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Cantar Book - Full
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RESONANCIAS BIBLICAS
Feliz el que comprende
y canta los cánticos de la Escritura,
pero mucho más feliz el que canta
y comprende el Cantar de los cantares.
ORIGENES
2
INDICE
PRESENTACION 5
a) Canto de amor 5
b) El Cantar de los cantares como alegoría 7
c) El Cantar es cantar 10
d) Comentario del Cantar 11
PROLOGO 13
a) Los diez cánticos 13
b) Siete cantares 14
1. BESOS DE SU BOCA: 1,2-4 17
a) Lenguaje esponsal del cuerpo 17
b) Besos de la palabra 18
c) Cristo Palabra de Dios 20
d) Los dos Testamentos 21
e) El buen olor de Cristo 22
f) Tu Nombre es ungüento derramado 24
g) Cámara nupcial 25
2. NEGRA, PERO HERMOSA: 1,5-8 27
a) Geografía e historia del Cantar 27
b) Negra, pero hermosa 28
c) Casta meretriz 30
3
d) ¡Mi propia viña no he sabido guardar! 34
e) Tras las huellas 35
3. MUTUA CELEBRACION DE LOS DOS: 1,9-2,7 37
a) Palabra celebrativa 37
b) A mi yegua te comparo 38
c) Tu cuello entre collares 39
d) ¡Palomas son tus ojos! 42
e) Narciso de Sarón 43
f) Manzano entre los árboles del bosque 45
g) En la bodega del amado 46
4. LA VOZ DEL AMADO: 2,8-17 49
a) Lenguaje simbólico49
b) ¡La voz de mi amado! 50
c) Como un joven cervatillo53
d) Levántate, amada mía 54
e) Paloma mía 58
f) Las raposas 60
g) Mi amado es mío y yo soy suya 61
5. BUSQUEDA DEL AMADO EN LA NOCHE: 3,1-5 63
a) Del Aleluya al Maranathá 63
b) La noche oscura 64
c) Busqué al amor de mi alma 66
d) Me encontraron los centinelas 67
e) La alcoba de la que me concibió 69
PRESENTACION
a) Canto de amor
5
El Cantar de los cantares es un canto sublime al amor del hombre y la
mujer, como reflejo, imagen y signo del amor de Dios a los hombres. Es un
cancionero de bodas, que canta la belleza de la esposa y del esposo, y la alegría
de su amor. Lo que canta no es ciertamente el amor erótico de un encuentro
ocasional, sino el amor permanente, "más fuerte que la muerte", el amor
matrimonial con todos sus encantos y todas las peripecias cotidianas de un amor
para siempre y sin vuelta atrás posible.
Este amor es el que se hace signo e imagen del amor de Dios. Es así
realmente como el Dios vivo ama a su pueblo y como Israel conoce y recibe a su
Señor: con esta novedad, con este asombro, con este vigor insólito, como en el
primer día de la creación, como el día del Mar Rojo, de Pascua o del Bautismo.
Lo mismo que nadie se instala en el amor verdadero, tampoco hay rutina en la
vida ante el Dios vivo. Todo es nuevo, renovado sin cesar. Se comprende que el
pueblo del éxodo y del destierro nos haya transmitido este cántico de amor nunca
rutinario y siempre joven. ¡Así es como ama el Dios de la alianza, con esa pasión,
con esa impaciencia y con ese gozo!
Los profetas, boca de Dios, nos iluminan el misterio del amor de Dios,
presentando su amor con el símbolo del amor del hombre y la mujer. El
matrimonio es el signo e imagen de la alianza de Dios con su pueblo. Dios es el
esposo que ama a Israel con un amor nupcial. En su experiencia conyugal, el
6
profeta Oseas descubre y manifiesta el misterio del amor esponsal de Dios e
Israel. El matrimonio de Oseas se ha convertido en signo e imagen de la alianza
de Dios con su pueblo. El amor inquebrantable de Oseas a Gomer es un gesto
elocuente del amor de Dios a Israel.
Este simbolismo nupcial del amor de Dios para con su pueblo lo repiten
Jeremías, Ezequiel e Isaías. El esposo del Cantar se identifica con Yahveh que se
dirige a su esposa Israel. El Cantar evoca la historia de las relaciones de Dios con
su pueblo orientada hacia el día de la salvación. La cautividad de Babilonia, la
liberación y el retorno a la tierra constituyen el trasfondo del Cantar, que canta lo
anunciado por los profetas: "Me desposaré contigo para siempre" (Os 2,21); "lo
mismo que un joven se casa con su novia, también tu creador se casará contigo.
Y el gozo del esposo por la esposa lo sentirá tu Dios contigo" (Is 62,15), "Yahveh
crea una novedad en la tierra: la mujer abraza al varón" (Jr 31,22).
1
Mt 8,11; 9,15; 22,2-14; 25,1-12; Lc 5,34-35; 12,35-36; 14,16-24; Jn 3,29.
7
Como hay un amor carnal, llamado eros, y quien ama según él siembra en
la carne (Gál 6,8), así existe también un amor espiritual, llamado agape, y el
hombre interior, al amar según él, siembra en el espíritu (Gál 6,8). El portador
de la imagen del hombre terreno, según el hombre exterior, se mueve por el
deseo y el amor terrenos; en cambio, el portador de la imagen del hombre
celeste (1Cor 15,49) según el hombre interior se mueve por el amor celeste. Este
amor viene de Dios, que es amor (1Jn 4,7-8); se ha manifestado en Jesucristo,
que dice: "Salí del Padre y vine a estar en el mundo" (Jn 16,27s). Si este "amor
permanece en nosotros, Dios permanece en nosotros" (1Jn 4,12), según la
palabra del mismo Señor: "El Padre y yo vendremos a él y haremos morada en
él" (Jn 14,23).
Y como Dios es amor y el Hijo, que procede de Dios, es también amor, está
exigiendo en nosotros algo semejante, de modo que nos unamos a El con una
especie de parentesco, de afinidad por amor, haciéndonos un solo espíritu con
Cristo, como esposo y esposa se unen en una sola carne. De este amor habla el
Cantar de los Cantares. En él arde y se inflama por el Verbo de Dios el alma
bienaventurada, y canta este cantar de bodas, movida por el Espíritu Santo, por
quien la Iglesia se enlaza y une con su esposo celeste, Cristo, ansiosa de juntarse
con El y así salvarse gracias a esta casta maternidad (1Tim 2,15). El Paráclito,
que procede del Padre (Jn 15,26), que conoce lo que hay en Dios (1Cor 2,11),
anda rondando en busca de almas a las que pueda revelar la grandeza de este
amor que viene de Dios (1Jn 4,7).
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adornada para su esposo". Es el "gran misterio" (Ef 5,32) del amor del hombre y
la mujer, de Dios e Israel, de Cristo y la Iglesia.
Cristo dejó la casa del Padre para unirse a su esposa, haciéndose con ella un
solo espíritu (1Cor 6,17). "Grande misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la
Iglesia" (Ef 5,32). La alusión a la unión de Adán y Eva (Gén 2,21-22), le lleva a
Pablo a descubrir el misterio de la unión de Cristo, nuevo Adán, y la Iglesia, su
esposa. En efecto, como de Adán dormido fue formada la mujer, así de Cristo
dormido en la cruz fue formada la Iglesia e incorporada a él. Como la mujer fue
formada del costado de Adán, así también la Iglesia lo fue del costado abierto de
Cristo (Jn 19,34-35). Del costado de Cristo brotó sangre y agua. Quien lo vio da
testimonio de ello (Jn 19,35). Con el agua, que brotaba de la roca de Cristo (1Cor
10,4), la Iglesia fue santificada, purificada en el bautismo, para ser presentada al
Esposo resplandeciente, sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada (Ef 5,26-
27). Con la sangre del costado traspasado por la lanza fue redimida y unida a
Cristo en alianza nueva y eterna (Lc 22,20; 1Cor 11,23).
Cuando Dios condujo la mujer a Adán, éste exclamó: "Esta sí que es hueso
de mis huesos y carne de mi carne. Por eso deja el hombre a su padre y a su
madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (Gén 2,22-23). Pablo dice
de Cristo y de la Iglesia lo mismo, pues somos miembros del cuerpo de Cristo:
carne de su carne y hueso de sus huesos. Cristo tomó nuestra carne humana y, al
mismo tiempo, se dio totalmente a la Iglesia, a la que dice: "Tomad y comed, esto
es mi cuerpo", "tomad y bebed, ésta es mi sangre" (Mt 26,26-28). Unidos a
Cristo, nos hacemos un solo espíritu con él (1Cor 6,17). Este es el amor, el beso
de su boca, con el que la esposa, cual casta virgen, ha sido desposada con un solo
Esposo, Cristo (2Cor 11,1). En el bautismo el rey de la gloria viste a su esposa
con el habito nupcial (Mt 22,11-12), la túnica blanca con la que seguirá al Esposo
al banquete de la Jerusalén celestial (Ap 3,4; 21,2ss). Entre la inauguración y la
consumación, las nupcias de Cristo con la Iglesia se celebran en la vida
sacramental. Dice Teodoreto: "Al comer los miembros del Esposo y beber su
sangre, realizamos una unión nupcial".
c) El Cantar es cantar
Hay que leer o mejor oír el Cantar dejando que broten las analogías que
evoca. Nos hallamos, más que ante unas palabras escritas, ante unas voces que
cantan. La palabra está modulada por la música del amor. En él resuenan todas
las modulaciones de la palabra oral en el encuentro de los amantes, que se
interpelan y se responden con todos los tonos de voz que el amor sabe inventar.
11
El cantar es cantar: "la música callada, la soledad sonora en el silbo de los aires
amorosos" (S. Juan de la Cruz). No habla simplemente del amor. ¡Canta al amor!
El amor inefable se desborda del corazón a los labios, con sus llamadas, ecos,
preguntas, réplicas, deseos y gozos. Cada momento de presencia reanima las
brasas del amor, para mantener vivo el corazón en la ausencia, en vela para un
nuevo encuentro.
14
Orígenes nos exhorta con las palabras que dirigía a sus oyentes: "Escucha el
Cantar de los cantares y apresúrate a repetir con la Esposa lo que dice la Esposa,
para poder oír lo que ella misma oyó". Sólo el hombre "espiritual", es decir, el
hombre dócil al Espíritu de Dios, puede oír el Cantar como revelación del amor
más alto, pues el Espíritu le abre el acceso al misterio del corazón de Dios. Como
dice San Bernardo: "El amor habla aquí por doquier. Y si alguno quiere adquirir
alguna inteligencia de él, ha de amar. El que no ama, en vano escuchará o leerá
este Cantar de amor, pues sus palabras inflamadas no pueden ser comprendidas
por un alma fría". Quienes lo viven reconocen "lo que pasa entre Dios y el alma",
dice Santa Teresa a sus hermanas, comentándolas el Cantar.
R. Aqiba dijo "que toda la historia no vale lo que el día en que fue
compuesto el Cantar de los Cantares. ¿Por qué así? Porque si todos los Escritos
son santos, el Cantar de los Cantares es el Santo de los Santos". Como el santo de
los santos, el Cantar es una palabra incandescente. El Cantar es como harina
candeal, es el mejor de los cantares, el más excelso, el más exquisito. En todas
las canciones de la Escritura o Dios alaba a Israel (Dt 32,13) o Israel alaba a Dios
(Ex 15,2); pero en el Cantar de los Cantares Israel alaba a Dios y Dios alaba a
Israel. El dice: "¡qué hermosa eres, mi amor!" (1,15), e Israel dice: "¡Qué
hermoso eres, amado mío, qué delicioso!" (1,16).
b) Siete cantares
También Orígenes indaga sobre los cantares de los que éste se dice ser el
Cantar: "Pienso que estos cantares son aquellos que desde hacía tiempo se venían
cantando por obra de los profetas y de los ángeles, es decir, por los amigos del
Esposo. En cambio éste es el Cantar propio del Esposo a punto de recibir a su
esposa. En él la esposa no quiere ya que le canten los amigos del Esposo, sino
que anhela las palabras del Esposo en persona, presente ya cuando dice: Que me
bese con besos de su boca. Los demás cantares, que la ley y los profetas cantaron,
parecen haber sido cantados a la esposa todavía niña, cuando aún no había
pasado los umbrales de la edad madura, mientras que este Cantar parece estar
cantado a la esposa adulta, apta para el vigor fecundante del varón. Por ello se
dice de ella que es paloma única y perfecta, y así, en cuanto esposa perfecta de un
esposo perfecto, ha concebido palabras de doctrina perfecta".
El primer cantar lo cantaron Moisés y los hijos de Israel cuando vieron a los
egipcios muertos en la orilla del mar; al ver la mano fuerte y el tenso brazo del
Señor entonaron: "Cantemos al Señor, pues gloriosamente se ha cubierto de
gloria" (Ex 15,1). Este canto lo cantará todo el que haya sido liberado de la
esclavitud de Egipto. Pero aún no puede cantar el Cantar de los Cantares. Para
ello, deberá antes caminar a pie enjuto por en medio del mar, vivir todo lo que
describen el Exodo y el Levítico, ser incorporado al censo divino, entonando
entonces el segundo cantar junto al pozo de Zared (Nú 21,16)... 3 Con todos estos
cánticos la esposa va avanzando paso a paso hasta llegar al tálamo del Esposo,
"al lugar de la tienda admirable, hasta la casa de Dios, entre gritos de júbilo y
alabanza, entre el bullicio de gente en fiesta" (Sal 41,5). De etapa en etapa, llega
al tálamo mismo del Esposo, para escuchar y cantar el Cantar de los Cantares.
El Espíritu Santo, beso mutuo del Padre y el Hijo, es quien inspira el Cantar
y quien lo hace cantar a la esposa del Padre y del Hijo, a Israel y a la Iglesia, que
piden a su esposo: ¡Que me bese con el beso de su boca! Sólo en el beso la
18
esposa conoce al esposo, en quien halla vida eterna: "Esta es la vida eterna:
conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (Jn
17,3). "El Espíritu, que sondea hasta las profundidades de Dios, es quien nos lo
ha revelado" (1Cor 2,10).
El beso, primera palabra del Cantar, transmite con su hálito la vida: "Dios
formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida, y el
hombre se convirtió en ser vivo" (Gén 2,7). La amada añora los días del Edén,
cuando gustaba las delicias del amor de Dios, más sabroso que el vino, que
alegra el corazón del hombre (Sal 104,15): "Gustad y ved qué bueno es el Señor"
(Sal 34,9). ¡Cómo no amarle! El amor de Dios es el "vino bueno" guardado en
sus bodegas (Jn 2,10). Y con el vino, la amada añora los perfumes del paraíso con
su fragancia original. Toda enamorada sabe reconocer y amar el aroma personal
de su amado. El olfato se adelanta a la vista. La presencia, aún invisible del
amado, se deja sentir ya en el perfume que difunde a su alrededor. Es la fragancia
de Dios, "paseándose entre los árboles del jardín a la hora de la brisa de la tarde"
(Gén 3,9), lo que la amada anhela sentir. La amada, embriagada por el "perfume
de fiesta con su olor a mirra, áloe y acacia" (Sal 45,8s), con que es ungido el
amado para las bodas, suspira: "¡Ah, llévame contigo al tálamo nupcial para
celebrar nuestra fiesta!". "Atráeme a ti con lazos de amor, con cuerdas de cariño"
(Os 11,4); introdúceme en "la sala alta, en la sala interior" (He 1,13), en el Santo
de los Santos del templo (1Cro 28,11), donde reside el Arca de tu presencia (Ex
20
30,6). Los patriarcas, profetas y justos (Mt 13,17) unen su ardiente deseo en este
suspiro: "¡Que me bese con besos de su boca!."
b) Besos de la palabra
El Cantar de los Cantares fue escrito, dicen los rabinos, en el Sinaí; por eso
comienza: "Que me bese con besos de su boca". La Palabra decía: ¿Aceptáis
como Dios al Santo? Ellos respondían: Sí, sí. Al punto la Palabra les besaba en la
boca, grabándose en ellos: "para no olvidarte de las cosas que tus ojos han visto"
(Dt 4,9), es decir, cómo la Palabra hablaba contigo. El pueblo ve, oye y besa cada
una de las diez palabras de la misma boca de Dios, sin intermediario alguno, por
eso dice: "que me bese con los besos de su boca". Según el Midrás, cuando Dios
hablaba, salían de su boca truenos y llamas de fuego. Así vieron su gloria. La voz
iba y venía a sus oídos. La voz se apartaba de sus oídos y la besaban en la boca, y
de nuevo se apartaba de su boca y volvía al oído.
Mejores son tus amores que el vino. Las palabras de la Torá, besos de la
boca de Dios, son mejores que el vino. Se parecen una a otra como los pechos de
una mujer; son compañeras una de otra; están entrelazadas una con otra y se
esclarecen mutuamente. La Torá es comparada con el agua, con el vino, con el
21
ungüento, con la miel y con la leche. Como el agua es vida del mundo, "la fuente
del jardín es pozo de agua viva" (Cant 4,15), "pues sus palabras son vida para
quienes las encuentran" (Pr 4,22). Agua y palabra descienden del cielo, como don
de Dios: "Al sonar de su voz se forma un tropel de aguas en los cielos" (Jr
10,13), "pues desde el cielo he hablado con vosotros" (Ex 20,19). Es la voz
potente del Señor, envuelta en truenos y relámpagos: "la voz de Yahveh sobre las
aguas", pues "al tercer día, de mañana, hubo truenos y relámpagos" (Ex 19,16).
Agua y palabra purifican al hombre de su impureza, "rociaré sobre vosotros agua
pura y os purificaréis" (Ez 36,25). Y, como el agua no apetece si no se tiene sed,
tampoco se encuentra gusto en la Torá si no se tiene sed. Como el agua abandona
los lugares altos y fluye hacia las profundidades, así la Torá abandona a los
orgullosos y se une a los humildes. Y como el agua se conserva, no en recipientes
de oro ni de plata, sino en recipientes más baratos, así la Torá no se mantiene
más que en quien se considera como un recipiente de barro.
¿Acaso se puede decir que, así como el agua se corrompe en una vasija, lo
mismo sucede con la Torá? No, porque dice la Escritura que "la Torá es como el
vino"; y así como el vino mientras madura en el tonel mejora su calidad, así
también las palabras de la Torá, mientras reposan en el hombre acrecientan su
grandeza. ¿Acaso se puede decir que, así como el agua no alegra el corazón, lo
mismo sucede con la Torá? No, porque dice la Escritura que "la Torá es como el
vino"; y así como "el vino alegra el corazón del hombre" (Sal 104,5), así también
las palabras de la Torá "alegran el corazón" (Sal 19,9).
¿Acaso se puede decir que, como el vino es a veces pernicioso tanto para el
cuerpo como para la cabeza, lo mismo sucede con la Torá? No, porque la
Escritura dice que "la Torá es como ungüento" (Cant 1,3); y como el ungüento es
agradable para el cuerpo y la cabeza, así también las palabras de la Torá son
agradables para el cuerpo y la cabeza, "lámpara de aceite para mis pies son tus
palabras" (Sal 119,105). Por eso dice la amada: "el aroma de tus ungüentos es
delicioso" (Cant 1,3); se refiere a los ungüentos de la Torá. Cuando tienes en la
mano una copa llena de aceite a rebosar, por cada gota de agua que le cae se
derrama una de aceite, así por cada palabra de Torá que entra en el corazón, sale
una palabra de frivolidad; y al contrario, por cada palabra de frivolidad que entra
en el corazón, sale una de Torá. Pero, ¿acaso se puede decir que, así como el
aceite comienza siendo amargo y termina por ser dulce, lo mismo sucede con la
Torá? No, porque la Escritura dice que "la Torá es como miel y leche" (Cant
4,11); y así como éstas son dulces desde el principio, así también las palabras de
la Torá son "más dulces que la miel" (Sal 19,11). ¿Acaso se puede decir que, así
como la leche es insípida, lo mismo sucede con la Torá? No, porque la Escritura
dice "miel y leche", y así como la miel y la leche, al mezclarse, no perjudican al
22
cuerpo, así también la Torá "será salud para tu vientre" (Pr 3,8), pues sus palabras
"son vida para quienes las hallan" (Pr 4,22).
Gregorio de Nisa nota que no es el esposo, como sucede entre los hombres,
quien comienza a hablar, sino la esposa. La casta virgen se anticipa al esposo,
manifestándole abiertamente el deseo de sus besos. Los buenos padrinos de
bodas, patriarcas y profetas, le han prometido tales "dones nupciales" (remisión
de los pecados, cancelación de las iniquidades, transformación de la misma
naturaleza corruptible en incorruptible, la delicia del Paraíso, la alegría sin fin)
que han suscitado en ella el ardiente deseo del esposo, fuente de tales dones.
Cuando estos amigos del novio, oyendo la voz del novio, se alegran y exultan (Jn
23
3,29), la esposa exclama: "Que me bese con los besos de su boca". El Espíritu
hace hablar así a la esposa, pues "el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza.
Pues nosotros no sabemos cómo pedir lo que nos conviene; mas el Espíritu
intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones
conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y su intercesión en favor de los santos
es según Dios" (Rom 8,26-27).
Así, pues, una vez que la esposa ha recibido del esposo, además de la dote,
los regalos esponsales, ahora se ve atormentada por el deseo de su amor; se
consume, abatida, lejos de su esposo y anhela verlo y disfrutar de sus besos. Y
como el esposo se demora, recurre a la oración a Dios, sabiendo que El es el
Padre del esposo. Levanta sus manos puras, sin ira ni contienda, vestida con
decencia y modestia (1Tim 2,8s) y, abrasada por el deseo y atormentada por una
herida interna de amor, lanza su oración a Dios y le pide: ¡Que me bese con los
besos de su boca!
