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Pichanga

Siempre la misma huevada. Ya son las ocho y cuarto y todavía no llega. No es que sea indispensable para
la noche pero es el mejor arquero que tenemos. Uno que viene puntual, con el short, la casaquita
reluciente para ser salvajemente mojada con el sudor, salada emanación de tristezas, y con las tabas de
diez lucas, esas que ya vienen con cocos, esas que no se asemejan ni a las mercuarial-es, y un frío
entrante entre las piernas que a cualquier mujer asustaría, por más acostumbradas que puedan estar.
Esta esquina.. esta esquina, ahora letrina antes cabina de internet, nos reconoce como si hubiesemos
nacido de ella, como si la hubiésemos construido entre risas y cojudeces propias de nosotros, vagos de
buena monta, elegantemente holgazanes; ¿quién del barrio no la conoce? Ahí los conocí por una tercera,
que ahora no sé si deba o no tener algún número que la represente. Habrá sido las 6 o 6:30, solía jugar el
CoD como si no hubiese un mañana, tenía quince, estaba en cuarto de media, tenía pareja, danzaba, era
ignorante de lo obvio y eso me bastaba, jugaba y yacía petrificado en el asiento del internet por horas,
días, semanas, fue ahí donde la conocí, recuerdo que se asomaba junto a una amiga, o dos, o tres.. pero
en fin, no es un historia de amor o de nostalgia; yo salía a verla, es cierto, pues en ese entonces eso nacía
y no se podía hacer más, y la veía con un grupo de chicos y una amiga, o dos o tres, feliz, parloteando,
cuchicheando como cualquier adolescente. Paremos aquí: yo siempre he sido un poco «chupado», me
mantenía al margen de las reuniones y si asistía mi presencia bastaba para dar a entender que no estaba,
y hasta ahora, en parte, pues prefiero un bar o una casa, cerveza y música a un antro que poco o nada
sirve para afianzar más la amistad, si no para desfogar, qué sé yo: ¿deseo, fuerza, algo de impotencia y
rabia? Tenía la danza en ese entonces y no necesitaba más, y hasta ahora prefiero un par de reflectores a
luces de colores. El ser callado, un poco timorato, me llevó muchos problemas en la etapa secundaria y
parte de la primaria, nunca faltaron los huevones que creen que un golpe tiene más poder que la
palabra, pero poco a poco a se dieron cuenta cuando conocían el lenguaje de las balas, el fonema del
gatillo ligero que sonaba a besos, y así unos cuantos tiranos de aula fueron cayendo, mas yo seguía igual
de callado, en ese entonces creí que las cosas pasan por algo, y hasta ahora lo creo, nada hay de
arbitrario en lo cotidianamente conocido; y esa pasividad mía se mantuvo en parte hasta cuando los
conocí, y luego, cuando empecé a trabajar, que fue donde me «desahuevé» y a la mala, pero a veces es
bueno pasar malos ratos. Yo los vi ahí, unos parados otros sentados, todos tranquilos, uno de ellos
estaba con alguna de las tres amigas, o con las dos o con las tres, y los otros como amigos se declaraban
cariño tras insulto y golpe en la espalda mientras yo, al lado al lado de ella, pensando en qué hacer, si
saludar o quedarme callado, hasta que habló un gordito, en ese entonces, y empezamos a conversar, y
supe que casi todos, todos menos ella, vivían, y hasta ahora, a los alrededores del centro, la esquina, y
fue rara la sensación, quizá estos no iban ni a discotecas ni se besaban con cualquiera ni se drogaban a
sobremanera, pensé, y confiado extendí mi mano. Pasaron demasiados momentos, distintas situaciones
en las que lo que une había terminado su trabajo, y lo unido se forjaba con recuerdos integrales. La
primera pichanga, por ejemplo, un vacilón de aquellos del cual estoy sumamente agradecido, sin luz, sin
cuidado, a veces sin medias, sin mamá ni papá viendo qué tanto nos desenvolvemos, puro juego,
insultos y diversión primaban en aquel entonces, o aquella primera reunión, carajo, era un niño entre
abuelos, pero aprendí y aún sigo aprendiendo, aquella primera reunión en la que nos faltó un poco más
de esa basura llamada Rum para no salir de aquella sala, pero que bastaba para abrir con dificultad la
puerta de nuestras casas, o por lo menos la mía según me contaron. Fuimos creciendo y las reuniones
sabatinas se hundían cual submarino en un mar de responsabilidades propias del trabajador puro, el
padre, el buen esposo y aquellos que querían ser algo en sus vidas, pero siempre estuvo latente la
presencia de los otros respecto a cada uno, si después de todo nos cruzabamos cuando íbamos a
comprar el pan o a salir, y a veces nos reuníamos, muchas veces no asistía. Y sí, siempre queda el
recuerdo que convoca nuevas generaciones y hace paciente a los antiguos en la espera de una felicidad
transmutada, tan pacientes que ha pasado ya veinte minutos y aún el pendejo no llega.

Acaba de llamar, nos sorprendió, nos dijo que ya está en Chacarilla con su gente, mientras que nosotros
lo esperábamos parados en la esquina, perdiendo el tiempo.

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