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Aura Cumes
Presentación
Este capítulo fue pensado y escrito para un momento concreto. En Guate-
mala, un equipo de investigadoras e investigadores habíamos llegado al fi-
nal de un proceso de investigación que duró más de cuatro años y que nos
dejó, aparte de la riqueza de los momentos de diálogo y de los productos
generados en forma de libro, una gran experiencia.1 Para cada quien, sin
duda, la experiencia fue distinta. En lo particular, porque hablaré en pri-
mera persona, me movió una serie de inquietudes que tenían que ver con
mi reciente llegada a la investigación como mujer-“joven”-maya. Esto po-
drá despertar suspicacias en quienes son escépticos de los posicionamien-
tos “identitarios”. Me hubiera encantado que la categoría de “neutralidad”
aplicara para mí mientras experimenté este proceso de investigación, pero
no fue siempre así. En consecuencia, no fui yo quien buscaba posicionarse,
sino, en gran medida, se me impuso una posición y un lugar, por lo tanto
hablaré desde éste: la subalternidad.2
¿Para qué hablar de esta experiencia? ¿No es mejor limitarla a nues-
tras conversaciones con otros colegas indígenas? Como no estoy segura de
su alcance, mi fin es más específico, busco problematizar ciertas situacio-
nes que surgen a partir de nuestra participación cuando llegamos como
subalternos al ámbito académico. No encuentro otra manera de sacarle
provecho a las experiencias si no es procesándolas, compartiéndolas y tra-
tando de hacerlas útiles. He leído mucho más sobre la descolonización del
quehacer investigativo cuando la o el investigador no es indígena y tiene
una posición de autoridad. Cuando se trata de investigadores indígenas,
la experiencia no es la misma, por lo tanto me parece muy importante revi-
sarla indagando cómo se da aquí la relación entre “conocimiento y poder”.
Exigir la llegada de indígenas al campo de la investigación ha sido
uno de los retos de la descolonización en el campo de las ciencias socia-
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Los hombres en general parecen emplear su razón para justificar los prejuicios que
han asimilado de un modo que les resulta difícil descubrir, en lugar de deshacerse
de ellos. La mente que forma sus propios principios con resolución debe ser fuerte,
ya que predomina una especie de cobardía intelectual que hace que muchos hom-
bres se disminuyan frente a la tarea o sólo la cumplan a medias (Wollstonecraft
1996: 116).
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[…] las bocas se abrieron solas; las voces amarillas y negras seguían hablando de
nuestro humanismo, pero fue para reprocharnos nuestra inhumanidad. Nosotros
escuchábamos sin disgusto esas corteses expresiones de amargura. Primero con
orgullosa admiración: ¿cómo?, ¿hablan solos? ¡Ved lo que hemos hecho de ellos!
[...] Sus escritores, sus poetas, con increíble paciencia, trataron de explicarnos que
nuestros valores no se ajustaban a la verdad de su vida, que no podían ni rechazar-
lo del todo ni asimilarlos. Eso quería decir, más o menos: ustedes nos han conver-
tido en monstruos, su humanismo pretende que somos universales y sus prácticas
racistas nos particularizan (cit. en Fanon 1973: 7-8).
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¿Descolonizarnos?
Dice Esquit11 (2008) que hace apenas setenta años –o en algunos lugares
hace sólo treinta– se ha ido eliminando el trabajo forzado de los indígenas
en Guatemala. Esto marca las condiciones de nuestro quehacer pues veni-
mos de familias campesinas, analfabetas, cuya prioridad ha sido siempre
la sobrevivencia. La idea aquí no es victimizarnos pero sí que reconozca-
mos las condiciones sociales reales que nos marcan. En contraposición, por
lo tanto, nuestros colegas “no indígenas”, principalmente si son origina-
rios de países europeos o norteamericanos, han tenido condiciones de vida
diferentes a las nuestras y con ello nos aventajan. Incluso nuestros colegas
ladinos o mestizos han experimentado condiciones políticas, culturales,
lingüísticas y psicológicas (aunque no siempre económicas) que les permi-
ten una mayor posibilidad de formación y actuación en este campo. Debe-
mos reconocer, sin embargo, que la apertura política de reconocimiento a
los pueblos indígenas ha abierto posibilidades para que las voces de las y
los indígenas sean escuchadas. Con todo, este contexto que va volviéndose
más favorable no implica que su voz sea escuchada de inmediato, como lo
señalo más adelante.