Como sus palabras son espíritu y vida (Jn 6,63), quien se une a él, pasa de
la muerte a la vida (Jn 5,24) y, con ello, se la enciende el deseo de llegar a la
fuente de la vida (Jn 4,14), que es la boca del esposo, de la que brotan palabras de
vida eterna (Jn 6,68). Pero para beber de esta agua es necesario acercar la boca a
la boca del Señor: "Si alguno tiene sed venga a mí y beba" (Jn 7,37). El Señor,
quiere que todos se salven (1Tim 2,4) y no deja a quienes lo desean sin el beso de
24
su boca. Por ello reprocha a Simón el leproso: "Tú no me has besado" (Lc 7,45).
Si lo hubieras hecho habrías quedado limpio de tu enfermedad. Pero como él no
sentía amor, quedó insensible al deseo de Dios. La pecadora, en cambio, "porque
amaba mucho", "desde que entré no ha dejado de besarme" (Lc 7,45.47).
Comenta Filón de Carpasia: Los dos pechos son los dos Testamentos, con
los que son amamantados los hijos de la Iglesia. Esta bebida, palabra de la boca
de Dios, que se derrama como lluvia, que cae como rocío sobre la hierba verde
(Dt 32,1-2), es mejor que el vino. ¿Qué mayor alegría que escuchar en el primer
Testamento: "Yo mismo cancelo tus pecados y no los volveré a recordar" (Is
43,25;Jr 31,34)? ¿Qué mayor gozo que volverse al Nuevo Testamento y oír: "Al
que venga a mí no lo echaré fuera" (Jn 6,37)? Como ambos pechos están
adheridos al corazón, así los dos Testamentos proceden del mismo Espíritu, del
corazón de Dios, que difunde su amor inagotable. Realmente puede decir la
esposa: "Rebosante está tu copa, con la que me embriagas" (Sal 22,5). Y con
Jeremías puede repetir: "Se me estremeció el corazón en mis adentros, me quedé
como un borracho por causa de Yahveh y de sus santas palabras" (Jr 23,9). Ante
la sublimidad de esta embriaguez del conocimiento de Cristo todo lo demás es
nada (Flp 3,7-8). Con esta embriaguez los mártires iban cantando a la muerte.
Sí, amaremos tus pechos más que el vino. "En este gozo el alma queda embebida
con una manera de borrachez divina, suspedida de los pechos de su costado"
(Santa Teresa de Jesús).
4
Pechos leen los Setenta y la Vulgata, que comentan los Padres.
25
Los perfumes del esposo, con su fragancia, deleitan a la esposa, que
exclama: "¡El olor de tus perfumes, superior a todos los aromas!". Es el olor del
óleo con que eran ungidos los reyes y los sacerdotes. Pero Cristo no fue ungido
con un óleo cualquiera, sino con el mismo Espíritu Santo. La esposa ya había
conocido algunos aromas, es decir, las palabras de la ley y de los profetas, con las
cuales, antes de venir el esposo, se había instruido, aunque vivía todavía como
niña, bajo tutores y pedagogos: "Pues la ley ha sido nuestro pedagogo hasta
Cristo" (Gál 4,1ss; 3,24s). Con estos perfumes la esposa se preparaba para su
esposo. Pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos, ella creció y el Padre le
envió a su Unigénito. La esposa aspiró su fragancia divina y exclamó: "El olor de
tus perfumes, superior a todos los aromas". El perfume del Espíritu Santo, con el
que fue ungido Cristo y cuyo olor percibe la esposa, se llama óleo de alegría (Sal
44,8), pues el gozo es fruto del Espíritu (Gál 5,22). Con este óleo ungió Dios al
que amó la justicia y odió la impiedad (Sal 44,8). Por eso mismo se dice que el
Señor su Dios le ha ungido con óleo de alegría más que a sus compañeros.
Cristo no fue ungido por los hombres con aceite o ungüento material, sino
que el Padre, al señalarlo como salvador del mundo, lo ungió con el Espíritu
Santo. Como dice Pedro: "Dios ungió a Jesús de Nazaret con poder del Espíritu
Santo"; en los salmos hallamos estas palabras: "el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo entre todos tus compañeros". El Señor fue ungido con una
aceite de júbilo espiritual, esto es, con el Espíritu Santo, llamado aceite de júbilo,
porque es el autor del júbilo espiritual; pero vosotros, al ser ungidos
materialmente, habéis sido hecho partícipes de la naturaleza de Cristo.
"Por eso te aman las doncellas". Israel dijo al Señor: Si aportas luz al
mundo, tu nombre será enaltecido por todo el mundo: "Cuando vean a mis
siervos, obra de mis manos en medio de ellos, santificarán mi nombre" (Is 29,23).
Todos te bendecirán cantando a coro: "¡Se han visto, oh Dios tus procesiones:
delante los cantores, los músicos detrás y en medio las doncellas tocando adufes"
(Sal 68,26). A la voz de tus prodigios con la casa de Israel, todas las naciones
oyeron tu fama. Tu nombre, que es más puro que el ungüento de la consagración
de reyes y sacerdotes (Ex 30,22-33), se ha difundido por toda la tierra. La hija de
Sión desea que todas las naciones conozcan el Nombre del único Señor y
proclamen su gloria.
28
g) Cámara nupcial
Así también, cuando los israelitas estaban en Egipto, los egipcios los
oprimían, y ellos comenzaron a gritar y a alzar sus ojos hacia el Señor: "acaeció,
al cabo de aquellos largos días, que falleció el rey de Egipto y los hijos de Israel
gemían bajo la servidumbre y clamaron" (Ex 2,23), y al punto él "escuchó su
lamento" (Ex 2,24) y los sacó con mano fuerte y brazo extendido. El Señor
estaba ansioso por oír su voz, pero ellos no querían. Hizo que el Faraón cambiara
de opinión y los persiguiera: "endureció Yahveh el corazón del Faraón, rey de
Egipto, y los persiguió" (Ex 14,8). Cuando los israelitas vieron a los egipcios a
sus espaldas, alzaron los ojos el Señor y gritaron en su presencia: "Los israelitas
alzaron sus ojos y allí estaban los egipcios" y "gritaron los israelitas a Yahveh"
(Ex 14,10) con el mismo grito que habían dado en Egipto. Cuando él les oyó, les
dijo: "Si no os hubiera hecho esto, no habría oído vuestra voz". Y al punto "les
salvó Yahveh en aquel día" (Ex 14,30).
29
La súplica ¡Arrástrame! significa, por tanto: ponnos en peligro o haznos
pobres y "correremos tras de ti". Cuando Israel se ve obligado a comer
algarrobas, entonces hace penitencia. Por ello dice R. Aqiba: "La pobreza le
cuadra a la hija de Jacob como cinta roja en el cuello de un caballo blanco". La
pequeña hija de Sión desea correr hacia el amado, pero siente su debilidad. Sus
piernas no son capaces de llevarla donde su corazón anhela. Su única fuerza es el
deseo. Por ello implora al amado que la transporte con él; que el carro de fuego
de su amor la arrebate hasta su morada, como hizo con Elías.
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2. NEGRA, PERO HERMOSA: 1,5-8
La amada está en plena tierra de Israel. Evoca los pasos de su vida desde
Engadí, el oasis fecundo y espléndido a orillas del desierto de Judá, donde se
canta la canción de amor del amigo por su viña: "Una viña tenía mi amigo en
fértil otero. La cavó, despedregó y plantó cepas exquisitas. Edificó una torre en
medio de ella y excavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agraces. ¿Qué
más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? Voy a quitar su valla para
que sirva de pasto, voy a derruir su cerca para que la pisoteen; en ella crecerán
zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella. La viña del Señor es
la casa de Israel, son los hombres de Judá su plantel preferido. Esperaba de ellos
justicia, y hay iniquidad" (Is 5,1ss). Es la historia pasada de la amada, de la que
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lleva en su cara morena el recuerdo permanente. Pero ahora sabe que Dios,
aunque por un momento oculte su rostro, vela siempre con amor por su viña
deliciosa: "Yo, Yahveh, soy su guardián. A su tiempo la regaré, y de noche y de
día la guardaré. No me enfadaré más; si brotan zarzas y cardos saldré a
quemarlos. Si se acoge a mi protección, que haga las paces conmigo" (Is 27,2ss).
Negra soy, pero hermosa. La asamblea de Israel dice: "negra soy" a mis
propios ojos, "pero hermosa" ante mi Creador, que dice "¿No sois acaso como
hijos de los etíopes", pero "para mí sois la Casa de Israel!" (Am 9,7). Negra soy
por lo que sucedió en el Mar Rojo, pues "fueron rebeldes junto al Mar Rojo" (Sal
106,7), pero hermosa, por haber cantado allí: "El es mi Dios y he de cantarle" (Ex
15,2). Negra por lo sucedido en Mara, donde "murmuraron contra Moisés,
diciendo: ¿Qué vamos a beber?" (Ex 15,24), pero hermosa, pues "Moisés clamó a
Yahveh, quien le mostró un madero que echó al agua y se volvió dulce" (Ex
15,24-25). Negra soy por lo sucedido en Refidim, pues "puso por nombre a aquel
lugar Tentación y Litigio" (Ex 17,7), pero hermosa, ya que allí "Moisés construyó
un altar y lo llamó Yahveh mi bandera" (Ex 17,15).
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Negra soy se refiere a lo sucedido en Horeb, cuando "se hicieron un becerro
en Horeb" (Sal 106,19), pero hermosa por haber dicho "todo lo que Yahveh nos
diga haremos y obedeceremos" (Ex 24,7). Negra soy se refiere al paso por el
desierto, donde "¡cuántas veces se rebelaron en el desierto!" (Sal 78,40), pero
hermosa, porque en el desierto se levantó el Tabernáculo y "el día que se erigió,
lo cubrió la Nube" (Nú 9,15). Negra soy se refiere a los exploradores, porque
"difamaron ante los hijos de Israel la tierra que habían explorado" (Nú 13,32),
pero hermosa por Caleb y Josué, de quienes se dice "excepto Caleb y Josué" (Nú
32,12). Negra soy se refiere a lo sucedido en Sittim, donde "se estableció Israel y
el pueblo comenzó a prostituirse" (Nú 25,1), pero hermosa, porque "surgió Pinjás
e hizo justicia" (Sal 106,30).5
La pequeña hija de Sión nace en Israel, su tierra, entre los hititas y los
amorreos. Nace entre las naciones, de las que toma su carácter rebelde,
inconstante, infiel. Pero conserva la herencia de sus madres: la nobleza de Sara,
la gracia cautivadora de Rebeca, la belleza y pasión de Raquel. Cuando era aún
una niña, el Señor la vio y se prendó de ella. Con amor, ardiente y celoso,
decidió ser para ella Salomón, el Príncipe de paz. Se la llevó al desierto, para
hablarle al corazón y enamorarla. Es el tiempo de los primeros amores, que ni él
ni ella olvidarán. La primavera del amor hizo del desierto un paraíso. Negra
como las tiendas de Quedar, por el sol y pruebas del desierto, pero hermosa con
el reflejo del esplendor del Sinaí, cubierta de gloria por la palabra del Señor.
Bajo la nube luminosa corría tras el amor del Señor, sin importarle por dónde la
llevaba. En su corazón sentía la voz del amor: "para ir donde no sabes has de ir
por donde no sabes". Para llegar a la cámara nupcial, el amor abría caminos
5
El Midrás sigue la historia con Jos 7,1.19; 1Re 21,27; 2Re 6,30...
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donde no hay caminos. Como la sed guía hacia la fuente, el amor conduce a la
alianza.
"No os fijéis en que soy morena, pues me ha quemado el sol. Los hijos de
mi madre se airaron contra mí, me pusieron a guardar viñas; ¡mi propia viña no
he podido guardar!". Dijo Israel a las naciones: Vosotras no me despreciéis
porque soy negra como vosotras, puesto que he adorado lo que vosotras adoráis,
y me he postrado ante el sol y la luna (Dt 4,19;17,3). Profetas de mentira han
provocado contra mí la ira del Señor, enseñándome a servir a vuestras
iniquidades y a caminar según vuestras leyes (Dt 13,2ss). Por ello no he servido
a mi Dios y no he caminado según sus leyes y no he guardado sus preceptos y
enseñanzas.
c) Casta meretriz
"Negra soy, pero hermosa", dice la Iglesia, congregada de entre los gentiles
(He 21,25), a las hijas de Jerusalén. Ella no puede atribuirse la nobleza de origen
de las hijas de Jerusalén, descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. Le ha tocado
en suerte morar en las tiendas de Quedar (Sal 120,5). Sin embargo, olvidando su
pueblo y la casa paterna (Sal 44,11), llega a Cristo. Por ello, no teme levantar el
velo de su cara y revelar el origen de su existencia; iluminada, reconoce: "negra
soy", pero tengo mi belleza, que me viene de la creación, en que fui hecha a
imagen de Dios (Gén 1,27). Y ahora, al acercarme a Cristo, he recobrado mi
belleza. Realmente podéis compararme, por la oscuridad de mi color, con las
tiendas de Quedar y con las pieles de Salomón. Quedar, ciertamente, desciende
de Ismael (Gén 25,13), pero también él tuvo parte en la bendición divina (Gén
16,11ss), que en mí se ha cumplido según el anuncio del profeta: "¡Levántate,
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brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira, las
tinieblas cubren la tierra; la oscuridad, los pueblos; pero sobre ti amanecerá el
Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al
resplandor de tu aurora. Echa una mirada en torno, mira, todos esos se han
reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos... Los
rebaños de Quedar los reunirán en ti; sus ovejas subirán en holocausto agradable
a mi altar y mi hermosa Casa la hermosearé aún más" (Is 60,1ss).
Y las pieles de Salomón, con que me comparáis, ¿no son acaso las pieles de
la tienda de Dios (Ex 25,2;26,7)? La belleza visible del Tabernáculo del
testimonio, comenta Gregorio de Nisa, no era nada en comparación de la belleza
escondida en su interior. Tapices de lino fino y cortinas de pieles de cabra,
recubiertos de púrpura violeta, constituían el aspecto externo del Tabernáculo.
Pero en su interior brillaba el oro, la plata y las perlas preciosas en las columnas,
las basas, los capiteles, el turíbulo, el altar para el sacrificio, el arca, el
candelabro, el propiciatorio, los varales... (Ex 26). Su belleza brillaba como el
centelleo del arco iris. Es la belleza del "Tabernáculo verdadero, erigido por el
Señor", que refulge en su interior por la belleza de los misterios escondidos tras
el velo de las imágenes de la Escritura, que nos invitan a superar la letra y a
penetrar en su espíritu. La amada es la morada del Señor; en su interior se halla el
Santo de los Santos. Todo creyente lleva velado, ¡en vaso de barro!, este tesoro
del Evangelio de la gloria de Dios (2Cor 4,1ss).
¡Me extraña, pues, que vosotras, hijas de Jerusalén, queráis echarme en cara
mi color oscuro! ¿Cómo no recordáis lo que padeció María por criticar a Moisés
cuando éste tomó por esposa a una etíope negra (Nm 12,1ss)? Yo soy aquella
etíope, negra ciertamente por mi linaje, pero hermosa por la penitencia y por la
fe, pues he acogido en mí al Hijo de Dios, he recibido al Verbo hecho carne (Jn
1,14). Me he revestido del que es imagen de Dios, primogénito de toda criatura
(Col 1,15) y resplandor de su gloria (Heb 1,3); así me he vuelto hermosa. Canta
San Juan de la Cruz: "No quieras despreciarme, que, si color moreno en mí
hallaste, ya bien puedes mirarme después que me miraste, que gracia y
hermosura en mí dejaste".
Esto puede decirlo cada alma que, después de sus muchos pecados, se
convierte y hace penitencia. Negra por los pecados, hermosa por los frutos de la
penitencia. De ella se dice con admiración: "¿Quién es ésa que sube toda blanca,
recostada sobre su amado?" (Cant 8,5). Se hizo negra porque bajó al pecado;
cuando comience a subir, recostada sobre el amado, adherida a él, se irá
emblanqueciendo hasta ser totalmente blanca y entonces, eliminada toda negrura,
resplandecerá envuelta por el resplandor de la verdadera luz del sol de justicia
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(Ml 3,20; Jn 1,9s). Entonces ella misma será llamada luz del mundo (Mt 5,14).
Aquel día se cumplirá el salmo: "De día el sol no te quemará ni la luna de noche"
(Sal 120,6). El sol tiene doble poder: ilumina a los justos y quema a los
pecadores, porque éstos, al obrar mal, odian la luz (Jn 3,19-20). El Señor es luz
para los justos y fuego para los pecadores. Comenta san Gregorio: "No os
extrañéis de que, a pesar de estar negra por mi pecado y emparentada con las
tinieblas por mis obras, me haya amado mi esposo. Porque, con su amor, me ha
hecho bella, cambiando su belleza por mi deformidad; tomando él la suciedad de
mis pecados, me ha comunicado su propia pureza, me ha hecho partícipe de su
propia hermosura".
Con otras palabras también lo dice Filón de Carpasia: Negra por los
pecados, bella por la conversión. Negra por mí misma, bella por la clemencia del
esposo, que me concede la conversión y el perdón de los pecados. Aunque era
negra como las tiendas de Quedar, cuyos habitantes nunca abandonan la idolatría
(Jr 2,10-11), sin embargo el esposo me vistió con las pieles de Salomón, me
introdujo en el templo santo y me revistió de su santidad. Mientras vivía en la
locura de la idolatría, guardando sus viñas, ¡mi propia viña no pude guardar! Me
quemó el sol hasta que "el más hermoso de los hijos de Adán" (Sal 44,3), me
escondió a la sombra de sus alas (Sal 16,8), imprimiendo en mí la luz de su rostro
(Sal 4,7), adornándome con el esplendor de su gloria (Sal 89,16).
Cristo mismo dice que no vino a llamar a conversión a los justos, sino a los
pecadores (Lc 5,32), haciéndoles "brillar como antorchas en el mundo" (Flp
2,15), mediante el bautismo de regeneración. Es lo que ya contempló David en la
ciudad celeste, fundada sobre los montes santos (Sal 86). En ella nacen a la vida,
como ciudadanos de Jerusalén, los paganos y pecadores, Rahab la prostituta, los
habitantes de Babilonia, de Tiro y de Etiopía. La prostituta se vuelve virgen casta
y los negros de Etiopía luminosos. Pues, cuando el esposo toma a uno, aunque
sea negro como las tiendas de Quedar, lo hace hermoso, haciéndole partícipe de
su gracia y hermosura. Lo hace Templo de Salomón, es decir, del rey de la paz,
que viene a habitar en él. Así lo entiende San Bernardo en un discurso de
navidad: "Animada la Iglesia del sentimiento y del espíritu del Esposo, su Dios,
acoge en su seno a su amado para que repose en él, mientras que ella misma
posee y conserva para siempre el primer lugar en su corazón. Es ella la que ha
herido el corazón de su esposo; es ella la que ha hundido el ojo de la
contemplación hasta el abismo profundo de los secretos divinos. El y ella han
hecho su eterna morada en el corazón uno del otro". La encarnación de Cristo es
un misterio nupcial.
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La Iglesia, amada de Cristo, no es una realidad espiritual ideal, lejos de
nuestra experiencia. La esposa amada está formada de bautizados, es decir, de
pecadores llamados por Dios de las tinieblas a la luz. La Iglesia es a la vez santa
y pecadora: casta meretriz, como la llaman los Padres. El esposo la ama a pesar
de su pecado. Es amada con un amor destinado a cambiar su fealdad en belleza.
"Soy negra, pero hermosa, hijas de Jerusalén". Con esta declaración, la esposa,
que ha gustado el amor del Esposo, da testimonio a los demás de las maravillas
que él ha hecho en ella, invitándolas a gozar de sus amores. No os admiréis, les
dice, si me ha amado a mí, pues no soy distinta de vosotros. El me ha
embellecido con su amor, mientras era negra por el pecado. El ha cambiado mi
fealdad, revistiéndome de su belleza, tomando sobre sí mis pecados. Es lo que
dice Pablo a Timoteo: "Doy gracias a Cristo Jesús que me consideró digno de
colocarme en el ministerio a mí, que antes fui blasfemo, un perseguidor y un
insolente... Es cierta y digna se ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo
Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo. Y si
encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo
toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para
obtener vida eterna" (1Tim 1,12-17). "Sed, pues, como yo, pues yo soy como
vosotros" (Gál 4,12).
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El creyente no olvida nunca su origen. Vive siempre en la simplicidad de su
alma nómada, como extranjero, peregrino por este mundo, sin instalarse en los
palacios de la tierra. Canta siempre a su amado: "¡Qué deseables son tus
moradas. Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi
carne se alegran por el Dios vivo. Dichosos los que viven en tu casa alabándote
siempre. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su
peregrinación: cuando atraviesan áridos valles, los convierten en oasis; caminan
de altura en altura hasta ver a Dios en Sión. Un solo día en tu casa vale más que
mil fuera; prefiero el umbral de la casa de Dios a vivir con los malvados. Porque
el Señor es sol y escudo, él da la gracia y la gloria" (Sal 84). Ligera y libre, la
amada marcha por el mundo, sin sentirse del mundo. Su patria no es la tierra; su
verdadera patria es el corazón del Amado, por el que suspira continuamente. Sabe
que es bella solamente porque es amada. Sólo el amor da belleza a su rostro. El
amor es siempre creador de belleza. De lo vil saca lo bello (Jr 15,19). También
los habitantes de Quedar están invitados a entonar el cántico nuevo: "Cantad a
Yahveh un cántico nuevo, llegue su alabanza hasta el confín de la tierra, alégrese
el desierto con sus tiendas, las explanadas en que habita Quedar" (Is 42,10s).
