pesar de lo impo-
sible, un hombre fuera engendrado no del semen sino otra parte del cuer-
po, un dedo, por ejemplo, ese hombre no contraería el pecado de los pri-
meros padres. Igualmente si Eva hubiese cometido sola la falta en los
tiempos paradisíacos, los descendientes no habrían contraído el pecado
original, al no haber sido corrompido el semen viril.” (Ibid. 1979:140). Es
por eso que la tonsura significa tanto la corona mística como la castración
ficticia, (Graciano, Causa 12, cuestión 1, canon 7). El soberano pontífice, el
padre mayor se finge castrado y, por consiguiente, limpio, puro, supuesta-
mente no puede abusar de nadie. De esta forma al monopolio de la palabra

– 73 –
y la verdad hay que agregar el de la pureza. Además, como sucesor o repre-
sentante del Hijo sacrificado por el Dios implacable, él también es una
víctima y siervo. El clero en general, también se constituye en una especie
de “sociedad de celibatarios al margen de la mácula sexual” y en contacto
directo con la divinidad. Así, el sacerdote castrado no debe ni puede abusar
sexualmente de nadie. (En está represión aberrante y ficticia se encuentra el
origen de los sacerdotes solicitantes: acosadores sexuales y pedófilos que
ayer y hoy la institución cobija bajo su manto. En los archivos de la Inqui-
sición, que eran secretos, existen abundantes casos bien documentados).
Además, está ilusión el poder la ha convertido en verdad demostrada (mito
terrorista) y en los Estados modernos los que mandan adoptan el mismo
modelo de sacralidad y santidad entregando su corazón, cuerpo y alma, al
beneficio de la abstracción escolástica que se nombra Patria o Nación o
Bien, de cuyas necesidades y caminos para remediarlas sólo ellos saben.
Por dogma, el mal no tiene cabida en ninguna institución y, por lo mismo,
ella, cualquiera, nunca es culpable, y más bien los culpables son los otros, y
sobre todo los que no obedecen y no se someten ni al control de su deseo
o por lo menos, al desvió de él, mediante el sistema más adecuado para
reconocer su culpabilidad, esto es la confesión y el perdón pues, supuesta-
mente, sólo puede perdonar el que sabe verdaderamente, el elegido, y que
por ello es sagrado.
De acuerdo con la lógica anterior, para los amantes del poder y de la in-
culcación del miedo y la culpa, sus miedos serían menores y el mundo
mejor, si aceptasen el delirio de dominio inherente en el ordenamiento
siguiente:

“... La Religión es sin duda la primera y principal, se podría inclu-


so añadir la única (materia), si fuésemos lo bastante prudentes como
para cumplir perfectamente todos los deberes que nos prescribe.
Entonces, sin otros cuidados, no habría ya corrupción en las cos-
tumbres; la templanza alejaría las enfermedades; la asiduidad al tra-
bajo, la frugalidad y una prudente precaución procurarían siempre
las cosas necesarias para la vida; la caridad desterraría los vicios, la
tranquilidad pública estaría asegurada; la humildad y la simplicidad
suprimirían todo lo que hay de vano y de peligro en las ciencias
humanas; la buena fe reinaría en el comercio y en las artes, la pa-
ciencia y la dulzura de los amos volverían agradable la servidumbre,
y la fidelidad de los criados daría seguridad y felicidad a las familias;

– 74 –
finalmente los pobres serían socorridos voluntariamente y la mendi-
cidad desterrada.” (Ibid. 1979:301-302).

Las necedades de la institución y sus deseos de resurrección


(conclusión)
Las “reflexiones” antes citadas corresponden al inicio del siglo XVIII
(Tratado de la Policía, Delamare, 1705-1710), pero hoy nuevamente son de-
seadas y asumidas por los salvadores (religiosos y laicos) de nuestros tiem-
pos cuya escolástica-política y terrorista busca regresar a instaurarse en
nuestra época, y sobre todo en América Latina, donde, según el Príncipe
actual, la Iglesia nunca utilizó la violencia ni la opresión contra las religio-
nes prehispánicas, ni contra ninguna otra. En efecto, Joseph Ratzinger,
“filosóficamente demostró”, antes de ser Papa, en una conferencia susten-
tada en la Universidad de la Sorbona de París el 27 de noviembre de 1999
que el racionalismo greco-romano sirvió e inspiró a la religión cristiana por
lo que esta constituye una victoria del conocimiento y la verdad y, por lo
mismo es universal, así que cuando ha sido llevada por el mundo, lo hizo y
lo hace “no como una religión particular que reprimía a las otras, no como una especie
de imperialismo religioso, sino más bien como la verdad que hacía superflua la aparien-
cia”. (Anónimo. 2007:79).
Karol Wojtyla aprovechó muy bien prácticamente sus 28 años de ponti-
ficado: produjo 14 encíclicas, fabricó 446 santos y santas y 1.227 beatos y
beatas, realizó 104 viajes apostólicos y buscó convencer al mundo de la
necesidad de volver a creer en Dios ante el “milagro” de la caída de la
URSS, la crisis de la Ilustración y el neoliberalismo salvaje. En su monu-
mental tarea siempre tuvo a su lado al llamado Gran Inquisidor, Joseph
Ratzinger, el actual Benedicto XVI y que para ser Papa tuvo que renunciar
a 12 cargos, entre ellos el de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe
nombre actual del antiguo Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, nombra-
miento que obtuvo en 1981. La colaboración entre los dos personajes fue
tan estrecha que llevó a que en un momento no se supiera a quien perte-
necía tal o cual postura. Como inquisidor fue implacable; una máquina de
excomulgar, silenciar, amonestar, corregir y se encargó de canonizar a José
María Escrivá de Balaguer fundador del retrógrado Opus Dei. Cuando fue
nombrado Papa el brasileño Teólogo de la Liberación Leonardo Boff,
condenado en 1984 a “un año de respetuoso silencio” por el entonces
inquisidor, señaló: “Ratzinger tiene una enorme limitación: carece de du-
das; y los que no dudan no están abiertos al diálogo, ni son capaces de

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
aprender de los otros”. (2007:74) En efecto, su Santidad cree en el dogma
de la infalibilidad papal establecido en 1870 por Pío IX y es enemigo decla-
rado del marxismo, del liberalismo, del materialismo, del relativismo por-
que a su juicio, todos son frutos enfermos de la Ilustración; así como de la
Teología de la Liberación (que recomienda luchar al lado de los pobres),
del feminismo, de la homosexualidad, del divorcio, de la masturbación, de
la eutanasia, del aborto, de los anticonceptivos, de las relaciones premarita-
les. Sin embargo, es tolerante con los curas homosexuales y pedófilos.
Ante el escándalo suscitado por los sacerdotes que han abusado sexual-
mente de niños el 18 de mayo de 2001, como prefecto de la Congregación
en una carta reservada advirtió que estos problemas corresponden al “se-
creto pontificio”, que ningún obispo está obligado a contactar la justicia
laica para denunciar a un sacerdote pedófilo (la Iglesia los protege) y,
además el delito “moral” (según los santos padres el daño no es psíquico-
físico) de la pedofilia prescribe cuando la víctima cumple 28 años.
(2007:93) y (Fazio,2004:445-479). No es gratuitito que su Santidad haya dicho en
una entrevista “que se sentiría más a gusto en la Edad Media”.
Desde nuestro punto de vista la mentalidad de la Iglesia Católica, pese a
sus siglos de existencia, permanece prácticamente inmutable y constituye
un claro ejemplo de un fenómeno de larga duración sustentado en el mie-
do y el autoritarismo. A través del tiempo ella encarna fielmente el lema de
Thomas Hobbes: Autorictas, non veritas facen legem, esto es “La autoridad y no
la verdad hace la ley”.

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– 76 –
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– 77 –
EL MIEDO COMO ESTRATEGIA DE CONTROL SOCIAL
Robinson Salazar*

Inseguridad y vulnerabilidad

El inicio de siglo abrió las compuertas de un alud de alarmismo, terror y


emisión de miedo provocado por los medios de comunicación, apuntalado en
argumentos falaces de pretendidos agoreros del fin del milenio y del mundo y
otras veces por el evento crucial ocurrido en tierras norteamericanas como fue
el “atentado” contra las Torres Gemelas en septiembre de 2001, trajo en con-
secuencia un síndrome de miedo, terror, inseguridad y vulnerabilidad de todo
el sistema anterior proveedor de certidumbre individual y social.
Un marco idóneo para comprender pedagógicamente el resurgimiento
del nuevo alarmismo, editado en otras ocasiones en los centros de del po-
der norteamericano para desatar la furia bélica contra otro Estado, antes y
después de la guerra fría, principalmente para justificar las intervenciones
militares en nuestros países latinoamericanos) es la administración de Ge-
orge W. Bush, con raigambre neoconservadurista al igual de Ronald Rea-
gan y todos los consortes que inauguraron el neoliberalismo en Europa y
América Latina.
La lucha vesania contra los muros de contención anti globalizante
opuestos a la expansión del mercado, la búsqueda incesante por destrabar
las regulaciones económicas y desmantelar al Estado de sus funciones y
responsabilidades sociales fue la primera etapa que culminó al derrumbarse
el bloque socialista y popularizar el fin de la historia, las ideologías y el

* Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa, México (salazar.robinson@gmail.com)

– 79 –
triunfo sempiterno del mercado. La política de George W. Bush fue más allá,
sobre los estropicios del viejo esquema socialista proclamo la nueva confron-
tación infinita, los conflictos bélicos enlazados bajo el modelo del Alianza
para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte –ASPAN– donde
los norteamericanos en la administración Bush mancomunados con los hal-
cones conservadores del Pentágono y la Central de Inteligencia –CIA–, han
definido la guerra preventiva, cuyos objetivos son el terrorismo, el crimen
organizado, el populismo radical y la militarización de la frontera (Salazar.
R. 2009).
La idea, el proyecto y las intenciones estaban articuladas bajo la égida de
la acción gubernamental, asimismo los objetivos inmediatos se habían
jerarquizado y teledirigido a una parte del mundo donde las riquezas abun-
daban por el incremento de los precios del petróleo, Irán, Irak y Paquistán.
Los empresarios y el gobierno sumaron esfuerzos, alentaron al mundo a
consentir una guerra y construyeron en el imaginario social y en la opinión
pública la firme idea de la existencia de un enemigo deshumanizado, impío
y rufián carente de consenso, dictatorial, expoliador y peligroso para todo
el mundo en general, Saddam Hussein personificaba el mal y la guerra de
los aliados capitaneada por Estados Unidos representaba el bien.
Así se fue construido con retazos de ideas, “atentados”, crisis pre fabri-
cadas, enemigos inexistentes y peligros inminentes el nuevo enemigo a
confrontar (Salazar, R. 2006), cuyo objetivo fue instaurar la dictadura del
mercado, desmembrar las redes comunitarias, fragmentar a la sociedad y
desterrar a los pobres de los espacios públicos, criminalizar las protestas y
despojar a los ciudadanos de sus derechos políticos, todo en aras de ejercer
un control contra un enemigo que no conocemos, omite el lugar donde
reside y lo magnifican para ejercitar impunemente el poder de las armas.
El dispositivo de poder agregado al engranaje de la nueva guerra fueron
los medios de comunicación, quienes asumieron la tarea de desnaturalizar
su esencia como fuente de información y divulgación, asociados de manera
descomedida con los agentes del mercado, principalmente con empresarios y
gobernantes proclives a administrar para el mercado y descuidar los asuntos
públicos de atención a la ciudadanía que lo eligió, y erigieron un emporio
productor de alarmas, miedo y terror dirigido a desmentalizar al auditorio.
La sociedad mediática, telépolis, la jaula digital, la sociedad red, el mun-
do virtual, el poder de la imagen, el fin del discurso desideologizó a la so-
ciedad, le impuso nuevos códigos, vendió el mapa prefabricado de la so-
ciedad contemporánea donde la incertidumbre, la volatilidad de todo lo

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material nos colocaba en la plataforma del riesgo permanente. No ocuparía-
mos a partir de estos momentos un lugar seguro, absolutamente todo aque-
llo que nos rodea está sostenido por un ambiente de inseguridad, ya nada
nos protege somos totalmente vulnerables en todas las esferas de nuestros
comportamiento individual y social.
La inseguridad y la contingencia son dos factores prevalecientes en la
vida cotidiana, desde los virus riesgosos para la información almacenada en
un computador personal, hasta la contingencia del chantaje y/o secuestro a
través de la telefonía celular; estar celoso en las relaciones sexuales ante el
acoso del Sida, y/o perder el trabajo debido a quiebra intempestiva de la
empresa o fabrica en donde prestas tus servicios; no sobran los temores
infundidos por las noticias de los desastres naturales, los asaltos derivados
por la inseguridad pública, la devaluación de la moneda o una medida que
admite suspensión de las garantías Constitucionales por amenaza de terro-
rismo; todo es una extensa alfombra de suelo movedizo de angustia invisi-
ble o estado endémico similar a latente esquizofrenia dilatada, capaz de
convertirnos en sujetos plenamente vulnerables, sin sentido del tiempo,
porque el mañana no existe y está sujeto a factores incontrolables derivado
de la incertidumbre.
El territorio fértil incubadora de la inseguridad fue los Estados Unidos,
en su afán de constituirse en la hegemonía del Siglo XXI, sin contar con el
caudal económico, suficiente manejo de la gobernabilidad y consenso in-
terno y externo, pugnó por el ejercicio de la violencia hasta arribar a una
decodificación de la guerra, en donde las causas que legitimaban el uso de
los recursos bélicos fue desechada y desimbolizó el acto de guerra, convir-
tiéndola en un procedimiento más de la administración pública y el de
gobierno.
La guerra, como acto de gobierno, la llevó a cabo contra otros Estados,
para combatir el crimen organizado en las calles, desterrar asentamientos
humanos de precaristas, perseguir forajidos y/o controlar alguna situación
de inseguridad pública, contener a fuerzas opositoras, incluso con el obje-
tivo de persuadir a gobiernos a dialogar o dejar de ayudar a otra nación.
Designificó el sentido de la guerra y a diario se lee y escucha el vocablo en
discursos orientados a contener y/o combatir la inflación, cualquier epi-
demia y desplazamientos humanos migrantes. Absolutamente todos esta-
mos bajo una circunstancia de guerra. El discurso, la persuasión, el consen-
so, los argumentos y las cooperaciones internacionales dejaron paso a las
nuevas guerras. No obstante el uso y contenido del concepto tiene distintas

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dimensiones de aplicabilidad, los efectos de enemistad y muerte están vi-
gentes.
La fuente de la inseguridad inextinguible está en el libre mercado quien
a través de sus agentes económicos, llámese consorcio de las 200 familias
más poderosas del mundo que controlan el 90% de la producción de ali-
mentos, comercialización y banca privada, exigen la vigencia desreguladora
estatal y la política privatizadora como eje dinámico de la globalización y la
libre empresa.
Al relegar al Estado de su responsabilidad social y vulnerarle su natura-
leza soberana, el hombre quedó a la suerte y sin referente, diluida la con-
fianza, la solidaridad refugiada en núcleos reducidos de seres humanos
desconectados de la mayoría y grandes segmentos sociales vacilantes al sen-
tirse impotente ante el destino porque nadie detiene la guerra, por el contra-
rio, la iglesia y el Estado, entes posibilitados de hacerlo, la incentivan.
La debilidad estatal manifestada en la vulnerabilidad fronteriza, lasitud
en el ejercicio de la soberanía, aceptación de los poderes de facto de orga-
nismos internacionales en su jurisdicción, incapacidad para controlar la
información y movilidad de recursos financieros deterioró su imagen y
acotó los espacios de actuación, desprotegió a la población, pero dio pie
para el surgimiento de actuaciones de resistencia locales contra muchos
aspectos provocados por la inmovilidad del Estado, dentro de ellos pode-
mos mencionar las confrontaciones contra flujos de migrantes, xenofobia,
localismos y regionalismos, resistencias comunitarias a políticas guberna-
mentales, ejercicios de prácticas religiosas opositoras a las reglas institucio-
nalizadas por la sociedad, entre muchas otras.
Existe una desestatización del ente público, donde el anterior eje Esta-
do-nación ordenado bajo el eje de la política quedó desconfigurado y apa-
reció otro ente Técnico Administrativo bajo la férula del consumo, esa
nueva forma estatal arroja un esquema de Estado/Consumidor que dese-
cha el anterior Estado/Ciudadanía. De esta forma, el pueblo, el sujeto
colectivo, el trabajador, fue desimbolizado e incluso aniquilado, remplaza-
do por la gente, el individuo y el empleado, conceptos más apegados a la
concepción del mercado y no de la política.
Estamos ante un Estado que no instituye subjetividad, carece de lazo
social, su discurso es vacío, sin forma ni contenido, contingente y desligado
de la realidad cotidiana. Las palabras no embonan con la vida diaria de los
ciudadanos, resuelve diferencias con la oposición mediante la diatriba y no

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ataja los grandes problemas del país y esgrime permanentemente la guerra
como mecanismo de gobernabilidad.
Subyace un estado de cosas que escenifica el deterioro de los mecanis-
mos de representación y participación social, parlamentos descentrados,
política espectacularizada, políticos que actúan como animadores de even-
tos pasmosos, partidos políticos sin credibilidad, instituciones insuficientes
para garantizar el ejercicio de la ciudadanía, espacios públicos criminaliza-
dos y ausencia de autoridad.
La ausencia de un ente rector égida de la sociedad dejó una gran oque-
dad, la cual no permaneció por mucho tiempo vacía, sino que fue pronto
ocupada por los medios de comunicación y los grandes empresarios, quie-
nes emergieron como el nuevo vértice de apertura” el futuro de la socie-
dad, indudablemente era un oficio que no le correspondía y cuyas conse-
cuencias las vivimos hoy con la violencia, la guerra, las banalidades y
comportamientos fútiles en las diversas esferas de la sociedad.

Propaganda del miedo


Los medios de comunicación son los nuevos forjadores de opinión públi-
ca, entendida como el conocimiento colectivo resultante de la acción com-
binada de los diversos medios de comunicación efectivamente utilizados
en cada época y lugar; el clima forjado está vestido de opacidad, le impri-
men colores imprevisibles y contingentes difícil de aprehender, a pesar de
ser una construcción social no construye la realidad, la define y redefine
desde la exterioridad, lo cual nos indica la mayoría de las veces que la opi-
nión pública es un invento, es la desconfiguración y la ignorancia de la
evidencia primera o realidad social. La opinión pública desata el clima de
opinión y ambienta a la sociedad contemporánea y mediática caracterizada
por su perfil enrevesado, fútil, impreciso y fortuito, pero pretensioso por
insistir en explicar lo que acontece en el mundo exterior (Gil Calvo, 2003).
Sin embargo, el debate público tiene por naturaleza ser plural, contro-
vertido, contradictorio o deliberativo pero razonado y previsible, alimenta-
do de las redes de interacción, no necesariamente de los medios de comu-
nicación, sino de organizaciones, convivencia cotidiana, interpenetración
con la realidad, lazo social y conocimiento empírico.
Por la descomplejidad como los medios de comunicación emiten la no-
ticia, la banalidad de sus discursos, la espectacularidad de sus noticiarios, la
simpleza de las palabras que en la mayoría de las veces reduce el vocabula-
rio a no más de 400 palabras comunes, dibuja una realidad irrelevante don-

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de amerita cambiarse o hay conflictividad que amenaza los intereses de los
grandes empresarios, pero en situaciones nimias magnifica el hecho o si-
tuación descrita, evocan copiosamente la violencia y al centuplicarse los
relatos, teatralizan los acontecimientos y dramatiza en el subconsciente
colectivo, dibujando un mapa de terror y miedo en el auditorio.
El melodrama que utilizan los medios de comunicación en su progra-
mación habitual, afirma Carlos Monsiváis, es el molde sobre el que se im-
prime la conciencia de América latina...en ellos se observa la aceptación de
la pobreza “estructural”, una singular visión de la democracia, la ingesta
cotidiana de violencia y hasta las ideas de lo nacional –dice– se elaboraron
con los gestos y estallidos propios del folletín. Al dejar que el melodrama
explique las sensaciones de insignificancia, las personas vierten sus terrores
en el lenguaje destinado a las contingencias de la enfermedad y el amor des-
dichado y eso explica la dimensión teatral de la estrategia contra la violencia.
El pánico también aquieta. Y el melodrama impulsa la metamorfosis de lo
vivido con temor y angustia en la representación teatral. (Monsiváis, 2005)
La acción melodramática en el discurso y las imágenes de los medios
está cargada de intención cuyo fin es depositar en la conciencia de los
hombres significados subjetivos que le permitan vivir, dialogar y explicar el
mundo exterior a través de esos signos internalizados. Mediante esa lente
impuesta, el mundo exterior, bastante abigarrado por los conflictos, la
pérdidas de derechos, pobreza, desempleo, indigencia, hambre, violación
de derechos humanos, prostitución y carente de educación, es percibido
como un mundo natural, simple e incuestionable, donde la anestesia y la
obnubilación es el estado natural en el colectivo social.
El ensueño, la farsa y la ficción son tres elementos que connotan a los
medios de hoy, y son generadores de clima social en nuestras naciones,
cuya especificidad está registrada en la alarma y el terror.
El exceso de alarmismo anunciado en Beck con la teoría del Caos,
quien escribía acerca de las nuevas amenazas de la humanidad fue popula-
rizada de manera irresponsable por las radiodifusoras y televisión quienes
sembraron la angustia al mal interpretar las consecuencias del cambio
climático, las nuevas epidemias y el renacer de otras con la alteración del
clima, la escasez de algunos alimentos pero no lo vinculaban con nuestras
formas de alimentación y biotecnología, sino que hacían escarnio sobre el
déficit a fin de alterar el subconsciente colectivo y denotar un miedo adver-
tido como riesgo indeleble.

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El riesgo real que vivimos cotidianamente no describe ni enuncia la di-
mensión catastrófica de la crisis financiera, el costo de las erogaciones esta-
tales para solventar la crisis de liquidez de los bancos, las notables pérdidas
de los fondos de pensiones manejadas por los bancos de manera inescru-
pulosa, el agotamiento de las reservas petroleras a nivel mundial, los delitos
de cuello blanco, las exenciones de impuesto de las grandes compañías, el
deterioro ambiental por las descargas de contaminantes en los mantos
friáticos, en suma, los verdaderos problemas que debemos resolver como
sociedad en su conjunto.
El riesgo percibido socialmente lo construye el sector dominante de los
medios de comunicación y atiende aquellos aspectos presente en la vida
diaria pero son lesivos a los intereses de las grandes empresas, gobiernos
pusilánimes o figuras públicas prominentes; la intencionalidad es modificar
el sentido de la noticia por ello la información trasmitida por los medios
resulte decisiva, pues al suscitar una u otras expectativas condicionan las
actitudes de los actores de quienes dependen los factores de riesgo, alteran
tanto su evaluación del peligro advertido como su capacidad de superarlos
(Gil Calvo, 2005 Ídem).
El miedo posicionado en el colectivo como ambiente y escenario futu-
ro, inmoviliza la acción colectiva, priva al individuo de su necesidad de
asociarse, de buscar en el otro la convalidación de la información percibi-
da, porque el riesgo percibido construye el terror de tal manera que aísla a los
hombre porque invisibilizan el factor provocante del miedo. Es un miedo
paralizante, conspiratorio, manipulante y fragmentador dentro de la socie-
dad; estas nuevas características de la sociedad sometida al miedo mediáti-
co provoca, dentro de los núcleos humanos una acción restrictiva de lazo
social, enmudecimiento colectivo o autismo social, dado que el ver al otro
como potencial agresor no lo habilita como depositario de confianza me-
diante la relación intersubjetiva, sino que se abstiene de opinar y deja que
los medios armen y divulguen la opinión callada por el resto.
La opinión pública es el silencio atemorizado que los medios asumen co-
mo representantes visibles del efugio colectivo; la opinión pública no es fa-
bricada dentro de la sociedad, la siembran desde afuera, es individual y la
colectiviza al producirla pública por la difusión de la noticia creando con
ello el clima de opinión. Por lo anterior, no es necesario debatir, interlocutar,
indagar, constatar, averiguar o atestiguar, todo está prefabricado en la telé-
polis, la verdad es incuestionable y la socializan los medios para aprovechar
el ambiente de pereza mental perene en los grupos humanos; asimismo

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
inducen el estilo de hablar mediado por un lenguaje referencial y compro-
bado con las “evidencias” que revela la televisión. De esta manera los pe-
riodistas asumen un “derecho auto-conferido y toman la libre decisión, sin
cortapisas algunas, de mapear la realidad distinta a la observada, sin que
exista la mínima oposición o cuestionamiento de parte de la sociedad de-
jando entrever la alteración provocada intencionalmente por los medios.
Así transcurre todo y la noticia toma cuerpo de clima de opinión.

Medios, violencia y terror


La acción mediática activada como dispositivo de poder en la estructura
dominante vigente cumple el oficio de adoctrinamiento sin ideología pero
con una metodología de aprendizaje extra muro o “aula sin muros” como
le denominaba McLuhan, quienes diseñan y promueven cantidad exorbi-
tantes de programas televisivos e impresos mediante estudios previos de
formas comportamentales de los ciudadanos, horario de asueto, de inges-
tión de alimentos, horas de reunión familiar, espacios que visitan asidua-
mente, actividades proclive por edad, sexo y nivel sociocultural, productos
de mayor consumo, tendencias y preferencias por segmento social y confi-
guración urbana. Estos aspectos son el cuadrante para esbozar los nuevos
proyectos y programación a circular diariamente, de ahí que muchas veces
nos topamos con cambios en la programación, horarios e incluso sustituir
un actor o comunicador de manera súbita porque así lo demanda el cuadro
informativo recopilado de sus investigaciones previas.
La violencia es uno de los factores de mayor promoción, porque se ha
demostrado que en una sociedad con los hilos asociativos rotos y el eje
conectivo del tiempo fracturado, el pasado y el futuro son dos escenarios
de poco valor y significancia para el sujeto. Muchas sociedades celebran
sus grandes acontecimientos, festejan batallas, libradas, héroes de la inde-
pendencia, escritores famosos, ilustres gobernantes con un afán de volver a
conectarse con su memoria, porque el apego al recuerdo, a la historia, al
pasado es un modo eficaz de recuperar y alimentar la confianza (Duby
George, 1995). Las sociedades sin pasado o con pretérito borrado por la
acción del poder militar o imposición del pensamiento único, carecen de re-
cursos para vivir en comunidad, se fragmentan frecuentemente y los meca-
nismos utilizados para resolver las diferencias o conflictos es a través de
actos violentos.
La violencia que visita nuestros días tiene como factores casi determi-
nante el debilitamiento y desnaturalización del Estado, la persistencia del

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mercado por imponer un modelo de sociedad cuando está imposibilitado
para forjar tamaño reto y el oficio de los medios de comunicación que
incentivan el consumo y hedonismo a través de su programación diaria.
La violencia está manifiesta de distintos modos, difundida de manera
simbólica, verbal, física, racial y estigmatizada como productos re-creados
por los sectores populares, carenciados, negros, minorías sociales cualitati-
vamente significativas, consumidores de bajo perfil y estorbo para exhibir
la belleza y el ornato pregonado por los creadores de los parámetros occi-
dentales de la seducción.
La violencia mayormente inducida es simbólica y tiene su base en la
contradicción entre la orientación vertical de los valores y la disposición
horizontal de los signos. Así, de cerca el concepto de “orden” se ve fácil-
mente que no es la expresión de algo metafísico, sino una constelación de
signos físicos impuesta por alguien a otros junto con una interpretación
más o menos comprensible. Tras el “Estado”, por ejemplo están toda una
serie de signos y símbolos así como la fuerza para reprimir a quienes no
pueden o no quieren respetar esos signos” (Romano Vicente, 2004).
En la escala de medición no es posible calcular el impacto de la violen-
cia simbólica en la subjetividad, pero los efectos hasta ahora contabilizados
son síndromes de nerviosismo, neurosis y agresividad, que mella las arcas
de los fondos públicos porque son enfermedades o epidemias que están
presentes en muchas familias necesitadas de atención por la cobertura de
hospitales públicos. Asimismo, el retraimiento de los niños y jóvenes de los
círculos de convivencia y reproducción social han llegado a convertirse en
pandemia colectiva que no sólo insulariza al sujeto, sino lo orilla a estados
neuróticos y susceptibles de responder con agresividad. Las cifras no son
comunes, pero los datos más apropiados para ilustrar son los de la Asocia-
ción de Telespectadores y Radioyentes de España donde revela lo siguien-
te: los niños en edad escolar ven en la televisión cada semana 670 homici-
dios, 15 secuestros, 848 peleas, 420 tiroteos, 15 secuestros de menores, 11
robos, 8 suicidios, 32 casos de captura de rehenes, 30 de tortura, 18 de
drogas, 13 intentos de homicidios, 20 episodios bélicos, 11 desnudos y 20
emisiones eróticas. Si multiplican esas escenas por 52 semanas del año nos
arroja estas cifras espeluznantes: 34.840 homicidios, 780 secuestros, 44096
riñas, 21.840 tiroteos, 572 robos, 416 suicidios, 1,664 casos de captura de
rehenes, 1,560 de tortura, 936 de drogas, 676 intentos de suicidios, 1,040
episodios bélicos, 772 desnudos, 1,040 emisiones eróticas. Todo ello sin

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agregar los videos juegos ni los actos de violencia de los programas infor-
mativos (Ídem).
La guerra desatada contra el terrorismo, el crimen organizado y los mo-
vimientos populares antisitémicos son blancos de los medios para enaltecer
la violencia , pero cada uno tiene una intencionalidad y direccionado de
manera distinta, cuando atiende los asuntos de los movimientos sociales,
las protestas populares, piquete o cierre de caminos, puentes o vías estraté-
gicas, divulga las manifestaciones políticas como violencia porque atenta
contra el libre tránsito, la vialidad expedita o daña la imagen de algún even-
to oficial, sin embargo ha tocado ver casos en que esas mismas tácticas de
protestas la realizan los sectores agraristas o terratenientes, grandes pro-
ductores del campo, como fue en Argentina 2008 y 2009, controlan el
sentido y muestran como intolerancia del gobierno para atender a quienes
“proveen los alimentos del campo”. Lo mismo acontece con movilizacio-
nes estudiantiles, alza de insumos para campesinos, despidos masivos de
fábricas o empresas. La televisión divulga la conducta violenta de los po-
bres, los desposeídos, la intolerancia y poca cultura cívica de los deman-
dantes y muchas veces han exigido a gritos persistentes la aplicación de
mano dura, intervención del ejército y el desalojo por la fuerza pública.
La barra de programas exhibida cuenta con excesivos ingredientes que
revelan exclusión, denigración, repulsa y desprecio por los grupos sociales
de piel de color negro, rasgos indígenas, mancos, cojos, tuertos, pobres e
indigentes. Nos asomamos a ver los culebrones telenovelescos y es común
observar que el personal que trabaja en las actividades domesticas casi
siempre es negro o de rasgos indígenas, obesa y de edad avanzada y cuan-
do se das el caso de ser joven, es coqueta, madre soltera y/o de conducta
casquivana, frívola y provocadora; la protagonista es rubia y delgada, con
estudios universitarios y con recursos económicos. En casos donde la tra-
ma involucra robo, asesinato, secuestro y violación el artífice del delito
tiene características similares a la antes descritas.
Es violencia simbólica observar en la pantalla el uso y sentido asignado
al discapacitado, también los programas de comedia y cuenta chistes refie-
ren la historia burlándose del tartamudo, manco, cojo, indio, negro, chino
o de estaturas pequeñas. En conclusión, estamos ante unos medios inso-
lentes, violentos, discriminadores, elitistas, excluyentes y guasones que
irrespetuosamente violan las leyes de comunicación, y la Constitución bajo
el amparo de los gobiernos neoliberales; lo más insólito es el cobro al tele-
auditorio por ver la programación denigrante, porque es la televisión de

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paga la que mas promociona y publicitan estas escenas bochornosa para la
sociedad.
El reporte del Observatorio de Medios del área centroamericana de la
fecha 15 de noviembre a 10 de diciembre de 2008 registró las notas rojas
de los periódicos y televisión del área y reveló aspectos nutrientes incenti-
vadores de violencia en los jóvenes y niños, asimismo reseña los actos
inducidos y/o publicitados que invitan a delinquir, como los motociclistas
irrespetuosos de las señales de tránsito, describen los hechos delictivos
asignándole o resaltando el apodo del delincuente y muchas veces obvian
su identidad, los temas más destacados están vinculados con consumo o
distribución de drogas, los bienes adquiridos por el implicado obtenido de
la actividad ilícita, accidentes de tránsito, imágenes sangrientas de muertes,
atropellados y accidentes, estridencia en los titulares muchas veces degrada
o burla la desgracia humana, narraciones dantescas donde el sentido de
informar no es prioridad, sino el de impactar.

Desarticulación del sujeto y desimbolización del lenguaje


El sujeto histórico, con propiedad en el manejo de la política, centrado
en las acciones que trascendían en la historia y asociado en comunidades
reproductoras socialmente de discurso, de relaciones intersubjetivas y lazo
social, fue opacado con el advenimiento de la globalización y el modelo
neoliberal, principalmente por el desmedro que sufrió el Estado y la diás-
pora manifiesta en muchos núcleos de la sociedad contemporánea cuando
los individuos tuvieron que resolver asuntos de competencia estatal. Justo
aquí aparece la autoafirmación de la persona en detrimento del sujeto co-
lectivo; El acto tuvo prioridad ante la acción y la necesidad de enlazarse
con el otro pareció inútil y sin significancia para obtener éxito o alcanzar
meta.
El auto aprendizaje, el autoempleo, la autocomplacencia, autosuficien-
cia en todo y desmérito en el trabajo en conjunto. Existe una mutación
antropológica donde todo garante simbólico de los intercambios entre los
hombres tiende a desaparecer, lo que abre las puertas para una alteración
de la condición humana. Estamos ante la fabricación del nuevo hombre
con ideología distinta y dispuesto a desprenderse de toda atadura coerciti-
va, introduce con su actuación una nueva jerarquía en sus prioridades, todo
lo ve posible de alcanzar y obtener a través del dinero y el conjunto que lo
rodea es un conjunto de mercancías adquiribles.

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Este nuevo individuo, con su comportamiento, atenta contra los postu-
lados y fondo filosófico del sujeto, al confrontar y negar los argumentos
Kantianos cuando afirmaba: “Todo tiene o bien un precio, o bien una dignidad. Lo
que tiene un precio puede reemplazarse por su equivalente; en cambio, lo que no tiene
precio y por lo tanto tampoco equivalente, es lo que posee una dignidad” (Dufour,
2007). Estamos ante un individuo erigido sobre la existencia y resistencia
proporcionada por el dinero, desprovisto de valores y vulnerado en su
dignidad, con habilidades para desimbolizar el lenguaje con el cual sobrevi-
ve, para él es lo mismo vender una pan, una casa, un animal, un hijo, un
órgano, un servicio sexual, una caricia, una nota escolar o drogas.
La desimbolización, es una consecuencia del pragmatismo, el utilitaris-
mo y el “realismo” contemporáneo que intenta “desgrasar “intercambios
funcionales de la sobrecarga simbólica que pesa sobre ellos. La desimboli-
zación indica un proceso cuyo objetivo es desembarazar el intercambio
concreto de lo que excede y al mismo tiempo lo instituye: su fundamen-
to...así, el individuo liberal designa la condición de un hombre “liberado”
de todo apego a esos valores... quitándole a los intercambios el componen-
te cultural que siempre es particular. Esta desimbolización en curso hoy
adquiere tres formas: venal, generacional y nihilista. (Ídem)
La “muerte” del sujeto, en el lenguaje desimbolizado del individuo
fragmentado y el fin de las comunidades, es el nuevo escenario de la socie-
dad de hoy, desde la perspectiva del mercado. El hombre insular, atomiza-
do, envuelto en el encierro privado y obnubilado de los desafectos es una
amenaza para la democracia, porque la apatía des-referencia a las institu-
ciones y por ende pierden el sentido de su existencia; los apegos a las mo-
das, la publicidad, el sensacionalismo y convertirse en un signo vaciado de
contenido, es la mayor anulación a la creatividad y capacidad para cementar
comunidades o redes asociativas; el dialogo mediado por la tecnología, ya
sea celular o digital, mutila la construcción de lazos sociales, por los mono-
sílabos impiden crear argumentos, limitan la capacidad seductora del dis-
curso y distorsiona el lenguaje al cambiar signos por palabras.
Estamos ante un pedazo de la historia en que la antropología humana
mutó de formato, alteró el ajedrez de las piezas que dotaba de organicidad
a la sociedad y las inserciones teleinformáticas dieron pie a otro mapa so-
cial, algunos denominan la generación posmoderna, otros postalfabetica,
(Berardi, Franco, 2007) no dejan de aparecer nombres como el hombre
digital, la comunidad electrónica, la telépolis, en fin, muchas clasificaciones,
pero casi todas pintan los rasgos de la siguiente manera.

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Características del sujeto desimbolizado

Está inscrito en la primera generación de la globalización


Aprendió más palabras del internet que de sus padres
Forman y conviven comunidades mediadas por el mundo electrónico
Crean nuevos depósitos de confianza
Sus relaciones son intermitentes y cortocircuitantes
Desimbolizan el lenguaje original y designifican las palabras
Expresan alteraciones psíquicas: Darketos, Emos floggers, skinheads, fresas,
metaleros, heavys, rastafaris, goticos, frikis, Punks y otras tribus urbanas
Relaciones afectuosas precarias
Conviven en espacios in-organizables que prohíja excesivos individualismos,
vida súbita en competencias electrónicas.
Alteración del genoma de las relaciones sociales al insertar dispositivos de
automatismo, informático, lingüístico, tecnológico y financieros en las rela-
ciones sociales
Asumen la libertad del mercado como libre de coerción y emancipada men-
talmente para obtener todo con el dinero

Aislado, confuso, sin argumento para reposiciones en la sociedad, acrí-


tico, desembarazado simbólicamente, consumista, esnobista y psicotizante,
aunque no sea en su totalidad la sociedad de hoy, gran numero portan este
traje confeccionado por la telépolis, que en su afán de ser un nuevo signo
atrayente han desimbolizado el lenguaje también, porque el significado de
una palabra está ligado de manera distinta al pensamiento que pretenden
expresar, por momentos escuchemos frases como horriblemente bella, es
un muchacho inteligente bárbaro, es una bestia trabajando, es una locomoto-
ra sexual, diabólicamente intrépido, perversamente bello, divinamente san-
griento, embriagado del trabajo, orgia de sangre y/o festival de la muerte.
En el plano subjetivo florecen dos tipos de individuos con conductas
patológicas, los jóvenes con actuaciones sin cortapisas, violentas, despro-
vistas de valores y dispuesto a correr los riesgos de la vida súbita; en otro
lado de la sociedad, un gremio cargado de miedo, intimidados por los
comportamientos del otro, ensimismado, refugiado en un acuartelamiento
que dibuja la arquitectura donde se cobija el miedo y la inseguridad del
ciudadano.
Miedo y violencia, dos núcleos de atención explotados por los medios,
el mercado aprovecha y los gobiernos manipulan para ejercitar estrategias
de consumo, nuevos emprendimientos inmobiliarios, herramientas de se-
guridad, venta de seguros y control social sobre la sociedad del siglo XXI.

– 91 –
Miedo y Pandemias como eje de control social
En los medios de comunicación observamos la intencionalidad en dos
niveles.
A/ la búsqueda incesante por desconfigurar las fuentes de información
y divulgación, cuyo objetivo es monopolizar los canales efectivos por don-
de transita la voz pública y la imposición de discursos alarmistas y falsos.
B/ Atender el asunto del sujeto en dos momentos:1/ Desmentalizarlo a
través de la Guerra de 4a Generación como le denomina Freytas (Freytas
Manuel, 2009) y 2/ la desimbolización del sujeto acorde a las necesidades y
exigencias del nuevo mapa social que impuso el control férreo del capital
financiero en el orbe.
Los dos ejes transversales han reconfigurado el orden social y generado
nuevas conflictividades en el ámbito subjetivo, fundamentalmente en los
sujetos jóvenes quienes desechan la observación como cauce para alimen-
tar el pensamiento, descartan la evidencia primera y por ende el carácter de
realidad externa que posee para condicionar al individuo, elimina toda
acción conjunta por su naturaleza dialogante y prefiere el acto compulsivo,
súbito y cortocircuitante para resolver sus problemas.
Los ejes transversales descritos proponen a la sociedad confrontaciones
subjetivas alejadas de la lucha de clases con el objeto de opacar la realidad
que nos envuelve: la imagen se impone ante el discurso para romper la
debilidad del lazo social existente, difiere por tiempo indeterminado la
cimentación de nuevas comunidades y el fortalecimiento de las existentes
con la intención de fragmentar los núcleos hasta ahora resistentes en la
sociedad.
La ideología fue degradada, vaciada de contenido y vulgarizada como
simple palabrerío sin fortalezas ni evidencias empíricas muchos menos los
recursos técnicos, pero su remplazo es la imagen, cuyo procedimiento es
fijar en la mente de los teleaudientes un hecho, noticia o evento sin histori-
cidad, carente de organización y roto en lo concerniente al eje conectivo
del tiempo, donde los extremos (pasado y futuro) no tienen significancia y
es menester vivir en el presente perpetuo. Cada vez que transitamos por la
vía de la inseguridad, incertidumbre, desprendidos del eje conectivo del
tiempo y con pensamiento atorado por la imagen el comportamiento será
exhibido por la inmediatez, instantáneo, miedoso, y vulnerable ante toda
contingencia.
Inseguridad y contingencia son dos valores eficaces para el control so-
cial; dos factores indisolubles en la vida cotidiana, dos vectores que se in-

– 92 –
crustan en la subjetividad e irrigan toda fuente de pensamiento para atemo-
rizar al sujeto de la sociedad contemporánea.
Vivimos y nos movemos en una sociedad edificada sobre suelo move-
dizo donde la inseguridad y contingencia nos abruma con riesgos perma-
nentes provenientes de fuentes desconocidas y acopio de inventos creado-
res de angustia inmarcesible. Rodeado de virus informáticos, actos
terroristas, secuestros, enfermedades letales y resucitadas entre las que se
cuentan el Sida, lepra, fiebre amarilla, fiebre porcina, meningitis, dengue,
desastres naturales en distintas formas de huracanes, tsunami, terremotos,
calentamiento de la tierra, deshielo de los polos, lluvias inclementes, deba-
cle financiera, desempleo, enajenaciones de bienes públicos fraudulentos,
trafico de drogas, prostitución infantil, desabasto de agua, robos, asesina-
tos, accidentes carreteros, robo de infantes entre otras noticias provocado-
ras de esquizofrenia dilatada.
Denominamos esquizofrenia dilatada al estado anímico de cualquier per-
sona que actúa de manera espontánea sin haber dibujado en su mente el
sentido de su acto o acción y el espacio y tiempo no está presente en su
imaginación, cuya manifestación inmediata es la vulnerabilidad, miedo y
permanente acoso de factores invisibles
El miedo sembrado es similar a la anestesia prolongada y es desatado
por los medios a través del ensueño, farsa y ficción que le imponen los
propietarios de las televisoras y cadenas comunicacionales en común acuer-
do con empresarios connotados de diversas industrias y banca, cuando sus
inversiones guardan algún riesgo devenido de la sociedad movilizada.
Por lo anterior, el alarmismo es parte de la cadena del miedo, funda-
mento del clima social construido socialmente por los medios para atender
y desestructurar la vida cotidiana. Sabedores son de los efectos nocivos del
miedo, porque su aplicación inmoviliza la acción colectiva y las reacciones
endopáticas, conspira contra la realidad, manipula las mentes y fragmenta a
los colectivos por la ruptura del lazo social remplazado en esos instantes
por la información mediática.
En síntesis, esta fatalidad no es indeterminada, existen opciones para
desplazar la lucha mediática y llevarla al terreno de lo público, los espacios
comunes, de todos, la calle, los parques, los foros abiertos, las universida-
des en fin lo que comúnmente conocemos como espacio público. Es la
movilización permanente la mejor estrategia y acción desmanteladora del
miedo sembrado porque el pavor no está realmente en nosotros, reside en
la subjetividad de los grandes financistas temerosos de las movilizaciones

– 93 –
populares y de los sujetos insumisos en acciones convergentes y cargados
de subjetividades de ruptura para romper las ataduras mediáticas y los es-
pantos engañosos.
Asistimos a la mayor confrontación que puede revelarse en corto tiem-
po, el miedo mediático con naturaleza falsa vs el terror provocante de los
movimientos sociales cuando objetivaban el núcleo del poder y lo asedian
con sus estrategias de lucha, en algunos lugares de América Latina está
exhibiéndose la lucha, principalmente en el eje andino: Bolivia, Ecuador y
Venezuela. En otros países cubiertos con velo gris existen movimientos
latentes y aun no se anuncia la fecha para su actuación reveladora.

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to de filosofía del derecho Dr. J.M. Delgado Ocando, Universidad del
Zulia, Vol. 10, No 2, pp. 274/290, Venezuela.

– 95 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
MIEDO Y CONTROL SOCIAL
Ana Victoria Parra González*

Resumen
El artículo presenta un ensayo sobre las consecuencias criminológicas y
penales del estado de riesgos y miedos que impregnan la atmósfera social en
las sociedades occidentales. En particular hace especial referencia al debate
en España. El aparte primero ubica el marco socio/cultural que sirve de
fondo a esta atmósfera social, a saber, la sociedad del riesgo. El segundo
aparte disecciona el papel de los medios de comunicación en la amplificación
del miedo, especialmente, ante eventos delictivos que atentan contra la segu-
ridad personal. Finalmente, se esbozan las implicaciones más importantes de
este cuadro en sus dimensiones penal y criminal. Se concluye en el despla-
zamiento de la orientación social (resocialización) de la política criminal
clásica en las sociedades de bienestar, hacia su anclaje en la esfera penal que
impone la ideología de la seguridad que domina las orientaciones de reforma.

1. Sociedades del riesgo y del miedo

1.1. Modernidad y globalización: el marco cultural de la sociedad


del riesgo
La característica de la conditio humana a comienzos del siglo XXI son los riesgos
impronosticables e inseguridades fabricadas fruto de la victoria de la modernidad93. Esta

* Candidata a Doctora Universidad de Salamanca, España. Magíster Scientiarum en Ciencias

Penales y Criminológicas. Magíster Scientiarum en Desarrollo Social. Profesora Universidad


del Zulia, Venezuela.
93 BECK, U., La sociedad del riesgo mundial, En busca de la seguridad perdida. Paidós, Barcelona,

2007. p. 260 y ss.

– 97 –
cita tomada de uno de los últimos libros del ya célebre Beck, se ciñe tal vez
como ninguna a la idea expuesta hace ya una década de la sociedad del
riesgo esbozada por el autor. Obsérvese que se asocia tal idea con la condi-
ción humana del siglo en curso, cuyos riesgos (impronosticables) e insegu-
ridades (fabricadas) resultan inmanentes a la entronización de la moderni-
dad. De forma que estas vienen asociadas intrínsecamente a ella y no resul-
resultan lastres o desviaciones del proyecto ilustrado. Están en su núcleo,
son inmanentes a su naturaleza como la propiedad de la tierra lo era al
régimen feudal. Vienen aparejadas a las bondades que nos llegan, asociadas
especialmente al confort susceptible de alcanzar mediante el consumo y
uso de las novedades tecnológicas, cuyos atributos y aprovechamientos
sobrepasan con creces nuestras posibilidades de experiencia. Lo que sigue,
en la línea de Beck, procura situar el marco cultural en el que se ubica el
tratamiento del miedo como hecho social y sociológico que desarrollare-
mos más adelante. Por lo pronto, quedémonos con la idea de que los ries-
gos y miedos a los que aquí aludimos son inherentes a la idea de moderni-
dad que ha triunfado.
Habitar el mundo moderno, hacerse de un espacio, organizarse en el,
demanda una comprensión de la confrontación con estos riesgos de alcan-
ce catastróficos –lo que define la cualidad novísima de la sociedad del ries-
go mundial en Beck–, confrontación que es en realidad una au-
to/confrontación con los dispositivos institucionales de los que nacen los
peligros y con la particular lógica distributiva de los conflictos entre quie-
nes disfrutan de las ventajas y oportunidades de los riesgos y quienes tie-
nen que cargar con sus inconvenientes, lo que Beck denomina “antagonismo
del riesgo”.
La singularidad histórica que diferencia a la sociedad del riesgo mun-
dial de la sociedad industrial nacional que encarnaba a la primera moder-
nidad –y de todas las civilizaciones precedentes– es la posibilidad de de-
cidir sobre la suerte del planeta. Esto incluye tanto la posibilidad de
auto/aniquilación –el Apocalipsis está en nuestras manos– como la posi-
bilidad de la auto/transformación antropológica abierta con el descubri-
miento del mapa del genoma humano (julio/2000) que ensanchaba enor-
memente el horizonte humano en las puertas del siglo que apenas se
iniciaba. El propio Beck presagia este hecho en el horizonte retrospectivo
como “el acto fundador, el motor de, ahora ya, la sociedad del bio/riesgo
mundial”94.

94 Idem, pp. 261-262.

– 98 –
Los riesgos sobrevenidos del uso extendido de las nuevas tecnologías a
cualquier espacio de la acción humana, por un lado, y de las consecuencias
socio/ecológicas de la industrialización, por otro, son el resultado de deci-
siones humanas conscientes y con arreglo a ciertos fines, materializadas a
través de organizaciones en un marco institucional que las posibilita y legi-
tima. Decisiones que han estado fundadas en el cálculo de la racionalidad
instrumental en todas sus dimensiones, desde la pecuniaria hasta la pros-
pectiva. Estos riesgos alcanzan su dimensión política no como consecuen-
cia de su magnitud sino en virtud de su especificidad social: no son fatali-
dades ineludibles del destino; antes bien, son el resultado social de acciones
humanas, fruto de la simbiosis del saber técnico y el cálculo económico. La
madera particular de esta clase de riesgos es diferente de la de aquellos
causados por las guerras sobre el imaginario de los pueblos, causas de la
mayor destrucción derivada de la interacción humana conocida en la historia.
Los riesgos posmodernos se presentan por vías pacíficas, son fruto del árbol
de la racionalidad que nos gobierna, de los centros de pensamiento y tecno-
logía a su servicio y de las estructuras de bienestar que les bordan socialmen-
te y blindan de la protección de quienes velan por la ley y orden95.
Cuando se acuña el concepto de sociedad del riesgo, se hace mención a las
inseguridades derivadas del desarrollo tecnológico, de la globalización de la
economía y el temor e inseguridad que produce la sensación de inexistencia
de control sobre las consecuencias de dinámicas sociales desplegadas bajo
el impulso de dichas tecnologías. A ello se suman las fuentes socioeconó-
micas del miedo ante los riesgos individuales o sociales del régimen pro-
ductivo, y el declive de los rasgos identitarios asociados al desplome de las
certezas de los referentes socioculturales que marcaban la vida de las socie-
dades modernas, a saber, la familia, la clase social, la religión o las identida-
des de género.

1.2. Del riesgo externo y el riesgo fabricado


Pero, ¿qué son los riesgos? ¿Puede identificarse un riesgo sin determi-
nar para quién? ¿Puede una misma situación riesgosa representar oportuni-
dades para algunos y marco de amenazas para otros? ¿Quién los crea y
quienes los sufren?

95 Idem, p. 49

– 99 –
Desde el punto de vista objetivo el riesgo es la posibilidad de ocurren-
cia de un daño futuro, susceptible de medición por medio de la constata-
ción estadística de las probabilidades de la aparición de perjuicios, al mar-
gen de cualquier valoración subjetiva. Desde la perspectiva sociológica es
algo construido por y desde la percepción que los individuos tienen de él.
Los riesgos no existen en sí mismo como las cosas o el mundo natural.
Constituyen estados sociales de percepción respecto del futuro inmediato.
El riesgo es una categoría psicológica y socialmente construida, más allá de
una escala de probabilidad de que un daño ocurra96.
Pero, y nuevamente hacemos énfasis en su especificidad en tanto que
estado social y no cúmulo de eventos que traducen peligros, la imprecisión
de los riesgos, su ubicuidad y su deriva en un agregado de percepciones
expanden su potencial. La percepción del riesgo se hace más profunda y
extendida en la medida que los riesgos globales se sustraen a los métodos
científicos de su medición y valoración. La diferencia entre los riesgos
reales y la percepción del riesgo se desvanece y el imaginario social sobre el
riesgo llega a ser más importante que los sofisticados escenarios de proba-
bilidad de su ocurrencia a los que arriban los expertos97.
Giddens ha diferenciado entre el riesgo externo y el riesgo fabricado
agregando precisión a la entidad particular de ambos98. Sobre el primero
refiere que alude a la posibilidad de que se produzcan eventos que pueden
afectar a los individuos de forma inesperada, pero debido a que tal cosa
ocurre con cierta frecuencia se trataría de un fenómeno predecible, es-
tocástico, y por lo tanto asegurable, incluso mercantilmente asegurable. El
riesgo fabricado, en abierto antagonismo con el anterior, es una situación que
presenta problemas nuevos, en muchos casos imprevisibles y cuyas conse-
cuencias son muy difíciles de calcular. La causa general de esta nueva situa-
ción es, como se ha dicho antes, la intervención humana. El riesgo fabricado
es una consecuencia de la dinámica civilizatoria del desarrollo humano,
especialmente en su dimensión científico/tecnológica y socio/ecológica, y
se refiere a un aspecto que los fundadores de la sociología no lograron

96 PRIETO NAVARRO, E., “Sobre los límites y posibilidades de la respuesta jurídica al


riesgo”, en DA AGRA, C.; DOMÍNGUEZ, J.L.; GARCÍA AMADO, J.A.;
HEBBERECHT, P.; RECASENS, A., La seguridad en la sociedad del riesgo. Un debate abierto.
Editorial Atelier, Barcelona, 2003, p. 31-32
97 BECK, U., La sociedad. del riesgo mundial... op.cit. p. 266.
98 GIDDENS, A. “Vivir en una sociedad postradicional”, en BECK, U., GIDDENS, A., y

LASH, S. Modernización reflexiva. Política, tradición y estética en el orden social moderno, Alianza,
Madrid, 1997pp. 75-136.

– 100 –
apreciar en su disección de la sociedad industrial que amanecía. Tal vez la
idea del riesgo fabricado se comprende mejor asociado sobre todo a los nue-
vos riesgos del medioambiente (contaminación, alteración climática, ago-
tamiento de recursos, etc.) respecto de los cuales la historia proporciona muy
pocos precedentes, al menos en el alcance global que hoy día poseen, y que
ha expuesto ante la evidencia a la ilusión progresista del ideal moderno.
Una de las paradojas de la ilustración se reduce a que del mayor cono-
cimiento no vienen mayores seguridades. Las fuentes de peligro ya no
están en la ignorancia sino en el saber99. Los riesgos en las sociedades más
avanzadas tienen la cualidad de tratarse de amenazas que suelen permane-
cer invisibles o por lo menos no evidentes, por ejemplo, el boquete de la
capa de ozono o el deshielo del Ártico. Estos riesgos deben necesariamen-
te basarse en interpretaciones causales y por ello quedan insertos en los
espacios de dominio de los sistemas/expertos, porque quedan abiertos a
procesos sociales de definición100.
Claro que el riesgo ya existía en la primera modernidad, pero era radi-
calmente diferente a la que se destaca en el modelo de la sociedad
post/industrial. Mientras que en la primera, la admisión del concepto del
riesgo permitido favorece la delimitación de las fronteras de la incrimina-
ción y el alcance de las conductas penalmente relevantes; en la sociedad del
riesgo, la asunción del principio de precaución lleva a la restricción de los
ámbitos de riesgo tolerados y a una exacerbación de la seguridad como
ideología101.

1.3. Del riesgo postmoderno al miedo a la inseguridad. La recons-


trucción del control social
La criminología de la sociedad del riesgo está obligada a re/construir
con estos mimbres su discurso respecto del control social. Está constreñi-
da a develar como ocurre el encaje del miedo cotidiano que anida en las
ciudades en este escenario de riesgos entendido como estado social de
percepción de fuentes de amenazas difusas. El modelo de control social de

99 BECK, Ulrich., La sociedad del riesgo, Paidós, 1998, p. 237.


100 CAMPIONE, R., “El que algo quiere algo le cuesta: notas sobre la Kollateralschádenge-
sellschaft”, en DA AGRA; DOMÍNGUEZ; GARCÍA AMADO; y otros La seguridad en la
sociedad del Riesgo...op. cit., pp.14 y 15.
101 MENDOZA BUERGO, B., “Gestión y política criminal de seguridad en la sociedad del

riesgo”, en DA AGRA; DOMÍNGUEZ; GARCÍA AMADO; y otros, La seguridad...op. cit.,


pp. 76-77

– 101 –
la política administrativa clásica ya no es idóneo para enfrentarse a este
nuevo marco socio/cultural. Entre otras cosas porque está desbordada
como consecuencia de la irrupción de la complejidad que la amenaza del
riesgo trae consigo.
Los cambios en la lucha contra el crimen en realidad son esfuerzos por
adecuar las instituciones penales a los valores políticos y culturales de la
sociedad del riesgo. Pero estas transformaciones, a su vez, también desem-
peñan un papel en la producción de esta sociedad, ayudando a constituir el
significado de la modernidad tardía. Las políticas policiales y judiciales de
hoy no se diseñan solo con sujeción a los problemas del crimen y la inse-
guridad. También institucionalizan un conjunto de respuestas a estos con-
flictos que provocan efectos secundarios en su impacto social. Como ad-
vierte Garland102, especialmente en las sociedades avanzadas, “...la
modernidad tardía es vivida –no sólo por los delincuentes, sino por todos nosotros– de
una forma más que nunca definida por instituciones policiales, penales y preventivas”.
El riesgo de procedencia humana como hemos visto se alimenta en
primer lugar de la desconfianza hacia los expertos que controlan y toman
las decisiones en el manejo de los avances técnicos a las que el resto de
ciudadanos está expuesto; y, en segundo lugar, de los residuos humanos103
que la sociedad tecnológica, crecientemente competitiva, desplaza hacia la
marginalidad y cuyos individuos inmediatamente son percibidos como
fuente de riesgos personales y patrimoniales104. Lo significativo en cual-
quier caso es que el miedo ante esos múltiples riesgos tecnológicos,
económicos y sociales ha sido transformado colectivamente, drenado insti-
tucionalmente, en temor hacia la delincuencia. La criminalidad de los mar-
ginados o de los grupos socialmente excluidos pasa a ser “la dimensión no
tecnológica de la sociedad del riesgo”105.
Como bien señala HASSEMER, también “...la violencia, el riesgo y la ame-
naza son hoy fenómenos centrales de la percepción social. Cada vez con mayor intensidad

102 GARLAND, D., “Lucha contra el crimen y modernidad tardía en Estados Unidos y
Gran Bretaña”, en Revista Archipiélago. Prisiones de la Miseria. Estado Penal y Seguridad Ciudada-
na, Nº 55, 2003, pp. 102-103.
103 Vidas desperdiciadas les llama Bauman. BAUMAN, Z., Vidas desperdiciadas, Siglo XXI,

Madrid, 2006.
104 SILVA SÁNCHEZ, J. M., La Expansión del derecho penal. Aspectos de la política criminal en las

sociedades post-industriales. Editorial B de F, Montevideo-Buenos Aires, 2006, p. 14


105 DÍEZ RIPOLLÉS, J. L., “De la sociedad del riesgo a la seguridad ciudadana: Un debate

desenfocado”, en Libro Homenaje al Profesor Dr. Gonzalo Rodríguez Mourullo, Civitas, 2005, pp.
278 y ss.

– 102 –
aparece la seguridad ciudadana como bien jurídico, alimentando a una creciente indus-
tria al respecto”. Antes que a graves amenazas o grandes peligros, la sociedad
se confronta con «inseguridades fabricadas» como consecuencia de las
crisis económicas y el deslave de las instituciones del Estado de Bienestar,
de la legitimidad del sistema político y del Estado de Derecho106.
El carácter arriesgado e inseguro de las actuales relaciones socioeconó-
micas es el pasto donde florece la preocupación en los voceros del orden
por el control, así como la urgencia con la que se segrega, fortifica y se
excluye. Este marco de riesgos ubicuos y de circunstancias que potencian
el miedo impulsa los esfuerzos obsesivos por mantener bajo vigilancia la
vida diaria de los individuos peligrosos, aislar a los grupos de riesgo e im-
poner controles sobre entornos abiertos y no regulados. Este marco, re-
afirma Garland, es la fuente de profundas formas de ansiedad que se ex-
presan en la actual conciencia del delito, en la mercantilización de la
seguridad y en un medio ambiente cuya cartografía se ha diseñado para
desmembrar los espacios urbanos y separar a la gente107.
La extendida sensación de inseguridad no guarda correspondencia con
las posibilidades reales de sufrir tales riesgos. La inseguridad proviene no
solo de la sobre/exposición mediática de delitos a la que haremos referen-
cia posteriormente; también de la incapacidad del ciudadano para asimilar
el acelerado cambio tecnológico y, por último, de la convicción de que se
suceden estos con tanta rapidez que se lleva por delante las certezas ancla-
das en un tipo de relaciones sociales y en los valores y normas sociales
asociados a la primera modernidad.108
En la sociedad del riesgo, la criminalidad es vista como el «efecto cola-
teral», el fallo indeseado de una actividad útil, concretamente, del proceso
de producción, intercambio y consumo de los valores de cambio. La «des-
viación» respecto a la ley se contempla ahora como algo «normal» y, en
gran medida, inevitable. Ambas conceptos –desviación y normal– de amplio
contenido social en la criminología crítica se reducen ahora a sus connota-
ciones estadísticas Se trata de reducir ese riesgo a niveles aceptables, lo
cual, en definitiva, es lo único que puede lograr la tecnología del asegura-
miento a través de la redistribución de la probabilidad del riesgo o del si-

106 PÉREZ CEPEDA, A., La seguridad como fundamento de la deriva del derecho penal postmoderno,
IUSTEL, Madrid, 2007, p. 340
107 GARLAND, D.; Lucha contra el crimen y modernidad...op. cit., p. 102.
108 DÍEZ RIPOLLÉS, J. L., La política criminal en la encrucijada, Editorial B de la F, Montevi-

deo- Buenos Aires, 2007, p.133.

– 103 –
niestro en el lenguaje actuarial. La decisión individual de transgredir la ley
se considera el resultado de un cálculo realizado por el propio sujeto delin-
cuente entre las ganancias y costes virtuales de su actuación. Desde esta
explicación de la conducta humana, el control social pasa a preocuparse
sólo del comportamiento de los individuos en sentido externo, físico, cuasi
somático y no en relación a los condicionantes subjetivos de orden cogni-
tivos, institucionales y normativos de la persona. El control social busca
ahora el doble objetivo de identificar y neutralizar los comportamientos de
riesgo. La pena, en consecuencia, tiene exclusivamente como función la
gestión de los riesgos. Ya no anida en su aliento la erradicación de la delin-
cuencia, menos el ánimo resocializador que inspiraba la política criminal
reciente. La delincuencia se da por preexistente y normal. Simplemente, se
trata de mantener separados a aquellos que son considerados productores
de riesgos y aquellos otros que son potencialmente víctimas de esos riesgos
y pagan la nueva tecnología aseguradora109.
El riesgo significa en las políticas penales de nuevo cuño, paradigma del
cual son emblema los programas de «tolerancia cero», la cuantificación,
según parámetros hipotéticamente objetivos, del grado de peligrosidad
presente en un determinado sujeto que, según su frecuencia y rango es-
tadísticos, se enmarca dentro de un determinado «grupo de riesgo».110 Tris-
temente, esta política criminal basada en los «cálculos» de los peligros y la
redistribución de los mismos termina siempre sesgando su fuerza real y
simbólica contra los más débiles.

