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El Maravilloso Evangelio de la Gracia

Tommy Moya
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Reina-Valera, de la Santa Biblia, revisión 1960. Usado con permiso.

Copyright © 2008 por Tommy Moya

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ISBN: 978-1-59979-140-1

Impreso en los Estados Unidos de América

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Contenido

Introducción:

Capítulo 1 - Gracia sobre gracia

Capítulo 2 - Justificados por la fe

Capítulo 3 - Misericordia o sacrificio

Capítulo 4 - El poder la gracia

Capítulo 5 - La diferencia entre pactos

Capítulo 6 - Casado, pero Miserable

Capítulo 7 - La dimensión horizontal de la gracia

Capítulo 8 - Su gracia lo logrará


Introducción

Este libro es el resultado de una profunda inquietud que ha estado creciendo en mi corazón

en los últimos años. Como un predicador constituido por Dios para predicar el

maravilloso evangelio de la gracia me preocupa el estado en el que se encuentran muchos

creyentes que profesan ser libres, pero viven consumidos por la culpa e inseguridad. Me

inquieta la falta de gozo, la inseguridad de la salvación, las frustraciones internas, la falta

de compasión, la actitud continua de juicio y crítica, la hipocresía, la intolerancia y la

falsa espiritualidad e inflexibilidad. Estas condiciones que muchas veces se disfrazan

detrás de la religiosidad y espiritualidad superficial producen una búsqueda de aceptación

a través de las obras de la carne producto de las enseñanzas y predicaciones que se emiten

desde nuestros pulpitos.

A causa de las enseñanzas de este libro asumo el riesgo de ser amado y ser criticado.

Amado por los que serán libres del sistema religioso de la culpa, la vergüenza y la

inseguridad que producen mensajes llenos de legalismo y criticado por aquellos que verán

sus sistemas expuestos por la Palabra del Señor.

Mi misión es libertar a hijos que pudiendo ser libres y productivos, viven en vergüenza,

temor e intimidación. El Señor mismo tuvo que confrontar a los maestros y

predicadores de su tiempo (a los fariseos) que eran «Talibanes encubiertos tras la falsa

piedad». Su sistema promovia una espiritualidad externa y un sistema de reglas y dogmas

donde el «NO» sustituye al «SI» de Dios y la libertad en Cristo.

A través de este libro Dios tratará con nuestro «fariseismo» y nos enseñará a disfrutar la

gloriosa experiencia de ser libres por causa de la verdad. Sacará a la luz aquellas cosas

que nos han contaminado y que en el proceso hemos mezclado con la gracia del Señor.

Dios nos libertará para que podamos disfrutar de la experiencia maravillosa de conocer el

maravilloso evangelio de la gracia de nuestro Señor Jesucristo.


Todo libro tiene expectativas de parte de su autor. En este caso espero que sucedan cuatro

cosas a lo largo de estas páginas:

1. Espero una mayor apreciación del regalo de la gracia de Dios. Que comprenda lo

que significa para nosotros y también para los demás.

2. Espero que aprenda a pasar menos tiempo y energía preocupado y criticando las

decisiones de los otros en vez de concentrarse en la obra del Espíritu en su vida.

3. Espero que aprenda a tener una mayor compasión por los demás y no entre en

juicios hacia ellos.

4. Y que este libro lo ayude a dar pasos gigantescos ante la madurez y hasta la

madurez que el Señor quiere que experimente en su vida.

La gracia de Dios nos da permiso para disfrutar quienes somos y lo que tenemos. Nos da

la oportunidad de ser libres y de disfrutar de la vida. Al leer los Evangelios descubrimos

a un Cristo del cual emanaba el «SÍ», el permiso para celebrar la vida. Diferente a los que

le rodeaban, hombres doctos en la letra de la ley, religiosos, profesionales en la aplicación

de ella , piadosos por fuera pero asesinos por dentro. Sin embargo, el veneno del legalismo

no penetró en la vida de Cristo. Estaba tan lleno de gracia y verdad que no había lugar

para el veneno del legalismo en Él.

Si al finalizar las páginas de este libro usted comienza a amar y a comprender la gracia de

Dios para con nosotros, he logrado mi objetivo. Porque la Gracia de Dios es maravillosa.

Capítulo 1

Gracia sobre gracia


Un fin de semana prediqué en una iglesia del soleado Puerto Rico. Mi tema de predicación

aquella tarde era «La gracia». Al iniciar el sermón le pregunté a la congregación cuántos

de ellos habían visto alguna vez un cuadro de Jesús riéndose. Muchos entrecerraron sus

ojos intentando concentrarse para pensar o recordar alguno. Otros directamente cerraron

sus ojos para enfocar su pensamiento y saber dónde habían visto una imagen así.

Finalmente, la mayoría no respondieron al girar sus cabezas como señal de negativa, que

nunca lo había visto. Unos momentos después, una pareja se puso de pie y comentó haber

visto a un Jesús sonriente en un cuadro que prometieron traerlo al día siguiente.

Así sucedió, al finalizar el servicio del siguiente día, la pareja se me acercó con una pintura

en sus manos de un Cristo sonriente. Al mirarlo, se evidencia una imagen totalmente

diferente a los retratos mentales que tradicionalmente tenemos grabado en nuestra

memoria. Solemos pensar en un Cristo muriendo en la cruz o como un niño entre los

brazos de su madre. Sin embargo Cristo es la expresión máxima de la gracia de Dios, la

alegría ante el ser humano.

Él le daba permiso a la gente para celebrar la vida, a diferencia de los que le rodeaban,

hombres doctos en las letras de la ley, religiosos, profesionales en la aplicación de las

reglas, piadosos por fuera pero asesinos espirituales por dentro.

¿Qué había en el Señor que no permitió que nada de esto lo contamine? Él estaba tan lleno

de gracia y de verdad que no tenía un lugar vacío para el veneno del legalismo. Juan, uno

de los doce discípulos capturó en cinco versos la esencia de lo que hacía al

Señor tan atractivo a las masas.


«Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como

del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Juan dio testimonio de él, y clamó

diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque

era primero que yo. Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la
ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de

Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él

le ha dado a conocer» (Juan 1:14-18).

El cristiano no es atractivo por su sistema religioso ni por su rigidez espiritual, sino por la

cantidad de gracia que permita que emane de él por causa de una relación viva con el

Cristo resucitado.

Cristo representa la imagen misma de la presencia del Dios. Se caracterizaba porque

estaba lleno de gracia y de verdad. Su gloria estaba mezclada con la gracia y la verdad,

que lo distinguía de un mundo de tinieblas y demandas, de reglas y reglamentaciones, de

requisitos y expectativas demandadas por los líderes religiosos de aquel tiempo. De esta

forma aparece el Señor en escena, lleno de gracia y verdad. Así lo introduce Juan,

ministrando en una forma totalmente diferente. Un Cristo viviendo en una forma distinta,

impactando a las personas de una manera extraordinaria. Él introdujo un estilo

revolucionario de vida, por eso es que el verso 16 dice: «Porque de su plenitud tomamos

todos, y gracia sobre gracia».

Aquella plenitud en Cristo marcó la vida de los primeros discípulos, los marco de tal

manera que quienes lo aceptaron, recibieron también su compasión. El estilo de Cristo se

convirtió en su propio estilo. Absorbieron su amor y su misericordia.

Esto fue tan poderoso que a fines del siglo primero, doce hombres con quienes nadie

hubiera podido hacer nada, fueron transformados poderosamente por la potencia de la

gracia de Dios. Tal era la potencia que ellos tenían que transformaron la Roma imperial

de aquel momento. ¡Qué gracia maravillosa! Los discípulos no solamente tomaron de su

plenitud, sino que Juan nos dice que además recibieron gracia sobre gracia. «Porque de
su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue

dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (v.17).

Usualmente tenemos una mentalidad dual, parte con la ley del antiguo testamento y parte

neo-testamentaria. Nos cuesta entender si somos aceptos o si todavía nos falta algo para

recibir de Dios. No sabemos si en Él estamos completos o incompletos.

Juan dijo que la gracia que hemos recibido en Cristo es una gracia sobre gracia. Esto

explica que la gracia que Cristo trajo e impartió es superlativa. En otras palabras, no se

puede medir, no se puede cuantificar, porque la gracia del evangelio de Jesucristo es

grande y más excelente que la gracia que trajo la ley por medio de Moisés. Ya que la ley

exigía reglas y requisitos. Todo era condición y templo. Todo era acondicionado. Usted

tenía que hacer algo para recibir, para ser aceptado, porque bajo la Ley de Moisés el

servicio a Dios no era el resultado de amor, sino de culpa y vergüenza. Esto producía

ridículas expectativas que incrementaban el fuego de los fariseos y satisfacía su orgullo

que se concentraba en la conducta externa y una constante vigilancia del bien y el mal,

especialmente en otros.

El sistema legalista era tan rígido que llevaba a juicios crueles, inflexibles, intolerantes e

incapaces de amar legítimamente. La obediencia era un asunto de compulsión en vez del

fluir motivado por amor. Pero la gracia que el Señor nos vino a impartir consiste en

perdón, bendición, paz, prosperidad, santificación, redención. La gracia de Dios que vino

por medio de Jesucristo, es transformadora.

Al ser más excelente y superior la gracia de Cristo absorbe lo que proveía la ley que vino

por medio de Moisés. Gracia sobre gracia es compasión. Es un favor superior a la ley y

no se puede medir. Entonces, cuando llegó la gracia y la verdad a través de Cristo,

comenzó una revolución que libertaba los cautivos de la religión. El temor motivado por
la culpa fue remplazado por una simple motivación de seguirlo y amarlo. En vez de

concentrarse en los logros de la carne, hablaban del corazón. En lugar de demandar que

el pecador cumpliera con una larga lista de requisitos, enfatizaba en la fe, aunque fuera

del tamaño de una semilla de mostaza. La religión rígida y estéril fue remplazada por una

relación motivada por la gracia. Porque la gracia y la verdad trajeron libertad. «Y

conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32).

Hay gracia suficiente para que usted sea transportado del legalismo farisaico que los

sistemas religiosos lo han metido, a la gracia maravillosa. Dentro del sistema legalista

muchos viven inseguros de su salvación. Acusados por sus propias conciencias no saben

que más hacer para sentirse amados y aceptados por el Señor. Sin embargo, usted necesita

saber que todo lo que usted necesita ya Dios se lo ha provisto a través de la persona de

Jesucristo y hemos recibido de Él gracia sobre gracia.

La ley creó en los israelitas una mentalidad de negocio: «Yo hago, tú me das, tú dices, yo

hago». Era un canje. Por esa razón muchas veces nos encontramos negociando con Dios.

Los fariseos se alimentaban de la inseguridad de la gente, por esa razón, Cristo los

confrontó llamándolos: «Tumbas blanqueadas, nubes sin agua, hipócritas, serpientes».

Porque el resultado de su servicio era motivado por la culpa y la vergüenza, y no por el

fluir de un corazón agradecido por lo que Dios había hecho por ellos. Los satisfacía el

orgullo farisaico que se concentraba en la constante vigilancia del bien y del mal.

Por esa razón el sistema legalista siempre señala, mide su espiritualidad con la del otro.

Si ora más que él, y va al culto más que él, entonces él es más espiritual, porque está

haciendo más. Esto no tiene nada que ver con el corazón ni con una transformación

interna. La vara de nuestra medida es Cristo. Cuando me mido con Él me doy cuenta de

lo lejos que estoy del carácter, la santidad, la perfección de Aquel que me amó. Pero como

tampoco podemos alcanzar tal medida con las fuerzas de la carne, entonces jamás podría
llegar a ser como Él. Es así que por cuánto todo eso era imposible para la ley, lo impartirá

en nosotros por gracia. “Más por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido

hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está

escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.” (1 Corintios 1:30-31)

Cuando Cristo les enseñaba a sus discípulos acerca de los fariseos, les decía: «Miren lo

que ellos hacen, y así no harán ustedes. Cuando oren enciérrense para que lo que se logró

en secreto se vea en público. Tengan cuidado de los que se paran en las orillas de las

plazas a sonar flauta, a hacer ruido para que la atracción sea hacia ellos. Tengan de

vosotros cuidado porque mi Padre ve en lo secreto».

Cristo siempre enfatizó en lo hecho desde el corazón. Cuando encuentra este sistema de

medidas que declara: «Soy más que otro porque hago más», no lo acepta. Para Cristo no

es relevante cuántas almas usted alcanza para salvación o cuánta gente se convierte

cuando les predica, Mientras que eso tiene cierto grado de nobleza y reconocimiento entre

los hombres la verdad del asunto es que no lo hace más espirituales que otros. No es

importante a quién usted conoce, quienes son sus contactos, recursos o dónde estudió.

Eso, en el reino, es irrelevante para la salvación.

El gran apóstol Pablo fue fariseo de fariseos, circuncidado al octavo día, de la tribu de

Benjamín, y en cuánto a celo más que todos los demás, tuvo que entender que todo aquello

debía dejarlo como basura con tal de ganarse el conocimiento de aquél que lo había

amado, lo había abrazado, de aquél que por gracia lo salvó. ¡Maravillosa gracia!

El sistema legalista es tan rígido que no da espacio para el gozo. A causa de esto muchas

familias han sido destruidas, matrimonios quebrados, hijos que hoy están en el mundo

como consecuencia del legalismo, que reprimen, que son inflexibles y que no permiten

disfrutar la vida.
En el tiempo del Señor no solo existían los mandamientos dados por Dios atreves de

Moisés, sino que también, los fariseos agregaron la dogmática de la interpretación de cada

uno de ellos. De esa forma comenzaron a limitar la alegría de disfrutar de la naturaleza,

de los hijos, de los nietos, de la vida misma porque para ellos todo era pecado.

Lamentablemente, aun en nuestro tiempo hay algunos que todavía están envenenados por

el legalismo y no pueden disfrutar de sus familias por estar envueltos en el ministerio.

Eso es legalismo. Dios quiere que usted disfrute tanto de la familia como del ministerio.

Cuando la motivación no es el agradecimiento sino pagar de alguna forma el favor de la

gracia, eso es legalismo.

Hay sistemas donde todos los domingos la congregación recibe una palabra de

condenación por no haber orado una hora cada día de la semana o porque no les hablaron

a diez personas de Cristo durante esos días.

¿Sabe usted por qué los mormones andan en bicicleta por las calles predicando de puerta

en puerta? Porque eso le acumula puntos en su cuenta del cielo.

¿Sabe usted por qué los testigos de Jehová van predicando puerta por puerta? Porque su

salvación está condicionada por las obras.

Pero usted debe entender que no puede añadirle nada a su salvación, que lo que hace es

simplemente por amor. Si yo le preguntara: ¿Por qué cree que Dios lo ama? Muchos

dirían:

• Yo creo que me ama porque voy a la iglesia.


• Yo creo que me ama porque lo busco.

• Yo creo que Dios me ama porque doy mucho dinero a la iglesia.

Si usted cree tener una razón por la cual Dios lo ama, dejó de ser amor. Dios lo ama

porque lo ama. Eso se llama amor ágape, que es amar sin esperar nada a cambio. Ése es

el amor que el Espíritu Santo derramó sobre nosotros.


Si usted le dijera a su esposa: «Yo te amo porque tú… ». Le puso una condición y eso no

es amor sino cariño. Cuando le dice a su esposo: «Yo te amo porque me comprendes»,

entonces ¿qué sucederá cuando no lo entienda?

Cuando Pablo comprendió la profundidad, la anchura, la inmensidad de este amor

exclamó: «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y

pecados» (Efesios 2:1).

El sistema legalista ha instalado en nosotros la creencia de que la salvación depende de

todo lo que hacemos. Pero su salvación no depende de lo que usted haga sino de lo que

Él hizo en la cruz del Calvario cuando entregó su vida por nosotros y nos rescató.

Si usted va a la iglesia por temor a perderse, o a buscar una bendición más de Dios, no

sirve que haya ido. No se congregue para cubrir su cuota. Pero si usted va al lugar donde

todos los que aman a Dios se congregan semanalmente y va porque quiere expresarle su

amor, bien hace.

El amor de Dios es tan grande que nos ama siempre. Nos ama cuando tenemos dinero

para dar el diezmo y cuando no tenemos. Nos ama cuando estoy gozoso sirviéndole con

una devoción extraordinaria, y cuando mis emociones me traicionan y estoy deprimido.

Me ama cuando estoy en salud como cuando estoy en enfermedad.


Muchas personas, en especial nosotros los latinoamericanos, que venimos al Señor en

muchas ocasiones con una gran influencia de la iglesia católica romana que no permite

cuestionamientos, se congregan para pagar por sus pecados y culpas.

Cuando no estamos maduros en la gracia pensamos que atravesar por una prueba es un

castigo resultado de algún pecado que cometimos hace muchos años. Pero cuando llegue

ante la presencia de Dios y le pregunte: «Señor, ¿tú te acuerdas del pecado que cometí en

aquella oportunidad?». Él le dirá: «¿Cuál? ¿De qué pecado me hablas?».

Lamentablemente, tenemos la capacidad de guardar el recuerdo de nuestros propios

pecados con fecha. Le ponemos anotaciones, y sabemos quién estaba y quién no.
Recordamos la hora del día en que pecó y qué era lo que estaba sucediendo en su vida en

esos momentos.

Pero cuando usted va a Dios con todos esos detalles, Él le dice: «¿De qué me hablas?

Porque no solamente dije que te iba a perdonar, sino que no me iba a acordar de ellos. No

tengo memoria de ellos. Te dije que iba a limpiar tu corazón y que quedaría como blanca

lana. Que serías tan santo que tú mismo te sorprenderías de la obra que iba a hacer en ti».

Es difícil entender esto con una mentalidad legalista, porque somos seres que estamos

acostumbrados a trabajar por lo que tenemos. Pero esto no depende de voluntad de hombre

sino de la gracia maravillosa y extraordinaria del Cristo resucitado. Él me ama como soy,

con imperfecciones, con inseguridades, con temores.

En los sistemas rígidos las personas no disfrutan la salvación, pelean por ella en lugar de

recibirla. Nunca están seguros de ellos. Cuando le preguntan: «¿Cómo estás?».

Responden: «Ahí estoy. Tratando de servir al Señor». Si está tratando de servirlo con la

fuerza de su carne, nunca podrá alcanzar el nivel. Si le sirve por amor y disfruta el hacerlo,

celebre su salvación. Si es parte de un sistema religioso donde no puede ser usted mismo,

donde reírse mucho es pecado y si no se ríe también lo es, entonces algo extraño ocurre.

Por eso, el texto comienza diciendo: «a los que le recibieron», para dejar bien en claro

que a éstos se les dio el derecho, la potestad, la autoridad de ser hechos hijos de Dios.

MENTALIDAD DE GRACIA

Cuando llegó la gracia y la verdad a través de Cristo comenzó una revolución para liberar

a los cautivos de la religiosidad. El temor motivado por la culpa fue reemplazado por una

simple motivación de seguirlo y amarlo. Imagine a Cristo cuando llamó a los discípulos

y le dijo: «Síganme». En ese momento los fariseos hubieran puesto cientos de condiciones

para poder calificar la calidad de discípulos, pero Cristo los llamó por gracia. Porque en
lugar de concentrarse en los logros de la carne, les hablaba del corazón. En lugar de

demandar que cumplieran con una serie de requisitos, Cristo enfatizaba en la fe. La

religión rígida y estéril fue reemplazada por una relación motivada por la gracia. La gracia

y la verdad que Él trajo eran libertadoras.

Interesante es notar que el Señor nunca utilizó la palabra «gracia» como parte de sus

enseñanzas, sin embargo, la enseñó y la vivió al máximo, desde la práctica. Por ejemplo,

a la mujer sorprendida en adulterio, le extendió gracia. Al joven rico lo confrontó con su

propia ley, exponiéndolo+ de esa forma a la gracia. Al leproso le manifestó gracia al

tocarlo.

El término bíblico de la palabra «gracia», expresa la idea de «doblarse, descender» por

gracia. Se entiende la idea de «favor condescendiente». Quizás podemos comprender

mejor la idea al pensar en un hombre que recruza en el camino del carruaje del rey quien

detiene su marcha y desciende con su corona y vestidura para tocarlo y bendecirlo. El rey

tocó a uno de menos rango, eso es gracia. Es extenderle favor a uno que no se lo merece

y nunca podrá ganárselo. Esta gracia es absolutamente gratuita. Nunca se pedirá que la

pague. Aun si tratara, no podría. Es más, tratar de pagarla es un insulto al que la da.

Lo que Dios hizo fue doblarse hacia nosotros al tomar nuestra forma humana para ser

parte de nosotros, para sufrir y padecer lo de nosotros, para que fuera por absoluta gracia.

Misericordia y verdad

«Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando

nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)»

(Efesios 2:4-5).
Al inicio de este texto, el Señor nombra la misericordia, que es la compasión con la que

nos amó para proveer un Salvador al perdido. Si solo la misericordia hubiera podido

salvar, la muerte de Cristo hubiera sido innecesaria. Dios tiene suficiente misericordia

para poder salvar a toda una humanidad sin la necesidad de una muerte. Pero la

misericordia no era suficiente, tenía que estar mezclada con amor, que era lo que

movilizaba el plan que Dios trazado para la salvación.

Pero a la misericordia y al amor todavía le faltaba algo, porque la santidad de Dios

demandaba que quien ocupara el lugar de la salvación del hombre fuera absolutamente

perfecto y santo. Y cuando buscaron quién, nadie calificaba para tal requisito.

