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Jean Bodin

Bodino (Jean Bodin, Angers, 1529 - † Laón, 1596) fue un destacado intelectual francés que desarrolló sus
ideas en los campos de la filosofía, el derecho, la ciencia política y la economía. Sus aportes a la teoría del
Estado, en particular mediante el concepto de soberanía, han sido de gran importancia para la modernidad y
conservan en gran medida valor.

Bodino nació en el seno de una familia burguesa (probablemente de origen judío).

En su juventud recibió formación en los claustros de los carmelitas en Angers; luego, en París, sigue cursos
en la Universidad y en el Collège de France, impregnándose de la escolástica medieval y del humanismo
renacentista. A partir de 1549 fue liberado de los votos monacales. Estudió y enseñó derecho romano en la
Universidad de Tolosa durante la década de 1550.

Vuelve a París en 1561, en medio de una época en que comienzan las guerras de religión; su formación
religiosa en lo personal es testimonio de esa época, pues al parecer –habiendo sido monje carmelita– se
sintió atraído por las enseñanzas rabínicas, así como por la corriente reformada de Calvino.

En París ejerció como abogado y como miembro del Parlamento de París (tribunal superior de justicia).

A partir de 1566 comenzó a dedicarse a los temas que marcarán su pensamiento: la filosofía de la historia, la
filosofía del Estado, la Economía.

Asentado en Laón, ejerciendo como procurador, murió alcanzado por la peste en 1596.

Pensamiento
El pensamiento de Bodino se proyecta al menos en dos direcciones:
Filosofía política
Su primer gran aporte es la construcción del concepto moderno de soberanía, de un modo similar al que se
concibe en la actualidad. Junto con Maquiavelo, sienta las bases o presupuestos teóricos del Estado Moderno
(en su concepción histórica), sustituyendo al llamado Estado Estamental. Su obra más importante es Los seis
libros de la República ("Les six livres de la République"), que es un clásico del pensamiento político, en el que
define al Estado en base a su soberanía.

Llama República a lo que hoy conocemos como Estado y lo define como "el recto gobierno de varias familias
y de lo que les es común con potestad soberana". Bodin no manifiesta de manera expresa lo que entiende
por «recto gobierno», pero de su obra se deduce, según Pierre Mesnard, que, "recto gobierno", es un
gobierno "conforme a la justicia". Ve a la familia como el punto de partida de la sociedad y del Estado.
Gracias a la adopción de este criterio, puede establecer un paralelismo:

Patria potestad
(poder ejercido
sobre la familia
propiedad
Familia y los bienes por
privada
una persona a
través de esta)

dominio público
Estado
poder soberano (lo común a
(varias
(recto gobierno) todas las
familias)
familias)

Bodino no prejuzga en quién debe descansar ese poder, pero –como hombre de su tiempo– prefiere al Rey
(en la actualidad, la soberanía reside en el pueblo, idea desarrollada por la escolástica tardía y popularizada
por Rousseau y Sieyès). La soberanía va a ser para Bodin lo que caracteriza al Estado frente a cualquier otra
forma de organización política, el vínculo que une a los ciudadanos y les convierte en pueblo o súbditos de un
Estado. Define la soberanía como el «poder absoluto y perpetuo de una República».

Algunos creen advertir una contradicción en la obra de Bodin, ya que este poder supremo tiene límites, que
él traza con un fin estabilizador y para evitar que el monarca (o titular de la soberanía) se exceda en su
ejercicio. Estos límites son

la ley divina y la ley de la naturaleza, que concreta en:


El respeto a la palabra dada, observancia de los pactos y el respeto de la propiedad privada.
Nigún soberano puede cambiar la ley de sucesión al trono ni derogar la ley sálica.
Esos trazos son los que dan origen al Estado Moderno (que adquiere su verdadera forma con Hobbes):
concentración de poder en el Rey, poder absoluto, supremo (a diferencia del Estado Estamental, en que
todos están sometidos al poder soberano).

Economía
Su primer texto sobre teoría monetaria fue una respuesta a Monsieur de Malestroit, quien había pretendido
negar la subida de los precios a largo plazo. En su escrito, Bodino sostiene que los precios suben debido a
diferentes causas, la principal de las cuales es el aumento de las cantidades existentes de oro y plata
(señalando, además, la influencia de los monopolios y otras causas)
Publicado en 1568, el texto tuvo gran influencia en Europa. Por largo tiempo fue considerado como la primera
exposición de una teoría cuantitativa del dinero. Pero esa impresión ha sido cuestionada tras el
descubrimiento reciente de una construcción científica anterior sobre esta materia, elaborada por pensadores
de la Escuela de Salamanca (en concreto, por Martín de Azpilcueta), quienes habían descrito ya los efectos
inflacionistas de la masiva importación de metales. Algunos sostienen que es probable que Bodino haya
conocido las ideas de aquella escuela española (y señalan, en particular, que había coincidido con Martín de
Azpilcueta en la Universidad de Tolosa). No cabe en todo caso la menor duda de la gran importancia de la
obra de Bodin.

