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EMILIANO JIMENEZ HERNADEZ

CANTAR DE LOS CANTARES

RESONANCIAS BIBLICAS
Feliz el que comprende
y canta los cánticos de la Escritura,
pero mucho más feliz el que canta
y comprende el Cantar de los cantares.

ORIGENES

2
INDICE

PRESENTACION 5
a) Canto de amor 5
b) El Cantar de los cantares como alegoría 7
c) El Cantar es cantar 10
d) Comentario del Cantar 11
PROLOGO 13
a) Los diez cánticos 13
b) Siete cantares 14
1. BESOS DE SU BOCA: 1,2-4 17
a) Lenguaje esponsal del cuerpo 17
b) Besos de la palabra 18
c) Cristo Palabra de Dios 20
d) Los dos Testamentos 21
e) El buen olor de Cristo 22
f) Tu Nombre es ungüento derramado 24
g) Cámara nupcial 25
2. NEGRA, PERO HERMOSA: 1,5-8 27
a) Geografía e historia del Cantar 27
b) Negra, pero hermosa 28
c) Casta meretriz 30
3
d) ¡Mi propia viña no he sabido guardar! 34
e) Tras las huellas 35
3. MUTUA CELEBRACION DE LOS DOS: 1,9-2,7 37
a) Palabra celebrativa 37
b) A mi yegua te comparo 38
c) Tu cuello entre collares 39
d) ¡Palomas son tus ojos! 42
e) Narciso de Sarón 43
f) Manzano entre los árboles del bosque 45
g) En la bodega del amado 46
4. LA VOZ DEL AMADO: 2,8-17 49
a) Lenguaje simbólico49
b) ¡La voz de mi amado! 50
c) Como un joven cervatillo53
d) Levántate, amada mía 54
e) Paloma mía 58
f) Las raposas 60
g) Mi amado es mío y yo soy suya 61
5. BUSQUEDA DEL AMADO EN LA NOCHE: 3,1-5 63
a) Del Aleluya al Maranathá 63
b) La noche oscura 64
c) Busqué al amor de mi alma 66
d) Me encontraron los centinelas 67
e) La alcoba de la que me concibió 69

6. ¿QUIEN ES ESA QUE SUBE DEL DESIERTO: 3,6-11 71


a) ¿Quién es ésa? 71
b) La columna de humo 72
c) La litera de Salomón 73
d) Los sesenta valientes 76
e) La tienda de Salomón 78
7. ¡QUE HERMOSA ERES, AMADA MIA!: 4,1-5,1 81
a) Celebración de la belleza de la amada 81
b) ¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa! 82
c) Tu hablar es melodioso 85
d) Ven del Líbano 87
e) Panal que destila son tus labios89
f) Jardín cerrado 90
8. AUSENCIA Y BUSQUEDA DEL AMADO: 5,2-8 95
4
a) Mientras dormía, mi corazón velaba 95
b) La voz del amado 96
c) La mano en la cerradura 98
d) Le busqué y no le hallé 100
e) Herida de amor 102
9. ¡ASÍ ES MI AMADO!: 5,9-6,3 105
a) Eres el más bello de los hombres 105
b) Su cabeza es oro finísimo 107
c) Sus ojos como palomas 107
d) Sus labios destilan mirra 108
e) Sus manos, aros de oro 109
f) Sus piernas, columnas de alabastro 110
g) Ven y lo verás 112
h) Yo soy para mi amado 113
10. ¡BENDITA TU ENTRE TODAS LAS MUJERES!: 6,4-7,11 115
a) ¡Qué hermosa eres, amada mía! 115
b) Unica es mi paloma 117
c) ¿Quién es ésa que asoma como el alba? 118
d) Bajé a mi nogueral 120
e) Danza de dos coros 121
f) ¡Qué hermosos son tus pies! 124
g) Subiré a la palmera 125
11. EL ESPIRITU Y LA NOVIA DICEN: ¡VEN!: 7,12-8,4 127
a) ¡Aleluya! ¡Maranathá! 127
b) ¡Ven, amado mío! 128
c) ¡Ay! ¡Si fueras mi hermano! 129
d) Apoyada en el amado 132
e) Debajo del manzano 133
f) Sello sobre el corazón 134
EPILOGO 137
a) Nuestra hermana pequeña 137
b) Mi viña está ante mí 138
c) Huye, amado mío 139

PRESENTACION

a) Canto de amor

5
El Cantar de los cantares es un canto sublime al amor del hombre y la
mujer, como reflejo, imagen y signo del amor de Dios a los hombres. Es un
cancionero de bodas, que canta la belleza de la esposa y del esposo, y la alegría
de su amor. Lo que canta no es ciertamente el amor erótico de un encuentro
ocasional, sino el amor permanente, "más fuerte que la muerte", el amor
matrimonial con todos sus encantos y todas las peripecias cotidianas de un amor
para siempre y sin vuelta atrás posible.

Este amor es el que se hace signo e imagen del amor de Dios. Es así
realmente como el Dios vivo ama a su pueblo y como Israel conoce y recibe a su
Señor: con esta novedad, con este asombro, con este vigor insólito, como en el
primer día de la creación, como el día del Mar Rojo, de Pascua o del Bautismo.
Lo mismo que nadie se instala en el amor verdadero, tampoco hay rutina en la
vida ante el Dios vivo. Todo es nuevo, renovado sin cesar. Se comprende que el
pueblo del éxodo y del destierro nos haya transmitido este cántico de amor nunca
rutinario y siempre joven. ¡Así es como ama el Dios de la alianza, con esa pasión,
con esa impaciencia y con ese gozo!

El amor, en toda su belleza, como lo presenta el Cantar, es una invitación a


un amor matrimonial plenamente humano, reflejo del amor de Dios, símbolo del
amor de Cristo, que lo hace posible, pues tal amor sólo se puede vivir iluminado
y fundado en el único amor perfecto: "Quien no ama no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor" (1Jn 4,8). Y Dios, al principio, "creó al hombre a imagen
suya, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó" (Gén 1,27). "Llamando
al hombre a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor. Dios,
al crear al hombre a su imagen, inscribe en la humanidad del hombre y de la
mujer la vocación del amor y de la comunión" (Familiaris consortio 11). "Dios es
unidad en la comunión. El hombre y la mujer, creados como unidad de los dos,
reflejan en el mundo la comunión de amor que se da en Dios. Solamente así se
hace comprensible la verdad de que Dios es amor (1Jn 4,16)" (Mulieris
dignitatem 7). Juan Pablo II, hablando de la familia, concluye: "No hay en este
mundo otra imagen más perfecta, más completa de lo que es Dios: unidad,
comunión. No hay otra realidad humana que corresponda mejor al misterio de
Dios". El hombre y la mujer unidos en una sola carne son el sacramento
primordial de Dios, reflejo del amor trinitario y del amor incondicional de Dios al
hombre. Es la imagen de Dios, creada por el mismo.

Los profetas, boca de Dios, nos iluminan el misterio del amor de Dios,
presentando su amor con el símbolo del amor del hombre y la mujer. El
matrimonio es el signo e imagen de la alianza de Dios con su pueblo. Dios es el
esposo que ama a Israel con un amor nupcial. En su experiencia conyugal, el
6
profeta Oseas descubre y manifiesta el misterio del amor esponsal de Dios e
Israel. El matrimonio de Oseas se ha convertido en signo e imagen de la alianza
de Dios con su pueblo. El amor inquebrantable de Oseas a Gomer es un gesto
elocuente del amor de Dios a Israel.

Este simbolismo nupcial del amor de Dios para con su pueblo lo repiten
Jeremías, Ezequiel e Isaías. El esposo del Cantar se identifica con Yahveh que se
dirige a su esposa Israel. El Cantar evoca la historia de las relaciones de Dios con
su pueblo orientada hacia el día de la salvación. La cautividad de Babilonia, la
liberación y el retorno a la tierra constituyen el trasfondo del Cantar, que canta lo
anunciado por los profetas: "Me desposaré contigo para siempre" (Os 2,21); "lo
mismo que un joven se casa con su novia, también tu creador se casará contigo.
Y el gozo del esposo por la esposa lo sentirá tu Dios contigo" (Is 62,15), "Yahveh
crea una novedad en la tierra: la mujer abraza al varón" (Jr 31,22).

Después de la visión inicial de la Escritura, que muestra al hombre y a la


mujer en la belleza de su ser y de su encuentro, el Génesis evoca la ruptura entre
el hombre y Dios y, consiguientemente, entre el hombre y la mujer. La bondad
original se tiñe de violencia. El engaño, astucias, infidelidades y violencias
marcan la relación del hombre y la mujer. Este amor, con su marca de miedo, de
deseo de dominio, necesita una salvación que lo recree, lo devuelva a lo que era
en el designio de Dios. La alianza, vivida por Israel con sus infidelidades, llega a
su plenitud en Jesucristo, donde se da la recreación del "principio". En el Cantar
se vislumbra al Mesías que viene a Sión. Jesucristo, con el don del Espíritu,
renueva el corazón duro del hombre, para que pueda vivir el amor indisoluble
con Dios y entre el hombre y la mujer, sacramento del amor de Dios.

El símbolo llega a su plenitud en el Nuevo Testamento. Lo mismo que


Dios, al principio, conduce la mujer al hombre, en la plenitud de los tiempos, une
a su Hijo con la Iglesia, su esposa, haciendo de ella su cuerpo. Cristo, nuevo
Adán, tiene una esposa, la comunidad cristiana. El matrimonio es presentado por
San Pablo como sacramento del amor de Cristo a la Iglesia (2Cor 11,2-3; Ef
5,25-27). Cristo renueva a la Iglesia y la prepara para las bodas definitivas en la
escatología (Ap 19,7-8; 21,2-9; 22,17). El simbolismo esponsal, aplicado a la
alianza de Cristo con la Iglesia, llena todo el Evangelio. El Reino de Dios se
describe bajo la alegoría de las bodas o como banquete que prepara el rey para su
hijo.1 En el Nuevo Testamento el mismo término gamos, no designa directamente
el matrimonio humano, sino más bien las bodas escatológicas de Cristo y los
rescatados.

1
Mt 8,11; 9,15; 22,2-14; 25,1-12; Lc 5,34-35; 12,35-36; 14,16-24; Jn 3,29.
7
Como hay un amor carnal, llamado eros, y quien ama según él siembra en
la carne (Gál 6,8), así existe también un amor espiritual, llamado agape, y el
hombre interior, al amar según él, siembra en el espíritu (Gál 6,8). El portador
de la imagen del hombre terreno, según el hombre exterior, se mueve por el
deseo y el amor terrenos; en cambio, el portador de la imagen del hombre
celeste (1Cor 15,49) según el hombre interior se mueve por el amor celeste. Este
amor viene de Dios, que es amor (1Jn 4,7-8); se ha manifestado en Jesucristo,
que dice: "Salí del Padre y vine a estar en el mundo" (Jn 16,27s). Si este "amor
permanece en nosotros, Dios permanece en nosotros" (1Jn 4,12), según la
palabra del mismo Señor: "El Padre y yo vendremos a él y haremos morada en
él" (Jn 14,23).
Y como Dios es amor y el Hijo, que procede de Dios, es también amor, está
exigiendo en nosotros algo semejante, de modo que nos unamos a El con una
especie de parentesco, de afinidad por amor, haciéndonos un solo espíritu con
Cristo, como esposo y esposa se unen en una sola carne. De este amor habla el
Cantar de los Cantares. En él arde y se inflama por el Verbo de Dios el alma
bienaventurada, y canta este cantar de bodas, movida por el Espíritu Santo, por
quien la Iglesia se enlaza y une con su esposo celeste, Cristo, ansiosa de juntarse
con El y así salvarse gracias a esta casta maternidad (1Tim 2,15). El Paráclito,
que procede del Padre (Jn 15,26), que conoce lo que hay en Dios (1Cor 2,11),
anda rondando en busca de almas a las que pueda revelar la grandeza de este
amor que viene de Dios (1Jn 4,7).

Bajo esta luz se entiende la interpretación rabínica del Cantar: alegoría


del amor de Dios a su pueblo. Esta interpretación es recogida por los Padres,
vista en su culminación: el amor de Cristo a la Iglesia. En el Cantar se esconde
el designio de Dios y el destino del hombre. Un lazo de fuego une al hombre con
Dios. Dios, fuego ardiente, incendia el corazón del hombre, ilumina su mente y
marca el camino de sus pasos. "Amar a Dios con todo el corazón, con toda la
mente y con todas las fuerzas" es la vida del hombre.

b) El Cantar de los cantares como alegoría

Las múltiples alusiones, que hay en el Cantar a toda la Escritura, ha


llevado fácilmente a esta interpretación alegórica. El Dios vivo del Sinaí se
comprometió un día con su esposa para darle su vida y su amor, y este amor
sigue caminando, a través de los siglos, hasta el momento de la gracia final, del
amor definitivo en Cristo. El Cantar se encuentra entre el Génesis y el
Apocalipsis. La primera mujer del Génesis camina de generación en generación
hasta hacerse, por Jesucristo, la nueva Jerusalén, que baja del cielo "como novia

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adornada para su esposo". Es el "gran misterio" (Ef 5,32) del amor del hombre y
la mujer, de Dios e Israel, de Cristo y la Iglesia.

El lugar del encuentro, tálamo de las bodas de la asamblea de Israel con


Dios, es el Templo, que acompaña toda la historia de Israel: primero es el
Tabernáculo erigido en el desierto, luego el Templo de Salomón, el "segundo
Templo" de Esdras y Nehemías y, finalmente, el Santuario mesiánico, en el que la
liturgia será totalmente agradable a Dios con su "incienso de aromas de
suavísimo perfume". Sólo en él llegará a plenitud el amor y la unión entre Dios y
su esposa.

La comunión nupcial del esposo y la esposa se consuma en la oración: la


bendición que desciende de Dios y la alabanza que sube del pueblo. La oración
hace a la esposa bella y amable a los ojos de Dios. La bendición de Dios hace de
ella la "perfecta paloma", de modo que, cuando abre su boca con cantos de
alabanza, destila dulzura como leche y miel. Dios anhela oír su voz. Y como Dios
anhela oír la voz de la esposa en la oración, así la esposa anhela escuchar la
Palabra de Dios. La Palabra es el don de Dios a su esposa. En la escucha de la
Palabra Israel logra la más dulce intimidad con su Señor: "El Señor ha hablado
con nosotros cara a cara, como quien besa a alguien", dice el Midrás.

El Cantar es un Midrás alegórico que prolonga los textos nupciales de los


profetas para conducirlos hacia el cumplimiento de la alianza y de la plenitud del
amor: el día en que Dios será conocido por Israel y será verdaderamente amado,
como anuncia el profeta Oseas. En la interpretación rabínica, dada por el Targum
y el Midrás, el Cantar ofrece, versículo por versículo, la alegoría de toda la
historia del Israel, la pasada y la futura. Se dice en el Zohar: "Este Cantar
comprende toda la Torá, toda la obra de la creación, el misterio de los Padres;
comprende el exilio en Egipto y el cántico del mar; comprende la esencia del
decálogo y la alianza del monte Sinaí y el peregrinar de Israel por el desierto,
hasta la entrada en la tierra prometida y la construcción del templo; comprende la
coronación del santo nombre celeste en el amor y la alegría; comprende la
resurrección de los muertos, hasta el día que es el sábado del Señor".

La historia de Israel es interpretada como un diálogo de amor entre Dios y


su pueblo. El Cantar se convierte en epopeya y epitalamio. El esposo del Cantar
es rey y pastor, correspondiendo a la figura del pastor real que anuncia Ezequiel.
El Cantar evoca los momentos concretos de esa historia de amor y profetiza los
acontecimientos futuros en que ese mismo amor se va a manifestar. En el Midrás
y en el Targum, al precisar el momento histórico al que mejor se adecua cada
palabra del Cantar, la espera mesiánica adquiere un relieve singular. El deseo de
9
la restauración escatológica, llevada a cabo por el Mesías, se entiende como una
vuelta a la perfección de los orígenes. Por ello son tan frecuentes las alusiones al
Edén, con el canto a la belleza de los árboles (1,17), de las flores (2,1), de sus
frutos (2,5), de su "agua viva" (4,12;7,3), de sus perfumes (4,13;7,9). El Cantar
se impregna de los frutos, olores y cantos del Edén, y también de la espera, el
deseo, el sobresalto y la admiración de Adán frente a Eva, de Dios frente a su
imagen: "Y vio Dios que era muy bueno cuanto había hecho" (Gén 1,31). El
Cantar celebra la gloria y llora los pecados de su pueblo, conjugando la nostalgia
del Edén perdido con la espera de la redención mesiánica. De este modo, la
historia se transforma en el canto de amor entre Dios y su pueblo.

La historia pasada, los prodigios de Dios para con su pueblo primogénito,


en el Cantar, comentado por el Targum y el Midrás, se transforman en signo y
profecía de los días mesiánicos. Por eso, todo tiende a esa espera; de este modo,
la promesa del Mesías informa toda la historia de la salvación, desde Moisés al
último destierro; a Moisés ya le fue revelado el Mesías e Israel en el destierro no
hace sino escrutar el tiempo de la redención. Sólo entonces los pobres serán
consolados, alzarán la cabeza de su humillación y se vestirán de púrpura (7,6).
Entonces se cantará en Israel el último cántico y callará la penúltima alabanza, el
Cantar de los Cantares. El Mesías está, pues, presente en todo el Cantar como
protagonista del último acontecimiento de la historia de la salvación. El es el Rey
al que, desde siempre, en el plan de Dios, está reservado el dominio sobre Israel y
sobre el mundo; el reunificará a Israel reconduciéndolo al templo y quien
enseñará a su pueblo, de modo nuevo e infinitamente más dulce y eficaz, las
palabras de la Torá; El nutrirá a los elegidos con la carne del Leviatán, con el
vino primordial y con los frutos deliciosos del paraíso; por medio de El le será
dada a Israel, como puro don suyo, la salvación.

Los Padres, apoyados en esta tradición rabínica, han leído el Cantar en el


mismo sentido, comenzando por Orígenes: "El esposo es Cristo, la esposa es la
Iglesia sin mancha ni arruga". San Agustín dice a los catecúmenos: "Ya conocéis
al esposo: Jesucristo. Y conocéis a la esposa: es la Iglesia. Honrad a la que se ha
desposado como honráis a su esposo, y así seréis hijos suyos". El Concilio
Vaticano II nos presenta el misterio de la Iglesia a través de las imágenes que
aparecen en el Cantar: pueblo, viña, rebaño, cuerpo, esposa. Lo mismo que el
hombre y la mujer están unidos en una sola carne, también lo están Cristo y la
Iglesia, ya que "él se entregó por ella para santificarla, purificándola con el baño
del agua acompañado de la palabra; porque quería presentársela a sí mismo
resplandeciente, sin mancha ni arruga, ni nada semejante, sino santa e
inmaculada" (Ef 5,25-27). La confesión de fe cristiana identifica con Cristo al
amado, mientras que la amada se convierte en figura de la Iglesia, comprendida
10
en su totalidad o vista de un modo singular, pues la Iglesia se realiza en cada
bautizado. La interpretación espiritual, dice Orígenes, aplica estas palabras a la
relación de la Iglesia con Cristo, bajo la denominación de esposa y de esposo, y a
la unión del alma con el Verbo de Dios.

Cristo dejó la casa del Padre para unirse a su esposa, haciéndose con ella un
solo espíritu (1Cor 6,17). "Grande misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la
Iglesia" (Ef 5,32). La alusión a la unión de Adán y Eva (Gén 2,21-22), le lleva a
Pablo a descubrir el misterio de la unión de Cristo, nuevo Adán, y la Iglesia, su
esposa. En efecto, como de Adán dormido fue formada la mujer, así de Cristo
dormido en la cruz fue formada la Iglesia e incorporada a él. Como la mujer fue
formada del costado de Adán, así también la Iglesia lo fue del costado abierto de
Cristo (Jn 19,34-35). Del costado de Cristo brotó sangre y agua. Quien lo vio da
testimonio de ello (Jn 19,35). Con el agua, que brotaba de la roca de Cristo (1Cor
10,4), la Iglesia fue santificada, purificada en el bautismo, para ser presentada al
Esposo resplandeciente, sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada (Ef 5,26-
27). Con la sangre del costado traspasado por la lanza fue redimida y unida a
Cristo en alianza nueva y eterna (Lc 22,20; 1Cor 11,23).

Cuando Dios condujo la mujer a Adán, éste exclamó: "Esta sí que es hueso
de mis huesos y carne de mi carne. Por eso deja el hombre a su padre y a su
madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (Gén 2,22-23). Pablo dice
de Cristo y de la Iglesia lo mismo, pues somos miembros del cuerpo de Cristo:
carne de su carne y hueso de sus huesos. Cristo tomó nuestra carne humana y, al
mismo tiempo, se dio totalmente a la Iglesia, a la que dice: "Tomad y comed, esto
es mi cuerpo", "tomad y bebed, ésta es mi sangre" (Mt 26,26-28). Unidos a
Cristo, nos hacemos un solo espíritu con él (1Cor 6,17). Este es el amor, el beso
de su boca, con el que la esposa, cual casta virgen, ha sido desposada con un solo
Esposo, Cristo (2Cor 11,1). En el bautismo el rey de la gloria viste a su esposa
con el habito nupcial (Mt 22,11-12), la túnica blanca con la que seguirá al Esposo
al banquete de la Jerusalén celestial (Ap 3,4; 21,2ss). Entre la inauguración y la
consumación, las nupcias de Cristo con la Iglesia se celebran en la vida
sacramental. Dice Teodoreto: "Al comer los miembros del Esposo y beber su
sangre, realizamos una unión nupcial".

c) El Cantar es cantar
Hay que leer o mejor oír el Cantar dejando que broten las analogías que
evoca. Nos hallamos, más que ante unas palabras escritas, ante unas voces que
cantan. La palabra está modulada por la música del amor. En él resuenan todas
las modulaciones de la palabra oral en el encuentro de los amantes, que se
interpelan y se responden con todos los tonos de voz que el amor sabe inventar.
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El cantar es cantar: "la música callada, la soledad sonora en el silbo de los aires
amorosos" (S. Juan de la Cruz). No habla simplemente del amor. ¡Canta al amor!
El amor inefable se desborda del corazón a los labios, con sus llamadas, ecos,
preguntas, réplicas, deseos y gozos. Cada momento de presencia reanima las
brasas del amor, para mantener vivo el corazón en la ausencia, en vela para un
nuevo encuentro.

El cantar es un diálogo personal. Todo es expresión de un yo que se dirige a


un tú, o que evoca a ese tu en el interior durante la ausencia. El oyente del Cantar
está invitado a entrar con su yo personal en diálogo con el tú, que le busca, le
interpela, desea su presencia o, con su ausencia, suscita el anhelo del encuentro.
El oyente es la amada, la hermana, la novia, la esposa, que celebra el amor y
anhela la comunión plena con el Amado. Quien no se sienta "enferma de amor"
(2,5) no gustará el encanto del Cantar.

Para penetrar en el misterio del Cantar, advierte Orígenes, es necesario


tener iluminados los ojos del corazón: "Aquellos que, en cuanto al hombre
interior, son aún de edad tierna e infantil y se nutren de la leche de Cristo y no de
comida sólida" (1Cor 3,2), y apenas han comenzado a "bramar por la leche
espiritual y sin engaño" (1Pe 2,2), no pueden comprender estas palabras. Porque
en las palabras del Cantar se contiene la comida de la que dice el apóstol: "La
comida sólida, por el contrario, es de perfectos" (Hb 5,12); y esta comida exige
que cuantos escuchan, "para poder participar, tengan los sentidos ejercitados en
discernir el bien del mal" (Hb 5,14), "habiendo alcanzado el estado de hombre
adulto, la talla de la plenitud de Cristo" (Ef 4,13). Este hombre espiritual tiene su
propia comida, que es "el pan bajado del cielo" (Jn 6,33.41), y su bebida, que es
el agua ofrecida por Jesús: "El que beba del agua que yo le daré nunca más
tendrá sed" (Jn 4,14).

Como amonesta Gregorio de Nisa, quien se encuentre aún sometido a las


pasiones no puede escuchar la palabra del Cantar. Para poder penetrar en los
escondidos misterios que se revelan en este libro necesita salir de sí mismo, dar
muerte al hombre de pecado. Para acercarse a la montaña santa, donde resuena la
voz del Amado, es necesario lavar antes los vestidos del corazón (Ex 19,10ss).
Sólo así será posible escuchar, sin morir, el sonido de la trompeta, que resuena
con fuerza (Ex 19,13.16), pues es la voz de Dios, que humea como fuego
devorador (Ex 19,18). La voz santa, que nos llega desde el santo de los santos,
sólo puede escucharla quien ya ha sido caldeado por el fuego que el Señor ha
venido a traer a la tierra (Lc 12,49). "Vosotros, los que siguiendo el consejo de
Pablo, os habéis despojado, como de un vestido miserable, del hombre viejo con
sus obras y ambiciones, y que os habéis vestido por la pureza de vuestra vida con
12
los vestidos espléndidos que el Señor mostró el día de su transfiguración en el
monte, o mejor dicho, que os habéis revestido de nuestro Señor Jesucristo, con su
santa túnica, y os habéis transfigurado con él para veros libres de pasión, oíd los
misterios del Cantar de los cantares. Entrad en la incorruptible cámara nupcial,
vestidos de la túnica blanca de pensamientos puros y sin mancha".

Lo mismo dice San Gregorio Magno, uniendo el Evangelio de las bodas y


el Cantar: "Hemos de venir a estas santas bodas del Esposo y la Esposa con el
traje nupcial, pues si no nos hemos vestido con el traje nupcial seremos
expulsados de este banquete nupcial a las tinieblas exteriores, es decir, a la
ceguera de la ignorancia". Cuantos, siguiendo el consejo de Pablo, se han
despojado del hombre viejo (Col 3,9) y se han revestido de las cándidas
vestiduras del Señor, con las que él se mostró durante la transfiguración (Mt
17,2), mejor aún, se han revestido del mismo Señor Jesucristo (Rom 13,14;Ap
6,11) y se han transfigurado con él (Flp 3,10.21), ellos pueden escuchar los
misterios del Cantar de los Cantares. Sólo se entra en el interior de la inmaculada
estancia nupcial revestidos de vestiduras blancas (Mt 22,10-13). Vestido de
esposa, el bautizado puede unirse con Cristo en el amor. No se entra en la cámara
nupcial con el espíritu de temor (1Jn 4,18), ni movido por interés, en busca de
dones, sino buscando al que es la fuente de todos los dones. Entra quien ama al
esposo con todo el corazón, con toda la mente y con todas sus fuerzas (Dt 6,5).

d) Comentario del Cantar

Este comentario lo hago guiado, en primer lugar, por el olfato de los


rabinos de Israel, siguiendo sobre todo el Targum y el Midrás. Y, en segundo
lugar, sigo el rastro de los Padres de la Iglesia: Orígenes, Gregorio de Nisa, Filón
de Carpasia y San Bernardo... Merece la pena seguir este múltiple rastreo para
acercarnos a la intimidad del amor de Dios a los hombres, al misterio del amor de
Cristo a la Iglesia.

Orígenes confiesa que, a veces, es difícil descubrir todos los significados de


las palabras de la Escritura: "Me parece encontrarme en situación parecida a la de
quien sale a rastrear la caza, valiéndose del olfato de un buen galgo. Ocurre
alguna vez que, mientras el cazador, atento sólo a las huellas, cree estar ya cerca
de las ocultas madrigueras, de repente el perro pierde el rastro y tiene que volver
sobre sus pasos por las sendas ya recorridas, aguzando aún más el olfato, hasta
que halla el punto en que la caza tomó, sin que la vieran, otro sendero; y cuando
el cazador da con éste, lo sigue más animado por la esperanza cierta de la presa.
También nosotros, cuando perdemos el rastro de la explicación, volvemos un
poco sobre nuestros pasos, con la esperanza de que el Señor ponga en nuestras
13
manos la caza y que nosotros, preparándola y sazonándola según la ciencia de la
madre Raquel, con la salsa de la palabra, merezcamos obtener las bendiciones del
padre Jacob (Gén 49,1ss). Esto supone repetir a veces lo mismo para dar con el
significado más adecuado".

Con el Midrás es posible dar interpretaciones diversas de un texto, leído en


el contexto de otros, que se arrastran mutuamente, como cerezas sacadas de una
cesta, formando una cadena interminable. La Escritura es una, toda ella
englobada en el único plan de Dios. De aquí que los hechos se hagan eco entre sí;
se preparan y se desvelan mutuamente. La luz de la fe da vueltas a la palabra en
el corazón, escrutando cada palabra dentro de la cadena de palabras que la
preceden o la siguen. Así la Escritura se ilumina con la misma Escritura. "El
Nuevo Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo se hace patente en el
Nuevo" (DV 16). El Antiguo Testamento está, como Moisés (Ex 34,34), cubierto
por un velo, que sólo desaparece en Cristo. Cuando alguien se convierte al Señor,
se arranca el velo, porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del
Señor, allí está la libertad" (2Cor 3,14-17). Por eso se dice que "la letra mata,
pero el espíritu vivifica" (2Cor 3,6).

Fray Luis de León reconoce que muchas veces la lengua no alcanza al


corazón cuando trata de expresar el entrañable amor de Cristo a su Iglesia: "Bajo
los amorosos requiebros explica el Espíritu Santo la encarnación de Cristo y el
entrañable amor que tuvo siempre a su Iglesia". Este amor es el corazón del
Cantar de los cantares. Amor escondido bajo la corteza de la letra. Quien no ha
gustado este amor de Dios no rompe la corteza, quedándose como quien
contempla un baile sin escuchar la música que mueve los pies.

Gregorio de Nisa, sin embargo, nos anima: "Quienes emprenden un viaje


más allá del mar, movidos por la esperanza de una ganancia, cuando se hallan en
alta mar, elevan una oración a Dios, pidiéndole que un viento suave y favorable
hinche las velas y envista, según el deseo del timonel, por la popa. Pues, si el
viento sopla según sus deseos, es agradable el mar, que espléndidamente se
encrespa con sus plácidas olas, mientras la nave se desliza con facilidad sobre las
aguas. Ante los ojos de todos fulguran las riquezas que esperan alcanzar, pues la
bonanza del mar es buen presagio de ello. Así a nosotros nos esperan grandes
riquezas, mediante esta navegación en la barca de la Iglesia. Para ello, también
nosotros elevamos a Dios nuestra plegaria, pidiéndole el viento suave y favorable
del Espíritu Santo, para deslizarnos por las olas del texto y llegar al conocimiento
del amor de Dios hacia nosotros, manifestado en la unión de Cristo con su
Iglesia".

14
Orígenes nos exhorta con las palabras que dirigía a sus oyentes: "Escucha el
Cantar de los cantares y apresúrate a repetir con la Esposa lo que dice la Esposa,
para poder oír lo que ella misma oyó". Sólo el hombre "espiritual", es decir, el
hombre dócil al Espíritu de Dios, puede oír el Cantar como revelación del amor
más alto, pues el Espíritu le abre el acceso al misterio del corazón de Dios. Como
dice San Bernardo: "El amor habla aquí por doquier. Y si alguno quiere adquirir
alguna inteligencia de él, ha de amar. El que no ama, en vano escuchará o leerá
este Cantar de amor, pues sus palabras inflamadas no pueden ser comprendidas
por un alma fría". Quienes lo viven reconocen "lo que pasa entre Dios y el alma",
dice Santa Teresa a sus hermanas, comentándolas el Cantar.

No se trata, pues, de explicar intelectualmente el Cantar, sino de hablarlo en


nombre propio. La vocación cristiana consiste en ser esa amada en la que se
realiza el plan inicial de Dios. Cristo ha venido a salvar a la Iglesia con su amor,
haciéndola capaz de amar también ella con amor pleno.
PROLOGO

a) Los diez cánticos

Cantar de los cantares de Salomón (1,1). En la Biblia hay muchos cánticos.


Hay cantos de gozo y de duelo, cantos de siembra y de recolección o de
vendimia, cantos triunfales y cantos de amor, cantos de peregrinación y cantos de
alabanza. Pero entre todos sobresale el Cantar de los Cantares. Según el Targum
y el Midrás, diez cánticos se han dicho en este mundo, de los cuales éste es el
más glorioso de todos.

El primer cántico lo entonó Adán cuando fue absuelto de su pecado, ya que


llegó el Sábado y lo defendió. Entonces Adán abrió su boca y dijo: "Salmo,
cántico para el día del Sábado" (Sal 92,1). El segundo cántico lo cantó Moisés
con lo hijos de Israel cuando Yahveh les abrió el Mar Rojo: "Entonces Moisés y
los hijos de Israel cantaron la alabanza" (Ex 15,1). El tercer cántico lo cantaron
los hijos de Israel cuando les fue dado el pozo de agua: "Entonces Israel cantó la
alabanza" (Nú 21,17). El cuarto cántico lo dijo Moisés, profeta, cuando le llegó el
tiempo de partir de este mundo. Con el canto amonestó a la casa de Israel, como
está escrito: "Escuchad, cielos, y hablaré" (Dt 32,1). El quinto cántico lo entonó
Josué cuando luchó contra Gabaón y el sol y la luna se pararon treinta y dos
horas, cesando en su cántico. Josué pidió al sol que se callase y el sol dijo a
Josué: Y mientras yo calle, ¿quién dirá la alabanza del Santo? Josué le respondió:
Tú, calla, y seré yo quien diga un canto en tu lugar. Entonces "Josué cantó la
alabanza delante del Señor" (Jos 10,12). El sexto cántico lo entonaron Barac y
Débora el día en que el Señor puso a Sísara y a su siervos en manos de los hijos
15
de Israel: "Y Débora y Barac cantaron la alabanza" (Jos 5,1). El séptimo cántico
lo dijo Ana, cuando le fue dado un hijo de parte del Señor: "Y Ana oró en
profecía y dijo" (1Sam 2,1). El octavo cántico lo entonó David, rey de Israel, por
todos los prodigios que el Señor había hecho en su favor: "David en profecía
cantó la alabanza delante del Señor" (2Sam 22,1).

El noveno cántico lo dijo Salomón, rey de Israel, en Espíritu Santo, delante


del Soberano de todo el mundo, el Señor (Cant 1,1). ¿Con qué se puede comparar
esto? Con un barril lleno de piedras preciosas y perlas, cubierto con un cobertor
de hilo y escondido en un rincón, sin que nadie supiera lo que había dentro.
Llegó uno y lo volcó y todos descubrieron el tesoro. Es lo que hizo Salomón,
cuyo corazón rebosaba sabiduría. Cuando la santa inspiración se posó sobre él
nos descubrió el tesoro escondido en la Torá, los amores entrañables del Rey a la
asamblea de Israel. Hasta que surgió Salomón nadie pudo penetrar en el misterio
del amor de Dios, oculto bajo las palabras de la Torá.

El décimo cántico lo entonarán los redimidos cuando sean rescatados del


exilio, como está escrito: "Los rescatados del Señor volverán a Sión con un
cántico de triunfo, una alegría perpetua coronará su cabeza" (Is 51,11). "Aquel
cántico será alegría para vosotros, como la noche en que se celebra la fiesta de
Pascua y hay alegría en el corazón del pueblo que aparece delante del Señor tres
veces al año con varias especies de instrumentos y al son del tímpano, sobre el
monte del Señor, para dar culto al Señor, el fuerte de Israel (Is 30,29)".2

R. Aqiba dijo "que toda la historia no vale lo que el día en que fue
compuesto el Cantar de los Cantares. ¿Por qué así? Porque si todos los Escritos
son santos, el Cantar de los Cantares es el Santo de los Santos". Como el santo de
los santos, el Cantar es una palabra incandescente. El Cantar es como harina
candeal, es el mejor de los cantares, el más excelso, el más exquisito. En todas
las canciones de la Escritura o Dios alaba a Israel (Dt 32,13) o Israel alaba a Dios
(Ex 15,2); pero en el Cantar de los Cantares Israel alaba a Dios y Dios alaba a
Israel. El dice: "¡qué hermosa eres, mi amor!" (1,15), e Israel dice: "¡Qué
hermoso eres, amado mío, qué delicioso!" (1,16).

En el Zohar encontramos el elogio más sublime del Cantar: "Este cántico lo


profirió el rey Salomón cuando fue construido el Templo a imagen del Templo
celeste. Cuando el Templo inferior fue construido hubo tal alegría ante el Santo
como no la había habido desde el día en que fue creado el mundo hasta aquel día.
Entonces el mundo fue puesto sobre su fundamento y todas las ventanas del cielo
se abrieron de par en par para irradiar luz; nunca antes hubo tanta alegría como la
2
Las citas bíclicas corresponden al texto ampliado del Targum.
16
de aquel día; entonces todos los seres del cielo y de la tierra entonaron un canto:
el Cantar de los cantares. Este himno de alabanza, santo de los santos, comprende
toda la Torá; en él participan los seres del cielo y los de la tierra. Es el canto
imagen del mundo celeste, que es el sábado supremo; es el canto con el que el
santo Nombre celeste es coronado: por ello es el 'santo de los santos'. Este es el
canto de alabanza de la Asamblea de Israel cuando es coronada en el cielo; en
ningún himno del mundo se complace el Santo cuanto en este himno".

b) Siete cantares

También Orígenes indaga sobre los cantares de los que éste se dice ser el
Cantar: "Pienso que estos cantares son aquellos que desde hacía tiempo se venían
cantando por obra de los profetas y de los ángeles, es decir, por los amigos del
Esposo. En cambio éste es el Cantar propio del Esposo a punto de recibir a su
esposa. En él la esposa no quiere ya que le canten los amigos del Esposo, sino
que anhela las palabras del Esposo en persona, presente ya cuando dice: Que me
bese con besos de su boca. Los demás cantares, que la ley y los profetas cantaron,
parecen haber sido cantados a la esposa todavía niña, cuando aún no había
pasado los umbrales de la edad madura, mientras que este Cantar parece estar
cantado a la esposa adulta, apta para el vigor fecundante del varón. Por ello se
dice de ella que es paloma única y perfecta, y así, en cuanto esposa perfecta de un
esposo perfecto, ha concebido palabras de doctrina perfecta".

El primer cantar lo cantaron Moisés y los hijos de Israel cuando vieron a los
egipcios muertos en la orilla del mar; al ver la mano fuerte y el tenso brazo del
Señor entonaron: "Cantemos al Señor, pues gloriosamente se ha cubierto de
gloria" (Ex 15,1). Este canto lo cantará todo el que haya sido liberado de la
esclavitud de Egipto. Pero aún no puede cantar el Cantar de los Cantares. Para
ello, deberá antes caminar a pie enjuto por en medio del mar, vivir todo lo que
describen el Exodo y el Levítico, ser incorporado al censo divino, entonando
entonces el segundo cantar junto al pozo de Zared (Nú 21,16)... 3 Con todos estos
cánticos la esposa va avanzando paso a paso hasta llegar al tálamo del Esposo,
"al lugar de la tienda admirable, hasta la casa de Dios, entre gritos de júbilo y
alabanza, entre el bullicio de gente en fiesta" (Sal 41,5). De etapa en etapa, llega
al tálamo mismo del Esposo, para escuchar y cantar el Cantar de los Cantares.

Cantar de los cantares de Salomón. Es el cantar de Salomón, a quien Dios


colmó de su sabiduría (1Re 3,12;5,9-14). Quizás pienses, dice Gregorio de Nisa,
que estoy hablando de aquel Salomón nacido de Betsabé en Belén (1Re 3,4; 11,6-
8). No, hay otro Salomón, del que aquel era figura. También éste nació según la
3
Así recorre Orígenes los seis cánticos, que para él, preceden al Cantar de los Cantares, que es el séptimo y perfecto Cantar.
17
carne en Belén del linaje de David (Rom 1,3); su nombre es paz y es el verdadero
Israel (Heb 7,2), el constructor del templo de Dios (1Re 5,19; Mt 23,61). El
posee la sabiduría de Dios (1Cor 1,30). El es el autor del Cantar, que es el canto
de su amor, sin el que nada existiría, pues todo es fruto de su amor (Sab 11,24s).
Su amor hizo arder el sol y los astros del cielo. El dio el ser a la pequeña hija de
Sión y la enriqueció de gracia y belleza, elevándola hasta su trono, como reina. Y,
como canto del amado, es también el eco del amor de Dios en el corazón de la
amada que, desde la tierra se eleva al cielo como exhalación de gratitud. La
amada, por ser amada, hace suyo el canto del amado.

San Bernardo comenta: "Yo creo justa la designación de Cantar de los


cantares por ser fruto de todos los demás. Es un canto que inspira sólo devoción
y sólo enseña experiencia. No es un simple sonido de la boca, sino júbilo del
corazón; no es un retintín de los labios, sino una pulsación de la alegría; es un
acorde de voluntades y no sólo de voces. No es allá fuera donde se oye, no es en
la calle donde suena; tan sólo lo oye aquella que lo canta; tan sólo aquel a quien
se canta: la esposa y el esposo. Es un canto de bodas y celebra el abrazo puro,
encantador, de corazones, el acorde de un arte de sentir y de vivir, su unísona y
recíproca tensión de amor. Es el canto apropiado para el que, bajo la guarda y
cuidado de Dios, ha llegado a la mayoría de edad, ha madurado hasta la edad del
matrimonio y está preparado para la unión nupcial con el esposo celeste".

El Cantar de Salomón, el Pacífico, comienza con un signo de paz, con un


beso. Es el beso casto de los fieles, que han sido purificados por Cristo del
tumulto de las pasiones. Como canto nupcial, que celebra las dulzuras inefables
del amor de Cristo y la Iglesia, se cubre de símbolos y figuras, como Moisés
cubrió con un velo su rostro (Ex 3,6), porque de otro modo no se podrían resistir
los fulgurantes rayos de su luz. Es el Cantar de los Cantares, cantado al Rey de
reyes y Señor de señores (1Tim 6,15) por aquellos que, antes, han cantado los
cánticos graduales, es decir, han ido subiendo grado a grado hacia el tálamo
nupcial del Señor y ahora viven para cantar su gloria: "Cantad en vuestro corazón
salmos, himnos y cánticos espirituales" (Ef 5,19). Tras el largo camino hacia la
unión con el esposo, se oyen "voces de júbilo y de salvación en las moradas de
los justos" (Sal 117,15). Es el cantar de quienes han recibido el beso de su boca.
Boca del Padre es el Hijo, la Palabra hecha carne, que besa a sus discípulos con
el soplo del Espíritu Santo: "Jesús sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu
Santo" (Jn 20,22).

El Espíritu Santo, beso mutuo del Padre y el Hijo, es quien inspira el Cantar
y quien lo hace cantar a la esposa del Padre y del Hijo, a Israel y a la Iglesia, que
piden a su esposo: ¡Que me bese con el beso de su boca! Sólo en el beso la
18
esposa conoce al esposo, en quien halla vida eterna: "Esta es la vida eterna:
conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (Jn
17,3). "El Espíritu, que sondea hasta las profundidades de Dios, es quien nos lo
ha revelado" (1Cor 2,10).

1. BESOS DE SU BOCA: 1,2-4

a) Lenguaje esponsal del cuerpo

El Cantar comienza con el suspiro interior, que brota del corazón de la


amada: "Que me bese con besos de su boca" (1,2). Es el deseo de toda la persona,
en cuanto espíritu encarnado. La palabra de la amada, con la mención del beso,
del vino, de la fragancia de los perfumes, del bálsamo y de las caricias, implica
todos los sentidos: oído, tacto, olfato, gusto y vista. Como comenta Juan Pablo II:
"Ya los primeros versículos del Cantar nos introducen inmediatamente en la
atmósfera de todo el poema, en el que parecen moverse el esposo y la esposa
dentro del círculo trazado por la irradiación del amor. Las palabras de los
esposos, sus movimientos, sus gestos corresponden al movimiento interior de los
corazones. Sólo a través del prisma de ese movimiento es posible comprender el
lenguaje del cuerpo".

El cuerpo tiene un significado sacramental. La realidad personal, interior, se


expresa visiblemente en el cuerpo, a través del cuerpo. El cuerpo es palabra en sí
mismo. Palabra, gestos y silencio son el lenguaje del cuerpo, con el que la
persona se comunica. Los ojos que se miran, las bocas que se hablan o besan, la
risa y el llanto, la admiración, extrañeza, dolor, paz, alegría... se expresan en el
lenguaje del rostro. La cara es el espejo del alma, es la persona misma. El rostro
es un mensaje. En él sorprendemos a la persona, la descubrimos, la hallamos. En
el rostro, los ojos se abren con la mirada al otro y abren la persona a la mirada del
otro. Los ojos son una invitación a la comunicación mutua de los amantes. Luego
19
la boca traduce en palabras esa invitación y realiza la comunicación en el beso,
donación de intimidad y amor. El beso es la palabra oblativa del alma del amado
a la amada.

A Juan Pablo II le gusta repetir que el cuerpo tiene un significado esponsal:


"expresión del sincero don de sí mismo" (Mulieris dignitaten 10). El cuerpo
humano es ante todo presencia de la persona para los demás. La presencia de
persona a persona se hace cercanía, comunicación y palabra a través del cuerpo.
Toda respuesta personal a la llamada del otro pasa a través del lenguaje oblativo
del cuerpo. El Verbo de Dios, Palabra de vida, tomando cuerpo humano, se deja
oír, ver y tocar para hacer que el hombre entre en comunión con él (1Jn 1,1ss).
En Cristo, el Padre vuelve su rostro hacia nosotros con toda su gloria y amor: "Y
la Palabra se hizo carne y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del
Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).

La liturgia no se celebra nunca en la interioridad, sino en el ámbito de lo


sensible, incorporando a todos los sentidos en la celebración. Los gestos de mirar,
oler, oír y tocar son fundamentales y necesarios en toda liturgia sacramental: en
ella se escucha la palabra, pero la proclamación del Evangelio se acompaña de
una procesión, del incienso, los cirios encendidos, el beso, el estar en pie. Los
gestos llenan toda celebración: inmersión en el agua, imposición de manos,
signación, unción, beso de paz, comer y beber... El Cantar, liturgia de amor, habla
desde el principio el lenguaje esponsal del cuerpo.

El beso, primera palabra del Cantar, transmite con su hálito la vida: "Dios
formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida, y el
hombre se convirtió en ser vivo" (Gén 2,7). La amada añora los días del Edén,
cuando gustaba las delicias del amor de Dios, más sabroso que el vino, que
alegra el corazón del hombre (Sal 104,15): "Gustad y ved qué bueno es el Señor"
(Sal 34,9). ¡Cómo no amarle! El amor de Dios es el "vino bueno" guardado en
sus bodegas (Jn 2,10). Y con el vino, la amada añora los perfumes del paraíso con
su fragancia original. Toda enamorada sabe reconocer y amar el aroma personal
de su amado. El olfato se adelanta a la vista. La presencia, aún invisible del
amado, se deja sentir ya en el perfume que difunde a su alrededor. Es la fragancia
de Dios, "paseándose entre los árboles del jardín a la hora de la brisa de la tarde"
(Gén 3,9), lo que la amada anhela sentir. La amada, embriagada por el "perfume
de fiesta con su olor a mirra, áloe y acacia" (Sal 45,8s), con que es ungido el
amado para las bodas, suspira: "¡Ah, llévame contigo al tálamo nupcial para
celebrar nuestra fiesta!". "Atráeme a ti con lazos de amor, con cuerdas de cariño"
(Os 11,4); introdúceme en "la sala alta, en la sala interior" (He 1,13), en el Santo
de los Santos del templo (1Cro 28,11), donde reside el Arca de tu presencia (Ex
20
30,6). Los patriarcas, profetas y justos (Mt 13,17) unen su ardiente deseo en este
suspiro: "¡Que me bese con besos de su boca!."

b) Besos de la palabra

El término hebreo Dabar significa palabra y hecho. La comunidad de Israel,


amada de Dios, recibe en el Sinaí su palabra. Entonces ve, oye, besa, palpa y
gusta la palabra. La Torá, que el Señor le da, es alegría que recrea más que las
riquezas, deleite del corazón, cantar en tierra extranjera, más valiosa que miles de
monedas de oro y plata, antorcha para los pies, luz para el sendero, refugio y
escudo... Maravillosas son tus palabras, al abrirse iluminan a los sencillos ¡Son
dulces al paladar, más que miel en la boca! Mi alma languidece esperando tu
palabra; mira, languidecen mis ojos, ¿cuándo vas a consolarme? (Cfr Sal 119).

El Cantar de los Cantares fue escrito, dicen los rabinos, en el Sinaí; por eso
comienza: "Que me bese con besos de su boca". La Palabra decía: ¿Aceptáis
como Dios al Santo? Ellos respondían: Sí, sí. Al punto la Palabra les besaba en la
boca, grabándose en ellos: "para no olvidarte de las cosas que tus ojos han visto"
(Dt 4,9), es decir, cómo la Palabra hablaba contigo. El pueblo ve, oye y besa cada
una de las diez palabras de la misma boca de Dios, sin intermediario alguno, por
eso dice: "que me bese con los besos de su boca". Según el Midrás, cuando Dios
hablaba, salían de su boca truenos y llamas de fuego. Así vieron su gloria. La voz
iba y venía a sus oídos. La voz se apartaba de sus oídos y la besaban en la boca, y
de nuevo se apartaba de su boca y volvía al oído.

Luego, ante el temor a morir, el pueblo se dirige a Moisés y le dice: Moisés,


se tú nuestro mediador: "Habla tú con nosotros y te escucharemos" (Ex 20,16),
"¿por qué tenemos que morir?" (Dt 5,22). Así se dirigían a Moisés para aprender,
pero olvidaban lo que escuchaban. Entonces se decían: como Moisés es humano,
también su palabra es perecedera. Le dijeron: ¡Moisés, ojalá se nos revele el
Santo por segunda vez; ojalá "que nos bese con los besos de su boca"; ojalá que
grabe las palabras de la Torá en nuestros corazones como en la vez primera.
Moisés les contestó: No está previsto para ahora, sino para el futuro: "después de
aquellos días pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón" (Jr 31,20).
El Mesías cumplirá esta palabra. Los creyentes en él podrán decir: "En mi
corazón he escondido tu palabra para que no pueda pecar contra Ti" (Sal 119,11).

Mejores son tus amores que el vino. Las palabras de la Torá, besos de la
boca de Dios, son mejores que el vino. Se parecen una a otra como los pechos de
una mujer; son compañeras una de otra; están entrelazadas una con otra y se
esclarecen mutuamente. La Torá es comparada con el agua, con el vino, con el
21
ungüento, con la miel y con la leche. Como el agua es vida del mundo, "la fuente
del jardín es pozo de agua viva" (Cant 4,15), "pues sus palabras son vida para
quienes las encuentran" (Pr 4,22). Agua y palabra descienden del cielo, como don
de Dios: "Al sonar de su voz se forma un tropel de aguas en los cielos" (Jr
10,13), "pues desde el cielo he hablado con vosotros" (Ex 20,19). Es la voz
potente del Señor, envuelta en truenos y relámpagos: "la voz de Yahveh sobre las
aguas", pues "al tercer día, de mañana, hubo truenos y relámpagos" (Ex 19,16).
Agua y palabra purifican al hombre de su impureza, "rociaré sobre vosotros agua
pura y os purificaréis" (Ez 36,25). Y, como el agua no apetece si no se tiene sed,
tampoco se encuentra gusto en la Torá si no se tiene sed. Como el agua abandona
los lugares altos y fluye hacia las profundidades, así la Torá abandona a los
orgullosos y se une a los humildes. Y como el agua se conserva, no en recipientes
de oro ni de plata, sino en recipientes más baratos, así la Torá no se mantiene
más que en quien se considera como un recipiente de barro.

¿Acaso se puede decir que, así como el agua se corrompe en una vasija, lo
mismo sucede con la Torá? No, porque dice la Escritura que "la Torá es como el
vino"; y así como el vino mientras madura en el tonel mejora su calidad, así
también las palabras de la Torá, mientras reposan en el hombre acrecientan su
grandeza. ¿Acaso se puede decir que, así como el agua no alegra el corazón, lo
mismo sucede con la Torá? No, porque dice la Escritura que "la Torá es como el
vino"; y así como "el vino alegra el corazón del hombre" (Sal 104,5), así también
las palabras de la Torá "alegran el corazón" (Sal 19,9).

¿Acaso se puede decir que, como el vino es a veces pernicioso tanto para el
cuerpo como para la cabeza, lo mismo sucede con la Torá? No, porque la
Escritura dice que "la Torá es como ungüento" (Cant 1,3); y como el ungüento es
agradable para el cuerpo y la cabeza, así también las palabras de la Torá son
agradables para el cuerpo y la cabeza, "lámpara de aceite para mis pies son tus
palabras" (Sal 119,105). Por eso dice la amada: "el aroma de tus ungüentos es
delicioso" (Cant 1,3); se refiere a los ungüentos de la Torá. Cuando tienes en la
mano una copa llena de aceite a rebosar, por cada gota de agua que le cae se
derrama una de aceite, así por cada palabra de Torá que entra en el corazón, sale
una palabra de frivolidad; y al contrario, por cada palabra de frivolidad que entra
en el corazón, sale una de Torá. Pero, ¿acaso se puede decir que, así como el
aceite comienza siendo amargo y termina por ser dulce, lo mismo sucede con la
Torá? No, porque la Escritura dice que "la Torá es como miel y leche" (Cant
4,11); y así como éstas son dulces desde el principio, así también las palabras de
la Torá son "más dulces que la miel" (Sal 19,11). ¿Acaso se puede decir que, así
como la leche es insípida, lo mismo sucede con la Torá? No, porque la Escritura
dice "miel y leche", y así como la miel y la leche, al mezclarse, no perjudican al
22
cuerpo, así también la Torá "será salud para tu vientre" (Pr 3,8), pues sus palabras
"son vida para quienes las hallan" (Pr 4,22).

c) Cristo Palabra de Dios

La amada que, a lo largo de la historia de Israel, ha conocido a Dios a


través de mediadores, que velaban su presencia, al llegar la plenitud de los
tiempos exclama: "Que me bese con besos de su boca". ¿Hasta cuando mi esposo
me seguirá enviando sus besos por medio de Moisés? ¿Hasta cuando me los
enviará por medio de los profetas? Son los labios mismos del esposo los que yo
deseo besar; ¡que venga él mismo!¡que me bese con los besos de su boca! Estos
son los besos que Cristo ofreció a la Iglesia cuando, en su venida en la carne, le
anunció palabras de fe, de amor y de paz, según había prometido, cuando Isaías
fue enviado por delante a la esposa: no un embajador ni un ángel, sino "el Señor
mismo nos salvará" (Is 33,22).

El Cantar expresa el deseo de la Iglesia y se convierte en la palabra de los


últimos tiempos: "Después de haber hablado en muchas ocasiones y de muchas
maneras a los padres por medio de los profetas, en estos últimos tiempos nos ha
hablado por su Hijo, a quien ha establecido heredero de todas las cosas, por el
cual hizo también los mundos" (Heb 1,1). Después de escuchar tantas veces y de
tantos modos a Dios, la esposa quiere oír directamente la voz del Esposo que le
han anunciado. Le han dicho de él que viene de Edom todo vestido de esplendor
(Is 63,1); le han anunciado como el más hermoso de los hijos de Adán (Sal 44,3),
como el amigo fiel, tesoro sin precio para quien le encuentra (Eclo 6,14ss). Más
aún, le han dicho: "Escucha, hija, y mira, olvida tu pueblo y la casa de padre y el
rey se prendará de tu belleza, porque él es tu Señor" (Sal 44,11-12). Ella ha
escuchado y se ha creído su declaración de amor: "Como se casa un joven con
una doncella, se casará contigo tu Creador, y con gozo del esposo por su novia se
gozará por ti tu Dios" (Is 62,5). Con tales promesas la esposa le dice: "No quieras
enviarme de hoy ya más mensajeros, que no saben decirme lo que quiero y
déjame muriendo un no se qué que quedan balbuciendo" (Juan de la Cruz).

Gregorio de Nisa nota que no es el esposo, como sucede entre los hombres,
quien comienza a hablar, sino la esposa. La casta virgen se anticipa al esposo,
manifestándole abiertamente el deseo de sus besos. Los buenos padrinos de
bodas, patriarcas y profetas, le han prometido tales "dones nupciales" (remisión
de los pecados, cancelación de las iniquidades, transformación de la misma
naturaleza corruptible en incorruptible, la delicia del Paraíso, la alegría sin fin)
que han suscitado en ella el ardiente deseo del esposo, fuente de tales dones.
Cuando estos amigos del novio, oyendo la voz del novio, se alegran y exultan (Jn
23
3,29), la esposa exclama: "Que me bese con los besos de su boca". El Espíritu
hace hablar así a la esposa, pues "el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza.
Pues nosotros no sabemos cómo pedir lo que nos conviene; mas el Espíritu
intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones
conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y su intercesión en favor de los santos
es según Dios" (Rom 8,26-27).
Así, pues, una vez que la esposa ha recibido del esposo, además de la dote,
los regalos esponsales, ahora se ve atormentada por el deseo de su amor; se
consume, abatida, lejos de su esposo y anhela verlo y disfrutar de sus besos. Y
como el esposo se demora, recurre a la oración a Dios, sabiendo que El es el
Padre del esposo. Levanta sus manos puras, sin ira ni contienda, vestida con
decencia y modestia (1Tim 2,8s) y, abrasada por el deseo y atormentada por una
herida interna de amor, lanza su oración a Dios y le pide: ¡Que me bese con los
besos de su boca!

Es la oración de la Iglesia. Y lo mismo se puede decir de cada alma que


busca la unión con Cristo, su esposo. Los dones recibidos no pueden satisfacer
plenamente su deseo, por ello implora: ¡que me bese con los besos de su boca!
"Señor mío, no os pido otra cosa en esta vida que me beséis con beso de vuestra
boca y que, de esta manera está siempre mi voluntad dispuesta a no salir de la
vuestra" (Santa Teresa de Jesús). Imagen de este beso que el esposo, el Verbo de
Dios, da a su esposa, es el beso que mutuamente nos damos en la Iglesia cuando
celebramos los misterios.

Le sucede a la esposa lo mismo que a Moisés; después de haber hablado


con Dios boca a boca (Ex 33,11), se sintió con deseos mayores de los besos de su
boca, hasta pedir al Señor que le mostrara su rostro (Ex 33,12-18). Cuanto más se
muestra el Señor mayor es el deseo de contemplarle. Su presencia no apaga la
sed de él, sino que suscita el grito: Maranatha. Su amor suscita amor cada vez
más ardiente. Gracias a las primicias del Espíritu (Rom 8,23) que ha recibido, la
esposa siente el deseo de penetrar en las profundidades de Dios, que sólo conoce
el Espíritu de Dios (1Cor 2,10ss). Desea ser arrebatada, como Pablo, hasta el
tercer cielo y escuchar las palabras inefables, que el hombre no puede pronunciar
(2Cor 12,2s).

