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Literatura de

Venezuela

Monumento a Doña Bárbara, personaje principal de la


novela homónima del escritor y político Rómulo
Gallegos, considerado el más universal de los
narradores venezolanos
Literatura de Venezuela se refiere a la
obra literaria realizada en este país desde
el período de la conquista y colonización
hasta el presente.

Literatura de la conquista y
colonial

Historia de la conquista y población de la Provincia de


Venezuela, por José de Oviedo y Baños
La primera referencia europea escrita que
se posee con respecto a Venezuela es la
relación del tercer viaje de Cristóbal Colón
en 1498, durante el cual descubrió
Venezuela. En esa epístola (31 de agosto
de 1498) se denomina al país como la
«Tierra de gracia». Pero poco a poco
aparecen escritores más literarios, desde
los días de las rancherías en la Isla de
Cubagua. De ellos ha llegado el nombre y
el poema de Jorge de Herrera y las Elegías
(1589) de Juan de Castellanos.

Durante los tres siglos coloniales la


actividad literaria será constante, pero los
textos que se conservan en la actualidad
son escasos, debido a la tardía instalación
de la imprenta en el país (1808), lo cual
impidió a muchos escritores editar sus
obras. Pese a ello, de 1723 es la Historia
de José de Oviedo y Baños, con un estilo
clásico y realista cuenta la conquista y
población de la Provincia de Venezuela. De
las últimas décadas del siglo XVIII
procede el Diario (1771-1792) de
Francisco de Miranda, la mayor obra en
prosa del periodo colonial.

De fines del mismo siglo es la obra poética


de la primera mujer escritora del país de la
que se tiene noticia: sor María de los
Ángeles (1765-¿1818?), toda ella cruzada
por un intenso sentimiento místico
inspirado en Santa Teresa de Jesús. Pese
a que se puede nombrar a varios
escritores de este periodo, los rasgos más
notables de la cultura colonial hay que
buscarlos más que en la literatura en las
humanidades, en especial en el campo de
la filosofía y de la oratoria sagrada y
profana, en las intervenciones académicas
y en el intento llevado a cabo por fray Juan
Antonio Navarrete (1749-1814) en su
Teatro enciclopédico.

Literatura republicana
Andrés Bello

La literatura de inicios del siglo XIX no es


muy abundante, los intelectuales y
políticos estaban ocupados en las guerras
libertarias. Sin embargo, surge la oratoria
como forma alternativa para propagar las
ideas independentistas y cuya belleza
retórica y estilística hace que se le ubique
dentro del espectro literario. En este
período sobresale también la producción
poética de Andrés Bello, primer poeta en
proponer la creación de una expresión
lírica americana.

Rafael María Baralt, primer hispanoamericano en la


Real Academia Española

Su poesía es considerada como


precursora de la temática latinoamericana
en la lírica continental, tal como se puede
observar en Alocución a la poesía (1823) y
en Silva a la agricultura de la Zona Tórrida
(1826). En vísperas de la independencia,
llega la primera imprenta a Caracas (1808)
y con ella surgen importantes periódicos,
entre los que destaca El Correo del
Orinoco, a través de los cuales se difunden
las ideas libertarias. Sin embargo, antes
de la aparición de los primeros periódicos,
estas ideas eran principalmente
difundidas a través de la oratoria, pues las
imprentas españolas difícilmente acceden
a la publicación de ideas que atenten en
contra de su hegemonía.
Simón Bolívar

Sin embargo, entre los avatares de la


revolución fue que el germen de una
identidad propia ensayó sus fueros
humanísticos. La copiosa
correspondencia de Simón Bolívar así
como los documentos oficiales de sus
atribuciones republicanas, dilucidan no
sólo el mosaico colosal de su genio
político, sino también la prolijidad de una
pluma tan exquisita como intensa. De gran
belleza y profunda preocupación filosófica
es Mi delirio sobre el Chimborazo; una
especie singular que le distingue de las
contradicciones de su tiempo, y en la que
por etérea proporción discurre desde la
clarividencia de un tribuno hasta la
humildad de un profeta señalado para un
mundo naciente y por lo mismo
promisorio.

Es también en Simón Rodríguez, filósofo y


pedagogo caraqueño, cuando
genuinamente se ensayan formulas
americanas muy bien meditadas para las
incipientes repúblicas; su obra, aunque
dispersa por los giros de su singular vida,
compila no sólo su preocupación
sociológica, sino también la urgencia de
un código intelectual. Por auspicio de su
célebre pupilo (Simón Bolívar) alcanza
parcialmente a aplicar algunas de sus
ideas, muchas de las cuales fueron
difundidas después y ampliadas en un
castellano auténtico y a veces irónico
como Voltaire. Además de sus peculiares
publicaciones y de su correspondencia, es
célebre su defensa que hace de la gesta
bolivariana, construida con un rigor lógico.