En "Los seis libros de la República" (en el sexto, en particular), Bodin hace una exposición de principios
económicos mercantilistas, abogando por el establecimiento de limitaciones a la salida de materias primas y
a la importación de manufacturas no imprescindibles. Sin embargo, defiende el comercio internacional,
sosteniendo que el beneficio de uno no supone necesariamente pérdida para otro.

John Locke

Pensador inglés (Wrington, Somerset, 1632 - Oaks, Essex, 1704). Este hombre polifacético estudió en la
Universidad de Oxford, en donde se doctoró en 1658. Aunque su especialidad era la Medicina y mantuvo
relaciones con reputados científicos de la época (como Isaac Newton), John Locke fue también diplomático,
teólogo, economista, profesor de griego antiguo y de retórica, y alcanzó renombre por sus escritos filosóficos,
en los que sentó las bases del pensamiento político liberal.

Locke se acercó a tales ideas como médico y secretario que fue del conde de Shaftesbury, líder del
partido Whig, adversario del absolutismo monárquico en la Inglaterra de Carlos II y de Jacobo II. Convertido
a la defensa del poder parlamentario, el propio Locke fue perseguido y tuvo que refugiarse en Holanda, de
donde regresó tras el triunfo de la «Gloriosa Revolución» inglesa de 1688.

Locke fue uno de los grandes ideólogos de las elites protestantes inglesas que, agrupadas en torno a
loswhigs, llegaron a controlar el Estado en virtud de aquella revolución; y, en consecuencia, su pensamiento
ha ejercido una influencia decisiva sobre la constitución política del Reino Unido hasta la actualidad. Defendió
la tolerancia religiosa hacia todas las sectas protestantes e incluso a las religiones no cristianas; pero el
carácter interesado y parcial de su liberalismo quedó de manifiesto al excluir del derecho a la tolerancia tanto
a los ateos como a los católicos (siendo el enfrentamiento de estos últimos con los protestantes la clave de
los conflictos religiosos que venían desangrando a las islas Británicas y a Europa entera). En su obra más
trascendente, Dos ensayos sobre el gobierno civil (1690), sentó los principios básicos del constitucionalismo
liberal, al postular que todo hombre nace dotado de unos derechos naturales que el Estado tiene como misión
proteger: fundamentalmente, la vida, la libertad y la propiedad. Partiendo del pensamiento de Hobbes, Locke
apoyó la idea de que el Estado nace de un «contrato social» originario, rechazando la doctrina tradicional del
origen divino del poder; pero, a diferencia de Hobbes, argumentó que dicho pacto no conducía a la
monarquía absoluta, sino que era revocable y sólo podía conducir a un gobierno limitado.

La autoridad de los Estados resultaba de la voluntad de los ciudadanos, que quedarían desligados del deber
de obediencia en cuanto sus gobernantes conculcaran esos derechos naturales inalienables. El pueblo no sólo
tendría así el derecho de modificar el poder legislativo según su criterio (idea de donde proviene la práctica
de las elecciones periódicas en los Estados liberales), sino también la de derrocar a los gobernantes
deslegitimados por un ejercicio tiránico del poder (idea en la que se apoyaron Jefferson y los revolucionarios
norteamericanos para rebelarse contra Gran Bretaña en 1776, así como los revolucionarios franceses para
alzarse contra el absolutismo de Luis XVI en 1789).

Karl Marx

Pensador socialista y activista revolucionario de origen alemán (Tréveris, Prusia occidental, 1818 - Londres,
1883). Karl Marx procedía de una familia judía de clase media (su padre era un abogado convertido
recientemente al luteranismo). Estudió en las universidades de Bonn, Berlín y Jena, doctorándose en Filosofía
por esta última en 1841.

Desde esa época, el pensamiento de Marx quedaría asentado sobre la dialéctica de Hegel, si bien sustituyó el
idealismo de éste por una concepción materialista, según la cual las fuerzas económicas constituyen la
infraestructura que determina en última instancia los fenómenos «superestructurales» del orden social,
político y cultural.

En 1843 se casó con Jenny von Westphalen, cuyo padre inició a Marx en el interés por las doctrinas
racionalistas de la Revolución francesa y por los primeros pensadores socialistas. Convertido en un
demócrata radical, Marx trabajó algún tiempo como profesor y periodista; pero sus ideas políticas le
obligaron a dejar Alemania e instalarse en París (1843).

Por entonces estableció una duradera amistad con Friedrich Engels, que se plasmaría en la estrecha
colaboración intelectual y política de ambos. Fue expulsado de Francia en 1845 y se refugió en Bruselas; por
fin, tras una breve estancia en Colonia para apoyar las tendencias radicales presentes en la Revolución
alemana de 1848, pasó a llevar una vida más estable en Londres, en donde desarrolló desde 1849 la mayor
parte de su obra escrita. Su dedicación a la causa del socialismo le hizo sufrir grandes dificultades materiales,
superadas gracias a la ayuda económica de Engels.