Por lo tanto, Dios con su misericordia y su amor no podía hacer nada porque no había

quién reunieran los requisitos para ocupar ese lugar. Pero un día, en la eternidad, en el

eterno pasado, en la corte celestial, el Hijo se levantó y dijo: «Yo ocuparé el lugar de los

pecadores», por eso es que 2 Corintios 5:21 dice: «Al que no conoció pecado, por nosotros

lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él». Este texto

revolucionó mi vida cuando me respondí al llamado de salvación. Cuando enfrenté la

realidad de que Él no cometió pecado, pero pagó por los míos en la cruz del Calvario, me

estremecí. No había nadie para que tomara ese lugar, pero el Hijo se dio a sí mismo. Fue

así que por amor inició un proceso en su economía divina y comienza a trazar un plan

para señalar un tiempo, un lugar en la historia, donde el Emmanuel habría de venir. Dios

con nosotros haría su aparición. Entraría en la historia, rompería tiempo y espacio para

llegar a nosotros.

El apóstol tratando de comprender esto dijo: «El cual, siendo en forma de Dios, no estimó

el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando

forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se


humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses

2:6-8).

En aquel momento, hace más de dos mil años, Cristo apareció en la historia. Nadie reunía

los requisitos para hacerlo. Nosotros éramos los que debíamos ser castigados, los que

tendríamos que haber pagado por nuestra paz y haber sido enjuiciados, pero allí estaba el

Hijo. Él tomó nuestro lugar. Él fue la propiciación por mi pecado. Y aquel bendito día,

después que resucitó al tercer día, introdujo la gracia maravillosa.

Entonces el Padre dijo: «Todos los que a ti te reciban, tienen el derecho, la potestad, el

honor, de ser hechos hijos míos. Ahora todo lo tuyo será de ellos y todo lo de ellos será

tuyo». Cuando usted abrazó a Cristo alcanzó salvación y santidad imputada, porque todo

lo que Él hizo y lo que Él era, se le imputó a usted en aquel día en que lo recibió.

Porque el amor y la misericordia no podrían operar en gracia hasta que hubiera una

completa provisión por el pecado que solo se encuentra en Cristo y quien hace posible

que la gracia sea extendida. Porque la gracia elimina todo mérito humano, sólo se requiere

fe en el Salvador. Porque no solo provee salvación, sino seguridad y preservación para el

que la recibe, a pesar de sus imperfecciones humanas. Porque la gracia perfecciona al que

la recibe.

Isaías 53 dice:

«Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en

quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.

Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le

tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras

rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su

llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual
se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado

él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja

delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue

quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los

vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y se dispuso con los impíos su

sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño

en su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando

haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la

voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma,

y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará

las iniquidades de ellos» (v.3-11).

Fuimos marcados por el toque de Dios, esto no significa que somos perfectos, sino que

somos separados. Solemos usar la típica frase de: «Pero... yo no soy ningún santo». Sin

embargo, Pablo escribe: «A todos los santos...», cuando hace referencia a nosotros. Es

que algo importante sucede al momento de la salvación, no solamente fuimos salvos sino

también «justificados». Aunque no sea perfecto, soy justificado por la fe del que murió

por mí. Pablo entonces dice que fuimos «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para

con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos entrada por

la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria

de Dios»» (Romanos 5:1-2).

«Gloriarnos en la esperanza» es celebrar lo que vendrá. Usted ya está gloriándose desde

ahora, que es salvo y que está completo en Él. Usted no tiene que hacer nada para sentirse

así, Él lo hizo todo. Lo único que debe hacer es recibir lo que hizo por usted, nada más.

Por eso es gracia sobre gracia. Si usted trata de pagar el favor de la gracia, la contamina.

Solamente sírvale, no para pagar lo que Dios hizo, sino porque lo ama por lo que Él hizo.
El secreto de la salvación

El secreto de una vida santa, gozosa, libre, productiva, descansa en el conocimiento de la

gracia y en la fe en nuestra gloriosa posición en Cristo. Si está apartado de eso usted vivirá

inseguro, y condenado. Ya no estamos en Adán sino en Cristo.

Tendremos recompensa por fidelidad y santidad práctica, usted puede ser recompensado

por su devoción y práctica, pero esto no se puede confundir con nuestra eterna e

inmerecida salvación. Su salvación es eterna, de lo contrario Cristo tendría que volver a

morir en la cruz, y Él ya vino una vez.

Usted es salvo. A la falta de santidad, Él le imputa santidad. A su falta de misericordia,

Él le imputa su misericordia. Una vez que es salvo en Él, siempre lo será. Usted solo

preocúpese por cuidar esta salvación y por seguir creciendo en el conocimiento y la gracia

del Señor. Viva sin temor.

Imagino que su pregunta es: «¿Y… si vuelvo al mundo a pecar?». Si yo fuera usted, no

me tomaría ese atrevimiento. Si eso ocurre, arréglese con Dios, yo no puedo juzgarlo.

Pero si usted está en Cristo, si no le sirve por temor y vergüenza, si su devoción es santa,

sencilla, simple y de agradecimiento de amor por lo que Él hizo, ¡gloríese!

Si usted sabe que no es más por lo hace, sino por lo que Él hizo y que no le puede añadir

nada a su salvación con su oración, y no ora para ser más, sino para estar con Él.

¡Alégrese! Si está en Cristo, ni la vida ni la muerte, ni lo alto ni lo bajo, ni los ángeles ni

las potestades, ni ninguna cosa creada, podrá separarlo del amor de Dios que es en Cristo

Jesús. ¡Celebre su salvación! En Él estamos completos porque Dios anticipó su próximo

pecado y proveyó Abogado antes de la falta, por eso es: «gracia sobre gracia». En Él

fuimos perdonados.
Cuando usted entiende el valor de esta salvación tan grande, cualquier cosa que quiera

dañarla no lo permitirá, porque si usted tiene que sufrir en la gracia, la gracia lo sostendrá.

Si tiene que padecer en la gracia, la gracia lo preservará. Si tiene que ser perseguido por

la gracia, la gracia lo cubrirá. Si tiene que morir por la gracia, la gracia lo cubrirá.

Capítulo 2

Justificados por la fe

La justificación es el acto soberano de Dios por medio del cual declara justo al pecador

que cree, aun cuando todavía está en su condición de pecador. Dios declaró justo a

Abraham, aun cuando Él sabía que le iba a fallar. Una cosa era pecar antes de la gracia, y

otra, pecar después de ser declarado justo. El que pecaba antes de la gracia no padecía de

remordimiento de pecado porque no tenía relación con Dios. Pero cuando usted peca, y

seguramente tiene en mente no hacerlo, hay gracia suficiente para cubrirlo, porque Dios

lo ha justificado porque usted creyó en Cristo.

Cada día que usted se levanta por la mañana y va a trabajar sabe que al final de la semana

o del mes, recibirá su paga por lo que ha trabajado. Cuando llega el día de cobro, ¿se

acerca usted a la oficina del jefe y le dice: «Gracias. ¡Mil gracias por este pago! ¡No sé

qué haría si no fuera por usted!»? No, usted no hace eso. Simplemente le agradece con

amabilidad, pero en su interior sabe que su paga es lo que merece por el esfuerzo de su

trabajo y que si no le pagan, debe accionar judicialmente.

En Dios esto no funciona así. Todo lo que hemos trabajado y nos hemos esforzado, nos

trajo muerte y separación de Dios. No importa cuán difícil haya sido la obra ni cuántas

buenas intenciones haya tenido. No importa sus buenas acciones, ni las velas que haya

encendido. No importa los rosarios que haya rezado, ni la cantidad de veces que fue a
misa. No importa lo poco o lo mucho que haya hecho, porque cuando usted se presenta

ante Dios, Él le dice: «Eres un reo de muerte. Esa es tu paga. Eso es lo que mereces. Ese

es el castigo por causa de tu pecado». Pero, cuando acepta lo que Jesús hizo en la cruz del

Calvario, se da cuenta que no puede pagar lo que Él hizo. Eso es gracia, que me atribuye

a mí lo que otro hizo, para que yo pueda estar delante de Dios, por pura gracia. Cristo

pagó la deuda, y yo recibo el beneficio solamente por creer.

El pueblo hispano ha trabajado mucho para obtener logros, recompensas económicas y

reconocimiento. Por esa razón es muy difícil para ellos comprender esto, ya que ha

trabajado mucho para tener lo que lograron, han sudado para alcanzarlo, por eso les cuesta

comprender que la gracia es un don inmerecido. Esa experiencia resultado del trabajo

diario se transfiere a nuestra experiencia con Dios.

Hay quienes dicen: «Tengo que hacer algo para Dios. Tengo que trabajar para Él, porque

¿cómo voy a pagarle mis deudas?». Usted debe entender que nunca podremos pagarle

nada, porque Jesús ya pagó el precio por nosotros. Él justificó nuestras faltas delante de

su Padre para que seamos aceptos. Justificación es el acto soberano de Dios por medio

del cual nos declara justos. Él pagó la deuda y yo recibo el beneficio por creer en lo que

Él hizo.

Hay una barrera que se llama pecado de la cual nadie es inmune. No hay educación,

logros, lectura, dinero, religiosidad que lo quite. El mundo está contaminado con él y

todos necesitamos ayuda, perdón, y salvación.

Cualquiera que haya alcanzado logros puede gloriarse ante la gente porque los seres

humanos nos impresionan con sus logros. Nos impresionan las cosas que se han hecho,

por eso le ponemos su nombre a calles, pueblos y ciudades. Levantamos estatuas en su

honor, y le damos nombres a edificios de gobierno y escuelas públicas. Una persona que

ha trabajado mucho y que logró algo en la vida, tiene de qué gloriarse ante otros seres
humanos, pero ante Dios no importa el logro humano. Ni aún Abraham pudo alcanzar la

bendición y el favor de Dios en sus propios méritos. No fue lo que él tenía ni lo que él

logró, sino lo que Dios hizo por medio de su gracia.

Abraham era un hombre vacío, espiritualmente muerto, criado por una idólatra. De

acuerdo al capítulo 24 del libro de Josué, Abraham se casó con una mujer que vivía en

una región idólatra por nacimiento, por naturaleza y por decisión. Él era un pecador, sin

embargo Dios traspasó toda esa idolatría, toda esa muerte espiritual, todo lo que lo

separaba de Él, y por gracia se acercó a Abraham. Cuando creyó todo lo que Dios había

dicho le fue contado por justicia, y eso en la Biblia se llama: «Justificación».

El problema del pecado

«Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte,

así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Pues antes de la ley,

había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado» (Romanos

5:12-13).

«Por cuanto todos pecaron» significa que nadie es inmune. El problema del pecado no se

maneja con mejor educación, ni con altos logros. El problema del pecado no se soluciona

con más lectura, con dinero, ni con religiosidad. Nada de eso sirve. Todos fuimos

contaminados con ese pecado. Todos necesitábamos ayuda. Todos

necesitábamos perdón. Todos necesitábamos un Salvador.

«Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de

la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida.

Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos

pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.

Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó,
sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la

gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro»

(Romanos 5:18-21).
La salvación es un regalo gratuito que no se le puede atribuir a méritos humanos. Usted

no es más salvo después de cuarenta días de ayuno, ni más salvo después de haber dado

mucho dinero a la iglesia. No es más salvo porque ora tres horas al día ni por colaborar

con el ministerio de los desamparados y enfermos. Sus buenas obras no le añaden una

pizca a su salvación.

En otras palabras, usted no está haciendo nada que Dios no quiera que haga. Por lo tanto,

lo que usted está haciendo es una demostración de que por gracia, Dios se ha inclinando

hacia usted y lo está dirigiendo hacia el camino que Él quiere que usted vaya.

No es porque usted es más espiritual que otra persona, ni porque tiene más gracia,

simplemente esa era la obra que Él había preparado desde antes de la fundación del mundo

para que nosotros caminemos en ella. Es por eso que Cristo mientras hablaba de esto en

un contexto de gracia dijo: «¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le había

mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha

sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos»

(Lucas 17:9-11).

Declaró esto porque en verdad solamente hicimos lo que se nos dijo. Por lo tanto, yo no

puedo gloriarme de lo que estoy haciendo hoy, ni creer que soy más que usted,

simplemente estoy haciendo lo que por gracia se me encomendó.


El propósito de la ley

La gracia es un regalo gratuito y para que pudiera ser manifiesta, la ley tenía que ser

enviada, por eso es que el texto bíblico dice: «Pero la ley se introdujo para que el pecado

abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia» (v.20).

El primer propósito de la ley era identificar el pecado y confrontarlo. Luego lo acusará de

tal manera que usted tendría que buscar a quien pudiera darle libertad.

El segundo propósito de la ley era intensificar la culpa, porque todo lo que decía la ley

era «no». Esta declaraba lo que se necesitaba para cumplir con los requisitos de la justicia

de Dios, pero no tenía provisión para poder cumplirlos, porque en sí misma la ley es

incapaz de justificar al pecador.

La ley demandaba de la perfección, pero no ofrecía ayuda o motivación para lograrla. Lo

único que hacía era identificar el pecado para que se diera cuenta de lo terrible que era

delante de Dios y buscara la provisión para poder manejar aquella culpa. Todavía es igual.

La ley nos hace conscientes de nuestra falta.

¿Se ha detenido usted frente a una pared que tiene un cartel de advertencia que indica:

«No toque, pintura fresca»? Antes, usted nunca había visto ese muro, ni hubiera notado

la pintura. Tal vez pasó por ese lugar siempre, pero recién cuando pusieron el cartel de

advertencia y lo leyó, algo se le despertó dentro de usted con curiosidad. Algunas personas

más controladas, pasaron allí, leyeron el cartel, sintieron la tentación de tocar la pared

recién pintada, pero no lo hicieron.

Con relación al pecado, la ley no ayuda, porque el propósito de la ley es señalar. Cuando

usted sabe acerca de la ley se descubre el pecado que está en usted, entonces comprende

lo perverso y malo que es. Aun haciéndole tanto bien a la gente, está lleno de odio, rencor,

amargura, envidia, celo, contienda. Aunque asista a su iglesia los siete días de la semana,

cuando trate de vivir por la ley, jamás podrá satisfacer la demanda de una santidad
perfecta, de un Dios excelente, que no juega con el pecado. Él tiene demandas y

exigencias divinas.

La ley decía: «Esto es santidad: honren mi nombre obedeciendo mi ley», pero nadie lo

podía hacer. La ley se introdujo para que el pecado se manifieste. Entonces, cuando el

pecado abundó, la esperanza era que la gracia sobreabundara. Aunque el pecado se podía

medir, la gracia no. Cuando el pecado era mucho, la gracia era infinita.

Cuando el pecado juzgaba, la gracia decía: «Eres justificado porque creíste en lo que Dios

proveyó a través la persona de Jesucristo». Cuando el pecado condenaba, la ley

justificaba. Cuando el pecado acusaba, la gracia bendecía.

El propósito de la gracia

La gracia excedió las expectativas naturales. Hasta que usted no entienda el significado y

propósito de la gracia, será un juguete del mismo infierno. El diablo va a jugar con su

mente, con su pasado, con lo que usted hizo hace más de veinte años atrás. El enemigo lo

acusará, lo culpará. Pero si usted entiende el propósito de la gracia, dirá ante la acusación:

«Está equivocado. En verdad yo era un pecador, un adúltero, un borracho. En verdad hice

cosas de las cuales me avergüenzan aún hablar de ellas, pero la gracia cubrió cada una de

mis faltas. La gracia cubrió cada uno de mis pecados. Porque cuando el pecado abundó,

la gracia sobreabundó».

Un día, miré a la cruz del calvario y comprendí que el que tendría que estar colgando en

ese madreo, era yo. Él tomó mi lugar y por gracia soy salvo, no por las obras de la carne,

sino por la justicia de mi Dios. La ley reveló lo malo que éramos, pero la gracia nos revela

lo bueno que es Dios.

«Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y

nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que
recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros

corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!» (Gálatas 4: 4-6).

Dios nos ha dado el Espíritu de su Hijo por el cuál clamamos: «¡Abba Padre!». Moisés

no pudo decirlo. Isaías y José tampoco, ya que el término más cercano y afectuosos que

pudieron decirle a Dios fue: «Jehová».

Moisés, Abraham y Adán, desearían estar en la dimensión que estamos viviendo. Ellos

tenían que ir a un lugar para encontrarse con Dios, usted camina con Dios donde quiera

que vaya. Ellos necesitaban ofrecer sacrificio para poder ser aceptado, pero yo no tengo

que esperar por el sacrificio, porque Cristo murió una vez y para siempre, y en aquella

muerte perfeccionó a todos los que creen en su justicia para siempre. Usted es

justificado.

La perfección que Él demostró es la misma que nos han imputado a nosotros. Cuando

Dios mira su vida no lo ve a usted, sino a Jesús. Las debilidades que usted tiene, la ley se

las resalta, pero si le aplica gracia, la mirada de Dios sobre su vida es otra.

La ley cumplió con su trabajo: exponer el pecado. Pero la gracia nos habilita para agradar

a Dios, porque no me dejó solo y no tengo que inventar cómo agradar a Dios, sino que el

Espíritu del Hijo está en mí. Así como Jesús pudo agradar al Padre a plena perfección, la

gracia me motiva a acercarme a Él.

«Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en

los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al

príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia,

entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra

carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza

hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran
amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente

con Cristo (por gracia sois salvos)» (Efesios 2:1-5).

No es por mérito humano

Es maravilloso pensar que «justificación» es declararnos justos y santos, aún cuando

todavía estamos muertos en delitos y pecados. Este es el resultado de que Dios nos haya

dado vida juntamente con Cristo.

«Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando

nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),

y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con

Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en

su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Efesios 2:4-7).

Somos salvos por gracia. Cuando estemos ante Él en ese glorioso día, usted sabrá que no

está ante la presencia de Dios por sus obras ni por haber nacido en un hogar cristiano. La

única respuesta del por qué estamos ahí, es: «Por pura gracia». Cristo lo hizo por usted y

por mí. Nosotros solo recibimos los beneficios, agradecidos por la maravillosa gracia del

Evangelio. En esa gracia hemos sido sostenidos.

La gracia vivifica, fortalece, levanta, y elimina la conciencia de la ley y nos lleva a vivir

en la cruz. Por eso Pablo decía: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo

yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2:20). Porque lo que para la ley era imposible, la

gracia lo logró. En la gracia no hay logros humanos, no puede atribuirse nada propio.

Asesinos de la gracia

Solemos repetir la típica frase: «Buscar a Dios». Pero no puede buscar lo que ya está

dentro de usted. No podemos buscarlo porque Él ya nos encontró. No busque a Dios,


relaciónese en intimidad con Él. La palabra dice: « He aquí, yo estoy a la puerta y llamo;

si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo»

(Apocalipsis 3:20).

Cuando nos sentamos a la mesa con alguien, estamos intimando con esa persona, nos

relacionamos en intimidad con ella. Esa es la forma y la expresión bíblica más profunda

de tener una relación. Cuando usted invita a alguien a su casa, y lo hace con el propósito

de venderle algo, eso no es gracia, es manipulación. La gracia me lleva a intimar con

Dios. Pero hay personas encargadas de que usted no logre esa relación especial con

Dios. A ellos decidí llamarlos: Asesinos de la gracia. Los encontramos cada generación.

Sus argumentos son: «Tienes que seguir intentando y esforzándote para ser salvo. Antes

que puedas hacer esto en tu vida, tienes que dejar algunas cosas para luego ganártelo».

Pero la gracia ofrece perdón a través de la fe, después que usted lo recibe, el Señor le dará

fortaleza para dejar, poner, quitarse cosas de encima, y empezar otra vez. Después de

recibirlo comprenderá que es por gracia. El le dará el poder para eliminar de usted lo que

no le agrada.

Pero cuando eso ocurra, no diga: «Yo dejé esto porque hice aquello». Declare que dejó

eso solamente por gracia, porque en sus fuerzas no hubiera podido abandonarlo nunca.

Por gracia de Dios recibió la habilidad sobrenatural para que pueda quebrar con todo lo

que lo alejaba, lo separaba, obstruía y contamina su relación de intimidad con Él. ¿Es la

gracia la licencia para pecar? ¿Pecaremos para qué la gracia abunde? En ninguna manera,

porque los que hemos muerto al pecado ¿cómo viviremos aún en Él? Es por gracia para

que nadie se gloríe.

No se olvide que su salvación, no es lo que usted le hace a Dios, sino lo que Dios ha hecho

por usted. Él nos ha dado su provisión. Su matrimonio se restaura por gracia, se fortalece

por gracia. Su vida se sostiene por gracia.


Tal vez usted convive con un sentido de culpa violento, porque de acuerdo a las reglas

religiosas que le habían estipulado, usted no estaba cumpliendo ninguna o solo unas pocas

de esas reglas. El problema es que cuando uno vive por la ley, con un solo mandamiento

que no haya cumplido, es culpable de todos las restantes también. Una ley violada crea la

misma intensidad de pecado de cien leyes no cumplidas, porque el castigo o el precio de

cada una es la muerte.

A medida que usted comprende el verdadero sentido y propósito de la gracia, usted puede

expresar, vivir y disfrutar lo glorioso de una salvación tan grande. Cuando Dios nos dice:

«¡Cuídala!». No es caminar con temor a perderla, sino apreciarla en gran manera por el

alto costó, el precio que se pagó. Si usted realmente entiende la salvación, no tendrá

deseos de pecar.

Si vive en un sistema legalista religioso, seguramente sentirá culpa y no disfrutará de la

salvación. Se alegra durante el servicio del culto pero no puede adorar con libertad. Su

vida es a medias. A una iglesia que ha sido inundada por la gracia, no hay que decirle

cuándo adorar. No es necesario animarlos a hacer ejercicios religiosos: «Levanten las

manos o bajen las manos». Pero cuando usted entiende esto, hay un agradecimiento

continuo en su interior que se expresa en la alabanza y la adoración.

Si tal vez usted tiene temor a apartarse y a volver atrás, le aseguro que al conocer la gracia

de Dios, no disfrutará más del pecado del mundo. Descubrirá entonces que el pecado es

un estado miserable.