42
pozo para recibir de él agua viva, el agua que apaga toda sed, para no tener que ir
vagabunda detrás de tantos maridos (Jn 4,1ss).
43
a) Palabra celebrativa
El Cantar habla con imágenes, que expresan el encanto interior del amado o
de la amada. Lo que se ofrece a la vista no es un paisaje exterior, sino interior, lo
que acontece en el corazón. Los seres, con que se comparan el amado y la amada,
son tomados como símbolos por lo que sugieren, por los sentimientos que
44
despiertan. La torre, la fruta sabrosa, el huerto, la paloma son símbolos de la
amada porque alguna cualidad de ellos apunta a un rasgo interior de ella: "La
belleza de la mujer ilumina el rostro; si habla, además, con dulzura, su marido no
es ya como un mortal" (Eclo 36,22s). "Una mujer virtuosa supera en precio el de
las perlas" (Pr 31.10). "Encontrar mujer es la mejor de las venturas; ella es ayuda,
fortaleza y columna de apoyo" (Eclo 36,29). Bella es Eva en cuanto ayuda
adecuada para Adán; bella es Rebeca para Isaac en cuanto consuelo por la muerte
de su madre (Gén 24,67). El amado y la amada, abrazados en el Edén recreado,
se alaban mutuamente, evocando lo más hermoso que Dios ha creado: joyas, oro,
plata, nardo, mirra, vino y vides, palomas, cedros, cipreses, azucenas, lirios,
manzanas, frutos sabrosos, gacelas y ciervos...
Los rasgos con que el Cantar describe al amado o a la amada están tomados
del mundo visible y tangible, cercano y asequible, pero sin pretender nunca hacer
una descripción física. Las cosas hablan, más que por lo que son, por lo que
suscitan y evocan. Los símbolos comunican las vivencias que embargan el
corazón, así hacen partícipes a los demás de las emociones interiores. Las
personas, los seres, las cosas son interiorizados para balbucir con su ayuda lo
inefable.
b) A mi yegua te comparo
El mismo que con su fuerza destruyó los carros y caballos del Faraón
cabalgando sobre las olas del mar (Is 43,16ss), desciende ahora sobre la amada
para destruir las potencias enemigas. También en ti, amada mía, he derrotado al
enemigo, haciéndote atravesar las aguas del bautismo, donde quedaron
sepultados los carros del Faraón, que te habían esclavizado. Canta con el Profeta:
"Contra el mar arde tu furor, Yahveh, que montas en tus caballos, en tus carros de
victoria" (Hab 3,8). "El carro de Dios, tirado por millares de miríadas, lleva a
Dios desde el Sinaí al Santuario" (Sal 67,18). Es el "carro de fuego con caballos
de fuego" (2Re 2,11s) que arrebata de la tierra al cielo. Son los caballos de
45
Zacarías (1,10s) que recorren la tierra y llevan la paz al mundo. Dios cabalga
sobre su yegua llevando la salvación: "Cabalga el Señor sobre un querubín
cerniéndose sobre las alas del viento" (Sal 18,11). Sobre la amada recorre la
tierra destruyendo los carros del enemigo, "los caballos lustrosos y vagabundos,
que relinchan por la mujer de su prójimo" (Jr 5,8), los caballos sin rienda ni freno
(Sal 31,9).
Cuando los hijos de Israel salieron de Egipto, el Faraón y sus siervos los
persiguieron con sus carros (Ex 14,5-9). El camino estaba cerrado por los cuatro
costados a su alrededor; a derecha e izquierda había desiertos llenos de serpientes
de fuego (Dt 8,15); detrás, el impío Faraón con sus siervos; y delante, el Mar
Rojo. El Señor se reveló con su potencia en el mar y lo secó abriendo un camino
entre las aguas para que los israelitas cruzaran el mar. Las olas del mar tomaron
apariencias de yeguas y los caballos rijosos de los egipcios corrieron tras ellas
hasta quedar hundidos en el mar. La Asamblea de Israel entonó el Cántico de
alabanza: "Cantaré al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado
en el mar. Mi fuerza y mi poder es el Señor, el fue mi salvación" (Ex 15,1ss).
Orígenes recoge esta tradición hebrea y comenta: Hay caballos del Señor,
en los que monta él mismo. Son las almas que aceptan el freno de su disciplina y
llevan el yugo de su dulzura, dejándose guiar por el Espíritu de Dios. En el
Apocalipsis leemos que apareció un caballo y, sentado sobre él, el Verbo de Dios:
"Y vi el cielo abierto; y había un caballo blanco, y el que estaba sentado sobre él
era llamado fiel y veraz y que juzga y pelea con justicia. Y sus ojos eran como
llama de fuego, y en su cabeza, muchas diademas, con un nombre escrito que
nadie más que él conocía. Y vestía un manto empapado en sangre, y su nombre
era Verbo de Dios. Y su ejército estaba en el cielo, y le seguía en caballos
blancos, vestidos de lino blanco y puro" (Ap 19,11ss). El caballo blanco es el
cuerpo del Señor, o sea, la Iglesia (Col 1,24), que no tiene mancha ni arruga, pues
él la santificó para sí en el baño del agua (Ef 5,26-27). La milicia del Verbo de
Dios monta caballos blancos y va vestida de lino blanco y puro. Esta caballería
fue tomada de entre los carros del Faraón. De allí proceden todos los creyentes,
pues Cristo vino a salvar a los pecadores (1Tim 1,15), que ahora le siguen en
caballos blancos, purificados por el bautismo. Dichosas, pues, las almas que
curvan sus espaldas para recibir encima como jinete al Verbo de Dios y soportan
su freno, de modo que pueda él llevarlos a donde quiera, según su voluntad.
Bellas son tus mejillas entre los zarcillos, y tu cuello entre los collares.
Cuando los israelitas salieron al desierto, el Señor dijo a Moisés: ¡Qué bello es
este pueblo, al que daré mi Ley! Las Diez Palabras serán como anillos en sus
fauces para que no se desvíen del buen camino, como no se desvía un caballo con
el freno en la boca. Y ¡qué bello su cuello con el yugo de mis preceptos (Lam
3,27)! Es sobre ellos como yugo sobre la cerviz del buey, que ara la tierra y se
sustenta a sí y a su señor: "Efraím es una novilla domada que trilla con gusto; yo
colocaré el yugo sobre su cuello, engancharé a Efraín para que are, a Jacob para
que labre la tierra" (Os 10,11). Los collares son las palabras de la Torá que se
ensartan unas con otras, se apoyan entre ellas, cruzadas unas con otras. Con ellas
el Señor hace zarcillos de oro con cuentas de plata, según dijo a Moisés: Sube y
te daré las dos tablas de piedra (Ex 24,12), talladas en zafiro del trono de mi
gloria (Ez 1,26;Ex 24,10); escritas por mi dedo (Ex 31,18), brillan como oro
puro. En ellas las Diez Palabras son más puras que plata refinada siete veces al
crisol (Sal 12,7).
Filón de Carpasia dice que los zarcillos de oro con cuentas de plata son los
mártires, que probados a través del fuego, mostraron los quilates de su fe (1Cor
3,10ss): "Como oro en el crisol los probó y como holocausto los aceptó" (Sab
3,6). Del crisol salieron con las improntas de plata: "Llevo en mi cuerpo las
señales de Jesús" (Gál 6,17). Con el testimonio de su fe "el nardo de la Iglesia
exhaló la fragancia" de Cristo. Pues el martirio es la "bolsita de mirra, que reposa
entre los pechos" de la Iglesia, formada con el agua y sangre brotados del costado
de Cristo.
6
Gén 49,11; Mt 26,28-29; Mc 14,15.24; Lc 22,1.12ss.
50
A las palabras de la esposa responde el esposo, enseñándola la casa común:
"Las vigas de nuestra casa son de cedro y sus artesonados de ciprés". Así
describe Cristo a la Iglesia: "la casa de Dios es la Iglesia del Dios vivo, columna
y fundamento de la verdad" (1Tim 3,15). Y, si la Iglesia es la casa de Dios, como
todo lo que tiene el Padre es del Hijo (Jn 16,16), la Iglesia es también casa del
Hijo de Dios. La Iglesia es, pues, la casa del esposo y de la esposa, unidos en una
sola carne: "Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia" (Ef
5,32). En lecho de frondas se unen y levantan la casa firme, sobre la roca de su
unión. Aunque caiga la lluvia, vengan los torrentes, soplen los vientos contra ella,
no caerá, porque está cimentada sobre roca firme (Mt 7,25). Los cedros del
Líbano, que Dios plantó, se empapan bien y no dejan pasar la lluvia; en ellos
ponen seguros sus nidos los pájaros; y en la copa, la cigüeña su casa (Sal 104,16-
17). El cedro da firmeza al tálamo nupcial y el ciprés, con su fragancia, le da
ornato. "De verdes frondas es nuestro lecho", dice la esposa contemplando la
tierra santa, rica de olivos, de higueras, trigales y viñas. Y el esposo añade que
esta frescura y verdor del amor no será pasajero, sino perenne, durará para
siempre, pues las vigas son de cedro y el techo de ciprés, árboles de hoja perenne.
El amor tierno y ardiente de la luna de miel será firme, imperecedero como el
cedro y el ciprés.
Las vigas de nuestra casa son de cedro y sus artesonados de ciprés. Dijo
Salomón: "¡Qué bello es el Santuario del Señor, que le he construido con madera
de cedro!" (1Re 5,20;6,15-18). También para la reconstrucción del Templo a la
vuelta del exilio "vendrá a ti el orgullo del Líbano (sus cedros), con el ciprés, el
abeto y el pino para adornar mi Santuario" (Is 60,13). Pero más bello será el
Santuario de los días del Rey Mesías: El cuerpo de Cristo resucitado será el lugar
del culto en espíritu y verdad (Jn 4,21s), el lugar eterno de la presencia de Dios
con los hombres. Dios y el hombre se abrazarán finalmente en la intimidad de la
Jerusalén celeste, cuyo Santuario es el Cordero (Ap 21,22).
e) Narciso de Sarón
Como flor entre los cardos es mi amada entre las muchachas. Es la flor
silvestre, no cultivada por la mano del hombre, sino que florece con la lluvia y se
abre con el calor del sol. Las espinas son su protección o las que laceran sus
pétalos. Cuando me desvío del camino del Señor, El aleja de mí su Shekinah y
yo, como flor que crece entre espinas, veo mis pétalos lacerados. Sin embargo,
como una flor que languidece con el bochorno, pero al recibir el rocío rebrota, así
languidezco en medio del mundo, pero cada día rebroto al recibir el rocío del
Señor: "Seré como rocío para Israel que, como una flor, se abrirá" (Os 14,6).
Como una flor despunta entre las malas hierbas, así también Israel despunta
entre las naciones extranjeras: "cuantos los ven los reconocen, pues son una
descendencia que Yahveh ha bendecido" (Is 61,9). Y, como una flor no deja de
serlo mientras conserva su aroma, así Israel no dejará de existir mientras
52
conserve la Torá y las buenas obras. Y, como una flor no tiene otra razón de ser
que esparcir su aroma, así también los justos no fueron creados más que para la
salvación del mundo. Y, como las flores son para días festivos, así Israel lo es
para la salvación futura. Se asemeja a un rey que tenía un huerto; lo removió y
plantó en él una fila de higueras, otra de vides, otra de granados y otra de
manzanos. Después lo puso en manos del hortelano y se fue. Al cabo de un
tiempo volvió el rey y se paseó por el huerto para ver qué había producido y lo
encontró lleno de cardos y de espinos. Buscó entonces a unos leñadores para
talarlo, pero entre los cardos vio un capullo de rosa; lo cogió, lo olió y recuperó
su buen humor. Entonces dijo: por esta sola flor se ha de salvar todo el huerto.
Por eso el Señor ordenó a Moisés que dijera a los israelitas: Hijos míos,
cuando estabais en Egipto erais "como una flor entre los cardos", y ahora que
vais a entrar en la tierra de Canaán seguiréis siendo "como una flor entre los
cardos": "No haréis lo que hacen los egipcios, donde habéis estado, ni conforme
a los cananeos, a cuyo país os llevo" (Lv 18,3).
Como una flor entre los cardos es mi hermana entre las muchachas. "Mi
hermana" dice la versión que comenta Gregorio de Nisa, con lo que subraya el
camino progresivo de unión entre Cristo y la amada. Primero fue comparada a la
yegua; luego es llamada amiga y ahora es hermana. Esto significa que ha
escuchado su palabra y cumple la voluntad del Padre. Pues Jesús dice: "Mi madre
y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra del Dios y la cumplen" (Lc
8,21), y también: "Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial ése es mi
hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50). Con su oído atento, la esposa,
lirio entre cardos, ha olvidado su pueblo y la casa de su padre, por lo que el rey se
ha prendado de su belleza y la llama "hermana mía", hija del Padre, gracias al
Espíritu de adopción, que ha recibido (Rom 8,15).
Entre todos los árboles, la esposa, amante de los perfumes, elige, para
comparar al esposo, al manzano, árbol fecundo de fruta y que exhala el perfume
más fuerte y agradable. Como un manzano entre los árboles del bosque, así mi
Amado entre los jóvenes. A su sombra deseo sentarme, pues su fruto es dulce a
mi paladar. Así alabó al Señor la asamblea de Israel cuando se reveló en el Sinaí
y le dio su Torá. Entonces Israel gozó sentándose a la sombra de su Shekinah.
Las palabras de la Torá fueron dulces a su paladar (Sal 119,103).
Como el manzano sobresale entre los otros árboles del bosque, así también
el esposo supera a todos en sabor y en olor, satisfaciendo al gusto y al olfato. La
53
Sabiduría prepara una mesa con diversos manjares y en ella, no sólo pone el pan
de vida, sino que inmola la carne del Verbo; y no sólo escancia en la copa su vino
(Pr 9,2ss), sino que sirve también en abundancia manzanas dulces y olorosas, que
endulzan labios y boca, conservando dentro de ésta el dulzor: "¡Cuán dulces al
paladar son tus palabras, más que miel en mi boca!" (Sal 19,11). Gracias al
esplendor del Amado, la Iglesia brilla como antorcha en medio de una generación
tortuosa y perversa (Flp 2,15). Pues el Amado, como manzano, que da alimento,
jugo y olor, le ha dado comida, bebida y perfume: su cuerpo, su sangre y el
Espíritu Santo (Mt 26,27-28; Jn 20,22). "El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera
comida y mi sangre verdadera bebida" (Jn 6,54s).
Si hay alguien que alguna vez se abrasó en este fiel amor del Verbo de
Dios; si hay alguien que ha recibido la dulce herida de su saeta escogida (Is
49,2); si hay alguien que ha sido traspasado por su dardo amoroso, hasta el punto
de suspirar día y noche por él, hasta no saber ni gustar, pensar, desear o esperar
mas que a él: esta alma con toda razón dice: Estoy herida de amor, y la herida la
recibí de aquel que "me puso como saeta escogida en su aljaba" (Is 49,2). La
flecha de amor, que la traspasó el corazón, la convierte a su vez en flecha de
amor, en manos del Señor (Sal 126,4). El golpe de la flecha, que hiere a la
esposa, se transforma en alegría nupcial. Es lo que desea la amada: "Descubre tu
presencia y máteme tu vista y hermosura, mira que la dolencia de amor, que no se
cura sino es con la presencia y la figura" (San Juan de la Cruz). "¡Oh Dios, visita
a esta viña que plantó tu diestra! Esté tu mano sobre el hombre de tu diestra y no
volveremos a apartarnos de ti. Haznos volver y que brille tu rostro sobre nosotros
para que seamos salvos" (Sal 80,15ss).
Existen también las saetas de fuego del maligno (Ef 5,16), que hieren de
muerte al alma que no está protegida con el escudo de la fe. De tales saetas dice
el salmo: "Mira, los pecadores tensaron el arco, prepararon sus saetas en la
aljaba, para herir en lo oscuro a los rectos de corazón" (Sal 10,2). Estos demonios
invisibles tienen saetas de fornicación, de codicia, de avaricia, de jactancia, de
vanagloria... Con ellas traspasan al alma que no se halle revestida con la
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armadura de Dios, cubriéndose por entero con el escudo de la fe (Ef 6,11ss).
Pues, si encuentran al hombre protegido con el escudo de la fe, aunque sean
saetas encendidas con las llamas de las pasiones y con los incendios de los vicios,
la fe apaga todas.
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4. LA VOZ DEL AMADO: 2,8-17
a) Lenguaje simbólico
El amor da oídos para oír lo que los demás ni oyen ni entienden (Mc 4,9).
"El pastor llama a sus ovejas una por una y las saca fuera; las ovejas le siguen
porque conocen su voz" (Jn 10,3s). La esposa, embriagada de amor, se ha
quedado dormida. Pero, antes de que llegue el esposo, ya oye su voz: ¡La voz de
mi amado! La voz tiene una luz que ilumina; la luz del oír es más clara que la luz
de la mirada, a la que engañan las apariencias. El oído es el sentido de la fe que
no falla (Rom 10,17). A Isaac le engañaron los sentidos del gusto, del tacto y del
olfato; sólo el oído, al que no dio crédito, le mostró la verdad (Gén 27,18ss).
También a Samuel, el vidente, las apariencias engañaron a sus ojos (1Sam
16,6ss). La fe ilumina lo ojos del corazón, con los que se ve al amado. Antes de
que él traspase el umbral de la casa ya le ve la amada: ¡He aquí que llega! Salta
por los montes, brinca sobre los collados.
El amor pone alas en los pies. Es el amado quien desciende siempre de los
montes en busca de la amada. El toma la iniciativa del amor. El esposo irrumpe
en el silencio y espera de la amada. La tensión del abandono se rompe con su
presencia como se rompe el invierno con la explosión de la primavera. La brisa
cálida ahuyenta sombras y temores. El amor hace florecer la vida. "¡Qué
hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que
trae la buena nueva de la paz!" (Is 52,7). Con oír su noticia el horizonte desolado
del invierno se transforma en cuadro de colores y en música coral de ecos y
voces en armonía: "¡Oh Dios!, tu mereces un himno en Sión. Tú cuidas la tierra,
la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas
los trigales; riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes; coronas el año con tus bienes, las rodadas de tu carro
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rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de
alegría; las praderas se cubren de rebaños y los valles se visten de mieses que
aclaman y cantan" (Sal 65).
Cuando Moisés dijo a los israelitas "en este mes vais a ser liberados" (Ex
12,2), le contestaron: ¿Cómo vamos a ser liberados si todo Egipto está lleno de la
inmundicia de nuestra idolatría? Moisés les contestó: Puesto que El desea vuestra
liberación no se fija en la idolatría, sino que "salta sobre los montes", que no son
otra cosa que los ídolos, pues "sobre las cimas de los montes sacrifican y sobre
las colinas ofrecen incienso" (Os 4,13).
"¡Ojalá escuchéis hoy su voz!" (Sal 95,7). Día tras día, "mientras dure este
hoy" (Heb 3,13), el amado despierta con su voz a la amada. Ella, con Pablo, dice
cada día: "Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de
Cristo. Más aún, juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento
de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, con el deseo de
conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos
hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de
los muertos. No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que
continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado
por Cristo Jesús" (Flp 3,7ss).
La voz del Amado le levanta hasta el tercer cielo (2Cor 12,2-4), donde
escucha palabras inefables, que suscitan el deseo de contemplar el rostro amado.
Por ello con gozo exclama: ¡He aquí que viene! El amado viene, se deja ver, pero
desaparece. Viene bajo una figura cada vez distinta (Mc 16,12). Cada aparición
del Señor confirma lo que la voz de los profetas había anunciado (Sal 67,12). La
profecía se cumple: "Lo que habíamos oído lo hemos visto" (Sal 47,9). Habíamos
oído: "He aquí que viene", y esto es lo que hemos visto con nuestros ojos:
"Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres
por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del
Hijo" (Heb 1,1).
Por la voz es como primero se conoce a Cristo. Cristo envía primero su voz
a través de los profetas y así, aunque no se le veía, sin embargo se le oía. Se le
oía gracias a lo que anunciaban acerca de él, y la Iglesia, que se venía
congregando desde el comienzo del tiempo, estuvo escuchando sólo su voz hasta
que pudo verle con sus ojos y decir: Mira, él viene saltando sobre los montes,
brincando sobre los collados. Saltaba, efectivamente, sobre los montes que son
los profetas, y sobre los santos collados, o sea, quienes en este mundo fueron
portadores de su imagen. Si queremos ver al Verbo de Dios, oigamos primero su
voz y luego podremos verle cuando pase el invierno de las pruebas. Pasada la
tribulación la esposa reposará con la cabeza apoyada en el esposo, abrazada
por él, para que no vacile en la fe. "Los montes altos son para los ciervos" (Sal
103,18), mensajeros de la Buena Noticia: "Sube a un monte alto, alegre
mensajero para Sión; levanta con fuerza tu voz, alegre mensajero para
Jerusalén" (Is 40,9). Juan Bautista, que ha oído su voz y ha exultado con ella, se
hace mensajero del amado y clama: "He aquí el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo" (Jn 1,29).
