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TINTA

"Cuenta la leyenda, que cien años atrás existió un hombre quién hizo un pacto con el
diablo; su alma a cambio de un talento tan enorme que el mundo entero caería a sus
pies.

El diablo cumplió.

Robert Goldsmith era un artista reconocido por sus pinturas que bordeaban la línea de
lo real <<como si en cualquier momento las figuras salieran del cuadro>> solían
decir las personas que lograban entrar a su galería y ver su arte —tarea difícil, ya que
eran miles, quienes rogaban por unos minutos en el paraíso de Goldsmith—.

Cierto día, el rumor del pacto de Goldsmith se empezó a saber entre el pueblo, todos
empezaron a crear un sinfín de historias las cuales solo creaban una aura de misterio y
terror. Goldshmith cayó en desgracia, << ¡todo culpa del diablo!>> decía iracundo
mientras pensaba en la manera de librarse del demoniaco pacto. Miranda, su esposa,
al enterarse de ello, trató de ayudarlo llamando a un cura especialista en estos
sucesos. El problema fue resuelto, pero como bien dicen por ahí, el diablo no se queda
con nada, claro. Su esposa murió a los pocos días, en una tragedia que marcó la
historia del pueblo en dos y él, él solo enloqueció, dejando al heredero Goldsmith
cargar con la maldición que le correspondía a su padre"

ººº

Thomas Goldsmith, un hombre de unos


vientitantos años a pasado su vida entera
recorriendo el mundo, asombrando a las
impresionables masas con su infinito talento.
Pero algo esconde este minterioso rubio con
cara "querubín", él, hijo de Robert Golsmith,
tiene una maldición otorgada por el
mismísimo diablo. Nunca fue su culpa o
propia codicia lo que lo llevó a tan penosa
condena, pero si la de su padre.

Cuando Roberth Goldsmith rompió su pacto con el diablo; las desgracias vinieron sobre
él. Su esposa, Miranda, murió en una tragedia que pocos lograron entender, él
enloqueció, delirando ver a su verdugo tras él noche y noche, pidiendo, exigiendo su
alma...al final y para no dar mas largas a la historia; Thomas, un niño de tan solo trece
años, cargó; no solo con la desgracia de su familia — y de por si verse huérfano — sino
que tuvo que llevar la piedra que su padre tiró a medio camino. El diablo se vengó años
después, hizo de las suyas y le concedió juventud eterna, Thomas siempre tendría el
aspecto de un joven de veintitantos años de edad.

Pero no todo era malo —hay que considerar hasta el mas pequeño ápice de esperanza
como un gran golpe de suerte— el trato con el diablo fue muy simple. << Cien almas,
ese es mi precio, consiguelas, dámelas y serás libre. No vales mucho, pero la traición,
se paga caro>> . En ese entones el joven creyó pan comido la recolección de las
benditas cien almas, pero la cosa no era tan fácil. Thomas fue dotado con un inmenso
talento, su padre sería un pobre "Don Nadie" si se comparara con su hijo, así que
haciendo uso de ello —y en un acto muy creativo por parte del diablo— Thomas debía
atrapar las almas en cuadros o básicamente en cualquier representación ilustrada de o en
la persona, pero debía ser una obra concluida...¡vaya! cuan dificil era lograr un retrato
con el apellido maldito. Thomas, rápidamente se volvió un vago, pobre, patético,
deprimido y temido.

Los años pasaron o tal vez décadas, podría ser una palabra mas adecuada. Thomas
logro recolectar la muy impresionante suma —una gran hazaña a decir verdad— de diez
almas, para este entonces Thomas debería tener al rededor de ciento veinticuatro años,
pero seguía luciendo como un crío. El trabajo de pintor ya no le iba, no, la situación no
estaba como para darse el lujo de pagar un pintor egocéntrico, solo para que plasmara
una cara en un lienzo. El trabajo callejero era escaso, un par de almas cuando
mucho, ¡una miseria! y él, no estaba para recibir limosnas...a pesar de todas sus
desventuras y demás, un "ángel" se cruzó en su camino, tal vez solo era una
conspiración del diablo —que podría estar ya desesperado al ver que sus cien almas no
iban ni por la mitad—.

Drake, como se hacía llamar aquel sujeto —que realmente nunca revela su nombre— se
fijo y se apiado de Thomas, le enseñó su arte, lo apadrinó y lo metió de lleno en el
mundo del tatuaje, sabía que tenía potencial, mucho talento y siendo francos, ese era
todo su interés.
Thomas tardó un par de años o mas de eso para perfeccionarse, pero él, él había nacido
para trabajar con tinta sobre la piel. Lo triste de la situación, era que no había tatuado a
nadie aún, no podía, era tan solo un aprendiz.

