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El desarrollo de las causas para la declaración de nulidad matrimonial

Nuestro objetivo es presentar a grandes líneas, de modo concreto, la forma de proceder en las causas
de nulidad matrimonial.

A norma del c. 1691, quedando firmes, obviamente, las disposiciones peculiares del proceso de
nulidad, se deben aplicar también los cánones sobre los juicios en general y sobre el juicio contencioso
ordinario, con la observancia de las disposiciones especiales relativas a las causas sobre el estado de las
personas y las causas que se refieren al bien público.
Esta premisa nos da ya una idea de lo complejo de la materia a tratar. Para mayor claridad
procederemos por puntos sucesivos y esquemáticos.

El libelo de introducción de la causa.

a) Es el acto que da inicio formal al proceso.

Se trata de un documento mediante el cual la parte actora pide al Tribunal competente que sea
instaurada la causa (Cf. c. 15002).
Es redactado por la misma parte actora, o al menos, por ella firmado.
Puede ser redactado y firmado también por el procurador (Cf. c. 1504, 3º).
El libelo es necesario, porque, a norma del c. 1501, el Tribunal no puede examinar de oficio ninguna causa
contenciosa, sino debe existir siempre la legítima «petición» por parte de la persona que tiene interés o del
promotor de justicia.

b) El libelo debe contener (Cf. c. 1504):


- una breve reseña del caso;
- la indicación del «capítulo de nulidad», o sea, el motivo (o motivos) en base al cuál (o cuáles) se pide la
declaración de nulidad;
- una descripción sumaria del fundamento jurídico en el cual se basa la nulidad, así como de los hechos y de
las pruebas que sostienen la tesis de la parte actora;
- la indicación del domicilio o de la actual residencia de las partes.

c) Se deben anexar al libelo:


- la copia íntegra del acta de matrimonio (expediente);
- el mandato procuratorio o de patrocinio;
- la lista de testigos de la parte actora, con domicilio preciso;
- un adelanto para los primeros gastos;
- expediente de la separación legal (o la sentencia de divorcio), si existe;
- otros eventuales documentos (por ejemplo: certificados médicos, expedientes clínicos, pericias médicas,
cartas, etc.);en caso de pobreza cierta, la instancia de gratuito patrocinio y/o reducción de las costas
procesales, incluyendo los siguientes documentos:
- certificado del párroco sobre las efectivas condiciones económicas de la parte actora.
- Comprobante de percepción de salario, expedido por quien dé el trabajo; o bien, certificado de desempleo,
expedido por la autoridad competente; etc.

Constitución del Colegio que juzgará.

El Colegio que juzgará —compuesto por tres jueces, uno de los cuales lo preside, mientras otro normalmente
es el encargado de realizar la instrucción— queda constituido por decreto del vicario judicial u oficial, y
firmado por el canciller; tal decreto designa también al defensor del vínculo y/o al notario (o actuario).

1
Aceptación o rechazo del libelo (Cf. cc. 1505-1506).

a) El presidente del turno que juzga debe examinar el libelo, al objeto de verificar:

- Si el tribunal es competente para tratar la causa (Cf. c. 1673);


- Si la parte actora tiene la capacidad legítima de estar en juicio,
- Si el motivo de nulidad aparece suficientemente fundado.
En caso afirmativo, el libelo es aceptado.

b) Si el presidente considera, a norma del derecho, que debe rechazar el libelo, tal rechazo debe ser
comunicado a la parte actora con un decreto motivado.

Contra el rechazo del libelo, la parte puede recurrir al colegio, el cual debe definir la cuestión con la máxima
celeridad (el recurso puede ser hecho también al tribunal de apelación, en caso de que el libelo hubiera sido
rechazado por el colegio).

c) Una novedad que contiene el c. 1506: la aceptación implícita del libelo, que se da si el juez no se pronuncia
dentro de un mes desde la presentación, ni responde después de diez días al actor que haya solicitado su
intervención.

Como se ve, estamos ante normas que urgen la "celeridad" desde el inicio del proceso1.

Las testimoniales del párroco.

Son requeridos de oficio y sub secreto por el tribunal; se refieren al juicio sobre la honestidad, veracidad y
religiosidad de las partes y de los testigos.

La contestación de la lite.

Es el acto mediante el cual se concuerda exactamente el motivo de la nulidad, delante del tribunal
(Cf. C. 1513 § 1). Normalmente es «concordada la duda», a la cual se deberá después dar respuesta en la
sentencia. La fórmula del "dubium" (duda) no debe ser genérica, sino debe determinar por cuál capítulo o por
cuáles capítulos es impugnada la validez del matrimonio (Cf. C. 1677 § 3).
Por ejemplo: «si consta la nulidad del matrimonio en cuestión por exclusión de la prole por parte del
hombre y/o de la mujer».
A norma del c. 1677 § 2, la contestación de la lite debe hacerse con decreto del presidente del turno que juzga,
y no está prohibido hacerlo invitando a las partes a una especial audiencia, como sucede en algunos
tribunales.