Dios le asegura que su fe puesta en Él, le será contada por justicia. Cuando el Juez del

cielo levante su martillo y golpee su escritorio, dirá: « _____________ (ponga su nombre

en el paréntesis), exonerado de todas sus culpas, de todas sus faltas, de todos sus pecados.

Queda libre por mi gracia, porque puso toda tu confianza en lo que mi Hijo hizo en la

cruz del Calvario».


Cuando el pecado se podía medir, la gracia no tenía medida.

Cuando el pecado era infinito, la gracia era infinita.

Cuando el pecado juzgaba, la gracia justificaba.

Cuando el pecado condenaba, la gracia libertaba.

Cuando el pecado acusaba, la gracia bendecía.


Capítulo 3

¿Misericordia o sacrificio?

«Dios, rico en misericordia y bondad, nos dio vida cuando estábamos muertos en nuestros

delitos y pecados. Por gracia nos salvó por medio de la fe; y por el gran amor con que nos

amó, juntamente con Cristo Jesús nos resucitó y nos sentó en lugares celestiales para

mostrar en los siglos por venir las abundantes riquezas de su gracia. Sabemos que esto no

es nuestro, sino don de Dios; pues no es por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:

1-10)

En la actualidad conviven algunos sistemas que debilitan, inutilizan y finalmente

destruyen el gozo y la efectividad que la Iglesia tiene; no por mérito de ella misma, sino

por don de Dios.

Si observamos analíticamente la mayoría de las predicaciones de los últimos tiempos,

concluiremos que están impregnadas de humanismo disfrazado de religiosidad. Los

heraldos de este tipo de evangelio proclaman propuestas como: «Tienes que ser mejor»,

«tienes que intentar aún más, «tienes que estar más comprometido», «tienes que amar más

profundamente», «tienes que ser bueno». De ahí que muchos hayan acuñado la expresión:

«Ayúdate que Dios te ayudará». Es decir: «Usted tiene que hacer algo para que Dios

entonces se mueva y responda a su iniciativa».

El problema radica en que la persona que tiene una conciencia de pecado y está tratando

de hacer todo lo posible para ser libre y agradar a Dios, recibe un mensaje con leyes sin

verdadero poder.
Como portadora del evangelio, la iglesia se ha comprometido con las personas ofreciendo

más expectativas de lo que realmente ha enseñado. Tampoco ha provisto las herramientas

necesarias para alcanzar esas promesas. Se ha ocupado en cumplir las reglas, observar las

actividades y mantener el trabajo. Por lo que el resultado obtenido ha sido miles de

creyentes frustrados y desanimados, que no pudiendo hallar alivio a su tormento,

terminan rechazando la iglesia y todo lo que Dios tenía para ellos.

Roy Heisson, respetado y reconocido predicador de Gran Bretaña, pronunció: «La

mayoría de los mensajes son buenos avisos, pero no buenas noticias».

¡Qué contraste con el Señor Jesucristo y su calidad de vida! Todos sus actos emergieron

de lo que atesoraba y guardaba en su interior. Nunca fue víctima de las circunstancias,

sino que decidió vivir cada instante conforme la voluntad del Padre que así lo había

predestinado. Su corazón jamás fue preso de amarguras, odios, celos, temores o envidias;

ni la ansiedad gobernó su mente. No manipuló ni reprimió a nadie para obtener algo.

Aquellos que caminaron con Él simplemente siguieron al Maestro.

Vino a dar vida en abundancia, a proclamar libertad a los cautivos, a sanar a los enfermos,

a echar fuera demonios. Se lo conocía como amigo de pecadores, pues delante de su

presencia los criminales y las prostitutas no eran condenados ni rechazados, sino amados.

Vivió sin egoísmo. Su relación con el Padre era más que suficiente. Enfrentó al diablo y

no fracasó, porque su confianza siempre estuvo en Aquel que lo había enviado.

Jesús fue el hijo amado en quien Dios tuvo complacencia. Él se deleitaba en las cosas que

su Padre le había encomendado cumplir, y las vivía con pasión y devoción.


Religión vs el evangelio de la libertad

¿Quién no anhela la vida de Cristo, libre del control de las circunstancias, y siempre un

paso al frente? Justamente esto no es lo que la gente rechaza cuando se le habla del Señor,

sino el sustituto que se le presenta como evangelio: una vida de religiosidad.

Mientras que la religión es un sistema complejo de conceptos teológicos y requisitos de

comportamiento, el evangelio de Jesucristo es el anuncio de las Buenas Nuevas de

Salvación, de la Buena Noticia.

El anuncio del evangelio de la Paz nos habla de calidad de vida en Cristo. No por lo que

hagamos, intentemos o dejemos de hacer; sino porque Dios nos ama y somos sus hijos.

Esta clase de vida que las Sagradas Escrituras describen como eterna, no se limita al

tiempo biológico ni cronológico; sino que es Dios el Eterno quien le da a nuestra vida

eternidad en Él. Esto trasciende toda limitación humana.

Algunos viven esta vida esperando la muerte para experimentar su eternidad en Dios.

Sin embargo, Jesús dijo: «... y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie

(los) arrebatará de mi mano» (Juan 10: 28). No se trata de que nos dará la vida eterna, Él

ya nos la dio.

Por años nos hemos aferrado y enfatizado a que la paga del pecado es muerte. Y esto es

así; pero también es cierto y nos hemos olvidamos que la dádiva de Dios es vida eterna

en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 6:23). El regalo, el don, la dádiva, el derecho, el

privilegio, la bendición de Dios para usted y para mí es la vida eterna en Cristo Jesús. Eso

es la gracia, es Dios mismo diciéndonos: «Deja de intentar una y otra vez. Yo ya hice el

trabajo por ti. Ahora es tiempo de descansar y solo trabajar con el poder de mi fuerza. Y

recuerda que si después de haber realizado absolutamente todo lo que podías hacer, aún

fracasaras, yo te amo. No hay nada que pueda impedir que te siga amando.
En mi gracia no importa de dónde vienes, cuál haya sido tu experiencia de vida o qué

concepto tengas de ti mismo. Simplemente con amor eterno te amé y te prolongué mi

misericordia».

Los fariseos nunca pudieron comprender esta dinámica de Cristo, de cómo Él se sentaba

a la mesa con los pecadores sin contaminarse. Su religiosidad los cegó de tal manera, que

se convirtieron en personas inflexibles, arrogantes, carentes de amor y misericordia, con

una actitud siempre a la defensiva y abusiva de su prójimo. Estas características, aún

están vigentes en medio nuestro. El evangelio que presentamos no es otra cosa que

fariseísmo cargado de legalismo. Estos paradigmas también caracterizan a los fariseos de

este siglo. No estoy refiriéndome a los fariseos del tiempo de Cristo nada más, estoy

hablando de nosotros hoy.

Mucho de nuestro llamado evangelio, no es otra cosa que fariseísmo moderno o legalismo

religioso envuelto en alguna frase de gracia. Sin embargo, nosotros estamos peor que los

fariseos de la época de Jesús. Hoy por hoy, es más que una secta religiosa, es una actitud,

una mentalidad, una forma de vida. Es un conjunto de doctrinas e institucionalismo

puramente religioso y saturado de apariencias. Este sistema con una concepción legalista

de las cosas reduce a Dios a nuestra humana y limitada

interpretación.

En reiteradas oportunidades, Jesús confrontó a los fariseos con sus propias leyes. Pero

ellos nunca asimilaron la diferencia entre la verdadera misericordia y el sacrificio. Por

eso nosotros debemos conocer y creer que la gracia de Dios elimina por completo el

legalismo de nuestras vidas.


Fariseo vs legalista

Veamos entonces, dos pasajes de la Escritura que nos ayudarán a diferenciar la

misericordia del sacrificio y cómo opera la gracia en esto.

«Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de

los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió. Y aconteció que estando

él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían

venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos. Cuando vieron esto

los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos

y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino

los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio.

Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento» (Mateo 9:9-

13).

En este pasaje, Jesús estaba sentado a la mesa con Mateo, un cobrador de impuestos.

Aquellos que recaudaban los tributos públicos no eran bien vistos por el pueblo, pues

literalmente cobraban lo que no debían haciendo pagar a la gente más dinero del que

realmente correspondía. Pero allí estaban los fariseos observándolo todo, quienes no

podían evitar hacer comentarios entre los discípulos de Jesús.

Para los legalistas, asociarse con un impío significaba una tragedia, más aún resultaba

inconcebible ver a Jesús comiendo de la misma mesa con publicanos y pecadores. Y en

medio de ese cuadro aparece la respuesta inmediata del Señor mostrando cuál es la actitud

que Dios quiere que tengamos hacia la vida: «Los sanos no tienen necesidad de médico,

sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no

sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento».


«En aquel tiempo iba Jesús por los sembrados en un día de reposo; y sus discípulos

tuvieron hambre, y comenzaron a arrancar espigas y a comer. Viéndolo los fariseos, le

dijeron: He aquí tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en el día de reposo. Pero él

les dijo: ¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y los que con él estaban tuvieron

hambre; ¿cómo entró en la casa de Dios, y comió los panes de la proposición, que no les

era lícito comer ni a él ni a los que con él estaban, sino solamente a los sacerdotes? ¿O no

habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los sacerdotes en el templo profanan el

día de reposo, y son sin culpa? Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí. Y si

supieseis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenarías a los

inocentes; porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo»

(Mateo 12:1-8).

Aquí vemos otro suceso glorioso. Nuevamente los fariseos escandalizados, pues según

sus leyes los discípulos de Jesús no respetaban el día de reposo. A lo que el Maestro,

refiriéndose al libro del profeta Oseas 6:6, les dijo: «Y si supieseis qué significa:

Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenarías a los inocentes; porque el Hijo del

Hombre es Señor del día de reposo».

El término «sacrificio» es bien conocido por todas las religiones del mundo. Apela al

holocausto, muerte, ofrenda y abnegación. Tiene un amplio espectro: desde carbonizar

niños como ofrenda para aplacar la furia de algún dios, hasta inmolarse con bombas en

nombre de Alá asesinando así una comunidad completa, un autobús con personas, líderes

políticos, etc. La idea implícita que representa ese sacrificio es que si hacemos algo, solo

entonces Dios se moverá a nuestro favor.


La realidad es que Dios mismo trajo este concepto de consagración y ofrenda cuando hizo

sacrificar un cordero en expiación y remisión por los pecados de los hombres. En este

acto de oblación ofrecemos algo que nos pertenece por otra cosa aún más importante y

valiosa. Ésta era la práctica conocida en los tiempos bíblicos; y exigía derramamiento de

sangre. De ahí que las ofrendas fueran siempre de seres vivos.

Pero cuando entendemos el concepto de sacrificio en los parámetros del nuevo pacto a

través de Jesucristo, ninguno de nosotros puede entregar una ofrenda verdadera. Dios

Padre es el único dueño absoluto de todas las cosas. Cada uno de nosotros somos meros

administradores, mayordomos de lo que Él en su gracia y amor nos confía. Por eso,

nuestro sacrificio siempre será incompleto. ¿O acaso alguno de nosotros sopló aliento de

vida a su cuerpo? Lo que podemos ofrecer es el resultado de lo que Dios primero nos

concedió.

El Señor sabía que nunca podríamos celebrarle un sacrificio perfecto; por eso se dio a sí

mismo en la Cruz del Calvario. Jesús fue el Cordero inmolado para perdón de todos

nuestros pecados. Su sangre derramada selló nuestra salvación. Cristo fue el sacrificio

perfecto, el mediador de un nuevo pacto. Y sin derramamiento de sangre no hay remisión.

Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez y para

siempre. (Hebreos 9: 22; 10: 10)

El error de los fariseos fue pensar que sus sacrificios pagaban sus bendiciones. Su filosofía

de vida solo reconocía el lema: «Mientras yo haga, Dios responde». Siempre y cuando

ofrecieran el sacrificio indicado, ellos creían en su teología que actuaban correctamente.

De ahí que en la Parábola del fariseo y el publicano se mencione a dos hombres que

subieron al templo a orar. El fariseo, puesto en pie oraba consigo mismo y daba gracias a

Dios porque no era como los demás, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como el

publicano que se hallaba con él en el templo. Ayunaba dos veces a la semana y daba los
diezmos de todo cuanto ganaba. En cambio el publicano, estando lejos, no quería siquiera

alzar sus ojos al cielo; así que se golpeaba el pecho pidiendo a Dios su favor, pues se

reconocía a sí mismo como pecador. Jesús dijo entonces que ese publicano había sido

justificado antes que el fariseo, pues cualquiera que se enalteciera sería humillado (Lucas

18:9-14).

Nosotros muchas veces actuamos de ese modo. Asistimos a la Iglesia, nos congregamos,

participamos de algunas disciplinas espirituales, diezmamos, oramos, y creemos que por

esas actitudes Dios no nos rechazará. Por el contrario, nos aprobará y permaneceremos

en su redil.

Otros, maltratan sus cuerpos en señal de sacrificio y aceptación para Dios. En Semana

Santa caminan de rodillas, descalzos, haciendo oraciones y promesas con un rosario en la

mano o persignándose con un escapulario, para que la ira de Dios se apacigüe. Y allí está

Cristo diciéndonos: «No, ustedes no entienden la enseñanza que mi Padre les está dando

a través del sacrificio».

El sistema sacrificial fue instituido por Dios; pero no para enseñarnos que Él se complace

en los sacrificios, sino para que comprendamos que ya no debemos ofrecernos en

sacrificio vivo para obtener la salvación. La deuda está completamente saldada. Ese fue

el sacrificio más excelente que el Señor mismo haya provisto para que usted y yo

pudiéramos disfrutar el regalo de la salvación. No se trata de lesionar, golpear o lacerar

nuestros cuerpos para sosegar el enojo de Dios. Él no está airado con sus hijos. Dios nos

ama profundamente. El sacrificio evidenció la seriedad del pecado; y solo con el

derramamiento de sangre inocente podía tratarse con él. El hecho de que Dios recibiera

el sacrificio fue un acto de pura misericordia.


El Señor nos amó primero proveyendo el medio que nos reconciliara con Él: su propio

Hijo. No era aceptable cualquier cosa, solo el Cordero de Dios podía quitar los pecados

de toda la humanidad.

Los fariseos invalidaron su fe con sus pensamientos legalistas. No lograron entender que

misericordia es antes que sacrificio.

Un sistema de vida errado

El Legalismo como sistema de vida produce conceptos erróneos en el pensamiento de las

personas. Existen tres características que identifican tanto a los fariseos de la época de

Jesús como a nuestros contemporáneos. Ellos evitan estar en contacto con los pecadores,

concientizan a sus seguidores que la institución es más importante que las personas y

reducen la comunión con Dios a un simple y superficial formulismo.

1) El contacto con los pecadores

Los fariseos desarrollaron por años esta corriente filosófica: las tinieblas derrotan la luz,

la suciedad contamina la limpieza, la muerte es más fuerte que la vida, el pecado arruina

la justicia. Se han hecho tan expertos de lo exterior y rigurosos de guardar la ley, que

perdieron de vista el objetivo; es decir, el espíritu de la ley.

Hoy por hoy, el legalismo no es otra cosa que fariseísmo moderno. Este patrón de

pensamientos tergiversados lleva a las personas a evitar estar relacionados con la gente

del mundo, con los pecadores.

Quizás usted provenga de ese submundo seudo religioso, en el que le arrebataron de en

medio de la sociedad para incluirlo en un templo a cantar coros, mientras hay miles que

marchan minuto a minuto hacia el infierno. Se niegan a reírse con ellos, porque considera

que ni siquiera son dignos de esbozarles su sonrisa. O incluso, ha considerado la


posibilidad de cambiar de ámbito laboral, pues está rodeado de pecadores. Necesita un

lugar donde todos sean creyentes. ¡Qué pensamiento tan bello y espiritual parece éste! El

único problema es que todo eso no es más que fariseísmo puro y legalismo

religioso.

La pregunta es: ¿Cómo entonces vamos a ganar a aquellos que todavía no conocen a

Cristo?

Nuestro idioma evangélico y religioso se limita a vocablos como: «Amén, gloria a Dios,

bendito sea el Señor y aleluya». Nos sentimos tan incómodos entre la gente del mundo

que ya no sabemos cómo expresarnos ni cómo comportarnos en su presencia. Jesús no

tenía ningún tipo de prejuicio. Le agradaba estar entre el pueblo, con los pecadores, los

enfermos, los quebrantados, las prostitutas, los ladrones. Nosotros, en cambio, estamos

tan pendientes y concentrados en evitar el mal que tampoco hacemos

el bien.

Lo que en verdad nos contamina es no conocer al Dios de la gracia. El Señor es el que

nos ha colocado precisamente en el lugar donde nos encontramos. Somos luz, pero

también somos la sal que este mundo necesita para no continuar corrompiéndose. Es una

trasgresión a la gran comisión que Cristo nos encomendó. Debemos ser luz a las naciones,

pues somos la luz del mundo y la sal de la tierra (Mateo 5: 13-16).

La Palabra de Dios nos dice a través del apóstol Juan en su primera carta: «Hijitos,

vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que

el que está en el mundo» (1 Juan 4:4). Usted tiene que saber quién es en Cristo y dar

testimonio de la obra que Dios ha hecho en usted.


2) La institución es más importante que las personas

Muchos creen que Dios no está en las escuelas por la promulgación de leyes humanas.

Pero en realidad, mientras nuestros hijos continúen cursando su escolaridad, Dios seguirá

estando entre nuestros pequeños y jóvenes. No entendemos que en nuestro sistema

democrático dar espacio a Dios significa que el espiritismo, la brujería, la Nueva Era, la

pornografía y la perversión tengan también su lugar.

Es tiempo de enseñar a nuestros hijos a proclamar y anunciar lo que ellos tienen dentro.

No hay maestro que pueda prohibirles orar y servir al Señor. Es el momento de incluirnos

en aquellas esferas donde realmente debemos estar.

La luz brilla afuera, en el colegio, en el trabajo, en su casa, con su familia. El evangelio

de la gracia prioriza a las personas, no a la institución.

Si no tenemos nuestra identidad fundamentada en Cristo y no reconocemos la obra de

Dios en nuestras vidas, no podemos pretender afectar nuestra sociedad. Una iglesia

atemorizada nunca podrá conmover e influenciar este mundo positivamente.

El régimen legalista reduce a Dios a reglas, regulaciones y restricciones. Pero Dios no

está interesado en defender la reputación de una institución; muy por el contrario, su celo

y su pasión están en dar cumplimiento a su propósito eterno.

En nombre de la institución se han levantado voces que en vez de dar vida, han provocado

muerte y dolor en lugar de sanidad. Entonces observamos a personas divorciadas ser

tratadas como de segunda categoría; a mujeres casadas sometidas a situaciones extremas;

o a personas con capacidades diferentes, ser rechazadas y marginadas. Se las critica, juzga

y señala sin ningún tipo de miramiento.

Nuestros pensamientos y caminos están tan lejos de los pensamientos y caminos de Dios,

que no logramos comprender el corazón del Señor. Vivimos balanceándonos de un

extremo al otro, rindiendo más tributo a la organización que honrando a Aquel que merece
toda nuestra honra y adoración. Sin embargo, debemos tener presente que todo el

institucionalismo de los fariseos nunca evitó que Jesús viviera entre el pueblo y conociera

las necesidades de las personas.

3) La trivialidad en la relación con Dios

El pensamiento legalista restringe la relación con el Señor y la intimidad con Él, a una

mera fórmula completamente vacía. Esto lo hace extensivo a todos sus seguidores,

enfatizando que la gracia es la licencia que la gente necesita para pecar.

Algunos creyentes solo asisten los domingos a sus congregaciones procurando hallar

respuestas para sus situaciones, y no escuchan la voz del Señor.

Dios no puede circunscribirse a normas o interpretaciones humanas que se activan

conforme el usuario y la circunstancia así lo requieran. Se pretende experimentar la vida

sin mayores dificultades. Pero esto es idolatría. Dios se convierte así en el medio por el

cual se logran objetivos netamente egoístas: librarnos de todos nuestros males y

sufrimientos. De esta manera, nunca se está seguro de haber hecho y ofrecido lo

suficiente. El gozo es puro artificio, y fluctúa en intensidad y calidad de acuerdo a la

cantidad de obras.

Es similar a lo que ocurre en un concurso de belleza. De las cincuenta finalistas iniciales,

solo quedan tres; aunque todas se han esforzado en las mismas disciplinas. Se toman de

las manos fingiendo alegría y se desean buenos augurios para la final del certamen. Todas

parecen felices; y cuando el jurado anuncia el nombre de la ganadora, se abrazan y

festejan. No es más que una parodia. Se consuelan pensando que aunque no ganaron, no

son tan malas como las demás que no llegaron a término.

Esta clase de creyentes se dice a sí mismos que no son buenos como el pastor, pero

tampoco viles como los adictos.


En este orden de cosas no existe ninguna diferencia entre un creyente y un pecador. Lo

que los hace distintos es la gracia de Dios. Ésta es una invitación completa a la comunión

con Aquel que lo creó, donde la solución al pecado no es sacrificio sino misericordia. En

la relación con Dios profundizo mi intimidad con Él y el conocimiento de su persona.

Todo lo que recibo de parte del Señor es por fe. Es Dios mismo quien nos encuentra y nos

ama. Esto produce gozo y regocijo en nuestro corazón; porque ya no depende de lo que

nosotros hagamos, sino de lo que Cristo hizo por cada uno de nosotros en la Cruz.

Las Escrituras dicen que somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó.

Y que si perseveramos y permanecemos fieles en Él, obtendremos la corona de la vida.

Somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios para

anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro

2:9) Solo por su gracia, cada uno de nosotros tendrá el gran premio. No por nuestro mérito,

sino por la victoria de Jesucristo en la Cruz. Somos vencedores no por lo que hagamos,

sino porque confiamos en lo que Jesús ya hizo. Y eso no se compara absolutamente con

nada de lo que usted y yo podamos hacer.