Marx partió de la crítica a los socialistas anteriores, a los que calificó de «utópicos», si bien tomó de ellos
muchos elementos de su pensamiento (de autores como Saint-Simon, Owen o Fourier); tales pensadores se
habían limitado a imaginar cómo podría ser la sociedad perfecta del futuro y a esperar que su implantación
resultara del convencimiento general y del ejemplo de unas pocas comunidades modélicas.

Por el contrario, Marx y Engels pretendían hacer un «socialismo científico», basado en la crítica sistemática
del orden establecido y el descubrimiento de las leyes objetivas que conducirían a su superación; la fuerza de
la Revolución (y no el convencimiento pacífico ni las reformas graduales) serían la forma de acabar con la
civilización burguesa.

En 1848, a petición de una Liga revolucionaria clandestina formada por emigrantes alemanes, Marx y Engels
plasmaron tales ideas en el Manifiesto Comunista, un panfleto de retórica incendiaria situado en el contexto
de las revoluciones europeas de 1848.

Posteriormente, durante su estancia en Inglaterra, Marx profundizó en el estudio de la economía política


clásica y, apoyándose fundamentalmente en el modelo de David Ricardo, construyó su propia doctrina
económica, que plasmó en El Capital; de esa obra monumental sólo llegó a publicar el primer volumen
(1867), mientras que los dos restantes los editaría después de su muerte su amigo Engels, poniendo en
orden los manuscritos preparados por Marx.

Partiendo de la doctrina clásica, según la cual sólo el trabajo humano produce valor, Marx denunció la
explotación patente en la extracción de la plusvalía,es decir, la parte del trabajo no pagada al obrero y
apropiada por el capitalista, de donde surge la acumulación del capital. Criticó hasta el extremo la esencia
injusta, ilegítima y violenta del sistema económico capitalista, en el que veía la base de la dominación de
clase que ejercía la burguesía.

Sin embargo, su análisis aseguraba que el capitalismo tenía carácter histórico, como cualquier otro sistema, y
no respondía a un orden natural inmutable como habían pretendido los clásicos: igual que había surgido de
un proceso histórico por el que sustituyó al feudalismo, el capitalismo estaba abocado a hundirse por sus
propias contradicciones internas, dejando paso al socialismo. La tendencia inevitable al descenso de las tasas
de ganancia se iría reflejando en crisis periódicas de intensidad creciente hasta llegar al virtual
derrumbamiento de la sociedad burguesa; para entonces, la lógica del sistema habría polarizado a la
sociedad en dos clases contrapuestas por intereses irreconciliables, de tal modo que las masas
proletarizadas, conscientes de su explotación, acabarían protagonizando la Revolución que daría paso al
socialismo.

En otras obras suyas, Marx completó esta base económica de su razonamiento con otras reflexiones de
carácter histórico y político: precisó la lógica de lucha de clases que, en su opinión, subyace en toda la
historia de la humanidad y que hace que ésta avance a saltos dialécticos, resultado del choque revolucionario
entre explotadores y explotados, como trasunto de la contradicción inevitable entre el desarrollo de las
fuerzas productivas y el encorsetamiento al que las someten las relaciones sociales de producción.

También indicó Marx el sentido de la Revolución socialista que esperaba, como emancipación definitiva y
global del hombre (al abolir la propiedad privada de los medios de producción, que era la causa de la
alienación de los trabajadores), completando la emancipación meramente jurídica y política realizada por la
Revolución burguesa (que identificaba con el modelo francés); sobre esa base, apuntaba hacia un futuro
socialista entendido como realización plena de las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, como fruto de
una auténtica democracia; la «dictadura del proletariado» tendría un carácter meramente instrumental y
transitorio, pues el objetivo no era el reforzamiento del poder estatal con la nacionalización de los medios de
producción, sino el paso -tan pronto como fuera posible- a la fase comunista en la que, desaparecidas las
contradicciones de clase, ya no sería necesario el poder coercitivo del Estado.

Marx fue, además, un incansable activista de la Revolución obrera. Tras su militancia en la diminuta Liga de
los Comunistas (disuelta en 1852), se movió en los ambientes de los conspiradores revolucionarios exiliados,
hasta que, en 1864, la creación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) le dio la oportunidad de
impregnar al movimiento obrero mundial de sus ideas socialistas. Gran parte de sus energías las absorbió la
lucha, en el seno de aquella primera Internacional, contra el moderado sindicalismo de los obreros británicos
y contra las tendencias anarquistas continentales representadas por Proudhon y Bakunin. Marx triunfó e
impuso su doctrina como línea oficial de la Internacional, si bien ésta acabaría por hundirse como efecto
combinado de las divisiones internas y de la represión desatada por los gobiernos europeos a raíz de la
revolución de la Comuna de París (1870).