Como guatemaltecos hemos heredado un imaginario sobre quién re-
presenta la autoridad y quién la subalternidad. Las representaciones con
que generalmente se asocian a los indígenas es, en el caso de los hombres,
con campesinos, jornaleros, peones, cargadores de bultos, albañiles, sol-
dados rasos o policías de bajo rango, por mencionar algunos oficios no
siempre apreciados. Por su parte, las imágenes con las que se asocia a las
mujeres son las de sirvientas, campesinas, jornaleras, vendedoras de mer-
cado, comerciantas, vendedoras de artesanías, trabajadoras de maquilas,
además de su representación como madres. La expresión “maría” con
que se las llama denota que las mujeres son percibidas como “idénticas” y
como “nadie”. Estas imágenes, por supuesto, tienen una base social, en el
sentido de que se trata de la posición que las condiciones de dominación
han establecido para la mayoría de los indígenas. Lamentablemente, cuan-
do se rompen los esquemas, o van cambiando las condiciones sociales, no
siempre cambia –en paralelo– el imaginario social con que se les percibe.
Tuve la oportunidad de acompañar el proceso de investigación aquí
aludido como coordinadora adjunta del proyecto Mayanización y vida co-
tidiana. El coordinador principal fue Santiago Bastos, a quien respeto y le
tengo un gran reconocimiento. Esta experiencia nos permitió posicionar-
nos desde las diferencias. Desde el inicio ambos estábamos conscientes de
que representábamos los polos opuestos de la imagen de la autoridad y
la subalternidad. Santiago es hombre, blanco, adulto, de origen español,
con una trayectoria forjada en el campo de la investigación y con un re-
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la misma facilidad con que todo puede ser explicado a través de lo étnico,
también esta dimensión puede ser excluida con ligereza. Aquí la idea no
es sólo llamar la atención respecto al peso de lo étnico, sino a la perversa
confluencia de múltiples situaciones que se sintetizan en cuerpos vivos.
En efecto, hay cuerpos que sintetizan la imagen o las imágenes de
la subordinación y otros que simbolizan la autoridad. Por la calle, las mu-
jeres y los hombres indígenas, sin importar con qué autoridad estemos
investidos en otro lado, somos regularmente adscritos al estereotipo de
subordinados. Al contrario, un extranjero o un guatemalteco(a) blancos
son asociados con imágenes de autoridad y son tratados como tal. Es la re-
producción de este patrón lo que quiero señalar. Hago énfasis, para evitar
cualquier malentendido, en que no estoy denunciando que en el proyecto
hubiese una jerarquía impuesta por mi colega Santiago. No, lo que quiero
señalar es que las jerarquías que vivimos desde nuestras diferencias están
definidas por el contexto histórico o social que hemos heredado. Santiago
y yo fuimos posicionados de manera jerárquica, aunque no lo quisiéramos.
Esta situación hubiese pasado desapercibida si así lo hubiésemos queri-
do. Sin embargo, ¿por qué fingir que estos espacios son neutros y apolí-
ticos cuando son un reflejo de la realidad misma? En este caso, opté por
des-normalizar mi experiencia y sacarle algún provecho.
Aprendimos junto con la antropóloga alemana Meike Heckt a con-
vertir nuestras experiencias en recursos de reflexión cuando lo creíamos
oportuno. Una ocasión propicia para ello fue la vez en que Meike me
acompañó a facilitar un taller en una institución del Estado. Desde el mo-
mento en que entramos por la puerta del sótano ella fue recibida con mu-
cha deferencia y la gente que la saludaba lo hacía en singular. Mi presencia
no contaba. En el salón algunos participantes se acercaban a saludarla, sin
poner en duda que ella era la conferencista experta. Cuando cada quien se
presentó ella aprovechó la ocasión para explicar que iba en calidad de mi
auxiliar y sin embargo estaba siendo tratada con preferencia respecto a mí.
Al público le causó gracia eso de “auxiliar” porque les parecía inaudito.
Ella se valió de su experiencia, justamente, para “invertir la imagen de la
autoridad”, rescatando también la reflexión de que no era una circunstan-
cia que ella pidiera, sino que las mismas condiciones se la otorgaban. Todo
esto nos puede llevar al extremo opuesto de rechazar todo lo que venga de
un extranjero. Meike también fue criticada en otras circunstancias por el
hecho de hablar de Guatemala siendo extranjera. Por lo mismo, me atrevo
a decir, han sido criticados Santiago y otras personas. Seguramente, la re-
construcción de un nuevo orden en nuestra sociedad tiene precisamente
estos costos. Tales ejemplos permiten ponernos en guardia contra la sim-
plificación de la realidad que nos puede llevar a repetir viejos errores.