— Yo, no estoy bien, debes saberlo— le comentó Drake a su pupilo mientras estaban en
su estudio de tatuaje, no era muy lujoso, pero si tenía renombre.

— ...—Thomas guardó silencio mientras su mirada miel se posaba en los orbes negros
del mayor.
—Tengo cáncer, mierda, ando fumando desde los quince años, tengo cuarenta y cinco,
tenía que pasarme la cuenta, yo lo sabía.— concluyó el hombre negando suavemente
mientras su cuerpo se estremecía, tal vez por la poca capacidad pulmonar que tenía.

— Déjame tatuarte, será mi primer trabajo, quiero que tengas algo mío, aunque no
sepamos con seguridad si te volveré a ver.— Thomas tenía un brillo especial en sus
ojos. No era el brillo típico de emoción por un primer trabajo, ni el brillo cristalino de la
tristeza, no, era el brillo de ansiedad, el brillo que tiene un depredador al encontrar una
nueva presa.

Drake aceptó, el artista maldito le tatuó en menos de dos horas un ave del paraíso,
simplemente era tan real, que asustaba. Esa misma noche Drake murió, no por el cáncer,
el diablo solo cobró lo que le pertenecía, irónicamente, la tienda de tatuaje que le
pertenecía al muerto, estaba a nombre de Thomas en la escasa herencia que había
dejado. La vil rata traicionera, se había quedado con mas de lo que había planeado y el
remordimiento, bueno, nunca lo martirizó.

La tienda de Drake tenía renombre por Drake, pero al saber que él estaba muerto,
simplemente la tienda quedó tan vacía como un desierto, era de esperarse, era algo mas
que obvio para Thomas. Pero Thomas era un maldito zorro astuto.

—No tiene caso, me frustras Thomas, pero no hay nada que yo quiera hacer para
librarte de tu castigo...No soy un "alma bondadosa" exactamente.

—No te estoy pidiendo nada imposible, quieres tus almas yo mi libertad, es un maldito
trato justo, hazlo, hazlo y tendrás mas de cien almas,
verás como una por una van bajando al averno, ¿Que pierdes con esto?.

—Yo no pierdo nada, pero Thomas, ¿piensas en lo que dices? ¿alguna vez te detienes a
pensar en lo que sale de tu boca?...serás mi esclavo, al menos hasta que me reúnas
suficientes almas, no soy tan despiadado— murmura irónicamente aquel hombre alto y
pálido con los ojos enblanquecidos, la representación momentánea del diablo en la
tierra— te daré un tope, debes entender que si pretendes mi ayuda, debes darme algo a
cambio.

— Lo entiendo y acepto, no me digas nada mas, no lo necesito, solo ayúdame y haré lo


que me pidas.— su tono ya era algo desesperado, si Thomas se apareciera frente a
cualquier persona, podría pensar o creerse que él es un hombre inocente y honesto, pero
nada mas alejado de la realidad.

—Dame cien almas mas, no necesito mas, así estará bien.

Y con ese trato "simple", Thomas adquirió la capacidad de dar mas que un solo dibujo
sobre la piel, él podía otorgar lo mas deseado para una persona, solo debía tatuar ese
algo. La persona disfrutaría de su anhelo por unos meses y ¡Bam! para el infierno sin
posibilidad de retorno, fácil y rapido, todo lo que Thomas buscaba.

Su nombre pronto se comenzó a hacer popular entre los barrios bajos, cualquier cosa
que desearas se podía hacer realidad, lo curioso es que la gente nunca se detenía a
pensar en las consecuencias, ni aunque fuera por sentido común, el hecho de que
Thomas tuviera una tarifa tan baja, nada, la gente por sus sueños —aunque sean mas
que estúpidos— hace cosas desesperadas. Thomas se rodeo de varios de esos
desesperados y así, poco a poco, llenaba su alcancía de almas, era un paciente
ahorrador.

Su magia comenzó a ser conocida y cada vez, tenía mas y mas trabajos exigentes,
tardaba meses en cosechar un alma, pero le complacía, le complacía de gran manera...Su
meta llegaría a tope muy pronto, mientras los pobres ilusos disfrutaban de su paraíso
efímero.

— De nuevo.

Al escuchar ello los integrantes del quinteto de cuerdas, integrado por estudiantes
universitarios se dispuso a comenzar desde ceros el Concierto n.º 8 para violín,
cuerdas y bajo continuo en sol mayor, RV 299. De nuevo era su culpa.
Primero desentonaba, después desafinaba, luego iba a destiempo ¿que faltaba
ahora?. Que su violín se incendiara de la nada, no les sorprendería en absoluto a
sus compañeros.

— Señorita Garret, por favor.— comentó la anciana estirada mientras sus orbes
azulosos se fijaban en los grisáceos de la joven.

— S-si señora— comentó la chica algo desesperada ya. La verdad era que la mujer
era intimidante, mandona y una pesada total.