2. Medios, criminalidad y orden político. La víctima como elemento


central del discurso mediático

2.1. Excurso introductorio


Que la construcción social de la realidad sea hoy mediada desde los
despachos de los medios de comunicación, especialmente los audiovisua-
les, es un hecho sobre el que existe unanimidad en los ámbitos académicos,
sociales o políticos. El tratamiento de la noticia ya ha dejado de ser estric-
tamente un asunto de “comunicación social” para ser abiertamente corres-
pondido con una línea editorial o alineado a ciertos intereses. Ello por

109 PÉREZ CEPEDA, A., La seguridad como fundamento de la deriva del derecho penal postmoderno,
IUSTEL, Madrid, 2007 pp. 343-344.
110 Idem, p. 387.

– 104 –
supuesto no es inocuo a la percepción social que se genera respecto de un
tema o un evento, erigiéndose en el imaginario colectivo unas formas cog-
nitivas y conductuales sobre el mismo, generando unos efectos o resulta-
dos. Estos en el ámbito del hecho criminal puede resumirse en un discurso
mediático sobre los temas de inseguridad personal en los que:

(a) se tiende a exagerar el volumen de la realidad criminal;


(b) se recurre al sensacionalismo y dramatización de la información;
(c) se crea alarma social alrededor de algunos casos emblemáticos; y, fi-
nalmente,
(d) se construye socialmente la realidad influyendo directamente en la
percepción de inseguridad de los ciudadanos.

En la medida que es mayor la presencia de noticias relacionadas con la


inseguridad, también es mayor la sensación de inseguridad y el temor, el
miedo de ser víctima de algún delito, aunque no se corresponda con las
posibilidades reales de serlo. O lo que es igual, existe una correspondencia
entre el tratamiento mediático del hecho criminal y el estado de ánimo de
la población, especialmente urbana, expectante ante la probabilidad de ser
víctima potencial de un delito.
El miedo al delito, fundado o no, puede tener graves consecuencias,
hasta el punto de que se ha llegado a considerar un problema tanto o más
grave que la propia delincuencia. A nivel individual, provoca cambios de
conducta, en el intento de no sufrir un delito, que afectan la forma y el
estilo cotidiano de convivencia alterando la calidad de vida del ciudadano.
A nivel colectivo, las repercusiones pueden ser muy destructivas para la
vida comunitaria, en tanto se reduce la interacción social, se abandonan los
espacios públicos o se rompe el control social informal111.
Ahora bien, ¿hasta dónde puede llegar el temor creado por la alarma
social? ¿Expresan los mass/media los intereses de la ciudadanía? ¿Son los
medios de comunicación un interlocutor válido entre la ciudadanía y el
poder político? Más aun ¿de dónde proviene la vocación de abrogarse la
intermediación representativa de la ciudadanía y fungir de dueños de la
última palabra? ¿Cuáles son los efectos de las propuestas que en el marco
de la opinión pública, escenario por excelencia del debate en las sociedades
modernas, se formulan como respuestas a situaciones de alarma social?

111 SOTO NAVARRO, La influencia de los medios en la percepción social de la delincuen-


cia, en Revista electrónica de Ciencia Penal y Criminología, Nº 7, 2005, p.5.

– 105 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
¿Hasta dónde las instituciones del Estado pueden saciar el deseo de castigo
y vigilantismo sociales ante eventos de escándalo público sin violar los
derechos fundamentales y garantías constitucionales?
Uno de los signos característicos de la sociedad de nuestros días es su
impronta esencialmente mediática, de allí que sean los medios y no las
instituciones públicas quienes la dotan de estructura interna112. Esto es una
realidad casi planetaria. La globalización es al mismo tiempo una mundiali-
zación cultural mediática escultora de imaginarios colectivos de pertenencia
a una cultura global en la que nos reconocemos e identificamos. La repre-
sentación mediática se convierte en un nuevo proyecto de vertebración
social113. A través de los medios se hacen y reconstruyen nuevas formas de
relación social. Éste es el caso de la vinculación entre los medios y la inse-
guridad personal, caracterizada a lo largo de estos últimos años por el ma-
nejo y la manipulación que los medios hacen de la violencia delictiva, que
pasa de ser un tema de fuerte impacto social a producto de alto consumo,
mediado por un discurso construido desde la lógica ideológica y comercial
que mueve la comunicación de masas.114
Ahora bien, ¿cuál es el mensaje que exitosamente elaboran y trasmiten
los medios a través del discurso construido? Sin pretender una caracteriza-
ción válida para todas las latitudes, seguidamente se presenta un perfil que
encaja para la realidad española y eventualmente puede orientar un trazado
igual para el caso de algunos países latinoamericanos.
En los programas de sucesos los medios recurren a dos tipos discursi-
vos de la noticia penal. El primero, tendiente a la expansión del miedo y la
alarma social, se presenta en sucesos inéditos donde se destaca el relato de
la víctima y su exigencia de retribución. Regularmente se exponen en las
conexiones “en directo”, el espacio de tele-informativo o en avances de
estos. En el segundo, proclive a la expansión del Derecho Penal, se presen-
tan sucesos conocidos ya tratados en programas anteriores, se resalta la
peligrosidad del autor y se crítica el sistema de garantías penales. La cons-
trucción de estas noticias, se basa en la aproximación de la peligrosidad de
determinados individuos o grupos sociales con el cuestionamiento de las

112 CASTELLS, M. La era de la información, Siglo XXI, Barcelona, España, 2000.


113 BISBAL, M. Medios, ciudadanía y esfera pública en la Venezuela de hoy. Revista SIC. Nº 622,
2004, Caracas, pp. 52-54.
114 PARRA GONZÁLEZ A., y DOMINGUEZ, M., “Los Medios de comunicación desde

la perspectiva del delincuente”, en Revista OPCIÓN, 2004, Año 20, Nº 44, Maracaibo, p. 36.

– 106 –
garantías penales y procesales. Esto suele ocurrir, en los programas de
opinión o de debate ordinarios o especialmente dedicados al asunto115.
Estos dos procesos podemos encontrarlo combinados entre sí, en ma-
yor o menor grado en los programas de sucesos, en informativos de televi-
sión y en los periódicos de tirada nacional. En todos de forma recurrente
se destaca: a) la nacionalidad de los presuntos autores del delito, en caso de
ser extranjeros; b) el déficit policial y la alternativa a la seguridad privada; c)
la debilidad de las leyes y la necesidad de emprender una reforma del Códi-
go penal para dar una respuesta punitiva adecuada a este tipo de delincuen-
cia [el endurecimiento de las penas]; y, d) el protagonismo de las víctimas,
enfatizando en su discurso y la reivindicación de su derecho a exigir el
castigo.116
Los delitos que tienen mayor cobertura informativa son los homici-
dio/asesinato, lesiones, delitos contra la libertad sexual, robo y desórdenes
públicos. Los delitos contra la libertad sexual noticiables son principalmen-
te los que implican violencia, la pornografía infantil y los abusos sexuales
de menores.117 Además de los típicos criterios de selección de los hechos
noticiosos (novedad, actualidad, cercanía, conflicto), en el periodismo sen-
sacionalista se explotan las categorías “interés humano” (esto es, drama-
tismo y dolor que promueven la comunicación de los lectores) e “impacto”
(aquello que provoca fuertes reacciones emocionales). El periodismo sen-
sacionalista se distingue por la presentación de relatos sobre persona, con-
ductas o sucesos que suponen transgresiones de la ley, de la moral aceptada
y de las normas sociales que se presumen conforman las virtudes públicas.
Este tipo de prensa se nutre de asuntos próximos a la colectividad, utiliza
una serie de recursos lingüísticos y discursivos que contribuyen a falsear los
hechos y a hiperbolizar la realidad, y busca convertir al lector en un testigo
imaginario de los sucesos narrados.118
En el discurso de los medios se juega con el arquetipo mediático del an-
tagonismo socio/moral simple y primario, que contraponen la figura de la
víctima exigiendo retribución a la del delincuente como fuente de peligro.

115 BAUCELLS LLADÓS, J., y PERES-NETO, L., “Discurso televisivo sobre el crimen:

los programas especializados en sucesos”, en GARCÍA ARÁN, M.; BOTELLA CORRAL


J. (Dir.), Malas noticias. Medios de comunicación, política criminal y garantías penales en España. Tirant
Lo Blanch, Valencia, p. 139 y ss.
116 REBOLLO VARGAS, R. “Oleadas informativas y respuesta político criminal”, en

GARCÍA ARÁN, M.; BOTELLA CORRAL J. (Dir.), Malas noticias...op. cit., pp. 77 y ss.
117 SOTO NAVARRO, S., “La influencia...op. cit. pp. 12.
118 PARRA GONZÁLEZ, A., y DOMINGUEZ, M., Los Medios de comunicación..., op. cit. p. 33.

– 107 –
Ocurre que en los programas de sucesos cuanto más se novela un aconte-
cimiento para construir la noticia, más se elabora una historia social en la
que los actores se convierten en personajes que asumirán los roles típicos
de los relatos. Con el recurso a los binomios de víctima/bueno y delincuen-
te/malo, se procura la empatía del receptor. El narrador, a su vez, encarna
parte de la historia, implicándose personal y emocionalmente en las reivin-
dicaciones de la víctima y en la estigmatización del delincuente 119.

2.2. De la víctima real a las víctimas potenciales. Las exigencias


de endurecimiento del control social
El discurso de la víctima tiene especial reflejo en los medios de comu-
nicación, sobre todo en lo que se refiere a la movilización de las agrupacio-
nes de víctimas de tipos de delitos particulares como es el caso de los pe-
derastas y terroristas, que presionan sobre los poderes públicos en
demanda del endurecimiento penal.
En la actualidad, el papel protagónico que está desempeñando la vícti-
ma, plantea un conflicto triangular conformado por las demandas en pro-
cura de compensación aflictiva del mal causado a la víctima y la tradicional
relación penal jurídico-pública, entre el Estado y el infractor120. En este
conflicto de intereses el simbolismo de la intervención penal es el meca-
nismo comunicativo entre el poder político y la ciudadanía, cuando la res-
puesta punitiva es demandada y bien recibida por la sociedad y al poder
político le favorece en tanto le genera réditos la imagen de que reacciona y
atiende a las preocupaciones de la población. A partir de esta suerte de
populismo punitivo, se forma una espiral de demandas y respuestas penales en
la que toda la carga se le imputa al delincuente, abiertamente perjudicado,
quedando excluido del sistema de derechos y garantías propios de un Esta-
do Social y Democrático de Derecho. Se trata de un juego suma cero tan
puesto de moda por la teoría de juegos en la que la victoria de uno es la
derrota del otro. Cualquier demostración de compasión hacia los delin-
cuentes, cualquier mención hacia el ejercicio de sus derechos y garantías,
cualquier esfuerzo por humanizar su castigo, es considerado un insulto a
las víctimas y sus familias. Mediado por el caudal de emociones y drama

119 BAUCELLS LLADÓS, J., y PERES-NETO, L. “Discurso televisivo...op. cit. pp. 150 y ss.
120 GARCÍA ARÁN, Mercedes. “Delincuencia, inseguridad y pena en el discurso mediáti-
co.” En MUÑOZ CONDE, F., (coord.), Problemas actuales del derecho penal y de la criminología:
estudios penales en memoria de la Profesora Dra. María del Mar Díaz Pita, Tiran lo Blanch, Valen-
cia, 2008, p. 89.

– 108 –
que embarga el relato del suceso típico expuesto, se pasa por alto que en la
estigmatización del delincuente no solo este sale perjudicado sino el ciudada-
no común y corriente que pierde derechos, libertades y garantías con la am-
pliación del control. Incluso, en ocasiones se olvida que no solo se puede ser
víctima potencial; es que cabe también la posibilidad de ser imputado poten-
cialmente como delincuente, para el que no caben ya –o en todo caso se
cuestionan– las garantías de derecho establecidas en el debido proceso.
En el discurso mediático reciente la víctima será siempre protagonista
de la crónica. Se le otorga el monopolio de la descripción del caso, descar-
gando sobre el autor el papel de verdugo, villano o mero contrapunto dis-
cursivo121. “En los programas dedicados a la crónica criminal a cada noticia los pre-
sentadores comentan las singularidades de cada caso, opinan sobre la situación de las
víctimas o familiares de las víctimas, conjeturan sobre las penas teóricas o impuestas,
analizan el sistema de administración de la justicia y en repetidas ocasiones teorizan
sobre las leyes penales españolas”122.
La otra cara de este discurso es la imagen del delincuente. Se trata de
otro elemento común en estos programas de crónica criminal la construc-
ción de una determinada imagen del delincuente. El discurso moral, implí-
cito o explicito, imputa valores sobre el autor. Se hace común el uso indis-
criminado de adjetivos descalificadores como “monstruos”, “loco”,
“pervertido”, “criminal”, “bestia”, entre otros tantos. El recurso al “alias”
–como mecanismo perlocutivo– refuerza la lógica moral que se ha impuesto
sobre el autor del delito lo que, además de deshumanizarlo procura evitar la
empatía del telespectador. Para reforzar esa imagen de peligrosidad o bien se
recurre sistemáticamente a la reincidencia del acusado o, en ausencia de es-
tos, se dan por hecho sus cualidades para reincidir al menor descuido123.
Claro que ésta relación de la crónica criminal sobre las víctimas tiene
sus excepciones sobre las que no nos vamos a extender ya que no es el
objeto de estas notas, pero que no podemos dejar de mencionar. Como no
podía ser de otro modo, el enfoque, el tratamiento, la intensidad, los este-
reotipos, se difuminan cuando se trata de la relación de un delito económi-
co. El protagonismo de la víctima se diluye en el debido proceso; el estig-
ma del delincuente como ser peligroso se desdibuja; el acusado, hasta ayer
hombre de virtudes públicas, genera empatía con el periodista en cuya
entrevista se asoma su lado más humano; su versión de los hechos es escu-

121 BAUCELLS LLADÓS, J. y PERES-NETO, L., Discurso televisivo...op. cit. pp. 127 y ss.
122 Idem, p. 125.
123 Ídem, p. 132-134.

– 109 –
chada; y el sistema penal se perfila como el garante de sus derechos y ga-
rantías, luego, es su refugio y no su calvario.
Asumido como dinámica de ajuste de las normas penales, este discurso
encarna una forma de adecuación del sistema penal que ya antes hemos
denominado populismo punitivo entendido como las respuestas de las institu-
ciones políticas y administrativas a las demandas de reformas o iniciativas
de sanción penal que se forman al calor de los dramas personales de las
víctimas, de amplia resonancia en los medios, y que se circunscriben a as-
pectos puntuales que aspiran saciar las exigencias vindicativas de la víctima
o de sus voceros. El proceso dominado por ésta lógica termina siendo una
suerte de idas y venidas de sucesivas reformas penales y aprobación de
nuevas leyes para atender casos revestidos del interés general.
Por lo demás, la unilateralidad de los pactos de acción política y el con-
senso de las propuestas en materia penal, entre los grupos parlamentarios
de derecha e izquierda que culminan con la aprobación de proyectos de ley
en gran medida comunes, que buscan prioritariamente encontrar un eco
legitimador en la acción de los medios de comunicación, desprovistos de
racionalidad, nos lleva a creer que, como afirmó Habermas, vivimos un
momento de “agotamiento” de las energías utópicas124.

2.3. Intereses y mediación discursiva


El manejo que hacen los medios de comunicación sobre la criminalidad
se ha explicado básicamente a través de dos hipótesis que involucran por
un lado los intereses económicos de los medios y por el otro los intereses
políticos del Estado y sus estrategias de control social125.

124 HABERMAS, J., The new obscurity and the exhaustion of utopian energies, citado en HABERMAS, J.

(comp.) Observations on the spiritual situation of the age. Cambridge, MIT Press, 1984.
125 Vid. BARATA, F., “Las nuevas fabricas del miedo. Los mass media y la inseguridad

ciudadana”, en MUÑAGORRI Laguía, I., (ed.), La protección de la seguridad ciudadana, Inst.


Internacional de Sociología Jurídica, Oñati, 1995, p.83 y ss.; MUÑAGORRI Laguía, I., “Los
más media y el pensamiento criminológico” en BERGALLI, R. (Coord.), Sistema penal y
problemas sociales, Tirant lo Blanch, Valencia, 2003; CUERDA RIEZU, A., “Los medios de
comunicación y el Derecho Penal” en ARROYO ZAPATERO, L.; BERDUGO GÓMEZ
DE LA TORRE, I., (Dirs.), Homenaje al Dr. Mariano Barbero Santos. In Memoriam, Vol. II,
Univ. Castilla-La Mancha/Univ. De Salamanca, Cuenca, 2001; SOTO NAVARRO, S., “La
influencia de los medios en la percepción social de la delincuencia”, en Revista electrónica de
Ciencia Penal y Criminología, nº 7, 2005. pp. 23 y ss.; FUENTES OSORIO, J.L., “Los medios
de comunicación y el Derecho penal”, en Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología, nº
7, 2005, pág. 25 y ss.

– 110 –
La primera hipótesis soportada sobre las teorías conspirativas considera
que el Estado en sus estrategias de control estaría manipulando a los medios
influyendo en el contenido de las informaciones para generar preocupación
social con la intención de legitimar la represión. Así, los intereses políticos
que predominan e intervienen en la acción de los medios, acabarían influ-
yendo sobre los ciudadanos. La segunda hipótesis es justamente inversa, es
decir, la preeminencia de los intereses particulares y económicos de los me-
dios de comunicación sobre los intereses políticos de Estado. En este senti-
do, los medios en su manejo interesado de la criminalidad actuarían sobre la
opinión pública creando alarma social y esto determinaría las acciones y
decisiones de la esfera política126. En el campo académico son más las in-
vestigaciones que se inclinan por la tesis del impacto de los medios de
comunicación sobre la acción política en materia de criminalidad. Concre-
tamente, se plantea que existe una correspondencia entre los discursos de
los medios de comunicación y las decisiones legislativas que, si bien no
determina de forma causal, mecánica y absolutamente la producción legis-
lativa, al menos la alimenta y le proporciona una legitimación social127.
En los últimos años es común que los diversos proyectos de leyes de
reforma del Código Penal Español128 hagan referencia a la “alarma social”
generada por las informaciones publicadas sobre determinados hechos
criminales. De manera que la acción de los medios de comunicación cons-
tituye, por lo menos, una importante fuente de legitimación de las reformas
penales. Y, claro, en este contexto, no cabe esperar análisis matizados,
atención a los detalles no expuestos o razonamientos complejos, sino men-
sajes simplistas, de trazos gruesos y apelaciones de corte más o menos
populista, perdiéndose sustancialmente la esencia del debate democrático y

126BOTELLA CORRAL, J., y PEREZ-NETO, L., “La formación de la opinión pública”,

en GARCÍA ARÁN, M.; BOTELLA CORRAL J. (Dir.) Malas noticias... op. cit. pp. 21.
127 GARCÍA ARÁN, M., y PERES-NETO, L., “Discursos mediáticos y reformas penales

de 2003”. en GARCÍA ARÁN, M.; BOTELLA CORRAL J. (Dir.), Malas noticias...op. cit.
pp. 156.
128 En la exposición de motivos del Anteproyecto de Ley Orgánica por la que se modifica la

Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal Español. (Aprobada por el
Consejo de Ministro en fecha 14 de noviembre de 2008), plantea la necesidad de la reforma
en el acaecimiento en los últimos tiempos de casos de especial gravedad que han provocado
en la sociedad la reapertura del debate en torno a las respuestas jurídicas previstas para los
delincuentes sexuales, en particular en aquellos supuestos en los que las víctimas son meno-
res de edad y hace referencia al caso de la niña Mari Luz Cortes que durante los años 2008 y
2009 ha tenido gran repercusión mediática.

– 111 –
rebajando la calidad de la democracia a la adecuación del derecho a los
dramas televisados de las víctimas.
Salvo excepciones, los medios y su discurso legitiman el orden social;
luego, son funcionales a los intereses políticos del Estado. O, lo que es
igual, actúan en el marco de un arreglo a partir del cual construyen su dis-
curso desde su naturaleza mediática, para legitimar un orden, incluso cuan-
do se enarbolan reformas no se hacen pensando en un nuevo orden sino
en blindar más aún el pacto existente. Aún así, es tal su naturaleza que se
desdoblan en hacer valer también su talante económico/comercial encon-
trando acomodo a sus intereses dentro del orden social que legitiman.
Tal vez el problema debe plantearse, como lo establece David Gar-
land129, en las coordenadas de una “cultura del control” a partir de la cual el
Estado crea la necesidad a través de la alarma para expandir las medidas de
control y dominación, atendiendo a demandas sociales asumidas como
legítimas. Ésta dimensión criminológica de la realidad social de nuestros
días pone de manifiesto la lógica del Estado para expandir sus mecanismos
de control social. Y ésta dimensión es aprovechada por los medios en la
obtención de beneficios económicos y en su legitimación como interlocu-
tor del interés general. De allí que se dé rienda suelta a las demandas socia-
les de seguridad que han terminado, al hilo del discurso mediático breve-
mente expuesto, legitimando el endurecimiento del Derecho Penal
consolidándose una ideología de la seguridad ciudadana frente al modelo
garantista y democrático que auspiciaba el estado social y democrático de
derecho aún vigente130, cuya caracterización ha de hacerse en otro espacio.

129 GARLAND D., La cultura del control. Crimen y orden en la sociedad contemporánea. Editorial

Gedisa, Barcelona. 2005.


130 En la literatura penal española de los últimos tiempos la ideología de la seguridad ciuda-

dana y el populismo punitivo aparecen como uno de los temas más discutidos. A modo de
referencia Vid. DIEZ RIPOLLES, J. L., El nuevo modelo penal de la seguridad ciudadana, Jueces
para la democracia, 49, 2004, Madrid, pp. 25 y ss.; MUÑOZ CONDE, F., “El nuevo dere-
cho penal autoritario”, en Estudios penales en recuerdo del Profesor Ruiz Antón, Valencia, 2004, p.
803 y ss.; CANCIO MELIA, Derecho penal del enemigo y delitos de terrorismo. Algunas consideracio-
nes sobre la regulación de las infracciones en materia de terrorismo en el Código Penal español después de la
LO 7/2000, Jueces para la democracia, Nº 44, 2002, Madrid, pp. 21 y ss.; ACALE
SÁNCHEZ, “Del Código Penal de la Democracia al Código de la seguridad”, en Serta in
memoriam Alexandro Baratta, Universidad de Salamanca, 2003. SAEZ VALCARCEL, La
inseguridad, lema de campaña electoral, Jueces para la democracia, Nº 45, Madrid, 2002.

– 112 –
3. La actuación del estado. Del ideal resocializador a la ideología de
la seguridad y el anclaje penal de la política criminal

3.1. Respuestas institucionales ante los miedos y riesgos de la so-


ciedad posmoderna. El desplazamiento del estado de bienestar
hacia la esfera penal
Siguiendo el discurso que esbozamos en los dos apartes anteriores bien
podemos afirmar que la palabra que encierra y/o caracteriza el tono emo-
cional de la sociedad de nuestros días es el miedo. Existe una sensación de
inseguridad venida de los riesgos inmanentes a la sociedad posmoderna,
transmutada en miedo a la delincuencia de la calle, alimentada y construida
por el alcance de la resonancia social que facilitan los medios de comunica-
ción. El temor y la alarma social, según advertimos en el capítulo anterior,
recreados alrededor de casos emblemáticos explotados desde los medios de
comunicación hacen que la población se sienta vulnerable y se aprecie
como víctima potencial. En este marco, ha ocurrido un desplazamiento de
las respuestas esperadas de la administración o de las instancias políticas
hacia el ámbito del derecho penal.
No se trata de que las funciones de seguridad, orden y control del esta-
do sean una novedad. Son asuntos inherentes al orden social que subyace
en toda cultura. Pero, nos recuerda Garland, ésta tríada –seguridad, orden y
control– que resume la política criminal de nuestros días, ha impuesto su
agenda delimitando los grupos peligrosos sobre quienes recaen las deman-
das represivas, pero, al mismo tiempo, afectando de manera difusa la con-
vivencia cívica del resto de la sociedad y corroyendo el tejido social que
construye ciudadanía. “Controles espaciales, situacionales, de gestión, de sistema,
controles sociales, autocontroles: en un entorno social tras otro encontramos ahora la
imposición de regímenes más intensivos de regulación, inspección y vigilancia, y de esta
forma nuestra cultura cívica se hace cada vez menos tolerante y receptiva, cada vez menos
dispuesta a confiar. Después de un largo proceso de expansión de la libertad individual y
descenso de las limitaciones socioculturales, el control se reafirma en cualquier área de la
vida social, con la excepción singular y espantosa de la economía, de cuyo entorno desre-
gulado surge día a día la mayoría de los actuales riesgos”131.

131 GARLAND, David; “Lucha contra el crimen y modernidad tardía en Estados Unidos y

Gran Bretaña”, en Revista Archipiélago, Prisiones de la Miseria. Estado Penal y Seguridad Ciudada-
na, Nº 55, 2003, pp. 103.

– 113 –
La temperatura emocional de la política criminal se ha elevado en corres-
pondencia con la irritación social. Se invoca sin reparo el hastío ciudadano,
colmado ante la complejidad social y la atmósfera de temor –explotado hasta
la ira colectiva– que reivindica como exigencia moral el endurecimiento del
sistema de castigos y penas contra quienes encarnan la peligrosidad132. La
vindicta social así sustituye el ideal resocializador, abandonando la dimen-
sión social de la desviación y reduciéndola a la responsabilidad individual
del acto delictivo. De allí que asistimos a un anclaje penal de la política
criminal.
El destinatario de todas las demandas de seguridad es ahora el derecho
penal, no solo en su momento de castigos y sanciones sino también en su
dinámica procesal. Las demandas de seguridad ya no son atribución de lo
que era su “lugar natural”: el derecho administrativo. Ahora se drenan
hacia el derecho penal provocando una evidente tendencia a la ampliación
de su esfera de actuación y desempeñando un papel que no le pertenece ni
en exclusiva ni de modo prioritario. El resultado es la configuración de un
modelo preventivo exasperado, orientado hacia la seguridad, vaciando de
contenido al estado garantista y erigiendo lo que algunos133 han dado en
denominar el estado de seguridad ante el que se rinde o sacrifica el sistema de
garantías y derechos individuales si es necesario.
A las funciones del derecho penal como dispositivo institucional inti-
midatorio, como altavoz de los valores del derecho o como medio de reso-
cialización, se unen las intensas demandas sociales de seguridad. La socie-
dad, cautiva de su temor a ser víctima, no está dispuesta a asumir el riesgo
de que se repitan determinados delitos, por eso se recibe de buen agrado la
“tolerancia cero” con la reincidencia cuando se trata de cierto tipo de de-
lincuencia. Por ello, demanda la “neutralización de la fuente de peligro” 134
y se opone al sistema de garantías y beneficios procesales del delincuente.
Este ya no es merecedor de una nueva oportunidad, ni digno de confianza

132 MAQUEDA ABREU, Mª Luisa, “Crítica a la reforma penal anunciada.” Revista Jueces

para la democracia, nº 47, 2003, p. 8.


133 MENDOZA BUERGO BLANCA, “Gestión y política criminal de seguridad en la

sociedad del riesgo”, en DA AGRA; DOMÍNGUEZ; GARCÍA AMADO y otros, La


seguridad en la sociedad del Riesgo. Un Debate abierto. Editorial ATELIER, 2003, pp. 82-83
134 SILVA SÁNCHEZ; FELIP I SABORIT; ROBLES PLANA;PASTOS MUÑOZ; “La

ideología de la seguridad en la legislación penal española presente y futura”, en DA AGRA;


DOMÍNGUEZ; GARCÍA AMADO y otros, La seguridad en la sociedad del riesgo. Un debate
abierto, Editorial Atelier, Barcelona, 2003, p. 122

– 114 –
a que el ejercicio de su recobrada libertad se haga con arreglo a derecho;
hay que dejarlo fuera de juego en un ejercicio de asepsia social.

3.2. La función simbólica de la norma penal


La política criminal pasa ahora a cumplir una función simbólica135: cal-
mar el miedo de la gente, hacer de bálsamo que tranquiliza en la medida
que neutralice las fuentes del miedo, a saber, los grupos peligrosos de ries-
go. La política criminal tiene pues la ingrata tarea de asumir y gestionar los
mecanismos de intervención que utiliza el Estado para controlar los riesgos
y aplacar los temores, atender a las demandas de seguridad venidos de los
miedos generados por todos los factores mencionados y procurarles, espe-
cialmente, su encaje penal.
La irrupción de ésta ideología de la seguridad en el discurso político-
criminal y su manifestación inmediata en la legislación penal ha significado
un cambio de paradigma del llamado Derecho Penal de la culpabilidad al
Derecho penal de orientación preventiva y policial. Las características de
este último pueden resumirse en136:

a) un intento por adelantarse a los riesgos. La pena y las medidas de


seguridad están dirigidas a la efectiva y eficaz protección de las poten-
ciales víctimas.
b) la intervención del derecho está mediada por la seguridad: a mayor
percepción de inseguridad mayor intervención del Derecho Penal.
c) sólo la garantía de no peligrosidad impide la intervención represiva.
d) la seguridad se entiende como garantía de no reincidencia del autor, re-
quisito necesario para la puesta en libertad del mismo.
e) lo que antes se entendía como manifestaciones del ius puniendi em-
piezan a concebirse como lagunas de seguridad de la legislación penal.

135 Para García Aran, la norma simbólica es aquella en la que predominan los efectos simbó-

licos sobre su eficacia material. La norma simbólica tiene considerable aptitud para desvalo-
rar y estigmatizar el comportamiento que sanciona, pero poca capacidad para evitarlo. El
valor instrumental del mensaje desvalorizador es un derecho penal orientado a las conse-
cuencias. En la norma simbólica dicho mensaje se convierte en su fin principal y deja de ser
un mero instrumento para la producción de efectos materiales. GARCÍA ARÁN, Mercedes.
“El Derecho Penal Simbólico. A propósito del nuevo Delito de Dopaje en el Deporte y su
tratamiento Mediático” en Malas noticias...op. cit., p. 196.

136ROBLES PLANAS, R. “Sexual Predators. Estrategias y límites del Derecho penal de la


peligrosidad”. en Revista para el Análisis del Derecho. INDRET, Barcelona, 2007, p. 15.

– 115 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
Las nociones de “riesgo” y “prevención” pasan a conformar el núcleo
del nuevo programa de control social. Este, además de identificar y repri-
mir a los “grupos de riesgo” prioritarios o con mayor predisposición al delito
producto de sus condiciones de vida precaria –migrantes, minorías étnicas,
toxicómanos y jóvenes de periferia– se interesa también en la producción
de nuevos “grupos de riesgo”137. Sobre estos grupos de riesgo se detraen los
recursos públicos que alguna vez existieron, ya que se estiman fondos per-
didos cualquier esfuerzo de reeducación o reinserción social. Como ya
señalamos, la desviación como conducta socialmente condicionada se des-
encaja de su entorno y se internaliza en el grupo como sujeto peligroso,
reconfigurando el cuadro de responsabilidad del hecho delictivo.
La peligrosidad del delincuente y su talante incapaz de regeneración son
explotados en el tratamiento sesgado de los medios. Aquí se recurre al
derecho penal con fines exclusivamente publicitarios o de difusión de
mensajes para moralizar a los ciudadanos. Poco se repara en la demanda
que se le endosa, ajena a su rutina, cuando se confía a un instrumento co-
ercitivo una misión pedagógica que contradice su naturaleza situándolo
más alineado con una lógica autoritaria que en una cultura tolerante y de-
mocrática138. A los efectos simbólicos señalados hay que añadir también
estos efectos propagandísticos: mediante la nueva norma, el legislador
demuestra que está atento a las demandas sociales y demuestra que la capa-
cidad coercitiva del Estado está intacta, reafirmando su existencia y autori-
dad ante los ciudadanos y dando paso al rito ceremonial mediante el cual
procura su legitimación.
Entre las razones por las que el legislador recurre al derecho penal
simbólico, algunos autores139 destacan que no sólo le reporta una buena
imagen frente a la sociedad, también porque resulta más económico. Las
medidas o programas sociales que eran sustantivas en el estado resocializa-
dor siempre suelen ser más costosas. Y en un ejercicio simplista del cos-
te/beneficio siempre se concluye que no compensan los ingentes recursos
destinados a lentos procesos de reinserción social con escasos resultados.

137 RODRÍGUEZ, E.; “España: zero tollerance”, en Revista Archipiélago. Prisiones de la


Miseria. Estado Penal y Seguridad Ciudadana, Nº 55, 2003, p. 112.
138 PÉREZ CEPEDA, A., La seguridad como fundamento de la deriva del derecho penal postmoderno,

IUSTEL, 1º edición, Madrid, 2007, p. 335.


139 Idem, p. 336 y ss.

– 116 –
3.3. La ineficacia de la norma. ¿Ineficaz para quién?
Y, sin embargo, aún se cuestiona la ineficacia de la norma fundado en
los escasos resultados materiales. Se olvida que las políticas no apuntan
tanto a reducir el número de delitos como a rebajar los niveles de temor140.
De ordinario si en las normas penales simbólicas predomina la transmisión
de mensaje valorativo sobre sus atributos para producir efectos materiales,
ello conduce a calificar a la norma simbólica como ineficaz. Pero ¿ineficaz
para qué? Lógicamente, resultará ineficaz para la producción de efectos
tangibles en la mejora de la protección del bien jurídico. No obstante, la
norma simbólica sigue siendo apta, precisamente, para producir efectos de
su naturaleza, esto es, efectos simbólicos141.
Este grado de ineficacia material que se le imputa a la norma, puede
provenir de varios factores: su incorrección técnica, la inexistencia de ins-
trumentos para aplicarla etc., pero también de la falta de aptitud de la nor-
ma penal para abordar el conflicto142. La producción o pretensión de efec-
tos simbólicos, no deja de tener una cierta eficacia para las pretensiones del
legislador y de las instituciones políticas, aunque sea efímera, ceremonial y
no se traduzca en una protección real de bienes jurídicos en cuestión143.
Calmar el miedo y dar la sensación de que se ocupa de los problemas de
los ciudadanos es su misión y a ella se van reduciendo las iniciativas legisla-
tivas que atienden a las exigencias sociales de endurecimiento penal.
Tal ineficacia se concreta, en ocasiones, en normas que no añaden nada
a la protección previamente existente, es decir, no aportan eficacia añadida
a la que proporcionaban las normas anteriores. Son reformas destinadas a
satisfacer los efectos propagandísticos antes aludidos e incidir en la necesi-
dad de protección. Su utilidad se reduce a reforzar los valores que dicen
proteger, pero buena parte de ella no es necesaria porque la Ley penal ya
disponía de instrumentos reguladores. En este tipo de normas la función
simbólica, como hemos dicho antes, deja de ser un instrumento para la
protección de intereses y se convierte en un fin en sí mismo.

140 GARLAND, David, La cultura... Ob.cit. pp. 45


141 GARCÍA ARÁN, Mercedes. “El Derecho Penal Simbólico. Apropósito del nuevo
Delito de Dopaje en el Deporte y su tratamiento mediático” en GARCÍA ARÁN, M.;
BOTELLA CORRAL J. (Dir.), Malas noticias Medios de comunicación, política criminal y garantías
penales en España. Tirant Lo Blanch, monografías 609. pp. 198.
142 Ibidem.
143 Idem, p. 199.

– 117 –
La política criminal de la tríada seguridad, orden y control, tiende a reducirse
a una política de orden público basada esencialmente en la acción de los
aparatos policial y judicial144. Como no puede ser de otra forma, su dinámi-
ca va camino a perder de vista la combinación de medidas represivas, pre-
ventivas y de acompañamiento social, sin cuyo recurso difícilmente se re-
cuperen estados de confianza social y de ciudadanía fortalecida en su
madurez para asumir los riesgos sin ceder al chantaje de la ideología de la
seguridad.
Las iniciativas de reforma que emergen con frecuencia sorprendente
expanden cada vez más las fronteras del Derecho penal, menguando la
importancia y el alcance que antes tenía la política criminal. La política
criminal que conocimos en el estado de bienestar no solo se suscribía a la
sanción de normas y leyes, suponía además un espectro más amplio de
investigaciones e intervenciones sociales dirigidas a la prevención y al tra-
tamiento de la criminalidad. La política criminal, en su acepción más am-
plia, debería incluir también medidas de política social que no necesaria-
mente se reflejan en normas con rango de ley145. Pero ésta ha dejado de ser
sustantiva para alimentar las funciones del derecho penal. Ello tiene una
expresión concreta en la incorporación de ilícitos administrativos al Código
Penal, convirtiéndolos en delitos. Se difunden así las fronteras entre el
Derecho Penal y el Derecho Administrativo sancionador, lanzándose el
mensaje de que sólo el Derecho Penal –inocuización del delincuente, coer-
ción y represión– está en condiciones de resolver los problemas de insegu-
ridad. Se anulan así los principios claves de la política criminal como la
intervención penal mínima, la subsidiariedad del Derecho penal respecto
de otros instrumentos de control social y su carácter de última ratio146.

Conclusiones
1. El discurso de los medios de comunicación respecto del hecho cri-
minal y del problema social de la inseguridad personal, se ha desplazado de

144 PHIFIPPR R. en el prologo de RECASENS I BRUNET, A., La seguridad y sus políticas,

Editorial Atelier, Barcelona, 2007, p. 8.


145 GARCÍA ARÁN Mercedes; LUIZ PERES-NETO. “Discursos mediáticos y reformas

penales de 2003”, en Malas noticias Medios de comunicación...op. cit., p.154.


146 GARCÍA ARÁN M., y PERES-NETO, L. “Discursos mediáticos y reformas penales de

2003”, en Malas noticias. Medios de comunicación...op. cit., p.193.

– 118 –
la defensa del orden social que predominaba hace algunos años hacia otro
centrado en la víctima, su historia personal y sus exigencias vindicativas.
2. El recurso del miedo –construido socialmente– que se muestra como
un avance impune de la criminalidad, mediatiza la relación del ciudadano
con el Estado y la reduce a la exigencia del endurecimiento del control
social vía elevación de penas y sanciones y restricciones al sistema de ga-
rantías. De esta forma influyen en determinada respuesta legislativa en
materia de política criminal dando paso a lo que se ha denominado popu-
lismo punitivo.
3. El ideal resocializador se ha abandonado, trasladando todas las de-
mandas de un mayor control social hacia la esfera del derecho penal. Ocu-
rre entonces una expansión de la intervención penal, supeditando a la polí-
tica criminal al cumplimiento de las funciones simbólica y efectiva del
derecho penal. De última ratio en la orientación política del estado de
bienestar, el derecho penal se aplica ahora como primera y única ratio.
4. El control social que emerge en las sociedades del riesgo y del miedo
se orienta por la ideología de la seguridad, que sustituye la dimensión social
de la desviación del comportamiento delictivo por la responsabilidad del
delito encarnada en los grupos de riesgo.

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– 122 –
LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA
EN LAS TENDENCIAS HEMISFÉRICAS SEGURITARIAS
EN PARAGUAY: UN ANÁLISIS DE CASO

Sonia Winer*

Introducción
Las actuales políticas públicas de seguridad y defensa posteriores a las
administraciones coloradas, reproducen ciertos elementos doctrinarios de
continuidad al momento de afrontar escenarios sumamente complejos147.
El estudio de caso del denominado Operativo Jerovia (una intervención
policiaco-militar que se desarrolló en el noreste de Paraguay entre enero y
marzo del 2009) pretende demostrar esta hipótesis, interpelando las estra-
tegias del nuevo gobierno en la búsqueda de abordajes sobre el conflicto
social que resulten superadores de los utilizados por gobiernos anteriores.
Los elementos doctrinarios que atraviesan la gestión del Ministro del
Interior148, resultan antagónicos a las necesidades de las clases subalternas
guaraníes; y presentan contradicciones para las organizaciones campesinas

* CONICET-IIGG-UBA (soniawiner@hotmail.com)
147 Signados por déficit históricos estatales en materia de reparto de la tierra, políticas sociales,
sanitarias, o de aportación tecnológica para los trabajadores rurales, los cuales se acentúan en
determinados territorios del país.
148 En este sentido, se evidencian las dificultades para revertir tendencias teóricas de inicios

de los ochenta apuntaladas en el hemisferio con la administración de G. W. Bush, y que se


fortalecieron durante el gobierno de Duarte Frutos (2003-2008) en sectores e instituciones
funcionales a los intereses de las clases dominantes guaraníes (incluso a través de su legiti-
mación institucional, como por ejemplo con la promulgación de la ley 2594 de 2005 deno-
minada antiterrorista).

– 123 –
que, aunque con cada vez más críticas149, continúan apoyando a la adminis-
tración liderada por Fernando Lugo150.
Si analizamos el operativo seleccionado desde una perspectiva dinámica
centrada en el proceso de sucesivas tomas de posición del Estado paragua-
yo y otros actores –tales como las propias fuerzas policiales, las fuerzas
armadas, o algunos de los medios de comunicación (ABC Color y Ultima
Hora)– tejidas alrededor del surgimiento, tratamiento, y resolución de una
cuestión problematizada151 –en este caso, el del accionar de un grupo in-
surgente denominado Ejército del Pueblo Paraguayo EPP–; observaremos
que esta política pública se encuentra franqueada por conceptos y prácticas
normativas que exhiben como telón de fondo la nueva doctrina de inse-
guridad mundial 152 consolidada tanto por la potencia estadounidense, así
como también por un sector hegemónico de la literatura académica mun-
dial, surgidos del nuevo escenario internacional post 11 de septiembre.
Escenario frente al cual se insiste en vincular el crimen organizado con
el terrorismo internacional153 (en especial cuando se lo relaciona a su vez
con grupos que cuestionan intereses empresariales), recomendándose el
uso del instrumento militar en cuestiones seguritarias para el combate con-
tra este tipo de “nuevas amenazas”154.
Ideología que incide en el diseño de políticas públicas de otros países
del continente interrogando la capacidad de gestión de la violencia de los

149 Ver http://fncmarandu.blogspot.com, y http://convergenciapopular.blogspot.com


150 Las cuales evidencian la necesidad urgente de generar intelectuales orgánicos –en el
sentido gramsciano– preparados en su formación para asumir puestos de gobierno.
151 O. Oszlak, G. O’Donnell Guillermo: “Estado y políticas estatales en América Latina:

hacia una estrategia de investigación”. Publicado por el Centro de Estudios de Estado y


Sociedad (CEDES), Buenos Aires, Documento G. E. CLACSO/ n°. 4, 1981.
O. Oszlak y G. O' Donell (1982): "Estado y políticas estatales en América Latina: hacia una
estrategia de investigación", en Revista Venezolana de Desarrollo Administrativo, nº 1,
Caracas.
Se recomienda también leer G. O' Donell, (1984): "Apuntes para una Teoría del Estado",
en O. Oszlak (comp.), Teoría de la Burocracia Estatal, Ed. Paidós, Buenos Aires. 1984.
152 Cuyas características no desarrollaremos en este trabajo pero recomendamos ver J. G.

Tokatlian (2008): “El militarismo estadounidense en América del Sur”, en Le Monde Diplo-
matique año IX, n° 108, Buenos Aires, 2008.
153 Se recomienda leer las publicaciones de autores como F. Kagan, T. Sanderson, B. Hoff-

man o L. Richardson.
154 Según la célebre definición realizada por Paul Pillar en su libro Terrorism and U.S. Foreign

Policy, el terrorismo internacional como amenaza se caracteriza por la premeditación de


grupos no-estatales, cuyas motivaciones políticas los conducen a realizar acciones contra
blancos que no se encuentran en ese momento en actitud combatiente.

– 124 –
gobiernos progresistas155 de la región, no solo en lo relativo a las tensiones
que enfrentan a la hora de modificar directrices y conductas instauradas (o
mismo legalidades heredadas de procesos históricos particulares), sino
también en cuanto a fortalezas y debilidades propias (por ejemplo: cantidad
de cuadros calificados comprometidos y unificados en torno a un proyecto
alternativo). Aspecto que interpela también sus peripecias para proyectar
propuestas contra-hegemónicas en el momento de lidiar con el aparato
represivo estatal heredado.
En Paraguay operan, además, condicionamientos estructurales156, que
sumados a los coyunturales (por ejemplo, un presidente que enfrenta un
Congreso integrado por una mayoría opositora), reducen el campo de ac-
ción del actual gobierno. Y, sobre todo, el dilema de que la heterogénea
alianza liderada por Lugo no cuenta aún con el apoyo de una fuerza social
de base consolidada (cuyos altos niveles de conciencia se traduzcan en un
aumento cualitativo del grado de organización de acciones y propuestas), ni
con una dirigencia con la suficiente experiencia acumulada y con tiempos
de maduración práctica en el diseño administrativo157.
Los elementos centrales que coinciden con la línea trazada desde el norte158
y que se replican en las políticas públicas paraguayas159 son los siguientes:

1. La apelación discursiva a diversos tópicos conceptuales centrados en


la necesidad de apelar al instrumento militar de la lucha contra la

155 Definidos así en tanto no acceden al poder como expresión directa de las clases domi-

nantes, aunque presentan tensiones endógenas, pugnas internas, y diferentes niveles en la


radicalidad de las reformas institucionales y económicas en materia democrática.
156 Desarrollados en S. Winer (2008): “Las Políticas de Seguridad y Defensa en Paraguay:

perspectivas y desafíos frente al nuevo escenario político”, en Revista Esbocos. Revista do


programa de pos-gradacao em historia da ufsc n° 20, Florianópolis, 2009. Ver también
http://produccion.fsoc.uba.ar/paraguay/producciones.htm
157 Aunque cabe destacar los sucesivos intentos de unidad de los sectores de izquierda y

movimientos sociales por construir alianzas que permitan sustentar la radicalización del
proceso en sentido progresista, como los Frentes Social y Popular y el Frente Patriótico, y –
sobre todo- el más reciente Espacio Unitario- Congreso Popular conformado en mayo de
2009 por ambos frentes, sumados el Partido Comunista paraguayo, el Movimiento Popular
Tekojoja, el Partido Movimiento Hacia el Socialismo, el Partido Convergencia Popular Socia-
lista y el Partido del Movimiento Patriótico y Popular.
158 Tendencias hemisféricas promovidas por diferentes agencias estadounidenses en el

continente entre las que se destaca el Comando Sur.


159 Incluyendo el caso analizado, aunque sobrepasan al mismo e incluso las políticas para-

guayas atravesando con tensiones doctrinarias y normativas iniciativas de tipo regional


como el Consejo Sudamericano de Defensa –en el marco de la Unión de Naciones del Sur-.

– 125 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
“delincuencia” y la “inseguridad ciudadana”; o el recurso argumenta-
tivo que busca asociar la necesidad de una presencia estatal de tipo
represiva en áreas donde fallaría el monopolio legitimo de la violen-
cia (las llamadas “zonas grises” según el Pentágono) y el control te-
rritorial de tipo weberiano160;
2. La progresiva “narcotización” de los argumentos que utiliza el go-
bierno; y que es reproducida y condicionada por determinados me-
dios de comunicación tanto para fundamentar el operativo, como
para perseguir a ciertos líderes.
3. La utilización de la tortura en los interrogatorios y prácticas de vio-
lencia extrema que buscan disciplinar a la población campesina –la
cual es asociada discursivamente al narcotráfico– y pretenden forzar
la delación sobre dirigentes sociales. Básicamente prosigue un es-
quema estatal heredado de criminalización selectiva que busca des-
motivar por medio del temor, en ciertos casos conllevando implica-
ciones masivas;
4. la utilización de la figura legal de “comisión de crisis” como norma
qua habilita acciones de carácter excepcional qua apuntan a borrar
los límites entre seguridad interior y defensa exterior; y a consolidar
una institucionalidad que opera en el borde de la legalidad vigente, la
cual pude asignar “nuevos roles” o “tareas” a las fuerzas armadas.

La incidencia de la doctrina estadounidense en el Operativo Jerovia


El 1° de enero del 2009 se conoció la noticia de que un puesto militar
ubicado en Tacuatí –departamento de San Pedro–, habría sido asaltado y
quemado en horas de la medianoche por un grupo de personas que se
reivindicaban miembros del EPP161.
A los pocos días, el gobierno puso en marcha un operativo que habili-
taba a las fuerzas militares a brindar apoyo logístico a las fuerzas policiales,
considerando las circunstancias del hecho como excepcionales162. Dicho

160 Ver M. Weber, Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, México DF, 1993.
161 En realidad existe poca información confiable sobre este grupo, aunque se cree que sus
miembros son pocos, sin demasiada formación política ni capacidad y fortaleza de acción
en comparación con otras guerrillas del continente. Puede considerarse que surgen como
un desprendimiento del Partido Patria Libre y aúna a ex militantes, cuyos máximos referen-
tes se encuentran presos y condenados por diversos secuestros como el de Maria Edith
Berdenabi.
162 Cabe mencionar que esta modalidad ya se venía implementando en administraciones

anteriores.

– 126 –
operativo fue bautizado Jerovia163, y contó con alrededor de mil efectivos,
un avión, cuatro helicópteros y más de setenta vehículos que partieron
hacia los departamentos de Concepción, San Pedro, Amambay y parte de
Canendiyú. El objetivo del Jerovia tenía como fin el capturar a los supuestos
insurgentes bajo la atenta mirada de fiscales especializados en anti-
secuestros como Ninfa Aguilar164, entre otros miembros del Ministerio
Público165, quienes brindaban un contenido de legalidad al accionar de las
fuerzas conjuntas –FC–.
Los miembros de las fuerzas oficiales ocuparon gran parte de la zona
oriental paraguaya, en un impresionante despliegue, apelando a la “colabo-
ración” de la población local para conseguir información sobre los presun-
tos guerrilleros, utilizando en especial la técnica del interrogatorio.
Los sectores militares fueron un actor fundamental a la hora de montar
el operativo166, siendo vinculados por algunos dirigentes campesinos con
empresarios de la zona ocupada167. Dichos sectores apoyaron al gobierno
en el diseño y la participación de Jerovia, interpretando el episodio de Ta-
cuatí como una especie de oportunidad para reposicionar la desprestigiada
institución castrense en el desarrollo de “nuevos roles” que justificaran su
propia existencia168.
Esta última afirmación se puede apreciar a través de una lectura del
pensamiento del Ministro de Defensa, que había escrito un tiempo antes:
“…soy del parecer de que finalizada la guerra fría estamos en un momento histórico, en
el que debemos recuperar aquel prestigio inherente a la misma esencia de las fuerzas
armadas (…) pues en un país pequeño, en vías de desarrollo, las necesidades son infini-
tas y la participación en estas necesidades es altamente satisfactoria, ya que se trabaja en

163 Palabra de origen guaraní: “la necesidad de depositar la confianza en alguien”.


164 Una de las personas entrenada en Colombia que representaría el brazo judicial de esta
política dirigida por el Ministro del Interior Rafael Filizzolla.
165 Sumamente cuestionado en base al historial que presenta esta institución en materia de

“encubrimiento” de violaciones a los derechos humanos sobre la dirigencia campesina


perpetrados por policías y militares. Ver los sucesivos informes anuales de la Coordinadora
de Derechos Humanos del Paraguay en www.codehupy.org.py
166 Aunque es preciso destacar que la iniciativa principal provino del Ministerio del Interior

y no del de Defensa.
167 Según declaraciones de Demetrio Alvarenga publicadas en el Informativo Campesino n°

232, enero/febrero de 2009, en www.cde.org.py levantada el 4 de marzo de 2009, p. 6 y 7.


168 A pesar que existen posiciones diversas y hasta encontradas en esta materia al interior de

las Fuerzas Armadas.

– 127 –
tareas concretas en beneficio directo de la sociedad, que de paso generan reconocimiento y
simpatía hacia la institución armada”169.
A dichas fuerzas, se les sumaron otros actores claves en la conforma-
ción de la política, como los medios de comunicación hegemónicos que,
desde sus editoriales y diversas secciones, exigían “reacciones” por parte
del Ejecutivo para brindar seguridad a la población norteña.
Una técnica muy utilizada por algunos de éstos fue relacionar hechos
puntuales con procesos históricos diversos, por ejemplo, el intento de
ABC Color170, de vincular al EPP con sucesos que comprenderían desde la
revolución cubana, hasta una sublevación en el Congo en 1908.
En una sucesiva serie de textos intencionadamente se buscaba el plan-
tear la falta de acción presidencial durante la primera semana de enero con
encubrimientos –y hasta con simpatías ideológicas hacia la lucha armada–
por parte del gobierno de Lugo171.
Constituyéndose las editoriales de ABC Color y otros periódicos en
símbolo de un proceso de lobby sistemático del conjunto mediático que
condiciona la política pública172, al tiempo que luego se constituye en jue-
ces y voceros de las mismas retransmitiendo el proceso de sucesivas tomas
de posición discursiva del Estado frente a la cuestión problematizada.
Basta leer: “Ante la certera información de la existencia de guerrilleros,
el Gobierno ha decidido implementar una estrategia para restar importan-
cia y minimizar la incursión de los revolucionarios. Trata de "delincuentes"
comunes" a los grupos subversivos y así evita el juego de hacerles la propagan-

169 Gral. Div. L. Bareiro Spaini, El rol de las Fuerzas Armadas en la Sociedad y el Desarrollo Na-
cional, en www.defensanacional.cc/images/desarrollo.doc, consultado el 3 de marzo de 2009. Cabe
destacar sin embargo que a comienzos de 2010 el mismo Ministro de Defensa ha modifica-
do algunas de sus posturas generándose un intenso debate en torno a los roles que deben
cumplir las Fuerzas Armadas y la injerencia colombiana y estadounidense respecto de la
soberanía nacional en materia de “asesoramiento” militar.
170 Ver ABC Color, 5 de enero de 2009.
171 Para más información se recomienda la lectura de las editoriales de los periódicos ABC

Color y Ultima Hora de la primer semana de enero de 2009. Disponibles en www.abc.com.py y


www.ultimahora.com
172 Se reconocen el problema metodológico que implica tomar a los medios de comunica-

ción como única fuente de análisis, en tanto que éstos producen y reproducen por medio
del texto y del habla pública la base ideológica para las políticas de dominación. Ver T. Van
Dijk, Racismo y análisis crítico de los medios, Ediciones Paidós Ibérica S.A. España, 1997.
Para superar el problema metodológico que genera la utilización de los medios de comuni-
cación como fuente de información, el análisis se sustenta también en otras fuentes como
trabajo de campo realizado durante el operativo y entrevistas a funcionarios públicos invo-
lucrados en el mismo.

– 128 –
da… El Gobierno no levantará el Operativo Jerovia. El objetivo es sacar el apoyo de los
campesinos al EPP. Es que durante los allanamientos se incautaron documentos y pruebas
de la conexión entre guerrilleros, narcotraficantes, delincuentes comunes y labriegos”173.
Es importante detenerse a considerar que el tratamiento mediático
condensa un discurso socialmente compartido, construido sobre una base
real de situaciones174 como, por ejemplo, la que se vive en la zona estudia-
da. Efectivamente, en el noreste paraguayo, producto de una serie de facto-
res como la caída del precio del algodón y luego del sésamo, así como de-
bido a la impunidad del que gozan los grandes comerciantes de marihuana
que abastecen a Brasil, el narcotráfico se constituye en una realidad palpa-
ble cotidianamente. Sin embargo, esta “base de realidad”175 fácilmente
perceptible para la población local es utilizada para introducir una perspec-
tiva ideológica que termina legitimando una política funcional a institucio-
nes reaccionarias acostumbradas a seguir las directrices de Washington176.
Con Jerovia se deja al descubierto como operan el sistema comunicacio-
nal hegemónico, propiciando ciertos contenidos discursivos que promue-
ven y justifican la militarización de la zona. A partir de la construcción
argumentativa basada en la “lucha antiguerrillera” encabezada por “delin-
cuentes” que son vinculados primero al EPP –despolitizando el accionar
del mismo–, y luego al cultivo mismo de las drogas ilegales; ABC Color
publica: “Documentos del EPP en centro de acopio de marihuana… informes del
servicio de inteligencia determinaron la existencia de un centro de acopio de marihuana,
relacionada con simpatizantes del EPP”. 177
Este corrimiento discursivo hacia el tema de la marihuana se debe al
poco impacto inicial que produjo en el público-lector la “amenaza” repre-
sentada por el EPP. Por lo tanto, los argumentos periodísticos y estatales
se van a ir modificando para desvincularse de la lucha armada con motiva-
ciones políticas, hacia la asociación del operativo con el combate contra la
delincuencia y el tráfico de estupefacientes178.

173 Ver Ultima Hora, 25 de enero de 2009.


174 Ver M. Barbero: De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía, 5ª Edición,
1ª Reimpresión, Unidad Editorial del Convenio Andrés Bello, Bogotá, 2003.
175 Ibid.
176 Aunque también tiene una gran influencia doctrinaria sobre la institución la escuela

geopolítica brasileña.
177 Ver ABC Color, 21 de enero de 2009.
178 Aunque debe resaltarse que el Ministro Filizolla negó desde el primer momento la exis-

tencia de guerrillas en Paraguay, caracterizando al EPP como delincuentes comunes, con el


fin de “no hacerles el juego” propagandístico (pero quizás también de desvincular el accio-

– 129 –
En este sentido, el propio presidente Lugo afirmó “que no permitirán que
se siga usando el territorio paraguayo para hechos ilícitos que dan la fama al país de
acompañar el contrabando y la ilegalidad (…) las FC están cortando el tráfico de ma-
rihuana, creando una línea de contención a delincuentes en el norte”179.
El discurso entonces girará en torno a la necesidad de incautar planta-
ciones que se encontrarían dentro de los asentamientos campesinos, y de
este modo se buscaría fortalecer la asociación de la lucha política por la
tierra con el delito común, en territorios caracterizados por una fuerte
tradición de movilización y organización de trabajadores rurales. No es
casual que desde Ultima Hora las noticias se publiquen desde una sección
titulada “El Narcotráfico y los problemas sociales”180.
Demostraciones de estos intentos de asociación aparecen constante-
mente si uno realiza un análisis del discurso en los periódicos del momento
comprendido entre enero y marzo de 2009, por ejemplo, en textos como el
siguiente: “los narcotraficantes brasileños hallaron aliados de lujo en el Paraguay,
como son varios dirigentes campesinos, quienes obligan a parte de su
comunidad a cultivar marihuana, a cambio de no expulsarlos de los
asentamientos181”182.
Lo cierto es que los departamentos de San Pedro y Concepción vieron
nacer a la dirigencia más trascendente de las organizaciones campesinas
–como los hermanos Benítez–, conjuntamente con líderes políticos pro-
gresistas incluso dentro de las instituciones más tradicionales del Paraguay
–como la Iglesia Católica, o el Partido Liberal Radical Autentico–, quienes
fueron radicalizando sus posturas en coincidencia con las demandas de las
clases subalternas locales183.
La consolidación de la figura del dirigente campesino en tanto “sujeto
amenazante” evidencia una reinterpretación mediática influida por los
lineamientos estratégicos estadounidenses, los cuales buscan involucrar la

nar del EPP con cierta aura romántica que porta la figura del “guerrillero”). Ver Ultima
Hora, 5 de enero de 2009.
179 Ver Ultima Hora, 10 de febrero de 2009.
180 Buscar publicaciones durante el periodo analizado (enero-marzo de 2009) en

www.ultimahora.com
181 Lo destacado en negrita es producto de la autora de este artículo.
182 Ver Ultima Hora, 6 de febrero de 2009.
183 El caso del propio Fernando Lugo cuando era obispo, o del actual gobernador Pakova

Ledesma, acusado de apoyar las acciones de toma de tierras por campesinos a latifundistas
del lugar. Ver Ultima Hora, 29 de mayo de 2009; o ABC Color, 6 de junio de 2009.

– 130 –
conflictividad social y la pobreza con la lucha antiterrorista liderada por ese
país.
Basta leer la publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional de la
Casa Blanca de 2002, donde Paraguay fue mencionado como un ejemplo
del tipo de Estado donde “miles de terroristas entrenados siguen en libertad y han
establecido células”184, pues “la pobreza no hace que los pobres se conviertan en terro-
ristas y asesinos. Pero la pobreza, las instituciones débiles y la corrupción pueden hacer
que los Estados débiles sean vulnerables a las redes terroristas y a los carteles de narco-
traficantes dentro de sus fronteras (…) Estados Unidos se ve ahora amenazado no
tanto por conquistadores como por Estados fallidos”185.
La conceptualización norteamericana sobre los riesgos de estas “aéreas
ingobernables” presenta un fenómeno especial. Más que una “ausencia
estatal”, lo que se registra es que Estados reconocidos por la comunidad
internacional permitirían el desarrollo en ciertas zonas de actividades ilega-
les, asumiendo una posición cómplice que se constituye como enlace insti-
tucional de “protección” hacia los grupos que desarrollan actividades ilíci-
tas en el territorio. Por lo tanto, el reparto de la ganancia a nivel de
funcionarios públicos obtenidas por las diligencias clandestinas fomenta los
niveles de corrupción –en el caso guaraní, exacerbado por un régimen políti-
co específico que posibilitó que el partido colorado permaneciera más de
sesenta años en el poder–, y actuaría de manera funcional a las tendencias
donde determinados actores transnacionales buscan lugares para desarrollar
negocios sumamente rentables. Concretamente, la falta de presencia estatal
argumentada no es más que un conjunto de problemas de tipo estructural
asociados a conductas oficiales corruptas (influidas por redes mafiosas)186,
y falencias en servicios básicos hacia la población relacionados a déficits
históricos en materia institucional –en especial, de control y organización
de la administración pública–, y a una cultura política y condiciones marca-
das por el modelo económico de las últimas décadas.
La necesidad de instaurar la “presencia del Estado” se aprecia de modo
permanente tras el Jerovia. Mediante sucesivas conferencias de prensa, se
fue instalando dicha noción, con el pretexto de brindar seguridad a los

184 G. W. Bush, La estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América,


www.whitehouse.gov
185 Ibid.
186 El personal del sector policial de las Fuerzas conjuntas que participaron en el operativo

se encuentra denunciado por el involucramiento en trabajos ilícitos para los terratenientes


de la zona, cobros de “peaje” al transporte de drogas, y en el servicio de “vigilancia” de las
plantaciones de marihuana.