Retirado desde entonces de la actividad política, Marx siguió ejerciendo su influencia a través de sus
discípulos alemanes (como Bebel o Liebknecht); éstos crearon en 1875 el Partido Socialdemócrata Alemán,
grupo dominante de la segunda Internacional que, bajo inspiración decididamente marxista, se fundó en
1889.

Muerto ya Marx, Engels asumió el liderazgo moral de aquel movimiento y la influencia ideológica de ambos
siguió siendo determinante durante un siglo. Sin embargo, el empeño vital de Marx fue el de criticar el orden
burgués y preparar su destrucción revolucionaria, evitando caer en las ensoñaciones idealistas de las que
acusaba a los visionarios utópicos; por ello no dijo apenas nada sobre el modo en que debían organizarse el
Estado y la economía socialistas una vez conquistado el poder, dando lugar a interpretaciones muy diversas
entre sus seguidores.
Dichos seguidores se escindieron entre una rama socialdemócrata cada vez más orientada a la lucha
parlamentaria y a la defensa de mejoras graduales salvaguardando las libertades políticas individuales
(Kautsky, Bernstein, Ebert) y una rama comunista que dio lugar a la Revolución bolchevique en Rusia y al
establecimiento de Estados socialistas con economía planificada y dictadura de partido único (Lenin, Stalin,
Mao).

LEnnin

En las últimas décadas del siglo XIX, el abismo existente entre el zar Alejandro III, defensor del absolutismo
bizantino de sus antepasados, y la clase cultivada se había agravado hasta tal punto que la lucha contra el
zarismo había llegado a ser, entre los rusos cultos, un deber y un honor. La oposición política y el
movimiento revolucionario crecían bajo el empuje de una "intelligentsia" que hacía acólitos en las escuelas,
en las fábricas, los periódicos y las oficinas. Seis años después de la muerte de su antecesor, Alejandro II,
precisamente el 1 de marzo de 1887, un grupo de jóvenes nihilistas intentó acabar con la vida del zar. El
atentado fracasó y los terroristas fueron apresados. Entre los condenados a muerte figuraba Alexander
Uliánov, el hermano mayor del futuro Lenin. Al enterarse por la prensa de que el grupo había sido ahorcado
en San Petersburgo, el muchacho recibió una impresión indeleble, que con el tiempo se transformaría en la
más firme y decidida oposición al zarismo. Pero ya entonces, con la lucidez de un visionario, resumía la
situación en esta frase de condena a los métodos del terrorismo individual: «Nosotros no iremos por esta vía.
No es la buena».

En el camino de la revolución

Vladímir llich Uliánov, conocido como Lenin, nació el 22 de abril de 1870, en el seno de una familia típica de
la intelectualidad rusa de fines del siglo XIX. Era el cuarto de los seis hijos habidos por llia Uliánov y María
Alexandrovna Blank, quienes se habían establecido el año anterior a su nacimiento en Simbirsk, una ciudad
de provincias pobre y atrasada, a orillas del Volga. El padre, un inspector de primera enseñanza, compartía
las ideas de los demócratas revolucionarios de 1860 y se había consagrado a la educación popular,
participando de la vida de los campesinos rusos confinados en la miseria y la ignorancia. La madre, de
ascendencia alemana, amaba la música y seguía de cerca las actividades escolares de sus hijos. Por su
carácter apacible y tierno -jamás imponía castigos ni levantaba la voz-, despertó en los suyos un amor
rayano en la adoración.

El ambiente estudioso de la casa, donde no faltaba una buena biblioteca, propiciaba el desarrollo del sentido
del deber y la disciplina. Vladímir seguía el ejemplo de su hermano mayor, era un muchacho perseverante y
tenaz, un alumno asiduo y metódico que obtenía las mejores notas y destacaba en el ajedrez. A los catorce
años comenzó a leer libros «prohibidos» -Rusia vivía entonces bajo la más negra represión y la lectura de los
grandes demócratas era considerada un delito-.

Cuando Alexander fue ahorcado, al año siguiente de que muriera el padre, la familia debió trasladarse a la
fuerza a la aldea de Kokuchkino, cerca de Kazán. En esa época Vladímir abandonó la religión, pues, como
diría más adelante, la suerte de su hermano le «había marcado el destino a seguir». En Kazán inició sus
estudios de derecho en la universidad imperial, uno de los focos de mayor oposición al régimen autocrático.
El mismo año de su ingreso, 1887, Vladímir fue detenido por participar en una manifestación de protesta
contra el zar. Cuando uno de los policías que lo custodiaban le preguntó por qué se mezclaba en esas
revueltas, por qué se daba cabezazos contra un muro, su respuesta fue: «Sí, es un muro, cierto, pero con un
puntapié se vendrá abajo».