Es también la voz del Rey Mesías que pregona: "¡cuán bellos son sobre los
montes los pies del que trae buenas noticias" (Is 52,7). Mirad, se ha parado tras la
tapia, está mirando por la ventana, atisba por las celosías. Las ventanas y celosías
son la ley y los profetas, por los que llega a la casa del mundo la luz verdadera
(Jn 1,9), iluminando a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte (Lc
1,79). Con la voz de los profetas, el Amado dice a la Iglesia: ¡Levántate, amada
mía, hermana mía! ¡Vente! Ha pasado el invierno, el tiempo del hielo de la
idolatría, en que se han convertido quienes han hecho los ídolos y cuantos en
ellos han puesto su confianza (Sal 113,16). Como quien contempla a Dios se
asemeja a Dios, quien mira a los ídolos se hace semejante a ellos (Ez 36,25-26),
se congela. Pero llega el sol de justicia (Mal 3,20) y con él el deshielo. El hielo se
hace agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14): "Envía su palabra y hace
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derretirse el hielo, sopla su viento y corren las aguas" (Sal 147,7), pues "cambia
la peña en un estanque y el pedernal en una fuente" (Sal 113,8).
Para las aves, el tiempo del canto es el tiempo del amor. La tórtola, que
durante el invierno emigra, vuelve con la primavera y deja oír su voz en nuestra
tierra. Hay un tiempo para todo, tiempo para llorar y tiempo para cantar (Eclo 3).
Y cada cosa tiene sus signos anunciadores: "Cuando la higuera echa sus brotes se
sabe que está cerca el verano" (Mc 13,18). El amado dice: ¡Levántate de la nada
y vive! ¡Levántate del sueño de la muerte y recobra la vida! ¡Levántate del
pecado y vuelve a mí! ¡Responde al amor con amor! ¡Levántate y ven! ¡Yo he
abierto para ti un camino desde la muerte a la vida! ¡Yo soy el camino y la vida!
¡Ven!
La palabra de los profetas, que llegan hasta Juan Bautista (Lc 16,11), es la
lluvia del invierno (Is 5,6). Con la muerte y resurrección de Cristo se puede decir
que el invierno ha pasado y la lluvia se ha ido. Esto fue una ganancia para la
Iglesia, pues, ¿qué necesidad hay de lluvias allí donde el río alegra la ciudad de
Dios (Sal 45,5), donde en cada corazón creyente brota un manantial de agua viva
que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14)? ¿Y para qué se necesitan las lluvias
donde ya aparecieron laalegre mensajero, s flores en nuestra tierra y donde, desde
la venida del Señor, no se ha vuelto a cortar una higuera por no dar fruto? Ahora,
efectivamente, ha producido ya sus higos (Mt 21,19). Y también las viñas han
exhalado su fragancia, "porque para Dios somos buen olor de Cristo" (2Cor
2,15). Ya no tiene necesidad de mandar sobre la tierra el agua de la nube de los
profetas. La misma voz de la tórtola hablará en la tierra: "Yo mismo, el que
hablaba, estoy presente" (Is 52,6). Con la resurrección ha pasado el tiempo de la
poda de la pasión. La Iglesia, a la que Cristo tenía oculta en la higuera, esto es, en
la ley, no aparece ya árida ni sigue la letra que mata, sino el espíritu que florece y
da vida (2Cor 3,6).
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El esposo, que anima a la esposa a emprender con confianza el camino
hacia él, le describe el lugar donde quiere que descanse con él: al abrigo de la
peña. Allí desea que ella vaya para, quitándose el velo, contemplar su cara al
descubierto (2Cor 3,13-18; 1Cor 13,12). Quiere ver su cara y oír voz, seguro ya
de que su rostro es hermoso y su voz, suave y deliciosa: Paloma mía, en los
huecos de la peña, en los escarpados escondrijos, muéstrame tu semblante,
déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce, y gracioso tu semblante. Sólo desea el
amor y el canto de su paloma: rostro y voz, luz y sonido, ojos y oídos.
Y ¿por qué el Santo, bendito sea, les puso en tal aprieto? Se parece a un rey
que tenía una hija única y estaba ansioso por conversar con ella. ¿Qué hizo? Hizo
pública una proclama, diciendo: ¡Que todo el pueblo vaya al campo! Y una vez
que fueron, ¿qué hizo? Hizo una señal a sus siervos, que cayeron sobre la hija del
rey como salteadores. Ella entonces comenzó a gritar: ¡Padre, padre, sálvame! El
le dijo: Si no te hubiera hecho esto, no habrías gritado: ¿Padre, padre, sálvame!
Así, cuando los israelitas estaban en Egipto, los egipcios los oprimían, y ellos
comenzaron a gritar y a alzar los ojos al Santo: "acaeció, al cabo de aquellos
largos días que falleció el rey de Egipto y los hijos de Israel gemían bajo la
servidumbre y clamaron" (Ex 2,23) y al punto "Yahveh escuchó su lamento" (Ex
2,24) y los sacó con mano fuerte y brazo extendido. Y como estaba ansioso de oír
su voz de nuevo, ¿qué hizo? Hizo que cambiara la opinión del Faraón y les
persiguiera: "endureció el corazón del Faraón, rey de Egipto, y les persiguió" (Ex
14,8). Cuando los vieron: "los israelitas alzaron sus ojos y allí estaban los
egipcios y gritaron a Yahveh" (Ex 14,10) con el mismo grito con que lo habían
hecho en Egipto. Cuando Dios lo oyó, les dijo: Si no hubiera hecho esto, no
habría oído vuestra voz. De aquella ocasión está dicho "paloma mía, en los
huecos de la peña déjame oír tu voz; no dice "la voz", sino "tu voz", la que ya oí
en Egipto.
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Jeremías también invita a Israel a dejar las ciudades para acomodarse en la
peña, "como las palomas que anidan en las paredes de las simas" (Jr 48,28). El
alma fiel establece su morada en el Señor. Al abrigo de la roca que salva se ríe de
los ataques de la serpiente y del halcón. La hendidura del costado de Cristo está
abierta como refugio de la débil paloma, que no tiene el pico o garras del águila
con que defenderse. En los huecos de la peña, "y la peña era Cristo" (1Cor 10,4);
en la fe en Cristo, se apoya la esposa y así puede contemplar su gloria, como
Dios mismo prometió a Moisés: "Yo te pondré en la hendidura de la peña y me
verás" (Ex 33,18-23). La peña, que es Cristo, no está cerrada por todas partes,
sino que tiene una hendidura en su costado. En esa hendidura, entrando en ella,
se le revela Dios al creyente. Pues, en realidad, "nadie conoce al Padre sino el
Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Lo mismo dice
Juan: "A Dios nadie lo vio jamás: el Hijo unigénito de Dios, que está en el seno
del Padre, él lo dio a conocer" (Jn 1,18), "porque os he dado a conocer todas las
cosas que oí de mi Padre" (Jn 15,15). Y además dice: "Padre, quiero que donde
yo estoy ellos estén también conmigo" (Jn 17,24).
f) Las raposas
Cazadnos las raposas, las pequeñas raposas que devastan las viñas, pues
nuestras viñas están en flor. Después que hubieron pasado el Mar, los hijos de
Israel murmuraron a causa del agua (Ex 15,22.24; 17,1-7). Vino entonces contra
ellos el impío Amaleq (Ex 17,8), que les tenía odio a causa de la primogenitura y
de la bendición que Jacob, su padre, había quitado a Esaú (Gén 27,1-41), y
presentó batalla contra Israel, porque se habían separado de los preceptos de la
Torá. En aquella hora la casa de Israel, que es como una viña, hubiera merecido
ser destruida, si la flor de los justos de aquella generación no hubiese exhalado el
buen perfume de incienso que sube a lo alto del cielo.
Las "raposas pequeñitas" son las crías de los chacales, que consumen los
racimos de uva en maduración. La viña en flor es símbolo del esplendor de la
amada, toda vida, frescura, floración y perfume (1,6). La zorra, animal impuro,
como Herodes Antipas (Lc 13,32), desencadena la fuerza de la lujuria, de la
violencia y del odio contra el amor desarmado e inocente de la vid en ciernes. El
amado sabe que las raposas merodean por su heredad (Jr 12,9s).
No hubieran podido recoger en las redes del Señor a los que se salvan si no
les hubieran arrebatado de los lazos del maligno. Estos cazadores o pescadores
hacen lo uno y lo otro con la potencia de quien ordenó: ¡Arrojad el jabalí que
devasta la viña de Dios (Sal 79,14) o el león rugiente (Sal 21,14) o la gran
ballena (Jn 2,1) o el dragón de debajo de las aguas (Ez 32,2). A los cazadores el
Señor ha dado poder para arrojar todas estas bestias de su viña (Ef 6,12). La viña
del Señor es la esposa de la que se dice: "tu esposa como vid florida en el secreto
de la casa" (Sal 127,3).
Antes que sople la brisa del día y huyan las sombras, ¡retorna, Amado mío!,
como una gacela o un joven cervatillo por el monte de las balsameras. A los
pocos días los hijos de Israel hicieron el becerro de oro (Ex 32,1-6). Entonces se
alzaron las nubes de la gloria, que le habían dado sombra, y quedaron al
descubierto, privados del adorno (Ex 33,5ss) de sus armas, sobre las que estaba
escrito el gran Nombre. El Señor les hubiera destruido y barrido de este mundo si
no hubiera recordado el juramento hecho a Abraham, a Isaac y a Jacob (Ex
32,13), quienes fueron solícitos como una gacela y como un joven cervatillo en
rendirle culto; si el Señor no hubiera recordado el sacrificio que ofreció Abraham
en el monte Moria (Gén 22,1ss), monte de las balsameras, les hubiera destruido.
En efecto, todos los que son guiados por el espíritu de Dios son hijos de
Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor;
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antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace
exclamar: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para
testimoniarnos que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos,
herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con El, para
ser también con El glorificados. Porque estimo que los sufrimientos del
tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar
en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la
revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la
vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la
esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para
participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la
creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo
ella; también nosotros, que poseemos las primicias del espíritu, nosotros
mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro
cuerpo. Porque hemos sido salvados en esperanza (Rom 8,14-24).
Con Cristo se ha puesto en marcha la nueva era de la historia de la
salvación: la plenitud de los tiempos. En Cristo, el hombre y la creación entera
encuentran su plenitud escatológica. Por su unión a Cristo muerto y resucitado, el
cristiano, por su bautismo, no vive ya en la "carne", sino bajo el Espíritu de
Cristo (Rom 7,1-6). Con Cristo -con su amén al Padre- toda la humanidad ha sido
definitivamente integrada en la aceptación de la voluntad del Padre. Esta realidad
ya no podrá ser arrancada jamás de la historia humana. La Iglesia, en su fase
actual, es sacramento de salvación, encarna la salvación de Cristo, que se
derrama de ella sobre toda la humanidad y sobre toda la creación. Pero aún la
Iglesia, y con ella la humanidad y la creación, espera la manifestación de la gloria
de los hijos de Dios en el final de los tiempos.
b) La noche oscura
Ahora bien, antes de llegar a esta unión, "los israelitas vivirán muchos días
sin rey y sin príncipe, sin sacrificios ni estelas, sin imágenes ni amuletos.
Después volverán a buscar al Señor, su Dios; con temor volverán al Señor" (Os
3,4). Es la noche oscura, en que la amada, dando vueltas en su corazón a los
memoriales del amado, espera en vela que él vuelva a mostrarle su rostro. En su
interior resuena la voz del amado: "¡Despierta, despierta! ¡Revístete de fortaleza,
Sión!" (Is 52,1). Por ello deja el lecho del sueño y corre en busca del amor de su
alma. Perdiéndose a sí misma, encontrará la vida. Corriendo por las calles de
Jerusalén, la ciudad de Dios, encontrará al amado, "pues él habita en medio de
ella" (Sal 46,5s).
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En la noche Israel brama como brama el mar, pues la luz se ha oscurecido,
envolviendo la tierra en densas tinieblas (Is 5,30). Es la noche de la prueba, de la
tentación, del exilio. Es la noche que Adán vio caer con terror sobre el mundo en
la tarde del sexto día. Es la noche en que el alma ansía al Señor (Is 26,9) y
pregunta a los profetas, vigías del Señor: "Centinela, ¿qué hay de la noche?, ¿qué
hay de la noche" (Is 21,11). Y el profeta le responde: ¡Animo! La noche no ha
pasado aún. Pero ya se oyen en el horizonte los pasos del que viene. "El pueblo
que caminaba en tinieblas ha visto una luz potente; habitaban en tierra de
sombras y una luz ha brillado para ellos" (Is 9,1). Cuando él llegue, dirá a los
cautivos: "Salid", y a los que están en tinieblas: "venid a la luz" (Is 49,9).
Entonces el Señor gritará: "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria
del Señor amanece sobre ti! Mira, las tinieblas cubren la tierra; la oscuridad, los
pueblos; pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y
caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora" (Is 60,1-3;
Sal 112,4).
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6. ¿QUIEN ES ESA QUE SUBE DEL DESIERTO?: 3,6-11
a) ¿Quién es ésa?
Todos vienen del desierto del mundo, del país de Canaán. Hijos de padre
amorreo y madre hitita, al venir al mundo, nadie les cuidó. Quedaron expuestos
en pleno campo, repugnantes, agitándose en su sangre. Pero el Señor pasó junto a
la pequeña huérfana, la lavó, cuidó e hizo crecer hasta el tiempo de los amores.
Entonces extendió sobre ella, con Booz sobre Rut, el borde de su manto, cubrió
su desnudez, se comprometió con ella en alianza y la hizo suya (Ez 16).
La hija de Sión regresa a su tierra, abrazando a Dios, que vuelve con ella
del exilio. Del desierto se levanta la nube de humo, semejante a la columna de
polvo que levanta una caravana de peregrinos, que suben a la ciudad santa
cantando los "himnos de las subidas" (Sal 120-134). Es una procesión nupcial. La
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nube emana perfumes de mirra, de incienso y aromas preciosos. Desde los muros
de Jerusalén, los centinelas ven la columna de humo y exclaman: ¿Qué es eso
que sube del desierto? "¿Quién es ése que viene de Edom, vestido de rojo y de
andar tan esforzado? Soy yo, un gran libertador; yo solo he pisado el lagar y la
sangre ha salpicado mis vestidos" (Is 63,1ss).
b) La columna de humo
c) La litera de Salomón
El esposo se muestra siempre solícito con la amada: cuando está lejos viene
a encontrarla (2,8-16); está junto a ella en los momentos más delicados y la toma
en brazos, velando amorosamente su sueño (2,6;3,5); de noche va a visitarla (5,2-
5); manda una litera para recogerla (3,7): Ved la litera de Salomón. Cuando
Salomón, rey de Israel, construyó el Templo en Jerusalén (1Re 6), dijo el Señor:
¡Qué bello es este Templo, que me ha construido Salomón, hijo de David! ¡Qué
bellos son los sacerdotes, cuando extienden sus manos y bendicen a la Asamblea
de Israel! La litera evoca también el Arca de la alianza envuelta en la nube de
incienso que la circundaba durante la marcha por el desierto (Ex 25,10ss;33,9ss)
o al trasladarla procesionalmente a Jerusalén (2Sam 6).
María, Hija de Sión, Madre del Mesías, es la morada de Dios sobre la cual
baja la nube del Espíritu, lo mismo que descendía y moraba sobre la tienda de la
reunión de la antigua alianza (Lc 1,35;Ex 40,35). Ella, envuelta por la nube del
Espíritu, fuerza del Altísimo, está llena de la presencia encarnada del Hijo de
Dios. La imagen del arca, lugar singular de la presencia de Dios para Israel,
aparece como una filigrana en la narración de la visitación de María a Isabel
(Lc 1,39-59). María, que lleva en su seno al Mesías, es el arca de la nueva
alianza. El relato de Lucas parece modelado sobre el del traslado del arca de la
alianza a Jerusalén (2Sam 6,2-16;1Cro 15-16;Sal 132). El contexto geográfico
es el mismo: la región de Judá. El arca de la alianza, capturada por los filisteos,
tras la victoria de David sobre ellos, es llevada de nuevo a Israel en diversas
etapas: primero a Quiriat Yearim y luego a Jerusalén. En ambos
acontecimientos hay manifestaciones de gozo; David y todo Israel "danzan
delante del arca con gran entusiasmo", "en medio de gran alborozo"; "David
danzaba, saltaba y bailaba" (2Sam 6,5.12.14.16). Igualmente, "el niño, en el
seno de Isabel, empezó a dar saltos de alegría" (Lc 1,41.44). El gozo se traduce
en aclamaciones de sabor litúrgico: "David y todo Israel trajeron el arca entre
gritos de júbilo y al son de trompetas" (v.15). También "Isabel, llena del Espíritu
Santo, exclamó a grandes voces" (v.41-42).
"Se abrieron las puertas del templo celeste de Dios y en él apareció el Arca
de la Alianza. Y apareció una gran señal en el cielo: una Mujer" (Ap 11,19ss).
La mujer estaba encinta y, precisamente por ello, revestida de sol. Dios mismo la
había preparado su traje de bodas, cubriéndola con el Espíritu de gloria. Es la
nube que guió al pueblo del éxodo, la que cubrió la cima del Sinaí, la que llenó
la tienda de Dios en el desierto y el templo en el día de su dedicación. Es la
gloria de Dios que, según el anuncio de Isaías (4,5), se extenderá sobre la
asamblea reunida en el monte Sión, cuando lleguen los días profetizados. Es la
nube que cubrió a Jesús en la transfiguración (Mc 9,7). Esta espesa nube de luz,
cargada de la gloria de Dios, cubre a María, revistiéndola de luz. María es la
mujer rodeada de la gloria de Dios. El Espíritu Santo, el Espíritu de la gloria de
Dios (1Pe 4,14), envuelve a María con su sombra luminosa. El Espíritu de gloria
y de poder (Rom 6,4;2Cor 13,4;Rom 8,11) desciende sobre María y la hace
madre del Hijo de Dios.
Esta Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada con doce
estrellas, es la Mujer en trance de dar a luz. Es la Mujer encinta que grita con
los dolores de parto. Son los dolores escatológicos de la Hija de Sión en cuanto
madre: "Retuércete y grita, hija de Sión, como mujer en parto" (Miq 4,10). Con
gran vigor describe Isaías este gran acontecimiento: "Voces, alborotos de la
ciudad, voces que salen del templo. Es la voz de Yahveh, que da a sus enemigos
el pago merecido. Antes de ponerse de parto, ha dado a luz: antes de que le
sobrevinieran los dolores, dio a luz un varón. ¿Quién oyó cosa semejante?
¿Quién vio nunca algo igual? ¿Es dado a luz un país en un día? ¿Una nación
nace toda de una vez? Pues apenas ha sentido los dolores, ya Sión ha dado a luz
a sus hijos. ¿Voy yo a abrir el seno materno para que no haya alumbramiento?,
dice Yahveh. ¿Voy yo, el que hace dar a luz, a cerrarlo?, dice tu Dios. Alegraos
con Jerusalén y regocijaos con ella todos los que la amáis. Llenaos de alegría
con ella los que con ella hicisteis luto" (Is 66,6-10).
El hijo, que la Mujer da a luz, son todos los hijos del pueblo de Israel, los
hijos del nuevo pueblo de Dios. Jesús, en la última cena, inmediatamente antes
de la Pasión y Resurrección recurre a la misma imagen (Jn 16,19-22). Los
dolores de parto de la mujer, con los que compara la tristeza de los discípulos,
son un signo del nuevo mundo que se hace realidad en el acontecimiento
pascual. A través de la Cruz y la Resurrección tiene lugar el alumbramiento del
nuevo pueblo de Dios. Las angustias de la mujer, el odio de la bestia y la
elevación del Hijo hacen presente el misterio pascual, donde nace el nuevo
91
pueblo de Dios, pasando de la muerte a la vida. La resurrección es una nueva
concepción (He 4,25-28).
El varón que la Mujer da a luz es Jesús (Ap 12,5), pero no se trata del
alumbramiento de Belén, sino del nacimiento de Cristo en la mañana de Pascua.
La Resurrección es un nuevo nacimiento. El Padre dice: "Tú eres mi Hijo, yo te
he engendrado hoy" (He 13,32-33). La Resurrección es el "nacimiento" de
Cristo glorificado, el comienzo de su vida gloriosa, de la "elevación del Hijo
hacia Dios y su trono" (Ap 12,5), victorioso sobre el gran dragón. El hijo es,
pues, el Jesús histórico resucitado y glorificado. Pero también es el Cristo total,
Cabeza y miembros, "el resto de su descendencia", sus hermanos, "que guardan
los preceptos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús" (12,17). Estos son
también hijos de la Mujer, los hijos que María ha recibido de Cristo desde la
cruz, los hijos que la Iglesia da a luz a lo largo de los siglos. La maternidad de
María se halla ligada al Gólgota. Allí María es llamada "Mujer" lo mismo que
en el Apocalipsis. Es allí donde la madre de Jesús se convierte en madre del
discípulo, de todos los discípulos de Jesús.
Sesenta valientes la rodean, los más fuertes de Israel. Todos son diestros en
la espada, veteranos en la guerra. Todos llevan al flanco la espada. Los sacerdotes
y levitas, y todos los hijos de Israel son diestros en la Torá, que es como una
espada (Sal 149,6;He 4,12;Ef 6,17). Discuten de ella como guerreros adiestrados
para la batalla. Y cada uno de ellos lleva en su propia carne el sello de la
circuncisión, como la llevó en su carne Abraham (Gén 17,11;Rom 4,11). En
virtud de ella son fuertes, como guerreros que llevan la espada al flanco. Por ello
no tienen miedo de los espíritus malignos, que rondan de noche. La litera de
Salomón avanza protegida por sesenta valientes de Israel, bien adiestrados en la
92
guerra (2Sam 10,7;23,8ss). Están armados, prontos a enfrentarse a los asaltos y
"sorpresas de la noche". La noche es siempre señal de peligro y terror (Jn 3,19s).