La novela
Las primeras novelas

Fermín Toro publicó en 1842 Los mártires,


considerada la primera novela venezolana

Muchos autores coinciden al afirmar que


la novela venezolana surge a mediados del
Siglo XIX, tras la publicación de Los
mártires, de Fermín Toro en 1842. Las
primeras novelas venezolanas siguen los
postulados de las corrientes literarias que
para la época prevalecían en el ámbito
mundial. A excepción de las inscritas en el
marco del modernismo, movimiento
literario de origen latinoamericano.

En el tardío romanticismo venezolano,


tuvieron gran aceptación las novelas de
carácter histórico que se adaptaban al
espíritu romántico, como Blanca de
Torrestella (1868), de Julio Calcaño. Bajo
estas influencias románticas se
escribieron muchas novelas de tono
sentimental, así como también novelas de
denuncia: Zárate (1882) de Eduardo
Blanco y Peonía (1890) de Manuel Vicente
Romero García. En la mayoría de los
casos, las primeras novelas venezolanas
funcionan como tribunas para denunciar
las injusticias sociales, o como
instrumentos pedagógicos o de
construcción de la identidad nacional.

A partir de los inicios del siglo XX, estas


preocupaciones se irán relajando: el valor
literario y estético cobrará mayor
importancia, sobre todo tras el
surgimiento del modernismo, en el que
prevalecía el cuidadoso lenguaje y el
adorno retórico. Son piezas claves para
comprender la producción de este período
las novelas de Manuel Díaz Rodríguez
quien publica en 1901 su primera novela:
Ídolos rotos, sátira política y social de la
sociedad de la época, evidenciando una
problemática lucha entre lo nacional y lo
mundial. A través de esta novela y del
resto de su producción, Sangre patricia
(1902) y Peregrina (1922), percibimos una
fina sensibilidad que idealiza la naturaleza
venezolana, cruzada por tipos y
costumbres; sensibilidad plasmada en las
páginas a través de un lenguaje cuidado y
extremadamente culto.

La novela venezolana a
principios del Siglo XX
Rómulo Gallegos

Teresa de la Parra
Arturo Uslar Pietri

El año de 1910 se toma como punto de


partida de nuevas experiencias estéticas
que reaccionan en contra del modernismo
e intentan escribir acerca de la vida
común. De manera que se perfila una
nueva expresión literaria de carácter
realista, en la que reaparecen viejas
esencias del costumbrismo. En este
momento de la trayectoria de la novela
venezolana son relevantes los nombres de
José Rafael Pocaterra, Teresa de la Parra y
Rómulo Gallegos, entre otros. Política
feminista, es la primera novela publicada
por Pocaterra, cuya obra ha sido
enmarcada dentro del realismo. En La
casa de los Abila (1946) este autor logra
reflejar con extrema agudeza la
decadencia y descomposición social y
política de la realidad que lo circunda.

Un punto de referencia dentro de la


novelística nacional lo constituye Rómulo
Gallegos, quien publicó diez novelas
ambientadas en distintos espacios de la
geografía venezolana, conectadas con las
concepciones positivistas y de un
profundo realismo social. Reinaldo Solar
(1920), fue su primera novela, a la que
siguieron La trepadora (1925), Doña
Bárbara (1929), Cantaclaro (1934),
Canaima (1935), Pobre negro (1937), El
forastero (1942), Sobre la misma tierra
(1943), La brizna de paja en el viento
(1952) y Tierra bajo los pies (1971).

Características comunes de estas obras


serían su alto sentido pedagógico, la lucha
entre civilización y barbarie como temática
recurrente, además de la interpretación de
aspectos controversiales de la sociedad.
Algunos autores afirman que Gallegos,
quien llegó a ser Presidente de la
República, trazó su ideología política a
través de la escritura de sus novelas.
Ifigenia publicada en París en 1924, fue la
primera novela de Ana Teresa Parra
Sanojo, mejor conocida por su seudónimo
Teresa de la Parra. Esta novela, que relata
las preocupaciones de una mujer
moderna, ganó en París el «Concurso de
novelistas americanos» el mismo año de
su publicación. Memorias de Mamá
Blanca, publicada también en París en
1929, representa el criollismo
universalizado.
Los nuevos clásicos
venezolanos

Los escritores Miguel Otero Silva, Ramón Díaz


Sánchez y Mariano Picón Salas.

Con una abundante producción literaria,


no sólo dentro del plano de la novela sino
también en otras categorías genéricas,
destaca la labor de Arturo Uslar Pietri y
Miguel Otero Silva. Estos autores se
consideran como pertenecientes al canon
literario venezolano y se constituyen en
autores clásicos del Siglo XX. Arturo Uslar
Pietri, quien ganó el Premio Príncipe de
Asturias en España (1990) y el Premio
Rómulo Gallegos (1991) en Venezuela con
su novela La visita en el tiempo, se ha
constituido en un punto de referencia
dentro de la producción novelística
nacional. Es uno de los autores de mayor
difusión dentro y fuera del país e
incursionó en diversos géneros, siempre
de manera destacada.