¿Entendemos acaso que es por misericordia y no por sacrificio? Por su gran amor con que

nos amó es que hasta aquí hemos llegado. Dios nos ama y quiere darnos la oportunidad

que le conozcamos en su gracia.

Con verdad el apóstol Pablo decía que no se gloriaría más que en la Cruz de Cristo, pues

los latigazos, la corona de espinas, los clavos, la lanza, y todos los padecimientos de Jesús

tendrían que haber sido para él. El profeta Isaías también dijo que el castigo de nuestra

paz fue sobre el Señor, y que por su llaga fuimos sanados.

Es tiempo de pedir perdón si creyó que merecía su gracia, su amor y su misericordia. Lo

único que podemos hacer es descansar en la obra redentora y expiatoria de la Cruz,


sabiendo que el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad y que su bendita gracia

nos sostiene.

Capítulo 4

El poder la gracia

¿La seguridad de la esclavitud o los riesgos de la libertad?

Uno de los eventos históricos más interesantes en esta nación ocurrió entre los años 1863

y 1865. Después de su reelección, el entonces presidente Abraham Lincoln, se encontraba

en un momento decisivo, la guerra civil estaba en su más intenso nivel.

En aquel momento, una de las objeciones del presidente era la esclavitud de los negros.

Pero en 1863, específicamente un día de año nuevo, declaró públicamente la conocida

Declaración de la emancipación, que no es otra cosa que darles libertad a los esclavos.

Pero recién en 1865, la Constitución de los Estados Unidos formalizó aquella declaración

oficialmente. Para ese entonces, el presidente Lincoln ya había muerto, pero su sueño se

había logrado: los esclavos eran libres.

La voz corrió desde el capitolio hasta Luisana, Missisipi, Georgia, hasta los campos más

lejanos de los Estados Unidos. Allí se escuchó la voz de que había llegado la liberación.

Los titulares de los periódicos declaraban: «La esclavitud fue legalmente abolida». Sin

embargo, algo que nadie esperaba, sucedió. La mayoría de los esclavos del sur

continuaron viviendo como si nada hubiera pasado, aunque ya eran libres. Shelby Foote

un conocido historiador americano, en su comentario acerca de la guerra civil dijo:

«Cuando en 1864 se le preguntaba a un esclavo negro qué pensaba sobre el gran libertador

decían: “Yo no sé nada sobre ese hombre llamado Abraham Lincoln, excepto que nos

libertó y tampoco se nada sobre eso”».


¡Qué tragedia! Se había peleado una guerra importante. Un presidente había sido

asesinado. Se firmó una enmienda a la ley en la Constitución de los Estados Unidos de

Norteamérica, lo que hoy se conoce como el artículo 13. Los que alguna vez fueron

esclavizados eran legalmente libres, sin embargo, muchos continuaron viviendo como

esclavos, en temor y en vergüenza.

Quizás usted comparte conmigo el asombro de este relato, y se detenga a pensar cómo es

posible que esta gente por la cual se había pagado un precio tan alto para que ya no fueran

más esclavos y para que vivieran en libertad, prefirieran seguir en esclavitud. ¡No se

sorprenda! Hay cristianos en la misma situación. Muchos de ellos, siendo libres, viven

como esclavos. Jesús pagó un gran precio por esa liberación. Él es el gran libertador que

dio su vida en la cruz del Calvario, para que no tengamos que ser nunca más esclavos del

pecado.

Sin embargo, algunas de las dinámicas que se desatan en el comportamiento, revelan que

prefieren la seguridad de la esclavitud, que los riesgos de la libertad. Aún hoy hay

estadísticas que revelan que hay presos en cárceles que prefieren mantener su condición

de reclusos porque saben que su conducta lo llevará a cometer actos ilícitos nuevamente.

Afuera de los límites de la cárcel, ellos no pueden controlar sus pasiones y deseos, por lo

tanto, prefieren permanecer encerrados bajo control. Vivir en libertad implica un grado

alto de responsabilidad y no todos están dispuestos a asumirla. A Satanás le fascina

mantenernos ignorantes de la gracia, y obligarnos a vivir bajo la culpa, la vergüenza, la

ignorancia y la intimidación. Sin embargo, podríamos llamar a la carta del apóstol Pablo

a los romanos: La Declaración de nuestra libertad. Ella describe todo lo que tiene que ver

con nuestra liberación en Cristo.

Acompáñeme a revisar esta declaración para así comprender y nunca olvidar que nuestra

salvación es por gracia.


Declaración de nuestra libertad

En el capítulo tres del libro a los romanos se presenta el caso para nuestra condena.

El veredicto fue: Culpable de todas las acusaciones.

La sentencia: Muerte.

El capítulo tres toma este caso y lo presenta de la siguiente manera: Son esclavos porque

«todos están bajo pecado» (v.9).

La condición: «No hay justo, ni aun uno» (v.10). «No hay quien entienda» (v.11). «No

hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (v.12). No podíamos llevar delante de

la presencia de Dios ningún logro que valiera la pena. No importa todo lo que

intentáramos hacer en la fuerza de nuestra carne para calmar nuestra conciencia que nos

acusaba, y para calmar la ira de un Dios santo. Nada servía ante la presencia de un Dios

que es absolutamente santo. Ninguna de nuestras obras valía la pena. Porque estábamos

sin paz, sin pureza, sin esperanza, sin temor de Dios (v.13-20). No teníamos escape, no

sabíamos nada sobre libertad. No teníamos idea si podíamos sobrevivir a esa condición.

Éramos reos de muerte, condenados a la perdición.

El apóstol Pablo desde verso 21 en adelante declara:

«Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley

y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que

creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la

gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que

es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre,

para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados

pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo,

y el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia?


Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe.

Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios

solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también

de los gentiles. Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por

medio de la fe a los de la incircuncisión. ¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna

manera, sino que confirmamos la ley».

Desde el momento que fuimos salvos por la gracia de Dios, luego de haber depositado

nuestra fe en la persona de Jesucristo, algo dentro de nosotros se manifestó y las cosas

que antes no entendíamos, comenzamos a comprenderlas.

Cristo nos libertó

Nuestra declaración de libertad fue proclamada a través de los cielos y en las

profundidades del infierno se supo que el pecador era oficialmente libre a través de la

gracia del evangelio y de lo que Cristo hizo en la cruz del Calvario.

Doctrinalmente esta verdad es representada por la palabra «redención», que no es otra

cosa que el comprarnos otra vez. Es el pago de un precio por mi libertad y la suya. Es lo

que Cristo hizo para que seamos libres.

La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo es para todos los que creen en Él, no

en sus propias habilidades, ni en sus promesas o recursos. No es para aquellos que creen

en sus contactos, ni en sus esfuerzos, sino para los que creen en Él. Porque todos pecamos

y fuimos destituidos de la gloria de Dios.

Para acceder a esta libertad y calificar no se determina por raza, color, lenguaje, ni ser

educado o tener dinero. No hay distinción entre nosotros, todos somos iguales. Todos

necesitamos salvación en la persona de Jesucristo, porque todos pecamos y fuimos

destituidos de la gloria del Señor.


Algunas personas creen que por no ser drogadictos, perversos, abusadores, o porque

nunca mataron, no son grandes pecadores. Pero aunque esos no sean sus pecados, en el

infierno no hay compartimientos especiales para los pecadores leves. Todos participan

del mismo fuego, del mismo calor.

Vivíamos atados como prisioneros. Éramos esclavos de nuestras pasiones, de nuestros

deseos, lujurias y concupiscencias. Estábamos a merced de la ley que nos declararía

culpables, reos de muerte. Pero cuando el Señor decidió morir en la cruz fue para hacernos

libres. No teníamos nada que ofrecerle a cambio, nadie aceptaría tomar nuestro lugar. Sin

embargo, el Señor dijo: «Yo doy mi vida. Si ustedes aceptan lo que les doy y lo que haré,

todo lo mío, lo que hice y lo que haré, se les contará como justicia, como si ustedes

hubieran pagado el precio».

-------Por ese acto de amor incondicional fue declarada la abolición de mi esclavitud. Ya

no tenemos que vivir bajo mi antiguo dueño, ahora soy libre para servir a mi Dios el resto

de mi vida.

Consciencia de pecado

La primera analogía que el apóstol Pablo describe es que nacimos en pecado, la segunda

es que en Cristo la posibilidad de liberación está presente. La tercera analogía es trágica,

porque empieza a considerar que aunque nacimos en pecado, al recibir a Cristo, somos

libres. Entonces ¿por qué razón muchos viven como si fueran esclavos?

Cuando les preguntaban a los esclavos de Alabama por qué no asumían la posibilidad de

su liberación, ellos respondían que no sabían nada acerca de la libertad. También hay

cristianos con una conciencia de pecado en vez de liberación.

¿Reconoce frases como: «Yo no puedo hacer nada». «En realidad no valgo mucho,

simplemente soy humano» «Pastor, usted sabe que nadie es perfecto»? ¿Le resultan
familiares estas excusas? A través de estas expresiones se racionaliza el pecado. En

realidad todavía vive como esclavo en varias áreas de su vida donde el pecado lo domina

y es culpable de ello. A la luz del capítulo 6 del libro de romanos, esto es un insulto a la

gracia, porque el pecado lo controla. Amparase dentro de estas declaraciones demuestra

que todavía hay áreas controladas por una mentalidad de esclavo. Están tan programados

para pecar que esperan que ocurra.

Muchos cristianos provienen de un trasfondo de legalista, donde nueve de cada diez

mensajes estaban concentrados en mirar el pecado para mantenerse distante de él. A causa

de ello nuestra mentalidad cuenta con una conciencia de pecado. Fueron entrenados mejor

para tratar con el pecado que para disfrutar de su libertad.

Comienzan el día con temor a pecar, viven avergonzados, sienten culpa cuando van a

dormir en vez de darle gracias a Dios por ese día. Oran para confesar sus pecados de esta

manera: «Señor, perdóname porque en este día te volví a fallar», recién entonces se

sienten tranquilo. El temor que hay en ellos los domina de tal manera que necesitan

hacerlo para tener paz. Temen que el Señor venga y no los encuentre limpios, entonces

creen que es mejor confesar y pedir perdón, así se aseguran la salvación. De esa manera

quitan su culpa, su sentido de vergüenza.

La mentalidad de muchos ha sido acondicionada al pecado, aun su cánticos revelan la

teología que viven. Han basado sus alabanzas en experiencias y no en revelación. Sus

canciones forman su teología, la cual determina su manera de vivir. Un cántico de

revelación expresa la verdad de la Palabra de Dios, y mis frustraciones y temores no se

ven reflejados en esa melodía. Usted puede estar en el medio de la crisis más violenta de

su vida, y mientras transcurre ese tiempo, el Espíritu Santo le revela un cántico que debe

entonar. Esas notas musicales son como semillas que al cantarlas explotarán en verdad.
El Espíritu Santo no viene a glorificar una experiencia personal sino a revelarnos la verdad

de la Palabra. Él viene a revelarnos la esencia de la palabra poderosa de Dios en nuestra

vida.

Por esa razón, cuando aprendemos a vivir en el poder de la gracia, no necesitamos pecar.

Entendemos la gracia y vivimos en libertad. El evangelio de la gracia revela la verdad

eterna de Dios en el espíritu. Porque todo aquello que nos hace sentir culpables cuando

fuimos declarados libres, es manipulación. Usted tiene la capacidad de decidir.

Cuando ejercite el nuevo pacto, podrá discernir lo que hasta ahora ha vivido y lo que

desde este momento quiere hacer. Descubrirá qué verdad era completa y cuál incompleta.

Discernirá que la gracia es inescrutable, no tiene fin. Lo tomará de la mano y cuando el

pecado quiera limitarlo, la gracia allí estará. Porque las inescrutables riquezas de nuestro

Señor Jesucristo nunca fueron contenidas en el evangelio de ley, sino en el evangelio de

la gracia.

Cuando la atmósfera de liberación explote dentro de su espíritu, descubrirá que: «Dios es

más grande de lo que usted pensaba y más grande que la experiencia que vivió». El apóstol

Pablo tuvo todo por basura con tal de ganar el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.

La revelación de ayer fue para ayer. Agradeció a Dios porque aquello lo llevó hasta donde

tenía que llevarlo, pero prosiguió al blanco de la soberana vocación. El libro de Hebreos

dice que por causa de los sacrificios que se ofrecían no hacían perfecta la conciencia de

la gente. Al sentirse otra vez con el sentido de culpa, tenían que ofrecer nuevamente los

mismos sacrificios cada año. En otras palabras, todos los años era igual, la misma

revelación de Dios: «Yo pecador. Tú perdonador».

El apóstol decía que una vez que Cristo vino, aquellos sacrificios que antiguamente se

hacían ya no podían santificar a nadie. La gracia limpió nuestra conciencia de obras

muertas. Ahora puedo ingresar a una experiencia profunda e inagotable con Dios.
La verdad fundamental y central de nuestra libertad se nos provee a través del

conocimiento para vivir y disfrutar de ella. Si hemos muerto al pecado, cómo viviremos

en él.

Cuando Pablo predicaba de la gracia decía: «Cristo y solo Cristo es suficiente. No solo

para salvarte, sino también para sostenerte». En su gracia hay suficiente poder para no

tener que buscar la ley como un refugio. No es necesario volver al tiempo de Moisés para

sentir que está agradando a Dios porque esta gracia lo libertó tan poderosamente que tiene

la opción de decidir qué es lo que quiere hacer con su libertad.

Dos planteamientos

Para ese tiempo, quienes escuchaban el mensaje de Pablo decían: «Es un hereje, ahora

dice que uno puede pecar libremente». Lo calumniaron porque no entendían. Pero Pablo

respondía: «¿Y por qué no decir (como se nos calumnia, y como algunos, cuya

condenación es justa, afirman que nosotros decimos): Hagamos males para que vengan

bienes? » (Romanos 3:8).

Algunos preferían la seguridad de la esclavitud, que la responsabilidad de la libertad. Es

así que Pablo dice: «¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la

gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo

viviremos aún en él?» (Romanos 6:1-2).

Pablo aqui presenta dos planteamientos. El primero es para aquellos que no reclaman su

libertad y continúan viviendo como esclavos, por lo tanto anulan la gracia, porque siendo

libres viven como esclavos.

El segundo planteamiento es exponer al grupo que es libre y abusa de la gracia. Estos son

irresponsables, porque siendo libres, muertos al pecado, se revuelcan en él. Porque cómo

vamos a perseverar en el pecado para decir que la gracia abunda. «¿Pecaremos, porque
no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera», dice Pablo en el verso

15.

Él no estaba de acuerdo con ninguno de los dos planteos. Él no aceptaba que hubiera

algunos que quisieran continuar viviendo en esclavitud pudiendo ser libres por la gracia.

Tampoco aceptaba al grupo que viviendo en la gracia pretendan abusar de ella

revolcándose en el pecado. Pablo intentaba explicarles al decir: «¿Ustedes piensan que

volver a vivir en el pecado es de gente libre? En ninguna manera. No hay necesidad de

volver atrás, a la vieja vida, al control del pecado y de los deseos y pasiones. ¿Por qué

vivir como esclavo, cuando se tiene un nuevo amo?».

Porque debemos saber lo que nos han enseñado: «estas cosas os escribo para que no

pequéis; si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el

justo» (1 Juan 2:1). «ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como

instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre

los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado

no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia» (Romanos

6:13).

¡Qué diferente sería todo si comenzáramos el día con pensamientos de victoria, y no

derrota, de gracia y no condenación! Si cada vez que fuéramos tentados, vayamos a

nuestro dueño y le digamos: «Yo soy tu hijo, libre y dependiente de tu poder. Cristo

exprésate a través de mí. Trabaja a través de mis ojos, de mi boca y que cada pensamiento

y acción exprese tu victoria. El pecado no tiene autoridad sobre mi vida, pues ahora vivo

en ti y estoy muerto para el pecado».

Qué diferencia sería si nos paráramos en la palabra poderosa del Señor, en vez de

detenernos en nuestras emociones y experiencias.


Cómo vivir sobre el control del pecado

Para vivir sobre el control del pecado y bajo el poder de la gracia, es necesario cumplir

tres condiciones importantes.

El apóstol las presenta desde el verso 3 en adelante en esa carta del capítulo 6 a los

Romanos. Son palabras que expresan una profunda realidad de lo que ha sucedido en la

cruz del Calvario y nuestra responsabilidad en la gracia.

La primera condición es: Saber.

«¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido

bautizados en su muerte?» (v.3).

La segunda condición es: Considerar.

«Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo

Jesús, Señor nuestro» (v. 11).

La tercera es: Presentar.

«ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad,

sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros

miembros a Dios como instrumentos de justicia» (v. 13).

«No sabéis»

«¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido

bautizados en su muerte?»

¿Qué debemos de saber? ¿Qué es lo que el apóstol Pablo nos exhorta que debemos saber

para vivir sobre el pecado y tener victoria sobre la tentación?

El bautismo al que se refiere el apóstol es en seco, porque es antes de mojarse en las aguas

bautismales. En el momento que nos convertimos hay un bautismo al Cuerpo de Cristo.


Ese bautismo es la obra del Espíritu Santo que hace posible que usted se conecte a la vida

del cuerpo de Cristo. El bautismo en aguas es una expresión visible de algo que ya sucedió

en lo invisible.

Para este verso, el apóstol utiliza la palabra «baptizo» que implicaba lo que sucedía

cuando uno metía en tinta una pieza de ropa que quería cambiarle el color. Esto

representaba la conversión. Cuando usted aceptó a Cristo, el Espíritu Santo lo sumergió

en él y cuando salió era una nueva persona. Usted entró seco a las aguas del bautismo, y

salió mojado. Entró en una condición y salió de otra.

Cuando respondimos al llamado de salvacion, lo hicimos como pecadores, reos de muerte,

culpables, sentenciados, sin esperanza, sin Dios. Al momento que aceptamos a

Jesús como único y suficiente Salvador, algo ocurrió en los cielos que nos declaró: «Hijo,

heredero, nación santa y libre», aunque todavía usted no comprendía lo que significaba.

En ese momento nació de nuevo por la gracia del Señor.

El día que yo me convertí estaba sentado en el auditorio de la iglesia. Mientras escuchaba

al predicador dentro de mí tenía una sensación de que algo en mi interior estaba por

explotar. En ese momento le dije a mi esposa: «Yo necesito de Dios». Ese fue el día de

mi conversión. Cuando el pastor hizo el llamado para salvacion , una batalla de dudas se

inició dentro de mí: «¿Me levanto o no me levanto?». Finalmente, en un impulso

acelerado me levanté y respondidi al llamado de Dios. Allí caí rendido ante su presencia.

Llegue atado, confundido, esclavo del pecado. Pero ahora soy libre, aunque al principio

no sabía cómo vivir como una persona libre.

Este cambio de identidad se conocía como «baptizo». Por lo tanto, si estamos muertos al

pecado por medio de nuestra identificación con la muerte de Cristo, entonces no tenemos

influencia externa al sonido, a los placeres, a los negocios, al dinero, y a las amistades
que son peligrosas. El Señor no se dejó influenciar por el pecado, así también nosotros,

que estamos identificados con Él.

Sabemos lo que pasó en la cruz. Sabemos lo que es ser bautizado en el cuerpo de Cristo,

y que cuando lo levantan de allí, la camisa será de otro color, porque se identifica con la

muerte a la vieja vida y el nacimiento a la nueva. Su identidad cambio totalmente.

La pasión de mi corazón es ver gente libre, disfrutar la salvación, vivir maximizado en el

eterno propósito de Dios para mi vida. Por esa razón le estoy enseñando a despojarse del

viejo hombre, a sacar afuera todo lo que ata. Le estoy enseñando cómo vivir en el poder

de la gracia.

Pablo dice: «Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él,

para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado»

(Romanos 6:6).

En este texto el apóstol utiliza el término «cuerpo del pecado» como el sistema que lo

conducía continuamente a pecar. Era la conglomeración de ideas, de doctrinas unidas en

un cuerpo. Porque no hay que ser cristiano para tener una doctrina, los comunistas tienen

una doctrina, las pandillas también. Doctrina es un sistema de creencias por el cual usted

conduce su vida. Puede tener un sistema doctrinal de pecado o un sistema doctrinal de

justicia. Si usted sostuvo una filosofía de vida a través del cual creía que era impotente,

incapaz, y que siempre viviría atado al pecado porque es humano. El apóstol

Pablo dijo que el cuerpo de pecado fue crucificado y destruido en la cruz del calvario. El

sistema por el cual usted puede conducir su vida sin caer en el pecado es el de la justicia,

a fin de que no sirvamos más al pecado.

Hay quienes creen que para matar al cuerpo del pecado deben caminar descalzos sobre

clavos, poner sus pies sobre fuego, hacer promesas, etc. Piensan que si aniquilan la carne,

de alguna manera están ganado ventaja sobre el pecado. Pero lo que no comprenden es
que el cuerpo del pecado no es mi propio cuerpo físico. Cuando la Biblia se refiere a

«carne», está hablando de nuestra naturaleza caída que todavía combate con la naturaleza

de Dios. Mientras más obras de justicia usted lleva a cabo, más sede a la justicia. Cuanto

más sede a la santidad, el cuerpo de pecado pierde fuerza en usted. Por esa razón, cuando

usted pasa largos períodos de tiempo sin pecar, el pecado no se enseñorea de usted. Su

mentalidad no está concentrada en el pecado sino en agradar, servir y disfrutar la salvación

y la liberación en Dios.

«Consideraos»

«Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo

Jesús, Señor nuestro.»

La segunda condición del apóstol es: «Consideren esto». La palabra «considerar» tiene

varias interpretaciones, pero una de ellas es la financiera ya que se utiliza para estimar,

calcular una cifra o considerar una propiedad. La palabra aplicada a esta texto intenta

expresar que contemos con eso como una verdad y actuemos sobre eso.