Expulsado de la universidad, se dedicó por entero a las teorías revolucionarias, comenzó a estudiar las obras
de Marx y Engels directamente del alemán, y leyó por primera vez El capital, lectura decisiva para su
adhesión al marxismo ortodoxo. Ya en sus primeros escritos defendió el marxismo frente a las teorías de los
"naródniki", los populistas rusos. En mayo de 1889 la familia se trasladó a la provincia de Samara, donde,
después de muchas peticiones, Lenin obtuvo la autorización para examinarse en leyes como alumno libre.
Tres años después se graduó con las más altas calificaciones y comenzó a ejercer la abogacía entre artesanos
y campesinos pobres.

Ya en esa época, en el grupo marxista del que formaba parte le decían el Viejo por su vasta erudición y su
frente socrática, precozmente calva. El rostro de corte algo mongólico, con los pómulos anchos y los ojos de
tártaro, entrecerrados e irónicos, el porte robusto y el poderoso cuello le daban el aspecto de un campesino.
Abogado sin pleitos, Lenin se inscribió en las listas de instructores de círculos obreros, llamados
«universidades democráticas». Organizó bibliotecas, programas de estudio y cajas de ayuda con el objetivo
de enseñar los métodos de la lucha revolucionaria, para formar así cuadros obreros, propagandistas y
organizadores de círculos socialdemócratas, con miras a la formación de un futuro partido. Para ello
necesitaba contar con el apoyo de los grupos marxistas emigrados, dirigidos por Grigori Plejánov, y en abril
de 1895 viajó al extranjero, decidido a estudiar el movimiento obrero de Occidente. Pasó unas semanas en
Suiza, luego visitó Berlín y París, donde tuvo como interlocutores a Karl Liebknecht y Paul Lafargue.

Al regresar, fue detenido con su futuro rival Julij Martov por la Ochrana, la policía secreta del zar. En la
cárcel, Lenin rápidamente se puso a trabajar. Se comunicaba con el exterior a través de su hermana Ana y
de Nadezda Krupskáia, una estudiante adherida al círculo marxista, que, para poder visitarlo en la prisión,
había declarado ser su novia. Más tarde, en 1898, un año después de que fuera deportado a la Siberia
meridional, cerca de la frontera con China, contrajo matrimonio con Nadezda en una ceremonia religiosa.

En el destierro, la pareja llevó una vida ordenada, sin sobresaltos, que le permitió a Lenin terminar de
redactar su primera obra fundamental, El desarrollo del capitalismo en Rusia, en la que sostiene que el país
semifeudal avanza decididamente hacia el capitalismo industrial.
En el exilio

Después de casi mil días en Siberia, a poco de comenzar el siglo y con treinta años de edad, Lenin
comenzaba su primer exilio en Suiza. Allí, reunido con Martov, puso en marcha un proyecto largamente
acariciado: la publicación de un periódico socialdemócrata de alcance nacional. El primer número de Iskra (La
Chispa) vio la luz el 21 de diciembre de 1900, con un editorial de Lenin encabezando la primera página. En
sus andanzas, entre Munich y Ginebra, fue en esta época cuando se convirtió en el líder de los marxistas
rusos, sobre todo después de la publicación del libro ¿Qué hacer?, una de sus obras más importantes, en la
que reclamaba la necesidad de una organización de revolucionarios profesionales y sintetizaba la idea del
partido como vanguardia de la clase obrera.

Fue justamente la polémica desatada en torno a cómo estructurar el partido lo que provocó profundas
divergencias en el 11 Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso inaugurado por Plejánov en julio de
1903. En él se consumó la ruptura entre Martov y Lenin. Desde entonces los partidarios de este último se
llamaron «bolcheviques», por mayoría frente al grupo de los «mencheviques», minoritarios. Y desde
entonces el partido de cuadros profesionales, centralizado y disciplinado, fue el pilar básico del bolchevismo.

La revolución de 1905, que había estallado en San Petersburgo tras el «domingo sangriento» en que las
tropas del zar dispararon sobre manifestantes indefensos, causando más de mil muertos y cinco mil heridos,
sorprendió a Lenin en Suiza. La presión de las masas obligó al decadente régimen zarista a hacer algunas
concesiones liberales: ahora los bolcheviques actuaban en la legalidad, y ello permitió a Lenin regresar a
Rusia en octubre de ese año para ponerse al frente de sus partidarios. Pero las esperanzas de que se
produjeran nuevos levantamientos no se concretaron y, ante los intentos de la policía por detenerle, a fines
del verano siguiente, Lenin huyó a Finlandia. El proceso insurreccional había sido un fracaso y el gobierno de
los zares volvía a endurecer sus métodos, hasta liquidar totalmente las conquistas logradas por la revolución.
Sumida en el pesimismo y las rencillas internas, la fracción bolchevique se resintió con la derrota, hasta tal
punto que viejos militantes la abandonaron.

