LAS ENCRUCIJADAS JUVENILES DE SAN ANTONIO MARÍA CLARET
En este momento presento algunas «encrucijadas»
(dilemas, alternativas, búsquedas) juveniles del santo, las
cuales hicieron de este joven inquieto por conquistar el
mundo de los negocios un alto en su caminar para tomar
un camino distinto: ser misionero apostólico, que, como
Jesús, pasó por el mundo haciendo el bien.
Antonio Claret y Clará nace en Sallent (Barcelona), a unos
15 km. de Manresa, en 1807, en el seno de una familia
profundamente cristiana, dedicada a la fabricación textil.
La infancia del santo no transcurrió con total
tranquilidad. La guerra napoleónica, la influencia de las
ideas de la revolución francesa, entre otros asuntos. En
el aspecto religioso está marcado por la vivencia de la
providencia de Dios, por un lado; y por la idea de la
eternidad, por otro. Su piedad se ve influida por la
devoción a la Virgen María y a la Eucaristía.
A los doce años, su padre le pone a trabajar en el telar
familiar. Reconociendo su habilidad para la fabricación,
va a Barcelona para perfeccionarse en el arte textil. Se
dedica con verdadera pasión al trabajo; vivía para él día
y noche. Sus oraciones, en cambio, no eran tantas ni tan
fervorosas, aunque no deja la misa dominical ni el rezo
del rosario. Poco a poco se le va olvidando el deseo
infantil de ser sacerdote, pero Dios le iba dirigiendo
según sus planes. Es aquí donde queremos centrar
nuestra atención, para enriquecernos de aquellos
acontecimientos que a Claret le dejaron una huella
profunda en su vida. Escuchemos este relato, tomado de
algunos datos de la Autobiografía del santo en los
números 66 al 79.
AQUELLOS AÑOS DE BARCELONA
Esos años de la infancia, que con tanto cariño recuerdo,
quedaron atrás. Yo tenía un gran afán por superarme.
Quería profundizar más en los conocimientos de la
fabricación textil. El pueblo ya se me quedaba pequeño;
por eso le pedí a mi padre que me dejara ir a estudiar a
Barcelona. En la gran ciudad cambio mucho mi situación.
El pasar de un pueblo perdido entre los campos a una
ciudad que comenzaba a ser gigante y a hacer notar su
valía industrial, lo viví en un primer momento como si un
sueño extraño y maravilloso se convirtiera de pronto
realidad.
En Barcelona, yo mismo
ganaba con mi trabajo cuanto
necesitaba para comida,
ropa, estudios y para mis
gastos personales. Así estuve
desde que cumplí los 18 años
hasta casi los 22. Tengo que
reconocer que en Barcelona
me fue muy bien. La
experiencia y el estudio me
dieron una sólida formación
para la industria textil. Al
paso del tiempo, se extendió por toda la ciudad la fama
de mi habilidad para la fabricación textil, y varias
personas que me habían conocido pensaron que sería
una buena idea el asociarnos para formar una empresa
propia. Quería que yo fuera el director de esa nueva
empresa. Ellos convencieron a mi padre, y mi padre me
lo propuso a mí. Quería hacerme comprender que yo
tenía el futuro en mis manos y que no podía dejar de
pasar aquella a magnífica ocasión. Lo veía muy ilusionado
con esta idea. Y por primera vez en mi vida no seguí los
pasos de mi padre. Le puse mil excusas. Le dije que era
muy joven todavía, que no tendría la suficiente autoridad
ante los obreros y otro montón de razones que aquel
momento me inventé. La verdadera razón era otra: en
realidad todo aquello no acababa de llenarme.
A pesar de los éxitos obtenidos y del futuro tan
prometedor, yo estaba seguro de que Dios quería de mí
otra cosa. En aquel momento yo no sabía muy bien qué
era lo que Dios buscaba de mí, pero presentía que se
trataba de algo distinto a lo que me ofrecían. Por otro
lado, tengo que reconocer que allí me encontraba en mi
ambiente. Mi delirio era la fabricación. Tanto, que
siempre andaba pensando sobre nuevos proyectos,
nuevas ideas, nuevas posibilidades. Durante largas
temporadas llegó a ser una verdadera obsesión. El
continuo pensar en máquinas, telares y nuevas
composiciones me tenía tan absorto que no acertaba en
pensar en otra cosa.