Como sus palabras son espíritu y vida (Jn 6,63), quien se une a él, pasa de
la muerte a la vida (Jn 5,24) y, con ello, se la enciende el deseo de llegar a la
fuente de la vida (Jn 4,14), que es la boca del esposo, de la que brotan palabras de
vida eterna (Jn 6,68). Pero para beber de esta agua es necesario acercar la boca a
la boca del Señor: "Si alguno tiene sed venga a mí y beba" (Jn 7,37). El Señor,
quiere que todos se salven (1Tim 2,4) y no deja a quienes lo desean sin el beso de
24
su boca. Por ello reprocha a Simón el leproso: "Tú no me has besado" (Lc 7,45).
Si lo hubieras hecho habrías quedado limpio de tu enfermedad. Pero como él no
sentía amor, quedó insensible al deseo de Dios. La pecadora, en cambio, "porque
amaba mucho", "desde que entré no ha dejado de besarme" (Lc 7,45.47).

d) Los dos Testamentos

Mientras la esposa está aún hablando, se le otorga lo que suplica: el esposo


le da los besos que pide. Y ahora, al ver presente el esposo, excitada por la
hermosura de sus pechos y la fragancia de su perfume, exclama: "Tus pechos 4
son mejores que el vino, y el olor de tus perfumes, superior a todos los aromas".
En tus pechos se ocultan "todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col
2,3). El vino recibido antes de tu venida, por medio de la ley y los profetas,
alegraba mi corazón (Sal 103), pero ahora, al contemplar los tesoros que
escondían tus pechos, estupefacta de admiración, veo que son mejores que el
vino. Es el vino bueno de Caná de Galilea. Cuando se acabó el viejo, Jesús dio
otro vino mucho más excelente que el anterior: "Todo el mundo pone primero el
vino bueno, y cuando ya están bebidos, el inferior; tú en cambio has guardado el
vino bueno hasta ahora" (Jn 2,1ss).

Comenta Filón de Carpasia: Los dos pechos son los dos Testamentos, con
los que son amamantados los hijos de la Iglesia. Esta bebida, palabra de la boca
de Dios, que se derrama como lluvia, que cae como rocío sobre la hierba verde
(Dt 32,1-2), es mejor que el vino. ¿Qué mayor alegría que escuchar en el primer
Testamento: "Yo mismo cancelo tus pecados y no los volveré a recordar" (Is
43,25;Jr 31,34)? ¿Qué mayor gozo que volverse al Nuevo Testamento y oír: "Al
que venga a mí no lo echaré fuera" (Jn 6,37)? Como ambos pechos están
adheridos al corazón, así los dos Testamentos proceden del mismo Espíritu, del
corazón de Dios, que difunde su amor inagotable. Realmente puede decir la
esposa: "Rebosante está tu copa, con la que me embriagas" (Sal 22,5). Y con
Jeremías puede repetir: "Se me estremeció el corazón en mis adentros, me quedé
como un borracho por causa de Yahveh y de sus santas palabras" (Jr 23,9). Ante
la sublimidad de esta embriaguez del conocimiento de Cristo todo lo demás es
nada (Flp 3,7-8). Con esta embriaguez los mártires iban cantando a la muerte.
Sí, amaremos tus pechos más que el vino. "En este gozo el alma queda embebida
con una manera de borrachez divina, suspedida de los pechos de su costado"
(Santa Teresa de Jesús).

e) El buen olor de Cristo

4
Pechos leen los Setenta y la Vulgata, que comentan los Padres.
25
Los perfumes del esposo, con su fragancia, deleitan a la esposa, que
exclama: "¡El olor de tus perfumes, superior a todos los aromas!". Es el olor del
óleo con que eran ungidos los reyes y los sacerdotes. Pero Cristo no fue ungido
con un óleo cualquiera, sino con el mismo Espíritu Santo. La esposa ya había
conocido algunos aromas, es decir, las palabras de la ley y de los profetas, con las
cuales, antes de venir el esposo, se había instruido, aunque vivía todavía como
niña, bajo tutores y pedagogos: "Pues la ley ha sido nuestro pedagogo hasta
Cristo" (Gál 4,1ss; 3,24s). Con estos perfumes la esposa se preparaba para su
esposo. Pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos, ella creció y el Padre le
envió a su Unigénito. La esposa aspiró su fragancia divina y exclamó: "El olor de
tus perfumes, superior a todos los aromas". El perfume del Espíritu Santo, con el
que fue ungido Cristo y cuyo olor percibe la esposa, se llama óleo de alegría (Sal
44,8), pues el gozo es fruto del Espíritu (Gál 5,22). Con este óleo ungió Dios al
que amó la justicia y odió la impiedad (Sal 44,8). Por eso mismo se dice que el
Señor su Dios le ha ungido con óleo de alegría más que a sus compañeros.

En las Catequesis mistagógicas de S. Cirilo de Jerusalén se dice a los


neófitos: Bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo, adquiriendo una
condición semejante a la del Hijo de Dios. Pues Dios, que nos predestinó a la
adopción de hijos suyos, nos hizo conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Por
esto, hechos partícipes de Cristo, que significa Ungido, no sin razón sois
llamados ungidos. Fuisteis hechos cristos (o ungidos) cuando recibisteis el signo
del Espíritu Santo; todo se realizó en vosotros en imagen, ya que sois imagen de
Cristo. El, en efecto, al ser bautizado en el río Jordán, salió del agua, después de
haberle comunicado a ella el efluvio fragante de su divinidad, y entonces bajó
sobre El el Espíritu Santo en persona y se posó sobre El. De manera similar
vosotros, después que subisteis de la piscina bautismal, recibisteis el crisma,
símbolo del Espíritu Santo con que fue ungido Cristo.

Cristo no fue ungido por los hombres con aceite o ungüento material, sino
que el Padre, al señalarlo como salvador del mundo, lo ungió con el Espíritu
Santo. Como dice Pedro: "Dios ungió a Jesús de Nazaret con poder del Espíritu
Santo"; en los salmos hallamos estas palabras: "el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo entre todos tus compañeros". El Señor fue ungido con una
aceite de júbilo espiritual, esto es, con el Espíritu Santo, llamado aceite de júbilo,
porque es el autor del júbilo espiritual; pero vosotros, al ser ungidos
materialmente, habéis sido hecho partícipes de la naturaleza de Cristo.

Por lo demás, no pienses que es éste un ungüento común y corriente. Pues,


del mismo modo que el pan eucarístico, después de la invocación del Espíritu
Santo, no es pan corriente, sino el cuerpo de Cristo, así también este santo
26
ungüento, después de la invocación, ya no es un ungüento simple o común, sino
don de Cristo y del Espíritu Santo, ya que realiza, por la presencia de la
divinidad, aquello que significa. Tu frente y los sentidos de tu cuerpo son ungidos
simbólicamente y, por esta unción visible de tu cuerpo, el alma es santificada por
el Espíritu Santo, dador de vida.

Ni Salomón en todo el esplendor de su reino vistió como uno de los


pequeños del reino de Cristo (Mt 6,28-29). Pues el nombre de Cristo, Ungido, es
perfume derramado sobre nosotros, transformándonos en "el buen olor de Cristo"
(2Cor 2,15). El nombre de Cristo es perfume derramado, cuyo olor se difunde allí
donde es anunciado el Evangelio por la Iglesia (Mt 26,13). Por ello le aman las
doncellas y corren tras él, como la hemorroísa, que se acercó a él por detrás y
tocó la orla de su manto (Mt 9,20-22) y la cananea, que corría gritando detrás de
él y fue escuchada (Mt 15,23). Ambas corrieron con su fe, como doncellas, detrás
del Señor. También Pablo ha corrido su carrera en la fe hasta llegar a la meta y
recibir la corona de la gloria (2Tim 4,6ss). Este amor exultante entre el amado y
la amada se irradia y envuelve a las doncellas que también se enamoran del
amado. En torno a la amada se forma un círculo de compañeras, que se sienten
atraídas por ella hacia el amado. Invitadas por la amada -"¡Corramos!"-
emprenden el camino, o mejor, la carrera en busca del amado.

f) Tu Nombre es ungüento derramado

"Por eso te aman las doncellas". Israel dijo al Señor: Si aportas luz al
mundo, tu nombre será enaltecido por todo el mundo: "Cuando vean a mis
siervos, obra de mis manos en medio de ellos, santificarán mi nombre" (Is 29,23).
Todos te bendecirán cantando a coro: "¡Se han visto, oh Dios tus procesiones:
delante los cantores, los músicos detrás y en medio las doncellas tocando adufes"
(Sal 68,26). A la voz de tus prodigios con la casa de Israel, todas las naciones
oyeron tu fama. Tu nombre, que es más puro que el ungüento de la consagración
de reyes y sacerdotes (Ex 30,22-33), se ha difundido por toda la tierra. La hija de
Sión desea que todas las naciones conozcan el Nombre del único Señor y
proclamen su gloria.

"Perfume derramado es tu nombre, por eso te aman las doncellas y corren


al olor de tus perfumes". Estas palabras, dice Orígenes, encierran una profecía.
Con la venida de nuestro Señor y Salvador, su nombre se difundió por toda la
tierra: "Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se
salvan" (2Cor 2,15), es decir, las doncellas, que están creciendo en edad y en
belleza, que cambian constantemente, de día en día se renuevan y se revisten del
hombre nuevo, creado según Dios (2Cor 4,16; Ef 4,23). Por estas doncellas se
27
anonadó (Flp 2,7) aquel que tenía la condición de Dios, a fin de que su nombre se
convirtiera en perfume derramado, de modo que no siguiera habitando en una luz
inaccesible (1Tim 6,16;Flp 2,7), sino que se hiciera carne (Jn 1,14), para que
estas doncellas pudieran atraerlo hacia sí. Ellas le atraen mediante la fe en su
nombre, porque Cristo, al ver a dos o tres reunidos en su nombre, va en medio de
ellos (Mt 18,20), atraído por su fe y comunión. Cuando lleguen a la unión plena
con Cristo se harán un solo espíritu con él (1Cor 6,17), según su deseo: "Como
tú, Padre, en mí y yo en ti, que también éstos sean uno en nosotros" (Jn 17,21).

Y si la esposa, prisionera de un solo sentido, el olfato, corre al olor de los


perfumes del esposo, ¿qué hará cuando el Verbo haya ocupado también su oído,
su vista, su tacto y su gusto? El ojo, cuando logre ver su "gloria como de
Unigénito del Padre" (Jn 1,14), ya no querrá en adelante ver ninguna otra cosa; ni
el oído querrá oír a nadie, sino al Verbo de vida y salvación (1Jn 1,1). Ni la
mano, que haya tocado al Verbo de la vida (1Jn 1,1), querrá ya tocar nada
material, frágil o caduco; ni el gusto, cuando haya gustado la bondad del Verbo
de Dios, su carne y el pan que baja del cielo (Hb 6,5; Jn 6,52ss; 6,33), soportará
ya el gustar otra cosa. En comparación con la dulzura y suavidad del Verbo,
cualquier otro sabor le parecerá áspero y amargo, y por ello se alimentará sólo de
él. El que sea hallado fiel en lo poco, será puesto al frente de lo mucho (Mt
25,21), gustará y penetrará en el goce del Señor (Sal 26,4), conducido a un lugar
que, por su abundancia y variedad, recibe el nombre de lugar de delicias (Sal
33,9; Ez 28,13s). Allí se le dice: Deléitate en el Señor (Sal 36,4). Pero no se
deleitará con un solo sentido, el de comer y gustar, sino también con el oído, con
la vista, con el tacto y con el olfato, pues correrá al olor de sus perfumes. Así se
deleitará con todos sus sentidos en el Verbo de Dios.

Ciertamente se trata de los sentidos espirituales del hombre interior, que se


han ejercitado en discernir el bien del mal. El olfato de la esposa, con el que
percibe el olor del perfume del esposo, no se refiere al sentido corporal, sino al
olor divino del hombre interior. Este es el sentido que, al percibir el olor de
Cristo, conduce de la vida a la vida. La Escritura habla constantemente de estos
sentidos espirituales. Así está escrito: "El precepto del Señor es lúcido y alumbra
los ojos" (Sal 18,9). ¿Qué ojos son los que alumbra la luz del precepto? Y de
nuevo: "El que tenga oídos para oír, que oiga" (Mt 13,9). ¿Qué oídos son éstos,
pues sólo el que los tiene oye las palabras de Cristo? Y además: "Somos buen
olor de Cristo" (2Cor 2,15) Y en otro lugar: "Gustad y ved qué bueno es el
Señor" (Sal 33,9). Y ¿qué dice Juan? "Lo que tocaron nuestras manos del Verbo
de la vida" (1Jn 1,1). ¿Piensas que en todos estos pasajes no se habla de los
sentidos espirituales del hombre interior (Rom 7,22)?

28
g) Cámara nupcial

¡Arrástrame, correremos tras de ti! Cuando la casa de Israel salió de Egipto,


la Shekinah del Señor los guiaba, yendo delante de ellos en forma de columna de
humo de día y de columna de fuego de noche (Ex 13,21). Los justos de aquella
generación decían: Señor, arrástranos tras de ti y correremos detrás de tu Ley;
haznos llegar a los pies del Sinaí y danos tu Ley y exultaremos y nos gozaremos
con ella; nos acordaremos de ella y te amaremos. El recuerdo de tus palabras
engendrará y custodiará el amor hacia Ti, alejando de nosotros la infidelidad y la
idolatría de las naciones. Y cuando la comunidad de Israel entró en la tierra dijo:
Por habernos introducido en una tierra buena y espaciosa "correremos tras de ti".
Porque has hecho posarse tu Shekiná en medio de nosotros "correremos tras de
ti". Y si la alejas de en medio de nosotros también "correremos tras de ti", en
busca de ella.

Dios cumple la súplica ¡Arrastrame! incitando contra Israel a sus enemigos


vecinos. Se asemeja a un rey que se enojó con la reina e incitó contra ella a sus
malvados vecinos y ella comenzó a exclamar: "¡Oh rey, mi señor, sálvame!". Así
hizo Dios con su esposa, la comunidad de Israel: "cuando los sidonitas,
amalequitas y ammonitas os oprimieron, clamasteis a Mí y yo os libré de su
mano" (Ju 10,11). Se asemeja a un rey que tenía una hija única y estaba ansioso
por conversar con ella. ¿Qué hizo? Hizo una proclama: "¡Que todo el pueblo
vaya al campo de juego!". Cuando todos estaban en el campo de juego, hizo una
señal a sus siervos y éstos se echaron sobre ella de repente como si fueran
salteadores. Ella, entonces, comenzó a gritar: "¡Padre, padre, sálvame!". El le
dijo: "Si no te hubieran hecho esto, no habrías gritado: ¡Padre, padre, sálvame!".

Así también, cuando los israelitas estaban en Egipto, los egipcios los
oprimían, y ellos comenzaron a gritar y a alzar sus ojos hacia el Señor: "acaeció,
al cabo de aquellos largos días, que falleció el rey de Egipto y los hijos de Israel
gemían bajo la servidumbre y clamaron" (Ex 2,23), y al punto él "escuchó su
lamento" (Ex 2,24) y los sacó con mano fuerte y brazo extendido. El Señor
estaba ansioso por oír su voz, pero ellos no querían. Hizo que el Faraón cambiara
de opinión y los persiguiera: "endureció Yahveh el corazón del Faraón, rey de
Egipto, y los persiguió" (Ex 14,8). Cuando los israelitas vieron a los egipcios a
sus espaldas, alzaron los ojos el Señor y gritaron en su presencia: "Los israelitas
alzaron sus ojos y allí estaban los egipcios" y "gritaron los israelitas a Yahveh"
(Ex 14,10) con el mismo grito que habían dado en Egipto. Cuando él les oyó, les
dijo: "Si no os hubiera hecho esto, no habría oído vuestra voz". Y al punto "les
salvó Yahveh en aquel día" (Ex 14,30).

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La súplica ¡Arrástrame! significa, por tanto: ponnos en peligro o haznos
pobres y "correremos tras de ti". Cuando Israel se ve obligado a comer
algarrobas, entonces hace penitencia. Por ello dice R. Aqiba: "La pobreza le
cuadra a la hija de Jacob como cinta roja en el cuello de un caballo blanco". La
pequeña hija de Sión desea correr hacia el amado, pero siente su debilidad. Sus
piernas no son capaces de llevarla donde su corazón anhela. Su única fuerza es el
deseo. Por ello implora al amado que la transporte con él; que el carro de fuego
de su amor la arrebate hasta su morada, como hizo con Elías.

Después que la esposa ha indicado al esposo que las doncellas, prendidas


de su olor, corrían en pos de él, dice que el rey la ha introducido en su cámara del
tesoro, mostrándola todas las riquezas reales, y ella se alegra contemplando los
secretos y misterios del rey. La cámara del tesoro de Cristo, el depósito de Dios
en que Cristo introduce a la Iglesia o al alma que está unida a él es lo que Pablo
dice: "Pero nosotros poseemos el sentido de Cristo, para conocer lo que Dios nos
ha dado" (1Cor 2,16.12) Es "lo que ni el ojo vio ni el oído oyó ni subió al
corazón del hombre, y que Dios preparó para los que le aman" (1Cor 2,9). Allí,
en la cámara de los tesoros del rey, "están ocultos los tesoros de su sabiduría y de
su ciencia" (Col 2,3). Es lo que había prometido por el profeta: "Te daré los
tesoros ocultos, escondidos, invisibles. Te los abriré, para que sepas que yo soy el
Señor tu Dios, el que te llamó por tu nombre, el Dios de Israel" (Is 45,3).

Arrastrada por el esposo, la esposa dice con satisfacción: "Me ha


introducido el rey en sus habitaciones. Exultaremos y nos alegraremos por ti".
Israel es arrastrado por Dios a la alegría y al júbilo: "Alégrate sin freno, hija de
Sión" (Za 9,9). "Mucho me alegraré en Yahveh" (Is 61,10). "Alegraos con
Jerusalén" (Is 66,10). "Regocíjate y alégrate, hija de Sión" (Za 2,14). "Prorrumpe
en gritos de júbilo y exulta" (Is 54,1). "Exulta y grita de júbilo" (Is 12,6). "Mi
corazón ha exultado en Yahveh" (1Sam 2,1). "Exulta mi corazón, y con mi canto
le alabo" (Sal 28,7). "Aclama a Yahveh, tierra toda" (Sal 98,4). "Aclamad a Dios
con voz de júbilo" (Sal 47,2).

Al ser introducida en la cámara del tesoro del rey, se convierte en reina. De


ella se dice: "Está la reina a tu derecha, con vestido dorado, envuelta en bordado"
(Sal 44,10). Y con ella "serán llevadas al rey las vírgenes; sus compañeras te
serán traídas a ti entre alegría y algazara; serán introducidas en el palacio real"
(Sal 44,15). Y como el rey tiene una cámara del tesoro en la que introduce a la
reina, su esposa, así también ella tiene su propia cámara del tesoro, donde el
Verbo de Dios la invita a entrar, a cerrar la puerta y a orar al que ve en lo secreto
(Mt 6,6).

30
2. NEGRA, PERO HERMOSA: 1,5-8

a) Geografía e historia del Cantar

La amada, iluminada con la presencia del amado, ve su tez morena. Esto la


lleva a evocar toda su historia pasada. Y, como vive su amor en comunidad, con
las hijas de Jerusalén, les hace partícipes de su historia: la hostilidad de sus
"hermanos de madre" es causa del color oscuro de su semblante. Esa historia
iluminada, se hace canto, testimonio del amor del esposo, que no la ha rechazado
por el color de su rostro, sino que la ha amado y hecho hermosa a sus ojos.

La amada está en plena tierra de Israel. Evoca los pasos de su vida desde
Engadí, el oasis fecundo y espléndido a orillas del desierto de Judá, donde se
canta la canción de amor del amigo por su viña: "Una viña tenía mi amigo en
fértil otero. La cavó, despedregó y plantó cepas exquisitas. Edificó una torre en
medio de ella y excavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agraces. ¿Qué
más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? Voy a quitar su valla para
que sirva de pasto, voy a derruir su cerca para que la pisoteen; en ella crecerán
zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella. La viña del Señor es
la casa de Israel, son los hombres de Judá su plantel preferido. Esperaba de ellos
justicia, y hay iniquidad" (Is 5,1ss). Es la historia pasada de la amada, de la que
31
lleva en su cara morena el recuerdo permanente. Pero ahora sabe que Dios,
aunque por un momento oculte su rostro, vela siempre con amor por su viña
deliciosa: "Yo, Yahveh, soy su guardián. A su tiempo la regaré, y de noche y de
día la guardaré. No me enfadaré más; si brotan zarzas y cardos saldré a
quemarlos. Si se acoge a mi protección, que haga las paces conmigo" (Is 27,2ss).

Es la paz que vive ahora la amada. El desierto de su vida se ha transfor-


mado en un vergel de delicias, donde florecen árboles cargados de frutas y flores,
símbolos para cantar la belleza del amado y de la amada. El o ella, en un
intercambio de requiebros, aparecen como "manzano del bosque", "flor de
nardo", "ramo florido de ciprés", "lirio de los valles", "rosa entre los cardos". El
cedro y el ciprés, con que Salomón levantó el Templo, recubren la casa y el lecho
de sus amores. Y con los árboles aparecen aves y animales. Se convoca a tórtolas
y palomas, gacelas y ciervas del campo, que vuelan y retozan en torno al amado
y la amada, ovejas y cabras. Todo evoca una vuelta a los orígenes del Edén antes
del pecado (Gén 2), aunque abierto a una perspectiva escatológica, según la
descripción de Oseas, en la que Dios, esposo fiel, anuncia: "Yo sanaré su
infidelidad, los amaré graciosamente, pues mi cólera se ha apartado de él. Seré
como rocío para Israel; él florecerá como el lirio, echará raíces como el álamo del
Líbano; se extenderán sus vástagos, tendrá el esplendor del olivo y el aroma del
Líbano. Volverán a sentarse a mi sombra, harán crecer el trigo, harán florecer la
viña, que tendrá la fama del vino del Líbano. ¿Qué tiene que ver Efraím con los
ídolos? Yo lo escucho y lo miro. Yo soy como un ciprés siempre verde; de mí
proceden sus frutos" (Os 14,6-9).

La creación es testigo y partícipe del amor del amado y la amada, que se


visten y elogian con toda la belleza de la tierra. En los seres de la creación, con
su belleza y encanto, descubren sus sentimientos y emociones. Un paseo por la
policromada geografía del Cantar nos revela el escenario de la historia de Israel.
Es la Tierra Santa, don del amado a la amada. Con los ojos de la amada podemos
contemplar los montes del Líbano, del Senir y el Hermón; la montaña de Galaad,
con sus rebaños de ovejas y cabras; el Sarón con sus flores; el Hesbón de
Transjordania y el oasis de Engadí; las ciudades de Tirsa, de Damasco y de
Jerusalén; los roquedales y las terrazas, los jardines y los viñedos; los animales
salvajes como la gacela, el león y la raposa, el cuervo y la paloma; los sabrosos
frutales y las innumerables plantas aromáticas. El Cantar no es un mito, como no
lo son los amores de Dios a Israel, de Cristo a su Iglesia.

Los nombres propios, que aparecen en el Cantar, están cargados de historia.


Sólo nombrarlos es hacerlos presentes, vivos, memoriales del amor salvador de
Dios. El Cantar se puebla de ciudades, que señalan puntos claves de la amplia
32
geografía, pero tan concreta y cercana, donde Dios ha dejado sus huellas
salvadoras. Por eso sus nombres son evocadores, rebosantes de simbolismo. La
figura esbelta del amado es como el Líbano; su cabeza es como el Carmelo,
corona del valle de Esdrelón y gloria de todo el país; el aroma inconfundible del
amado se refleja en el racimo de las viñas de Engadí. La amada es narciso del
Sarón, la fértil llanura entre Jafa y el Carmelo, que se tapiza de flores durante la
primavera; sus cabellos tienen la gracia de la montaña de Galaad con sus cabras
negras extendidas por sus colinas; sus ojos son como las albercas de Jesbón,
capital del reino de Moab. Es hermosa como la deseable Tirsa; graciosa como
Jerusalén, la ciudad gloriosa y santa.

La creación, contemplada con ojos de fe, se convierte en canto al Creador.


Los montes y los valles abiertos, los huertos cercados, los minerales y sus
metales preciosos, los vegetales y sus árboles, plantas y flores, los animales
salvajes y domésticos, los manjares y bebidas... todo concurre para exaltar el
gozo del encuentro del amado y la amada. Todos los seres se mueven libres y
gozosos en montes perfumados, en huertos fértiles, en jardines deleitables. Es el
paraíso recreado, donde Dios desciende a la hora de la brisa de la tarde a pasear
con la amada. Ya no hay árbol prohibido. El amado es manzano, que ofrece
manzanas a la amada. Todo invita a celebrar el amor en la fiesta de los sentidos.
El gozo que se disfruta no produce inquietud, es inocente y hermoso. Todo es luz,
flores y cantos. El agua corre alegre, portadora de vida; el viento airea el perfume
de las flores. Es el salto del invierno a la primavera, cuando el sol da luz y calor y
los árboles echan sus brotes, presagio de sus frutos. La vida se renueva en cada
cosa.

b) Negra, pero hermosa

Negra soy, pero hermosa. La asamblea de Israel dice: "negra soy" a mis
propios ojos, "pero hermosa" ante mi Creador, que dice "¿No sois acaso como
hijos de los etíopes", pero "para mí sois la Casa de Israel!" (Am 9,7). Negra soy
por lo que sucedió en el Mar Rojo, pues "fueron rebeldes junto al Mar Rojo" (Sal
106,7), pero hermosa, por haber cantado allí: "El es mi Dios y he de cantarle" (Ex
15,2). Negra por lo sucedido en Mara, donde "murmuraron contra Moisés,
diciendo: ¿Qué vamos a beber?" (Ex 15,24), pero hermosa, pues "Moisés clamó a
Yahveh, quien le mostró un madero que echó al agua y se volvió dulce" (Ex
15,24-25). Negra soy por lo sucedido en Refidim, pues "puso por nombre a aquel
lugar Tentación y Litigio" (Ex 17,7), pero hermosa, ya que allí "Moisés construyó
un altar y lo llamó Yahveh mi bandera" (Ex 17,15).

33
Negra soy se refiere a lo sucedido en Horeb, cuando "se hicieron un becerro
en Horeb" (Sal 106,19), pero hermosa por haber dicho "todo lo que Yahveh nos
diga haremos y obedeceremos" (Ex 24,7). Negra soy se refiere al paso por el
desierto, donde "¡cuántas veces se rebelaron en el desierto!" (Sal 78,40), pero
hermosa, porque en el desierto se levantó el Tabernáculo y "el día que se erigió,
lo cubrió la Nube" (Nú 9,15). Negra soy se refiere a los exploradores, porque
"difamaron ante los hijos de Israel la tierra que habían explorado" (Nú 13,32),
pero hermosa por Caleb y Josué, de quienes se dice "excepto Caleb y Josué" (Nú
32,12). Negra soy se refiere a lo sucedido en Sittim, donde "se estableció Israel y
el pueblo comenzó a prostituirse" (Nú 25,1), pero hermosa, porque "surgió Pinjás
e hizo justicia" (Sal 106,30).5

También dice la asamblea de Israel: "Negra soy" todos los días de la


semana, "pero hermosa" el Sábado; o bien "negra soy" todos los días del año,
"pero hermosa" el Yom kippur. "Negra soy" por haber hecho el becerro; "pero
hermosa" por el arrepentimiento. Tengo la iniquidad del becerro, pero también
el mérito de haber acogido la Torá y haber hecho el Tabernáculo, sobre el que se
posó la Shekinah. Soy "como las tiendas de Quedar", que se ven feas por fuera,
pero por dentro están decoradas con piedras preciosas y gemas. A pesar de que
a los ojos del mundo aparezca sin relevancia, sin embargo en mi interior llevo la
riqueza de la Torá. Soy "como las cortinas de Salmá": Así como las cortinas se
ensucian una y otra vez, y una y otra vez se lavan, así también Israel, a pesar de
que se ensucia con las maldades que comete todos los días del año, cuando llega
el Yom Kippur les sirve de expiación (Lv 16,30), de modo que "aunque fueran
vuestros pecados como la grana, quedarán blancos como nieve" (Is 1,18).

La pequeña hija de Sión nace en Israel, su tierra, entre los hititas y los
amorreos. Nace entre las naciones, de las que toma su carácter rebelde,
inconstante, infiel. Pero conserva la herencia de sus madres: la nobleza de Sara,
la gracia cautivadora de Rebeca, la belleza y pasión de Raquel. Cuando era aún
una niña, el Señor la vio y se prendó de ella. Con amor, ardiente y celoso,
decidió ser para ella Salomón, el Príncipe de paz. Se la llevó al desierto, para
hablarle al corazón y enamorarla. Es el tiempo de los primeros amores, que ni él
ni ella olvidarán. La primavera del amor hizo del desierto un paraíso. Negra
como las tiendas de Quedar, por el sol y pruebas del desierto, pero hermosa con
el reflejo del esplendor del Sinaí, cubierta de gloria por la palabra del Señor.
Bajo la nube luminosa corría tras el amor del Señor, sin importarle por dónde la
llevaba. En su corazón sentía la voz del amor: "para ir donde no sabes has de ir
por donde no sabes". Para llegar a la cámara nupcial, el amor abría caminos

5
El Midrás sigue la historia con Jos 7,1.19; 1Re 21,27; 2Re 6,30...
34
donde no hay caminos. Como la sed guía hacia la fuente, el amor conduce a la
alianza.
"No os fijéis en que soy morena, pues me ha quemado el sol. Los hijos de
mi madre se airaron contra mí, me pusieron a guardar viñas; ¡mi propia viña no
he podido guardar!". Dijo Israel a las naciones: Vosotras no me despreciéis
porque soy negra como vosotras, puesto que he adorado lo que vosotras adoráis,
y me he postrado ante el sol y la luna (Dt 4,19;17,3). Profetas de mentira han
provocado contra mí la ira del Señor, enseñándome a servir a vuestras
iniquidades y a caminar según vuestras leyes (Dt 13,2ss). Por ello no he servido
a mi Dios y no he caminado según sus leyes y no he guardado sus preceptos y
enseñanzas.

También dice a los profetas: No os fijéis en mi tez morena, pues Moisés no


entró en la tierra prometida por decir: "¡Escuchad, rebeldes!" (Nú 20,10).
También Isaías dijo "habito en medio de un pueblo impuro de labios impuros" y
Dios le reprendió: ¡Isaías!, que digas de ti mismo "soy un hombre de labios
impuros", puede pasar, pero no que insultes a mi pueblo. Por ello un Serafín voló
hacia él con un carbón encendido (Is 6,6) y quemó la boca del que había
calumniado a los hijos de Dios. Lo mismo le sucedió a Elías, que dijo: "ardo en
celo por Yahveh, pues los hijos de Israel han abandonado tu alianza" (1Re
19,14). El Señor le replicó: Es la alianza hecha conmigo, no contigo; "derruido
tus altares": Se trata de mis altares, no de los tuyos; "y asesinado a espada a tus
profetas": Se trata de mis profetas, ¡y a ti qué te importa! No le quedó más
salida que decir: "Es que quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela". Y
Dios le replicó: ¡Elías, antes de acusar a estos, ve y acusa a esos otros: "anda,
vuelve tu camino por el desierto hacia Damasco" (1Re 19,15).

c) Casta meretriz

"Negra soy, pero hermosa", dice la Iglesia, congregada de entre los gentiles
(He 21,25), a las hijas de Jerusalén. Ella no puede atribuirse la nobleza de origen
de las hijas de Jerusalén, descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. Le ha tocado
en suerte morar en las tiendas de Quedar (Sal 120,5). Sin embargo, olvidando su
pueblo y la casa paterna (Sal 44,11), llega a Cristo. Por ello, no teme levantar el
velo de su cara y revelar el origen de su existencia; iluminada, reconoce: "negra
soy", pero tengo mi belleza, que me viene de la creación, en que fui hecha a
imagen de Dios (Gén 1,27). Y ahora, al acercarme a Cristo, he recobrado mi
belleza. Realmente podéis compararme, por la oscuridad de mi color, con las
tiendas de Quedar y con las pieles de Salomón. Quedar, ciertamente, desciende
de Ismael (Gén 25,13), pero también él tuvo parte en la bendición divina (Gén
16,11ss), que en mí se ha cumplido según el anuncio del profeta: "¡Levántate,
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brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira, las
tinieblas cubren la tierra; la oscuridad, los pueblos; pero sobre ti amanecerá el
Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al
resplandor de tu aurora. Echa una mirada en torno, mira, todos esos se han
reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos... Los
rebaños de Quedar los reunirán en ti; sus ovejas subirán en holocausto agradable
a mi altar y mi hermosa Casa la hermosearé aún más" (Is 60,1ss).

Y las pieles de Salomón, con que me comparáis, ¿no son acaso las pieles de
la tienda de Dios (Ex 25,2;26,7)? La belleza visible del Tabernáculo del
testimonio, comenta Gregorio de Nisa, no era nada en comparación de la belleza
escondida en su interior. Tapices de lino fino y cortinas de pieles de cabra,
recubiertos de púrpura violeta, constituían el aspecto externo del Tabernáculo.
Pero en su interior brillaba el oro, la plata y las perlas preciosas en las columnas,
las basas, los capiteles, el turíbulo, el altar para el sacrificio, el arca, el
candelabro, el propiciatorio, los varales... (Ex 26). Su belleza brillaba como el
centelleo del arco iris. Es la belleza del "Tabernáculo verdadero, erigido por el
Señor", que refulge en su interior por la belleza de los misterios escondidos tras
el velo de las imágenes de la Escritura, que nos invitan a superar la letra y a
penetrar en su espíritu. La amada es la morada del Señor; en su interior se halla el
Santo de los Santos. Todo creyente lleva velado, ¡en vaso de barro!, este tesoro
del Evangelio de la gloria de Dios (2Cor 4,1ss).

¡Me extraña, pues, que vosotras, hijas de Jerusalén, queráis echarme en cara
mi color oscuro! ¿Cómo no recordáis lo que padeció María por criticar a Moisés
cuando éste tomó por esposa a una etíope negra (Nm 12,1ss)? Yo soy aquella
etíope, negra ciertamente por mi linaje, pero hermosa por la penitencia y por la
fe, pues he acogido en mí al Hijo de Dios, he recibido al Verbo hecho carne (Jn
1,14). Me he revestido del que es imagen de Dios, primogénito de toda criatura
(Col 1,15) y resplandor de su gloria (Heb 1,3); así me he vuelto hermosa. Canta
San Juan de la Cruz: "No quieras despreciarme, que, si color moreno en mí
hallaste, ya bien puedes mirarme después que me miraste, que gracia y
hermosura en mí dejaste".

Esto puede decirlo cada alma que, después de sus muchos pecados, se
convierte y hace penitencia. Negra por los pecados, hermosa por los frutos de la
penitencia. De ella se dice con admiración: "¿Quién es ésa que sube toda blanca,
recostada sobre su amado?" (Cant 8,5). Se hizo negra porque bajó al pecado;
cuando comience a subir, recostada sobre el amado, adherida a él, se irá
emblanqueciendo hasta ser totalmente blanca y entonces, eliminada toda negrura,
resplandecerá envuelta por el resplandor de la verdadera luz del sol de justicia
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(Ml 3,20; Jn 1,9s). Entonces ella misma será llamada luz del mundo (Mt 5,14).
Aquel día se cumplirá el salmo: "De día el sol no te quemará ni la luna de noche"
(Sal 120,6). El sol tiene doble poder: ilumina a los justos y quema a los
pecadores, porque éstos, al obrar mal, odian la luz (Jn 3,19-20). El Señor es luz
para los justos y fuego para los pecadores. Comenta san Gregorio: "No os
extrañéis de que, a pesar de estar negra por mi pecado y emparentada con las
tinieblas por mis obras, me haya amado mi esposo. Porque, con su amor, me ha
hecho bella, cambiando su belleza por mi deformidad; tomando él la suciedad de
mis pecados, me ha comunicado su propia pureza, me ha hecho partícipe de su
propia hermosura".

Con otras palabras también lo dice Filón de Carpasia: Negra por los
pecados, bella por la conversión. Negra por mí misma, bella por la clemencia del
esposo, que me concede la conversión y el perdón de los pecados. Aunque era
negra como las tiendas de Quedar, cuyos habitantes nunca abandonan la idolatría
(Jr 2,10-11), sin embargo el esposo me vistió con las pieles de Salomón, me
introdujo en el templo santo y me revistió de su santidad. Mientras vivía en la
locura de la idolatría, guardando sus viñas, ¡mi propia viña no pude guardar! Me
quemó el sol hasta que "el más hermoso de los hijos de Adán" (Sal 44,3), me
escondió a la sombra de sus alas (Sal 16,8), imprimiendo en mí la luz de su rostro
(Sal 4,7), adornándome con el esplendor de su gloria (Sal 89,16).

Cristo mismo dice que no vino a llamar a conversión a los justos, sino a los
pecadores (Lc 5,32), haciéndoles "brillar como antorchas en el mundo" (Flp
2,15), mediante el bautismo de regeneración. Es lo que ya contempló David en la
ciudad celeste, fundada sobre los montes santos (Sal 86). En ella nacen a la vida,
como ciudadanos de Jerusalén, los paganos y pecadores, Rahab la prostituta, los
habitantes de Babilonia, de Tiro y de Etiopía. La prostituta se vuelve virgen casta
y los negros de Etiopía luminosos. Pues, cuando el esposo toma a uno, aunque
sea negro como las tiendas de Quedar, lo hace hermoso, haciéndole partícipe de
su gracia y hermosura. Lo hace Templo de Salomón, es decir, del rey de la paz,
que viene a habitar en él. Así lo entiende San Bernardo en un discurso de
navidad: "Animada la Iglesia del sentimiento y del espíritu del Esposo, su Dios,
acoge en su seno a su amado para que repose en él, mientras que ella misma
posee y conserva para siempre el primer lugar en su corazón. Es ella la que ha
herido el corazón de su esposo; es ella la que ha hundido el ojo de la
contemplación hasta el abismo profundo de los secretos divinos. El y ella han
hecho su eterna morada en el corazón uno del otro". La encarnación de Cristo es
un misterio nupcial.

37
La Iglesia, amada de Cristo, no es una realidad espiritual ideal, lejos de
nuestra experiencia. La esposa amada está formada de bautizados, es decir, de
pecadores llamados por Dios de las tinieblas a la luz. La Iglesia es a la vez santa
y pecadora: casta meretriz, como la llaman los Padres. El esposo la ama a pesar
de su pecado. Es amada con un amor destinado a cambiar su fealdad en belleza.
"Soy negra, pero hermosa, hijas de Jerusalén". Con esta declaración, la esposa,
que ha gustado el amor del Esposo, da testimonio a los demás de las maravillas
que él ha hecho en ella, invitándolas a gozar de sus amores. No os admiréis, les
dice, si me ha amado a mí, pues no soy distinta de vosotros. El me ha
embellecido con su amor, mientras era negra por el pecado. El ha cambiado mi
fealdad, revistiéndome de su belleza, tomando sobre sí mis pecados. Es lo que
dice Pablo a Timoteo: "Doy gracias a Cristo Jesús que me consideró digno de
colocarme en el ministerio a mí, que antes fui blasfemo, un perseguidor y un
insolente... Es cierta y digna se ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo
Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo. Y si
encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo
toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para
obtener vida eterna" (1Tim 1,12-17). "Sed, pues, como yo, pues yo soy como
vosotros" (Gál 4,12).

La esposa no quiere que desesperen las hijas de Jerusalén, que la


contemplan. Les abre el corazón y les muestra su vida pasada: Aunque ahora en
mí resplandece la belleza, fruto del amor del Esposo, yo sé muy bien quién era
antes de que él me encontrara; no era luminosa, sino negra, envuelta en las
tinieblas del pecado. También vosotras, aunque os veáis negras como las tiendas
de Quedar, levantad los ojos y mirad a vuestra madre, a Jerusalén, pues podéis
ser transformadas en "pieles de Salomón", es decir, ser transformadas en el
Templo (1Cor 3,16) del rey, revestidas de su belleza y de su paz. Pablo no se
cansa de insistir en el amor de Dios hacia nosotros, que éramos pecadores y
enemigos suyos, haciéndonos luminosos y dignos de amor por su gracia (Rom
5,6-11).

Dios se complace en la simplicidad, abaja de sus tronos a los soberbios y


exalta a los humildes. El Señor prefiere lo que el mundo desprecia. La verdadera
belleza, que enamora al Amado, no es la que el mundo busca y aprecia: "Ha
escogido Dios lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Ha escogido Dios
lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Ha escogido Dios lo despreciable, lo
que no es, para reducir a nada lo que es. Para que nadie se gloríe en la presencia
de Dios. De él os viene el que estéis en Cristo Jesús, a fin de que el que se gloríe,
se gloríe en el Señor" (1Cor 1,27ss).

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El creyente no olvida nunca su origen. Vive siempre en la simplicidad de su
alma nómada, como extranjero, peregrino por este mundo, sin instalarse en los
palacios de la tierra. Canta siempre a su amado: "¡Qué deseables son tus
moradas. Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi
carne se alegran por el Dios vivo. Dichosos los que viven en tu casa alabándote
siempre. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su
peregrinación: cuando atraviesan áridos valles, los convierten en oasis; caminan
de altura en altura hasta ver a Dios en Sión. Un solo día en tu casa vale más que
mil fuera; prefiero el umbral de la casa de Dios a vivir con los malvados. Porque
el Señor es sol y escudo, él da la gracia y la gloria" (Sal 84). Ligera y libre, la
amada marcha por el mundo, sin sentirse del mundo. Su patria no es la tierra; su
verdadera patria es el corazón del Amado, por el que suspira continuamente. Sabe
que es bella solamente porque es amada. Sólo el amor da belleza a su rostro. El
amor es siempre creador de belleza. De lo vil saca lo bello (Jr 15,19). También
los habitantes de Quedar están invitados a entonar el cántico nuevo: "Cantad a
Yahveh un cántico nuevo, llegue su alabanza hasta el confín de la tierra, alégrese
el desierto con sus tiendas, las explanadas en que habita Quedar" (Is 42,10s).

En el interior de su simplicidad lleva el tesoro del amor de Dios, como


esperanza del mundo. Su aparente esterilidad es fecunda de vida. Por eso se la
invita a saltar de alegría: "Grita de júbilo, estéril que no dabas a luz, rompe a
cantar de alegría, porque la abandonada tendrá más hijos que la casada. Ensancha
el espacio de tu tienda, despliega tus lonas, alarga tus cuerdas, clava bien tus
estacas, porque te expandirás a derecha e izquierda. Tu estirpe heredará las
naciones y poblará ciudades desiertas. No temas, que no te avergonzarás; ni te
sonrojes, que no te afrentarán; olvidarás la vergüenza de tu juventud y la afrenta
de tu viudez. El que te creó te tomará por esposa: Yahveh Sebaot es su nombre, el
Santo de Israel" (Is 54,1ss).

d) ¡Mi propia viña no he sabido guardar!

La esposa sabe que el Creador no la hizo negra. Al principio no era así.


Plasmada por las manos luminosas de Dios, se ennegreció por el pecado. El sol la
quemó. En la parábola del sembrador, la semilla no cae sólo en el buen corazón.
La generosidad del sembrador le lleva a sembrar su palabra sobre todos, también
en el corazón de piedra, en el corazón con espinas y sobre el camino, donde es
pisada (Mt 13,3-7). Al explicar la parábola, refiriéndose a la que cae sobre la
piedra, se dice que brota en seguida por no tener hondura de tierra, "pero al salir
el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó" (Mc 4,5-6). Se trata del sol de la
tentación (Lc 8,13). La semilla era buena, pero apenas germinada, ante la prueba
se agostó y no dio fruto. El sol, vez de alumbrarla y hacerla luminosa, la quema y
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la vuelve negra. Sólo a quien levanta los ojos al Señor, que hizo el cielo y la
tierra, confiando en él, "de día el sol no le hará daño ni la luna de noche" (Sal
120). En cambio, el sol hace daño si su calor no es reparado por la nube del
Espíritu, que es la nube que el Señor extiende como protección de sus rayos
abrasadores.

En el principio el hombre, puesto en el paraíso, disfrutaba de todos los


dones que el Señor le otorgaba, sin necesidad de procurárselos por sí mismo.
Pero, "los hijos de mi madre se airaron contra mí, me pusieron a guardar viñas y
¡mi propia viña no he podido guardar!". La insidia de mis enemigos me
despojaron de todos mis bienes, haciéndome perder la herencia, la propia viña,
que Dios me había dado. Así me convertí en guardiana de las viñas ajenas, yendo
tras los bienes terrenales, fuera del paraíso. Seducida por mis instintos, hermanos
míos de madre, me perdí a mí misma, guardando viñas engañosas. Es lo que
enseña Pablo: "Sabemos que la ley es espiritual, mas yo soy de carne. Realmente
mi proceder no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que
aborrezco. Queriendo hacer el bien, es el mal lo que hago. Me complazco en la
ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros,
que me esclaviza a la ley del pecado, que está en mis miembros" (Rom 7,14ss).
La esposa confiesa: Esta lucha interior es obra de mis hermanos, hijos de mi
madre, pero enemigos de mi salvación. Vencida por ellos, no he guardado mi
viña, he perdido el paraíso, y "mi piel se ha ennegrecido sobre mí" (Job 30,30).
"¡Ay, cómo se ha deslucido el oro más puro! Los hijos de Sión eran más blancos
que la nieve, más blancos que la leche; eran más rojos que corales, con venas
como zafiros, ahora están más negros que hollín, no se les reconoce en la calle,
pues la culpa de la hija de Sión supera al pecado de Sodoma" (Lam 4,1ss).

Como fruto del pecado, "vuestra tierra es desolación; vuestras ciudades,


hogueras de fuego. Ha quedado la hija de Sión como cobertizo en viña, como
choza en pepinar, como ciudad sitiada" (Is 1,7-8). Privada, por su desobediencia,
de los frutos que custodiaba (Gén 2,15), ahora se ve forzada a cultivar otras
viñas, "las viñas de Sodoma y de Gomorra, que producen uvas venenosas, cuyos
racimos son amargos y su vino, un veneno de serpiente, mortal ponzoña de
áspid" (Dt 32,32-33). "De su maldad está lleno el lagar y las cavas rebosan" (Joel
4,13). Por esto, -se lamenta la esposa-, me he vuelto negra, porque, cultivando la
zizaña del enemigo (Mt 13,25), no he guardado mi viña. Es el lamento de los
profetas: ¿Cómo ha podido volverse prostituta la fiel ciudad de Sión, tan llena de
equidad y justicia? (Is 1,21); ¿cómo ha sido abandonada la hija de Sión? (Is 1,8);
¿cómo yace solitaria la ciudad populosa? ¡Como una viuda se ha quedado la
grande entre las naciones! La Princesa entre las provincias está sujeta a tributo
(Lam 1,1). ¿Cómo se ha vuelto negra la que inicialmente resplandecía con la luz
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verdadera? (Jn 1,9). Ah, "¡cuántos pastores devastaron mi viña, convirtieron mi
parcela deseada en desolado desierto!" (Jr 12,10). Señor "tú arrancaste una vid de
Egipto; echaste a los extraños, la plantaste; preparaste el terreno para ella, echó
raíces, llenó la tierra; cubriéronse los montes de su sombra, y de sus ramas los
elevados cedros; extendió sus sarmientos hasta el mar, hasta el río sus brotes.
¿Por qué has demolido su cerca y la vendimia cualquier viandante, la pisotea el
jabalí del bosque, y las fieras salvajes allí pacen? ¡Pastor de Israel, despierta, tú
que guías a Israel como un rebaño! (Sal 80,1.9-14).

Con la luz del amado, recobrado de nuevo, a la amada se le ilumina la raíz


de sus desgracias: Todo esto me ha sucedido porque no he guardado mi viña. En
exilio, extranjera entre los míos, me he hecho infiel y no he custodiado mi viña,
por ello me he visto privada de sus frutos. Despojada de todo, he tenido que
cubrir mi desnudez "con una túnica de pieles" (Gén 3,21). ¡Ay!, ¿quién me
librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por
Jesucristo nuestro Señor! (Rom 7,24). Gracias al amor de mi vida, que se ha
vuelto hacia mí, soy de nuevo hermosa y radiante de luz. Se alegra mi espíritu en
Dios mi salvador porque ha puesto sus ojos en la pequeñez de su sierva (Lc
1,46).

Sin embargo, la esposa ha aprendido a no fiarse de sí misma. Por eso, eleva


al Esposo su oración: "Dime tú, amor de mi vida, dónde apacientas el rebaño,
dónde lo llevas a sestear a mediodía, para que no ande tras los rebaños de tus
compañeros". ¿Dónde apacientas el rebaño, tú, que eres el buen pastor y cargas
sobre tus espaldas a la oveja descarriada y la devuelves al redil? (Lc 15,5ss). El
amor gratuito despierta en ella el amor y el deseo de estar con el amado a la luz
plena del mediodía.

e) Tras las huellas

Cuando le llegó a Moisés el tiempo de partir de este mundo, dijo ante el


Señor: Se me ha revelado que este pueblo pecará contra ti e irá al exilio (Dt
31,27.29). Dime cómo les proveerá, pues habitarán entre naciones de leyes duras
como la canícula y el ardor del sol a mediodía. ¿Por qué deberán vagar con los
rebaños de los hijos de Esaú y de Ismael, que te asocian como compañero de sus
ídolos? El amado responde a la amada: "Si no lo sabes, oh la más bella de las
mujeres, sigue las huellas de las ovejas y lleva a pacer tus cabras al jacal de los
pastores". Así dijo el Señor: "Yo iré en su busca para poner fin a su exilio" (Ez
34,13.16). Yo les haré salir de en medio de los pueblos y los reuniré de las
regiones; iré en busca de la oveja perdida. La Asamblea de Israel, que es como
una niña hermosa a la que ama mi alma, caminará por la vía de los justos,
41
aceptando la guía de sus pastores y enseñando a sus hijos, que son como cabritas,
a ir a la sinagoga y a la casa de estudio. En recompensa se les proveerá en el
destierro, hasta que mande al rey Mesías. El les guiará (Ez 34,23) con dulzura a
su jacal, que es el santuario que para ellos construyeron David y Salomón,
pastores de Israel (Sal 78,70-72).

Moisés, pastor fiel del Señor, se lo transmite a Josué: Te entrego este


pueblo, que yo he guiado hasta aquí. No te entrego un rebaño de carneros sino de
corderos, pues aún no han practicado suficientemente la Torá; aún no han llegado
a ser cabras o carneros, según se dice: "Si no lo sabes, ¡oh la más bella de las
mujeres!, sigue las huellas del rebaño y pastorea tus cabrillas junto al jacal de los
pastores" (Cant 1,8). La morada de los pastores fieles es la morada del Señor.

Según Gregorio de Nisa, la Iglesia dice a su esposo: Muéstrame los prados


de fresca hierba, condúceme a las aguas de reposo (Sal 22,2), sácame y
condúceme a la hierba que nutre, llámame por mi nombre, para que oiga tu voz
(Jn 10,16). Yo soy oveja tuya, dame con tu voz la vida eterna. Dime, dónde
pastoreas, para que yo encuentre el pasto de la salvación y me nutra con el
alimento celestial, sin el que no se puede tener vida (Jn 3,5). Yo correré hacia ti,
que eres la fuente de la vida, y beberé la bebida, con la que tú sacias a los
sedientos, el agua que brota de tu costado (Jn 19,34), con la esperanza de que en
mí surja la fuente que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14). Con esta comida y
bebida me harás reposar al mediodía contigo en la paz y luz sin sombra. Hazme,
pues, hijo de la luz y del día, tú que eres el sol de justicia (Mal 3,20), para que no
pierda el camino, siguiendo las sendas de otros rebaños, no de ovejas, sino de
cabras, cuyo redil ha sido rechazado a la izquierda (Mt 25,32ss).

Al mediodía el sol golpea implacable y "nada escapa de su calor" (Sal


19,7). "El sol a mediodía abrasa la tierra, ¿quién puede resistir su ardor? Un
horno encendido calienta al fundidor, un rayo de sol abrasa a los montes, una
lengua del astro calcina la tierra habitada y su brillo ciega los ojos" (Si 43,3-4).
La amada no quiere correr en esta hora de un aprisco a otro. Por ello suplica al
amado: Muéstrame dónde llevas a sestear el rebaño a mediodía, es decir, en la
hora de la pasión, cuando se extienden las sombras sobre toda la tierra (Mt
27,45). Que no me suceda como a los apóstoles, que en aquella hora se dispersa-
ron, escandalizados de la cruz. Es la hora de la tentación, ya que al "herir al
pastor se dispersan las ovejas" (Mc 14,16ss). El mediodía, cuando los pastores
reúnen sus rebaños en torno a un pozo, es la hora de las discusiones y peleas
(Gén 13,7; 21,25s; 36,7). Es la hora en que la amada necesita estar con el amado,
su salvador (Ex 2,16; Gén 29,1ss). Es la hora de hallar al esposo sentado junto al

42
pozo para recibir de él agua viva, el agua que apaga toda sed, para no tener que ir
vagabunda detrás de tantos maridos (Jn 4,1ss).

Al grito anhelante de la esposa responden las "hijas de Jerusalén", la Iglesia


madre: "Si no lo sabes, tú, la más bella de las mujeres, sigue las huellas de las
ovejas, y lleva a pastar tus cabritas junto al jacal de los pastores". Sigue las
huellas de los pastores que yo elegí para conducir a mis ovejas al monte de Sión,
morada de los verdaderos pastores. Allí encontrarás "al Dios en cuya presencia
anduvieron Abraham e Isaac, al Dios que ha sido mi pastor desde que existo
hasta el día de hoy" (Gén 48,15). Pues en Belén, la menor de las familias de Judá,
cuando dé a luz la que ha de dar a luz, "El se alzará y pastoreará con el poder de
Yahveh" (Miq 5,1ss).

3. MUTUA CELEBRACION DE LOS DOS: 1,9-2,7

43
a) Palabra celebrativa

Dios se comunica al hombre personalmente y no mediante ideas. La fe, más


que razonarla, se testimonia. Dios se revela actuando y actúa hablando. Su
Palabra -Dabar Yahveh- es acción, acontecimiento y no manifestación de
verdades abstractas. Dios, más que hablar de sí, se da a conocer actuando. La
Palabra de Dios antecede, acompaña y supera a la Escritura; se hace viva en la
Iglesia; al proclamarla, la Iglesia reviste el esqueleto de la Escritura de carne y le
da vida. El lenguaje de Dios es, pues, un lenguaje histórico-salvífico, celebrativo;
se hace Palabra de Dios en la celebración, donde el mensaje de salvación del
Evangelio, ya incoado en el Antiguo Testamento y cumplido en Jesucristo, se
hace actual y operante en la Iglesia. La fe confesada en la adhesión a la Palabra
de Dios es celebrada en los sacramentos y vivida en la caridad cristiana.

En la celebración de la asamblea, al proclamar la Escritura, habla Dios


mismo: "Pues cuando se proclama en la Iglesia la Sagrada Escritura es El (Cristo)
quien habla" (SC 7). "En la Liturgia Dios habla a su pueblo; Cristo sigue
anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde con el canto y la oración" (Id.
33). La liturgia es el coloquio del esposo y la esposa: En la alabanza, la esposa,
es decir, la Iglesia, habla de su amado y se complace en decir todas sus bellezas;
en la lectura, el amado le habla a su vez y la regocija con el sonido de su voz;
finalmente, en la oración, la esposa que ha hablado al esposo, que ha reconocido
su presencia y oído su voz, le habla a su vez y le confía sus deseos, sus dolores y
alegrías, sus necesidades y acciones de gracias.

El cristiano, engendrado en la Pascua de Cristo, celebra su fe en la liturgia y


en la vida, sin divorcio entre ellas, porque la Pascua es la fiesta de la Vida.
"Cristo resucitado convierte la vida en una fiesta perenne" (S. Atanasio). El
mismo Jesús compara constantemente el reino de Dios, predicado y vivido por
El, con la "alegría de las bodas". Como "primogénito de los muertos" y
"conductor de la vida" contra los poderes de la muerte, El es "el que guía las
danzas nupciales" y la comunidad es "la esposa que danza con El", como decía S.
Hipólito. El es "el Señor de la gloria" (1Cor 2,8). La gracia del perdón se mani-
fiesta en la asamblea en fiesta, en el banquete, en el canto, en las salas tapizadas
y llenas de luces y flores, en las danzas, en la alegría de la celebración y de la
vida (Lc 15,11ss).

El Cantar habla con imágenes, que expresan el encanto interior del amado o
de la amada. Lo que se ofrece a la vista no es un paisaje exterior, sino interior, lo
que acontece en el corazón. Los seres, con que se comparan el amado y la amada,
son tomados como símbolos por lo que sugieren, por los sentimientos que
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despiertan. La torre, la fruta sabrosa, el huerto, la paloma son símbolos de la
amada porque alguna cualidad de ellos apunta a un rasgo interior de ella: "La
belleza de la mujer ilumina el rostro; si habla, además, con dulzura, su marido no
es ya como un mortal" (Eclo 36,22s). "Una mujer virtuosa supera en precio el de
las perlas" (Pr 31.10). "Encontrar mujer es la mejor de las venturas; ella es ayuda,
fortaleza y columna de apoyo" (Eclo 36,29). Bella es Eva en cuanto ayuda
adecuada para Adán; bella es Rebeca para Isaac en cuanto consuelo por la muerte
de su madre (Gén 24,67). El amado y la amada, abrazados en el Edén recreado,
se alaban mutuamente, evocando lo más hermoso que Dios ha creado: joyas, oro,
plata, nardo, mirra, vino y vides, palomas, cedros, cipreses, azucenas, lirios,
manzanas, frutos sabrosos, gacelas y ciervos...