De nuevo el quinteto intentó concluir el ensayo, pero al final todos se rindieron y


acordaron un nuevo día. Simone se quedó allí, en el conservatorio intentando
perfeccionar su técnica, pero, ¿a quién engañaba?, amar una cosa no te hace
inmediatamente bueno en ello.

Simone Garrett, solía ser una chica un tanto rebelde, un tanto descarriada, de
pocos amigos y algo gruñona— mas de lo que quisiera— pero había algo, una sola
cosa en todo el mundo que podía convertir la bestia en bella, eso, era su pasión
para el violín. El violín, para Simone, era aquello por lo cual daría todo, hasta su
propia vida. Su pasión ardía en su pecho y su mente se nublaba con tan solo
pensar en las finas notas de aquel instrumento, pero, no todo puede ser perfecto.
Simone —apesar de poseer el apellido de uno de los mas talentosos violinistas
alemanes y ser de una de las ramas secundarias de su familia— era pésima
interpretándolo, no importaba cuanto practicara, seguía siendo mala, un desastre
total.

Ella sabía que no había nada que pudiera hacer, pero era determinada o mas bien
terca, no renunciaba, no pensaba ni un segundo en hacerlo, porque sabía que algún
día lograría hacer algo mas de dañar una sesión de ensayo antes de un recital —
cosa que ya se le había hecho mala mañana—. Tal vez, una pregunta importante
puede llegar a formularse, si Simone era tan pésima ¿por qué aún le permitían
estar en el quinteto de cuerdas?, la respuesta era fácil, muy, muy fácil...Tenía
dinero, mucho, dinero; pero lastimosamente, su dinero no compraba lo que ella
ansiaba, talento y eso la encabronaba.

Al salir del ensayo y con un aire de enojo y frustración se reunió con la única
persona en el mundo, que soportaba su forma de ser — ni sus padres lo
soportaban— esa persona era Alicia, su mejor amiga, una chica fina, delicada,
amable, muy noble y bellisima. Alicia conocía a Simone desde el jardín de infantes,
sus padres eran socios en la primer compañía que emprendieron, así que era
inevitable que ellas se volvieran tan cercanas.

—Si, lo sé, lo sé....— le decía Alicia a su amiga mientras soportaba sus mil y un
maneras de quejarse.

—No, no lo sabes, no sabes lo que es que esa anciana no te quite los ojos de
encima en todo el ensayo.

— Vamos, te lo mereces, es la quinta vez que terminan mas temprano. Sabes que
no quiero ofenderte, pero...— Alicia hizo una pausa y Simone solo rodó los ojos
hacia arriba negando con su cabeza un par de veces.

— Gracias, eres tan dulce, como el arsénico, te amo tanto.— respondió Simone con
sarcasmo y molestía mientras llegaban a una cafetería cercana, acostumbraban
tomar un café y conversar después de clases, ya era un habito.

Los minutos pasaron, Simone y Alicia seguían conversando. Simone no dejaba de


lado su mala cara, pero Alicia —tan paciente como siempre— solo asentía ante sus
quejas y le daba un golpe cada que decía una vulgaridad. Simone estaba realmente
frustrada, pero nada, nada la haría renunciar, ella estaba en un punto de
desesperación aguda, si, prácticamente era como una enfermedad...estaba loca por
mejorar tan solo un poco, se veía a ella misma en ese momento tan patética que
podría golpearse, se odiaba internamente.

—Mira, Simone...yo— Alicia decía de forma entre cortada mientras miraba por la
ventana, la lluvia estaba comenzando- sé de algo que podría ayudarte, pero no
estoy segura. Tal vez te ayude, dijiste que intentarías cualquier cosa.
“[…] Ampáralo niña ciega de alma

Ponle tus cabellos escarchados por el fuego

Abrázalo pequeña estatua de terror.

Señálale el mundo convulsionado a tus pies

A tus pies donde mueren las golondrinas

Tiritantes de pavor frente al futuro

Dile que los suspiros del mar

Humedecen las únicas palabras

Por las que vale vivir […]”

ººº

La noche caía con más pesadez que nunca y por primera vez en su vida el
sentimiento de doloroso arrepentimiento y angustiosa culpa comenzaban a corroer
su alma — si es que tenía una—.

Llevó a sus labios una segunda tanta de vino en una copa de cristal rebosante,
vieja y con una grieta que dejaba escapar un poco de la bebida. Ella lucía feliz
luego del primer trazo, el dolor en su piel no era nada comparado a la ilusión de ver
concluido ese tatuaje y de ver realizado así…el sueño de su vida.

<<No sabes lo que dices, serás un prodigio efímero>>

Se repetía mentalmente Thomas aun cuando hacía cuatro horas que había acabado
la primera sesión, cuatro horas las cuales había gastado sumergiéndose en botellas
de vino barato.