1
El problema de una justa “celeridad” en la administración de la justicia es particularmente evidenciado en
las causas de nulidad matrimonial (teniendo obviamente presente que la "celeridad" debe conjugarse con la
"seguridad"). La experiencia del foro en este campo nos confirma este dato: ya sea que las partes, después del
fracaso de su matrimonio, ya sea que vivan en una situación irregular y que quieren "regularizar"; ya sea que
quieran buscar la declaración de nulidad para "arreglar su posición": en ambos casos, la excesiva lentitud de
los procesos es siempre dañosa, tanto en la dimensión espiritual como en la psicológica, a veces incluso en la
económica. Esta situación puede incluso suscitar un sentido de desconfianza en la administración de la
justicia eclesiástica y de la Iglesia misma, y puede terminar convirtiéndose en una verdadera injusticia hacia
las partes. Esto lo subraya Pablo VI, en el discurso al Tribunal de la entonces Sacra Romana Rota del 11 de
enero de 1965: «ustedes bien saben que cada retraso culpable, causado por la negligencia o por extrañas
ocupaciones, en el hacer o en el exigir la justicia, es ya de por sí una injusticia que cada miembro de los
tribunales eclesiásticos debe cuidadosamente estudiar, preocupandose de evitar incluso de lejos» (AAS 57
[1965] 235).

2
Preparación de los interrogatorios.

Las preguntas para el interrogatorio de las partes y de los testigos son preparadas por el defensor del vínculo y
por el representante de las partes (Cf. cc. 1533 y 1552): quedando a salvo la facultad del juez instructor de
proponer oportunas preguntas ex officio.

La citación.

Es la intimación hecha por el juez instructor a las partes y a los testigos que se presenten al tribunal a declarar.

Generalmente, a las partes es comunicada con carta registrada con acuse de recibo (el c. 1509 habla
genéricamente de “servicios postales u otro modo absolutamente seguro”, que debe constar en las actas).

La fase probatoria.

Es el centro de la fase instructoria, descrita ampliamente en los cc. 1526-1586.

a) Si una parte o un testigo se rehúsa a presentarse ante el juez, se pueden escuchar también mediante un laico
designado por el juez; o bien se puede recabar la declaración ante un notario público o en cualquier otro modo
legítimo (cf. c. 1528).

Estas innovaciones permiten que no se pierdan testimonios que pueden resultar preciosos para la causa.

b) La recolección de las pruebas no puede tener inicio antes de la contestación de la lite, sino por una razón
grave (cf. c. 1529). Esta prescripción permite la recolección de declaraciones que se acercan a aquellas dichas
« a memoria futura ».

c) Las declaraciones de las partes dan inicio a la fase probatoria. La parte interrogada está obligada a
responder y declarar integralmente la verdad.
El rechazo a responder puede tener su significado y su peso como elemento de prueba y debe ser evaluado por
el juez (cf. c. 1531).
El interrogatorio va acompañado del juramento de veritate dicenda o al menos de veritate dictorum (cf. c.
1532).

La confesión judicial es la aserción de un hecho acerca de la materia en cuestión en el juicio, realizada (por
escrito u oralmente, espontáneamente o bajo pregunta) por una parte contra sí, delante al juez. (cf. c. 1535) .

En las causas matrimoniales, la confesión judicial, como también las otras declaraciones de las partes, pueden
tener fuerza de prueba, y evaluarse por el juez junto con todas las otras circunstancias de la causa; no tienen
nunca, sin embargo, valor de prueba plena, a menos que se agreguen otros elementos que les den valor en
modo definitivo (cf. c. 1536).

Esta última norma constituye una importante novedad respecto a la anterior: si bien en consonancia con la
actitud al menos parcialmente ya consolidada de la doctrina y de la jurisprudencia.

Otra novedad del Código de 1983 está contenida en el c. 1679, el cual permite, bajo ciertas condiciones, la
intervención de testigos sobre la credibilidad de las partes, para permitir al juez valorar las declaraciones de
las partes, a norma del citado c. 1536.

d) A la «prueba documental» es atribuida una particular relevancia (cf. cc. 1539-1546): tanto a los
documentos públicos, eclesiásticos o civiles; como a los documentos privados.

e) La prueba utilizada normalmente es, sin embargo, la «testimonial» , a la cual el Código dedica un amplio y
detallado espacio (Cf. cc. 1547-1573).

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Entra en la naturaleza y en el objetivo del presente trabajo no exponer extensamente las normas sobre la
materia. Sin embargo, no nos eximimos de enumerar al menos los temas contenidos en el Código, subrayando
alguno.