– 131 –
lugareños. El mismo Filizzola destacó como mayor logro del operativo
policíaco-militar la aceptación de la ciudadanía: “según una encuesta, el 77% de
la población conoce el procedimiento, mientras que el 88% lo aprueba”187.
Si bien los habitantes denunciaban la presencia de mafias y el impune
accionar de delincuentes vinculados a éstas, hacían especial hincapié en
otro tipo de demandas vinculadas a aspectos sociales, laborales y sanitarios,
de las cuales el gobierno manifestó hacerse eco: “Filizzola reconoció que no
bastará asegurar la zona solamente con las armas, ´el Gobierno es consciente plenamente
de que la presencia del Estado no se debe reducir a comisarías ni cuarteles´, precisó.
Anunció que próximamente se formará una coordinadora con funcionarios de educación,
salud, agricultura y los ministerios sociales para diseñar un plan que permita acompañar
a los pobladores con proyectos que les ayuden a combatir la pobreza”188. Sin embargo,
la coordinadora anunciada nunca se materializó.
Cabe destacar aquí otro aspecto interesante expresado por el Ministro
del Interior, quien apela a la palabra “combate” para referirse a la pobreza,
en lugar de hablar de su “erradicación”, evidenciando una concepción
enmarcada dentro de la “batalla” seguritaria a dar contra las “nuevas ame-
nazas” planteadas en la agenda internacional (cualitativamente divergente
con los paradigmas fundamentales en materia de políticas sociales).
Por otra parte, a pocos días de comenzado el operativo, los abogados
de la Coordinadora de Derechos Humanos de Paraguay189 denunciaban
prácticas sistemáticas de torturas a pobladores rurales190, acoso sexual hacia
mujeres y persecuciones a luchadores por la tierra.
La confirmación de la persistencia de un patrón constante de ejecucio-
nes selectivas sobre los movimientos de trabajadores rurales –ampliamente

187 Ver Ultima Hora, 10 de febrero de 2009.


188 Ver ABC Color, 25 de enero de 2009.
189 Conocida por sus siglas CODEHUPY.
190 De acuerdo al relato de Crispín Fernández: tras ser detenidos el 11 de enero de 2009

(junto a Américo Fernández, Néstor Ocampos, Héctor Martínez y Alcides Martínez) en


Nueva Fortuna, fueron conducidos por miembros de las Fuerzas primero a la comisaría de
Kuruzu de Hierro y luego a un destacamento militar en Tacuati. Ya entrada la noche,
vendándoseles los ojos, los condujeron a unos metros del lugar donde se los desnudó ante
la presencia de efectivos policiales y militares, mientras se les cubría la cabeza con bolsas de
plástico para darles sensación de asfixia y se les apretaban los testículos exigiéndoles involu-
crar a algunos dirigentes campesinos en la quema del destacamento militar del 31 de di-
ciembre de 2008. Estuvieron 32 horas privados ilegítimamente de su libertad en un desta-
camento militar sin ninguna causa judicial. Ver entrevista realizada a la abogada Maria José
Duran publicada por el Informativo Campesino n° 232, enero/ febrero de 2009, en
http://www.cde.org.py, levantada el 4 de marzo de 2009, pág. 5.

– 132 –
documentada por el informe Chokokue191–, sería el asesinato del 12 de fe-
brero del 2009 en la Colonia Hugua Ñandu (Concepción), del líder de la
organización campesina nacional, Martín Ocampos.
Según el abogado Juan Martens, la figura del delincuente o terrorista en
Paraguay es construida discrecionalmente por quienes detentan el poder.
Asimismo, muchas de las ejecuciones han sido encubiertas o legitimadas
por una fiscalía excesivamente “colombizada” y por la criticada propuesta
de modificación del Código Procesal Penal Paraguayo192. Esta configura-
ción del potencial enemigo apuntaría a quienes tienen capacidad de organi-
zación e incidencia progresista en el cambio. Dentro de este razonamiento,
y debido a la manera en que se desarrolló el modelo de acumulación en
Paraguay, son los propios campesinos quienes poseen la fuerza suficiente
para parar al país, por lo tanto se constituyen en los mencionados “sujetos
amenazantes" para los intereses de las clases dominantes.
En este sentido, Jerovia constituye una clara expresión de los niveles de
penetración ideológica de la doctrina estadounidense entre los funcionarios
del actual gobierno, debido a su énfasis en la contrainsurgencia, la posterior
“narcotización” de los fundamentos para llevarla a cabo y la utilización de
figuras legales –como la “comisión de crisis”193–, que se esgrimen para
legitimar este operativo; aparte del uso de “técnicas de interrogatorio” que
se salen por fuera del sistema normativo vigente y violan los tratados de
derechos humanos internacionales. El artículo 90 del Código Penal Para-
guayo prohíbe a la policía tomar declaraciones, bajo nulidad absoluta. Asi-
mismo, los militares no pueden intervenir en procesos que tengan relación
con civiles. La forma en que se consiguieron las “declaraciones” constituye

191 Según este informe, entre 1990 y 2004 se produjeron 895 conflictos de tierra, 571 mani-

festaciones públicas, 7296 campesinos/as fueron detenidos o entraron en procesos judicia-


les, 75 fueron ejecutados y existen 2 desaparecidos. Ver Informe Chokokué, CODEHUPY,
Asunción, 2007.
192 Conferencia de Juan Martens realizada en el marco de las actividades recordatorias de los

20 años del retorno de la democracia, Museo de la Memoria, Asunción, 2009.


Para más información sobre el proyecto de reforma se recomienda navegar las siguientes
páginas web: www.inecip.org.py; y www.baseis.org.py
193 Esta comisión habilita el corrimiento de funciones de las Fuerzas Armadas hacia tareas

de Seguridad Interior, aspecto que, según la experiencia Argentina y de otras naciones,


comienza siempre como excepcional, momentánea, pero termina constituyéndose en habi-
tual y permanente, fortaleciendo el funcionamiento policiaco de las Fuerzas Armadas en el
disciplinamiento de la población real o potencialmente insurgente.

– 133 –
un acto de barbarie jurídica pues muchas de ellas fueron generadas bajo
tortura y sin asistencia de defensores194.
Entre el 2004 y el 2006 el personal estadounidense dictó varios cursos
de estrategias antiterroristas en Paraguay, exigiéndole al entonces presiden-
te Nicanor Duarte Frutos (2003-2008) inmunidad jurídica para que su per-
sonal no pudiera ser juzgado ante la Corte Penal Internacional en caso de
que cometieran delitos de lesa humanidad en dichos entrenamientos, que-
dando pendiente una investigación por parte del actual gobierno sobre los
aprendizajes obtenidos por las Fuerzas locales en esos los cursos.
Luego de los cuales, las técnicas estadounidenses de interrogatorios a
sospechosos consistentes, por ejemplo, en la utilización del método de
aplicar una bolsa de plástico en la cabeza para generar en el prisionero la
sensación de asfixia, o el del simulacro de fusilamiento, fueron denuncia-
dos por campesinos paraguayos durante el operativo Jerovia195.
Aspecto que muestra la manera en que el nuevo cuerpo de funcionarios
del gobierno de Lugo se encuentra atrapado, en definitiva, frente al dilema
de regirse por la lógica de la urgencia política, la herencia de aparatos insti-
tucionales196, las practicas instauradas y la falta de desarrollo de una escuela
de pensamiento crítico en materia de Seguridad y Defensa que se plantee
independientemente de los intereses de la potencia hegemónica del norte y
que pueda dar la disputa doctrinaria frente a las aspiraciones sub-imperiales
de los países vecinos dentro del Consejo Sudamericano de Defensa con-
formado en el marco de la UNASUR197.
Esta lógica es potenciada por los efectos de una crisis de acumulación
donde ciertas necesidades del sistema –como el control de la informa-
ción198, mercancías, recursos estratégicos, de capitales, personas, rutas e

194 Ver entrevista realizada a la abogada Maria José Duran publicada por el Informativo Cam-

pesino n° 232, enero/ febrero de 2009, en www.cde.org.py, levantada el 4 de marzo de 2009,


pag. 5.
195 Ver www.codehupy.or.py
196 Sobre este tema se recomienda J. Martens y R. Orrego: “Derecho a la Seguridad”, en

Derechos Humanos en Paraguay 2008, CODEHUPY, Asunción, 2008.


197 En esta línea queda pendiente reflexionar sobre si la participación en proyectos como el

Consejo Sudamericano de Defensa conducirán a la desaparición de las hipótesis de conflic-


to que refieren a la amenaza vecinal o no.
198 Justamente una tarea en las políticas públicas de Seguridad y Defensa paraguayas debiera

investigar las denuncias realizadas por el periodista Edgar Ferreira el 12 de abril de 2009
sobre los objetivos de la segunda fase del Plan Umbral, y las intenciones de la actual emba-
jadora estadounidense en el país, Liliana Ayalda, para que via Casals y la estadounidense
Indentity Soltions adquieran el derecho de desarrollar un sistema informativo que genere y

– 134 –
infraestructura hacia los centros del poder–, se profundiza a nivel mundial
independientemente del viraje diplomático y de la retórica de la administra-
ción de Obama.
Según Tokatlian, la estrategia de una década (planteada hasta 2016 por
el Comando Sur de EEUU), evidencia un plan integral, cuya ejecución se
presenta independientemente del futuro político-militar de Irak, Afganistán
y del cambio de administración.
Una de las características de la nueva doctrina de inseguridad mundial que
Washington persiste en instalar en la región, consiste en asegurar que las
amenazas –como el crimen organizado transnacional, el terrorismo global y
el narcotráfico mundial–, obligan a dejar de lado la división entre seguridad
interna y defensa externa, borrando las fronteras entre tareas policiales y
militares; insistiendo en una reforma normativa para adecuarla a los “nue-
vos tiempos”. Tiempos en los cuales Paraguay se convierte en el país del
Cono Sur que ha dado más pasos en ese sentido durante el periodo 2001-
2007199, y queda claro que operativos policíaco-militares como el Jerovia
apuntan en esa misma dirección.
¿Por qué no dotar los poderes judiciales de recursos para enjuiciar, por
ejemplo, a aquellos policías que “completan” sus bajos salarios custodian-
do grandes plantaciones de marihuana en el norte en lugar de militarizar la
zona; o realizar otro tipo de operativos en fronteras como la de Ciudad del
Este y Pedro Juan Caballero que apunten a castigar las prácticas corruptas
y mafiosas de los gobernantes en lugar de ceder tierras para instalaciones
de la DEA que solo han conseguido correr unos kilómetros las dinámicas
de trafico fronterizo y se hallan mas ocupadas en tareas de inteligencia que
de lucha contra el narcotráfico? Son algunas de las preguntas que debieran
hacerse quienes diseñaron el operativo.

Conclusión
Amerita un serio replanteo (a partir del análisis objetivo de sus conse-
cuencias) sobre la capacidad que han expresado las agencias estadouniden-
ses para luchar verdaderamente contra el narcotráfico y contra el terroris-
mo, siendo que sus principales receptores de ayuda militar-seguritaria y
económica no han mostrado buenos resultados.

administre la base de datos del Departamento de Identificaciones de la Policía guaraní. Ver


ABC Color, 12 de abril de 2009.
199 Como se desarrollara en S. Winer (2008): “Las Políticas de Seguridad y Defensa en

Paraguay...”, op.cit. p. 68-85.

– 135 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
Basta indagar los efectos de la doctrina norteamericana en el caso co-
lombiano (primer beneficiario de asesoramiento estadounidense en el con-
tinente), a donde, por otro lado, Paraguay envía a sus policías y fiscales a
entrenarse en lucha “antiterrorista” y “antisecruestos” (sin que queden
claros los contenidos de los programas de aprendizaje en esa materia)200.
Colombia ha visto crecer la superficie sembrada de coca en un veintisiete
por ciento en los últimos doce meses, a pesar de las campañas de fumiga-
ción, a presencia de tropas estadounidenses y las políticas diseñadas man-
comunadamente por el gobierno de Uribe Vélez201 y el Pentágono202 tras el
argumento de erradicación del narcotráfico.
U observar el incremento exponencial la producción de drogas ilegales
en Afganistán203 a partir de su ocupación militar liderada por G. W. Bush, y
la proliferación de las redes terroristas en Irak y en otras partes el mundo.
Otro argumento sobre el cual se sostiene la renovación de acuerdos de
cooperación entre Estados Unidos y Paraguay –como, por ejemplo, a
través de la firma de la segunda fase del denominado Plan Umbral204– es el
de la necesidad de la nación guaraní de recibir asesoramiento en materia de
lucha anti-corrupción (considerada también dentro de las “nuevas amena-
zas” como cuestión seguritaria). Ayuda que recepta sin cuestionarse las
experiencias acumuladas o los intereses que tiene la potencia oferente en
esta otra materia.

200 Acuerdos de cooperación que Lugo personalmente -y por medio de la chancillería- acaba
de ratificar en marzo de 2010, pesar de la carta pública de protesta escrita por su actual
Ministro de Defensa Bareiro Spaini a la embajadora estadounidense en Paraguay, expre-
sando su oposición a la injerencia extranjera estadounidense y colombiana en asuntos
internos. Ver http://www.lanacion.com.py/noticias-296226.htm
201 Es importante destacar que el mismo Departamento de Defensa, en uno de sus informes

clasificados, describe a Uribe Vélez como “un político colombiano y senador dedicado a la
colaboración con el cartel de Medellín (...) vinculado al negocio del narcotráfico en Estados
Unidos” y a Pablo Escobar Gaviglia. Ver p. 10 y 11 , Repor Classified, Department of Defense,
publicado en www.defenselink.mil
202 Según el Informe de la Organización de las Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen

(UNDOC) publicado en 2008, la cosecha de amapola en Afganistán supero todos los re-
cords históricos en 2007 mientras que, entre 2005 y ese mismo año, la cosecha de opio se
duplico202. También se señala una impetuosa expansión de las plantaciones de marihuana.
Ver A. Boron (2008): “La IV Flota destruyo a Imperio”, publicado en el sitio web Rebelión
en agosto de 2008, www.rebelion.org, levantado el 4 de junio de 2009.
203 J. Gelman (2008): “Cuestión de pesos” publicado en el diario Página 12 el 13 de abril de

2008.
204 Sobre este plan ver ABC Color, 12 de abril de 2009.

– 136 –
Sin ir más lejos, hace unos meses, el Center for Responsive Politics de Was-
hington dio a conocer un informe donde se demostraba que en el 2006
había 151 congresistas estadounidenses (casi el treinta por ciento del total
de senadores y representantes) que poseían acciones en empresas de la
industria bélica y otras, regularmente contratadas por el Pentágono205. No
es un dato menor que el conjunto de empresas en las que invirtieron los
legisladores obtuviera contratos del gobierno por 275 mil millones de dóla-
res solo en 2006, es decir, aproximadamente 755 millones por día206. Cifras
que definitivamente ponen en tela de juicio la capacidad y, en especial, la
autoridad moral de Estados Unidos para dar lecciones sobre transparencia
de gestión pública.
Por lo tanto, estos datos confirman que los intereses económico-
empresariales, sumados al de las dirigencias norteamericanas ligadas al
“complejo militar industrial”, se combinan y estimulan la proliferación de
doctrinas militares policiales cuestionables; que pocas enseñanzas tienen
para aportar a un modelo de democracia para las fuerzas paraguayas en
materia de Seguridad y Defensa.
Y es desde estos intereses concentrados donde surge el verdadero de-
safío para este pequeño país del Cono Sur, pues lo obliga a revisar modali-
dades de operativos represivos como el Jerovia –atravesados por doctrinas
extranjeras–; a potenciar experiencias mancomunadas y construidas en
base a las necesidades de las clases postergadas paraguayas, centrándose
más en la defensa de la soberanía nacional (en especial la energética, ali-
mentaria, territorial, etc.) ; y a generar escuelas de pensamiento que poten-
cien un pensamiento integral en materia de derechos, como así también en
una mejor capacidad de cuadros técnicos para la gestión gubernamental.

Bibliografía
Barbero M., De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía, 5ª
Edición, 1ª Reimpresión, Unidad Editorial del Convenio Andrés Bello,
Bogotá, 2003.

205 En ese mismo estudio se comprobaba que, con la prolongación de la ocupación de Irak

y Afganistán, el valor de las acciones de mega compañías como Lockheed Martín, Boeing y
Honeywell, siempre privilegiadas en las contrataciones de Washington, se acrecentaban cerca
de un cien por ciento, registrándose para los representantes del pueblo norteamericano en
ese periodo beneficios que iban de los 15, 8 a los 62 millones de dólares en total.
206 J. Gelman (2008): “Cuestión...”, op.cit.

– 137 –
Borón A., Vlaushic A., El lado oscuro del Imperio. La violacion a los derechos
humanos por los Estados Unidos, RIyADH, Caracas, 2009.
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Revista do programa de pos-gradacao em historia da ufsc n° 20, Florianó-
polis, 2009.

– 138 –
LA INFLUENCIA DEL MIEDO
EN LA “POLÍTICA CRIMINAL DE GÉNERO” ESPAÑOLA
Y SU APROVECHAMIENTO CON FINES
DE SEGURIDAD CIUDADANA

María Concepción Gorjón Barranco*

1. Introducción
En estas líneas se pondrá de manifiesto una de las secuencias más ren-
tables de los últimos años: el miedo en su versión subjetiva y su aprove-
chamiento en las políticas criminales estatales; en concreto abordaremos su
impacto en la “Política Criminal de Género” fraguada en España a lo largo
de los últimos años y pondremos de manifiesto algunas de las consecuen-
cias penales que ello ha deparado a la situación tanto de mujeres-víctimas
como de hombres-agresores.
Son muchos los miedos que las mujeres manifiestan en relación al po-
der patriarcal, entre ellos han sido muy estudiados por el feminismo el
miedo a la violación o al acoso laboral; pero nos centraremos en aquel que
ha copado la atención del legislador penal últimamente por ocurrir dentro
de la esfera protectora del hogar, el miedo a los malos tratos domésticos.
Como en tantos otros ámbitos, han sido los medios de comunicación
en sus páginas de sociedad los encargados de generar la alarma social y los
que han avivado las voces que piden acabar con el miedo de las mujeres a
denunciar los malos tratos, voces que al mismo tiempo han demandado
una respuesta eficaz contra los abusos cometidos en este ámbito acudiendo
al medio más represivo con el que cuenta un Estado, esto es, el Derecho
Penal. Sin embargo, la historia demuestra que el intento de solucionar los

* Universidad de Salamanca

– 139 –
problemas sociales a través de este recurso constituye un intento de
búsqueda de soluciones rápidas cuya finalidad no siempre (por no decir
casi nunca) coincide con los resultados que finalmente se alcanzan. A lo
largo de este trabajo comprobaremos cómo la Política Criminal enfocada al
género y a la protección de las mujeres ha acabado por victimizarlas aún
más; pondremos los casos de las “víctimas especialmente vulnerables” y de
lo que ocurre en caso de quebrantar una orden de alejamiento.

2. Miedo y género
Partiendo de la estructura de la Sociedad patriarcal, en la que el ámbito
público fue diseñado para el hombre y el privado para la mujer, observa-
mos cómo, tanto el control social informal como el formal207 han funcio-
nado de distinta manera en hombres y mujeres, siendo especialmente in-
tensos en el caso de las mujeres. Por una parte el efecto del control social
informal tradicionalmente ejercido por la familia, por el lenguaje, y en defi-
nitiva por el bagaje cultural que premia la masculinidad; y por otra parte el
control social formal emanado de las instituciones tanto del derecho como
de las instancias judiciales. Los dos medios de control han estado en poder
de los hombres bajo la sombra y el poder que otorga el Patriarcado.
Las Feministas han construido una crítica a ese sistema de control, en
palabras de SMART, tres han sido las etapas en la crítica, en este caso al
derecho penal como control social formal; 1) el derecho es sexista, 2) el
derecho es masculino y 3) el derecho tiene género208. Así GIL RUIZ habla
de que las mujeres no sólo soportan la violencia propinada por el agresor
sino además la violencia de Estado, de Derecho y de la ciencia jurídica209.
Sin embargo en vez de asegurar el bienestar de las mujeres, las ansias de la
población de vencer la inseguridad están haciendo retroceder hacia unas
políticas de control que nos recuerdan a la teoría de la desviación que fue

207 Al respecto resulta muy interesante la obra de LARRAURI, E. (Comp.); “Control in-
formal: las penas de las mujeres” y “Control formal:...y el derecho penal de las mujeres”, en
Mujeres, Derecho Penal y criminología, editorial siglo XXI, Madrid, 1994, p. 1 y 93.
208 SMART, C.; “La mujer del discurso jurídico” en LARRAURI, E. (Comp.); Mujeres,

Derecho Penal y criminología, editorial siglo XXI, Madrid, 1994, p. 170-178.


209 GIL RUIZ, J. M.; Los diferentes rostros de la violencia de género. Actualizado con la ley de igualdad

(LO 3/2007, de 22 de marzo), Dykinson, 2008. p. 37.

– 140 –
utilizada por los sociólogos210, y que está llevando a adoptar medidas de
control estatales que poco o nada sirven para empoderar a las mujeres.
Dos son los enfoques desde los que advertir el miedo en la violencia
doméstica y de género; desde la perspectiva de la víctima y desde la del
agresor. Con carácter general como haremos mención, los estudios de
género comienzan bajo la perspectiva de la víctima, sin embargo, lo que en
principio pretende ser una protección para las víctimas de este tipo de
violencia acaba por ir en contra de los intereses de las propias mujeres.
Este aspecto precisamente es el que queremos poner de manifiesto en este
trabajo; cómo las políticas de seguridad han acabado por mermar no sólo
los derechos de los agresores sino también los de las propias víctimas.
Desde la perspectiva de la víctima distinguimos dos tipos de miedos. El
primero de ellos proviene de la propia estructura patriarcal, del envoltorio
cultural que encorseta a las mujeres en un segundo plano social y, por tanto
de su arrinconamiento en el espacio doméstico siempre regido por el poder
y control masculino. El segundo de los miedos a los que se enfrentan las
mujeres es el de reconocer públicamente la situación de violencia, la mujer
por lo general tarda años en tomar la decisión de denunciar a su agresor211.
Miedo a que no le crean y miedo a que tras la denuncia la violencia contra
ella aumente pues los datos demuestran que ésta incrementa cuando el
hombre sabe que pesa una denuncia212 contra él. Las etapas de separación

210 DAVIS, N. J.; y FAITH, K.; “Las mujeres y el Estado: modelos de control social en

transformación” en LARRAURI, E. (Comp.); Mujeres, derecho penal y criminología, editorial


siglo XXI, Madrid, 1994, p. 111-112.
211 SAAVEDRA, A. M./ CARRANCO, R.; “Una aproximación a los delitos en 2008.

Violencia machista. Nueve mujeres muertas y una cifra que deja respirar” El País, 19 de
marzo de 2009, que recoge unas declaraciones del Ministro de Interior en las que afirma que
“Cada vez denuncian más los vecinos de las víctimas, los familiares; están aflorando poco a
poco este tipo de delitos al perderse el miedo”, señaló Rubalcaba (Ministro de Interior), que
explicó que los delitos de este tipo pasaron de 60.000 en 2007 a 63.000 el año pasado”. De
la misma manera nos sorprende otra noticia; MORÁN, C.; “La violencia machista origina
más de 400 denuncias al día. Los jueces piden que se comunique a la víctima si el agresor
sale en libertad”, El País, 3 de enero de 2009, en donde se afirma que “normalmente, el miedo
o la inconsciencia de estar percibiendo malos tratos, no ayudan a denunciar e incluso en
algunas ocasiones llevan a un arrepentimiento prematuro.”
212 El País, 25 de agosto de 2009, “Aumentan las víctimas de violencia machista que retiran la denun-

cia. El 44% de los casos en los que la acusación no sigue adelante es porque la mujer se arrepiente. El
Ministerio Público y el Consejo General del Poder Judicial piden cambiar la ley para evitarlo”.

– 141 –
son especialmente tensas, son momentos en los que se recrudece la violen-
cia213.
Desde la perspectiva del agresor el miedo proviene sobre todo de la
mujer independiente; el hombre teme perder el papel privilegiado que le
deparó la historia, es por ello que incrementa la violencia cuando conoce
que la mujer interpuso denuncia contra él. En este sentido se están promo-
viendo políticas de seguridad a nivel estatal y delitos más parecidos al dere-
cho penal de autor, que no toma tanto en cuenta los hechos cometidos,
como el sujeto que los lleva a cabo214. Digamos que aquella idea romántica
de la que presumía el código civil francés y que ha perdurado hasta hace
bien poco en nuestra legislación, en cuanto a que el hombre debe proteger
a la mujer y la mujer a cambio le debe fidelidad al marido se ha roto. Las
mujeres cada vez son más independientes y no necesitan esa protección del
marido.

3. El Movimiento Feminista ante el Derecho Penal

3.1. Orígenes
La ciudadanía entendida como el pleno goce de derechos estuvo histó-
ricamente reservada a los hombres libres, y negada a las mujeres, a los in-
migrantes y a los extranjeros215. No es nuestra intención detenernos aquí
en la evolución del pensamiento feminista, pues excedería los límites de
este trabajo, pero no esté de más recordar, cómo las mujeres no fueron
siquiera incluidas en el Pacto Social con el que nació el Estado Moderno
constituido a finales del s. XVIII; la Revolución Francesa trajo consigo la

213 Según palabras del Delegado del Gobierno en la materia (de violencia de género), Miguel
Lorente; cada vez más mujeres mueren a manos de sus ex-parejas y no de las actuales213,
por lo que el riesgo es más fuerte cuando hay una separación de por medio propiciada por
la mujer. En el año 2008, el porcentaje de ex-parejas que acabaron con la vida de sus muje-
res fue del 41%, y en el 2009 es del 57,7%. Además hasta el verano de 2009 “el 11,5%
habría renunciado a la orden de protección mientras que a medidos del 2008 ninguna lo
había hecho213.
214 Es una de las polémicas más fuertes de los delitos de las “agravantes específicas de

género” que se introdujeron en la legislación española con ocasión de la LO 1/2004 de 28


de Diciembre.
215 Para más información consultar DE LA CUESTA ARZAMENDI, J. L.; “Ciudadanía,

sistema penal y mujer” en GARCÍA VALDÉS, C.; CUERDA RIEZU, A.; MARTÍNEZ
ESCAMILLA, M.; ALCÁCER GUIRAO, R.; VALLE MARISCAL DE GANTE, M.
(Coords.), en Estudios penales en homenaje a Enrique Gimbernat, Tomo I, Edisofer, Madrid, 2008,
p. 189-190.

– 142 –
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano y, sin embargo, las
mujeres fueron excluidas. De ello da cuenta la vida de Olympe de Gouges,
que fue una figura revolucionaria muy importante en la consecución de la
Declaración de los Derechos de las Mujeres, paralela a aquella Declaración
que sólo tenía en cuenta a los hombres. Mientras tanto, en Inglaterra tam-
bién iban fraguándose posturas feministas, destacando Mary Woolstone-
craft con su obra “Reivindicaciones de los derechos de las mujeres” (1790)
la cual fue muy estudiada por Jonh Stuart Mill, diputado inglés caracteriza-
do por ser el propulsor en el Parlamento del derecho al voto femenino
desencadenante del movimiento de “las Suffragettes”.
Esta primera remesa del movimiento feminista visibilizó un grupo
oprimido por la Sociedad Patriarcal; las mujeres. Sin entrar en detalle de su
ausencia en la vida pública hasta el s. XX, sólo haremos mención a la apa-
rición de la mujer-víctima gracias a la Criminología Feminista, pues con
ésta “se redescubre la violencia doméstica, el acoso sexual, y se presenta a
la mujer como víctima de la opresión social216“. Por otra parte, en los últi-
mos años los colectivos de mujeres víctimas, han favorecido el alumbra-
miento de una política de género, como veremos, que ha tenido por objeto
principal la criminalización de los agresores focalizando la atención en una
cascada de reformas penales.

3.2. El Feminismo Oficial


A grandes rasgos LARRAURI resume las estrategias feministas en; 1)
eliminar la desigualdad y plasmar la diferencia, 2) proponer otro Derecho
Penal (feminista) y 3) buscar alternativas al derecho penal217. Es la segunda
de estas etapas la que de manera general se ha instaurado en España en los
últimos años, y responde a esas políticas de “Tolerancia cero” ante el mal-
trato promulgadas desde Europa o la esfera internacional en general. El
Feminismo llamado “oficial” ha sido el encargado de llevar a cabo las últi-
mas reformas en España sobre violencia doméstica y de género, cuyo méri-
to ha sido visibilizar la opresión y la discriminación que el sistema históri-
camente deparó a las mujeres, pero se ha caracterizado por su confianza en
el poder del aparato punitivo para la resolución de este conflicto social que

216 TORRENTE, D.; Desviación y delito, Ciencias sociales, Alianza editorial, Madrid, 2001,
p.68.
217 Para más información consultar LARRAURI, E.; “Una crítica feminista al derecho

penal” en LARRAURI, E. y VARONA, D.; Violencia doméstica y legítima defensa, EUB, Barce-
lona, 1995, p. 165-171.

– 143 –
atañe a las mujeres, incurriendo, como comprobaremos más adelante en
una política bienintencionada pero que no ha surtido los efectos pretendi-
dos218. GIMBERNAT critica a este feminismo en su papel de nuevo gestor
de la moral colectiva, expresando que siendo un movimiento tradicional-
mente de izquierdas que se había centrado en destipificar conductas rela-
cionadas con los derechos de las mujeres como el aborto o el adulterio e
incluso el divorcio, torna su quehacer a finales del siglo pasado apoyando la
creación y castigo de nuevas conductas en el código penal219. Se afirma que
“el movimiento feminista ha dado lugar a la mayor revolución del s. XX, y
a él le corresponde el mérito gigantesco de haber cambiado las condiciones
de vida de las mujeres para conseguir, aunque todavía queda mucho por
hacer, su equiparación social y profesional con los hombres. Pero ni siquie-
ra esa aportación que ha abierto una nueva época de la Humanidad le legi-
tima para entrar en el ámbito del Derecho penal como un elefante en una
cacharrería”220.

3.2.1. El Bienestarismo autoritario


Es DÍEZ RIPOLLÉS quien define al feminismo tradicional como
“bienestarismo autoritario”, acusando a la Criminología Feminista de
orientar una política que “sin desconocer las causas profundas de determi-
nados comportamientos delictivos, ha dado primacía a las intervenciones
penales frente a otro tipo de intervenciones sociales y, en consecuencia, ha
sido una de las principales impulsoras de lo que podríamos denominar el
bienestarismo autoritario221“. Ello, sin minusvalorar los aspectos positivos
pues “ha puesto acertadamente de manifiesto la necesidad de desmontar la
sociedad patriarcal, la cual ha sido capaz de superar, apenas alterada, las

218 De igual manera se han utilizado los medios de comunicación para propagar ideas,
resaltamos los artículo en prensa: Manifiesto El País: “un feminismo que también existe” de
18 de marzo de 2006 que va más allá de la crítica al castigo como fundamento de las refor-
mas de género, pero además va más allá poniendo en duda la razón última de este tipo de
violencia que hunde sus raíces en el patriarcado, en el mismo sentido se manifiesta “Para el
avance de las mujeres” de El País de 16 de abril de 2006 y por otra parte, un punto contra-
rio en “Por la autonomía de las mujeres” en El País, de 16 de abril de 2006.
219 GIMBERNAT OREDEIG, E.; “Los nuevos gestores de la moral colectiva”, El Mundo,

10 de julio de 2004.
220 Ibídem.
221 DÍEZ RIPOLLÉS, J. L.; La política criminal en la encrucijada, BdeF, Buenos Aires, 2007, p.

99, expone acerca del Bienestarismo Autoritario sobre el que vuelve a pronunciarse más
adelante describiendo más características, concretamente en la p. 112.

– 144 –
profundas transformaciones sociales que han tenido lugar en el s. XX y de
mantener, consiguientemente, insostenibles desigualdades sociales entre los
géneros222“. Además ha provocado que se generalice la “imagen social de
que la violencia es el vector explicativo de la desigualdad entre los géne-
ros223“. A su vez, esa creencia ha resuelto que los mecanismos penales han
de ser los encargados de solucionar estos problemas, lo cual se traduce en
dos consecuencias irremediables; a) en asegurar una punición de compor-
tamientos patriarcales no necesariamente violentos, como es el caso de las
amenazas en el marco de la violencia doméstica, y b) asegurar el castigo de
los actos patriarcales confiando en los efectos simbólicos del derecho penal
para promover cambios sociales224.

3.2. El Feminismo Crítico


El pensamiento feminista es sobre todo un pensamiento crítico225, y
por ello “resulta contradictorio que se acuse al Derecho Penal de ser un
medio patriarcal y se recurra a él, con lo cual en vez de contribuir a extin-
guirlo, se contribuye a engrandecerlo226” por tanto, sin desestimar el poder
de tal herramienta jurídica, sería más conveniente una apuesta por la crea-
ción de alternativas. La principal característica que diferencia al Feminismo
Crítico es su poca credibilidad en el recurso indiscriminado al derecho
penal para la resolución de estas controversias, eso sí, en una sociedad en la
que el derecho penal está en claro auge y expansión, no vale justificar tal
expansión para la protección de otros derechos y sin embargo no adaptarla
a las necesidades de los derechos de las mujeres acusando de “nuevo puni-
tivismo” al feminismo227, “otra cuestión es si los instrumentos penales son
los más idóneos para la protección de cualquier bien jurídico, de cualquier
derecho228“.
OSBORNE resalta las críticas de la teoría queer o el Feminismo Post-
moderno, que surge en la década de los 90 y pone de manifiesto que no se

222 Ibídem.
223 Ídem. p. 100.
224 Ibídem.
225 COBO, R.; “El género en las ciencias sociales”, en LAURENZO, P.: MAQUEDA, M.

L.; RUBIO, A.; en Género, violencia y derecho, Tirant Lo blanch, Valencia, 2008, p. 49.
226 LARRAURI, E.; “Una crítica feminista al derecho penal...”, op. Cit., p. 172.
227 BODELÓN, E.; “La violencia contra las mujeres y el derecho no-androcéntrico: perdi-

das en la traducción jurídica del feminismo”, en LAURENZO, P.; MAQUEDA, M. L.;


RUBIO, A.; (Coords.) en Género, violencia y derecho, Tirant Lo Blanch, Valencia, 2008, p. 292.
228 Ibídem.

– 145 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
puede basar toda la trama de discriminación tan sólo en el género y la im-
portancia de esta doctrina es que tiende a las políticas de coalición entre las
minorías a pesar de la raza o la pobreza, distinguiendo por tanto varias
opresiones en las mujeres y no sólo la del género229. Es decir, que como en
todos los ámbitos bajo tutela penal, también en este caso factores como la
pobreza o la marginación influyen en la permanencia de estas situaciones
violentas.

4. Las políticas de seguridad


Según JAKOBS al Estado le corresponde el restablecimiento del orden
externo de la sociedad y por consiguiente, garantizar la seguridad de todos
los ciudadanos230. En la actual sociedad del riesgo podemos distinguir tres
niveles de análisis231; el primero de ellos referido a las nuevas tecnologías y
el control de sus riesgos, en segundo lugar, se pone de manifiesto la dificul-
tad de atribuir la responsabilidad de esos riesgos a personas individuales o
colectivas y lo que es más importante, en un tercer lugar observamos que
“en la sociedad se ha difundido un exagerado sentimiento de inseguridad,
que no parece guardar exclusiva correspondencia con tales riesgos, sino
que se ve potenciado por la intensa cobertura mediática de los sucesos
peligrosos o lesivos232“. La inseguridad es tomada aquí desde la diferencia
que hay entre la percepción de los ciudadanos a ser posibles víctimas de un
delito, y las posibilidades reales de serlo.
Esta situación de partida (es decir, el miedo a ser víctima de un delito)
ha justificado ante la opinión pública la instauración de unas políticas secu-
ritarias a nivel mundial que han tomado el miedo de referencia y como
pretexto y excusa para el control de los ciudadanos233, justificando de esta

229 OSBORNE, R.; “Debates en torno al feminismo cultural” AMORÓS, C.; DE


MIGUEL, A.; (Editoras), Teoría Feminista: De la Ilustración a la Globalización. Del Feminismo
liberal a la Postmodernidad, tomo II, Minerva Ediciones, 2ª edición, Madrid, 2007, p. 244-248.
230 PEÑARANDA RAMOS, E.; SUÁREZ GONZÁLEZ, C.; CANCIO MELIÁ, M.;

“Consideraciones sobre la teoría de la imputación de Günter Jakobs (Traducción al castellano y Estudio


Preeliminar PEÑARANDA RAMOS, E.; SUÁREZ GONZÁLEZ, C.; CANCIO MELIÁ,
M)”, en JAKOBS, G.; Estudios de Derecho Penal, Civitas, Madrid, 1997, p. 25 y ss.
231 DÍEZ RIPOLLÉS, J. L.; “De la sociedad del Riesgo a la Seguridad ciudadana: un debate

desenfocado”, en Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología, RECPC 07-01 (2005), p. 3-4.
232 Ídem. p. 4.
233 FOUCAULT, M.; Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Décimo sexta reimpresión, S. XXI,

Madrid, 2009, p. 188 en la que afirma que “el funcionamiento jurídico-antropológico que se
revela en toda la historia de la penalidad moderna no tiene su origen en la superposición a la

– 146 –
manera la reducción de los derechos fundamentales en aras a mantener el
valor superior de la seguridad. Cuestión acrecentada sobremanera tras los
ataques terroristas del 11S. Así GIL RUIZ, llama la atención sobre el con-
tenido de la seguridad pública en un contexto democrático, y nos recuerda
que éste debe consistir “en la situación política y social en la que las perso-
nas tienen legal y efectivamente garantizado el goce pleno de sus derechos
a defender y a ser protegidos en su vida, su libertad, su integridad y bienes-
tar personal, su honor.234“.
Por eso mismo, con lo expuesto hasta ahora no queremos decir que el
Estado no intervenga y proteja a sus ciudadanos, sino que, es la extralimi-
tación en sus funciones lo que nos preocupa porque acaba produciendo
efectos perversos a tales fines. A esta realidad de miedo versus seguridad no
escapa lo acontecido en materia de violencia de género. El marco de la
seguridad ciudadana acaba por desbordarse, hasta el punto de que entran
en el debate ámbitos que nada tienen que ver con el ámbito tecnológico,
como es el caso de la violencia doméstica y de género235, en el que calan
profundamente todos los paradigmas que justifiquen la falta de garantías
en pro de una mayor “seguridad para las mujeres”.
Según el rumbo que están tomando las cosas podría afirmarse que el
colectivo feminista es uno de los agentes sociales que más se está benefi-
ciando por el modelo securitario que a nivel de política criminal se está
asentando en nuestro país236.

4.1. Populismo punitivo y Derecho Penal simbólico


El deseo de lucha contra el miedo a las agresiones domésticas ha lleva-
do en materia penal a un debate dogmático que en un Estado democrático
debería estar abolido, este es el debate sobre el derecho penal de autor y el
derecho penal de víctimas. En los últimos años asistimos a una prolifera-
ción, sobre todo en el ámbito relativo a la protección de las mujeres, de
medidas cautelares que aunque se denominen así “se dirigen a otros fines
no cautelares, tales como la satisfacción de un sentimiento colectivo de

justicia criminal de las ciencias humanas y en las exigencias propias de esta nueva racionali-
dad o del humanismo que llevaría consigo; tiene su punto de formación en la técnica disci-
plinaria que ha hecho jugar esos nuevos mecanismos de sanción normalizadora”.
234 GIL RUIZ, J. M.; Los diferentes rostros de la violencia de género..., op. cit. p.26.
235 DÍEZ RIPOLLÉS, J. L.; “De la sociedad del Riesgo a la Seguridad ciudadana:...”, op.

cit., p. 9.
236 DÍEZ RIPOLLÉS, J. L.; La política criminal en la encrucijada..., op. cit., p. 125.

– 147 –
indignación, venganza o inseguridad (medida de prevención general, en el
sentido de pretender dar ejemplo para tranquilizar a la sociedad o ame-
drentar a los posibles delincuentes) o de prevención de posibles futuros
delitos cometidos por el inculpado (prevención especial), o incluso medi-
das específicas destinadas a proporcionar seguridad, estabilidad y protec-
ción jurídica a la persona agredida o a su familia (preventivas persona-
les)237“. El recurso abusivo al derecho penal ha hecho que muchos autores
no se refieran a la modernización o a la expansión del Derecho Penal, sino
que lo han calificado como “abuso del Derecho Penal, banalización de la
legalidad o populismo punitivo238“. Sin embargo esas políticas llevadas al
ámbito de la mujer han tenido resultados, en muchos casos, de signo con-
trario al pretendido.
Cuando hagamos mención al delito de quebrantamiento de condena,
comprobaremos uno de los claros ejemplos de «paternalismo punitivo239»
de nuestro derecho penal actual que con el fin de proteger a las mujeres,
acaba por anular su capacidad de decisión en base a lo que el Estado cree
que les conviene. Por eso es por lo que se puede afirmar que las mujeres
han pasado del penoso permiso paternal o marital a “necesitar” de la im-
posición de medidas estatales “de protección” aun en contra de su volun-
tad, es decir, a la necesidad de la “tutela estatal”.
Por otra parte, la eficacia de la función simbólica del Derecho Penal
consiste no tanto en alcanzar la seguridad real de los bienes jurídicos sino
en lograr una respuesta simbólica a la demanda de pena y seguridad de la
política240. La política se convierte en un espectáculo que no cambia tanto
la realidad sino la imagen que los ciudadanos tienen de la realidad241. Un

237 MONTERO AROCA, J.; GÓMEZ COLOMER, J. L.; MONTÓN REDONDO, A.;
BARONA VILAR, S.; Derecho Jurisdiccional III. Proceso Penal, 15ª edición, Tirant Lo Blanch,
Valencia, 2007, p. 476.
238 GONZÁLEZ CUSSAC, J. L.; “La intervención penal contra la violencia de género

desde la perspectiva del principio de proporcionalidad”, en GÓMEZ COLOMER, J. L.


(Coord.), en Tutela procesa frente a hechos de violencia de género. La protección procesal de las víctimas de
la violencia de género en España y en países relevantes de nuestro entorno cultural, Colecció «Estudis
juridics» Núm., 13, Universidad Jaume I., 2007, p. 482.
239 Así se afirma en LAURENZO COPELLO, P.; “La violencia de género en el Derecho

Penal: Un ejemplo de paternalismo punitivo”, en LAURENZO, P.; MAQUEDA, M. L.;


RUBIO, A.; (Coords.), Género, Violencia y Derecho, Tirant Lo Blanch, Valencia, 2008, p. 335 y ss.
240 BARATTA, A.; “Funciones instrumentales y simbólicas del Derecho Penal: una discu-

sión en la perspectiva de la Criminología Crítica”, en Pena y Estado. Función simbólica de la


pena, núm. 1, Septiembre-Diciembre, Barcelona, 1991, p. 53.
241 Ibídem.

– 148 –
grupo de mujeres, que podríamos ubicar dentro del feminismo oficial, ha
desconfiado del carácter instrumental del derecho penal y ha dado priori-
dad a su poder simbólico, sin advertir que el recurso al derecho penal
simbólico es una vía de doble filo, pues tiene sus ventajas y también sus
inconvenientes242. LARRAURI se pregunta si es posible compaginar el
intento de ser criminólogas críticas (o criminólogas abolicionistas) y ser al
mismo tiempo feministas243 concluyendo que no resulta fácil compaginar
las dos cosas, así HASSEMER discute la idea de que si para revalorizar el
rol de la mujer en el contexto de la violencia contra las mujeres se acuda a
su endurecimiento penal244, pues “el Derecho Penal en su forma jurídica
liberal es escasamente apropiado para flanquear objetivos políticos, orien-
tar ámbitos de problemas y prevenir situaciones de peligro245“ y añade que
la ganancia preventiva del derecho penal simbólico se produce respecto de
la imagen del legislador o del «empresario moral»246, a lo que añadimos,
que por ende, no respecto de las mujeres. LAURENZO también critica
esta táctica que ha hecho uso tanto del populismo punitivo como de los
efectos simbólicos sobre todo para “acallar a un nutrido sector del femi-
nismo militante que desde hace tiempo ha sucumbido a la arrolladora fuer-
za del punitivismo vindicativo247“, acudiendo de esa manera al endureci-
miento penal como si fuera el instrumento mágico capaz de cambiar los
patrones sociales de comportamiento248.

5. Política Criminal de Género. Víctimas y agresores


De la tolerancia de este tipo de violencia considerada como asunto pri-
vado de cada pareja se ha pasado en escasos quince años a la Tolerancia

242 LARRAURI, E.; “Una crítica feminista al derecho penal...”, op. cit., p. 173 en donde
reconoce que “el derecho penal no protege a las mujeres, pero cuando menos sirve para
manifestar la condena social a determinadas conductas y con ello conseguir un cambio de
actitudes”, pero también matiza en la p. 174 que “la utilización simbólica del derecho penal
produce víctimas reales”.
243 Ídem. p. 174.
244 HASSEMER, W.; “Derecho Penal simbólico y protección de bienes jurídicos”, en Pena y

Estado. Función simbólica de la pena, núm. 1, Septiembre-Diciembre, Barcelona, 1991, p. 26.


245 Ídem. p. 34.
246 Ídem. p. 35.
247 LAURENZO COPELLO, P.; “Violencia de género y derecho penal de excepción; entre

el discurso de la resistencia y el victimismo punitivo” en Algunas cuestiones prácticas y teóricas de


la LO 1/2004, Cuadernos de Derecho Judicial, IX, 2007, CGPJ, Madrid, 2008, p. 44.
248 Ibídem.

– 149 –
Cero. Esta nueva etapa comienza con la Resolución del Parlamento Euro-
peo A4-0250/97 y una Campaña Europea sobre Tolerancia Cero ante la
violencia contra las mujeres. El desembarco de las políticas de seguridad
para neutralizar los riesgos intrínsecos a la sociedad postmoderna ha traído
como consecuencia la búsqueda de enemigos públicos sobre los que cargar
toda la artillería penal en aras a una mayor tranquilización de la opinión
pública.
Por tanto, el miedo a “poder ser la siguiente víctima” ha llevado en el
ámbito de la violencia de género a unas políticas que lejos de empoderar a
las mujeres perpetúan su estatus de incapaces, e infantilizan de esta manera
al género femenino. Además emana de la literal interpretación de los deli-
tos de género, una “especial vulnerabilidad249“ que caracteriza a las mujeres
víctimas, fomentando de esta manera los atributos históricamente reserva-
dos a las mujeres, incapaces de regir su propia vida. Desde el punto de
vista político y social, supone un flaco favor para el reconocimiento y ca-
pacidad de las mujeres, pues es una manera ni siquiera tácita, sino explícita
de afirmar y recalcar la diferencia entre sexos, el débil y el fuerte. La intro-
ducción de la cláusula relativa a “las personas especialmente vulnerables
que convivan con el autor” resultó una concesión política al hilo de las
negociaciones para hacer posible la promulgación de la ley, para incluir a
menores y a ancianos y no solo a mujeres, y así camuflar de alguna manera la
“discriminación positiva” que muchos acusan inmersa en estos delitos de las
agravantes de género250, para que no se pueda reprochar a la ley que prevé
delitos en los que siempre los hombres son los que pegan a las mujeres.
De la especial vulnerabilidad declarada, a que las mujeres vuelvan a ne-
cesitar un permiso paterno o marital para abrir una cuenta bancaria hay una
delgada línea; imponer a las mujeres que se sometan a la tutela del Estado a
través de las medidas que éste establece aun en contra de la voluntad de las
propias víctimas se denomina Paternalismo punitivo. Del afán de victimi-

249 En los tipos penales de violencia de género, es decir, en los arts. 153.1, 171.4 y 172.2 del
CP español se hace referencia a los menoscabos psíquicos o lesiones no definidas como
delitos, las amenazas y coacciones leves a “quien sea o haya sido esposa, o mujer que está o
haya estado ligada a él por una análoga relación de afectividad aún sin convivencia, pero
también añade a las personas especialmente vulnerables que convivan con el autor”.
250 Los delitos puestos de manifiesto en la nota al pie inmediatamente anterior consisten en

castigar con pena de prisión algunas conductas cuando son exclusivamente hombres las que
la llevan a cabo en contra de sus mujeres, pero al introducir a “las personas especialmente
vulnerables que convivan con el autor” abre más posibilidades respecto de los sujetos que
dan y reciben los golpes, amenazas, etc.

– 150 –
zar, haciendo uso de la incapacidad e infantilidad de las mujeres viene dado
del empeño de imponer a los jueces y tribunales el alejamiento del agresor
en todo caso pues como resalta el Informe del Grupo de Expertos en vio-
lencia doméstica y de género del Consejo General del Poder Judicial de
2006, la obligatoriedad impuesta al juzgador de tener que imponerla en
todo caso, impide ponderar las circunstancias concretas que habrían de
tomarse en consideración.
Por el contrario, el miedo al agresor ha proyectado una imagen de los
hombres como enemigos públicos, que merecen ser tratados como tales,
utilizando contra ellos la artillería pesada del derecho penal, como si con
esto se fuese a solucionar el problema que se plantea. El aspecto más acu-
ciante es la imposición de pena privativa de libertad a conductas de meros
mesnoscabos psíquicos, amenazas y coacciones leves. Además para poder
suspender o sustituir la ejecución de la condena, el reo obligatoriamente
deberá cumplir la prohibición de acudir a determinados lugares, la prohibi-
ción de aproximarse a la víctima o a aquellos de sus familiares o personas
que determine el juez o tribunal o de comunicarse con ellos, además de
someterse a participar en programas formativos251, lo cual supone un régi-
men especial en el código penal español en la materia. DE LA CUESTA
ARZAMENDI habla de la LO 1/2004, más conocida como la ley de vio-
lencia de género, inicialmente acogida de manera satisfactoria “interesán-
dose en particular por las víctimas de la violencia de género, en general y a
través de medidas específicas de protección y de seguridad252“, reconoce el
autor que las manifestaciones delictivas se abordan de manera meramente
punitiva253.

6. Los reflejos en la legislación penal; violencia doméstica y de género

6.1. La violencia doméstica


En España la sociedad despertó a la preocupación de los malos tratos
domésticos en los años ochenta, y desde entonces, han sido sobre todo los
mass media los encargados de alentar tal preocupación a raíz de hacer públi-

251 Las reglas para la suspensión y la sustitución de la ejecución de la pena privativa de libertad
están regulados en los arts. 83 último párrafo y 88.1 último párrafo respectivamente.
252 DE LA CUESTA ARZAMENDI, J. L.; “Ciudadanía, sistema penal y mujer...”, op. cit.

p. 206.
253 Ibídem.

– 151 –
cos caso a caso las muertes de mujeres a manos de sus parejas254. La regu-
lación que hiciera frente al problema de las mujeres comenzó en España
algo desenfocada255, pues se confundió el ámbito doméstico con la mujer
en sí misma. Es decir, “mientras la protección jurídica de las víctimas de la
violencia doméstica tiene su razón en la protección de la familia, el término
violencia de género trata a la mujer como ciudadana, equiparada al ciuda-
dano, y enfatiza el déficit democrático que supone que el Estado no garan-
tice a las mujeres el pleno ejercicio de los derechos fundamentales a la vida,
libertad, igualdad, y seguridad256“.
El poder de los medios de comunicación ha tenido un protagonismo im-
portante en el cambio de actitud respecto de la violencia en la pareja. En
España la violencia doméstica se fraguó en delito a partir de 1989, pero no
fue hasta diez años después cuando la población comenzó a tomar concien-
cia a raíz del caso Ana Orantes en 1997, la opinión pública desató el interés
en las políticas de Estado, lo que supuso un cambio de paradigma al configu-
rarse no como un asunto privado sino público. De esta manera se producen
dos reformas dos años más tarde referidas a la violencia doméstica de las que
destacamos la LO 11/1999, que introduce la posibilidad, “a petición de la
víctima” de que los jueces, en el caso de las faltas de malos tratos puedan
decretar medidas como el alejamiento del agresor. También es interesante
destacar la LO 14/1999 de 9 de junio de modificación del CP de 1995 en
materia de protección a las víctimas de malos tratos y de la LECr que intro-
duce la violencia psíquica como conducta delictiva de malos tratos.

254 Desde 1984, el Ministerio del Interior español publicó el número de denuncias de muje-

res a sus maridos, pero con posterioridad han sido los medios de comunicación los encar-
gados de llevar a cabo el proceso de concienciación del problema de la violencia de las
mujeres. El punto álgido de la problemática llegó con el caso Ana Orantes en 1999, una
mujer que tras denunciar los malos tratos en la televisión, desesperada ante la falta de pro-
tección que le brindaban los tribunales a los que había acudido y los que la obligaron a
convivir. Desde entonces se ha producido un verdadero bombardeo mediático que ha
contado caso a caso todos los malos tratos acontecidos.
255 LAURENZO COPELLO, P.; “La violencia de género en la Ley Integral: valoración

político-criminal”, en Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología, núm. 7, 2005, p. 3


afirma que “un delito que se creó al calor de la creciente preocupación social por la prolife-
ración de actos de violencia extrema contra las mujeres nació desde el principio claramente
desenfocado, apuntando al contexto dentro del cual suele manifestarse este tipo de violen-
cia antes que las auténticas causas que las generan”.
256 DURÁN FERRER, M.; “Análisis jurídico-feminista de la Ley Orgánica de Medidas de

Protección Integral contra la Violencia de Género” en Artículo 14. Una perspectiva de género,
Boletín de información y análisis jurídico, Núm. 17, Diciembre de 2004, p. 4.

– 152 –
De las reformas de 2003, destacamos la Orden de Protección, en la que
el concepto clave en la toma de esta medida y que el juez tendrá que entrar
a valorar es la del riesgo objetivo de esa mujer a ser maltratada257. Por su
parte la LO 11/2003 de 29 de septiembre, de medidas concretas en materia
de seguridad ciudadana, violencia doméstica e integración social de los
extranjeros que, como vemos introduce en su propio enunciado la seguri-
dad ciudadana, haciendo de este asunto uno de los pertenecientes al núcleo
duro de intervención. También la LO 15/2003, de 25 de noviembre por la
que se modifica en código penal, que resulta importante en cuanto a las
medidas accesorias de alejamiento e incomunicación del agresor con su
víctima258. De tal manera que DÍEZ RIPOLLÉS apunta que tras las re-
formas que se llevaron a cabo en 2003 el bajo nivel de comisión que se
había dado en los delitos contra las personas pero que tras las reformas,
“han originado un sustancial incremento de los delitos de malos tratos que
han pasado a constituir casi el 70% de esos delitos contra las personas259“.
Pero el mismo autor continua argumentado que “ni siquiera la reciente
persecución intensa de los delitos de malos tratos es capaz de alterar la
escasa representación que los delitos contra las personas han acostumbra-
do a tener en la delincuencia española260“. Por tanto, ni siquiera ese aumen-
to de estos delitos justifica las políticas de seguridad ciudadana que se están
viviendo en España con ocasión de la violencia doméstica y de género,
pues el intento de atajar un comportamiento social por la vía punitiva indi-
vidualiza sobre manera el problema, pues al entrar estos comportamientos

257 COBO PLANA, J. A.; “La prueba interdisciplinar en la violencia doméstica: un punto de

vista médico-forense”, en BOLDOVA PASAMAR, M. A.; RUEDA MARTÍN., M. A.;


(Coords.), en La reforma penal en torno a la violencia doméstica y de género, Atelier, Barcelona,
2006, p. 360, en la que afirma que “el riego de nuevos actos violentos se sitúa como ele-
mento susceptible de valoración especial y clave para tomar decisiones urgentes”.
258 GUTIÉRREZ ROMERO, F. M.; “Novedades introducidas por la Ley Orgánica

15/2003, de 25 de noviembre, por la que se modifica la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de


noviembre del código penal”, en Actualidad Jurídica Aranzadi, Año XV, núm. 675, Aranzadi,
30 de junio de 2005, p. 3 en la que resalta la mejora técnica del art. 57 respecto de las penas
accesorias que pueden imponerse en caso de violencia doméstica, pues en caso de que haya
pena de prisión estas penas accesorias “podrán cumplirse simultáneamente por el condena-
do con la pena de prisión e, incluso, concluida la pena, para evitar el acercamiento durante
los permisos de salida u otros beneficios penitenciarios”.
259 DÍEZ RIPOLLÉS, J. L.; La política criminal en la encrucijada..., op. cit., p. 12.
260 Ídem. p. 26.

– 153 –
en el corsé del derecho penal, cuya vía es la responsabilidad objetiva no se
valoran las causas estructurales de la violencia debidamente261.

6.2. La violencia de género


Primero de todo, no estaría de más recordar el significado mismo de
género y su utilización en las Ciencias Sociales. El género debe ser enten-
dido como ese “conjunto de normas, costumbres y hábitos sociales que
condicionan el comportamiento dependiendo de que se trate de un hom-
bre o una mujer,”262 por lo tanto implica una construcción cultural y no
biológica. El género supone el aprendizaje mismo de la feminidad y de la
masculinidad, la violencia de género se entiende entonces como todas
aquellas agresiones producidas contra las mujeres por el simple hecho de
ser mujeres, término por el que se decanta la IV Conferencia Mundial de
Pekín de 1995.
En el año 2004 comienza a tomarse en consideración (en España) la
perspectiva de género en el ámbito legislativo, entendida como la “violen-
cia que, como manifestación de la discriminación, la situación de desigual-
dad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce
sobre éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quie-
nes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectivi-
dad, aun sin convivencia263“. Con la LO 1/2004 de Medidas de Protección
Integral contra la Violencia de Género, según LAURENZO se pretende
ampliar el cerco de seguridad de las víctimas de la violencia de género ase-
gurando el alejamiento del agresor cualesquiera que sea la forma en que la
violencia se hubiere manifestado264“. Es por ello que se toman como deli-
tos o como faltas algunas conductas en función del sujeto que las lleve a
cabo y en función de quien sea el sujeto pasivo (el que las reciba); a partir
de ahora es constitutivo de delito que un hombre golpee o maltrate a su
mujer o ex-mujer, o le amenace o le coaccione levemente, es decir, se cas-
tigan con pena de prisión. Mientras que si esas mismas conductas se llevan

261 LARRAURI, E.; Criminología Crítica y Violencia de Género, Ed. Trotta, Madrid, 2007, p. 75.
262 MARÍN DE ESPINOSA CEBALLOS, E., La Violencia doméstica, análisis sociológico, dogmá-
tico y de derecho comparado, Ed. Comares, Granada, 2001, p.54.
263 Es la redacción que da el propio art. 1.1 de la Ley Orgánica de Medidas de Protección

integral contra la Violencia de Género, de 28 de diciembre de 2004.


264 LAURENZO COPELLO, P.; “Modificaciones del Derecho penal sustantivo derivadas

de la Ley integral contra la violencia de género”, en La violencia de género: Ley de protección


integral, implantación y estudio de la problemática de su desarrollo, Cuadernos de Derecho Judicial,
CGPJ, IV, 2006, p. 363.

– 154 –
a cabo por una mujer hacia su pareja masculina se trataría de una falta pe-
nada con multa.
Esta diferencia punitiva se justifica con carácter general, por el mayor
riesgo que estadísticamente reflejan las agresiones de los hombres a las
mujeres dentro del ámbito doméstico, es por ello que la ley establece una
presunción que no admite prueba en contrario, de que éstas siempre ocu-
rren como consecuencia de la manifestación de discriminación y de poder,
sin tomar en consideración el caso concreto en el que puede resultar de
una disputa doméstica sin mayores complicaciones, por lo que habría que
ir caso a caso, que fuera el juez y no el legislador el que probase en el pro-
ceso la concurrencia o no de tal ánimo discriminatorio.
Por su parte, GIL RUIZ alega que “pronosticar si este reciente esfuerzo
legislativo va a conseguir los objetivos de «seguridad» buscados aun en
torno a las relaciones de pareja es todavía demasiado aventurado265“.

6.3. Problemas interpretativos y de aplicación


Aunque podríamos hacer un análisis de muchas cuestiones que quedan
pendientes en el análisis de la violencia de género y su tratamiento en la polí-
tica legislativa desatada en los últimos años, nos centraremos en dos aspectos
que resultan claves en el manejo del empoderamiento de las mujeres.

6.3.1. El término “género” en una regulación “integral”


El concepto de género tiene su origen a mediados del s. XX en Psi-
quiatría, para interpretar los comportamientos de las personas que presen-
tan estados intersexuales, pero que pocos años más tarde lo acaparará el
Feminismo para colocarlo en un contexto político266. Como hemos visto
este término responde a toda una teoría que se dio a conocer a partir de los
movimientos Feministas de los años setenta en los Estados Unidos, mo-
mento en el que se “comenzó a usar el término género como un modo de
referirse a la organización social de las relaciones entre los sexos, como una
categoría cultural. La teoría de género se da como un avance o evolución
del feminismo y tiene por objeto subrayar la diferencia social que se hace
con base en el sexo, su influencia en la determinación de los roles sociales

265GIL RUIZ, J. M.; Los diferentes rostros de la violencia de género..., op. cit., p. 47-48.
266Para más información BERRÉRE, M. A.; “Género, violencia y discriminación contra las
mujeres”, en LAURENZO, P.; MAQUEDA, M. L. RUBIO, A.; en Género, violencia y derecho,
Tirant Lo Blanch, Valencia, 2008, p. 36.

– 155 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
o culturales y descubrir el significado que la sexualidad tiene en un orden
social o en los cambios que se presenten en el mismo; es decir, se presenta
como un movimiento macrocultural267.”
En su acepción sociocultural, “género” lleva aparejada una serie de
cuestiones que son justamente las que la ley intenta resaltar: diferencias y
desigualdades reales en los ámbitos social, económico y laboral, donde se
establecen relaciones de subordinación en vez de relaciones de igualdad.
Como venimos argumentando, el término género se refiere a todo tipo de
violencia ejercida en contra de la mujer por el mero hecho de ser mujer y
no sólo en razón de su condición sexual, por lo que engloba todos los
aspectos de su vida: laboral (acoso), social (agresiones sexuales) y familiar
(violencia doméstica) y sin embargo en esta ley, cuya pretensión es la de
una regulación integral como así lo indica su enunciado, el paquete de me-
didas que recoge simplemente abarca a la violencia en contra de la mujer
cuando ésta se comete en el ámbito familiar. Por tanto, que la LO 1/2004
de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género sólo haga
mención a la violencia de género en el ámbito doméstico es una cuestión
criticable, así BODELÓN afirma que “se trata de un problema conceptual
importante, ya que se están modificando lo que en España, y en otros mu-
chos países, hemos estado reivindicando durante años: una intervención
social y jurídica sobre el problema de la violencia de género que parta de la
consideración de que estamos ante un problema complejo, con muchas
manifestaciones y que no atañe solo a las mujeres en el ámbito de la fami-
lia, sino también en la violencia sexual, en las mutilaciones genitales,
etc.268“ Añadimos igualmente la opinión que le merece a MAQUEDA
ABREU, quien en principio tacha como razonables las críticas pero tam-
bién encuentra argumentos capaces de justificar esa decisión legislativa
“pues la pareja representa un ámbito de riesgo relevante..., espacio privile-
giado para el desarrollo de los roles de género más ancestrales, esos que
reservan a la mujer una posición de dependencia, vulnerabilidad y subordi-
nación a la autoridad masculina269“.

267 PÉREZ CONTRERAS, MARÍA DE MONSERRAT, “La violencia contra la mujer, un


acercamiento al problema”, en Boletín mexicano de Derecho Comparado, Nueva Serie, Año
XXX, Núm. 103, Enero-Abril 2002, en:
http://www.juridicas.unam.mx/publica/rev/boletin/cont/103/art/art7.htm.
268 BODELÓN, E.; “La violencia contra las mujeres y el derecho no-androcéntrico...”, op.

cit., p. 280.
269 MAQUEDA ABREU, M. L.; “La violencia contra las mujeres: una revisión crítica a la la

Ley Integral”, en Revista Penal, núm. 18, Julio 2006, P. 177 y ss. En el mismo sentido se

– 156 –
Por otra parte, la utilización del término integral no ayuda a resolver to-
dos los cuestionamientos que se acaban de poner de manifiesto, sino que por
el contrario lo empeoran, por ello estamos de acuerdo con GONZÁLEZ
CUSSAC cuando afirma que esta ley no es una ley integral, sino que es una
ley de medidas integrales, siendo que así no ocurre porque no contiene una
ristra de soluciones a todos los ámbitos de violencia que pueden sufrir las
mujeres, pues únicamente contiene agravaciones especiales en caso de vio-
lencia contra mujeres pareja, pero se olvida de las demás situaciones, ya sea
de agresiones sexuales, en el aborto, en el homicidio, etc.270.