Los rasgos con que el Cantar describe al amado o a la amada están tomados
del mundo visible y tangible, cercano y asequible, pero sin pretender nunca hacer
una descripción física. Las cosas hablan, más que por lo que son, por lo que
suscitan y evocan. Los símbolos comunican las vivencias que embargan el
corazón, así hacen partícipes a los demás de las emociones interiores. Las
personas, los seres, las cosas son interiorizados para balbucir con su ayuda lo
inefable.

b) A mi yegua te comparo

Después de haber hablado la esposa, los amigos del esposo y las


compañeras de la esposa, ahora es el mismo esposo quien habla. La esposa se ha
preparado, purificándose, para acoger la voz del esposo y participar de su misma
vida, pues él se da a sí mismo en su palabra. Para escuchar su voz en el Sinaí,
Israel se preparó con abluciones durante dos días (Ex 19,16), para al tercer día al
alba escuchar su palabra. Ahora Dios no hablará ya "con truenos y relámpagos y
una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta" (Ex 19,16-
19), sino con la suavidad de voz del esposo: "A mi yegua, entre los carros del
Faraón, yo te comparo, amada mía".

El mismo que con su fuerza destruyó los carros y caballos del Faraón
cabalgando sobre las olas del mar (Is 43,16ss), desciende ahora sobre la amada
para destruir las potencias enemigas. También en ti, amada mía, he derrotado al
enemigo, haciéndote atravesar las aguas del bautismo, donde quedaron
sepultados los carros del Faraón, que te habían esclavizado. Canta con el Profeta:
"Contra el mar arde tu furor, Yahveh, que montas en tus caballos, en tus carros de
victoria" (Hab 3,8). "El carro de Dios, tirado por millares de miríadas, lleva a
Dios desde el Sinaí al Santuario" (Sal 67,18). Es el "carro de fuego con caballos
de fuego" (2Re 2,11s) que arrebata de la tierra al cielo. Son los caballos de
45
Zacarías (1,10s) que recorren la tierra y llevan la paz al mundo. Dios cabalga
sobre su yegua llevando la salvación: "Cabalga el Señor sobre un querubín
cerniéndose sobre las alas del viento" (Sal 18,11). Sobre la amada recorre la
tierra destruyendo los carros del enemigo, "los caballos lustrosos y vagabundos,
que relinchan por la mujer de su prójimo" (Jr 5,8), los caballos sin rienda ni freno
(Sal 31,9).

Cuando los hijos de Israel salieron de Egipto, el Faraón y sus siervos los
persiguieron con sus carros (Ex 14,5-9). El camino estaba cerrado por los cuatro
costados a su alrededor; a derecha e izquierda había desiertos llenos de serpientes
de fuego (Dt 8,15); detrás, el impío Faraón con sus siervos; y delante, el Mar
Rojo. El Señor se reveló con su potencia en el mar y lo secó abriendo un camino
entre las aguas para que los israelitas cruzaran el mar. Las olas del mar tomaron
apariencias de yeguas y los caballos rijosos de los egipcios corrieron tras ellas
hasta quedar hundidos en el mar. La Asamblea de Israel entonó el Cántico de
alabanza: "Cantaré al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado
en el mar. Mi fuerza y mi poder es el Señor, el fue mi salvación" (Ex 15,1ss).

Orígenes recoge esta tradición hebrea y comenta: Hay caballos del Señor,
en los que monta él mismo. Son las almas que aceptan el freno de su disciplina y
llevan el yugo de su dulzura, dejándose guiar por el Espíritu de Dios. En el
Apocalipsis leemos que apareció un caballo y, sentado sobre él, el Verbo de Dios:
"Y vi el cielo abierto; y había un caballo blanco, y el que estaba sentado sobre él
era llamado fiel y veraz y que juzga y pelea con justicia. Y sus ojos eran como
llama de fuego, y en su cabeza, muchas diademas, con un nombre escrito que
nadie más que él conocía. Y vestía un manto empapado en sangre, y su nombre
era Verbo de Dios. Y su ejército estaba en el cielo, y le seguía en caballos
blancos, vestidos de lino blanco y puro" (Ap 19,11ss). El caballo blanco es el
cuerpo del Señor, o sea, la Iglesia (Col 1,24), que no tiene mancha ni arruga, pues
él la santificó para sí en el baño del agua (Ef 5,26-27). La milicia del Verbo de
Dios monta caballos blancos y va vestida de lino blanco y puro. Esta caballería
fue tomada de entre los carros del Faraón. De allí proceden todos los creyentes,
pues Cristo vino a salvar a los pecadores (1Tim 1,15), que ahora le siguen en
caballos blancos, purificados por el bautismo. Dichosas, pues, las almas que
curvan sus espaldas para recibir encima como jinete al Verbo de Dios y soportan
su freno, de modo que pueda él llevarlos a donde quiera, según su voluntad.

El Señor, que tiene el mundo en la palma de su mano, ha querido cabalgar


sobre su amada. Es el misterio de la elección de Israel, de la elección de la
Iglesia. Como un caballero depende del caballo, el Señor, en un misterio
insondable de amor, ha querido depender de su pueblo, para llegar a los confines
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de la tierra. Si sus elegidos no le llevan, su nombre no será conocido por las
naciones. Si ellos no le anuncian a los hombres, éstos no recibirán la luz de su
rostro.

c) Tu cuello entre collares

Bellas son tus mejillas entre los zarcillos, y tu cuello entre los collares.
Cuando los israelitas salieron al desierto, el Señor dijo a Moisés: ¡Qué bello es
este pueblo, al que daré mi Ley! Las Diez Palabras serán como anillos en sus
fauces para que no se desvíen del buen camino, como no se desvía un caballo con
el freno en la boca. Y ¡qué bello su cuello con el yugo de mis preceptos (Lam
3,27)! Es sobre ellos como yugo sobre la cerviz del buey, que ara la tierra y se
sustenta a sí y a su señor: "Efraím es una novilla domada que trilla con gusto; yo
colocaré el yugo sobre su cuello, engancharé a Efraín para que are, a Jacob para
que labre la tierra" (Os 10,11). Los collares son las palabras de la Torá que se
ensartan unas con otras, se apoyan entre ellas, cruzadas unas con otras. Con ellas
el Señor hace zarcillos de oro con cuentas de plata, según dijo a Moisés: Sube y
te daré las dos tablas de piedra (Ex 24,12), talladas en zafiro del trono de mi
gloria (Ez 1,26;Ex 24,10); escritas por mi dedo (Ex 31,18), brillan como oro
puro. En ellas las Diez Palabras son más puras que plata refinada siete veces al
crisol (Sal 12,7).

Comenta Orígenes: la esposa de Cristo, la Iglesia, es también su cuerpo. En


éste, unos miembros se llaman ojos, por la luz de la inteligencia; otros, oídos
porque oyen la Palabra; otros, manos por las buenas obras; y hay otros que se
llaman mejillas, la parte del rostro en que se reconocen la dignidad y la modestia
del alma. A través de las mejillas, se dice a todo el cuerpo de la Iglesia: "Qué
hermosas se han vuelto tus mejillas". No dice: qué bellas son tus mejillas, sino
qué hermosas se han vuelto, pues antes no eran hermosas; sólo después de recibir
los besos del esposo, y después de que él la limpió para sí con el baño del agua,
dejándola sin mancha ni arruga (Ef 5,26s), entonces sus mejillas se volvieron
hermosas. Efectivamente, la castidad, el pudor y la virginidad, que antes le
faltaban, se esparcieron por las mejillas de la Iglesia con magnífico esplendor.

En este sentido se habla de la cerviz de la esposa, a la que Cristo dice:


"Tomad sobre vosotros mi yugo, que es suave" (Mt 11,29s). A la obediencia se la
llama cerviz, que se torna hermosa como un collar. A la que antes hizo fea la
desobediencia, la hace hermosa la obediencia de la fe. Como la esposa toma
sobre sí el yugo de Cristo, su collar es Cristo. El fue el primero que se "hizo
obediente hasta la muerte" (Flp 2,8). Y "como por la desobediencia de uno solo
-es decir, Adán- todos fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de uno
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-esto es, Cristo- todos serán constituidos justos" (Rom 5,19). Por eso el adorno, el
collar de la Iglesia es su obediencia, por la que se hace semejante a Cristo.

Este collar se menciona en el Génesis. El patriarca Judá lo entregó a su


nuera Tamar, cuando se unió a ella creyéndola meretriz (Gen 38,11ss). Así Cristo
lo da a la Iglesia, con la que se ha unido sacándola de la prostitución de sus
idolatrías. Este collar de oro tiene realces de plata, pues "las palabras del Señor,
palabras limpias, son plata refinada en el fuego" (Sal 11,7), "corona de gracia
para tu cabeza y un collar de oro para tu cuello" (Pr 1,9). Con este collar la
esposa "desborda de gozo con el Señor y se alegra con su Dios: porque me ha
vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que
se pone la corona o novia que se adorna con sus joyas" (Is 61,10).

Filón de Carpasia dice que los zarcillos de oro con cuentas de plata son los
mártires, que probados a través del fuego, mostraron los quilates de su fe (1Cor
3,10ss): "Como oro en el crisol los probó y como holocausto los aceptó" (Sab
3,6). Del crisol salieron con las improntas de plata: "Llevo en mi cuerpo las
señales de Jesús" (Gál 6,17). Con el testimonio de su fe "el nardo de la Iglesia
exhaló la fragancia" de Cristo. Pues el martirio es la "bolsita de mirra, que reposa
entre los pechos" de la Iglesia, formada con el agua y sangre brotados del costado
de Cristo.

Mientras el rey se halla en su diván, mi nardo exhala su fragancia. Mientras


el Rey de reyes se encontraba en su diván del firmamento, los israelitas exhalaron
su perfume agradable en el Sinaí, cuando dijeron: "lo que Yahveh ha dicho
haremos y escucharemos" (Ex 24,7). Bolsita de mirra es mi amado para mí, que
reposa entre mis pechos. Cuando el Señor le dijo: "Ve, baja, porque tu pueblo se
ha corrompido. ¡Déjame que los destruya!" (Ex 32,7.10), Moisés se volvió a él
para implorar misericordia (Ex 32,11-13). Y el Señor recordó el aroma de Isaac
cuando fue atado por su padre en el monte Moria y puesto sobre el altar (Gén
22,1ss) y cesó en su ira (Ex 32,12-14) e hizo habitar su Shekinah entre ellos
como antes, entre mis pechos, es decir, entre las dos barras del Arca.

El amor es dulce y amargo como la mirra: dulce al olfato y amargo al


paladar. El amor es un vino oloroso, que pasa suave pero arde en las entrañas. En
este mundo el amor está siempre mezclado con el sufrimiento, pues no hay amor
sin ofrenda de sí mismo. Sólo en el mundo futuro, cuando el Señor enjugue toda
lágrima, el amor será delicia plena. Ahora es agridulce, hecho de gracia y perdón.
Son la miseria del hombre y la misericordia de Dios unidas en el amor. El amor
es fuerza y debilidad; hace al hombre atrevido y vulnerable; como flecha hiere el
corazón y hace languidecer el rostro. El amor es sed y agua, hambre y alimento
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de vida; suscita anhelo en la ausencia y gozo en la presencia del amado; se tiñe
de nostalgia, da alas para la búsqueda, se goza en la unión. "Es paciente,
servicial, no se engríe, no toma en cuenta el mal, se alegra con la verdad; todo lo
excusa, cree todo, todo lo espera. Soporta todo" (1Cor 13,4ss). Es muerte y
resurrección, pues es más fuerte que la muerte.

Mientras el rey se hallaba en su diván, mi nardo exhaló su fragancia. La


esposa, yegua de Dios en la batalla contra el Faraón, es el diván donde se sienta
el rey victorioso. Gracias a la fe, la esposa recibe al esposo y se hace trono de su
presencia: "Porque nosotros somos santuario de Dios vivo, que dijo: en medio de
ellos habitaré y andaré entre ellos" (2Cor 6,16), pues son "instrumento de
elección para llevar mi nombre ante los gentiles" (He 9,15). La esposa puede
decir: "No vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gál 2,20). La amada responde al
amado, no sólo con los labios, sino con todo su ser. Su persona, invadida por el
amor del amado, se transforma en amor, exhala el perfume del amor, se hace
amor, que se da. Arde sin consumirse, se quema como incienso sin desaparecer.
Muere de amor, sin morir, pues morir de amor es su vida.

El nardo que, mientras estaba en la esposa no había dado olor, exhaló su


fragancia en cuanto tocó el cuerpo del esposo, como si el nardo recibiera el
perfume del esposo. Por eso se lee en una variante: Mi nardo exhaló el olor de él.
El nardo tomó el olor del esposo. Parece como si la esposa dijera: Mi nardo con
el que ungí a mi esposo, al retornar hacia mí, me trajo el olor del esposo. Fruto
del Espíritu de Cristo, la esposa exhala amor, alegría, paz, afabilidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, dominio de sí (Gál 5,22). Este es el buen olor de Cristo
en ella para los demás (2Cor 2,15-17). Para entenderlo, dice Orígenes,
representemos aquí a la esposa-Iglesia en la persona de María, que lleva consigo
una libra de perfumes de nardo puro muy caro, unge los pies de Jesús y los
enjuga con sus propios cabellos (Jn 12,3), y así, gracias a la cabellera, recibe y
recupera para sí el perfume, impregnado ahora de la calidad y virtud del cuerpo
de Jesús; al atraer hacia ella, no tanto el olor del nardo, sino el olor del mismo
Verbo de Dios, gracias a los cabellos con los que enjugaba los pies, puso también
sobre su cabeza la fragancia de Cristo. "Y toda la casa se llenó del olor del
perfume". Esto indica ciertamente que el olor que procede de Cristo y la
fragancia del Espíritu Santo llena con sus efluvios toda la casa, la Iglesia entera,
y se expande por todo el mundo con el anuncio del Evangelio (Jn 12,1ss; Lc
7,37s; Mt 26,7; Mc 14,3-5).
Y no nos debe extrañar esto. Si Cristo es manantial del que fluyen ríos de
agua viva y pan que da la vida eterna (Jn 4,14;6,35;7,38), es también nardo que
exhala su fragancia, haciendo cristianos (ungidos) a los que unge. Cristo se llama
verdadera luz (1Jn 2,8), para que los ojos del alma tengan con qué ser ilumina-
49
dos; palabra (Jn 1,1), para que los oídos tengan qué oír; pan de vida (Jn 6,35),
para que tenga qué gustar el gusto del alma. También a sí mismo se llama
perfume o nardo, para que el olfato del alma tenga la fragancia del Verbo. El
Verbo de Dios encarnado no deja un solo sentido del alma privado de su gracia.
También se dice de él que es vid verdadera (Jn 15,1). Por ello puede decir la
esposa: "Racimo de alheña es mi amado para mí, en las viñas de Engadí". El
esposo lleva a la esposa, la Iglesia, al lagar donde se derrama la sangre de la uva,
la sangre de la Nueva Alianza, para ser bebida el día de la fiesta en la planta
superior, donde está preparada una gran mesa.6

d) ¡Palomas son tus ojos!

Esposo y esposa porfían entre sí en elogios y requiebros de amor. Ante la


fragancia de la amada, responde él: ¡Qué bella eres, amada mía, que bella eres!
¡Palomas son tus ojos! Cuando los hijos de Israel hicieron la voluntad de su Rey,
El compuso la alabanza de ellos: ¡Qué bellas son tus obras, hija mía, amada mía,
Asamblea de Israel! Son como los pichones de las palomas, dignos de ser
ofrecidos sobre el altar (Lv 1,14).

El esposo que antes sólo se había fijado en el cuello y las mejillas de la


esposa, ahora la mira a los ojos, espejo del alma, y le dice: "¡Palomas son tus
ojos!". La esposa entiende ahora las Escrituras, no ya según la letra, sino según el
Espíritu. Efectivamente, la paloma simboliza al Espíritu Santo (Mt 3,16). Por
ello, entender la ley y los profetas en sentido espiritual es tener ojos de paloma.
En los Salmos se habla de las alas de la paloma para volar hasta los misterios
divinos y descansar en los atrios de la sabiduría (Sal 54,7). Son alas plateadas
para volar a comprender la palabra (Sal 67,14), con reverberos de oro, que
significan la constancia de la fe. Ahora tus ojos son palomas, pues ven y
comprenden espiritualmente. Con esos ojos de paloma la esposa contempla al
esposo y le ve realmente. Por ello exclama: "¡Que hermoso eres, amado mío, que
delicioso! Nuestro lecho es frondoso". El amor saca amor. Al amor del esposo
responde el amor de la esposa. El amor humano es siempre responsorial. El nos
amó primero. Amada por él descubre el amor. Después que él la declara hermosa,
descubre ella la fuente de su belleza. La esposa, que no es deudora de la carne,
pues con el Espíritu ha hecho morir las obras del cuerpo (Rom 8,12), vive en el
Espíritu y camina según el Espíritu (Gál 5,25); posee los ojos de la paloma y
puede contemplar al esposo, cosa que antes no podía, pues "nadie puede decir:
¡Jesús es Señor! sino con el Espíritu Santo" (1Cor 12,3).

6
Gén 49,11; Mt 26,28-29; Mc 14,15.24; Lc 22,1.12ss.
50
A las palabras de la esposa responde el esposo, enseñándola la casa común:
"Las vigas de nuestra casa son de cedro y sus artesonados de ciprés". Así
describe Cristo a la Iglesia: "la casa de Dios es la Iglesia del Dios vivo, columna
y fundamento de la verdad" (1Tim 3,15). Y, si la Iglesia es la casa de Dios, como
todo lo que tiene el Padre es del Hijo (Jn 16,16), la Iglesia es también casa del
Hijo de Dios. La Iglesia es, pues, la casa del esposo y de la esposa, unidos en una
sola carne: "Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia" (Ef
5,32). En lecho de frondas se unen y levantan la casa firme, sobre la roca de su
unión. Aunque caiga la lluvia, vengan los torrentes, soplen los vientos contra ella,
no caerá, porque está cimentada sobre roca firme (Mt 7,25). Los cedros del
Líbano, que Dios plantó, se empapan bien y no dejan pasar la lluvia; en ellos
ponen seguros sus nidos los pájaros; y en la copa, la cigüeña su casa (Sal 104,16-
17). El cedro da firmeza al tálamo nupcial y el ciprés, con su fragancia, le da
ornato. "De verdes frondas es nuestro lecho", dice la esposa contemplando la
tierra santa, rica de olivos, de higueras, trigales y viñas. Y el esposo añade que
esta frescura y verdor del amor no será pasajero, sino perenne, durará para
siempre, pues las vigas son de cedro y el techo de ciprés, árboles de hoja perenne.
El amor tierno y ardiente de la luna de miel será firme, imperecedero como el
cedro y el ciprés.

Las vigas de nuestra casa son de cedro y sus artesonados de ciprés. Dijo
Salomón: "¡Qué bello es el Santuario del Señor, que le he construido con madera
de cedro!" (1Re 5,20;6,15-18). También para la reconstrucción del Templo a la
vuelta del exilio "vendrá a ti el orgullo del Líbano (sus cedros), con el ciprés, el
abeto y el pino para adornar mi Santuario" (Is 60,13). Pero más bello será el
Santuario de los días del Rey Mesías: El cuerpo de Cristo resucitado será el lugar
del culto en espíritu y verdad (Jn 4,21s), el lugar eterno de la presencia de Dios
con los hombres. Dios y el hombre se abrazarán finalmente en la intimidad de la
Jerusalén celeste, cuyo Santuario es el Cordero (Ap 21,22).

e) Narciso de Sarón

La amada no tiene la pretensión del cedro, sino la humildad de una planta


frágil como el narciso, que busca sombra y frescor debajo de otras plantas. Crece
como el lirio de los valles en las tierras bajas; no aspira a las cimas altas: "Señor,
mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no voy en busca de cosas
grandes que me superan; sino que acallo mis deseos como un niño en brazos de
su madre" (Sal 130). Su esplendor le viene de florecer donde el Señor la planta.
Yo soy el narciso de Sarón, el lirio de los valles. Lo dice Israel: Esa soy yo, y soy
amada. El Señor me eligió por compañera. Yo soy el narciso de Sarón, porque
quedé oculta a la sombra de los egipcios y él me encontró, y destilé buenas obras
51
como un lirio, entonando ante El mi canción (Ex 15,1). Cada año se la canto al
amado: "Tendréis canción como en la noche en que celebrasteis la fiesta" (Is
30,29). Yo soy el narciso, porque estuve oculta a la sombra del Mar Rojo y
destilé buenas obras como un lirio y Le señalé con el dedo al salir de mi
inmersión: "El es mi Dios y he de alabarle" (Ex 15,2). Yo soy el narciso, porque
estuve escondida a la sombra del Sinaí y destilé como un lirio buenas obras,
diciendo ante El: "todo lo que ha dicho Yahveh haremos y obedeceremos" (Ex
24,7). Yo soy el narciso, porque pisoteada a la sombra de los imperios, cada vez
que él me libera destilo buenas obras como un lirio y le dedico un cántico nuevo:
"Cantad a Yahveh un cántico nuevo, su diestra me ha salvado, su brazo santo"
(Sal 98,1).
Se llama narciso y lirio, dos flores que crecen en lugares húmedos y poco
soleados, pues necesitan de mucha agua: "como lirio junto a un manantial" (Eclo
50,10). Y sin embargo el desierto dice: Yo soy amado, pues todas las cosas
buenas del mundo están ocultas en mí, como está escrito: "Pondré en el desierto
cedros y acacias" (Is 41,19). El Señor las puso en mí para que estuvieran
resguardadas y, cuando El me las pidiera, yo le retornara su depósito sin
detrimento. Y yo destilo buenas obras y entono ante El una canción: "Alégrese el
desierto y el yermo" (Is 35,1). También dijo la tierra: Esa soy yo y soy amada,
pues todos los muertos se hallan ocultos en mí, como está escrito: "Revivirán tus
muertos, mis cadáveres resurgirán" (Is 26,19). Cuando el Señor me los reclame,
se los devolveré y destilaré buenas obras como una azucena, y entonaré una
canción ante El: "Desde el borde de la tierra oímos cánticos" (Is 24,16). El
narciso crece al final del invierno; es uno de los pregoneros que madrugan para
anunciar la primavera. Los campos se vuelven alegres con su aparición. El Padre
les viste como "ni siquiera Salomón en toda su gloria se vistió como uno de
ellos" (Mt 6,28ss).

Como flor entre los cardos es mi amada entre las muchachas. Es la flor
silvestre, no cultivada por la mano del hombre, sino que florece con la lluvia y se
abre con el calor del sol. Las espinas son su protección o las que laceran sus
pétalos. Cuando me desvío del camino del Señor, El aleja de mí su Shekinah y
yo, como flor que crece entre espinas, veo mis pétalos lacerados. Sin embargo,
como una flor que languidece con el bochorno, pero al recibir el rocío rebrota, así
languidezco en medio del mundo, pero cada día rebroto al recibir el rocío del
Señor: "Seré como rocío para Israel que, como una flor, se abrirá" (Os 14,6).

Como una flor despunta entre las malas hierbas, así también Israel despunta
entre las naciones extranjeras: "cuantos los ven los reconocen, pues son una
descendencia que Yahveh ha bendecido" (Is 61,9). Y, como una flor no deja de
serlo mientras conserva su aroma, así Israel no dejará de existir mientras
52
conserve la Torá y las buenas obras. Y, como una flor no tiene otra razón de ser
que esparcir su aroma, así también los justos no fueron creados más que para la
salvación del mundo. Y, como las flores son para días festivos, así Israel lo es
para la salvación futura. Se asemeja a un rey que tenía un huerto; lo removió y
plantó en él una fila de higueras, otra de vides, otra de granados y otra de
manzanos. Después lo puso en manos del hortelano y se fue. Al cabo de un
tiempo volvió el rey y se paseó por el huerto para ver qué había producido y lo
encontró lleno de cardos y de espinos. Buscó entonces a unos leñadores para
talarlo, pero entre los cardos vio un capullo de rosa; lo cogió, lo olió y recuperó
su buen humor. Entonces dijo: por esta sola flor se ha de salvar todo el huerto.

Por eso el Señor ordenó a Moisés que dijera a los israelitas: Hijos míos,
cuando estabais en Egipto erais "como una flor entre los cardos", y ahora que
vais a entrar en la tierra de Canaán seguiréis siendo "como una flor entre los
cardos": "No haréis lo que hacen los egipcios, donde habéis estado, ni conforme
a los cananeos, a cuyo país os llevo" (Lv 18,3).

Como una flor entre los cardos es mi hermana entre las muchachas. "Mi
hermana" dice la versión que comenta Gregorio de Nisa, con lo que subraya el
camino progresivo de unión entre Cristo y la amada. Primero fue comparada a la
yegua; luego es llamada amiga y ahora es hermana. Esto significa que ha
escuchado su palabra y cumple la voluntad del Padre. Pues Jesús dice: "Mi madre
y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra del Dios y la cumplen" (Lc
8,21), y también: "Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial ése es mi
hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50). Con su oído atento, la esposa,
lirio entre cardos, ha olvidado su pueblo y la casa de su padre, por lo que el rey se
ha prendado de su belleza y la llama "hermana mía", hija del Padre, gracias al
Espíritu de adopción, que ha recibido (Rom 8,15).

f) Manzano entre los árboles del bosque

Entre todos los árboles, la esposa, amante de los perfumes, elige, para
comparar al esposo, al manzano, árbol fecundo de fruta y que exhala el perfume
más fuerte y agradable. Como un manzano entre los árboles del bosque, así mi
Amado entre los jóvenes. A su sombra deseo sentarme, pues su fruto es dulce a
mi paladar. Así alabó al Señor la asamblea de Israel cuando se reveló en el Sinaí
y le dio su Torá. Entonces Israel gozó sentándose a la sombra de su Shekinah.
Las palabras de la Torá fueron dulces a su paladar (Sal 119,103).

Como el manzano sobresale entre los otros árboles del bosque, así también
el esposo supera a todos en sabor y en olor, satisfaciendo al gusto y al olfato. La
53
Sabiduría prepara una mesa con diversos manjares y en ella, no sólo pone el pan
de vida, sino que inmola la carne del Verbo; y no sólo escancia en la copa su vino
(Pr 9,2ss), sino que sirve también en abundancia manzanas dulces y olorosas, que
endulzan labios y boca, conservando dentro de ésta el dulzor: "¡Cuán dulces al
paladar son tus palabras, más que miel en mi boca!" (Sal 19,11). Gracias al
esplendor del Amado, la Iglesia brilla como antorcha en medio de una generación
tortuosa y perversa (Flp 2,15). Pues el Amado, como manzano, que da alimento,
jugo y olor, le ha dado comida, bebida y perfume: su cuerpo, su sangre y el
Espíritu Santo (Mt 26,27-28; Jn 20,22). "El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera
comida y mi sangre verdadera bebida" (Jn 6,54s).

Quien se sienta a la sombra de los árboles silvestres, que no dan fruto, se


sienta en la región de sombras de muerte (Mt 4,16). De ellos dice el Evangelio:
"Mira, el hacha está ya puesta a la raíz del árbol, pues todo árbol que no dé buen
fruto será cortado y echado al fuego" (Mt 3,10). La esposa, por ello, desea
sentarse a la sombra del manzano, esto es, bajo la protección del Hijo de Dios,
meditando sin cesar su palabra, rumiéndola siempre como animal puro (Sal 1,2;
Lv 11,3). A él había dicho la esposa: "A tu sombra viviremos entre los gentiles"
(Lam 4,20), "guárdame como la pupila de los ojos, escóndeme a la sombra de tus
alas" (Sal 17,8). Y el ángel del Señor dijo a la esposa, a María: "El Espíritu Santo
vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35).

Puestos a la sombra de Cristo, hemos pasado de estar bajo la ley a estar


bajo la gracia (Rom 6,15). La ley sólo contenía la sombra de los bienes futuros
(Heb 10,1; Col 2,16; Heb 8,5). Siendo Cristo camino, verdad y vida, bajo él nos
ponemos a la sombra del camino, a la sombra de la verdad y a la sombra de la
vida: "¡Qué precioso tu amor, oh Dios! Los hijos de Adán se cobijan a la sombra
de tus alas" (Sal 36,8). Caminando por este camino que es Cristo, llegaremos a
contemplar cara a cara lo que antes sólo veíamos en sombra y enigmas (1Cor
13,12). Sólo la sombra del manzano, de Cristo, puede librar a la esposa del ardor
de aquel sol que, en cuanto sale, seca y mata la semilla, que tiene raíces poco
profundas (Mt 13,6). La sombra de Cristo, es decir, la fe en su encarnación, lo
apaga. Por ello podemos decir: "Bajo la sombra de tus alas exultaré" (Sal 56,1).
Sentada bajo tu sombra esperaré hasta que despunte el día y huyan las sombras.

g) En la bodega del amado

Me metió en su bodega y el estandarte que enarbola sobre mí es el amor. La


Asamblea de Israel dijo: Me metió el Señor en la gran bodega del Sinaí y allí me
entregó la Torá. La esposa, que ya ha visto la cámara real del tesoro, ahora es
54
introducida en la sala del vino, para participar del banquete real y disfrutar del
vino de la alegría, pues allí "la Sabiduría ha mezclado su vino" (Pr 9,2) y ha
invitado a los sencillos: "Venid, comed mis panes y bebed el vino que yo he
mezclado para vosotros" (Pr 9,5). Es la sala del banquete, en el que los de oriente
y de occidente se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de Dios (Mt
8,11). En ella se sirve el vino de aquella vid que dice: "Yo soy la vid verdadera"
(Jn 15,1) y que el Padre, celestial labrador, ha exprimido. Este es el vino que
produjeron aquellos sarmientos que permanecieron en Jesús: "Todo sarmiento
que no permanece en mí no puede producir fruto" (Jn 15,4ss). Con este vino
desean embriagarse los justos y los santos, que cantan: "Y tu copa embriagadora
¡qué hermosa es!" (Sal 23,5). En nada se parece al vino con que se embriagan los
amantes de la falsedad, que "comen manjares de maldad y se embriagan con vino
de iniquidad" (Pr 4,17); "su cepa era de la vid de Sodoma, y sus pámpanos de
Gomorra; sus uvas, uva de ira; y sus racimos, amargos; ponzoña de áspides y
veneno de víboras era su vino" (Dt 32,32).

El vino que procede de la vid verdadera, en cambio, es siempre nuevo y


sólo se conserva en odres nuevos (Mt 9,17). De él decía Jesús a sus discípulos:
"Lo beberé nuevo con vosotros en el reino de mi Padre" (Mt 26,29). Es el
mandamiento nuevo del amor, el estandarte que enarbola el amado sobre la
esposa, que ha aprendido ya que el amor es lo único que nunca pasa (1Cor
13,8.13). Por ello, la esposa, según el comentario de Gregorio de Nisa, dice:
Hacedme entrar en la casa del vino, que se sacie mi amor. Es tal la sed, que siente
la esposa, que no le basta el "vino mezclado de la sabiduría" (Pr 9,2-6), que le
derraman en la boca, sino que quiere ser introducida en la bodega del vino y
beber directamente del lagar, que rebosa de mosto (Pr 3,10), quiere ver los
mismos racimos, que son exprimidos en el lagar, más aún, desea llegar a la
misma vid que produce la uva; quiere ver incluso al cultivador de la vid
verdadera (Jn 15,1), que ha dado un fruto tan nutritivo y dulce. Quiere saber
cómo se han vuelto rojos los vestidos del esposo, al que pregunta: ¿Y por qué
está rojo tu vestido como el de un lagarero? (Is 63,2). Le complace oír su
respuesta: "El lagar he pisado yo solo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo. Los
pisé con furia y salpicó su sangre mis vestidos". Por ello ansía entrar en la
bodega del vino. Sólo allí puede saciarse su amor, embriagada en el Amor, que es
Dios mismo (1Jn 4,8).

De este amor se siente herida la esposa y dice: Confortadme con pasteles de


pasas, reanimadme con manzanas, que estoy herida de amor. La fuerza del amor,
como los efluvios del vino nuevo en fermentación, hacen que la esposa se
desvanezca y pida que la sostengan con pasteles de pasas y manzanas, frutos de
la vid verdadera y del manzano. En efecto, la Iglesia se sustenta y se apoya sobre
55
aquellos que fructifican por permanecer unidos a Cristo, "árbol de la vida" (Ap
2,7). Como comenta Santa Teresa: "En lo activo, y que parece exterior, obra lo
interior, y cuando las obras activas salen de esta raíz, son admirables y
olorosísimas flores, porque proceden del árbol de amor de Dios y por solo él, sin
ningún interés propio, y estiéndese el olor de estas flores para aprovechar a
muchos". El Padre, buen labrador, planta estos árboles en la Iglesia de Cristo, que
es el huerto de las delicias (Gén 2,15). En cambio "toda planta que no plantó mi
Padre celestial será desarraigada" (Mt 15,13). Las plantas del Padre no son
desarraigadas porque echan raíces profundas en la humildad, descendiendo hasta
lo más hondo como Cristo: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos de
Cristo, el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a
Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo;
semejante a los hombres, apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí
mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó
y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2,5ss). San Juan de la
Cruz canta: "En la interior bodega de mi Amado bebí, y cuando salía por toda
aquesta vega ya cosa no sabía y el ganado perdí que antes seguía. Allí me dio su
pecho, allí me enseñó ciencia muy sabrosa y yo le di de hecho a mí, sin dejar
cosa; allí le prometí de ser su esposa".

Si hay alguien que alguna vez se abrasó en este fiel amor del Verbo de
Dios; si hay alguien que ha recibido la dulce herida de su saeta escogida (Is
49,2); si hay alguien que ha sido traspasado por su dardo amoroso, hasta el punto
de suspirar día y noche por él, hasta no saber ni gustar, pensar, desear o esperar
mas que a él: esta alma con toda razón dice: Estoy herida de amor, y la herida la
recibí de aquel que "me puso como saeta escogida en su aljaba" (Is 49,2). La
flecha de amor, que la traspasó el corazón, la convierte a su vez en flecha de
amor, en manos del Señor (Sal 126,4). El golpe de la flecha, que hiere a la
esposa, se transforma en alegría nupcial. Es lo que desea la amada: "Descubre tu
presencia y máteme tu vista y hermosura, mira que la dolencia de amor, que no se
cura sino es con la presencia y la figura" (San Juan de la Cruz). "¡Oh Dios, visita
a esta viña que plantó tu diestra! Esté tu mano sobre el hombre de tu diestra y no
volveremos a apartarnos de ti. Haznos volver y que brille tu rostro sobre nosotros
para que seamos salvos" (Sal 80,15ss).

Existen también las saetas de fuego del maligno (Ef 5,16), que hieren de
muerte al alma que no está protegida con el escudo de la fe. De tales saetas dice
el salmo: "Mira, los pecadores tensaron el arco, prepararon sus saetas en la
aljaba, para herir en lo oscuro a los rectos de corazón" (Sal 10,2). Estos demonios
invisibles tienen saetas de fornicación, de codicia, de avaricia, de jactancia, de
vanagloria... Con ellas traspasan al alma que no se halle revestida con la
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armadura de Dios, cubriéndose por entero con el escudo de la fe (Ef 6,11ss).
Pues, si encuentran al hombre protegido con el escudo de la fe, aunque sean
saetas encendidas con las llamas de las pasiones y con los incendios de los vicios,
la fe apaga todas.

El esposo, solícito ante el desmayo de la esposa, acude con un remedio


mejor del que ella pedía: la toma en sus brazos. Su izquierda está bajo mi cabeza,
y su diestra me abraza. Cuando el pueblo de Israel marchaba por el desierto la
nube de la gloria de Dios lo abrazaba, librándoles del ardor del sol; como un
padre lleva en brazos a su hijo pequeño, les precedía en el camino, para
encontrar el lugar donde acampar (Nm 10,33; Dt 33,33), abajando las montañas y
alzando los valles (Is 40,4; Bar 5,7); matando las serpientes de fuego y los
escorpiones del desierto (Dt 8,15).

Su izquierda está bajo mi cabeza y su diestra me abraza. La izquierda


contiene riquezas y gloria; y la derecha, largura de vida (Pr 3,16). Ahora bien,
¿que riquezas y qué gloria tiene la Iglesia, sino las que recibió de aquel que,
siendo rico, se hizo pobre para que ella se hiciera rica con su pobreza (2Cor 8,9)?
¿Y qué gloria? Indudablemente aquella de la que dice: Padre, glorifica a tu Hijo
(Jn 12,28), señalando la gloria de la Pasión. La fe en la Pasión de Cristo es la
gloria y riqueza de la Iglesia contenidas en su izquierda. Esta izquierda es la que
la Iglesia desea tener bajo su cabeza y así tenerla protegida con la fe en quien
reclinó su cabeza en el madero del pesebre y en el de la cruz. La izquierda es el
tiempo presente y la derecha la vida eterna; en este tiempo, la esposa reposa
apoyada sobre el Amado; y de él recibirá después en herencia la gloria (Pr 3,16),
cuando, puesta a su derecha, le diga: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la
herencia del Reino, preparado para vosotros desde la creación del mundo" (Mt
25,34).

La esposa, desvanecida, se ha dormido con la cabeza apoyada en el brazo


izquierdo del esposo, que la abraza con el derecho. El esposo la contempla con
amor y no quiere que nada ni nadie interrumpa su abrazo de amor. Ya se
despertará cuando oiga la voz del esposo. ¡Os conjuro, hijas de Jerusalén, por las
gacelas, por las ciervas del campo, no despertéis ni desveléis a mi Amor hasta
que le plazca!

57
4. LA VOZ DEL AMADO: 2,8-17

a) Lenguaje simbólico

El lenguaje simbólico tiene un valor primordial para el hombre. El Concilio


Vaticano II, más que darnos una definición de la Iglesia, la describió mediante la
integración de múltiples imágenes tomadas de la vida pastoril, agrícola, familiar
58
o de la construcción. El símbolo orienta más que analiza; inspira más que
explica. Habla a todo el hombre, incidiendo directamente en la vida de fe. Incluso
en nuestro mundo técnico, eficientista y desacralizado, el hombre en los
momentos fundamentales de su existencia no puede por menos de recurrir a los
símbolos, es decir, dar un significado no material a las cosas. Nacimiento y
muerte, la comida y la misma relación sexual son algo más que pura biología, se
cargan de significado interno. El comer, por ejemplo, no es un simple engullir
alimentos; el comer se hace banquete, celebración, comunión con los demás. El
hombre, espíritu encarnado en el mundo, hace de las cosas símbolos, cuyo
significado transciende su valor material inmediato. En esta realidad humana
entra Jesucristo en su encarnación. Dios se comunica al hombre entero, en su ser
corpóreo y espiritual, sin dualismo alguno. Hechos, palabras y cosas son
sacramentos, signos visibles que manifiestan y realizan en la Iglesia lo que
significan.

Los símbolos en la liturgia constituyen un lenguaje que prolonga e


intensifica la palabra; su poder evocador ilumina la palabra y saca a la luz los
sentimientos interiores del hombre. La alianza de Dios con su pueblo se sella con
gestos y ritos y no solamente mediante palabras. Más aún, palabra y acción están
íntimamente vinculadas. Los siete sacramentos, signos sacramentales de la
Iglesia, realizan lo que significan. Y no sólo los sacramentos, toda la liturgia es
acción; une palabra y cosas, que se cargan de significado: piedra como memorial
del encuentro divino (Gén 28,18), óleo derramado como unción de reyes o sa-
cerdotes, incienso como símbolo de la nube de la presencia de Dios, que baja al
hombre, o de la oración del hombre que sube a la presencia de Dios, ceniza como
signo de duelo penitencial, "sal de la alianza de Dios" (Lv 2,13; Nm 18,19). El
Nuevo Testamento recoge los símbolos del Antiguo, dándoles un nuevo significa-
do: pan, vino, agua, aceite, perfume. La Iglesia sigue haciendo lo mismo: fuego
nuevo, luz, mezcla de leche y miel, flores, el soplo del hálito, imposición de
manos.

Los símbolos cósmicos en la liturgia reciben una significación nueva al


convertirse en símbolos históricos. Ya Israel injerta en ellos una referencia a la
historia de la salvación. La Iglesia los enriquece refiriéndolos a Cristo. El
símbolo llega a su plenitud cuando el hombre le incorpora a sí en el gesto
litúrgico, entrando en contacto corporal con él. Entonces el símbolo, bajo la
acción del Espíritu Santo, actúa sobre el creyente y realiza lo que significa. Así el
agua se convierte en baño lustral o inmersión regeneradora; el aceite, en unción;
el pan, en comida; la luz, en iluminación. La liturgia no es una oración mental, se
expresa por medio de los labios, se traduce en actitudes corporales. Y es que la
Revelación no divorcia el cuerpo y el alma; ve al hombre en su unidad, como
59
espíritu encarnado en el mundo. En el hombre lo espiritual y lo corporal están
unidos; por ello, un culto puramente espiritual no sólo no sería humano, sino que
es imposible.

La liturgia no se celebra en la interioridad, sino en el ámbito de lo sensible;


primero, porque es comunitaria y con los otros nos comunicamos por los
sentidos; y segundo, porque es preciso incorporar la dimensión corporal, esencial
al ser humano. La celebración litúrgica, por ello, despierta y plenifica todos los
sentidos del hombre y, a través de su corporeidad, toda la persona. Por la liturgia,
la palabra se inserta en un arte total, en una experiencia de santa belleza, que
transfigura nuestros sentidos, todas nuestras facultades. Todos los aspectos de la
celebración, -perfume, incienso, luces vivas, cantos-, son símbolos del cielo y de
la tierra unidos y renovados en el cuerpo de Cristo bajo las llamas del Espíritu.
En la liturgia, con su belleza y armonía, los símbolos y gestos llevan al hombre a
participar plenamente del misterio divino manifestado en Cristo Jesús. Con San
Juan, podemos decir: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo
que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y tocaron nuestras
manos acerca de la Palabra de vida, lo que hemos visto y oído os lo anunciamos
para que estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con
el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1Jn 1,1-4).

La Escritura no aprecia la belleza en sus formas quietas, como hacen los


griegos. En el Cantar, el movimiento de atracción de los amados conmociona lo
que les circunda. Todos los seres saltan, van y vienen, buscan, se pierden y
encuentran, como reflejo exterior de la búsqueda, del encuentro, de la ausencia o
del gozo de la unión del amado y la amada. El entorno participa de la vida de la
pareja, celebrando su amor y prestándose como símbolo verbal de sus vivencias
inefables. Las descripciones son siempre celebrativas, expresadas en símbolos
que implican todos los sentidos. Pero más que en la piel de las cosas, la belleza
para la Biblia radica en el interior; se descubre mejor con el corazón que con los
ojos. La belleza se encuentra en lo amado. Bello es lo que se ama y produce
gozo. El amor a una persona lleva a desvelar su belleza oculta. Por ello, cuando
el Cantar celebra la belleza del amado o de la amada, no se refiere a sus formas, a
sus rasgos exteriores, sino a su figura que suscita atracción, enamoramiento,
amor. La belleza se percibe en la gracia, que enciende e ilumina los ojos del
corazón.

b) ¡La voz de mi amado!

En el episodio anterior, amado y amada respiraban el aire impregnado de


los efluvios del otoño, con el sabor agridulce y embriagador de la vendimia.
60
Luego ha llegado el invierno y las lluvias, separándoles. La amada ha quedado
recluida en la intimidad de la casa, rumiando con nostalgia los anteriores
momentos de gozo. El esposo ha emigrado con los rebaños a lugares más cálidos.
Ahora vuelve y estalla la primavera por fuera y por dentro. La primavera ha
llegado, pero la esposa no siente sus rumores y perfumes hasta que le llega la voz
del amado. La esposa siente el mundo externo mediante los sentidos del esposo.
Sin él todo está mudo, no toca ni estremece su corazón. Sólo la voz y presencia
del amado da esplendor a los seres de la creación. La voz del amado despierta el
universo, al despertar el corazón de la amada. Higueras en flor y viñas en cierne,
frutas y aromas, montes y colinas, gacelas y ciervos, y el canto de la tórtola
alertan el oído y la vista, incitando a la amada a salir del invierno frío para
celebrar en el campo su pertenencia al amado. El contraste entre invierno y
primavera resalta la diferencia entre la ausencia y la presencia. Con la llegada de
la primavera todo se hace lenguas para anunciar el tiempo del encuentro y del
canto de amor.

El amor da oídos para oír lo que los demás ni oyen ni entienden (Mc 4,9).
"El pastor llama a sus ovejas una por una y las saca fuera; las ovejas le siguen
porque conocen su voz" (Jn 10,3s). La esposa, embriagada de amor, se ha
quedado dormida. Pero, antes de que llegue el esposo, ya oye su voz: ¡La voz de
mi amado! La voz tiene una luz que ilumina; la luz del oír es más clara que la luz
de la mirada, a la que engañan las apariencias. El oído es el sentido de la fe que
no falla (Rom 10,17). A Isaac le engañaron los sentidos del gusto, del tacto y del
olfato; sólo el oído, al que no dio crédito, le mostró la verdad (Gén 27,18ss).
También a Samuel, el vidente, las apariencias engañaron a sus ojos (1Sam
16,6ss). La fe ilumina lo ojos del corazón, con los que se ve al amado. Antes de
que él traspase el umbral de la casa ya le ve la amada: ¡He aquí que llega! Salta
por los montes, brinca sobre los collados.

El amor pone alas en los pies. Es el amado quien desciende siempre de los
montes en busca de la amada. El toma la iniciativa del amor. El esposo irrumpe
en el silencio y espera de la amada. La tensión del abandono se rompe con su
presencia como se rompe el invierno con la explosión de la primavera. La brisa
cálida ahuyenta sombras y temores. El amor hace florecer la vida. "¡Qué
hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que
trae la buena nueva de la paz!" (Is 52,7). Con oír su noticia el horizonte desolado
del invierno se transforma en cuadro de colores y en música coral de ecos y
voces en armonía: "¡Oh Dios!, tu mereces un himno en Sión. Tú cuidas la tierra,
la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas
los trigales; riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes; coronas el año con tus bienes, las rodadas de tu carro
61
rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de
alegría; las praderas se cubren de rebaños y los valles se visten de mieses que
aclaman y cantan" (Sal 65).

Cuando Moisés dijo a los israelitas "en este mes vais a ser liberados" (Ex
12,2), le contestaron: ¿Cómo vamos a ser liberados si todo Egipto está lleno de la
inmundicia de nuestra idolatría? Moisés les contestó: Puesto que El desea vuestra
liberación no se fija en la idolatría, sino que "salta sobre los montes", que no son
otra cosa que los ídolos, pues "sobre las cimas de los montes sacrifican y sobre
las colinas ofrecen incienso" (Os 4,13).

"¡Ojalá escuchéis hoy su voz!" (Sal 95,7). Día tras día, "mientras dure este
hoy" (Heb 3,13), el amado despierta con su voz a la amada. Ella, con Pablo, dice
cada día: "Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de
Cristo. Más aún, juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento
de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, con el deseo de
conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos
hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de
los muertos. No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que
continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado
por Cristo Jesús" (Flp 3,7ss).

La voz del Amado le levanta hasta el tercer cielo (2Cor 12,2-4), donde
escucha palabras inefables, que suscitan el deseo de contemplar el rostro amado.
Por ello con gozo exclama: ¡He aquí que viene! El amado viene, se deja ver, pero
desaparece. Viene bajo una figura cada vez distinta (Mc 16,12). Cada aparición
del Señor confirma lo que la voz de los profetas había anunciado (Sal 67,12). La
profecía se cumple: "Lo que habíamos oído lo hemos visto" (Sal 47,9). Habíamos
oído: "He aquí que viene", y esto es lo que hemos visto con nuestros ojos:
"Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres
por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del
Hijo" (Heb 1,1).

Viene el Amado, saltando sobre los montes y los collados, pisoteando y


disolviendo la maldad de los demonios, pues "los arroja al fondo del mar" (Sal
45,3-4). El Señor dice a sus discípulos: "Yo os aseguro que si tenéis fe como un
grano de mostaza, diréis a este monte: ¡desplázate de aquí allá! y se desplazará"
(Mt 17,20); se refería al demonio lunático (Mt 17,15). O como dice Marcos: "Yo
os aseguro que quien diga a este monte: ¡quítate y arrójate al mar! y no vacile en
su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá" (Mc 11,23).
Así viene el amado, saltando sobre los montes y colinas, destruyendo a todos los
62
enemigos, poniendo bajo sus pies el león y la víbora, el leoncillo y el dragón (Sal
90,13), la serpiente y el escorpión (Lc 10,19), es decir, todos los demonios.7

Por la voz es como primero se conoce a Cristo. Cristo envía primero su voz
a través de los profetas y así, aunque no se le veía, sin embargo se le oía. Se le
oía gracias a lo que anunciaban acerca de él, y la Iglesia, que se venía
congregando desde el comienzo del tiempo, estuvo escuchando sólo su voz hasta
que pudo verle con sus ojos y decir: Mira, él viene saltando sobre los montes,
brincando sobre los collados. Saltaba, efectivamente, sobre los montes que son
los profetas, y sobre los santos collados, o sea, quienes en este mundo fueron
portadores de su imagen. Si queremos ver al Verbo de Dios, oigamos primero su
voz y luego podremos verle cuando pase el invierno de las pruebas. Pasada la
tribulación la esposa reposará con la cabeza apoyada en el esposo, abrazada
por él, para que no vacile en la fe. "Los montes altos son para los ciervos" (Sal
103,18), mensajeros de la Buena Noticia: "Sube a un monte alto, alegre
mensajero para Sión; levanta con fuerza tu voz, alegre mensajero para
Jerusalén" (Is 40,9). Juan Bautista, que ha oído su voz y ha exultado con ella, se
hace mensajero del amado y clama: "He aquí el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo" (Jn 1,29).

Hipólito, en su comentario, como alegre mensajero, proclama: "Oigo a mi


amado. He aquí que llega, saltando por los montes, brincando por las colinas.
Mi amado se parece a una gacela, a un cervatillo. El Verbo saltó del cielo hasta
el cuerpo de la Virgen. Del vientre sagrado saltó luego a la cruz. De la cruz saltó
a los infiernos. Y desde allí, en la carne de la humanidad, a la tierra. ¡Oh, nueva
resurrección! Luego saltó enseguida de la tierra al cielo y allí está sentado a la
derecha del Padre, hasta que dé un salto de nuevo para volver a la tierra en la
salvación final".

c) Como un joven cervatillo

Es mi Amado como una gacela o un joven cervatillo. Vedle que se para


detrás de nuestra tapia, mira por las ventanas, atisba por las celosías. El mostrarse
y esconderse, atisbar por las celosías de las ventanas sin entrar, es propio de
enamorados. Es el juego del amor, absurdo o necio para los extraños, pero que
deleita a los amantes. Dios mismo se recrea en el juego del escondite. Se muestra
al hombre y se esconde para que éste le busque. El esposo, antes de aparecer a la
vista de la esposa, se da a conocer solamente por la voz; luego se muestra ya a la
mirada, pero saltando sobre los collados y los montes, igual que el ciervo y la
gacela. Viene a toda prisa al encuentro con la esposa. Sin embargo, al llegar
7
Cfr Mt 9,32-33; 17,14ss; Mc 1,23ss; Mt 8,28ss; 2Cor 10,5...
63
donde mora la esposa, se para detrás de la casa, de modo que se perciba su
presencia, pero sin dar señales de querer entrar en la casa, porque primero quiere,
como cualquier enamorado, mirar a la esposa a través de las celosías de las
ventanas.

Como un gamo salta de monte en monte y de llano en llano, de árbol en


árbol y de cercado en cercado, así el Señor saltó de Egipto al Mar Rojo; del Mar
al Sinaí; del Sinaí al futuro que ha de venir. En Egipto le vieron, según su
promesa: "pasaré por la tierra de Egipto" (Ex 12,2); en el Mar "vio Israel su gran
poderío" (Ex 14,31); y en el Sinaí le vieron, pues "cara a cara les habló en el
Monte" (Dt 5,4). Al manifestarse la gloria del Señor en la noche de Pascua,
dando muerte a los primogénitos (Ex 12,29), él cabalgó sobre una nube ligera y
fue a Egipto (Is 19,1), corriendo como una gacela y un cervatillo. Protegió las
casas donde estábamos y se paró detrás de nuestras tapias, miró por las ventanas,
atisbó por las celosías y vio la sangre del sacrificio de Pascua sobre nuestras
puertas.

El esposo se queda junto a la tapia, pues su deseo, no es entrar, sino sacar a


la esposa fuera: "Sal de tu casa y ve donde yo te conduciré" (Gén 12,1). Cuando
llegue en la noche y le pida que le abra la puerta, tampoco entrará dentro; su
deseo es sólo levantar a la esposa del sueño y hacerla correr en su busca (5,2-3).
Dios es un Dios de vida. Su presencia no es estática, no instala al hombre en su
mundo y en sus inestables seguridades. Su presencia es pascua, paso, irrupción,
que pone al hombre en éxodo. El pueblo, siempre, se siente tentado a quedarse en
sus seguridades, renunciando al futuro prometido (Ex 16,3). Pero la bendición
del futuro es incompatible con las "lentejas" del presente (Gen 25,29-34). El
hombre que se atiene a lo que tiene, a lo que posee, a lo que él fabrica, pierde a
Dios, el inasible, que lleva al pueblo al desierto, donde no puede agarrarse a nada
tangible, siguiendo una nube que día y noche le precede.

Aunque el esposo promete a la esposa, a los discípulos elegidos: "Mirad, yo


estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20), sin
embargo, también les dice que el amo llamó a los criados, repartió dinero a cada
uno para que negociaran con él y se marchó; y luego vuelve a pedir cuentas. Por
eso, en el drama de amor del Cantar, el esposo a veces está presente y a veces
ausente. Como si se hablara del esposo ausente, en medio de la noche se siente
un clamor de gente que dice: ¡Viene el esposo! (Mt 25,6.14s; Lc 19,12). El
esposo, pues, está presente y enseña; está ausente y se le desea. Lo uno y lo otro
se aplica a la Iglesia y a cada creyente. En efecto, cuando se permite que la
Iglesia padezca persecuciones y tribulaciones, parece que él está ausente de ella;
y luego, cuando crece en paz y florece en la fe y en las buenas obras, se entiende
64
que está presente en ella. Esta situación, de presencias y ausencias, la sufrimos
durante toda nuestra vida hasta que el Salvador nos diga: "Si alguno me ama,
guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en
él" (Jn 14,22s).

En el Antiguo Testamento el anuncio de Cristo estaba oculto por un velo. Al


quitar el velo a la esposa, la Iglesia convertida al Señor (2Cor 3,14-16), ella ve al
esposo que salta sobre los montes de la ley y sobre los collados de los profetas.
En cada página de la Escritura encuentra a Cristo (Mt 17,1ss). La voz del Señor,
la ley y los profetas, llega hasta Juan Bautista, que dice: "Preparad el camino del
Señor, enderezad las sendas de nuestro Dios" (Mt 3,3). La voz hacía que "como
el ciervo ansía las fuentes del agua, así mi alma tiene ansia de ti, Dios mío" (Sal
41,2). Y "el ciervo amigo" (Pr 5,19), ¿quién podría ser sino aquel que aplasta a la
serpiente, que sedujo a Eva (Gén 3,4;2Cor 11,3) y con el soplo de su palabra
inoculó el veneno del pecado, contagiando a toda la prole venidera? El ciervo
amigo vino, pues, a eliminar en su carne la enemistad (Ef 2,15) que el maligno
había creado entre Dios y el hombre. Por ello la esposa compara al esposo con el
cervatillo y no con el ciervo, pues "siendo de condición divina" (Flp 2,6), "un
niño se nos ha dado, un niño nos ha nacido; y su poder, sobre sus hombros" (Is
9,5). Por tanto, cervatillo, porque nació niño chiquito. Es el "más pequeño de los
cervatillos". En las manadas de ciervos, cuando salen a pastar, no son los adultos
quienes abren la marcha, sino los más pequeños, y todos los demás se adaptan a
su paso. El esposo se asemeja, pues, al más joven de los cervatillos; va delante de
todos, abriendo el camino, que los demás siguen.

d) Levántate, amada mía

Empieza a hablar mi Amado y me dice: Levántate amada mí, hermosa mía,


y vente. La voz del Señor resuena con fuerza: "Escucha, Israel, Yahveh nuestro
Dios es el único Dios. Queden en tu corazón estas palabras; átalas a tu mano
como una señal, como una insignia entre tus ojos" (Dt 6,4). La palabra queda
guardada en la memoria y en el corazón de la amada. Ahora la recuerda, dándola
vueltas en su interior (Lc 2,18) y proclamándola en voz alta. En ello encuentra su
gozo y su vida: "Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Porque si
confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le
resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para la
justicia, y con la boca se confiesa para la salvación" (1Cor 10,8ss).

Cuando llegó la mañana (Ex 12,22), el amado tomó la palabra y dijo:


Levántate, ven, asamblea de Israel, amada mía desde el principio. ¡Parte! ¡Sal de
la esclavitud de Egipto! ¡Mira! El invierno ha pasado, han cesado ya las lluvias y
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se han ido. El tiempo de la esclavitud, que es como el invierno, se ha acabado; y
el dominio egipcio, que es como la lluvia incesante, ha pasado y se ha ido; ya no
lo veréis nunca más (Ex 14,13). Aparecen las flores en la tierra, el tiempo de las
canciones ha llegado, el arrullo de la tórtola se deja oír en nuestra tierra. Moisés y
Aarón, que son como las flores de la palma, han aparecido para obrar prodigios
en la tierra de Egipto (Ex 4,29s). El tiempo de la poda de los primogénitos ha
llegado. Y la voz del Espíritu, arrullo de la paloma, anuncia la redención de que
hablé a Abraham; ya llega a su cumplimiento. Ahora me complazco en hacer lo
que juré con mi palabra.

Echa la higuera sus yemas y las viñas en ciernes exhalan su fragancia.


Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente. La Asamblea de Israel, que es
como los primeros frutos de la higuera, abrió su boca y dijo el cántico del Mar
Rojo (Ex 15,1). Hasta los pequeños y lactantes, las yemas y las viñas en ciernes,
alabaron al Señor con sus lenguas (Sab 10,20; Sal 8,3). Incluso los embriones en
el seno de sus madres son invitados a cantar: "En las asambleas bendecid a Dios,
al Señor, fuente de Israel" (Sal 68,27). "Fuentes de Israel" son las madres; por
consiguiente, desde el seno de las madres, bendecid al Señor. Al oír el cántico, el
Señor dijo: ¡Levántate, ven, Asamblea del Israel! Amada mía, bella mía, sal de
aquí, ven hacia la tierra que juré a tus padres que te daría (Ex 13,5; 33,1). La
misma voz anuncia a Israel cautiva que llega su salvación: "¡Despierta, despierta!
¡Levántate, Jerusalén!" (Is 51,17). Es la voz que repite en cada cautiverio:
"Despierta, despierta! ¡Vístete tus ropas de gala, Jerusalén, ciudad santa!
Sacúdete el polvo, levántate, cautiva Jerusalén. Líbrate de las ligaduras de tu
cerviz, cautiva hija de Sión. Soy yo quien dice: Aquí estoy" (Is 52,1ss). "¡Arriba,
resplandece, que ha llegado tu luz, y la gloria de Yahveh sobre ti ha amanecido!"
(Is 60).