Huyendo de la policía, Lenin pasó de Finlandia a Ginebra, donde comenzó su segundo exilio, que habría de
prolongarse hasta 1917. En aquella época hicieron su aparición el insomnio y los dolores de cabeza que
habrían de perseguirle por el resto de sus días. La vida errante de los exiliados lo llevó a París, donde él y
Nadezda soportaron duras estrecheces económicas que les obligaban a dar clases o a escribir reseñas para
ganar algo de dinero, en medio de una serie de dificultades. La dureza de aquellos días en la capital francesa
se vio en parte aliviada por la presencia de Inés Armand, una militante parisiense, inteligente y feminista, a
la que se dice le unió un profundo amor. Fruto de su segundo exilio es la obra publicada en
1909, Materialismo y empiriocriticismo, en la que Lenin expone sus reflexiones filosóficas fundamentales, en
un intento de culminar la teoría del conocimiento marxista.

Pasada la etapa de la más dura reacción, que se extendió hasta 1911, comenzaron a llegar noticias
alentadoras de San Petersburgo. Una huelga iniciada en los yacimientos del Lena fue bárbaramente reprimida
con centenares de muertos, lo que originó un gran descontento y una huelga general. Lenin presentía que se
acercaba una ola de efervescencia revolucionaria y abandonó París en junio de 1912 para instalarse más
cerca de sus partidarios, en Cracovia. Allí le visitaban los diputados bolcheviques para informarle sobre la
situación interna y pedirle instrucciones. En marzo de ese mismo año había aparecido el primer número de
Pravda (La Verdad), diario obrero que Lenin dirigía desde el exterior y que pronto gozó de una gran difusión.
Así, mientras las grandes potencias ultimaban sus preparativos para la primera conflagración mundial, entre
los proletarios rusos crecía la influencia de Lenin.

El estallido de la Primera Guerra Mundial supuso un giro decisivo en la historia del socialismo. Lenin, que
había confiado en la socialdemocracia alemana, cuando se enteró de que los diputados alemanes -y también
franceses- votaban unánimemente a favor de los créditos de guerra para sus respectivos países, de
inmediato denunció la traición. Para Lenin, la guerra no era más que una «conflagración burguesa,
imperialista y dinástica... una lucha por los mercados y una rapiña de los países extranjeros». El socialismo
occidental, acaudillado por los revisionistas alemanes, había pasado a una evidente colaboración con la
democracia burguesa, y por ende, el movimiento internacional estaba roto. Era necesario preparar una
conferencia de los socialistas que se oponían al conflicto bélico, para impugnar definitivamente al sector
revisionista.

El encuentro se celebró en Zimmerwald, en septiembre de 1915, y en él Lenin intentó sin éxito convencer a
los representantes de que adoptaran la consigna: «Transformar la guerra imperialista en guerra civil». Fue en
este período de defección de los líderes políticos y de desconcierto para los obreros socialistas, cuando el
revolucionario ruso, que hasta entonces era poco conocido fuera de los círculos marxistas de su país, se
convirtió en una primera figura internacional. En sus manos, la doctrina marxista recuperó su sentido
transformador y su fuerza revolucionaria, como se ve en la obra escrita durante el período bélico, El
imperialismo, fase superior del capitalismo, donde usa las herramientas del análisis económico marxista para
probar que la revolución, a diferencia de lo que postulaban Marx y Engels, también es posible en países
atrasados como Rusia.

La Revolución de Octubre

El cansancio y el derrotismo general en las naciones beligerantes a comienzos de 1917 desembocó en el


imperio de los zares en un amplio movimiento revolucionario que, al grito de «¡Viva la libertad y el pueblo!»,
ganó las principales ciudades. Los trabajadores de Petrogrado se organizaron en soviets, o consejos de
obreros, y la guarnición de la ciudad, encabezada por los mismos regimientos de la guardia imperial, se sumó
en masa al movimiento. Sin que nadie se atreviera a defenderlo, en la semana del 8 al 15 de marzo el
régimen zarista sucumbía para ser reemplazado por un gobierno provisional formado por partidos
pertenecientes a la burguesía y apoyado por el soviet de Petrogrado

A través de Pravda, Lenin publicaba sus «Cartas desde el exilio», con instrucciones para avanzar en la
revolución, aniquilando de raíz la vieja maquinaria del Estado. Ejército, policía y burocracia debían ser
sustituidos por «una organización emanada del conjunto del pueblo armado que comprenda sin excepción
todos sus miembros». Un mes después de la abdicación del zar, en abril de 1917, Lenin llegaba a la estación
Finlandia de Petrogrado, tras atravesar Alemania en un vagón blindado proporcionado por el estado mayor
alemán. A pesar de las disputas políticas que originó su negociación con el gobierno del káiser, Lenin fue
recibido en la capital rusa por una multitud entusiasta que le dio la bienvenida como a un héroe. Pero el jefe
de los bolcheviques no se comprometió con el gobierno provisional y, por el contrario, terminó su discurso de
la estación con un desafiante «¡Viva la revolución socialista internacional!».

