Rodolfo Kusch nos sorprende al leerlo y si lo hace, es porque rompe la tradición de
la filosofía argentina y su larga raigambre académica, donde pensar filosóficamente significó, la mayoría de las veces, indagar, repetir y profundizar un pensamiento heredado de una cultura impuesta colonialmente que no oculta en sostener la “utopía” de forjar Europa en América o su sucedáneo, los Estados Unidos, haciéndose cargo, como si fuera propio, de un pensamiento creado en otros ámbitos geopolíticos y geoculturales. Lo que Rodolfo Kusch nos viene a mostrar es que no somos una continuidad del mentado Occidente; que el saber que hemos desplegado fue un saber hecho para dominarnos y no para liberarnos y entonces, se transforma en un menester de urgencia forjar el propio para comprender a América desde América. Al plantearlo produce una verdadera “ruptura epistémica” desde sus escritos y su propia biografía. Sus acciones y pensamientos lo alejan de la denominada “filosofía académica”, transitando un camino donde en vez de guiarse por la disciplina de la filosofía pretendidamente “universal”, y a partir de ahí, comprender la realidad americana, desobedece ese mandato y lo examina desde su propia experiencia pensante para encontrar lo propio y profundo de América, dejando de lado el principio liberal por excelencia, de “educar al soberano”, planteando la necesidad irrenunciable de “escuchar al pueblo”. Y en ese pueblo está el indio, el mestizo, el desarrapado de las ciudades y estamos nosotros, que no podemos eludir o negar la “herida colonial” y su consecuente “colonialidad del poder y del saber”, aún vigente, siendo, el saber académico, una notable forma de ponerla en práctica. Incorporamos así, una cultura “alienante y alienada” que no nos permite comprendernos a nosotros mismos y peor aún, resulta contraria a nuestros propios intereses como nación y como continente, con el agravante de que no nos permite comprender al pueblo en que estamos insertos, generando una falsa división entre “cultura oficial” y “cultura de elites” que refleja esa situación neocolonial. Y en esa situación se encuentra lo que Kusch calificará como el “drama de América” que imposibilita el alcanzar e instituir una América mestiza y Nuestra, glosada maravillosamente a fines del siglo XIX por José Martí. Por ello al tomar contacto con suelo “hediento” de América nos remontamos al lugar racializado que Europa inventó al inventar América negando en su totalidad la cultura gestada en ella, proceso que aún no ha concluido ya que seguimos pensando y apuntalando esa filosofía académica para la cual “la verdad, el bien y la belleza” están fuera de nuestro espacio geocultural y solo nos queda el papel de imitar o continuar lo impuesto desde fuera. Su pensamiento produce un “vuelco” por el cual da vida a lo supuestamente muerto y acabado que asedia a nuestro continente desde hace siglos: los movimientos indígena – populares que forman parte de las mayorías nacionales, a los que Kusch llama lisa y llanamente “pueblo”, de esta manera logra, más allá de que sus indagaciones se sitúen en el ámbito de la meseta andina, darle contenido al lugar hermenéutico del otro, de todos los otros que no fueron incluidos en la construcción de la Nación. La extrañeza que sentimos al leerlo probablemente se deba a que su pensar se hace cargo de todo lo que fuera acallado, desde la conquista hasta el presente, continuado por el pensamiento “oficial” gestado por las elites “ideológicamente blanquizadas” desde su particular eurocentrismo y etnocentrismo, que se continuó a través del sistema educativo y al cual no fue ajeno el modo de articular la enseñanza superior universitaria. Y, además, frente a la “invasión – invención” de América gestada por los usurpadores, rescata esa América olvidada y nos conmina a hacernos cargo de las “raíces”, en la que está y estuvo fundada, fagocitación mediante, para poder comprender a los que fueron considerados “otros”, siendo su alteridad negada, sus cuerpos asesinados, expoliados, y explotados, pero presentes. En definitiva, el suyo es un intento, desde el ámbito del pensamiento, de permitirnos participar del “sentir profundo de nuestro pueblo para poder hallar libremente nuestra verdad sudamericana”, como lo señala en El pensamiento indígena y popular en América. Y de ese pasado presente que se enuncia como futuro, queremos rescatar en estas páginas, su hacerse cargo del significado aymara de “vuelco”, que se encuentra presente en su pensamiento rescatando esa vuelta o inversión del orden político. Un verdadero Pachakuti, como utopía del incario, que permita lograr un equilibrio justo, sabiendo de antemano que son inevitables los pasos de lo fasto a lo nefasto pero que también lo contrario puede darse y así, lograr y celebrar un tiempo de encuentro entre opuestos en América que pueda restituir lo negado. Una nueva inversión del tiempo y el espacio que logre dar vuelta ese “mundo al revés” anunciado por Guaman Poma, que advertía la imposibilidad de vivir en la situación generada por el colonialismo y la necesidad de gestar un nuevo pacto que nos permita habitar el mundo americano, haciéndonos cargo de su historia completa. Permitiendo encontrar la “civilización en la barbarie” y la “barbarie en la civilización”, armonizando opuestos que muestran la dualidad de lo real y la inevitabilidad de reconocer “el estar” como propio del hombre de América sin la necesidad de tener que recostarnos en Occidente y su “ser alguien”. El derrotero de este libro dedicado a su pensamiento comienza exponiendo lo que entiende Kusch como el “drama de América”, afincado en el hecho de participar, al mismo