6.3.2. Delito de quebrantamiento de condena


Para hacer frente al miedo generado por los estudios que demuestran
que la violencia masculina aumenta cuando el hombre se ve denunciado
por su pareja, a partir de la reforma de 2004 se obliga a los jueces a impo-
ner la pena de alejamiento en todos los casos271. Una medida bienintencio-
nada sin duda, pero que ha conllevado algunos problemas de aplicación
con repercusiones de signo opuesto a la finalidad que se pretendía.
Con carácter general, a las mujeres se les impone el alejamiento forzoso
y obligado del agresor una vez que se inicia un proceso penal, ya se haya
iniciado a instancia de parte, de oficio o mediante denuncia de algún parti-
cular; en cualquiera de estos casos, una vez iniciado el proceso, el juez o
tribunal tiene la obligación de imponer el alejamiento, cuando la mayoría
de las veces, las mujeres no quieren separarse sino que su pareja desista en
las agresiones. Una vez que pasa el episodio violento, las mujeres perdonan
y reinician la convivencia, cuando en realidad existe una obligación de ale-
jamiento, que por tanto es quebrantada. En virtud de esta obligación esta-
blecida por ley de aplicar en todo caso la medida de alejamiento, bien co-

pronuncia la misma autora al reconocer que la restricción de género al ámbito de la pareja


se debe a que “no es lo mismo violencia de género y violencia doméstica porque una apunta
a la mujer y la otra a la familia como sujetos de referencia. Nada empece a esta afirmación
en que deba reconocerse que el medio familiar es propicio al ejercicio de las relaciones de
dominio propias de la violencia de género”, en “La Violencia de Género. Entre el concepto
jurídico y la realidad social” en Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología, 2006, P. 4.
270 GONZÁLEZ CUSSAC, J. L.; “La intervención penal contra la violencia de género...”,

ob. cit., p. 421.


271 Según lo establecido en el art. 57.2 CP obliga en todo caso cuando se trata de estos

delitos, no sólo de género, sino también con los relacionados con la violencia doméstica, a
imponer la prohibición de aproximarse a la víctima prevista en el art. 48.2 CP.

– 157 –
mo medida cautelar, bien como pena, el art. 468 CP272 recoge las conse-
cuencias en caso de que se quebrante tal obligación interpuesta por el juez
en sus dos modalidades, exigiendo la pena de prisión en cualquier caso.
ASÚA BATARRITA es consciente de los problemas que el alejamiento
configurado como «pena» plantea “por su rigidez para adaptarse a las
liaridades de aquellas situaciones en que la pareja reanuda la convivencia, o
cuando deja de ser necesario mantener una prohibición y la víctima o los
familiares solicitan su flexibilización273“. Es el caso de la mujer que con-
siente y restablece la convivencia cuando todavía pesa una orden de aleja-
miento contra su pareja: ¿la mujer sería inductora al quebrantamiento?,
¿puede el consentimiento de la víctima determinar la atipicidad de la con-
ducta? Resulta interesante consultar la STS de 26 de septiembre de 2005, F.
J. núm. 5; “en cuanto la pena o medida de prohibición de aproximación
esta directamente enderezada a proteger a la victima de la violencia que
pudiera provenir de su anterior conviviente, la decisión de la mujer de
recibirle y reanudar la vida con él, acredita de forma fehaciente la innecesa-
riedad de protección, y por tanto supone de facto el decaimiento de la
medida de forma definitiva, por lo que el plazo de duración de la medida
fijado por la autoridad judicial, quedaría condicionado a la voluntad de
aquella, sin perjuicio de que ante un nuevo episodio de ruptura violenta
pueda solicitarse del Juzgado, si es preciso para la protecci6n de su perso-
na, otra resolución semejante274“. Sin embargo en posteriores sentencias se
ha llegado al reconocimiento de que admitir esta tesis es tanto como dejar
en manos de víctimas y agresores la extinción de una medida estatal, más
inadmisible cuando se tratare de una pena y no de una medida cautelar,
inclusive aunque se tratare de estas últimas275.

272 Art. 468 CP español: “1. Los que quebrantaren su condena, medida de seguridad, prisión, medida
cautelar, conducción o custodia serán castigados con la pena de prisión de seis meses a un año si estuvieran
privados de libertad, y con la pena de multa de doce a veinticuatro meses en los demás casos. 2. Se impondrá
en todo caso la pena de prisión de seis meses a un año a los que quebrantaren una pena de las contempladas
en el art. 48 de este Código o una medida cautelar o de seguridad de la misma naturaleza impuestas en
procesos criminales en los que el ofendido sea alguna de las personas a que se refiere el art. 173.2”.
273 ASÚA BATARRITA, A.; “Los nuevos delitos de <violencia doméstica> tras la Reforma

de la LO 11/2003, de 29 de septiembre” en Las recientes reformas penales: algunas cuestiones,


Cuadernos penales José María Lidón, núm. 1, Bilbao, Universidad de Deusto, 2004, p. 207.
274 STS núm. 1156/2005 de 26 de Septiembre.
275 Para más información sobre esta evolución en la doctrina del TS, consultar

LAURENZO COPELLO, P.; “La violencia de género en el Derecho Penal: Un ejemplo de


paternalismo punitivo...”, op. cit., p. 342 en lo dispuesto en la nota al pie núm. 52.

– 158 –
Otras interpretaciones han calificado a la mujer incluso de partícipe276
en el quebrantamiento En resumidas cuentas, habrá casos en los que se
haya iniciado el procedimiento sin que la víctima haya realmente querido, y
una vez iniciado el procedimiento el juez por obligación tenga que estable-
cer el alejamiento del agresor, y que la mujer que no quiere separarse del
marido tenga la obligación legal de hacerlo, pues si se acerca a él o reinicia
una convivencia tendría ella misma responsabilidad penal, una situación en
nada favorecedora a la autonomía de las mujeres.
Y lo que es peor aún, la víctima es tildada de irracional porque pese a
los golpes y los malos tratos reinicia una convivencia con su marido, tiñen-
do esta actitud de masoquismo, lo cual sigue perpetuándose en la de
“víctima socialmente sospechosa. El maltratador se escuda tradicionalmen-
te en la provocación como justificación de su conducta y esto es un este-
reotipo que ha perdurado en el inconsciente de la sociedad, y se valora a la
mujer como cómplice consciente o inconsciente277“. Es un claro ejemplo
del etiquetamiento negativo al que están sometidas las mujeres víctimas de
violencia de género y malos tratos en el espacio doméstico, pues “el siste-
ma penal etiqueta negativamente a las mujeres víctimas: impaciente con
ellas, incapaz de entender sus reticencias, enojado porque se le perturba en
su correcto funcionamiento, el sistema acaba produciendo unos discursos
negativos acerca de las mujeres que acuden a él278“, y “una de las conse-
cuencias extremas de este etiquetamiento negativo es el castigo de la propia
mujer que no acude a declarar o que vulnera una orden de protección279“.

7. Notas finales
El continuo bombardeo mediático al que se somete a la opinión pública
ha generado una conciencia de opresión y ha puesto de manifiesto la gra-
vedad de unos hechos que en el s. XXI no deberían existir, esto es, las

276 MONTANER FERNÁNDEZ, R.; “El quebrantamiento de las penas o medidas de

protección a las víctimas de violencia doméstica. ¿Responsabilidad penal de la mujer que


colabora o provoca el quebrantamiento?”, en INDRET, Revista para el análisis del Derecho,
Barcelona, octubre, 2007, p. 13, 20 y 24.
277 MÚGICA SAN EMETERIO, E.; “El perfil psicológico de la víctima y el agresor” en

BOLDOVA PASAMAR, M. A.; RUEDA MARTÍN, M. A.; (Coords.), en La reforma penal en


torno a la violencia doméstica y de género, Atelier, Barcelona, 2006, p. 329.
278 LARRAURI, E.; “Cinco tópicos sobre las mujeres víctimas de violencia... y algunas

respuestas del feminismo oficial”, en LAURENZO, P.; MAQUEDA, M. L.; RUBIO, A.;
(Coords.) en Género, violencia y derecho, Tirant Lo Blanch, Valencia, 2008, p. 313.
279 Ídem. p. 314.

– 159 –
agresiones que de manera sistemática han ejercido los hombres sobre las
mujeres en el espacio doméstico. Pero además de estos aspectos positivos
venidos de la visibilización de los malos tratos a mujeres, el maltrato se ha
transformado en un miedo social. Ese es el inconveniente de la política
criminal alumbrada a raíz de que tocaran la luz pública todos estos hechos,
confiar de manera casi única en el ámbito penal para la resolución de estos
conflictos, de tal manera que el miedo a ser víctimas de un delito ha justifi-
cado unas políticas de control que han acabado por debilitar aún más la
autonomía y capacidad de decisión de las mujeres, por no mencionar el
trato que ha deparado a los maltratadores. Por tanto, como en tantos otros
ámbitos sociales también “de moda” gracias a los medios de comunicación,
el miedo al agresor ha desembocado en políticas de control social que han
afectado sobremanera al ámbito de libertades de las mujeres. No han falta-
do las voces que acallen los miedos y que exijan la intervención del aparato
punitivo para sofocar cualquier chispa que genere inseguridad; cuestión
controvertida por su poca eficacia y su alto coste en garantías.
Antes del derecho penal (que es la ultima ratio) deben probarse medidas
de ámbitos menos drásticos, de esta manera valoramos positivamente la
LO 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de
Género, pues esta ley establece varias medidas en diferentes ámbitos, pero
acudir de primeras a la búsqueda de soluciones penales es una prohibida
huída al derecho penal y eso es lo que hay que tratar de evitar. Empoderar
a las mujeres a través de la concesión y disfrute de derechos y su pleno
ejercicio es la solución, y no abusar del populismo punitivo que no lleva
más que a efectos simbólicos que pierden de vista el carácter instrumental
del derecho penal. Como se desprende del Título II de la propia ley, hay
que hacer mayor hincapié en los derechos de las mujeres víctimas de la
violencia de género; el derecho a la información, a la asistencia social inte-
gral y a la asistencia jurídica gratuita, a los derechos laborales y prestaciones
de la seguridad social, a los derechos económicos, cuyo reconocimiento y
ejercicio es la base sobre la que construir el derecho de las mujeres a una
vida libre de violencia y de miedos.

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– 164 –
EL MIEDO AL OTRO: LAS MUERTES POR HOMOFOBIA
EN LA CIUDAD DE MÉXICO (1995-2001)

José Luis Cisneros

Introducción
En nuestro país, las prácticas sexuales con personas del mismo sexo
han sido condenadas y repudiadas por un gran sector de la sociedad, la
cultura machista que favorece al género masculino y promueve el miedo a
la debilidad. Por otro lado, los grupos conservadores en combinación con
la iglesia católica, se han encargado de generar una idea reduccionista de la
sexualidad, a través de sus prácticas doctrinales y dogmas de fe, delimitán-
dola práctica heterosexual como una y válida dentro del género humano.
De esta manera, la concepción de lo sexual dentro del discurso conser-
vador de la moral y las buenas costumbres, predispone la intolerancia y la
no aceptación de la sexualidad polimorfa280, dando como resultado la sata-
nización de las prácticas que no están dentro la concepción heterosexista
que prevalece en nuestra sociedad. El comportamiento adverso e intoleran-
te a estas prácticas sexuales, por parte de estos sectores sociales, es consi-
derado como un comportamiento de homofobia que se reproduce y se
manifiesta de diferentes formas. Dicho miedo irracional hacia las relaciones
homo-eróticas, en el sentido estricto de la palabra, está infundido en con-
cepciones medievales de la sexualidad que no tienen una argumentación
científica que la sustente281; mientras que en la actualidad, el desarrollo de

280 Término utilizado por Freud, para explicarlas diferentes maneras de expresar la sexuali-

dad. Asimismo es un término que la Antropóloga Marta Lamas, explica de manera precisa
por medio de la diferencia sexual existente en la cultura, en El Género: La Construcción
Cultural de la Diferencia Sexual. Edit. Porrúa. México, 1996. pp. 367.
281 Para obtener mayor información al respecto consultar, el folleto E.V.C.-Criterios Mora-

les- 2ª. Edición 2000.Material que se distribuye y expuesto a la venta en algunas iglesias de la

– 165 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
las ciencias sociales, los avances científicos y las nuevas disposiciones polí-
ticas que favorecen las garantías individuales contravienen las ideas atem-
porales de los sectores conservadores.
La homofobia por lo tanto, prevalece en nuestra sociedad como una
conducta que se reproduce y se acepta, sin ninguna objeción de por medio,
validando el comportamiento intolerante entre los individuos. A pesar de
que en las últimas décadas el movimiento de liberación homosexual en
México a ganado espacios y ha puesto en discusión los temas de sexualidad
y el libre ejercicio de la misma, en la actualidad, sigue prevaleciendo la
homofobia institucionalizada, encarnada en los mexicanos y mexicanas que
por cuestiones culturales estigmatiza toda conducta sexual que es diferente
y no corresponde a la práctica institucionalizada que se considera como
única y normal.
La desaprobación de lo que no es considerado normal en nuestra cultu-
ra se ha perseguido y devaluado en la escala social de nuestro país como
señala Ana Luisa Luigori sobre la valoración exagerada de la masculinidad
en México “...que tiene su máxima expresión en el machismo. En conse-
cuencia se desvaloriza todo lo femenino, incluyendo a los hombres afemi-
nados u homosexuales”282 y se les castiga de manera violenta.
La violencia física como una de las tantas expresiones de la homofobia,
se mantiene al margen de la luz pública. “La muerte social que se otorga a los
gays y lesbianas283 de nuestro país, no sólo se hace presente con la apatía
hacia los múltiples asesinatos que se cometen de manera frecuente”284. Lo
que socialmente es preocupante se encuentra en los diferentes ámbitos de
la vida cotidiana, dentro de las autoridades judiciales (se puede identificar la
homofobia institucional) en la sociedad (en específico el ámbito familiar, se
encuentra presente como una homofobia cultural) y en los medios de co-

ciudad de México. La información que contiene el folleto, examina la homosexualidad


desde el punto de vista bíblico y no científico proporcionando información manipulada que
corresponde al criterio y los juicios de valor del “investigador”. Monseñor Livio Melina.
282 Luigori, Ana Luisa. Las investigaciones sobre la bisexualidad en México. En Debate

feminista, Año 6, Vol. 11, pp. 138.


283 Es importante señalar que para efectos de esta investigación, la homosexualidad mascu-

lina es el eje de estudio, sin lugar a duda, las ejecuciones en contra de lesbianas es una reali-
dad preocupante pero considero que merece de igual manera, una investigación propia con
especificaciones precisas.
284 Monsivais, Carlos. Conferencia de prensa. De la presentación de la Comisión Ciudadana

contra Crímenes de Odio por homofobia (CCCCOH). Ciudad de México, 6 mayo de 1998.

– 166 –
municación masiva, estos últimos como receptores y generadores de este-
reotipos sociales.
La falta de conocimiento con relación a la sexualidad, el amarillismo y
los intereses conservadores de algunos medios de comunicación, condenan
con el silencio las múltiples ejecuciones que acontecen e nuestro país, los
medios de comunicación impresos de corte amarillista285, se han encargado
de manera mesurada de informar sobre estos asesinatos pero con la des-
ventaja de condenar a través de encabezados ofensivos y lacerantes, la
orientación sexual de las víctimas, dando como resultado una información
cargada de juicios de valor que predisponen una actitud aprobatoria de los
asesinatos.
Por parte de las autoridades correspondientes, existe un número consi-
derable de asesinatos acaecidos que se mantienen sin respuesta alguna, en
cuanto a las ejecuciones cometidas en contra de la población homosexual
femenina y masculina, el ejercicio y la aplicación de la ley, con relación a las
averiguaciones que se requieren para el seguimiento y la búsqueda de los
homicidas, se abandonan de manera más pronta, demostrando así, la
homofobia institucionalizada por aclarar los asesinatos y dar castigo a los
culpables.
La homofobia prevaleciente en la sociedad mexicana, se hace presente
cuando los familiares y los más allegados, desisten en denunciar el crimen o
mínimamente exigir que se le dé seguimiento. Una conducta común por
parte de los familiares es el no rendir una declaración cuando son citados
o, en el peor de los casos, manifestar su aprobación argumentando “...que
el se lo buscó por ser raro y maricón”286.
El panorama social ante este problema es grave, sobre todo por aque-
llos que deciden ejercer su sexualidad de manera libre y, por qué no decir-
lo, por otros tantos que permanecen aún en el ejercicio clandestino de su
orientación sexual (Clóset). El crimen es denunciado y castigado en otros
países. En México la realidad es otra, en el ámbito internacional el gobier-
no federal ha firmado acuerdos que suponen fortalecer las garantías indivi-
duales de respeto y libertad. No obstante, el crimen y la violencia en contra

285 Para el seguimiento hemerográfico se utilizaron, el periódico “La Prensa” y el semanario

“Alarma”. Es importante señalar que se buscó información en otras publicaciones, pero


ningún otro medio impreso reporta estos acontecimientos de nota roja, además hay que
precisar que el Periódico La Prensa, mantiene una línea conservadora que se refleja con los
reportajes, así como la intencionalidad de las imágenes que presenta en sus fotos.
286 Informe Anual de 1998. La Comisión Contra Crímenes de Odio por Homofobia.

(CCCCOH).

– 167 –
de hombres homosexuales es persistente, dañando la convivencia social en
nuestro país y violando sistemáticamente las libertades que otorga el Esta-
do de derecho en el que se vive.

Propósitos de nuestra reflexión


Uno de los delitos que existen actualmente no solo en la Ciudad de
México sino en nuestro país son las muertes por homofobia, las cuales se
expresan en forma violenta provocando la muerte. La manera en como son
asesinados estos actores sociales muestra la falta de conciencia y odio que
los homicidas descargan hacía ellos, y que, por la ineficiencia de las autori-
dades continúan libres.
Los asesinatos por homofobia, no son iguales a otros, estos se distin-
guen por la brutalidad y salvajismo en que se presentan, por mencionar
algunos ejemplos podemos decir que sus genitales son mutilados, se les
generan lesiones anales con diversos instrumentos como son palos de es-
coba, botellas, fierros, entre otros; además de ser golpeados y apuñalados
en diferentes partes del cuerpo.
Pese a que se puede distinguir la forma salvaje en que son realizados es-
tos asesinatos y que existe implícito el dolor, considero necesario profundi-
zar en este patrón de asesinatos que favorezca la concepción del binomio
ejecuciones y homofobia, por lo tanto, se pretende formalizar un eje de
estudio que explique las condiciones culturales y morales del asesino en su
máxima exacerbación de odio y sadismo en contra de hombres homo-
sexuales que provoca el sufrimiento y culmina en la muerte de los mismos.
Considero importante reconocer las características de los asesinatos a
homosexuales en comparación con asesinatos relacionados también dentro
del ámbito sexual. De esta manera se puede demostrar la vulnerabilidad de
un sector social y el grado de intolerancia que prevalece en nuestro país de
manera social e institucional con respecto a la homosexualidad masculina
ya que la forma desigual de procurar justicia existente en nuestro país, sin
lugar a duda, representa un grave problema institucional que hasta nuestros
días no ha sido resuelto.

¿Por qué este sinuoso tema?


Ante esta situación de impunidad social con respecto a la homofobia, la
importancia de poder investigar la conducta antisocial y la manera desigual
de impartir justicia prevaleciente en nuestra sociedad, pone en claro, la
diferencia que existe entre los discursos oficiales en cuanto al respecto e

– 168 –
igualdad a las minorías y, por otro lado, demuestra el grado de intolerancia
que en nuestra sociedad existe. Todo ello, regido por una falta idea de la
sexualidad que gracias a la iglesia católica se ha difundido y, en el peor de
los casos, dicha institución social se mantiene como rectora de lo que es
aceptable y de lo que no es permisible dentro de nuestra sociedad.
La idea de pertenecer a una sociedad mayoritariamente católica en
México pone en manifiesto la negligencia de múltiples jerarcas católicos
que hasta nuestros días siguen sosteniendo el rechazo y el odio hacia la
homosexualidad. Por el momento, sería difícil poder demostrar hasta que grado las
instituciones de esta naturaleza incitan al odio y discriminación hacia los hombres homo-
sexuales. No obstante, es evidente a través de las declaraciones de ciertos
representantes católicos como el Arzobispo de la ciudad de México Nor-
berto Rivera y Juan Sandoval Íñiguez Cardenal de la Ciudad de Guadalaja-
ra, al manifestarse en contra de lo que ellos llaman “homosexualismo”.287
Grupos políticos conservadores de derecha como Los Caballeros de Malta,
Pro-vida, los Legionarios de Cristo, entre otros, mantienen su postura
negligente al manifestarse en contra de grupos que intentan la reivindica-
ción social como las feministas, los grupos de liberación homosexual y los
grupos que están a favor del derecho a decidir sobre sus cuerpos.
La concentración de las ideas conservadoras es una realidad en nuestro
país. A pesar de que existe una idea falsa de una apertura y una mayor tole-
rancia para los hombres homosexuales, al incrementarse los programas
televisivos y los diferentes paneles de discusión que han sido transmitidos
en medios masivos de comunicación, esto es poco tangible al continuar
incrementándose las ejecuciones resultado de una orientación sexual dife-
rente.
La homofobia en sí, se manifiesta de diferentes formas dentro de la co-
tidianeidad de la sociedad mexicana, sólo basta escuchar los chistes, las
burlas y las declaraciones de personajes públicos quienes sin tener una
reprimenda, manifiestan su descontento y utilizan la condición sexual de
homosexuales de forma peyorativa y como un motivo de insulto.288

287 La terminación “ismo” indica la gremialidad. La palabra homosexual no puede tener esa

terminación debido a la gramática que indica el Diccionario de la Real Academia Española.


288 En algunos países económicamente avanzados, la comunidad gay se encuentra organiza-

da de tal forma que pueden manifestarse en contra de declaraciones o bromas de cualquier


personaje público. Un ejemplo claro de esto, es en Montreal Canadá, donde esta prohibido
de ir la palabra “tapete” en cualquier medio de comunicación masiva, dicha palabra insulta y
peyoratiza a los homosexuales.

– 169 –
La condición social de los homosexuales en nuestro país, está en des-
ventaja en comparación de otras minorías, la forma en erradicar este mal
aun es difícil precisarlo, sin embargo, es importante por el momento insis-
tir y favorecer estudios que no sólo expliquen la homosexualidad sino que
estén enfocados en el comportamiento adverso del rechazo y la negación
de una realidad que no se puede negar.
En este sentido es que no hemos propuesto como objetivo fundamen-
tal, explicar las circunstancias socio-cultural, su reproducción y su asimila-
ción dentro de la sociedad que se encuentran implicadas en las ejecuciones
cometidas en contra de los hombres homosexuales.

Cómo abordar el estudio


La intención de estudiar la homofobia criminal, corresponde a inquie-
tudes personales que busco resolver apoyada en el trabajo realizado por
diversas instancias como la Comisión Ciudadana contra Crímenes de Odio
por Homofobia, organización ciudadana que ha denunciado desde su apa-
rición (mayo 1998) los crímenes cometidos en contra de la población
homosexual, es importante señalar que la valoración que existe del pro-
blema por parte de esta organización, se ve reflejada en el arduo trabajo
activista y también al evidenciar a través de comunicados y conferencias de
prensa, este problema prevaleciente en la sociedad mexicana, originado por
la actitud hostil de nuestra cultura hacia la homosexualidad.
Apoyándome en esta Comisión me resulta indispensable por la comple-
jidad que el objeto de estudio presenta ya que resulta sumamente difícil
acceder a los archivos que las autoridades correspondientes manejan, esto
se traduce en un impedimento para realizar un mejor análisis con relación a
las ejecuciones. Sin embargo, me puedo basar en el material que la Comi-
sión posee, gracias al trabajo de investigación que realizan las personas de
manera voluntaria a cargo del Coordinador General de esta Comisión:
Arturo Díaz Betancourt. La oportunidad de acceder a dicha información,
favorece al acercamiento de los asesinatos que han sido registrados heme-
rográficamente, al mismo tiempo, existe un seguimiento de los personajes
públicos y las organizaciones que promueven el odio y el rechazo hacia la
homosexualidad, este material definitivamente favorece a una mayor com-
prensión de la homofobia que existe en nuestra sociedad.
La valoración de criterios de la investigación, están enfocados hacia un
análisis cualitativo de las circunstancias socioculturales que rodean las eje-
cuciones en contra de los hombres homosexuales, este trabajo pretendi-

– 170 –
damente apunta hacia una interpretación sociológica del problema; existe la
posibilidad de poder acercarse a una mayor comprensión de esta pro-
blemática a través del estudio y el análisis de las circunstancias sociales y
culturales que están implicadas dentro de estos asesinatos, tomando en
cuenta que en México, la cultura es predominantemente machista e in-
fluenciada por un contenido moralista producto de la religión católica. Es
indispensable iniciar está investigación desde la legitimación de la Iglesia
católica como religión oficial y su concepción de la sexualidad que ha im-
pregnado el comportamiento subjetivo del campo sexual en la sociedad
mexicana.
Por otro lado, el análisis de la cultura machista en México, es un trabajo que to-
maría bastante tiempo y espacio para desarrollarlo dentro de esta investigación, no obs-
tante, la implicación, se limita a la exposición de la conducta que existe en la sociedad
mexicana del varón heterosexual. A través de estos ejes que ayudan a la com-
prensión de la legitimación social, favorecida al género masculino y en
especial a la práctica heterosexual. Por lo tanto, da inicio el abordaje de la
problemática social de la homofobia criminal, la incidencia hacia el objeto
de estudio está dirigido hacia una elaboración de un análisis especulativo,
tal vez, carezca de trascendencia y una exigencia científica, requerida hoy
en día; la aportación de antemano sabemos que es limitada pero pretendi-
damente se muestra como una plataforma para la realización de estudios
especializados en torno a la homofobia y en específico la que culmina en la
muerte.
La delimitación de la población dentro del objeto de estudio, es una ne-
cesidad que favorece a las expectativas del investigador (es) en cuanto a los
resultados, conclusiones y su aportación pretendidamente científica con
relación al tema analizado. Es decir, que las ejecuciones cometidas en con-
tra de los hombres homosexuales, se caracterizan de manera diversa, pro-
ducto de la diferencia individual de los asesinados; la nota hemerográfica,
indica que en ocasiones ciertas características que hacen suponer que el
victimado era un homosexual travestí, presumiblemente afeminado o con
características masculinas.
Estas diferencias que exigirán un detallado análisis de los victimados,
por el grado de diferencialidad de estigma existente en la sociedad, puede
dar origen, a una variable concentrada en su preferencia homosexual. Y de
esta manera, analizar detenidamente otras variables que pudieran estar
presentes dentro del objeto e estudio, ya que han existido trabajos avoca-
dos al estigma social.

– 171 –
La implicación hacia el tema de la homofobia, en la actualidad, está en-
focado a través del análisis de la personalidad, que los individuos sin im-
portar su género biológico o, su orientación sexual, experimentan la homo-
fobia internalizada, visualizada analíticamente dentro de la dicotomía
sociedad-individuo.
La intencionalidad de este estudio por lo tanto, mantiene una guía de
análisis basada en las aportaciones teóricas que la sociología reflexiva ha
impreso en el ámbito científico de lo social, a pesar de las limitaciones que
se encuentran dentro de los estudios cualitativos por asentar sus aportacio-
nes dentro de datos que no se corroboran de manera fáctica y concreta,
existe un interés personal por dirigir este estudio al campo sexual existente
en la sociedad mexicana, favoreciendo la reflexión de lo que inteligible-
mente se encuentra en la atmósfera subjetiva de los individuos con relación
a la homofobia.

Cultura, estigma y sexualidad


Para realizar un estudio asertivo entorno a la homofobia, es importante
visualizarlo bajo el análisis de la representación social de la iglesia en la
sociedad mexicana, el aspecto normativo que ha sido impreso desde su
aparición en México y continua válido en la actualidad, pretendidamente
pudiera ser una radiografía del imaginario social, concerniente a las creen-
cias y los hábitos que circundan entorno a la práctica sexual. (Heterosexual
y homosexual).
La presencia de la Iglesia como institución y el mito de la Virgen de
Guadalupe es una reflexión que nos aporta su proceso de legitimación que
como institución logra, para realizar criterios morales que socialmente son
aceptados. Por otro lado, la concepción de la sexualidad, la sexualidad
femenina y las prácticas homo-eróticas, favorece a la identificación del
comportamiento sexual que son considerados válidos en la sociedad mexi-
cana. La síntesis que aquí se presenta de estos aspectos, son aportaciones
que ayudan a identificar la postura beligerante de la institución eclesiástica,
hacia las propuestas del derecho, al libre uso de los cuerpos y el derecho, al
libre ejercicio de la sexualidad. De esta manera, existe la posibilidad de
comprender el favorecimiento de la sexualidad masculinizada hetero-
sexualmente frente al comportamiento homosexual. Tomando en cuenta,
que la población es mayoritariamente católica y que una parte considerable
de religiones alternas, adoptan la base judío-cristiana; el eje de estudio y el

– 172 –
espacio destinado a dicha reflexión, lo consideré importante enfocarlo
solamente hacia la religión católica.

La presidencia de la santa madre Iglesia en México y el mito de la


Virgen de Guadalupe
El suceso histórico de la conquista es el primer indicio de cómo fue el
sometimiento de México al culto religioso occidental. Con la llegada de los
primeros evangelizadores pertenecientes a la orden de los franciscanos en
1525, la imposición religiosa hizo eco en gran parte del espacio nacional a
través de la expansión territorial que fueron ganando los conquistadores,
por medio del dominio español se logró la esclavitud, la violación masiva
de mujeres, el genocidio en contra de indígenas, la destrucción de tempos
prehispánicos, el saqueo de grandes tesoros así como, la imposición del
castellano como lengua única para comunicarse289.
Estos hechos que permitieron el derrocamiento de los imperios y la casi
desaparición de las civilizaciones ya existentes, favorecieron la conquista de
la fe al lograr la conversión hacia la creencias occidental de dios, ayudados
por “la construcción de catedrales e Iglesias sobre los restos de los tem-
plos, se bautizó y se adoctrinó a los nobles indígenas y a sus hijos. Algunos
misioneros se dedicaron al estudio de las lenguas y religiones indígenas con
el objetivo de poder comunicarse e instruir mejor a éstos”290
La religión de los conquistadores hace su presencia en nuevas tierras y
el choque de estas diferentes maneras de concebir el mundo, es la esencia
cultural de lo que hoy existe en México. La cultura mestiza y la diversidad
étnica existente en el país desde varios siglos atrás, logran la convergencia,
a través de los ritos católicos que más tarde se convierten en la religión
oficial y la más influyente en la sociedad.
El evento convergente que da origen a la identidad nacional y logra
homogeneizar en gran parte el imaginario colectivo, acontece con la apari-
ción y la divulgación del mito de la Virgen de Guadalupe (12 de diciembre
de 1531). El peso simbólico de la imagen favorece al esfuerzo evangeliza-
dor de la religión católica.

289León Portilla, Miguel. La visión de los vencidos. UNAM, México, 1992. pp. 224.
290Zires Margarita. Los mitos de la virgen de Guadalupe” Estudios mexicanos, 10 (2),
verano 1994, Universidad de California.

– 173 –
En los diferentes trabajos realizados en torno al mito de la virgen, me
interesa destacar el de la investigadora Margarita Zires291, quien al realizar
un exhaustivo trabajo de investigación, realiza diferentes análisis que están
enfocados sobre el mito, la polisemia de la virgen como símbolo y asimis-
mo, la convergencia subjetiva de los católicos representa en la imagen.
Sus diferentes trabajos, aportan una reflexión hacia la interpretación
subjetiva del símbolo de la Virgen de Guadalupe como imagen trascenden-
tal de la cultura del mexicano. Al respecto, señala la investigadora, la creen-
cia hacia el mito de la virgen, constituye una forma especial de evangelizar,
ya que existe un sistema simbólico que encierra parte de las culturas me-
soamericanas y la occidental.292
La divinidad para los indígenas representada por Tonatzin (la madre de
la tierra) y su semejanza, con la virgen María madre del hijo de dios de
origen occidental, logra un sincretismo excepcional para las diferencias
socioculturales de la época, la existencia de una sola madre para los distin-
tos grupos sociales da como resultado un punto de fe en común. La origi-
nalidad de ser la madre de México, encierra un misticismo cultural impor-
tante para el profesor el milagro y la legitimidad religiosa.
De esta manera, no sólo se institucionaliza la fe católica en México, sino
que además de da inicio a la particularidad de lo que se considera como
cultura mexicana. La devoción de los feligreses a través del tiempo se ve
engrandecida por medio de diferentes eventos históricos y personajes sin-
gulares que favorecen el clamor nacional de la identidad. Al tener conoci-
miento de la imagen guadalupana, el presbítero criollo, Miguel Sánchez en
1648, realiza un trabajo de traducción oral y escrita del mito, dándole una
veracidad y proyección en el “mundo de los saberes y decirse legítimos de
la colonia”293. A pesar de no existir una interpretación única y dominante
del símbolo guadalupano. Con el tiempo a éste se le adjudicó una significa-
ción que no sólo encerraría el misterio de su aparición, sino que además,
colocaría a “México como una tierra Santa y a los mexicanos el de ser un
pueblo elegido”.294

291 Investigadora y profesora de la maestría en comunicación política de la UAM-X. Su


trayectoria como investigadora ha sido enfocada en el estudio del mito de la virgen de
Guadalupe.
292 Zires, Margarita. Schweizzerische Amerikanisten-Geseilschaft. Bulletin 59-60, 1996. pp.

81-89.
293 Op. Cit. p. 293.
294 Ibid. p. 296.

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Al estructurarse un misticismo en torno a la Virgen de fray Servando
Teresa de Mier, la adjudica un carácter anti-hispánico que favorece su pre-
sencia en la lucha por la independencia en 1810. Gracias al cura Miguel
Hidalgo y la obtención de la victoria frente a la madre patria, la imagen, se
convierte en un símbolo “más indígena más mestiza, mas criolla, o sea más
mexicana... se vuelve más milagrosa”.295
La representación social de la imagen de la virgen de Guadalupe en la
cultura mexicana, se hace evidente al convertir más adeptos hacia la reli-
gión católica. Al mismo tiempo, los que ya profesaban la religión legitiman
su creencia por medio del irrefutable milagro de la aparición; la instrucción
familiar hacia las nuevas generaciones, sistematiza la permanencia del culto
y favorece el poder social que adquirió la iglesia en México.
Aunque se puede señalar que no todos los mexicanos son guadalupa-
nos, existe dentro del imaginario colectivo la idea generalizada del bien y
está puede ser ejemplificada en las atribuciones milagrosas que la historia
escrita y oral existen en torno al mito de la virgen de Guadalupano que la
historia escrita y oral existen en torno al mito de la virgen de Guadalupe
sea o no el individuo creyente.

La legitimidad de la Iglesia Católica


La iglesia católica en la actualidad, mantiene un papel activo dentro del
acontecer mundial. La injerencia de la Iglesia ante las problemáticas mun-
diales o particulares de un país en desgracia a través de declaraciones o
acciones, fortalece el papel de esta misma como institución activa que se
compromete a la búsqueda de “la felicidad” y “el buen encauzamiento por
la paz” de la vida contemporánea.296
A pesar de que la población mundial no es mayoritariamente católica,
su influencia se hace visible a través de las diversas reacciones y manifesta-
ciones grupales, individuales e incluso nacionales provocadas por las acti-
vidades, visitas y pronunciamientos emitidos por el máximo representante
de la institución Juan Pablo II. Debido a la tecnología y la inmediatez de
los medios de comunicación, estos han favorecido la representación de la
Iglesia a escala mundial, como lo indica, el periodista Antonio Medina,
quien analiza la importancia y la trascendencia de los medios electrónicos

295Ibid. p. 299,
296Juan Pablo II a través de los diferentes medios de comunicación, constantemente se ha
pronunciado “a favor” del amor, la justicia y la paz.

– 175 –
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en la creación de púlpitos mediáticos297 que transmiten los innumerables even-
tos y comunicados generados en diferentes puntos del mundo o, céntrica-
mente en el Vaticano, Estado oficial donde se concentra el poder religioso.
La importancia de estas noticias ha convertido a la iglesia católica en una
institución con mayor presencia, voz y opinión que favorece o condena,
acciones y eventualidades acontecidas en el ámbito internacional.
En la actualidad, debido a la separación de la Iglesia y el estado a partir
de la era considerada moderna, se enfatizó la división de la vida pública y
privada en la sociedad. Es decir, la práctica religiosa en el mundo occiden-
tal se convirtió en una convicción de fe individual, dando origen a un Es-
tado laico ejercido a través de una ciudadanía incluyente, para los diferentes
credos religiosos y, asimismo, favorecer la igualdad de los individuos para
la impartición de la justicia que, llevado a la práctica, significaría sentar las
bases de una “verdadera convivencia pacífica dentro del pluralismo” como
apunta la antropóloga Marta Lamas, quien argumenta que la efectividad de
dicha pluralidad “requiere contar con un Estado laico que garantice un
régimen de tolerancia y también el imperio de la ley y la razón”.298
No obstante, en diferentes partes del mundo, la línea que puede dife-
renciar la libertad de culto y las obligaciones y derechos ciudadanos, se
mantienen en un mismo plano social, es decir, que a pesar de la presencia
formal de un Estado nación y una división de poderes, existen países don-
de las expresiones culturales como la religión forma parte social de la vida
política.
El sentido de pertenencia a estas sociedades involucra un arraigo terri-
torial, religioso y en ocasiones étnico. Como es el caso de los Estados mu-
sulmanes que a diferencia del resto del mundo occidental, han estructurado
una sociedad con característica monolítica mayoritariamente aceptada; regir
su vida política a través de los preceptos del Corán, pone en manifiesto la
conjunción social de lo colectivo e individual para la concertación de las
acciones gubernamentales de la nación.
Por otro lado, existen sociedades como en el caso de México, donde la
costumbre y el hábito cultural de la sociedad sincronizan la vida cotidiana
de los ciudadanos, profundizada culturalmente por la institución eclesiásti-

297La reflexión concerniente a los pulpitos mediáticos, se encuentra en el trabajo.


298En el siguiente texto la antropóloga hace una reflexión del Estado de derecho en México
y su confrontación ante la Iglesia católica. Lamas Marta Las fronteras del derecho a decidir
en: suplemento mensual Letra “S”, Salud, Sexualidad, Sida. México no. 57, jueves 5 de abril
de 2001. p. 6-7.

– 176 –
ca. A pesar de que en México existió una rebelión ante el poder clerical
(1867-1870) que da origen a la conformación laica del estado mexicano, la
iglesia mantiene un poder simbólico dentro de la población, dando origen a
una vida pública y privada impregnada por los preceptos culturales de la
sociedad que minimiza en ocasiones la racionalidad constitucional de las
leyes.299
Al respecto, la particularidad de la sociedad mexicana involucra diferen-
tes factores socio-históricos, como la apropiación del dios católico a través
de un sincretismo cultural violento, que originó una sociedad basada en el
apego religioso y, por otro lado, el mestizaje, resultado de la mezcla racial
de América y Europa. Siendo ésta, la situación más singular de nuestro país
ya que han conformado una cosmovisión del “ser mexicano” contradicto-
ria y adversa como lo anuncia Roger Bartra en su trabajo “La Jaula de la
Melancolía”, quien a través de una analogía con el axolote caracteriza el
comportamiento inestable del ser y existir como mexicano300, confabula-
ción mística del machismo y del héroe agachado producto de los valientes
derrotados y los poderosos triunfadores.
Está situación en la actualidad, mantiene un ámbito adverso de regla-
mentación constitucional para la exigencia de los sexuales y el libre ejerci-
cio de la sexualidad, aunque existe una formalidad constitucional que ga-
rantiza las libertades individuales, el peso cultural (el machismo y el
puritanismo católico) parece ser el obstáculo por el cual no se pueda re-
glamentar la aceptación de estos derechos que, sin lugar a duda, situarían a
México como un país democrático e igualitario para sus minorías sexua-
les.301

La doctrina eclesiástica: evangelizar para amar


(controlar para gobernar)
El mundo visto a través de los ojos del Dios católico, sataniza la exis-
tencia del placer en la acción humana del coito. Llamada fornicación y
condenada como el segundo pecado capital302. La Iglesia católica al conver-
tirse en una institución con poder e influencia, económica e ideológica,
vela su contenido de dominación y se apodera incluso del placer humano
desapareciéndolo a través de culpabilizar a quien lo busque, lo vida o, rein-

299 Ibid. p. 6-7


300 Bartra, Roger. La Jaula de la Melancolía. México 1987, Grijalbo. pp. 227.
301 Ibid. p. 6-7
302 Los otros 6 son la gula, la avaricia, la ira, la pereza, la vanidad y el orgullo.

– 177 –
cida en él. De este modo, logra controlar lo más profundo del cuerpo y del
pensamiento humano.
La implicación de la iglesia en la intimidad fue un proceso social intere-
sante, ya que su doctrina, está basada en la separación del cuerpo y el alma;
el desarrollo de preceptos morales que encauzaban y dirigían la conducta
sexual de los individuos no sería tan difícil mantenerla bajo control; frente
a la disposición de evitar el pecado y el mal, los sujetos que son adoctrina-
dos bajo la idea de la culpa mantienen la observación individual de su
cuerpo a través de la mirada de su alma, predisponiendo en la voluntad
personal la vigilancia constante “... del pensamiento, con su discurrir irregular
y espontáneo, con sus imágenes, recuerdos, percepciones, alteraciones e
impresiones que se comunican del cuerpo al alma y del alma al cuerpo. En-
tonces, lo que entra en juego no es el código de actos prohibidos o permiti-
dos, sino toda una técnica para analizar y diagnosticar el pensamiento, sus
orígenes, su naturaleza, sus peligros, su poder de seducción y todas las fuer-
zas oscuras que se pueden ocultar bajo las formas que aquel adopta”.303
De esta manera, si el autocontrol aparece como un factor social de apa-
ciguamiento de la voluntad, la idea de control emanada de la Iglesia católi-
ca desaparece, ya que sólo corresponde a la actividad individual de la con-
ciencia; reforzado por medio de un sistema binomial caracterizado en un
comportamiento bueno y malo. La culpa y el posible pecado que el indivi-
duo cometa, directamente apunta a la debilidad que el hombre presenta. El
ser humano dentro de este esquema de pensamiento necesita “desentrañar
de un mismo la fuerza del otro, del enemigo, que se oculta bajo la aparien-
cia del propio yo; porque se trata de llevar contra ese otro un combate
permanente del que no se saldría victorioso sin la ayuda del todopoderoso,
que es más fuerte que él; y, en fin, porque la confesión con otros, la sumi-
sión a sus consejos, la obediencia permanente a los superiores, son indis-
pensables en ese combate”304.
La lucha contra el cuerpo que requiere satisfacer las necesidades fisioló-
gicas y psicológicas, es una guerra constante dentro de la doctrina católica.
La intencionalidad evangelizadora de la institución defiende la idea de lo

303 Ariés P., Bejín A. Foucault M. y otros. Sexualidades Occidentales. Barcelona. Paidos.

1982. p. 42. es importante señalar que dentro de esta cita se realiza un análisis de Michel
Foucault hacia el trabajo de las obras de juan Casiano del libro Instituciones del año de
1957. Colaciones de 1961, así como de diferentes conferencias realizadas por el mismo
autor Casinao.
304 Ibid. p. 49

– 178 –
natural que según el orden divino ha establecido y que moralmente corres-
ponde al bien305. La confirmación constante de la verdad que se revela ante
los hombres que pertenecen al mundo terrenal, reduce la capacidad de
voluntad y predispone la actitud del individuo a la adopción de dichos
valores como designios aceptables producto de la fe.
La circunstancia de ventaja que la jerarquía católica utiliza con la forma
de operar la fe de los individuos, da como resultado que la creencia puede
ser un objeto que vincula la simpatía, con cualquier mensaje considerado
verdad emanada de la Iglesia, originando que esta verdad sea escuchada y
atendida.
La aprehensión, la defensa y el seguimiento de esta verdad, sin lugar a
duda, corresponde a la situación biográfica de cada individuo con respecto
al catolicismo que profese, como feligrés prácticamente o no. Al respecto,
esta verdad a la que se hace mención, en la actualidad es preocupante, de-
bido a la información que se genera en torno a la sexualidad y en especial
sobre la homosexualidad. Las investigaciones que realizan la gente que
pertenece a la orden eclesiástica así como, los libros que sin escritos por
está institución social, dan como resultado una información con una gran
carga de juicios morales y sin ninguna concepción científica que la sustente.
Con la intención de mantener una idea de la sexualidad que se apega a los
preceptos religiosos de la institución. Esta información es difundida a través
de diferentes medios electrónicos de comunicación y los alcances de ésta, se
distingue según el portavoz y la presencia pública del mismo. Dentro del
ámbito cotidiano y local, es necesario señalar que se puede obtener prácti-
camente gratuita y alcance de todo el público la información de estos tra-
bajos de “investigación”.

La sexualidad femenina a través de los ojos del dios católico


Es indudable que la sexualidad femenina dentro de la observancia de la
religión católica mantiene en la actualidad tabúes que son considerados
válidos en varios sectores de la sociedad. Los preceptos morales más habi-
tuales con relación a ellas, enfocan la diferencia de géneros por medio de la
función reproductiva, originando la carga social de la responsabilidad de la
mujer ante la posibilidad de procrear.
La posición ideológica de la Iglesia desde sus orígenes como institución,
ha postulado varias ideas simbólicas de la mujer, entre las que destacan dos

305 Ibid. p. 65-69.

– 179 –
concepciones fundamentales que generalizan a través de una interconexión
general la idea del “ser y “existir” como mujer, la primera con una signifi-
cación social que la reconoce como imagen inmaculada de la procreación,
al concebir de manera virginal al hijo de Dios padre (virgen María) y, por
otro lado, como la culpable de haber originado el destierro de los primeros
habitantes del paraíso (Eva). Las ideas contrarias vertidas en la conducta
femenina, originaron “simbolismos de maldad y bondad...ejemplos ópti-
mos para que las mujeres midieran sus vicios y cualidades”306 como señalan
las investigadoras ana Muchastegui y Marta Rivas, quienes al realizar un
trabajo sobre “los mitos y dogmas de la sexualidad femenina”, explican los
preceptos mantenidos hoy en día por un gran número de mujeres.
El simbolismo de concebir al hijo de Dios, comentan, sólo favorece a la
concepción de la mujer asexuada, reforzando así, la virginidad y el someti-
miento sexual de la mujer hacia los deseos sexuales del hombre, de esta
manera, se dibujan los extremos de la conducta sexual y el comportamien-
to de las mujeres dentro de un esquema de autocontrol.
En la actualidad, las ideas conservadoras de dicha institución que dieron
pauta a diferentes pronunciamientos de distintos grupos de liberación fe-
menina, en protesta por la misógina que se promueve dentro del ámbito
religioso, no se ha transformado del todo. A pesar de que la sociedad
mexicana está avanzando por una idea más definida y favorable para las
mujeres, auspiciado por ellas mismas307, “se subyace una moralidad que
nos remite a los principios judío-cristianos”.308
Dando como resultado, una idea indirecta que se mantienen en la
atmósfera subjetiva de la sociedad, es decir, el imaginario social con respec-
to a las mujeres dentro de la sociedad mexicana, la materializa como seres
que tienen un deseo sexual casi inexistente. En el transcurso de su desarro-
llo biológico y social, desde sus primeros años de pubertad y a lo largo de
la adolescencia, se les mantiene al margen de la vida sexual al adjudicárseles
el mito de la virginidad, su etapa como jóvenes maduras y personas adultas,
el deseo sexual ésta favorablemente inclinado a la disposición del hombre,
dentro del matrimonio o, en las relaciones de pareja.
La otra manera directa que opera dentro de la concepción misma que
las mujeres han aprehendido a través de la cultura, se hace presente cuando

306 Quezada Noemí. Religión y sexualidad en México. UAM-AZC y UNAM. México 1997.
p. 21-31
307 En específico el movimiento feminista a partir de la década de los 60’s.
308 Ibid. p. 28.

– 180 –
un número considerable de mujeres, no han experimentado un orgasmo y
se mantienen dentro del gran porcentaje de las que no expresan su insatis-
facción, el hecho demuestra su imposibilidad de hablar de su propia sexua-
lidad y la obtención de su placer.309
En referencia a las protestas y la lucha femenina en la actualidad, la igle-
sia se ha pronunciado en contra de estos grupos de liberación, a escala
internacional a través de Juan Pablo II y en el ámbito nacional, por medio
del Cardenal Norberto Rivera, condenando sus propuestas por la reivindi-
cación social de su libre derecho al cuerpo. Las manifestaciones más
próximas por mantener aún la concepción atemporal de la sexualidad fe-
menina, se hace presente cuando aun se distribuyen folletos en diferentes
iglesias que contienen información acerca del comportamiento sexual y
social femenino.
En el folleto 611 E.V.C. (El verdadero católico) realizado por Alicia
Herrasti; indica que la mujer en especial “las jóvenes señoritas”, deben
comportarse dentro de un decoro social que evitará la mala reputación de
las jóvenes y “el qué dirán”.310 Al profundizar simbólicamente la responsa-
bilidad de las mujeres de su comportamiento social, dicho sea de paso, la
idea por responsabilizar a la mujer encargada de la procreación, al argu-
mentar la autora más adelante, “... la mujer no solamente recibe en sus
entrañas el esperma del hombre, sino al hombre mismo en su integridad y
es por esto, que los órganos sexuales tienen una gran vocación están al
servicio del amor y la creación”.311
Las citas, sólo demuestran la concepción de un modelo ejemplar de
conducta que favorece el precepto de la virginidad, el buen comportamien-
to, la sexualidad no como expresión humana, sino como método de pro-
creación y asimismo, se específica la funcionalidad genital dentro de la

309 Op. Cit. 29 Véase investigación de campo realizada por las investigadoras, Ana Muchas-

tegui y Marta Rivas, quienes al entrevistar a diferentes mujeres, encontraron la falta de


conciencia y el miedo por experimentar placer, dentro de este trabajo me llama la atención,
la respuesta de una de las mujeres entrevistadas, la cual expresó su idea con respecto al
deseo sexual y la auto erotización contestando:”No, no, no, no, me gusta... si tengo deseos,
me pongo a hacer otra cosa cualquier cosa y se me pasa... Me parece una cosa muy cochina,
como si estuviera loca o como si de veras necesitará, ya de veras estuviera necesitada de un
hombre... Yo veo cómo es la televisión y ciertas mujeres que solitas se hacen...No, no me
gusta. Las veo como cochinas habiéndose eso”.
310 Folleto e.v.c. (El Verdadero Católico) 611 12° Edición 2000. por Alicia Herrasti. P. 8-11.
311 Ibid. p. 18.

– 181 –
práctica heterosexual, descartando de manera implícita las relaciones
homo-eróticas.
La vida sexual femenina en México, se dice que se está transformando,
a pesar del rezago educacional con relación a la sexualidad, las mujeres
siguen manteniendo un status inferior al hombre provocado por la cultura
machista y el poder simbólico de la religión católica, reforzando ésta última
dentro del acontecer diario de la sociedad la creencia masculina del cuerpo
asexual femenino. Los cambios necesarios que han señalado los grupos
feministas a través de estudios culturales en distintas disciplinas, hasta el
momento no se han materializado del todo, las consecuencias al respecto
han favorecido a distanciar entre las mujeres puntos de vista y posiciones
conservadoras versus progresistas dentro de la sociedad.
A través de la exposición de la sexualidad femenina, se puede com-
prender el favorecimiento de la práctica sexual hacia el varón, indiscuti-
blemente, él también se encuentra dentro de ésta lógica de dominación y
de auto control impuesta por la Iglesia católica, sin embargo, existen más
consideraciones y permisiones, simbólicas que pormenorizan la culpabili-
dad. No obstante, el varón heterosexual con relación a la sexualidad feme-
nina, se ha diferenciado en dos posturas diametralmente contrarias dentro
del debate femenino, la primera a mencionar se ha concientizado de la
desigualdad de género enfatizada por la condición biológica de la procrea-
ción, asimismo, se ha enterado de la insatisfacción sexual de las mujeres
originando una condición más conciente de la vida sexual en pareja.
Por otro lado, se sostiene la idea conservadora de limitar el placer
sexual de ambos sexos, favoreciendo indudablemente, la condición del
hombre frente a la mujer. Todo esto auspiciado por ideas atemporales sobre
la sexualidad y la condición femenina, negando de esta manera, la oportuni-
dad por favorecer la igualdad sexual y social de las propias mujeres.
La condición sexual de la mujer por lo tanto, se mantiene en un rezago
social que se hace presente de distintas formas, la más común, proviene del
seno familiar, producto de la cultura maternalista del país. Que contradic-
toriamente favorece el culto a la madre y soslaya su presencia social como
mujer, el calor simbólico de la madre y al mismo tiempo de la hermana e
hija, hasta el momento se mantienen dentro de la imagen protectora del
hombre, disponiendo la libertad que como padres, hermanos e hijos otor-
guen a la sexualidad femenina.

– 182 –
La condena moral de la iglesia hacia la diversidad sexual
La diferencia sexual entre los géneros y las diferentes expresiones
sexuales que hoy en día se conocen, se mantienen marginadas e inexisten-
tes para la Iglesia católica, mientras el avance científico en materia sexual
favorece el conocimiento y la mayor aceptación de nuestras diferencias
como género humano. El pronunciamiento al derecho por el libre ejercicio
de la sexualidad que promueve la jurisdicción personal y autónoma de la
sexualidad, parece ser lo más repudiado y condenado por la Iglesia.
A pesar de existir un sustento científico y la exigencia constitucional de
las garantías individuales en las demandas del movimiento homosexual en
México y en el resto del mundo, éstas son negadas en el rechazo suscrito a
lo divino y él deber ser, dando origen a que cualquier practica sexual dife-
rente a la heterosexual sea condenada según la perspectiva moral y “natu-
ral” de la institución eclesiástica.
Entre las múltiples manifestaciones de rechazo, se puede enunciar de
manera general; a) la concepción de la homosexualidad como aberración,
b) la práctica de actos homosexuales como una conducta conspicua para el
derecho divino así como, c) la manifestación en pro de los derechos
homosexuales, condenada y señalada como la promoción de un estilo de
vida desordenado. De manera particular, se puede focalizar la promoción
de la homofobia que en la actualidad representa un acto beligerante que
anuncia la discriminación social y violenta la integridad de las personas con
una orientación sexual diferente.
La revelación divina de la verdad como anuncia un número considerable
de jerarcas católicos de diferentes latitudes y con diversos grados de repre-
sentatividad, subraya el comportamiento natural a seguir, “... que correspon-
de al sabio designio de Dios”.312 Los actos sexuales concebido como una
función reproductiva, descartan cualquier actividad sexual, ya que es consi-
derada por la religión católica como una conducta lasciva, el sentir humano
contenido dentro del organismo biológico del hombre (como género
humano) debe ser mantenido a la observancia divina y encauzada por los
designios morales que según dios propone y, que la Iglesia sustenta como
una verdad proveniente de “la revelación y la razón natural”.313
La concepción de la homosexualidad dentro del discurso eclesiástico es
considerada como una enfermedad que a través de “programas terapéuti-

312 Op. Cit. Folleto E.V.C. 641. p. 3.


313 Ibid. p. 3

– 183 –
cos es posible la recuperación de la identidad heterosexual”. 314 El énfasis
por señalar toda conducta homosexual como antinatural, contrasta con los
avances científicos que en la actualidad se han logrado, al respecto la Ame-
rican Psichyatric Association, anunció desde 1998 que cualquier tratamiento
encauzado a cambiar la orientación sexual, es una tentativa que puede oca-
sionar “el malestar del paciente ya que provocaría ansiedad, trastornos y
efectos depresivos, en conjunto, un malestar que pone en riesgo la salud
mental del individuo”.315
En la actualidad, la lucha homosexual en México y en diferentes partes
del mundo han exigido su reivindicación social, basándose en el compor-
tamiento de las garantías individuales, otorgadas constitucionalmente por el
derecho nacional así como el internacional, este último, decretado mun-
dialmente por la carta de derechos humanos. Sin tomar en cuenta lo ante-
rior, la Iglesia católica, ha condenado públicamente y etiquetado los avan-
ces sociales en materia de equidad y la no-discriminación, como la
promoción del desorden moral y un mal que puede considerarse no sano
para la sociedad.316
El pronunciamiento en contra de la homosexualidad, ha significado
hasta momento, el reforzamiento de la institución social eclesiástica por
mantener la jurisdicción sexual del “deber ser”. Con ello, se pone en mani-
fiesto, no sólo la intencionalidad de la Iglesia católica por someter el con-
trol sexual por medio del autocontrol, siendo la culpa el mejor método
para conseguirlo, sino que además, se hace evidente que la concepción
divina utilizada por la Iglesia, en torno a la sexualidad a perdido validez al
no aceptar el progreso científico y social que ha favorecido el reconoci-
miento de las diferencias existentes dentro del género humano.

Consideraciones finales
Los preceptos religiosos que formalizan una vida moral, encauzada a la
aspiración de una estancia libre de todo sufrimiento terrenal y, los dogmas
de fe y penitencia promovidos por la institución eclesiástica, se hacen pre-
sentes en gran parte de los practicantes y no practicantes del mundo. En la
sociedad mexicana, la iglesia católica es una de las instituciones con mayor
influencia y trascendencia social, los preceptos eclesiásticos de la religión,

314 Ibid. p. 8
315 Agencia Reuters, 15 de diciembre de 1998.
316 Ibid. p. 12.

– 184 –
se han establecido en el imaginario colectivo y se han convertido designios
vigentes que caracterizan la manera de vivir la cotidianeidad en la sociedad
de México.
La manera en que se vive la religiosidad en esta latitud, norte americana,
ha disuelto de manera sutil la línea divisoria del ámbito público y el priva-
do. Los actos de fe en México no sólo permanecen en la individualidad
sino por el contrario, se hacen presentes en la atmósfera social de las ideas
y las primeras enseñanzas que se aprehenden317 dentro de una familia cató-
lica, originando que toda concepción moral de la iglesia sea considerada
válida y se adhiere a la subjetividad de los mexicanos y mexicanas, materia-
lizándose de este manera, dentro de las leyes no escritas del hábito y la
costumbre. Es decir, el comportamiento que la institución eclesiástica ha
estructurado como socialmente aceptable y se ha difundido en “atributos
morales, como: puro y sucio, bueno y malo, santo y diabólico... definicio-
nes de subjetividades aceptadas y repudiadas”318 dentro del imaginario
colectivo de la sociedad que mayoritariamente es católica.
Es indudable, que la obtención de placer y lograr ser responsable del
instinto natural del cuerpo, se encuentra de manera discordante a las
prácticas y actos de fe con referencia a los dogmas católicos. La imposibili-
dad de la práctica religiosa y la actividad sexual, parece mantener una dis-
tancia que el propio individuo establece dentro de la concepción y el arrai-
go significativo del pecado. Es decir, el credo ideológico que la Iglesia
emana por medio de su evangelización y el adoctrinamiento de sus fieles
puede ser adquirido y practicado de formas distintas.
La primera consiste de manera directa, a través de las prácticas religio-
sas donde se puede distinguir, un católico (a) prácticamente a diferencia de
uno (a) que no lo es tanto y otro (a) que de manera muy esporádica asiste
sólo a festividades especiales. Por otro lado, la segunda forma indirecta está
culturalmente dada en la sociedad y a su vez son reproducidas y heredadas
de generación en generación.
A pesar de que el vínculo Iglesia-individuo no esté estructurado de ma-
nera formal por un no-practicante, se puede experimentar las creencias

317 Es importante mencionar la intencionalidad de escribir el término de aprehender y no

aprender. El primer tiene una connotación de conocimiento social forzado, en el cual no


existe opción alguna para aceptarlo. Por el contrario, el segundo término se refiere al proce-
so de aprendizaje en el cual, existe la intencionalidad de transmitir sólo le conocimiento, ya
sea éste empírico y/o científico.
318 Quezada. Op. Cit. P. 21-31.

– 185 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
morales y éticas del grupo social al que se pertenece (donde se nace, se
vive, se reproduce y se muere).
Las ideas más apremiantes que me interesa resaltar, y, tomando en cuenta
lo anterior, corresponden al poder de influencia que existe de la iglesia católi-
ca en la cotidianeidad de los individuos, en especial, al referente al campo
sexual. La idea de culpa como anteriormente se mencionó, se encuentra
presente en el discurso oficial, para aquellos que experimentan el placer y
utilicen la práctica sexual, como un mero instrumento de satisfacción.
El cuerpo femenino severamente vigilado la coloca en desigualdad fren-
te al hombre, otorgándole al varón heterosexual una mayor dominación y
control dentro de la práctica sexual. Por otro lado, la corporeidad que la
práctica homosexual materializa-por llamarlo de algún modo- en la identi-
ficación que socialmente necesita para el reconocimiento y el respeto, se
hace presente en la asimilación y la concepción del ser “gay”319, la Iglesia al
respecto, no sólo se manifiesta en contra, sino que además, como rectora
institucional del comportamiento sexual, la condena públicamente, interfi-
riendo de esta manera, a una aproximación de entendimiento y aceptación
positiva para dicha comunidad.
Los efectos y las consecuencias se hacen presente en la homofobia que
emana de la institución católica, la idea atemporal de la sexualidad, pone en
confrontación, los avances científicos en materia sexual, en particular los
acontecidos sobre la homosexualidad y, al mismo tiempo, se ignora los
avances históricos que se han realizado, sobre los preceptos religiosos en
cuanto al rechazo de la práctica homosexual. Siendo estos últimos, los más
reveladores en cuanto al carácter socio-histórico de la prohibición de la
práctica homo-erótica.320

319 Existe una observación interesante al respecto. Todos los gays son homosexuales pero
no todos los homosexuales son gays, la diferencia radica en las presencias sociales que el
individuo adquiere con relación a su identidad homosexual, es decir, que se encuentre fuera
del clóset y se asuma homosexual públicamente. Por otro lado, la consideración de la
homosexualidad que permanece oculta, no es considerada dentro de la categoría “gay”. Ya
que no se adopta una actitud política de orgullo y aceptación. Véase Castañeda Marina, La
Experiencia homosexual. Edit. Paidós. México. 2000. p. 44.
320 Véase, Núñez Noriega, Guillermo. Sexo Entre Varones, UNAM. México 1999. p. 40. el

autor, cita las explicaciones del sexólogo Juan Luis Álvarez Gayou, quien explica el origen
de los preceptos religiosos en contra de la homosexualidad, en sí, se condena el desperdicio
de semen, sobre todo, para la reproducción de la especie humana.

– 186 –
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www.cogailes.org.

– 188 –
EL ROSTRO DEL MIEDO Y LA VIOLENCIA EN MÉXICO
Martín Gabriel Barrón Cruz*

A manera de presentación
El presente ensayo tiene por objeto brindar una exposición crítica de la
situación en torno a la violencia, con su rostro más aciago que aqueja al
país, es decir: el ligado al narcotráfico. Por lo cual se apela como primer y
gran referente a los datos estadísticos, con la intención de marcar ciertos
problemas que se presentan con los datos.
Lo anterior es sólo la excusa para ingresar al examen de la violencia, y la
complejidad que conlleva su estudio. Como el lector observará, se muestra
la diversidad de posturas y explicaciones en torno a la violencia. No obs-
tante lo anterior, se desglosa la respuesta dada por el Estado a la misma,
mediante tres aspectos, considerados imprescindibles, tales como: la gene-
ración de un nuevo paradigma de la violencia, el Derecho penal del enemi-
go y, finalmente, la gestación de un estado de excepción.