El demonio ronda, ante todo, en torno al lecho nupcial para destruir el amor y la
vida (Tob 3,7ss).10
Con el corazón circuncidado en Cristo (Rom 2,29), ceñidos los lomos con
la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, "revestida de las armas de
Dios" la esposa está equipada para "resistir las asechanzas del Diablo" (Ef
6,10-20). Por ello el lecho del rey, es decir, el propio corazón, donde el esposo
aguarda unirse con la esposa, está circundado de los setenta valientes.
e) La tienda de Salomón
97
7. ¡QUE HERMOSA ERES, AMADA MIA!: 4,1-5,1
La literatura sapiencial insiste sobre la belleza del amor, vivido dentro del
marco de la fe, pues sin el temor de Dios no vale nada (Sab 3,13-14;Eclo 16,1-3).
Dentro de la fe se exalta el amor conyugal y se canta a la mujer como "un
tesoro", don de Dios: "Encontrar una mujer es encontrar la felicidad, es alcanzar
el favor de Dios" (Pro 18,22). Semejante felicidad no cae en suerte sino al que
teme a Dios: "Dichoso el esposo de una mujer buena, el número de sus días se
duplicará. Mujer buena es buena herencia, asignada a los que temen al Señor; sea
rico o pobre, su corazón estará contento, y alegre su semblante en todo tiempo"
(Eclo 26,1-4). "La belleza de la mujer recrea la mirada del marido y el hombre la
desea más que nada. Si habla con ternura, a su marido no le falta nada; la esposa
es para él una fortuna, una ayuda semejante a él y columna de apoyo; porque sin
mujer el hombre gime y va a la deriva" (Eclo 36,22-27). "Ella vale más que las
perlas" (Pro 31,10). "Un matrimonio feliz es una bendición de Dios" (Pro 18,22;
19,14; Eclo 26,3.4). "Sol que sale por las alturas del Señor es la belleza de la
99
mujer buena en una casa en orden. Lámpara, que brilla en sagrado candelero, es
la hermosura sobre un cuerpo esbelto. Columnas de oro sobre bases de plata las
bellas piernas sobre talones firmes" (Eclo 26, 16-18). Lo mismo leemos en los
Proverbios: "Sea tu fuente bendita. Gózate en la mujer de tu mocedad, cierva
amable, graciosa gacela: embriagantes en todo tiempo sus amores, su amor te
apasione para siempre. ¿Por qué apasionarte, hijo mío, de una ajena, abrazar el
seno de una extraña? Pues los caminos del hombre están en la presencia de
Yahveh, El vigila todos sus senderos" (5,18-21). No es bueno alabar a "una mujer
bonita" que no es la propia y es preciso desviar los ojos de la "hermosa mujer
ajena" porque "muchos se perdieron por la belleza de una mujer" (Eclo 9,8-9;
23,18-21; Pro 5,2-14; 7,5-27). La literatura sapiencial proclama, por tanto, la
felicidad del esposo de una hermosa mujer, que sea al mismo tiempo fiel y recta,
llena de sentido y temor del Señor, como canta el himno alfabético, escrito en
alabanza de la "mujer perfecta", como conclusión del libro de los Proverbios.
El día en que el rey Salomón ofreció mil holocaustos sobre el altar (1Re
8,62) y su sacrificio fue acogido con agrado por el Señor (1Re 9,3), salió una voz
del cielo que cantó a la Asamblea de Israel: "¡Qué hermosa eres, qué
encantadora!". ¡Qué hermosa! en las buenas obras y ¡qué encantadora! en la
penitencia. ¡Qué hermosa en la circuncisión y en la recitación del Shemá! ¡Qué
bella, amada mía, cuando haces mi voluntad y escrutas mi Torá!. ¡Tus ojos son
como pichones de paloma, dignos de ser ofrecidos sobre el altar! ¡Qué hermosa
en este mundo! y ¡qué encantadora! en el mundo venidero y ¡en los días del
Mesías!
Palomas son tus ojos a través del velo. Estas palabras, pronunciadas al
comienzo del Cantar (1,15), ahora resuenan con nueva fuerza. La amada ha
recorrido una larga historia y se ha vuelto realmente hermosa. El Señor la ha
hecho pasar el mar, la ha lavado en su sangre, la ha ungido con óleo, la ha vestido
de lino y seda, la ha adornado con joyas, collar, anillo y pendientes y la ha
alimentado con flor de harina, hasta hacerla esplendente como una reina (Ez
100
16,1ss). Ahora aparece perfecta a los ojos del amado. Es la amada que desciende
del cielo revestida de la gloria del Señor: "Y vi la ciudad santa, la nueva
Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia
ataviada para su esposo" (Ap 21,2).
Tras el elogio de los ojos, alaba los cabellos, que son como un hato de
cabras, que ondulan por el monte Galaad. Las colinas suaves de Galaad, ricas en
arbolado y buenos pastos, se orlan de cabras y ovejas (Gén 31,21), que ondulan
como los cabellos de la amada, agitados por el viento. San Pablo dice que la
gloria de la mujer son los cabellos, que le han sido dados como velo (1Cor
11,15). Pero no se trata de los cabellos externos: "Las mujeres, vestidas
decorosamente, se adornen con pudor y modestia, no con trenzas ni con oro o
perlas o vestidos costosos, sino con buenas obras, como conviene a mujeres que
han hecho profesión de piedad" (1Tim 2,9-10). La cabellera, gloria de la Iglesia,
es la multitud de sus hijos, con los que "se reviste como con velo nupcial" (Is
49,18).
Tras los ojos y los cabellos elogia los dientes: Tus dientes, rebaño de ovejas
prontas para ser esquilado, recién salido de bañar. Cada oveja tiene mellizos; no
hay ninguna estéril. Recién lavadas para el esquileo, las ovejas blanquean sobre
el prado verde (Sal 65,14). El espectro de colores -rojo, verde, blanco, dorado-,
da una sensación de frescura, vitalidad y vigor al rostro de la amada. La blancura
de la lana, como punto de comparación, es proverbial en la Escritura (Sal
147,16;Is 1,18;Dan 7,9). Recién salido de bañar, es decir, al salir de las aguas del
bautismo, cada oveja tiene mellizos; no hay ninguna estéril. Por la fe y el
testimonio de vida, cada bautizado se hace apóstol, dando fecundidad a la madre
Iglesia. Los dientes blancos, que deja ver la amada cuando sonríe, no son
hermosos cuando falta uno. Así los hijos de Israel, cuando están unidos son
bellos, como la sonrisa de la amada. Al pastor de Israel no le agrada la soledad.
Manda siempre de dos en dos a sus discípulos, pues sólo está presente donde hay
dos o más reunidos en su nombre (Mc 6,7; Mt 18,19s). Los doctores y maestros,
como dientes, desmenuzan y rumian el pan de la Palabra de Dios, para darlo
masticado a los demás. Para cumplir su misión sus dientes, rebaño de ovejas
recién salido de bañar, deben haber sido bañados, "purificados de toda mancha de
la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios" (2Cor
7,1).
c) Tu hablar es melodioso
Melodiosos son los labios del Sumo Sacerdote que pronuncia ante el Señor
la oraciones en el día de la expiación. Sus palabras cambian los pecados de Israel,
rojos como escarlata, en blancos como lana pura (Is 1,18). Los predicadores,
labios de la Iglesia, purificados con la sangre del Señor, llevan siempre en su
boca el anuncio de la redención, realizada mediante la sangre del Señor. La
profesión de fe en la pasión de Cristo y el amor a los hombres redimidos con la
sangre de Cristo forman un lazo de escarlata en sus labios. La cinta escarlata es,
pues, la fe que actúa por medio del amor (Gál 5,6). Con este lazo de amor se
abren los labios en la predicación: "Pues si confiesas con tu boca que Jesús es
103
Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo.
Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa
para conseguir la salvación" (Rom 10,9-10). Con la predicación, la Iglesia recoge
los frutos de la redención de Cristo y se hacen sus mejillas, medias granadas tras
el velo.
Sigue el elogio de los dos pechos: Tus dos pechos, con dos cervatillos,
mellizos de gacela, pastan entre azucenas. La gacela es uno de los animales
salvajes más bellos. Su cuerpo es fino, ágil, elegante, camina con la cabeza
alzada y ojos vivos. Es toda agilidad, soltura y gracia como la amada. Sus dos
pechos son como Moisés y Aarón (Ex 6,20), que eran como dos crías mellizas de
gacela y pastorearon al pueblo de Israel durante cuarenta años en el desierto,
alimentándolo con el maná, las codornices y el agua de la fuente de Myriam (Ex
15,22-16,32). Desde su nacimiento Israel es uno, pero nutrido siempre por dos
pechos iguales e inseparables como los dos montes de Siquén, Garizim y Eval:
Efraím y Judá, Moisés y Aarón, Pedro y Pablo, apóstoles y profetas. El Mesías se
mostrará transfigurado entre Moisés y Elías, sobre la Ley y los Profetas (Mt
17,1ss).
Antes que sople la brisa del día y huyan las sombras, me iré al monte de la
mirra, a la colina del incienso. La brisa es el Espíritu Santo, que aspira donde
104
quiere y conduce donde quiere (Jn 3,8). El Espíritu Santo, con su soplo, aleja las
sombras de la noche y trae la luz del día. Los regenerados por el Espíritu (Jn
3,15) se hacen hijos de la luz e hijos del día (1Tes 5,5). En ellos crece la palabra
como en tierra buena (Lc 8,15), donde pueden pastar los cervatillos, que se
nutren de leche, como recién nacidos (1Cor 3,1-2). La Iglesia, como madre, cuida
así a sus hijos (1Tes 2,7). Por ello, Cristo dice a sus discípulos: Antes que sople la
brisa, antes que surja la aurora de la resurrección, "os conviene que yo me vaya"
al monte de la mirra, a la colina del incienso, pues he venido para dar mi vida, en
ofrenda de incienso al Padre, por el mundo. "Os conviene que yo me vaya,
porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito, pero si me voy, os lo
enviaré" y hará huir las sombras. Pues "cuando él venga, convencerá al mundo de
pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque me voy al Padre; y de juicio,
porque el Príncipe de este mundo está juzgado" (Jn 16,7ss). La mirra es la resina
olorosa que emana del tronco y de las ramas del arbusto pequeño, herido con el
hacha. Semejante al arbusto de la mirra es el del incienso; con una incisión en su
tronco exuda el líquido, que cae gota a gota, con su fuerte olor. La esposa herida
de amor destila incienso y mirra.
Cuando tú me mirabas,
su gracia en mí tus ojos imprimían,
por eso me adamabas,
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti vían.
105
Los puros de corazón ven a Dios (Mt 5,8). Esta visión de Dios es
inagotable, pues cada manifestación de Dios suscita el deseo de una mayor
manifestación. La fuente, que sacia la sed, enciende nuevamente la sed: Ven del
Líbano, novia mía, ven del Líbano conmigo. La fuente misma dice: "Si alguno
tiene sed, venga a mí y beba" (Jn 7,37). Quien ha gustado el agua,
experimentando cuán bueno es el Señor (1Pe 2,3), desea beber de nuevo. A ello
invita el amor con sus continuos y repetidos reclamos: "Ven, amada mía", "ven,
paloma mía", "ven al reparo de la roca", "ven del Líbano, esposa mía". Ven tú,
que me has seguido en las experiencias pasadas y has llegado conmigo al monte
de la mirra, donde has sido sepultada conmigo en el bautismo, ven tú, que has
llegado conmigo al monte del incienso, donde te has hecho partícipe de mi
resurrección (Rom 6,4).
¡Me robaste el corazón, hermana mía! Más aún, María, la Hija de Sión, la
Virgen fiel, esposa y madre, le ha dado un corazón de carne para amar hasta el
extremo a los hombres (Jn 13,1). El corazón de Cristo no conoce la apatía, sino la
pasión que le lleva a morir en la cruz. Toda su vida manifiesta este amor pasional
de Dios por el hombre. Vive frente a la muerte, curando enfermos, acogiendo
leprosos, no vengando pecados sino perdonándolos, es decir, combatiendo contra
la muerte, hasta entrar en ella para aniquilarla. Jesús se entregó libremente al
combate con la muerte, tomó espontáneamente el camino de Jerusalén, donde
mueren los profetas. Sobre la cruz su corazón fue traspasado (Jn 19,34;Zac
12,9s): "El soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores. Sus
cicatrices nos curaron" (Mt 8,17). "Sí, os lo aseguro, si el grano de trigo no cae
en tierra y muere, queda solo; en cambio, si muere, da fruto abundante" (Jn
12,24). La esterilidad del grano, que no quiere caer en tierra y morir, es la muerte
más absurda, ya que es una muerte sin esperanza. "El que quiera salvar su vida,
la perderá, pero quien pierde su vida, la encuentra", la está haciendo fecunda,
eterna. Entregar la vida es salir de uno mismo, amar, exponerse y darse. En esta
enajenación se hace viviente la propia vida, ya que vivifica otras vidas. Quien
vive verdaderamente la vida, puede también morir. Quien ya está muerto no pude
morir por nadie ni por nada. O, si se quiere, una vida no vivida, en apatía, puede
no morir, pero no es vida. La apatía pretende ahorrarnos la muerte y por eso nos
desposee de la vida. El amor, en cambio, hace de la vida una pasión, haciéndonos
capaces de sufrir. Mirar a la pasión de Dios y a la historia de la pasión de Cristo
107
nos lleva de la muerte a la vida e impide que nuestro mundo se hunda en la
apatía.
¡Qué bellos son tus amores, hermana y novia mía! ¡Que sabrosos tus
amores! ¡más que el vino! ¡Y la fragancia de tus perfumes, más que todos los
bálsamos! El amado devuelve a la amada el elogio que la amada le hizo (1,2s).
Robándole el corazón, ha recibido de él toda su belleza; se ha hecho semejante a
él. La única diferencia es que, hallándonos nosotros siempre llenos de
necesidades y deseos, la amada se fija en la bondad del amor; el esposo, en
cambio, se complace desinteresadamente en la belleza del amor de la amada. Su
mirada de amor halla en la amada todas sus delicias (Lc 1,30). En la Iglesia, el
invisible se hace visible. Aquel, a quien nadie vio jamás (Jn 1,18), porque habita
en una luz inaccesible (1Tim 6,16), se ha dejado ver en Cristo, cabeza de la
Iglesia, que es su cuerpo. Mediante la incorporación de los llamados a la
salvación, él va edificando su cuerpo hasta que alcance el estado de hombre
perfecto, la madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4,12-13). Para ello da forma al
rostro de la Iglesia con su misma impronta (Ef 5,27). La Iglesia muestra la
belleza de los amores de Dios y expande la fragancia de su vida divina: "Si
habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo
sentado a la derecha de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra.
Porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando
aparezca Cristo, vida vuestra, también vosotros apareceréis gloriosos con él" (Col
3,1-4).
Dios unge con óleo de alegría de modo que "los vestidos huelen a mirra,
áloe y casia" (Sal 45,9). El perfume del vestido de los sacerdotes (Lv 8,30; Ex
30,22-25) es como perfume de incienso. Pero el que proclame las palabras de la
Torá y no consiga que resulten tan agradables a los oyentes como una novia
resulta agradable en el día de su boda, más le valiera no haber hablado. La
fragancia de los vestidos es símbolo de las bendiciones de Dios (Gén 27,27). La
amada exhala el aroma del amado y destila la miel de su palabra, eco de la
palabra del amado. Cantar a la amada es un canto al amado, a quien ella debe su
ser, su hablar y toda su vida. Gota a gota, palabra a palabra, la amada difunde la
sabiduría bebida en la fuente de la Sabiduría. No es como la palabra de la mujer
perversa, "cuyos labios destilan miel y su paladar es más dulce que el aceite, pero
luego es amarga como ajenjo, mordaz como espada de dos filos, pues conduce a
la muerte" (Pr 5,3-4). En cambio, la Sabiduría del Señor lleva a la vida: "Come
miel, hijo mío, porque es buena, el panal de miel es dulce al paladar. Es sabiduría
para tu alma; si la hallas, hay un mañana y tu esperanza no fracasará" (Pr 24,13s).
La miel del panal del Señor ilumina los ojos (1Sam 14,27).
109
Unidos en matrimonio, Cristo y la Iglesia, se dan el uno al otro su amor y se
ensalzan mutuamente, repitiéndose las mismas palabras de amor. Revestida de
Cristo, la esposa es asimilada a Cristo, llevando la impronta de su divinidad, la
fragancia del incienso, los frutos del Espíritu de Dios: amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí (Gál 5,22).
Es lo que destila el vestido de la esposa, cuyo "ser corruptible se ha revestido de
incorruptibilidad; y su ser mortal se ha revestido de inmortalidad" (1Cor 15,53).
f) Jardín cerrado
Eres jardín cerrado, hermana mía, novia, huerto cerrado, fuente sellada.
Huerto cerrado son las vírgenes, custodiadas y escondidas en las tiendas. Y
fuente sellada son las mujeres casadas, castas como el jardín del Edén, donde
sólo los justos pueden entrar; están selladas como fuente de agua viva que mana
bajo el árbol de la vida y se divide en cuatro brazos (Gén 2,10); si no estuviese
sellada con el Nombre grande y santo estallaría, desbordándose hasta inundar
todo el mundo (Gén 8,2). El Cantar evoca constantemente el Paraíso
(6,1;6,11;8,13). Los profetas comparan a Israel, al entrar en los tiempos
escatológicos, con un jardín lleno de verdor, saturado de fragancias deliciosas,
regado por aguas y colmado de frutos maravillosos (Os 14,6-7; Ez 36,35; Is 51,3;
61,11).
El huerto cerrado con su fuente sellada es el jardín del Edén donde Dios
acoge al hombre y lo colma de bienes y consuelos (Sal 46;Eclo 24). Cerrado por
el pecado, custodiado por la espada de fuego (Gén 3,24), lo abre Cristo con la
llave de la cruz, árbol de vida eterna, donde nos ha desposado el Señor. El esposo
elogia la fidelidad de la esposa, que ha mantenido toda su agua para el esposo:
"Bebe el agua que brota de tu pozo. ¿Se va a desbordar por fuera tu manantial,
las corrientes de agua por las plazas? Que sean para ti solo, sin repartirlas con
extraños. Sea bendita tu fuente, embriágate de sus amores y que su amor te
apasione siempre" (Pr 5,15ss). Jardín cerrado al diablo, abierto al esposo; fuente
sellada con el sello del Espíritu de Cristo.
El jardín necesita de una fuente para que no se agosten sus árboles. Por ello
el Cantar añade: fuente sellada. El agua de la sabiduría de Dios, encauzada a
regar la plantación de Dios, hace que exhale el perfume de nardo y azafrán, caña
aromática y canela, con todos los árboles de incienso, mirra y áloe, con los
mejores bálsamos y aromas. Es el perfume del Espíritu, "que todo lo sondea,
hasta las profundidades de Dios" (1Cor 2,10); al comunicárselo a la esposa del
Hijo de Dios, desbordada por tanta gracia, exclama: "¡Oh abismo de la riqueza de
la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e
inescrutables sus caminos!" (Rom 12,33). Sólo con balbuceos y símbolos del
paraíso o de la tierra prometida, que mana leche y miel (Ex 3,8.17), puede
expresar lo inefable de la comunicación de Dios. El alma, más que habitar en el
jardín del Edén, se convierte ella misma en jardín, y ya, no como al principio,
jardín abierto, sino cerrado, bien custodiado por el Amado. Y al mismo tiempo
que jardín, se hace también fuente de aguas vivas (Jr 2,13), que fluyen del
Líbano, para cuantos tienen sed. De su boca brotan palabras de vida que apagan
la sed de cuantos las beben con el oído de la fe. El Señor se la ofrece a la
Samaritana: "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: 'dame de
beber', tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.., y el que beba del
agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se
convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna" (Jn 4,10-14). Se
trata del don del Espíritu Santo: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba, pues el
que crea en mí, como dice la Escritura, de su seno correrán ríos de agua viva.
Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él" (Jn
7,37-39).
Con razón se dice de la esposa: La fuente del jardín es pozo de agua viva,
que fluye del Líbano. El pozo normalmente no fluye como la fuente, pero tiene
aguas frescas, aguas vivas (Gén 26,19). "Dios es un manantial de aguas vivas y
no una cisterna agrietada, que no retiene el agua" (Jr 2,13;17,13). Las aguas de
Siloé guían al pueblo con dulzura (Is 8,6) más excelente que el vino. Estas fluyen
del Líbano para irrigar la tierra de Israel; de hecho, los hijos de Israel estudian los
preceptos de la Torá, que son como fuente de agua viva (Jr 2,13; Is 55,1). En el
altar del Templo, construido en Jerusalén y llamado Líbano, se derrama el agua
en libación. Las aguas de Dios fluyen frescas como las que brotan del Líbano. La
amada es graciosa y alegre, transparente como agua de fuente y de torrentes.
111
Tus brotes, un paraíso de granados, con frutos exquisitos: nardo y azafrán,
caña aromática y canela, con todos los árboles de incienso, mirra y áloe, con los
mejores bálsamos y aromas. El granado es un árbol frondoso, de flores rojas,
delicadas. Su fruto, con sus múltiples celdillas para cada grano rojo, es símbolo
de la fertilidad. La hija de Sión ha dado el fruto bendito de su seno, cumpliéndose
en ella lo anunciado por los profetas: "El Señor consuela a Sión, pues convertirá
su desierto en un edén, su yermo en paraíso del Señor" (Is 51,3); "el Señor será
rocío para Israel, que florecerá como azucena y arraigará como álamo; echará
vástagos, tendrá la lozanía del olivo y el aroma del Líbano; volverán a morar a su
sombra, revivirán como el trigo, florecerán como la vid, serán famosos como el
vino del Líbano" (Os 14,6-7); "volverán a labrar la tierra asolada, después de
haber estado baldía a la vista de los caminantes, que exclamarán: Esta tierra
desolada está hecha un paraíso" (Ez 36,34s).