tiempo, de dos mundos culturales y la imposibilidad consecuente de no poder construir el propio. En el primer capítulo del mismo, hacemos hincapié en que nuestro pensamiento deberá surgir de una interacción entre la cultura impuesta y la cultura acallada, destruida o marginalizada. Se trata de inventarnos o mejor, de reinventarnos, de adquirir un ser “insurgente”, un estar en resistencia permanente contra la colonial imposibilidad de surgir, que nos coloca en esa situación oscilante entre la vivencia de lo foráneo y la barbarie autóctona de lo contrario, seguiremos presos de la exclusión y de lo que se trata, es de incluir al que ha sido dejado fuera. El problema, como planteamos en el capítulo II, es que se construyó un “otro” partiendo de la negación total de sí mismo ya que por ser diferente, no se le reconoce humanidad y, a pesar de la contemporaneidad de las culturas del invasor y de los invadidos, no se produjo un diálogo intercultural sino el monólogo de la dominación. Es por ello, que nuestra forma de entrar en la historia planetaria, que desarrollamos en el capítulo III, fue producto de una acción exógena producto de la expansión europea que nos convirtió en productores de lucros exportables para beneficio del imperio de turno. Esta situación no se modificó estructuralmente con los procesos independentistas ya que, consumada la victoria militar de la “ciudad puerto” frente a las provincias argentinas, se ingresó en el proceso de división internacional del trabajo, de acuerdo a los intereses de los nuevos imperios liderados por Inglaterra y Francia, convirtiéndonos en exportadores de materias primas e importadores de productos elaborados, proponiendo en consecuencia, la asimilación de la cultura europea como complemento de la subordinación neocolonial. Hacemos referencia en el capítulo IV, al anterior intento de supuesta “emancipación cultural” con el ropaje del Historicismo Romántico europeo, se planteó la posibilidad de generar una cultura que rescatara el “color local”, tarea que acometió la llamada Generación del 37, pero que terminó sobrevalorando el racionalismo frente al historicismo predicado y continuó aceptando ser parte de una historia universal y única, dirigida por los países del norte europeo en renovada y franca expansión y para lo grarlo propusieron la “guerra social” en nuestro país, como un modo de ingresar en la “civilización” dentro del esquema de la existencia de un progreso universal y único, liderado por las potencias europeas, dando una vez más, las espaldas al país real. Dentro de este marco, se hace imprescindible gestar una filosofía desde América, tema que se desarrolla en el capítulo V, que se haga cargo del sujeto cultural latinoamericano con el fin de poder habitar y domiciliarse en nuestro mundo, encontrando arraigo mediante la asunción del sujeto filosofante de América que nos presiona constantemente, el pueblo. Y encontrarlo desde lo emocional y no solo desde lo racional, para elaborar una estrategia que nos permita ser sujetos de nuestra propia cultura y así tener una verdadera filosofía. El capítulo VI, es un emocionado reconocimiento a Rodolfo Kusch y su libro América Profunda, donde el autor nos va a poner frente a la realidad americana y su verdad, partiendo de su propia experiencia y de la interpretación de las fuentes precolombinas que expresan las cosmogonías incaicas, con el intento logrado, de captar lo americano, que no había sido tomado en cuenta por el pensamiento académico. Aportando, entre otros de singular importancia, el concepto de “fagocitación” que permite resignificar a las culturas que han sido colonizadas y la comprensión de esa realidad escindida y colmada de opuestos que es América, haciendo referencia a los que se presentan como contrarios irreconciliables, rescatando la “dualidad de los opuestos” con el fin de poder reconciliarlos en una unidad superior que permita incorporar a ambos, buscando el equilibrio. En la segunda parte de nuestro libro, planteamos la importancia de rescatar la verdad en la obra de arte como un modo de lograr que lo “tenebroso y oculto” salga a la luz, dejando de lado una “estética de la forma” y poder reflejar el estar americano. Cuestionamos, en ese sentido, una estética neocolonial que coarta nuestra libertad de expresión y nos propone una concepción del arte que se instaura en la Europa en el siglo XVIII como válida y alejada de la posibilidad de reflejar la verdad a través del arte proponiendo a las ciencias físico matemáticas primero y a la ciencias naturales posteriormente, como modelo de toda verdad, dejando al arte la posibilidad de ser un cúmulo de arbitrariedades subjetivas que produzcan placer y autoconocimiento del sujeto creador y del sujeto contemplador. Se desvalorizan así nuestras creaciones y, en el caso de las producidas fuera de los cánones del arte europeo, se las condena como “artesanías” porque carecen de autonomía y no forman parte del “arte puro”. Hacemos referencia a la mirada de artistas argentinos que disputan la concepción eurocéntrica y etnocéntrica del arte proponiendo una perspectiva nacional y latinoamericana del mismo. Para finalizar exponemos la relación que se da entre los conceptos de Fagocitación propuesto por Rodolfo Kusch, la Antropofagia de Oswald de Andrade y el enfoque de las Modernidades Alternativas desarrollado por la pensadora boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, considerando que todas ellas tratan de rescatar, desde el interior del arte, un discurso “decolonial” que permita no solo denunciar el colonialismo y el neocolonialismo impuesto, sino mostrar la heterogeneidad y singularidad de América.