El pretexto: la numerología
El rostro y ejemplo más evidente de la violencia en México proviene de
la lucha por el mercado de la droga. 321 La cual ha gestado informes como

* Profesor-Investigador INACIPE.
321 “La palabra “violencia” expresa diferentes acciones, en diferentes espacios, con diferen-
tes actores, y adquiere nuevas significaciones en distintos tiempos históricos. Como palabra
forma parte de una pluralidad de discursos cotidianos y disciplinares, aparece en diversos
contextos explicativos y con diversas interpretaciones en el tiempo. Esta es la razón de por
qué cuando se trata de conceptualizar la violencia (hacerla un término científico), ésta se
hace ambigua y elusiva, ya que lo que se describe continúa siendo vago y, por ende, sujeto a
múltiples interpretaciones. De esta constatación se deriva que hay que tomar en cuenta la
variedad de interpretaciones que la cualifican, significándola, en momentos y espacios

– 189 –
el Amérique Latine Political Outlook 2008, donde se manifiesta que “la
guerra entre los cárteles mexicanos y contra las fuerzas del orden (...) al-
canzó niveles sin precedente (...la cual) produjo cerca de 5,000 víctimas
(cifra superior a las 2,700 de 2007). A tal dato hay que sumar el centenar
(...de personas que sufrieron) “levantón” (rapto o secuestro), de robo con
violencia y de homicidios sin nexo directo con tráfico de droga”.322 Los
números son incluso menores a los suministrados por las autoridades,
quienes anunciaron que en 2008 se ejecutaron poco más de 5,376 homici-
dios afines al narcotráfico, ello equivalía a un incremento del 117%, respec-
to a los 2,477 efectuados en 2007; otras fuentes (esencialmente las pe-
riodísticas) denunciaron que hubo 6,300.323 Como es visible las cifras no

determinados, ya que forman parte de su propio sentido y dan cuenta de su dinámica”.


Tosca Hernández. “Des-cubriendo la violencia” en Roberto Briceño (Comp.) Violencia,
sociedad y justicia en América Latina, Buenos Aires, CLACSO, 2001, pp. 59-60.
322 Amérique Latine Political Outlook 2008, París, SciencesPo, l’Observatorie Politique de

l’Amérique Latine et des Caraïbes, enero 2009, pp. 7-8.


323 Para el periodo de enero y octubre de 2008, en palabras del Secretario Ejecutivo del

Sistema Nacional de Seguridad Pública, Monte Alejandro Rubido, “el total de delitos regis-
trados es de un millón 571 mil, lo que representa un incremento del 8.5 por ciento para el
mismo periodo del año anterior”. Discurso presentado por el funcionario en la XXV Sesión
del Consejo Nacional de Seguridad Pública el 28 de noviembre del 2008, en pagina web
sspf.gob.mx.
Parte de ese escenario se puede describir de la siguiente forma: “las cifras de pérdida de
vidas humanas son abrumadoras. En 2008, el promedio diario de ejecutados a nivel nacio-
nal fue de 13.4, más del cien por ciento respecto a 2007 (6.2) y a 2006 (5.8). En algunos
estados del país, como Chihuahua, el promedio de ejecutados en 2007 y 2008 creció más de
10 veces. En Baja California y Estado de México, se triplicó de 2007 a 2008. Las estimacio-
nes de ejecutados para 2008 por cada 100 mil habitantes en las ciudades y los estados más
violentos del país son muy altas, incluso a nivel internacional. En Ciudad Juárez hubo 82
ejecutados por cada 100 mil habitantes, en Culiacán 47 y en Tijuana 31. A nivel estatal,
Chihuahua cerró el año con 49 ejecutados por cada 100 mil habitantes, Sinaloa con 25 y
Baja California con 19. En números absolutos, los 10 estados más violentos de México
fueron Chihuahua, Sinaloa, Baja California, Estado de México, Durango, Guerrero, Micho-
acán, Sonora, Jalisco y Tamaulipas. De diciembre de 2006 a junio de 2008, alrededor del
35% de las ejecuciones tuvieron lugar en los siguientes 10 municipios: Ciudad Juárez, Cu-
liacán, Tijuana, Chihuahua, Acapulco, Durango, Morelia, Navolato, Reynosa y Torreón.
Alrededor del 80% de las ejecuciones se registraron en 200 municipios (8.2% del total).
Como se desprende de los datos anteriores, la violencia vinculada al crimen se concentra en
ciudades fronterizas y cercanas a puertos de embarque, y posee una tendencia a la alza. En
conjunto, los funcionarios públicos ejecutados (incluidos policías y militares) durante el
mismo periodo ascienden a alrededor del 14% del total. En este grupo figuran las ejecucio-
nes de policías (11.4% del total) y las de militares (1%). Los ex policías ejecutados represen-
tan el 1.6% del total y los ex militares apenas el 0.2%. El 11% de quienes son ejecutados

– 190 –
son iguales en número, pero sí relativamente cercanas, la razón es la fuente
que se consulta. Finalmente, la proyección y cálculo para el 2009 indica que
se rebasarán por algunos cientos las cifras del 2008.324
No obstante lo anterior, es importante detenerse brevemente para mos-
trar algunos datos que existen sobre los homicidios en México en los últi-
mos 10 años. Por ello se decidió analizar, comparativamente, las cifras
entre el Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad (ICESI), el
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y la Secretaría de
Seguridad Pública Federal (SSPF) a fin de mostrar los problemas que exis-
ten en torno a los dígitos que proporcionan.325
En el cuadro 1 se cotejan los datos entre ICESI y la SSPF. La razón de
esto es porque según el ICESI la fuente de consulta, con la cual elaboró
sus estadísticas, emana de la información de la SSPF y del Consejo Nacio-
nal de Población (CONAPO).326 Pese a ello queda patente que no hay
coincidencia numérica.

Año ICESI SSPF


1997 35,224 35,341
1998 33,942 34,444
1999 33,242 33,242
2000 31,704 32,018
2001 31,524 31,185

son objeto de tortura antes de morir; en el 4.6% de los cadáveres se colocan mensajes; y el
1.9% de los ejecutados son decapitados. La edad promedio de las personas que son ejecuta-
das es de 33 años y alrededor del 80% de los ejecutados tiene entre 14 y 42 años de edad.
Sólo el 6.2% de los ejecutados son mujeres”. Eduardo Guerrero. “Narcotráfico S. A.”, en
Nexos, núm. 373, enero de 2009.
324 Para ejemplificar lo anterior el periódico Milenio señalaba, en la nota de Melissa del

Pozo denominada “Agosto: 748 ejecutados; la mitad en Chihuahua”, que hasta el 1 de


septiembre de 2009 se habían cometido alrededor de 5,048 homicidios, cifra muy cercana al
total de los cometidos en 2008.
325 Es importante señalar que el estudio de la delincuencia a partir de la elaboración y análi-

sis fundamentado en la estadística criminal –o delictiva– surgió a principio del siglo XIX a
través de la llamada Estadística Moral o Escuela Cartográfica, cuyo principal representante
fue Adolphe Quételet, quien desarrolló su Ley térmica de la delincuencia. Según la Escuela
Cartográfica el delito era un hecho regular y constante que se regía por las leyes naturales.
Además, no era un hecho individual sino resultado de la relación social donde no interesaba
ver las causas del mismo sino observar la frecuencia y regularidad de los eventos. Así, se
consideraba al delito como algo normal, inevitable y necesario, que debido a s la regularidad
y constancia que presentaba era posible estudiarlo mediante el método estadístico.
326 Los datos se encuentran en las páginas web icesi.org.mx/estadisticas y sspf.gob.mx.

– 191 –
Año ICESI SSPF
2002 29,067 29,140
2003 28,202 28,330
2004 26,668 26,530
2005 25,780 25,780
2006 27,160 27,551
2007 25,129 25,129
2008 27,275

La incongruencia e inconsistencia de las cantidades se hace aún más


palpable y visible cuando se contrastan las cifras entre las tres instancias
referidas. La razón es que los números del INEGI son extremadamente
bajos,327 casi es la mitad de los suministrados por las otras dos institucio-
nes, como se muestra en el cuadro 2:

Año ICESI SSPF INEGI


1997 35,224 35,341 13,562
1998 33,942 34,444 13,716
1999 33,242 33,242 12,287
2000 31,704 32,018 10,788
2001 31,524 31,185 10,324
2002 29,067 29,140 10,143
2003 28,202 28,330 10,139
2004 26,668 26,530 9,330
2005 25,780 25,780 9,926
2006 27,160 27,551 10,454
2007 25,129 25,129 8,507
2008 27,275

Lo anterior puede ser indicativo –como simple suposición– que los


dígitos del INEGI se refieren exclusivamente a los homicidios dolosos.
Pues, al confrontar las cifras entre INEGI e ICESI –cuadro 3–, es evidente

327 Las cifras referidas fueron tomadas del artículo de Fernando Escalante. “Homicidios
1990-2007” en Nexos, núm. 381, septiembre de 2009, p. 27. Inclusive si se revisan los datos
del propio INEGI en su página web para el 2007 se indica que el total de homicidios fue de
8,544; cifra que no coincide con los datos que Escalante proporciona y quien indica como
su fuente el INEGI.

– 192 –
que éstas no concuerdan. Aunque quizá quienes las elaboran darán una
explicación sobre la razón por la cual no hay correspondencia, tratarán a
toda costa de convencernos de que se siguieron los pasos para llegar a obte-
nerlas, dirán que no hay errores y, además, que son altamente confiables.

Año ICESI INEGI


1997 16,163 13,562
1998 15,595 13,716
1999 14,633 12,287
2000 13,550 10,788
2001 14,208 10,324
2002 13,110 10,143
2003 12,760 10,139
2004 11,690 9,330
2005 11,255 9,926
2006 11,594 10,454
2007 10,291 8,507
2008 12,577

En último lugar, resta el análisis del homicidio doloso en 2008, para es-
to se retoma la información del ICESI la cual indica que hubo 12,577 du-
rante ese año. Si contrastamos éstos con el total de narco-ejecuciones la
cual, como ya se mencionó, ascendió en su cifra más elevada a 6,300 homi-
cidios, éstos equivalen al 50% del total, lo cual parece extremadamente
alarmante.328 No obstante, si apelamos a las declaraciones efectuadas en la
Sesión del Consejo Nacional de Seguridad Pública, celebrada el 28 de no-
viembre del 2008, por Alejandro Rubido, Secretario Ejecutivo del Sistema
Nacional de Seguridad Pública, que en el lapso de enero-octubre, del citado
año, se registraron un millón 571 mil de delitos; entonces, los 12,577

328 Por otra parte, hay que señalar que “en México, los nombres de los principales trafican-
tes, así como los de aquellos a quienes intimidan, matan y corrompen, siempre están cam-
biando, pero las historias siguen siendo las mismas. La pobreza y la desesperación se están
incrementando entre los campesinos (...entonces vale la pena preguntarse) ¿Cuál es la solu-
ción? Ciertamente, ella no está en recurrir a la política del “palo y la zanahoria” (...pero
tampoco se acepta que) la legalización de ciertas sustancias podría ser la única manera de
reducir los precios, y hacer esto podría ser la única manera de corregir algunos de los peores
aspectos relacionados con la plaga de las drogas: violencia, corrupción y el colapso del
imperio de la ley”. Ethan Nadelmann. “Los daños de la prohibición de las drogas en las
Américas”, en Debate Agrario: Análisis y alternativas, Núm. 39, 2005, pp. 234-235.

– 193 –
homicidios dolosos representan el 0.8% y los 6,300 sólo el 0.4% –y que
conste que no es el total anual pues faltaban dos meses de registro–. En
consecuencia es perceptible que ninguno de los dos es estadísticamente
significativo ni representativo. Lo que es obvio en las cifras de las tres insti-
tuciones, es que nos dejan ver una disminución en el número de homici-
dios, sea de manera general o bien por lo que corresponde al homicidio
doloso. No obstante, hay una paradoja que se deriva de las mismas y es
que se supondría que el descenso en el número de homicidios es un indica-
tivo de seguridad y no a la inversa; es decir, que a menos homicidio el sen-
timiento de inseguridad es mayor.329
Claramente todo lo expuesto pone de manifiesto que las reflexiones de
Roumagnac (1907) y Cueto (1922) siguen vigentes. El primero de ellos
señalaba que la estadística “no es más que la condensación de unas cuantas
cifras, del resultado de muchas observaciones y su importancia está en
razón directa de la importancia de éstas (...pero la delincuencia) de un pue-
blo no está nomás en los grandes delitos que conmueven a su sociedad
entera: está en todos esos pequeños y repetidos actos antisociales que (...)

329 Pero además, de acuerdo a Wieviorka, es necesario reflexionar sobre la violencia en


varios sentidos, primero se trata de violencia física o simbólica, de violencia real, objetiva o
violencia percibida, es decir subjetiva, “porque no es lo mismo: para nosotros algo puede
ser muy violento, pero para ustedes quizás no lo sea. ¿Qué es realmente la violencia objeti-
va? ¿Cómo se puede medir esa violencia? Nuestros vecinos identifican muy bien las estadís-
ticas sobre los crímenes; sin embargo, las personas que conocen de estadísticas saben muy
bien aquellos datos sobre los que se funda, pero ignoran lo que sucede. Se puede dar un
ejemplo de ello: Francia es un país donde, desde hace unos 30 ó 40 años, la estadística de
violación de mujeres va en alza. ¿Es que realmente ahora hay más mujeres violadas?, ¿es que
ciertamente ha habido un aumento en el número de violaciones o lo sucedido es que hay
mayor atención al fenómeno? Los políticos se están responsabilizando, están tomando más
en cuenta el problema. A menudo la violencia es privada; por lo tanto, a veces no es conta-
bilizada. Ahora nos estamos responsabilizando por la violencia que sufren las mujeres y los
niños. Tenemos el sentimiento de que hay más; pero es porque realmente la estamos to-
mando en cuenta. Este es un ejemplo para que se entienda que la palabra no es tan fácil de
definir (...también) hay que reflexionar acerca de los factores asociados a la violencia. Todas
las teorías sociológicas tienen algo que decir al respecto: se pueden conseguir explicaciones
sobre la violencia completamente diversas. Por ejemplo, algunas pueden decir que es fruto
de las crisis de un sistema: cuando hay crisis económica hay mayor violencia. Otras dirían: la
violencia es fruto de un cálculo de acción instrumental; no es una conducta producto de las
crisis: es una opción racional, estratégica de un actor individual”. Michel Wieviorka. La
violencia: destrucción y constitución del sujeto” en Espacio Abierto Cuaderno Venezolano
de Sociología, Vol. 15 Núms. 1 y 2, enero-junio 2006, pp. 239-248.

– 194 –
pueden suponer más perversidad (...) más hábito y (...) mayor peligro”.330 A
su vez Cueto afirmaba que “se ha discutido tanto (...) acerca del incremen-
to que la criminalidad ha tomado (...y) hemos visto conclusiones basadas
en números estadísticos formados fantásticamente, hemos apreciado con-
jeturas con tendencia de dogma (...) la sociedad ha sido desastrosamente
impresionada por la nuevas formas y por las públicas manifestaciones que
ha presentado la criminalidad (...) la prensa (...) se ha encargado de hacer
resaltar estos hechos, y la sociedad juzga, por el cinismo de los delincuen-
tes, que el mal ha llegado al grado más alto, deduciendo de esto, que la
justicia se ha extinguido y hasta que se protege al criminal”.331 Ante tales
apreciaciones vale la pena preguntar ¿Qué es lo que ha cambiado en los
últimos 90 años?
Puesto que “los números no hacen más que acumularse (...y) no son si-
no un mal intento de expresar una realidad (...dentro de) la tradición racio-
nalista occidental heredada del Iluminismo, según la cual la única forma de
conocimiento (...es) el lenguaje cuantificador (...por esto) las cifras suelen
ser el primer recurso del que se echa mano para intentar comunicar la ex-
periencia o la desmesura de la violencia social en lo cotidiano, pero las
cifras se vuelven imagen o sonido hueco, canto repetido y gastado por la
rutina, así se regrese a ellas para intentar hacer creíble los relatos. A falta de
elaboraciones culturales y ejes racionalizadores satisfactorios, ante la impo-
tencia de las estadísticas como testigo o vehículo para comunicar, surge el
testimonio oral”.332 En este caso la narración de aquellos que han sido
víctimas de la delincuencia y de la violencia. Aunque, la violencia se conde-
na por las consecuencias que genera y no en sí misma.
En este sentido, es preciso alejarse de la creencia en los datos cuantita-
tivos para distinguir los diferentes “grados de violencia (...) en términos
cualitativos (...que permitan) diferenciar una violencia mayor y una violen-
cia menor, menos grave si se quiere (...) pero cada vez más extendida, más
inscrita en lo cotidiano y que contribuye a crear un clima de violencia (....)
que se ha dado en llamar delincuencia callejera (...la cual) genera una sensa-
ción generalizada de inseguridad que es un factor de miedo social (...y que a

330 Carlos Roumagnac. La estadística criminal en México, México, Imp. Arturo García

Cubas, 1907, pp. 7-31.


331 Casimiro Cueto “Consideraciones generales y aportes para la crítica, estadística de la

criminalidad habida en el Distrito Federal durante el año 1922” en Boletín de la Sociedad


Mexicana de Geografía y Estadística, quinta época, T. XII, núm. 1-6, 1928, pp. 37-38.
332 Susana Rotker. “Ciudades escritas por la violencia” en Rotker, Susana (Edit.) Ciudadan-

ías del miedo, Caracas, Nueva Sociedad, 2000, p. 10.

– 195 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
la vez) contribuye a exacerbar el problema y puede provocar a su vez una
violencia defensiva”.333
Ante todo lo expuesto es evidente que en México la violencia y la (in)
seguridad se han convertido en la piedra angular de las políticas públicas.
Por ende, es inevitable reflexionar en torno a estos dos fenómenos.
Por lo que concierne a la inseguridad ésta es una expresión cruda de
“todos los problemas sociales, económicos, culturales y políticos de una
sociedad. Ni la marginalidad, ni el desempleo, ni la formación de contracul-
tura o subculturas, ni el mal ejemplo de la corrupción de los ricos y los
poderosos, ni la violencia transmitida por los medios de comunicación, ni
la falta de futuro, ni la droga o el alcohol, ni la falta de contención familiar,
escolar o comunitaria, ni la proliferación del mercado negro de armas, ni la
complicidad de los (...) encubridores, ni la corrupción institucional y/o poli-
cial, ni la alteración de los valores morales, ni la impunidad, ni muchas otras
cosas explican, cada uno por sí sola, el aumento de la violencia delictiva, pero
todas juntas sí. El aumento de la inseguridad social es la pústula que sale
cuando muchas cosas andan mal debajo de la piel de la sociedad”.334
Además, el sentimiento de inseguridad “es una forma de gestión de los
Estados (...) para reproducir y renovar en círculo las propias circunstancias
que lo mantienen (...) es el Estado reducido a la pureza de su esencia, o sea,
el Estado policial (...el Estado) lo conserva y administra en su provecho,
con la ayuda de los medios masivos de comunicación, que no tienen ni
siquiera la necesidad de pertenecer al Estado para mantener su propagan-
da, así se genera la comunidad del miedo”. 335 Pero, dicho sentimiento se
asocia con el de “miedo a la delincuencia o al delito”.336 Sin embargo “has-

333 Gerard Imbert. Los escenarios de la violencia: conductas anómicas y orden social en la
España Actual, Barcelona, Icaria Editorial, 1992, p. 160.
334 Mariano Ciafardini. “La construcción de la seguridad urbana y la ‘nueva’ forma de hacer

política en la Argentina” en Revista Pensar-Hacer, núm. 2, sep. 2001, p. 119.


335 Jacques Rancière. O princípio de Insegurança. Caderno Mais, Folha de São Paulo, 21 de

septiembre de 2003, p. 3.
336 La noción de inseguridad es una forma de referirse al miedo al delito, noción que proce-

de de los estudios victimológicos de los años setentas realizados en la Gran Bretaña. Ac-
tualmente se utiliza en las encuestas de victimización que se realizan a nivel internacional y
nacional; además, de ser un instrumento de investigación criminológica y victimológica.
Por otra parte, de acuerdo a Zaffaroni no hay delito “pues ónticamente sólo existen conflic-
tos arbitrariamente seleccionados y jurídicamente sólo existe un conjunto muy heterogéneo
de hipótesis conflictivas que, con buena voluntad pueden llamarse” delitos. Raúl Zaffaroni.
En busca de las penas perdidas. Deslegitimación y dogmática jurídico penal, Argentina,
Ediar editores, 1998, p. 253.

– 196 –
ta ahora no se ha conseguido determinar claramente si la cuestión del mie-
do a la delincuencia se ha de entender como una actitud específica y dura-
dera o si, simplemente, detrás de esta cuestión hay miedos difusos. En
cualquier caso, todavía no se ha podido aclarar esta incertidumbre. En la
mayoría de definiciones, el miedo a la delincuencia se interpreta, básica-
mente, como reacción emocional a los riesgos de la violencia”.337 Pues,
como Bauman sostiene, el miedo “es el nombre que damos a nuestra incer-
tidumbre: a nuestra ignorancia con respecto de la amenaza y a lo que hay que
hacer” se trata del miedo derivativo el cual “es un fotograma fijo en la mente
que podemos describir como el sentimiento de ser susceptible al peligro: una
sensación de inseguridad (...) y de vulnerabilidad (...) una persona que haya
interiorizado semejante visión del mundo, en la que incluyen la inseguridad
y la vulnerabilidad, recurrirá de forma rutinaria (incluso en ausencia de una
amenaza auténtica) a respuestas propias de un encuentro cara a cara con el
peligro; el ‘miedo derivativo’ adquiere así capacidad autopropulsora”.338
Así, los ciudadanos demandan y exigen al Estado respuestas para combatir
la inseguridad y violencia; pero, es un error político “asumir el tema de la
seguridad como un problema que se puede resolver (...porque) no todos
los problemas pueden ser resueltos (...) la seguridad es un (...) tema del
gobierno (...que) se puede y se debe gobernar (...) sin tener que prometer
que se abatirá la inseguridad. Hacerse cargo no significa resolver.339
En tal sentido, como señalan Lea y Young “estamos atrapados entre
dos opiniones opuestas sobre el delito: los medios de comunicación y gran
parte de la derecha están convencidos de que la tasa de criminalidad está
aumentando precipitadamente, de que la lucha contra la delincuencia es de
fundamental importancia para la opinión pública y de que se debe actuar
drásticamente para evitar que la situación empeore hasta llegar al barbaris-
mo. La izquierda, por el contrario, busca (...) desenmascarar el problema
del delito (...) considera que la lucha contra el crimen es una distracción de
la lucha de clases, que constituye, en el mejor de los caos, una ilusión in-
ventada para vender noticias, y, en el peor de los casos, un intento de crear
chivos expiatorios, al culparlos de la circunstancia brutalizante en la que se

337 Jörg Dittmann. “El miedo a la delincuencia. Concepto, medida y resultados” en Revista

Catalana de Securetat Pública, Barcelona, núm. 18, abril 2008, p. 69.


338 Zygmunt Bauman. Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores, Buenos

Aires, Paidós, 2007, pp. 10-12.


339 Massimo Pavarini. Un arte abyecto. Ensayos sobre el gobierno de la penalidad, Buenos

Aires, Ad-Hoc, 2006, p. 238.

– 197 –
encuentran”.340 Para poder comprender ambas posturas es necesario reali-
zar análisis detallados que permitan tener un mejor panorama de la situa-
ción sin llegar a la alarma social y tampoco al desden.

Pero: ¿Qué es la violencia?


Bajo el amparo de los datos proporcionados en el pretexto se maneja y
opina que los sucesos de violencia, a pesar de lo abigarrado, surrealista o
macabro que sean, nos muestran un contexto donde hombres y mujeres
matan por igual a sus congéneres. Y que este ambiente de la realidad del
país supera la ficción. Pero, si la violencia es tan vieja como la humanidad,
entonces ¿Por qué sigue siendo un problema actual? ¿Cuáles son los facto-
res que inciden para que suceda tal cosa? Las respuestas pueden ser diver-
sas y ninguna convincente.341
Algunas de las mismas se vierten en función de la publicidad que se
brinda a un suceso, pues “la lucha contra el crimen, como el crimen mis-
mo, sobre todo aquel que atenta contra el cuerpo y la propiedad privada,
produce un espectáculo excelente, emocionante, muy entretenido (...) la
consecuencia (...) de todo esto es la autopropulsión del miedo. La preocu-
pación por la protección personal, inflada y recargada de significados que
la desbordan debido a los afluentes de inseguridad existencial e incerti-
dumbre psicológica, se alza sobre los otros miedos expresados y hunde los
demás motivos de ansiedad en una sombra cada vez más profunda”.342
Con ello se incrementa la morbosidad social. La cual se ve, absorbe e inte-
gra al sentimiento de incertidumbre, temor, horror y terror, en razón del
espectáculo que se articula en torno a la detención del posible homicida,
secuestrador o narcotraficante. Ya que, el delincuente, con sus acciones
perturba “el orden público perjudicando, con su comportamiento nihilista

340 John Lea y Jock Young. ¿Qué hacer con la ley y el orden, Buenos Aires, Ediciones del
Puerto, 2001, p. 53.
341 Roumagnac señalaba que es necesario “determinar la influencia que pueden ejercer en la

criminalidad (...) las condiciones económicas por las que actualmente atraviesa la región;
ciertos acontecimientos locales o universales notables, como guerras, epidemias, pérdidas de
cosechas, catástrofes, huelgas, grandes festejos (...) las restricciones gubernativas (...) la
imitación y otros tantos factores de indispensable estudio”. Es decir es necesario un estudio
multifactorial del delito. La estadística..., op., cit., p. 18.
342 Zygmunt Bauman. La globalización. Consecuencias humanas, México, Fondo de Cultura

Económica, 2006, p. 154.

– 198 –
y devastador” la paz social.343 Por ello se le describe y presenta como un
ser perverso, bestial, cruel, desalmando e inhumano, en definitiva alguien:
“anormal”. Ésta es una justificación porque es “una manifestación natural
de la contra-naturaleza (...la cual lleva) en sí misma un indicio de criminali-
dad”.344 Todo esto lo único que provoca es darle mayor celebridad al de-
lincuente y genera una nueva estética del delito.345
Paralelamente, a lo largo de la historia se ha creído que el individuo
anormal es susceptible de corregir, resocializar, readaptar o reinsertar; sin
embargo, se olvida que es producto de una familia, de la escuela, de la calle,
del barrio, de la iglesia, de la policía, es decir es fruto de la sociedad y como
Larrañaga sostiene “los patrones culturales determinan la realización de
conductas violentas”.346 El ejemplo más evidente, hoy en día, es que el
mercado de la droga nos devela con toda crudeza y nitidez una sociedad
desahuciada, en razón de la falta de proyectos de vida viables en un entor-
no violento.347 Donde en la mente inconsciente del espectador hay diversas
preguntas ¿Por qué razón alguien priva de la vida a otra persona? ¿Hasta
dónde puedo yo realizar una conducta similar? ¿Cómo puedo superar lo
que otros han realizado? O como cuestiona von der Walde ¿Cómo hacer
visible el horror de esa violencia cuando todos los que habitan ese mundo
han llegado a familiarizarse con ella? ¿Quiénes pueden ser los interlocuto-
res de una narración que no relata nada distinto de lo que muestran los

343 “La perversión sólo existe como desarraigo del ser respecto al orden de la naturaleza. Y

por consiguiente, a través de la palabra del sujeto, no hace sino imitar el mundo natural del
que se ha extirpado con el fin de parodiarlo mejor. Tal es la razón de que el discurso per-
verso se apoye siempre en un maniqueísmo que parece excluir la parte de sombra a la que
no obstante debe su existencia”. Elisabeth Roudinesco. Nuestro lado oscuro. Una historia
de los perversos, Barcelona, Anagrama, 2009, pp. 14 y 218.
344 Michel Foucault. Los anormales, Madrid, Akal, 2001, p. 79.
345 Quizá el ejemplo más claro sea el narcotráfico el cual se adueñó de las “primeras planas

en el mundo entero, asignándoles a sus protagonistas la mayor notoriedad, y corrompe a


fondo el aparato de justicia, mientras un sector policíaco lucha contra la sociedad”. Carlos
Monsiváis. Los mil y un velorios, México, Alianza Cien CONACULTA, 1994, p. 43.
346 Eduardo Larrañaga. Los personajes del derecho, México, Universidad Autónoma Me-

tropolitana, 2000, p. 24.


347 “La violencia es un concepto relativo de difícil fijación semántica. Más que aludir a una

realidad concreta, el signo violencia alude a una configuración específica donde juegan un
papel el lenguaje, la herencia, la ley y el acontecimiento. En una máxima reducción, la vio-
lencia es algo que perturba por la fuerza el equilibrio de un estado dado. Que esa perturba-
ción se experimente como una violación, como un delito, depende de esa configuración”.
Gabriel Inzaurralde. La ciudad violenta y su memoria. Novelas de violencia en el fin de
siglo. Montevideo, Uruguay, 2006.

– 199 –
noticieros de la televisión, o informa la prensa escrita, o discuten los
académicos? ¿Cómo puede narrarse la violencia desde el lugar que la pro-
duce? ¿Quién, en un país en el que todos se ven involucrados, puede apelar
a una escala de valores que condene? ¿Condenar a quién?348
Las interrogantes son muchas. Quizá la respuesta a todas sea: el com-
portamiento de los seres humanos es impredecible, a pesar de vivir en una
civilización; y ¿Para que exista la civilización es necesaria la barbarie? O ¿Si
hoy en la sociedad tenemos un habitus a la violencia en que medida se
puede hablar de una cultura de la violencia?349 Pues, como afirma Clastres,
la violencia “resulta ser coextensiva (...) a la especie humana, se identifica la
violencia como un dato natural que hunde sus raíces en el ser biológico del
hombre (...es) inherente al hombre en tanto ser natural”.350 De la misma
forma, siguiendo los argumentos de Sofsky, la violencia es la que le permite
al ser humano unirse porque “el origen de la sociedad no está en lo que el
hombre hace, sino en lo que el hombre padece” y el mayor reflejo de la
violencia es aquella donde el centro fundamental “de la existencia de la
víctima: (...es) su cuerpo (...es decir) la violencia mantiene la presencia de la
muerte, alimenta el temor a la muerte”.351

348 Erna Von der Walde. “La sicaresca colombiana. Narrar la violencia en América Latina”
en Nueva Sociedad, núm. 170, nov.-dic. 2000, pp. 222-227.
349 El concepto de habitus retoma el argumento de Bourdieu quien lo entiende como el

conjunto de esquemas generativos a partir de los cuales los sujetos perciben el mundo y
actúan en él. Así, “el habitus se define como un sistema de disposiciones durables y transfe-
ribles –estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes–
que integran todas las experiencias pasadas y funciona en cada momento como matriz
estructurante de las percepciones, las apreciaciones y las acciones de los agentes cara a una
coyuntura o acontecimiento y que él contribuye a producir” o dicho de otra manera es un
“sistema de disposiciones en vista de la práctica, constituye el fundamento objetivo de
conductas regulares y, por lo mismo, de la regularidad de las conductas. Y podemos prever
las prácticas [...] precisamente porque el habitus es aquello que hace que los agentes dotados
del mismo se comporten de cierta manera en ciertas circunstancias”. Pierre Bourdieu
“Habitus” en Román Reyes. Diccionario Crítico de Ciencias Sociales. Terminología Cientí-
fico-Social, 4 Tomos, Madrid-México, Plaza y Valdés, 2009; y Pierre Bourdieu. “Habitus,
code, codification”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, núm. 64, 1987 y Esquisse
d’une théorie de la pratique, Genève, Droz, 1972.
350 Pierre Clastres. Arqueología de la violencia: la guerra en las sociedades primitivas, Bue-

nos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004, pp. 18-19.


351 Wolfgang Sofsky. Tratado sobre la violencia, Madrid, ABADA Editores, pp. 8-17.

Por otro lado, “si asumimos que la violencia es creada en interacción humana, decimos tam-
bién que cobra realidad y se reproduce en la intersubjetividad social. Es decir, que la misma
se asienta en la existencia y producción de consensos sociales intersubjetivos, tanto comu-
nicacionales como interpretativos, que se materializan en representaciones y acciones colec-

– 200 –
Quizá por este motivo es que los mayores espectros del terror social se-
an el homicidio, el secuestro, el terrorismo y el narcotráfico, amén de otra
serie de conductas delictivas. En el caso del secuestro, por ejemplo, se
opina que es un acto aún “más violento que la violencia”.352 El cual no sólo
afecta a la víctima sino que produce pánico tanto en los secuestrados y en
quienes lo rodean. Lo paradójico del secuestro, al menos en nuestro país,
es que las bandas de secuestradores las dirigen funcionarios o ex funciona-
rios de las corporaciones de seguridad,353 quienes aparentan ser personas

tivas, constitutivas de ese espacio relacional. En otras palabras, que en la producción de violencia
es fundamental el sistema fenoménico generador (sociocultural) y por lo tanto ella expresa
características de la sociedad en donde emerge. Porque la violencia es y se realiza tanto como
un proceso social subjetivo (representaciones, significaciones sociales) y objetivo (compor-
tamientos, acciones), manifiesto (“hechos”) y latente (cultura y estructura), donde la valora-
ción emocional de sus efectos (visibles/invisibles) pasa a formar parte del mismo proceso.
De allí también el valor heurístico de estas investigaciones, para entender la sociedad en la
cual vivimos. Desde esta perspectiva también podemos considerar la violencia como un
acto comunicativo (pues “nos dice algo”) que paradójicamente es expresión de los límites
de “la aceptación del otro junto a uno”. Es decir, pone en evidencia, al mismo tiempo, la
interrelación humana y el obstáculo o negación de la misma”. Tosca Hernández, Des-
cubriendo..., op., cit., pp. 62-63.
352 Jean Baudrillard. “La violencia de lo mundial” en Jean Baudrillard y Morin Edgar. La

violencia del mundo, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2005, p. 30.
353 Por la actualidad del caso se puede citar el de la banda de secuestradores denominada

“La Flor”. Donde Lorena González Hernández es acusada de ser “la responsable de mon-
tar el retén para secuestrar a Fernando Martí Haik, hijo del empresario Alejandro Martí, es
miembro activo de la Policía Federal Preventiva de la Secretaría de Seguridad Pública
(SSPF). Actualmente tiene el cargo de Subinspectora en la Coordinación de Inteligencia
para la Prevención del Delito (...pero) no sólo es parte de la PFP, sino que trabajó directa-
mente con (...Facundo Rosas, Subsecretario de la SSPF) y con otros miembros del círculo
cercano de García Luna (...Secretario de Seguridad Pública Federal), como Ramón Pequeño
y Benito Roa Lara. Actualmente está con Luis Cárdenas Palomino”. Cabe señalar que éste
último era yerno del abogado Marcos Castillejos Escobar, quien fue asesinado a principios
del mes de julio de 2008 en el estacionamiento de su despacho jurídico. Por otra parte,
Cárdenas Palomino como Director de Empresas de Seguridad Privada de la SSPF ha sido
amenazado de muerte al colocarse tres “coronas de muerto” en las oficinas de la Agencia
Federal de Investigación (AFI), ubicadas en la delegación Miguel Hidalgo. Pero se ha visto
involucrado en diversos eventos entre ellos, en 2004 cuando fungía como Director de
Investigación de la AFI, en el escándalo de la muerte de Enrique Salinas de Gortari, herma-
no del ex presidente Carlos Salinas de Gortari (1982-1986). Lo paradójico y aberrante del
caso es que González Hernández estaba adscrita a la Coordinación General de Inteligencia
para la Prevención del Delito, de la cual depende la Dirección General de Secuestros y
Robos, que es a donde estaba adscrita de manera directa. El caso aún no se resuelve y en
2009 dio un vuelco ya que la SSPF ha presentado a otros secuestradores (Los Petriciolet)

– 201 –
que llevan una vida ordinaria en la cual simulan ser ciudadanos dedicados
con un trabajo honesto, abnegados padres de familia y cumplidos esposos;
pero, tienen un lado oscuro, en sus ratos libres tienen como pasatiempo no
sólo secuestrar sino privar de la vida a sus víctimas. Tales características
rayan en la psicopatía.354 Dicha actividad es una de las más lucrativas, pues
el principal objetivo es obtener fuertes cantidades de dinero, pero a la vez
es una de las más deleznables del mundo delictivo.355

como los responsables del secuestro y homicidio, lo cual incluso ha puesto en entredicho la
investigación de la PGJDF. Anabel Hernández. “Secuestradora trabaja para García Luna”
en Reporte Índigo, Especial Índigo Media, México, 10 de septiembre de 2008.
354 Es importante señalar que “socialmente, existe una tendencia perversa a etiquetar como

psicópata a casi todo criminal al que se le supone sangre fría y carencia de remordimientos
[...pero] la psicopatía nace [...] de complejas interacciones entre predisposiciones biológicas
y factores sociales”. Adrian Raine y José Sanmartín. Violencia y psicopatía, Barcelona,
Ariel/Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, 2002.
La psicopatía es “una forma de enfermedad mental crónica asociada con una serie específi-
ca de síntomas que impiden el funcionamiento psicosocial en un número reducido de per-
sonas. Uno de los síntomas fundamentales de la psicopatía es el comportamiento asocial y
antisocial persistente, frecuente y variado”. Pero, lo anterior no quiere decir que el psicópata
necesariamente sea un delincuente. Lo que si es cierto es que los psicópatas son “cualitati-
vamente distintos de otros individuos que constantemente se entregan a actos delictivos,
incluso de aquellos cuya conducta delictiva es muy grave y persistente [...] por tanto, la
topografía de su comportamiento delictivo (es decir, su victimología o modus operandi)
también es distinta”. Stephen Hart y Robert Hare. “Psicopatías: evaluación y asociación con
la conducta delictiva” en David Staff; James Breiling y Jack Maser. Conducta antisocial.
Causas, evaluación y tratamiento, México, Oxford University Press, 2002, Vol. 1, Biblioteca
de Psicología, pp. 1-35.
355 Algunas de estas características son las de un psicópata. Por ejemplo, la tipología descrita

por Hare indica que el psicópata es un sujeto que parece estar ensimismado en su persona,
cruel, sin remordimientos, con una carencia profunda de empatía, incapaz para tener rela-
ciones cálidas con los demás. Es una persona que se comporta sin las restricciones que
impone la conciencia, pero que pueden vivir dentro de la colectividad social, a grado tal que
pueden ser empresarios, militares, policías, médicos, políticos o artistas. Precisa, que estos (y
otros) individuos normales, aprenden y adoptan fácilmente, los patrones del comportamien-
to que implican la manipulación, el engaño y la violencia, para lograr sus propios extremos,
porque no sienten remordimiento al dañar a las personas, pues, para ellos, la violencia o el
engaño son conductas aceptables.
El problema central es poder diferenciar cuando un psicópata presenta rasgos criminales y
cuando no, ya que no todos los asesinos son psicópatas, ni tampoco todos los psicópatas
son asesinos. La razón que se esgrime, es que, la motivación en los delitos que cometen los
psicópatas, es perfectamente identificable, pues la realizan calculando riesgos y peligros,
pero sin un contexto emocional. Así, en sus crímenes se sienten más excitados que culpa-
bles, a diferencia del asesino en serie, en el cual es patente una fuerte tendencia al sadismo.
Robert Hare. “Twenty year of experience with The Cleckley psychopath” en Reid W. H.; D.

– 202 –
En este punto es necesario regresar al tema central en torno a la violen-
cia y advertir que el problema del abordaje teórico no es fácil. Por esa
razón “la violencia es un fenómeno social que está crecientemente presente
en las preocupaciones y actividades de diversos actores sociales. En el
ámbito de la academia, la violencia interesa a la filosofía, a la antropología,
a la sociología, al derecho, a la pedagogía y a las ciencias de la salud”,356 a
pesar de esto hay diferencias irreconciliables pues, como Rosa del Olmo
señalaba, desde décadas diversos analistas han abordado el tema y lo han
hecho desde perspectivas muy distintas de acuerdo con la metodología que
utilizaron. Aunque, el propio concepto es extremadamente complejo: “es
un término ambiguo cuyo significado (...se establece mediante) procesos
políticos. Los tipos de hechos que se clasifican varían de acuerdo a quién
suministra la definición y quién tiene mayores recursos para difundir y
hacer que se aplique su decisión”.357
A su vez “todos los intentos de lograr una definición satisfactoria de la
violencia fueron hasta ahora infructuosos y este fracaso ha sido a menudo
atribuido tanto a la polisemia del vocablo como a la imposibilidad de en-
globar en alguna definición el variadísimo número de fenómenos designa-
dos por él”.358 O bien como señala Gabaldón “hablar de la violencia supo-
ne referirse a algo cuyo sentido es ambiguo. El término violencia tiene
muchas connotaciones, y en su definición intervienen juicios morales y
apreciaciones situacionales. Por otro lado, el análisis de la violencia permite
perspectivas muy variadas: entre la represión política y una pelea callejera
hay muchos niveles e instancias a través de los cuales se puede estudiarla y
ensayar interpretaciones”. Bajo tal línea argumentativa señala que hay una
violencia estructural que pude ser macro o micro. La macro está asociada a
“la presencia de grandes desigualdades sociales, y a la existencia de gobier-

Dorr, J. Walker y J. W. Bonner (eds.) Unmasking the psychopath: antisocial personality and
related syndromes, New York, Norton, 1986; Robert Hare. “Naturaleza del psicópata:
algunas observaciones para entender la violencia depredadora humana” en Adrian Raine y
José Sanmartín. Violencia y psicopatía, Barcelona, Ariel/Centro Reina Sofía para el Estudio
de la Violencia, 2002, pp. 15-58; y Robert Hare. Sin conciencia. El inquietante mundo de los
psicópatas que nos rodean, Barcelona, Paidós, 2003.
356 Informe Nacional sobre violencia y salud, México, Secretaría de Salud, 2006, presentación.
357 Rosa Del Olmo. “Limitaciones para la prevención de la violencia” en Los rostros de la

violencia, Maracaibo, Universidad del Zulia, 1975, p. 296.


358 G. Guthmann. Violencia de los saberes. Los discursos científicos de la violencia y el

control social, Montevideo, Nordan-Comunidad, 1991, p. 11.

– 203 –
nos con un perfil autoritario, de legitimidad precaria, en Estados en los
cuales se condensa la dominación de clase”; y la micro “puede ser aborda-
da como el ejercicio de la coacción interpersonal en encuentros de diversa
naturaleza que, en función de valores, situaciones o percepciones de los
actores envueltos en el encuentro, generan respuestas de diversa intensidad
y consecuencias, pero que se traducen, en todo caso, en una conducta im-
petuosa con intención de causar daño. El elemento “impetuosidad” permi-
te distinguir los conceptos de violencia y agresión”. 359
Es decir “la violencia es un término utilizado para describir situaciones
muy diversas, razón por la cual se generan muchas confusiones y contro-
versias. Se requiere por lo tanto, definir claramente lo que se entiende por
violencia y hacer una clasificación o taxonomía de las formas más frecuen-
tes. Existen múltiples maneras de clasificar la violencia. Cada clasificación
sirve, por lo general, a un propósito determinado y la bondad de la
(...misma) está estrechamente relacionada con la utilidad” que tenga.360
Finalmente, y como bien apunta Franco, la violencia es un “fenómeno
con múltiples raíces, con dinámicas diversas, con diferentes detonantes y
gran diversidad de actores, víctimas, escenarios, implicaciones e interrela-
ciones. Lo que puede ser válido para la comprensión de una modalidad de
violencia en un entorno espacio-temporal puede no serlo en otro. Los
procesos coyunturales son cambiantes e interrelacionados y es muy escasa
la certeza al señalar ciertas condiciones estructurales. Y en ocasiones la
relación entre lo coyuntural y lo estructural con la violencia misma puede
ser bidireccional, como el caso de la impunidad que igual puede estimular
la violencia como ser producto de sus elevados niveles. Pero la compleji-
dad, como ya se advirtió, no es desestímulo ni al pensamiento ni a la ac-
ción. Es una condición de la realidad y un reto a la inteligencia y a la activi-
dad humana. La violencia es compleja, pero es comprensible y superable.
El propio esfuerzo racional sobre la violencia, por ejemplo, es en sí un
paso esencial y avanzado para enfrentarla y para transformar las condicio-
nes que la hacen posible y la dinamizan. El problema no es que la violencia
sea compleja. Es más bien que la creamos simple y pretendamos entender-
la y enfrentarla como tal, o que nos resistamos a abordarla en su compleji-

359 Luis G. Gabaldón. “Tendencias y respuestas hacia la violencia delictiva en Latinoaméri-


ca” en Roberto Briceño-León (Comp.) Violencia...,op., cit., pp. 245-258.
360 J. Londoño y R. Guerrero. “Violencia” en América Latina Epidemiología y Costos,

Washington, Banco Interamericano de Desarrollo, D. C., Documento de Trabajo R-375,


1999, p. 9.

– 204 –
dad y a pagar los costos que demanda la transformación de las condiciones
que la generan y mantienen”.361
Pero, independientemente de la reflexión teórica, cabe una pregunta
¿Por qué se presenta la violencia? Las respuestas pueden ser muy variadas
ya que encontramos afirmaciones que nos indican que ésta forma parte de
la propia vida del ser humano y que no hay manera de erradicarla; otros
sostienen que la principal causa del incremento de la violencia se debe a la
pobreza, ya que esta es el “caldo de cultivo”; otros enfoques se concentran
en la debilidad del Estado, es decir que se debe a la carencia de aparatos e
instituciones públicas, a la ineficiencia de las mismas; o bien, para quienes
el problema es simplemente un asunto holístico.
Al mismo tiempo, vinculado a la violencia hay otros factores. Quizá el
más significativo de ellos sea el miedo. Éste es una percepción que bien se
puede exteriorizar frente a posibles actos agresivos o perjudiciales; o sim-
plemente impedir realizar ciertas conductas ante el temor de ser víctima de
un delito. Así, es un sentimiento que se estimula por la conciencia de una
amenaza de peligro; por ello se puede afirmar que la violencia se ejerce o
experimenta y el miedo se siente.
A pesar de la diferencia analítica ambos conceptos están unidos y son
casi indisociables. Pues, el miedo es “lo que nos vincula y enfrenta con algo
que ya está dentro de nosotros, pero tememos pueda extenderse hasta
conquistarnos por entero. Este algo que sentimos nuestro –y de lo que, por
ello mismo, tenemos el mayor de los temores– es precisamente el miedo.
Tenemos miedo de nuestro miedo de la posibilidad de que el miedo sea
nuestro, de que seamos justamente nosotros quienes tenemos miedo (...) porque
el miedo que nos atraviesa –e incluso nos constituye– es precisa y esen-
cialmente miedo a la muerte. Miedo de no ser más lo que somos: vivos”.362
No obstante, como se señaló líneas atrás, el creciente miedo al delito se
distorsiona cuando los medios de comunicación ofrecen una perspectiva
difusa que provoca pánico y alarma social.363 Esto no quiere decir que si un
delito se comete con menor frecuencia sea menos significativo que uno de
alto impacto, la razón es que el miedo tiene una base material y concreta en

361 S. Franco. “Momento y contexto de la violencia en Colombia” en Revista Cubana Salud

Pública, núm. 29 (1), 2003, p. 34.


362 Roberto Esposito. Communitas. Origen y destino de la comunidad, Buenos Aires, Amo-

rrortu editores, 2007, p. 54.


363 Un análisis puntual es el de Peter Grabosky. “Fear of crime and fear reduction strate-

gies” en Trends and Issues in Crime and Criminal Justice, Núm. 44, mayo 1995, Australian
Institute of Criminology, Canberra.

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
la vida cotidiana por ello es importante estudiar con seriedad el miedo al
delito.364 Pero, “ser realistas respecto del delito como problema no es una
tarea fácil. Estamos aprisionados entre dos corrientes, una que exagerara
grotescamente el problema del delito, otra, cubriendo una amplia franja de
la opinión política, pretende que la extensión del problema puede ser se-
riamente subestimada. El delito es un artículo de primera necesidad para
las noticias en los medios masivos del mundo occidental y la ficción poli-
cial un género principal en las series de televisión”. Por lo cual es impor-
tante no sucumbir en “histeria ni recaer en una crítica negación a la severi-
dad del delito como problema”.365

La respuesta del Estado


Pero más allá de todo esto, la respuesta a la violencia, como señalaba
Benjamin, es un medio a través del cual se funda el derecho o bien se con-
serva el que ya existe; por esto, todo tipo de violencia forma parte de la
problemática del derecho en general.366 Pues, “la función de la violencia en
la creación jurídica es, en realidad doble, en el sentido de que el estableci-
miento del derecho persigue desde luego como finalidad, por medio de la
violencia, aquello mismo que es instaurado como derecho; pero, en el acto
de implantar en tanto que derecho la finalidad perseguida, lejos de revocar
la violencia, hace de ella, y sólo entonces en sentido estricto e inmediata-
mente, violencia creadora de derecho, en cuanto implanta como derecho,
bajo el nombre de poder, una finalidad no sólo liberada e independiente de
la violencia, sino íntima y necesariamente ligada a ella”.367
Por tanto el ejercicio de la violencia también le corresponde al Esta-
do.368 Entonces, el “miedo no sólo está en el origen de la política, sino que
es su origen, en el sentido literal de que no habría política sin miedo (...a
pesar) de las formas degeneradas o defectuosas de Estado (...y aquí) el

364 La postura corresponde al realismo criminológico de izquierda y se puede consultar John


Lea y Jock Young ¿Qué hacer con la ley..., op., cit.
365 Jock Young “El fracaso de la criminología: la necesidad de un realismo radical” en
Louk Hulsman, Roberto Bergalli, Jock Young, Raúl Zafarroni (et.atl) El poder Punitivo del
Estado, Rosario, Juris, 1993, pp. 30-32.
366 Walter Benjamin. Para una crítica de la violencia. Madrid, Taurus, 1991.
367 Walter Benjamin. “Zur Kritkit der Gewalt” Gesammelte Schriften, Frankfurt am Main,

1977-1978, Vol. II, 1, 1977, p. 151, cfr. Giorgio Agamben. Homo sacer. El poder soberano
y la nuda vida, Valencia, Pre-Textos, 2006, p. 87.
368 Hay que recordar que fue Max Weber el que señaló que el Estado reclama para sí el

monopolio de los medios coercitivos y por tanto el uso de la violencia.

– 206 –
miedo –al menos potencialmente– tiene una carga no sólo destructiva, sino
también constructiva. No determina únicamente fuga y aislamiento, sino
también relación y unión. No se limita a bloquear e inmovilizar, sino que,
por el contrario impulsa a reflexionar y a neutralizar el peligro: no está del
lado de lo irracional, sino del lado de la razón”.369
Y cuando el Estado, a través de sus administradores, no logra mantener
el equilibro social emerge el “terror del Estado”, donde éste se auto prote-
ge pues recurre a la continua y reiterada amenaza del castigo y sanción
hacia sus ciudadanos.370 Así, el Estado es el gran reformador que no vacila
en transgredir los principios liberales con tal de afirmar la disciplina so-
cial.371 Aunque hoy la globalización, secundando a Bauman,372 inició el

369 Roberto Esposito. Communitas..., op., cit., pp. 56-57.

Además, es importante señalar como indica Rancière que “el monopolio de la violencia
legítima todavía es lo mejor que se ha encontrado para limitar la violencia y dejar para la
razón los refugios donde pueda ejercerse libremente”, Jacques Rancière. El maestro igno-
rante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, Barcelona, Editorial Laertes, 2003,
p. 56.
370 La razón quizá obedezca a que para los administradores del Estado “la violencia, el

poder, la crueldad (...son) capacidades supremas de unos hombres que (...han) perdido
definitivamente su lugar en el universo y (...son) demasiado orgullosos para anhelar una
teoría del poder que les (...reintegre) sanos y salvos al mundo”. Hannah Arendt. Los oríge-
nes del totalitarismo, Alianza Editorial, Madrid, 2006, p. 462.
371 Por ello como señala Ricoeur, es importante establecer ¿Quién es el sujeto de derecho?,

como respuestas afirma “es el mismo que el sujeto digno de respeto y que este sujeto en-
cuentra su definición en el plano antropológico en la enumeración de las capacidades atesti-
guadas en las respuestas que damos a una serie de cuestiones relativas al “¿quién?”: ¿A
quién puede ser imputada la acción humana? (...) estas capacidades sólo serían virtuales, es
decir, truncadas o anuladas, en la ausencia de mediaciones interpersonales o institucionales,
entre las cuales figura el Estado en un lugar convertido en problemático (...) los derechos
adheridos a las capacidades y a las potencialidades (...) constituyen derechos del hombre, en
el sentido preciso del término, es decir, derechos que corresponden al hombre en cuanto
hombre, y no en tanto miembro de una comunidad política concebida como fuente de
derechos”. Paul Ricoeur. Lo justo, Madrid, Caparrós Editores, 1999, p. 47.
372 Cabe señalar que “la práctica de esta nueva política ha tomado principalmente dos for-

mas: en países donde los recursos políticos para la resistencia son débiles, ha habido pro-
gramas de ajuste “estructural” forzado; en aquellos en que los recursos políticos para la
resistencia fueron más fuertes, ha habido una transformación de los partidos social-
demócratas en algo así como neoliberales moderados una vez que llegan al gobierno. La
retórica política de la globalización ha hecho posible que se sugiera una amenaza económica
como si fuera un hecho de ciencia social: “no hay alternativa” si un país quiere evitar (o más
bien profundizar) su decadencia económica”. Richard E. Lee, William J. Martin, Heinz R.
Sonntag, Peter J. Taylor, Immanuel Wallerstein y Michael Wieviorka. Ciencias sociales y

– 207 –
proceso de extinción de los Estados nacionales.373 En este punto bien vale
retomar la pregunta que Giddens formula ¿Son los Estados nación, y por
ende los líderes políticos nacionales, todavía poderosos o son cada vez más
irrelevantes para las fuerzas que moldean el mundo?374 Las respuestas pue-
den ser divergentes aunque, según Morin, “paradójicamente, este punto en
común entre todas las sociedades es lo que las divide: los Estados naciona-
les en su pretensión de soberanía absoluta se oponen a la creación de un
instancia que sería meta o supra nacional”.375 Como sea, la globalización es
el “nuevo desorden mundial” y se refiere “a los efectos globales, claramente
indeseados e imprevistos, más que a iniciativas y emprendimientos (...y) no se
refiere a lo que nosotros (...) queremos o esperamos hacer, sino a lo que nos
sucede a todos”; 376 y más aún, es la imposición de políticas que son “contra-
dictorias desde el momento en que ya no sólo se orientan a mejorar la vida
sino que sobre la base del principio de soberanía y de la razón de Estado se
transforman en agentes de destrucción y causantes de violencia y muer-
te”.377 Con lo cual se ha gestado una nueva violencia penal.

políticas sociales: de los dilemas nacionales a las oportunidades mundiales, Francia,


UNESCO, 2005, p. 12.
373 “La crisis de los Estados-nación y el desmantelamiento progresivo del llamado welfare

convierten la ciudadanía y las categorías político-jurídicas asociadas a ella en un episodio


prácticamente finalizado, donde, como diría Hannah Arendt, todos pasamos a ser refugia-
dos. Podemos entender, como Agamben, que los mecanismos de control social no tienen
nada que ver ya con la judicatura, la policía y las prisiones, sino con la escasez, con la mise-
ria que el sistema capitalista genera para producir materia prima que rentabilizar en las
maquinarias disciplinario-punitivas: el producto somos nosotros y nosotras (precarias,
desobedientes, locos)”. José T. Barba. “Prólo(n)go” en José Segovia (et. atl.) Las cárceles de
la democracia. Del déficit de ciudadanía a la producción de control, Madrid, Ediciones Bajo
Cero, 2005, p. 13.
374 Señala que el concepto empelado en Francia es mondialisation; en España y América

Latina: globalización y en alemán globalisierung. Y advierte que la difusión del término “testi-
monia las mismas tendencias a las que se refiere. Todo gurú de los negocios habla de ello.
Ningún discurso político está completo sin una referencia a él. A finales de los años ochen-
ta, sin embargo, la palabra apenas se utilizaba, ni en la literatura académica ni en el lenguaje
cotidiano. Ha pasado de ningún lugar a estar casi en todas partes”. Anthony Giddens. Un
mundo desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas, México, Taurus, 2009,
pp. 20 y 30.
375 Edgar Morin. “En el corazón de la crisis planetaria” en Jean Baudrillard y Edgar Morin.

La violencia...,op., cit., p. 40.


376 Zygmunt Bauman. La globalización..., op., cit., pp. 80-81.
377 Héctor Silveira e Iñaki Rivera “La biopolítica contemporánea ante los flujos migratorios

y el universo carcelario. Una reflexión sobre el regreso de los “campos” en Europa” en

– 208 –
Por ello hoy, de acuerdo a Ferrajoli, el Derecho penal se encuentra en
crisis, pues señala que en un mundo globalizado existe la criminalidad del
poder, la cual “se pone en acción por los poderes públicos (...por tanto se
presenta) una fenomenología compleja y heterogénea” porque se involucra
no sólo al poder político sino al económico, esto se provoca por las dife-
rentes modalidades de corrupción que existen. Esto provoca “un cambio
profundo en la composición social del fenómeno delictivo. Al menos por
lo que hace a la gran criminalidad, sus connotaciones de clase se han inver-
tido. Las verdaderas “clases peligrosas” (...) no son ya las clases pobres,
sino sobre todo las elites dirigentes, tanto económicas como políticas
(...porque) la tradicional delincuencia de subsistencia de los marginados es
cada vez más subalterna de la gran criminalidad organizada, que directa o
indirectamente la alimenta o por lo menos la instrumenta y explota (...y lo
más grave de la delincuencia de poder es que) se caracteriza por una pre-
tensión de impunidad y una capacidad de intimidación tanto mayor cuanto
más potentes son las organizaciones criminales y sus vínculos con los po-
deres públicos”.378

Roberto Bergalli, Iñaki Rivera y Gabriel Bombini (Comps.) Violencia y sistema Penal,
Buenos Aires, Ediciones del Puerto, 2008, p. 19.
378 Luigi Ferrajoli. “Criminalidad y globalización” en Iter Criminis, Núm. 1, tercera época,

2005, pp. 71-87. Así, por ejemplo John Kavanagh, del Washington Institute of Policy Rese-
arch, señalaba que “la globalización les da a los extremadamente ricos nuevas oportunidades
para ganar dinero de manera más rápida. Estos individuos han utilizado la tecnología de punta
para desplazar grandes sumas de dinero alrededor del globo con extrema rapidez y especular
con eficiencia creciente (...) en realidad, la globalización es una paradoja: beneficia mucho a
muy pocos, a la vez que excluye o margina a dos tercios de la población mundial”. Citado en
Graham Ball y Milly Jenkins. “Too much for them, not enough for us”, en Independent on
Sunday, 21 de Julio de 1996; cfr. Zygmunt Bauman. La globalización..., op., cit., p. 96.
Pero, hay que decir que el proceso de globalización y uso de la violencia es muy viejo. Los
orígenes de este proceso se remontan a los procesos de conquista y colonización que sur-
gieron después de 1492, cuando el proceso capitalista logró la conquista, esclavitud, pillaje y
dominación de los territorios americanos, africanos y asiáticos mediante la violencia –
algunas de las poblaciones originarias de esos territorios fueron arrasadas o mejor dicho
exterminadas, así los orígenes de los países desarrollados se encuentran manchados por la
sangre y la violencia empleada para someter a diversos grupos humanos y hoy contraria-
mente pregonan los derechos humanos y la democracia, como nueva forma de dominio–.
La diferencia entre esos orígenes con el proceso actual es que hoy, después de un largo
proceso de desarrollo del estado-nación, la conquista ya no es sólo territorial sino de mer-
cados y economías así hoy se habla y repite sin cesar que el pilar de la sociedad es el “libre
comercio, los mercados globales y de la democracia en lugar de la dominación en todo el
mundo. Por lo tanto, los vínculos entre los procesos globales de acumulación de capital y la

– 209 –
Las nuevas “clases peligrosas” han logrado que emerja,379 en palabras
de Wacquant, la “miseria del Estado” donde la fosa que hay entre pobres y
ricos ha generado un clima de desconfianza y “desafío al orden existente y
mina la legitimidad de la institución que simboliza la incapacidad de este
orden del nuevo régimen económico y social: la policía. Dado el vacío
creado por la ausencia de mediaciones entre las poblaciones urbanas mar-
ginales (...o las delincuenciales) y el Estado por el cual se sienten rechaza-
das, no resulta nada sorprendente que las relaciones con la policía” se
hayan vuelto extremadamente sensibles y conflictivas;380 ya que, el deterio-
ro de las condiciones sociales derivadas de la globalización han acelerado el
proceso de desigualdad social, el cual “favorece la reproducción de un
conjunto de prácticas e interacciones violentas y crea situaciones propicias
para la expansión de ciertas modalidades de delincuencia común violenta”
a las cuales hay que sumar otra serie de factores como corrupción y la inep-
titud de las instituciones públicas para hacer cumplir las normas por tanto
se trata “de un Estado con un bajo nivel de gobernabilidad, básicamente
derivado de una eficiencia (...en muchas casos seria deficiencia) administra-
tiva y de gestión limitada y de una legitimidad social erosionada”.381

violencia son más oscuros”. Nina Schiller y Georges Fouron. “Killing me softly: Violence,
globalization, and the apparent state” en Jonathan Friedman (Ed.) Globalization, the state,
and violence, Walnut Creek, California, Altamira Press, p. 206.
379 La criminología clínica positivista desde sus orígenes y hasta la actualidad ha creído y

sustentado que el delincuente es pobre, sin embargo la asociación pobreza con delincuencia
no se puede sostener. Tal idea proviene del imaginario colectivo que supone que “los que
están en la cárcel son los delincuentes, y los que están en la cárcel en su mayoría son pobres,
luego los delincuentes son los pobres. Desde esta perspectiva, la cárcel cumple otra función
simbólica muy importante que es la de identificar la pobreza como la causa de la delincuen-
cia. La realidad es muy otra. La delincuencia no es ni mucho menos patrimonio de los
sectores social y económicamente desfavorecidos. Los grandes delitos contra la humanidad
no los han cometido los pobres, los han perpetrado y los perpetran también y fundamen-
talmente personas y sectores asentados económicamente, organizaciones formales y crimi-
nales, instituciones públicas y privadas e incluso gobiernos: la malversación de fondos
públicos, la utilización indebida de capitales, las estafas, la acumulación fraudulenta, los
genocidios, las violaciones de derechos humanos individuales y colectivos (a la
vida, al territorio, a la dignidad, etcétera) no son delitos que perpetren los sectores desfavo-
recidos de la sociedad”. César Manzanos. “La cárcel: ¿para qué y para quién?, en José Sego-
via (et. atl.) Las cárceles..., op., cit., p. 154.
380 Loïc Wacquant. Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias y Estado, Argentina,

Siglo XXI, 2007, p. 49.


381 Marcelo Saín. El leviatán azul. Policía y política en la Argentina, Buenos Aires, Siglo

XXI, 2008, pp. 305-306.