Usted no pone en su cuenta de gastos, lo que no pagó sino lo que gastó. Pablo intenta

decir: «Calculen esto. Actúen como que eso ya pasó, no como si fuera a pasar». Calcúlese

muerto al pecado, no que va a morir al pecado. Calcúlese que ya usted es libre, y cuando

Satanás quiera robarle el gozo y busque en su lista de gastos, descubra que usted salió de

la ignorancia, de la culpa, de la vergüenza. Ahora es usted quien tiene el control.

Gloríese en la cruz, porque allí quedó su adicción, su perversión sexual, su mentira, su

hipocresía, su celo, su envidia. La próxima vez que venga la tentación a su vida y usted

crea estar débil en esa área, vaya a la cruz, porque el pecado ya no se enseñoreara de

usted, sino que usted tiene el control sobre él.


«Presentéis»

«Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad,

sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros

miembros a Dios como instrumentos de justicia.»

Por último, la condición que da el apóstol es: «Presentar». No solamente es suficiente

saber, no alcanza con calcular lo que ya pasó como un hecho verídico y final. Ahora su

responsabilidad es presentar su cuerpo como instrumento de justicia.

Si va a un lugar, y lo que está viendo alimenta sus pasiones ha presentado sus ojos a la

iniquidad. Ahora que es libre usted no tiene que ceder a eso. Antes no podía hacer nada

porque estaba preso de sus pasiones y concupiscencias, de sus deseos desordenados.

Ahora es libre. Tiene una responsabilidad en la gracia. En vez de presentar su cuerpo a la

injusticia, preséntelo como instrumento de justicia.

En la mayoría de los casos, al experimentar una crisis emocional en su vida, como no

tenía mecanismos para poder vencer eso, el alcohol o la droga calmaban sus temores y le

hacía olvidar sus penas. Día a día presentábamos nuestros cuerpos al pecado. Pablo dijo:

«Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad

presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora

para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia». Cada día

presente ante Dios sus manos, sus ojos, su boca, su lengua, su mente, su corazón, como

sacrificio vivo, agradable, perfecto. Mientras más obedece a la justicia, más pecado dejará

atrás. Después de algún tiempo, no sabrá pecar.

El Señor le dice: «¿No sabéis? ¿No han considerado? ¿No han presentado sus miembros

para la justicia?». No olvide que ya es libre, y debe vivir como tal. No se juzgue por su

historia, póngase de acuerdo con Dios y júzguese por su destino.


Aquellos hombres en la cruz del Calvario, uno a la izquierda y el otro a la derecha de

Jesús, cambiaron su historia al momento de reconocer quién estaba siendo crucificado

con ellos. Usted es el hijo del Dios viviente. Al momento de reconocerlo surge la eterna

declaración: «Hoy te digo estarás conmigo en el paraíso». El Señor no le dio tiempo de

hacer una oración ni un ayuno. El hombre no tuvo tiempo de hacer una promesa y de

diezmar. No tuvo tiempo de ir a un servicio en la iglesia, ni de ser bautizado en aguas,

pero al reconocer a Jesús, activó el poder de la gracia y aquel hombre cambió su

condición.

La gracia no solo cambia su destino, también cambia su identidad en un abrir y cerrar

de ojos. Aquel ladrón se convirtió en un hijo. Aquel ladrón se convirtió en un heredero

como usted y yo. Por gracia somos salvos.

Capítulo 5

La diferencia entre pactos

«Decidme, los que queréis estar bajo la ley: ¿no habéis oído la ley? Porque está escrito

que Abraham tuvo dos hijos; uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava

nació según la carne; mas el de la libre, por la promesa. Lo cual es una alegoría, pues

estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para

esclavitud; éste es Agar. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la

Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la Jerusalén de

arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre. Porque está escrito:

Regocíjate, oh estéril, tú que no das a luz;

Prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto;

Porque más son los hijos de la desolada, que de la que tiene marido.
Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa. Pero como entonces

el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así

también ahora. Mas ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no

heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre. De manera, hermanos, que no somos

hijos de la esclava, sino de la libre» (Gálatas 4:21-31).

«¿Acaso no está escrito que Abraham tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre?

El de la esclava nació por decisión humana, pero el de la libre nació en cumplimiento de

una promesa» (Gálatas 4:22-23 NVI)

«Dice que él tuvo dos hijos, uno de ellos con su esclava, y el otro con su esposa, que era

libre.23 El hijo de la esclava nació como nacemos todos nosotros, pero el hijo de su esposa

nació gracias a que Dios se lo prometió a Abraham» (Gálatas 4:22-23 Biblia del lenguaje

sencillo)

«Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez

sujetos al yugo de esclavitud. He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada

os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está

obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis;

de la gracia habéis caído. Pues nosotros por el Espíritu aguardamos por fe la esperanza de

la justicia; porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la

fe que obra por el amor. Vosotros corríais bien; ¿quién os estorbó para no obedecer a la

verdad? Esta persuasión no procede de aquel que os llama. Un poco de levadura leuda

toda la masa. Yo confío respecto de vosotros en el Señor, que no pensaréis de otro modo;

mas el que os perturba llevará la sentencia, quienquiera que sea.


Y yo, hermanos, si aún predico la circuncisión, ¿por qué padezco persecución todavía?

En tal caso se ha quitado el tropiezo de la cruz. ¡Ojalá se mutilasen los que os perturban!

Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad

como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley

en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis

y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros» (Gálatas 5:1-

15).

Si le preguntara ¿qué significa el evangelio? Rápidamente me diría: El evangelio son las

Buenas Nuevas de Jesús Cristo. Pero si yo le preguntara específicamente ¿qué ha

significado para usted el Evangelio? Las respuestas de cada una de las personas serían

totalmente diferentes. Algunas de las respuestas serían: «Para mí el Evangelio ha sido un

sistema de regulaciones y de prohibiciones. Mi vida en el Evangelio ha sido un eterno

no».

Otros responderían: «Hemos atravesado maltratos, manipulación, abuso espiritual, por un

sentido de perfeccionismo insoportable». Algunos dirían: «Para mí el evangelio significa

escapar del infierno». A otros, al oír la Palabra «evangelio» se despierta en ellos un sin

número de heridas y resentimientos que llevan arrastrando por muchos años. Pero hay

muchos para los que el evangelio es «Una experiencia de relación y amor con Dios que

se caracteriza por la libertad y la gracia que nos habilita para hacer la voluntad de Dios».

Cuando descubrimos el eterno plan de Dios para con la raza humana comprendemos que

su intención original siempre ha sido crear una raza a su imagen que pudiera gobernar y

también tuviera relación con Él. Pero no todo ocurrió así.


El comienzo del pacto

La primera familia en el Huerto del Edén, Adán y Eva, pecó. Ellos fallaron y desde

entonces la sociedad, a lo largo de la historia, han estado contaminados y marcados por

el germen del pecado. Pero algunos hombres en la historia pudieron ver mucho más allá

de su condición presente y hallaron gracia delante de Dios, entre ellos Noé, que obedeció

a Dios e hizo un arca para salvar a su familia, sus hijos y la especie animal. Dios hizo lo

que tuvo que hacer y su propósito continúo. Pero después del gran diluvio, las personas

permanecieron perdidas camino a su propia destrucción.

Pero Dios, una vez más, de su propia iniciativa, llama a un pagano, sin nada que ofrecer,

y le hace una promesa, su nombre era: Abraham, y le dice: «Haré de ti una nación grande,

te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan,

y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra»

(Génesis 12:2-3).

Abraham había nacido en un hogar politeísta. Su padre era hacedor de ídolos, y él nunca

había escuchado que un sólo Dios pudiera manejar todos los problemas de la vida. Pero

en el verso de Gálatas 3:6 y 7, Pablo nos da un dato interesantísimo acerca de la vida de

Abraham. Este texto establece que «Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia,

entonces los que son de fe, éstos son hijos de Abraham». El pagano, politeísta, hacedor

de imágenes, fue luego el padre de la fe.

Con Abraham, Dios estaba iniciando el modelo de hijo que creería, viviría y expresaría

su naturaleza. Porque desde Adán, el hombre se concentró en sí mismo, tratando de

agradar a Dios en su propia fuerza. Pero en Abraham, Dios estaba dándonos una prueba

de lo que verdaderamente Él quería.


Dios reveló esto en una forma limitada, porque todavía no había llegado el tiempo que la

revelación se expandiera. Para que la intención original se interpretara, Dios mismo tenía

que venir a la tierra. Pero mientras el plan continuaba, de Abraham nacieron dos

hijos.

De uno de ellos nació una nación que se la conocería como los hijos de Israel. A este

pueblo se le asignó un código de leyes con el propósito de que pusieran su confianza en

Dios y no en ellos. Este pueblo fue escogido para cumplir un propósito específico que

Dios quería mostrar a todas las naciones y les da la ley, un código inicial de diez

mandamientos. El propósito de aquella ley era magnificar la condición de pecado del ser

humano, y que sólo por obediencia a lo que Dios había establecido en su ley, ellos serían

recibidos en su presencia.

A causa de ello pensamos que la ley es buena, Dios es justo, el hombre es malo y necesita

perdón. Pero la Biblia dice que la ley es buena porque cumplió lo que tenía que hacer,

magnificó, señaló, acusó, condenó al hombre y le dejó saber que fuera de Dios no puede

hacer nada por sí mismo. Por eso Gálatas 2:16 dice: «Sabiendo que el hombre no es

justificado por las obras de la ley».

Todos los años, los hijos de Israel tenían que ofrecer sacrificios por sus pecados para

mantener su relación con Dios. La intención de Dios nunca fue tener un pueblo que

mantuviera un conjunto de reglas, sino una familia con quien tuviera una relación de amor

y confianza. Pero el pueblo ofrecía sacrificios continuos porque su conciencia de pecado

siempre los acusaba. Cada vez que cometían un pecado, la ley les decía: «No eras tan

bueno como pensabas. No hiciste nada ayer, pero lo hiciste hoy. Si vuelves a fallar, aquí

estoy como ley, y te voy a condenar».

Pero qué interesante es notar que el hombre nunca ha iniciado nada hacia Dios, siempre

fue Dios quien inicia todo proceso de acercamiento y perdón hacia el hombre. Así fue que
Dios buscó una nueva posibilidad para acercarse al hombre y resolver definitivamente la

distancia que los separaba.

Él mismo decidió descender y hacerse como uno de nosotros. Padeció, sufrió y manifestó

su increíble amor, aún despojándose de sí mismo para venir y así relacionarse con el ser

humano. Se hizo como nosotros para atraernos hacia Él. No para enseñarnos a morir sino

para enseñarnos a vivir.

«Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y

nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que

recibiésemos la adopción de hijos» (Gálatas 4:4-5).

Esta verdad no se entendió en el tiempo de Pablo, no cabía en la mente legalista de los

religiosos. Me temo que aún hoy, en nuestra era, todavía la iglesia no ha entendido lo que

es la salvación en Cristo Jesús. Este no fue únicamente el problema de Pablo, sino el

problema de los predicadores a lo largo de la historia.

La carta a los gálatas es la defensa del Evangelio de la gracia ante el peligro de mezclarlo

con la ley. Esto desata una revelación de Jesucristo que lleva a comprender la diferencia

entre los dos pactos.

En la iglesia de Galacia había un problema, los gálatas estaban mezclando la gracia con

la ley. Esto surge desde los promotores del evangelio legalista del tiempo de Pablo quienes

decían: «No hay problema gálatas. Ustedes han recibido a Cristo como el Señor y

Salvador de su vida, pero tienen que obedecer a Moisés». Otros decían: «La gracia te

salva, pero la ley te mantiene. Si no guardas sus mandamientos te pierdes, te vas al

infierno». Algunos agregaban: «La fe es necesaria, pero las obras te garantizan la

bendición».
Hoy decimos: «¡Qué bueno que te convertiste! Nos alegramos que hayas abandonado el

vicio de la droga. Toma este libro, es nuestro código que te asegura la salvación. Si lo

sigues estrictamente hay una buena probabilidad, pero no te lo puedo garantizar, que te

salves».

Pablo decía que él sabía de la ley. Había sido circuncidado al octavo día, era parte del

linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos, en cuánto a la ley fariseo, al

celo perseguidor de la iglesia y en cuánto a la justicia que es por la ley irreprensible. Pero

descubrió después de haber sido iluminado, que nada de lo que hacía en el judaísmo le

había añadido una pizca a lo que Cristo hizo por él en la cruz del Calvario. A él se le hacía

difícil aceptar que Moisés es necesario para su salvación.

Lo que Pablo quería decirles era que la gracia no solo salva, sino que nos sostiene. La

evidencia no es la observación de reglas, sino una relación con Dios por amor, que nos

lleva a servirle sin condenación, sabiendo que lo amó y nos amará porque somos sus hijos.

La libertad en Cristo no se mantiene por la observación de una ley sino que si se desliga

de Cristo, se cae de la gracia.

Hace algunos años hice una encuesta entre varios cristianos y les pregunté qué

interpretaban cuando escuchan la frase: «Se cayó de la gracia». El cien por cien me dio la

misma respuesta equivocada. Ellos creían que la persona que cayó de la gracia, había

caído en pecado.

Entonces, tengo que preguntar: «¿Será posible caer de la gracia sin haber pecado? ¿Será

posible predicar a Cristo y haber caído de la gracia? ¿Los que caen de la gracia se

encuentran en las iglesias o en el mundo? ¿Será posible que una persona pueda haber

caído de la gracia y no saberlo? Si estar caído de la gracia no tiene que ver con pecado,

¿con qué tiene que ver?».


El texto nos da la respuesta: «De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis;

de la gracia habéis caído» (Gálatas 5:4).

Si caer de la gracia no tiene que ver con el pecado, entonces tiene que ver con mi

justificación de la ley. Tengo que revisar mi teología, los postulados por los cuales yo

sirvo a Cristo. Porque si usted se siente más amado y estar bien delante de Dios después

de haber diezmado, creo que su diezmo, su oración, su ayuno, usted está viviendo por la

ley, y se ha caído de la gracia.

Si ha ido al culto para llenar su matrícula religiosa, porque le han enseñado que si va a

Cristo y no participa del servicio, es probable que no sea salvo. Si se enfermó y no pudo

asistir al culto porque está postrado en una cama, usted debe saber que es tan apreciado e

importante para Dios como lo era antes de enfermarse.

Los hábitos pecaminosos con los que ha luchado, quedaron muertos con usted en el altar.

No es lo que hacemos por Él ni para Él, es lo que Él ha hecho por nosotros a través de

Cristo en respuesta a ese amor. Él se complace en darnos todo lo que le dio al

Hijo, no lo escatimará si caminamos como el Hijo caminó.

Entre el antiguo y el nuevo pacto

No podemos tener una revelación y mirar al Antiguo testamento, al hijo de la esclava y

preguntarle: ¿Cómo se vive en libertad? Él jamás podrá decírnoslo porque es un esclavo.

Eso fue lo que Cristo quiso decirle a los fariseos: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego?».

La revelación del Antiguo Testamento era parcial, momentánea, reducida.

No podían llevar a gente a un mayor grado de revelación porque Cristo tenía que

confrontar a los fariseos. Ellos creían que en la ley se concentraba toda la revelación del

Mesías que vendría, pero cuando tuvieron al Mesías frente a frente no pudieron

identificarlo.
En la ley había un mensaje que no pudieron comprender: «Porque está escrito que

Abraham tuvo dos hijos; uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava nació

según la carne; mas el de la libre, por la promesa» (Gálatas 4:22-23). En esta alegoría se

presentan verdades que se aprenden a través de historias verídicas y nos ayudan a

clarificar el sentido original del propósito de la historia. Sara y Agar representan los dos

pactos. Las diferencias entre los dos son:

El viejo pacto operaba por principios - El nuevo por la promesa

Agar representa el viejo pacto. Ella produjo un hijo esclavo, Ismael, que nació por el

principio natural de reproducción, igual que todos los seres humanos. Abraham le proveyó

el esperma y Agar dio el óvulo. El resultado fue Ismael.

Este nacimiento fue producto del principio natural de reproducción. El varón se unió a

una mujer, y de esa fusión humana surgió el milagro del nacimiento. Eso es natural. No

hace falta fe para lograrlo. Usted no se une a su esposa por fe. Eso sucede naturalmente

cuando dos personas de sexos opuestos que se unen. El primer pacto fue por principios.

Usted hacía algo y Dios hacía otra cosa.

Agar representa al Monte Sinaí. Allí le fue dada a Moisés la ley. El monte temblaba y el

pueblo estaba espantado. El propósito era que vieran la gloria de Jehová, pero cuando

Moisés regresó a ellos rodeado de gloria, el pueblo dijo: «No te podemos ver». Así fue

que Moisés tuvo que ponerse un velo para cubrir la gloria que salía de su rostro. Recuerde

las palabras de Pablo cuando dijo que hasta el día de hoy ellos ven a través de un velo. En

la Jerusalén actual, todos sus hijos están en esclavitud, porque el velo no se le ha quitado

por estar mirando a Moisés y a la ley, y no a Cristo y su gracia.


El Nuevo pacto son las promesas que están representadas en Sara e Isaac. Ellos son libres.

Para que este muchacho naciera Dios esperó que el principio de reproducción estuviera

inoperante en la vida de Abraham y Sara para que funcionara la promesa. Esta fue

cumplida cuando ellos ya no podían tenerlo por propia iniciativa.

El nacimiento de Isaac fue el resultado y el producto de una promesa, no de la observación

de un principio. Esto establece que el método favorito de Dios para hacer las cosas es a

través de vientres estériles, donde no haya posibilidades humanas. Eso evidencia que

cuando usted confiesa: «No puedo más. Oré, ayuné, di, serví, hice todo lo que me dijeron

que haga pero mi hijo sigue enfermo». Entonces, Dios viene y salva a su hijo y dice:

«Estoy haciéndolo por la promesa, no por lo que tú haces. Lo hago porque tengo un

pacto».

A Dios le fascinan los vientres sin posibilidades. Cuando Israel necesitaba un profeta

llamó a Ana para que lo trajera. El Mesías vino al mundo en un vientre sin participación

de hombre ni voluntad de carne humana. Juan el bautista, quien anunciaría la llegada al

mundo del Cristo, nacería de un vientre sin posibilidades. Con estos ejemplos, Dios está

diciendo: «Yo no los necesito para yo hacer lo que tengo que hacer».

Pablo dice que los hijos de Abraham son hijos de la promesa, pueblo de fe, viven en otro

nivel, no están limitados a lo natural y a lo visible porque dependen de la promesa, no de

lo que ellos pueden hacer.

La ley es observada por el cumplimiento de principios, pero la promesa requiere fe, no

fórmulas. Los que han madurado en la gracia no harán nada para que Dios haga algo a

cambio. Dios no hará nada más de lo que ya ha hecho, no nos dará más de lo que ya nos

dio. Dios no puede cumplir más de lo que ya ha prometido. Solo tenemos que conectarnos

con el poder de la gracia. Cuando le servimos no es para manipularlo y pedirle algo a

cambio. No ore para torcerle el brazo, sino porque lo ama.


El requisito es conocerlo, intimarlo. Cuando más conozco la gracia de Dios, más oro.

Durante esta temporada de mi vida, oro constantemente. Me despierto orando. Oro al salir

y al regresar. Pero esto no es producto de mi mente carnal, porque eso sería llevarle un

Ismael a Dios, que es producto de la voluntad de la carne. Pero cuando oro sin lista, sin

pedidos, solo porque quiero hablar con Él, el Espíritu Santo que conoce los secretos del

Padre, me puede decir: «Quiero que ores por esto, porque estamos tú y yo de acuerdo, y

porque hay una promesa que yo quiero cumplir>>.

Los que son guiados por el Espíritu son los verdaderos hijos de Dios, porque ellos intiman

con Él y les revela sus misterios. Esa es la mejor intercesión, porque es el resultado de

una obra perfecta del Espíritu, no de una intención humana para unos resultados

inmediatos.

El viejo pacto se caracterizaba por lograr algo – El nuevo por descanso

Abraham y Sara asumieron la responsabilidad de hacer que la promesa se cumpliera.

Imagínese esta conversación.

Abraham le dice a Sara:

─Sara, Dios está esperando que produzcamos este hijo para bendecir las naciones y nos

estamos poniendo viejos. Ya hemos tratado todo, las fechas, la luna…

─Quizás Dios quiere que uses tu imaginación. Después de todo, tú sabes que Dios opera

por senderos misteriosos, ─le responde Sara

─¿Qué quieres decir?, ─pregunta Abraham.

─Yo leí en la ley que todos los niños que nacieran en tu casa, técnicamente son tuyos, tú

me entiendes bien, ─replica ella.


Sara estaba frustrada porque no se cumplía la promesa. Entonces un día se levantó y dijo:

─Abraham, le hemos fallado a Dios. Yo no puedo más, ¿qué va a decir la gente? La culpa

me está consumiendo. Tengo que ayudar a Dios.

Abraham y Sara encontraron una forma de cumplir la ley satisfactoriamente, y produjeron

el hijo esperado. Abraham aceptó la oferta, se fue a una cita especial, y así nació Ismael.

Cuando se lo llevaron a Dios, les dijo: «Ese no es. Gracias por querer ayudar. Pero ese

hijo no puede ser el de la promesa porque es iniciativa de tu carne». Así fue que debían

hacerse cargo del lío que habían hecho.

La mentalidad del antiguo pacto es que la ley se tiene que cumplir, tienes que hallar la

forma de producir un Ismael, fruto de la carne. Pero cuando Dios dice: «Descansa». Lo

que tiene que hacer es obedecer hasta que Él vuelva a ordenarle que camine. El resultado

será que le dará a Dios toda la gloria, porque esto no pudo haberlo producido usted en la

carne, sino que nacen en el Espíritu. Dios quiere hacer algo para nosotros que sea tan

obvio que el mundo diga: «Esto tiene que haber sido Dios».