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Por otro lado, tenía la idea ingenua de que al estar frente a un públi-
co maya mi participación sería estimulada. Seguramente por pedir dema-
siado mi decepción fue grande. Me indignaba escuchar cómo entre actores
políticos mayas, el interlocutor, el blanco de las críticas y de los agradeci-
mientos –con claras excepciones– era Santiago. Mi reclamo –interno– no
era que se le acordara a él la capacidad de sujeto, sino que me fuera negada
a mí. Quizás para muchos mi papel sólo consistía en repetir elaboraciones
analíticas ya hechas, por eso discutir conmigo no era importante. De hecho,
a lo largo del proyecto, algunos mayas que estuvimos dentro de este proceso
de investigación escuchamos comentarios recurrentes respecto a nuestra su-
puesta posición pasiva y en los cuales se repetía la idea de que “los indios”
sólo pueden ser seguidores de órdenes y no sujetos con capacidad de crear.
Desde esa experiencia puedo decir que las y los indígenas –sin ge-
neralizar– desafortunadamente no llegamos a un espacio que nos permite
de entrada la posibilidad de crear, sino que, como ya dije, llegamos a un
espacio de poder que nos obliga en principio a “pelear” para que nuestras
voces puedan ser escuchadas y criticadas, para que nuestras creaciones
puedan llegar a ser un aporte más. Sin embargo, debo reconocer, con toda
honestidad, que sí hubo espacios en los que se reconocía la conformación
plural del equipo, donde sí tuve la posibilidad de hablar e intercambiar
ampliamente con el público sin necesidad de estar de acuerdo. Hubo tam-
bién gente que se reconocía en mi participación, lo cual fue muy estimu-
lante aunque no sea esa mi pretensión.
¿A qué me lleva esto? Pues a plantear que hay una serie de condi-
ciones que se convierten en limitaciones para los mayas y las mujeres en
este campo. Pasar de analfabetos, de estar “acostumbrados” a que sólo
podemos ser peones, jornales, o las mujeres sirvientas, a tener voz en una
actividad generalmente marcada como elitista, implica luchar para rom-
per con esa visión tutelar y subordinada de los indígenas. Esa minoriza-
ción constante es un atentado contra la dignidad. Algunos intelectuales
mayas, como el doctor Demetrio Cojti (1997), hablan de un colonialismo
interno en que los mayas somos subalternos. Sin embargo, la lección que
yo extraigo de todo esto es que es imprescindible reevaluar la localización
de la dominación o de ese colonialismo, si lo queremos llamar así. Éste no
se sitúa sólo de un lado sino que se hace presente en todos los ámbitos, y
no actúa solo sino con otros sistemas.
Si bien al inicio me convocó y entusiasmó mi lucha como maya, más
adelante asumí una posición política como mujer y como joven, porque la
vivencia contradictoria de ambas categorías me llevó hacia ese posiciona-
miento. Y debo decir que ser “joven” no está relacionado con un asunto
biológico solamente, sino con la asociación, tantas veces repetida, con un
estado de inmadurez y de minoría de edad. Las mujeres y los indígenas
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Notas
* Este escrito fue presentado como ponencia en el Seminario “El Futuro de Guatemala como So-
ciedad Multiétnica”, el 27 de febrero de 2008, y fue publicado como capítulo en Santiago Bastos
(comp.), Multiculturalismo y futuro en Guatemala, Flacso, Oxfam-Gran Bretaña, Guatemala, 2008,
pp. 247-273. Agradezco el permiso para reproducirlo en esta obra colegiada.
1 La investigación fue coordinada por Santiago Bastos y Aura Cumes. Alrededor de la investiga-
ción se conformó un equipo de veintiocho personas y se realizaron más de sesenta y cinco ac-
tividades públicas de discusión, de retroalimentación y de presentación de los resultados con
actores diversos durante los más de cuatro años que duró.
2 En el seminario por videoconferencia realizado el 12 de noviembre de 2009, en que se discutie-
ron varios textos incluidos en esta obra colegiada, participé con este capítulo. El único comen-
tario verbal que recibí fue el de la señora Rocío Salcedo, quien, paradójicamente, dados los
fines de este seminario, lejos de dialogar conmigo me dictó lecciones de por qué yo no era una
subalterna, sin detenerse a comprender los matices de la experiencia que analizo y hacia donde
ese análisis me dirige, situación que me obligó a defenderme más que a hablar sobre lo escrito.
Percibí que indígenas como yo no representamos ser pares o colegas para ella, sino gente a la
que hay que “enseñar”, comportamiento muy común en los campos de poder de la academia
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Bibliografía
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1944-2000. CIRMA, Guatemala (Col. ¿Por qué estamos como estamos?).
Alonso, Ana María. 2006 [1994]. “Políticas de espacio, tiempo y sustancia:
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Brah, Avtar. 2004. “Diferencia, diversidad y diferenciación”. En bell hooks,
Avtar Brah, Chela Sandoval, Gloria Anzaldúa, Aurora Levins Mora-
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