EXPERIENCIA QUE DEJARON HUELLA
Durante este tiempo me ocurrieron algunos hechos
importantes que se acabarían dando un giro total a mi
vida. Fue como si, poco a poco se desvelara la causa de
esa profunda insatisfacción que sentía, a pesar de los
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triunfos que había conquistado. Estos acontecimientos
me fueron acercando a la vocación que definitivamente
daría sentido a mi vida.
El primero de estos acontecimientos ocurrió un buen día
que fui a bañarme con los amigos a la playa de la
Barceloneta. Estando en el agua, una ola gigante me
arrastró mar adentro. Me sentí importante ante la fuerza
del mar. Experimenté la agonía. Creí que aquello era el
fin. Los amigos, que estaban en la playa, me daban
también por muerto. En aquella situación de ansiedad
sentí la mano de la Virgen que me rescataba de las olas y
me hacía llegar sano y salvó hasta la playa. Fue una
experiencia muy dura. Yo, que me sentía joven y fuerte,
vi en mi propia piel lo efímero de la vida. Me di cuenta de
cómo podía perderla en cualquier momento. También
experimenté que lo único absoluto, lo único que
permanece, es el amor a Dios no tiene.
El segundo, de estos acontecimientos se refiere al
dinero. Como ganaba suficiente dinero para todos mis
gastos, pude ahorrar alguna cantidad. Uno de los mis
amigos, que lo sabía, me pidió dinero prestado. Y ocurrió
lo que tantas veces ocurre: desaparecieron el dinero y los
amigos. En realidad, este amigo era muy aficionado al
juego. Al contraer más deudas de las que podía pagar, no
sólo desapareció el dinero prestado, sino que robó todos
mis ahorros, y lo detuvieron cuando intentaba robar a
otro amigo. Yo pasé una vergüenza tremenda. Me
parecía que todos me señalaban como el amigo del
ladrón.
La traición de este amigo me dejó bastante amargura.
Sobre todo, me hizo caer en la cuenta de la poca
seguridad que dan los bienes que atesoramos con tanto
afán. En esta situación cobraron en mí un significado
especial aquellas palabras del Evangelio: «atesoren
tesoros en el cielo, donde los ladrones no pueden robarlo
ni la polilla carcomerlos» (Lc 12,33).
El tercer acontecimiento ocurrió en casa de un amigo. Fui
a buscarlo a su casa, pero en aquel momento no estaba.
Me atendió su mujer, una señora joven y atractiva, quien
me inventó a esperarlo en la casa, porque estaba a punto
de llegar. Después de estar un cierto tiempo esperando,
comprendí las verdaderas razones de aquella señora al
invitarme a esperar: comenzó a insinuarme con palabras
y acciones. Ante esta situación, salí huyendo de aquella
casa y jamás volví a poner los pies allí. Con esto
comprendí cómo el amor de los hombres puede ser
traicionado. Dios, sin embargo, ama siempre y siempre
es fiel.
El cuarto acontecimiento vino a echar por tierra lo único
que me quedaba y por lo que yo resistía todas las
pruebas y que en esos momentos dada sentido a mi vida
y a mi presencia en Barcelona: mi vocación por la
fabricación textil. Todo esto se me vino abajo el día que
escuché unas palabras del Evangelio que me llegaron
hasta el alma: «De que le servirá al hombre ganar el
mundo entero si pierde su vida» (Mt 16,26).
UNA DECISIÓN IMPORTANTE
Comencé a sentirme extraño
en mi propio ambiente. Seguir
en Barcelona ya no tenía
sentido para mí. Yo que había
llegado a Barcelona con el
afán de conseguir lo mejor,
pensaba ahora que lo mejor
era alejarme de allí. Quería
retirarme a la soledad de un
convento de monjes cartujos.
Pero me faltaba dar un paso
difícil: debía comunicar esta
decisión a mis padres.
Sabía que esto iba a ser un golpe muy duro para ellos,
sobre todo para mi padre que tantas esperanzas había
puesto en mí. Cuando hablé con mi padre, se llevó un
disgusto tremendo. Intentó convencerme con mil
argumentos para que rectificara mi decisión. Al final de
todo, mi padre me dijo que esa inquietud lo consultará
con un sacerdote…
PARA REFLEXIONAR
1. ¿Qué acontecimientos dejaron huella en Claret que lo
llevaron a tomar una decisión definitiva?
2. ¿Por qué a Claret le marcó muy hondo la frase de
Evangelio: «De que le servirá al hombre ganar el mundo
entero si pierde su vida» (Mt 16,26)?
3. ¿Retomando las encrucijadas de Claret, a que te invita
Dios hoy?