Sus novelas se caracterizan por una


estructura anecdótica de marcada
influencia vanguardista y por una
recurrente temática histórica, que algunos
estudiosos de su obra han visto como
señal de una búsqueda de las raíces de la
venezolanidad, desde una perspectiva
universal, no obstante, enfocada también
hacia la búsqueda de lectores ajenos a la
idiosincrasia nacional. Debido a su
abundante producción de alta calidad
literaria, Uslar es un autor indispensable
para el estudio de las letras venezolanas.
De igual manera ocurre con Miguel Otero
Silva, quien tras una ardua labor
periodística en Venezuela, se dedica a la
creación literaria. Fundador del diario El
Nacional, este importante novelista se vale
de una visión aguda y crítica para abordar
la realidad del país a través de sus obras.
Tal como sucede en Casas Muertas (1955)
o en Cuando quiero llorar no lloro (1970).

Precursores de la novela
contemporánea

Antonio Arráiz

Enrique Bernardo Núñez y Guillermo


Meneses proponen otras maneras de
abordar la novela al elaborarlas desde
perspectivas novedosas en las que la
realidad se ve asediada por la interioridad
de los personajes y por elementos
imaginativos y fantásticos. Aunque
diferentes entre sí, la obra de estos
autores constituye un precedente
importante en la evolución de la novela
contemporánea. Otra manera de abordar
la realidad, en la que se observa una
mayor riqueza imaginativa, se hace
patente en las novelas de Bernardo Núñez,
quien a pesar de centrar su atención en lo
histórico, problematiza las nociones de
verdad y ficción al hacer «historias
noveladas». Su primera novela Sol interior
(1918) aborda esta temática, pero es en
Cubagua (1932), considerada su obra
capital, en la que logra superar a todas sus
novelas anteriores.

Enrique Bernardo Núñez y Guillermo


Meneses han sido considerados como
unos de los precedente fundamentales de
la novela venezolana contemporánea. En
la obra de Guillermo Meneses se tejen
temáticas complejas con estructuras
discursivas finamente elaboradas. Siendo
la cúspide de su producción novelesca El
falso cuaderno de Narciso Espejo (1952),
novela profunda de grandes ambiciones,
en la que se observa el cruce de
simbologías y la representación de las
zonas interiores de los personajes.
La misa de Arlequín (1962), la última
novela de Meneses ha sido considerada
como una continuación de la temática y
los logros discursivos alcanzados por su
novela anterior. Otros autores a tener en
cuenta serían Antonia Palacios, Pedro
Berroeta, Mario Briceño Iragorry, con su
única novela Los Ribera (1957), Gloria
Stolk, Antonio Arraíz, Lucila Palacios o
Ramón Díaz Sánchez, este último con
Mene (1936), novela referida a la
explotación petrolera en Venezuela, tema
que sería tratado por primera vez en la
novelística venezolana por Miguel Toro
Ramírez con Señor Rasvel (1934).
De la violencia a la interioridad

Salvador Garmendia

A partir de 1958 hasta ahora muchos


cambios históricos, culturales y sociales
se han sucedido afectando de manera
significativa la producción literaria en
Venezuela. Dos temáticas fundamentales
prevalecen en este período permitiendo la
aparición de nuevos tipos de novelas:
novela de la violencia y la novela de la
interioridad. En este año es derrocada la
dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y se
instaura un régimen democrático, que va a
estar asediado por grupos de oposición
con claras vinculaciones marxistas e
influenciados por la revolución cubana
liderizada por Fidel Castro.

Adriano González León en los años 50


Se trata de grupos armados de oposición
al régimen político prevaleciente, la
llamada «guerrilla», la cual va a ser fuente
de anécdotas para los escritores de
entonces, muchos de los cuales militaron
dentro de sus filas. De manera que la
literatura de esta época está caracterizada
por un fuerte compromiso político. Como
novelas de la violencia ha sido estudiada
la producción de José Vicente Abreu, Se
llamaba SN (1964) es un caso
paradigmático.

Carlos Noguera autor de la novela Historias de la calle


Carlos Noguera, autor de la novela Historias de la calle
Lincoln (1971)

A finales de los sesenta y principio de los


setenta la novela de la guerrilla define sus
postulados a través de obras
fundamentales como Historias de la calle
Lincoln (1971) de Carlos Noguera y País
Portátil (Premio Biblioteca Breve 1968) de
Adriano González León, quien abordó las
preocupaciones sociales y políticas que
vivía Venezuela en esa época, pero supo
rebasar el esquema testimonial para dar
una dimensión más profunda y literaria al
tema de la guerrilla urbana. También
destacan en este período la llamada
«novela de la interioridad», cuyo precursor
sería Salvador Garmendia con su novela
Los pequeños seres (1959) en la que
prevalece la introspección de los
personajes.