San Agustín dice: En el huerto del Señor no sólo hay las rosas de los
mártires, sino también los lirios de las vírgenes y las yedras de los casados, así
como las violetas de las viudas. En la Iglesia, comunión de los renacidos en
Cristo, los estados de vida están de tal modo relacionados entre sí que están
ordenados el uno al otro. Son modalidades diversas y complementarias de vivir la
universal vocación a la santidad en la perfección del amor. Los estados de vida
están al servicio del crecimiento de la Iglesia, se coordinan dinámicamente en su
única misión: ser imagen del amor de Dios. De este modo, el único e idéntico
misterio de la Iglesia revela y vive, en la variedad de vocaciones, la infinita
riqueza del misterio de Cristo. Así la Iglesia es como un campo espléndido por su
variedad de plantas, flores y frutos. San Ambrosio dice: Un campo produce
muchos frutos, pero es mejor el que abunda en frutos y flores. Ahora bien, el
campo de la santa Iglesia es fecundo en unas y otras. Aquí puedes ver florecer las
gemas de la virginidad, allá la rica cosecha de las bodas bendecidas por la Iglesia,
que colma de mies abundante los grandes graneros del mundo; los lagares del
Señor Jesús sobreabundan además de los frutos de vid lozana, frutos de los
cuales están llenos los matrimonios cristianos.
¡Levántate, cierzo, ven ábrego! ¡Orea mi huerto, que exhale sus aromas!
¡Entre mi Amado a su jardín y coma sus frutos exquisitos! La amada lanza una
llamada a los vientos del norte y del sur, a los vientos fríos y a los cálidos, para
que corran por el jardín y le hagan exhalar todos sus aromas ocultos. Y tras
invocar el soplo del viento, invita a entrar al amado. Es su jardín, pues él le ha
hecho florecer. En él entra el amado y se deleita con los frutos de la amada, que
el viento de su Espíritu desprende de ella. En el jardín de delicias de la amada
puede recrearse con todos sus sentidos: vista, tacto, gusto y olfato.
112
O quizás lo que pide la esposa a Dios es que aleje al viento cierzo, según su
promesa: "Alejaré de vosotros al que viene del norte y le echaré hacia una tierra
de aridez y desolación" (Jl 2,20). En cambio, implora el don del viento ábrego,
que es el soplo del Espíritu de Dios: "Viene Dios de Temán, el Santo, del monte
Parán. Su majestad cubre los cielos, de su gloria está llena la tierra" (Hab 3,3).
Con el soplo del Espíritu Santo el huerto, el corazón de la esposa dará los frutos
que agradan al Esposo, cuyo alimento es hacer la voluntad del Padre y llevar a
cabo su obra (Jn 4,34). Levántate, cierzo, y llévate contigo las sombras de la
noche, tú que soplas hacia el Occidente, la región de las tinieblas. Levántate y
vete, para que yo no me aleje del Oriente, instalándome en la confusión de Babel
(Gén 11,2). Levántate cierzo y huye con tus pretensiones de grandeza, para que
venga el ábrego y me lleve hacia Oriente, hacia el Sol de justicia, mi Señor. Vete,
cierzo, para que venga el ábrego, pues no hay nada en común entre la justicia y la
iniquidad, entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y Belial (2Cor 6,14). Sólo si se
disipan las tinieblas, brilla la luz: "Los que viven en la carne, desean lo carnal;
mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne
son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne
llevan al odio a Dios, de modo que los que están en la carne no pueden agradar a
Dios. Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de
Dios habita en vosotros" (Rom 8,5-9).
Dichoso el jardín que tiene a Cristo como labrador, pues al tiempo oportuna
dará frutos variados: el buen perfume de la mirra en el tiempo de la purificación
de los miembros terrenos (Col 3,5); pan que nutre y fortifica en el tiempo de
crecimiento hasta lograr la estatura del hombre adulto, condimentado con la miel
del panal, pan de la resurrección. Y para los sedientos no falta el vaso de leche y
la copa de vino. Los amigos son sus hermanos más pequeños (Mt 25,40), sus
discípulos, invitados a disfrutar de los frutos del jardín: ¡Comed, amigos míos,
114
bebed, embriagaos, hermanos míos! "Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan
y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: "Tomad comed, éste es
mi cuerpo. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: Bebed
de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por
muchos para perdón de los pecados" (Mt 26,26-28). Es la invitación a la "sobria
embriaguez", de la que gozan quienes se nutren de la abundancia de la casa del
Señor, como Pablo (2Cor 5,13) y Pedro (He 10,10-16).
116
Yo dormía se puede entender de otra manera. Después de los hechos
salvadores del Exodo, Israel pecó; se durmió y el Señor lo entregó en manos de
Nabuconosor, rey de Babilonia, que lo llevó al exilio. En el exilio los hijos de
Israel eran como un hombre adormilado que no sabe despertarse de su sueño. La
voz del Espíritu les amonestaba mediante los profetas para despertarlos del sueño
de su corazón: "¡Despierta, despierta, Jerusalén" (Is 51,17). "Despierta, despierta,
levántate, Jerusalén prisionera" (Is 52,1s). Es el sueño del perezoso: "Un poco
dormir, otro poco dormitar, otro poco tumbarse con los brazos cruzados; y llegará
como vagabundo tu miseria y como un mendigo tu pobreza" (Pr 6,10s). Es el
sueño de Jonás bajo la retama, que le lleva a desear la muerte (4,8s). Es el sueño
de la tibieza, que amenaza al justo, que se cree rico y se duerme, perdiendo el
celo de sus comienzos, exponiéndose a ser vomitado por el Señor (Ap 3,14ss). Es
el sueño de Israel en su espera del Mesías, es el sueño de las vírgenes necias, que
se quedan fuera del banquete de bodas por no tener aceite en las alcuzas (Mt
25,1ss). "Velad y orad, dice el Señor a sus discípulos, para no caer en tentación,
porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mt 26,41).
Cada día el Esposo deja oír su voz: ¡Abreme! Y da a la amada las llaves
para abrirle la puerta. Las llaves son los nombres que le da: hermana mía, amiga
mía, paloma mía, mi perfecta. Si uno quiere abrir las puertas del alma para que
entre el rey de la gloria (Sal 23,7-9), ha de hacerse hermano suyo, acogiendo su
palabra y haciendo la voluntad del Padre (Mc 2,35); amigo suyo, para que le
revele todos los misterios del Padre (Jn 15,15); paloma suya perfecta, que no en
la carne, sino en el Espíritu (Rom 8,4ss). Con estas llaves se abre al Esposo, cuya
cabeza destila el rocío y el relente de la noche, con que arroja del seno de la tierra
las sombras de la muerte (Is 26,19). Tomó entonces la palabra el Señor y dijo:
"¡Arrepentíos y convertíos!" (Jr 3,12s). Abre tu boca, grita (Lam 2,18s), hermana
mía, amada mía, Asamblea de Israel, que eres como una paloma por la perfección
de tus obras. Mira que mis cabellos están llenos de tus lágrimas, empapados de
rocío; y mis rizos están llenos del relente de tus ojos, pues "llora que llora por la
noche Jerusalén y las lágrimas surcan sus mejillas" (Lam 1,2).
Oh Cristo, Verbo del Padre, tú has descendido como lluvia sobre el campo
de la Virgen y, como grano de trigo perfecto, has aparecido allí donde
ningún sembrador había jamás sembrado y te has convertido en alimento
del mundo... Nosotros te glorificamos, Virgen Madre de Dios, vellón que
absorbió el rocío celestial, campo de trigo bendecido para saciar el
hambre del mundo.
Gotas de rocío, que caen de los rizos de la Cabeza, Cristo, sobre su cuerpo,
la Iglesia, son las palabras de sus apóstoles. Son simples gotas de rocío de la
fuente inagotable de la Palabra. Pablo no se cansa de repetir: "Parcial es nuestra
ciencia, parcial nuestra profecía. Cuando venga lo perfecto desaparecerá lo
parcial" (1Cor 13, 9-10;Flp 3,13). La fuente es inagotable; siempre queda en ella
agua para apagar la sed: "Jesús, puesto en pie, grita: Si alguno tiene sed, venga a
mí y beba el que cree en mí" (Jn 7,37).
Cristo resucitado encuentra a los discípulos con las puertas cerradas por el
miedo. El llama, les anuncia la paz y les muestra las manos y el costado (Jn
20,19ss). Ocho días después vuelve y dice a Tomás: Abreme tu corazón con la
llave de la fe, "ven, acerca aquí tu dedo, mete tu mano en mi costado y no seas
incrédulo, sino creyente". Y con Tomás nos dice a nosotros: "Dichosos los que no
han visto y han creído". Tocar a Cristo o ser tocado por Cristo es lo que
estremece las entrañas hasta la confesión de fe: "¡Señor mío y Dios mío!" (Jn
20,24ss).
c) La mano en la cerradura
Como hija de Abraham, en vez de pensar en sus pies, debería pensar en los
pies del viajero que visita su tienda: "Permitid que os traiga un poco de agua, os
lavaréis los pies y reposaréis a la sombra de este árbol" (Gén 18,4). Como se
siente pura, porque se ha lavado los pies, ignora que necesita que el amado la
lave toda entera para ser realmente pura de todas sus inmundicias: "Cuando haya
lavado el Señor la inmundicia de las hijas de Sión y haya limpiado las manchas
de sangre del interior de Jerusalén, entonces extenderá Yahveh sobre el monte de
Sión el resplandor de su gloria" (Is 4,4ss). Por ello el Señor le responde por
medio de los profetas: Yo también he quitado mi Shekinah de en medio de ti (Ez
10,18s), ¿cómo podría volver? Puesto que tú has hecho obras malas y yo he
santificado mis pies de tu impureza, ¿cómo podría volver a mancharlos en medio
de ti con tus obras malas? ¿Has olvidado mi palabra "Este es el lugar de la planta
de mis pies, aquí habitaré en medio de los hijos de Israel para siempre y no
contaminarán más mi santo Nombre con sus prostituciones" (Ez 43,7)?
Quien se ha lavado los pies para pisar la tierra santa (Ex 3,5), ¿cómo va a
mancharlos otra vez? Moisés, que preparó las vestiduras sacerdotales según el
modelo celeste que se le mostró en el Monte (Ex 28,4ss), no preparó sandalias
para los pies. El sacerdote, que camina sobre tierra santa, no puede llevar en sus
pies calzado de animales muertos. Por ello el Señor prohíbe a sus discípulos
llevar sandalias (Mt 10,10) o caminar sobre el camino de los paganos (Mt 10,5).
121
El Señor es el camino, por donde marchan quienes se han despojado de la
vestidura del hombre muerto. La esposa ha comenzado a caminar por esa vía; el
Señor le ha lavado los pies y se los ha secado (Jn 13,5), ¿cómo volver a
ensuciarlos?. Quien, por el bautismo, ha sido lavado, apoya sus pies sobre la roca
y no sobre el fango: "Me sacó de la fosa fatal, del fango cenagoso; asentó mis
pies sobre la roca, consolidó mis pasos" (Sal 39,3). La roca es el Señor (1Cor
10,4), que es luz (Jn 1,4; 8,12) y verdad (Jn 14,6), incorruptibiliadad (1Cor
15,53-57) y justicia (1Cor 1,30), virtudes con que está empedrada la vía de la
santidad. Quien camina por esta vía, sin desviarse ni a derecha ni a izquierda,
encuentra al Señor: Mi Amado metió la mano por la cerradura y se me
estremecieron las entrañas. La voz del Amado le hace presente. Un pequeño
resquicio es suficiente para que él meta su mano y toque en lo más íntimo al
alma. La mano o potencia de Dios hace exultar, estremece el ser del hombre,
como saltó de gozo Juan en el seno de su madre ante la presencia del Señor en el
seno de María (Lc 1,44). Es la exultación de los ciegos, cojos, leprosos y muertos
a los que el Señor curó tocándoles con la potencia de su mano.
d) Le busqué y no le hallé
Con la muerte del hombre viejo se da muerte a todas las pasiones; los dedos
destilan mirra, es decir, la mortificación de las pasiones. La palabra dedos
especifica las diversas formas, distintas unas de otras, de las pasiones. Es como si
dijera: con la fuerza de la resurrección he dado muerte a los miembros terrenos
(Col 3,5); pues ni es suficiente dar muerte a la intemperancia, si se alimenta el
orgullo, la envidia, la ira, la ambición o cualquier otra pasión; si una vive en el
interior, no es posible que los dedos destilen mirra. Si el grano de trigo no muere,
no brota la espiga (Jn 12,24). La muerte precede a la vida; sólo por la muerte se
llega a la vida. Por ello, el Señor dice: "Yo doy la muerte y la vida" (Dt 32,39).
Así Pablo, muriendo, vivía (2Cor 6,9-10); cuando estaba débil, entonces era
fuerte (2Cor 12,10); encadenado, seguía su carrera (He 20,22-24): "pues
llevamos este tesoro en vasos de barro para que aparezca que una fuerza tan
extraordinaria es de Dios y no de nosotros. Llevamos siempre en nuestro cuerpo
123
el morir de Jesús, a fin de que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida" (2Cor 4,7ss).
127
9. ¡ASÍ ES MI AMADO! : 5,9-6,3
128
Sin embargo, el amigo siguió amándonos a nosotros que, dudando de su
amor, pecamos; por nosotros dio la vida en la cruz. Con gozo la esposa se
muestra herida por su amor. Dios es amor (1Jn 4,16) y su amor penetra el
corazón mediante la flecha de la fe: este dardo, que hiere a la esposa, es la fe que
actúa en la caridad (Gál 5,6). Tal herida de amor hace brillar el rostro de la
esposa, haciéndola la más bella de las mujeres. Su esplendor lleva a las hijas de
Jerusalén a dar gloria al Esposo (Mt 5,16); por ello preguntan: ¿En qué se
distingue tu Amado de los otros, oh la más bella de las mujeres? ¿Cómo
podremos conocerlo, si no es posible hallarlo, si no responde cuando se le llama,
si no se deja aferrar cuando se le halla? Quítanos también a nosotras el velo de
los ojos, como han hecho contigo los guardias de la ciudad, para que podamos
caminar tras él. Indícanos las señales para que también nosotras podamos amarlo,
heridas con la flecha de su amor.
La esposa, herida de amor, exclama: "Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey. Eres el más bello de los hombres, en tus labios se
derrama la gracia..." (Sal 44,1ss). Y vuelta a las hijas de Jerusalén, despojada del
velo, con los ojos del espíritu iluminados (2Cor 3,13-16), les describe los rasgos
del cuerpo glorioso de Cristo (Flp 3,21), el Esposo amado: Mi Amado es
fulgurante y encendido, distinguido entre diez mil. Mi Amado, por quien todo fue
hecho (Jn 1,1-4), "se hizo carne y puso su morada entre nosotros y hemos
contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de
gracia y de verdad" (Jn 1,14-15). ¡Grande es el misterio de la piedad: El se ha
manifestado en la carne! (1Tim 3,16). "Siendo de condición divina, se despojó de
sí mismo tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres;
se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual
Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2,6ss).
Este es el Amado, la Palabra hecha carne, "que hemos visto con nuestros
ojos y hemos contemplado y tocado con nuestras manos" (1Jn 1,1). Es fulgurante
y encendido, distinguido entre diez mil. Hecho hombre, en todo semejante a
nosotros menos en el pecado (Heb 5,15), concebido por la potencia del Altísimo,
129
que como una sombra cubrió el seno virginal de María, el Amado es distinguido
entre diez mil. Pues como eternamente fue engendrado por el Padre sin concurso
de madre, en el tiempo fue concebido por la Madre sin intervención del varón.
Así es engendrado constantemente como primogénito de una multitud de
hermanos (Rom 8,29), quienes, acogiendo la Palabra y haciendo la voluntad del
Padre, se hacen su madre, concibiéndolo en sí mismos. El es también
primogénito de entre los muertos (Col 1,18), el primero que deshizo los lazos de
la muerte y, mediante su resurrección, abrió para todos el camino de la vida. El
nacimiento del agua (Jn 3,5) es la regeneración de los muertos, con la que
seguimos al Primogénito de la nueva creación (Col 1,15).
130
ellas cae la lluvia que riega los campos vivientes de la plantación de Dios (1Cor
3,7-9).
En la "gran nube de testigos" (Heb 12,1) destacan los apóstoles, que fueron
primeramente negros como el cuervo: uno publicano, otro ladrón, otro
perseguidor, carnívoros y que "sacan los ojos" (Pr 30,17). Así lo testimonia
Pablo: "Vosotros estabais muertos en vuestros delitos y pecados, viviendo según
el proceder de este mundo; así vivíamos también nosotros en otro tiempo, en las
concupiscencias de nuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los
malos pensamientos, destinados como los demás a la Cólera. Pero Dios, rico en
misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de
nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo y con él nos resucitó y nos
hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Ef 2,1-10). Nunca olvida Pablo que él,
antes de unirse como rizo a la Cabeza, a Cristo, era blasfemo, perseguidor e
insolente: "Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor
nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio, a mí,
que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontré
misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad. Y la gracia de nuestro
Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús. Es
cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al
mundo a salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo. Y si encontré
misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su
paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de obtener vida eterna" (1Tim
1,12-16). Bañado en el rocío de la gracia de Cristo, Pablo destiló por toda la
Iglesia la palabra de la salvación, de la que era testigo personal. Y lo mismo
Pedro, Mateo y los demás apóstoles. Llenos del rocío del Espíritu, son corona de
la Cabeza: "Has puesto en tu cabeza una corona de piedras preciosas" (Sal 20,4),
como una palmera rica en racimos.
131
Los ojos, según el Apóstol, están unidos a las manos, pues "no puede el ojo
decir a la mano: ¡no te necesito!" (1Cor 12,21). Los ojos, cuya misión es ver, son
los encargados de guiar la acción de las manos. Los ojos son puestos como
centinelas (Ez 3,17; 33,7) para vigilar la vida de los fieles de la Iglesia. Por eso
son como palomas, es decir, iluminados por el Espíritu Santo, que se manifestó
en forma de paloma junto a las aguas (Jn 1,32). Quien ha sido puesto como ojos
en la Iglesia necesita sumergirse en las aguas purificadoras, para revestirse de la
humildad y mansedumbre de las palomas (Mt 10,16). Bañándose en leche, dice la
esposa, es decir, en el líquido que no refleja la imagen de quien se mira en ella.
Los ojos no son para verse a sí mismos, sino para ver y mostrar a Cristo. Dicho
de otro modo, quienes están al frente de la Iglesia no se buscan a sí mismos, ni su
gloria, ni sus intereses personales, sino que buscan únicamente la gloria de
Cristo. Reposan junto a las aguas de la vida y no junto a los canales de Babilonia
(Sal 136,1), para no escuchar el reproche divino: "Me dejaron a mí, Manantial de
aguas vivas, para hacerse cisternas agrietadas, que no retienen el agua" (Jr 2,13).
Dan frutos abundantes si están "como árbol plantado junto a corrientes de agua,
que da fruto a su tiempo" (Sal 1,3). En cambio, si se alejan de la Palabra, yendo
en pos de la cisterna agrietada de la avaricia, la vanagloria o la soberbia, serán
"ciegos que guían a otro ciego, cayendo ambos en el hoyo" (Lc 6,39).
Esta palabra de vida para todos es la que anuncia el enviado del Señor. Por
ello, a continuación, la esposa se fija en los labios: Sus labios son lirios, que
destilan mirra fluida. La mirra, que destila de la boca y nutre a quienes la acogen,
es la llamada a conversión, a dar muerte al hombre de pecado, para resucitar a
una vida nueva, esplendorosa como los lirios. Así se presentó Pedro, lleno del
Espíritu Santo, el día de Pentecostés, suscitando la compunción en quienes le
escuchaban, de modo que preguntaron: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Y
Pedro les contestó: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el
nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del
Espíritu Santo" (He 2,37ss). Lo mismo hizo en casa de Cornelio, donde, apenas
escuchada su palabra, cuantos estaban congregados fueron sepultados con Cristo
mediante el bautismo y recibieron la vida de resucitados, mediante el don del
Espíritu Santo (He 10,34-38; Col 2,12-13; Rom 6,4). Lo mismo acontecía
siempre que los constituidos en boca de la Iglesia abrían sus labios para anunciar
a Cristo. Todos llenaban a sus oyentes de mirra fluida, como testimonian, de un
modo singular, los confesores de Cristo, los mártires de la fe. Los labios destilan
mirra fluida. La dulzura de palabra da sabiduría (Pr 16,21), pues la palabra del
amigo brota del corazón y recrea a quien la oye (Pr 27,9). Por ello, quien gusta la
palabra (Nh 8) se goza en el Señor y confiesa: "La alegría del Señor es nuestra
fuerza" (Nh 8,10).
La palabra se hace vida. Las manos llevan a la práctica lo que los ojos ven y
los labios anuncian. La palabra de la fe se hace amor; de este modo el oyente de
la palabra se asemeja a Cristo, Palabra encarnada. Las manos, de oro, hacen a los
creyentes semejantes a la Cabeza, también de oro finísimo. A esto hemos sido
llamados, "a seguir las huellas de Cristo, que no cometió pecado, y en cuya boca
no se halló engaño; al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no
133
amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia; llevó en
su cuerpo sobre el madero nuestros pecados, a fin de que, muertos a nuestros
pecados, vivamos también nosotros para la justicia, pues con sus heridas hemos
sido curados, nosotros que éramos como ovejas descarriadas, pero hemos vuelto
al pastor y guardián de nuestras almas" (1Pe 2,21ss).