– 210 –
A pesar de ello no se toca a los grandes capitales económicos ni se in-
vestigan los vínculos entre esas “clases peligrosas” con la delincuencia
organizada. La única respuesta jurídica del Estado consiste en la anticipa-
ción de la punibilidad, en el incremento de penas a los delitos y en la crea-
ción de delitos especiales –a todo esto se le cataloga como de excepción o
emergencia–, por lo cual el Derecho penal ha extendido sus brazos. Bajo
esta expansión se constituye el nuevo paradigma de la violencia del Estado:
el Derecho penal del enemigo. El cual emana de un Estado de excepción.
Para comprender mejor estos tres puntos es importante analizar cada uno
de ellos, aunque sea brevemente.

a) Paradigma de la violencia
Esta acepción fue desarrollada por Wieviorka,382 quien señala que para
entender la violencia es importante establecer una definición clara y precisa
de la expresión. Así, indica que es una negación de la subjetividad y del
reconocimiento cultural, que tiene como principal fuente la explotación,
mediante una relación de poder, pero no de las relaciones sociales, sino
contra algunos de sus actores. Por eso establece que hay dos tipos:

1. Instrumental. La cual aumenta cuando el orden social se descompo-


ne.
2. No instrumental. Donde hay una ruptura en las formas de relación
entre los actores sociales.

Así, de acuerdo al autor citado, la violencia no se concibe igual de una


época a otra. Pues hay formas específicas que hoy se realizan y antes no;
hay cambios significativos en la forma, concepción, pero sobre todo en las
manifestaciones tangibles de la misma, aunque coexisten constantes y per-
manencia de diversos géneros.383 Por ejemplo, la violencia desarrollada en

382 Michael Wieviorka. “The new paradigm of violence” en Jonathan Friedman (Ed.) Glo-

balization..., op., cit., p. 107-140.


383 La razón, como señala Hobsbawm, es que desde la década del decenio de 1960 la pala-

bra violencia entró a escena como una moda donde “todo el mundo habla de ella, nadie
piensa en ella”. Por ejemplo, indica que la violencia “afecta de una manera directa y de tres
indirectas”. Pero, aún de manera directa es la fortuita e incontrolable para la mayoría de las
víctimas (accidentes o guerras). De las indirectas la más llamativa es la “omnipresente en los
medios de comunicación de masas y en los espectáculos (...donde) no pasa un día sin que la
mayoría de los espectadores y lectores no encuentre la imagen de un cadáver”. Aunque más

– 211 –
la década de los 60’s y 70’s tenía un fuerte componente revolucionario e
ideológico; pero hoy, en un mundo globalizado que provocó el declive de
los movimientos obreros y la pérdida de centralidad de las relaciones de
producción industrial, es poco factible un incremento de este tipo de vio-
lencia. Sin embargo, sigue latente y puede resurgir en cualquier momento.
Es importante remarcar que este tipo de violencia es muy distinta a la vio-
lencia social que deriva de la llamada, exclusión social.
Este último concepto “se comenzó a utilizar inicialmente durante los
años setenta en Francia, aunque no se generalizó en el lenguaje de las polí-
ticas públicas y de las ciencias sociales hasta las décadas de los ochenta y
los noventa. En aquel momento, la exclusión social quedó asociada sobre
todo al concepto de desempleo y a la inestabilidad de los vínculos sociales.
A mediados de 1970, la administración francesa realizó las primeras
aproximaciones sobre el porcentaje de población excluida y empezaron a
desarrollarse algunas políticas específicas para su «reinserción». De este
modo se fue generalizando el término en la opinión pública, en el mundo
académico y en los debates políticos, hasta que finalmente fue adoptado en
la Unión Europea como nuevo eje de la política social (...) para superar las
insuficiencias del concepto de pobreza que, esencialmente, se había venido
utilizando hasta el momento. En la cumbre de Lisboa y Feira de marzo del
2000 se oficializó el vínculo entre lo que se consideraba un imprescindible
aumento de la competitividad de la economía europea, con los esfuerzos
paralelos a desarrollar para conseguir «una Europa inclusiva», entendiendo
que la marginación social era uno de los principales retos con que se en-
frentaba la Unión Europea en su conjunto. Las situaciones de exclusión
social son el resultado de una cadena de acontecimientos reforzados o
impulsados por las desigualdades y determinaciones estructurales del sis-

allá de todo esto “lo que hay que entender en relación con la violencia como fenómeno
social (...es que) hay actos de diferentes grado de violencia que entrañan diferentes clases de
violencia (...y) por otra parte, actos con el mismo grado de violencia pueden diferir conside-
rablemente en su legitimidad y justificación (...así) las sociedades auténticamente violentas
son conscientes siempre y de forma aguda de (...las) reglas” que imperan dentro de la socie-
dad y forman parte del funcionamiento cotidiano aunque para los demás “el nivel de de-
rramamiento de sangre en tales sociedades puede parecernos intolerablemente elevado (...y)
uno de los mayores peligros de las sociedades en las cuales la violencia (...forma parte de
una realidad cotidiana es que se vuelva) despersonalizada (..donde) los actos violentos
normalmente tienen un propósito específico e identificable con el cual guardará proporción
el uso de la fuerza (...finalmente, es importante) comprender los usos sociales de la violencia
(...y) la peor violencia es la que nadie puede controlar”. Eric Hobsbawm. Gente poco co-
rriente: resistencia, rebelión y jazz, Madrid, Editorial Crítica, 1999, pp. 193-198.

– 212 –
tema económico y social. El concepto trata de recomponer el permanente
dilema de la «cuestión social», de manera distinta, y al mismo tiempo quiere
ser capaz de recoger la multiplicación de situaciones en las que detectamos,
no sólo desigualdad, sino también pérdida de vínculos, desafiliación, des-
conexión o marginación social. Por tanto, el concepto se refiere a un pro-
ceso de creciente vulnerabilidad que afecta a sectores cada vez más amplios
del cuerpo social, y que se materializa en una precariedad creciente a nivel
laboral, residencial, económico”.384
Aunque desde el ámbito de la academia, autores como Luhmann seña-
lan que la exclusión es impulsada por la rabia y la frustración de los indivi-
duos marginados y excluidos,385 aunque “también (...) se excluyen entre sí,
y su carencia de perspectiva se descarga a través de actos de violencia (...y
el aumento de este tipo de actos) preocupa porque hace patente la des-
composición interna de la cohesión social, contra la cual las instituciones
sociales se muestran impotentes. Así, la sociedad se descompone en aso-

384 Joan Subirats, Clara Riba, Laura Giménez, Anna Obradors, María Giménez, Dídac
Queralt, Patricio Bottos, Anna Rapoport. Pobreza y exclusión social. Un análisis de la
realidad española y europea, Barcelona, Fundación “La Caixa”, 2004, Colección Estudios
Sociales, Núm. 16, pp. 17-18.
385 Luhmann sostiene que “las personas son fáciles de reconocer como seres humanos, su

exclusión necesita, típicamente, de una legitimación. Al efecto hay al menos dos posibilida-
des: se trata de seres humanos de naturaleza distinta o hay una contravención decisiva de la
norma (...) los diagnósticos criminológicos y médicos son convertidos ahora en una re-
flexión de la diferencia entre inclusión y exclusión. La exclusión adopta en cierto modo la
forma de inclusión, porque el ethos utilitarista moderno exige tener bajo control las conse-
cuencias (...) quien se excluye o es excluido sólo puede llevar una existencia privada (...así la
ilegalidad provoca que las) prestaciones sociales adoptan la forma de Joint ventures entre
política y criminalidad. Una vez que se han rebasado valores límite, la ilegalidad se convierte
en un recurso generalizable, aplicable para muchos fines. Cualquier implicado puede ser
amenazado con la delación, y así ser inducido a seguir formando parte. En cierto modo, los
actos ilegales son el billete de entrada en la organización, que emplea esta ventaja de la
vulnerabilidad a efectos de conseguir lealtades –o sea, uno se hace leal en tanto que es
vulnerable–. De este manera, sobre la base del medio autoproducido de la ilegalidad –
cuando no incluso de la criminalidad, en el caso de las organizaciones mafiosas–, la protec-
ción puede intercambiarse por protección. El éxito de la mafia, pero también de muchas
otras conductas desviantes, puede explicarse en virtud de que trabajar de forma efectiva es
algo que sólo puede ser motivado en el medio de la ilegalidad. Y esto es así porque de lo
que se trata en él es, justamente, de inclusión versus exclusión (...las) organizaciones de tipo
mafioso expresamente diferenciadas para este fin, que poseen el poder y la disposición a
emplear la fuerza suficientes para poder manejar el recurso de la ilegalidad, gracias a lo cual
se convierten en indispensables”. Niklas Luhmann. Complejidad y modernidad: de la uni-
dad a la diferencia, Madrid, Trotta, 1998, pp. 167-195.

– 213 –
ciaciones de violencia y en gangs que viven en un permanente estado de
guerra”.386
En la exclusión social Young indica que hay diferencias, interpretacio-
nes y divergencias políticas importantes. A tal efecto fija que hay tres pos-
turas básicas. La primera, es la que culpa a las personas afectadas por su
falta de motivación, es decir se auto excluyen de la sociedad en su conjun-
to, aunque la responsabilidad de que se hayan colocado en tal situación es
del Estado (del bienestar) pues éste generó un estado de “dependencia”. La
segunda, resulta de las fallas del sistema para proporcionar puestos de tra-
bajo, lo que lleva a los individuos a una situación de “aislamiento social”,
donde las personas no pierden la motivación para trabajar, sino por la poca
o nula capacidad para encontrar un trabajo debido a la falta de modelos
positivos. Esto es distinto de la exclusión directa que proviene del racismo,
descartándola como la razón principal de la exclusión social. La tercera,
hace hincapié en el rechazo activo de la clase marginada por la sociedad,
esto se realiza a través de la reducción del tamaño de la industria, la estig-
matización de los “sin trabajo” y el estereotipo y prejuicios que hay en
torno a los delincuentes que proceden de los estratos sociales bajos; un
ejemplo claro es la imagen social que hay en torno a los delincuentes de
drogas.387 Además, sostiene que los componentes básicos de la exclusión
son la sociedad binaria; la exclusión moral y espacial; la disfuncionalidad de
la clase baja y el trabajo.
Todo lo anterior es producto de los cambios sociales ocurridos, de ma-
nera vertiginosa y abrupta en las últimas tres décadas y hoy hay una violen-
cia, que se asocia a la delincuencia, de manera tal que se ha propagado la
idea de guerra contra el delito. Esto es lo que llama Wieviorka “violencia
por la violencia” donde “el exceso, en la violencia, la gratuidad, la crueldad
sobre todo no surge en cualquier contexto; no se puede pensar que se ejer-
za fácilmente más que si se reúnen un cierto número de condiciones (...y

386 Horst Kurnitzky. Una civilización incivilizada. El imperio de la violencia en el mundo


globalizado, México, Océano, 2002, pp. 56-57.
387 Para profundizar en este tema se puede consultar Jock Young. The Exclusive Society.

Social exclusion, crime and difference in late modernity, London, Sage, 1999 y “Crime and
Social Exclusion” en Mike Maguire, Rod Morgan y Robert Reiner (Eds) The Oxford
Handbook of Criminology, Oxford, Oxford University Press, 2002, pp. 457-490; Jock
Young y Roger Matthews (Ed) “New Labour, Crime Control and Social Exclusion” en The
New Politics of Crime and Punishment, Cullompton, Devon, Willan Publishing, 2003.
También puede consultarse Jamie Gouch, Aram Eisenschitz y Andrew McCulloch. Spaces
of social exclusión, New York, Routledge, 2006.

– 214 –
quizá el más evidente sea) la impunidad (...que) es indispensable para la
crueldad (...donde el papel de las autoridades es dejar) hacer, que animan,
que incluso legitiman la transgresión en nombre de un principio superior”
el Estado.388
En este sentido, la violencia contemporánea ha transitado desde ser una
expresión netamente social, política, económica y cultural a formar parte
del proceso de desintegración social. Pero, sobre todo, de la crisis institu-
cional que genera mayor violencia política pues tiene que dar respuestas –a
pesar de los déficits y deficiencias graves existentes– a problemas, expecta-
tivas y demandas, tanto individuales como colectivas. Esto es lo que Wie-
viorka concibe como meta políticas, porque “si hablamos de un nuevo
paradigma de la violencia, no sólo es en la promoción de la imagen de un
cambio histórico que tiene muchos matices, ya que el significado de la
evolución no es lineal, y no es siempre el mismo, esto no es sólo un desafío
a las categorías convencionales de análisis de la violencia que se oponen a
su dimensión instrumental y expresiva, y de hablar o de recursos en con-
flicto o en el comportamiento de las crisis. De hecho, el nuevo paradigma
es tal, especialmente desde la crisis de la modernidad, que ahora los con-
flictos sistémicos de la época anterior han perdido su función estructural, la
cual alimenta la disminución de la política y la descomposición de los anti-
guos principios de orden, lo que provoca que el concepto de crisis no sea
tomado en consideración o en cuenta en las situaciones dominadas por la
desintegración y el caos”.389

b) El derecho penal del enemigo


Dentro de la nueva concepción y aplicación de la “política criminal”
globalizada,390 se encuentra el denominado por Jakobs Derecho penal del
enemigo. Este se caracteriza por tres elementos básicos de acuerdo a este

388 Michel Wieviorka. “Violencia y crueldad” en Anales de la cátedra Francisco Suárez,

Núm. 37, 2003, p. 157-166.


389 Michael Wieviorka. “The new paradigm..., op., cit., p. 107-140.
390 A la política criminal podemos concebirla como “una de las políticas del Estado (...la

cual) diseña el ejercicio de la violencia estatal, siendo el modo como el Estado haga uso del
poder en este ámbito uno de los indicadores de la debilidad o de la profundidad del sistema
democrático en una determinada sociedad y nos mostrará, o no, el grado de respeto a la
dignidad de todas las personas y el grado de tolerancia a lo diverso, que es lo que caracteriza
a una verdadera sociedad democrática”. Lucila Larrandart. “Política criminal y estado de
derecho ¿Tolerancia Cero?” en Capitulo Criminológico, Vol. 34, Núm. 2, abril-junio 2006,
pp. 161-200.

– 215 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
autor; el primero, de ellos se fundamenta en la prospección y anticipación
de la punibilidad, es decir en la factibilidad de un hecho futuro a diferencia
de lo que tradicionalmente se manejaba que era un suceso retrospectivo (la
comisión de un delito). El segundo, es la alta punibilidad, que se traduce en
penas desproporcionadas, es decir en sentencias de larga duración donde
los derechos de los delincuentes se vulneran bajo el principal argumento
que los considera de “alta peligrosidad” y se recluye en una prisión de
máxima seguridad. El tercero es que diversas garantías procesales se relati-
vizan o simplemente se suprimen.391
Pero más allá de los tecnicismos jurídicos de la propuesta, de las críticas
y de los detractores o seguidores de Jakobs, es substancial recuperar de
manera particular la idea de “peligrosidad”. Elemento que ha recuperado
su trascendencia para la aplicación de penas a individuos vinculados a la
delincuencia organizada. También, es importante recordar que jurídica-
mente existe la llamada prevención general y especial aunque ambas “son
dos caras de la misma moneda, y no puede hablarse de la una sin implicar
necesariamente a la otra. Y ello porque el sujeto peligroso no puede des-
vincularse de una sociedad concreta, es decir: es peligroso en y para esa
sociedad, es ella (y no el propio sujeto peligroso) la que cataloga y define,
con parámetros preventivo-generales, al sujeto como peligroso, además de que
ese sujeto es peligroso precisamente porque vive en sociedad, porque si
viviera en un paraje aislado, no socializado, entonces decaería toda necesi-
dad de combatir penalmente ese peligro y a ese sujeto. En resumen: a
nuestro juicio, la prevención especial ha evolucionado a un prevención general, hasta el
punto de que no existe sin ella (la prevención especial sin prevención general es
un nullum jurídico-penal), o dicho de otro modo el sujeto peligroso es la ocasión,
el síntoma, la circunstancia; la defensa social, el motivo, la ratio, la función (...) la pre-
vención especial sin prevención general no tiene razón de ser, pues es ésta la que dota de
verdadero sentido a aquélla”.392

391 Para una mayor profundidad en este tema se puede revisar ampliamente Günther Jakobs
y Manuel Cancio Meliá. Derecho penal del enemigo, Madrid, Civitas Ediciones, 2003;
Manuel Cancio y Diez Gómez-Jara (Coord.) Derecho penal del enemigo, El discurso penal
de la exclusión, Buenos Aires, Edifoser, 2 tomos, 2006; Eduardo Montealegre (Coord.)
Derecho penal y sociedad. Estudio sobre las obras de Günter Jakobs y Claus Roxin. Co-
lombia, Universidad Externado de Colombia, 2007; y Miguel Polaino-Orts. Derecho penal
del enemigo. Fundamentos, potencial de sentido y límites de vigencia, Barcelona, Editorial
Bosch, 2009.
392 Miguel Polaino-Orts. Derecho penal..., op., cit., pp. 504-505.

– 216 –
Y, todo esto ¿Qué implicaciones tiene en nuestro país? La respuesta es
que desde el sexenio de Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000) se
argumentó que el narcotráfico era un problema de seguridad nacional, el
cual afectaba gravemente la estabilidad del país y, por tanto, había que
declarar la “guerra” a quienes se dedicaran a dicha actividad. Así inició la
nueva era y la cruzada contra “malhechores ultra peligrosos, malvados,
pervertidores, despiadados y anormales” que de la noche a la mañana se
convirtieron en los nuevos demonios –hay que recordar que Lucifer es un
ángel en desgracia– en los enemigos declarados del Estado y de la socie-
dad. Así, los narcotraficantes se convirtieron en la primera fuente genera-
dora del miedo social (inseguridad) bajo los términos señalados en el texto;
pero, hay que destacar, que en la “guerra” no se han atacado los vínculos
con las nuevas “clases peligrosas” descritas. De tal forma, a los narcotrafi-
cantes se les aplicó el “Derecho penal del enemigo (...el cual) no es un
Derecho penal del hecho, sino de autor”.393.
Para emprender la “guerra” eficazmente se promulgaron diversos orde-
namientos jurídicos para combatir el flagelo del “narcotráfico” y con ello a
los cárteles de la droga. Uno de los primeros temas en abordar y validar fue
la participación de las fuerzas armadas en asuntos de seguridad pública,
otro la creación del Sistema Nacional de Seguridad Pública y la elaboración
de leyes más restrictivas en el combate a las drogas. Así, para combatir las
conductas de estos nuevos “enemigos” se ha instrumentado un nuevo
arsenal legislativo que, como señala Cancio, se suma al “punitivismo exis-
tente en materia de drogas (...que) puede estar relacionado no sólo con las
evidentes consecuencias sociales negativas de su consumo, sino también
con la escasa fundamentación axiológica y efectividad de las políticas con-
tra el consumo de drogas en las sociedades occidentales; que la “criminali-
dad organizada”, en aquellos países en los que existe como realidad signifi-
cativa, causa perjuicios a la sociedad en su conjunto, incluyendo también la
infiltración de sus organizaciones en el tejido político, de modo que ame-
naza no sólo a las haciendas u otros bienes personales de los ciudadanos,
sino al propio sistema político-institucional”; 394 con lo cual, se refuerza la
idea de las nuevas “clases peligrosas”.
Sin embargo, uno de los evidentes aspectos aplicados en el Derecho
penal del enemigo contra los narcotraficantes es el de la peligrosidad el cual

393 Manuel Cancio. ¿”Derecho penal” del enemigo?, en Günther Jakobs y Cancio Meliá,

Derecho penal..., op., cit., pp. 57-102.


394 Ibídem.

– 217 –
la criminología clínica lo concibió como la conducta de un individuo que
transgrede la convivencia social; a esto se le designó como un comporta-
miento antisocial, el cual conlleva, aunque no necesariamente siempre tiene
que ser de esa forma, actos de violencia o bien acciones que violentan los
derechos de terceros.395 En términos generales eran toda clase de actos que
perturbarán el orden comunitario e incluían aspectos tales como la forma
de vestir o hablar, presentar algún tipo de adicción o carecer de un empleo
y, por tanto, se le concebía como un paria social.
No obstante, hoy en día ha quedado de manifiesto que tal visión es ca-
rente de sustentación científica. Por tanto la peligrosidad no existe en la
realidad. La razón principal es que actualmente no hay, ni se practica,
prueba alguna que determine o mida la peligrosidad; por lo que hay severas
dificultades para establecer la peligrosidad de un individuo. Además, ésta es
quizá una de las críticas más antiguas a la noción de peligrosidad. Más aún
cuando se pueden violentar garantías individuales al establecer un pronós-
tico delincuencial, pues si se aceptará la peligrosidad ésta es una mera pro-
babilidad y no una certeza de que el individuo volverá a cometer un delito,
por tanto la sanción se fundamentará es un elemento incierto. Es aquí
donde radica parte de la noción del Derecho penal del enemigo.
Asimismo, la noción de peligrosidad es paradójica, por una parte se
afirma que un individuo tiene una cualidad inmanente e indisoluble: es
peligroso, y por otro lado se estima que ésta se podrá presentar en un mo-
mento determinado de la vida, pero cuándo no se sabe, es decir es la mera
probabilidad de que se presente.396 Entonces queda la pregunta ¿Y si jamás
se presenta entonces en realidad era peligroso y por tanto fue correcto
recluirlo?397 Finalmente, el juicio de peligrosidad tampoco resiste el más
mínimo análisis científico, pues como Castel afirma sólo podrá haber im-
putaciones hipotéticas de peligrosidad y será, como se apunto, una mera

395 Originalmente Rafael Garófalo concibió la peligrosidad como “temibilidad” o también


llamada capacidad delictiva y de adaptabilidad. La forma de establecerla era mediante cuatro
factores, el primero era el delito que se cometió; segundo, la conducta posterior al delito;
tercero, el tipo de vida que llevaba el individuo antes de la conducta delictiva y cuarto, el
dictamen antropológico y psiquiátrico.
396 Robert Castel. “De la peligrosidad al riesgo” en Julia Varela y Fernando Álvarez (eds.)

Materiales de sociología crítica, Madrid, La Piqueta, 1986, pp. 221-222. Para mayor profun-
didad se puede de este mismo autor La inseguridad social: ¿Qué es estar protegido?, Buenos
Aires, Manantial, 2004.
397 José Subijana. “El informe criminológico en el ámbito judicial” en Eguzkilore, San

Sebastian, Núm. 11, diciembre 1997, pp. 141-156.

– 218 –
especulación probabilística.398 Así, es absurdo establecer un vaticinio cientí-
fico de la delincuencia futura y, por tanto, del grado de peligrosidad que se
presentará. Es por ello que se ha denunciado que dicho concepto es
“amorfo”, “sospechoso”, “tautológico”. En definitiva se trata de una no-
ción de “sentido común” que carece de respaldo científico.399
La razón es que como afirma Baratta si se considera a la delincuencia
como un “bien negativo” dentro de la sociedad, la distribución de este será
desigual dentro de la misma porque los intereses socioeconómicos mar-
carán las diferencias entre los estratos sociales y no habrá duda que la eti-
queta de “peligroso” recaerá principalmente en los individuos pertenecien-
tes a los estratos más bajos de la población.400 La conjetura de este autor es
de capital importancia porque las investigaciones “empíricas han demos-
trado que existe la tendencia de los jueces a esperar un comportamiento
conforme a la ley de parte de los individuos pertenecientes a los estratos
medios y superiores, mientras acontece lo inverso respecto de los indivi-
duos provenientes de los estratos inferiores de la sociedad”. Esto demues-
tra “que es el status social del sujeto” es lo que realmente determina la
peligrosidad y no las explicaciones “científicas”, que no las hay. De tal
forma que hay un criterio clasista y acientífico en la peligrosidad.401
Lo que en realidad sucede es que la “peligrosidad” sirve para incapacitar
a los condenados, sobre la probabilidad de que éstos reincidan en las con-
ductas delictivas “este pronóstico se basa normalmente en que el sujeto sea
reincidente y haya cometido algún delito grave” y los estudios que se reali-
zan “tienen escaso valor predictivo (...) en la mayoría de los países se de-
terminan legislativamente, por razones de seguridad jurídica, los requisitos
que deben tenerse en cuenta para adoptar medidas de incapacitación o
inocuización (...) es la constatación de la reincidencia, bien considerándola
como circunstancia agravante que obliga a incrementar o imponer en su
grado máximo la pena legalmente” establecida.402

398 Robert Castel. “De la peligrosidad...”, op., cit. Pp. 221-222.


399 Juan Sotomayor. “Crítica a la peligrosidad como fundamento y medida de la reacción
penal frente al inimputable” en Nuevo Foro Penal, Núm. 48, junio 1990, pp. 199-213.
400 Alessandro Baratta. Criminología crítica y crítica del derecho penal, México, Siglo XXI,

1986, pp. 167 y ss.


401 Juan Sotomayor. “Crítica...”, op., cit., p. 204.
402 Francisco Muñoz. “Excurso. Incapacitación: la pena de prisión como simple asegura-

miento o inocuización del condenado” en F. De León (Coord.) Derecho y prisiones hoy,


Madrid, Universidad de Castilla-La Mancha, 2003, pp. 13-24.

– 219 –
Vinculado a la peligrosidad había un concepto controvertido que es el
tratamiento que el interno debe llevar para lograr la readaptación social
–hay que señalar que a partir de la reforma de junio de 2008 se contempla
ahora la reinserción social–. Por lo cual cuando se realiza un diagnóstico de
“peligrosidad” el resultado del mismo dependerá del modelo o teoría que
se elija para determinar las variables de personalidad. Es decir de la corrien-
te psicológica en la cual quien realiza el estudio se haya formado.
Pero independientemente del concepto readaptación o reinserción, un
individuo considerado como “peligroso” debe ser sometido a un proceso
para logar su integración de nuevo a la sociedad. Esto, porque tanto ayer
como hoy se comprueba que “la reinserción no se hace en la cárcel (...y
mucho menos cuando a los narcotraficantes se les aísla en una prisión de
“máxima seguridad”). Es demasiado tarde. Hay que incorporar a la gente
dándole trabajo, igualdad de oportunidades (...) en la escuela. La inserción
es necesaria (...) si bien los funcionarios de prisiones «se adhieren a la in-
serción como ideal», toda la organización de su trabajo niega la realidad de
ese ideal (...pues hay) ausencia de doctrina, ausencia de medios y tiempo
(...además) la reinserción no está prevista «ni en el uso del tiempo ni en los
efectivos») (...incluso hay una) ausencia de formación, ausencia de inter-
cambios con aquellos a quienes se denomina –de manera reveladora «parti-
cipantes exteriores», encargados de la educación, la formación, la anima-
ción y el trabajo social. La ignorancia sostenida del delito, de la instrucción,
de la calificación de la pena y su duración (o la simple) sospecha de corrup-
ción que pesa sobre ellos (los funcionarios) cuando se dedican a lo “so-
cial”; la prohibición de cualquier contacto con los detenidos en el exterior,
terminan por reducir este ideal a «una palabra y una falsa apariencia» “.403
Quizá esta sea una de las tantas formas de la nueva ética posmoderna de la
cual nos habla Bauman.404

c) Estado de excepción
Ante el avasallante escenario de la lucha contra el “nuevo imperio del
mal”, se ha creado todo un arsenal e instrumental para enfrentarlo, este
incluye nuevos tipos penales; incremento de las penas; modificaciones
procesales; ampliación de facultades y modernización policial; técnicas de
infiltración u operaciones encubiertas; escuchas telefónicas; intercambio y

403 A. Chauvenet, F. Orlic y G. Benguigui. Le monde des surveillants de prison, Paris, PUF,
1994, pp. 36-38.
404 Zygmunt Bauman. Ética posmoderna, México, Siglo XXI, 2006.

– 220 –
cooperación internacional, y un largo etc. Ello puede enmarcarse en los
presupuestos que Agamben sostiene: “el estado de excepción tiende cada
vez más a presentarse como el paradigma de gobierno dominante en la
política contemporánea (...donde) el significado inmediatamente biopolíti-
co del estado de excepción como estructura original en la cual el derecho
incluye en sí al viviente a través de su propia suspensión emerge con clari-
dad en el military order (...pero) no es un derecho especial, sino que, en
cuanto suspensión del propio orden jurídico, define el umbral o el concep-
to límite”.405
Por otra parte, el nuevo orden militar que ha privado en nuestro país
forma parte del llamado, por Huntington, pretorianismo, el cual “se refiere
a la intervención de los militares en política (...a los cuales no sólo les pre-
ocupa sus sueldos y promociones, sino) la distribución del poder y el status
en todo el sistema político (...y se presenta por) la falta de instituciones
políticas efectivas (...donde) el poder se encuentra fragmentado (...producto
de la) debilidad de las instituciones”. La fragilidad de la instituciones, funda-
mentalmente de las encargadas de la seguridad pública, fue lo que provocó la
participación de las fuerzas armadas en el combate al narcotráfico –por lo
menos fue el argumento que se esgrimió para la participación–; además, por
la capacidad, cohesión y disciplina, amén de “sus características de organiza-
ción tanto como de su dominio o empleo de la violencia”. 406
Por ello, precisamente, se estableció la necesidad a combatir y para vali-
dar la actuación se expidieron diversos ordenamientos que regularon o no
de manera explícita el problema, por lo cual dentro “de la teoría del estado
de excepción se disuelve integralmente en la teoría del status necessitatis, de
modo que el juicio sobre la subsistencia de éste agota el problema de legi-
timidad de aquél (...por tanto) la teoría de la necesidad no es otra cosa que
una teoría de la excepción (dispentatio), en virtud de la cual un caso singular”
se convierte en un problema, tal y como sucede con el narcotráfico, al cual
se le debe aplicar todo el rigor de la ley. Así, finalmente, “el estado de ex-
cepción, en cuanto figura de la necesidad se presenta (...) como una dispo-
sición “ilegal” pero perfectamente “jurídica y constitucional”, que se con-
creta en la producción de nuevas normas (...y donde) el status necessitatis se
presenta así (...) como una zona ambigua e incierta en la cual los procedi-

405 Giorgio Agamben. Estado de excepción. Homo sacer II, Buenos Aires, Adriana Hidalgo

editora, 2007, pp. 25-35.


406 Samuel Huntington. El orden político en las sociedades en cambio, Barcelona, Paidós,

1997, pp. 177-217.

– 221 –
mientos de facto, en sí mismos extra o antijurídicos, pasan a ser derecho, y
las normas jurídicas se indeterminan en mero facto; un umbral, por lo tan-
to, en el cual hecho y derecho se vuelven indecibles”.407 Por tanto, la rela-
ción derecho, política y violencia se consolida.

Última reflexión
Esta última parte tiene por objetivo tratar de unir o entretejer las piezas
descritas a lo largo del texto. Inicialmente es visible que al considerar los
datos estadísticos específicamente de los homicidios, sea producto de la
“guerra” entre narcotraficantes o bien del enfrentamiento de éstos contra
las fuerzas del orden, como la principal fuente de la generación de violen-
cia, inseguridad y miedo, es bastante pueril y enclenque. No obstante, las
cifras son la base fundamental (como piedra filosofal) sobre la cual se ha
diseñado la política criminal (criminológica) del país en los últimos años. A
pesar de que el dato por sí está muy lejano de la realidad social. Así, la per-
cepción pública en torno a la violencia y al delito es errónea, porque con
los datos que proporcionan las autoridades se demuestra, al menos por lo
que respecta al homicidio al menos, que se ha exagerado el clima de vio-
lencia del país.
Pero, además, para reforzar lo anterior, lo cual en sí es una paradoja, se
ha recuperado la idea globalizadora del derecho penal contra los delitos
globalizados –la globalización de la política criminal– donde el concepto de
seguridad (prevención fáctico-policial) se ha transformado y hoy se aplica
uno transestatal que se basa en recrudecer los sistemas de control formal,
donde hoy hay una gran “industria policial estatal o privada (...) penal y
carcelaria (...que si bien) son empresas auxiliares dentro del complejo de
empresas que viven de producir inseguridad a las personas y sociedades
(...tienen como principal fin) comercializar los medios para supuestamente
combatirla. Más exactamente, habríamos de decir, en lugar de combatirla,
desactivar la sensación de inseguridad a corto plazo y a su vez funcionar
como mecanismos, creación de condiciones de vida y de estructuras que
perpetúan e incrementan la inseguridad ciudadana a medio y largo pla-
zo”.408 Justamente, fue en este entorno donde la “guerra” contra las drogas

407 Giorgio Agamben. Estado de..., op., cit., pp. 35-65. El mejor ejemplo de lo anterior es el
análisis de Omar Gabriel Orsi. Sistema penal y crimen organizado. Estrategias de aprehen-
sión y criminalización del conflicto, Buenos Aires, Ediciones del Puerto, 2007.
408 César Manzanos. “La cárcel: ¿para qué y para quién?, en José Segovia (et. atl.) Las cárce-

les..., op., cit., p. 144.

– 222 –
encontró tierra fértil para combatir a la población “peligrosa” pues “la
guerra contra el narcotráfico también ofrece una oportunidad para contro-
lar las clases peligrosas en general no desacredita ni las razones originales ni
a los actores centrales de esta guerra. No son lo mismo las consecuencias
que las razones (...ahora bien comparativamente se ha señalado que) las
guerras suelen causar tanto ganancias como costos inesperados. Un costo
general de la guerra contra las drogas fue que la gente optó por la solución
más fácil: si no hubiese sido por las drogas, las condiciones sociales hubie-
ran sido mucho mejores. Cuando la pobreza se explica con las drogas, no
es necesario emprender una discusión más seria sobre las fallas de los me-
canismos de asistencia social. Otro costo fue la falta de atención a los pro-
blemas relacionados con el alcohol. Bajo la sombra de la guerra contra las
drogas, el consumo de alcohol adquirió nuevas formas”.409 Entonces habr-
ía que preguntarnos ¿Cuáles son las ganancias de esta guerra y cuáles los
costos en México?
Por otra parte, inexcusablemente, hoy se puede juzgar a la política neo-
liberal “por los resultados conocidos por todos, a pesar de las falsificacio-
nes, basadas en manipulaciones estadísticas (...es visible que) se alcanzó el
desempleo en masa; apareció la precariedad y sobre todo la inseguridad
permanente de una parte cada vez mayor de los ciudadanos, aún en las
capas medias; se produjo una desmoralización profunda, ligada al derrum-
be de las solidaridades elementales, incluidas las familiares, con todas las
consecuencias de ese estado de anomia: delincuencia juvenil, crimen, dro-
ga, alcoholismo, regreso de movimientos fascistas (...) se destruyeron las
conquistas sociales y hoy se acusa a quienes las defienden de ser conserva-
dores arcaicos. A todo esto se agrega la destrucción de las bases económi-
cas y sociales de los logros culturales más preciados de la humanidad (...y,
por otra parte,) a pesar de que la relación entre desempleo y delincuencia
no es mecánica, nadie puede ignorar hoy en día que las “violencias urba-
nas” tienen su origen en el desempleo”.410
Si bien las alteraciones en los vínculos sociales han provocado una crisis
en el orden familiar y en los patrones tradicionales de comportamiento, lo
cual ha incitado a la aparición de nuevos conflictos y resentimientos que
han provocado un incremento de la delincuencia, la manera de enfrentar
estas nuevas dificultades está en relación directa con la percepción que se

409 Nils Christie. La industria del control del delito. ¿La nueva forma del Holocausto, Bue-

nos Aires, Editores del Puerto, 1993, p. 70-71.


410 Pierre Bourdieu. Pensamiento y acción, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2002, pp.32-41.

– 223 –
tenga del delito y del delincuente, lo cual se refleja en las políticas del com-
bate al delito, que a su vez ha provocado un nuevo Estado de control so-
cial. Es por ello que se hace necesario e imprescindible que, en México,
existan diversos estudios para entender la violencia y de que tipo estamos
hablando o bien a que nos referimos cuando hablamos de ella.
Por tanto emitir una conclusión, o varias, es bastante arriesgado si no se
tiene primero un sustento teórico y metodológico suficiente que permita
poseer una idea clara en torno a la violencia. Es por ello, que a lo largo del
texto, se insistió en la trascendencia de clarificar el concepto a fin de no
realizar juicios de valor precipitados que nos lleven a pensar en que hoy en
día se ha aceptado la cultura de la violencia y, por tanto, que convivimos en
ella. Porque, “parece poco compatible (...) la idea de una violencia determi-
nada culturalmente. Cualquier definición de cultura lleva implícita no sola-
mente la noción de largo plazo sino de cambios que, cuando se dan, son
lentos y graduales. No parece razonable sugerir que una misma generación
pueda sufrir más de un cambio cultural de importancia a lo largo de su
vida, ni mucho menos dos transformaciones de sentido opuesto. Cabría
preguntarse entonces ¿Cuál puede ser la definición de cultura de la violen-
cia compatible con tal heterogeneidad espacial o con un aumento y una
reducción importantes en una sola década? ¿Se consolidó rápidamente, y
en unos cuantos barrios de la ciudad, una cultura violenta para luego, tam-
bién de manera acelerada, desvanecerse? Vale la pena recordar que lo que
ha sido reconocido como un cambio importante en las actitudes hacia la
violencia, la pacificación de las costumbres (...) fue un proceso de varios
siglos y en una sola dirección, no de una década y en dos sentidos diferen-
tes. Además, no se trató nunca de un proceso circunscrito a unos pocos
lugares”.411
Sin embargo, lo que es visible en nuestro país a partir de la “guerra con-
tra el narcotráfico” es la consolidación del «Estado Penal», que se funda-
menta en la intolerancia y a la vez en la “guerra contra la pobreza”; por lo
cual es necesario proteger a las clases acomodadas y temerosas de la inse-
guridad. Bajo el amparo de la misma se ha consagrado una política criminal
altamente represiva articulada en la “cultura de la emergencia y de la excep-
cionalidad penal” que incluye, entre muchos factores, nuevos tipos penales
con mayor punibilidad, recorte de los beneficios penitenciarios para cierto
tipo de delincuente y mayor presencia militar tanto en las corporaciones de

411Llorente, M.; Escobedo, R.; Echandía, C.; y Rubio, M. “Violencia homicida y estructuras
criminales en Bogotá” Sociologías, Porto Alegre, 2002, año 4, núm. 8, pp. 172-205.

– 224 –
policía como en su actuación. Pero, hoy incluso algunos políticos cuestio-
nan la “guerra contra las drogas” señalando que es un fracaso y que “es
imperativo rectificar la estrategia de “guerra a las drogas” aplicada en los
últimos treinta años (...) las políticas prohibicionistas basadas en la repre-
sión de la producción y de interdicción al tráfico y a la distribución, así
como la criminalización del consumo, no han producido los resultados
esperados. Estamos más lejos que nunca del objetivo proclamado de erra-
dicación de las drogas. El modelo actual de política de represión de las
drogas está firmemente arraigado en prejuicios, temores y visiones ideoló-
gicas. El tema se ha transformado en un tabú que inhibe el debate público
por su identificación con el crimen, bloquea la información y confina a los
consumidores de drogas a círculos cerrados donde se vuelven aún más
vulnerables a la acción del crimen organizado”.412 La mayor contradicción
de lo expuesto, y por lo que toca a México que se convierte en una parado-
ja más, es que uno de los firmantes de la misma es el ex presidente Ernesto
Zedillo quién inició la lucha contra las drogas de manera frontal. Entonces
vale preguntar ¿Cuál ha es el costo de los últimos años en México de esta
guerra? ¿Por qué razón se sigue manteniendo? ¿Hasta dónde nos llevará
esta guerra?

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– 232 –
ENTRE ROBOCOP Y LEVIATÁN:

ESTRATEGIAS CONTRA LA INSEGURIDAD


EN MONTEVIDEO

Sebastián Goinheix

Introducción
A menudo la ciencia ficción ha tenido la capacidad de mostrar ciertas
tendencias históricas con mucha anticipación. En 1987 se estrenaba “Ro-
boCop”, un film de Paul Verhoeven en el que Detroit es una ciudad que
está en caos y en ruina financiera, asolada por el desempleo, las corpora-
ciones sin escrúpulos y la violencia de bandas de delincuentes armados que
combaten a la policía y amenazan a la población civil. En este futuro dis-
tópico, un policía convertido en “cibor” (mitad humano y mitad robot) apli-
ca la ley con todo el peso de su avanzado armamento. Detrás del proyecto
está una enorme corporación que intenta privatizar la policía y realizar un
megaproyecto inmobiliario de reconstrucción del “viejo Detroit”, susti-
tuyéndolo por “Ciudad Delta”, para lo cual se debe acabar con el crimen y
la violencia.
Estos sombríos pronósticos no parecen haberse plasmado en la mayoría
de las ciudades modernas, que no registran tal grado de violencia generali-
zada, más propia de una guerra que de un conflicto urbano. Sin embargo,
existen algunas tendencias que peligrosamente parecen estar vaticinadas
por el film, sobre todo en lo que refiere a la privatización de la seguridad, el
desarrollo de tecnologías cada vez más sofisticadas para la protección per-
sonal y de los bienes, y al desamparo de amplios sectores de la población
frente a la violencia.

– 233 –
Finalmente en la película, Robocop, rescatando su lado humano, se
transforma en un héroe que desafía la autoridad del poder constituido y
defiende a los débiles del avasallamiento de que son objeto por parte de la
represión militarizada de la corporación privada. Se puede plantear la pre-
gunta de si se estará a la altura de estos cambios, o si se trata tan solo del
final romántico de una película de acción y ciencia ficción.
En cuanto a la victimización en la ciudad de Montevideo, encuestas de
opinión pública realizadas por el Programa de Seguridad Ciudadana permi-
ten concluir que entre el 37 y 40% de los hogares ha sido víctima de algún
delito en Montevideo, en el período 1999-2004. Si bien estos niveles de
victimización son similares a otras ciudades de América Latina (Serna,
2008: 106), comparando esta realidad con la del pasado reciente, de una
sociedad “hiperintegrada” (Rama, 1995), se reconoce un preocupante pro-
ceso de desintegración e inseguridad.
Rafael Paternain sugiere que la evolución del delito se explica por los
procesos de exclusión social, por los vaivenes de la actividad económica,
ambas más relacionadas a los delitos contra bienes, y finalmente por las
transformaciones socioculturales en cuanto a delitos contra las personas
(Paternain, 2007b: 202; 2008a: 31). En consonancia con este último punto,
se plantea una explicación del crecimiento de los delitos contra las personas a
través de la fragmentación social, la anomia y la instauración de mecanismos
violentos para la resolución de los conflictos (Paternain, 2003: 159-160;
Morás, 2007). Ambos autores destacan, entre otros aspectos, la importancia
de considerar los problemas derivados de la exclusión, la segregación resi-
dencial así como las consecuencias de la mercantilización de la seguridad
(Morás, 2007: 23 y 24; Paternain, 2007a: 23 y siguientes; 2008a: 11).
Más allá de estos datos, que permiten un marco para dar cuenta de los
fenómenos de percepción de inseguridad y miedo, así como de victimiza-
ción, el presente artículo se detendrá en la existencia de un fuerte discurso
de asignación de la inseguridad a cierto tipo de delincuencia así como los
miedos que genera en las distintas clases sociales. Estas responden con
presiones y demandas, pero también desarrollando estrategias concretas de
enfrentamiento al problema desde las lógicas y capacidades que cada colec-
tivo puede desarrollar.
En un primer apartado se presentará un marco de reflexión general a
partir de las perspectivas sociológicas actuales sobre el riesgo y la inseguri-
dad. En el segundo, se analizarán algunos indicadores de delitos y violen-
cia, proponiendo su vinculación con las dinámicas de la ciudad de Monte-

– 234 –
video, signadas por la segregación urbana, entendida como la confluencia de la
segregación residencial y la segmentación de la circulación urbana. Con ello
la inseguridad se plasma en el territorio, favoreciendo diseños urbanos de
exclusión, amurallamiento y aislamiento. A continuación se describirán las
estrategias, inscriptas en este contexto de segregación, que las distintas
clases desarrollan para enfrentar la inseguridad. Finalmente se plantearán
las conclusiones del trabajo.
Los datos analizados en el artículo surgen de entrevistas a informantes
calificados, tanto técnicos y directivos de empresas de seguridad como
personal de administración de un edificio de oficinas, y de entrevistas y
diálogos con personal de puestos especializados de operación, control y
vigilancia. También se realizaron consultas en sitios web y folletería, así
como el análisis de datos proporcionados por el Registro Nacional de Em-
presas de Seguridad, del Ministerio del Interior. Otros datos se recogen de
la bibliografía citada, y de la Dirección de Política Institucional y Planifica-
ción Estratégica, del Ministerio del Interior.

Riesgo, Inseguridad y Protección


Los autores de lo que se ha denominado modernidad reflexiva advierten
que en la actualidad se generan nuevos riesgos, ahora como “potenciales de
autoamenaza civilizatoria”, que dan lugar a la “sociedad del riesgo” (Beck,
1998). En ella se pasa de una lógica del reparto de la riqueza al reparto de
los riesgos, definidos negativamente, es decir que se deben evitar. Estos
riesgos son consecuencias de la modernización y la aplicación de la tecno-
logía para la producción a gran escala en una época dónde “se radicaliza la
revisión de la convención para (en principio) aplicarla a todos los aspectos
de la vida humana, incluyendo la intervención tecnológica en el mundo
material” (Giddens, 1994: 46). En tanto los conflictos surgidos de esta
situación, ponen en debate la responsabilidad por los daños y amenazas
que implican los actores del proceso de modernización, con sus intereses
particulares (Beck, 1998).
Los individuos han perdido definitivamente sus ataduras (de la tradi-
ción, la clase, la familia) y se ven librados a sí mismos: “en este momento,
salimos de la época de los “grupos de referencia” preasignados para des-
plazarnos hacia una era de “comprensión universal” en la que el destino de
la labor de construcción individual está endémica e irremediablemente
indefinido, no dado de antemano, y tiende a pasar por numerosos y pro-

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
fundos cambios antes de alcanzar su único final verdadero: el final de la
vida del individuo” (Bauman, 2002: 13).
Para Ülrich Beck, los riesgos surgidos de la modernidad reflexiva, en
primer lugar “causan daños sistemáticos y a menudo irreversibles, suelen
permanecer invisibles, se basan en interpretaciones causales, por lo que sólo se
establecen en el saber (científico o anticientífico) de ellos.” (Beck, 1998: 28,
cursivas en el original).. Por lo que quedan abiertos a procesos sociales de
definición. Un segundo punto es que tienen un efecto bumerang por el
cual todos estamos expuestos a ellos. Además, pese a poner en cuestión el
desarrollo capitalista no rompe su lógica, la expansión de los riesgos pone
en marcha un nuevo tipo de aprovechamiento económico de estas situa-
ciones produciendo nuevos peligros y el potencial de conflictos de la so-
ciedad del riesgo. En cuarto lugar los riesgos son globales, no distinguien-
do fronteras lo que hace que todos estamos afectados por ellos; y
finalmente se constata el surgimiento de una nueva politicidad en torno a la
definición de los riesgos, lo no político se politiza con la aparición de la
subpolítica que genera un potencial democrático pero también las posibilida-
des de un juego no democrático que se manifiesta en la imposibilidad de
controlar las innovaciones tecnológicas que impactan a lo largo y ancho de
la sociedad (Beck, 1998).
A partir de este planteo, pero debatiendo varios de sus postulados413,
Robert Castel analiza la inseguridad en tanto que aparece como una pre-
ocupación constante en la actualidad, a pesar de que probablemente viva-
mos en el momento histórico de desarrollo de las sociedades más seguras
desde el doble punto de vista de las protecciones civiles (libertades funda-
mentales y seguridad de los bienes y las personas) y las protecciones socia-
les (como las desarrolladas por el Estado de Bienestar). Esta paradoja
tendría su explicación en que el fundamento de la “inseguridad moderna

413 Castel critíca la falta de inclusión de la noción de desigualdad, por parte de los teóricos

de la modernidad reflexiva, ya que los daños no se producirían de la misma forma para


todos. Sin embargo tales críticas deben matizarse, Beck, por ejemplo, plantea que más allá
de esta desigualdad (que justamente es parte de una lucha, ya no tanto por la posesión sino
por la evitación de los riesgos) los riesgos tienden a tener un impacto global, por cuanto en
última instancia amenazan la vida en la tierra. Sin embargo, sí es pertinente la crítica des-
arrollada por Castel, en cuanto a que la hipótesis de la individualización y el surgimiento de
estos nuevos riesgos da lugar a la flexibilización y mercantilización de la protección como
vía para hacerles frente, en tanto requeriría el desarrollo de seguros privados. Lo que en
definitiva se traduce como un triunfo del mercado y la individualización frente a las accio-
nes colectivas y el Estado, los movimientos flexibles y articulados por demandas concretas
antes que los actores colectivos y las demandas de clase.

– 236 –
no sería la ausencia de protecciones, sino más bien su reverso, su sombra
llevada a un universo social que se ha organizado alrededor de una
búsqueda sin fin de protecciones o de una búsqueda desenfrenada de segu-
ridad.” (Castel, 2004: 12). En este sentido, la inseguridad es un eje central
de la modernidad, en cuanto la propia búsqueda de protecciones crea las
condiciones de la sensación de inseguridad en tanto las expectativas no
logran ajustarse a las posibilidades reales de las sociedades para darles res-
puesta (Castel, 2004).414
Por ello, oponiéndose a la visión de la existencia de una producción de
riesgos de forma generalizada, propone distinguir los riesgos de los acci-
dentes, de modo de evitar la “inflación” de la inseguridad dado que dicha
inflación imposibilita la propia protección. Esta distinción debe ayudar a la
creación de mecanismos de protección eficaces, por un lado, y por otro a la
asignación de responsabilidades ante los accidentes, de modo de colectivi-
zar solo aquellos riesgos que tienen carácter colectivo, e identificar y res-
ponsabilizar los casos de daños que sean producidos por empresas multi-
nacionales, limitando la explotación y el aumento desmesurado de las
ganancias, es decir: limitar y regular el mercado (Castel, 2004).
Además, las protecciones también deberían dirigirse a la seguridad so-
cial de modo de garantizar la cohesión social. Y esto porque la raíz de los
problemas de inseguridad están en los factores de disociación social, por
ello advierte que sólo combatiendo ambas dimensiones de la inseguridad
(civil y social) es que se podrá dar una respuesta adecuada. La preocupa-
ción únicamente por la esfera civil, que suele enfatizar el problema de las
“clases peligrosas” que amenazan la sociedad, resulta “una condensación
extraordinaria de la problemática global de la inseguridad.” (Castel, 2004:
71 y 72). Con ello sugiere que muchos aspectos de la inseguridad son rele-
gados, lo que paradójicamente sienta las bases de una constante produc-
ción de la inseguridad, en tanto una acción únicamente dirigida a las “clases
peligrosas”, generan una mayor exclusión y estigmatización de los barrios
pobres, y especialmente de los jóvenes de esos barrios, convertidos en
depositarios de todos los males que se ciernen sobre la ciudad.415 Según

414 Sobre todo en una sociedad profundamente “profanizada”, por tanto sin garantías meta-

sociales, (Habermas, 1998: 87-88) y sin la posibilidad de apelar a la acción de un Estado


absoluto que asegure la protección total de sus miembros (el Leviatán de Hobbes), dada la
existencia de un sistema jurídico complejo, las división de poderes, el establecimiento de
ciertas garantías, en fin, las condiciones de un gobierno democrático (Castel, 2004: 29).
415 Por ejemplo, en Montevideo la predisposición de la opinión pública hacia la atribución

de los males sociales a los sectores vulnerables aumenta con la crisis económica. Una en-

– 237 –
Castel, más allá de la extrema simplificación de este diagnóstico, y las solu-
ciones y estrategias que proclaman, su éxito político se basaría en la relativa
sencillez de la actuación contra estos problemas así definidos, evitando
encarar otros “más difíciles y exigentes, tales como, por ejemplo, el desem-
pleo, las desigualdades sociales, el racismo, que también están en el origen
del sentimiento de inseguridad” (Castel, 2004: 72).
En este sentido, Loïc Wacquant describe el ascenso de la criminaliza-
ción de la pobreza como sustituto de las políticas sociales, en tanto supo-
nen una forma de afrontar los efectos de la inseguridad social generada por
la desregulación, la precarización y la disminución de las protecciones so-
ciales (Wacquant, 2001a). Sin embargo, el “Estado penal” con su corres-
pondiente encarcelamiento masivo, es mucho más costoso en términos
financieros, con la paradoja de que sus propulsores son los que estaban a
favor del “Estado mínimo” en materia de políticas económicas de promo-
ción del capital y utilización de la mano de obra (Wacquant, 2001a, 2007),
con la consecuencias de un aumento de la población carcelaria, cuya admi-
nistración comienza a ser privatizada.416 Esta transformación hacia el Esta-
do penal se ha producido gracias a un discurso de legitimación de la repre-
sión del delito, sobre todo de lucha contra el tráfico de drogas y el
terrorismo (Vite, 2009).417

cuesta sobre seguridad ciudadana del Programa de Seguridad Ciudadana del Ministerio del
Interior, en 2004, al preguntar sobre la percepción de amenaza por parte de personas más
peligrosas de la población mostró que el 51% de respuestas hacía referencia a población de
asentamientos irregulares o personas pobres marginadas (5 años antes este porcentaje era
del 14%), el 13% identifico a drogadictos, borrachos o traficantes y otro 13% a los desocu-
pados y los jóvenes (en 1999 los guarismos eran de 11% y 6% respectivamente) (Serna,
2008: 104 y 105).
416 “Se presencia la génesis [...] de un complejo comercial carcelario asistencial, punto de lanza del

Estado liberal paternalista naciente. Su misión consiste en vigilar y sojuzgar, y en caso de


necesidad castigar y neutralizar, a las poblaciones insumisas al nuevo orden económico
según una división sexuada del trabajo, en que su componente carcelaria se ocupa princi-
palmente de los hombres, en tanto que la componente asistencial ejerce su tutela sobre (sus)
mujeres e hijos” (Wacquant, 2001a: 105, cursivas en el original).
417 En el caso mexicano esto se expresa en un discurso de nueva seguridad nacional que

apela a la militarización dada “la extensión de los lazos de complicidad de algunos miem-
bros de la policía con los traficantes de drogas” (Vite, 2009: 148). En Uruguay las políticas
punitivas y de control recaen sobre ciertos sectores (sectores vulnerables, jóvenes y meno-
res), lo que genera una “victimización secundaria” (Paternain, 2007a: 30, 2007b: 202).

– 238 –
Violencia, Miedos y Segregación Urbana
Según datos del Ministerio del Interior, el hurto es el delito más fre-
cuente, con cerca del 60% de las denuncias en 2007, (Paternain, 2008b: 17
y 18). Pero si bien se registra un aumento en la mayoría de los delitos, son
las situaciones más graves las que tienen un aumento más importante (Pa-
ternain, 2008a: 31). Por ejemplo las muertes y lesiones por siniestros de
tránsito y los suicidios, que entre tentativas y consumados pasó de 1.242 en
1985 a 2.215 en el 2007 (Paternain, 2008b, 186), son las formas de violen-
cias que registraron un aumento más importante. En tanto la violencia
doméstica representa la mayor proporción de denuncias relacionadas con
hechos de violencia, con un porcentaje de 5,8%, aunque comienzan a dis-
minuir progresivamente luego del 2005 (Paternain, 2008b: 18).
En el año 2008 los expedientes por Violencia Doméstica iniciados por
el Poder Judicial tienen una razón de casi 4,5 por cada denuncia policial.418
Lo cual podría ser consecuencia de una mayor incidencia de otras institu-
ciones presentes en el proceso de atención a las situaciones de violencia
doméstica. Las respuestas de estas instituciones, sobre todo en Montevi-
deo, quizás expliquen parte de la baja en la cantidad de denuncias policia-
les, produciendo como contrapartida un mayor grado de judicialización de
las situaciones. Aunque una parte de esta diferencia de las denuncias frente a
los expedientes se debe a que las situaciones de violencia doméstica pueden
ser caracterizadas como “denuncias por lesiones” por parte de la policía, con
lo cual se oculta una parte del fenómeno que luego se hace visible en los
juzgados, cuando los expedientes son caratuladas como “violencia domés-
tica”. De todos modos existe un gran esfuerzo, en las esferas estatal y de la
sociedad civil, que supone un reconocimiento de la problemática.
En el 61% de los homicidios registrados en el período 2003-2004 existía
una relación entre autor y víctima, mientras que el 25% del total son
“homicidios domésticos” representado por la relación de pareja o ex-pareja
y otro familiar (16% y 9% respectivamente) (Donnangelo, 2008a: 115 y
116). La violencia por parte de la pareja o ex-pareja es la causa de muerte
violenta más frecuente para las mujeres, sólo el 6% de las mujeres murió
víctima de un extraño (Donnangelo, 2008a: 117). Así “los homicidios ocu-

418 En Montevideo se produjeron 1.654 denuncias de Violencia Doméstica de enero a diciem-

bre de 2008 (Fuente: Dirección de Política Institucional y Planificación Estratégica. Ministerio


del Interior). En cuanto a los expedientes del Poder Judicial, también en 2008, en violencia
doméstica de género fueron 4.592 y en materia de Código de la Niñez y la Adolescencia 2.698
(Fuente: Anuario 2008. Estadísticas de Oficinas Jurisdiccionales. Poder Judicial).

– 239 –
rren mucho más comúnmente entre personas que se conocen, en el con-
texto de circunstancias mucho más cotidianas, como discusiones y disputas
con una fuerte carga emocional” (Donnangelo, 2008a: 119).
No obstante, más allá de la creciente importancia de estas expresiones
de violencia y de su visibilidad pública, tanto la violencia doméstica como
los accidentes de tránsito y los suicidios no son los motivos de la mayor
preocupación en materia de violencia e inseguridad. Tanto para los medios
de comunicación como para los discursos políticos y la opinión pública, los
miedos se espectacularizan sobre todo en relación a los robos y daños a la
propiedad privada, y a la violencia ejercida por “marginales”, desocupados,
“menores”419 y “adictos”. Si bien suelen ocupar un espacio importante los
accidentes de tránsito, la violencia de pareja, hacia menores y entre vecinos,
en general no parecen concitar los mismos miedos y reacciones políticas
que la violencia entre desconocidos, particularmente ante delitos contra los
bienes.
Este tipo de inseguridad no sólo ha logrado mayor atención pública, si-
no que ha generado una perspectiva hegemónica desde la cual se piensa la
cuestión de la inseguridad en el discurso público, por lo que se puede afir-
mar que este proceso es parte de un esfuerzo político de legitimación de
una determinada definición de lo que significan orden y protección. De
este modo, la construcción de dichos problemas se realiza desde ciertos
intereses y perspectivas de clase, género y generacionales, por lo que son
tolerados o invisibilizados ciertos tipos de violencia, sobre todo hacia mu-
jeres, niños y adolescentes, pero también la inseguridad de los sectores
vulnerables, el desempleo y abandono escolar, riesgos ecológicos, etc. Lo
cual se relaciona no sólo con las diferentes estrategias para afrontar la inse-
guridad, desplegadas por los distintos grupos, sino también, en un nivel
más profundo, con los fundamentos de los estilos de vida y las concepcio-
nes a ellos relacionadas.

419Según un relevamiento realizado en el año 2006 a los principales medios de comunica-


ción (prensa e informativos de radio y televisión), el 36% del total de noticias sobre niños y
adolescentes era sobre violencia (Sanchez, 2007: 8). “El uso del término niño y adolescente
queda restringido a las situaciones de violencia doméstica o abuso sexual; no se utilizan
cuando niños y adolescentes son identificados como agresores. La condición de infancia
parece diluirse y hasta desaparecer detrás del hecho delictivo, y la palabra menor se constitu-
ye en un atributo agravante de la caracterización como agresor, con frecuencia acompañado
por otro término: menores infractores, menores asaltantes, menores delincuentes, menores sospechosos.”
(Sanchez, 2007: 54, cursivas en el original).

– 240 –
Como las principales consecuencias de esta problemática se destacan el
aislamiento, la reducción de los espacios de interacción limitados cada vez
más al barrio, crecientemente aislado de la ciudad, el lugar de trabajo y el
de esparcimiento y consumo, ahora representado paradigmáticamente por
lugares cerrados y vigilados. El resto de la ciudad es vivida como peligrosa,
especialmente las zonas de tránsito donde es necesario circular o aquellas a
las que no hay más remedio que asistir. Todo esto genera nuevas cuotas de
violencia, ya sea por la agresión directa producto del temor a las “clases
peligrosas”, ya por los mecanismos desarrollados para evitar estos riesgos,
y sobre todo por los mecanismos de exclusión y evitación social. De este
modo, el excesivo temor genera una dinámica de reproducción de la inse-
guridad y de estigmatización de los “individuos peligrosos”, representados
paradigmáticamente por “menores”, “adictos” y “marginales”.
Teniendo en cuenta la opinión pública, se ha producido un crecimiento
de la sensación de inseguridad ciudadana, aunque la opinión sobre el au-
mento del nivel de delincuencia en el barrio es bastante menor con respec-
to al de la ciudad en general (Serna, 2008: 98). Esta diferencia podría cons-
tituir un indicio de que el barrio ofrece algún grado de protección, dado el
conocimiento que los individuos tienen del mismo y, quizá, de la amena-
zante ajenidad del resto de la ciudad. Pero también se puede interpretar en
el sentido del grado de concreción de la pregunta. Así, cuanto más vaga e
imprecisa sea la pregunta generará mayor sensación de inseguridad, ten-
diendo a la respuesta de un aumento de la delincuencia: “Desde el punto
de vista psicológico, el “miedo difuso” tiende a crear incertidumbre en las
personas –y por ello mismo, a hipervalorar la realidad– en tanto el miedo
concreto o localizado permite estrategias de defensa o de autoconvenci-
miento” (Paternain, 2008b: 112 y 114)420.
Por otro lado, Bauman ha analizado la protección que la comunidad
ofrece como una reacción ante el desequilibrio entre la libertad individual y
la seguridad. En una época en que la seguridad se reduce y el individuo
debe asumir una cada vez mayor carga de responsabilidades, el comunita-
rismo aparece como una promesa de seguridad y certezas (Bauman, 2002).

420 El miedo difuso “resulta de la percepción según la cual los ciudadanos consideran que el

delito constituye para ellos una amenaza general y lejana, un fenómeno inquietante por
representar un peligro social con posibles repercusiones sobre sus propias vidas. En cam-
bio, la noción de miedo concreto es mucho más precisa: se trata del temor, fundado o no,
de ser personalmente víctima de determinados actos violentos” (Rico y Salas, 1988, citado
en Paternain, 2007a: 40).