El humor, aunque no muy abundante en la


creación literaria de este momento,
encuentra su máximo exponente en
Renato Rodríguez, con Al sur del Ecuanil
(1963). La novela que experimenta con
nuevas estructuras narrativas y lenguaje
lúdico se hace presente a través de la obra
de José Balza, Oswaldo Trejo y Luis Britto
García. Un tema poco usual como lo es el
de los avatares de la juventud atraviesa las
páginas de Piedra de mar (1968) de
Francisco Massiani.

Novela contemporánea

José Balza, narrador y ensayista. Premio Nacional de


Literatura 1991
Alberto Barrera Tyszka resultó ganador del Premio
Herralde de Novela 2006 por su obra La enfermedad

Al lirismo y la disolución, tanto argumental


como estructural, que prevaleció en los
años setenta, siguió a mediados de los
ochenta una vuelta a la anécdota. Ésta fue
potenciada por la obra de Francisco
Herrera Luque y posteriormente, por la de
Denzil Romero. El panorama literario
parecía escindirse entre los autores cuyo
proyecto estético se centraba en una
recuperación del hilo anecdótico de lo
narrado, y otros a quienes les preocupaba
más la experimentación con el lenguaje y
las maneras de abordar la historia.

En los años noventa esta escisión queda


de lado. Muchos autores consiguieron
mezclar estas dos tendencias opuestas en
sus obras logrando así una recreación
poética de la realidad sin caer en los
extremos de la incomprensión y una
recuperación de la anécdota sin descuidar
lo estético y lo literario. Estos escritores
reconocen una línea directa de influencias
de Salvador Garmendia, Adriano González
León, Alfredo Armas Alfonzo y las
propuestas del grupo EN HAA.

A partir de entonces han prevalecido como


ejes temáticos lo rural: En virtud de los
favores recibidos (1987) de Orlando
Chirinos; las sagas familiares: El exilio del
tiempo (1991), de Ana Teresa Torres; las
memorias y la narrativa de los cambios
petroleros, en Milagros Mata Gil; la mirada
sobre el mundo de la violencia y la
marginalidad: Calletania (1992), de Israel
Centeno y Caracas Cruzada (2006), de
Vicente Ulive-Schnell; la revisión de la
guerrilla desde una mirada
contemporánea: Juana la roja y Octavio el
sabrio (1991), de Ricardo Azuaje; el
conjunto de historias que atraviesa un
mismo personaje en La Danza del Jaguar
(1991), de Ednodio Quintero; las relaciones
con la música popular: Si yo fuera Pedro
Infante (1989) de Eduardo Liendo; las
nuevas novelas históricas: La tragedia del
generalísimo (1983), de Denzil Romero; la
mirada sobre el amor y la diáspora, El libro
de Esther (1999) , de Juan Carlos Méndez
Guédez; la exploración del viaje hacia un
norte simbólico, El niño malo cuenta hasta
cien y se retira (2004), de Juan Carlos
Chirinos; la revisión de la memoria del
país: Falke (2005), de Federico Vegas; Qué
bien suena este llanto de Margarita
Belandria (premio honorífico en el I
Concurso de Narrativa Antonio Márquez
Salas, convocado por la Asociación de
Escritores de Mérida, 2004); la exploración
en el miedo contemporáneo al dolor, La
enfermedad (Premio Herralde de Novela
2006), de Alberto Barrera Tyszka; la
indagación paulatina en el fragor urbano
contemporáneo, Latidos de Caracas
(2007) , de Gisela Kozak; la reconstrucción
de la infancia, El abrazo del Tamarindo
(2008), de Milagros Socorro; la historia
contemporánea con conexión a la
actualidad, El pasajero de Truman (2008),
de Francisco Suniaga; la búsqueda del
padre en el subsuelo caraqueño, Bajo
Tierra (2008), de Gustavo Valle; y el exilio
autoimpuesto, Blue label/Etiqueta Azul
(2010), de Eduardo Sánchez Rugeles, entre
otros.

Gustavo Valle, ganó la III Bienal Adriano González


León (2008) y el Premio de la Crítica (2009) con Bajo
tierra

Muchos de estos escritores han


evolucionado, tanto en la temática como
en la expresión narrativa. Tal es el caso de
Ana Teresa Torres, que ha explorado la
novela erótica y la novela policial, género
que, aun cuando no es el más visitado en
la narrativa venezolana (el tópico de la
violencia política ha prevalecido por
encima de los tópicos del género negro),
tiene en su haber títulos relevantes como
Los platos del diablo, de Eduardo Liendo,
Seguro está el infierno y No disparen contra
la sirena, de José Manuel Peláez y Tomás
Onaindía, Cuatro crímenes cuatro poderes
(que también se inscribe en la literatura
negra y de violencia política), de Fermín
Mármol León, Colt Comando 5.56, de
Marcos Tarre, El discreto enemigo, de Rubi
Guerra e, incluso, novelas policiales en
clave de comedia como El caso de la araña
de las cinco patas, de Otrova Gomas,
seudónimo del humorista y escritor Jaime
Ballesta.