Estas son las manos de oro del Cuerpo de Cristo. No son manos de Cristo
las que buscan agradar a los hombres y se enredan en el amor al dinero, la gloria,
la vana apariencia, el lujo, el placer. Estas no se asemejan a la Cabeza. "Pues si
fiel es Dios, por quien hemos sido llamados a la comunión con su Hijo
Jesucristo" (1Cor 1,9;10,13), "lo que se exige de un administrador es que sea
fiel" (1Cor 4,2), que en todo se asemeje a su Señor. No se asemejaba al maestro
el discípulo Judas, a quien la avaricia llevó a la muerte (Jn 12,4-6; Mt 27,5).
Tarsis en la Escritura tiene dos significados. Unas veces se refiere a algo
condenable y otras a algo santo. Por ejemplo, cuando Jonás huye de Dios, se
embarca hacia Tarsis (1,3); por ello "el viento fuerte destroza las naves de Tarsis"
(Sal 47,8). El viento impetuoso, que vino del cielo sobre los discípulos reunidos
en el piso de arriba (He 2,1-3), transformó a los que antes, por miedo, habían
huido del Señor, escandalizados de la cruz y, ahora, están también con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Este viento impetuoso, que destroza las naves de
Tarsis, abrió las puertas y, posado sobre los discípulos en forma de lenguas de
fuego, les llevó a testimoniar sin miedo al Señor. Así Tarsis representa también
las ruedas de crisólido del carro de fuego de Ezequiel: "Su aspecto era como el
destello de Tarsis" (Ez 1,16). En la ruedas estaba el espíritu (Ez 1,20), que les
hacía ir en las cuatro direcciones. Las manos, que pueden llevar al hombre a
alejarse de Dios, penetradas por el Espíritu de Dios, se convierten en aros de oro,
engastados de piedras de Tarsis. Sobre ellas, como carro de fuego, se difunde por
todo el mundo la gloria de Dios.
Tras el elogio del vientre sigue la alabanza de las piernas: Sus piernas,
columnas de alabastro, asentadas sobre bases de oro puro. Siete columnas tiene la
casa de la Sabiduría, que ella misma se construyó (Pr 9,1). Corresponde al
Santuario, que edificó Besalel, lleno del espíritu de Dios y experto en el trabajo
del oro, la plata y el bronce, en labrar piedras de engaste (Ex 35,30-33). Los
justos son las columnas del mundo (Pr 10,25), puestas sobre bases de oro puro,
pues eso son los preceptos de la Torá, que ellos estudian. Ellos amonestan a Israel
a hacer la voluntad del Señor. Y El, como un anciano, está lleno de amor por
ellos, y vuelve blancos como la nieve los pecados de la casa de Israel (Is 1,18). Y,
como un joven valiente y fuerte como el cedro, se apresta a vencer y a combatir a
las naciones que transgreden su palabra (Ex 15,3).
Pero así como la Ley tenía muchas columnas, sobre las que se alzaba el
edificio de la Sabiduría, las columnas de la Iglesia, casa del Dios vivo (1Tim
3,15), el Evangelio las ha sintetizado en dos: "De estos dos mandamientos
penden toda la ley y los profetas" (Mt 22,40): "el primero y mayor es amar al
Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas y el
segundo, semejante a éste, es amar al prójimo como a sí mismo" (Mt 22,37-39).
Pablo, invitando a Timoteo a ser morada de Dios, coloca como columnas la fe y
la conciencia (1Tim 1,19). Con la fe indica el amor a Dios y con la conciencia
señala la disposición interior de amor al prójimo. Quien vive estos dos
mandamientos se convierte en columna firme de la verdad (1Tim 3,15). Las dos
columnas se asientan sobre Cristo, base firme de oro. Por ello Juan une los dos
mandamientos en uno: "Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de
135
su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros como él nos lo mandó" (1Jn
3,23).
g) Ven y lo verás
Las hijas de Jerusalén, que antes han preguntado a la esposa quién era su
Amado, ahora, después de haber oído su testimonio, preguntan dónde se
136
encuentra. El testimonio de la esposa les ha suscitado el deseo de verlo. Es la
misma súplica del salmista: "Muéstranos tu rostro y seremos salvos" (Sal 79,4).
La esposa, fiel discípula del Maestro, responde con él: "Venid y lo veréis" (Jn
1,39). Juan se encontraba con dos discípulos. Fijándose en Jesús, que pasaba,
dice: "He ahí el Cordero de Dios". Los dos discípulos lo oyeron y siguieron a
Jesús. Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les dice: "¿Qué buscáis?" Ellos le
respondieron: "Maestro, ¿dónde vives?" Les respondió: "Venid y lo veréis" (Jn
1,35ss). Luego Jesús se encuentra con Felipe y le dice: "Sígueme". Felipe,
entrando en la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, se hizo lámpara, que
alumbra a los demás. Se encuentra con Natanael y le dice: "Ese del que escribió
Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de
José, el de Nazaret". Le respondió Natanael: "¿De Nazaret puede venir algo
bueno?". Le dice Felipe: "Ven y lo verás" (Jn 1,43ss). Natanael entonces, dejando
la higuera de la Ley, cuya sombra le impedía ver la luz verdadera, se llegó a
Aquel que estaba secando las hojas de la higuera, incapaz de dar buenos frutos
(Mt 21,10). Y Jesús, viendo en él un verdadero hijo del patriarca Israel (Gén
25,28), le acogió diciéndole: "He aquí un verdadero israelita en el que no hay
engaño" (Jn 1,47).
137
Descendió y vino a este mundo, a su viña, la que plantó su diestra (Sal
79,9.16), a su casa, a su jardín, a la plantación de Dios (1Cor 3,9), que había
devastado el jabalí salvaje (Sal 79,14). Descendió, "se hizo carne y puso su
Morada entre nosotros" (Jn 1,9ss). El, la luz de lo alto, "descendió para iluminar
a los que habitábamos en las tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros
pasos por el camino de la paz" (Lc 1,78-79). Descendió como buen samaritano en
busca del hombre malherido que, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos
de salteadores quienes, después de despojarlo y golpearlo, le abandonaron
dejándole medio muerto. Como la Ley, -el sacerdote y el levita-, no pudo sanar
sus heridas, pues la sangre de cabritos y toros no quita el pecado (He 9,11ss),
entonces él, movido a compasión, se acercó y vendó sus heridas, echando en ellas
aceite y vino; luego, montándolo sobre su propia cabalgadura, es decir, sobre su
propia carne, lo llevó a la posada y cuidó de él (Lc 10,30ss). Cristo hace la
misma bajada del hombre, desde la Jerusalén celestial a Jericó, desde cielo al
mundo de los hombres, haciéndose hombre para salvarnos. Pues "así como los
hombres participan de la carne y de la sangre, así también participó él de las
mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al
Diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos
a esclavitud" (Heb 2,14-15).
¡Qué hermosa eres, amada mía! Por un momento de olvidé, pero de nuevo
me acordé de ti. Te conduje al desierto, te hablé al corazón y tú has respondido
con el impulso de una nueva juventud. Me has llamado "esposo mío" y te has
desposado conmigo en gracia y ternura. Tú eres mi pueblo y yo soy tu Dios (Os
2). Ahora que has vuelto a mí estás más bella que nunca. Las lágrimas de tu
conversión te han hecho encantadora. El amor recreado supera al primer amor.
142
Como no es posible fijar los ojos en el sol que ilumina Jerusalén, tampoco
el esposo puede resistir los ojos fulgurantes de la amada, que le subyugan y
encadenan. A su luz refulgen los cabellos, los dientes y las mejillas. Los amantes
se dicen una y otra vez los mismos piropos. Por eso aquí se repiten los elogios de
los cabellos y de los dientes y la mejillas (Cfr 4,1ss): Aparta tus ojos porque me
turban. Tus cabellos son un hato de cabras que ondulan por el monte Galaad. Tus
dientes, un rebaño de ovejas, recién salido de bañar. Cada oveja tiene mellizos y
entre ellas no hay estéril. Tus mejillas, como medias granadas tras el velo.
Esposo y esposa son una sola carne; lo que la esposa dice del Cuerpo del Esposo
(4,1ss), lo repite él de ella. Lo primero en que se fija es en la cabellera, "que es la
gloria de la mujer" (1Cor 11,15). Luego alaba los dientes, es decir, a quienes
nutren el cuerpo de la Iglesia, bañados en primer lugar ellos en la sangre del
Cordero, para dar a los demás el alimento de la Palabra de vida. Así la Iglesia,
fecunda en hijos, crece y se difunde con el testimonio y con la palabra. El
testimonio de vida y el anuncio de los labios se completan. Con ambas cosas las
mejillas de la esposa aparecen como medias granadas tras el velo. El martirio y el
anuncio de Cristo crucificado son las dos medias granadas rojas que dan belleza
y vida a la Iglesia. La palabra de la Iglesia es eficaz cuando está colorada de rojo,
de la sangre que nos ha rescatado. Así Pablo no quería hablar de otra cosa que de
Cristo, y Cristo crucificado (1Cor 1,23;2,2). Y la palabra, que predica, la lleva
encarnada en sí mismo: "Con Cristo estoy crucificado y no vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe
del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gál 2,19-20).
Este es el tesoro escondido tras el velo del corazón, pues la esposa no pone
su corazón en otra cosa (Mt 6,20-21), "pues en él ha sido enriquecida en todo, en
toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado en
ella el testimonio de Cristo" (1Cor 1,5-6). Con David dice: "Para mí, mi bien es
estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor, a fin de publicar todas sus
obras a las puertas de la hija de Sión" (Sal 72,28). Y con Pablo proclama:
"¿Quién nos separará del amor de Cristo? Estoy seguro de que ni la muerte ni la
vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las
potestades ni la altura ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos
del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8,35ss). "No
hay temor en el amor, pues el amor perfecto expulsa el temor, que mira al
castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud del amor" (1Jn 4,18).
b) Unica es mi paloma
Esta plenitud del amor es el fruto del Espíritu Santo, don esponsal de Cristo
a la Iglesia, por lo que puede decir de ella: Unica es mi paloma, mi perfecta. Ella,
143
la única de su madre, la preferida de la que la dio a luz. Las doncellas que la ven
la felicitan, reinas y concubinas la elogian. El Espíritu, con el vínculo de la paz,
es el lazo de la unidad, creando un solo Cuerpo, una esperanza, una fe, un solo
bautismo (Ef 4,3ss). El Espíritu hace comprender a los discípulos que Cristo está
en el Padre y ellos en él y él en ellos (Jn 14,16.20). La plenitud del amor, fruto
del don del Espíritu, hace que el Padre nos ame y venga junto con el Hijo a morar
en nosotros (Jn 14,23). Es el deseo del Amado: introducir a la amada en la unidad
de la vida trinitaria: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean
uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la
gloria que tú me diste para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y
tú en mí para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has
enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí" (Jn 17,21-23).
Verdaderamente es única la esposa del Señor y, en su unidad, testimonia al
mundo el amor de Dios. Por su amor y unidad la felicitarán las doncellas, la
elogiarán reinas y concubinas. En ella, milagro de amor y unidad, el mundo
encontrará la vida.
La asamblea de Israel, como una paloma perfecta (Os 7,11), daba culto al
Señor con un solo corazón y se adhería a la Torá con corazón perfecto y sus obras
eran como cuando salió de Egipto. Entonces los hijos de los Asmodeos y
Matatías y todo el pueblo de Israel salieron a entablar batalla contra sus
enemigos, y el Señor se los entregó en sus manos (1Mac 7,43-48). Cuando vieron
144
esto los habitantes de la tierra les felicitaron y los reinos de la tierra y los
potentados los elogiaron (1Mac 8,17ss; 10,22ss; 12,1-23).
San Gregorio Magno dice que con razón se designa con el nombre de
aurora a toda la Iglesia de los elegidos, ya que la aurora es el paso de las tinieblas
a la luz. La Iglesia, en efecto, es conducida de la noche de la incredulidad a la luz
de la fe, y así, a imitación de la aurora, después de las tinieblas se abre al
esplendor diurno de la claridad celestial. Por esto dice acertadamente el Cantar de
los cantares: "¿Quién es ésta que se levanta como la aurora?". Efectivamente, la
santa Iglesia, por su deseo del don de la vida celestial, es llamada aurora, porque,
al tiempo que va desechando las tinieblas del pecado, se va iluminando con la luz
de la justicia.
d) Bajé a mi nogueral
Bajé a mi nogueral para ver los brotes de la vega, a ver si la vid estaba en
ciernes y si florecían los granados. Del palacio real el esposo desciende a la
intimidad del jardín. Paseando por él, a la hora de la brisa de la tarde, contempla
los brotes, las vides en flor, las gemas de las granadas. Es su nogueral. El Midras
compara a la Asamblea de Israel con el nogal. Como el nogal se poda y rebrota,
pues le sienta bien la poda, así todo lo que los israelitas recortan de sus frutos
para el diezmo, la limosna o para darlo a los que se ocupan de la Torá en este
mundo, les sienta bien y se les renueva. Con ello aumentan la riqueza en este
mundo y consiguen el premio para el mundo futuro. Y como una piedra puede
romper una nuez, así la Torá, llamada piedra (Ex 24,12), puede romper la mala
inclinación, aunque sea dura como la piedra: "Quitaré de vuestro cuerpo el
corazón de piedra" (Ez 36,26). Como en la nuez la cáscara protege el fruto, así
los israelitas mantienen intactas las palabras de la Torá, que se convierte en
147
"árbol de vida para los que las mantienen" (Pr 3,18). Igual que cuando una nuez
cae en la basura se la lava y vuelve a ser como antes, apta para comerla, así los
israelitas, por mucho que se ensucien pecando a lo largo del año, cuando llega el
Yom Kippur se les absuelve de todo, "porque en ese día se hará expiación por
vosotros" (Lv 16,30). Y así como las nueces no pueden burlar la aduana, pues se
oye su ruido y son descubiertas, así los israelitas, vayan donde vayan, no pueden
ocultar que son el pueblo santo. ¿Por qué? Porque se les reconoce siempre:
"Todos los que los ven los reconocen, ¡son la semilla que ha bendecido Yahveh!"
(Is 61,9). Todas las acciones de Israel son distintas de las acciones de las
naciones extrajeras: su forma de labrar (Dt 22,10), plantar (Lv 19,23), sembrar
(Dt 22,9), segar (Lv 19,9), amontonar las gavillas (Dt 24,19), trillar, almacenar
(Ex 22,28), pisar la uva (Nm 18,27), construir sus tejados, tratar las primicias (Dt
15,19), tratar su cuerpo (Lv 19,28), cortarse el pelo (Lv 19,27) y calcular el
tiempo, porque los israelitas se rigen en su calendario por la luna y las naciones
extranjeras lo hacer por el sol. Y así como, al coger una nuez del montón, todas
ruedan una tras otra, así también en la Asamblea de Israel, si es golpeado uno,
todos lo sienten: ¿Acaso si un hombre solo peca te encolerizas con toda la
comunidad?" (Nm 16,22).
Sin saberlo, como le sucedió a Eliseo con Elías (2Re 2,1ss), el amor
arrastró al esposo a los cielos en el carro de fuego; es el carro de Amminadad,
que acoge en Quiryat Yearim el arca de Dios durante su traslado a Jerusalén
148
(1Sam 7,1). La esposa dice: "Sin darme cuenta, él hizo de mí el carro de
Amminadab, lugar de la presencia de Dios, arca o templo donde él habita: "He
aquí que la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá Emmanuel" (Is
7,14). "La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba
desposada con José y, antes de empezar a estar juntos, se encontró encinta por
obra del Espíritu Santo" (Mt 1,18).
El Cantar, obra de arte del Espíritu, es un poema lírico, con toda su música
y emoción sugestiva. El encanto poético lo llena de hechizo y maravilla. Forma y
contenido se compenetran y se arropan mutuamente, velando y desvelando el
inefable amor de Dios a los hombres. El canto explota en el júbilo de la danza y
el baile se hace canto, pues el amor se contagia con el eco que produce en
cuantos acompañan a los amantes. La voz vence el silencio y la soledad; se
olvida el pasado y el futuro no existe; se vive plenamente el presente. Cuando en
Israel no se oyen cantos es como si faltara vino en las bodas: "Haré cesar en las
ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén toda voz de gozo y alegría, la voz
del novio y la voz de la novia; toda la tierra quedará desolada" (Jr 7,34; 16,9).
"La tierra ha sido profanada bajo sus habitantes, que rompieron la alianza.
Languidece el mosto, la viña está mustia; se han trocado en gemidos las alegrías
del corazón. Ha cesado el alborozo de los panderos y de las cítaras. Ya no beben
vino entre canciones. Se lamentan en las calles porque no hay vino, ni fiesta; ha
desaparecido la alegría de la tierra" (Is 24,1ss). El pesado silencio de la tierra, sin
cantos de novios, engendra lamentaciones: "Los jóvenes silencian sus cantos, se
acabó la alegría de nuestro corazón, la danza se ha vuelto luto" (Lm 5,14s).
Sin embargo, el mismo profeta Jeremías anuncia: "En este lugar que veis
ahora desolado se volverán a escuchar las voces alegres y las voces gozosas, los
cantos del novio y los cantos de la novia" (Jr 33,10). Con Cristo vuelve la
abundancia del vino y la alegría de las bodas de Dios con su pueblo (Jn 2,1-12;
15,11; Ap 19,1ss). Para celebrar estas bodas en la alegría, el novio enamora a la
149
novia: "Ahora voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón. Y ella
responderá y me llamará esposo mío. Entonces la desposaré para siempre con
amor y cariño" (Os 2,ss). María, la hija de Sión, recoge la profecía que compara a
Israel con una viña pisoteada y convertida en erial, en la que "ya no hay vino",-
"se lamentan en las calles por el vino", "desapareció toda alegría, emigró el
alborozo de la tierra" (Is 5,1-7; 24,7-13)-, y se lo hace presente a su Hijo. Y
Jesús, el Esposo, cambia el agua en vino y "en abundancia". Para esto ha venido
Jesús: "para que tengan vida y en abundancia". Con Cristo llega la alegría de las
bodas de Dios con los hombres. Mandando llenar las tinajas hasta el borde, Jesús
expresa su deseo de colmar los corazones de su alegría: "Os he dicho esto para
que mi alegría esté en vosotros y que vuestra alegría se vea colmada" (Jn 15,11).
¡Qué bellos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! Los contornos de
tus caderas son como ajorcas, obra de manos de artista. Dijo Salomón, en espíritu
de profecía: ¡Qué bellos son los pies de Israel en las peregrinaciones, cuando
suben para comparecer ante el Señor tres veces al año (Ex 23,14-17)!; van con
151
las sandalias de cuero fino (Ez 16,10) y ofrecen sus dones voluntarios (Ex 23,15).
Sus hijos, fruto de sus caderas, son bellos como las gemas engarzadas en la
corona santa que hizo el artista Bezaleel para el sacerdote Aarón (Ex 23,15). Los
pies encajados en sandalias elegantísimas muestran a la esposa como hija de
príncipe: "Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que
anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación, que dice a Sión:
Ya reina tu Dios" (Is 52,7). La esposa en sus pasos hacia el esposo se hace ella
misma anuncio de paz, como indica su mismo nombre: Sulamita, la pacificada, la
pacifica. Identificada con el esposo Salomón, lleva su mismo nombre en
femenino. ¡Qué bellos son tus pies, calzados con el celo por el Evangelio de la
paz (Ef 6,15)! Son los pies de los apóstoles, enviados por todo el mundo, de los
que dice la Escritura: "Qué hermosos los pies de los que anuncian la paz" (Rom
10,15). "Mis pies se mantuvieron firmes en tus caminos y no vacilaron mis
pasos" (Sal 17,5). Tocado en el fémur por el Señor, no vacilan los pasos de Israel,
pues su debilidad ha quedado revestida de la fuerza del Señor (Gén 32,26ss).
Como la sabiduría hizo una corona para la cabeza, la humildad hizo una
sandalia para el pie. La sabiduría hizo una corona para su cabeza: "el comienzo
de la sabiduría es el temor de Dios" (Sal 111,10). La humildad hizo una sandalia
para su pie: "la base de la humildad es el temor de Dios" (Pr 22,4). ¿A qué se
puede comparar? A un rey que dijo a uno: ¡Pídeme lo que quieras! El se dijo: si le
pido oro o plata me lo dará. Más bien voy a pedirle la mano de su hija y, con ella,
me dará todo. Así hizo Salomón: "Se apareció Yahveh a Salomón y le dijo:
¡Pídeme lo que quieras!" (1Re 3,5). El se dijo: si le pido oro o plata, piedras
preciosas o gemas, me las dará; más bien voy a pedir sabiduría y lo tendré todo
junto. Dijo: "¡Dame un corazón sabio!" (1Re 3,9). Le contestó el Señor: "Porque
has pedido sabiduría en vez de pedir para ti larga vida, riquezas, o la muerte de
tus enemigos, cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente, y también
te concedo lo que no has pedido: riquezas y gloria" (1Re 3,11-13).
Como ajorcas fruto de manos de artista, es decir, fruto del arte del Señor del
mundo. Se puede comparar a un rey que tenía un huerto en el que plantó hileras
de nogales, manzanos y granados y se lo traspasó a su hijo, diciéndole: Yo sólo te
pido que, cuando estas plantaciones den sus primeros frutos, me traigas los
primeros, para ver el fruto de mis manos y me alegre por ti. Así dijo el Señor:
Hijos míos, sólo os pido que, cuando os nazca un primogénito, me lo consagréis,
(Ex 13,2) y, cuando subáis en peregrinación, subidlo con todos vuestros varones
para mostradlos ante Mí y yo me complazca en ellos: "tres veces al año
comparecerá la totalidad de tus varones ante la presencia de Yahveh" (Ex 23,17).