Muchos de sus camaradas habían aceptado la autoridad de dicho gobierno, al que Lenin calificaba de
«imperialista y burgués», acercándose así a las corrientes izquierdistas de la clase obrera, cada vez más
radicalizadas, y con el apoyo de un importante aliado, Trotski. A pesar de que los bolcheviques aún
constituían una minoría dentro de los soviets, Lenin lanzó entonces la consigna: «Todo el poder para los
soviets», pese al evidente desinterés de los mencheviques y los socialistas revolucionarios por tomar tal
poder.

Para hacer frente a la presunta amenaza de un golpe de estado por parte de los seguidores de Lenin, en el
mes de julio la presidencia del gobierno provisional pasó a manos de un hombre fuerte, Kerenski, en
sustitución del príncipe Lvov. Al cabo de unos días aquél ordenó que le detuvieran y Lenin se vio obligado a
huir a Finlandia: cruzó la frontera como fogonero de una locomotora, sin barba y con peluca, y se estableció
en Helsingfors. Fue ésta su última etapa de clandestinidad, que habría de durar tres meses. En ellos escribió
la obra que con el tiempo sería calificada de utopía leninista, El Estado y la revolución, por su concepción del
Estado como aparato de dominación burguesa, destinado a desaparecer tras la etapa transitoria de la
dictadura del proletariado y el advenimiento del comunismo.

A medida que la situación interna se agravaba, Lenin desde el exterior urgía al partido a preparar la
sublevación armada: «El gobierno se tambalea, hay que asestarle el golpe de gracia cueste lo que cueste».
Ya los bolcheviques controlaban el soviet de Moscú y el de Petrogrado estaba bajo la presidencia de Trotski,
cuando, el 2 de octubre, Lenin volvió a entrar clandestinamente en la capital rusa. Cuatro días más tarde se
presentaba disfrazado en el cuartel general del partido para dirigir el alzamiento. El día 7 estallaba la
insurrección y las masas asaltaban el palacio de Invierno. Según escribe Trotski, Lenin se dio cuenta
entonces de que la revolución había vencido, y sonriendo le dijo: «El paso de la clandestinidad, con su eterno
vagabundeo, al poder es demasiado brusco, te marea». Y ése fue su único comentario personal antes de
volver a las tareas cotidianas. Al día siguiente era nombrado jefe de gobierno y lanzaba su famosa proclama
a los ciudadanos de Rusia, a los obreros, soldados, campesinos, ratificando los grandes objetivos fijados por
la revolución: construir el socialismo en el marco de la revolución mundial y superar el atraso de Rusia.

La revolución había llegado al poder, pero ahora había que salvarla, y la tarea más urgente para ello, según
Lenin, era firmar la paz inmediata. El Tratado de Brest-Litovsk, signado por Trotski el 3 de marzo de 1918,
concertó la paz unilateral de Rusia con Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía. El tratado ahondó aún
más las divergencias con los socialistas revolucionarios -que en agosto atentaron contra la vida de Lenin-, y
contribuyó a intensificar la decisión de las fuerzas contrarrevolucionarias para derribar al nuevo gobierno con
el apoyo de los países aliados, especialmente Francia y Estados Unidos. Durante dos años, entre 1918 y
1920, la guerra civil condujo al gobierno soviético al borde del desastre; por último, el ejército de los
contrarrevolucionarios, los «blancos», conducido por antiguos generales zaristas, fue derrotado por el Ejército
Rojo, formado por campesinos y obreros y dirigido por Trotski. Pero el país quedó devastado, la economía
maltrecha y el hambre se enseñoreó de grandes regiones. El reto más grande de la revolución pasó a ser
entonces la reconstrucción económica de Rusia, tarea que Lenin se propuso encarar a través de la NEP
(nueva política económica), que detuvo las expropiaciones campesinas y supuso una apertura hacia una
economía de mercado bajo control.

Pese a las dificultades de la guerra civil, Lenin concretó en 1919 su viejo sueño de fundar una nueva
Internacional. En su opinión, el destino de Rusia dependía de la revolución mundial, y en especial del futuro
del movimiento llevado adelante en Alemania por los espartaquistas. El 2 de marzo de 1919, en Moscú,
inauguró el Primer Congreso de la III Internacional, invocando a los líderes del comunismo alemán
asesinados: Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. La Comintern elevó el comunismo ruso a la categoría de
modelo a imitar por todos los países comunistas del mundo y, al defender los movimientos de liberación
nacional de los pueblos coloniales y semicoloniales de Asia, logró ampliar enormemente el número de aliados
de la Revolución soviética.