Génesis 21:9 dice que Ismael se burlaba de Isaac. Nada ha cambiado. Los que nacen de

la carne siempre están persiguiendo a los que nacen del Espíritu. Las iglesias legalistas se

caracterizan por oponerse a todo lo nuevo, porque todo lo que nace del Espíritu es una

amenaza para ellos, que son esclavos.

Si somos hijos de Espíritu, hijos del pacto de Isaac, podemos descansar en su fidelidad,

porque Cristo es el cumplimiento de todas las promesas de Dios para nosotros. Y cuando

abrazamos las promesas de Dios para nuestra vida, Él obra para su buena voluntad.

Cuando viene del espíritu, usted es seducido por Dios, lo atrae a su presencia, lo invita a

someterse, a estar en intimidad con Él. Entonces usted sabrá que esto no viene de usted

porque su carne se resiste al Espíritu. No tiene que buscar formulas para seguir a Dios.

Sus caminos son claros para los que confían en Él. Sus hijos pueden descansar en su
fidelidad. Cristo es el cumplimiento de todas las promesas de Dios para nosotros. Si el

asunto es una promesa, el resultado es confianza y descanso. Si es un principio sin

promesa, el trabajo y la ansiedad son el resultado.

En el Antiguo pacto perseguían a otros – En el Nuevo Pacto bendicen a los que los

rodean

Hay personas que no comen y no dejan comer. El esclavo no puede hacer libre a nadie.

Imagínese a Pablo antes de su conversión. Su compromiso era como un pacto diseñado

para mostrar faltas y pecados. Todos los días vivía consciente de su pecado, y no

soportaba a los discípulos de Cristo que disfrutaban la vida. Los resistía tanto que los fue

a buscar para echarlos en la cárcel y que murieran. Él notaba que no estaban preocupados

por obrar para salvación, que sus obras eran motivadas por amor. A él lo confundía el

hecho de esa gente se podía reír ante la muerte, y daban su vida por otros hermanos. Esto

es posible porque cuando usted nace a un nuevo pacto, lo bendice como Abraham bendijo

a todas las naciones.

Su compromiso era con un pacto diseñado par mantener sus faltas y pecados frente a él.

Todos los días vivía con el temor de su humana naturaleza. Todo el tiempo era conciente

de sus pecados. Siempre estaba preocupado por él mismo, por eso decía:

«Hay que detener a esta gente, si es necesario “matarlos”».

Entonces Pablo se lanzó a una cruzada de gran matanza y en el camino se cruzó con un

personaje que no conocía. Cristo se le revela en el camino a Damasco. El perseguidor,

legalista, el fariseo de fariseos fue totalmente transformado y se convirtió en el predicador

más elocuente del Evangelio de la gracia.

Siempre el viejo pacto, con sus hijos legalistas perseguirán al nuevo pacto y sus hijos

libres.
«Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido

según el Espíritu, así también ahora» (Gálatas 4:29).

Como Pablo había nacido según la carne, perseguía al que había nacido según el

Espíritu. Para la mente natural, la gracia le parece ilegal, porque va más allá del

razonamiento natural. Solo puede ser recibida por nuestro espíritu, como una revelación.

Quienes no están abiertos a recibirla no pueden oírla y persiguen a los que la recibieron y

viven en la gracia.

«Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en

corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos

las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo

de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del

hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de

Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene

de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no

con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu,

acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que

son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se

han de discernir espiritualmente» (1 Corintios 2:9-14).

Es necesario comprender las diferencias entre pactos para no mezclarlos. Pablo enseñaba

que ambos pactos no podían navegar juntos. Había que echar fuera al hijo de la carne,

porque ese pacto no hereda con la promesa. Cristo ya vino. No mire para atrás porque

aquel pacto no puede heredar con éste. Tiene que echarlo.

En la iglesia del nuevo pacto siempre hay multiplicación, crecimiento. Es una promesa

bíblica de Isaías 54. El creyente del nuevo pacto es como la gloria de Dios, va en aumento,

transformándose.
Si usted vive por la ley, lo mismo que hizo hace veinte años todavía lo estará haciendo

veinte años después. Pero en el nuevo pacto, la gloria de Cristo siempre va en aumento.

¿Bajo qué pacto quiere vivir usted?

Capítulo 6

Casado, pero Miserable

«¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se

enseñorea del hombre entre tanto que éste vive? Porque la mujer casada está sujeta por la

ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del

marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero

si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no

será adúltera. Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el

cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que

llevemos fruto para Dios. Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones

pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para

muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que

estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el

régimen viejo de la letra. ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera.

Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la

ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento,

produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Y yo sin la ley vivía

en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el

mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado,

tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. De manera que la

ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. ¿Luego lo que es bueno,
vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado,

produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento

el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso. Porque sabemos que la ley es espiritual;

mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago

lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo

que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que

mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el

bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no

quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora

en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque

según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros,

que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que

está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?

Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo

a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado» (Romanos 7).

«Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no

andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu» (Romanos 8:1).

La ley de premios y castigos la encontramos en todos los ámbitos de la vida, pero

comienza en nuestra casa. Al nacer, nuestros padres nos recompensan cuando hacemos lo

bueno y nos castigaban si hacemos lo malo. En la escuela, si sacábamos buenas notas se

nos recompensaba y si reprobábamos, nos castigaban. Lo mismo ocurre en los trabajos.

Nos dan aumento de sueldo si somos responsables con las tareas que nos han

encomendado. En el caso de la iglesia, si somos comprometidos con las actividades de la


iglesia, también seremos recompensados con alguna promoción. A través de esa forma de

ver la vida, medimos nuestra relación con Dios.

En el texto citado, Pablo toma la relación matrimonial como una analogía para presentar

la relación entre el cristiano y la ley. Porque desde que nacemos estamos casados con la

ley. No se nos pidió permiso para eso. Todo a nuestro alrededor gira entorno al legalismo.

Cada institución de la sociedad está destinada a amplificar nuestra relación con la ley.

Para comprender ese vínculo especial usaré a modo ejemplificador a través de una historia

con dos personajes. El primero se llamará Carmen Gente y el segundo, Pedro Ley.

Carmen Gente se casó con Pedro Ley, deseosa en hacer feliz a su esposo. Lo ama, lo

respeta, y está convencida de que serán felices. Sin embargo, poco tiempo después, el

gozo se convierte en luchas y en miserias. El problema surge a razón de que Pedro Ley

cree que su trabajo como esposo es señalar cada falta, cada deficiencia, cada una de los

errores de Carmen Gente. Ella está convencida que si no logra ser perfecta ante los ojos

de su esposo, nunca podrá cumplir con su propósito y trabaja duro para mejorar su

relación. Al fin y al cabo, ella sabe que un matrimonio requiere mucho trabajo. Pedro Ley

no tiene misericordia de ella. Nunca resalta las cosas buenas que ella hace, ni las virtudes

que tiene. Ella hace algo bueno, pero él le señala las equivocaciones.

Imagine estar casado con alguien que su propósito de existencia es señalar sus faltas y

acusarlo todo el tiempo. Esto es precisamente el propósito de la ley, definir los límites de

lo correcto, para saber cuando hizo lo malo.

«¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el

pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No

codiciarás» (Romanos 7:7).


Al principio, Carmen Gente soñó con un matrimonio prometedor con Pedro Ley, pero con

el tiempo se dio cuenta que ella no podía cumplir con las expectativas que él había

sembrado en ella. Tiempo después, su entusiasmo se convirtió en miseria, en ira y en

rebelión. Lo que Carmen Gente pensó que sería una relación amorosa, de repente se

convirtió en una tortura constante.

Todo el que se ha formado dentro de un ambiente legalista padece de estos tres males:

miseria, ira y rebelión. Mucha gente se ha ido de la iglesia enojada con el Señor. Hoy

están en el mundo porque no pudieron soportar la continúa acusación y condenación que

la ley marcaba sobre ellos al sentirse señalados por sus faltas y sus errores. No hubo

misericordia, no hubo suficiente gracia, porque la ley no tiene la intención de hacer feliz

a nadie, sino de enseñarnos la necesidad que tenemos de algo más grande que nosotros

mismos.

No ha notado que cuando está haciendo una dieta, lo que se le prohíbe comer es lo que su

estómago desea. Usted está enfocado en su dieta, no come pan ni dulce. Quiere bajar el

sobrepeso que le molesta y mientras lee una revista encuentra la fotografía de un hermoso

pastel de chocolate. Pero usted había prometido que no volvería a comer dulces. En ese

momento empieza a sudar, a temblar, a decir: «Dios mío, el demonio ha venido para

tentarme». La ley está haciendo su trabajo. Lo que usted impuso como ley, es lo mismo

que lo está condenando y lo saca de lo que verdaderamente siempre estuvo en el corazón.

Por eso es que el pecado es más que la violación a la ley. El pecado es la exposición de la

condición del corazón. Por eso Dios juzga el motivo y no el pecado. Cuando el hijo

pródigo regresó a la casa, ante la mirada de la ley era más pecador el hijo que se había

quedado en la casa que el que se había ido. Porque nosotros juzgamos como pecado a

fumar, beber, salir con mujeres, etc. Esos son pecados de la carne, pero la envidia, el celo,

la amargura, el chisme y la crítica, son pecados del alma, que no se pueden ver a simple
vista. Por eso es que el ojo de Dios siempre está juzgando los motivos del corazón, no

solo los pecados de la carne, porque estos ya fueron crucificados, pero las intenciones del

corazón son su responsabilidad llevarlas continuamente a la cruz, para que pueda disfrutar

de la salvación que Cristo le ha otorgado.

Cuando vive bajo un sistema legalista y se ha criado en un sistema de condenación y

acusación continúa, aunque está casado, es miserable. Todo lo que hace el sistema es

señalar su falta, acusarlo, condenarlo continuamente por lo malo que es.

A través de este libro quiero declarar que hay una forma de salir de ese tipo de matrimonio,

hay una forma de divorciarse de la ley para casarse con uno que lo ama, no lo acusa, que

lo bendice y quiere darle una vida placentera.

«¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el

pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a

fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso»

(Romanos 7:13).

¿Cómo salir de esa relación acusadora y condenadora?

Carmen Gente está casada con un hombre difícil de complacer. Como consecuencia de

ello su corazón está lleno de ira, miserable. Aunque ella asiste a todas las actividades de

la iglesia, en su corazón hay rebeldía. Pero ¿cómo puede liberarse ella de esa relación?

Hay algunas opciones que se pueden considerar:

1º Carmen Gente no puede divorciarse porque se unió a su esposo de por vida. El día que

se casaron ella le dijo a Pedro Ley que vivirían juntos el resto de sus vidas, en las buenas

y en las malas. Por lo tanto, el pacto que ella hizo con Pedro Ley la liga eternamente.
2º La opción para que Carmen Gente encuentre liberación es que Pedro Ley muriera. Pero

si tiene que morir se presentan dos problemas: No podemos desear que Pedro Ley se

muera porque él está haciendo el trabajo que tiene que hacer, sería injusto que esto ocurra.

Además, Pedro Ley es eterno, no muere, él siempre estará allí para hacer su trabajo.

3º La otra opción es que Carmen Gente se muera, pero si ella se muere en la condición

que está, será condenada y acusada.

4º La última posibilidad que cambiaría esta historia de ser un simple matrimonio a un

escenario eterno, es si alguien viniera y tomara el lugar de Carmen Gente y cumpliera

cada demanda y exigencia de Pedro Ley, al punto que no tuviera nada que acusar o

condenar. Si esa persona muriera y pagara el precio requerido para aquellos que

quebrantaran la Santa Ley y resucitara a una nueva vida, sería la mejor opción. Si esa

persona le dijera a Carmen Gente: «Voy a casarme con Pedro Ley. Voy a tomar tu lugar.

Cumpliré sus exigencias, sus demandas, sus estatutos, sus preceptos y sus mandamientos.

Me casaré con Pedro Ley. Pero para poder desligarme de él luego, tengo que morir, pero

a los tres días voy a resucitar. Y cuando lo haga, te daré la oportunidad de que aceptes lo

que yo hice por ti, y cuando Pedro Ley quiera acusarte, tendrá que venir primero a mí,

porque fui yo quien pagó la consecuencia de lo que él exigía por tus errores. La única

forma de ser libre del matrimonio con Pedro Ley es que aceptes mi muerte, sepultura y

resurrección como tuya, y te unas solo y totalmente conmigo en un pacto matrimonial».

Esto es un divorcio de la ley, y un nuevo casamiento con el nuevo pacto. Pablo dice: «Para

ser libre de ese marido tenía alguien que morir primero». Por eso es que Cristo es mi

esposo, es mi marido, por eso la ley no es la que dicta mi comportamiento, sino mi nuevo

marido. Hay una nueva relación que es por el régimen del espíritu y no por la

letra de la ley.
Cuando Cristo resucitó, Carmen Gente comenzó a una nueva relación con Aquél que se

dio por ella. Nunca pudo tener esa relación con Pedro Ley. Lo que para Carmen Gente

era difícil en la carne, ahora, bajo el nuevo régimen, es posible. Así empieza una

transformación en la vida de Carmen Gente. Ahora ella deja de mirar a Pedro Ley quien

la acusaba, la señalaba y la condenaba, y mira a su nuevo esposo.

Hay quienes definieron a la gracia como una vida sin restricciones o consecuencias. Pero

esto no es así. El Señor no tuvo nunca la intención de abolir la ley, sino de cumplirla a la

perfección para que si usted está en Él no sea condenado por ella.

Otros piensan que la gracia es Cristo que llega a nosotros para ayudarnos a cumplir las

demandas de la ley. Pero si se mantiene casado a la ley, siempre tendrá una conciencia de

pecado.

Carmen Gente tiene un pacto de amor con su nuevo marido, porque tomó su lugar. Ahora

su enfoque es su nuevo esposo. Como ella es de Él, su perfección cubre las faltas de ella.

Pensamientos errados de la gracia

«Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del

Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el

Espíritu del Señor» (2 Corintios 3:18).


La gracia nos introduce al gozo porque hemos entendido que estamos casados, pero ya no

somos miserables. Estamos casados y somos felices, libres, y prósperos.

Usted no puede entender la palabra y recibir revelación de la gloriosa y maravillosa gracia

de nuestro Señor Jesucristo si no se quita el velo . No puede leer la Biblia con Pedro Ley

acusándolo.

Hay predicadores que cada vez que predican es para condenar, acusar, es porque ellos

vienen del Monte Sinaí. Pero los que vienen del Monte Sion, los que vienen de la
Jerusalén celestial, de la revelación de la gracia, saben la diferencia entre convicción y

condenación.

Al quitarnos el velo podemos mirar a cara descubierta como un espejo, porque en el Señor

somos transformados de gloria en gloria, a la misma imagen, como por el espíritu del

Señor. No es lo mismo restaurar algo, que transformarlo. Cuando restauro algo vuelve a

parecerse al original. Pero si lo transformo, no se parece en nada al que era, porque fue

transformado.

Dios no quiere restaurarlo porque hay un nivel más de gloria que es la transformación. Si

usted todavía está luchando con los pecados de hace cinco años, y vive bajo el espíritu de

la letra y no bajo el régimen nuevo del espíritu, debe ser libre de la ley y casarse con el

nuevo pacto tener una vida transformada, no rehabilitada.

Cuando nos referimos a personas que fueron adictas a vicios, decimos que son adictos

recuperados en rehabilitación. Pero eso no debería ser así. Seguramente fue adicto, pero

cuando llegó a Cristo, fue transformado. «De modo que si alguno esta en Cristo, nueva

criatura es, las cosas viejas pasaron he aquí todas están siendo hechas nuevas». Eso es

transformación.

Carmen Gente nunca había tenido esta clase de relación por eso frente a su nuevo

matrimonio, tiene luchas. Imaginase tanto tiempo casada con Pedro, conciente de sus

faltas, insegura, acusada constantemente, entonces, en esta nueva etapa de su vida todavía

piensa como Pedro Ley le enseñó. Ella siempre hablaba con Pedro de trabajo y de lo que

ella había hecho mal. Cuando su nuevo esposo le habla de amor e intimidad, ella no lo

entiende. Trata constantemente de agradarlo a través de obras y Él le habla acerca de cosas

maravillosas que ha preparado para ella. Costó que ella se acostumbrara a interpretar el

lenguaje de amor y gracia de su nuevo esposo. No era fácil para Carmen Gente, ella nunca

había vivido con alguien tan amoroso.


Tal vez a usted le ocurre lo mismo que a Carmen Gente. No le es fácil aceptar un nuevo

compromiso porque tiene que quitar de su vida la condenación que traía sobre sus

hombros. Porque mientras estaba bajo la ley, no prosperaba, porque lo que estaba

haciendo era restringiendo el deseo. Porque pecar es más que violar una ley, es la

exposición de las intenciones del corazón.

Carmen Gente había vivido muchos años con Pedro Ley. Cada vez que ella hacía algo él

la condenaba, la juzgaba. Los que saben de psicología comprenden que generalmente, la

mujer maltratada cae en otra relación de igual maltrato. Hay una predisposición que sale

de una relación abusiva y cuando debe comenzar a tomar decisiones, no sabe cómo

hacerlo.

Eso es lo que pasa con el legalismo. Cuando los cristianos escuchan el mensaje de la

gracia, están predispuestos mentalmente a continuar viviendo bajo las normas de la ley y

no saben vivir en libertad. Su creencia inicial era pensar que todo lo que la ley hacía era

por amor y protección. Por eso es que el ministerio de Pedro Ley es de manipulación y

temor, y ella no conoce el nuevo lenguaje que el esposo le habla.

Ella piensa que lo que él tiene para ella es en base a lo que hace. Entonces le dice: «Sé

que tienes muchas cosas buenas para mí. Haré todo lo que pueda para ganármelo». Esa

mujer estuvo toda la vida buscando aprobación para ser aceptada. Pero ahora, en esta

nueva relación, a su esposo no le interesa hablar de ella sino de su relación. Carmen Gente

está confundida y no sabe cómo reaccionar con este amor. Antes, cuando ella cometía un

error, iba con temor a Pedro Ley y le decía: «Ten misericordia de mí, tú sabes que yo no

sirvo, que yo no puedo, que soy un trapo de inmundicia, que yo no sirvo para nada. Pedro

Ley, ten misericordia de mí, dame una nueva oportunidad, porque no quiero volver a

fallarte». Ahora Carmen Gente está confundida, pero él sigue insistiendo, sigue amándola,

sigue cuidándola y protegiéndola.


Producir fruto

Generalmente creemos que somos aceptados por lo que hacemos, y eso nos lleva a

cometer adulterio espiritual. Pablo dice: «Si se casa con otro mientras el marido vive, es

adultera».

Cristo murió y resucitó para no volver a morir. Así que si vuelve atrás, a la ley, ha

cometido adulterio espiritual. Tenemos que divorciarnos de uno para casarnos con el que

vive para siempre. Su identificación con Él no está basada en lo que hace, sino en lo que

Él hizo, para que lo que usted haga sea aceptado por Él.

Mucha gente piensa que este tipo de revelación produce pasividad y poca productividad.

Sin embargo causa lo opuesto. De su relación con Cristo nacerán nuevos hijos, de la

misma forma que su relación con la ley produjo un creyente perfeccionista, acusador,

juzgador y condenador, cuando se casa con el nuevo esposo, tendrás frutos de Dios. En

otras palabras, de la misma forma que produjo algo cuando estaba casado con la ley,

producirá algo cuando está casado con Cristo. La diferencia es que su concentración no

está en lo que va a parir, sino en su relación con Él.

En el sistema legalista se nos ha enseñado que tenemos que llevar mucho fruto. Hay gente

que dice: «Si no estoy envuelto en la iglesia haciendo algo, me voy al mundo». Si usted

dice esto es porque todavía está casado con Pedro Ley, porque su concentración es lo que

hace para él. ¿Sabe cuántos matrimonios se han roto por esto? ¿Sabe cuántos hijos están

perdidos en el mundo porque los padres no supieron balancear la vida de la iglesia con la

vida familiar? Hoy, ellos no están rebeldes contra Dios sino contra una iglesia que se robo

a su papá. Pregúntese ¿de dónde viene eso? No es morir con las botas puestas, sino es

morir fracasado. Porque... de qué sirve que yo gane las naciones si mis hijas no pueden
decir: «¡Qué lindos momentos pasamos con papá! ¡Qué bueno fue tener a papá con

nosotras! ¡Qué bueno que papá pudo balancear la tarea de la iglesia y la familia!».

¿Qué gloria hay que ganemos al mundo para Cristo, si al fin y al cabo se pierde nuestra

propia familia? ¿Sabe cuántos hogares se han destruido, cuántos matrimonios

ministeriales están en severa crisis de consejería matrimonial? No busque el fruto, porque

lo va a producir Dios en usted por medio de la relación que tenga con Jesucristo. Sea

padre para sus hijos, esposo para su esposa. Disfrute la vida.

«Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí

mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (Juan

15:4).

Lo que produce el fruto no es el pámpano sino la vid. Su responsabilidad no es la

producción, sino demostrar el fruto que la vid produjo en usted. Nuestra responsabilidad

no es llevar fruto sino permanecer en Él, y Él a través de nosotros produce su fruto. La

gente que dice: «Tengo que hacer algo», basa su fe en la ley y no en la gracia. Al igual

que Pedro Ley nunca estará satisfecho con lo que hace sino que lo pone a hacer más. Por

eso es que la iglesia de Jesucristo está cansada, exhausta. Usted ve a la gente que va a los

cultos los siete días de la semana y cuando no hay servicio, inventan uno.

Si usted pudiera hablar con los racimos de la vid tal vez le diría: «Cuánto te has esforzado

para ser tan hermosa. Mira todo lo que has producido». Y si el fruto de la vid hablara

respondería: «No me alabes de esa manera, porque lo que tú estás viendo no lo he

producido yo, es que me mantuve conectada a la rama y esta al tronco, que a su vez está

unido a sus raíces dentro de la tierra. Si crees que soy una naranja bonita, no me des a mí

la alabanza sino al tronco donde estoy conectada, porque yo sola no puedo producir lo

que soy, sino el tronco donde estoy conectada».