– 241 –
En todo caso esta sensación de mayor protección del barrio (o mayor des-
protección de la ciudad considerada globalmente) está anclada en la expe-
riencia cotidiana de los habitantes de los barrios montevideanos, sobre
todo en un contexto de segregación urbana. Sin embargo, tal sensación no
necesariamente es homogénea para los habitantes de los diferentes barrios,
como se verá más adelante.
Esto lleva a plantear el fuerte impacto de la inseguridad en las dinámi-
cas urbanas, así como también la relación inversa, es decir las consecuen-
cias de la segregación en la sensación de inseguridad, en una especie de
círculo vicioso. En primer lugar se produce una fragmentación de las ciuda-
des, donde se polarizan los barrios en zonas privilegiadas, zonas deprimidas
y un gradiente de situaciones que, no por ello se convierten en puentes de
una ciudad fragmentada, con una lógica cada vez más excluyente. Amplias
zonas son abandonadas, tanto la inversión pública como privada decrecen y
se convierten en espacios de inseguridad y estigmatización, que por tanto
alientan nuevas oleadas de retiro o deserción de las clases medias. Por tanto
los procesos de inseguridad corren parejos con la segregación urbana.
Por ejemplo, para el caso de Los Ángeles, Mike Davis (2001) describe
una escalada de inversiones urbanas en tecnologías y diseños arquitectóni-
cos dirigidos a la vigilancia, sobre todo privadas, al tiempo que se recortan
las inversiones públicas. Esto origina una dualización de la ciudad: “más
allá del “espacio vigilado” del centro fortificado se extiende la aureola de los
barrios y de los guetos que rodean el centro de Los Ángeles” (Davis, 2001:
10, cursivas en el original), en estos últimos la tecnología de control y vide-
ocámaras es sustituida por las rejas y la protección comunitaria.
En este sentido, una investigación sobre circulación urbana de los habi-
tantes de los distintos barrios de Montevideo (Goinheix, 2009), permitió
probar que los mismos reproducen la estructuración de un patrón de flujo
urbano que estratifica los intercambios y relaciones sociales, dado que se
confirmó la hipótesis de la segmentación de la circulación por la ciudad
según el barrio de residencia.421 Con lo cual, unido a la segregación resi-
dencial (Katzman, 1999, 2001; Veiga y Rivoir, 2001, 2005; Katzman y Re-
tamoso, 2005), permite sostener la hipótesis de una segregación urbana que

421 Se aplicó la técnica de análisis loglineal a las variables sexo, barrio de residencia y de

circulación en base a datos de una encuesta mediante la aplicación de entrevistas personales


en hogares, realizada en marzo de 2007 a personas de más de 11 años de edad. El análisis
loglineal permite comparar las frecuencias observadas con las hipotéticas para un conjunto
de modelos posibles, buscando el modelo que mejor ajuste a los datos (Goinheix, 2009).

– 242 –
expresaría un profundo aislamiento de las clases sociales, con bajas proba-
bilidades de intercambios policlasistas, ya no solo en el barrio sino en los
distintos espacios de la ciudad.
Ahora bien, esta relativa falta de contactos, que constituye así otro
componente de la segregación social en contextos urbanos, expresa, por un
lado, la existencia de un conflicto que intenta dirimirse con la evitación
pero, por otro lado se puede plantear la pregunta de sí este intento de solu-
ción no produce una nueva escalada de violencia. Dada la falta de códigos
compartidos y los sentimientos de desconfianza, así como una historia
común de hostilidad y estigmatización, en donde el otro es visto como una
amenaza, no es difícil que se generen episodios de una mayor violencia,
pero quizá –o justamente por ello– más esporádica. Todo esto refuerza el
miedo y la inseguridad, pero también una estrategia de protección que ha
cristalizado en el encierro y la vigilancia.

Las estrategias: entre inversiones y gastos en seguridad


En este marco de miedo, inseguridad y segregación, las personas elabo-
ran estrategias que, en buena medida, se anclan en medidas de protección
privadas. Si bien se continúa recurriendo a la policía, y reclamando una
intensificación de sus recursos en el barrio de residencia, se elaboran otras
estrategias como el recurso a la acción colectiva (que ha sido punto de
anclaje de las estrategias de territorialización de las políticas de seguridad
ciudadana) la solidaridad comunitaria y los mecanismos privados de pro-
tección. Según datos de una encuesta del Instituto de Ciencia Política, la
mayor parte de los encuestados declara poseer rejas en su vivienda como
mecanismo de prevención de delitos (ver cuadro), seguido de la tenencia
de perros guardianes. Estas dos estrategias son las que insumen menor
inversión económica, por lo que aparecen como las más generalizadas. En
cambio la vigilancia privada, el blindaje de puertas y la electrificación de
accesos son las que recogen menor porcentaje de respuestas. La tendencia
reflejada en el cuadro implica que cuanto más honerosos sean los meca-
nismos de autodefensa, menor el porcentaje de hogares que recurre al
mismo.

– 243 –
Alternativas más frecuentes de prevención
de delitos. Montevideo, 2007
Rejas en su vivienda 64%
Perros guardianes 48%
Alarma en su auto 32%
Alarma en su vivienda 22%
Portar armas de fuego 18%
Contratar servicios de vigilancia privada 10%
Blindar puertas 8%
Electrificación de accesos 3%
Fuente: Instituto de Ciencia Política, Montevideo, 2007. Tomado de Paternain,
2008b: 125.

En todo caso, con este nivel de desarrollo de medidas de prevención,


no es casual que se haya generado un amplio mercado para todo tipo de
servicios de seguridad. En este mercado los representantes locales de las
transnacionales de sistemas de seguridad y control inteligente compiten por
un mercado cada vez más ávido de sus servicios, dónde también hay lugar
para las empresas de seguridad nacionales, que han comenzado a incorpo-
rar sofisticadas tecnologías y que en general cuentan con una gran infraes-
tructura y logística, y por supuesto, para las empresas importadoras de
dichas tecnologías.
Según datos del Ministerio del Interior, las empresas de seguridad pue-
den clasificarse en 32 categorías según tipos de servicios. Actualmente
existen 330 empresas habilitadas, de las cuales 93 son del rubro seguridad y
vigilancia, 28 alarmas con conexión y 62 alarmas sin conexión, en tanto el
total de guardias registrados es de 14.563.422 Las empresas que ofrecen este
tipo de tecnologías brindan servicios tanto a edificios de oficinas como a
residencias, espacios públicos y privados, transporte de valores, centros de
compra –“shopping centers”–, supermercados, terminales de ómnibus y
marítimas, aeropuertos, hospitales, etc., permitiendo un control tanto de
las personas que ingresan y permanecen en los edificios o lugares, como la

422La cifra de personal registrado por las empresas incluye guardias, prestadores privados
dependientes, instaladores y personal afectado a la seguridad electrónica. Las empresas
pueden estar clasificadas a la vez en varias categorías, dado que muchas se dedican a más de
una actividad. Los datos fueron proporcionados por el Registro Nacional de Empresas de
Seguridad, del Ministerio del Interior.

– 244 –
eventualidad de siniestros, pero también del personal que realiza la presta-
ción de un servicio (correo, limpieza y mantenimiento, jardinería, control
de plagas, reparaciones, etc.). Además, instaladores independientes ofrecen
servicios similares, de un modo un poco más artesanal, para hogares parti-
culares, instalando detectores de movimiento que luego pueden conectarse
a empresas de seguridad, o cámaras que pueden ser consultadas en tiempo
real por internet. Esta diversidad de productos y servicios les permite a las
empresas dirigirse a mercados segmentados según niveles adquisitivos, tan
segmentados como la propia ciudad.
Pero además de todas estas empresas se debe tener en cuenta el merca-
do de herrajes, con la producción y colocación de rejas y barrotes, así co-
mo el de venta de armas423, cursos y productos de defensa personal como
spray de gas pimienta, picanas eléctricas, etcétera. Así anuncia una empresa
de ventas de productos de defensa personal las picanas o electroshocks:

“El electroshock está diseñado para golpear el sistema nervioso y descargar


su energía en los músculos a una frecuencia de pulso elevada que hace que los
músculos trabajen muy rápidamente pero no eficientemente. Este ciclo de rápido
trabajo agota el azúcar del músculo al convertirlo en ácido láctico en pocos segun-
dos. La resultante pérdida de energía hace difícil la función muscular. Al mismo
tiempo, los pequeños impulsos nerviosos que viajan a través del cuerpo y que diri-
gen el movimiento del músculo se interrumpen. Esto causa desorientación y
pérdida del balance y deja al atacante en estado pasivo y de confusión por varios
minutos. Aún así no hay ningún efecto significativo en el corazón u otros órga-
nos.” (sitio web, empresa de venta de productos de seguridad)

La violencia presente en este mensaje parece sobrepasar un mero me-


canismo de protección, representando un indicio de la exasperación del
conflicto, con lo cual cobra un nuevo sentido el crecimiento del mercado
de la seguridad. Algunos informantes calificados expresaron que no se
produjo un gran aumento de las empresas del subsector de “seguridad
electrónica” (uno de los mercados más dinámicos y de mayor utilización de

423 Según Luis Eduardo Morás, en Uruguay existe una desproporcionada proporción de

personas con un arma, una de cada tres, “cifra que nos colocaría al nivel de sociedades en
situación de un conflicto armado de graves proporciones” (Morás, 2007: 13). Esta cifra
contrasta con los datos de la encuesta antes referida lo que se explica por una sobreestima-
ción del recurso al armamento, o, del otro lado, por una posible subdeclaración ante el
encuestador. De todos modos en ambos casos el porcentaje es alto en la comparación
mundial.

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tecnologías dentro del mercado de la seguridad) pero que, en cambio, un
conjunto de empresas se han diversificado asumiendo algunos servicios de
este mercado, lo que implica la generación de una diversidad de calidad y
tipo de productos y servicios.
Las distintas empresas ofrecen desde la “seguridad física”, la “clásica”
vigilancia a través de guardias de seguridad, hasta la “seguridad electróni-
ca”, que consiste en sofisticados sistemas informáticos de seguridad, sobre
todo instalados en edificios. Las empresas de vigilancia o seguridad física,
han incorporando un conjunto de dispositivos y tecnologías de seguridad
electrónica, por lo cual la frontera actualmente es bastante difusa. Disposi-
tivos que van desde alarmas conectadas a detectores de movimiento en el
hogar, con conexión con las empresas para permitir una respuesta inmedia-
ta, hasta una flota de vehículos que pueden realizar ciertos patrullajes en las
zonas de sus clientes, radiotransmisores para el personal, instalación de
GPS en vehículos para hacer un seguimiento en caso de robo (el GPS
permite identificar la ubicación geográfica así como la posibilidad de dete-
nerlo enviando una señal a distancia para el corte del suministro de com-
bustible y electricidad), detectores de metales, videoporteros, e incluso
sistemas de detección de incendio. Esta diversificación se constata también
en otro tipo de empresas de los rubros más dispares (por ejemplo empre-
sas de instalación de telefonía, venta de equipos de radio portátiles o cerra-
jerías), que han ido incorporando rubros del mercado de la seguridad.
Es con este espectacular desarrollo del mercado de la seguridad que
surgen estrategias diferenciadas para captar posibles clientes más o menos
abrumados por el miedo. Desde las empresas que promocionan la protec-
ción total, hasta las que realizan instalación de sistemas puntuales. Una
empresa publicita sus servicios con el siguiente anuncio:

“Cuide su casa o comercio las 24 horas utilizando nuestros sis-


temas de cámaras de seguridad de alta definición con visión noctur-
na. Las cámaras se conectan a un dispositivo de grabación (DVR)
que posee un disco duro protegido con una llave el cual mantendrá
las grabaciones en el historial para ser consultadas cuando se lo des-
ee. (...) Posee un software que puede notificarnos en caso de movi-
miento”. (sitio web, empresa de domótica)

Se debe prestar atención a los efectos de sentido que generan este tipo
de discursos, dónde la llave para proteger los datos refuerza la idea de im-

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penetrabilidad garantizada meramente por una o varias cámaras. Pero so-
bre todo el mensaje enfatiza la necesidad imperiosa de protegerse ante la
“exposición” a la inseguridad y de estar alerta continuamente para prote-
gerse. Se utiliza terminología policial y militar, así como la perspectiva de
un conflicto permanente. Por ejemplo, un servicio ofrecido por una em-
presa de seguridad es denominado “código de emboscada”, instando al
consumidor a digitar un número falso si, en una “situación extrema”, es
obligado a cancelar la alarma, con lo cual el sistema se desactivará de modo
que la persona no corra riesgos al enviar una señal de “máxima emergen-
cia”, que avisará a la empresa para que envíe un móvil de seguridad así
como para que denuncie el hecho a la policía. Otro ejemplo es el “pulsador
de pánico”, que no requiere fingir el ingreso del número correcto de la
alarma.

“Tanto en el hogar como en el comercio, activar un pulsador de


pánico y obtener el apoyo de nuestra Central Receptora de Alarmas.
Puede ser decisivo en una emergencia. Supera ampliamente el tener
un arma, o sentirse absolutamente desvalido. Al recibir una señal de
pánico, inmediatamente concurrirá nuestra Respuesta de Móviles de
Apoyo y se dará aviso a la Policía.” (sitio web, empresa de seguridad)

Tan es así que algunas empresas promocionan servicios de un área a


primera vista muy lejana, como la emergencia médica, que supone una
intención de seguridad total, que pretende abarcar prácticamente todos los
aspectos potenciales de generación de riesgos:

“Para cualquier emergencia que requiera de asistencia inmediata,


usted sólo tiene que presionar un botón de su tablero y de inmedia-
to [nombre empresa] contactará una ambulancia para enviarla a su
domicilio y podrá avisarle a su médico de cabecera, a su hospital y a
sus parientes más cercanos, según usted nos haya indicado.” (sitio
web, empresa de seguridad)

Además, en la cumbre de estos mercados, ofrecen sus servicios empre-


sas de sistemas de control inteligente y seguridad electrónica. Con respecto
a las tecnologías de “seguridad electrónica”, las empresas instalan equipos
informáticos para el control de la seguridad de accesos, con identificación a
través de tarjetas electrónicas o huellas dactilares, la automatización de

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puertas y puntos de acceso, censores de movimiento, circuito cerrado de
televisión, que permiten la video grabación y video vigilancia de espacios
comunes, estacionamiento, ascensores y áreas perimetrales.
También se instalan sistemas de detección y extinción de incendios a
través de detectores de humo, temperatura o gases, cuya localización es
identificada informáticamente lo que permite corroborar la alarma de for-
ma presencial o mediante cámaras y actuar en consecuencia, (otros detec-
tores activan automáticamente el sistema de extinción por agua o gas), y
automatizaciones para la evacuación en caso de siniestro (que pueden in-
corporar apertura de puertas, iluminación hacia salidas, envío de ascensores
a planta baja para que no sean utilizados, presurización de escaleras de
incendio para evitar el ingreso del humo y mensajes de alerta en palier y
oficinas). Además, se activan alarmas que permiten una comunicación
rápida con Bomberos. A todo este sistema generalmente va acompañado
de capacitaciones del personal, protocolos y simulacros de evacuación.
Estos son los dos tipos de eventos cubiertos por los sistemas de seguridad,
dado que en Uruguay no existen grandes riesgos de otro tipo de fenóme-
nos, como terremotos o huracanes. De este modo se realiza un completo
control tanto de las personas que ingresan y permanecen en el edificio,
como la eventualidad de siniestros, pero también del personal y la efectiva
realización de los servicios (correo, limpieza y mantenimiento, jardinería,
control de plagas, reparaciones, etc.).
En cambio, las tecnologías de “control inteligente” (que no refiere al
control social sino al de sistemas informáticos y procesos automatizados)
incluyen la programación de horarios y automatización de la iluminación,
calefacción, suministro de agua, control del suministro de gas por cañería,
riego, etc. Surge un área denominada “domótica” que incluye el control de
la iluminación, la apertura de persianas y cortinas, y el encendido y apagado
de electrodomésticos (por ejemplo el aire acondicionado antes de llegar al
hogar por medio del celular, para que la residencia esté más confortable) y
casi cualquier proceso o función que el cliente desee automatizar. Tiene
como cometido manifiesto el ahorro energético, pero parece poco plausible
que este sea la principal motivación para la inversión en estas tecnologías.
Además es poco probable que su utilización efectivamente permita un gran
ahorro energético en edificios y viviendas que derrochan energía en ilumi-
nación, calefacción, sistemas de vigilancia, y mecanismos automatizados en
puertas, portones, riego, etc.

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En primer lugar harían falta estudios para determinar que el consumo
de energía de estos automatismos, realmente sea menor que el uso de
energía para la refrigeración o calefacción que sería necesario para “com-
pensar”, por ejemplo, el exceso de calor o frío que pueda generar una ven-
tana, persiana o cortinas abiertas –o cerradas, según sea el caso– Pero so-
bre todo se debe problematizar lo que queda descontado en esta lógica: la
necesidad misma de estos elevados niveles de confort. Se podría argumen-
tar que la búsqueda (y logro) del confort preexiste a las tecnologías de efi-
ciencia energética, pero de todos modos estas sólo relanzan dicha búsque-
da cada vez a niveles más altos.
Como se ve claramente, sobre todo para las residencias particulares y de
condominios, los servicios e infraestructura proporcionados por estas em-
presas no sólo se dirigen al mantenimiento de un sistema ante eventuales
riesgos de seguridad, sino la disposición de servicios y de todo un ejército
de empleados que resuelven los aspectos cotidianos de los residentes de
forma más o menos centralizada. Esto muestra claramente que no se trata
sólo de un problema de miedo e inseguridad, sino que estas inversiones se
enmarcan en una dinámica más compleja, signada por la distinción (en el
sentido de Bourdieu), en un marco de competencia por la acumulación de
distintos tipos de capital económico, cultural, social (Bourdieu, 1999). Pre-
cisamente los edificios que incorporan todas estas tecnologías están entre
los más costosos de la ciudad, en barrios de la faja costera montevideana.
Sin embargo, en todo caso es sintomático que se exprese a través de esta
parafernalia del control de riesgos y el aislamiento: sin dudas el miedo y la
inseguridad tienen un papel relevante.
Los resultados de estos costosos sistemas, si alguien se propone burlar-
los, quizá sean bastante menos imponentes (sobre todo si se compara el
costo de su mantenimiento con el riesgo que intentan evitar) dado que el
enorme flujo de público y de servicios que suele hacerse presente, difícil-
mente permita un control tan minucioso. Lo cual no quiere decir que no
sean casi inexpugnables en la práctica, además, si bien los fallos humanos
siempre pueden generar grietas en los sistemas, la tecnología tiende a evitar
dichos errores. Por ejemplo, tanto el sistema de monitoreo por video como
los de control de accesos o los detectores perimetrales generan alarmas que
permiten alertar al operador más desprevenido y dirigir las cámaras (a veces
automáticamente) a las zonas donde se genera la detección de movimiento.

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Sin embargo suelen funcionar en términos disuasorios y, sobre todo, para
ahogar el pánico colectivo en una pátina de irrealidad futurista.424
Más allá de lo costoso de las inversiones, las mismas no sólo permiten
dar respuestas a los temores de los residentes sino también la acumulación
de capital relacional y prestigio, lo cual contrasta con la situación vivida por
habitantes de otras zonas de la ciudad. En el otro extremo de las situacio-
nes socioeconómicas, las repercusiones que genera el sentimiento de inse-
guridad pública en la dinámica de las familias en desventaja tienden a debi-
litar su capital social. En estos barrios las rejas y barrotes, las armas y
perros, la permanencia en el hogar por parte de algún integrante de la fami-
lia y la solidaridad entre vecinos (que se activa ante solicitudes concretas de
defender espacios y viviendas de vecinos), constituyen los mecanismos
principales de prevención de delitos en el hogar. De este modo, la insegu-
ridad y la percepción de indefensión también transforman la vida cotidiana
en el barrio, sólo que esta vez con un sentido muy diferente.
Por un lado, los habitantes de estos barrios son potencialmente estig-
matizados por sus lugares de residencia, en muchos casos encontrando
límites en el mercado de trabajo. Por otro, deben desarrollar estrategias de
cuidado de los bienes y las personas del hogar, de modo que resienten las
posibilidades de movilizar activos, dado que se hace necesaria la perma-
nencia de algún miembro de la familia en la vivienda, muchas veces en
edad de trabajar, para vigilar los bienes que poseen (Katzman, 1999; Bo-
gliaccini, 2005). Además de que siempre están más expuestos al robo, en
los contextos depredatorios de los barrios más sumergidos. Esto significa
que se condiciona la disponibilidad y administración de los recursos tanto
como la capacidad de movilizar activos, especialmente de la población más
vulnerable, lo que termina impactando en el entramado de protección so-

424Los promotores inmobiliarios publicitan esta sofisticación con recorridos demostrativos.


Luego la tecnología comienza a formar parte de la vida cotidiana, generando un nuevo tipo
de voyeur: un operador de una torre administrativa narra su experiencia con una mujer que
mostró sus senos ante una cámara en un ascensor, mientras que otro de un edificios resi-
dencial comenta de una pareja que se exhibía ante la cámara, también en un ascensor. Pero
también ingresa a la vida cotidiana de un modo más sistemático: las personas saludan a las
cámaras o las miran de reojo, como sintiendo su presencia intimidante, utilizan las tarjetas
magnéticas para ingresar al edificio, consultan por algún error en el acceso (en algunos
casos los propios residentes tienen limitaciones para el ingreso en ciertas zonas más exclusi-
vas o que no les corresponde, por ejemplo en un edificio de varias torres). Pero esta expe-
riencia no se limita únicamente a la residencia sino crecientemente también está presente en
los edificios de trabajo, e incluso en espacios públicos de derecho privado (shoppings, cines,
teatros, estacionamientos).

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cial. Por ello la inseguridad pública actúa como un fuerte reproductor de
las inequidades, en la medida que limita el uso de los escasos recursos y
retroalimenta la fragmentación social.
Cabe preguntarse quienes asumen la mayor carga en las tareas de provi-
sión de seguridad en estos contextos. Existen evidencias de que el tiempo
de dedicación de las mujeres a las tareas domésticas y de cuidados de per-
sonas a cargo, es mayor al tiempo que dedican los varones (Aguirre: 2009).
Es probable que esta relación se mantenga para las tareas requeridas por
esta estrategia de provisión de seguridad. En este sentido, los hogares mo-
noparentales con jefatura femenina están en una posición más vulnerable
aún.425
El modo en que los pobladores de los asentamientos irregulares y de
los cantegriles percibe y define el espacio y el barrio es muy diferente del
de otras clases. En primer lugar, debido a las profundas diferencias en el
diseño urbano de unos y otros barrios: en los asentamientos irregulares y
en general en los barrios deprimidos existe un gran porcentaje de viviendas
de materiales precarios (costaneros, chapa, cartón o nylon), o con una es-
tructura de mala calidad en caso de viviendas con materiales durables (blo-
ques y ladrillos). En general los asentamientos presentan algun grado de
contaminación del suelo, principalmente de basura doméstica, desechos y
desagües de industrias, y aguas servidas.
Además, muchos de los asentamientos se ubican total o parcialmente
sobre terrenos inundables, con pocos o nulos espacios abiertos de uso
común, como calles o plazas, y la existencia de algunos pasajes de tierra o
balasto. Este diseño es producto de la edificación más o menos caotica, a
veces a pesar de la relativa preparación y planificación previa de la ocupa-
ción, ya que en algunos casos la “toma” fue precedida de una fuerte orga-
nización y movilización, aunque en la mayoría de los casos se produjeron
oleadas “espontáneas” de ocupación del territorio. En general los habitan-
tes no son propietarios del terreno y a veces tampoco de la vivienda, ya
que existe un mercado inmobiliario ilegal de venta de lotes y viviendas en

425 Justamente, para Bogliaccini estas redes, que nacen de “la necesidad de supervivencia, en

un medio en el que priman la desconfianza y la inseguridad, se estructuran en pequeños


colectivos, fundamentalmente femeninos, de lealtad basada en intercambios de favores de
protección y cuidado mutuo.” (Bogliaccini, 2005: 183). Parece necesaria una exploración
empírica que permita corroborar esta descripción, sobre todo en cuanto al alcance y pro-
fundidad de las redes, su viabilidad en el mediano y largo plazo así como si son o no coop-
tados por otras estrategias.

– 251 –
terrenos públicos o privados que han sido ocupados o se ha planificado su
ocupación.
En segundo lugar, los pobladores suelen distinguir muchas subunidades
dentro del mismo “barrio”, en su definición administrativa, definición que
muchas veces coincide con la que tienen los residentes de otros barrios o
del mismo barrio fuera del gueto. Esto puede deberse, en parte, a una es-
trategia para evitar la asignación estigmatizada del barrio, por ello este es
identificado como fuera de los estrechos límites que definen unas pocas
cuadras en el entorno de la vivienda, de modo de intentar deshacerse de los
potenciales prejuicios de su interlocutor y del estigma que pesa sobre sí.
Pero también puede deberse al fuerte aislamiento, al clima depredatorio y
la falta de una identidad positiva del barrio, con lo cual el aislamiento se
convierte, a la vez, en una causa y una consecuencia de la inseguridad y la
violencia.
Quizá esto explique que la sensación de inseguridad aumente en con-
textos de mayor vulnerabilidad: “Entre los encuestados pertenecientes a
estratos altos, la sensación de inseguridad en el lugar de residencia es del
42%, mientras que entre sujetos de los estratos bajos el 49% considera que
la zona de residencia es insegura.” (Serna, 2008: 99). Según Bogliaccini, en
estos barrios la inseguridad se vincula a la disputa por los espacios públicos
entre ciertos jóvenes (“dueños de los pasillos”) y los vecinos: “De este
modo, la vida colectiva en estas zonas pasa a estar regulada por grupos
juveniles que proponen las pautas de convivencia y estipulan las reglas del
juego: no dejar la casa sola, no salir de noche, no circular por ciertos luga-
res, no invadir los espacios públicos conquistados por ellos.” (Bogliaccini,
2005: 179 y 180).
Para Katzman esto se relaciona a la ineficiencia normativa de la comu-
nidad. La inseguridad pública se presenta como efecto de una situación de
exclusión, al mismo tiempo que genera procesos de segregación social al
reducir las oportunidades de interacción entre personas de distinto origen
social (Katzman, 1999). Cuando estas interacciones se producen, por lo
general, es en un contexto fuertemente formalizado (por ejemplo en una
relación laboral donde se ofrece un servicio a los “poseedores”) estable-
ciéndose claramente las jerarquías y las disímiles expectativas en el trato, y
por tanto no habilitan el tipo de intercambios que permitirían el desarrollo
del capital social.
Como surge de la descripción realizada, los habitantes de Montevideo
tienen riesgos diferentes así como una bien diferenciada estrategia para

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enfrentarlos. Según un estudio de Riella y Viscardi (2003), existe una des-
igual distribución de los delitos en la ciudad: mientras que la violencia con-
tra la persona y los homicidios correlacionan con barrios con Necesidades
Básicas Insatisfechas, “en aquellos barrios en que las condiciones de vida
son mejores, se llevan a cabo la mayor parte de los delitos contra la pro-
piedad.” (Riella y Viscardi, 2003: 195). Esto lleva a los autores a plantear
que las tasas de violencia más alta se producen “allí donde las condiciones
de vida son más precarias. Así, las consecuencias negativas del modelo
societal actualmente en curso se expresan en la desprotección económica y
la inserción de la violencia en la vida cotidiana que sufre un amplio conjun-
to de la población.” (Riella y Viscardi, 2003: 196).
De este modo, se tiende a reafirmar la conclusión de que las estrategias
y mecanismos desplegados por las clases sociales para enfrentar las disimi-
les situaciones de inseguridad y riesgos, tienden a generar nuevas desigual-
dades, como una tendencia hacia la consolidación de esta situación de pro-
ducción diferenciada de los riesgos que a su vez retroalimentan las
estrategias de protección, en un círculo vicioso.

Conclusiones
La segregación residencial ha sido constatada en Montevideo por un
conjunto de investigaciones empíricas, al tiempo que una investigación del
2007 establecía que los flujos que las personas realizan en la ciudad al des-
plazarse de un sitio a otro se producen de acuerdo a un patrón estable de
circulación, constituyendo una lógica de aislamiento social de las distintas
clases o grupos. Pero estas fuente de segregación y exclusión urbana (tanto
la segregación residencial como la segregación implícita en la segmentación
de la circulación) no generan un completo o definitivo aislamiento; es de-
cir, no clausuran totalmente las interacciones entre individuos pertenecien-
tes a distintas clases sociales.
Al contrario, con mayor o menor frecuencia permiten –e incluso, de
cierto modo, estimulan– el surgimiento de conflictos y violencias en el
escenario urbano producto de la confluencia en un mismo espacio, más o
menos esporádica, de personas y grupos de diferente extracción social.
Estos encuentros, ciertamente cargados de expectativas hostiles, tienen una
alta probabilidad de ser conflictivos, con lo cual se alimenta luego los rela-
tos que forman parte del denso imaginario social de miedo e inseguridad.
En este contexto se plantea la cuestión de la profundidad de la segrega-
ción urbana y sus vínculos posibles con estrategias de protección contra

– 253 –
estos “nuevos” riesgos producidos por la inseguridad civil. De acuerdo a la
descripción realizada sobre las estrategias disímiles de los miembros de las
distintas clases sociales de enfrentar la inseguridad, aparece una nueva
fuente de desigualdad y de vulneración de derechos. Esta dinámica podría
impactar nuevamente en la violencia al reforzar los mecanismos y dinámi-
cas que están en la base de los sentimientos de inseguridad, generando una
nueva espiral de miedo en un círculo vicioso que tiende a reforzar la segre-
gación, el aislamiento y la desigualdad.
De esta gran preocupación por la seguridad, más que los principales
miedos o las formas de enfrentarlos llama la atención lo que no está plan-
teado. Justamente, lo que falta en la preocupación pública son los principa-
les puntos del diagnóstico sobre la inseguridad en el Uruguay: la falta de
estabilidad laboral y el gran número de personas desempleadas o con un
vínculo precario con el mundo del trabajo, la violencia interpersonal, los
accidentes de tránsito, el suicidio y la violencia doméstica. Paradójicamente
estas fuentes de inseguridad podrían limitar las lógicas inscriptas en la con-
vivencia, dado que existen un conjunto de políticas públicas que se han
diseñado para atacar estas problemáticas, las cuales de tener éxito, permi-
tirán mitigar diversas fuentes “difusas” de inseguridad y miedo.
Reforzando lo anterior, la ciudadanía realiza una importante demanda
de políticas de seguridad, exigiendo un Estado que provee seguridad. Se ha
analizado este hecho como una inflación del problema de la inseguridad
que pone en juego la gobernabilidad democrática (Castel, 2004; Morás,
2007; Paternain, 2007a; 2007b; 2008b). Sin embargo estas demandas tie-
nen, a la vez, el sentido contrario, es decir la reafirmación del rol del Estado
en la provisión de seguridad. La demanda de “ley y orden”, por un aumen-
to de la represión de los delitos, implican una contrapartida de una dosis de
confianza en el Estado que aún permanece en la ciudadanía. Sin embargo,
los límites de esta confianza comienzan a hacerse visible en el desarrollo
del mercado de la seguridad y en la exasperación del conflicto urbano.
De este modo, las estrategias de las clases sociales, más allá de variar
notablemente, parecen concentrarse en demandas de represión del delito a
nivel público, y en inversiones de seguridad a nivel privado (en recursos o
en tiempo destinado al cuidado de personas a cargo y bienes). Más Robo-
Cop y más Leviatán, parecería ser la síntesis de este colosal esfuerzo por
limitar la incertidumbre y protegerse de la violencia y la inseguridad en las
dinámicas urbanas.

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Si bien la seguridad también es un bien desigualmente repartido, las es-
trategias para evitar riesgos en un contexto de privatización y mercantiliza-
ción, supone un nuevo tipo de inseguridad en la posibilidad de fracaso de
los sistemas que deben brindar protección. Las fuentes de la inseguridad
son globales (aunque esto no supone homogeneidad) ya que esos meca-
nismos siempre pueden fallar. Por tanto, en una sociedad fuertemente
preocupada por la inseguridad y la desprotección, marcada por la desigual-
dad, la estigmatización y los miedos depositados en la peligrosidad del
otro, en una sociedad de creciente criminalización y privatización de la
seguridad, los individuos parecen quedar abandonados a una lógica de
generación de miedos y meras estrategias para limitarlos, cobrando un
nuevo impulso aquella vieja sentencia que Séneca pusiera en labios del coro
en la tragedia Agamenon:

“¡Oh fortuna, que engañas con sus grandes bienes a los tronos!
Colocas en el precipicio y en la inseguridad a los que con exceso se
han alzado. Nunca los cetros gozaron de apacible reposo ni tuvieron
un día seguro; una angustia tras otra los fatiga y agita su alma siem-
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Wacquant, Loïc (2007) “Los “mitos eruditos” de la nueva doxa de la ley y
el orden”, en Panitch, Leo y Leys, Colin (eds.), Socialist register 2006: Diciendo
la Verdad, CLACSO, Buenos Aires.

Sitios consultados
http://es.wikipedia.org/wiki/RoboCop
http://www.infamilia.gub.uy
http://www.inmujeres.gub.uy
http://www.minterior.gub.uy

– 258 –
MIEDO Y TERROR EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
Melissa Salazar Echeagaray*

Introducción
El discurso de la inseguridad en los medios de comunicación audiovi-
suales latinoamericanos está inserto en el aparato de construcción ideológi-
ca de la nueva derecha con eje en la violencia y el terror. La metodología
consiste en la repetición de imágenes y titulares basados en diversas repre-
sentaciones sociales e intención de persuadir a los usuarios en una cruzada
mediática en contra de los segmentos sociales desprotegidos compuestos
por un mayor número de sujetos desciudadanizados, porque no cuentan
con derechos, son excluidos, viven amenazados por la profilaxis social que
los gobernantes represores imponen, los estigmatizan como personas su-
perfluas y son merecedores de extinción.
Los medios comerciales y privados adecuados a expresar los intereses
políticos y económicos de sus propietarios adquieren con el uso de su po-
der narrativo, estético y discursivo la capacidad de instalar la inseguridad en
la agenda diaria y derivar con ello un complejo proceso de estigmatización
de la pobreza, vinculada estrechamente a la agresión, la delincuencia, la
pobreza y a la necesidad de generar el rechazo por parte de la sociedad
general. La victimización de las clases altas y medias, la gente de bien, útil
en la cadena productiva del capital y nuevos desprotegidos agrega otro
elemento característico del discurso.
El debate entre la posición de la conciencia colectiva y el imaginario te-
levisivo del miedo esclarece la escalada internacional por la presencia mili-
tar y policial en las ciudades. Los rasgos de la práctica informativa, asimis-
mo, continúan la línea vigente del sistema hegemónico interesado en

* Maestría PLANGESCO, Universidad Nacional de La Plata (melsale@gmail.com)

– 259 –
preservar a los medios audiovisuales como aparatos ideológicos dominan-
tes, concentradores y electores del saber y dotadores de sentido social con
capacidad de mercantilizar la información filtrada en busca de enajenar a la
audiencia con razón instrumental, aprovechar la sensibilidad hacia la vio-
lencia para ir forjando la creación de una sociedad individualizada, frag-
mentada con bases en la desconfianza y el miedo.

Tendencia Informacional hegemónica


Emprender el análisis de los medios de comunicación a partir del nexo
repartido por los ejes información-poder-territorio seduce a entender la
posición engorrosa y heterogénea establecida por el vínculo transversal con
la vida cotidiana actual altamente necesitada de la producción, estimulo y
consumo de información. Permanecer ajeno al roce mediático resignifica y
atribuye un estadio de ignorancia similar al castigo de no pertenencia, falta
de integración y poco valor comunitario. Confuso ante los objetivos cen-
trales de nutrir el pensamiento individual hedonista instalados en cada
estrategia mercadotécnica publicitaria y propagandística.
La acción de informar posee un principal problema encaminado al ma-
nejo de los media a fin de atribuir la concepción única de entretenimiento,
en ocasiones gustoso y reconfortante más en general dramático y obsesivo
de impacto espectacular, distractor y eje conductor del sentido. Menester
sencillo de obtener con auxilio persuasivo de la imagen y sonido y fin
simpático a la fase presente para según sea el caso debatir o fortalecer la
firmeza en instituciones conductoras de la sociedad.
El poder de la comunicación televisiva “narcotizante” si recordamos la
visión funcional del trabajo elaborado por Lazarfeld y Merton (1969) en la
teoría comunicativa norteamericana de posguerra mundial y durante el
conflicto bipolar de la Guerra Fría, mantiene hoy cierta vigencia cuando el
propósito es enajenar sujetos en el escape de la cruel, desigual e insatisfac-
toria realidad construida, erigir nuevo héroes y villanos, vigorizar lazos de
bien y mal con base a la religiosidad e involucrar en la permanencia cliente-
lar fiel de la programación.
Fortalecer el vínculo con la audiencia es también preocupación de los
media por sobrevivir económicamente, en lógica cuantitativa del tiraje
diario en productores gráficos y puntaje de rating en radio y televisión,
datos útiles conforme a la venta del espacio físico publicitario y/o segun-
do/minuto al aire. La difusión informativa requiere de aplicar el modelo,
manifestado por la trayectoria histórica de la prensa comercial. Ofrecer

– 260 –
entretenimiento viabiliza en este sentido, la fusión de subsistencia y alcance
social alienador.
Sea público o privado el origen hablamos de periodismo comercial bajo
la dirección de ejercer toda práctica informativa con fin de lucro por em-
presas y organizaciones privadas. Las herramientas comunicacionales del
aparato transmisor multimedial del segmento financiero sitúan a la socie-
dad en medio de un campo de batalla simbólico y hacen creer la mística
visión imparcial del contenido y argumentos, imponen la extravagancia
actoral, el aumento extremo en representar los hechos y configurar una
realidad perpleja de saberes segmentarios y hábilmente manipulados co-
rrespondientes al género teatral de la farsa.
Cualquier detalle motivo de conflicto es imprescindible en particular a
favorecer la oferta escénica elaborada en hechos y opiniones, fundamento
lúdico relacionado a los espectadores y afianzado en la costumbre y defen-
sa de la rutina de baile entre los elementos del poder, la llamada libertad de
expresión y ejercicio en apariencia objetivo de brindar información predo-
minante actual.
De ubicar en un modelo estructural la práctica periodística, los produc-
tos de las guías de estilo en la mayoría de casos mantienen alta similitud y
características con los métodos empresariales de control norteamericano,
es decir, convalidan un esquema común del tratamiento noticioso revestido
de los intereses de poder entre los actores en rivalidad. Aunque la audien-
cia adopta su lugar tampoco indica la total subestimación y condiciona-
miento pavloviano de estímulo-respuesta inmediata de los espectadores. La
capacidad reflexiva persiste en minorías individuales y/o grupales defenso-
ras de pluralidad en la opinión pública, de no existir esta resistencia no
sería tanta la codicia mediática por imponer la uniformidad de contenidos.
Explícita entonces queda la postura central a favor de la regencia nor-
teamericana sobre la herramienta periodismo informacional-comunicador y
el requisito de fabricar nuevos aportes de idónea adaptabilidad a sus inter-
eses hegemónico imperiales. En la última década ocupados con el implante
de la variada intromisión militar y normas de control social en base al dise-
ño de la guerra de cuarta generación, preventiva y demás derivados que
cada día nos aparecen como medidas de control social y sometimiento al
miedo.
Para el caso latinoamericano escudado en combate contra el terrorismo,
crimen organizado y el populismo radical, el coloso del norte aumento la
presencia militar en las fronteras con México, remplazó las bases militares

– 261 –
tradicionales fijas y altamente costosas y diseminó por el ancho y largo
continente americano enclaves de nuevo tipo serviles para la lucha de con-
trainsurgencia y contención de demandas ciudadanas (Ceprid 2007). El
conjunto de guirnaldas militares han ido conformando el modelo denomi-
nado Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte
(ASPAN) avalado por el sector profundamente conservador a cargo del
Pentágono y la Central de Inteligencia (Salazar. R. 2009), camuflado y pre-
sente en el perfil de la cruzada simbólica noticiosa de los medios locales y
elemento riguroso en las casas editoriales de vínculo transnacional.
Aun cuando constituye la cuna mediática, la táctica hegemónica no en-
carna la aprobación directa del accionar gubernamental de los EUA. Es
reconocido por ejemplo, el amplio repudio social hacia las intervenciones
bélicas en cualquier territorio como lo vivimos actualmente con los acon-
tecimientos golpistas en Honduras y la encrucijada del presidente Obama,
porque son empresas transnacionales con afiliación a intereses de sectores
neoconservadores y halcones del Pentágono quienes azuzan este tipo de
eventos retrógrados y antidemocráticos, asimismo empresarios vinculados
a negocios de guerra, liberación de rehenes y venta de servicios y soporte
de ejércitos privados.
Las metas de hegemonía informativa producto de la ASPAN actúan de
otra manera más oculta, sutil y subversiva en los media de nuestras nacio-
nes. En ningún momento la coincidencia aparece al tratar la temática de
inseguridad y violencia. Las palabras, imágenes y sonidos, la entera elabo-
ración recupera y reordena los elementos de la farsa, el drama teatral y la
ficción, calibrados por la línea editorial en cada medio en un lenguaje atrac-
tivo y disimulado de los intereses relativos a la opinión pública.

La demanda colectiva y el miedo


Exigir para abrigar nuestras necesidades hoy son palabras con carga de
múltiples sentidos en subasta y venta perpetua por redefinir en el lenguaje
mediático. El uso dentro del contenido en boletines informativos de seña-
les bajo control privado y las prácticas audiovisuales afirman un proceso de
selección social correspondiente al significado del momento, hecho, lugar,
entre otros, y la pertenencia a la línea editorial en cuanto a los actores invo-
lucrados y la política territorial. La semántica obedece la influencia del
modelo hegemónico en la producción informativa inmediata, persuasiva y
parcial.

– 262 –
Exigir evoca a demandar por lo cual se posee derecho. Es preciso pre-
guntarse en el contexto de la ciudadanía referido al campo de la informa-
ción y los medios, a qué se tiene derecho, y cuáles son los elementos con
capacidad de intervenir para reforzar la identidad de quienes ameritan el
acceso a razón de la inexistente igualdad. También cuál razón nos asiste
para detener el alud de imágenes, discurso y propaganda orientada a la
violencia física expuesta y transformada en la configuración del discurso
cotidiano del miedo, terror, de la desconfianza, individuación y estigmas
contra el hombre o mujer que rompe los esquemas del prototipo ciudada-
no domesticado.
Los derechos básicos a la alimentación, servicios de energía y agua, ac-
ceso a la educación parecieran olvidarse en casi toda la programación y
agenda mediática, excepto cuando implica el riesgo y el conflicto porque
envuelve la valorada temática de la seguridad absoluta, ese estado de anhelo
por el reinado de la certeza, utópico e inalcanzable en una sociedad de con-
sumo y del dominio productivo capitalista donde el miedo es una mercancía
más del diseño millonario en las campañas de propaganda y publicidad.
El miedo es una estrategia que construye escenarios de riesgos inserta-
dos en la subjetividad de los colectivos humanos. El objetivo es alterar los
estados de ánimo en las personas y conducir a desordenarle las coordena-
das que dan estabilidad a la vida cotidiana, pues la ansiedad, el temor y la
sensación de estar en peligro los lleva a estados depresivos y de angustia
colectiva. El miedo posicionado en el colectivo como ambiente y escenario
futuro, inmoviliza la acción colectiva, priva al individuo de su necesidad de
asociarse, de buscar en el otro la convalidación de la información percibi-
da, porque el riesgo percibido construye el terror de tal manera que aísla a
los hombres e invisibilizan el factor provocante del miedo. Es un miedo
paralizante, conspiratorio, manipulante y fragmentador dentro de la socie-
dad; estas características emergentes de la sociedad sometida al miedo me-
diático provoca dentro de los núcleos humanos una acción restrictiva de
lazo social, enmudecimiento colectivo o autismo social, dado que el ver al
otro como potencial agresor no lo habilita como depositario de confianza
mediante la relación intersubjetiva, se abstiene de opinar y permite a los
medios armar y divulgar la opinión callada por el resto.
Al analizar el material audiovisual de las señales privadas y comerciales
en Argentina y otros países del territorio latinoamericano como México,
Colombia y Perú, denota el aumento del material violento y la composición
del discurso mediático del miedo en sincronía con las políticas antiterroris-

– 263 –
tas iniciadas en los Estados Unidos de Norteamérica a partir del 2001.
Fecha emblemática impuesta con sus variantes en la mayor cantidad de
titulares posible en los boletines informativos y telediarios, y más repeti-
ción para los casos de las señales con cobertura diaria completa.
Podemos elaborar un mapa del terror con la información alarmista
mundial de la última década con base a nombres de países y rostros huma-
nos del rol calificado de enemigo del imperio norteamericano, desde el
oriente y la representación del musulmán conspirador e incivilizado hasta
nuestra área latinoamericana, consubstancialmente los peligros de la con-
ducción popular presidencial y la figura de las masas de pobreza deman-
dantes por igualdad de condiciones y validez a sus derechos ciudadanos
fuera de cualquier tipo de norma discriminatoria característica de la frag-
mentación y percepción de individuos conducidos por cauces anti-
institucionales.
La intencionalidad prevaleciente tras del mapa informativo sería el mie-
do que explota la incertidumbre, limita la capacidad humana de la total
certeza, activa los dispositivos de autodefensa en el ser humano, desconfi-
gura los rostros con temor perpetuo y nos llevan a un estado caótico capaz
de impedirnos comprender y explicar acontecimientos a nuestro alrededor.
La misma narrativa respecto a los destrozos con origen por las fuerzas
incontrolables de la naturaleza y/o eventos imprevisibles de carácter climá-
tico o catástrofes con repercusiones en la salud, plagas y pandemias de
enfermedades son notas perfectas para sembrar masivamente el miedo y
colocar a la sociedad en situación vulnerable y en posición de dominio
absoluto.

El miedo biológico y melodrama informativo


El ejemplo mexicano con los hechos del virus de Influenza edifica parte
del uso mediático del miedo. Es conocida la inestabilidad gubernamental
circunscripta en brotes de rechazo y movimientos sociales a causa del es-
crutinio en el último período (2006) de elección presidencial. La duda fija
en los resultados y la legitimidad cuestionada del ciudadano a cargo del
ejecutivo prevalece en el ambiente político y muchas veces está presente en
las calles.
Justo ahí es donde entra el rol de la ASPAN, política de cooperación
binacional investida del patrocinio económico en adiestramiento y amplia-
ción de la cantidad, calidad y poder destructivo de las armas para el sistema
policial y el ejército. La propuesta añade fiscalización a todos los niveles de

– 264 –
gobierno aplicable en especial a los departamentos de justicia legal del país
latinoamericano justificada en el combate a elevados índices de corrupción
en funcionarios. No obstante, esconde la intencionalidad de contener los
brotes de indisciplina social, movimientos sociales antisitémicos, detener
las nuevas demandas de ciudadanías emergentes y desanudar las redes
gremialistas con el objeto de fragmentar a la sociedad.
Ante la cercanía al 1 de mayo y celebración internacional del trabajo el
anuncio del brote de una nueva cepa de Influenza hicieron en sentido tra-
ductor del lenguaje mediático, el caso México o México convertido en
caso. La alarma en la capital de la nación recorrió las pantallas a nivel mun-
dial seguida de cantidades inciertas y de poca solidez en la confirmación de
infectados así como de medidas de extrema prevención con la rapidez
agradecida por los multimedios a la globalización y el llamado del ejecutivo
nacional a suspender toda actividad colectiva y permanecer en el encierro
de los hogares, situación propia al pánico de esperarse en un área habitada
por alrededor de 23 millones de individuos.
La decisión gubernamental de frenar actividades realizadas en grupo en
respuesta a la epidemia viral enlaza la visión del nuevo tipo de contención
social con pleno apoyo de todas las señales en la industria media. Previsibi-
lidad transfiere su significado al de confinamiento y el nuevo término de
“sociedad de control” (Ramonet, 2009). Cualquier ciudadano entra en
riesgo de contagio y por ende, de convertirse en un peligro al resto como
un agente contaminante que guarda las características de delincuente y
terrorista de la salud urbana. Prudente es permanecer en casa, desconfiar
de todos los elementos del afuera, confinarse en el espacio privado y aten-
der las recomendaciones televisivas y someterse a la tortura y vejaciones de
un lenguaje terrorífico que simula un Estado de Sitio en época de dictadura
militar o guerra.
Escuelas en los diversos niveles educativos, oficinas gubernamentales y
restaurantes ejes del movimiento diario en todo el país, en obediencia a las
precauciones clausuraron sus jornadas de trabajo. Las imágenes de la
metrópoli asolada por la amenaza biológica en el ambiente y en Estado de
Sitio con la aprobación estatal a la fuerza de reprender los aglomerados
comprueban la escalada de control y terror impreso en el alcance espacial
de los medios alargadores de la estrategia.
El mandato discursivo noticioso traslado el peso de la crisis financiera
internacional, el aumento del desempleo y los índices de pobreza y margi-
nalidad, del cierre temporal en las fábricas de producción automovilística,

– 265 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
los crímenes en impunidad, iniciativas legales aprobadas por la legislatura
nacional y de la falta de legitimidad en el gobierno actual, hacia el miedo
colectivo de una pandemia de no más de 400 contagios en una población
de 100 millones de habitantes, y lo peor del caso, nunca fueron notificados
con certeza quienes fueron ni en cuál lugar fueron atendidos o murieron.
El panorama global noticioso y audiovisual prosigue el mismo esquema
adjudicado a las situaciones propias en cada región, aun con las fuertes
discordancias en las cifras oficiales de muertes y afectados, detalle perjudi-
cial en la credibilidad informativa del medio, la táctica del terror biológico
impuso normativas y estado de paranoia general, incluso adyacente a la
discriminación.
La actual Influenza A es el ejemplo de la ocasión concreta de distraer la
tensión colectiva en momentos de desajuste económico mundial, encajar
nuevas medidas de control y seguridad en las ciudades y en áreas de tránsi-
to de importancia como son los aeropuertos, de engrosar el Estado de Sitio
y confinamiento en las ciudades y con el pánico social, paralizar el libre
tránsito humano.
El riesgo de la repercusión al perder el control en la dimensión colecti-
va de la enfermedad figura en el estallido violento de la relación causal del
padecimiento o en otros casos debido a la escasez de recursos, pobreza
extrema y drama urbano.
Es de interés el manejo de la información en oficio “preventivo” pero
sin abandonar en ningún instante la espectacularidad indispensable a la
norma de diseminación mediática. Violencia simulada, disfrazada de mode-
lo de seguridad comunitaria, el caso de la enunciada “gripe mexicana” visto
en medios de otras regiones demuestra la habilidad de evitar el estallido
pero sí instaurar el temor local a través de adaptar la transmisión discursiva
a los momentos y circunstancias en la agenda diaria de cada país.
Ahora bien, el resultado de la mixtura de los elementos miedo, pánico y
terror ante las amenazas de carácter biológico, representaciones de seg-
mentos poblacionales asociados a la maldad y la violencia incontrolable e
irracional en el interior de las comunidades, forman las notas de la sección
policíaca o roja en la gloria de melodramas con significados de variante
diseño acorde a la representación social y el estigma buscado. De acuerdo a
la opinión de Carlos Monsivais (2005) al identificar la recurrencia a los
rasgos del género teatral en el material informativo, debido al mayor con-
vencimiento “que las versiones calificadas de frías o falsas por su afán de
objetividad” en la práctica periodística.

– 266 –
En concreto, la industrias media es cuestionada por teorías críticas de
estudios culturales y en especial del periodismo, caso de la propuesta teóri-
ca y metodológica de la Intencionalidad Editorial (Ducrot, 2004), donde es
posible comprender la actividad siempre sólo de manera objetiva y parcial,
pues los elementos de producción ya sean vínculos e intereses económicos
y del campo político entre dirigentes y dueños del medio influyen en la
opinión y visión de la realidad expuesta aun cuando no exhibe la del repor-
tero involucrado quien también modifica el contenido a tratar. El melo-
drama hace ajeno el contenido a la certeza de la información.
La capacidad de convencimiento del género teatral a la cual alude Mon-
sivais posee suficiente éxito. Cada día en las transmisiones es común en-
contrar reportajes, entrevistas a sujetos de la política, investigadores y es-
pecialistas de los temas abordados con expresiones sobredimensionadas,
así como artículos de opinión con elaboración centrada a género documen-
tal o cortometraje, música, ambientación, posición de cámara, incluso tona-
lidad en las voces a fin de apelar al lado emocional del ser humano, y con
persuasión e impacto, capturar su atención y convencerle de asimilar el
escenario proyectado como la realidad.
A través del melodrama compuesto en la nota roja, exigir el derecho a
la seguridad adquiere un sentido complejo de control social con incremen-
to en la presencia policial, estrictas condenas a los delincuentes, en síntesis,
justicia bajo la normativa legal en defensa humana y la posibilidad de vigi-
lancia perpetua en la mayoría de los espacios. Imposición de límites a la
violencia urbana comprendida en el “amplio espectro de situaciones delin-
cuenciales, desprecio de los derechos humanos, anarquía salvaje y desco-
nocimiento de la norma legalmente instituida” (Monsivais, Kurnitzky,
2000). El lente del panóptico para acallar las voces de demanda moviliza-
das en marchas por protección y cuidado en el tránsito cotidiano.
Ciudades sitiadas por el mismo temor instalado en la transmisión global
de los ataques terroristas en suelo norteamericano el 11 de septiembre de
2001; La respuesta evoca la demanda a lo público, al uso de calles invadi-
das de peligro, pero lugares únicos de expresión ciudadana, al discurso
elaborado “sobre el relato de un pasado seguro en el que los espacios eran
compartidos sin temor. Algunos de sus tópicos más repetidos son que los
chicos podían jugar en la calle, que uno podía regresar a cualquier hora a su
casa y que en algunos barrios hasta se dejaban puertas y ventanas de las
casas abiertas sin temor” (Zullo, 2008: 183), al parecer con omisión de

– 267 –
antecedentes en las grandes guerras y abismos de terror producto de las
dictaduras militares y la inequidad del neoliberalismo.
La marcha “por la seguridad” del pasado 18 de marzo de 2009 en la
ciudad de Buenos Aires comprueba la tendencia del área latinoamericana.
Con previos movimientos en varios estados de México ocupado con la
“guerra antinarcotráfico” y violencia y representación en diversas ciudades
de España, Inglaterra y EUA; Colombia y la marcha “por la paz” entre el
gobierno uribista y el ferviente intento de deshacer la guerrilla; y Panamá
con la marcha “por la seguridad ciudadana, los derechos humanos y la no
violencia” atribuida a la presencia y actividades en consecuencia de los
grupos en las dos primeras.
Lejos de la política involucrada en los discursos de los oradores del 18
de marzo en Buenos Aires, la cobertura mediática audiovisual en transmi-
sión en vivo presento testimonios con gritos y llanto de mujeres sin rango
de edad, cámaras aéreas y de posición estratégica a captar imágenes pa-
norámicas en busca de reflejar la multitud impuesta como representativa
del total de habitantes deseosos de la respuesta gubernamental y proveedor
básico de la seguridad necesaria.
El detalle curioso reside en la notoria presencia y organización por par-
te de las clases medias y altas en los eventos, principalmente por uso de
tecnologías de la información y la comunicación (TICs). La dirección inició
acompañada del impulso mediático y desate de la polémica demanda por el
asesinato del entrenador deportivo personal de algunas estrellas del entre-
tenimiento argentino por encima de anteriores eventos de desfortunio
parecido. El llamado de los personajes de la farándula acudió en programas y
boletines de radio y televisión, el paso siguiente correspondió a la asimilación
de dirigentes en grupos con acceso a las redes sociales y foros virtuales al
igual de las movilizaciones anteriores del territorio latinoamericano.
El rasgo semejante en todos figuró en un retrato audiovisual sin despo-
seídos, ni indigentes, muestra quienes merecen protegerse y permanecer
con libre acceso, y quienes no, excluidos del área, no educados en las nue-
vas TICs, invisibilizados por la pobreza y las carencias en los barrios fuera
del movimiento financiero y en la mayoría de casos insertos con el estigma
de la criminalidad. Accionar de las ciudadanías del miedo y su lógica de
legitimidad “bajo la apariencia de derechos universales pero con bandera
de la inseguridad urbana, colaboración en la estructura de comportamien-
tos proclives a que importe la supervivencia sólo de algunos, propiciadores

– 268 –
del encierro en guetos seguros y de la delación” (Entel, 2007: 110), paraísos
del capitalismo moderno y limitantes por naturaleza.
Por lo anterior, la industria mediática media son los nuevos forjadores
de opinión pública, entendida bajo la idea de conocimiento colectivo resul-
tante de la acción combinada de los diversos medios de comunicación
efectivamente utilizados en cada época y lugar. El clima forjado está vesti-
do de opacidad, le imprimen colores de imprevisibilidad y contingencia
difícil de aprehender, a pesar de ser una construcción social no construye la
realidad, la define y redefine desde la exterioridad, lo cual nos indica la
mayoría de las veces que la opinión pública es un invento, es la desconfigu-
ración y la ignorancia de la evidencia primera o realidad social. Esta desata
el clima de opinión y ambienta a la sociedad contemporánea y mediática
caracterizada por su perfil enrevesado, fútil, impreciso y fortuito, pero
pretensioso por insistir en explicar los acontecimientos del mundo.

Víctimas y victimarios
El mensaje dentro del contenido en cualquier telediario especifica
siempre el sentido de ubicar el peligro afuera, en las calles, los indigentes,
los pobres, el sucio, desclasado, en los rostros desconocidos de los tran-
seúntes, en barrios ajenos a la estabilidad financiera impenetrables por la
instalación de ideología incriminatoria de la pobreza como símbolo mismo
de la barbarie antigua entre conquistadores y nativos americanos, y en dife-
rencia, nuestra época el brutal exterminio y reducción operan en sigilo,
renuente a aparecer en la cotidianeidad. No extintos a pesar de las políticas
de derechos humanos y sus agujeros dentro del campo legal internacional.
A raíz de la voracidad mercantil en la industria mediática y la construc-
ción de la farsa comunicacional y el melodrama discursivo, información
oportunista, vemos el rango de función conveniente en la visibilidad terri-
torial de la pobreza y la violencia, por momentos víctimas si es el caso de
evidenciar contra las políticas del Estado pero en gran cantidad victimarios,
terroristas de la vía pública, del orden y la seguridad social, desagradables a
la vista para una sociedad funcional y hedónica del sistema de capitales
cada día más enfrascada en la muerte y no en la solidaridad y el sentir co-
lectivo.
Separar, dividir, demarcar, segmentar el territorio aprobado en el silen-
cio y diseño de códigos de asentamiento urbano acentúa a manera radical
la disparidad. Surgen límites representados con muros, vallas y barreras de
acero u hormigón, y el resguardo de fragmentos de vidrio, alambre con

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púas o electricidad en las partes de mayor altitud. El propósito es mantener
a los habitantes de las quintas, countries y zonas residenciales privadas,
reclusos “en un oasis de calma y seguridad” (Bauman, 2006: 29).
Escenarios de abundancia y control en completa oposición a las áreas
de caos donde la pobreza es el eje para Robert Castel al catalogar en “ba-
rrios sensibles”, espacios que “acumulan los principales factores causantes
de inseguridad: fuertes tasas de desempleo, de empleos precarios y de acti-
vidades marginales, hábitat degradado, urbanismo sin alma, promiscuidad
entre grupos de origen étnico diferente, presencia permanente de jóvenes
inactivos que parecen exhibir su inutilidad social, visibilidad de prácticas
delictivas ligadas al tráfico de drogas, frecuencia de las incivilidades, de
momentos de tensión y de agitación, y de conflictos con las fuerzas del
orden, etc.” (Castel, 2004: 70), factores básicos en la confección de repre-
sentaciones dentro del material melodramático a explotar por el discurso
mediático.
La capacidad de otorgar transversalidad al tema de la inseguridad ocupa
gran parte del interés al identificar lo bueno y malo y con ello, establecer
bandos de victimas y atacantes. Ejemplos en las señales colman la progra-
mación diaria en todo el continente, la consulta al segundo informe de
2009 del Observatorio de Medios sobre la nota roja en varios casos de
cobertura en territorio nicaragüense contribuye a esclarecer el manejo de la
relación entre la violencia y la pobreza al igual de afirmar atracos en la
identidad y comportamiento individual de los sujetos, la señalización de la
refutable y perversa infamia realizada.
En las conclusiones del análisis coincide al mencionar “una de las carac-
terísticas más sobresalientes de la nota roja no fue sólo la forma en que
dimensionaron los acontecimientos, sino en la manera en que violaron lo
derechos humanos de las personas”, al exponer nombres y datos persona-
les. De igual manera agrega “la televisión, prensa escrita y la radio, cayeron
en un maniqueísmo en proyectar ante la opinión pública que la delincuen-
cia, el dolor y desgracia, tiene rostro de pobreza” (CINCO, 2008), estigma
frecuente y fundamental del melodrama informativo.
En el caso argentino consideramos destacar el rol de Todo Noticias y
Canal Trece de Artear o Grupo Clarín, por la clara oposición a la dirigencia
nacional y a los simpatizantes con cargo o dirigencia en agrupaciones del
tercer sector. Al igual de las grandes transnacionales de información en el
continente, también en contra de líderes políticos y movimientos sociales
de pensamiento crítico a las iniciativas hegemónicas, en peor situación si

– 270 –
provienen de barrios en condiciones de precariedad. La constante crítica y
opinión mal infundada durante las entrevistas personales o vía telefónica,
exponen la búsqueda de la objetividad y verdad recortada sin importar
cuanta certeza posea y el riesgo a comprobar el error informativo del cual
omiten posterior reconocimiento.
En ambos canales, el primero dedicado enteramente a la producción
noticiosa, y el segundo con cuatro telediarios de horario separado acorde a
las franjas horarias accesibles a mayor cantidad de audiencia, la línea edito-
rial demarca la información oportunista en sentido de cuestionar el accio-
nar estatal en mayor medida por la influencia de la reciente entrada al pe-
riodo electoral y la evaluación de la Propuesta de Proyecto de Ley de
Servicios de Comunicación Audiovisual, un marco regulatorio legal capaz
de interferir el desarrollo empresarial del grupo inversionista y desvirtuar
los oligopolios informacionales, también reemplazo de la antigua normati-
va producida en tiempos de la dictadura militar.
En una primera ocasión durante tres días consecutivos∗, la denuncia de
sabotaje en la transmisión satelital hacia las áreas fuera de la capital nacio-
nal provocó atribuir de inmediato la culpa total del hecho al gobierno en
castigo por ejercer la “libertad de expresión”. Victimas del represor y ver-
dugo Estado Nacional cuyo significado atrae la memoria del terror vivido
en tiempos de dictadura y clara regresión del sentimiento de desconfianza
en el Ente Público además de la condena a grupos a favor del gobierno por
atreverse a cuestionar el manejo informativo del medio.
La denuncia en una segunda ocasión de interferencias a las señales no
resulto del mismo impacto, aunque poco fue expuesta la aclaración guber-
namental sobre los hechos con datos en disposición de inhabilitar las acu-
saciones, la narrativa del multimedio poco fomentó la demanda. Es decir,
este resultado consolida la simbiosis de espectacularidad y cruzada noticio-
sa farsista por la justicia instalada en la conciencia aun más individualista de
la sociedad posmoderna.
El discurso de la inseguridad y la pobreza aplica cuando el interés edito-
rial de las industrias media, ya sea Grupo Clarín en Argentina, Grupo Tele-
visa en México, Casa Editorial El Tiempo de Colombia o RCTV en Vene-
zuela, encuentra la manera de causar controversia al rol gubernamental y la

* Las interferencias fueron registradas por las tardes del martes 24 durante 110 minutos, el

miércoles 25 durante 105 minutos y el jueves 26 de marzo con 160 minutos. Resulto tam-
bién afectada la señal de Radio Mitre, filial del mismo grupo. Otras interferencias sucedie-
ron el 6 de mayo de 17.17 y de 17.34 a 17.57.

– 271 –
mejor forma de lograrlo es aprovechar el estilo de los boletines y su “ocul-
to proceso de selección en la información” (Romano, 2004: 110). Acrecen-
tar el robo, asalto, asesinato, o cualquier otro tipo de violencia física no
sólo contribuye a estigmatizar al sector y restar validez a la participación de
las políticas públicas. El malestar enaltece los vestigios de la barbarie y el
temor convierte al desconocido en enemigo, el precarizado en agente sus-
tancial de potencial actividad ilícita y al indigente en agresor con desequili-
brio emocional y repulsivo invasor del espacio.
El uso de la nota roja incluye además, con el juego del sufrimiento in-
terno de asentamientos en precariedad y reserva la culpa a la conducción
gubernamental en todos sus niveles, la división poblacional en honradez y
delito. En las villas miseria del conurbano bonaerense como de cualquier
otra región del mundo evidenciar la diferencia entre pobreza y criminalidad
resta presencia. No por la ausencia del mostrar a los habitantes víctimas de
otros miembros de su propia comunidad, si no por la trayectoria en la
construcción del imaginario, la etiqueta y estigma perfectamente brindado
y aceptado por la melodramática nota roja y la creencia en el fatalismo
“unos nacen para ser asaltados y otros para delinquir” (Monsivais, 2005).