El c. 1548 § 1, a modo de premisa, subraya el deber que tienen aquellos que son llamados a testimoniar de
confesar la verdad al juez que legítimamente le interroga.

El mismo canon, en el § 2, enumera quién está libre del deber de responder: los clérigos para todo aquello que
les fue manifestado en razón del sagrado ministerio; los magistrados civiles, los médicos, comadronas,
abogados, notarios y otros que están obligados a guardar secreto de oficio incluso por razón del consejo dado,
en lo que se refiere a los asuntos que caen bajo ese secreto.

Sucede, sin embargo, que a veces las partes indiquen expresamente como testigos a alguna de las personas
arriba mencionadas: en tal caso, algunos autores afirman que la llamada a testimoniar corresponda a una
implícita liberación del secreto.

Sería diverso el caso en el cual el juez considerara convocar de oficio a las personas obligadas al secreto: en
tal caso, él debe pedir a las partes que expresamente las liberen del secreto profesional.

Diverso es también el caso del confesor. Aquí la norma procede, como es obvio, de modo muy riguroso,
declarando incapaces de testimoniar a los sacerdotes respecto a todo lo que les fue revelado en la confesión
sacramental: aunque – nótese – fuera el mismo penitente a pedir la manifestación de la materia confessionis.
Más aún – prosigue el c.1550 § 2, 2º – todo lo que de cualquier modo alguien haya oído con motivo de
confesión no puede ser aceptado ni siquiera como indicio de la verdad .

El artículo 1 enumera quién puede ser testigo (cc. 1549-1550). El Artículo 2 está dedicado a los testigos que
han de ser llamados y excluidos (cc. 1550-1557). El Artículo 3 se refiere al modo de examinar a los testigos
(cc . 1558-1571). El Artículo 4 describe el valor de los testimonios (cc. 1572-1573).

f) En las causas de impotencia o defecto de consentimiento por enfermedad mental, el juez debe pedir la
prueba pericial (o sea, la intervención de uno o más peritos), salvo el caso de que sea evidentemente inútil.

En las otras causas, la intervención pericial se pide para la prueba de algún hecho o el conocimiento de la
verdadera naturaleza de una cosa (por ejemplo, una pericia caligráfica): c. 1680 (Cf. c. 1574, que es el
primero de los cánones que se refieren a los peritos, cuya presencia se describe incluso hasta el c. 1581).

g) Si, para la decisión de una causa, el juez considera conveniente trasladarse a algún lugar o examinar alguna
cosa, debe establecerlo mediante decreto, en el que, habiendo oído a las partes, indique sumariamente el
contenido concreto del reconocimiento (c. 1582).

Se levantará el acta de reconocimiento realizado (c. 1583).

Las rogatorias.

a) Si una parte o un testigo reside en otra diócesis y no puede acudir a la sede del tribunal, el juez instructor
proveerá para que sea escuchado por «rogatoria» por el tribunal de la sede en la cual él habita, según los
interrogatorios que son enviados expresamente para el caso.

El término rogatoria deriva del verbo latino rogare, que significa pedir.

Todos los tribunales eclesiásticos se prestan, bajo petición, a ayuda recíproca para la citación e interrogación
de las partes y de los testigos o para otras actividades (por ejemplo; la inspección de documentos, intimación
de decretos): c. 1418.

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b) Si un testigo estuviese enfermo, debe ser escuchado en su domicilio. Si habitase muy lejos, o estuviera de
otro modo impedido, el juez puede, para ese interrogatorio, delegar a un sacerdote de la zona, asistido por una
persona que funja de actuario: el juez deberá proceder iuxta mandata (c. 1469 § 2).
Debe notarse que el mismo juez puede salir fuera de su territorio para adquirir pruebas, pero con la licencia
del obispo diocesano del lugar al que va (Cf. c. 1469 § 2).

La publicación del proceso y la conclusión de la instructoria.

a) Recogidas las pruebas, el presidente del Colegio que juzga, habiendo escuchado al juez instructor y con el
consentimiento del defensor del vínculo, emite el decreto de publicación de las actas de la causa.

La publicación debe consentir, bajo pena de nulidad, a las partes y a sus abogados de tener acceso, en la
cancillería del tribunal, de las actas aún no conocidas; más aún, a petición de los abogados, pueden recibir una
copia.

Sin embargo, el juez, para evitar peligros gravísimos 2 puede decretar que una acta determinada no deba ser
manifestada a alguien, previendo, sin embargo, a la salvaguarda del derecho a la defensa (c. 1598 § 1).

Las partes pueden proponer al juez – dentro del tiempo útil establecido por el derecho – que se completen las
pruebas, mediante la exhibición de nuevos documentos o la audición de nuevos testigos o volver a escuchar a
los testigos (= suplemento de instrucción).