Hay que señalar, además, que la narrativa


breve ha incursionado en el género
también con resultados destacables.
Milagros Mata Gil consigue en la
autobiografía ficcionada y la novela
histórica el tono necesario para María de
Majdala: otra versión del anathema, en la
cual mezcla profundos conocimientos
teológicos y un lenguaje lírico, con la
intención de rescatar la vida femenina en
el siglo I de nuestra era.
Eduardo Liendo durante la presentación de su libro En
torno al oficio de escritor. Librería El Buscón, Caracas

El cuento
El modernismo y la generación
del 28
Busto de Andrés Eloy Blanco, Parque del Retiro,
Madrid, España

En los comienzos de la cuentística


venezolana, las revistas como El Cojo
Ilustrado juegan un papel fundamental
para la difusión de las obras de los
escritores dedicados a este género. El
modernismo y el realismo dominan el
panorama literario del país. Las mismas
corrientes literarias que marcaron las
pautas literarias de la novela influyen en
las narraciones cortas. Muchos autores se
dedican a ambos géneros, tal es el caso
de Manuel Díaz Rodríguez, quien escribió
cuentos modernistas; Luis Manuel
Urbaneja Achelpohl, quien creó cuentos de
corte costumbrista y fundó la corriente
denominada «Criollismo».

Cuentos grotescos de José Rafael


Pocaterra es una obra capital para
comprender la evolución de la narración
corta venezolana de esta época. Con la
llamada Generación del 18 el realismo se
ve robustecido con el contenido social de
las nuevas tendencias, sin desdeñar el
criollismo. Aunque la Generación del 18
fue una generación fundamentalmente de
poetas, tuvo proyección en el campo de la
cuentística. Estuvo influenciada por
movimientos europeos, en especial por el
cuento ruso.

Fuera de grupos literarios y de


movimientos definidos, Julio Garmendia
escribió cuentos con un particular estilo,
que le ha consagrado como uno de los
principales cuentistas venezolanos. Entre
su obra cabe destacar La Tienda de
Muñecos y La Tuna de Oro. Obras que se
anticipan a la temática fantástica que
tendrá lugar después.
El cuento vanguardista

En 1928 surge la generación de


vanguardia caracterizada por su rebeldía y
por un extremado gusto por la metáfora y
el lenguaje barroco. En el marco de los
postulados de la vanguardia y a partir de
la década del cincuenta son significativos
los nombres de Guillermo Meneses y
Gustavo Díaz Solís.

El premio de cuentos del diario El Nacional


se constituye en una institución
legitimizante de la labor de los jóvenes
cuentistas. Uno de los cuentos más
celebrados e influyentes dentro de la
narrativa venezolana a partir de su
publicación hasta nuestros días es La
mano junto al muro (1952) de Meneses.
Relato cuya trama está dominada por lo
psicológico, la interioridad de los
personajes y la ambigüedad de una
estructura anecdótica circular.

Meneses es uno de los escritores que más


ha influenciado a las nuevas generaciones,
junto con Gustavo Díaz Solís, quien se dio
a conocer al ganar el premio literario de la
revista Fantoches, con su cuento Llueve
sobre el mar en 1943. Muy importante
para generaciones posteriores es su
cuento Arco Secreto, en el que la anécdota
está tejida por un discurso de resonancias
contemporáneas.

En los años sesenta y setenta las


experimentaciones formales que
atravesaron la novela también influyeron
en los cuentos. La experimentación lúdica
exacerbada con el lenguaje es una de las
características fundamentales de la obra
de Oswaldo Trejo. La experimentación
formal y genérica se hace presente en la
obra de Alfredo Armas Alfonzo,
especialmente en El Osario de Dios, libro
conformado por cuentos cortos de
anécdotas que se conectan, apelando a un
género intermedio entre el cuento y la
novela.

En realidad, casi toda la obra literaria de


Armas Alfonzo conforma un corpus que
algunos críticos han planteado como una
gran novela fragmentaria, como la
realidad. Como William Faulkner, escribió
muy específicamente sobre una región
geográfica, la Cuenca del Unare, a la que
conformó según sus recuerdos,
nombrando la fauna y la flora con las
palabras regionales. Milagros Mata Gil,
quien ha estudiado a fondo su obra, lo
considera «un demiurgo» de la Cuenca del
Unare, cuyo eje es Clarines.
El cuento contemporáneo

Francisco Massiani

A partir de los años ochenta, la cuentística


nacional retoma la anécdota, que se
hallaba diluida en medio de los juegos con
el lenguaje y el extremado
experimentalismo, para de esta manera
recuperar a los lectores comunes que en
los años setenta se habían alejado del
género. A finales de los ochenta
prevalecen los relatos que se centran en
temáticas como la música popular, el cine
y la cultura de masas.

