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RESUMEN DEL ABORTO Y EL MATRIMONIO

transmitir la vida humana ha sido para los esposos, colaboradores libres y responsables
de Dios Creador el cumplimiento de este deber serios problemas en la conciencia de los
cónyuges, los cambios que se han producido son, en efecto, notables y de diversa índole.
Se trata, ante todo, del rápido desarrollo demográfico, muchas personas manifiestan el
temor de que la población crezca más que las reservas de las cuales dispone, por
ejemplo, en las condiciones de trabajo y de vivienda y sobre el campo económico.
El Magisterio de la Iglesia una nueva y profunda reflexión acerca de los principios de la
doctrina moral del matrimonio, doctrina fundada sobre la ley natural, iluminada y
enriquecida por la Revelación divina.
la Iglesia dio siempre, y con más amplitud en los tiempos recientes, una doctrina
coherente tanto sobre la naturaleza del matrimonio como sobre el recto uso de los
derechos conyugales y sobre las obligaciones de los esposo, la Comisión no se había
alcanzado una plena concordancia de juicios acerca de las normas morales a proponer
y, sobre todo, porque habían aflorado algunos criterios de soluciones que se separaban
de la doctrina moral sobre el matrimonio propuesta por el Magisterio de la Iglesia con
constante firmeza. El problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida
humana, hay que considerarlo, por encima de la luz de una visión integral del hombre y
de su vocación, no sólo natural y terrena sino también sobrenatural y eterna.
El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de
fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la
humanidad su designio de amor, según la iglesia católica desde el principio de la
creación, cuando Dios crea a la primera pareja, la unión entre ambos se convierte en
una institución natural, con un vínculo permanente y unidad total (Fuente:
Catholic.net ), es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual
al mismo tiempo, es también y principalmente un acto de la voluntad libre, destinado a
mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de la vida cotidiana, de forma
que los esposos se conviertan en un solo corazón y en una sola alma y juntos alcancen
su perfección humana.
El amor conyugal exige a los esposos una conciencia de su misión de "paternidad
responsable", significa conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia
descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona
humana, comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral
objetivo, establecido por Dios, la finalidad de los actos matrimoniales, con los cuales los
esposos se unen en casta intimidad, y a través de los cuales se transmite la vida humana,
son, como ha recordado el Concilio, "honestos y dignos", el acto conyugal por su íntima
estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos para la
generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la
mujer. Acto conyugal impuesto al cónyuge sin considerar su condición actual y sus
legítimos deseos, no es un verdadero acto de amor; y prescinde por tanto de una
exigencia del recto orden moral en las relaciones entre los esposos.
el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua
o temporal, tanto del hombre como de la mujer [15]; queda además excluida toda acción
que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus
consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la
procreación, la Iglesia, en cambio, no retiene de ningún modo ilícito el uso de los medios
terapéuticos verdaderamente necesarios para curar enfermedades del organismo, a
pesar de que se siguiese un impedimento, aun previsto, para la procreación, con tal de
que ese impedimento no sea, por cualquier motivo, directamente querido, según la
iglesia católica los fines del matrimonio son el amor y la ayuda mutua, la procreación
de los hijos y la educación de estos. (Fuente: Catholic.net ).
La Iglesia es la primera en elogiar y en recomendar la intervención de la inteligencia en
una obra que tan de cerca asocia la creatura racional a su Creador, pero afirma que esto
debe hacerse respetando el orden establecido por Dios, es coherente consigo misma
cuando juzga lícito el recurso a los periodos infecundos, mientras condena siempre
como ilícito el uso de medios directamente contrarios a la fecundación, aunque se haga
por razones aparentemente honestas y serias. Podría también temerse que el hombre,
habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la
mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla
como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada.
La Iglesia tiene demasiada conciencia de que es propio de su vocación defender al
hombre contra todo aquello que podría deshacerlo o rebajarlo, como para callarse en
este tema: dado que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, no hay hombre que no sea su
hermano, "Dios no hizo la muerte; ni se goza en la pérdida de los vivientes".