La gracia destruye el orgullo, pero el legalismo lo eleva, porque para la ley es usted quien

tiene que producir fruto. Usted lo tiene que hacer, tiene que insistir, tiene que iniciarlo y

buscarlo. Después también está la competencia: «Yo tengo más fruto que mi hermano

porque vengo más que él a la iglesia».

Debemos entender que lo que se produce en nosotros es el resultado del trabajo del dueño

de la vid. Sí la uva tratara de parecerse a un ramillete, y se esforzara por ser similar, jamás

podría lograrlo, porque lo que determina lo bueno, lo bonito, lo hermoso, lo glorioso de

ese ramillete no es otra rama sino el tronco.

Las personas que han impactado al mundo, no son las que han alcanzado algo para Dios

en la fuerza de la carne y en su ego personal, sino las que se han rendido a las manos del

jardinero, se han dejado podar y han permitido que produzca el fruto. Porque su

concentración nunca fue, ni nunca será, producir el fruto, su concentración es permanecer

en la vid.

Si usted vive en pecado, la ley lo juzgará, porque el pecado ha sido condenado por la ley.

Dios no nos rechaza porque pecamos. Él no echa a un hijo que está herido, al contrario,

lo acerca, pero tendrá la amarga consecuencia que acarrea el pecado, que habiendo sido

consumado, produce muerte.

La gracia exige un grado de responsabilidad y de relación como tal vez usted nunca antes

tuvo, porque ha entendido el alto y glorioso precio que se requirió para que hoy usted esté

allí. Por otro lado, la gracia es tan extraordinaria, que aún en sus imperfecciones, usted

puede fallarle a Dios, pero él no lo rechaza como hijo, sino que lo transforma a la imagen

de su hijo.

Sí peca deliberadamente, deliberadamente será juzgado. Pero si peca en una debilidad de

su carne, el amor de Dios lo cubre, lo guarda, lo sana y lo restaura como siempre ha hecho

con sus hijos.


Si ha logrado interpretar con claridad esta verdad de la gracia, lo declaro divorciado de la

Ley. Ya no es más una persona casada con la Ley y miserable. Ahora está casado con

Cristo y vive gozoso.

Capítulo 7

La dimensión horizontal de la gracia

La gracia de Dios se manifiesta en nosotros y hacia nosotros en dos dimensiones vertical

y horizontal. En este capítulo estudiaremos cada una de ellas para que usted pueda

interpretar la revelación de esta verdad.

Gracia Vertical

El mensaje vertical de la gracia es de esperanza, concede el don de la vida eterna y otorga

todos los beneficios. La expresión vertical de la gracia trata con nuestra relación con Dios

y nos liberta de la condenación de la Ley de Moisés. La dimensión vertical representa la

relación con Dios.

No adoramos para ser bendecidos. Adoramos porque somos bendecidos. No servimos a

Dios para no irnos al mundo y perdernos, servimos en la iglesia por amor, para que otros

disfruten de la gracia del don que Dios ha depositado en nosotros.

Usted es un santo, porque la Biblia dice que Él nos ha santificado. Santo no significa que

somos perfectos sino separados. Si usted ha conocido a Cristo, está separado y santificado

por Él. También estoy seguro de mi salvación, porque ninguna condenación hay para que

los que están en Cristo y sé que de su mano nadie me puede arrancar. Su relación con Él

no depende de lo que usted haga sino de lo que Él hizo: fue capaz de amarlo cuando estaba

muerto en delitos y pecados.


Al comprender esto desde lo profundo de su corazón, lo último que usted quisiera hacer,

es pecar, porque ha entendido esta salvación tan grande. Si su deleite es pecar, en verdad

nunca ha recibido la transformación de Cristo.

Desde el momento en que el Espíritu Santo vino a morar en nuestra vida, tuvimos

convicción de pecado, de juicio y de justicia. Por esa razón, mientras más caminamos con

Cristo, menos nos deleita el pecado, porque ya morimos al pecado, ya no mora más en

nosotros. Ahora quiero agradar a Dios en todo lo que hago.

Si su corazón todavía está inclinado a pecar, debe revisarlo. No se deje confundir, somos

lo que Dios dice que somos: «Hijos, herederos, nación santa, pueblo adquirido por Dios,

real sacerdocio, la niña de sus ojos». De su mano nadie nos podrá sacar. No hay

condenación en nosotros ni en el cielo ni en la tierra, porque ¿quién condenará a los hijos

de Dios?

Si alguien se atreve a condenarme, sale Cristo a nuestro favor y dice: «Un momentito, yo

estoy con él, yo estoy por él». De modo que si alguno está en Cristo nueva criatura es, las

cosas viejas pasaron, he aquí todas están siendo hechas nuevas. Por lo tanto, si Él está en

mí y yo en Él, estoy en plena certidumbre de que ni el cielo ni la tierra, ni lo alto ni lo

bajo, ni los principados, ni las potestades, ni la muerte ni la vida me podrá separar del

amor de Dios que es en Cristo.

Dios quiere que entendamos la gracia vertical porque es la razón principal y fundamental

por la cual se escribe el Nuevo Testamento, para ayudarnos a entender el regalo de nuestra

salvación.

Gracia horizontal

La gracia en la dimensión horizontal se expresa en nuestras relaciones interpersonales.

Esta gracia nos libra de la expectativa de complacer personas y vivir atormentados por la
opinión humana. Nos permite disfrutar la libertad y todos sus beneficios. Remueve la

culpa y la vergüenza auto impuesta. Permite que nos entendamos los unos a los otros. Es

imposible expresar el amor de Dios dignamente si no hemos entendido quienes somos

para Él. Si no experimentamos y comprendemos la dimensión vertical de la gracia, no

podremos expresar y extender a otros la misma gracia que nos fue impartida. Los

pensamientos legalistas proclaman que no necesitan de la gracia vertical para extenderla

a otros horizontalmente. Es que el legalismo no solo tiene que ver con actitudes externas

sino con interpretaciones internas lejos del Espíritu de Cristo.

Lamentablemente los cristianos que no conocen la gracia viven con gran culpabilidad. Se

sienten inseguros, insatisfechos, acomplejados, incompletos, avergonzados, disgustados,

tristes. Si esta es la condición interna que experimentan, qué pueden ofrecerle a otros

Por lo tanto si vamos expresar el amor y la gracia de Dios, primero tenemos que tener

recibir la gracia vertical para que la gracia horizontal pueda ser lo que la Biblia dice que

debe ser:

«El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los

otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. En lo que

requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la

esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración; compartiendo para las

necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen;

bendecid, y no maldigáis. Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran.

Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios

en vuestra propia opinión. No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de

todos los hombres» (Romanos 12:9-17).

¿Quién no quisiera vivir así en la iglesia? ¿No le gustaría ser parte de una congregación

que viva y exprese esa maravillosa gracia horizontal? Una comunidad que pueda
perdonarse, sanarse y motivarse los unos a los otros. Ahora, ¿por qué será tan difícil

tratarse como el Señor nos dice? Muchas veces nuestro amor es condicional, no es sincero

y sin fingimiento. ¿Qué impide que nos honremos, que suplamos las necesidades los unos

a los otros? Cuando un hermano es promovido o disfruta de algo que nosotros no tenemos,

¿lo celebramos?

Hay dos razones fundamentales por las cuales no se puede practicar este tipo de atmósfera

que dice la Biblia en la Iglesia y que cancelan el poder de la gracia

Horizontal.

1. Tendencia a compararnos

Los cristianos no solemos manejar bien las diferencias, preferimos la igualdad, lo

predecible a los intereses comunes. Si la persona piensa diferente o toma diferentes

decisiones a las de uno, como por ejemplo vestirse diferente, tener diferentes gustos y

opiniones, la mayoría de los cristianos se sienten incómodos y no saben cómo tratarlos.

El enfoque de esas personas es en lo externo y en la apariencia, no en la variedad y en la

individualidad.

Solemos tener nuestro propio libro de reglas, y a veces pensamos que legalismo es nada

más la actitud externa de reglas rígidas donde todos se ven iguales. Pero examinece si en

su interior no tiene su propio librito de reglas en el que solamente ama a quien le conviene

y a quien quiere amar. Tal vez, al que se ve como usted, al que piensa y actúa como usted,

al que le gusta lo que a usted le gusta. Nos comparamos. Siempre nos estamos

comparando.

Si usted tiene un libro de reglas, al ver a una persona, si ella se adapta a mi estándar de

vida y forma de pensar, gozará de mi apoyo y libertad, y no será víctima de mi acusación.


Por lo tanto le aseguro que si usted procesa ese libro interno de reglas, descubrirá que le

impide tener comunión y amor genuino con esa persona, porque ya usted juzgó su

corazón.

Pastoreo una iglesia multicultural y tenemos nuestro propio libro de reglas. Somos una

congregación con diferentes gustos y culturas. Por lo tanto, la música que escuchamos

durante los servicios es de la más variada. Hay acordes con sonido venezolano,

colombiano, dominicano, etc.

Antiguamente, sin querer, juzgaba aquella música que no era la que estaba acostumbrado

a escuchar. Sin embargo, cuando vayamos al cielo, allí no escucharemos solamente a

Marcos Witt y a Marcos Barrientos, sino también folklore y rock. ¿Cuántas veces

juzgamos a otros por el tipo de música que oye o por la ropa que viste? Seguramente le

ha pasado ver a alguien vestido diferente, con ropa muy elegante de alta costura, y pensar:

«¡Qué ostentoso es este hombre! Debe ser soberbio y orgulloso».

Buscamos nuestro librito de reglas, y lo juzgamos por la ropa que viste. Quizás sea una

persona humilde, sencilla, rendida a Dios.

Legalismo es comparase. En una iglesia eso provoca envidia, celos, pero si vamos a la

raíz, está en los conceptos y la teología que hemos recibido y que forma nuestra creencia.

Pero Dios quiere arrancar toda teología que no ha nacido de su Espíritu y darnos una

Palabra sana y restauradora.

La comparación provoca la envidia, el juicio y el prejuicio; y anula la gracia. Dios nos

llamó a ser auténticos, porque la iglesia no es una fábrica de reproducción idéntica entre

nosotros. No puedo comparar mi grado de espiritualidad con otra persona, solo Cristo es

el varón perfecto, el que no tiene mancha, el que venció. La Biblia dice que debemos

crecer a la estatura de él.


Lo bello de la diversidad es su diferencia. Hay altos, bajos, gorditos, anchos, narizón,

orejón, cachetón. Es parte de la belleza de la creación. Dios no hizo todas las flores del

mundo del mismo color, no hizo todos perros y gatos iguales. Dios es un Dios de

diversidad, de variedad.

El legalismo requiere que todos seamos iguales en convicción y apariencia. La gracia

encuentra su placer en la variedad. Motiva a la individualidad, a la sonrisa, a la libertar

y la variedad, y además tiene espacio para el desacuerdo.

2. Tendencia a manipular y controlar

La segunda tendencia que anula la gracia es la manipulación, el control. Si usted ha estado

en un sistema legalista debe saber que todo lo que se hace es por intimidación, por temor

y por manipulación.

Las personas que lidera un pastor no son de él sino de Cristo. Él fue quien murió por ellos,

el pastor no tiene derecho a decidir su destino eterno. Esa es la prerrogativa de Cristo. El

control y la manipulación tienen que ser eliminados para poder disfrutar de una

maravillosa salvación.

Permitame hacerle una historia:

Un hombre miraba un programa de televisión, y cuando llegó su mujer gritó: ─¡Cámbia

ese canal!

─¿Y qué te hace pensar que yo voy a cambiar este programa?, ─respondió aquel hombre.

Entonces ella respondió:

─Estos cinco dedos.

Y él, muy humildemente, se levantó de su silla, y mientras caminaba frustrado hacia la

televisión, se preguntaba: «¿Por qué no pude levantarme y decirle que no?». Entonces
miró su mano y le reclamó a sus dedos: «¿Por qué ustedes no pueden organizarse de esa

misma forma?».

Su esposa lo había intimidado. Generalmente los intimidadores ganan ante sus

requerimientos porque controlan a la gente, ya sea verbal o físicamente. El propósito es

manipular y hacer lo que ellos quieren. Entre los cristianos esto es más sutil que entre los

inconversos, porque se disfraza de religiosidad con un vocabulario de piedad. La

intimidación es terrible, tenemos que eliminar la tendencia a controlarnos y compararnos.

Para extender la gracia tenemos que ser libres de estas dos tendencias.

Principios que magnifican la gracia

¿Cómo podemos ser una iglesia y personas donde la gracia reine y donde horizontalmente

demostremos lo que verticalmente recibimos de Dios?

Hay cuatro principios en el libro a los Romanos, capítulo 14. Este trata con la libertad

personal y cómo practicamos las relaciones saludables entre nosotros por medio de la

gracia. Si quiere vivir en una atmósfera de gracia en la iglesia el primer principio es:

1. Aceptarse unos a otros aunque sean diferentes

«Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones. Porque uno cree que

se ha de comer de todo; otro, que es débil, come legumbres. El que come, no menosprecie

al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. ¿Tú

quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará

firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme» (Romanos 14:1-4).

Pablo en ese momento estaba enfrentando un problema muy común, la gente presentaba

sacrificios de animales a los ídolos, y luego, lo que sobraba, lo vendían.


Muchos pensaban que si compraban la carne sacrificada a los ídolos, no debía preguntar

a quién había sido presentada, porque de esa forma estaban comiendo con una conciencia

limpia. Esa enseñanza se había desparramado en la iglesia de aquel tiempo, y algunos

pensaban que si comían carne sacrificada a los ídolos de alguna u otra forma eran débiles

en la fe y los que solo comían legumbres eran más espirituales que los demás porque se

abstenían de consumir esa carne.

Entonces Pablo les dijo: «Ese no es el problema, porque ¿quién eres tú para juzgar al que

come para Dios o al que no come para Dios?». Los exhortaba a aceptar y no juzgar a los

que comían. Y los que comían eran exhortados a no contender con los otros. Para

nosotros, esto no es un asunto grave, porque nuestro contexto cultural no hay ese tipo de

problemas. ¿Pero qué ocurre cuando el principio de enseñanza del texto es entendido y

aplicado en nuestro contexto? El asunto es la aceptación, no la comida. Porque la comida

fue el tema que hizo florecer una actitud más profunda.

Los cristianos muchas veces no nos aceptamos los unos a los otros por cosas simples de

cada día, veamos algunos ejemplos:

1. Ir al cine

2. Usar maquillaje

3. Jugar cartas

4. Ver televisión

5. Ir a la playa

6. No orar cierta cantidad de tiempo o con cierta frecuencia

7. Manejar determinados vehículos

8. Usar joyas de metales preciosos

9. Oír cierta música


10. El estilo de corte de cabello

11. Comer determinados alimentos

12. Ir al gimnasio

Esto es para empezar, porque la lista es infinita. Muchas veces aceptamos a otras personas

solamente si ellas hacen lo que nosotros creemos que deben hacer. Pero Pablo está

diciendo que por su libertad en Cristo, él era libre para comer de aquella carne que algunos

decían que era sacrificada a los ídolos. Él sabía que todo era santificado por la oración.

Acepte al otro aunque haya diferencias, aunque no piense de la misma forma que usted,

porque no se trata de glorificar lo que creo, sino quién es Él. De esa forma la iglesia estará

en armonía.

No se puede separar la congregación entre débiles y espirituales. Si pone su fe en lo que

está haciendo, no importa qué día lo haga, está mal. Su fe tiene que estar puesta

únicamente en el Señor. Pablo decía que debemos estar convencidos de que todo lo que

hacemos debemos hacerlo como para el Señor, porque si es así, el Señor lo recibe.

Esto es sumamente importante porque hoy vivimos en un contexto ministerial y religioso

donde todo el mundo tiene una opinión, un concepto de cómo tienen que ser las cosas.

Por eso, enfóquese en mirar al Señor y no las diferencias que tiene con su hermano.

2. Darle espacio a la gente para ser dirigidos por Dios

«Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté

plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso del día, lo hace para el

Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor

come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y da gracias a

Dios. Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos,
para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos,

o que muramos, del Señor somos» (v.5-8).

Lo que Pablo enseña que lo que haga para Dios, que así sea. Si come para Dios, para Él

come. Así que dele espacio para que sea Dios quien dirija a sus hermanos. No trate de

imponerle a alguien lo que tiene que ser revelado por el Espíritu.

Tal vez usted, después de leer este libro, tendrá ciertas ideas que le faltan claridad.

Entonces busque revelación de Dios. Personalmente me ocurrió haber predicado cosas

maravillosas que yo mismo me cuestiono: «¿De dónde las saqué?». El grado de revelación

que tenía en el momento que lo prediqué me dio la palabra específica para compartirlo.

A Pablo le pasó lo mismo en Tesalónica. Él describe la armadura del cristiano con cuatro

piezas, y en Éfeso, cuatro años después la describe con seis. La madurez de la revelación

se expresó y él pudo entender que aquello era más amplio que lo que una vez predicó.

No somos iguales que cuando nos convertimos. Si eso ocurriera, preocúpese, ya que la

gloria de Cristo nos transforma, nos hace pensar y creer diferente. Lo que usted antes

decía que era de tal forma, tal vez ahora tiene que decirle que no, porque no es lo que

usted tiene como revelación. Pablo pedía que cada uno «esté plenamente convencido»,

¿lo está usted?

3. Si no morí por mi hermano no califico para condenarlo

«Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los

muertos como de los que viven. Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también,

¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de

Cristo. Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla,
Y toda lengua confesará a Dios. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta

de sí» (v.9-12).

¡Cuántas veces ha dañado la reputación de la gente por llegar a conclusiones equivocadas!

Una iglesia madura no juzga ni acusa a la gente, sino la restaura.

¿Por qué no podemos juzgar al hermano?

• Porque no tenemos toda la información. Todo problema tiene dos caras.

• No siempre conocemos los motivos por los cuáles se hizo.

• La mayoría de las veces no somos objetivos, especialmente si lo que está pasando

me afectó a mí y tengo la tendencia de exagerar lo que está pasando para yo verme

bien dentro del problema.

• Cometemos muchos errores

• Tenemos una perspectiva limitada y muchos prejuicios.

• Somos imperfectos e inconsistentes en la forma en que juzgamos.

4. Amar a otros requiere demostrar nuestra libertad con sabiduría

«Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner

tropiezo u ocasión de caer al hermano. Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es

inmundo en sí mismo; mas para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es. Pero si

por causa de la comida tu hermano es contristado, ya no andas conforme al amor. No

hagas que por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió. No sea, pues,

vituperado vuestro bien; porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz

y gozo en el Espíritu Santo. Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es

aprobado por los hombres» (v.13-18).


Hay creyentes que se reúnen a juzgar las diferencias, no para edificarse mutuamente, sino

para trazar las líneas que lo diferencian. El apóstol Pablo dijo que si por causa de la

comida, su hermano se ofende, no está actuando bien. Eso quiere decir que no podemos

usar nuestra libertad como querramos. Hay que usarla con sabiduría. Porque si su libertad

le permite ciertas cosas, no juzgue al que no lo hace. Si su libertad no se lo permite, no

juzgue al que lo hace. Una marca de madurez es no usar la libertad para herir a un

hermano. La libertad se ejerce con sabiduría, no para discutir, subestimar y mofarse del

otro.

No haga una vidriera de exposición de su libertad. Al hacer esto estamos pecando de igual

manera que el legalista que juzga lo que usted hace. Una iglesia madura no controla, no

se compara, se acepta mutuamente, se dan espacio para sus diferencias, usan su libertad

con sabiduría y podemos expresar la gracia horizontal entre nosotros mismos.

Por último déjeme aconsejarlo:

1. Proponga concentrarse en lo que edifica

2. Disfrute su libertad con discreción

3. Ejercite su libertad con los que la disfruten con usted

4. No asuma la posición de Dios en la vida de nadie

La gracia fraternal enseña que cuando uno de los nuestros resbala, los más espirituales

deben restaurarlo. Ore por su hermano, por su amigo, por el que se sienta a su lado en la

iglesia. Pídale a Dios que elimine su legalismo, y que pueda regocijarse en la diversidad,

abrazarse con el que se sienta a su lado como hermanos en la fe. Y cuando uno de nosotros
caiga, que el otro le extienda la mano sin mirar a qué nacionalidad representa. Lo

importante es que tanto él, como usted y como yo, viene de arriba.

Capítulo 8

Su gracia lo logrará

La palabra gracia es utilizada por lo menos 108 veces en el Nuevo testamento. Esto indica

lo importante que es para nuestro Señor que esta palabra sea parte de nuestra vida y qué

es necesario que la gracia tenga un efecto práctico en nuestro día a día. Es por eso que en

2 Pedro 3:18, la Biblia nos exhorta a que crezcamos en la gracia, al igual que en el

conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Es que nuestra experiencia con la gracia es un proceso que contienen algunas definiciones

que tenemos que entender para poder abrazarla con mayor fuerza. Nuestro primer

encuentro con la gracia produce un efecto eterno, la Salvación; pero el segundo encuentro

inicia un proceso de desarrollo llamado «santificación». Ese proceso está contenido en

frases claves declaradas en versos muy conocidos. Veamos cada uno de

ellas:

I. Nos predestinó

«Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los

que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los

predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el
primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a

los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó»

(Romanos 8:28-30).
Fuimos predestinados. El Seño nos llamó, nos escogió y nos glorificó. En otras palabras,

de acuerdo a Dios, estoy sentado en lugares celestiales junto a Jesús. No estoy trabajando

para llegar allí, ya llegué. Ahora estoy experimentando lo que significa vivir esa

experiencia. Esto implica que cuando Dios nos habla, nunca mira hacia abajo sino hacia

el costado, porque estamos sentados en lugares celestiales en Cristo Jesús Señor nuestro.