También se retoman los relatos de


aventuras, el policial (de particular
relevancia son los cuentos La mujer de
espaldas, de José Balza, y Boquerón, de
Humberto Mata) y la ciencia-ficción.
Algunas veces se nota un descuido
discursivo producto del afán de contar,
pero en los años noventa, los cuentistas, al
igual que los novelistas, han logrado
contar una historia interesante sin
descuidar los aspectos formales del texto,
manteniendo así un alto nivel literario y
estético.
Tal es el caso de las generaciones de
cuentistas entre los que se destacan: Silda
Cordoliani, Ricardo Azuaje, Antonio López
Ortega, Ángel Gustavo Infante, Juan
Carlos Méndez Guédez, Rubi Guerra, Israel
Centeno, Juan Carlos Chirinos, Luis Felipe
Castillo, Milagros Socorro, Slavko Zupcic,
Roberto Echeto, Rodrigo Blanco Calderón,
Fedosy Santaella, Mario Morenza,
Salvador Fleján, Enza García Arreaza, y
Jesús Miguel Soto.

El ensayo
«El llanero domador». Dibujo de Celestino Martínez,
litografiado por Celestino y Jerónimo Martínez

aparecido en la portada del primer número de El Cojo


Ilustrado

El ensayo en el Siglo XIX y


principios del XX

Diversos autores coinciden en señalar que


el origen del ensayo venezolano se
remonta a los años finales del Siglo XIX.
En este período los ensayistas se
dedicaron a reflexionar en torno a la
identidad nacional. El objetivo principal de
sus escritos fue el de elaborar las bases
ideológicas para fundar la nación recién
independizada. En el modernismo esta
temática se amplía al incluir lo estético y
lo literario. En el primer número de la
revista Cosmópolis, el 1ro de mayo de
1894, aparecen los ensayos Sobre
Literatura Nacional y Más sobre Literatura
Nacional de Luis Manuel Urbaneja
Achelpohl, manifiesto donde señala los
lineamientos del Criollismo, estilo en el
cual plasmaría imágenes de las formas de
vida, problemas, tradiciones y costumbres
de la gente y el ambiente rural, en
pequeños poemas en prosa denominados
“acuarelas”.

Vanguardia, modernidad y
posmodernidad

El ensayo de vanguardia surge con la


Generación del 18 y la del 28,
especialmente con la producción de Julio
Planchart, Enrique Bernardo Núñez, Mario
Briceño Iragorry y Mariano Picón Salas,
quienes abordaron en sus páginas los
problemas sociohistóricos y culturales
venezolanos. Luis Manuel Urbaneja
Achelpohl gana un concurso de ensayo y
es premiado con la publicación por la
revista Elite de mil ejemplares de su
escrito El Gaucho y el Llanero (1926). El
ensayo compara la idiosincrasia y medio
político, social y económico de dos
emblemáticos caracteres de considerable
protagonismo histórico hasta la época.

A partir de los años sesenta los ensayistas


se ven influenciados por el pensamiento
teórico posmoderno. Tras el
cuestionamiento de las grandes
ideologías de la modernidad, los
ensayistas toman un tono más escéptico,
emparentado con los planteamientos
filosóficos mundiales de finales del Siglo
XX. Los ensayistas de la posmodernidad
abordan temas tales como la
globalización, los medios de
comunicación masiva, la identidad
venezolana y latinoamericana, el debate
de las ideologías o la relatividad de la
noción de verdad.

Luis Britto García, Víctor Bravo, Elisa


Lerner, Guillermo Sucre, Rafael Castillo
Zapata, Ludovico Silva, Rafael Caldera,
Teodoro Petkoff, Luis Castro Leiva, Carlos
Rangel, Gustavo Guerrero o Alfredo Toro
Hardy, entre otros, han producido ensayos
de gran valor.

Poesía
Juan Vicente González

Poesía en el Siglo XIX

A principios del Siglo XIX Andrés Bello


despunta como uno de los poetas más
significativos del momento con una obra
que se inscribe primero dentro del
neoclasicismo y luego dentro del
romanticismo. Estos movimientos
literarios de origen europeo, al igual que el
parnasianismo, tuvieron gran repercusión
en los primeros poetas venezolanos.
Andrés Bello escribió sus famosas silvas
entre 1823 y 1826 en un estilo
emparentado con el movimiento
neoclásico que dictaba las pautas en la
literatura de esos días. Más tarde,
mientras se encontraba en Londres,
descubrió el romanticismo, con el que
nutrió sus siguientes poemas.

En ese período, el romanticismo era


acogido por otros poetas venezolanos,
como Fermín Toro, Juan Vicente González
y Cecilio Acosta. Sobresale dentro de este
periodo la obra de Juan Antonio Pérez
Bonalde, quien se inició como polemista y
humorista en revistas y periódicos a partir
de 1865. Según algunos autores, Pérez
Bonalde es el máximo representante del
romanticismo en Venezuela, para otros fue
el precursor del modernismo.