Es también la voz del Rey Mesías que pregona: "¡cuán bellos son sobre los
montes los pies del que trae buenas noticias" (Is 52,7). Mirad, se ha parado tras la
tapia, está mirando por la ventana, atisba por las celosías. Las ventanas y celosías
son la ley y los profetas, por los que llega a la casa del mundo la luz verdadera
(Jn 1,9), iluminando a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte (Lc
1,79). Con la voz de los profetas, el Amado dice a la Iglesia: ¡Levántate, amada
mía, hermana mía! ¡Vente! Ha pasado el invierno, el tiempo del hielo de la
idolatría, en que se han convertido quienes han hecho los ídolos y cuantos en
ellos han puesto su confianza (Sal 113,16). Como quien contempla a Dios se
asemeja a Dios, quien mira a los ídolos se hace semejante a ellos (Ez 36,25-26),
se congela. Pero llega el sol de justicia (Mal 3,20) y con él el deshielo. El hielo se
hace agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14): "Envía su palabra y hace

66
derretirse el hielo, sopla su viento y corren las aguas" (Sal 147,7), pues "cambia
la peña en un estanque y el pedernal en una fuente" (Sal 113,8).

Para las aves, el tiempo del canto es el tiempo del amor. La tórtola, que
durante el invierno emigra, vuelve con la primavera y deja oír su voz en nuestra
tierra. Hay un tiempo para todo, tiempo para llorar y tiempo para cantar (Eclo 3).
Y cada cosa tiene sus signos anunciadores: "Cuando la higuera echa sus brotes se
sabe que está cerca el verano" (Mc 13,18). El amado dice: ¡Levántate de la nada
y vive! ¡Levántate del sueño de la muerte y recobra la vida! ¡Levántate del
pecado y vuelve a mí! ¡Responde al amor con amor! ¡Levántate y ven! ¡Yo he
abierto para ti un camino desde la muerte a la vida! ¡Yo soy el camino y la vida!
¡Ven!

Referido a Cristo y a la Iglesia, la casa en que habitaba la Iglesia significa


las Escrituras de la ley y los profetas, pues en ellas se halla la cámara del tesoro
del rey, repleta de sabiduría (Col 2,3). En este sentido, Cristo, al venir, se paró un
poco detrás de la pared del Antiguo Testamento, pues no se manifestó al pueblo
abiertamente; pero, cuando llegó el tiempo, invitó a la Iglesia a salir de la letra de
la ley, para ir hacia él, pues si no camina, pasando de la letra al espíritu, no puede
unirse a su esposo, incorporarse a Cristo. Por eso la llama y la invita a pasar de lo
carnal a lo espiritual, de lo visible a lo invisible, de la ley al Evangelio.

La palabra de los profetas, que llegan hasta Juan Bautista (Lc 16,11), es la
lluvia del invierno (Is 5,6). Con la muerte y resurrección de Cristo se puede decir
que el invierno ha pasado y la lluvia se ha ido. Esto fue una ganancia para la
Iglesia, pues, ¿qué necesidad hay de lluvias allí donde el río alegra la ciudad de
Dios (Sal 45,5), donde en cada corazón creyente brota un manantial de agua viva
que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14)? ¿Y para qué se necesitan las lluvias
donde ya aparecieron laalegre mensajero, s flores en nuestra tierra y donde, desde
la venida del Señor, no se ha vuelto a cortar una higuera por no dar fruto? Ahora,
efectivamente, ha producido ya sus higos (Mt 21,19). Y también las viñas han
exhalado su fragancia, "porque para Dios somos buen olor de Cristo" (2Cor
2,15). Ya no tiene necesidad de mandar sobre la tierra el agua de la nube de los
profetas. La misma voz de la tórtola hablará en la tierra: "Yo mismo, el que
hablaba, estoy presente" (Is 52,6). Con la resurrección ha pasado el tiempo de la
poda de la pasión. La Iglesia, a la que Cristo tenía oculta en la higuera, esto es, en
la ley, no aparece ya árida ni sigue la letra que mata, sino el espíritu que florece y
da vida (2Cor 3,6).

Incitándola a levantarse, dice Orígenes, Cristo está llamando a la esposa a


salir de la carne para vivir en el espíritu: "Pues vosotros no estáis en la carne,
67
sino en el espíritu" (Rom 8,9). En efecto, Cristo no puede llamarla esposa mía, si
ella no se une a él y se hace con él un solo espíritu (1Cor 6,17); ni llamarla
hermosa, si no ve que su imagen se renueva en ella de día en día (2Cor 4,16); ni
paloma mía, si no la ve capaz de recibir el Espíritu Santo, que descendió sobre él
en forma de paloma en el Jordán (Mt 3,16). En efecto, esta alma, por amor a
Cristo, deseando llegar a él en raudo vuelo, ha dicho: "¿Quién me diera alas de
paloma, para volar y descansar?" (Sal 54,6). El Verbo de Dios, mirando por la
ventana y dirigiendo su mirada a la esposa, la exhorta a levantarse y a venir a él,
esto es, a dejar las cosas visibles y apresurarse hacia las realidades invisibles y
espirituales, "puesto que las cosas que se ven son temporales, mas las que no se
ven son eternas" (2Cor 4,18). Así también se dice que el espíritu de Dios va
buscando almas dignas (Sab 6,16) y capaces de convertirse en morada de la
sabiduría. Por otra parte, el mirar por las celosías significa que el alma, mientras
está en la casa del cuerpo, no puede captar la sabiduría de Dios en desnuda
claridad, sino sólo a través de ciertos indicios e imágenes de las realidades
visibles puede contemplar las invisibles.

Lo mismo dice Gregorio de Nisa: "El anuncio, que escucha la Iglesia a


través de los profetas, sólo es sombra de lo venidero, pues la realidad es el cuerpo
de Cristo" (Col 2,17). La realidad le llega con el Evangelio, que derriba el muro
de separación y muestra a Cristo, que anula en su carne la ley, para crear el
hombre nuevo (Ef 2,14s). Por ello el esposo no sólo le dice: Levántate, amada
mía, sino que añade: ¡Vente! Levántate y camina, dice Jesús al paralítico (Mt
9,5ss). Es la voz potente del Señor (Sal 67,34), que crea lo que dice (Sal 32,9).
Así, la esposa recibe la orden y, con ella, la fuerza para hacer cuanto le manda.
Acercándose a la luz se transforma en luz, sobre la que se transparenta la imagen
de la paloma, con la que es figurado el Espíritu Santo (Lc 3,23). Sí, el esposo la
invita a levantarse y caminar tras él. Es la llamada continua a la conversión hasta
formar en ella la imagen cada vez más perfecta del Amado: "Todos nosotros, con
el rostro descubierto, reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, y nos
vamos transformando en esa misma imagen de gloria en gloria; así es como actúa
el Señor, que es Espíritu" (2Cor 3,18).

La Iglesia proclama esta lectura en la fiesta de la visitación de María a


Isabel. Es una invitación a salir del propio mundo cerrado y a derramar sobre la
humanidad el amor recibido del amado. Brotan las flores en la tierra. Es el
momento de cogerlas y hacer una guirnalda. Lo dice la tórtola, es decir, la voz
que grita en el desierto, Juan Bautista (Jn 1,23;Mt 3,3). El escuchó la voz estando
en el seno de su madre y saltó de gozo (Lc 1,44). Luego, como amigo del novio
que se alegra con su voz (Jn 3,29), se presentó como precursor de la esplendorosa
primavera, mostrando la flor que despunta del tronco de Jesé (Is 11,1), el cordero
68
que toma sobre sí los pecados del mundo (Jn 1,29). Anuncia que el invierno ya ha
pasado y han cesado las lluvias. De otro modo lo anuncia también Pablo: "Si
hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que
Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, pues la muerte
ya no tiene poder sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para
siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos
como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rom 6,8-11). Los
apóstoles, pasada la tempestad de la Pasión, con la resurrección de Cristo
encontraron la calma y dieron frutos de fe para vida eterna. El Espíritu Santo dejó
oír su voz en ellos. La tórtola encontró en los creyentes en Cristo un nido donde
colocar sus polluelos (Sal 83,4). La higuera dio fruto en los apóstoles, que
difundieron el perfume de la fe con la difusión del Evangelio.

En realidad, de la misma manera que quienes reciben la muerte de Cristo y


mortifican sus miembros aquí en la tierra (Col 3,5) se hacen partícipes de una
muerte semejante a la suya (Rom 6,5), así también reciben la fuerza del Espíritu
Santo y son por él santificados y colmados de dones. Y como él apareció en
forma de paloma, también ellos se vuelven palomas, para volar a los espacios
celestiales en alas del Espíritu Santo. Pasado el invierno de las perturbaciones y
la borrasca de los vicios, no andando ya más fluctuando a la deriva ni siendo
juguete de todo viento de doctrina (Ef 4,14), entonces comienzan a brotar las
flores, frutos del Espíritu Santo. Pues entonces se oirá la voz de la tórtola, es
decir, la voz de aquella sabiduría de Dios, oculta en el misterio (1Cor 2,6s). La
higuera echa sus yemas, que llevan el germen de los frutos del Espíritu Santo:
gozo, amor, paz... (Gál 5,22). El árbol bueno da frutos buenos (Mt 12,33).
e) Paloma mía

La paloma, con la que el esposo compara a la esposa, es la paloma "que


tiene su nido en las hendiduras de la roca". En estas palomas la fidelidad está más
acentuada que en las demás. La pareja permanece unida de por vida. Macho y
hembra se prodigan recíprocamente las más variadas demostraciones de afecto.
La hembra encuba ininterrumpidamente desde las tres de la tarde hasta las diez
de la mañana; el macho lo hace las otras pocas horas restantes. Durante el largo
tiempo en que la hembra está en el nido el macho le lleva el alimento. Cuando
llega al nido, deja el alimento ante la hembra y se prodiga en reverencias,
zureando suavemente hasta que ella, alargando el cuello, toma el alimento. El
macho no parte hasta que la hembra, respondiendo a sus muestras de afecto, saca
fuera la cabeza, aureolada con las blancas plumas del cuello y, mostrándole el
rostro, le despide con un breve zureo. Entonces satisfecho emprende el vuelo.

69
El esposo, que anima a la esposa a emprender con confianza el camino
hacia él, le describe el lugar donde quiere que descanse con él: al abrigo de la
peña. Allí desea que ella vaya para, quitándose el velo, contemplar su cara al
descubierto (2Cor 3,13-18; 1Cor 13,12). Quiere ver su cara y oír voz, seguro ya
de que su rostro es hermoso y su voz, suave y deliciosa: Paloma mía, en los
huecos de la peña, en los escarpados escondrijos, muéstrame tu semblante,
déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce, y gracioso tu semblante. Sólo desea el
amor y el canto de su paloma: rostro y voz, luz y sonido, ojos y oídos.

La paloma es el símbolo de Israel. Como tal la ve el Señor: "Efraím se ha


tornado cual ingenua paloma" (Os 7,11). ¿A qué se pueden comparar los
israelitas cuando salieron de Egipto? A una paloma que, huyendo del halcón, se
fue a refugiar en una grieta de la roca y encontró que allí anidaba una serpiente,
que había llegado antes que ella. La paloma no podía entrar en la grieta de la
roca, porque la serpiente estaba en su nido, ni podía volver atrás porque el halcón
la perseguía. ¿Qué hizo entonces la paloma? Comenzó a zurear y a golpear sus
alas para que la oyera el dueño del palomar y viniera a salvarla. Semejante a la
paloma fueron los israelitas junto al Mar. No podían entrar en el Mar porque
todavía no se había abierto para ellos. Ni podían volver atrás porque el Faraón les
perseguía. ¿Qué hicieron? "Los israelitas sintieron gran temor y clamaron a
Yahveh" (Ex 14,10), y al punto "salvó Yahveh en aquel día a Israel" (Ex 14,30).

Y ¿por qué el Santo, bendito sea, les puso en tal aprieto? Se parece a un rey
que tenía una hija única y estaba ansioso por conversar con ella. ¿Qué hizo? Hizo
pública una proclama, diciendo: ¡Que todo el pueblo vaya al campo! Y una vez
que fueron, ¿qué hizo? Hizo una señal a sus siervos, que cayeron sobre la hija del
rey como salteadores. Ella entonces comenzó a gritar: ¡Padre, padre, sálvame! El
le dijo: Si no te hubiera hecho esto, no habrías gritado: ¿Padre, padre, sálvame!
Así, cuando los israelitas estaban en Egipto, los egipcios los oprimían, y ellos
comenzaron a gritar y a alzar los ojos al Santo: "acaeció, al cabo de aquellos
largos días que falleció el rey de Egipto y los hijos de Israel gemían bajo la
servidumbre y clamaron" (Ex 2,23) y al punto "Yahveh escuchó su lamento" (Ex
2,24) y los sacó con mano fuerte y brazo extendido. Y como estaba ansioso de oír
su voz de nuevo, ¿qué hizo? Hizo que cambiara la opinión del Faraón y les
persiguiera: "endureció el corazón del Faraón, rey de Egipto, y les persiguió" (Ex
14,8). Cuando los vieron: "los israelitas alzaron sus ojos y allí estaban los
egipcios y gritaron a Yahveh" (Ex 14,10) con el mismo grito con que lo habían
hecho en Egipto. Cuando Dios lo oyó, les dijo: Si no hubiera hecho esto, no
habría oído vuestra voz. De aquella ocasión está dicho "paloma mía, en los
huecos de la peña déjame oír tu voz; no dice "la voz", sino "tu voz", la que ya oí
en Egipto.
70
Jeremías también invita a Israel a dejar las ciudades para acomodarse en la
peña, "como las palomas que anidan en las paredes de las simas" (Jr 48,28). El
alma fiel establece su morada en el Señor. Al abrigo de la roca que salva se ríe de
los ataques de la serpiente y del halcón. La hendidura del costado de Cristo está
abierta como refugio de la débil paloma, que no tiene el pico o garras del águila
con que defenderse. En los huecos de la peña, "y la peña era Cristo" (1Cor 10,4);
en la fe en Cristo, se apoya la esposa y así puede contemplar su gloria, como
Dios mismo prometió a Moisés: "Yo te pondré en la hendidura de la peña y me
verás" (Ex 33,18-23). La peña, que es Cristo, no está cerrada por todas partes,
sino que tiene una hendidura en su costado. En esa hendidura, entrando en ella,
se le revela Dios al creyente. Pues, en realidad, "nadie conoce al Padre sino el
Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Lo mismo dice
Juan: "A Dios nadie lo vio jamás: el Hijo unigénito de Dios, que está en el seno
del Padre, él lo dio a conocer" (Jn 1,18), "porque os he dado a conocer todas las
cosas que oí de mi Padre" (Jn 15,15). Y además dice: "Padre, quiero que donde
yo estoy ellos estén también conmigo" (Jn 17,24).

Entonces la esposa, despojada del velo a requerimiento del esposo, que


desea ver su rostro, puede decir: "Y vimos su gloria, gloria como del unigénito
del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). Y quien ve a Cristo, ha visto
también al Padre. Es lo que dice Pablo: "Por tanto nosotros, mirando a cara
descubierta" (2Cor 3,18) le "veremos cara a cara" (1Cor 13,2), pues "sabemos
que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual
es" (1Jn 3,2). En todo semejante a Cristo, renovada en ella la imagen del que la
creó, sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada, tal cual Cristo se presentó la
Iglesia a sí mismo (2Cor 4,16; Col 3,10; Ef 5,27), hace exclamar al esposo: ¡qué
hermosa tu figura! La proclama hermosa en su figura, pues su corazón, inflamado
en amor, la hace toda hermosa: "Signo del corazón en los buenos es la cara
alegre" (Si 13,26), pues "el corazón alegre hermosea la cara" (Pr 15,13). El
corazón está alegre cuando tiene en sí el Espíritu de Dios, cuyo primer fruto es el
amor, pero el segundo es la alegría (Gál 5,22). Por ello, exultante de alegría,
desbordando de amor, exclama la esposa: Mi amado es mío y yo soy suya.

Filón de Carpasia pone en labios de la esposa la súplica: Muéstrame tu


rostro y déjame oír tu voz. Este era el deseo de Moisés: "Déjame ver tu rostro"
(Ex 33,13.18). Pero el Señor le dijo: "Mi rostro no podrás verlo; porque no puede
verme el hombre y seguir viviendo" (Ex 33,20). Pero, en la plenitud de los
tiempos, accediendo al deseo de la esposa, mostró su rostro de carne, al ser
engendrado por el poder del Altísimo en el seno virginal de María (Lc 1,35). Así
pudimos verle con nuestros ojos, oír su voz y palparle con nuestras manos (1Jn
71
1,1). Y su voz fue muy dulce para nosotros, al decirnos: Venid a mí todos los que
estáis cansados y sobrecargados y yo os daré descanso" (Mt 11,28), "¡animo,
hijo, tus pecados te son perdonados!" (Mt 9,2), "¡animo, hija, tu fe te ha
salvado!" (Mt 9,22), "tanto ha amado Dios al mundo que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,17)...

f) Las raposas

Cazadnos las raposas, las pequeñas raposas que devastan las viñas, pues
nuestras viñas están en flor. Después que hubieron pasado el Mar, los hijos de
Israel murmuraron a causa del agua (Ex 15,22.24; 17,1-7). Vino entonces contra
ellos el impío Amaleq (Ex 17,8), que les tenía odio a causa de la primogenitura y
de la bendición que Jacob, su padre, había quitado a Esaú (Gén 27,1-41), y
presentó batalla contra Israel, porque se habían separado de los preceptos de la
Torá. En aquella hora la casa de Israel, que es como una viña, hubiera merecido
ser destruida, si la flor de los justos de aquella generación no hubiese exhalado el
buen perfume de incienso que sube a lo alto del cielo.

Las "raposas pequeñitas" son las crías de los chacales, que consumen los
racimos de uva en maduración. La viña en flor es símbolo del esplendor de la
amada, toda vida, frescura, floración y perfume (1,6). La zorra, animal impuro,
como Herodes Antipas (Lc 13,32), desencadena la fuerza de la lujuria, de la
violencia y del odio contra el amor desarmado e inocente de la vid en ciernes. El
amado sabe que las raposas merodean por su heredad (Jr 12,9s).

Gregorio de Nisa pone en labios de la amada las palabras: En los huecos de


la roca. Piedra es la gracia del Evangelio (1Cor 10,4;Mt 7,24), donde la esposa es
invitada a refugiarse, pasando de estar bajo la ley a estar bajo la gracia. Es lo que
pide la esposa: Muéstrame tu rostro y déjame oír tu voz. Esto le basta como al
anciano Simeón: "Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se
vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación" (Lc 2,29-30). Lo que
Simeón vio es lo que desea ver la esposa; y escuchar su voz como la escucharon
los que le dijeron: "Tu tienes palabras de vida eterna".

El esposo acoge la plegaria de la esposa y, para mostrarse abiertamente,


manda a los cazadores que atrapen a esos zorros, que destrozan la viña. Esos
zorros son el asesino (Jn 8,44), potente en el mal, cuya lengua es como espada
afilada (Sal 51,3-4) o flechas de guerrero afiladas con brasas de retama (Sal
119,4), que está siempre tendiendo insidias desde su guarida (Sal 9,30). Es el
gran dragón (Ez 29,3), el infierno con la boca abierta (Is 5,14), dominador del
mundo tenebroso (Ef 6,12), que posee la fuerza de la muerte (Heb 2,14), con sus
72
lomos de bronce, su columna dorsal de hierro (Job 40,18). El demonio y sus
secuaces son, sin embargo, "pequeñas zorras", cuya caza encomienda el Señor a
sus cazadores, a quienes también llamó pescadores de hombres (Mt 4,19).

No hubieran podido recoger en las redes del Señor a los que se salvan si no
les hubieran arrebatado de los lazos del maligno. Estos cazadores o pescadores
hacen lo uno y lo otro con la potencia de quien ordenó: ¡Arrojad el jabalí que
devasta la viña de Dios (Sal 79,14) o el león rugiente (Sal 21,14) o la gran
ballena (Jn 2,1) o el dragón de debajo de las aguas (Ez 32,2). A los cazadores el
Señor ha dado poder para arrojar todas estas bestias de su viña (Ef 6,12). La viña
del Señor es la esposa de la que se dice: "tu esposa como vid florida en el secreto
de la casa" (Sal 127,3).

g) Mi amado es mío y yo soy suya

Mi Amado es mío y yo soy suya, el pastorea entre mis rosas. Dijo la


Asamblea de Israel: "Mi amado es mío y yo soy suya". El es mi Dios y yo soy su
pueblo: Es mi Dios, pues me dijo: "Yo, Yahveh, soy tu Dios" (Ex 20,2); y yo soy
su pueblo, pues me dijo: "Escúchame, pueblo mío, préstame oído" (Is 51,4). El es
mi padre y yo soy su hijo. El es mi padre (Jr 31,9) y yo soy su hijo, su primo-
génito (Ex 4,22). El es mi pastor (Sal 80,2) y yo su rebaño, ovejas de su pastizal
(Ez 34,30). El es mi guardián (Sal 121,4) y yo soy su viña (Is 5,7).

El me cantó y yo le canté. El me alabó y yo le alabé. El me llamó:


"hermana mía, esposa, paloma mía, la más pura" (Cant 5,2). Y yo dije de El: "Así
es mi amado y mi amigo" (Cant 5,16). El me dijo: "¡Qué hermosa eres, mi
amor!" (Cant 4,1). Y yo le contesté: "¡Qué hermoso eres, mi amor, qué
maravilloso!" (Cant 1,16). El me dijo: "¡Dichoso tú, Israel, quién como tú!" (Dt
33,29). Y yo le dije: "¡Quién como Tú entre los dioses, oh Yahveh!" (Ex 15,11).
El me dijo: "¡Quién hay como Israel, nación única en la tierra!" (2Sam 7,23). Y
yo dos veces al día declaro que El es único (Dt 6,4).

Mi Amado es mío y yo soy suya, "carne de mi carne, hueso de mis huesos".


Unidos somos "dos en una sola carne". La amada evoca y acoge la alianza que
Dios reiteradamente ofrece a Israel: "Vosotros sois mi pueblo y yo soy vuestro
Dios" (2Cor 6,16). La repetición de la fórmula de pertenencia mutua (Cant
2,16;6,3;7,11) es expresión de la continua renovación de la alianza. Las montañas
de Beter son una clara alusión a la alianza sellada con Abraham (Gén 15,10).
Antes de que expire la brisa de la tarde y se alarguen la sombras (Jr 6,4), la
esposa espera que su amado vuelva, ligero como una gacela o un gamo y pase
con su antorcha de fuego, como hizo con Abraham, entre los "montes separados"
73
(Beter), quemando los animales partidos de la Alianza (Gén 15,7ss). La unión
debe renovarse continuamente porque las ausencias, las distancias y los silencios
son constantes en la vida. El encuentro, en la tarde, a la hora de la brisa, es
siempre una sorpresa, un don, algo esperado en vela y con trepidación cada día.

Antes que sople la brisa del día y huyan las sombras, ¡retorna, Amado mío!,
como una gacela o un joven cervatillo por el monte de las balsameras. A los
pocos días los hijos de Israel hicieron el becerro de oro (Ex 32,1-6). Entonces se
alzaron las nubes de la gloria, que le habían dado sombra, y quedaron al
descubierto, privados del adorno (Ex 33,5ss) de sus armas, sobre las que estaba
escrito el gran Nombre. El Señor les hubiera destruido y barrido de este mundo si
no hubiera recordado el juramento hecho a Abraham, a Isaac y a Jacob (Ex
32,13), quienes fueron solícitos como una gacela y como un joven cervatillo en
rendirle culto; si el Señor no hubiera recordado el sacrificio que ofreció Abraham
en el monte Moria (Gén 22,1ss), monte de las balsameras, les hubiera destruido.

La noche es la hora de las sombras y de los chacales (Sal 44,20). Es la hora


en que reina la muerte. La esposa le implora: Retorna, Amado mío, con la brisa
de tu Espíritu, que ahuyente las sombras y amanezca el día sin noche ni sombras
de muerte.

5. BUSQUEDA DEL AMADO EN LA NOCHE: 3,1-5

a) Del Aleluya al Maranathá


74
Después de la declaración de pertenencia mutua entre el amado y la amada
del capítulo anterior, éste se abre con la ausencia del amado. El amado ha
desaparecido y la amada se encuentra con la soledad inquieta del alma. La noche
se hace larga, casi infinita, dando vueltas y vueltas en la cama sin poder conciliar
el sueño. A derecha e izquierda alarga sus manos sin encontrar al amado: En mi
lecho, por las noches, busqué al amor de mi vida; le busqué y no le hallé.

El esposo, como hombre, no siempre está en casa ni sentado junto a la


esposa, que sí permanece dentro de casa. El sale con frecuencia, y ella le desea y
busca; y él vuelve a ella. Por eso, el esposo unas veces es buscado como ausente
y otras habla con la esposa como presente. Por su parte, la esposa, aunque le haya
visto en la cámara del tesoro, pide que la introduzca en la bodega del vino. Pero
ocurre que, una vez que ha entrado y ha visto al esposo, él no permanece en casa,
y entonces ella, atormentada de nuevo por su amor, sale fuera y se pone a dar
vueltas, yendo y viniendo alrededor de la casa, entrando y saliendo, mirando por
todas partes para ver cuándo regresa a ella el esposo. La Iglesia, o el cristiano,
viven su relación con Cristo, recibiendo en sí al que en el principio estaba junto a
Dios (Jn 1,1), que la visita y la deja, para que así ella le desee aún más. Pues el
Señor se deja encontrar de los que le desean y le buscan. El esposo se para tras
las celosías de la ventana, sin manifestarse abiertamente y por completo,
incitando de este modo a la esposa a no quedarse dentro sentada y perezosa, sino
a salir fuera e intentar verle, no ya a través de las ventanas y celosías, ni por
medio de un espejo y por enigmas, sino saliendo fuera y estando cara a cara con
él (1Cor 13,12).

Cristo ha venido en nuestra carne, se ha manifestado vencedor de la muerte


en su resurrección y ha derramado su Espíritu sobre la Iglesia, como don de
bodas a su Esposa. Y la Iglesia, gozosa y exultante, canta el Aleluya pascual.
Pero el Espíritu y la Esposa, en su espera impaciente por la consumación de las
bodas, gritan: ¡Maranathá! (Ap 22,17). La Iglesia, en su peregrinación, vive la
tensión entre el Aleluya, por la salvación ya cumplida en Cristo, y el Maranathá,
anhelante de la manifestación de su Señor en la gloria de su retorno. Ahora ya
vemos al Señor entre nosotros, pero le "vemos como en un espejo" y anhelamos
que se rompa el espejo para "verle cara a cara" (1Cor 13,12). Ahora "ya somos
hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que,
cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es"
(1Jn 3,1-2).

En efecto, todos los que son guiados por el espíritu de Dios son hijos de
Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor;
75
antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace
exclamar: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para
testimoniarnos que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos,
herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con El, para
ser también con El glorificados. Porque estimo que los sufrimientos del
tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar
en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la
revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la
vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la
esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para
participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la
creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo
ella; también nosotros, que poseemos las primicias del espíritu, nosotros
mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro
cuerpo. Porque hemos sido salvados en esperanza (Rom 8,14-24).
Con Cristo se ha puesto en marcha la nueva era de la historia de la
salvación: la plenitud de los tiempos. En Cristo, el hombre y la creación entera
encuentran su plenitud escatológica. Por su unión a Cristo muerto y resucitado, el
cristiano, por su bautismo, no vive ya en la "carne", sino bajo el Espíritu de
Cristo (Rom 7,1-6). Con Cristo -con su amén al Padre- toda la humanidad ha sido
definitivamente integrada en la aceptación de la voluntad del Padre. Esta realidad
ya no podrá ser arrancada jamás de la historia humana. La Iglesia, en su fase
actual, es sacramento de salvación, encarna la salvación de Cristo, que se
derrama de ella sobre toda la humanidad y sobre toda la creación. Pero aún la
Iglesia, y con ella la humanidad y la creación, espera la manifestación de la gloria
de los hijos de Dios en el final de los tiempos.

El "hombre nuevo" y la "nueva creación", inaugurada en el misterio pascual


de Cristo, cantan el aleluya, pero viven los dolores del parto y gritan maranatha,
anhelando la consumación de la "nueva humanidad" en la resurrección de los
muertos en la Parusía del Señor de la gloria. La Iglesia se siente Reino de Dios
solamente en su fase germinal. Por eso tiende a la consumación gloriosa de este
Reino, anunciándolo y estableciéndolo entre los hombres. La Iglesia pertenece a
la etapa de la historia abierta por la Pascua y orientada a la consumación de todas
las cosas en la gloria de la Parusía. Su tiempo es tiempo de camino hacia la
plenitud. Tiempo del Espíritu, que la impulsa a actuar la salvación en el mundo.
El Espíritu Santo, que habita en ella, le comunica la vida de Cristo, implantando
en ella el germen de la gloria, pero siempre dentro del dinamismo de la Pascua,
haciéndola pasar por la muerte a la vida. Por ello vive en posesión radical de las
realidades futuras y en esperanza de su posesión definitiva. Esta es su tensión,
nuestra tensión: gozar y cantar lo que ya somos y sufrir y anhelar por aquello que
76
seremos, a lo que estamos destinados: "Por tanto, mientras habitamos en este
cuerpo, vivimos peregrinando lejos del Señor" (2Cor 5,6) y, aunque poseemos las
primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior (Rom 8,23) y ansiamos estar
con Cristo (Fil 1,23).

b) La noche oscura

La vida cristiana es la búsqueda continua de Dios por parte del hombre,


pues Dios mismo comenzó por buscar al hombre. El Cantar es el texto
privilegiado de los que "buscan el rostro de Dios". Es el canto de la vida
cristiana, comprendida como vida inmersa en el misterio del amor de Dios,
conducida bajo la guía de Dios, en la intimidad inefable de su presencia. Es el
canto que mejor responde al deseo del alma de "estar unida al Verbo de Dios y de
penetrar en los misterios de su sabiduría y de su ciencia como en la alcoba de su
esposo celestial" (Orígenes). El hombre cautivado por Dios halla en el Cantar la
descripción de sus delicias en el Señor (Sal 36).

Ahora bien, antes de llegar a esta unión, "los israelitas vivirán muchos días
sin rey y sin príncipe, sin sacrificios ni estelas, sin imágenes ni amuletos.
Después volverán a buscar al Señor, su Dios; con temor volverán al Señor" (Os
3,4). Es la noche oscura, en que la amada, dando vueltas en su corazón a los
memoriales del amado, espera en vela que él vuelva a mostrarle su rostro. En su
interior resuena la voz del amado: "¡Despierta, despierta! ¡Revístete de fortaleza,
Sión!" (Is 52,1). Por ello deja el lecho del sueño y corre en busca del amor de su
alma. Perdiéndose a sí misma, encontrará la vida. Corriendo por las calles de
Jerusalén, la ciudad de Dios, encontrará al amado, "pues él habita en medio de
ella" (Sal 46,5s).

El Señor oculta su rostro a la amada "para que vuelva a buscar a Yahveh, su


Dios" (Os 3,5). Con su ocultamiento suscita la conversión: "Volveré a mi lugar,
hasta que se reconozcan culpables y me busquen; en su angustia, me desearán
ardientemente" (Os 5,15). "Yo conozco a Efraím, e Israel no se me oculta. Sí, tú,
Efraím, has fornicado, e Israel está contaminado. No les permiten sus obras
volver a su Dios, pues hay dentro de ellos un espíritu de prostitución y no
conocen a Dios. El orgullo de Israel testifica contra él; Israel y Efraím tropiezan
por sus culpas y también Judá tropieza con ellos. Con ovejas y vacas irán en
busca del Señor, sin encontrarlo, pues se ha apartado de ellos" (Os 5,3-6). El
Señor, en aquellos días, "enviará hambre al país: no hambre de pan ni sed de
agua, sino de oír la palabra de Dios. Irán errantes de oriente a poniente, vagando
de norte a sur, buscando la palabra de Dios, y no la encontrarán" (Am 8,11s).

77
En la noche Israel brama como brama el mar, pues la luz se ha oscurecido,
envolviendo la tierra en densas tinieblas (Is 5,30). Es la noche de la prueba, de la
tentación, del exilio. Es la noche que Adán vio caer con terror sobre el mundo en
la tarde del sexto día. Es la noche en que el alma ansía al Señor (Is 26,9) y
pregunta a los profetas, vigías del Señor: "Centinela, ¿qué hay de la noche?, ¿qué
hay de la noche" (Is 21,11). Y el profeta le responde: ¡Animo! La noche no ha
pasado aún. Pero ya se oyen en el horizonte los pasos del que viene. "El pueblo
que caminaba en tinieblas ha visto una luz potente; habitaban en tierra de
sombras y una luz ha brillado para ellos" (Is 9,1). Cuando él llegue, dirá a los
cautivos: "Salid", y a los que están en tinieblas: "venid a la luz" (Is 49,9).
Entonces el Señor gritará: "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria
del Señor amanece sobre ti! Mira, las tinieblas cubren la tierra; la oscuridad, los
pueblos; pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y
caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora" (Is 60,1-3;
Sal 112,4).

Filón de Carpasia dice: Cuando, entorpecidos por el pecado, dormimos y


damos vueltas en la cama, si buscamos al Amado, no lo hallaremos, a no ser que
lo busquemos como nos dice el profeta: "Buscad a Yahveh mientras se deja
encontrar, llamadle mientras está cercano. Deje el malo su camino, el hombre
inicuo sus pensamientos, y vuélvse a Yahveh, que tendrá compasión de él, a
nuestro Dios, que será grande en perdonar" (Is 56,6-7). El Señor, fiel a su alianza
con el pueblo, oculta su rostro sólo para suscitar el verdadero amor en el corazón
de la amada: "Así dice el Señor, Dios de Israel: Yo conozco mis designios sobre
vosotros, designios de paz, no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza.
Me invocaréis, vendréis a implorarme y yo os escucharé; me buscaréis y me
encontraréis, si me buscáis de todo corazón. Me dejaré encontrar de vosotros y
cambiaré vuestra suerte" (Jr 29,11-14).
Desde el anuncio del amor, que llena el corazón de alegría, hasta la alianza
definitiva, desde los esponsales hasta el matrimonio, hay un largo camino por
recorrer, con sus riesgos, crisis y noches oscuras de purificación. Dios, en su
amor, desciende hasta el hombre, hasta el pecado donde el hombre se encuentra,
hasta la alcoba donde "en pecado le concibió su madre" (Sal 51,7). Y desde allí,
con pedagogía divina, lo lleva a despojarse del hombre viejo para conducirlo a su
reino, a la casa del Padre. Para gozar del beso de su boca, dice San Bernardo, es
necesario postrarse antes a sus pies, sin atreverse a levantar los ojos al cielo (Lc
18,13); y, postrado, besar los pies del Señor, bañarlos con las lágrimas y
enjugarlos con los cabellos, para oír su voz: "Tus pecados te son perdonados" (Lc
7,36ss), "levántate y no peques más" (Jn 8,10;5,14).

c) Busqué al amor de mi alma


78
En mi lecho, por las noches, he buscado, al amor de mi vida; le busqué y no
le hallé. Cuando Israel vio que se había alzado de sobre ellos la nube de la gloria
(Ez 9,3; 11,22-23), -que durante cuarenta días se había posado sobre el Sinaí (Ex
24,15ss) y, luego, había llenado la Tienda (Ex 40,34-35) y, más tarde, el Templo
(1Re 8,10-11)-, todo les pareció tenebroso como la noche; entonces se pusieron a
buscarla y no la hallaron. La Asamblea de Israel oró ante Dios: Señor, en el
pasado nos iluminabas entre una noche y otra noche: entre la noche de Egipto y
la noche de Babilonia, entre la de Babilonia y la de Persia, entre la de Persia y la
de Grecia, entre la de Grecia y la de Roma, pero ahora, que me he dormido, se
me junta una noche con otra; me hallo a oscuras "en mi lecho por las noches".
Israel, al retorno a Palestina, no goza de los bienes de Dios, que ha vuelto con
ellos del exilio. Aunque se halla en la tierra santa, está aún en la noche, en el
tiempo de la incertidumbre y del sufrimiento. En su angustia busca a Dios en
Jerusalén, la ciudad santa, elegida por Dios como su morada desde los tiempos
antiguos, pero él oculta su rostro (Is 58,59; 60,62; 63,15-64,12; 66,1). Desea que
la amada salga de sí y corra tras él.

Apenas se da el encuentro, de inmediato surge la separación, dejando en el


alma la duda: ¿Ha sido real la presencia del amado o he abrazado a un fantasma?
Los encuentros de los apóstoles con el Resucitado dejan en ellos esta duda (Mt
28,17): "Cuando él se presentó en medio de ellos, les dijo: La paz con vosotros.
Sobresaltados y asustados creían ver un espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué os
turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis
pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos
como veis que tengo yo" (Lc 24,36ss). Sor Juana Inés de la Cruz expresa estos
sentimientos en una bella poesía:

Detente, sombra de mi amor esquivo


imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
¡Y qué trajín, ir, venir,
con el amor en volandas,
de los cuerpos a las sombras,
de lo imposible a los labios,
sin parar, sin saber nunca
si es alma de carne o sombra
de cuerpo lo que besamos,
si es algo! ¡Temblando
de dar cariño a la nada!
79
¿Serás, amor,
un largo adiós que no se acaba?

La decepción de la búsqueda infructuosa, en lugar de apagar el deseo


ardiente de la esposa, lo enciende aún más. Lo busca en la cama y no lo
encuentra. Pero, como dice Fray Luis de León, "no pierde la esperanza el amor,
aunque no halle nuevas de lo que busca y desea, antes entonces se enciende
más... Porque es así siempre, que al amor sólo el amor le halla y le entiende". Se
alza y recorre en su búsqueda las calles y plazas de la ciudad y tampoco lo halla.
El encuentro con el amado no es nunca fruto del afán del hombre. Es él, cuando
quiere y como quiere, quien va al encuentro de la amada. No es el hombre quien
sube hasta Dios. Es él quien desciende hasta el hombre. La fe es don gratuito de
su amor. "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los constructores; si
el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas" (Sal 127,1).

c) Me encontraron los centinelas

Me encontraron los centinelas, que hacen la ronda en la ciudad: ¿Habéis


visto al amor de mi vida? La esposa ni se presenta, ni pide excusas por andar en
la noche por las calles de la ciudad. Se deja llevar por el impulso del amor que la
embarga, como si aquellos a quienes pregunta por su amado supieran de quién se
trata. Ella busca y no encuentra, pero es encontrada. En su búsqueda es ella quien
está perdida, no el amado. Cuando un hombre pierde su camino, no es el camino
quien se ha perdido; el camino sigue en su sitio; es el hombre quien se halla
perdido y quien debe ser encontrado. Por ello, cuando el hombre pierde el
Camino, se siente desorientado, desesperado, sin vida. Entonces se opera la
maravilla: el Camino se desplaza y se acerca con bondad al encuentro del hombre
perdido y lo salva. Igualmente, cuando un hombre se queda ciego, pierde la luz,
no porque la luz desaparezca; ella sigue alumbrando como siempre. Es el ciego
quien camina a tientas cuando pierde la Luz. Y de nuevo ocurre el milagro: La
Luz eterna y viva parte en busca del ciego, le abre los ojos y se deja ver por él. Y,
cuando el hombre pierde la Vida divina, es la misma Vida la que baja en busca
del hombre muerto hasta que le encuentra y le devuelve la vida. La amada corre
en busca del amado, que ha perdido, y no lo encuentra hasta que él la encuentra.
La encuentra en el dolor, en la angustia o en la desesperación, como Job vio cara
a cara a Dios en medio de la tempestad (Jb 42,5).

El amado encuentra a la amada, en primer lugar, mediante "los guardianes


que ha apostado sobre los muros de Jerusalén" para vigilar y custodiar su ciudad
santa. Ellos "no callan ni de día ni de noche" (Is 62,6); profetas del Señor, su voz
es siempre viva y gozosa, tiene la misión de "anunciar a la hija de Sión que viene
80
su salvación" (Is 62,11). El amado siempre envía delante de él a su precursor:
"Mira, envío a mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar el camino. Voz
del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus
sendas" (Mc 1,1-3). El mensajero no es el salvador; él siempre repite: "Detrás de
mí viene uno a quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia. El es el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,27ss).

Juan Bautista es la palabra del Adviento. ¡Ha visto y confesado al Mesías y


se encuentra en la cárcel! En la prueba del absurdo, no es una caña que quiebra el
viento. Cree a pesar de todo, espera contra toda esperanza. Es el mensajero, que
prepara a Dios el camino en su propia vida; prepara el camino a un Dios que
tarda en manifestarse, que no tiene prisa, aunque él esté a punto de perecer. Su
corazón está en apuros y su cielo encapotado. La pregunta de su corazón suena a
angustia de parto: "¿Eres tú el que ha de venir?" (Lc 7,19). Pero es una pregunta
dirigida a Dios, al Cordero de Dios que ha conocido y confesado. En un corazón
orante queda siempre fe, aunque se encuentre en prisión. En la prisión de la
muerte, de las preguntas sin respuesta, de la propia flaqueza, de la propia miseria,
el cristiano, peregrino de la Pascua a la Parusía, espera contra toda esperanza,
enviando mensajeros de su fe y oración a Aquel que ha de venir. Estos
mensajeros volverán con la respuesta: "He aquí que vengo presto" (Ap 22,20);
"bienaventurado el que no se escandalice de mí" (Lc 7,23).

"Cuando los apóstoles y sus sucesores y cooperadores son enviados para


anunciar a los hombres al Salvador del mundo, se apoyan sobre el poder de Dios,
que manifiesta la fuerza del evangelio en la debilidad de sus testigos" (GS 76) La
fragilidad del vaso de barro está siempre amenazada de quebrarse, de
escandalizarse de su propia debilidad, de la precariedad de su fe y de la fragilidad
de su vida. "¿Qué haces tú ahí, si no eres el Mesías esperado?" (Lc 1,25). El
hombre tiene sed de Dios, espera en El, espera que pronto instaure su reino, que
la verdad radiante aparezca y con su resplandor queme toda duda del espíritu. Y
he aquí que sólo vienen precursores, heraldos de la verdad de Dios en palabras
tan humanas que con frecuencia la oscurecen; como mensajeros de Dios sólo
vienen hombres con todos los defectos de los hombres; o sólo se dan acciones
simbólicas, sacramentales. Mensajeros y signos confiesan una y otra vez: "Yo no
soy"; pero detrás de mí, oculto en las palabras y en los signos" está el Salvador.
En la liturgia cristiana, lugar privilegiado del encuentro entre Dios y el hombre,
Dios desciende hacia el hombre y el hombre sube hasta Dios bajo el velo de los
signos.

Ante la propia pobreza, la debilidad de los mensajeros y la insignificancia


de la palabra y los signos, el hombre, en su impaciencia, es tentado a creer que
81
puede hallar a Dios fuera de los hombres, de las palabras y signos de la Iglesia:
en la naturaleza, en la infinidad del propio corazón, en la política que quiere
erigir ya de una vez para siempre el Reino de Dios sin Dios sobre la tierra... Pero
esta huída sólo puede llevar al desierto del propio corazón vacío, donde moran
los demonios y no Dios; al desierto de la naturaleza ciega y cruel, que sólo es
benéfica como creación de Dios en la alegría del reposo dominical; al árido
desierto del mundo en que las aguas de los ideales se escurren tanto más cuanto
más se penetra en él; al desierto desolador de una política, que en lugar del reino
de Dios, instaura la tiranía de la violencia.

La Iglesia, con Juan Bautista, confiesa "Yo no soy"; el Reino glorioso de


Dios está aún por venir. Pero, aunque esta voz suene con todos los ecos humanos,
no debe desoírse. No puede dejarse de lado al mensajero porque "no es digno de
desatar las sandalias del Señor", a quien precede. La Iglesia, no puede menos de
decir: "No soy yo", pero tampoco puede dejar de decir: "Preparad el camino al
Señor que viene". Y entonces, escuchada esta pobre palabra, Dios viene ya. Los
fariseos, que no escucharon al precursor del Mesías, porque él no era el Mesías,
tampoco reconocieron al Mesías.

e) La alcoba de la que me concibió

La escena se cierra con el mismo estribillo del primer encuentro, después de


la búsqueda por el desierto (2,7). Nada debe perturbar la paz recuperada con el
encuentro del esposo. Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, por las gacelas, por las
ciervas del campo, no despertéis, no desveléis al amor, hasta que le plazca.

Tan inesperada como había sido la desaparición es ahora la nueva aparición


del amado, que termina "en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me
concibió". Allí el esposo puede decirle al oído y al corazón: "Ya no te llamarán la
abandonada ni a tu tierra la devastada. Se te llamará la preferida y a tu tierra la
desposada. Como un joven desposa a una joven, así te desposará a ti el que te
creó. El gozo que siente el novio por la novia lo sentirá por ti tu Dios" (Is 62,4s).
El estribillo del Cantar invita a no despertar al amor antes de la hora. El
despertar, signo del tiempo escatológico, no puede venir más que a su debida
hora, en el tiempo señalado por el Padre, en la hora de la verdadera conversión
del corazón.

Hasta entonces, Dios se deja encontrar y abrazar, pero no se deja aferrar o


poseer. Está siempre en pascua, de paso. Con su huida invita a la esposa a salir de
sí y a buscarlo en la ciudad, en las plazas, en las calles, es decir, en la historia, en
medio de los acontecimientos. Ahí es dónde ella tiene que preguntar: ¿Habéis
82
visto al amor de mi vida? Los ojos de la fe descubren la presencia del Amado en
los hechos de la vida, en medio de la noche, aunque haya que esperar al alba, a
que la noche haya pasado: Apenas los había pasado, encontré al amor de mi vida.
Lo agarré y ya no lo soltaré hasta que le haya introducido en la casa de mi madre,
en la alcoba de la que me concibió. Al Amado se le abraza, abrazando la cruz de
cada día, para no perderle más. La Liturgia de las horas "consagra el curso entero
del día y de la noche con ese admirable canto de alabanza, que es en verdad la
voz de la misma esposa que habla al esposo" (SC 84).

El está detrás de los centinelas. Para encontrar "al amor de mi vida" es


necesario acercarse a sus mensajeros, escucharles y luego pasar adelante,
siguiendo sus indicaciones: detrás de mí está él. El viene con ellos, detrás de
ellos. El centinela aguarda la aurora y anuncia a los demás el sol que viene de lo
alto: "Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor
para preparar sus caminos, anunciado la Luz que viene de lo alto a iluminar a los
que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el
camino de la paz" (Lc 1,76ss). Cuando parece que no hay esperanza, la gran
sorpresa: "Encontré al amor de mi alma". "Mi alma espera en el Señor, espera en
su palabra; mi alma aguarda al Señor más que el centinela la aurora; más que el
centinela la aurora, aguarde Israel al Señor, porque con él viene el amor" (Sal
130,5ss). La amada, sin palabras, abraza fuertemente contra su pecho el tesoro de
su vida, abandonándose a su amor: "No lo soltaré más".

En la mañana de Pascua, con encendido deseo, María Magdalena busca al


amor de su alma: "El primer día de la semana, al amanecer, cuando aún estaba
oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio la losa quitada. Fue corriendo a
donde estaba Simón Pedro con el discípulo amado de Jesús... Pedro y el discípulo
salieron para el sepulcro... Fuera, junto al sepulcro, estaba María llorando. Se
asomó al sepulcro sin dejar de llorar y vio dos ángeles vestidos de blanco... Le
preguntaron: ¿Por qué lloras, mujer? Les contestó: Porque se han llevado a mi
Señor y no sé dónde lo han puesto. Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie,
pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: ¿Mujer, por qué lloras? ¿A quién
buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dice: Señor, si tú lo has llevado,
dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré. Jesús le dice: María. Ella se vuelve
y le dice: Rabbuní -Maestro-. Dícele Jesús: No me toques, que todavía no he
subido al Padre" (Jn 20,1-18).

La praxis normal establecía que fuera el hombre quien, acompañado del


cortejo de amigos, condujera en procesión a la novia desde la casa paterna, donde
ella lo esperaba con su cortejo de doncellas, a su propia casa, para introducirla en
la alcoba de su madre (Gn 24,67). Pero "al principio" no fue así. Cuando Dios
83
condujo a Eva ante Adán, éste exclamó: "¡Esta sí que es hueso de mis huesos y
carne de mi carne! Por eso el hombre abandona a su padre y a su madre y se une
a su mujer y se hacen una sola carne" (Gn 2,22ss). La amada abraza a su amado y
lo conduce a casa de su madre y allí él la abraza; a ella sólo le toca abandonarse
en brazos del amado: "Su izquierda bajo mi cabeza, y su derecha me abraza".

En el comentario más antiguo del Cantar que se ha conservado, Hipólito (+


235) combina la escena de las dos mujeres, María Magdalena y la otra María (Mt
28,1-10) con la escena de María y Jesús solos. Con palabras del Cantar y del
evangelio hilvana su comentario:

Dice el evangelio: vinieron las mujeres aún de noche a buscar a Cristo. Lo


busqué y no lo encontré, dice ella. ¿Por qué buscáis al vivo entre los
muertos?... Me encontraron los guardias. ¿Quiénes son, sino los ángeles allí
sentados? ¿Qué ciudad guardaban, sino la nueva Jerusalén de la carne de
Cristo? Preguntan las mujeres: ¿habéis visto al que ama mi alma?
Contestaron: ¿A quién buscáis, a Jesús Nazareno? Ha resucitado.
Apenas los pasé: cuando se volvieron y se marcharon, les salió al encuentro
el Redentor. Así se cumplió lo dicho: Encontré al amor de mi alma. El
Redentor dijo: María. Ella dijo ¡Rabbuni!, que significa Señor mío.
Encontré el amor de mi alma y no lo soltaré. Después de abrazarse a sus
pies no lo suelta, y le dice: No me sujetes que todavía no he subido al
Padre. Pero ello lo agarraba diciendo: No te soltaré hasta que te meta en mi
corazón; no te soltaré hasta meterte en la casa de mi madre, en la alcoba de
la que me llevó en su vientre. Como el amor de Cristo lo siente ella en el
cuerpo, no lo suelta. Dichosa mujer que se abrazó a sus pies para poder
volar por el aire...
Me agarré a las rodillas, no como a una cuerda, que se rompe, sino que me
agarré a los pies de Cristo. No me dejes en tierra, no me vaya a extraviar,
llévame contigo al cielo. Dichosa mujer que no quería apartarse de Cristo.

Para San Ambrosio, María Magdalena es la nueva Eva, y como ella ha de


ser el alma cristiana:

Sujétalo tú, alma, como lo sujetaba María y di: Lo agarré y no lo soltaré.


Marcha la Padre, pero no abandones a Eva, no vaya a caer otra vez. Llévala
contigo, ya no extraviada, sino agarrada al árbol de la vida. Agarrada a tus
pies arrebátala para que suba contigo. No me abandones, no vaya la
serpiente a inocular otra vez el veneno, no intente de nuevo morder el
tobillo de la mujer para echar una zancadilla a Adán. Diga, pues, el alma: te
sujeto y te meteré en casa de mi madre.
84
Acoge a Eva, ya no tapada con hojas de higuera, sino vestida de Espíritu
Santo y gloriosa con nueva gracia; que ya no esconde su desnudez, antes
bien acude envuelta en el esplendor de un vestido reluciente, pues la viste la
gracia. Tampoco Adán estaba al principio desnudo, cuando lo vestía la
inocencia.

85
6. ¿QUIEN ES ESA QUE SUBE DEL DESIERTO?: 3,6-11

La amada desea llevar al amado a casa de su madre. Inmediatamente nos


encontramos con el cortejo nupcial, que acompaña a Salomón, el esposo, a quien
la amada ve espléndido como un rey en su litera. Al esposo en la fiesta de bodas
le acompañan sus amigos, los valientes de Israel, lo mismo que la esposa se
encuentra acompañada por sus amigas, las hijas de Sión, invitadas a contemplar
la casa y el lecho matrimonial.

a) ¿Quién es ésa?

El Cantar nos presenta toda la historia de Israel, la amada del Señor. La


amada comenzó, al presentarse a sí misma, confesando: "Soy negra como las
tiendas de Quedar". Era el origen de su historia, la época de los patriarcas,
cuando acampaba en tiendas, guiada por Abraham, Isaac y Jacob. Entonces oyó
la voz del amado, que la invitaba a salir de su tierra, de la casa paterna y ponerse
en camino. La misma voz del Dios de los padres la llamó de nuevo invitándola a
salir de Egipto. El amado abrió para ella un camino en el desierto hacia la
libertad. ¿Quién es ésta que sube del desierto? Es la amada, que sube a tierra
santa, guiada por la nube del Señor.

Esta historia de los orígenes de Israel está presente en cada época. La la


vive en su carne la amada constantemente. En el hoy del amado ella se ve negra y
amada por él. Hoy escucha su voz y sube del desierto, bajo la nube protectora,
del desierto a la tierra prometida. Desde la esclavitud o desde el exilio avanza
triunfante como una reina al encuentro con su rey. La palabra del Cantar sigue
viva en cada generación. Si nos situamos en un lugar alto de Jerusalén, como el
monte de los Olivos, aparece toda la ciudad ante nosotros. Si, con los ojos
86
abiertos, nos giramos en torno, a la izquierda vemos el desierto de Galaad, a la
derecha el desierto de Judá, de frente el desierto oriental y detrás de nuevo está el
desierto. Si mantenemos los ojos abiertos, en cualquier dirección contemplamos
las columnas de humo blanco que se elevan hacia el sol, brillantes como el oro.
Es siempre la amada, la yegua libre y ufana, que ha roto el freno de la esclavitud
y retorna de su exilio. Es Rut que aparece en la mañana ante los ojos
deslumbrados de Booz. Son los ciento cuarenta y cuatro mil marcados con el
sello de todas las tribus de Israel (Ap 7,4), a los que sigue una multitud inmensa,
incontable, de toda nación, razas, pueblos y lenguas (Ap 7,9). "¿Quiénes son y de
donde vienen? Son los que vienen de la gran tribulación, han lavado sus vestidos
y los han blanqueados con la sangre del Cordero" (Ap 7,13s).

La gloria del Señor amanece sobre Jerusalén. De los cuatro costados de la


tierra avanzan las naciones hacia su luz. "Alza los ojos en torno y mira: todos se
reúnen y vienen a ti. Tus hijos vienen de lejos y a tus hijas las traen en brazos.
Tú, al verlo, te pondrás radiante, se asombrará y se ensanchará tu corazón,
porque vendrán a ti los tesoros del mar y las riquezas de las naciones. Te
inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y Efá. Vienen de
Saba, trayendo oro e incienso, y pregonando las alabanzas del Señor. ¿Quiénes
son estos que como nube vuelan, como palomas a sus palomares?" (Is 60,4-8).

Todos vienen del desierto del mundo, del país de Canaán. Hijos de padre
amorreo y madre hitita, al venir al mundo, nadie les cuidó. Quedaron expuestos
en pleno campo, repugnantes, agitándose en su sangre. Pero el Señor pasó junto a
la pequeña huérfana, la lavó, cuidó e hizo crecer hasta el tiempo de los amores.
Entonces extendió sobre ella, con Booz sobre Rut, el borde de su manto, cubrió
su desnudez, se comprometió con ella en alianza y la hizo suya (Ez 16).

Vienen todos del desierto de la prueba, del mundo donde anduvieron


errantes por su infidelidad. El amado, con su amor celoso, dejó a la amada
desnuda como el día de su nacimiento, convertida en un desierto, reducida a
tierra árida (Os 2,5). Allí, despojada de todo, el amado le habló al corazón y la
sedujo. En el desierto, amado y amada viven su primer amor y celebran los
esponsales. El la alimentó con el maná, le dio agua de la roca, la envolvió en la
nube de su gloria, como anticipo de la leche y miel de la tierra prometida. Ahora
ella sube del desierto cual columna de humo.

La hija de Sión regresa a su tierra, abrazando a Dios, que vuelve con ella
del exilio. Del desierto se levanta la nube de humo, semejante a la columna de
polvo que levanta una caravana de peregrinos, que suben a la ciudad santa
cantando los "himnos de las subidas" (Sal 120-134). Es una procesión nupcial. La
87
nube emana perfumes de mirra, de incienso y aromas preciosos. Desde los muros
de Jerusalén, los centinelas ven la columna de humo y exclaman: ¿Qué es eso
que sube del desierto? "¿Quién es ése que viene de Edom, vestido de rojo y de
andar tan esforzado? Soy yo, un gran libertador; yo solo he pisado el lagar y la
sangre ha salpicado mis vestidos" (Is 63,1ss).

b) La columna de humo

La procesión nupcial evoca el cortejo de los israelitas cuando, liberados de


la esclavitud de Egipto, subían por el desierto a la tierra prometida. La columna
de humo es la nube con que Dios iluminaba en la noche y protegía durante el día
a su pueblo del ardor del sol (Nú 9,15ss). Cuando Israel subió del desierto y
atravesó el Jordán con Josué (Jos 3), dijeron los pueblos de aquella tierra: ¿Quién
es esa que sube del desierto, cual columna de humo, como nube de mirra e
incienso, mejor que perfume exótico en polvo? ¿Quién es esa nación elegida, que
sube del desierto perfumada de incienso y aromas? Pues todos los dones con que
el Señor adornó a Israel se los dio en el desierto. Del desierto provienen la Torá,
la profecía, el sacerdocio, la realeza.

La columna de humo es también el humo de los sacrificios y el humo de las


oraciones que suben sin cesar hacia el cielo. Es, sobre todo, el humo de la gloria
de Dios que se difunde por la tierra desde su Templo santo. Desde el alba de la
historia se eleva el humo del sacrificio de Abel, el justo, que sube hacia el cielo
blanco y puro como la lana de los corderos. Sube, como aroma suave, el humo
del sacrificio de Abraham con el que sella la alianza con Dios. En la noche
oscura, un fuego refulgente pasa entre los animales partidos y el humo luminoso
asciende hasta el cielo de la gloria de Dios. Más suave y glorioso aún, sube desde
el Moria el aroma del sacrificio de Isaac y del cordero. Una columna de humo se
eleva hasta el cielo en el sacrificio con que Moisés sella la alianza del Sinaí. Sube
desde el altar el humo del incienso de los sacrificios de la tarde y de la mañana, el
humo de las primicias, el humo del sacrifico de expiación en el día del perdón, el
humo del sacrificio de los corazones contritos y humillados, que Dios no
desprecia, el humo del sacrificio de Samuel, de Elías y de los otros profetas. Es
también la columna que acompaña las marchas del Arca por el desierto y en su
procesión solemne hacia Jerusalén. Es la columna de humo que envuelve y guía
al pueblo de Dios a lo largo de los siglos en su peregrinación hacia la casa de
Dios. Es la sombra protectora de las alas de Dios que protegen constantemente a
su amada. "Es el humo de la gloria de Dios que llena el Santuario" (Ap 15,8).