152
Tu ombligo es redondo como la luna. ¡Que nunca falte vino mezclado! Tu
vientre es un montón de trigo, rodeado de flores. Tu ombligo (o regazo) es una
copa redonda en la que nunca falta el vino mezclado. Jerusalén es el ombligo del
mundo: "Dice el Señor: Esta es Jerusalén; yo la he colocado en medio de las
naciones, y rodeada de países" (Ez 5,5). El vientre, por su piel blanca y dorada,
es comparado al trigo y a los lirios, símbolos de fecundidad. Y se pregunta el
Midrás: ¿Por qué montón de trigo? ¿No sería más bello decir montón de piñas? Y
responde: Quizás, pero el mundo puede vivir sin piñas y no puede vivir sin trigo.
Sobre ello se cuenta que la paja, el tamo y el rastrojo estaban discutiendo entre
ellos. La paja dijo: La tierra se siembra por mi causa. Lo mismo decían el tamo y
el rastrojo. Pero el trigo les replicó: Esperemos hasta que llegue el momento de la
trilla y entonces sabremos por quién se sembró el campo. Llegó ese momento y
el propietario, después de la trilla, se dispuso a aventar la era. Cogió la paja y la
tiró a la tierra; al tamo se lo llevó el viento; y el rastrojo lo quemó. El trigo, en
cambio, lo recogió y formó con él un montón. Todos los que pasaban por allí, al
ver el montón de trigo, lo besaban: "Besad el grano no sea que El se enoje" (Sal
2,12). Así sucede con las naciones. Unas y otras dicen: "Por nosotras fue creado
el mundo". Pero Israel les contesta: Esperemos que llegue el día del Señor y
entonces sabremos por quién fue creado el mundo, "pues he aquí que llega el día,
abrasador como un horno" (Mal 3,19); aquel día "los aventarás y el viento se los
llevará, pero tú exultarás y te gloriarás en Yahveh, el Santo de Israel(Is 41,16).
Tus dos pechos, como dos cervatillos, mellizos de gacela. Tu cuello como
torre de marfil. Tus ojos, los estanques de Jesbón, junto a la puerta de Bat
Rabbim. Tu nariz, como torre del Líbano, centinela que mira hacia Damasco. Tu
cabeza, sobre ti, es como el Carmelo. Y el cabello de tu cabeza es como púrpura.
¡El rey queda cautivo en las trenzas! Para los pechos cfr 4,5. El cuello blanco se
lanza hacia el cielo como una torre de marfil. Los ojos son como dos espejos de
agua, limpias albercas de Jesbón que reflejan el cielo. Jesbón es la capital del
reino de Moab, residencia de reyes, recordada por los profetas. Sus albercas
semejan ojos grandes y azules. Tu cabeza, el hijo de Judá, "lava en vino sus
vestidos y en sangre de uvas su estola" (Gén 49,11), por ello es como el Carmelo,
la viña de Dios; sus rizos de púrpura son tan fascinantes que el rey queda cautivo
en sus trenzas. El Carmelo sugiere verdor perenne con su abundancia de árboles,
arbustos y flores. Es la corona del valle de Esdrelón y gloria de todo el país. A los
racimos de dátiles de la palmera o también a los racimos de uvas se comparan los
senos de la esposa.
g) Subiré a la palmera
153
¡Qué bella eres y qué encantadora! ¡Qué delicia en tu amor! ¡Qué hermosa
eres tú, Asamblea de Israel, cuando llevas sobre ti el yugo de mi realeza! ¡Qué
bella cuando reconoces a Dios como Rey y Señor."¡Qué hermosa eres, qué
encantadora!". ¡Qué hermosa en los mandamientos! y ¡qué encantadora en las
obras de misericordia! ¡Qué hermosa en el Templo, en el reparto de las ofrendas
y los diezmos, la gavilla olvidada, la esquina del campo no segada, diezmo del
pobre! (Lv 19,9-10; Dt 14,28-29; 24,19-21). ¡Qué hermosa en las buenas obras! y
¡que encantadora en la penitencia! ¡Qué hermosa en este mundo! y ¡qué
encantadora en el mundo venidero! y ¡en los días del Mesías! ¡Qué bella eres!
"Tus caminos están llenos de gracia y todas tus sendas de paz" (Pr 3,17); tus
palabras rezuman gracia, más dulces que panal de miel (Pr 16,24).
Tres veces se repite la fórmula de la alianza, con sus diferencias que marcan
el itinerario espiritual. En la primera (2,16), la esposa reconoce el amor de Dios
154
hacia ella como fuente de su amor a él. En la segunda (6,3), tras reconocer el
amor con que es amada, la esposa declara el amor con que ella ama al esposo. Y
la tercera (7,11) evoca la situación del Génesis invertida, sugún lo anunciado por
los profetas: "El Señor encontrará en ti su placer. El Señor hallará en ti el gozo
del esposo por la esposa" (Is 62,4-5).
a) ¡Aleluya! ¡Maranatha!
La celebración del Adviento hace presente al cristiano que este mundo está
en tránsito. Nada en él es estable, duradero. Pasa la escena de este mundo con las
riquezas, los afectos, llantos, alegrías y construcciones humanas (1Cor 7,29- 31).
El poder y la gloria que ofrece "el señor del mundo" es efímero (Mt 4,1-11).
Cristo ha vencido el pecado, venciendo a Satanás y desposeyéndole de su reino.
Pero el cristiano aún vive este tiempo en tensión entre la carne y el Espíritu.
Recibiendo el Espíritu, vive según el Espíritu, libre del poder del pecado,
"condenando como Cristo el pecado en sí mismo". Pero lo que en Cristo ha sido
una realidad cumplida, definitiva, el cristiano lo vive cada día, de conversión en
conversión. En el aquí y ahora, gracias a la acción de Dios en el hombre, se hace
156
presente el Reino de Dios. El creyente vive así el hoy de su vida como kairós de
gracia. La presencia del Espíritu de Dios le anticipa la vivencia del Reino. Con
esta experiencia de vida eterna, el cristiano persevera con firmeza, aguardando la
plenitud futura del Reino, anhelando la consumación que nos traerá "el Día del
Señor",11 es decir, la Parusía de Cristo, 12 cuando tenga lugar la resurrección (1Cor
15,51-52; 1Tes 4,14-17), la renovación de la creación (Rom 8,19-22) y el mundo
presente llegue a su fin (1Cor 15,24-28). Siendo todas las manifestaciones del
Espíritu Santo tan solo una primicia de la gloria futura, comienzo y anticipación
de la plenitud de la vida prometida, el Espíritu Santo se hace la garantía de la
esperanza; el cristiano vive en el gozo y en el anhelo de la consumación. Como
dice San Ireneo:
11
Cfr 1Cor 1,8;5,5;2Cor 1,14;Flp 1,6.10;2,16;1Tes 5,2;2Tes 2,2.
12
Cfr 1Tes 4,15;2Tes 2,1;1Cor 15,23;1,7;2Tes 1,7.
157
guardado para ti. "El campo donde ha sido sembrada la semilla de la Palabra es el
mundo" (Mt 13,38). Por todas partes se ha extendido el Evangelio y las Iglesias
han surgido en todas las aldeas. La predicación ha florecido en las viñas; en ellas
se ha esparcido el suave aroma de los granados, teñidos del color de la sangre de
Cristo. Los pechos de la Iglesia han nutrido a los fieles, las mandrágoras han
exhalado su fragancia, con el aroma de la fe.
El campo, por otra parte, se contrapone a la ciudad por su aire abierto;
ofrece a los amantes la posibilidad de sumergirse en la primavera en flor. La
naturaleza se llena de vida, signo de la recreación que hace el amor. El día
despierta con la aurora invitando a recorrer los campos, para ver si ha brotado la
vid en "la viña de Yahveh, que es la casa de Israel" (Is 5,7). La hija de Sión, que
lleva en su seno la esperanza mesiánica desde Eva, suspira por la llegada del
Mesías. Cuando Israel pecó, el Señor lo desterró a la tierra de Seír, heredad de
Edom. Dijo entonces la Asamblea de Israel: Te suplico, Señor, que acojas la
oración, que elevo a ti desde la ciudad de mi exilio, en la tierra de las naciones.
Los hijos de Israel se dijeron el uno al otro: Alcémonos pronto, en la mañana,
busquemos en el libro de la Torá y veamos si ha llegado el tiempo de la
redención, el tiempo de ser rescatados del exilio; veamos si ha llegado el tiempo
para subir a Jerusalén y allí alabar al Señor, nuestro Dios.
161
Os conjuro, hijas de Jerusalén, no despertéis, no desveléis a mi amor hasta
que le plazca (Cfr 3,5). Oigamos a San Juan de la Cruz: "¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada! ¡Oh noche que juntaste amado con
amada, amada en el amado transformada! Quedéme y olvidéme, el rostro recliné
sobre el amado;cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado entre las azucenas
olvidado".
d) Apoyada en el amado
Terminada la oración, sigue la vida con los demás, que preguntan: ¿Quién
es esa que sube del desierto, apoyada en su amado? (3,6; 6,10). Siempre crea
estupor el milagro del amor de Dios, que se manifiesta en la amada, trasformada
por su amor. La amada apoyada en el brazo del amado, en abandono total de sí
misma en él, es "un espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres" (1Cor
4,9). El amor, manifestado en Cristo, es algo extraordinario (Mt 5,47). El amor y
la unidad son los signos de la presencia de Dios entre los hombres: "Amaos como
yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos" (Jn 13,34).
"Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para
que el mundo crea que yo soy tu enviado" (Jn 17,21).
Dice San Agustín: El Señor dice a sus discípulos: "Os doy el mandato
nuevo: que os améis como yo os he amado". ¿Por qué llama nuevo a lo que nos
consta que es tan antiguo? La novedad está en que nos despoja del hombre viejo
y nos reviste del nuevo. Porque el Señor renueva en verdad al que cumple este
mandato, teniendo en cuenta que no se trata de un amor cualquiera, sino de aquel
amor acerca del cual, para distinguirlo del amor carnal, añade: "Como yo os he
amado". Este es el amor que nos renueva, que nos hace hombres nuevos,
herederos del Testamento nuevo, capaces de cantar el cántico nuevo. Este amor
es el que hace que el género humano, esparcido por toda la tierra, se reúna en un
nuevo pueblo, en el cuerpo de la nueva esposa del Hijo único de Dios, de la que
se dice: Resplandeciente, en verdad, porque está renovada por el mandato nuevo.
Este amor es don del mismo que afirma: "Como yo os he amado, para que os
améis mutuamente". Para esto nos amó, para que nos amemos unos a otros; con
su amor nos ha otorgado el que estemos unidos por el mutuo amor y, unidos los
miembros con tan dulce vínculo, seamos el cuerpo de tan excelsa cabeza.
Tú, Iglesia, eres hermosa. De ti se dice: ¡Oh hermosa entre las mujeres! De
ti se dice también: ¿Quién es ésa que sube blanqueada?, es decir, iluminada. Pues
se acercó la gracia iluminándote. Primeramente fuiste negra, ¡oh alma mía!, mas
después te hiciste blanca por la gracia de Dios: "Fuisteis en algún tiempo
tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor" (Ef 5,8). También se dice de ti con
admiración: ¿Quién es esa que sube tan hermosa, tan llena de luz, tan sin mancha
ni arruga (Ef 5,28)? ¿Por ventura no es ésta la que yacía en el cieno de la
iniquidad? ¿No es ésta la que se hallaba en medio de la inmundicia de toda
concupiscencia y deseo carnal? Luego, ¿quién es ésa que sube blanqueada?
"Bendito quien confía en el Señor y busca en él su apoyo, pues él no defraudará
su confianza. Será como árbol plantado a las orillas del agua, echando sus raíces
junto a la corriente. No temerá cuando venga el calor, su follaje seguirá verde; en
año de sequía no se inquieta ni deja de dar fruto" (Jr 17,7-8).
Debajo del manzano te desperté, allí donde te concibió tu madre, allí donde
tu madre te dio a luz. La asamblea de Israel dice: "Debajo del manzano te
desperté" se refiere al Sinaí. ¿Y por qué se compara con el manzano? Como el
manzano produce sus frutos en el mes de Siván, también la Torá fue dada en el
mes de Siván. ¿Realmente fue en el Sinaí "donde les dio a luz su madre"? Se
parece a uno que pasó por un lugar peligroso y se vio libre de la muerte. Cuando
le encuentra un amigo, le dice: ¿Pasaste por ese lugar? ¡Hoy te ha dado a luz tu
madre! ¡Hoy has nacido de nuevo! Después de pasar por tantos sufrimientos eres
un hombre nuevo. Lo mismo dice la asamblea cristiana viendo a los recién
bautizados acercarse al banquete con sus túnicas blancas, apoyados en Cristo, al
que se han incorporado. Sepultados con Cristo, debajo del árbol de la cruz, han
sido despertados de la muerte, resucitando con Cristo, para sentarse a la mesa de
los santos. Sobre el árbol de la cruz, del costado abierto de Cristo, ha nacido la
Iglesia, como Eva fue formada del costado de Adán dormido en el Edén.
El esposo, después del largo camino de noviazgo, desea sellar con alianza
eterna su amor a la amada. El mismo despierta a la amada, dormida entre sus
brazos; con ella sale de casa, dispuesto a celebrar la unión nupcial definitiva.
Ella, del brazo del esposo, apoyada en él, avanza suscitando la admiración de las
doncellas de su cortejo nupcial. Antes (3,4), la amada ha abrazado al amado y lo
ha llevado a casa de su madre; ahora, ella se abandona en los brazos del esposo,
que la sostiene y conduce, allanándola el camino: "Hablad al corazón de
Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su milicia, ya ha satisfecho por
su culpa. Una voz clama: En el desierto abrid camino al Señor, trazad en la estepa
una calzada recta a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado y todo monte o
cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas, planicie" (Is 40,1ss; Mt
3,3).
El sello del Espíritu Santo nos configura con Cristo. Dice San Atanasio: "El
sello confiere la forma de Cristo, que es quien sella, a cuantos son sellados y
hechos partícipes de El. Por eso dice el Apóstol: "Hijos míos, nuevamente estoy
por vosotros como en dolores de parto hasta que Cristo tome forma en vosotros".
La unción con el sello del Espíritu en el bautismo significa que Dios acoge al
recién nacido como hijo en el Hijo. Lo sella, lo marca con su Espíritu. Luego, la
vida entera del cristiano será sostenida y marcada por el Espíritu "hasta hacerle
conforme a Cristo", hasta hacer de él "fragancia de Cristo" (2Cor 2,15): "Quienes
se dejan conducir por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Y, si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo" (Rom 8,14.17). "En Cristo
vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra
salvación, y creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa,
que es prenda de vuestra herencia, para redención del Pueblo de su posesión, para
alabanza de su gloria" (Ef 1,13-14). Marcados con el sello del Espíritu, los fieles
se hacen cristóforos, portadores de Cristo, convirtiéndose en templos de la
Trinidad. Lo dice bellamente una fórmula del rito de confirmación de la Iglesia
oriental: "Oh Dios, márcalos con el sello del crisma inmaculado. Ellos llevarán a
Cristo en el corazón, para ser morada trinitaria".
165
acción del Espíritu Santo, que imprime en nuestros corazones, como en la cera, la
imagen de Cristo, ques es imagen visible de Dios. Dice San Cirilo de Alejandría:
El amor es más fuerte que la muerte y que el Seol, que nunca se sacia (Pr
15,16). Sus llamas son inextinguibles. La fuerza de las aguas arrolladoras no lo
apagan. La llama del Señor abre caminos en el mar y sendas en las aguas
caudalosas (Is 43,16). Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los
ríos anegarlo. Si alguien ofreciera todos los bienes de su casa por el amor, se
granjearía el desprecio. El Señor dijo a la casa de Israel: Aunque se reúnan todos
los pueblos, que son como las grandes aguas del mar, no podrán apagar mi amor
hacia ti; y aunque se reúnan todos los reyes de la tierra, que son como las aguas
de los ríos, no podrán anegarte (Sal 46,2-4). El que construye su vida sobre la
roca del amor indefectible de Dios está seguro. Aunque caiga la lluvia, se
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desborden los torrentes, soplen los vientos y embistan contra ella, no caerá por
estar edificada sobre roca (Mt 7,24ss).
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EPILOGO
Ella protesta: Yo soy una muralla, y mis pechos, como torres. Por ser
pequeña y humilde, sabe defenderse a sí misma de los asaltos del enemigo, pues
no pone la confianza en sí misma, sino en "el que derriba a los potentes de sus
tronos y exalta a los humildes" (Lc 1,52). Sus senos, ocultos, son como torres;
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pequeña en inocencia, es adulta en la fe, "niña en malicia, adulta en el juicio"
(1Cor 14,20), "ingeniosa para el bien e inocente para el mal. Así el Dios de la paz
aplastará a Satanás bajo vuestros pies" (Rom 16,19s). Después de su largo
itinerario se ha hecho pequeña, pero "no es como los niños llevados a la deriva y
zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y
de la astucia que conduce engañosamente al error, antes bien, siendo sinceros en
el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el
cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas, que llevan
nutrición según la actividad propia de cada una de las partes, realizando así el
crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor" (Ef 4,14-16).
Así soy a sus ojos como quien ha hallado paz. No necesita otra defensa
quien vive bajo la protección del esposo. Ha hallado paz y es mensajera de paz.
La amada, la nueva Jerusalén, con su fe renovada es constituida esposa y madre,
a cuyos pechos abundantes serán alimentados sus innumerables hijos. El amado
le ha llevado, a través de la humildad, a la sencillez de la paloma; ahora vive
"para alabanza de la gloria de la gracia con la que le agració el amado" (Ef 1,6).
La viña del Señor es más preciosa que la que produce al rey frutos
cuantiosos. Dios mismo la cuida y protege. Cuando Israel era un niño, Dios
manifestó con él su solicitud y ternura (Os 11,1-4). A Dios le gusta rodearse de
los niños, de cuya boca recibe la alabanza perfecta (Sal 8,3; Mt 21,16). En el
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regazo de Dios el niño se siente seguro (Sal 131,2). Con un niño, Dios
restablecerá su reino, se hará Emmanuel, "Dios con nosotros" (Is 7,14ss; 9,5ss).
Niño pequeño apareció entre nosotros el Hijo de Dios (Lc 2). El bendice a los
niños (Mc 10,16), les revela los misterios del Padre (Mt 11,25ss), "pues de ellos
es el reino de los cielos" (Mt 19,14). Sólo "como niño pequeño se puede acoger
el reino" (Mc 10,15). Todo el itinerario en pos de Jesús es para "volver a la
condición de niño" (Mt 18,3), "renacer de lo alto" (Jn 3,5) para tener acceso al
reino. "Hacerse pequeño" (Mt 18,4) como un niño es el camino para ser hijo del
Padre celestial. Pequeño y discípulo son equivalentes (Mt 10,42; Mc 9,41).
¡Bienaventurado quien acoja a uno de estos pequeños! (Mt 185;25,40), pero ¡ay
del que los escandalice o desprecie! (Mt 18,6.10), pues "ha escogido Dios lo
débil del mundo para confundir lo fuerte" (1Cor 1,27).
Mi viña, la mía, está ante mí. ¡Qué largo camino ha recorrido la amada!
Ella que empezó confesado "mi propia viña no la he guardado" (1,6), ocupada en
las viñas ajenas, ahora está bien atenta a su propia viña (Lc 16,12). Al final puede
decir: "He competido en el noble combate, he llegado a la meta, he conservado la
fe" (2Tim 4,7).
Se parece a un rey que se irritó con algunos de sus vasallos y los encerró en
el calabozo. ¿Qué hizo el rey? Tomó a todos sus oficiales y fue a escuchar qué
himno cantaban. Entonces oyó que entonaban: "Nuestro señor, el rey, es nuestra
alabanza, él es nuestra vida". Entonces el rey exclamó: Hijos míos, alzad vuestras
voces para que todos lo escuchen. Así mismo, aunque los israelitas tengan que
dedicarse durante seis días a sus ocupaciones y pasen tribulaciones, el sábado
madrugan y van a la sinagoga y recitan el Shemá, danzan ante el armario que
guarda los rollos y leen la Torá. Entonces el Santo les dice: Hijos míos, alzad
vuestras voces para que todos lo escuchen.
¡Huye, Amado mío, sé como una gacela o como un joven cervatillo, hasta
el monte de las balsameras! Entonces dirán los ancianos de la Asamblea de
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Israel: ¡Huye, Amado mío, de esta tierra contaminada y haz habitar tu Shekinah
en los cielos excelsos! Y en el tiempo de la angustia, cuando oremos a ti, sé como
la gacela que, cuando duerme, tiene un ojo cerrado y otro abierto, o como un
cervatillo que, cuando huye, mira hacia atrás. De la misma manera, cuida tú de
nosotros y, desde los cielos excelsos, mira nuestra angustia y nuestra aflicción
(Sal 11,4) hasta que te dignes redimirnos y nos hagas subir al monte de Jerusalén:
allí te ofreceremos el incienso de aromas (Sal 51,20s).
Así seguirá su peregrinación por este mundo hasta que, al final, una
muchedumbre inmensa, con el fragor de grandes aguas y fuertes truenos, cantará:
"¡Aleluya! Alegrémonos, regocijémonos y démosle gloria porque han llegado las
bodas del Cordero y su Esposa se ha engalanado con vestidos de lino
deslumbrante de blancura" (Ap 19,7).
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