Sus poemas Vuelta a la patria y Niágara


están considerados como los más
representativos de la obra del autor y de la
poesía nacional, en ellos se observan
todas las búsquedas del romanticismo
aunado a elementos fuertemente
biográficos. El parnasianismo reaccionó
en contra de los excesos del
romanticismo. Proponía una literatura de
inspiración clásica, economía de recursos
estilísticos y sobriedad de las formas. Se
inscriben dentro de estos postulados las
obras líricas de Manuel Fombona
Palacios, Jacinto Gutiérrez Coll, Andrés
Mata, entre otros.

Entre el modernismo y la
vanguardia en la poesía
venezolana: La Generación del
18
Francisco Lazo Martí

Las revistas El Cojo Ilustrado y Cosmópolis


funcionaron como órganos de difusión de
la obra de autores modernistas, quienes
tomaron la escena literaria con la fuerza
que le imprimía este movimiento de raíces
absolutamente latinoamericanas. Más
tarde, aparece la Generación del 18 como
fuerte reacción en contra de la estética
modernista. El movimiento modernista se
caracterizaba por el uso de patrones
rítmicos tradicionales y una temática en la
que prevalecía el cosmopolitismo cultural,
esto es la presencia dentro de sus poemas
de múltiples referentes a realidades
pertenecientes a otros ámbitos mundiales,
así como elementos mitológicos. Dentro
de estos postulados es relevante la obra
de poetas como Alfredo Arvelo Larriva,
José Arreaza Calatrava y Cruz Salmerón
Acosta. Francisco Lazo Martí, Udón Pérez
y Sergio Medina pertenecen al nativismo,
movimiento que se adhiere a los
postulados del modernismo, pero que
toma como temática principal al paisaje y
la realidad venezolanos. También está el
caso del barinés Alberto Arvelo Torrealba,
quien toma el canto tradicional llanero
como base para toda su obra poética. Uno
de sus poemas más conocidas es
Florentino y el diablo, adaptación de una
leyenda del folklore, que con el paso del
tiempo se ha convertido en referente de la
cultura nacional y ha sido llevada al cine,
teatro y televisión.

José Antonio Ramos Sucre

Con la aparición de la llamada Generación


del 18 se inicia una etapa de transición en
el desarrollo de la poesía venezolana entre
el modernismo y el vanguardismo. Los
poetas de esta generación se caracterizan
por reaccionar contra el modernismo
retornando a las formas y temas del
romanticismo. Esta generación de
transición es ecléctica y presenta
influencias del simbolismo, post-
modernismo y parnasianismo con
tendencias vanguardistas, como es el
caso de Humberto Tejera, Pio Tamayo y
Héctor Cuenca. Uno de los representantes
más conocido de la Generación del 18 es
Andrés Eloy Blanco, quien utiliza los
aspectos formales característicos del
modernismo, combinándolos con temas
nacionales y folklóricos. Considerado el
poeta popular de Venezuela, incursiona
brevemente en la temática vanguardista,
con su libro Baedeker 2000. José Antonio
Ramos Sucre es tratado como el primer
poeta de la Generación del 18. Su obra no
tiene antecedentes dentro de la literatura
nacional, pero si muchos seguidores, y
está caracterizada por el uso de la prosa
poética, atravesada por imágenes y
símbolos provenientes de las mitologías
griegas, orientales y celtas. Su producción
lírica consta de tres libros: La torre de
Timón (1925), El cielo de esmalte (1929) y
Las formas del fuego (1929). Fernando
Paz Castillo, Enrique Planchart y Luis
Enrique Mármol son otros exponentes
importantes de esta generación. La
Generación del 18 se entrelaza con la
Generación del 28, esta última
vanguardista del todo. Hay quienes
consideran que son una y la misma
generación si se toma en cuenta el interés
que algunos poetas muestran en sus
obras por la política.[1][2]

Grupos literarios, revistas y


poesía contemporánea

Luis Alberto Crespo


La aparición de grupos literarios a partir
de 1935 se constituye en un fenómeno
relevante para comprender la trayectoria
de la lírica nacional. Es importante
reconocer, sin embargo, que la tradición de
grupos literarios empieza en 1894 con la
formación de Cosmópolis por los
escritores Luis Manuel Urbaneja
Achelpohl, Pedro César Dominici y Pedro
Emilio Coll. Rómulo Gallegos, por su parte,
fundó el grupo La Alborada en 1909 para
promover una estética puramente
latinoamericana. Después de los años
treinta, el primer grupo que pasó a formar
parte de la historia literaria venezolana fue
el grupo Válvula, compuesto por autores
como Arturo Uslar Pietri, Antonio Arraiz y
Miguel Otero Silva. Este grupo ocupa un
lugar privilegiado por ser el primero en
oponerse directamente al gobierno.