Es también la columna de las oraciones que suben al cielo en alas de


ángeles: "Vi a los siete ángeles que están ante el trono de Dios. Se les dieron
88
muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofrecieran
sobre el altar de oro colocado ante el trono. Y por manos de ángeles subió delante
de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos" (Ap 8,2ss).
El incienso es la alabanza de la creación al Creador. Oro, incienso y mirra son los
dones de las naciones al Señor de la gloria (Is 60,6;Mt 2,11). La mirra, que
destila gota a gota el corazón herido, es el perfume que exhala el sufrimiento
ofrecido a Dios. Es el aroma del corazón de María, traspasado por la espada,
ofrecido a Dios en el altar de la cruz de su hijo (Lc 2,35;Jn 19,25).

Las hijas de Jerusalén y los amigos del esposo se sorprenden al ver a la


amada, transformada después de pasar el desierto de la prueba: ¿Quien es ésa que
sube del desierto? A su paso todos experimentan el perfume de mirra e incienso
que exhala. Con estupor se preguntan: La que antes vimos toda negra, ¿cómo es
que ahora sube del desierto toda resplandeciente de blancura? El desierto no la ha
quemado, sino que la ha purificado. La mirra es el signo de la sepultura del
hombre viejo y el incienso es el signo de su consagración a Dios. El incienso del
culto a Dios sólo sube hacia él si va unido a la mirra, a la mortificación de los
miembros de pecado. Ante este testimonio de la muerte del hombre viejo y del
nacimiento del hombre nuevo, los amigos del esposo preparan el tálamo nupcial
para la esposa, le muestran la belleza del lecho real, invitándola a unirse más
íntimamente con el esposo, el amor de su vida: He aquí el lecho de Salomón.8

c) La litera de Salomón

El esposo se muestra siempre solícito con la amada: cuando está lejos viene
a encontrarla (2,8-16); está junto a ella en los momentos más delicados y la toma
en brazos, velando amorosamente su sueño (2,6;3,5); de noche va a visitarla (5,2-
5); manda una litera para recogerla (3,7): Ved la litera de Salomón. Cuando
Salomón, rey de Israel, construyó el Templo en Jerusalén (1Re 6), dijo el Señor:
¡Qué bello es este Templo, que me ha construido Salomón, hijo de David! ¡Qué
bellos son los sacerdotes, cuando extienden sus manos y bendicen a la Asamblea
de Israel! La litera evoca también el Arca de la alianza envuelta en la nube de
incienso que la circundaba durante la marcha por el desierto (Ex 25,10ss;33,9ss)
o al trasladarla procesionalmente a Jerusalén (2Sam 6).

Jesús, Hijo de Dios, Esposo único de la Iglesia, es el verdadero Salomón,


príncipe de paz, que inaugura los tiempos de la nueva alianza, en los que el
hombre y la mujer viven en la unidad querida por Dios en el principio (Mt 19,3-
9). La Virgen de Israel, arca viviente de la alianza, casa de oro, vaso de elección,
lleva en su seno al Amado, al verdadero Salomón, el príncipe de la paz (Is 9,5).
8
Lecho traduce la Vulgata que comentan los Padres.
89
Con el anuncio: "Concebirás en tu seno" (Lc 1,31) se cumplen los anuncios
proféticos a la Hija de Sión: "Alégrate, Hija de Sión; Yahveh, Rey de Israel, está
en medio de ti" (Sof 3,16-17). Por medio de María se realiza la aspiración del
Antiguo Testamento, la habitación de Dios en el seno de su pueblo. 9 El "seno de
Israel" indica la presencia del Señor en el Templo (Sof 3,5;Jl 2,27). La tienda, el
templo y el arca son la morada de Dios en el seno de Israel: "No tiembles,
porque en tu seno está Yahveh, tu Dios, el Dios grande y terrible" (Dt 7,21).

María, Hija de Sión, Madre del Mesías, es la morada de Dios sobre la cual
baja la nube del Espíritu, lo mismo que descendía y moraba sobre la tienda de la
reunión de la antigua alianza (Lc 1,35;Ex 40,35). Ella, envuelta por la nube del
Espíritu, fuerza del Altísimo, está llena de la presencia encarnada del Hijo de
Dios. La imagen del arca, lugar singular de la presencia de Dios para Israel,
aparece como una filigrana en la narración de la visitación de María a Isabel
(Lc 1,39-59). María, que lleva en su seno al Mesías, es el arca de la nueva
alianza. El relato de Lucas parece modelado sobre el del traslado del arca de la
alianza a Jerusalén (2Sam 6,2-16;1Cro 15-16;Sal 132). El contexto geográfico
es el mismo: la región de Judá. El arca de la alianza, capturada por los filisteos,
tras la victoria de David sobre ellos, es llevada de nuevo a Israel en diversas
etapas: primero a Quiriat Yearim y luego a Jerusalén. En ambos
acontecimientos hay manifestaciones de gozo; David y todo Israel "danzan
delante del arca con gran entusiasmo", "en medio de gran alborozo"; "David
danzaba, saltaba y bailaba" (2Sam 6,5.12.14.16). Igualmente, "el niño, en el
seno de Isabel, empezó a dar saltos de alegría" (Lc 1,41.44). El gozo se traduce
en aclamaciones de sabor litúrgico: "David y todo Israel trajeron el arca entre
gritos de júbilo y al son de trompetas" (v.15). También "Isabel, llena del Espíritu
Santo, exclamó a grandes voces" (v.41-42).

Ante la manifestación de Dios, David, lleno de temor sagrado, exclama:


"¿Cómo va a venir a mi casa el arca de Dios?". La llevó a casa de Obededom de
Gat, donde "estuvo tres meses y Yahveh bendijo a Obededom y a toda su casa".
Entonces David hizo subir el arca a su ciudad con gran alborozo. María sube a
la Montaña, a la casa de Zacarías e Isabel y, como David, Isabel exclama:
"¿Cómo es que viene a mí la madre de mi Señor?". Y como el arca estuvo tres
meses en casa de Obededom, tres meses estuvo María en casa de Isabel. La
liturgia maronita canta: "Bendita María, que se convirtió en trono de Dios y sus
rodillas en ruedas vivas que transportan al Primogénito del Padre eterno".
María, lugar privilegiado de la epifanía de Dios, nos muesstra y ofrece al
Salvador del mundo. María encinta es el Arca de la nueva alianza en camino.
Jesús sube en María hacia Jerusalén, iniciando así aquella larga subida a
9
Is 12,6;Sal 46,6;Os 11,9;Miq 3,11.
90
Jerusalén, que culmina en la cruz, donde sella su alianza definitiva con la
Iglesia.

"Se abrieron las puertas del templo celeste de Dios y en él apareció el Arca
de la Alianza. Y apareció una gran señal en el cielo: una Mujer" (Ap 11,19ss).
La mujer estaba encinta y, precisamente por ello, revestida de sol. Dios mismo la
había preparado su traje de bodas, cubriéndola con el Espíritu de gloria. Es la
nube que guió al pueblo del éxodo, la que cubrió la cima del Sinaí, la que llenó
la tienda de Dios en el desierto y el templo en el día de su dedicación. Es la
gloria de Dios que, según el anuncio de Isaías (4,5), se extenderá sobre la
asamblea reunida en el monte Sión, cuando lleguen los días profetizados. Es la
nube que cubrió a Jesús en la transfiguración (Mc 9,7). Esta espesa nube de luz,
cargada de la gloria de Dios, cubre a María, revistiéndola de luz. María es la
mujer rodeada de la gloria de Dios. El Espíritu Santo, el Espíritu de la gloria de
Dios (1Pe 4,14), envuelve a María con su sombra luminosa. El Espíritu de gloria
y de poder (Rom 6,4;2Cor 13,4;Rom 8,11) desciende sobre María y la hace
madre del Hijo de Dios.

Esta Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada con doce
estrellas, es la Mujer en trance de dar a luz. Es la Mujer encinta que grita con
los dolores de parto. Son los dolores escatológicos de la Hija de Sión en cuanto
madre: "Retuércete y grita, hija de Sión, como mujer en parto" (Miq 4,10). Con
gran vigor describe Isaías este gran acontecimiento: "Voces, alborotos de la
ciudad, voces que salen del templo. Es la voz de Yahveh, que da a sus enemigos
el pago merecido. Antes de ponerse de parto, ha dado a luz: antes de que le
sobrevinieran los dolores, dio a luz un varón. ¿Quién oyó cosa semejante?
¿Quién vio nunca algo igual? ¿Es dado a luz un país en un día? ¿Una nación
nace toda de una vez? Pues apenas ha sentido los dolores, ya Sión ha dado a luz
a sus hijos. ¿Voy yo a abrir el seno materno para que no haya alumbramiento?,
dice Yahveh. ¿Voy yo, el que hace dar a luz, a cerrarlo?, dice tu Dios. Alegraos
con Jerusalén y regocijaos con ella todos los que la amáis. Llenaos de alegría
con ella los que con ella hicisteis luto" (Is 66,6-10).

El hijo, que la Mujer da a luz, son todos los hijos del pueblo de Israel, los
hijos del nuevo pueblo de Dios. Jesús, en la última cena, inmediatamente antes
de la Pasión y Resurrección recurre a la misma imagen (Jn 16,19-22). Los
dolores de parto de la mujer, con los que compara la tristeza de los discípulos,
son un signo del nuevo mundo que se hace realidad en el acontecimiento
pascual. A través de la Cruz y la Resurrección tiene lugar el alumbramiento del
nuevo pueblo de Dios. Las angustias de la mujer, el odio de la bestia y la
elevación del Hijo hacen presente el misterio pascual, donde nace el nuevo
91
pueblo de Dios, pasando de la muerte a la vida. La resurrección es una nueva
concepción (He 4,25-28).

El varón que la Mujer da a luz es Jesús (Ap 12,5), pero no se trata del
alumbramiento de Belén, sino del nacimiento de Cristo en la mañana de Pascua.
La Resurrección es un nuevo nacimiento. El Padre dice: "Tú eres mi Hijo, yo te
he engendrado hoy" (He 13,32-33). La Resurrección es el "nacimiento" de
Cristo glorificado, el comienzo de su vida gloriosa, de la "elevación del Hijo
hacia Dios y su trono" (Ap 12,5), victorioso sobre el gran dragón. El hijo es,
pues, el Jesús histórico resucitado y glorificado. Pero también es el Cristo total,
Cabeza y miembros, "el resto de su descendencia", sus hermanos, "que guardan
los preceptos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús" (12,17). Estos son
también hijos de la Mujer, los hijos que María ha recibido de Cristo desde la
cruz, los hijos que la Iglesia da a luz a lo largo de los siglos. La maternidad de
María se halla ligada al Gólgota. Allí María es llamada "Mujer" lo mismo que
en el Apocalipsis. Es allí donde la madre de Jesús se convierte en madre del
discípulo, de todos los discípulos de Jesús.

d) Los sesenta valientes

Tras la victoria de Cristo, "se enfureció el dragón contra la mujer y se fue a


hacer la guerra contra el resto de su descendencia, los que guardan y mantienen
el testimonio de Jesús" (Ap 12,17). La Mujer tiene que "huir al desierto", al lugar
donde se selló la alianza entre Yahveh y el pueblo, lugar donde Israel vivió sus
esponsales con Yahveh, lugar de su refugio, donde es especialmente protegido y
conducido por Dios (1Re 19,4-16). El desierto es un lugar de protección y
defensa contra el peligro de los enemigos, porque es el lugar del encuentro con
Dios. Rodeada de pruebas y persecuciones, la Mujer, la Iglesia, huye al desierto
para permanecer por un tiempo aún, hasta que sea definitivamente derrotado "el
gran dragón, la antigua serpiente, llamada Diablo y Satanás" (Ap 12,9), enemigo
de la Mujer desde el comienzo hasta el final de la historia.

Sesenta valientes la rodean, los más fuertes de Israel. Todos son diestros en
la espada, veteranos en la guerra. Todos llevan al flanco la espada. Los sacerdotes
y levitas, y todos los hijos de Israel son diestros en la Torá, que es como una
espada (Sal 149,6;He 4,12;Ef 6,17). Discuten de ella como guerreros adiestrados
para la batalla. Y cada uno de ellos lleva en su propia carne el sello de la
circuncisión, como la llevó en su carne Abraham (Gén 17,11;Rom 4,11). En
virtud de ella son fuertes, como guerreros que llevan la espada al flanco. Por ello
no tienen miedo de los espíritus malignos, que rondan de noche. La litera de
Salomón avanza protegida por sesenta valientes de Israel, bien adiestrados en la
92
guerra (2Sam 10,7;23,8ss). Están armados, prontos a enfrentarse a los asaltos y
"sorpresas de la noche". La noche es siempre señal de peligro y terror (Jn 3,19s).
El demonio ronda, ante todo, en torno al lecho nupcial para destruir el amor y la
vida (Tob 3,7ss).10

La Iglesia, nuevo Israel, conoce el tiempo de los dolores de parto y es


objeto de la persecución del dragón. Pero así como su Señor ha salido vencedor
de la muerte y del antiguo adversario en su resurrección, también la Iglesia
superará la prueba y se salvará por el poder de Aquel que está junto al trono de
Dios. El triunfo pascual del Hijo de la Mujer es anticipación y promesa segura
del triunfo escatológico de la Iglesia, aun cuando en el tiempo presente viva en
medio de los dolores de parto, atravesando su "desierto", tiempo de prueba y de
gracia. Puede cantar: "Ya está aquí la salvación y el poder y el reinado de
nuestro Dios. Ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que día
y noche los acusaba delante de nuestro Dios. Ellos mismos lo han vencido por
medio de la sangre del Cordero y por el testimonio que dieron" (Ap 12,10-11).

La Iglesia, como testigo de Dios en medio del mundo, se ve sometida a


pruebas, pero goza de la protección del Señor y tiene garantizada la victoria.
María, su figura escatológica, es el signo seguro de esperanza. La serpiente
acechará su talón, pero será finalmente aplastada. La Iglesia mira a la Madre de
Jesús, la Mujer, como al "gran signo" de esperanza frente a todas las amenazas
del dragón a lo largo de la historia. En María, la Iglesia de los mártires
contempla la imagen triunfante de la victoria del Hijo que ella dio a luz, y se
siente alentada para su combate. La Mujer esplendente, "hermosa como la luna,
resplandeciente como el sol", es también "terrible como escuadrones ordenados"
(Cant 6,10). Durante este tiempo es necesario ir armados de espada para el
combate. La espada es la Palabra de Dios: "Ciertamente, es viva la Palabra de
Dios y eficaz, y más cortante que espada de dos filos. Penetra hasta la médula,
hasta las junturas del alma y el espíritu; escruta los sentimientos y pensamientos
del corazón" (Heb 4,12). "Que los fieles celebran su gloria y desde su lecho
canten de alegría; los elogios de Dios en su garganta y en su mano la espada de
dos filos" (Sal 149,5s). La Iglesia, Ciudad Santa, está rodeada de montes. El
Señor rodea y defiende a su pueblo desde ahora y por siempre (Sal 124,2).
"Aquel día se cantará este cantar en tierra de Judá: Ciudad fuerte tenemos, para
protección se le han puesto murallas y baluarte" (Is 26,1).
10
En la liturgia matrimonial de la Iglesia oriental se bendice a los esposos, diciendo: "Sea bendito tu tálamo nupcial y tu
casa" (Iglesia siria); "guarda, Señor, puro su lecho conyugal" (Iglesia copta); "conserva santo el lecho de su matrimonio"
(Iglesia armena); "su lecho se conserve puro y santo y que tu fuerza venga en su ayuda" (Iglesia siria); "conserve el Señor
vuestro tálamo en santidad y pureza" (Iglesia maronita); "defiende, Señor, su lecho de todas las insidias del Enemigo" (Iglesia
armena); "que tu cruz les defienda" (Iglesia siria); "bendice, Señor, la casa en la que entra la esposa y santifica el tálamo
nupcial" (Iglesia caldea). En la liturgia nupcial copta se ungía con óleo a los esposos para defensa de las insidias malignas en el
ejercicio santo de la comunión conyugal.
93
La esposa ya no se fía de sí misma, conoce las alarmas de la noche, sabe
que el enemigo acecha, "ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios,
no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden" (Rom 8,7). Por ello el lecho
del amor a Dios se circunda de guerreros, expertos en la lucha contra la carne,
ceñidos con la espada de la Palabra de Dios, para que el enemigo no les
sorprenda con las trampas que urde en la oscuridad de la noche (Sal 10,2). La
pascua del Señor se celebra "ceñidas las cinturas, calzados los pies y el bastón
en la mano" (Ex 12,11). "Los verdaderos circuncisos son quienes dan culto a
Dios según el Espíritu, gloriándose en Cristo Jesús, sin poner su confianza en la
carne" (Flp 3,3;Rom 2,23). Por ello el Señor mandó a Josué que se hiciera
cuchillos de piedra para la segunda circuncisión de los israelitas (Jos 5,2). La
segunda circuncisión es la circuncisión del corazón hecha con la piedra, que es
Cristo: "En él fuisteis circuncidados con la circuncisión no quirúrgica, sino
mediante el despojo de vuestro cuerpo mortal, por la circuncisión en Cristo"
(Col 2,11;Ef 2,11ss).

Con el corazón circuncidado en Cristo (Rom 2,29), ceñidos los lomos con
la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, "revestida de las armas de
Dios" la esposa está equipada para "resistir las asechanzas del Diablo" (Ef
6,10-20). Por ello el lecho del rey, es decir, el propio corazón, donde el esposo
aguarda unirse con la esposa, está circundado de los setenta valientes.

e) La tienda de Salomón

El rey Salomón se hizo un palanquín de madera del Líbano. Ha hecho de


plata sus columnas, de oro su respaldo, de púrpura su asiento y su interior,
tapizado de amor por las hijas de Jerusalén. La tienda o palanquín aparece en
todo su esplendor. Los ojos se quedan deslumbrados admirando su belleza. La
madera es del Líbano lo mismo que la del Templo (1Re 6,15ss), las columnas de
plata, el espaldar de oro, los revestimentos de púrpura, la misma que reviste el
Arca de la alianza (Ex 26,1.36; 27,16); de púrpura es también el velo del Templo
(2Cro 3,14) y las vestiduras sacerdotales (Ex 28,5ss). ¿A que se asemeja esto? A
un rey que tenía una hija pequeña. Hasta que creció y se desarrolló, el rey se
encontraba con ella en el mercado y le hablaba en público, en las calles y en las
plazas. Pero una vez que creció se dijo el rey: No conviene que hable a mi hija en
público; le haré un pabellón, y cuando quiera hablar con ella, lo haré dentro del
pabellón. Así hizo el Señor: "Cuando Israel era un niño Yo lo amé" (Os 11,1). En
Egipto y en el Mar se veía en público con Israel: "Los israelitas vieron su gran
poder" (Ex 14,31). Pero, una vez que los israelitas llegaron al Sinaí y recibieron
la Torá, dijo el Señor: No conviene que hable con mis hijos en público. ¡Que me
94
hagan un Santuario! Y cuando quiera hablar con ellos lo haré dentro de él:
"Moisés entraba en la Tienda de Reunión para hablar con El" (Nú 7,89).

Cuando Salomón acabó de construir el Templo, puso en él el Arca del


testimonio, que es la columna del mundo. Hasta que se construyó el Templo el
mundo vacilaba, pues se apoyaba en un trono de dos pies. Cuando se construyó
el Templo, fueron firmes las bases del mundo. Dentro del Arca depositó la dos
tablas de piedra, tablas más preciosas que la plata refinada en el crisol y más
bellas que el oro puro (Sal 12,7;19,11). Después extendió y colgó la cortina de
color púrpura (Ex 26,31-33). Y entre los querubines, más allá del velo, habita la
Shekinah del Señor (Nm 7,89), que habita en Jerusalén con preferencia a todas
las ciudades de Israel. Hoy el templo es la Iglesia, edificada con los cedros del
Líbano, las naciones idolátricas que, una vez regeneradas por el bautismo,
forman parte del cuerpo de Cristo; la púrpura es la sangre de los mártires y la
corona es la gloria de la resurrección. La corona es el símbolo de la felicidad (Job
19,9;Sab 2,8): "Desbordo de gozo en el Señor, mi alma exulta en mi Dios, que
me ha revestido de ropas de salvación, me ha envuelto en un manto de justicia,
como esposo que se pone una corona, como la novia se adorna con sus joyas" (Is
61,10).

El día de los esponsales, día de alegría y gloria, es el día de la venida del


Mesías, que renueva y consagra para siempre la alianza del Sinaí, llevándola a su
perfección. La madre del rey, la hija de Sión, lo corona, aceptándolo como
esposo y como rey. Con gozo exclama la esposa: Salid, hijas de Sión, a
contemplar al rey Salomón, con la corona con que le ciñó su madre, el día de sus
bodas, el día del gozo de su corazón. Cuando Salomón hizo la dedicación del
Templo, un heraldo proclamó con fuerza: ¡Salid, habitantes de la tierra de Israel y
pueblo de Sión, mirad la corona con la que la casa de Israel ha ceñido al rey
Salomón en el día de la dedicación del templo! Y el pueblo se alegró con la
alegría de la fiesta, porque el rey Salomón hizo durar la fiesta catorce días (2Cro
7,9). Para ir hacia el amado, al encuentro del Señor, siempre es necesario salir de
sí mismo. Es necesario abandonar las construcciones precarias en las que el
hombre se instala. Sin arriesgar la propia vida no se encuentra al Señor.

Comenta Gregorio de Nisa: En muchos aspectos el rey Salomón es símbolo


del verdadero Rey. Se dice de él que era pacífico (1Re 3,9), poseía una sabiduría
ilimitada (1Re 5,9-10), levantó el templo y reinó sobre Israel y juzgó al pueblo
con justicia (1Re 2;3,16-28); se dice que desciende del semen de David (2Sam
12,24) y que la reina de Etiopía fue a visitarlo (1Re 10,1-13). Todas estas
particulares, y otras similares, se dicen de él en sentido real y en sentido típico,
como figura del Evangelio. ¿Quién tan pacífico como el que destruyó la
95
enemistad clavándola en la cruz (Ef 2,16), reconciliándose con nosotros, que
éramos sus enemigos (Ef 2,14), más aún, destruyendo el muro de separación para
crear en sí de los dos pueblos un solo hombre nuevo (Ef 2,15), edificando así la
paz? ¿Quién más pacífico que el que anuncia la paz a los lejanos y a los
cercanos? ¿Quién es el constructor del Templo sino aquel que puso sus
fundamentos sobre los montes santos, es decir, sobre los profetas y los apóstoles
(Ef 2,20), levantando el Templo con piedras vivas (1Pe 2,5), es decir, con los que
mediante la fe en Cristo, piedra angular, se elevan en la edificación bien trabada
hasta levantar un Templo santo para el Señor y ser morada de Dios en el Espíritu
(Ef 2,21-22)? Y ¿qué diremos de la sabiduría si el Señor es la Verdad, la
Sabiduría y la Potencia, hasta el punto que el mismo David dijo de él que "todas
las cosas fueron creadas con la Sabiduría" (Sal 103,24) y el Apóstol,
interpretando las palabras del profeta, dice que en él fueron creadas todas las
cosas (Col 1,16)? Y que el Señor sea el Rey de Israel lo afirman hasta sus
enemigos, que escribieron sobre la cruz: "Jesús Nazareno, Rey de los Judíos" (Mt
27,37). Y ¿quién es el que juzga con justicia, sino aquel a quien "el Padre ha
entregado el juicio" (Jn 5,22.30)? Y que el Señor descienda del semen de David
según la carne (Rom 9,5) no necesita prueba pues todos lo admiten. Y, para
terminar, en cuanto al misterio de la reina de Etiopía, que deja su reino y,
atravesando la amplia región que la separaba, se dirige a visitar a Salomón por su
fama de justicia y magnificencia, llevándole regalos de piedras preciosas, oro e
incienso, ¿acaso no se cumplió en el mismo nacimiento del Señor con la visita de
los magos (Mt 2,1ss)? Pero además, ¿no es cierto que la Iglesia, compuesta de
paganos, era negra por la idolatría antes de hacerse Iglesia, pues habitaba lejos
del Señor? Sin embargo, cuando apareció la gracia de Dios y resplandeció la
sabiduría, y la luz verdadera (Jn 1,9) envió su rayo sobre los que estaban
sentados en las tinieblas y en las sombras de la muerte (Lc 1.79), entonces Israel
cerró los ojos a la luz, y llegaron los Etíopes, es decir, los pueblos paganos, que
corrieron a la fe, y los que antes eran lejanos se hicieron cercanos (Ef 2,17;Is
57,15), lavando en el agua del bautismo su color negro y llevando al rey sus
dones, oro y perfumes.

Este palanquín de Cristo es la Iglesia, su único cuerpo aunque posea


muchos miembros. Cada miembro, según la gracia recibida, ejerce su ministerio
para la edificación de todo el cuerpo según la medida de la fe: la profecía, la
enseñanza, la exhortación, la presidencia, la misericordia... (Rom 12,3ss). En
realidad, "en el cuerpo de Cristo, hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es
el mismo; diversidad de ministerios, aunque el Señor es el mismo; diversidad de
operaciones, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos A cada cual se le
otorga la manifestación del Espíritu para provecho común..." (1Cor 12,4-31). Así
es como el Señor se prepara su palanquín. Entre todos llevan al Señor y lo
96
muestran a los demás. Dios en Cristo ha hecho de nosotros el lugar, morada,
trono, escabel, carro, yegua o palanquín de su presencia, adornándonos con oro,
plata y púrpura. De este modo el amor de Dios se muestra a las hijas de
Jerusalén. Quien lleva a Dios en sí se hace palanquín de su amor para los demás.
Quien no vive para sí, sino que Cristo vive en él (Gál 2,20), en él habla Cristo
(2Cor 13,3), pues es palanquín de quien lleva en sí, aunque más bien sea
sostenido por aquel a quien lleva.

Llevando a Cristo, invitan a los demás a salir, a convertirse, para


transformarse en hijas de la Jerusalén celestial. Cristo, en la Iglesia, se muestra
como un rey victorioso (Sal 20,6), coronado por el Padre, pues es El quien
prepara las bodas del Hijo Unigénito con la Iglesia, su corona de gloria, hecha de
piedras vivas (1Pe 2,5). A entrar en ella invitan a todos: Salid, hijas de Sión, salid
de la maldición de la ley y contemplad al rey Salomón, es decir, a Cristo que,
hecho él mismo maldición por nosotros, nos rescató de la maldición y nos hizo
partícipes de la bendición de Abraham (Gál 3,12ss). "Salgamos, pues, fuera del
campamento, donde él padeció por nuestros pecados para santificarnos con su
sangre" (Heb 13,11ss). Allí se ciñó de gloria, al esposarse con la Iglesia,
cumpliendo la profecía: "Yo te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en
amor y compasión, te desposaré en fidelidad y tú conocerás al Señor" (Os 2,21-
22).

97
7. ¡QUE HERMOSA ERES, AMADA MIA!: 4,1-5,1

a) Celebración de la belleza de la amada

Una vez hecho el silencio, tras la procesión nupcial, se eleva en lo íntimo


de la tienda el canto de amor del esposo. Unidos esposo y esposa, él se complace
en cantar la belleza de la esposa. Colores, sonidos y perfumes se mezclan en los
símbolos del retrato de la amada, que hace el esposo, describiendo las diversas
partes de su cuerpo. Tras el velo nupcial brillan los ojos fascinantes, se entrevé el
negro de los cabellos en contraste con el blanco de los dientes. Un hilo de
púrpura son los labios, rosadas como pulpa de granadas las mejillas, firme y
esbelto es el cuello como una torre que se lanza hacia el cielo; los senos bajo el
vestido evocan el gracioso saltar de las gacelas. El esposo, enamorado, exclama:
¡Qué hermosa eres, mi amor, qué hermosa!

La visión bíblica de la persona humana no es maniquea. Contempla al


hombre "todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y
voluntad" (GS 3). En la "unidad de cuerpo y alma" se manifiesta la imagen de
Dios en el hombre. La corporeidad es una dimensión fundamental del hombre
como persona, pues el hombre existe realmente como ser corpóreo. El cuerpo
está revestido de humanidad, cargado de significado humano. Este significado
humano del cuerpo no está inscrito en las estructuras biológicas del cuerpo. El
significado humano del cuerpo le viene del hecho de que es el cuerpo de una
98
persona humana. Sólo a la luz de la totalidad de la persona es posible descubrir el
significado humano del cuerpo y de sus acciones. El cuerpo humano no es un
objeto, sino "la persona humana en su visibilidad". En este sentido, el cuerpo
tiene un significado sacramental, en cuanto que la realidad personal se expresa
visiblemente en el cuerpo y a través del cuerpo. Como gusta repetir Juan Pablo II,
el cuerpo tiene un significado esponsal. En las relaciones con los demás, el
cuerpo humano es ante todo presencia de la persona para los otros. Esta presencia
de persona a persona se hace cercanía, comunicación y palabra a través del
cuerpo. Toda respuesta personal a la llamada del otro pasa a través del lenguaje
oblativo del cuerpo.

El Cantar muestra una sensibilidad singular para apreciar y celebrar la


belleza de la persona en su totalidad unificada de cuerpo y espíritu. El esposo
canta la belleza de la amada (c. 4) y ella canta la del esposo (c. 5). El Cantar
celebra la belleza, que suscita la atracción y el amor mutuo. La Biblia recoge
constantemente el gozo de la belleza, que suscita el amor entre los esposos. Sara
aparece como muy bella para Abraham (Gén 24,16); Rebeca para Isaac, que la
"introdujo en la tienda y pasó a ser su mujer, y él la amó y se consoló por la
pérdida de su madre" (Gén 24,67): "era muy hermosa" (Gén 26,7). "Hermosa y
graciosa" es Raquel para Jacob, que "sirvió por ella siete años (más otros siete
después de las bodas) y se le antojaron unos cuantos días, de tanto como la
amaba" (Gén 29,17.20). "Bella y sensata" es Abigaíl a los ojos de David (1Sam
25,3) y "muy bella" le parece Betsabé (2Sam 11,2s), como también Abisag, la
joven sunamita (1Re 1,3s). Y, por no citar más ejemplos, el profeta Ezequiel
narra su desolación cuando, con la muerte de su esposa, pierde "su gloria, su
fuerza, la delicia de sus ojos, su apoyo y el anhelo de su alma" (Ez 24,15-25).

La literatura sapiencial insiste sobre la belleza del amor, vivido dentro del
marco de la fe, pues sin el temor de Dios no vale nada (Sab 3,13-14;Eclo 16,1-3).
Dentro de la fe se exalta el amor conyugal y se canta a la mujer como "un
tesoro", don de Dios: "Encontrar una mujer es encontrar la felicidad, es alcanzar
el favor de Dios" (Pro 18,22). Semejante felicidad no cae en suerte sino al que
teme a Dios: "Dichoso el esposo de una mujer buena, el número de sus días se
duplicará. Mujer buena es buena herencia, asignada a los que temen al Señor; sea
rico o pobre, su corazón estará contento, y alegre su semblante en todo tiempo"
(Eclo 26,1-4). "La belleza de la mujer recrea la mirada del marido y el hombre la
desea más que nada. Si habla con ternura, a su marido no le falta nada; la esposa
es para él una fortuna, una ayuda semejante a él y columna de apoyo; porque sin
mujer el hombre gime y va a la deriva" (Eclo 36,22-27). "Ella vale más que las
perlas" (Pro 31,10). "Un matrimonio feliz es una bendición de Dios" (Pro 18,22;
19,14; Eclo 26,3.4). "Sol que sale por las alturas del Señor es la belleza de la
99
mujer buena en una casa en orden. Lámpara, que brilla en sagrado candelero, es
la hermosura sobre un cuerpo esbelto. Columnas de oro sobre bases de plata las
bellas piernas sobre talones firmes" (Eclo 26, 16-18). Lo mismo leemos en los
Proverbios: "Sea tu fuente bendita. Gózate en la mujer de tu mocedad, cierva
amable, graciosa gacela: embriagantes en todo tiempo sus amores, su amor te
apasione para siempre. ¿Por qué apasionarte, hijo mío, de una ajena, abrazar el
seno de una extraña? Pues los caminos del hombre están en la presencia de
Yahveh, El vigila todos sus senderos" (5,18-21). No es bueno alabar a "una mujer
bonita" que no es la propia y es preciso desviar los ojos de la "hermosa mujer
ajena" porque "muchos se perdieron por la belleza de una mujer" (Eclo 9,8-9;
23,18-21; Pro 5,2-14; 7,5-27). La literatura sapiencial proclama, por tanto, la
felicidad del esposo de una hermosa mujer, que sea al mismo tiempo fiel y recta,
llena de sentido y temor del Señor, como canta el himno alfabético, escrito en
alabanza de la "mujer perfecta", como conclusión del libro de los Proverbios.

El Dios, que nos muestra la Escritura, no es el Dios de los filósofos, un ser


impasible, mudo y frío. Es un Dios con corazón apasionado por el hombre. Su
amor es sensible y pasible. Sufre hasta sentir celos cuando su pueblo se aparta de
él. Padece con Israel en el exilio, donde va con él. El amor insondable de Dios a
los hombres no tiene límites: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo
único para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna" (Jn
3,16). Ciertamente, el hombre ha robado el corazón a Dios. Enamorado exclama:

b) ¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa!

El día en que el rey Salomón ofreció mil holocaustos sobre el altar (1Re
8,62) y su sacrificio fue acogido con agrado por el Señor (1Re 9,3), salió una voz
del cielo que cantó a la Asamblea de Israel: "¡Qué hermosa eres, qué
encantadora!". ¡Qué hermosa! en las buenas obras y ¡qué encantadora! en la
penitencia. ¡Qué hermosa en la circuncisión y en la recitación del Shemá! ¡Qué
bella, amada mía, cuando haces mi voluntad y escrutas mi Torá!. ¡Tus ojos son
como pichones de paloma, dignos de ser ofrecidos sobre el altar! ¡Qué hermosa
en este mundo! y ¡qué encantadora! en el mundo venidero y ¡en los días del
Mesías!

Palomas son tus ojos a través del velo. Estas palabras, pronunciadas al
comienzo del Cantar (1,15), ahora resuenan con nueva fuerza. La amada ha
recorrido una larga historia y se ha vuelto realmente hermosa. El Señor la ha
hecho pasar el mar, la ha lavado en su sangre, la ha ungido con óleo, la ha vestido
de lino y seda, la ha adornado con joyas, collar, anillo y pendientes y la ha
alimentado con flor de harina, hasta hacerla esplendente como una reina (Ez
100
16,1ss). Ahora aparece perfecta a los ojos del amado. Es la amada que desciende
del cielo revestida de la gloria del Señor: "Y vi la ciudad santa, la nueva
Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia
ataviada para su esposo" (Ap 21,2).

La Iglesia, esposa de Cristo, es su cuerpo: forma con él un único cuerpo,


aunque con muchos miembros, cada uno con su función (1Cor 12,12-27). El
Señor ve a la Iglesia incorporada a él y elogia los miembros de su cuerpo:
Palomas son tus ojos tras el velo. ¿Qué hay en el cuerpo más precioso que los
ojos? Por ellos percibimos la luz con la que distinguimos todas las cosas. Ojos
del cuerpo de Cristo son los maestros. Se hallan en una posición elevada para ver
mejor, pues son episcopos, que vigilan sobre los demás. Ojos eran Samuel (1Sam
9,9ss), Ezequiel (Ez 3,17; 33,7), Amós, el vidente (7,12), Moisés... Ojos son
cuantos están constituidos como guía del pueblo. Para ello necesitan ojos de
paloma, ser sencillos como palomas (Mt 10,16), vivir iluminados por el Espíritu
Santo, la verdadera Paloma (Mt 3,16). Así no buscan la gloria de los hombres,
pues su vida se mueve únicamente bajo la mirada de Dios (Mt 6,4.18). De ellos
se dice: Palomas son tus ojos tras el velo. El velo, símbolo de la consagración al
amado, es signo de bodas, de pertenencia al esposo. El velo separa del mundo; la
esposa, unida a su único esposo, dedica su corazón no dividido a agradar al Señor
(1Cor 7,32ss). La simplicidad se muestra en los ojos del corazón, escondidos tras
el velo; en el silencio interior se comunica con Dios (Mt 6,4.6.18), que reprochó
a Moisés: "¿por qué me gritas?" (Ex 14,15) y, en cambio, le agradó la oración
silenciosa de Ana (1Sam 1,10-20).

Como la paloma ofrece su cuello para la inmolación, así la amada dice:


"Por tu causa se nos mata todos los días" (Sal 44,23;Rom 8,36). Como la paloma
sirve de expiación por las faltas, también Israel sirve de expiación por las
naciones: "en pago de mi amor me acusan, mas soy todo plegaria" (Sal 109,4).
Como la paloma, una vez reconocida su pareja, no la cambia por otro, Israel, una
vez que reconoció al Señor, no lo cambió por otro. Como la paloma no abandona
jamás su nido, ni siquiera cuando la quitan las crías, tampoco Israel dejó de
celebrar las tres peregrinaciones, aunque el Templo hubiera sido destruido. Como
la paloma renueva cada mes su nidada, Israel renueva cada mes el estudio de la
Torá. Como la paloma trajo luz al mundo, también Israel la trae: "los pueblos
caminarán a tu luz" (Is 60,3). ¿Cuándo trajo luz al mundo la paloma? En tiempos
de Noé: "regresó a él la paloma al atardecer y traía en su pico una rama de olivo"
(Gén 8,11). Como la paloma es perfecta, también la comunidad de Israel es
perfecta. Como la paloma camina airosa, también Israel camina airoso en el
tiempo de sus tres peregrinaciones. Como la paloma es modesta, también Israel
debe ser modesto. Ternura, fidelidad y amor traslucen los ojos de la amada a
101
través del velo, como ojos de paloma. El velo oculta y desvela la gracia de la
mirada.

Tras el elogio de los ojos, alaba los cabellos, que son como un hato de
cabras, que ondulan por el monte Galaad. Las colinas suaves de Galaad, ricas en
arbolado y buenos pastos, se orlan de cabras y ovejas (Gén 31,21), que ondulan
como los cabellos de la amada, agitados por el viento. San Pablo dice que la
gloria de la mujer son los cabellos, que le han sido dados como velo (1Cor
11,15). Pero no se trata de los cabellos externos: "Las mujeres, vestidas
decorosamente, se adornen con pudor y modestia, no con trenzas ni con oro o
perlas o vestidos costosos, sino con buenas obras, como conviene a mujeres que
han hecho profesión de piedad" (1Tim 2,9-10). La cabellera, gloria de la Iglesia,
es la multitud de sus hijos, con los que "se reviste como con velo nupcial" (Is
49,18).

Tras los ojos y los cabellos elogia los dientes: Tus dientes, rebaño de ovejas
prontas para ser esquilado, recién salido de bañar. Cada oveja tiene mellizos; no
hay ninguna estéril. Recién lavadas para el esquileo, las ovejas blanquean sobre
el prado verde (Sal 65,14). El espectro de colores -rojo, verde, blanco, dorado-,
da una sensación de frescura, vitalidad y vigor al rostro de la amada. La blancura
de la lana, como punto de comparación, es proverbial en la Escritura (Sal
147,16;Is 1,18;Dan 7,9). Recién salido de bañar, es decir, al salir de las aguas del
bautismo, cada oveja tiene mellizos; no hay ninguna estéril. Por la fe y el
testimonio de vida, cada bautizado se hace apóstol, dando fecundidad a la madre
Iglesia. Los dientes blancos, que deja ver la amada cuando sonríe, no son
hermosos cuando falta uno. Así los hijos de Israel, cuando están unidos son
bellos, como la sonrisa de la amada. Al pastor de Israel no le agrada la soledad.
Manda siempre de dos en dos a sus discípulos, pues sólo está presente donde hay
dos o más reunidos en su nombre (Mc 6,7; Mt 18,19s). Los doctores y maestros,
como dientes, desmenuzan y rumian el pan de la Palabra de Dios, para darlo
masticado a los demás. Para cumplir su misión sus dientes, rebaño de ovejas
recién salido de bañar, deben haber sido bañados, "purificados de toda mancha de
la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios" (2Cor
7,1).

La imagen de cabras, que descienden de la montaña, y la de ovejas, que


suben del baño, se oponen y complementan entre sí. Al descenso de lo alto sigue
la subida desde las aguas. Descienden cabras negras y ascienden ovejas blancas.
Es el camino de la amada, primero negra, que baja al fondo de las aguas, donde
sepulta su ser viejo, para salir de las aguas como hombre nuevo, oveja del rebaño
del Señor. En la montaña alta del Líbano nace el Jordán; sus aguas descienden
102
hasta formar en Moab la jofaina del Señor (Sal 60,10;108,10). Allí Israel baña
sus pies antes de entrar en la tierra prometida (Jos 3). También Rut, antes de
presentarse a Booz, "se lavó, se perfumó y se puso el manto" (Rut 3,3) y Booz la
tomó como esposa (4,13). No se entra en el Santuario sin lavar las manos en la
inocencia (26,6), sin ser regenerado en las aguas del Jordán, como Naamán el
leproso "bajó y se sumergió siete veces en el Jordán y su carne se volvió como la
de un niño pequeño" (2Re 5,14). Jesús dice a Nicodemo: "El que no nazca de
nuevo no puede ver el Reino de Dios". Replica Nicodemo: "¿Cómo puede uno
nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y
nacer?". Le responde Jesús: "El que no nazca de agua y de Espíritu no puede
entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne es carne; lo nacido del Espíritu
es espíritu" (Jn 3).

c) Tu hablar es melodioso

Renacidos en el agua, los fieles pasan a la Eucaristía, donde sus labios


quedan marcados con la sangre del Cordero: sus labios se adornan de una cinta
escarlata. Alimentados con el cuerpo y sangre de Cristo y fortalecidos con el don
del Espíritu Santo, su hablar se hace melodioso en el canto de las alabanzas al
Señor y en la predicación de Cristo crucificado, salvación de los hombres. Con la
cinta escarlata, colocada en la ventana, Rahab salvó toda su casa (Jos 2,18). Con
la sangre de Cristo en los labios, ventana de la Palabra, se orlan de rojo también
las mejillas, dando testimonio de la redención de Cristo con la propia sangre. Los
mártires de Cristo son sus mejillas, medias granadas tras el velo, del mismo color
de la sangre de Cristo, que llevan en su interior. Así, del tronco de Jesé se levanta
la torre de David, el cuerpo de Cristo, nacido del seno de María y de la sangre
derramada sobre el monte. Así el Hijo Unigénito sube a los cielos como
Primogénito de una multitud de hermanos (Rom 8,29), "pues convenía que
llevara muchos hijos a la gloria. Por tanto el santificador y los santificados tienen
el mismo origen, por lo que no se avergüenza en llamarles hermanos" (Heb
2,10ss).

Melodiosos son los labios del Sumo Sacerdote que pronuncia ante el Señor
la oraciones en el día de la expiación. Sus palabras cambian los pecados de Israel,
rojos como escarlata, en blancos como lana pura (Is 1,18). Los predicadores,
labios de la Iglesia, purificados con la sangre del Señor, llevan siempre en su
boca el anuncio de la redención, realizada mediante la sangre del Señor. La
profesión de fe en la pasión de Cristo y el amor a los hombres redimidos con la
sangre de Cristo forman un lazo de escarlata en sus labios. La cinta escarlata es,
pues, la fe que actúa por medio del amor (Gál 5,6). Con este lazo de amor se
abren los labios en la predicación: "Pues si confiesas con tu boca que Jesús es
103
Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo.
Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa
para conseguir la salvación" (Rom 10,9-10). Con la predicación, la Iglesia recoge
los frutos de la redención de Cristo y se hacen sus mejillas, medias granadas tras
el velo.

Desde el rostro pasa al cuello de la amada, semejante a la torre de David,


que se recorta en el cielo terso de Jerusalén: Tu cuello, la torre de David,
construida como ciudadela. Mil escudos penden de ella, todos paveses de
valientes. De la torre de David cuelgan "las insignias de oro que llevaban los
oficiales del rey de Hadadézer. David las llevó a Jerusalén y las consagró al
Señor, con la plata y el oro consagrado de todos los pueblos sometidos" (2Sam
8,7ss). Lo mismo hizo Salomón (1Re 10,16-17). En el cuello de la amada se ven
como adornos y collares. La torre de Babel, en el vano intento de los hombres
por llegar con sus fuerzas al cielo, terminó en la confusión y dispersión de los
hombres. La torre de David, levantada por el Señor, es el centro de unidad:
"Aquel día -dice el Señor- yo recogeré a las ovejas cojas, reuniré a las dispersas.
De las cojas haré un Resto, de las alejadas una nación numerosa. Reinará Yahveh
sobre ellos en el monte Sión, desde ahora y por siempre. Y tú, Torre del Rebaño,
monte de Sión, recibirás el poder antiguo, la realeza de la hija de Jerusalén" (Mq
4,8). El cuello, fortaleza o torre de David puesta en alto, lleva sobre sí y
manifiesta a todos la cabeza, a Cristo. Así Pablo llevaba el nombre del Señor a
los lejanos (He 9,15). Cuanto hablaba era Cristo, la cabeza, quien hablaba en él
(2Cor 13,3). Ya dijo el Señor: "No puede ocultarse una ciudad situada en la cima
de un monte" (Mt 5,14).

Sigue el elogio de los dos pechos: Tus dos pechos, con dos cervatillos,
mellizos de gacela, pastan entre azucenas. La gacela es uno de los animales
salvajes más bellos. Su cuerpo es fino, ágil, elegante, camina con la cabeza
alzada y ojos vivos. Es toda agilidad, soltura y gracia como la amada. Sus dos
pechos son como Moisés y Aarón (Ex 6,20), que eran como dos crías mellizas de
gacela y pastorearon al pueblo de Israel durante cuarenta años en el desierto,
alimentándolo con el maná, las codornices y el agua de la fuente de Myriam (Ex
15,22-16,32). Desde su nacimiento Israel es uno, pero nutrido siempre por dos
pechos iguales e inseparables como los dos montes de Siquén, Garizim y Eval:
Efraím y Judá, Moisés y Aarón, Pedro y Pablo, apóstoles y profetas. El Mesías se
mostrará transfigurado entre Moisés y Elías, sobre la Ley y los Profetas (Mt
17,1ss).

Antes que sople la brisa del día y huyan las sombras, me iré al monte de la
mirra, a la colina del incienso. La brisa es el Espíritu Santo, que aspira donde
104
quiere y conduce donde quiere (Jn 3,8). El Espíritu Santo, con su soplo, aleja las
sombras de la noche y trae la luz del día. Los regenerados por el Espíritu (Jn
3,15) se hacen hijos de la luz e hijos del día (1Tes 5,5). En ellos crece la palabra
como en tierra buena (Lc 8,15), donde pueden pastar los cervatillos, que se
nutren de leche, como recién nacidos (1Cor 3,1-2). La Iglesia, como madre, cuida
así a sus hijos (1Tes 2,7). Por ello, Cristo dice a sus discípulos: Antes que sople la
brisa, antes que surja la aurora de la resurrección, "os conviene que yo me vaya"
al monte de la mirra, a la colina del incienso, pues he venido para dar mi vida, en
ofrenda de incienso al Padre, por el mundo. "Os conviene que yo me vaya,
porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito, pero si me voy, os lo
enviaré" y hará huir las sombras. Pues "cuando él venga, convencerá al mundo de
pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque me voy al Padre; y de juicio,
porque el Príncipe de este mundo está juzgado" (Jn 16,7ss). La mirra es la resina
olorosa que emana del tronco y de las ramas del arbusto pequeño, herido con el
hacha. Semejante al arbusto de la mirra es el del incienso; con una incisión en su
tronco exuda el líquido, que cae gota a gota, con su fuerte olor. La esposa herida
de amor destila incienso y mirra.

Descrito cada miembro, el esposo, que ha ido al monte de la mirra, es decir


a la muerte, canta al cuerpo entero de la Iglesia, arrebatado, mediante su muerte,
al señor de la muerte (Heb 2,14), y revestido de su misma gloria: ¡Toda hermosa
eres, amada mía, no hay tacha en ti! La amada, sin defecto, es como las víctimas
perfectas del sacrificio (Lv 21,17-23; 24,19-20). Con su belleza inédita, es la
esposa recreada por Dios "en la justicia y el derecho, en la ternura y la
misericordia" (Os 2,21); es la Iglesia "sin mancha ni arruga, santa e inmaculada"
(Ef 5,27), que Pablo "ha desposado con un esposo único para presentarla como
virgen casta a Cristo" (2Cor 11,2). La comunidad, redimida por Cristo (Ef 1,4;
Col 1,22; Ap 14,5) es en todo semejante a Cristo (Heb 9,14; 1Pe 1,19). La liturgia
canta a María, figura acabada de la Iglesia: "¡Tota pulcra est, Maria, et macula
originalis non est in te! Eres toda hermosa, porque eres amada y has sido lavada,
curada, purificada, perfumada y adornada por el amor del amado, como canta
San Juan de la Cruz:

Cuando tú me mirabas,
su gracia en mí tus ojos imprimían,
por eso me adamabas,
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti vían.

d) Ven del Líbano

105
Los puros de corazón ven a Dios (Mt 5,8). Esta visión de Dios es
inagotable, pues cada manifestación de Dios suscita el deseo de una mayor
manifestación. La fuente, que sacia la sed, enciende nuevamente la sed: Ven del
Líbano, novia mía, ven del Líbano conmigo. La fuente misma dice: "Si alguno
tiene sed, venga a mí y beba" (Jn 7,37). Quien ha gustado el agua,
experimentando cuán bueno es el Señor (1Pe 2,3), desea beber de nuevo. A ello
invita el amor con sus continuos y repetidos reclamos: "Ven, amada mía", "ven,
paloma mía", "ven al reparo de la roca", "ven del Líbano, esposa mía". Ven tú,
que me has seguido en las experiencias pasadas y has llegado conmigo al monte
de la mirra, donde has sido sepultada conmigo en el bautismo, ven tú, que has
llegado conmigo al monte del incienso, donde te has hecho partícipe de mi
resurrección (Rom 6,4).

El Líbano, con su cadena montañosa, ciñe como una corona a la Palestina


del norte. Pero el Líbano es también símbolo de la idolatría (Is 17,10; Ez 8,14).
En medio de la idolatría viven los exiliados, más allá del Tigris y el Eufrates.
Dios les invita a volver a Palestina, donde se reconstruye el templo de su
presencia. En su regreso, les invita a contemplar, desde las cumbres del Senir y
del Hermón, el país de sus padres, que aparece ante sus ojos: Otea desde la
cumbre del Amaná, desde la cumbre del Senir y del Hermón, desde las guaridas
de los leones, desde los montes de los leopardos. El Hermón, con su alta cima
nevada todo el año, difunde una bocanada de frescura a quien viaja por Galilea
bajo el rayo abrasador del sol. En su altura áspera y salvaje, poblada de bosques,
leones y leopardos, nace el Jordán. Como guarida de fieras estos montes son
lugares peligrosos, de donde el amado quiere sacar a la amada: ¡Ven, novia mía!
Ven a mí, sal del dominio del maligno, que ha sido juzgado y condenado. Escapa
de los cubiles de leones y panteras. Conmigo subirás al Templo, donde te
ofrecerán dones los jefes del pueblo, que habitan junto al Amaná (2Re 5,12), los
que moran en la cima del monte de las nieves, las naciones que están sobre el
Hermón (Is 66,20; Sal 72,10). Desde la cumbre de los montes, donde están los
manantiales del Jordán, contempla el misterio de tu regeneración. En esas aguas
has dejado el hombre viejo, con todas sus fieras, leones (Sal 9,30-31) y
leopardos, para renacer a una vida nueva. Contempla de donde te ha sacado el
Señor, para transformarte en su esposa, a través de las aguas del Jordán.

Me robaste el corazón, hermana y novia mía, me robaste el corazón con una


mirada tuya, con una sola vuelta de tu collar. Lo dice el que por ti tomó tu carne y
se hizo hermano tuyo; el que se unió a ti y te hizo su esposa; el que no tenía
pecado y llevó tus pecados en su cuerpo, sanando tus heridas con las suyas (1Pe
2,22-23; Is 53,5); el que con la debilidad de la cruz destruyó el poder de tus
enemigos; el que, para rescaterte, se hizo precio de tu rescate (Mt 20,28). Exulta
106
y grita de estupor con los ángeles, con los amigos del esposo, con él mismo, pues
te ha hecho hermana y novia suya. A ti, "la menor de todos los santos, se te ha
concedido la gracia de anunciar la inescrutable riqueza de Cristo y dar a conocer
a todos el misterio escondido desde los siglos en Dios, para que la multiforme
sabiduría de Dios sea ahora manifestada mediante la Iglesia, conforme al previo
designio eterno que realizó en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Ef 3,8-11). En ti ha
hecho maravillas el Señor, cuyo nombre es santo (Lc 1,48).

Al hacerte su esposa, el amado te ha hecho hermana suya: "A partir de


ahora, tú eres su hermano y ella es tu hermana. Tuya es desde hoy para siempre"
(Tob 7,11;8,4ss). La amada es para el esposo hermana, en todo igual a él (Flp
2,7;Heb 2,17), su ayuda adecuada, hija del mismo padre (Jn 20,17). Jesús lo
proclama en casa de Pedro: "¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando en
torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: Estos son mi
madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano,
mi hermana y mi madre" (Mc 3,31-35;Mt 12,46-50;Lc 8,19-21). La familia de
Jesús se halla constituida por aquellos que cumplen la voluntad del Padre.

¡Me robaste el corazón, hermana mía! Más aún, María, la Hija de Sión, la
Virgen fiel, esposa y madre, le ha dado un corazón de carne para amar hasta el
extremo a los hombres (Jn 13,1). El corazón de Cristo no conoce la apatía, sino la
pasión que le lleva a morir en la cruz. Toda su vida manifiesta este amor pasional
de Dios por el hombre. Vive frente a la muerte, curando enfermos, acogiendo
leprosos, no vengando pecados sino perdonándolos, es decir, combatiendo contra
la muerte, hasta entrar en ella para aniquilarla. Jesús se entregó libremente al
combate con la muerte, tomó espontáneamente el camino de Jerusalén, donde
mueren los profetas. Sobre la cruz su corazón fue traspasado (Jn 19,34;Zac
12,9s): "El soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores. Sus
cicatrices nos curaron" (Mt 8,17). "Sí, os lo aseguro, si el grano de trigo no cae
en tierra y muere, queda solo; en cambio, si muere, da fruto abundante" (Jn
12,24). La esterilidad del grano, que no quiere caer en tierra y morir, es la muerte
más absurda, ya que es una muerte sin esperanza. "El que quiera salvar su vida,
la perderá, pero quien pierde su vida, la encuentra", la está haciendo fecunda,
eterna. Entregar la vida es salir de uno mismo, amar, exponerse y darse. En esta
enajenación se hace viviente la propia vida, ya que vivifica otras vidas. Quien
vive verdaderamente la vida, puede también morir. Quien ya está muerto no pude
morir por nadie ni por nada. O, si se quiere, una vida no vivida, en apatía, puede
no morir, pero no es vida. La apatía pretende ahorrarnos la muerte y por eso nos
desposee de la vida. El amor, en cambio, hace de la vida una pasión, haciéndonos
capaces de sufrir. Mirar a la pasión de Dios y a la historia de la pasión de Cristo

107
nos lleva de la muerte a la vida e impide que nuestro mundo se hunda en la
apatía.

e) Panal que destila son tus labios

¡Qué bellos son tus amores, hermana y novia mía! ¡Que sabrosos tus
amores! ¡más que el vino! ¡Y la fragancia de tus perfumes, más que todos los
bálsamos! El amado devuelve a la amada el elogio que la amada le hizo (1,2s).
Robándole el corazón, ha recibido de él toda su belleza; se ha hecho semejante a
él. La única diferencia es que, hallándonos nosotros siempre llenos de
necesidades y deseos, la amada se fija en la bondad del amor; el esposo, en
cambio, se complace desinteresadamente en la belleza del amor de la amada. Su
mirada de amor halla en la amada todas sus delicias (Lc 1,30). En la Iglesia, el
invisible se hace visible. Aquel, a quien nadie vio jamás (Jn 1,18), porque habita
en una luz inaccesible (1Tim 6,16), se ha dejado ver en Cristo, cabeza de la
Iglesia, que es su cuerpo. Mediante la incorporación de los llamados a la
salvación, él va edificando su cuerpo hasta que alcance el estado de hombre
perfecto, la madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4,12-13). Para ello da forma al
rostro de la Iglesia con su misma impronta (Ef 5,27). La Iglesia muestra la
belleza de los amores de Dios y expande la fragancia de su vida divina: "Si
habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo
sentado a la derecha de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra.
Porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando
aparezca Cristo, vida vuestra, también vosotros apareceréis gloriosos con él" (Col
3,1-4).

La fragancia de la esposa supera el perfume de todos los sacrificios y


holocaustos (Gén 8,21) que en la Antigua Alianza se elevaban a Dios. Ya los
profetas anunciaban que el Señor "no aceptaría los terneros de su casa ni los
cabritos de sus rebaños, ni la carne de toros" (Sal 49,13.19), "pues sacrificio a
agradable a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh
Dios, tu no lo desprecias" (Sal 50,19). El sacrificio de alabanza que la esposa
ofrece a Dios es el sacrificio que él desea, en el que se complace. Por ello le dice:
¡Qué sabrosos tus amores! ¡más que le vino! ¡Y la fragancia de tus perfumes, más
que todos los bálsamos! Cual casta virgen unida a Cristo (2Cor 11,2), sus pechos
no destilan ya leche, que es el alimento de los niños en Cristo (1Cor 3,1-2), sino
vino puro, que alegra el corazón del hombre (Sal 103,15). Mi sangre en tus
entrañas me unen a ti, pues te hace en todo semejante a mí, hermana y novia mía.