Thomas pensaba que en este punto de su vida las emociones más sinceras de un
humano habían desaparecido de él, haber condenado el alma de gente que solo
buscaba una oportunidad de ser feliz no le había molestado tanto como hasta
ahora. Simone, era un caso excepcional, tal vez nunca había conocido una persona
con tanta pasión y con un deseo tan ferviente como ella. Tal vez esa falta de fuego
en el interior de sus víctimas era eso que no le permitía sentir culpa o si quiera un
poco de pena…Le consolaba pensar eso, porque entonces, se podría decir que él no
era un monstruo, que aún conservaba algo de humanidad.

Entonces comenzó a llover y las ventanas de su habitación— la habitación que tenía


dentro del estudio de tatuaje— empezaron a llenarse de vapor producto del calor de
las velas que iluminaban su estancia. Thomas llevó a sus labios otro poco de vino,
este ya lo estaba haciendo perder la lógica poco a poco y como era de esperarse, el
pobre desgraciado con complejo de humanismo cayó en un profundo sueño.
ººº

El camino a casa se le había hecho más largo de lo usual, pero no por ser algo
tortuoso sino más bien porque trataba de procesar todo lo que había pasado hacía
menos de cinco horas. Ese tatuator se había propasado con ella y ¡ella no había
dicho nada!, ese simple pensamiento la indignó, Simone solo se cruzó de brazos y
negó frunciendo el ceño antes de tirarse sobre su cama boca abajo, tenía miedo de
acostarse bien y que el tatuaje se corriera —Era paranoica hasta para las cosas más
simples, todo era un drama con ella—

La noche llegó rápidamente, Simone no se movió de su lugar, ella solo podía ver
fijamente su violín, el cual estaba perfectamente acomodado en un mueble de
madera de roble, algo excéntrico, muy clásico y de por sí muy caro. ¿Realmente
funcionaría? Ya se había hecho parte del tatuaje y no tenía ninguna garantía de que
realmente le ayudaría.

Debía probar, intentar hacer magia o más bien un milagro. Debía ser un milagro el
que ella pudiera interpretar aquel instrumento…Luego de un enorme suspiró tomó
el arco en su mano y concentrándose, se dispuso a tocar una melodía al azar.

ººº

El reloj de pared comenzó a emitir un pitido particular, Thomas se despertó con


mala cara, revolviendo su cabello con su diestra mientras miraba a todos los
rincones de la habitación buscando el punto de donde venía el sonido, el reloj,
claro. Que idiota.

Sonrió para sus adentros, se fijó en la hora, ya casi eran las tres de la mañana. Se
recogió de hombros y se dispuso a moverse a su cama para estar más cómodo. El
cuerpo de dolía y el cuello lo tenía completamente tenso, dormir en aquella posición
tan poco usual no le venía bien a nada.

—Thomas, ¿no puedes dormir?

Aquella voz proveniente del rincón más solitario de su sombría habitación retumbó
con un eco casi espectral por las cuatro paredes, el olor a azufre le inundó las fosas
nasales y la sensación de confusión se apoderó de él…¿Qué deseaba aquel
engendro?
—A eso iba, pero supongo que el que yo me duerma no está en tus planes. Dime
¿Qué ha pasado?...y que sea rápido, quiero dormir. — contestó Thomas con tal
desinterés que parecía hablando con cualquier sujeto en la calle.

El espectro de paseo por toda su habitación, dejando una estela de repulsivo y


penetrante olor a su paso. Salió de la habitación, recorrió la tienda y finalmente se
detuvo frente a la camilla de tatuar, paseó su mano un par de veces sobre el cuero
sintético de esta.

—Simone Garrett, dame su alma y tu deuda estará saldada.

Thomas escuchó atento mientras cruzado de brazos se apoyaba sobre el umbral de


la puerta, frunció el ceño al escuchar ello pero luego solo se relajo, justo en su
estado inicial de adormecimiento.

—¿Por qué ella?

Se limitó a contestar volviendo a entrar en su habitación, se sentó sobre su cama


analizando los posibles motivos, pero nada era suficientemente lógico.

—No tengo porque explicártelo, Thomas. Dame su alma y serás libre.

Dicho esto, aquel ser oscuro se desvaneció en el espeso aire de la madrugada


dejando a Thomas con la duda viva, le molestaba como una herida abierta y sin
lugar a dudas necesitaba más información.

¿Preocupación? No, interés, posiblemente. Si descubría porque el alma de Simone


era tan importante para el diablo, podría sacarle bastante provecho a la situación y
podría tener más que solo la libertad de su alma.

—Simone Garrett…—Susurró para sus adentros antes de salir de su tienda de


tatuajes en busca de alguien quien pudiera ayudarlo.

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