Discurso de desciudadanización
Al reconocer el estado de continuo cambio social acarreado por las pre-
ferencias en los sistemas del propio capitalismo prioriza de flexibilizar los
modelos de dominación. Actualmente mantener el control hegemónico y
prevalecer en el poder depende de adaptar esquemas a la desinstitucionali-
zación producto del ultraliberalismo. Reprimir y forzar a los sujetos con
toda la imperativa institucional ha dejado de ser una opción viable en los
intereses del mercado cuando requiere menor costo y esfuerzo desgajar las
fuentes organizacionales colectivas, fomentar la individualidad y transfor-
mar a los sujetos en clientes segmentados (Dufour, 2005: 172).
Compatible con el proceso converso del significado de palabras coad-
yuvantes a la mentalidad institucional y unidad colectiva, la desciudadani-
zación simboliza el resumen de las intenciones en reemplazo de elementos
instituidos por las prácticas sociales y reivindicaciones políticas. La desins-
titucionalización permanente es el propósito de la nueva derecha y su arse-
nal bélico-mediático por desmontar el vocabulario con significado en
vínculo a apropiación, gremialismo o vindicación y ser remplazado por de
la siguiente manera: Trabajo/empleo, filosofía/superación personal, escue-
la/auto aprendizaje, fabrica/oficina, salario/sueldo, gremialismo/equipo,

– 272 –
político/proactivo, Estado/mercado, represión/control delincuencial,
hasta ir sometiendo paulatinamente al ciudadano al uso del lenguaje único,
límpido, desclasado y proclive a intereses empresariales.
Otro caso figura en el maniqueo dentro del imaginario estatal al instau-
rar los modelos internacionales y estandarizados de certificación y eficacia
empresarial en las dependencias y ejercer métodos de comunicación organi-
zacional a fin de degradar la ciudadanía e intuir a los habitantes como preci-
sos instrumentos clientelares de consumo de servicios y bienes públicos.
Obtener la respuesta afirmativa del trueque conceptual requiere explo-
tar las capacidades de la transmisión del lenguaje. Adherido al inicio del
contacto humano y acompañándole durante el resto de su vida, condiciona
sus modos de relación en base a lo ya institucionalizado, actúa como
herramienta efectiva del significado de lo general, y por ende, es instru-
mento de dominio distribuido en contenidos de la industria media.
Es imposible asegurar la entera cobertura y/o alcance directo de men-
sajes a usuarios. En instantes puede entorpecerse sin embargo, reanuda su
alcance en forma indirecta gracias a la repetición y el rol de los líderes de
opinión. El exceso de amarillismo informativo puede apostatar en parte la
credibilidad del medio, al insistir es abierta la oportunidad de final acepta-
ción por algún individuo quien proseguirá la cadena de transmisión, bene-
ficioso en caso de ocupar liderazgo en el criterio del colectivo y propagar
en otro sentido la información e inclusive, validar la posición del medio.
En cuanto al acceso a las TICs la enorme brecha producto de la revolu-
ción científico tecnológica constata la división clasista más específica si
retomamos el esquema de S elaborado por Mariño (2005) donde la tecno-
logía básica o casi obsoleta yace en el primer extremo y la novedosa en el
opuesto. La acentuación de la desigualdad del derecho a la información y
recorrido interminable e inalcanzable para la capacitación de los sujetos
hacia la demanda laboral.
La principal secuela de esta estrategia reductora del mercado pertenece
a millones de habitantes menospreciados y llamados sobrantes, restringidos
de la tecnología, excluidos del sistema económico y mendigos sin mérito a
las políticas y el reparto público de riqueza, una carga creciente e innecesa-
ria a los Estados y la población económicamente activa quien argumenta
sostenerlos y ser víctimas del padecimiento crónico violencia-pobreza,
esbozo del tejido discursivo de la no-ciudadanía fundamental del melo-
drama y la formula en casos de violencia reducida en: mayor estatus
económico mayor atención informativa.

– 273 –
El asesinato de un ciudadano clase media es convertido en caso especial
durante días, armonizado con la nota roja y adjetivos “pavoroso asalto,
crimen monstruoso, delincuente satánico, horripilante encuentro maca-
bro”, agrega Monsivais (2005) “los delitos son terribles en sí mismos, pero
el poderío de la adjetivación no radica en su eficacia descriptiva sino es el
gusto por los gritos y temblores del alma”. Si el tema involucra mortandad
por falta de alimentación y abandono de zonas rurales, o no poseen riesgo
potencial como por ejemplo un brote epidemiológico en las dimensiones
de la cepa de Influenza A en el entorno mundial o la reproducción no
prevista del Dengue en consecuencia del drástico cambio climático, quedan
fuera de la agenda informativa.
La mentalidad de la desciudadanización añade justicia en concentrar la
atención pública y las maniobras del Estado a las zonas “de bien” y no a
los nidos de la delincuencia marginal y con toda la población residual.
Howard Glennester investigador y especialista británico en políticas socia-
les comprobó en un estudio realizado en ambientes ingleses con pésimas
condiciones de vida. Los habitantes entrevistados eran víctimas de vecinos
en la comunidad y de la falta de vigilancia policíaca y atención a las denun-
cias, ignorados por el estado de insolvencia económica satisfactoria en las
normas del consumo mercantil.
Maniobrar la visibilidad de estas situaciones es la norma del espectácu-
lo. La guerra psicológica entre ciudadanos dignos y “sobrantes” franquea el
espacio audiovisual, la industria media favorecida en poder persuasivo
desvirtúa la credibilidad de las instituciones y acelera el estado de angustia
social, instaura el miedo, el terror de ignorar el estado anímico y portación
de armas del extraño con el signo de la violencia latente en peor caso si
combina los rasgos de extranjero residual de su espacio originario.
La soledad en las calles alberga el fatalismo y la calamidad propia de las
películas de horror donde algún monstruo terrible aguarda en las sombras
y solamente correspondería a la presencia heroica policial la capacidad de
intervenir y eliminar.
La pena de muerte surge en sinónimo de solución y justicia en la voz de
personajes de la farándula, líderes del entretenimiento audiovisual y la fun-
ción de convencer corona la escena de héroes y villanos. Responder con
violencia a la violencia, amenazar y aterrorizar a los posibles delincuentes
etiquetados sólo por habitar en ciertas áreas, usar el corte de cabello o la
indumentaria inadecuada y/o ser inmigrante.

– 274 –
Alcanzar el mundo pacífico y la seguridad utópica ordena eliminar las
masas sobrantes e implantar la respuesta sumisa a la conducción policial
sobre nuestra cotidianeidad. La construcción del discurso excluyente, las
imágenes manipuladas del melodrama noticioso son la traducción del te-
rror en los medios de comunicación y de la desvaloración de la vida huma-
na como una mercancía más del intrigante y teatral capitalismo selectivo y
limitante de la información.
Empujar la verdadera práctica periodística en el camino cubierto de es-
pinas de la industria audiovisual es un reto, una lucha recaída en el cambio
de la mentalidad sedienta del regocijo, morbo y otros sentidos vacíos pro-
ducto del deseo de exterminio a la incertidumbre. Debate entre el indivi-
dualismo y lo colectivo, la propiedad privada y el dominio público y el
derecho a saber el significado real de estar seguros y estar informados lejos
de explicar, con uso de un disfraz correcto impulsado por los medios co-
merciales. Significa recuperar el aliento al pensamiento reflexivo sobre la
información y descontextualizar la idea perpetua de permanecer a la expec-
tativa del conocimiento puro y certero de la industria media.
Asistimos a la mayor confrontación que puede revelarse en corto tiem-
po, el miedo mediático con naturaleza falsa vs el terror provocante de los
pobres y desclasados cuando objetivaban el núcleo del poder y lo asedian
con sus estrategias de lucha en algunos lugares de América Latina. La hora
del cambio cada día se acerca y son introducidos debates públicos acerca
de la necesidad de reglamentar el uso de los medios también exhibido en el
eje andino: Bolivia, Ecuador y Venezuela; Argentina intenta recorrer el
mismo sendero, sin embargo, en los demás países se asoma, vestido con
velo gris, zapatillas negras, ametralladora cargada en la mano y trasladado
en vehículo blindado: El Miedo… para desciudadanizar a los componentes
humanos de la nación, extinguir al Estado y sembrar el territorio con flores
negras del mercado.

Bibliografía
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ros”. Barcelona, Editorial Arcadia, 2006.
CASTEL, Robert. “La inseguridad social ¿Qué es estar protegido?”. Bue-
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Centro de Investigación de la Comunicación (CINCO). “2do Informe: La
nota roja en los medios”. 15 de noviembre - 10 de diciembre 2008, Nicaragua.

– 275 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
CEPRID, 2007, el dominio militar del imperio en América Latina, Tribunal
Dignidad, Soberanía, Paz contra la guerra - Quito, Ecuador en
http://www.purochile.rrojasdatabank.info/imperio.htm, leído 25 de junio de 2009.
DUCROT, Victor E. “Coca Cola NO refresca mejor”. Agencia Periodísti-
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http://www.prensamercosur.com.ar 30 de noviembre 2004. Intencionalidad
Editorial. Una síntesis introductoria. Hacia una método propio para el
análisis del discurso periodístico. Revista Question, Facultad de Periodismo
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mayo 2005. http://www.perio.unlp.edu.ar/question
DUFOUR, Dany-Robert. “La responsabilidad del sujeto en los tiempos del
ultraliberalismo” en Desde el jardín de Freud. Bogotá. Facultad de Ciencias
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ENTEL, Alicia. “La ciudad y los medios. La pasión restauradora”. 1er.
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Entrevista a Howard Glennester, Especialista Británico en Políticas Socia-
les realizada por Andrew Graham-Yooll. Hay que separar pobreza de cri-
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http://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/index-2008-11-24.html
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Comunicación 2 Lazarfeld, Paul; Merton, Robert K. y otros. Madrid, Al-
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MARIÑO, Miguel V. “Las nuevas formas de organización del trabajo en
los medios de comunicación: utopía o realidad” en III CONGRÉS
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MONSIVAIS, Carlos. “De no ser por el pavor que tengo, jamás tomaría
precauciones” (Notas sobre la violencia urbana) en Globalización de la
violencia. Kurnitzky, Horst (Compilador). Colibri-Instituto Goethe, Méxi-
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RAMONET, Ignacio; “Control Social Total”, en Le Monde Diplomatique
No. 163 Edición Española, Valencia, España, Ediciones Cibermonde, S.L.,
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– 276 –
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2005. Carlos Monsiváis participó con una versión ampliada de este texto
del Seminario Educar la Mirada, organizado por Flacso.
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2005/06/25/u-1001425.htm
ROMANO, Vicente. “La formación de la mentalidad sumisa”. 2da. Edi-
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SALAZAR, Robinson; “América Latina: Securitización de la política y guerra
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16. No 2, 2009, 274-290, Zulia, Venezuela.
ZULLO, Julia. “Estar atentos y caminar con cuidado”. Algunas estrategias
de construcciórepresentación del mundo en los medios. Raiter, Alejandro,
Zullo, Julia (Comp.) 1er. Edición, Argentina, La Crujía, 2008.

– 277 –
LAS CALLES DE MEDELLÍN
COMO ESCENARIO DE MIEDO

(CARTOGRAFÍA DEL MIEDO EN LA CIUDAD)


Carlos Villa

Todas las calles que conozco


son un largo monólogo mío,
Llenas de gente como árboles,
batidos por oscura batahola.
O si el sol florece en los balcones
y siembra su calor en el polvo movedizo,
las gentes que hallo son simples piedras
que no sé por qué vienen rodando.
Bajo sus ojos que me miran hostiles
como si yo fuera enemigo de todos
No puedo descubrir una conciencia libre,
de criminal o de artista,
pero sé que todos luchan solos
por lo que buscan todos juntos
son un largo gemido
todas las calles que conozco
Rogelio Echavarría

Las calles de Medellín como escenario de miedo para la mujer


El título del presente artículo debería ser exactamente: ¿Carabobo un
escenario de miedo para la mujer?, pero se caería en un error, y en una
injusticia con un lugar histórico, bello y emblemático para la ciudad. Se
trata más bien de abordar una preocupación general, partiendo de un

– 279 –
ejemplo local de recuperación urbanística, cambio económico y social, o de
apuesta política, un discurso con el cual se representa este lugar y se le
quiere dar un carácter específico: materialización de la esperanza, después
de la violencia.
Es un escrito sobre percepciones, las del equipo investigador y las del
grupo de mujeres con las que hablamos, es entonces un diálogo de visiones
sobre la situación actual de la ciudad. No consulta a los entes gubernamen-
tales, ni a los no gubernamentales, sólo apela al sentido común y a la idea
que tienen las personas cercanas a nosotros sobre la situación, esto, en la
medida que las mujeres abordadas fueron referenciadas unas por otras,
desde nuestros conocidos, y así buscamos definir un mapa aproximado de
nuestro miedo en la ciudad, y el nuestro comparado con el de amigas, pa-
rientes, sus amigas y parientes.
Para la presente reflexión fueron entrevistadas de forma directa alrede-
dor de cincuenta mujeres universitarias, de instituciones públicas y priva-
das, y diferentes estratos socioeconómicos, tarea mediante la que se buscó
obtener una visión panorámica de la percepción de miedo, mas no la de
hacer un recuento sistemático del asunto. Se busca perfilar una cartografía,
para un pequeño sector de la ciudad (la calle Carabobo en el sector de
Guayaquil), estableciendo rutas personales calificadas como seguras o de
miedo.
Por diferentes motivos que cambian cada tantos decenios, este lugar del
centro de la ciudad se ha referenciado como un lugar de miedo. No obs-
tante haber sido objeto de múltiples intervenciones para su recuperación,
desde el punto de vista arquitectónico, artístico, patrimonial o de proyec-
ción turística, es poco lo que se avanza. Pero la pregunta es, ¿hasta qué
punto este lugar se ha venido habitando después de estos procesos, es
cierto que se convierte en un lugar seguro y puntualmente seguro para las
mujeres?, esto en razón a que la idea de la política pública que impulsa el
proyecto consiste en la democratización de los espacios, la inclusión social
y la equidad de género. Es un espacio de gran importancia social, económi-
ca, histórica y cultural para la ciudad, que pocos recuerdan y menos lo
habitan.
Actualmente, Medellín se ubica como la vitrina turística y comercial del
país. Las obras de infraestructura, juegan para este fin un papel principal, y
se promocionan como la prueba palpable de una transición colectiva, un
símbolo del paso del miedo a la esperanza. Los ejemplos más recientes y
con los cuales la ciudad se publicita son la pasada reunión del Banco Inter-

– 280 –
americano de Desarrollo en sus 50 años, y próximamente la realización de
los Juegos Suramericanos 2010.
Para ello, se vienen promocionando sectores de una ciudad renovada
arquitectónica y socialmente, y todo esto enmarcado en un modelo de
seguridad que se impulsa a nivel nacional, el cual supuestamente funciona,
pero hay una realidad que se oculta por esta misma conveniencia. Nada se
dice por ejemplo de las mujeres que aparecen en los caños, rastrojos, cune-
tas, huecos, quebradas..., nada del aumento de muertas, ni una palabra de
las desaparecidas.
Somos observadores y opinamos sobre un tema que nos toca a diario.
Con el miedo se convive, y en esta medida el artículo busca ser un reflejo
de un sector (las mujeres universitarias) visto desde la óptica de todos, de
cómo ese miedo de unas se percibe en el contexto. Se elige esta población,
porque en términos generales es bastante vulnerable, por la edad, el medio
de trasporte en que se mueven y los sitios que se frecuentan. Además, es
de vital importancia tener en cuenta el hecho de que en la ciudad se viene
denunciando desde diferentes sectores sociales y organizativos, la ejecución
de un feminicidio en la ciudad. En lo que va recorrido del año 2009 han
sido asesinadas 102 mujeres en la ciudad, y hasta este momento los pro-
nunciamientos oficiales frente a estos hechos no hablan de una sistemática
violación de los derechos de las mujeres.
Esta situación no es reconocida por la Administración Municipal, ni
por los entes de control o de seguridad. No existe la muerte, violación,
desaparición y opresión de las mujeres en la ciudad de manera sistemática,
y afirman que estos hechos responden a asuntos privados, pero jamás a un
problema real y como resultado de las características actuales de una ciudad
que pone en riesgo la seguridad de sus mujeres. Medellín cuenta con una
población de 2.350.227 habitantes, de estos, el 54.44 % o sea 1.279.461 son
mujeres, las cuales 1.014.427 pertenecen a los estratos socioeconómicos 1,2
y 3. En esta medida, el 79 % de las mujeres de la ciudad pertenecen a po-
blación de bajos recursos económicos.
El miedo socio espacialmente, obedece a fronteras históricas, políticas,
económicas, a imaginarios simbólicos tanto colectivos como individuales,
que terminan creando un mapa imaginario del miedo (construido colecti-
vamente, pero también impuesto en parte por minorías poderosas). Me-
dellín, ciudad concebida como un útero que hace sentir seguridad cuando
estás Adentro en los espacios conocidos, pero atemorizante cuando te ex-
pulsa, cuando estás Afuera. Así también construye su mapa geográfico del

– 281 –
miedo, desde términos como calentura, caliente, infierno y paraíso, malos o
buenos, traídos desde su más honda formación religiosa, que se instalan en
el imaginario de cada quien y finalmente en el de la ciudadanía toda: dónde
está lo caliente, los malos, el peligro, lo prohibido, inaccesible y miedoso.
Por otro lado, Medellín necesita de la ilegalidad, porque mueve su eco-
nomía, posibilita la convivencia y garantiza la seguridad, o el terror. Es una
ciudad que se corrompe desde todos los niveles y que no sólo aprendió a
vivir con esto, sino que lo necesita. Desde una mirada a través de la ecología
del miedo426, la ciudad necesita lo que se pueden llamar depredadores que
ejerzan control. Estos son momentáneos, cambian de nombre y de lugar,
unas veces son un grupo y otras sólo una persona, una banda o una oficina
de cobro.
La sociedad interactúa como organismos biológicos y sociales, además
crean y reproducen su medio ambiente, en muchos casos a través
de espacios de miedo. La alternativa a esta lógica pareciera estar en la con-
figuración de espacios o áreas plurifuncionales, que posibiliten el encuen-
tro, la interacción y el goce de varios espacios que nutran un carácter hete-
rogéneo de la planeación urbana. Si partimos de la idea que el miedo está
por dentro y por fuera de cada quién, y que ésta es la primera frontera
imaginaria que tenemos; y que así mismo, dentro de la ciudad se viene
configurando un imaginario que asocia la luz, con lo urbano y seguro, y la
oscuridad con el campo y el peligro, todo esto enmarcado en un país de
vocación claramente rural, nos propusimos indagar de qué manera se con-
figura en Medellín una lógica de exclusión, que va en ambos sentidos; des-
de el territorio y desde la persona.

426 Si bien la ecología, como parte de la biología observa las interrelaciones de los organis-
mos entre sí y con su medio (Castro, 2004), entonces la ecología humana se podría identifi-
car como las relaciones funcionales de las comunidades humanas en un proceso de adapta-
ción biológico al medio ambiente. Y por lo tanto, en ese proceso de interrelaciones, además
de la biológica, se dan las relaciones como seres sociales; de entre las cuales se llega a mani-
festar, un miedo a la ciudad, a lo urbano; a la concentración poblacional, a las fricciones
sociales que le hacen ver en peligro de vida por la delincuencia que le puede afectar; este
estado de inseguridad que forma parte del medio en que se desenvuelve da forma a
una ecología del miedo. (...) Entra en juego el comportamiento de las presas ante el miedo a
ser depredadas. Esta teoría tiene como hipótesis que las presas potenciales evitarán las
zonas de alta densidad de predadores y utilizarán más el espacio allí donde tengan menores
probabilidades de encontrarse con un depredador o dispongan de zonas donde la huída en
caso de ataque sea más fácil. Ideas extraídas del artículo: Wolves and the Ecology of Fear: Can
Predation Risk Structure Ecosystems? Autores: William J. Ripple and Robert L. Beschta.

– 282 –
Referente histórico de miedo y germen de la memoria
El miedo es la materia prima de las prósperas industrias
de la seguridad privada y del control social.
Eduardo Galeano

En general la ciudad no ha tenido una vocación conservacionista de su


patrimonio arquitectónico, y esta situación se repite con cada mega obra,
con cada proyecto de modernización. Guayaquil fue lugar pensado para el
comercio, cayó en desgracia cuando la ciudad volcó su mirada negociante
hacia otros lugares, y ahora busca renacer para venderse. Hacer de este
espacio un emblema de la “pujanza paisa” como vitrina cultural y comer-
cial del país. Un hito viviente del fin de la violencia y la muerte.
El apogeo y diversidad de las actividades industrial, comercial, urbanís-
tica y social de Medellín logra una importante consolidación a finales del
siglo XIX y comienzos del XX. Estos sectores comerciales y de industria
se concentran en el centro de la ciudad, lo que hoy se conoce como Gua-
yaquil. La empresa minera, de gran expansión en el departamento Antio-
quia encabeza la mayoría de esfuerzos por “modernizar” la producción, así
también motiva la creación de industrias, la llegada de nuevos pobladores a
la zona, y un comercio propicio se comienza a dar en la ciudad con hori-
zontes abiertos a muchos productos y gentes que los fabrican y venden.
En este sentido la investigadora Sandra Ocampo claramente resume:
“La actividad comercial y el enorme despliegue industrial de Medellín se
adelantaron alrededor del sector de Guayaquil, la comercialización de ali-
mentos requirió la creación de un espacio para ello. A medida que Medellín
creció, su población se incrementaba y nuevas actividades económicas se
instalaron, así como viviendas y construcción de servicios comunales. La
capital exigía nuevos espacios para cubrir las necesidades que nacían de su
acelerado desarrollo comercial e industrial. En 1891, como respuesta a las
demandas crecientes, se construyó la Plaza de Flórez y se centralizó la
actividad del mercado de víveres, en 1892 se hace una licitación pública
para construir una segunda plaza de mercado, lo que permitió el desarrollo
urbano de Guayaquil con la construcción de importantes edificios y calles
alrededor, en 1914 Guayaquil se convierte en puerto seco con la llegada del
primer tren de Berrío y la inauguración de la Estación de Cisneros. Era
entonces Guayaquil el lugar de llegada de los nuevos pobladores de gran-
des comerciantes, fue la entrada y la salida de productos, maquinaria y
personas que hicieron parte de la historia de ciudad. La plaza, la estación

– 283 –
del Ferrocarril y los edificios Carré y Vásquez se tornaron en el eje central
de la ciudad comercial comienza así este lugar de la ciudad a ser punto
nodal de la historia”. 427
Se establecen además otros espacios asociados al comercio, el transpor-
te y otro tipo de servicios, legales e ilegales: bares y cafés, hoteles, burdeles,
restaurantes y sitios de juego, los cuales representaron para el barrio de los
años cuarenta, los nichos de promoción y difusión de nuevas expresiones
de gran importancia cultural para la ciudad. A partir de los cincuenta co-
mienzan a tomar fuerza los planes viales que transformarían a Guayaquil, la
plaza de mercado sufre un incendio total lo que ocasiona el desplazamiento
de los venteros, la expansión de la ciudad hacia sus otros puntos diferentes
al centro de la ciudad, la salida del último tren a Puerto Berrío en 1978
hace que cierre la estación y todo lo que esto implica. Este sitio dejó de ser
lo que era y se convirtió en un espacio que se reconstruye constantemente
y rápidamente. El comercio de alimentos fue opacado por el comercio de
otro tipo de productos: electrodomésticos, ropa, juguetes, implementos
deportivos, elementos de oficina, entre otros. En los años ochenta ve co-
mo sus calles que en otra época fueron hitos históricos de Antioquia se
convierten en lugares oscuros, olvidados, sucios y de temor. Guayaquil se
llena de negocios y comienza a concentrar gran parte del comercio de la
ciudad y del país.
El centro de la ciudad ha venido sufriendo un proceso lento pero certe-
ro de aniquilamiento, y desde el momento en que la concentración de to-
das las formas de poder que albergaba se fue dispersando, reconcentrándo-
se de manera sectorizada y aislada a lo largo del Valle de Aburrá, la
posibilidad de entronizarse nuevamente como referente cohesionador, es
cada vez más una ilusión, así pues “la pérdida de centralidad del sello histó-
rico de la ciudad que suponía la hegemonía de unas formas de vida patriar-
cales de procedencia campesina, y que se representa aún como la “antio-
queñidad”, da lugar a muchos centros, a muchas formas de habitar lo
urbano sin conservar como antes “un estilo” cultural”.428
Este lugar a pesar de todos los procesos de recuperación emprendidos
por organismos gubernamentales e instituciones privadas, es aun un refe-
rente de miedo. Ubicado en la misma zona donde se encuentra todo el eje
de poder de la ciudad y el departamento, La Alpujarra, complejo urbanísti-

Ocampo Kohn, Sandra. Guayaquil, ¿ancestro del rebusque? Medellín. 2008.


427

Jurado Juan C. Problemas y tendencias contemporáneas de la vida familiar y urbana en


428

Medellín. Universidad Nacional de Colombia. Medellín.

– 284 –
co donde se concentran la Gobernación de Antioquia, la Alcaldía de Me-
dellín y El Palacio de Justicia; lugar aislado y que parece ajeno a la realidad
que lo circunda. Progresivamente ha sido pavimentado y pintado, se ha
hecho la obra blanca sobre las cicatrices de la historia y el miedo. Se le
instalaron bancas, sembraron flores, algunas luces, adoquines, agentes pri-
vados de seguridad, pero que llegada la noche, sólo se habita por quienes
siempre han estado ahí, sus residentes actuales, o los que aún siendo des-
alojados por la fuerza, lo siguen habitando. El sector del proceso de recupera-
ción hace parte de un amplio sector el cual fuera hasta hace algunos años la
habitación de miles de hombres y mujeres que ocupaban las llamadas
“ollas”429, y que en un operativo militar fueron desocupadas. Algunas per-
sonas fueron reubicadas, otras continúan ocupando un sector aledaño al
anterior, igualmente en la vía pública bajo los puentes de la margen del Río
Medellín.
Las políticas de recuperación dentro de las que se enmarca Guayaquil,
en la mayoría de los casos resultan ser el reflejo de lo que pasa en la pla-
neación a nivel nacional: se recupera, para unas cosas y para unos grupos
en específico, de acuerdo al mercado que vaya requiriendo el espacio, y no
con respecto a un plan de ciudadanizar los lugares, hacerlos públicos.
Como bien resume Jaime Xibillé “En Medellín tenemos el caso del sa-
neamiento de Guayaquil como punto final a un espacio en el que se habían
“enraizado” las culturas variadas de gentes reunidas de todo el departa-
mento de Antioquia, y que encontraba, en un espacio abigarrado de comi-
das, vestidos, arquitecturas ornamentadas y pintadas en todos los colores
una escenificación de las memorias que habían traído de los pueblos a la
ciudad: Hospedajes cantinas, bares, músicas e iconografías, imágenes popu-
lares, comercio de todo tipo, mercados, talleres, fábricas, etcétera. Esta
colcha de retazos de las identidades fractales de Guayaquil fue transforma-
da en la imagen saneada e internacional de Centro Administrativo La Alpu-
jarra que a cambio de la cultura viva del pueblo le entregó a la ciudad el
imponente y sublime monumento a la raza (1979-1988) del escultor Rodri-
go Arenas Betancur, que ahora se convertía en la “memoria viva” de todos
aquellos que había expulsado a la periferia fragmentada. (...) Otra vez la

429 Casas de expendio y consumo de drogas, las cuales fueron ocupadas por habitantes de la
calle.

– 285 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
“raza” es alejada de la centralidad para que los “blancos” retornen, no para
habitarla como ellos, sino para consumirla bajo el auspicio de la cultura.”430
El paseo Carabobo se ha planteado como una recuperación de la me-
moria histórica de Medellín, para ser exhibida en un gran museo viviente.
Se traza un polígono geográfico e imaginario, desde el cual se intenta de-
mostrar que Medellín creció, se fortaleció y se “convirtió” en una Ciudad
desde su centro. Pensada como una estructura de pueblo donde el centro
es el eje dominante y de poder, y donde se entretejen las demás relaciones
sociales y culturales de ésta. Situación que ya no puede ser, porque son
múltiples “los centros” que se han venido conformando. Carabobo es
parte de los ojos históricos de Medellín y actualmente a través de ellos se
puede leer la historia y transformación de este sector de la ciudad. En este
sentido es un espacio que quiere buscarse para reconocer una historia po-
cas veces contada a sus habitantes, este es uno de los aportes valiosos del
proceso: exposiciones permanentes en las edificaciones recuperadas, por
ejemplo.
La ciudad y sus recuerdos, como el de Gardel, los poetas nadaístas o las
reuniones de curas revoltosos, hacen parte por siempre de la idea colectiva
de ese algo conocido como Medellín, aquí vale citar a Juan C Jurado, cuan-
do afirma que “Uno, entre muchos signos de este derrumbe de sociabilida-
des que cohesionan la vida urbana, es la desaparición de aquellos espacios
urbanos de encuentro y recreo masculino como los cafés. Con ellos des-
apareció la vitalidad del centro de la ciudad y de sectores como Guayaquil,
donde el orden de la sociedad local se reproducía con el desorden que allí
imperaba en “situaciones muy codificadas” (prostitución, homosexualidad,
criminalidad, juego y vagancia), neuralgias de un contexto urbano, supues-
tamente organizado y normatizado por el clero y las elites políticas”.431

Mi ruta del miedo


Resulta preocupante que en Medellín haya una sistemática violación de
los derechos de las mujeres y la ciudad parezca no enterarse y menos pre-
ocuparse. Sus mujeres aparecen muertas violentamente y siempre se tiene
una respuesta como: violencia intrafamiliar, prostitución, disputa entre
bandas o combos de la ciudad, estaba en el lugar equivocado.

430 XIBILLÉ MONTANER, Jaime. Medellín: dramaturgias urbanas. Alcaldía de Medellín,


2003. Página 44.
431 Jurado Juan C. Problemas y tendencias contemporáneas de la vida familiar y urbana en

Medellín. Universidad Nacional de Colombia. Medellín.

– 286 –
Geográficamente en Medellín el miedo se ubica unas cuadras más allá
de mi residencia, unos metros después de mi lugar de trabajo, en otros
grupos, en sitios diferentes al mío. Muchos lugares del centro de la ciudad
se perciben como inseguros y difíciles, no se habitan. Pero así mismo se
tiende a señalar hacia lo alto de la montaña para mostrar donde se ubica el
miedo en la ciudad. El sitio más peligroso de Medellín, siempre estará al-
gunas cuadras más arriba del sitio donde usted se encuentre.
Es una ciudad mental, una en la que yo creo estar seguro, si aplico la
fórmula adecuada: no pasar por donde no se debe, a las horas adecuadas, si
me reúno con las personas indicadas, si conozco el límite entre cuadras que
trazaron las bandas locales en busca de control territorial. Cada quién tiene
su croquis de ciudad, le pone sus convenciones y prioriza sus elecciones de
acuerdo a él. Eso se aprende, claro, pero en muchos casos, mientras se
estudia cómo, se pierde la vida. Los imaginarios no son sólo elaboraciones
mentales, son también objetos donde aquellas se encarnan o desde donde
ellas provienen.432 En esta medida el miedo es una construcción de indivi-
duos y grupos, porque un lugar es seguro para cierto grupo de personas, o
representa vulnerabilidad para determinados sectores o grupos.
Gran parte de esta ciudad ha sido pensada, planeada y construida desde
la ilegalidad. Se tiene un pensamiento colectivo de que el dinero y el poder
se deben obtener a cualquier precio (recientemente producto de la cultura
narco, aunque no exclusiva de esta) lo que se suma a una lógica de respeto
por el estatus que da la ilegalidad (el pillo, el duro, el patrón). Así, las
“ollas” cambian de sitio, pero no desaparecen, cambian de administrador
pero no de dueño, y así con la droga, el juego, la prostitución... Esta situa-
ción se repite en el ámbito legal, desde el fenómeno de la corrupción, que
golpea con ferocidad igualmente en esferas públicas y privadas, y en la
mayoría de los sectores políticos, financieros o comunitarios.
Esta lógica, impone la defensa con las armas, con el combo, con cuidar
mi terreno, mi pedazo de Medellín, que exploto y me apropio. Y en el que
en muchos casos se permite lo ilegal a la vista de todos como por ejemplo
el parque del periodista, se vende y consume droga, con el conocimiento
de las autoridades policiales. Se mata, se agrede y nada pasa. Son comunes
las acusaciones e investigaciones de funcionarios de las sucesivas adminis-
traciones locales, sobre el hecho de recibir apoyo económico o de otro tipo
de grupos delincuenciales, y mafias de distinto carácter.

432Silva, A. (ed) (2003). Urban imaginaries from Latin America: Documenta 11 Kassel:
Cantz Editions.

– 287 –
El lugar que se referencia como de miedo, no necesariamente es físico,
situado en un lugar exacto de la geografía medellinense. Del lugar hace
parte un nombre, unas historias, mitos, gentes. Con la idea de sacar el mie-
do a punta de infraestructura, lo único que se logra es trasladar el lugar
(necesario) de miedo para otro lado. En este sentido llama la atención que
esta zona del centro de la ciudad aún se reconozca como espacio de miedo,
pese a que allí se alberga todo el poder político y administrativo de la ciu-
dad e incluso del departamento de Antioquia.
No obstante, todo el montaje que se ha hecho para recuperar el lugar
para la ciudad, y más allá de la evidente actividad del sitio: comerciantes de
todo tipo en el día; indigentes y expendedores de droga en la noche, la
pregunta es, qué se logra en materia de acceso y disfrute real de este espa-
cio de la ciudad, para un sector muy amplio de la población, que ve como
Carabobo sólo se “revive” de día y para hacer lo que antes se hacía: com-
prar y vender, pero sigue estando muerto en las noches. No se recupera
entonces un espacio para la ciudad sino para el comercio, y continúa así la
apuesta paisa por abrirse camino en el mercado, por colonizar.
La recuperación del espacio para otros fines depende en esta medida,
de la posibilidad que brinde la convocatoria previa de grandes masas de
personas o de la presencia de vigilantes (públicos o privados) que garanti-
cen la seguridad de los asistentes. Un amplio sector de las mujeres entrevis-
tadas afirman frecuentar el lugar para comprar, las pocas que acuden a
eventos culturales o académicos, lo hacen de forma poco regular y contan-
do primero con las garantías necesarias para su asistencia.
Por otro lado, el aumento del desempleo y el desplazamiento forzado, y
en consecuencia del rebusque callejero, representa casi siempre la apropia-
ción abusiva del espacio público, lo que aquí en repetidas ocasiones se
defiende por la fuerza. O en el peor de los casos se tranza entre todo el
mundo, actores legales e ilegales de la urbe en sana convivencia.
El espacio público, el cual representa el patrimonio colectivo de sociali-
zación, se ve privatizado de tajo por los actores ilegales que se lo disputan
para actividades económicas (venta de mercancías pirata, droga, control
militar de la zona), y por otro lado, se apropia por los sectores legales y
formales que lo privatizan en su beneficio (talleres, parqueaderos, etcétera)
y en esto la Administración Local ha jugado últimamente un papel trascen-
dental, pues ha entrado a competir con los ilegales, y ante la imposibilidad
de contener la imposición, ha optado por voltear la cabeza a otro lado y
permitir el aumento de las ventas ambulantes.

– 288 –
La seguridad de Medellín, sustentada justamente en el supuesto éxito de
un proceso de reinserción a la vida civil de los grupos paramilitares, mode-
lo nacional para el diseño de muchas políticas al respecto, y ejemplo del
actual gobierno nacional como experiencia a replicar en el futuro, al pare-
cer presenta graves vacíos. Estos han sido hábilmente maquillados por los
gobiernos locales participantes del proceso, con el ánimo de posibilitar
primero un período de convivencia pacífica y tranquilidad en la ciudad, y
luego ocultar una escalada de hechos violentos, producto del rompimiento
de pactos anteriores entre grupos ilegales.
La ciudad se convierte en modelo de ciudad para el país, aunque siga
con miedo, sus habitantes saben bien que la violencia es un ciclo que se
repite y se repite, que el miedo en Medellín es constante pero maquillado,
por sus gobernantes, por la empresa pujante que la caracteriza, por las
grandes familias pertenecientes a las elites del país que prefieren desfigurar
la realidad antes que admitir que después de ochenta años sólo cambia la
dinámica de hacer la guerra y de hablar de ella.
Finalmente, a la hora de caracterizar el nivel de vulnerabilidad frente a
estas circunstancias, se debe tener en cuenta que el medio de transporte
más utilizado por las mujeres para su movilización es el bus, seguido por el
metro y en menor medida los taxis, esto es bien importante, ya que además
(el bus y el taxi) son considerados como lugares de miedo por un amplio
sector de mujeres. Esto deriva en graves violaciones al derecho a la igual-
dad, incluso se establece que la noche y la madrugada es el periodo de ma-
yor peligro para ellas, y se restringe así, no sólo el acceso a lugares de la
ciudad sino a los horarios para ello y el medio de transporte para movili-
zarse sin correr riesgo.
Llama la atención, por ejemplo que uno de los sitios con mayor percep-
ción de miedo sin importar el horario en que se transite sea el denominado
Punto Cero, lugar equidistante entre las Universidades Nacional y de An-
tioquia, dos instituciones públicas de educación superior, sector en el cual
se encuentran ubicadas la sede de la fiscalía regional y de Metroseguridad la
principal entidad oficial de coordinación en este campo para el área metro-
politana.

Mi ruta segura
Hasta hace pocas décadas no se pensaba la ciudad como un espacio pa-
ra la mujer. Salvo algunas pocas, las mujeres no han aparecido en los libros
de historia del país, y como en el Medioevo estaban confinadas a la casa o

– 289 –
al convento. Cuando por fin irrumpe en la vida pública, se ve en desventaja
y vulnerable frente a una realidad que le impone un reacomodo de su papel
económico, político y familiar. A su vez, la ciudad no está arquitectónica-
mente adecuada para recibirla; es para hombres, que combaten y se defien-
den de ella también.
En la edad media, el régimen feudal se asentaba en el poder económico
y político que representaba la ciudad, la cual va perdiendo fuerza con la
aparición del estado nación, la revolución industrial y el incipiente capita-
lismo. En la actualidad retoma su papel, se hacen alianzas entre ciudades,
pero la carencia de espacios para la mujer, se revive. A partir de la crisis
económica de principios de siglo, las guerras mundiales y revolución políti-
ca y sexual de los años sesenta, la mujer juega un rol de especial relevancia
a nivel mundial, sale a la calle, es mano de obra calificada, usa anticoncep-
tivos, se divorcia, opina.
No obstante, hasta el día de hoy, la arquitectura urbana sigue contribu-
yendo en parte a la falta de garantías para que las mujeres de la ciudad pue-
dan disfrutar de ella, en igualdad de derechos y con las mismas garantías.
Frente a esta situación se vienen proponiendo alternativas de “saneamien-
to” por sectores, y dentro de esta visión se inscribe el proyecto de Carabo-
bo, concebido como un túnel seguro que permite no sólo transitar el cen-
tro de la ciudad, sino atravesarla de norte a sur. El paseo peatonal
Carabobo, afirma el Gobierno Municipal, “simboliza el nuevo centro. Esta
vía forma parte de uno de nuestros proyectos más ambiciosos, el Paseo
Urbano Carabobo, con el que conectamos el centro de la ciudad con la
puerta de entrada al norte, para que la ciudadanía pueda llegar hasta más
allá del Centro de Desarrollo Cultural de Moravia. Además, conectamos el
nuevo norte con el centro histórico y cultural de Medellín, el comercio y su
centro administrativo, en un espacio para la convivencia y el encuentro
ciudadano”.433
Presentado así, se estaría dotando al centro de Medellín de un eje que
articula dinámicas clave para la ciudad, cuando la realidad es que este eje
siempre ha existido, permanece como escenario del desarrollo urbano des-
de el siglo pasado, unas veces más muerto que agónico, pero respirando
siempre (aires distintos claro), y que ha cambiado drásticamente su dinámi-
ca de acuerdo a lo que se le impone. Más bien, se trata de facilitarle a la
ciudad, la posibilidad de darse una mirada y reconocer un espacio que des-
de las prácticas que albergaba era pensado como plural y colectivo, y del

433 Del miedo a la esperanza, Programa de gobierno Alcaldía de Medellín 2004 – 2007.

– 290 –
que unos pocos se fueron apropiando de acuerdo a las necesidades coyun-
turales de las finanzas.
Medellín es una ciudad construida bajo un halo de cristiandad pura, sus
múltiples iglesias erigidas desde el siglo XVII enmarcan varios pueblos
dentro de una ciudad, los barrios se construyen en torno a la iglesia, y así
también las grandes vías y parques de la ciudad; todo regido por un dios,
un patrón, un guía. La lógica de la violencia no ha sido ajena a esto. La
ciudad ha visto desfilar desde hace décadas a los llamados “patrones”,
“señores” o “dones”, que se disputaron sus calles, sectores, barrios, antros,
rutas de narcóticos, combos de “pelaos” que hacían las veces de justicieros,
mandaderos y demás. Estos señores, patrones o dioses son la mezcla de
padre protector y tirano controlador, un amasijo entre el bien y el mal. Del
terror que disemina en sus tenebrosas formas de accionar, pero también
por la devoción y fidelidad amén a sus grandes obras.
La ciudad del miedo siempre ha contado a sus personajes de terror.
Esos héroes míticos, que mueren y renacen cada vez que quieren. Esos
seres de miedo crearon espacios de miedo, los que después de cambiar
tantas veces de sitio, terminaron por contaminar con su pánico cada sitio
que han habitado, hasta lograr por fin, tener a toda la ciudad bajo su ame-
naza, real o ficticia, pero siempre latente.
Consecuencia de esto, viene haciendo carrera la idea de que se justifica
la privatización de la justicia, y el ejercicio de la fuerza con el ánimo de
proteger mis intereses y los de las personas cercanas a mi grupo, aún si esto
vulnera los derechos de los demás. La limpieza social, que no es otra cosa
que el asesinato, desaparición, tortura y comercialización de todo tipo de
personas cada vez, se tolera de mejor manera por los habitantes de una
ciudad que se ha acostumbrado a que de vez en cuando se cometa algún
delito, si es a favor de los demás.
El concepto depredador de la ecología del miedo, no es ajeno a esta lógica
antioqueña, desde su himno habla de un proceso de colonización a mache-
te, “el hacha de mis mayores” que no sólo se materializa en la irracional
depredación de los recursos naturales, sino que también y principalmente,
ha representado una continua campaña de extermino de tipo cultural, que
devora comunidades negras, indígenas y campesinas, si de por medio existe
un proyecto hidroeléctrico o un cultivo del palma africana, y se expresa
como el compendio de una llamada “pujanza paisa”. Y esta lógica se re-
produce en la ciudad como un rompecabezas de micropoderes territoriales

– 291 –
o simbólicos que se defienden con violencia: armada, política, sexual,
económica, de género.
Para la planeación de la ciudad no se tiene en cuenta esta realidad ge-
ográfica, dado que ella no sólo puede obedecer a las divisiones administra-
tivas, legales y de planeación metropolitana, sino también a las imaginarias
y a las simbólicas, que dividen la ciudad como realmente se vive fuera del
mapa oficial. Los espacios tienen sus propias lógicas y necesidades, y pare-
ce que Guayaquil precisara del desorden (controlado) en algunos de sus
sectores.
La calle es el afuera, lo inseguro en la medida en que la tengo que com-
partir con otras y otros, participar dentro unas reglas, legales o ilegales; es
tener la obligación de conocer el código o de asumir las consecuencias. En
la calle, a diferencia de la casa (lo propio, lo mío, mis reglas) se impone la
convivencia, y si esta no es posible pacíficamente, necesariamente se im-
pone el miedo como herramienta de control y de poder.
En esta medida se busca hacer la calle “segura”, un lugar parecido a la
casa, el afuera es seguro en la medida que se parezca al adentro, a mi casa.
Entonces es seguro si tiene luz, está vigilado o sea bajo control, todos son
blancos, bonitos y huelen bien; lo otro es peligroso y no lo dejo entrar. Los
lugares como centros comerciales que son considerados como muy segu-
ros, son espacios que adquieren esta cualidad por la presencia de personal
de vigilancia privada de todas las clases, son iluminados y limpios. Los
lugares seguros siempre tienen techo, puertas, paredes, están cerrados. Son
lugares con horarios restringidos y que se reservan el derecho de admisión.
Por lo general los sitios públicos no gozan de estas condiciones. No se
asume la seguridad como una obligación del Estado para con sus ciudada-
nos, y más bien se va posicionando la idea que es un privilegio, inalcanza-
ble para la mayoría. La ciudad es una red simbólica, que se amplía y com-
plica día a día. La urbanización se da en redes y en esa medida se explica
por ejemplo el importante papel que viene ganando la figura del portero de
la unidad residencial o del edificio, como referente de seguridad y tranqui-
lidad para las familias medellinenses, que cada vez levantan más alto los
enmallados de sus casas.

– 292 –
Vivir la esperanza en una ciudad con miedo
(perspectivas del problema)
Este personaje, el celador, nos relata una ciudad miedosa,
un imaginario poderoso que comparten las grandes urbes actuales.
Armando Silva

Si la calle se dimensiona como un ecosistema, para el cual se debe trazar


políticas públicas integrales, que no sólo sea cemento, comercio y un poco
de espectáculo. El sentido cultural que representa la calle es esencial, si en
lugar de considerarla como la causante de los problemas, se dimensionara
como lo que realmente es: el escenario donde desfila y se encuentra la ciu-
dadanía, entonces cambiaría nuestra visión para con los espacios vitales
que nos ofrecen los espacios públicos.
En esta medida, es necesario avanzar en la construcción de políticas de
conservación para calles, avenidas, jardines, plazas y callejones, pero
además para las personas que los habitan en cuanto a que hacen parte de
un ecosistema urbano. A partir de este punto será más sencillo construir
políticas de seguridad realmente colectiva, democrática, que posibiliten la
confianza ciudadana, y que destierren el terror que genera la ilegalidad, y
peor aún, los casos de alianzas de ésta con la legalidad.
¿Cuál es la intención de hablar de una ciudad que pasa “Del miedo a la
esperanza” cuando la realidad muestra otra cosa? ¿Qué es lo que se quiere
ocultar, qué es lo que pretende borrar este discurso oficial de: aquí todo
funciona, las bandas de miles de jóvenes armados no existen, los grupos
paramilitares se fueron, los inversionistas extranjeros pueden estar tranqui-
los, los derechos humanos se respetan a todo nivel?... ¿Cuál es el aporte
que Medellín le hace a ese montaje de nuevo país, seguro, bonito, pacífico,
incluyente y respetuoso de la dignidad de sus habitantes?
La ciudad se presenta ahora como la más educada, y en este punto radi-
ca el proceso de su transformación, de su paso del miedo a la esperanza. Se
fundamenta en la cultura ciudadana, en una nueva forma de comporta-
miento. Es parte de un proceso también, de apuesta por la cultura que no
se puede desconocer, y que sale desde todos los puntos de la ciudad: barrio
comparsa, muchachos a lo bien, el festival de poesía, el festival de jazz,
pero que en términos reales son el resultado en su mayoría de esfuerzos
privados.

– 293 –
Medellín es una ciudad sin memoria, no hay nada que referencie por
ejemplo el período de violencia de los años ochentas y principios de los
noventa, a excepción de la obra No olvidarás, díptico del escultor Fernan-
do Botero y que consta de dos esculturas de pájaros en bronce, una de las
cuales fue destruida por una bomba y la cual fue dejada en el lugar, en
compañía de una nueva, no hay nada que cuente que pasó, quiénes fueron
las víctimas, cuáles los responsables y sus motivos.
La ciudad se ahoga en el miedo que nadie expresa, o que se calla si la si-
tuación lo amerita. Sólo hasta después de la reunión del BID, por ejemplo,
los medellinenses volvieron a saber que aquí se mataba gente, y en cantida-
des cada vez más inocultables. Se invierte en cámaras, ejércitos privados,
ejércitos públicos, campañas publicitarias, campañas educativas, pero la
situación de inseguridad se percibe cada vez peor. No es posible concluir si
se ha avanzado o no, el hecho es que hoy Medellín tiene toques de queda,
asesinatos sistemáticos de mujeres, masacres, desplazamientos intraurba-
nos. El modelo de desmovilización es un evidente fracaso, sólo se desmo-
vilizó un pequeño grupo de jefes, mientras los mandos medios y las estruc-
turas quedaron intactas, y ahora al servicio del mejor postor (sin máscara
política ya).
El espacio público viene siendo loteado. De un proceso de recupera-
ción de andenes y parques, en los que las ventas ambulantes se controlan,
los carros no están, el peatón es el protagonista, se vuelve al montón de
ventas de medias y cd’s piratas, y con el pretexto de que es una forma de
facilitar que la gente subsista, o sea, una forma de enfrentar el desempleo
que nos consume.
Hay lugares de la ciudad que se mueren por ratos, como Carabobo. Se
viene proponiendo desde diversos sectores la promoción de una ciudad
con espacios mixtos, con dinámicas constantes. No más comercio, escuela,
habitación, los bares, las canchas, todo por separado. Se busca entonces
una arquitectura incluyente y contra el miedo, para el real disfrute del espa-
cio público. Lo seguro es necesario pensarlo, entonces desde lo diverso, un
sitio que se piense para el comercio, se muere cuando se cierran los nego-
cios. En esta medida, no es cuestión de más vigilantes o cámaras en un
sitio, sino de más vida y ciudadanía que le den contenido.
Las medidas de seguridad planteadas para hacer de Medellín una ciudad
más segura han sido en su mayoría represivas, porque así lo ha hecho la
ciudad a través de la historia. Hace menos de una década, que con los
cambios surgidos dentro de las nuevas administraciones municipales se le

– 294 –
ha dado paso a otras alternativas y formas de concebir la ciudad, pero en
general las políticas siguen teniendo un carácter policial. Es importante
anotar aquí, que Medellín para el segundo semestre del año 2009 aumentó
ostensiblemente su pie de fuerza en el caso de presencia policial y puso
vigilancia en algunos puntos de la ciudad por parte del ejército colombiano.
No se desconoce lo avanzado, pero Carabobo es un sitio que debe ser
agendado para que la comunidad lo pueda disfrutar. Si hay conciertos y
ferias, proyección de películas o eventos deportivos, se transita por el bule-
var, pero sin ellos o cuando se cierra el comercio, el lugar se “muere”. No
se busca desmeritar el trabajo y las apuestas arquitectónicas y culturales que
en vienen impulsando muchas personas honestas y con un real sentimiento
de servicio a la ciudad, es más bien una crítica al ocultamiento de la reali-
dad y la minimización de los hechos.
Se hacen esfuerzos por abrir diversos frentes para el desarrollo del lu-
gar, que vayan más allá de facilitar el comercio. Se programan eventos artís-
ticos, deportivos y lúdicos, la apertura de oficinas y centros educativos en
el lugar buscan incorporar una nueva población a la cotidianidad de Cara-
bobo en Guayaquil, estos esfuerzos son muy valiosos, y responden a un
reclamo generalizado e histórico de la ciudadanía para democratizar y for-
talecer los encuentros tanto en la calle, como en edificios emblemáticos
para la ciudad, que hasta hace algunos años estaban a punto de venirse al
suelo, y ahora se levantan como referentes de una posible ciudad futura
incluyente y plural.
Carabobo quiere ser vista como un referente de cambio, de seguridad,
de posibilidad de construir ciudad diferente. Sin embargo para el común de
los habitantes de Medellín sigue siendo un sitio de miedo. Debe ser porque
es un cambio pensado y ejecutado desde una sola parte de la historia: la
alcaldía, y que en este sentido expresa su intención de buscar que Medellín
se reconozca y se recuerde como lo hacen las grandes ciudades del mundo:
por sus calles emblemáticas. Las calles definen una ciudad, sostiene el pro-
grama de gobierno 2004 - 2007.
Aquí vale la pena citar al profesor Jurado cuando aclara: “A pesar de los
esfuerzos hechos en el equipamiento urbano para mejorar los niveles de
vida. Medellín, a pesar de ser reconocida como la ciudad colombiana de
mejores niveles de vida por su infraestructura urbana y sus excelentes ser-
vicios públicos y de trasporte, se ha encontrado, pues, sin vida ciudadana y

– 295 –
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
MAS VALE TARDE QUE NUNCA (QUEPASARRIBA@HOTMAIL.COM)
sin ciudadanos”.434 Es posible imaginar una ciudad sin calles, es difícil pero
posible. Lo que sí es impensable es una ciudad sin ciudadanas y ciudadanos
que la habiten, ejerciendo en ella los derechos que les corresponde.

Elaborado por: Colectivo de Trabajo Agroeducativo y Social, grupo de inves-


tigación adscrito a la Institución Educativa CEPHAS. Carlos David Villa
Pérez. Investigador. Ana Catalina Ospina Toro. Coinvestigadora. Manuel
Alejandro Villa Machado. Auxiliar de investigación

Jurado Juan C. Problemas y tendencias contemporáneas de la vida familiar y urbana en


434

Medellín. Universidad Nacional de Colombia. Medellín.

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AUTORES
Flabián Hector José Nievas
flabian@fibertel.com.ar
Sociólogo, Dr. en Cs. Sociales (UBA), Investigador del Instituto “Gino
Germani”. Director de la investigación en curso “Las nuevas formas de la
guerra”.
Profesor de “Sociología de la guerra” (Fac. de Cs. Sociales - UBA) y de
Sociología (CBC - UBA). Entre los libros publicados se cuentan Aportes
para una sociología de la guerra (2007) y Algunas cuestiones de sociología
(2008); autor y coautor de varias decenas de capítulos y artículos en revistas
científicas de América Latina y Europa.

Pablo Augusto Bonavena


bonavenapablo@yahoo.com.ar
Sociólogo. Actualmente dicta varios cursos en la Carrera de Sociología de
la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y en la
Carrera de Sociología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Edu-
cación de la Universidad Nacional de La Plata. Areá de especialidad: mo-
vimiento estudiantil, conflicto social y guerra. Investigador del Instituto
Gino Germani. Programa de Conflicto Social. Recientemente ha publicado
como compilador el libro “El movimiento estudiantil argentino. Historias
con presente” (Publicado por la Carrera de Sociología de la UBA y Edicio-
nes Cooperativas) y varios artículos en revistas científicas.

Javier Meza
fjmeza@correo.xoc.uam.mx
Doctor en Historia de México por la UNAM, Facultad de Filosofía y Le-
tras, también ha cursado algunos diplomados en literatura universal, desde
hace casi 30 años es profesor-investigador en la UAM-X y pertenece al

– 297 –
departamento de Política y Cultura. Ha impartido clases sobre Historia de
Europa, de México, arte y ciencia y talleres sobre mitología en la carrera de
psicología, y en el Instituto Tecnológico de México ITAM también ha
impartido clases de historia de México y Problemas de la realidad contem-
poránea. Ha publicado dos libros: El laberinto de la mentira. Don Guillén
de Lamporte y la Inquisición (2a edición), Editado por la UAM en coeedi-
ción con la editorial Sin nombre, y una colección de ensayos intitulada
Viejos y nuevos sofistas, Ediciones Coyoacán, México, 2006. Sus investiga-
ciones giran en torno a la Inquisición y criptojudaísmo, el barroco, la de-
mocracia, y filosofía y poesía, fundamentalmente: temas acerca de los cua-
les ha publicado algunos artículos en revistas como Estudios, Veredas,
Argumentos, Política y Cultura y otras. Actualmente espera pronto publi-
car un libro acerca de Rafael Gil Rodríguez: el último judaizante procesado
por la Inquisición de Nueva España en 1789.

Robinson Salazar P.
salazar.robinson@gmail.com
Sociólogo, doctorado en Ciencias Políticas y Sociales (CIDHEM), Investi-
gador de la Universidad Autónoma de Sinaloa/México. Autor de artículos
publicados en revistas internacionales entre ellas Convergencia, México,
Utopía y Praxis Latinoamericana, Venezuela, Quorum, Venezuela, Theo-
mai, Argentina, Polis, Chile, entre otras; ha coordinado 26 libros entre los
que destacan La Nueva Derecha, Una reflexión latinoamericana; Sembran-
do Miedo, el regreso de los militares y el despojo; Lectura crítica del Plan
Puebla Panamá; Democracia Emancipatoria; Voces y Letras en insumisión;
Sentido y contrasentido en América Latina; La Globalización Indolente;
Paradigmas emancipatorios y movimientos sociales, entre otros. Profesor
de posgrado en Argentina, Venezuela, Colombia, El Salvador, Bolivia y
México. Director de la Red de Investigadores Latinoamericanos por la
Democracia y la Paz. www.insumisos.com

Ana Victoria Parra González


anavictori@iamnet.com
Lic. En Trabajo Social 1992. Magíster Scientiarum en Ciencias Penales y
Criminológicas 1996. Magíster Scientiarum en Desarrollo Social 2005.
Autora de diversas publicaciones en revistas arbitradas a nivel nacional e
internacional. Desde 1993 ha desarrollado en el Instituto de Criminología
la línea de investigación sobre inseguridad y violencia delictiva. Beneficiaria

– 298 –
de la Beca de Alto Nivel de la Unión Europea para América Latina
(ALBAN), para cursar el doctorado “Aportaciones de la Política Criminal a
las Reformas Penales Iberoamericanas”, en la Universidad de Salamanca,
España, desde Enero de 2005. Próxima a la defensa de la tesis doctoral.
Candidata a Doctora Universidad de Salamanca, España. Profesora Asociada
a Dedicación Exclusiva de la Universidad del Zulia, (Venezuela) adscrita al
Instituto de Criminología de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas.

Sonia Winer
soniawiner@hotmail.com
Lic. En Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires.
Magister en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Toulouse Le
Mirail, Francia. Becaria del CONICET y miembro del Grupo de Estudios
sobre el Este Asiático del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la
UBA. Directora Ejecutiva del Observatorio por la Paz y miembro del Mo-
vimiento por la Paz, la Soberanía y la Dignidad de los Pueblos. Coautora
del libro “Construcción de la Memoria” y “Estrategia militar de Estados
Unidos en América Latina” entre otras publicaciones académicas y pe-
riodísticas. Estudiante de doctorado de la Facultad de Ciencias Sociales de
la UBA, universidad donde también se desempeña como docente de las
materias ‘Teoría del Estado’ y ‘Cultura para la Paz y Derechos Humanos’.
Asistente de coordinación Departamento de Economía y Política Interna-
cional del Centro Cultural de la Cooperación. Han sido premiados sus
trabajos de investigación titulados: “Transición democrática en Corea del
Sur: el rol de la CIA coreana y las secuelas de la represión política” y “Los
hijos y los hijos de hijos de los no-desaparecidos en el tiempo de los des-
aparecidos”. Temas de interés: Intervención militar estadounidense en
América Latina y en el Este asiático, militarización, estrategia de Seguridad y
Defensa, aparatos represivos del Estado, violencia, rol de los movimientos
sociales en Latinoamérica y Asia, Derechos Humanos, Teoría del Estado.

María Concepción Gorjón Barranco


mcgb@usal.es
Lic. en Derecho por la Universidad de Salamanca 2004 (último curso reali-
zado con Beca Erasmus en la University of Wales, Aberystwyth, UK,
2003/04). Becaria de Investigación de la UNAM, dentro del Plan Anual de
Intercambio de estudiantes con la Universidad de Salamanca 2006 y 2007.
Autora de diversas publicaciones a nivel nacional e internacional. Docto-

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randa de Derecho penal de la Universidad de Salamanca en el Programa
“Aportaciones de la Política Criminal a las reformas penales Iberoamerica-
nas”. Línea de investigación: violencia doméstica y de género, actualmente
en desarrollo. Ha sido investigadora invitada en el Instituto de Investiga-
ciones Jurídicas de la UNAM (México- 2006 y 2007), y además ha ejercido
docencia en la Facultad de Derecho de dicha universidad. Actualmente es
colaboradora del área de Derecho Penal de la Universidad de Salamanca.

José Luis Cisneros


cijl0637@correo.xoc.uam.mx
Licenciado en Sociología, Diplomado en Antropología de la violencia,
Diplomado en Adicciones, Especialidad en Antropología Forense, Diplo-
mado en Docencia Superior, Mtro. en Criminología y Dr. en Sociología.
Profesor investigador Universidad Autónoma Metropolitana. Unidad
Xochimilco. Departamento Relaciones Sociales. Área de investigación
Educación, cultura y procesos sociales. Investigador Nacional.

Martín Gabriel Barrón Cruz


martin.barron@inacipe.gob.mx
Licenciado en Historia por la Escuela Nacional de Antropología e Historia
(ENAH). Maestro en Ciencias Penales con especialidad en Criminología
por el Instituto Nacional de Ciencias Penales (INACIPE). Concluyó la
maestría en Historia y Etnohistoria en la ENAH; y el Doctorado en
Humanidades en la Universidad Autónoma Metropolitana. Profesor invi-
tado de la Universidad Rafael Landívar de Guatemala.

Sebastián Goinheix
goinheix@gmail.com
Licenciado y Magister en Sociología por la Facultad de Ciencias Sociales-
Universidad de la República, Uruguay. Investigador de la Unidad de Inves-
tigación en Políticas Sociales del CLAEH y Asistencia Técnico Sistema de
Información del programa Violencia Basada en Género de INMUJERES-
Ministerio de Desarrollo Social. Investigador Asociado en el Seminario de
Sistémica de Corrientes Teóricas, Facultad de Psicología-Universidad de la
República, Uruguay. Cordinador del libro Conflictos y expresiones de la desigual-
dad y la exclusión en América Latina, Elaleph.com, Buenos Aires, 2009.

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Melissa Salazar Echeagaray
melsale@gmail.com
Licenciada en Ciencias de la Comunicación, Universidad Autónoma de
Sinaloa (México), Doctoranda en Comunicación, Universidad Nacional de
La Plata (Argentina). Investigadora en Formación por la Red de Investiga-
dores Latinoamericanos por la Democracia y la Paz. Becaría del Programa
de Formación de Recursos Humanos sección Jóvenes Doctores, Universi-
dad Autónoma de Sinaloa.

Carlos Villa
carvipez@hotmail.com
Sociólogo, Universidad de Antioquia (Colombia). Consultor de entidades
estatales y no gubernamentales, en temas de conflicto armado, organización
comunitaria, sistematización de experiencias y planeación local. Coordinador
del Colectivo de Trabajo Agroeducativo y Social, grupo de investigación
adscrito a la Institución Educativa CEPHAS, de la ciudad de Medellín. Pu-
blicaciones: Capitalismo, naturaleza y liberación. Una opción sociológica
desde la teología. (Publicación electrónica) 2004. Abriendo brecha: Cons-
truyendo el camino de la participación ciudadana. (PRODEPAZ. Rione-
gro. Sistematización de la experiencia Formación Ciudadana para la Conso-
lidación de un Sistema de Organización y Participación en la Construcción
de la Democracia Local y Regional y para la Reconciliación en el Oriente
antioqueño) 2008.

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