A la esposa, "transfigurado su cuerpo miserable en un cuerpo glorioso como


el suyo" (Flp 3,21), Cristo dice: Un panal que destila son tus labios, novia mía.
108
Hay miel y leche debajo de tu lengua; y la fragancia de tus vestidos, como la
fragancia del Líbano. "Acércate a la abeja y observa cuán laboriosa es y qué
imponente la obra que realiza. Rey y pueblo usan su miel; todos la buscan y
estiman" (Pr 6,8). La esposa busca el néctar de la sabiduría en toda la Escritura y
sus labios se convierten en un panal que destila dulzura. Guardando en su
corazón la Palabra y dándola vueltas en su interior, saca del buen tesoro de su
corazón su hablar que es como leche y miel, que nutre y endulza a quienes la
escuchan, sean niños o adultos en Cristo (1Cor 3,1-2). Los labios de la esposa
hablan y manifiestan "una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por
Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra" (1Cor 2,6ss).

El amor es suave como un vino embriagador; las caricias transtornan como


una bebida fuerte; besar es como sorber néctar o purísima miel: "Sus palabras
(besos de Dios) son más dulces que la miel, más que el néctar de panales" (Sal
19,10). Miel y leche es el símbolo de la tierra prometida (Ex 3,8.17; Lv
20,24;Nm 13,27; Dt 6,3). La amada es para el esposo deseable como la tierra de
la libertad. Miel virgen indica el panal que gotea espontáneamente la más dulce
miel. Es la dulzura de las palabras de ternura de la esposa (Eclo 36,22-27). "Panal
de miel son las palabras suaves, dulces al alma y saludables para el cuerpo" (Pr
16,24). Tus plegarias, cuando brotan del corazón, son un panal que destila de tus
labios. Cuando oran los sacerdotes en los atrios del Santuario, sus labios destilan
miel virgen. Tu lengua, oh esposa casta, cuando dices los cánticos y las
alabanzas, son dulces como leche y miel.

Dios unge con óleo de alegría de modo que "los vestidos huelen a mirra,
áloe y casia" (Sal 45,9). El perfume del vestido de los sacerdotes (Lv 8,30; Ex
30,22-25) es como perfume de incienso. Pero el que proclame las palabras de la
Torá y no consiga que resulten tan agradables a los oyentes como una novia
resulta agradable en el día de su boda, más le valiera no haber hablado. La
fragancia de los vestidos es símbolo de las bendiciones de Dios (Gén 27,27). La
amada exhala el aroma del amado y destila la miel de su palabra, eco de la
palabra del amado. Cantar a la amada es un canto al amado, a quien ella debe su
ser, su hablar y toda su vida. Gota a gota, palabra a palabra, la amada difunde la
sabiduría bebida en la fuente de la Sabiduría. No es como la palabra de la mujer
perversa, "cuyos labios destilan miel y su paladar es más dulce que el aceite, pero
luego es amarga como ajenjo, mordaz como espada de dos filos, pues conduce a
la muerte" (Pr 5,3-4). En cambio, la Sabiduría del Señor lleva a la vida: "Come
miel, hijo mío, porque es buena, el panal de miel es dulce al paladar. Es sabiduría
para tu alma; si la hallas, hay un mañana y tu esperanza no fracasará" (Pr 24,13s).
La miel del panal del Señor ilumina los ojos (1Sam 14,27).

109
Unidos en matrimonio, Cristo y la Iglesia, se dan el uno al otro su amor y se
ensalzan mutuamente, repitiéndose las mismas palabras de amor. Revestida de
Cristo, la esposa es asimilada a Cristo, llevando la impronta de su divinidad, la
fragancia del incienso, los frutos del Espíritu de Dios: amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí (Gál 5,22).
Es lo que destila el vestido de la esposa, cuyo "ser corruptible se ha revestido de
incorruptibilidad; y su ser mortal se ha revestido de inmortalidad" (1Cor 15,53).

f) Jardín cerrado

Eres jardín cerrado, hermana mía, novia, huerto cerrado, fuente sellada.
Huerto cerrado son las vírgenes, custodiadas y escondidas en las tiendas. Y
fuente sellada son las mujeres casadas, castas como el jardín del Edén, donde
sólo los justos pueden entrar; están selladas como fuente de agua viva que mana
bajo el árbol de la vida y se divide en cuatro brazos (Gén 2,10); si no estuviese
sellada con el Nombre grande y santo estallaría, desbordándose hasta inundar
todo el mundo (Gén 8,2). El Cantar evoca constantemente el Paraíso
(6,1;6,11;8,13). Los profetas comparan a Israel, al entrar en los tiempos
escatológicos, con un jardín lleno de verdor, saturado de fragancias deliciosas,
regado por aguas y colmado de frutos maravillosos (Os 14,6-7; Ez 36,35; Is 51,3;
61,11).

El huerto cerrado con su fuente sellada es el jardín del Edén donde Dios
acoge al hombre y lo colma de bienes y consuelos (Sal 46;Eclo 24). Cerrado por
el pecado, custodiado por la espada de fuego (Gén 3,24), lo abre Cristo con la
llave de la cruz, árbol de vida eterna, donde nos ha desposado el Señor. El esposo
elogia la fidelidad de la esposa, que ha mantenido toda su agua para el esposo:
"Bebe el agua que brota de tu pozo. ¿Se va a desbordar por fuera tu manantial,
las corrientes de agua por las plazas? Que sean para ti solo, sin repartirlas con
extraños. Sea bendita tu fuente, embriágate de sus amores y que su amor te
apasione siempre" (Pr 5,15ss). Jardín cerrado al diablo, abierto al esposo; fuente
sellada con el sello del Espíritu de Cristo.

Unida a Cristo (Ef 5,31-32), la esposa hace la voluntad de Dios y así se


hace hermana de Cristo (Mc 3,35). De este modo se transforma en huerto florido,
cuyos brotes son un paraíso de granados, con frutos exquisitos, como anunció
David: "El justo florece como la palmera, crece como un cedro del Líbano.
Plantados en la Casa de Dios, dan flores en los atrios de nuestro Dios" (Sal
92,13-14), y también Isaías: "En lugar del espino crecerá el ciprés y en lugar de
la ortiga, el mirto" (Is 55,13). Y Miqueas anunció la paz y gozo de quien "se
sentaría bajo su parra y su higuera" (Miq 4,4). El Señor hace florecer en la Iglesia
110
el jardín y lo protege, teniéndolo bien cerrado, sin una brecha "para que no le
vendimien todos los que pasan por el camino, ni le devaste el jabalí salvaje, ni le
pisotee el ganado de los campos" (Sal 79,13-14).

El jardín necesita de una fuente para que no se agosten sus árboles. Por ello
el Cantar añade: fuente sellada. El agua de la sabiduría de Dios, encauzada a
regar la plantación de Dios, hace que exhale el perfume de nardo y azafrán, caña
aromática y canela, con todos los árboles de incienso, mirra y áloe, con los
mejores bálsamos y aromas. Es el perfume del Espíritu, "que todo lo sondea,
hasta las profundidades de Dios" (1Cor 2,10); al comunicárselo a la esposa del
Hijo de Dios, desbordada por tanta gracia, exclama: "¡Oh abismo de la riqueza de
la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e
inescrutables sus caminos!" (Rom 12,33). Sólo con balbuceos y símbolos del
paraíso o de la tierra prometida, que mana leche y miel (Ex 3,8.17), puede
expresar lo inefable de la comunicación de Dios. El alma, más que habitar en el
jardín del Edén, se convierte ella misma en jardín, y ya, no como al principio,
jardín abierto, sino cerrado, bien custodiado por el Amado. Y al mismo tiempo
que jardín, se hace también fuente de aguas vivas (Jr 2,13), que fluyen del
Líbano, para cuantos tienen sed. De su boca brotan palabras de vida que apagan
la sed de cuantos las beben con el oído de la fe. El Señor se la ofrece a la
Samaritana: "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: 'dame de
beber', tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.., y el que beba del
agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se
convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna" (Jn 4,10-14). Se
trata del don del Espíritu Santo: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba, pues el
que crea en mí, como dice la Escritura, de su seno correrán ríos de agua viva.
Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él" (Jn
7,37-39).

Con razón se dice de la esposa: La fuente del jardín es pozo de agua viva,
que fluye del Líbano. El pozo normalmente no fluye como la fuente, pero tiene
aguas frescas, aguas vivas (Gén 26,19). "Dios es un manantial de aguas vivas y
no una cisterna agrietada, que no retiene el agua" (Jr 2,13;17,13). Las aguas de
Siloé guían al pueblo con dulzura (Is 8,6) más excelente que el vino. Estas fluyen
del Líbano para irrigar la tierra de Israel; de hecho, los hijos de Israel estudian los
preceptos de la Torá, que son como fuente de agua viva (Jr 2,13; Is 55,1). En el
altar del Templo, construido en Jerusalén y llamado Líbano, se derrama el agua
en libación. Las aguas de Dios fluyen frescas como las que brotan del Líbano. La
amada es graciosa y alegre, transparente como agua de fuente y de torrentes.

111
Tus brotes, un paraíso de granados, con frutos exquisitos: nardo y azafrán,
caña aromática y canela, con todos los árboles de incienso, mirra y áloe, con los
mejores bálsamos y aromas. El granado es un árbol frondoso, de flores rojas,
delicadas. Su fruto, con sus múltiples celdillas para cada grano rojo, es símbolo
de la fertilidad. La hija de Sión ha dado el fruto bendito de su seno, cumpliéndose
en ella lo anunciado por los profetas: "El Señor consuela a Sión, pues convertirá
su desierto en un edén, su yermo en paraíso del Señor" (Is 51,3); "el Señor será
rocío para Israel, que florecerá como azucena y arraigará como álamo; echará
vástagos, tendrá la lozanía del olivo y el aroma del Líbano; volverán a morar a su
sombra, revivirán como el trigo, florecerán como la vid, serán famosos como el
vino del Líbano" (Os 14,6-7); "volverán a labrar la tierra asolada, después de
haber estado baldía a la vista de los caminantes, que exclamarán: Esta tierra
desolada está hecha un paraíso" (Ez 36,34s).

San Agustín dice: En el huerto del Señor no sólo hay las rosas de los
mártires, sino también los lirios de las vírgenes y las yedras de los casados, así
como las violetas de las viudas. En la Iglesia, comunión de los renacidos en
Cristo, los estados de vida están de tal modo relacionados entre sí que están
ordenados el uno al otro. Son modalidades diversas y complementarias de vivir la
universal vocación a la santidad en la perfección del amor. Los estados de vida
están al servicio del crecimiento de la Iglesia, se coordinan dinámicamente en su
única misión: ser imagen del amor de Dios. De este modo, el único e idéntico
misterio de la Iglesia revela y vive, en la variedad de vocaciones, la infinita
riqueza del misterio de Cristo. Así la Iglesia es como un campo espléndido por su
variedad de plantas, flores y frutos. San Ambrosio dice: Un campo produce
muchos frutos, pero es mejor el que abunda en frutos y flores. Ahora bien, el
campo de la santa Iglesia es fecundo en unas y otras. Aquí puedes ver florecer las
gemas de la virginidad, allá la rica cosecha de las bodas bendecidas por la Iglesia,
que colma de mies abundante los grandes graneros del mundo; los lagares del
Señor Jesús sobreabundan además de los frutos de vid lozana, frutos de los
cuales están llenos los matrimonios cristianos.

¡Levántate, cierzo, ven ábrego! ¡Orea mi huerto, que exhale sus aromas!
¡Entre mi Amado a su jardín y coma sus frutos exquisitos! La amada lanza una
llamada a los vientos del norte y del sur, a los vientos fríos y a los cálidos, para
que corran por el jardín y le hagan exhalar todos sus aromas ocultos. Y tras
invocar el soplo del viento, invita a entrar al amado. Es su jardín, pues él le ha
hecho florecer. En él entra el amado y se deleita con los frutos de la amada, que
el viento de su Espíritu desprende de ella. En el jardín de delicias de la amada
puede recrearse con todos sus sentidos: vista, tacto, gusto y olfato.

112
O quizás lo que pide la esposa a Dios es que aleje al viento cierzo, según su
promesa: "Alejaré de vosotros al que viene del norte y le echaré hacia una tierra
de aridez y desolación" (Jl 2,20). En cambio, implora el don del viento ábrego,
que es el soplo del Espíritu de Dios: "Viene Dios de Temán, el Santo, del monte
Parán. Su majestad cubre los cielos, de su gloria está llena la tierra" (Hab 3,3).
Con el soplo del Espíritu Santo el huerto, el corazón de la esposa dará los frutos
que agradan al Esposo, cuyo alimento es hacer la voluntad del Padre y llevar a
cabo su obra (Jn 4,34). Levántate, cierzo, y llévate contigo las sombras de la
noche, tú que soplas hacia el Occidente, la región de las tinieblas. Levántate y
vete, para que yo no me aleje del Oriente, instalándome en la confusión de Babel
(Gén 11,2). Levántate cierzo y huye con tus pretensiones de grandeza, para que
venga el ábrego y me lleve hacia Oriente, hacia el Sol de justicia, mi Señor. Vete,
cierzo, para que venga el ábrego, pues no hay nada en común entre la justicia y la
iniquidad, entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y Belial (2Cor 6,14). Sólo si se
disipan las tinieblas, brilla la luz: "Los que viven en la carne, desean lo carnal;
mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne
son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne
llevan al odio a Dios, de modo que los que están en la carne no pueden agradar a
Dios. Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de
Dios habita en vosotros" (Rom 8,5-9).

Este es el deseo de la esposa: despojarse del hombre viejo para revestirse


del hombre nuevo (Col 3,9). Revestida de las armas de Dios puede resistir a las
asechanzas del Diablo en el día malo (Ef 6,10ss). En pie, ceñida la cintura con la
Verdad, revestida de la Justicia como coraza, calzados los pies con el celo por
anunciar el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para
poder apagar con él todos los dardos encendidos del Maligno; tomando además
el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios;
siempre en oración y súplica (Ef 6,14ss). Ordena al cierzo, que se aleje de su
huerto, para que el ábrego le oree de todos los residuos de su vida anterior de
pecado. El cierzo es el viento del invierno; trae desolación y tristeza (Mt 24,20),
pues arrasa flores y verdor del jardín, donde la esposa desea exhalar sus aromas y
que entre el Esposo y se deleite con los frutos exquisitos del ábrego, del viento
del Espíritu (He 2,2ss). Ya sabe la esposa que si sopla el viento del Espíritu, se
derrite el hielo y corren las aguas (Sal 147,17).

¡Entre mi Amado a su jardín y coma sus frutos exquisitos! La esposa invita


al Amado a comer de sus frutos. Ha preparado en sí el alimento que le agrada:
"Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra"
(Jn 4,34). Hacer la voluntad del Padre y realizar su obra es la misma cosa, pues
"El quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad"
113
(1Tim 2,4). Este es el alimento exquisito que desea y espera el Amado encontrar
en el jardín de la esposa, de la Iglesia, de cada fiel, que todos los días implora:
"Santificado sea tu Nombre" y "hágase tu voluntad" (Mt 6,9-10).

Antes de que la esposa termine de hablar, él le dice: Heme aquí en mi


jardín, he entrado a recoger mi bálsamo y mi mirra, a comer de mi miel y mi
panal, a beber de mi leche y de mi vino. Con prontitud escucha el Amado el
deseo de la esposa (Lc 18,6-8). Se deleita recogiendo los frutos que él mismo ha
hecho crecer en el jardín de la esposa, "porque de él, por él y para él son todas las
cosas" (Rom 11,35). Dice el Señor a la casa de Israel: He venido a mi Templo
que tú, hermana mía, asamblea de Israel, que eres como una esposa casta, me has
construido y he hecho habitar en medio de ti mi Shekinah (1Re 8,10-13). He
aceptado el incienso de tus aromas, que has preparado para mi Nombre; he
mandado fuego del cielo, que ha consumido los holocaustos y el sacrificio santo
(2Cr 7,1); me ha sido agradable la libación de vino rojo y blanco, que los
sacerdotes han derramado sobre mi altar. Y ahora, ¡venid, sacerdotes que amáis
mis mandamientos! ¡Comed y gozaos de cuanto ha sido preparado para vosotros!

¡Comed, amigos, bebed, embriagaos! Se puede comparar a un rey que


organizó un banquete e invitó a muchos huéspedes. Después de probar los
manjares y el vino, dice a los invitados: comed también vosotros, bebed también
vosotros, bebed y embriagaos, mis amigos. El gozo del amor impulsa a los
amantes a compartirlo con los demás, haciendoles partícipes de su alegría: "El
Señor prepara un banquete para todos los pueblos, en esta montaña, un festín de
vinos generosos, de manjares exquisitos, de vinos de solera. Alegrémonos y
celebremos su salvación" (Is 25,6-12). "Escuchadme y comed lo que es bueno: os
deleitaréis con manjares exquisitos" (Is 55,2). Todos los compañeros del amado y
las compañeras de la amada son invitados a participar en el banquete nupcial (Mt
25,1-13;22,1-14;Mc 2,19-20). El amor tiene una fuerza tal que se derrama y
busca provocar amor. Resuena la invitación del esposo al banquete escatolégico:
"Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid,
comprad trigo, comed sin pagar, vino y leche de balde. Aplicad el oído y acudid a
mí, oíd y vivirá vuestra alma" (Is 55,1ss).

Dichoso el jardín que tiene a Cristo como labrador, pues al tiempo oportuna
dará frutos variados: el buen perfume de la mirra en el tiempo de la purificación
de los miembros terrenos (Col 3,5); pan que nutre y fortifica en el tiempo de
crecimiento hasta lograr la estatura del hombre adulto, condimentado con la miel
del panal, pan de la resurrección. Y para los sedientos no falta el vaso de leche y
la copa de vino. Los amigos son sus hermanos más pequeños (Mt 25,40), sus
discípulos, invitados a disfrutar de los frutos del jardín: ¡Comed, amigos míos,
114
bebed, embriagaos, hermanos míos! "Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan
y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: "Tomad comed, éste es
mi cuerpo. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: Bebed
de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por
muchos para perdón de los pecados" (Mt 26,26-28). Es la invitación a la "sobria
embriaguez", de la que gozan quienes se nutren de la abundancia de la casa del
Señor, como Pablo (2Cor 5,13) y Pedro (He 10,10-16).

8. AUSENCIA Y BUSQUEDA DEL AMADO: 5,2-8

a) Mientras dormía, mi corazón velaba


115
Tras la plenitud de gozo en el encuentro del huerto, vuelve la noche y la
separación. Mientras peregrinamos por este mundo, el amor se vive en tensión
entre la presencia y la ausencia, el encuentro y la búsqueda, gozando de las
primicias del Espíritu y esperando la visión eterna cara a cara, sin que la noche
siga al día (Ap 21,25; 22,5). Ahora, con la embriaguez llega el sueño: Yo dormía,
dice la esposa después del banquete con el Esposo y los amigos. No es un sueño
común, se trata de un sueño particular. En el sueño normal, quien duerme no está
despierto y quien está despierto no duerme. Lo uno pone fin a lo otro; el sueño y
la vigilia se excluyen mutuamente. Aquí, en cambio, ocurre algo insólito: Yo
dormía, pero mi corazón velaba: "Con toda mi alma te anhelo en la noche, y con
todo mi espíritu te busco por la mañana" (Is 26,9). Es el sueño de Jacob en Jarán
con la cabeza recostada sobre una piedra, donde su corazón despierto contempla
la escala que une cielo y tierra (Gén 28,10ss). Es el sueño de Elías bajo la retama
del desierto, cuando se le aparece el ángel del Señor y le dice: "Levántate y come
que el camino hasta el Horeb es largo" (1Re 19,1ss).

Comenta Gregorio de Nisa: La esposa, embriagada por el vino del esposo,


cae en el sueño. Los sentidos, con que ha buscado las cosas terrenas, se han
cerrado, pero su corazón sigue en vela, a la espera del Amado, según su consejo:
"Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres
que esperan a que su Señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame,
al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre
despiertos, os aseguro que se ceñirá, los hará sentarse a la mesa y, yendo de uno a
otro, les servirá" (Lc 12,35-37). La esposa se asemeja a los ángeles, que aguardan
que vuelva el Señor de la boda con los hombres. Están sentados, vigilantes, a las
puertas del cielo, para abrirle apenas llegue para ser coronado como rey de la
gloria (Sal 23,7-10). El Señor vuelve como rey glorioso al reino de los cielos,
donde es acogido con aclamaciones. Vuel como esposo que sale de su tálamo
(Sal 18,6) después de haber celebrado las bodas con la virgen (2Cor 11,12) que,
mediante la regeneración del agua bautismal, ha dejado de ser una meretriz en
pos de la idolatría (Ez 16,15ss). A nosotros, muertos para el mundo, se nos invita
a vivir despiertos en los atrios de nuestro santuario interior, esperando la vuelta
del Señor de la gloria.

Ahora bien, cada texto de la Escritura contiene innumerables significados:


"No es ésta una palabra vacía para nosotros" (Dt 32,47). "Como un martillo
golpea la roca" (Jr 23,29) y la rompe en muchos fragmentos, así también de cada
palabra de la Escritura se desprenden muchos significados: "Una cosa ha dicho
Dios, dos he escuchado: porque de Dios es la potencia" (Sal 62,12).

116
Yo dormía se puede entender de otra manera. Después de los hechos
salvadores del Exodo, Israel pecó; se durmió y el Señor lo entregó en manos de
Nabuconosor, rey de Babilonia, que lo llevó al exilio. En el exilio los hijos de
Israel eran como un hombre adormilado que no sabe despertarse de su sueño. La
voz del Espíritu les amonestaba mediante los profetas para despertarlos del sueño
de su corazón: "¡Despierta, despierta, Jerusalén" (Is 51,17). "Despierta, despierta,
levántate, Jerusalén prisionera" (Is 52,1s). Es el sueño del perezoso: "Un poco
dormir, otro poco dormitar, otro poco tumbarse con los brazos cruzados; y llegará
como vagabundo tu miseria y como un mendigo tu pobreza" (Pr 6,10s). Es el
sueño de Jonás bajo la retama, que le lleva a desear la muerte (4,8s). Es el sueño
de la tibieza, que amenaza al justo, que se cree rico y se duerme, perdiendo el
celo de sus comienzos, exponiéndose a ser vomitado por el Señor (Ap 3,14ss). Es
el sueño de Israel en su espera del Mesías, es el sueño de las vírgenes necias, que
se quedan fuera del banquete de bodas por no tener aceite en las alcuzas (Mt
25,1ss). "Velad y orad, dice el Señor a sus discípulos, para no caer en tentación,
porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mt 26,41).

b) La voz del amado

Tras el encuentro luminoso vuelve la noche. La amada duerme, pero el


amor no duerme, se mantiene en vela. De repente se oye una voz conocida, que
hace saltar el corazón: es el amado que golpea a la puerta: "Mira que estoy a la
puerta y llamo; si uno me oye y abre, entraré en su casa y cenaremos juntos" (Ap
3,20). ¡Dichosos los siervos a quienes su Señor encuentre así! (Lc 12,43). Ellos
oirán la voz del amado apenas llegue y llame: La voz de mi Amado que llama.

Cada día empieza todo de nuevo. La esposa, que ha alejado de sí el cierzo y


ha atraído el soplo del Espíritu; que ha visto florecer las granadas en su jardín y
ha preparado al Señor de la creación la mesa del banquete donde no había ningún
manjar impuro (He 10,15), pues Dios todo lo había purificado: la mirra, el pan
untado con miel, el vino mezclado con la leche; la que ha oído al Esposo decirle:
"Eres toda bella, y no hay mancha alguna en ti"; ahora, ésta misma se encuentra
como si le esperase por primera vez. Escucha su voz con la emoción de la
primera vez. Toda estremecida exclama: ¡La voz de mi Amado que llama! Cada
vez es nueva la voz del Amado: "Si alguien cree conocer algo, aún no lo conoce
como se debe" (1Cor 8,2).

Moisés comenzó a gozar de la visión de Dios en la luz (Ex 19,3) y después


Dios le habló desde la densa nube (Ex 19,9; 20,21). En el conocimiento de Dios
pasamos de la luz a la nube, del conocimiento aparente al conocimiento oscuro
de su misterio insondable; cuanto más se acerca el hombre a Dios más se adentra
117
en la nube de su misterio, descubriendo la falsedad de todas las imágenes de
Dios, que antes se ha formado, hasta llegar a la fe desnuda, que confiesa que Dios
es Dios. De las cosas visibles pasamos a las invisibles. La amada, de etapa en
etapa, pasa de ser negra, por la ignorancia de la idolatría, a la purificación interior
de la fe. Dicho de otro modo, su carrera hacia Dios la hace ser, primero, como
yegua y, luego, volar como paloma hasta posarse a la sombra del manzano,
entrando en la nube donde se une con el Esposo.

Aunque el Esposo se haya dejado ver en tantas ocasiones, sin embargo,


sigue dándose a conocer a través de su voz. Siempre que uno se acerca a la fuente
de la Escritura, que es el manantial que al principio brotó de la tierra y regó todo
el suelo (Gén 2,6), experimenta la maravilla de su novedad inagotable. Aunque
pase siglos sentado junto ella, bebiendo de ella y contemplándola manar, nunca
descubrirá todos sus veneros escondidos. Su agua salta hasta la vida eterna.
Siendo fuente de agua viva, siempre está manando agua nueva. Cada día sacia y
cada día suscita la sed, para beber de nuevo de ella. La esposa se admira y
estremece cada vez que oye la voz del Amado.

Cada día el Esposo deja oír su voz: ¡Abreme! Y da a la amada las llaves
para abrirle la puerta. Las llaves son los nombres que le da: hermana mía, amiga
mía, paloma mía, mi perfecta. Si uno quiere abrir las puertas del alma para que
entre el rey de la gloria (Sal 23,7-9), ha de hacerse hermano suyo, acogiendo su
palabra y haciendo la voluntad del Padre (Mc 2,35); amigo suyo, para que le
revele todos los misterios del Padre (Jn 15,15); paloma suya perfecta, que no en
la carne, sino en el Espíritu (Rom 8,4ss). Con estas llaves se abre al Esposo, cuya
cabeza destila el rocío y el relente de la noche, con que arroja del seno de la tierra
las sombras de la muerte (Is 26,19). Tomó entonces la palabra el Señor y dijo:
"¡Arrepentíos y convertíos!" (Jr 3,12s). Abre tu boca, grita (Lam 2,18s), hermana
mía, amada mía, Asamblea de Israel, que eres como una paloma por la perfección
de tus obras. Mira que mis cabellos están llenos de tus lágrimas, empapados de
rocío; y mis rizos están llenos del relente de tus ojos, pues "llora que llora por la
noche Jerusalén y las lágrimas surcan sus mejillas" (Lam 1,2).

Los rizos de su cabellera están perlados del relente de la noche, impregna-


dos de rocío como el vellón de Gedeón (Ju 6,37-40). Llegando de noche, en el
tiempo de la prueba, el esposo se deja sentir como indicio de las bendiciones de
Dios para la amada: "Seré como rocío para Israel, que florecerá como el lirio y
hundirá sus raíces como el Líbano. Sus ramas se desplegarán y su esplendor será
como el del olivo" (Os 14,6s). En un ambiente seco como el de Palestina, el rocío
es signo de bendición (Gén 27,28), es un don divino precioso (Job 38,28;Dt
33,13), símbolo del amor de Dios (Os 14,6) y señal del amor entre los hombres
118
(Sal 133,3); es también principio de resurrección: "Revivirán tus muertos, tus
cadáveres revivirán, despertarán y darán gritos de júbilo los moradores del polvo;
porque rocío luminoso es tu rocío, y la tierra echará de su seno las sombras" (Is
26,19). El vellón es el seno de María en el que cae el rocío divino del Espíritu
Santo que engendra a Cristo. La liturgia sirio-maronita canta:

Oh Cristo, Verbo del Padre, tú has descendido como lluvia sobre el campo
de la Virgen y, como grano de trigo perfecto, has aparecido allí donde
ningún sembrador había jamás sembrado y te has convertido en alimento
del mundo... Nosotros te glorificamos, Virgen Madre de Dios, vellón que
absorbió el rocío celestial, campo de trigo bendecido para saciar el
hambre del mundo.

Gotas de rocío, que caen de los rizos de la Cabeza, Cristo, sobre su cuerpo,
la Iglesia, son las palabras de sus apóstoles. Son simples gotas de rocío de la
fuente inagotable de la Palabra. Pablo no se cansa de repetir: "Parcial es nuestra
ciencia, parcial nuestra profecía. Cuando venga lo perfecto desaparecerá lo
parcial" (1Cor 13, 9-10;Flp 3,13). La fuente es inagotable; siempre queda en ella
agua para apagar la sed: "Jesús, puesto en pie, grita: Si alguno tiene sed, venga a
mí y beba el que cree en mí" (Jn 7,37).

Cristo resucitado encuentra a los discípulos con las puertas cerradas por el
miedo. El llama, les anuncia la paz y les muestra las manos y el costado (Jn
20,19ss). Ocho días después vuelve y dice a Tomás: Abreme tu corazón con la
llave de la fe, "ven, acerca aquí tu dedo, mete tu mano en mi costado y no seas
incrédulo, sino creyente". Y con Tomás nos dice a nosotros: "Dichosos los que no
han visto y han creído". Tocar a Cristo o ser tocado por Cristo es lo que
estremece las entrañas hasta la confesión de fe: "¡Señor mío y Dios mío!" (Jn
20,24ss).

En el oficio de Santa Catalina de Siena se dice: Abreme, hermana mía, que


has llegado a ser coheredera de mi reino; amada mía, que has llegado a conocer
los profundos misterios de mi verdad; tú que has sido enriquecida con la
donación de mi Espíritu; tú que has sido purificada de toda mancha con mi
sangre. Sal del reposo de la contemplación y consagra tu vida a dar testimonio de
mi verdad.

c) La mano en la cerradura

Me he quitado la túnica, ¿cómo voy a ponérmela de nuevo? Me he lavado


los pies, ¿cómo volver a mancharlos? La Asamblea de Israel respondió a los
119
profetas: Ya he sacudido de mí el yugo de sus mandamientos (Lam 1,8) y he dado
culto al abominio de las naciones, ¿cómo podría atreverme a volver a El? Le
responden los profetas: El Señor, en su amor, te encontró desnuda y te cubrió con
la túnica blanca de la santidad (Ez 16;Ex 28,39-40;29,8;39,7;40 14); estabas bella
como una palmera, como la virgen Tamar vestida con la túnica de hija de rey
(2Sam 13,18). ¿Cómo te has quitado la túnica nupcial, volviendo a quedar
desnuda (Gén 3,7)? ¿Es que ya no esperas al esposo, que siempre llega a la hora
que menos se piensa? Escucha: En medio de la noche se oyó una voz: "¡Ya está
aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!" (Mt 25,6.21). ¡Pobre esposa que se ha
quitado la túnica, con que la revistió el Amado! ¿Cómo podrá ponérsela de
nuevo? Imposible para ella, pues se trata de la túnica de gloria del Señor (Sal
104,1). Sólo de él puede recibir "los vestidos blancos para cubrirse y que no
quede al descubierto la vergüenza de su desnudez. Sé, pues ferviente y
arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre
la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,18ss).

Como hija de Abraham, en vez de pensar en sus pies, debería pensar en los
pies del viajero que visita su tienda: "Permitid que os traiga un poco de agua, os
lavaréis los pies y reposaréis a la sombra de este árbol" (Gén 18,4). Como se
siente pura, porque se ha lavado los pies, ignora que necesita que el amado la
lave toda entera para ser realmente pura de todas sus inmundicias: "Cuando haya
lavado el Señor la inmundicia de las hijas de Sión y haya limpiado las manchas
de sangre del interior de Jerusalén, entonces extenderá Yahveh sobre el monte de
Sión el resplandor de su gloria" (Is 4,4ss). Por ello el Señor le responde por
medio de los profetas: Yo también he quitado mi Shekinah de en medio de ti (Ez
10,18s), ¿cómo podría volver? Puesto que tú has hecho obras malas y yo he
santificado mis pies de tu impureza, ¿cómo podría volver a mancharlos en medio
de ti con tus obras malas? ¿Has olvidado mi palabra "Este es el lugar de la planta
de mis pies, aquí habitaré en medio de los hijos de Israel para siempre y no
contaminarán más mi santo Nombre con sus prostituciones" (Ez 43,7)?

La frialdad de la esposa frente a su fiel esposo refleja la frialdad de Israel en


tantos momentos de su historia. Pero Dios, en su fidelidad, insiste, mete la mano
en el agujero de la cerradura de la puerta, hasta estremecer las entrañas de la
amada. "Vino a su casa y los suyos no le recibieron. Pero a todos los que la
recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios" (Jn 1,11s). El Señor, cuyas
entrañas maternas se estremecen ante la amada (Jr 4,19; 31,20; Is 16,11; 49,15),
insiste sin cansancio: ¡Hijos míos! Abridme un resquicio de penitencia como el
ojo de una aguja y Yo abriré puertas tan grandes que podrán pasar por ellas carros
y camellos. "Cesad en vuestras malas acciones y sabed que Yo soy Dios" (Sal
46,11). Es suficiente abrir un pequeño resquicio para que el amado meta sus
120
mano, estremezca nuestras entrañas y nos haga saltar del lecho. Un resquicio de
conversión, un zureo de arrepentimiento le basta al amado: "andarán por los
montes, como palomas de los valles, gimiendo cada uno por sus culpas" (Ez
7,16), "zureando sin cesar como palomas, porque fueron muchas nuestras
rebeldías frente a ti" (Is 59,11s). "A la tarde, a la mañana, al mediodía me quejo y
gimo: él oye mi clamor" (Sal 55,18). El Señor está cerca de quien, con corazón
contrito y humillado (Sal 51,19), "desahoga ante él su alma en pena" (1Sam
1,15s). "Mira, Señor, que estoy en angustia, me hierven las entrañas, el corazón
se me retuerce dentro, pues he sido muy rebelde" (Lam 1,20s).

La confesión del propio pecado cambia radicalmente todo: La esposa ha


escuchado la voz del Amado y le ha obedecido: se ha hecho hermana suya,
amiga, paloma, perfecta. Se ha quitado la túnica de pieles, con que se había
revestido después del pecado (Gén 3,21) y ha lavado el polvo de sus pies (Jn
13,10). En Cristo se ha quitado el velo de su corazón: "Sólo en Cristo desaparece
el velo, puesto sobre los corazones. Cuando uno se convierte al Señor se arranca
el velo" (2Cor 3,14-16). La redención de Cristo libra totalmente del pecado y
hace innecesario el velo, que sólo cubría el pecado, sin eliminarlo. El hombre
viejo es el que necesita del velo; quien se ha despojado de él y se ha revestido del
hombre nuevo (Col 3,9) no se corrompe siguiendo la seducción de las
concupiscencias, pues está revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios en
justicia y santidad (Ef 4,22ss), es decir, está revestido de Jesucristo (Rom 13,14),
que dejó en la tumba el sudario y las vendas, con que antes se había revestido (Jn
20,6-7).

La esposa, que se ha despojado de la túnica, no desea ponérsela de nuevo;


le basta estar revestida de Jesucristo; le basta una sola túnica (Mt 10,10). Quienes
han recibido la túnica blanca del bautismo, no pueden volver a revestirse de la
túnica del pecado. Dos túnicas, la de Cristo y la del pecado, son inconciliables
(2Cor 6,4). Y menos aún echar un remiendo nuevo en la túnica vieja, pues se
haría un desgarrón y la situación sería peor que antes (Mc 2,21). Quien se ha
revestido de la túnica luminosa, que mostró el Señor en su transfiguración (Mt
17,2), ¿como puede aceptar vestir el andrajoso vestido del borracho y el
fornicador (Pr 23,21)?

Quien se ha lavado los pies para pisar la tierra santa (Ex 3,5), ¿cómo va a
mancharlos otra vez? Moisés, que preparó las vestiduras sacerdotales según el
modelo celeste que se le mostró en el Monte (Ex 28,4ss), no preparó sandalias
para los pies. El sacerdote, que camina sobre tierra santa, no puede llevar en sus
pies calzado de animales muertos. Por ello el Señor prohíbe a sus discípulos
llevar sandalias (Mt 10,10) o caminar sobre el camino de los paganos (Mt 10,5).
121
El Señor es el camino, por donde marchan quienes se han despojado de la
vestidura del hombre muerto. La esposa ha comenzado a caminar por esa vía; el
Señor le ha lavado los pies y se los ha secado (Jn 13,5), ¿cómo volver a
ensuciarlos?. Quien, por el bautismo, ha sido lavado, apoya sus pies sobre la roca
y no sobre el fango: "Me sacó de la fosa fatal, del fango cenagoso; asentó mis
pies sobre la roca, consolidó mis pasos" (Sal 39,3). La roca es el Señor (1Cor
10,4), que es luz (Jn 1,4; 8,12) y verdad (Jn 14,6), incorruptibiliadad (1Cor
15,53-57) y justicia (1Cor 1,30), virtudes con que está empedrada la vía de la
santidad. Quien camina por esta vía, sin desviarse ni a derecha ni a izquierda,
encuentra al Señor: Mi Amado metió la mano por la cerradura y se me
estremecieron las entrañas. La voz del Amado le hace presente. Un pequeño
resquicio es suficiente para que él meta su mano y toque en lo más íntimo al
alma. La mano o potencia de Dios hace exultar, estremece el ser del hombre,
como saltó de gozo Juan en el seno de su madre ante la presencia del Señor en el
seno de María (Lc 1,44). Es la exultación de los ciegos, cojos, leprosos y muertos
a los que el Señor curó tocándoles con la potencia de su mano.

d) Le busqué y no le hallé

Me levanté para abrir a mi Amado y mis manos destilaron mirra, mirra


fluida mis dedos, en el pestillo de la cerradura. Cuando sentí fuerte contra mí el
golpe de la potencia del Señor, me arrepentí de mis obras, ofrecí sacrificios e hice
subir el incienso de los aromas ante el Señor. Pero no fue acogida mi ofrenda,
porque el Señor había cerrado frente a mí las puertas de la conversión: "Aunque
grito y gimo, El sofoca mi oración. Ha interceptado mis caminos con bloques de
piedra, ha obstruido mis senderos" (Lam 3,8s). El Señor corrige a quien ama:
"Que te enseñe tu propio daño, que tus apostasías te escarmienten; reconoce y ve
lo malo y amargo que te resulta dejar a Yahveh tu Dios" (Jr 2,19). La gloria de
Dios se ha alejado y ahora te toca caminar hacia el exilio "amargado, con
quemazón de espíritu, mientras la mano de Dios pesa fuertemente sobre ti" (Ez
3,15s). Pero no desesperes, pues la mirra que destilan tus manos exhala el
perfume del arrepentimiento. La mirra del sacrificio fluye sobre tus manos y las
purifica. Ellas serán transformadas en fuentes de oro para la ofrenda del incienso
en honor del Señor (Nm 7,84ss).

Si las puertas de la oración están cerradas, no lo están las de las lágrimas:


"Escucha mi oración, oh Dios, inclina tu oído a mi lamento; no seas sordo a mis
lágrimas" (Sal 39,13). La oración es como una cisterna, la penitencia como el
mar; la cisterna está a veces abierta, a veces cerrada; pero el mar está siempre
abierto, o sea, las puertas de la penitencia están siempre abiertas. Me levanté para
abrir a mi Amado con el arrepentimiento; y mis manos gotearon mirra por la
122
amargura de mi pecado. "Y Yahveh se arrepintió del mal" (Ex 32,14). La oración
y las lágrimas conmueven al Señor: "Todo el que invoque el nombre del Señor
será salvo" (Jl 3,5). Di con el corazón: "me levanté para abrir a mi amado". Me
levanté de mi pecado para abrir a mi amado con el arrepentimiento; mis manos
gotearon mirra por la amargura y mis dedos destilaron mirra, pues el Señor pasó
por alto tu rebelión "y se arrepintió del mal" (Ex 32,14); en verdad Israel puede
decir: "Yo soy de mi amado y El me busca con deseo" (Cant 7,11). Nosotros
somos débiles, pero oteamos y esperamos todos los días la salvación de parte del
Señor. Y cada día declaramos dos veces que su Nombre es único, cuando
decimos: "Escucha, Israel, Yahveh es nuestro Dios, Yahveh es único" (Dt 6,4).

La amada se levanta. Y mientras sus dedos levantan la manija de la


cerradura, siente el perfume que ha dejado en ella la mano del amado. Loss dedos
de la amada quedan impregnados del aroma del amado. La mirra, con su olor
fuerte y penetrante, es el perfume preferido del amado, que visita a la amada en
la noche, no para entrar donde ella, sino para sacarla del sueño. Por ello le deja
un signo tangible de su venida: la mirra fluida de sus manos. Cuando el Amado
metió la mano por la cerradura, a la esposa se le estremecieron las entrañas. El
toque de amor del Amado la levantó y sus manos destilaron mirra. Esta es la
experiencia de todo el que se une al Señor. No es posible que él se una a
nosotros, si antes no damos muerte a los miembros terrenos (Col 3,5) y nos
despojamos del velo de la carne (2Cor 3,16). De este modo las manos destilan
mirra, se hacen fuente de mirra, llenando todos los dedos. Me levanté, porque
había sido sepultada con él en la bautismo para la muerte. La resurrección no
puede darse en quien no muere, es decir, en quien no da muerte a su hombre de
pecado con todas sus pasiones.

Con la muerte del hombre viejo se da muerte a todas las pasiones; los dedos
destilan mirra, es decir, la mortificación de las pasiones. La palabra dedos
especifica las diversas formas, distintas unas de otras, de las pasiones. Es como si
dijera: con la fuerza de la resurrección he dado muerte a los miembros terrenos
(Col 3,5); pues ni es suficiente dar muerte a la intemperancia, si se alimenta el
orgullo, la envidia, la ira, la ambición o cualquier otra pasión; si una vive en el
interior, no es posible que los dedos destilen mirra. Si el grano de trigo no muere,
no brota la espiga (Jn 12,24). La muerte precede a la vida; sólo por la muerte se
llega a la vida. Por ello, el Señor dice: "Yo doy la muerte y la vida" (Dt 32,39).
Así Pablo, muriendo, vivía (2Cor 6,9-10); cuando estaba débil, entonces era
fuerte (2Cor 12,10); encadenado, seguía su carrera (He 20,22-24): "pues
llevamos este tesoro en vasos de barro para que aparezca que una fuerza tan
extraordinaria es de Dios y no de nosotros. Llevamos siempre en nuestro cuerpo

123
el morir de Jesús, a fin de que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida" (2Cor 4,7ss).

Por la muerte, pues, llegamos a la vida. Su muerte nos levanta de la muerte,


pues con su muerte es vencida la muerte. El hombre, creado a imagen de Dios,
recibió de él el hálito de la vida (Gén 2,7), le dio además el Paraíso, que con su
fertilidad alimentaba esa vida (Gén 2,9), y el mandamiento de Dios como ley de
vida, pues prohibía al hombre morir (Gén 2,16-17). Pero junto al árbol de la vida
estaba el árbol, cuyo fruto era la muerte, fruto que Pablo llamó pecado, al decir
que "el fruto del pecado es la muerte" (Rom 6,23). El árbol era bello, pues todo
pecado tiene siempre su placer, sea el de la ira, el de concupiscencia o cualquier
otro; era bello, pero dañino, como "la miel que destilan los labios de la extraña,
que es dulce al paladar, pero al fin es amargo como ajenjo, mordaz como espada
de dos filos" (Pr 5,3-4). De este modo fue engañado el hombre, comiendo del
fruto prohibido, y el pecado le llevó a la muerte. El hombre gustó la muerte;
perdió la vida. Acogió en sí una vida que es muerte; nuestra auténtica vida quedó,
por tanto, muerta. Por ello, cuando el hombre se une a Cristo, da muerte a esa
muerte que lleva en sí y recobra la vida perdida. Sólo muriendo a la vida del
pecado recobra la vida (Rom 6,11). Por ello la esposa, al levantarse con la llegada
del Esposo, muestra que sus manos destilan mirra, porque ha muerto al pecado y
vive para quien es su vida (Jn 14,6). El discípulo de Cristo vive esta muerte cada
día (1Cor 15,31), experimentando así "el poder de la resurrección del Señor y la
comunión en sus padecimientos hasta hacerse semejante a él en su muerte,
tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos" (Flp 3,10-11).
e) Herida de amor

Abrí a mi Amado, pero El ya no estaba. El alma se me salió en su huida. Le


busqué y no le hallé, le llamé, y no me respondió. Abrí a mi amado, lo busqué,
pero él había quitado su Shekinah de en medio de mí. Mi alma, en su ausencia,
bramó por oír la voz de sus palabras. Busqué su gloria y no la encontré; oré
delante de El, pero oscureció el cielo con nubes y no escuchó mi oración: "Te has
envuelto en una nube, para que no pase la oración" (Lam 3,44). Al abrir la puerta,
me encontré con el vacío. El amado se había disuelto como una sombra (Sal
144,4). Pero el amor se enciende y la amada sale en busca del amado por las
calles y plazas de la ciudad desierta. A sus llamadas sólo responde el silencio.
Como mujer perdida, vagabunda, recorre la ciudad. De pronto, en una esquina,
me encontraron los guardias que hacen la ronda en la ciudad. Me golpearon, me
hirieron, me despojaron del manto los guardias de la muralla. Pero nada puede
alejar a la amada del amor de su vida: ni la tribulación, ni la angustia, ni la
persecución, ni el hambre, la desnudez, los peligros, la espada, ni la muerte, ni la
vida, ni otra criatura alguna podrá separarla del amor de Dios, manifestado en
124
Cristo Jesús, Señor nuestro (Rom 8,35ss). Ella sigue buscando al amado,
llamando en su auxilio a las hijas de Jerusalén. La voz del amado ha suscitado la
sed irresistible de su palabra: "He aquí que vienen días en que yo mandaré
hambre a la tierra, no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra de
Dios. Entonces vagarán de mar a mar, de norte a levante andarán errantes en
busca de la palabra de Dios, pero no la encontrarán" (Am 8,11-12).

Me agarraron los caldeos, que guardaban las calles y cerraban el cerco


alrededor de la ciudad de Jerusalén. Mataron a algunos de los míos a espada; a
otros los condujeron a la esclavitud. Y quitaron la diadema del reino del cuello de
Sedecías, rey de Judá, lo llevaron a Ribla, cegaron sus ojos, los hombres de
Babilonia, que asediaban la ciudad y guardaban los caminos (2Re 25,1-7). "De la
planta del pie a la cabeza no hay en ella cosa sana: golpes, magulladuras y
heridas frescas, ni cerradas, ni vendadas, ni ablandadas con aceite. Ha quedado la
hija de Sión como cobertizo en viña, como choza en pepinar, como ciudad
sitiada" (Is 1,6ss). "Por cuanto son altivas las hijas de Sión y caminan con el
cuello estirado guiñando los ojos, y andan a pasitos menudos, haciendo tintinear
las ajorcas de los pies, el Señor rapará sus cabezas, desnudará sus vergüenzas y
arrancará sus adornos: ajorcas, diademas, pendientes, pulseras, velos, trajes,
mantos, chales, vestidos de gasa y de lino..." (Is 3,16ss).

El Amado llega y llama; con su mano estremece y levanta a la esposa, pero


pasa adelante, sin detenerse jamás, invitando a la esposa a salir de sí misma, a
seguirle, a buscarle en las calles y plazas, en la vida. La llave que abre el pestillo
de la cerradura de la puerta estrecha (Mt 7,14) es la fe viva, que actúa en la
caridad (Gál 5,6; 1Cor 13,2ss; Sant 2,14ss). Son las llaves que el Señor da a
quien tiene la fe de Pedro (Mt 16,16-19). Con su huida el Esposo no abandona a
la esposa, sino que la arrastra en pos de él. ¡Dichoso quien sale de sí siguiendo al
Esposo! El Señor guardará sus entradas y salidas (Sal 120,8). Cristo mismo se
presenta como la puerta, de modo que "quien entra por mí, estará a salvo, entrará
y saldrá" (Jn 10,9; 14,6).

La experiencia de la esposa es la misma de Moisés. Cuando quiso ver el


rostro de Dios, Dios pasó ante él y siguió adelante, sin detenerse (Ex 33,19-23).
Deslumbrado por la visión de Dios, Moisés caminó de gloria en gloria, hasta el
final de su vida. Ya desde el comienzo prefirió el oprobio de Cristo a los tesoros
de Egipto (Heb 11,25-26) y estimó más sufrir con el pueblo de Dios que el placer
momentáneo del pecado. Arriesgó su vida, dando muerte el egipcio, para
defender al israelita (Ex 2,11-12). Luego su oído fue iluminado gracias a los
rayos de la luz (Ex 3,1ss); para ello descalzó sus pies de todo revestimiento
egipcio; destruyó con el bastón las serpientes de Egipto (7,12); liberó de la
125
esclavitud del Faraón al Pueblo de Dios, al que guió mediante la nube (13,21),
dividió en dos partes el mar (14,21-31), sumergió en las aguas la tiranía, hizo
dulces las aguas amargas (15,25), golpeó la roca (17,6), se sació del pan de los
ángeles (Sal 77,25), oyó las trompetas de los cielos (19,19), subió al monte que
estaba envuelto en llamas (19,20ss), penetrando dentro de la nube (24,18), en
cuya oscuridad se hallaba Dios (20,21), recibió el testamento (31,18), su rostro
quedó radiante, pues en él brillaba la luz inaccesible del Señor (34,29-35)... Su
vida fue un caminar continuo de teofanía en teofanía. Y, sin embargo, su deseo
del Señor no quedó nunca saciado. Aunque Dios hablaba con él "cara a cara" (Ex
33,11), "boca a boca" (Nú 12,8), aún suplica: "Si realmente he hallado gracia a
tus ojos, hazme saber tu camino, para que yo te conozca y halle gracia a tus ojos"
(Ex 33,13). Y el Señor pasó ante él, pero antes le metió en la hendidura de la
roca, le tapó los ojos con la mano, y sólo logró ver las espaldas, después que El
hubo pasado (Ex 33,21-23). A Dios sólo se le ve de espaldas, sólo lo ve quien le
sigue. Dios nunca se deja apresar. Está siempre de paso, en pascua. Es el
comienzo del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz: "¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido"

Aunque diga que buscó al amado y no lo halló, le llamó y no la respondió,


no es inútil su salida tras el Esposo. Las palabras: Me encontraron los guardias
que hacen la ronda en la ciudad. Me golpearon, me hirieron, me despojaron del
manto los guardias de la muralla, no son un lamento, sino las palabras con que la
esposa se gloría, como Pablo, mostrando sus trofeos por seguir a Cristo: "Porque
pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último puesto,
como condenados a muerte. Nosotros, necios por seguir a Cristo, débiles,
despreciados, hasta el presente pasamos hambre, sed y desnudez. Somos
abofeteados, andamos errantes" (1Cor 4,9ss). "Nos recomendamos en todo como
ministros de Dios: con mucha constancia en tribulaciones, necesidades,
angustias, en azotes, cárceles, sediciones, en fatigas, desvelos, ayunos." (2Cor
6,4ss). "De cualquier cosa que alguien presuma, yo más que ellos. Más trabajos,
cárceles y azotes; en peligros de muerte. Si hay que gloriarse, me gloriaré en mis
flaquezas. Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas,
para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis
flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones, y las angustias
sufridas por Cristo" (2Cor 11,11-12,10). "¡Dios me libre de gloriarme si no es en
la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí
y yo para el mundo! En adelante nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo
las señales de Jesús" (Gál 6,14-17). Las cicatrices de los malos tratos sufridos por
Cristo (2Cor 4,10; Col 1,24) son más gloriosas que cualquier otra señal en la
carne (Flp 3,7).
126
Los siervos del Guardián de Israel, que encuentran a la esposa, la despojan
del velo, que cubría su cabeza y sus ojos, impidiéndola correr sin tropezar y ver
al esposo (Gn 24,65). El poder del Espíritu arranca el velo al discípulo de Cristo,
para que camine con libertad: "Cuando uno se convierte al Señor, se arranca el
velo. Porque el Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la
libertad. Por eso nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un
espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada
vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu" (2Cor 3,16-18). A
esta transformación se ordenan los golpes y heridas de los guardias: "No ahorres
corrección al niño, que no se va a morir porque le castigues con la vara. Con la
vara le castigarás y librarás su alma de la muerte" (Pr 23,13-14). El Señor mismo
"hiere para sanar" (Dt 32,39). Por ello la esposa puede decir: "Tu vara y tu
callado me consuelan" (Sal 22,4). Con la vera del Señor se atraviesa el valle
oscuro y se prepara el fiel para participar en la mesa divina, donde es ungido con
el óleo y bebe del cáliz el vino puro, que produce la "sobria embriaguez".

El alma se me salió en su huida, pero quien pierde su alma por Cristo, la


guarda para la vida eterna (Jn 12,25). Los profetas y los apóstoles, guardias
apostados día y noche sobre Jerusalén (Is 62,6), me encontraron y golpearon con
su palabra, pues no callan hasta restablecer a Jerusalén como alabanza de toda la
tierra (Is 62,6-7). Gracias a sus golpes "estoy herida de amor", "llevo en mi
cuerpo las señales de Jesucristo" (Gál 6,17). Con las señales de Cristo en el
cuerpo, con el rostro descubierto, despojada del velo, en mí se refleja, como en
un espejo, la gloria del Señor (2Cor 3,18).

Os conjuro, hijas de Jerusalén, si encontráis a mi Amado, ¿qué le diréis?


Que estoy enferma de amor. La amada ha descubierto que, sola, no puede
encontrar al amado. Necesita implorar a las hijas de Jerusalén, sus compañeras,
que le busquen con ella, que la acompañen en su búsqueda, que intercedan por
ella ante el amado, que le digan que está herida, enferma de amor. "Pastores los
que fuerdes allá por el otero, si por ventura vierdes aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero" (S. Juan de la Cruz).

127
9. ¡ASÍ ES MI AMADO! : 5,9-6,3

a) Eres el más bello de los hombres

Contemplando las señales del amado, marcadas en el rostro de la amada, las


hijas de Jerusalén, deseosas de conocerle, preguntan: ¿En qué se distingue tu
Amado de los otros, oh la más bella de las mujeres? ¿En qué se distingue tu
Amado de los otros, para que así nos conjures? La esposa, que guarda en su
memoria bien custodiada la imagen del amado, le describe a las hijas de
Jerusalén con la pasión de su amor. Su retrato es casi un calco del elogio que él
ha hecho antes de ella (Cant 4). ¿No es ella su cuerpo, una sola carne con él?

Dice San Gregorio de Nisa: Si somos hijos de la Jerusalén celeste (Gál


4,26) escuchemos lo que nos enseña la esposa. Digamos con el rey David: "No
entraré bajo el techo de mi casa, no subiré al lecho de mi descanso, no daré sueño
a mis ojos, ni reposo a mis párpados, hasta que encuentre en mí mismo un lugar
para el Señor, haciéndome morada de su presencia" (Sal 131,3-5). No demos
descanso a nuestros ojos hasta recibir la "herida de su amor", pues "son
preferibles las heridas del amigo a los besos del enemigo" (Pr 27,6). El amigo,
cuyas heridas son mejores que los besos del enemigo, no ha cesado de amarnos
cuando éramos sus enemigos (Rom 5,8), mientras que el enemigo, sin que le
hubiéramos hecho ningún mal, nos infligió la muerte. A nuestros primeros padres
les pareció que era una herida la prohibición del mal, mientras que les pareció un
beso el comer el fruto de aspecto bello y agradable. Pero se vio claramente que
las heridas del amigo eran preferibles a los besos del enemigo.

128
Sin embargo, el amigo siguió amándonos a nosotros que, dudando de su
amor, pecamos; por nosotros dio la vida en la cruz. Con gozo la esposa se
muestra herida por su amor. Dios es amor (1Jn 4,16) y su amor penetra el
corazón mediante la flecha de la fe: este dardo, que hiere a la esposa, es la fe que
actúa en la caridad (Gál 5,6). Tal herida de amor hace brillar el rostro de la
esposa, haciéndola la más bella de las mujeres. Su esplendor lleva a las hijas de
Jerusalén a dar gloria al Esposo (Mt 5,16); por ello preguntan: ¿En qué se
distingue tu Amado de los otros, oh la más bella de las mujeres? ¿Cómo
podremos conocerlo, si no es posible hallarlo, si no responde cuando se le llama,
si no se deja aferrar cuando se le halla? Quítanos también a nosotras el velo de
los ojos, como han hecho contigo los guardias de la ciudad, para que podamos
caminar tras él. Indícanos las señales para que también nosotras podamos amarlo,
heridas con la flecha de su amor.

La esposa, herida de amor, exclama: "Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey. Eres el más bello de los hombres, en tus labios se
derrama la gracia..." (Sal 44,1ss). Y vuelta a las hijas de Jerusalén, despojada del
velo, con los ojos del espíritu iluminados (2Cor 3,13-16), les describe los rasgos
del cuerpo glorioso de Cristo (Flp 3,21), el Esposo amado: Mi Amado es
fulgurante y encendido, distinguido entre diez mil. Mi Amado, por quien todo fue
hecho (Jn 1,1-4), "se hizo carne y puso su morada entre nosotros y hemos
contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de
gracia y de verdad" (Jn 1,14-15). ¡Grande es el misterio de la piedad: El se ha
manifestado en la carne! (1Tim 3,16). "Siendo de condición divina, se despojó de
sí mismo tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres;
se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual
Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2,6ss).

El amado, "sentado sobre su trono de llamas, con ruedas de fuego


fulgurante, se envuelve de día en un manto cándido como la nieve" (Dn 7,9) y en
la noche su rostro se enciende de luz; el esplendor de su Gloria, irradiado por su
rostro, es como el fuego (Ez 1,27s). Así se distingue entre todos. Supera a José
que "era hermoso y de buen aspecto" (Gén 39,6), a David, que "era de buen
color, de ojos hermosos y buen aspecto" (1Sam 16,12;17,42), a Absalón "aunque
no había en todo Israel hombre más apuesto ni tan admirado como él; de pies a
cabeza no tenía un defecto" (2Sam 14,25).