A finales de 1921, la salud de Lenin se vio gravemente afectada: sufría de insomnios progresivamente
acusados y sus dolores de cabeza eran cada vez más frecuentes. En marzo del año siguiente asistió por
última vez a un congreso del partido, en el que fue elegido Stalin secretario general de la organización. Al
mes siguiente se le intervenía quirúrgicamente para extraerle las balas que continuaban alojadas en su
cuerpo desde el atentado sufrido en 1918. Si bien se recuperó rápidamente de la operación, pocas semanas
después sufrió un serio ataque que, por un tiempo, le impidió el habla y el movimiento de las extremidades
derechas. En junio su salud mejoró parcialmente y dirigió la formación de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas. Pero en diciembre sufrió un segundo ataque de apoplejía que le impidió cualquier posibilidad de
influir en la política práctica. Aun así, tuvo la fuerza de dictar varias cartas, entre ellas su llamado
«testamento» en la que expresa su gran temor ante la lucha por el poder entablada entre Trotski y Stalin en
el seno del partido. El 21 de enero de 1924 una hemorragia cerebral acabó con su vida. El hombre que
detestaba el culto a la personalidad y abominaba de la religión fue embalsamado y depositado en un rico
mausoleo de la plaza Roja. La lucha contra el Lenin de carne y hueso no había hecho más que comenzar.
Antonio Gramsci

Intelectual y activista político italiano, fundador del Partido Comunista (Ales, Cerdeña, 1891 - Roma, 1937).
Gracias al apoyo de su hermano y a su capacidad intelectual superó las dificultades producidas por su
deformidad física (era jorobado) y por la pobreza de su familia (desde que su padre fuera encarcelado,
acusado de malversación de fondos). Estudió en la Universidad de Turín, donde recibió la influencia
intelectual de Croce y de los socialistas.

En 1913 se afilió al Partido Socialista Italiano, convirtiéndose enseguida en dirigente de su ala izquierda: tras
haber trabajado en varias publicaciones periódicas del partido, fundó, junto con Togliatti y Terracini, la
revista Ordine nuovo (1919).

Ante la disyuntiva planteada a los socialistas de todo el mundo por el curso que tomaba la Revolución rusa,
Gramsci optó por adherirse a la línea comunista y, en el Congreso de Livorno (1921), se escindió con el
grupo que fundó el Partido Comunista Italiano. Perteneció desde el principio al Comité Central del nuevo
partido, al que también representó en Moscú en el seno de la Tercera Internacional (1922), dotó de un
órgano de prensa oficial (L’Unità, 1924) y representó como diputado (1924). Fue miembro de la Ejecutiva de
la Internacional Comunista, cuya ortodoxia bolchevique defendió en Italia al expulsar del partido al grupo
ultraizquierdista de Bordiga, acusándole de «trotskismo» (1926).

Enseguida hubo de pasar a la clandestinidad, dado que desde 1922 Italia estaba bajo el poder deMussolini,
que ejercería a partir de 1925 una férrea dictadura fascista. Gramsci fue detenido en 1926 y pasó el resto de
su vida en prisión, sometido a vejaciones y malos tratos, que vinieron a añadirse a su tuberculosis para
hacerle la vida en la cárcel extremadamente difícil, hasta que murió de una congestión cerebral.

Doctor en Educación por la Universidad de Stanford. Profesor en las


universidades Juárez de Durango y Nacional Autónoma de México; profesor
visitante en el Centro de Investigación y Docencia Económicas, del Tecnológico
de Monterrey y la Universidad Iberoamericana, Fulbrigth Scholar y profesor
visitante en la Escuela de Graduados en Educación de la Universidad de
Harvard y en Columbia University Teachers College.
Participa con frecuencia en reuniones académicas nacionales e internacionales.
Su trabajo versa sobre descentralización, federalismo, asuntos sindicales,
educación superior, equidad, justicia y libertad. Es miembro del Sistema
Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa y
de la Comparative and International Education Society.
Obtuvo el Premio G. W. Walker por el mejor artículo de investigación del año
2000, de la MCB University Press de Inglaterra. La Universidad Autónoma
Metropolitana le ha concedido nueve veces el estímulo a la docencia y la
investigación en el más alto nivel.
Además, estas solo son algunas de sus obras publicadas:
Libros
Órnelas Carlos. (1995). El sistema educativo mexicano: la transición de fin de
siglo. México. Fondo de Cultura Económica.
Órnelas Carlos. (1994). Educación y sociedad: ¿consenso o conflicto? Buenos
Aires. Miño y Dávila Editores.
Revistas:
Órnelas Carlos. (2004). La educación básica en el Distrito Federal. Número 23,
Volumen IX. octubre-diciembre.
Órnelas Carlos. (2006). Los laberintos de la descentralización educativa, de
Rosario Rogel. Número 28, Volumen XI. Enero-marzo.

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