El poeta Vicente Gerbasi.

Después de Válvula apareció el llamado


Grupo Viernes, al que siguieron muchos
otros. Pascual Venegas Filardo fue el
fundador del grupo Viernes. A esta
agrupación, relacionada con la estética
surrealista, perteneció Vicente Gerbasi.
Sus poemas enfrentan la temática de la
niñez y la búsqueda de la identidad. Su
obra más representativa es el largo poema
Mi padre el inmigrante (1945). A raíz de la
aparición de Viernes, proliferan las
agrupaciones literarias en el país. Así, el
grupo Presente, el grupo Suma y la
Generación del 42, surgen como reacción
antiviernista y se adhirieron a la temática
hispanizante. Más tarde, en 1947 y 1948,
aparece en la escena literaria el grupo
Contrapunto, cuyo fundador fue Héctor
Mujica.
Rafael Cadenas

Con un mensaje más político que estético,


el grupo Cantaclaro editó una revista que
llevó el mismo nombre, y se opuso a la
dictadura de Marcos Pérez Jiménez. A
partir de 1955 son relevantes las
propuestas estéticas de grupos como
Sardio y Tabla Redonda. A este último
grupo perteneció Rafael Cadenas, uno de
los poetas más importantes de las letras
nacionales. En 1960, Cadenas publica
Cuadernos del destierro, libro compuesto
por poemas cuya temática fundamental es
la búsqueda de la identidad y del sentido
de la existencia. En 1963 este autor
publica su poema Derrota.

Los años sesentas estuvieron signados


por el estallido de la Revolución Cubana y
la llegada de la democracia a Venezuela
con Rómulo Betancourt. Fueron años muy
convulsos y El Techo de la Ballena
encarnó la necesidad de una nueva
estética para la nueva realidad que se
estaba viviendo, Carlos Contramaestre,
Caupolicán Ovalles y Adriano González
León, junto con muchos otros que venían
de Sardio también, fueron miembros de
esta agrupación. Sol cuello cortado estuvo
dirigido más hacia la nueva poesía que
otro género. La pandilla de Lautrémont
conformada como grupo abierto termina
derivando en la mítica La República del
Este, cuyo eterno presidente que resistió
todos los golpes a su estado fue
Caupolicán Ovalles. Otros grupos que
reunieron propuestas estéticas y políticas
radicales fueron En Haa, Trópico uno, 40°
a la sombra.

En los años ochenta, los grupos Tráfico y


Guaire conducen a la lírica nacional por
nuevos senderos, una vez agotados los
códigos literarios de las décadas
anteriores. Eugenio Montejo fue uno de los
poetas más importantes de finales del
Siglo XX y comienzos del XXI. En el interior
de Venezuela existe una gran vitalidad en
las últimas décadas del siglo XX en la
poesía venezolana contemporánea con
nombres como Ana Enriqueta Terán, Ángel
Alvarado, José Antonio Yepes Azparren
que generalmente son figuras
emblemáticas de sus regiones con gran
influencia sobre los creadores locales.
Otros poetas contemporáneos incluyen:
Elizabeth Schön, Ida Gramcko, Juan
Sánchez Peláez, Luis García Morales,
Ramón Palomares, Víctor Valera Mora,
Gustavo Pereira, Luis Alberto Crespo,
Hanni Ossott, Ígor Barreto y Alfredo
Chacón.

Véase también
Literatura
Música de Venezuela
Cultura de Venezuela
Biblioteca Ayacucho
Premio Nacional de Literatura de
Venezuela

Referencias
1. «Poesía Venezolana: Caminos,
Tendencias y Perspectivas por Gabriel
Jiménez Emán» .
actaliteraria.blogspot.se. Consultado
el 20 de mayo de 2017.
2. 1945, Miranda, Julio E., (2001).
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venezolana del siglo XX, 1907-1996 .
Editorial de la Universidad de Puerto
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Bibliografía
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Urbaneja Achelpohl, Luis Manuel. 1945.
El Criollismo en Venezuela en Cuentos y
Prédicas. Editorial Venezuela. Caracas.
[1]
Urbaneja Achelpohl, Luis Manuel. 1926.
El Gaucho y el Llanero. Edición especial
de Elite. Litografía y Tipografía Vargas.
Caracas. [2]
Valladares Ruiz, Patricia. Narrativas del
descalabro: La novela venezolana en
tiempos de revolución. Suffolk, UK:
Tamesis Books, 2018. ISBN:
9781855663312.

Enlaces externos
Ficción Breve venezolana - Biografías,
análisis y extractos de obras
venezolanas
Qué leer Venezuela - Página para el
encuentro literario en general
Prodavinci - Revista cultural venezolana
Círculo de Escritores de Venezuela
Celarg - Fundación Centro de Estudios
Latinoamericanos Rómulo Gallegos
Monte Ávila Editores Latinoamericana -
Editorial estatal venezolana

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