Este es el Amado, la Palabra hecha carne, "que hemos visto con nuestros
ojos y hemos contemplado y tocado con nuestras manos" (1Jn 1,1). Es fulgurante
y encendido, distinguido entre diez mil. Hecho hombre, en todo semejante a
nosotros menos en el pecado (Heb 5,15), concebido por la potencia del Altísimo,
129
que como una sombra cubrió el seno virginal de María, el Amado es distinguido
entre diez mil. Pues como eternamente fue engendrado por el Padre sin concurso
de madre, en el tiempo fue concebido por la Madre sin intervención del varón.
Así es engendrado constantemente como primogénito de una multitud de
hermanos (Rom 8,29), quienes, acogiendo la Palabra y haciendo la voluntad del
Padre, se hacen su madre, concibiéndolo en sí mismos. El es también
primogénito de entre los muertos (Col 1,18), el primero que deshizo los lazos de
la muerte y, mediante su resurrección, abrió para todos el camino de la vida. El
nacimiento del agua (Jn 3,5) es la regeneración de los muertos, con la que
seguimos al Primogénito de la nueva creación (Col 1,15).

El es la primicia de la nueva creación. "Y si las primicias son santas,


también lo es la cosecha; y si la raíz es santa, también lo son las ramas" (Rom
11,16). La cosecha y las ramas son quienes, unidos a él por la fe y el bautismo,
forman su cuerpo, la Iglesia (Ef 5,29-32). Uno sólo es el cuerpo y muchos sus
miembros, cada uno con su función propia (Rom 12,4; 1Cor 12,12-28). "El
mismo dio a unos ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a
otros, pastores y maestros, para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que
lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo"
(Ef 4,11-13). Así "crecemos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo, de
quien todo el Cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de
junturas, que llevan la nutrición según la actividad propia de cada una de las
partes, realizando así el crecimiento del Cuerpo para la edificación en el amor"
(Ef 4,15-16). La belleza de todo el Cuerpo se refleja en cada miembro que, con
su misión propia, se mantiene inseparable del Cuerpo, que es la Iglesia, con
Cristo como Cabeza (Col 1,18), en la que reside corporalmente la Plenitud de la
divinidad (Col 2,9).

b) Su cabeza es oro finísimo

Su cabeza es oro finísimo; sus rizos, racimos de palmera, negros como el


cuervo. Su cabeza, Sabiduría de Dios, que la "creó al comienzo de su camino,
antes que sus obras más antiguas" (Pr 8,22), es más deseable que el oro puro,
"más que mucho oro fino" (Sal 19,11). Sus palabras, para quien las cumplen, son
blancas como la nieve, pero para quienes no las observan son negras como las
plumas del cuervo (Sal 111,10). De la Cabeza, de oro finísimo, sin escoria
alguna, reciben vida y gloria todos los demás miembros. En primer lugar, de la
cabeza descienden los rizos, racimos de palmera, negros como el cuervo, porque
se hallan llenos del relente de la noche; los profetas les llaman nubes, pues de

130
ellas cae la lluvia que riega los campos vivientes de la plantación de Dios (1Cor
3,7-9).

En la "gran nube de testigos" (Heb 12,1) destacan los apóstoles, que fueron
primeramente negros como el cuervo: uno publicano, otro ladrón, otro
perseguidor, carnívoros y que "sacan los ojos" (Pr 30,17). Así lo testimonia
Pablo: "Vosotros estabais muertos en vuestros delitos y pecados, viviendo según
el proceder de este mundo; así vivíamos también nosotros en otro tiempo, en las
concupiscencias de nuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los
malos pensamientos, destinados como los demás a la Cólera. Pero Dios, rico en
misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de
nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo y con él nos resucitó y nos
hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Ef 2,1-10). Nunca olvida Pablo que él,
antes de unirse como rizo a la Cabeza, a Cristo, era blasfemo, perseguidor e
insolente: "Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor
nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio, a mí,
que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontré
misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad. Y la gracia de nuestro
Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús. Es
cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al
mundo a salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo. Y si encontré
misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su
paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de obtener vida eterna" (1Tim
1,12-16). Bañado en el rocío de la gracia de Cristo, Pablo destiló por toda la
Iglesia la palabra de la salvación, de la que era testigo personal. Y lo mismo
Pedro, Mateo y los demás apóstoles. Llenos del rocío del Espíritu, son corona de
la Cabeza: "Has puesto en tu cabeza una corona de piedras preciosas" (Sal 20,4),
como una palmera rica en racimos.

c) Sus ojos como palomas

Sus ojos como palomas junto a corrientes de agua, bañándose en leche,


posadas junto a un estanque. Sus ojos, como palomas que se detienen junto a las
corrientes de agua, miran siempre a Jerusalén para bendecirla (1Re 8,29). Los
ojos del amado son idénticos a los de la amada (4,2; 6,6), pues, mirándose, se
reflejan mutuamente. Es el deseo permanente de la esposa: "¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados formases de repente los ojos deseados que
llevo en mis entrañas dibujados!" (S. Juan de la Cruz). La imagen fresca, grácil y
apacible de las palomas junto a las aguas es el símbolo de la impresión que
producen los ojos del amado en la amada.

131
Los ojos, según el Apóstol, están unidos a las manos, pues "no puede el ojo
decir a la mano: ¡no te necesito!" (1Cor 12,21). Los ojos, cuya misión es ver, son
los encargados de guiar la acción de las manos. Los ojos son puestos como
centinelas (Ez 3,17; 33,7) para vigilar la vida de los fieles de la Iglesia. Por eso
son como palomas, es decir, iluminados por el Espíritu Santo, que se manifestó
en forma de paloma junto a las aguas (Jn 1,32). Quien ha sido puesto como ojos
en la Iglesia necesita sumergirse en las aguas purificadoras, para revestirse de la
humildad y mansedumbre de las palomas (Mt 10,16). Bañándose en leche, dice la
esposa, es decir, en el líquido que no refleja la imagen de quien se mira en ella.
Los ojos no son para verse a sí mismos, sino para ver y mostrar a Cristo. Dicho
de otro modo, quienes están al frente de la Iglesia no se buscan a sí mismos, ni su
gloria, ni sus intereses personales, sino que buscan únicamente la gloria de
Cristo. Reposan junto a las aguas de la vida y no junto a los canales de Babilonia
(Sal 136,1), para no escuchar el reproche divino: "Me dejaron a mí, Manantial de
aguas vivas, para hacerse cisternas agrietadas, que no retienen el agua" (Jr 2,13).
Dan frutos abundantes si están "como árbol plantado junto a corrientes de agua,
que da fruto a su tiempo" (Sal 1,3). En cambio, si se alejan de la Palabra, yendo
en pos de la cisterna agrietada de la avaricia, la vanagloria o la soberbia, serán
"ciegos que guían a otro ciego, cayendo ambos en el hoyo" (Lc 6,39).

d) Sus labios destilan mirra

Sus mejillas son bancal de balsameras, semilleros de plantas aromáticas.


Sus labios son lirios, que destilan mirra fluida. Jardín de flores perfumadas son
sus mejillas, todas salpicadas de aromas: "como el ungüento fino que baja por la
barba, por la barba de Aarón, hasta la orla de sus vestiduras" (Sal 133,2).
Gregorio de Nisa lee mandíbulas en lugar de mejillas. Y sobre esa palabra hace
su comentario. Pablo, como una madre (1Tes 2,7), nutre a "los niños en Cristo"
(1Cor 3,1-2) con leche y reserva el pan de la sabiduría para quienes se han hecho
adultos en cuanto al hombre interior (1Cor 2,6). En el Cuerpo de Cristo es
necesario que haya mandíbulas para alimentar a quienes, destetados, desean el
alimento sólido. Para que este alimento nutra, es necesario que las mandíbulas
desmenucen y mastiquen la palabra hasta hacerla exhalar todos los jugos y
aromas, adaptados a todos los oyentes. De este modo "la palabra del Señor es
segura, instruye a los sencillos; es luminosa e ilumina el corazón" (Sal 18,8-9).
La palabra, desmenuzada, apta para nutrir a quien la recibe, es ofrecida en el
vaso, que forman las mandíbulas. Pablo, despojado de las escamas de sus ojos,
lleno del Espíritu Santo, es constituido vaso de elección para difundir el perfume
del Señor ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel (He 9,15). El desmenu-
zaba la Palabra, haciéndose judío con los judíos, griego con los griegos, todo a
todos a fin de ganarlos para Cristo, pues en Cristo "ya no hay judío ni griego, ni
132
esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos son uno en Cristo Jesús" (Gál
3,28).

Esta palabra de vida para todos es la que anuncia el enviado del Señor. Por
ello, a continuación, la esposa se fija en los labios: Sus labios son lirios, que
destilan mirra fluida. La mirra, que destila de la boca y nutre a quienes la acogen,
es la llamada a conversión, a dar muerte al hombre de pecado, para resucitar a
una vida nueva, esplendorosa como los lirios. Así se presentó Pedro, lleno del
Espíritu Santo, el día de Pentecostés, suscitando la compunción en quienes le
escuchaban, de modo que preguntaron: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Y
Pedro les contestó: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el
nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del
Espíritu Santo" (He 2,37ss). Lo mismo hizo en casa de Cornelio, donde, apenas
escuchada su palabra, cuantos estaban congregados fueron sepultados con Cristo
mediante el bautismo y recibieron la vida de resucitados, mediante el don del
Espíritu Santo (He 10,34-38; Col 2,12-13; Rom 6,4). Lo mismo acontecía
siempre que los constituidos en boca de la Iglesia abrían sus labios para anunciar
a Cristo. Todos llenaban a sus oyentes de mirra fluida, como testimonian, de un
modo singular, los confesores de Cristo, los mártires de la fe. Los labios destilan
mirra fluida. La dulzura de palabra da sabiduría (Pr 16,21), pues la palabra del
amigo brota del corazón y recrea a quien la oye (Pr 27,9). Por ello, quien gusta la
palabra (Nh 8) se goza en el Señor y confiesa: "La alegría del Señor es nuestra
fuerza" (Nh 8,10).

e) Sus manos, aros de oro

Sus manos, aros de oro, engastados de piedras de Tarsis. Su vientre, bloque


de marfil, recubierto de zafiros. Las doce tribus de Jacob están en torno al
pectoral de la santa diadema de oro (Ex 28,36), engastadas en doce gemas, con
los tres padres del mundo: Abraham, Isaac y Jacob (Ex 28,15-21). Rubén está
engastado en rubí; Simeón, en coral; Judá, en antimonio; Isacar, en esmeralda;
Zabulón, en perla; Dan, en berilo; Neftalí, en zafiro; Gad, en topacio; Aser, en
turquesa; José, en ónice; y Benjamín, en jaspe. Se asemejan a las doce constela-
ciones: lucientes como cristal y esplendentes como marfil, brillan como zafiros.

La palabra se hace vida. Las manos llevan a la práctica lo que los ojos ven y
los labios anuncian. La palabra de la fe se hace amor; de este modo el oyente de
la palabra se asemeja a Cristo, Palabra encarnada. Las manos, de oro, hacen a los
creyentes semejantes a la Cabeza, también de oro finísimo. A esto hemos sido
llamados, "a seguir las huellas de Cristo, que no cometió pecado, y en cuya boca
no se halló engaño; al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no
133
amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia; llevó en
su cuerpo sobre el madero nuestros pecados, a fin de que, muertos a nuestros
pecados, vivamos también nosotros para la justicia, pues con sus heridas hemos
sido curados, nosotros que éramos como ovejas descarriadas, pero hemos vuelto
al pastor y guardián de nuestras almas" (1Pe 2,21ss).

Estas son las manos de oro del Cuerpo de Cristo. No son manos de Cristo
las que buscan agradar a los hombres y se enredan en el amor al dinero, la gloria,
la vana apariencia, el lujo, el placer. Estas no se asemejan a la Cabeza. "Pues si
fiel es Dios, por quien hemos sido llamados a la comunión con su Hijo
Jesucristo" (1Cor 1,9;10,13), "lo que se exige de un administrador es que sea
fiel" (1Cor 4,2), que en todo se asemeje a su Señor. No se asemejaba al maestro
el discípulo Judas, a quien la avaricia llevó a la muerte (Jn 12,4-6; Mt 27,5).
Tarsis en la Escritura tiene dos significados. Unas veces se refiere a algo
condenable y otras a algo santo. Por ejemplo, cuando Jonás huye de Dios, se
embarca hacia Tarsis (1,3); por ello "el viento fuerte destroza las naves de Tarsis"
(Sal 47,8). El viento impetuoso, que vino del cielo sobre los discípulos reunidos
en el piso de arriba (He 2,1-3), transformó a los que antes, por miedo, habían
huido del Señor, escandalizados de la cruz y, ahora, están también con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Este viento impetuoso, que destroza las naves de
Tarsis, abrió las puertas y, posado sobre los discípulos en forma de lenguas de
fuego, les llevó a testimoniar sin miedo al Señor. Así Tarsis representa también
las ruedas de crisólido del carro de fuego de Ezequiel: "Su aspecto era como el
destello de Tarsis" (Ez 1,16). En la ruedas estaba el espíritu (Ez 1,20), que les
hacía ir en las cuatro direcciones. Las manos, que pueden llevar al hombre a
alejarse de Dios, penetradas por el Espíritu de Dios, se convierten en aros de oro,
engastados de piedras de Tarsis. Sobre ellas, como carro de fuego, se difunde por
todo el mundo la gloria de Dios.

Su vientre, bloque de marfil, recubierto de zafiros. El Señor le dijo a


Moisés: "Sube hasta mí, al monte; quédate allí y te daré las tablas de piedra" (Ex
24,12), en las que estaban grabadas las letras divinas. Luego, en el Evangelio, las
Palabras divinas no fueron escritas en tablas de piedra, sino en bloque de marfil,
recubierto de zafiros. Este es el vientre, el interior del hombre, el corazón, donde
el Espíritu graba las letras divinas. El Señor dijo al profeta Ezequiel: "come lo
que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel". Y añade:
"Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo, y me dijo: Aliméntate y sáciate de
este rollo que yo te doy. Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel" (Ez 3,1-
3). La escena se repite en el Apocalipsis: "La voz del cielo me dijo: Vete, toma el
librito y devóralo; te amargará las entrañas, pero en tu boca será dulce como la
miel" (Ap 10,8ss). Jeremías identifica vientre y corazón: "Me duelen las entrañas,
134
me duelen las entretelas del corazón, se me salta el corazón del pecho" (Jr 4,19).
En el vientre o en el corazón es donde penetra la palabra de Dios y hace correr
raudales de agua viva: "De su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía Jesús
refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él" (Jn 7,38-39). El
vientre de que habla la esposa coincide con el corazón, en el que es escrita la ley
del Señor (Rom 2,15), "no con tinta sino con el Espíritu del Dios vivo, no en
tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones" (2Cor 3,3).

f) Sus piernas, columnas de alabastro

Tras el elogio del vientre sigue la alabanza de las piernas: Sus piernas,
columnas de alabastro, asentadas sobre bases de oro puro. Siete columnas tiene la
casa de la Sabiduría, que ella misma se construyó (Pr 9,1). Corresponde al
Santuario, que edificó Besalel, lleno del espíritu de Dios y experto en el trabajo
del oro, la plata y el bronce, en labrar piedras de engaste (Ex 35,30-33). Los
justos son las columnas del mundo (Pr 10,25), puestas sobre bases de oro puro,
pues eso son los preceptos de la Torá, que ellos estudian. Ellos amonestan a Israel
a hacer la voluntad del Señor. Y El, como un anciano, está lleno de amor por
ellos, y vuelve blancos como la nieve los pecados de la casa de Israel (Is 1,18). Y,
como un joven valiente y fuerte como el cedro, se apresta a vencer y a combatir a
las naciones que transgreden su palabra (Ex 15,3).

Pablo llamó columnas de la Iglesia a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan


(Gál 2,9). En ellos se hallaba el fundamento de la verdad (1Tim 3,15). Gracias a
ellos la fe de la Iglesia posee firmeza y seguridad, por estar apoyada en la roca,
que es Cristo, Cabeza de oro de todo el Cuerpo, "pues nadie puede poner otro
cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1Cor 3,11). Cristo es la verdad (Jn 14,6),
sobre la que se asientan las columnas de la Iglesia.

Pero así como la Ley tenía muchas columnas, sobre las que se alzaba el
edificio de la Sabiduría, las columnas de la Iglesia, casa del Dios vivo (1Tim
3,15), el Evangelio las ha sintetizado en dos: "De estos dos mandamientos
penden toda la ley y los profetas" (Mt 22,40): "el primero y mayor es amar al
Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas y el
segundo, semejante a éste, es amar al prójimo como a sí mismo" (Mt 22,37-39).
Pablo, invitando a Timoteo a ser morada de Dios, coloca como columnas la fe y
la conciencia (1Tim 1,19). Con la fe indica el amor a Dios y con la conciencia
señala la disposición interior de amor al prójimo. Quien vive estos dos
mandamientos se convierte en columna firme de la verdad (1Tim 3,15). Las dos
columnas se asientan sobre Cristo, base firme de oro. Por ello Juan une los dos
mandamientos en uno: "Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de
135
su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros como él nos lo mandó" (1Jn
3,23).

Después del elogio de cada miembro en particular la esposa dirige su


mirada a todo el Cuerpo, "pues todos los miembros del cuerpo, no obstante su
pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un
solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un solo
Cuerpo" (1Cor 12,12-13): Su porte es como el Líbano, esbelto como un cedro. Su
boca es muy dulce y todo El es un encanto. Así es mi Amado, así mi amigo, hijas
de Jerusalén. Líbano elegido es el aspecto del Esposo. Pues el Líbano es
ambivalente en la Escritura: tiene su significado negativo, de altivez, y entonces
la palabra de Dios desgaja su cedros (Sal 28,5), y su significado positivo como
Líbano elegido y precioso, símbolo del justo "que, plantado en la casa de Dios,
crece como un cedro del Líbano" (Sal 91,13-14). Así florecen en los atrios de
nuestro Dios quienes han puesto las raíces de su fe en Cristo, el verdadero justo.
Cristo Cabeza y sus miembros, los cedros, dan al Esposo el aspecto esbelto del
Líbano. El vástago, que brota del tronco de Jesé, sobre el que reposa el espíritu
de Dios (Is 11,1ss), reconcilia al lobo y al cordero, al leopardo y al cabrito, la
baca y la osa, pues nadie hará daño en todo el monte santo de Dios (Is 11,6ss).
Todo ello gracias al hijo que ha nacido y nos ha sido dado, y que lleva sobre sus
hombros el señorío (Is 9,5). Es el niño que anunciaron todos los profetas, en
quienes hablaba el Espíritu de Dios. De él dice la esposa: así es mi Amado, así mi
amigo, hijas de Jerusalén. Todo él es un encanto.

g) Ven y lo verás

¿A dónde se ha ido tu Amado, la más bella de las mujeres? ¿A dónde se ha


dirigido, para que le busquemos contigo? La vida cristiana es una realidad
nupcial. De un modo especial los sacramentos realizan la unión del fiel con
Cristo. La invitación "corred, amigos, bebed" (5,1) es figura de la iniciación
cristiana. En las catequesis bautismales se instruía a los catecúmenos sobre los
sacramentos con el Cantar. La entrada solemne en el bautismo es lo que la amada
dice: "El rey me ha introducido en su alcoba" (1,4). Así comienza una catequesis
San Juan Crisóstomo: "Así, pues, vamos a hablaros como a la esposa que va a ser
introducida en la santa alcoba de sus bodas, dándoos a conocer la riqueza
sobreabundante del esposo y la bondad inefable que atestigua a la esposa y los
bienes que ella va a disfrutar". La iniciación cristiana es realmente una configura-
ción con Cristo resucitado que sube al Padre.

Las hijas de Jerusalén, que antes han preguntado a la esposa quién era su
Amado, ahora, después de haber oído su testimonio, preguntan dónde se
136
encuentra. El testimonio de la esposa les ha suscitado el deseo de verlo. Es la
misma súplica del salmista: "Muéstranos tu rostro y seremos salvos" (Sal 79,4).
La esposa, fiel discípula del Maestro, responde con él: "Venid y lo veréis" (Jn
1,39). Juan se encontraba con dos discípulos. Fijándose en Jesús, que pasaba,
dice: "He ahí el Cordero de Dios". Los dos discípulos lo oyeron y siguieron a
Jesús. Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les dice: "¿Qué buscáis?" Ellos le
respondieron: "Maestro, ¿dónde vives?" Les respondió: "Venid y lo veréis" (Jn
1,35ss). Luego Jesús se encuentra con Felipe y le dice: "Sígueme". Felipe,
entrando en la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, se hizo lámpara, que
alumbra a los demás. Se encuentra con Natanael y le dice: "Ese del que escribió
Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de
José, el de Nazaret". Le respondió Natanael: "¿De Nazaret puede venir algo
bueno?". Le dice Felipe: "Ven y lo verás" (Jn 1,43ss). Natanael entonces, dejando
la higuera de la Ley, cuya sombra le impedía ver la luz verdadera, se llegó a
Aquel que estaba secando las hojas de la higuera, incapaz de dar buenos frutos
(Mt 21,10). Y Jesús, viendo en él un verdadero hijo del patriarca Israel (Gén
25,28), le acogió diciéndole: "He aquí un verdadero israelita en el que no hay
engaño" (Jn 1,47).

La esposa responde a las hijas de Jerusalén: buscad al Señor en las


Escrituras: "todos vosotros, humildes de la tierra, buscad la humildad y hallaréis
cobijo el día de la Cólera del Señor" (Sof 2,3). Buscad también en mí que no os
ocultaré dónde ha ido. Hoy mismo podéis estar con él en el paraíso (Lc 23,43) si
confesáis vuestro pecado y confiáis en él. El apacienta sus ovejas entre los lirios,
que siguen al Cordero con vestiduras blancas y palmas en las manos (Ap 7,9),
después de haber pasado la gran tribulación y blanqueado sus túnicas en la sangre
del Cordero (Ap 7,14). El Cordero los apacienta y guía a los manantiales de las
aguas de la vida (Ap 7,17).

La esposa misma conduce a sus compañeras al encuentro con el Señor: Mi


Amado ha bajado a su jardín, a la era de las balsameras, a pastorear en su huertos
y recoger los lirios. Mi amado ha bajado, pues "siendo de condición divina no
retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando
la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo como
hombre; se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte, y muerte de cruz.
Por elllo, Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre sobre todo nombre. Para que al
nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp
2,6-11).

137
Descendió y vino a este mundo, a su viña, la que plantó su diestra (Sal
79,9.16), a su casa, a su jardín, a la plantación de Dios (1Cor 3,9), que había
devastado el jabalí salvaje (Sal 79,14). Descendió, "se hizo carne y puso su
Morada entre nosotros" (Jn 1,9ss). El, la luz de lo alto, "descendió para iluminar
a los que habitábamos en las tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros
pasos por el camino de la paz" (Lc 1,78-79). Descendió como buen samaritano en
busca del hombre malherido que, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos
de salteadores quienes, después de despojarlo y golpearlo, le abandonaron
dejándole medio muerto. Como la Ley, -el sacerdote y el levita-, no pudo sanar
sus heridas, pues la sangre de cabritos y toros no quita el pecado (He 9,11ss),
entonces él, movido a compasión, se acercó y vendó sus heridas, echando en ellas
aceite y vino; luego, montándolo sobre su propia cabalgadura, es decir, sobre su
propia carne, lo llevó a la posada y cuidó de él (Lc 10,30ss). Cristo hace la
misma bajada del hombre, desde la Jerusalén celestial a Jericó, desde cielo al
mundo de los hombres, haciéndose hombre para salvarnos. Pues "así como los
hombres participan de la carne y de la sangre, así también participó él de las
mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al
Diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos
a esclavitud" (Heb 2,14-15).

h) Yo soy para mi Amado

En la posada, en la Iglesia, que es casa de la misericordia, se encuentra el


Amado, para acoger a los pecadores y sanarles de sus heridas con el aceite y el
vino de sus manos sacramentales. En la Iglesia está la copa de la salvación, el
vino que recrea el corazón del hombre y el aceite que da brillo a su rostro (Sal
103, 15), el ungüento del amor, que desciende por la barba de Aarón. La Iglesia
es el aprisco donde pastorea y recoge las ovejas perdidas, cargándolas sobre sus
hombros (Jn 10,11ss). Como buen pastor no empuja a su rebaño a lugares
desérticos y espinosos, no le nutre con pastos secos, sino con el lirio de la Palabra
de Dios que permanece para siempre (Is 40,6-8). El mismo se da como alimento
de sus ovejas: "yo doy mi vida por las ovejas" (Jn 10,15). En Cristo los fieles
encuentran todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable,
de honorable, todo cuanto es virtud y cosa digna de elogio (Flp 4,8). Por ello
confiesa la esposa: Yo soy para mi Amado y mi Amado es para mí, El pastorea
entre lirios. No necesita buscar nada fuera de él, pues en él lo encuentra todo: "El
Señor es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me apacienta.
Hacia las aguas de reposo me conduce y conforta mi alma. Prepara para mí una
mesa frente a mis adversarios, unge con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. Sí,
dicha y gracia me acompañan todos los días de mi vida; mi morada será la casa
de Dios a lo largo de mis días" (Sal 22) ¡Qué amables son tus moradas, Señor, mi
138
corazón se alegra en sus atrios. Un solo día en tu casa vale más que mil fuera de
ella, mejores son sus umbrales que los palacios de los potentes! (Sal 83). Santa
Teresa desea "arrojarse en los brazos del Señor, tan abrasado en amor nuestro y
hacer un concierto con él: que mire yo a mi Amado y mi Amado a mí, y que mire
El por mis cosas y yo por las suyas".

En la morada de la misericordia, el amor transforma a la esposa, hasta


llevarla a reproducir la imagen del Esposo (Rom 8,29). Así es transformado
Pablo, muerto al pecado, y vivo sólo para Dios en Cristo Jesús (Rom 6,11): "En
efecto, con Cristo estoy crucificado y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive
en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios,
que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gál 2,19-20). "Para mí la vida es
Cristo" (Flp 1,21). Yo soy para mi Amado y mi Amado es para mí. En Pablo, en
la esposa y en cuantos hacen de Cristo su vida, brilla el esplendor del Señor (Sal
89,16). A quienes glorifican al Señor, él les cubre de gloria (1Sam 2,30).

La esposa, con su agradecido memorial del esposo, le ha hecho presente


(Cant 6,4). Hacer memorial del amado no es sólo recordarle, sino hacerlo
presente. El tiempo de Dios, en su unicidad, se desenvuelve y desarrolla en
acontecimientos únicos, que no se repiten ni se pierden, es decir, que no pasan,
pues quedan en la "memoria-anamnesis" de la liturgia con su propia virtualidad y
eficacia salvífica. En la liturgia, los eventos salvíficos, superando el tiempo, son
siempre actuales, presentes en el hoy del memorial. Así el tiempo litúrgico
testimonia que la salvación es una realidad que se actualiza continuamente. El
tiempo litúrgico es el tiempo de la actuación de Cristo mediante su Espíritu
presente en la Iglesia. En la liturgia Cristo está presente y actúa. El es el liturgo
en la Iglesia, en su cuerpo eclesial. En Cristo, los siglos, el año, la semana, el día,
las horas, los instantes son kairos para el cristiano, porque pertenecen a Aquel
que vive "en los siglos de los siglos". El, colocado en el centro, da sentido al año.
El ritma las semanas con el día que se llama Domingo: día del Señor. El es el hoy
en el que la Iglesia celebra los sacramentos y la liturgia de las horas. El llena
cada latido del corazón de los fieles.

La liturgia transfigura los días del creyente, convirtiéndolos en momentos


favorables de configuración con el Señor que vive y reina por los siglos de los
siglos. El hoy litúrgico ritma la existencia rescatada y redimida del cristiano. El
memorial continuo de los acontecimientos de salvación, al actualizarlos, los
transforma en encuentros con Cristo, Señor del tiempo y de la historia. El
memorial del futuro anticipado y del pasado vivido se hace presente en el hoy de
la gracia. Por ello, a continuación, el Esposo abre su boca y se deshace en elogios
a la esposa.
139
10. ¡BENDITA TU ENTRE TODAS LAS MUJERES!: 6,4-7,11

a) ¡Qué hermosa eres, amada mía

Hermosa eres, amiga mía, como Tirsá, encantadora como Jerusalén,


imponente como batallones. Dijo el Señor: ¡Qué bella eres, amada mía, cuando
140
te complaces en mi voluntad! Entonces tu terror te acompaña ante todas las
naciones, como cuando tus cuatro batallones andaban por el desierto: "Cuando el
Arca se movía, Moisés decía: Levántate Señor y se dispersen tus enemigos y
huyan de tu presencia los que te odian" (Nú 10,35; Sal 68,1).

¡Qué hermosa eres, amada mía! Por un momento de olvidé, pero de nuevo
me acordé de ti. Te conduje al desierto, te hablé al corazón y tú has respondido
con el impulso de una nueva juventud. Me has llamado "esposo mío" y te has
desposado conmigo en gracia y ternura. Tú eres mi pueblo y yo soy tu Dios (Os
2). Ahora que has vuelto a mí estás más bella que nunca. Las lágrimas de tu
conversión te han hecho encantadora. El amor recreado supera al primer amor.

La amada, con belleza fulgurante, crea en quien la contempla la emoción


que se siente al ver desplegadas al viento las banderas de un ejército inmenso. Es
una imagen de triunfo, con dos ciudades emblemáticas de Israel al fondo. Una es
Jerusalén, "ciudad firme y compacta" (Sal 122,3), "altura hermosa, alegría de
toda la tierra, capital del gran Rey" (Sal 48,3), "la ciudad de nuestras fiestas" (Is
33,20), "revestida de esplendor, con los más hermosos vestidos" (Is 52,1),
"revestida de luz" (Is 60,1), "hermosura perfecta y gozo de toda la tierra" (Lm
2,15). Jerusalén es el signo de lo más precioso y fascinante que existe en la tierra:
"Sus puertas serán renovadas con zafiros y esmeraldas y de piedras preciosas sus
murallas. Sus torres serán edificadas con oro, y con oro puro sus baluartes. El
pavimento de las plazas será de rubí y piedras de Ofir" (Tb 13,17-18). Y junto a
Jerusalén, capital de Judá, el reino del sur, aparece Tisrá, capital de Israel, el
reino del norte (1Re 14,17; 15,21; 16,6ss); su nombre significa "la deseable". La
amada une en sí la belleza de los reinos. En ella encuentra el amado paz y gozo
pleno.

Con el resplandor del Señor de la gloria, brillando sobre el rostro de la


esposa, ella se hace luminosa como la luna con los rayos del sol. El coro de los
ángeles la incluye en su alabanza al Señor: "Gloria a Dios en lo alto de los cielos
y en la tierra paz a los hombres en quien él se complace" (Lc 2,13-14). Con la
encarnación de Cristo, Jerusalén se ha hecho realmente "la ciudad del gran Rey"
(Mt 5,35). Encantadora como Jerusalén es la Iglesia, morada permanente del
Señor de la gloria. Y con la Iglesia, cada fiel, habitado por el Señor, se transforma
en luz, donde el Padre es glorificado (Mt 5,16). Con el descenso del Hijo desde el
seno del Padre (Jn 1,18) al seno del cristiano, éste se transforma en templo de
Dios, casa de oración para todas las gentes (Mc 11,17), lugar de la salvación y
misericordia para los hombres. Pues nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por
nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2Cor 8,9). El se hizo
siervo para que nosotros reináramos con él (Rom 5,17).
141
La presencia del Señor hace de la Iglesia la nueva Jerusalén, madre fecunda
de hijos libres: hijos de la promesa (Gál 4,26-28). Rescatados, no por la espada,
sino por el brazo potente de Dios (Sal 44,4ss), los hijos de la Iglesia, se sienten
libres y firmes en el amor: "Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues,
firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. Porque,
hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad
pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por amor unos a otros. Pues toda
la Ley alcanza su plenitud en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti
mismo" (Gál 5,1ss). "Actuar, pues, como hombres libres, y no como quienes
hacen de la libertad un pretexto para la maldad, sino que, como siervos de Dios,
honrad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios" (1Pe 2,16-17). Para
defenderse de la tentación de volver a la esclavitud, la Iglesia está dotada de toda
la potencia del Señor, imponente como batallones en orden de batalla.

Aparta tu ojos porque me turban. La esposa había suplicado al esposo:


"Guárdame como la pupila de los ojos, escóndeme a la sombra de tus alas, de
esos impíos que me acosan, enemigos ensañados que me cercan" (Sal 16,8). El
esposo ha escuchado la plegaria, según dice el salmista: "El te libra de la red del
cazador, con sus plumas te cubre, y bajo sus alas tienes un refugio" (Sal 90,3-4).
El encontró a la esposa en tierra desierta, en la soledad rugiente de la estepa, la
envolvió y cuidó como a la niña de sus ojos (Dt 32,10). Luego, como un águila
incita su nidada revoloteando sobre sus polluelos, el esposo desplegó sus alas,
tomó a la esposa y la llevó sobre sus plumas (Dt 32,11). Bajo la protección de las
alas de Dios, la esposa recibió alas de paloma para volar y reposar (Sal 54,7) en
los ojos de Dios: "Halló gracia en el desierto el pueblo que se libró de la espada,
va a su descanso Israel" (Jr 31,2). Una vez que halló gracia a sus ojos, como Noé
(Gén 6,8), entró en el arca y se salvó del diluvio; como David, halló gracia a los
ojos de Dios y encontró el lugar de la Morada para el Señor (He 7,46). "No
temas, dijo el ángel a María, porque has hallado gracia a los ojos de Dios" (Lc
1,30). Es la gracia con que el Padre nos agració en el Amado (Ef 1,6). Ahora el
esposo, encontrándose con la amada, exclama: ¡Cómo has cambiado, amada mía!
Los tímidos ojos de paloma, que escondías tras el velo, después de la prueba del
fuego, han quedado bruñidos como espadas, hasta turbarme. Como Jacob has
luchado con Dios toda la noche hasta el alba y, como él, has vencido. Ahora eres
fuerte, irresistible, pues cuentas con la fuerza de su bendición (Gén 32,23ss).
Herida de amor, cojeando, te has echado a sus pies y él te ha estrechado entre sus
brazos abiertos, más aún, has entrado en su costado, herido también de amor por
ti.

142
Como no es posible fijar los ojos en el sol que ilumina Jerusalén, tampoco
el esposo puede resistir los ojos fulgurantes de la amada, que le subyugan y
encadenan. A su luz refulgen los cabellos, los dientes y las mejillas. Los amantes
se dicen una y otra vez los mismos piropos. Por eso aquí se repiten los elogios de
los cabellos y de los dientes y la mejillas (Cfr 4,1ss): Aparta tus ojos porque me
turban. Tus cabellos son un hato de cabras que ondulan por el monte Galaad. Tus
dientes, un rebaño de ovejas, recién salido de bañar. Cada oveja tiene mellizos y
entre ellas no hay estéril. Tus mejillas, como medias granadas tras el velo.
Esposo y esposa son una sola carne; lo que la esposa dice del Cuerpo del Esposo
(4,1ss), lo repite él de ella. Lo primero en que se fija es en la cabellera, "que es la
gloria de la mujer" (1Cor 11,15). Luego alaba los dientes, es decir, a quienes
nutren el cuerpo de la Iglesia, bañados en primer lugar ellos en la sangre del
Cordero, para dar a los demás el alimento de la Palabra de vida. Así la Iglesia,
fecunda en hijos, crece y se difunde con el testimonio y con la palabra. El
testimonio de vida y el anuncio de los labios se completan. Con ambas cosas las
mejillas de la esposa aparecen como medias granadas tras el velo. El martirio y el
anuncio de Cristo crucificado son las dos medias granadas rojas que dan belleza
y vida a la Iglesia. La palabra de la Iglesia es eficaz cuando está colorada de rojo,
de la sangre que nos ha rescatado. Así Pablo no quería hablar de otra cosa que de
Cristo, y Cristo crucificado (1Cor 1,23;2,2). Y la palabra, que predica, la lleva
encarnada en sí mismo: "Con Cristo estoy crucificado y no vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe
del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gál 2,19-20).

Este es el tesoro escondido tras el velo del corazón, pues la esposa no pone
su corazón en otra cosa (Mt 6,20-21), "pues en él ha sido enriquecida en todo, en
toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado en
ella el testimonio de Cristo" (1Cor 1,5-6). Con David dice: "Para mí, mi bien es
estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor, a fin de publicar todas sus
obras a las puertas de la hija de Sión" (Sal 72,28). Y con Pablo proclama:
"¿Quién nos separará del amor de Cristo? Estoy seguro de que ni la muerte ni la
vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las
potestades ni la altura ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos
del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8,35ss). "No
hay temor en el amor, pues el amor perfecto expulsa el temor, que mira al
castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud del amor" (1Jn 4,18).

b) Unica es mi paloma

Esta plenitud del amor es el fruto del Espíritu Santo, don esponsal de Cristo
a la Iglesia, por lo que puede decir de ella: Unica es mi paloma, mi perfecta. Ella,
143
la única de su madre, la preferida de la que la dio a luz. Las doncellas que la ven
la felicitan, reinas y concubinas la elogian. El Espíritu, con el vínculo de la paz,
es el lazo de la unidad, creando un solo Cuerpo, una esperanza, una fe, un solo
bautismo (Ef 4,3ss). El Espíritu hace comprender a los discípulos que Cristo está
en el Padre y ellos en él y él en ellos (Jn 14,16.20). La plenitud del amor, fruto
del don del Espíritu, hace que el Padre nos ame y venga junto con el Hijo a morar
en nosotros (Jn 14,23). Es el deseo del Amado: introducir a la amada en la unidad
de la vida trinitaria: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean
uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la
gloria que tú me diste para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y
tú en mí para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has
enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí" (Jn 17,21-23).
Verdaderamente es única la esposa del Señor y, en su unidad, testimonia al
mundo el amor de Dios. Por su amor y unidad la felicitarán las doncellas, la
elogiarán reinas y concubinas. En ella, milagro de amor y unidad, el mundo
encontrará la vida.

Filón de Carpasia canta: Eres hermosa, Iglesia santa, como la Jerusalén


celeste, porque "te has acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, la
Jerusalén celestial, a miríadas de ángeles, reunión solemne y asamblea de los
primogénitos inscritos en los cielos, a Dios, juez universal, y a los espíritus de los
justos llegados ya a su consumación, y a Jesús, mediador de la nueva Alianza, y a
la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel" (Heb
12,22-24). Pues, en tus santos, estás ya ante mi presencia, vuelve los ojos de tu
corazón hacia mí, tu tesoro, y olvida los ajos y cebollas de tu vida pasada en la
esclavitud. Tus hijos eran como un rebaño de cabras; la fe les ha despojado de su
hombre viejo y ahora son un rebaño de ovejas lavado en el baño de regeneración.
Entraron solos en el seno fecundo de la Iglesia y salieron con el Espíritu Santo. Y
como recién nacidos se les tiñeron los labios de escarlata al beber la sangre de
Cristo. Con la confesión de su fe se volvieron rojas también sus mejillas; esta
sangre de Cristo se hizo patente en su testimonio. Así se unieron a la multitud
innumerable de los creyentes de toda nación, razas, pueblos y lenguas (Ap 7,9).
De todos ellos dice el Esposo: Unica es mi paloma, mi perfecta. Unica es la
madre Iglesia, extendida por toda la tierra.

La asamblea de Israel, como una paloma perfecta (Os 7,11), daba culto al
Señor con un solo corazón y se adhería a la Torá con corazón perfecto y sus obras
eran como cuando salió de Egipto. Entonces los hijos de los Asmodeos y
Matatías y todo el pueblo de Israel salieron a entablar batalla contra sus
enemigos, y el Señor se los entregó en sus manos (1Mac 7,43-48). Cuando vieron

144
esto los habitantes de la tierra les felicitaron y los reinos de la tierra y los
potentados los elogiaron (1Mac 8,17ss; 10,22ss; 12,1-23).

La esposa es única, ella sola sacia cualquier deseo de amor en el amado,


colma su corazón. La amada es insostituible. Entre sesenta reinas, ochenta
concubinas e innumerables doncellas ella es la amada, la única, la perfecta.
Como para una madre su hijo es el ser más bello del mundo, para el amado su
esposa es la predilecta, que hace empalidecer a todas las demás. El amor exige la
exclusividad. Las doncellas en coro elogian y felicitan a la elegida, "bendita entre
todas las mujeres"; cantan su dicha: "Se levantan sus hijos y la llaman dichosa:
¡Muchas mujeres hicieron proezas, pero tú las superas a todas!" (Pr 31,28s).
"¡Bendita tú entre las mujeres!" (Lc 1,42), exclama Isabel ante María, que "ha
hallado gracia a los ojos de Dios" (Lc 1,30). "Dios ha puesto los ojos en la
pequeñez de su sierva; todas las generaciones la llamarán bienaventurada, porque
ha hecho en ella maravillas el Poderoso, Santo es su nombre" (Lc 1,48s).

Isaías, que en otro tiempo la contempló desolada (Is 37,26ss), la felicita:


"Ya no se te dirá abandonada ni a tu tierra desolada, sino que te llamarán mi
complacencia y a tu tierra, Desposada. Yahveh se complacerá en ti, y tu tierra
será desposada. Porque como se casa un joven con una doncella, así se casará
contigo tu Creador, y con gozo de esposo se gozará por ti tu Dios" (Is 62,4-5). La
felicita Malaquías: "Todas las naciones te felicitarán entonces, porque serás una
tierra de delicias" (Ml 3,12).

c) ¿Quién es esa que asoma como el alba?

Sorprendidos, todos se preguntan: ¿Quién es esa que asoma como el alba,


bella como la luna, refulgente como el sol, imponente como batallones? Mientras
flamean al viento las banderas gloriosas del esposo, vencedor de la muerte, la
esposa asoma revestida del delicado brillo del alba, del encanto de la luna y del
fulgor del sol. La aurora, con su luz tenue, apaga las luces de la noche y abre el
camino a la luz del día. Dicen las naciones: ¡Qué espléndidas las obras de este
pueblo! Son como el alba. Sus jóvenes son bellos como la luna y sus obras
refulgen como el sol. Y su terror está en todos los habitantes de la tierra, como
cuando lo cuatro batallones anduvieron por el desierto (Nm 10,35).

Habiéndola conocido antes, los que la ven ahora se preguntan: ¿Quién es


esa? Pues como el alba surge de las tinieblas, también la Iglesia surge de la
idolatría, como anuncia Zacarías: "Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo,
pues irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la
salvación, el perdón de los pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro
145
Dios, nos visitará una luz de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y
en sombras de muerte" (Lc 1,76-79). Como la aurora precede al sol, la amada
precede al Sol de justicia, la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene
a este mundo (Jn 1,9). La luz del sol, que nace de lo alto, se refleja en la Iglesia,
bella y dulce como la luna que brilla en la noche. El Señor la ha mirado y en ella
se refleja la luz del amado: "Por ser Cristo luz de las gentes, su claridad
resplandece sobre el rostro de la Iglesia" (LG 1). La luna no tiene luz propia, pero
refleja en la noche la luz del sol. Penetrada por la luz del sol la irradia sobre la
tierra. La aurora nos da la certeza de la llegada del sol (Os 6,3).

San Gregorio Magno dice que con razón se designa con el nombre de
aurora a toda la Iglesia de los elegidos, ya que la aurora es el paso de las tinieblas
a la luz. La Iglesia, en efecto, es conducida de la noche de la incredulidad a la luz
de la fe, y así, a imitación de la aurora, después de las tinieblas se abre al
esplendor diurno de la claridad celestial. Por esto dice acertadamente el Cantar de
los cantares: "¿Quién es ésta que se levanta como la aurora?". Efectivamente, la
santa Iglesia, por su deseo del don de la vida celestial, es llamada aurora, porque,
al tiempo que va desechando las tinieblas del pecado, se va iluminando con la luz
de la justicia.

La aurora anuncia que la noche ya ha pasado, pero no muestra todavía la


íntegra claridad del día, sino que, por ser la transición entre la noche y el día,
tiene algo de tinieblas y de luz al mismo tiempo. Así nosotros, en parte obramos
ya según la luz, pero en parte conservamos también restos de tinieblas. Por eso
dice Pablo: "La noche va pasando", pero no añade: "El día ha llegado", sino: "El
día está encima". Nos hallamos, pues, en la aurora, en el tiempo que media entre
las tinieblas y el sol. La santa Iglesia será pleno día cuando no tenga ya mezcla
alguna de la sombra del pecado. Será pleno día cuando esté perfectamente
iluminada con la fuerza de la luz interior. Anhelando llegar a la perfecta claridad
de la visión eterna, la Iglesia ora con el salmista: "Mi alma tiene sed del Dios
vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?". Y con Pablo confiesa: "Para mí la
vida es Cristo, y la muerte una ganancia".

Se extrañaron las gentes al ver al paralítico de nacimiento que saltaba (He


3,10), al ver a Dorcás resucitar de la muerte (He 9,36-42), al ver la fuerza de
Pedro, cuya sola sombra curaba a los enfermos (He 5,15). "Al oír esto los
gentiles se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor; y creyeron
cuantos estaban destinados a la vida eterna. Y la Palabra del Señor se difundía
por toda la región" (He 13,48-49). A este jardín desciende el Esposo a ver si ha
florecido la viña de Israel, arrancada de Egipto y trasplantada en la buena tierra
(Sal 79,9). Y con sorpresa ve los frutos excelentes de las Iglesias, dispersas por la
146
faz de la tierra, pero unidas, como granadas de color naranja vivo y sabor de
vino, con sus innumerables granos bien compactos. Gozosa la Iglesia muestra al
Esposo sus dos pechos: la Palabra de los dos Testamentos cumplida, duplicada:
"Señor, cinco talentos (la Torá) me entregaste, aquí tienes otros cinco que he
ganado. Señor, dos talentos me entregaste (en el Evangelio: amor a Dios y al
prójimo), aquí tienes otros dos que he ganado" (Mt 25,14ss). El Esposo,
complacido por su fidelidad, le invita a entrar en el gozo del Señor. Ella,
sorprendida, nos dice: Sin saberlo, me encontré en la carroza con mi príncipe.

d) Bajé a mi nogueral

El Apocalipsis (12,1ss) nos recuerda el Génesis (3,15), donde se anuncia la


perenne enemistad entre la mujer y la serpiente, entre la descendencia de ésta y la
descendencia de aquella, hasta que la descendencia de la mujer aplaste la cabeza
de la serpiente, "serpiente antigua, que tiene por nombre Diablo y Satanás y anda
seduciendo a todo el mundo" (Ap 12,9). También evoca el Exodo, con la alusión
al desierto (v.6) y con "las alas de águila" dadas a la mujer para volar hacia él
(v.14): "Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os
he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí" (Ex 19,4). Este trasfondo
permite reconocer en la Mujer al Israel de la espera y, sobre todo, al nuevo Israel
del cumplimiento. Al centro aparece una figura gloriosa: una mujer vestida de la
luz del sol, como lo está Dios mismo (Sal 104,2), apoyada sobre la luna y
coronada de doce estrellas: "¿Quién es ésa que surge como la aurora, bella como
la luna, esplendorosa como el sol, terrible como escuadrones ordenados?" (6,10).
Esta Mujer es la Madre, la Esposa, la Ciudad Santa, símbolo de la salvación,
encinta del Mesías. Los dolores del parto aparecen en los profetas como imagen
del preludio de la llegada del Mesías.

Bajé a mi nogueral para ver los brotes de la vega, a ver si la vid estaba en
ciernes y si florecían los granados. Del palacio real el esposo desciende a la
intimidad del jardín. Paseando por él, a la hora de la brisa de la tarde, contempla
los brotes, las vides en flor, las gemas de las granadas. Es su nogueral. El Midras
compara a la Asamblea de Israel con el nogal. Como el nogal se poda y rebrota,
pues le sienta bien la poda, así todo lo que los israelitas recortan de sus frutos
para el diezmo, la limosna o para darlo a los que se ocupan de la Torá en este
mundo, les sienta bien y se les renueva. Con ello aumentan la riqueza en este
mundo y consiguen el premio para el mundo futuro. Y como una piedra puede
romper una nuez, así la Torá, llamada piedra (Ex 24,12), puede romper la mala
inclinación, aunque sea dura como la piedra: "Quitaré de vuestro cuerpo el
corazón de piedra" (Ez 36,26). Como en la nuez la cáscara protege el fruto, así
los israelitas mantienen intactas las palabras de la Torá, que se convierte en
147
"árbol de vida para los que las mantienen" (Pr 3,18). Igual que cuando una nuez
cae en la basura se la lava y vuelve a ser como antes, apta para comerla, así los
israelitas, por mucho que se ensucien pecando a lo largo del año, cuando llega el
Yom Kippur se les absuelve de todo, "porque en ese día se hará expiación por
vosotros" (Lv 16,30). Y así como las nueces no pueden burlar la aduana, pues se
oye su ruido y son descubiertas, así los israelitas, vayan donde vayan, no pueden
ocultar que son el pueblo santo. ¿Por qué? Porque se les reconoce siempre:
"Todos los que los ven los reconocen, ¡son la semilla que ha bendecido Yahveh!"
(Is 61,9). Todas las acciones de Israel son distintas de las acciones de las
naciones extrajeras: su forma de labrar (Dt 22,10), plantar (Lv 19,23), sembrar
(Dt 22,9), segar (Lv 19,9), amontonar las gavillas (Dt 24,19), trillar, almacenar
(Ex 22,28), pisar la uva (Nm 18,27), construir sus tejados, tratar las primicias (Dt
15,19), tratar su cuerpo (Lv 19,28), cortarse el pelo (Lv 19,27) y calcular el
tiempo, porque los israelitas se rigen en su calendario por la luna y las naciones
extranjeras lo hacer por el sol. Y así como, al coger una nuez del montón, todas
ruedan una tras otra, así también en la Asamblea de Israel, si es golpeado uno,
todos lo sienten: ¿Acaso si un hombre solo peca te encolerizas con toda la
comunidad?" (Nm 16,22).

Sin saberlo, me encontré en la carroza con mi príncipe. El Señor, que


levanta a los caídos, dijo: No les afligiré más, no les exterminaré más porque he
decidido hacerles bien y ponerlos, gloriosos, en carros de reyes (Ba 5,6). Por ello,
la asamblea de Israel dice a las naciones extranjeras: "No te alegres de mi suerte,
oh enemiga mía, pues si caí me levantaré" (Miq 7,8), pues, cuando estaba sumida
en las tinieblas, el Señor me sacó a la luz: "Aunque me siente en las tinieblas
Yahveh es mi luz" (Ibidem). Se parece a una princesa que andaba espigando entre
los rastrojos y resultó que el rey pasó por allí y, al reconocer a la hija de su alma,
la recogió y la hizo sentarse con él en el carro. Se maravillaron sus compañeras y
decían: Ayer andaba espigando entre los rastrojos y hoy se sienta en el carro con
el rey. Y ella les dijo: Tal como os extrañáis vosotras me maravillo también yo,
pues "sin saberlo, me encontré en la carroza con mi príncipe". Así mismo, cuando
los israelitas estaban en Egipto, oprimidos en el barro y los ladrillos, eran
despreciados a los ojos de los egipcios. Pero, cuando el Señor les salvó, se
convirtieron en gobernadores de todo el mundo. Las naciones se maravillaron y
les dijeron: Ayer andabais trabajando en el barro y los ladrillos y hoy gobernáis
todo el mundo. La Asamblea de Israel contestó: Tal como vosotras os extrañáis
me maravillo yo, pues "sin saberlo, me encontré en la carroza con mi príncipe".

Sin saberlo, como le sucedió a Eliseo con Elías (2Re 2,1ss), el amor
arrastró al esposo a los cielos en el carro de fuego; es el carro de Amminadad,
que acoge en Quiryat Yearim el arca de Dios durante su traslado a Jerusalén
148
(1Sam 7,1). La esposa dice: "Sin darme cuenta, él hizo de mí el carro de
Amminadab, lugar de la presencia de Dios, arca o templo donde él habita: "He
aquí que la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá Emmanuel" (Is
7,14). "La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba
desposada con José y, antes de empezar a estar juntos, se encontró encinta por
obra del Espíritu Santo" (Mt 1,18).

e) Danza de dos coros

San Cirilo de Jerusalén, anunciando las catequesis que siguen al bautismo,


habla a los catecúmenos del nuevo "estilo de vida que conduce al cristiano a la
vida eterna". El estilo de vida es el despliegue del nuevo ser en su actuar. La
nueva vida se rige por el amor y la alegría que suscita el Espíritu Santo. Los
cristianos son artistas y su arte es su vida. La vida cristiana es ars Deo vivendi, el
arte de vivir con Dios y para Dios; cada uno hace de su vida una obra de arte, que
muestra "la gloria de la gracia con que nos agració el Amado" (Ef 1,6), pues en
realidad el artista que modela la vida del cristiano es el Espíritu Santo.

El Cantar, obra de arte del Espíritu, es un poema lírico, con toda su música
y emoción sugestiva. El encanto poético lo llena de hechizo y maravilla. Forma y
contenido se compenetran y se arropan mutuamente, velando y desvelando el
inefable amor de Dios a los hombres. El canto explota en el júbilo de la danza y
el baile se hace canto, pues el amor se contagia con el eco que produce en
cuantos acompañan a los amantes. La voz vence el silencio y la soledad; se
olvida el pasado y el futuro no existe; se vive plenamente el presente. Cuando en
Israel no se oyen cantos es como si faltara vino en las bodas: "Haré cesar en las
ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén toda voz de gozo y alegría, la voz
del novio y la voz de la novia; toda la tierra quedará desolada" (Jr 7,34; 16,9).
"La tierra ha sido profanada bajo sus habitantes, que rompieron la alianza.
Languidece el mosto, la viña está mustia; se han trocado en gemidos las alegrías
del corazón. Ha cesado el alborozo de los panderos y de las cítaras. Ya no beben
vino entre canciones. Se lamentan en las calles porque no hay vino, ni fiesta; ha
desaparecido la alegría de la tierra" (Is 24,1ss). El pesado silencio de la tierra, sin
cantos de novios, engendra lamentaciones: "Los jóvenes silencian sus cantos, se
acabó la alegría de nuestro corazón, la danza se ha vuelto luto" (Lm 5,14s).

Sin embargo, el mismo profeta Jeremías anuncia: "En este lugar que veis
ahora desolado se volverán a escuchar las voces alegres y las voces gozosas, los
cantos del novio y los cantos de la novia" (Jr 33,10). Con Cristo vuelve la
abundancia del vino y la alegría de las bodas de Dios con su pueblo (Jn 2,1-12;
15,11; Ap 19,1ss). Para celebrar estas bodas en la alegría, el novio enamora a la
149
novia: "Ahora voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón. Y ella
responderá y me llamará esposo mío. Entonces la desposaré para siempre con
amor y cariño" (Os 2,ss). María, la hija de Sión, recoge la profecía que compara a
Israel con una viña pisoteada y convertida en erial, en la que "ya no hay vino",-
"se lamentan en las calles por el vino", "desapareció toda alegría, emigró el
alborozo de la tierra" (Is 5,1-7; 24,7-13)-, y se lo hace presente a su Hijo. Y
Jesús, el Esposo, cambia el agua en vino y "en abundancia". Para esto ha venido
Jesús: "para que tengan vida y en abundancia". Con Cristo llega la alegría de las
bodas de Dios con los hombres. Mandando llenar las tinajas hasta el borde, Jesús
expresa su deseo de colmar los corazones de su alegría: "Os he dicho esto para
que mi alegría esté en vosotros y que vuestra alegría se vea colmada" (Jn 15,11).

En la Iglesia, María sigue siendo y haciendo lo mismo: Movida a


compasión por la indigencia humana, sin vino, ella dispone el corazón de los
hombres a la fe en la Palabra de Cristo y mueve a Cristo a darnos el "vino bueno"
de la fiesta nupcial. En forma de banquete de bodas es prometida la salvación
final de Dios: "Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han
llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado de lino
deslumbrante. Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero" (Ap
19,7-9).

Tras el canto de la esposa en reposo (6,4-12), sigue el himno a la belleza de


la esposa en movimiento, mientras danza. ¡Gira, gira, Sulamita, vuelve, vuelve,
que te veamos! ¿Por qué miráis a la Sulamita, cuando danza entre dos coros?
¡Vuelve, vuelve, asamblea de Israel! ¡Vuelve a Jerusalén, vuelve a escuchar a los
que te profetizan en nombre del Señor! (Is 55,6s). El esposo no se cansa de
repetir a su amada: "Vuelve, vuelve, pequeña virgen de Sión" (Jr 31,21). ¡Vuelve,
vuelve de Babilonia! "Y me dijo Yahveh: Anda y pregona estas palabras al Norte
y di: Vuelve, Israel apóstata; no estará airado mi semblante contra vosotros,
porque soy piadoso y no guardo rencor para siempre" (Jr 3,11ss;12,15). Vuelve
de la fornicación a la castidad, de la ira a la mansedumbre, del furor a la dulzura,
de los ídolos a Dios y veremos en ti la Luz: "Pues en ti está la fuente de la vida, y
en tu luz veremos la luz" (Sal 35,10). Noemí escuchó la voz del amado "y volvió
a los campos de Belén con su nuera Rut" (Rut 1,22). Cuando Noemí, hija de
Israel, vuelve a Belén, la casa del pan, tras ella van las naciones en busca del
Señor. Rut dijo a Noemí: "Donde tú vayas, yo iré, donde habites, habitaré. Tu
pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios" (Rut 1,16). En la amada, las gentes
ven el esplendor de Dios y, por ella, le dan gloria (Mt 5,14ss). La Sulamita es el
santuario donde resplandece la gloria del Señor (Sal 63,3). Cuando la Sulamita se
ilumina en el cielo, vestida del sol y coronada de doce estrella, brilla como una
señal que atrae la mirada de todos hacia el Señor de la gloria (Ap 12). Danzando,
150
cantan a dos coros: "Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos,
tirios y etíopes han nacido en ella, madre de todos los pueblos" (Sal 87).

El amado la llama Sulamita, cambiándola el nombre. En la Escritura hay


dos Sunamitas, procedentes de Sunam, el territorio de Isacar, "un asno corpulento
que busca el reposo y el suelo le parece agradable, pero ofrece su lomo a la carga
y termina sometiéndose al trabajo" (Gén 49,14ss). Los hijos de Isacar son buenos
"siervos del Señor", pero siempre inclinados al descanso. Buenas siervas fueron
las dos Sunamitas de la Escritura. Abisag era una virgen sumamente bella, que
sirvió a David en su vejez, durmiendo en su seno para dar calor su carne enferma.
Abisag permaneció virgen y cuidó a David como una madre (1Re 1,1ss). La otra
Sunamita recibió en su casa al profeta Eliseo, del que dijo a su marido: "Mira, sé
que es un santo hombre de Dios que siempre viene por casa. Vamos a hacerle una
pequeña alcoba en la terraza y le pondremos en ella una cama, una mesa, una
silla y una lámpara, y cuando venga por casa, que se retire allí" (2Re 4,9ss). La
amada del Cantar tiene las cualidades de las mujeres de Sunam, pero también los
defectos de Isacar. Por cuatro veces la grita el esposo: ¡Vuélvete, vuélvete! Pero
el amado la cambia el nombre y la llama Sulamita. Es el nombre que le da el
amado cuando a su llamada, ¡vuélvete!, ella se da la vuelta hacia él. Girada hacia
él, su cara ha resplandecido de paz. Ella ha corrido hacia él a toda prisa,
danzando por los montes, hasta echarse en sus brazos. Se ha convertido en
Princesa de paz, desposada con él, el Príncipe de la paz. Como Isha, la mujer, era
esposa de Ish, el hombre, así la Sulamita es la esposa de Salomón. Lleva el
nombre de él, porque se asemeja a él en todo, es su compañera, carne de su carne
y hueso de sus huesos. Es su esposa, su presencia, su beldad, su esplendor, su
paz. Es el milagro del príncipe de la Paz en favor de quien se une a él.