Ciertamente, Dios ha creado a seres que sólo viven temporalmente y la muerte física no
puede estar ausente del mundo de los seres corporales, el mandamiento de Dios es
formal: "No matarás" La vida al mismo tiempo que un don es una responsabilidad:
recibida como un "talento", hay que hacerla fructificar. La tradición de la Iglesia ha
sostenido siempre que la vida humana debe ser protegida y favorecida desde su
comienzo como en las diversas etapas de su desarrollo. Esta afirmación olvida que el
ser humano concebido es ya otra persona; no es un apéndice de la madre. La mujer
lleva en su seno a otro ser humano -su hijo-, para el que tiene ya una serie de deberes;
es más, durante nueve meses, de ella sola depende la vida del hijo. El hecho de que el
feto dependa absolutamente de su madre -aunque, por otro lado, esté dotado de su
propia organización- no justifica que sea lícito desprenderse de él. (Fuente:
Catholic.net ).
El respeto a la vida humana no es algo que se impone a los cristianos solamente; basta
la razón para exigirlo, basándose en el análisis de lo que es y debe ser una persona.
Constituido por una naturaleza racional, el hombre es un sujeto personal, capaz de
reflexionar por sí mismo, de decidir acerca de sus actos y, por tanto, de su propio
destino, según El papa Francisco consideró el aborto como un "homicidio de niños" y
lo comparó con las prácticas nazis para "purificar la raza", aunque ahora "con guante
blanco", durante un acto con asociaciones familiares en el Vaticano.(el comercio)
Según el designio de Dios, el matrimonio es el fundamento de la comunidad más amplia
de la familia, ya que la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están
ordenados a la procreación y educación de la prole, en la que encuentran su coronación.
Entonces, podemos deducir que el hombre y la mujer están llamados a dar vida a
nuevos seres humanos, que deben desarrollarse en el seno de una familia que tiene
su origen en el matrimonio. Esto es algo que la pareja debe aceptar desde el momento
que decidieron casarse. Cuando uno escoge un trabajo – sin ser obligado a ello - tiene
el compromiso de cumplir con él. Lo mismo pasa en el matrimonio, cuando la pareja –
libremente – elige casarse, se compromete a cumplir con todas las obligaciones que
este conlleva. No solamente se cumple teniendo hijos, sino que hay que educarlos con
responsabilidad. (Fuente: Catholic.net ).
La solicitud por el niño, incluso antes de su nacimiento, desde el primer momento de su
concepción y, a continuación, en los años de la infancia y de la juventud es la verificación
primaria y fundamental de la relación del hombre con el hombre. Asimismo, si tienen
hijos, todos estos tienen iguales derechos y los padres están obligados a darles
sostenimiento, protección, educación y formación en igual medida, de acuerdo a su
situación y posibilidades.(gobierno peruano)
La fecundidad es el fruto y el signo del amor conyugal, el testimonio vivo de la entrega
plena y recíproca de los esposos, la fecundidad del amor conyugal no se reduce sin
embargo a la sola procreación de los hijos, aunque sea entendida en su dimensión
específicamente humana: se amplía y se enriquece con todos los frutos de vida moral,
espiritual y sobrenatural que el padre y la madre están llamados a dar a los hijos y, por
medio de ellos, a la Iglesia y al mundo.
Precisamente porque el amor de los esposos es una participación singular en el misterio
de la vida y del amor de Dios mismo, la Iglesia sabe que ha recibido la misión especial de
custodiar y proteger la altísima dignidad del matrimonio y la gravísima responsabilidad
de la transmisión de la vida humana. La Iglesia está llamada a manifestar nuevamente a
todos, con un convencimiento más claro y firme, su voluntad de promover con todo
medio y defender contra toda insidia la vida humana, en cualquier condición o fase de
desarrollo en que se encuentre. La Iglesia es ciertamente consciente también de los
múltiples y complejos problemas que hoy, en muchos países, afectan a los esposos en
su cometido de transmitir responsablemente la vida.
La adopción es un camino para realizar la maternidad y la paternidad de una manera
muy generosa, y quiero alentar a quienes no pueden tener hijos a que sean magnánimos
y abran su amor matrimonial para recibir a quienes están privados de un adecuado
contexto familiar. Nunca se arrepentirán de haber sido generosos. Adoptar es el acto de
amor de regalar una familia a quien no la tiene.

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