Esto no depende de lo que yo haya hecho, sino de lo que Él hizo por mí en la cruz del

Calvario y lo que su Espíritu Santo ha impreso en mi corazón para que yo entienda lo que

represento y significo para Él.

Por lo tanto, en la primera dimensión vertical de la gracia concluye todo lo de Dios para

mí. Hoy, soy tan hijo de Dios como el día de mi conversión. No estoy más bendecido hoy

de lo que Dios dijo que me bendijo el día de lo acepté en mi corazón. No soy más santo

hoy de lo que fui el día que Dios me declaró santo por medio de la sangre de Jesús.

Después de haber caminado con Dios un tiempo descubrí todo lo que Él había dicho

acerca de mí en el momento en que me convertí.

Usted debe saber que su fin fue preparado antes de iniciarse. Dios le dice que si camina

en lo que Él ya predestinó de antemano para usted no hay nada que lo pueda tocar, no hay

nada que lo pueda dañar, separar o contaminar. Nadie puede juzgarlo ni condenarlo,

porque si Dios, quien me predestinó para que yo caminara en buenas obras desde antes

de la creación del mundo, es con nosotros, quién contra nosotros. Dios está en la búsqueda

incesante de transformarnos a la misma imagen de su Hijo Jesús.

Usted puede hacer todos los planes que desee con su vida, pero Dios es quien los ordena.

La Biblia dice que muchos son los pensamientos que hay en el corazón del hombre, pero

el Señor es el que ordena los pasos. Por esa razón, cuando usted trata de soltarse de la
mano de Dios, Él orquesta algunos eventos en su vida y cuando usted abre sus ojos, otra

vez está en el camino que Dios había determinado para su vida y que siempre debió haber

caminado. El hombre planifica, pero Dios es el que ordena. Por lo tanto, si cree que está

donde debe estar por su propia planificación, se equivocó. Usted está donde Dios planificó

para usted desde antes de la fundación del mundo.

Él nos está transformando individual y colectivamente, ya que como iglesia también

fuimos cambiados por la gracia. No nos están rehabilitando ni aliviando el dolor, nos está

transformando de gloria en gloria, y lo que se transforma no se reconoce.

El evangelio de transformación cambia su miseria por riquezas inescrutables del glorioso

Señor Jesucristo. Usted lleva su llanto, su queja y su duda, y Él se lo cambia por una

expresión gloriosa de su gracia que lo ayuda a entender que Él todavía no ha terminado

con usted. El evangelio de transformación nunca termina en esta dimensión del planeta.

II. Él que comenzó la buena obra, la terminará

«Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la

perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Filipenses 1:6).

Dios no ha terminado con nosotros. Estamos en proceso de construcción y crecimiento.

El simple hecho de que Dios esté todavía trabajando en nosotros significa que todo está

bajo control. Él terminará la obra, aunque usted no quiera. El texto no dice: «si ustedes

me dan permiso», sino que es enfático en su decisión: «el que comenzó en vosotros la

buena obra, la perfeccionará».

Estoy convencido de que aquel que me predestinó, me santificó y me escogió y glorificó,

no echará a peder el depósito que puso en mí desde el inicio de mi salvación. Por lo tanto,

aunque yo mismo intente reparar algo, Él orquestará alguna cosa en mi vida que va a
sacudir el polvo que el mundo, la carne y el diablo han puesto sobre mí, y me va a

encaminar otra vez. Muchos piensan que Dios se olvidó de ellos, pero Él los recogió

exactamente donde los dejó la última vez que se encontró con Él. Dios no está retrasado

ni adelantado, su tiempo es perfecto y usted está en el tiempo exacto de Señor para su

vida.

Pablo decía: «Me convencí de esto, que cuando yo creía que iba a perder la vida en

naufragios, en desvelos, en ayunos, en bocas de leones. Cuando creía que la enfermedad

me iba a matar. Me enteré de esto por medio del Espíritu, y me convencí de tal manera

que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, absolutamente nada debajo

del sol, podía sacarme de su mano. Nada me separará del amor de Dios. Por lo tanto, yo

puedo decir que aquél que comenzó la buena obra en mí la irá perfeccionando cada día.

Será como el sol de Cristo en mí que brillará más glorioso. Cada día se debe ver en mí

algo de Cristo porque Dios está perfeccionando su obra en mi vida».

Así que, resista todo lo que quiera, pero va a terminar donde Él planeó que termine. Si yo

fuera usted, me rendiría, porque Él ya le dijo cuál era la conclusión de su proceso: usted

es más que vencedor. Mejor descanse en lo que Dios está haciendo, porque Él lo terminará

aunque las circunstancias a su alrededor digan lo contrario. Usted no depende de las

circunstancias que lo gobiernan, sino de la mano en quién descansa. Su brazo fuerte no lo

soltará en medio de su prueba y su aflicción. Dios completará en usted lo que inició, y

aunque el diablo se levante como un río, el Espíritu de Dios levantará bandera contra él.

¿Quién podrá acusar a los escogidos de Dios? ¿Quién vendrá contra aquellos que Dios ha

separado, santificado, glorificado, y justificado? ¿Quién podrá juzgarlo si Dios ya lo

perdonó?

III. Una nueva naturaleza en nosotros


«No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos»

(Colosenses 3:9).

Dios quiere restaurar en nosotros una nueva naturaleza no creada conforme a nuestra

cultura ni a nuestros hábitos. Por eso el apóstol Pablo pedía que no se mientan más entre

ellos. ¿Por qué vivir una vida inferior a lo que Dios siempre pretendió que viviéramos?

¿Para qué mentir y actuar como lo que no somos, dejando que la vieja naturaleza tome

control de la nueva naturaleza? Pablo nos exhorta a despojarnos de la vieja naturaleza y

establecer la nueva naturaleza que Cristo formó en nosotros conforme a la imagen de su

Hijo.

Todos estamos en proceso, por lo tanto todo trabaja a nuestro favor y no en contra. Es por

eso que «a los que aman a Dios todas las cosas obran para bien». Porque Dios, y no yo,

tiene el control de todo lo que sucede a mi alrededor, a través de mí y conmigo. En Dios

todas las cosas obran para bien.

El día que lo echaron del trabajo, Dios quería obrar para bien dentro de aquella situación.

Cuando estuvo en banca rota, Dios obró para bien en esa situación. Cuando estaba

confundido, sin dinero y ya no había nada que hacer, Dios estaba ordenando sus pasos,

porque para los que aman a Dios todas las cosas obran para bien.

Aunque no usted no llegaba a comprender qué era lo que estaba ocurriendo en su vida,

Dios había mirado dentro de su corazón antes de que usted haya ido por primera vez a la

iglesia, porque Dios sabe que dentro de su Espíritu ha puesto eternidad. Él sabe lo que ha

depositado dentro de usted. Él ya estableció su meta, no está experimentando ni jugando

con su vida sino que sabe que hasta que no termine de moldearlo, no lo soltará. Él quiere

que seamos transformados a la imagen de su Hijo. Dios continuará trabajando su mal

carácter, y tarde o temprano, finalizará la obra, porque su imagen ya está definida.


Dos dimensiones en Cristo

Hay dos dimensiones de Cristo, una antes de la cruz y otra después, cuando resucitó. El

Cristo de antes de la cruz es un Cristo histórico que caminó por las calles polvorientas de

la Palestina. Es el que la gente tocó, y que pudo ver en base a la limitación que Él trajo en

sí mismo.

La otra dimensión es la del Cristo resucitado. Muy pocos pudieron verla, los del Antiguo

Testamento no la conocieron, pocos pudieron ver esa dispensación de gracia que se

reservaba para nosotros en el futuro.

Hay una dimensión de Cristo que usted no puede limitar a las calles de Palestina. Mirar a

Jerusalén terrenal no produce resultdos espirituales, usted tiene que mirar la Jerusalén

celestial, que es eterna. No pierda de vista lo que el Cristo resucitado quiere hacer en

medio de su iglesia.

Dios hará dos cosas en nuestra transformación por medio de este proceso:

• Llenarnos de su gracia

• Imprimirnos su verdad

Esto no es fácil, no es lo mismo llamar a los indios que verlos venir. En los cultos muchas

veces decimos: «Señor, transfórmame», pero cuando el proceso inicia decimos:

«¡Ay!».

Permítame desarrollar tres elementos que son parte del proceso en esta experiencia de

transformación:

1. Tiempo
Para que el proceso pueda manifestarse se requiere tiempo. Aprender algo requiere

tiempo. Imagínese que si usted vivió toda su vida en un contexto legalista y recibe un

mensaje de la gracia como este, puede confundirse. A causa de eso usted deberá revisar

su teología para comprobar que lo que usted cree está fundamentado en la revelación de

Dios o en la interpretación limitada de hombres de acuerdo a la carne y no al Espíritu. Es

en este punto es donde usted se identifica con un discípulo que pregunta, porque los

fariseos castigan y cuestionan. Esto requiere tiempo. Convertirnos en modelos de gracia

puede tomarnos años, pero Dios va a persistir y a confrontar en nosotros todas las

características que carecen de gracia. Tarde o temprano Cristo expondrá al fariseo que

todavía hay de nosotros.

2. Requiere de dolor

Muchas veces se requiere de experiencias dolorosas para poder entender la gracia de Dios.

No es lo mismo criticar al hijo homosexual de un hermano que si se trata de su propio

hijo. No es lo mismo criticar a los que han pasado un divorcio que pasar por su propia

crisis matrimonial. No es lo mismo decirle al que se enferma que no tiene fe, hasta que el

que se enferma es usted.

En ese momento la teología se acaba, se une el cielo y la tierra. Pero lo que Dios puede

estar sacando es el fariseo que había en usted y que juzgaba, cuestionaba, señalaba, porque

usted se creía mejor que ellos antes. Esto requiere experiencia de dolor para después

entender mejor la gracia.

3. Significa cambios
En el proceso tiene que haber cambios. Nacimos carentes de gracia y es difícil ser otra

cosa por causa de esa naturaleza, pero Dios insistirá en transformarnos a la imagen de su
Hijo. Si hoy le preguntara si ha sido transformado por el poder del Evangelio de

Jesucristo, ¿sería usted tan transparente para atreverse a confesar que todavía hay áreas

en su vida de las cuales se avergüenza? Todos tenemos batallas personales con las cuales

combatimos continuamente, si no fuera por su gracia, ninguno tendría esperanza.

Áreas de nuestra vida que necesitan de la gracia

En el Nuevo Testimonio se presentan cinco áreas de nuestra vida donde la gracia del Señor

es continuamente necesaria. Esto tiene que ver con inseguridad, debilidad, resistencia,

compromiso y orgullo. Consideremos el poder de la gracia obrando en algunas de estas

áreas.

1. La gracia nos ayuda a reclamar quiénes somos para tratar con la inseguridad.

«Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven

aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al

último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. Porque yo soy el más pequeño de

los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de

Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para

conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios

conmigo. Porque o sea yo o sean ellos, así predicamos, y así habéis creído» (1 Corintios

15:6-11).

Hay tres categorías de creyentes:

a) Los que tiene temor de ser quienes son.


b) Él que no tiene idea de su identidad.

c) Los que saben quiénes son y no lo dice porque su preocupación es lo que otros

puedan decir o pensar.


Seguramente le ha ocurrido, que cuando el domingo sale del servicio de culto de su

iglesia, se siente feliz, completo, danzando y alabando a Dios. Pero llega el lunes y

amanece con una profunda depresión y tristeza. O tal vez decidió tomar tres días de su

tiempo para ayunar y buscar a Dios, y al cuarto día, cuando regresa a trabajar chocan su

vehículo y parece que el mundo se le cae encima. En un momento, usted estaba seguro de

quién era, y al siguiente se siente como un gusano. Cuántas veces habrá aconsejado a

alguien que no se rindiera y después de una situación difícil usted es quien se quiere

rendir.

El apóstol Pablo en el texto que resaltamos unos párrafos arriba está haciendo un recuentro

histórico maravilloso. Él cuenta lo que estaba ocurriendo en su vida. Primero Jesús se

había aparecido ante Jacobo. Luego a todos los otros. Por último se le apareció a él, como

si no hubiera estado en su plan. Como si hubiera sido un error de la naturaleza, como a

un hijo nacido fuera de tiempo, se le apareció mientras iba camino a Damasco. Y continúa

diciendo: «Esto es tan real que entre ellos yo soy el más insignificante al extremo que no

soy ni digno de ser llamado “apóstol”». Cualquiera diría que Pablo está declarando una

falsa humildad, pero en verdad él declaraba un hecho histórico verídico.

La palabra «aborto» significa la Interrupción de un proceso antes de que finalice o se

complete. Algo que no logra alcanzar su tiempo. Así se sentía Pablo diciendo: «Como y

al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí», luego agregó: «Pero por la

gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he

trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Porque o sea

yo o sean ellos, así predicamos, y así habéis creído».

Cuando usted logre comprender que todo lo que hay en su vida es por pura gracia, y que

depende absolutamente de ella, el proceso de transformación habrá avanzado. Porque

cuando Dios lo llamó no fue por los días de ayuno y oración que usted hizo, ni por las
horas de oración que tuvo. Cuando Él se nos apareció éramos como hijos nacidos fuera

de término, casi sin vida, sin futuro, con pocas expectativas. No había nada en nosotros

que a Él le agradara, pero su gracia en nosotros nos ha hecho ser lo que somos.

Cuando Pablo entendió esto fue libre de la necesidad de compararse con otros, porque

comprendió que a Pedro le había dado una gracia y a él, otra. Por eso, usted no puede

compararse con la gracia que otro ha recibido, porque no solamente está subestimando la

gracia que se le dio a usted sino que además está envidiando la gracia que se le dio al otro.

Usted tiene lo que tiene, es lo que es, hace lo que hace, por pura gracia del Señor. La

gracia consoló a Pablo cuando estaba solo, cuando no creía que era digno de llamarse

apóstol. La gracia le dio fortaleza suficiente para llamarse apóstol. La gracia lo perdonó

y le devolvió su identidad. La habilidad sobrenatural de Dios que hay en usted hace que

haga lo que hace, y que sea quién usted es.

2. La gracia nos ayuda a aprender de nuestros sufrimientos.

«Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado

un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me

enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de

mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.

Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre

mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en

afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil,

entonces soy fuerte» (2 Corintios 12:7-10).


La gracia nos ayuda a entender con facilidad las cosas que nos pasan en la vida.

Seguramente usted como yo, quisiéramos tener una respuesta para cada problema, una

fórmula para cada situación. Personalmente quisiera evitar que los hermanos sufran, que

atraviesen pruebas y conflictos, quisiera protegerlos y cuidarlos para que no los

sorprendan el dolor, el sufrimiento y el llanto, pero no podemos hacerlo porque como dice

el dicho: «La vida es una caja de sorpresas». Sabemos lo que está pasando ahora, pero no

sabemos lo que va a pasar después. La única fórmula bíblica que he descubierto para

luchar con esto es entender el poder de su gracia. Pero debemos saber que no somos

inmunes a la adversidad de la vida.

A veces la oración no remueve los sufrimientos. ¡Qué fácil sería si tuviéramos una

fórmula para cada situación! Tres ayunos, dos oraciones, una vigilia y se le fue el dolor.

Pero esto no funciona así. Nos han vendido un evangelio de fórmula, pero cuando usted

experimenta la vida tal y como es, descubre que se nos escapan muchas cosas.

Solemos preguntarnos ¿por qué nos suceden los problemas si amamos a Dios? Es simple,

porque somos humanos y la imperfección siempre está cerca. En el caso del apóstol Pablo,

llama al dolor, el aguijón, el mensajero de Satanás, y cada vez que se presentaba lo dejaba

tan débil que le recordaba su humanidad.

¿Cómo superaba Pablo que sus emociones sean inconsistentes en muchas ocasiones?

Enfrentaba su dolor con una buena dosis de gracia. Cuando la espina salía, cuando se

presentaba el mensajero de Satanás, él decía: «He orado tres veces al Señor para que me

liberte de esta enfermedad, de este mal, pero las tres veces se me ha dicho lo mismo:

¡Bástate mi gracia porque mi poder se perfecciona en tu debilidad!”».

¡Qué bueno es estar al lado de gente transparente y qué difícil es vivir con un

perfeccionista! Oro por los perfeccionistas y por los que viven con ellos. Alguien los

definió así: «Perfeccionista es alguien que trae dolor a sí mismo y se lo quiere dar a todo
el mundo». Somos humanos. Tenemos dudas, mil preguntas que hacer, pero esto no

depende de lo que usted o yo hagamos ni de quiénes seamos, esto depende de la gracia de

Dios en nosotros.

Elías fue un hombre con pasiones semejantes a las nuestras, pero cuando se conectaba

con Dios, le ordenaba a la lluvia que se detenga, y así ocurría.

Usted no puede tratar con la gracia hasta que acepta su propia humanidad. Usted sabe que

hay momentos que está en la gloria, y otros que está más abajo del infierno. Si fuéramos

más transparentes y sinceros podríamos orar los unos por los otros con mayor

misericordia y gracia. Usted sabe que la palabra dice que aquél que crea estar firme, mire

que no caiga. Si no fuera por la mano de Dios y el amor de los hermanos que se extiende

en gracia, sería insoportable vivir. Descubrirá que con toda su enfermedad, Dios lo usará

para sanar a otros, porque eso no dependerá de usted.

A Dios le fascina colocarnos en posiciones difíciles. Si usted está atravesando una crisis

matrimonial, Dios le manda a alguien que tiene un problema en el matrimonio peor que

el suyo para ver cómo usted responde delante de esa persona. Cuando está enfermo y lo

que quisiera es estar acostado, se le presenta alguien con un cáncer terminal a pedirle una

Palabra de fe y usted tiene que sacar fuerzas de donde no las tienes para creerle a Dios

que sana a esa persona, porque esto es por gracia. Era lo que Pablo decía: «Ahora sí que

me voy a gloriar, porque cuando parece que estoy más débil es cuando más poder de Dios

siento dentro de mí».

Hace algún tiempo tuve un gran dolor en mi espada. Esa noche fue increíblemente difícil

descansar a causa del dolor que tenía. Tanto era el dolor que mi esposa tuvo que ir a

dormir al sofá de la sala, porque el roce de cualquier cosa a mi alrededor me causaba un

dolor insoportable. Pero dentro de mí decía: «Quiero ir a predicar a la iglesia porque Dios

me dio una Palabra para ellos hoy. Voy a predicar aunque tenga que hablar sentado». Ese
día llegué a la iglesia y los ujieres tuvieron que ayudarme a subir al altar por el gran dolor,

sin embargo, ese ha sido uno de los cultos donde la gloria de Dios descendió con mayor

potencia. Al finalizar la reunión Dios me dijo: «Esto nunca dependió de ti. Siempre ha

dependido de mí. Es mi gracia la que se manifiesta. Es mi gracia la que marca la

diferencia».

¿Qué de aquél que lucha con una depresión? ¿Y qué del débil? ¿del que tiene un de vicio

o un complejo? ¿Qué del que tiene un pasado difícil, un ministerio débil? Las emociones

traicionan. Todos tenemos espinas, todos tenemos un aguijón. Todos tenemos algo de qué

avergonzarnos, pero lo que nos cubre es su gracia.

Cerca de la gracia

«Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y

hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:16).

Si abriéramos las puertas de la intimidad del corazón, allí todavía habría cosas que Dios

está transformando, pero su gracia nos ha sostenido. Todos podemos identificarnos con

el fracaso y la imperfección, porque lo que nos sostiene es su gracia. Cuando más débil

soy, mayor es la expresión del poder de Dios. Abra su corazón a la gracia de Dios. No

esconda sus debilidades. El Señor no se avergonzó de sus heridas. Él fue herido para que

nosotros fuéramos sanos.

Si está por rendirse, si ya no soporta su lucha interna, Dios le dice: «Acércate hijo, yo

anticipé tu debilidad, yo estoy trabajando en ti y a través de ti. No vuelvas atrás, descansa

en mi gracia. No te rindas porque yo no me canso de amarte. Eres mío, y no hay nada que

cambie mi amor por ti. ¡Te amo, te amo, te amo! Tu pasado está enterrado en mi gracia.

Tu presente está protegido por mi gracia. Tu futuro está seguro por mi gracia, lo que falta
yo lo terminaré. Mi gracia logrará lo que una vez comenzó en ti». No sé cuál sea su

debilidad. No sé cuál sea su talón de Aquiles, ni su espina. No sé qué lo avergüenza y trae

dolor a su vida, pero no puede volver atrás. Tiene que tomarse de la gracia del Señor.

Quizás no pueda orar la misma cantidad de horas que antes. Quizás su vida ha cambiado

de tal forma que ya no puede atender las disciplinas espirituales como antes, pero Dios le

dice: «Yo te amo más que nunca porque me necesitas más que nunca. Aprende a descansar

y a depender solamente de mí. Cuando tus fuerzas se agotaron te demostré que más fuerte

era yo en ti que cuando estabas en la fuerza más gloriosa de tu vida».

Reciba una inyección de gracia. Si usted creía que todo había terminado, Dios le dice:

«Apenas estoy comenzando contigo. Estoy iniciando una transformación y restauración

gloriosa». Dios quiere hacer algo en su vida que va a exceder su capacidad humana, y lo

va a ayudar a entender la gracia que Dios tiene para con usted. Reconozca su humanidad

igual que el apóstol lo hizo, pero él la sujetó a la gracia de Dios para que su poder se

perfeccione a través de él.

Dígale al Señor: «Me rindo. No peleo más. No lo escondo más». A veces vamos delante

de Dios con hojitas a cubrir nuestra vergüenza. Él quiere que le entreguemos nuestra

vergüenza para entregarnos Él su justicia. No se rinda, no se rinda, no se rinda. No vuelva

atrás, aún cuando no entienda cómo, por qué, o cuándo. Debe saber que su gracia lo va a

sostener en medio de su dificultad.

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