La amada, invitada a bailar la danza de la victoria (Ex 15,20; Ju 11,34; 1-


Sam 18,6), atrae la mirada hacia los pies. Si en el capítulo cuarto la descripción
de la esposa partía de la cabeza, ahora, mientras danza, la descripción va desde
los pies hasta el rostro. También las evocaciones geográficas van desplazando la
mirada desde el sur hacia el norte de Palestina, llevándonos hasta el monte
Carmelo. Se corresponden la geografía del cuerpo de la amada y la de la tierra.
En la amada se reconstruye la unidad de la tierra prometida.

f) ¡Qué hermosos son tus pies!

¡Qué bellos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! Los contornos de
tus caderas son como ajorcas, obra de manos de artista. Dijo Salomón, en espíritu
de profecía: ¡Qué bellos son los pies de Israel en las peregrinaciones, cuando
suben para comparecer ante el Señor tres veces al año (Ex 23,14-17)!; van con
151
las sandalias de cuero fino (Ez 16,10) y ofrecen sus dones voluntarios (Ex 23,15).
Sus hijos, fruto de sus caderas, son bellos como las gemas engarzadas en la
corona santa que hizo el artista Bezaleel para el sacerdote Aarón (Ex 23,15). Los
pies encajados en sandalias elegantísimas muestran a la esposa como hija de
príncipe: "Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que
anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación, que dice a Sión:
Ya reina tu Dios" (Is 52,7). La esposa en sus pasos hacia el esposo se hace ella
misma anuncio de paz, como indica su mismo nombre: Sulamita, la pacificada, la
pacifica. Identificada con el esposo Salomón, lleva su mismo nombre en
femenino. ¡Qué bellos son tus pies, calzados con el celo por el Evangelio de la
paz (Ef 6,15)! Son los pies de los apóstoles, enviados por todo el mundo, de los
que dice la Escritura: "Qué hermosos los pies de los que anuncian la paz" (Rom
10,15). "Mis pies se mantuvieron firmes en tus caminos y no vacilaron mis
pasos" (Sal 17,5). Tocado en el fémur por el Señor, no vacilan los pasos de Israel,
pues su debilidad ha quedado revestida de la fuerza del Señor (Gén 32,26ss).

Como la sabiduría hizo una corona para la cabeza, la humildad hizo una
sandalia para el pie. La sabiduría hizo una corona para su cabeza: "el comienzo
de la sabiduría es el temor de Dios" (Sal 111,10). La humildad hizo una sandalia
para su pie: "la base de la humildad es el temor de Dios" (Pr 22,4). ¿A qué se
puede comparar? A un rey que dijo a uno: ¡Pídeme lo que quieras! El se dijo: si le
pido oro o plata me lo dará. Más bien voy a pedirle la mano de su hija y, con ella,
me dará todo. Así hizo Salomón: "Se apareció Yahveh a Salomón y le dijo:
¡Pídeme lo que quieras!" (1Re 3,5). El se dijo: si le pido oro o plata, piedras
preciosas o gemas, me las dará; más bien voy a pedir sabiduría y lo tendré todo
junto. Dijo: "¡Dame un corazón sabio!" (1Re 3,9). Le contestó el Señor: "Porque
has pedido sabiduría en vez de pedir para ti larga vida, riquezas, o la muerte de
tus enemigos, cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente, y también
te concedo lo que no has pedido: riquezas y gloria" (1Re 3,11-13).

Como ajorcas fruto de manos de artista, es decir, fruto del arte del Señor del
mundo. Se puede comparar a un rey que tenía un huerto en el que plantó hileras
de nogales, manzanos y granados y se lo traspasó a su hijo, diciéndole: Yo sólo te
pido que, cuando estas plantaciones den sus primeros frutos, me traigas los
primeros, para ver el fruto de mis manos y me alegre por ti. Así dijo el Señor:
Hijos míos, sólo os pido que, cuando os nazca un primogénito, me lo consagréis,
(Ex 13,2) y, cuando subáis en peregrinación, subidlo con todos vuestros varones
para mostradlos ante Mí y yo me complazca en ellos: "tres veces al año
comparecerá la totalidad de tus varones ante la presencia de Yahveh" (Ex 23,17).

152
Tu ombligo es redondo como la luna. ¡Que nunca falte vino mezclado! Tu
vientre es un montón de trigo, rodeado de flores. Tu ombligo (o regazo) es una
copa redonda en la que nunca falta el vino mezclado. Jerusalén es el ombligo del
mundo: "Dice el Señor: Esta es Jerusalén; yo la he colocado en medio de las
naciones, y rodeada de países" (Ez 5,5). El vientre, por su piel blanca y dorada,
es comparado al trigo y a los lirios, símbolos de fecundidad. Y se pregunta el
Midrás: ¿Por qué montón de trigo? ¿No sería más bello decir montón de piñas? Y
responde: Quizás, pero el mundo puede vivir sin piñas y no puede vivir sin trigo.
Sobre ello se cuenta que la paja, el tamo y el rastrojo estaban discutiendo entre
ellos. La paja dijo: La tierra se siembra por mi causa. Lo mismo decían el tamo y
el rastrojo. Pero el trigo les replicó: Esperemos hasta que llegue el momento de la
trilla y entonces sabremos por quién se sembró el campo. Llegó ese momento y
el propietario, después de la trilla, se dispuso a aventar la era. Cogió la paja y la
tiró a la tierra; al tamo se lo llevó el viento; y el rastrojo lo quemó. El trigo, en
cambio, lo recogió y formó con él un montón. Todos los que pasaban por allí, al
ver el montón de trigo, lo besaban: "Besad el grano no sea que El se enoje" (Sal
2,12). Así sucede con las naciones. Unas y otras dicen: "Por nosotras fue creado
el mundo". Pero Israel les contesta: Esperemos que llegue el día del Señor y
entonces sabremos por quién fue creado el mundo, "pues he aquí que llega el día,
abrasador como un horno" (Mal 3,19); aquel día "los aventarás y el viento se los
llevará, pero tú exultarás y te gloriarás en Yahveh, el Santo de Israel(Is 41,16).

Tus dos pechos, como dos cervatillos, mellizos de gacela. Tu cuello como
torre de marfil. Tus ojos, los estanques de Jesbón, junto a la puerta de Bat
Rabbim. Tu nariz, como torre del Líbano, centinela que mira hacia Damasco. Tu
cabeza, sobre ti, es como el Carmelo. Y el cabello de tu cabeza es como púrpura.
¡El rey queda cautivo en las trenzas! Para los pechos cfr 4,5. El cuello blanco se
lanza hacia el cielo como una torre de marfil. Los ojos son como dos espejos de
agua, limpias albercas de Jesbón que reflejan el cielo. Jesbón es la capital del
reino de Moab, residencia de reyes, recordada por los profetas. Sus albercas
semejan ojos grandes y azules. Tu cabeza, el hijo de Judá, "lava en vino sus
vestidos y en sangre de uvas su estola" (Gén 49,11), por ello es como el Carmelo,
la viña de Dios; sus rizos de púrpura son tan fascinantes que el rey queda cautivo
en sus trenzas. El Carmelo sugiere verdor perenne con su abundancia de árboles,
arbustos y flores. Es la corona del valle de Esdrelón y gloria de todo el país. A los
racimos de dátiles de la palmera o también a los racimos de uvas se comparan los
senos de la esposa.

g) Subiré a la palmera

153
¡Qué bella eres y qué encantadora! ¡Qué delicia en tu amor! ¡Qué hermosa
eres tú, Asamblea de Israel, cuando llevas sobre ti el yugo de mi realeza! ¡Qué
bella cuando reconoces a Dios como Rey y Señor."¡Qué hermosa eres, qué
encantadora!". ¡Qué hermosa en los mandamientos! y ¡qué encantadora en las
obras de misericordia! ¡Qué hermosa en el Templo, en el reparto de las ofrendas
y los diezmos, la gavilla olvidada, la esquina del campo no segada, diezmo del
pobre! (Lv 19,9-10; Dt 14,28-29; 24,19-21). ¡Qué hermosa en las buenas obras! y
¡que encantadora en la penitencia! ¡Qué hermosa en este mundo! y ¡qué
encantadora en el mundo venidero! y ¡en los días del Mesías! ¡Qué bella eres!
"Tus caminos están llenos de gracia y todas tus sendas de paz" (Pr 3,17); tus
palabras rezuman gracia, más dulces que panal de miel (Pr 16,24).

Tu talle es de palmera, y tus pechos se parecen a sus racimos. Cuando los


sacerdotes extienden sus manos en la oración y bendicen a la Asamblea de Israel,
sus manos extendidas parecen ramos de palmera, y semejante a la palma es su
talle. La Asamblea está entonces cara a cara frente a los sacerdotes, con los
rostros doblados hacia el suelo, semejantes a racimos de uva (Eclo 50,12-17). La
elegancia del tallo y la dulzura de los frutos hacen a la amada bella y apetecible.
Me dije: subiré a la palmera, cogeré sus frutos. ¡Tus pechos son racimos de uva y
el olor de tu aliento como de manzanas! Tu boca es un vino generoso, que fluye
por los labios de los que duermen. Aunque un estudioso de la Torá muera, sus
labios siguen recitando desde la tumba. Es como un depósito de uvas maduras,
que sueltan jugo por sí mismas. Es como el que bebe vino de solera que, aún
después de beberlo, el sabor y el aroma permanecen en su boca.

La esposa ha logrado el deseo de su corazón, expresado al comienzo del


Cantar: "Que me bese con los besos de su boca". Ahora, estrechada por el amado,
que sube a la palmera de la cruz, recibe el beso del esposo. Dormido en el lecho
de la cruz, derrama sobre la esposa el vino generoso de su sangre, mezclada con
agua (Jn 19,34). Yo soy de mi Amado y hacia mí tiende su deseo. Es el grito
exultante de la esposa: la situación de Eva ha sido invertida, pues no es el deseo
de la esposa el que tiende hacia el esposo para caer bajo su dominio (Gén 3,16);
esto era fruto del pecado. El amor del esposo ha recreado las relaciones iniciales:
la esposa es toda del esposo y hacia ella tiende el deseo de él. No es el hombre
quien busca, en primer lugar, a Dios. El hombre más bien se esconde de Dios
entre los árboles (Gén 3,8). Dios entonces busca al hombre; como buen pastor
desciende en busca de la oveja perdida y no descansa hasta que la encuentra, la
carga sobre sus hombros y la lleva al redil.

Tres veces se repite la fórmula de la alianza, con sus diferencias que marcan
el itinerario espiritual. En la primera (2,16), la esposa reconoce el amor de Dios
154
hacia ella como fuente de su amor a él. En la segunda (6,3), tras reconocer el
amor con que es amada, la esposa declara el amor con que ella ama al esposo. Y
la tercera (7,11) evoca la situación del Génesis invertida, sugún lo anunciado por
los profetas: "El Señor encontrará en ti su placer. El Señor hallará en ti el gozo
del esposo por la esposa" (Is 62,4-5).

11. EL ESPIRITU Y LA NOVIA DICEN: ¡VEN!: 7,12-8,4

a) ¡Aleluya! ¡Maranatha!

Cristo, en su resurrección, se ha manifestado vencedor de la muerte y ha


derramado su Espíritu sobre la Iglesia, como don de bodas a su Esposa. La
Iglesia, gozosa y exultante, canta el Aleluya pascual. Pero el Espíritu y la Esposa,
en su espera anhelante de la consumación de las bodas, gritan: ¡Maranathá!
Iglesia vive en tensión entre el Aleluya y el Maranathá. Tenemos las primicias del
Espíritu, pero aún esperamos la redención del cuerpo. Somos hijos de Dios y le
llamamos Abba, pero todavía ansiamos la filiación. La fe es certeza y dolor al
mismo tiempo. La fe es siempre pascual, es vivir crucificado con Cristo
esperando la liberación no sólo del "cuerpo de pecado", sino del "cuerpo de
muerte" (Rom 7,24).
155
La celebración cristiana es memorial, presencia y esperanza de la salvación.
La memoria del misterio salvador de Cristo hace presente esa salvación,
suscitando la esperanza anhelante del maranathá: ¡Ven, Señor Jesús! El anuncio
gozoso de que el Señor está presente entre nosotros suscita la llamada al Señor
para que venga, pues estando presente continúa siendo el que ha de venir. Esto
hace del presente un kairós. Para la Iglesia el momento presente, grávido de la
gracia de Cristo muerto y resucitado y que viene con gloria y potencia, es
fecundo de frutos de vida para el mundo. La esperanza no aliena al cristiano del
presente y del mundo, sino que le sumerge en el mundo como fermento que
transforma todas sus realidades, como sal que da sentido y sabor. La esperanza en
una vida más allá de la muerte llena de sentido la vida del más acá de la muerte.

El acontecimiento esperado de la manifestación gloriosa del Señor


transforma la existencia cristiana; da al cristiano una actitud nueva y un estilo
nuevo de vida. El cristiano encuentra un sentido al sufrimiento, a la persecución,
a la vejez, a todo lo que le anuncia el final de su peregrinación y le acerca al
encuentro con el Señor al término de su existencia y al final de los tiempos. Esta
vida con la mirada en la Parusía del Señor le invita a vivir cada instante como
kairós de gracia, en perenne adviento. El acontecimiento esperado da significado
a la vida en Cristo, al llevar en nuestro cuerpo por todas partes el morir de Jesús,
para que también en nuestro cuerpo se manifieste su gloria cuando El vuelva.

La Parusía es un acontecimiento real y actual, como lo es la resurrección de


Cristo, que garantizan la fe y la esperanza cristiana. La resurrección de Cristo es
ya el anuncio de nuestra resurrección; su parusía gloriosa será la realización
plena de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, llevando con El, como
cortejo de gloria, a todos los rescatados del señor de la muerte. La fe en Jesús
como Siervo de Yahveh es inseparable de la esperanza en Cristo como Hijo del
Hombre, Señor del Universo.

La celebración del Adviento hace presente al cristiano que este mundo está
en tránsito. Nada en él es estable, duradero. Pasa la escena de este mundo con las
riquezas, los afectos, llantos, alegrías y construcciones humanas (1Cor 7,29- 31).
El poder y la gloria que ofrece "el señor del mundo" es efímero (Mt 4,1-11).
Cristo ha vencido el pecado, venciendo a Satanás y desposeyéndole de su reino.
Pero el cristiano aún vive este tiempo en tensión entre la carne y el Espíritu.
Recibiendo el Espíritu, vive según el Espíritu, libre del poder del pecado,
"condenando como Cristo el pecado en sí mismo". Pero lo que en Cristo ha sido
una realidad cumplida, definitiva, el cristiano lo vive cada día, de conversión en
conversión. En el aquí y ahora, gracias a la acción de Dios en el hombre, se hace
156
presente el Reino de Dios. El creyente vive así el hoy de su vida como kairós de
gracia. La presencia del Espíritu de Dios le anticipa la vivencia del Reino. Con
esta experiencia de vida eterna, el cristiano persevera con firmeza, aguardando la
plenitud futura del Reino, anhelando la consumación que nos traerá "el Día del
Señor",11 es decir, la Parusía de Cristo, 12 cuando tenga lugar la resurrección (1Cor
15,51-52; 1Tes 4,14-17), la renovación de la creación (Rom 8,19-22) y el mundo
presente llegue a su fin (1Cor 15,24-28). Siendo todas las manifestaciones del
Espíritu Santo tan solo una primicia de la gloria futura, comienzo y anticipación
de la plenitud de la vida prometida, el Espíritu Santo se hace la garantía de la
esperanza; el cristiano vive en el gozo y en el anhelo de la consumación. Como
dice San Ireneo:

Ahora recibimos sólo una parte de su Espíritu, que nos prepara a la


incorrupción, habituándonos poco a poco a acoger y llevar a Dios. El
Espíritu es la prenda que nos ha sido conferido por Dios: "En Cristo,
después de haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de nuestra
salvación, habéis recibido el sello del Espíritu de la promesa, que es
prenda de nuestra herencia" (Ef 1,13-14). Si, pues, esta prenda, que habita
en nosotros, nos hace gritar "Abba, Padre", ¿qué sucederá cuando,
resucitados, le veamos cara a cara? (1Cor 13,12; 1Jn 3,2). ¡Nos hará
semejantes a El, según el designio de Dios, pues hará realmente "al
hombre a imagen y semejanza de Dios"!.

Rebosando de esperanza, el cristiano une, pues, su invocación al suspiro del


Espíritu, invitando al Señor a volver glorioso para consumar la historia y la
salvación: "El Espíritu y la novia dicen: ¡Ven!" (Ap 22,17).

b) ¡Ven, Amado mío!

Yo soy de mi Amado y hacia mí tiende su deseo. La esposa, que ha hecho


del esposo la roca de su corazón, siente que "su bien es estar junto a Dios, pues se
ha cobijado en el Señor, a fin de publicar todas sus obras" (Sal 72,28). Con
firmeza proclama: "Yo exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra
ti, tu diestra me sostiene" (Sal 62,8-9). Con esta confianza, desea salir al mundo a
proclamar las maravillas que él ha hecho en ella. Por ello dice al Amado: ¡Ven,
Amado mío, salgamos al campo!, pasemos la noche en las aldeas, amanezcamos
en las viñas. Las mandrágoras han exhalado su fragancia. A nuestras puertas hay
toda clase de frutas. Las nuevas, igual que las añejas, Amado mío, que he

11
Cfr 1Cor 1,8;5,5;2Cor 1,14;Flp 1,6.10;2,16;1Tes 5,2;2Tes 2,2.

12
Cfr 1Tes 4,15;2Tes 2,1;1Cor 15,23;1,7;2Tes 1,7.
157
guardado para ti. "El campo donde ha sido sembrada la semilla de la Palabra es el
mundo" (Mt 13,38). Por todas partes se ha extendido el Evangelio y las Iglesias
han surgido en todas las aldeas. La predicación ha florecido en las viñas; en ellas
se ha esparcido el suave aroma de los granados, teñidos del color de la sangre de
Cristo. Los pechos de la Iglesia han nutrido a los fieles, las mandrágoras han
exhalado su fragancia, con el aroma de la fe.
El campo, por otra parte, se contrapone a la ciudad por su aire abierto;
ofrece a los amantes la posibilidad de sumergirse en la primavera en flor. La
naturaleza se llena de vida, signo de la recreación que hace el amor. El día
despierta con la aurora invitando a recorrer los campos, para ver si ha brotado la
vid en "la viña de Yahveh, que es la casa de Israel" (Is 5,7). La hija de Sión, que
lleva en su seno la esperanza mesiánica desde Eva, suspira por la llegada del
Mesías. Cuando Israel pecó, el Señor lo desterró a la tierra de Seír, heredad de
Edom. Dijo entonces la Asamblea de Israel: Te suplico, Señor, que acojas la
oración, que elevo a ti desde la ciudad de mi exilio, en la tierra de las naciones.
Los hijos de Israel se dijeron el uno al otro: Alcémonos pronto, en la mañana,
busquemos en el libro de la Torá y veamos si ha llegado el tiempo de la
redención, el tiempo de ser rescatados del exilio; veamos si ha llegado el tiempo
para subir a Jerusalén y allí alabar al Señor, nuestro Dios.

Antes era el esposo quien invitaba a la amada a salir (2,10-14). Ahora es


ella quien le invita a él a salir al campo en la madrugada para descubrir los signos
de la primavera; a recorrer los senderos de los prados perfumados por el brotar de
la vida. Apenas despunte la aurora recorrerán la viñas, que están echando sus
yemas. Con la mirada saltarán de las flores a los granados, símbolo del amor y la
fecundidad. El áspero aroma de las mandrágoras les mantendrá despierto el amor.
Todo será una invitación al amor: "Allí te daré mi amor", los frutos exquisitos del
corazón: frutos frescos y fragantes y también frutos conservados de la estación
anterior: "Comerán de cosechas almacenadas y sacarán lo almacenado para hacer
sitio a lo nuevo" (Lv 26,10). El amor antiguo se hace nuevo cada día: "Queridos,
no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo, que tenéis
desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado.
Y sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, lo cual es verdadero en él y en
vosotros, pues las tinieblas pasan y la luz verdadera brilla ya" (1Jn 2,7-8).

c) ¡Ay! ¡Si fueras mi hermano!

¡Oh si fueras mi hermano, amamantado a los pechos de mi madre! Al verte


por la calle te besaría, sin que me despreciaran. Te besaría como se besaron
aquellos dos hermanos, es decir, Moisés y Aarón, quien "fue y, al verlo en la
montaña de Dios, le besó" (Ex 4,27). Cuando se manifieste el rey Mesías a la
158
Asamblea de Israel, los hijos de Israel le dirán: ¡Ven, y estáte con nosotros como
nuestro hermano! Subamos a Jerusalén y mamemos contigo las palabras de la
Torá, como un lactante mama del pecho de su madre (Pr 5,19). Pues como en el
pecho de la madre el lactante siempre encuentra leche, así las palabras de la Torá,
como pechos inagotables, están llenos de leche para tus hijos.

El Amado no defrauda a la amada. En la plenitud de los tiempo "envió Dios


a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban
bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva". Realmente el Amado
se hizo hermano nuestro: "No se avergüenza de llamarnos hermanos. Pues, así
como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también él participó de
las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al
Diablo, y liberar a cuantos, por el temor a la muerte, estaban de por vida
sometidos a esclavitud. Por eso se asemejó en todo a sus hermanos" (Heb
2,11,ss). Y, como hermano, se ha amamantado a los pechos de María, nuestra
madre: "Mientras Jesús hablaba, una mujer de entre la multitud dijo en voz alta:
Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron" (Lc 11,27).

El Hijo de Dios se ha hecho realmente hermano nuestro, pues a todos los


elegidos, el Padre "los conoció de antemano y los predestinó a reproducir la
imagen de su Hijo, para que El fuera el primogénito entre muchos hermanos"
(Rom 8,28-30). Dice San Cipriano: "Dos hombres son hermanos entre sí porque
son hijos del mismo Padre; dos cristianos, por el contrario, son hijos del mismo
Padre porque antes son hermanos, hermanos de Cristo; en Cristo tenemos acceso
al Padre". La filiación divina del cristiano está vinculada a la hermandad con
Jesús. El nos presenta al Padre como hijos. El evangelio (Mc 3,33) llama
"hermanos" de Jesús a quienes cumplen la voluntad de Dios y escuchan su
palabra de labios de Jesús. De esta nueva familia de Jesús Dios es Padre. La
invocación de Dios como Padre crea una familia, una comunidad, constituye una
Iglesia. El que invoca a Dios como Padre está descubriendo que tiene como
hermanos a cuantos le invocan con el mismo nombre. Como dice el beato Isaac
de Stella:

El Hijo de Dios es el primogénito entre muchos hermanos. Por naturaleza


es Hijo único, por gracia asoció consigo a muchos para que sean uno con
él. Pues a cuantos lo recibieron les dio poder de llegar a ser hijos de Dios.
Haciéndose él Hijo del hombre, hizo hijos de Dios a muchos. El que es
Hijo único asoció consigo, por su amor y su poder, a muchos. Estos, siendo
muchos por su generación según la carne, por la regeneración divina son
uno con El. Cristo es uno, el Cristo total, cabeza y cuerpo. Uno nacido de
un único Dios en el cielo y de una única madre en la tierra. Muchos hijos y
159
un solo Hijo. Pues así como la cabeza y los miembros son un Hijo y
muchos hijos, así también María y la Iglesia son una madre y muchas, una
virgen y muchas.

Te conduciría y metería en casa de mi madre, para que me instruyeras. Te


daría a beber el vino aromado, el licor de mis granadas. Del campo pasan a la
ciudad. La esposa desea ser iniciada en el amor, pues el amor nunca se acaba de
aprender: "El amor es paciente, es servicial; no es envidioso, ni se jacta ni se
engríe; es decoroso, no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal; no
se alegra con la injusticia, sino que se alegra con la verdad. Todo lo excusa, todo
lo cree, todo lo espera, soporta todo. No acaba nunca" (1Cor 13,4ss). La
asamblea de Israel dice a sus hijos: "Venid, subamos al monte del Señor, a la casa
del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus
senderos. Pues de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra de Dios" (Is 2,3-3).
Es la misión del Siervo de Yahveh: "El Señor me ha dado lengua de discípulo
para que haga saber al cansado una palabra alentadora" (Is 50,4). Es el vino
nuevo del Evangelio. El vino, mezclado con especies y aromas, es oloroso y
agradable, y se conserva sin picarse por el calor. Vino y jugo de granadas son el
símbolo repetido del amor de la esposa a su amado. "Aquel día los montes
destilarán vino y las colinas fluirán leche; por todas las torrenteras de Judá fluirán
las aguas; y una fuente manará de la Casa del Señor que regará el valle de las
acacias (Jl 4,18; Am 9,13). El Señor dará a beber el vino bueno guardado hasta el
final (Jn 2,10). Es el vino del Espíritu Santo, con el que se embriagarán los
discípulos de Cristo resucitado.

Pentecostés era la fiesta de la recolección, cuyas primicias habían sido


ofrecidas el día después de pascua, con lo que ambas fiestas quedaban unidas
como principio y fin de la cosecha. Luego, Pentecostés pasó a ser la fiesta de la
donación de la Ley de la alianza. Pentecostés será el don pleno de la ley de la
nueva alianza: el Espíritu Santo. Las tablas de la ley fueron escritas por el dedo
de Dios (Ex 31,18). En adelante ese dedo será el Espíritu Santo (Lc 11,20), que
graba la ley nueva en el corazón de los cristianos. Así como el nuevo santuario es
Jesucristo, abierto a todas las naciones, la ley nueva será el Espíritu Santo, que da
testimonio de Jesús en todos los pueblos. Los discípulos hablan la lengua de
todos los pueblos, anuncian en esas lenguas las maravillas de Dios. Dice San
Cirilo de Jerusalén:

"Burlándose decían: están llenos de mosto" (He 2,8). Decían la verdad,


aunque fuera de burla. Porque el vino era realmente nuevo: la gracia del
Nuevo Testamento. Este vino nuevo procedía de la viña espiritual que
había dado muchas veces fruto en los profetas y que había rebrotado en el
160
Nuevo Testamento. Porque así como de manera visible la viña permanece
siempre la misma, pero a su tiempo da frutos nuevos, de igual modo el
mismo Espíritu, permaneciendo lo que es, actuó muchas veces en los
profetas, pero ahora se ha mostrado en modo nuevo y admirable. Ahora ha
venido sobreabundantemente. Pedro, que tenía el Espíritu Santo, dice:
"Israelitas éstos no están ebrios como vosotros pensáis", sino como está
escrito: "Se embriagarán de la abundancia de tu casa y les darás a beber
de los torrentes de tus delicias" (Sal 35,9). Están ebrios con sobria
embriaguez que da muerte al pecado y vivifica el corazón, con una
embriaguez contraria a la del cuerpo. Esta produce el olvido incluso de lo
conocido y aquella proporciona el conocimiento incluso de lo desconocido.
Están ebrios porque han bebido de la vid espiritual, que dice: "Yo soy la
vid y vosotros los sarmientos" (Jn 15,15).

La embriaguez del Espíritu es embriaguez no de vino, sino del Espíritu


Santo, por lo que es sobria, lúcida y penetrante. San Pablo dice a los Efesios: "No
os embriaguéis con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del
Espíritu y recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados" (5,18s).
Comenta Orígenes:

Nuestro Salvador después de su resurrección, cuando todo lo viejo había


pasado y todo se había hecho nuevo (2Cor 5,17), siendo El en persona el
hombre nuevo (Ef 2,15) y el primogénito de entre los muertos (Col 1,18),
dice a los Apóstoles, renovados también por la fe en su resurrección:
"Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,22). Esto es sin duda lo que él mismo
había indicado en el Evangelio al decir que el vino nuevo no puede
verterse en odres viejos (Mt 9,17), sino en odres nuevos, es decir, en los
hombres que anduvieran conforme a la novedad de vida (Rom 6,4). Sólo
ellos pueden recibir el vino nuevo, es decir, la novedad de la gracia del
Espíritu Santo.

Su izquierda está bajo mi cabeza y su derecha me abraza (Cfr 2,6). La


oración ardiente de la esposa atrae con sus deseos al esposo, que se hace presente
y le abraza. El es fiel a su palabra: "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad
y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca halla; y al que llama
se le abrirá" (Mt 7,7-8). "Yo os digo: Todo cuanto pidáis en la oración, creed que
ya lo habéis recibido y lo obtendréis" (Mc 11,24). Quien pide con fe, sin vacilar,
recibe lo que desea (Sant 1,6). No hace esperar el esposo a la amada que le
invoca, sino que enseguida se presenta ante ella (Lc 18,8). El deseo de la esposa
es el deseo del esposo: "que donde yo esté, estéis también vosotros" (Jn 14,3).

161
Os conjuro, hijas de Jerusalén, no despertéis, no desveléis a mi amor hasta
que le plazca (Cfr 3,5). Oigamos a San Juan de la Cruz: "¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada! ¡Oh noche que juntaste amado con
amada, amada en el amado transformada! Quedéme y olvidéme, el rostro recliné
sobre el amado;cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado entre las azucenas
olvidado".

d) Apoyada en el amado
Terminada la oración, sigue la vida con los demás, que preguntan: ¿Quién
es esa que sube del desierto, apoyada en su amado? (3,6; 6,10). Siempre crea
estupor el milagro del amor de Dios, que se manifiesta en la amada, trasformada
por su amor. La amada apoyada en el brazo del amado, en abandono total de sí
misma en él, es "un espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres" (1Cor
4,9). El amor, manifestado en Cristo, es algo extraordinario (Mt 5,47). El amor y
la unidad son los signos de la presencia de Dios entre los hombres: "Amaos como
yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos" (Jn 13,34).
"Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para
que el mundo crea que yo soy tu enviado" (Jn 17,21).

Dice San Agustín: El Señor dice a sus discípulos: "Os doy el mandato
nuevo: que os améis como yo os he amado". ¿Por qué llama nuevo a lo que nos
consta que es tan antiguo? La novedad está en que nos despoja del hombre viejo
y nos reviste del nuevo. Porque el Señor renueva en verdad al que cumple este
mandato, teniendo en cuenta que no se trata de un amor cualquiera, sino de aquel
amor acerca del cual, para distinguirlo del amor carnal, añade: "Como yo os he
amado". Este es el amor que nos renueva, que nos hace hombres nuevos,
herederos del Testamento nuevo, capaces de cantar el cántico nuevo. Este amor
es el que hace que el género humano, esparcido por toda la tierra, se reúna en un
nuevo pueblo, en el cuerpo de la nueva esposa del Hijo único de Dios, de la que
se dice: Resplandeciente, en verdad, porque está renovada por el mandato nuevo.
Este amor es don del mismo que afirma: "Como yo os he amado, para que os
améis mutuamente". Para esto nos amó, para que nos amemos unos a otros; con
su amor nos ha otorgado el que estemos unidos por el mutuo amor y, unidos los
miembros con tan dulce vínculo, seamos el cuerpo de tan excelsa cabeza.

De la esposa se dice que "camina por la vía de la justicia" (Pr 8,20). No se


desvía ni a la derecha ni a la izquierda porque se apoya en "el árbol de la vida"
(Pr 3,18), que nutre a los que se apoyan en él como sobre una columna firme. El
Señor es vida y apoyo. Por eso dice a la esposa: "Guarda mis palabras en tu
corazón. Adquiere sabiduría y no te apartes de las palabras de mi boca. No la
abandones y ella te guardará y será tu defensa. Adquiere sabiduría y ella te
162
ensalzará; si tú la abrazas, pondrá en tu cabeza una diadema de gracia, te
protegerá con una espléndida corona de delicias" (Pr 4,4ss). "En tus pasos será tu
guía; cuando te acuestes, velará por ti; conversará contigo al despertar" (Pr 6,22).
Con estas palabras el esposo enciende el amor de la esposa, atrayéndola hacia él,
pues dice: "Yo amo a los que me aman" (Pr 8,17).

Tú, Iglesia, eres hermosa. De ti se dice: ¡Oh hermosa entre las mujeres! De
ti se dice también: ¿Quién es ésa que sube blanqueada?, es decir, iluminada. Pues
se acercó la gracia iluminándote. Primeramente fuiste negra, ¡oh alma mía!, mas
después te hiciste blanca por la gracia de Dios: "Fuisteis en algún tiempo
tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor" (Ef 5,8). También se dice de ti con
admiración: ¿Quién es esa que sube tan hermosa, tan llena de luz, tan sin mancha
ni arruga (Ef 5,28)? ¿Por ventura no es ésta la que yacía en el cieno de la
iniquidad? ¿No es ésta la que se hallaba en medio de la inmundicia de toda
concupiscencia y deseo carnal? Luego, ¿quién es ésa que sube blanqueada?
"Bendito quien confía en el Señor y busca en él su apoyo, pues él no defraudará
su confianza. Será como árbol plantado a las orillas del agua, echando sus raíces
junto a la corriente. No temerá cuando venga el calor, su follaje seguirá verde; en
año de sequía no se inquieta ni deja de dar fruto" (Jr 17,7-8).

e) Debajo del manzano

Debajo del manzano te desperté, allí donde te concibió tu madre, allí donde
tu madre te dio a luz. La asamblea de Israel dice: "Debajo del manzano te
desperté" se refiere al Sinaí. ¿Y por qué se compara con el manzano? Como el
manzano produce sus frutos en el mes de Siván, también la Torá fue dada en el
mes de Siván. ¿Realmente fue en el Sinaí "donde les dio a luz su madre"? Se
parece a uno que pasó por un lugar peligroso y se vio libre de la muerte. Cuando
le encuentra un amigo, le dice: ¿Pasaste por ese lugar? ¡Hoy te ha dado a luz tu
madre! ¡Hoy has nacido de nuevo! Después de pasar por tantos sufrimientos eres
un hombre nuevo. Lo mismo dice la asamblea cristiana viendo a los recién
bautizados acercarse al banquete con sus túnicas blancas, apoyados en Cristo, al
que se han incorporado. Sepultados con Cristo, debajo del árbol de la cruz, han
sido despertados de la muerte, resucitando con Cristo, para sentarse a la mesa de
los santos. Sobre el árbol de la cruz, del costado abierto de Cristo, ha nacido la
Iglesia, como Eva fue formada del costado de Adán dormido en el Edén.

El esposo mismo es el manzano, bajo cuya sombra se cobijó la amada (2,3).


En sus brazos se ha quedado dormida, tras su largo caminar por los campos y las
viñas. El esposo, que ha vigilado el sueño de la amada, pidiendo a las hijas de
Jerusalén que no la molesten, ahora la despierta y la hace salir de la sombra del
163
manzano, de sus brazos, para sacarla y conducirla al coronamiento de su amor. El
árbol donde su madre Eva la engendró es donde ahora es despertada y desposada.
El árbol de la vida recreada es el árbol de la cruz. "Donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia" (Rom 6,20). Bajo un árbol en pecado nos concibió Eva,
bajo todo árbol frondoso se prostituyó la madre Israel (Jr 2,20), bajo el árbol de
la cruz fuimos despertados del sueño de la muerte y devueltos a la vida, cuando
la espada atravesó el costado del amado y de él "brotaron sangre y agua" (Jn
19,34). La salvación consiste en la recreación de lo que había destruido el
pecado. Para ello, Cristo ocupa el lugar de Adán, la cruz sustituye al árbol de la
caída y María ocupa el lugar de Eva. De esta manera se desata el nudo del
pecado. La desobediencia fue vencida por la obediencia, la muerte con la
resurrección.

El esposo, después del largo camino de noviazgo, desea sellar con alianza
eterna su amor a la amada. El mismo despierta a la amada, dormida entre sus
brazos; con ella sale de casa, dispuesto a celebrar la unión nupcial definitiva.
Ella, del brazo del esposo, apoyada en él, avanza suscitando la admiración de las
doncellas de su cortejo nupcial. Antes (3,4), la amada ha abrazado al amado y lo
ha llevado a casa de su madre; ahora, ella se abandona en los brazos del esposo,
que la sostiene y conduce, allanándola el camino: "Hablad al corazón de
Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su milicia, ya ha satisfecho por
su culpa. Una voz clama: En el desierto abrid camino al Señor, trazad en la estepa
una calzada recta a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado y todo monte o
cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas, planicie" (Is 40,1ss; Mt
3,3).

e) Sello sobre el corazón


Grábame como sello sobre el corazón, como tatuaje sobre tu brazo. Porque
es fuerte el amor como la muerte, implacable como el sol la pasión. Saetas de
fuego sus saetas, una llama del Señor. En aquel día la asamblea de Israel dice a su
Señor: Te suplicamos, ponme como un sello de anillo en tu corazón, como un
sello de anillo sobre tu brazo para que no vuelva más al exilio. Porque fuerte
como la muerte es mi amor por ti, pero duro como el Se'ol es el odio con que los
pueblos nos odian. La hostilidad que nos tienen arde como brazos de fuego de la
Gehenna, que tú, Señor, creaste en el segundo día de la creación del mundo, para
quemar a los idólatras.

Nacida de la cruz de Cristo, la Iglesia quiere llevar el sello de la cruz en el


corazón y en los brazos: en el corazón para mantenerse firme en la fe y en el
brazo para que toda actividad sea conforme a esa fe. La esposa desea que el
esposo la lleve como sello en el corazón, sede del pensamiento y decisiones, y
164
como tatuaje en el brazo, sede de la acción. Es el deseo de ser indisolublemente
suya en todo, en su fe y en la vida, sin divorcio posible. El sello colgado del
cuello, sobre el corazón, o en la mano es signo de la misma persona (Jr 22,24):
"Aquel día, oráculo del Señor, te tomaré a ti, Zorobabel, y te haré mi sello,
porque a ti te he elegido" (Ag 2,23). La esposa, que desea hacerse una carne con
el esposo hasta decir "ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí" (Gál 2,20), le
suplica: Haz lo que en tu corazón planeaste, al decir "he aquí que sobre las
palmas de mi mano te he grabado, tus muros están ante mí de continuo" (Is
49,16). ¿Puede acaso un hombre olvidar sus manos, o una mujer a su hijo de
pecho? "Pues aunque éstas llegasen a olvidar, Yo no te olvido" (Is 49,15). Que tu
corazón y tus manos, amado mío, lleven esculpida mi imagen para que nunca te
olvides de mí. La esposa hace eco a las palabras del amado: "Escucha, Israel.
Yahveh nuestro Dios es el único Dios. Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Graba estas palabras en tu
corazón. Las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia ante tus
ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas" (Dt 6,4ss).

El sello del Espíritu Santo nos configura con Cristo. Dice San Atanasio: "El
sello confiere la forma de Cristo, que es quien sella, a cuantos son sellados y
hechos partícipes de El. Por eso dice el Apóstol: "Hijos míos, nuevamente estoy
por vosotros como en dolores de parto hasta que Cristo tome forma en vosotros".
La unción con el sello del Espíritu en el bautismo significa que Dios acoge al
recién nacido como hijo en el Hijo. Lo sella, lo marca con su Espíritu. Luego, la
vida entera del cristiano será sostenida y marcada por el Espíritu "hasta hacerle
conforme a Cristo", hasta hacer de él "fragancia de Cristo" (2Cor 2,15): "Quienes
se dejan conducir por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Y, si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo" (Rom 8,14.17). "En Cristo
vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra
salvación, y creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa,
que es prenda de vuestra herencia, para redención del Pueblo de su posesión, para
alabanza de su gloria" (Ef 1,13-14). Marcados con el sello del Espíritu, los fieles
se hacen cristóforos, portadores de Cristo, convirtiéndose en templos de la
Trinidad. Lo dice bellamente una fórmula del rito de confirmación de la Iglesia
oriental: "Oh Dios, márcalos con el sello del crisma inmaculado. Ellos llevarán a
Cristo en el corazón, para ser morada trinitaria".

San Pablo se siente confortado en sus tribulaciones, sabiéndose ungido con


el sello del Espíritu: "Es Dios el que nos conforta en Cristo y el que nos ungió y
el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros
corazones" (2Cor 1,21-22). Para vivir la unión con Dios en Cristo es necesaria la

165
acción del Espíritu Santo, que imprime en nuestros corazones, como en la cera, la
imagen de Cristo, ques es imagen visible de Dios. Dice San Cirilo de Alejandría:

El Espíritu Santo es fuego que consume nuestras inmundicias, fuente de


agua viva que fecunda para la vida eterna y sello que se imprime en el
hombre para restituirle la imagen divina. Nos hace conformes con Dios y
nos ensambla en el cuerpo eclesial de Cristo con su fuerza unificadora, que
funde en la unidad la Cabeza y los miembros. El Espíritu Santo no diseña
en nosotros a la manera de un pintor que, siendo extraño a la esencia
divina, reprodujera sus rasgos; no, no nos recrea a imagen de Dios de esta
manera. Porque El es Dios y procede de Dios, se imprime, como en la cera,
en los corazones de los que le reciben, a la manera de un sello invisible;
así por esta comunicación que hace de sí mismo, devuelve a la naturaleza
humana su belleza original y rehace el hombre a imagen de Dios.

Es centella de fuego, llamarada divina. Fuerte como la muerte es el amor


que Dios os tiene (Mal 1,2), "es llama de fuego que devora el rastrojo y consume
la paja" (Is 5,24). Sólo resisten el fuego devorador de Dios el oro, la plata y las
piedras preciosas, que salen de él acrisoladas; en cambio quedan abrasadas la
madera, el heno y la paja (1Cor 3,10ss). Sólo el amor es eterno, no acaba nunca
(1Cor 13,4). Su llama es fuerte como la pasión, es un rayo que cruza del cielo a la
tierra y la abrasa (Job 1,16; 2Re 1,10ss). El amor es más potente que las aguas
incontenibles, que arrollan lo que encuentran a su paso. Ni una inundación, que
desbordara los ríos, extinguiría "el amor de Dios derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5). "Ni la
tribulación, ni la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la
espada, ni la muerte ni la vida... podrá separarnos del amor de Dios manifestado
en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8,35ss). El amor sobrevive a la muerte
misma. La llama de Dios es invencible, arde en la zarza sin consumirse ni
consumirla (Ex 3,2). La llama de amor es Dios: "Dios es amor" (1Jn 4,8).

El amor es más fuerte que la muerte y que el Seol, que nunca se sacia (Pr
15,16). Sus llamas son inextinguibles. La fuerza de las aguas arrolladoras no lo
apagan. La llama del Señor abre caminos en el mar y sendas en las aguas
caudalosas (Is 43,16). Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los
ríos anegarlo. Si alguien ofreciera todos los bienes de su casa por el amor, se
granjearía el desprecio. El Señor dijo a la casa de Israel: Aunque se reúnan todos
los pueblos, que son como las grandes aguas del mar, no podrán apagar mi amor
hacia ti; y aunque se reúnan todos los reyes de la tierra, que son como las aguas
de los ríos, no podrán anegarte (Sal 46,2-4). El que construye su vida sobre la
roca del amor indefectible de Dios está seguro. Aunque caiga la lluvia, se
166
desborden los torrentes, soplen los vientos y embistan contra ella, no caerá por
estar edificada sobre roca (Mt 7,24ss).

Comenta Balduino de Cantorbery: Es fuerte la muerte, que puede privarnos


del don de la vida. Es fuerte el amor, que puede restituirnos a una vida mejor. Es
fuerte la muerte, que tiene poder para desposeernos de los despojos de este
cuerpo. Es fuerte el amor, que tiene poder para arrebatar a la muerte su presa y
devolvérnosla. Es fuerte la muerte, a la que nadie puede resistir. Es fuerte el
amor, capaz de vencerla, de embotar su aguijón, de reprimir sus embates, de
confundir su victoria. Es fuerte el amor como la muerte, porque el amor de Cristo
da muerte a la misma muerte. Por eso dice: "Oh muerte, yo seré tu muerte".

El Señor, "vestido de esplendor y majestad, arropado de luz como un


manto, que hace de las nubes su carro y se desliza sobre las alas del viento" (Sal
103,1ss), hace también de sus apóstoles saetas de fuego, que percorren la tierra:
"tomas por mensajeros a los vientos, a las llamas de fuego por ministros" (Sal
103,4). Ellos son los ejecutores de su voluntad (Sal 102,21). Llenos del Espíritu
Santo, posado sobre ellos en forma de lenguas de fuego, proclaman las maravillas
de Dios a todos los hombres (He 2,1ss). Con este fuego divino no tienen miedo a
salir abiertamente de sí mismos, pues "¿quién nos separará del amor de Cristo?
En todo salimos vencedores gracias a aquel que nos amó" (Rom 8,35).

Si alguien diera todos los bienes de su casa por el amor, se granjearía el


desprecio. El amor es gracia, don, libertad. Es superior a todos los bienes de este
mundo, "más precioso que las perlas" (Pr 3,15), más que las piedras preciosas,
ninguna cosa apetecible se le puede comparar (Pr 8,11s). El amor de Dios, como
la sabiduría divina, es "preferible a cetros y tronos, y en comparación con ella
nada es la riqueza. Ni la piedra más preciosa se la puede equiparar, porque todo
el oro a su lado es un puñado de arena, y barro parece la plata en su presencia"
(Sb 7,8s). Es el tesoro escondido y la perla preciosa, que colma de alegría a quien
la halla y todo el resto ya no le interesa (Mt 13,44ss).

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EPILOGO

a) Nuestra hermana pequeña

Al final del Cantar, después del largo camino, terminado el catecumenado:


Tenemos una hermana pequeña. Los recién bautizados son como recién nacidos
que desean la leche espiritual pura, a fin de crecer con ella para la salvación (1Pe
2,2). Los hermanos mayores la contemplan y dicen: No tiene pechos todavía.
¿Qué haremos con nuestra hermana, el día que vengan a pedirla? Los hermanos
mayores la ven sin gracia, incapaz, en su pequeñez, de defenderse, de atraer la
mirada de nadie hacia ella, incapaz de alimentar con la leche de su doctrina a los
demás. Según ellos no sirve para nada, pues no ven en su debilidad la fuerza del
Señor (2Cor 12,10; 1Cor 1,17ss). Desean proteger a su hermana pequeña como
se defiende a una ciudad: Si es una muralla, edificaremos sobre ella almenas de
plata; si es una puerta, apoyaremos contra ella como defensa planchas de cedro.
Desean revestirla de lo que ella se ha despojado.

Ella protesta: Yo soy una muralla, y mis pechos, como torres. Por ser
pequeña y humilde, sabe defenderse a sí misma de los asaltos del enemigo, pues
no pone la confianza en sí misma, sino en "el que derriba a los potentes de sus
tronos y exalta a los humildes" (Lc 1,52). Sus senos, ocultos, son como torres;
168
pequeña en inocencia, es adulta en la fe, "niña en malicia, adulta en el juicio"
(1Cor 14,20), "ingeniosa para el bien e inocente para el mal. Así el Dios de la paz
aplastará a Satanás bajo vuestros pies" (Rom 16,19s). Después de su largo
itinerario se ha hecho pequeña, pero "no es como los niños llevados a la deriva y
zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y
de la astucia que conduce engañosamente al error, antes bien, siendo sinceros en
el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el
cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas, que llevan
nutrición según la actividad propia de cada una de las partes, realizando así el
crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor" (Ef 4,14-16).

La esposa se sabe fuerte porque ya ha aprendido a "combatir no con la


carne. ¡No!, las armas de nuestro combate no son humanas; es Dios quien da el
poder de arrasar fortalezas, deshacer sofismas y toda altanería que se levanta
contra el conocimiento de Dios" (2Cor 10,3ss). Con la confianza en Dios el
pequeño David puede enfrentarse al gigante Goliat: "Tú vienes a mí con espada,
lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en el nombre de Yahveh Sebaot, Dios de
los ejércitos de Israel, a los que tú has desafiado. Hoy mismo te entrega Yahveh
en mis manos" (1Sam 17,45). Los hermanos mayores, como Saúl, pretenden
revestirla "de sus propios vestidos, con un casco de bronce en la cabeza, una
coraza en torno al pecho y una espada ceñida sobre el vestido" (1Sam 17,38).
Ella ya no se deja engañar, se ha despojado de las obras de las tinieblas y se ha
revestido de las armas de la luz (Rom 13,12). Conocida su debilidad, su fuerza es
el Señor: "Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las asechanzas del
Diablo. Por eso, tomad las armas de Dios para que podáis resistir en el día malo,
y después de haber vencido en todo, manteneos firmes, ceñida vuestra cintura
con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el
celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la fe, para que
podáis apagar con él todos los dardos del Maligno. Tomad también el yelmo de la
salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración
y velando con perseverancia" (Ef 7,10ss). Así, levantada sobre la roca (Mt 7,24),
es una muralla inexpugnable.

Así soy a sus ojos como quien ha hallado paz. No necesita otra defensa
quien vive bajo la protección del esposo. Ha hallado paz y es mensajera de paz.
La amada, la nueva Jerusalén, con su fe renovada es constituida esposa y madre,
a cuyos pechos abundantes serán alimentados sus innumerables hijos. El amado
le ha llevado, a través de la humildad, a la sencillez de la paloma; ahora vive
"para alabanza de la gloria de la gracia con la que le agració el amado" (Ef 1,6).

b) Mi viña está ante mí


169
Salomón tenía una viña en Baal Hamón. Encomendó la viña a los guardas,
y cada uno le traía sus frutos: mil siclos de plata. Mi viña es sólo para mí; para ti
los mil siclos, Salomón; y doscientos para los que guardan sus frutos. Salomón
"hizo obras magníficas: se construyó palacios, plantó viñedos, se hizo huertos y
parques y plantó toda clase de árboles frutales, hizo albercas para regar la
frondosa plantación" (Qo 2,4-6). Salomón confió esta espléndida plantación a
los guardianes para que la guardaran y cultivaran. El amado o la amada se dicen
mutuamente: No me interesa una viña rica como la de Salomón; ellos están
contentos con la viña que les ha tocado en suerte: "Para mí, dice la esposa, mi
bien es estar junto a Dios, he puesto mi cobijo en el Señor, para publicar todas
sus obras" (Sal 73,28). El Señor elige a Israel como su heredad, le arranca de
Egipto, le lleva "sobre alas de águila" (Ex 19,3) y le planta en el monte de su
herencia, en el lugar que se había preparado como su sede (Ex 15,17). Por ello le
dice: "Tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios; él te ha elegido a ti para
que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblo de la tierra"
(Dt 7,6). "Tú no tendrás heredad; no habrá para ti porción entre ellos; Yo soy tu
porción y tu heredad" (Nm 18,20). La esposa, que se siente llamada a cantar las
alabanzas del Señor (43,21), acoge agradecida su don y canta: "El Señor es mi
heredad y mi copa; mi suerte está en su mano; me ha tocado un lote hermoso, me
encanta mi heredad" (Sal 16,5). No desea otra cosa; se siente feliz "morando en
la casa de Dios todos los días de su vida, gustando de su dulzura" (Sal 27,4). "!
Feliz la nación cuyo Dios es Yahveh, el pueblo que se escogió por heredad!" (Sal
33,12;144,15). Sí, "vale más un día en tus atrios que mil en los palacios de los
potentes; mejor es estar en el umbral de la casa de mi Dios que habitar en las
tiendas de los malvados" (Sal 84,11).

El amado proclama: "Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación


santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado
de las tinieblas a su admirable luz. Vosotros que no erais pueblo, ahora sois el
pueblo de Dios; vosotros, de los que antes no se tuvo compasión, ahora habéis
alcanzado misericordia" (1Pe 2,9s). Con razón canta la esposa al Cordero: "Eres
digno de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y por tu sangre
compraste para Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho
de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes y reinan sobre la tierra" (Ap
5,9ss).

La viña del Señor es más preciosa que la que produce al rey frutos
cuantiosos. Dios mismo la cuida y protege. Cuando Israel era un niño, Dios
manifestó con él su solicitud y ternura (Os 11,1-4). A Dios le gusta rodearse de
los niños, de cuya boca recibe la alabanza perfecta (Sal 8,3; Mt 21,16). En el
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regazo de Dios el niño se siente seguro (Sal 131,2). Con un niño, Dios
restablecerá su reino, se hará Emmanuel, "Dios con nosotros" (Is 7,14ss; 9,5ss).
Niño pequeño apareció entre nosotros el Hijo de Dios (Lc 2). El bendice a los
niños (Mc 10,16), les revela los misterios del Padre (Mt 11,25ss), "pues de ellos
es el reino de los cielos" (Mt 19,14). Sólo "como niño pequeño se puede acoger
el reino" (Mc 10,15). Todo el itinerario en pos de Jesús es para "volver a la
condición de niño" (Mt 18,3), "renacer de lo alto" (Jn 3,5) para tener acceso al
reino. "Hacerse pequeño" (Mt 18,4) como un niño es el camino para ser hijo del
Padre celestial. Pequeño y discípulo son equivalentes (Mt 10,42; Mc 9,41).
¡Bienaventurado quien acoja a uno de estos pequeños! (Mt 185;25,40), pero ¡ay
del que los escandalice o desprecie! (Mt 18,6.10), pues "ha escogido Dios lo
débil del mundo para confundir lo fuerte" (1Cor 1,27).

Mi viña, la mía, está ante mí. ¡Qué largo camino ha recorrido la amada!
Ella que empezó confesado "mi propia viña no la he guardado" (1,6), ocupada en
las viñas ajenas, ahora está bien atenta a su propia viña (Lc 16,12). Al final puede
decir: "He competido en el noble combate, he llegado a la meta, he conservado la
fe" (2Tim 4,7).

c) Huye, amado mío

Tú que habitas en los jardines, donde tus compañeros te escuchan, déjame


oír tu voz. El Señor dice: ¡Oh Asamblea de Israel, tú que estás entre las naciones
como un pequeño jardín, hazme oír la voz de tus cantos, la alabanza de tus labios.
Levanta tu voz y que la oigan todos los que te rodean. Los compañeros, los
amigos fieles, que han seguido el itinerario de la esposa hasta el final, escuchan
su voz, eco de la voz del Señor, que dice: "Escuchad al amado" (Mt 17,5). La
esposa repite: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).

Se parece a un rey que se irritó con algunos de sus vasallos y los encerró en
el calabozo. ¿Qué hizo el rey? Tomó a todos sus oficiales y fue a escuchar qué
himno cantaban. Entonces oyó que entonaban: "Nuestro señor, el rey, es nuestra
alabanza, él es nuestra vida". Entonces el rey exclamó: Hijos míos, alzad vuestras
voces para que todos lo escuchen. Así mismo, aunque los israelitas tengan que
dedicarse durante seis días a sus ocupaciones y pasen tribulaciones, el sábado
madrugan y van a la sinagoga y recitan el Shemá, danzan ante el armario que
guarda los rollos y leen la Torá. Entonces el Santo les dice: Hijos míos, alzad
vuestras voces para que todos lo escuchen.

¡Huye, Amado mío, sé como una gacela o como un joven cervatillo, hasta
el monte de las balsameras! Entonces dirán los ancianos de la Asamblea de
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Israel: ¡Huye, Amado mío, de esta tierra contaminada y haz habitar tu Shekinah
en los cielos excelsos! Y en el tiempo de la angustia, cuando oremos a ti, sé como
la gacela que, cuando duerme, tiene un ojo cerrado y otro abierto, o como un
cervatillo que, cuando huye, mira hacia atrás. De la misma manera, cuida tú de
nosotros y, desde los cielos excelsos, mira nuestra angustia y nuestra aflicción
(Sal 11,4) hasta que te dignes redimirnos y nos hagas subir al monte de Jerusalén:
allí te ofreceremos el incienso de aromas (Sal 51,20s).

Simón el justo, uno de las últimos miembros de la Gran Asamblea de Israel,


solía decir: "El mundo se sostiene sobre un trípode: la Torá, el Culto y la
Misericordia". La amada escucha la palabra del amado; el amado se complace en
oír la voz de la amada en el canto de la asamblea; y de la palabra oída y cantada
brota la misericordia que salva al mundo.

Se parece a un rey que organizó un banquete y convocó a los invitados.


Después de comer y beber, algunos de los invitados se mostraron agradecidos
con el rey; pero otros le criticaron. El rey lo notó y se enojó. Pero la reina abogó
por ellos, diciendo: ¡Majestad!, en vez de fijarte en los que después de comer y
beber te han criticado, fíjate más bien en los que se han mostrado agradecidos y
te han alabado. Así mismo, cuando los fieles del Señor, después de comer y
beber, se muestran agradecidos y alaban al Señor, El presta atención a su voz y se
complace: en cambio, cuando las naciones extranjeras, después de comer y beber,
blasfeman y le insultan con las obscenidades que dicen, entonces él piensa
incluso en destruir el mundo. Pero la Torá entra y aboga en su favor, diciendo:
¡Señor del universo!, en vez de fijarte en éstos que blasfeman y te provocan, mira
más bien a tu pueblo, que se muestra agradecido, te ensalza y alaba tu Nombre
excelso con himnos y alabanzas. Y en atención a ellos el Señor no destruye el
mundo.

El Cantar no termina instalando a los esposos; la esposa guarda en su


memoria la imagen del esposo como gacela o cervatillo saltando por los montes.
Siendo así es como ella se ha enamorado de él y eso quiere que siga siendo: ¡Sé
como gacela o el joven cervatillo por los montes de las balsameras! Día a día le
seguirá esperando, anhelando que él llegue y la sorprenda. El amor no es rutina,
siempre es nuevo, esperado, deseado, recreado.

Así seguirá su peregrinación por este mundo hasta que, al final, una
muchedumbre inmensa, con el fragor de grandes aguas y fuertes truenos, cantará:
"¡Aleluya! Alegrémonos, regocijémonos y démosle gloria porque han llegado las
bodas del Cordero y su Esposa se ha engalanado con vestidos de lino
deslumbrante de blancura" (Ap 19,7).
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