Si la propuesta es recibida, después debe decretarse una nueva publicación de las actas (Cf. c. 1598 § 2).

b) El decreto de conclusión de la causa debe ser emanado una vez completada toda la fase probatoria: esto es,
cuando, o las partes declaran no tener nada más que aducir, o cuando haya transcurrido el tiempo útil fijado
por el juez, o bien, cuando el juez mismo declara la causa suficientemente instruida (c. 1599).

Acaecida la «conclusión», la ley consiente un suplemento de instrucción solo bajo precisas condiciones: si
existe una grave razón, se evite todo peligro de fraude o de soborno; o cuando es verosímil que, de no
admitirse una nueva prueba, la sentencia habrá de ser injusta (Cf. c. 1600).

La discusión de la causa.

Cerrada la fase instructoria, la causa es «discutida» entre las partes (con sus respectivos abogados, amados
también patrones) y el defensor del vínculo.

Se trata de una discusión escrita, no oral.

Mas precisamente: el abogado hace por escrito sus «observaciones» pro vinculo, pero, naturalmente, salva
veritate et iustitia; el c. 1432 usa el adverbio rationabiliter.

A estas «observaciones» puede replicar el patrono y contrarreplicar el defensor del vínculo (cc. 1601 - 1606).

La sentencia.

a) Después de la discusión de la causa, el colegio que juzga emite la sentencia (c. 1607), para cuyo
pronunciamiento se requiere en los jueces la moralis certitudo circa rem sentencia definendam: certeza moral

2
Tales «peligros gravísimos» podrían subsistir, por ejemplo, si existe la probabilidad de usar
determinadas actas del proceso canónico (por ejemplo, una declaración testimonial) para promover
una acción penal en el foro civil (por ejemplo, una denuncia por reato de difamación).

5
alcanzada ex actis et probatis, con una valoración de las pruebas que el juez realiza ex sua conscientia (Cf. c.
1608 §§ 1-3).

b) A la necesaria certeza moral Pío XII dedicó un discurso a la entonces Sacra Romana Rota, el 1º de octubre
de 1942, de la cual citamos algunos pasajes:

«Existe una certeza absoluta, en la cual toda posible duda acerca de la verdad del hecho y la insubsistencia de
lo contrario está totalmente excluida. Tal certeza absoluta, sin embargo, no es necesaria para emitir la
sentencia. En muchos casos no es posible a los hombres alcanzarla; exigirla equivaldría a pedir algo
irrazonable al juez y a las partes: equivaldría a gravar la administración de la justicia más allá de una tolerable
medida, más aún, obstacularizaría en gran medida el camino de la justicia.

En oposición a este supremo grado de certeza el lenguaje común habla no pocas veces de un cierto
conocimiento que, estrictamente hablando, no merece tal nombre, sino debe calificarse como una mayor o
menor probabilidad, porque no excluye toda razonable duda y deja subsistir un fundado temor de errar. Esta
probabilidad o cuasi-certeza no ofrece una base suficiente para una sentencia judicial en torno a la objetiva
verdad del hecho [...].

Entre la certeza absoluta y la cuasi-certeza o probabilidad está, como entre dos extremos, aquella certeza
moral, de la cual de ordinario se trata [en las causas matrimoniales] [...].
Tal certeza, del lado positivo, está caracterizada por eso que excluye toda duda fundada y razonable y, así
considerada, se distingue esencialmente de la mencionada cuasi-certeza; desde el punto de vista negativo, deja
subsistir la posibilidad absoluta de lo contrario, y con esto se diferencia de la certeza absoluta.

La certeza de que hablamos es necesaria y suficiente para pronunciar una sentencia, aunque en el caso
particular sería posible conseguir por vía directa o indirecta una certeza absoluta.

Sólo así puede tenerse una regular y ordinaria administración de la justicia, que proceda sin inútiles retardos y
sin excesivo gravamen del tribunal y de las partes»3.

c) Si no se alcanza la certeza moral de la nulidad del matrimonio, deben los jueces pronunciarse: «Non
constare de nullitate matrimonii in casu» (Cf. c. 1608 § 4; c. 1060).

d) Cada juez presenta su «voto» por escrito y motivado pro o contra la nulidad del matrimonio.

Los «votos» son discutidos colegialmente: la discusión puede, incluso, llevar al juez a cambiar su primer
parecer (Cf. c. 1609)4.

e) La sentencia emitida en base al principio de la mayoría (c. 1429 § 1).

3
AAS 34 (1946) 339-340.
4
El c. 1609 § 4 prevé que, cuando un juez retenga de no acceder a la decisión de los otros integrantes
del colegio, puede exigir que, en caso de apelación, su «voto» sea transmitido al tribunal superior.

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