Está en la página 1de 250

HDSí

UNlVERSlfY UF
¡LLINOIS LtBRARY
AT URBANACMAMPAIGN
STACKS
Digitized by the Internet Archive
in 2016

https://archive.org/details/amargurasdewerthOOgoet
GOETHE

LAS AMARGURAS
DE

WERTHER
TRADUCCIÓN DIRECTA DEL ALEMÁN

POR

F. DEL RÍO URRUTI

, cy

BARCELONA
Antonio López, editor, Librería Española
RAMBLA DEL CENTRO, NÚM. 20
ES PROPIEDAD

Imprenta La Campana y La Esquella, Olmo, 8.


£35655
«rp
c:
*
\

LAS AMARGURAS
DEL JOVEN

WERTHER
4
INTRODUCCIÓN

He recogido con el mayor cuidado cuanto


he podido hallar referente á la historia del

desventurado Werther, y aquí os la ofrezco.


Sé que me lo agradeceréis. No es posible
dejéis de sentir admiración y amor por su
espíritu y carácter, ni que podáis resistir

vuestras lágrimas al conocer su triste des-


tino.

Y tú, alma bella, qu© sufres d©l mismo


mal que él,desahoga tus dolores y consué-
late en su recuerdo; ¡qu© este pequeño libro
sea para tí un amigo, si tu estrella, ó tu
culpa, no te deparan otro que se encuentre
más cercano de tu corazón!
LAS AMARGURAS DE WERTHER

á de Mayo

Cuán feliz eoy de haber partido! Qué es,

amigo mío, el corazón del hombre? Te he


abandonado, á tí, á quien tanto quiero y

delque era inseparable, y estoy contento!


Sé que me lo perdonas. ¿No parecen mis
otras relaciones, escogidas expresamente
por la suerte para atormentar un corazón
como el mío? Pobre Leonora! No obstante,
yo era inocente. ¿Me era dable evitar el que
se desarrollase una funesta pasión en su
pecho, mientras yo no soñaba sino en los
encantos de su hermana? Estoy, pues, en
absoluto, exento de culpa? ¿He contribuido
á hacer más intensos sus sentimientos? ¿No
me he reído con frecuencia de sus ingenui-
dades en el lenguaje, aunque nada tenían
de risibles? [No!... ¡Oh! qué es el hombre
para que se conduela de sí mismo! Quiero,
10 AMARGUEAS DE WERTHER

querido amigo, corregirme; te prometo que


lo haré; no estoy dispuesto á seguir sabo-
reando hasta la última gota de amargura
que la suerte nos envíe; ansio gozar del
presente y hacer del pasado, pasado. Sin
duda alguna tienes razón; las amarguras
serían menores si los hombres— Dios sabe
porqué están hechos así!— no se afanasen
tanto en remover el recuerdo de pasados do-
lores, en vez de hacerse el presente sopor-
table.

Ten la bondad de decir á mi madre que


me ocupo de sus asuntos y pronto le daré
noticias. He hablado á mi tía, esa mujer

que dicen ser tan mala y á la que no he en-


contrado así. Es viva, irascible, pero de
muy buen La h@ expuesto los pen-
corazón.
samientos de mi madre sobre cierta reten-
ción de una parte de la herencia; ella, por
su parte, me ha hecho conocer sus dere-
chos, sus motivos y las condiciones bajo
las cuales nos entregará lo que pedimos, y
aún más. No puedo por hoy escribir más
acerca de este punto; di á mi madre que
todo marchará bien. He podido ver una vez
GOETHE 11

más, amigo mío, que las equivocaciones y


la indolencia, causan más desórdenes en el

mundo que la artería y la maldad. Cierta-


mente, estas dos últimas abundan menos.
Me encuentro muy bien aquí. La soledad
de este celeste paraíso terrestre es un bál-
samo para mi corazón y sus estremecimien-
tos se aquietan al dulce calor de esta esta-
ción en que todo renace. Cada árbol, cada
planta es un ramo de flores; desearía uno
verse cambiado en mariposa para poder
nadar en este mar de perfumes y en él ali-

mentarse.
La ciudad, en sí, es desagradable; pero
en sus alrededores es admirable la belleza

de la naturaleza. Por esto el difunto conde


de M... hizo plantar su jardín sobre una de
estas colinas que, sucediéndose y entrecru-
zándose, forman un panorama variado de
valles deliciosos. El jardín es muy sencillo;

desde la entrada se observa que no es la


obra de un sabio jardinero, sino plan traza-
do por un alma sensible que quiere gozarse
á sí misma. Muchas son ya las lágrimas que
he consagrado á la memoria del conde, en
12 AMARGURAS DE WSRTHER

un pabelloncito ruinoso que era su lugar


predilecto y también lo es mío. Pronto seré
dueño del jardín; el jardinero me es devoto
con sólo dos días que aquí llevo; no se
arrepentirá de ello.

10 de Mayo

Reina en mi alma una admirable ap&cibi-


lidad, parecida á las dulces mañanas de pri-

mavera que con tanta delicia gozo. Estoy


solo y disfruto de mi vida en esta tierra
creada para almas como la mía. Soy tan fe-

liz, amigo mío, abrumado en el sentimiento


de la paz de mi existencia, que olvido mi
arte. Sería incapaz ahora de dibujar, de tra-

zar una línea; no obstante, jamás he sido


como en este momento un gran pintor.
Cuando el vaho del valle se eleva ante mí;
cuando por encima de mi cabeza el sol de
Mediodía lanza sus resplandores sobre la

bóveda impenetrable del bosque obscuro,


sin que consigan filtrarse más que unos ra-

yos que llegan al fondo del santuario; cuan-


do oculto en la tierra por las altas hierbas,
cerca de un riachuelo, descubro miles de
GOETHE 13

plantas pequeñas y desconocidas; cuando


mi corazón oye cerca de sí la existencia de
ese pequeño mundo que palpita en las ho-

jas y veo sus formas inacabables y la infi-

nita multiplicidad de los gusanos; cuando

siento la presencia del Todopoderoso que


nos ha creado á su imagen y el soplo de

amor infinito que nos lleva y sostiene y hace


flotar en un mar de delicias eternas; amigo

mío, cuando el mundo inacabable comienza


á ponerse ante mis ojos y el cielo se refleja
en mi alma como un bien amado, entonces
suspiro y pienso: «¡Ah! Si pudieras expresar
lo que experimentas! si pudieras exhalar y

fijar sobre el papel la vida abundante que


en tí s© agita, de suerte que el papel vinie-
ra á serun espejo de tu alma, como lo ©s
ella de un Dios infinito!...» Amigo mío!...
Pero siento que sucumbo bajo el poder y
majestad d© estas apariciones.

12 de Mayo

No sé si por este país vagan genios erran-


tes ó si su realidad depende de una fanta-
14 AMARGUEAS BE WERTHER

sía celeste que se ha apoderado de mi cora-


zón; todo lo que me rodea tiene un aire de
paraíso. Inmediata á la ciudad hay una
fuente, una fuente de la que estoy encanta-
do como Melusina con sus hermanas. Des-
pués de una pequeña colina se entra en una
gruta; bajando veinte escalones se ve el

agua filtrarse á través del mármol. El pe-


queño muro que la circunda, los gigantes-

cos árboles que la ensombrecen, la frescura


del lugar, todo cautiva y atrae. No pasa día
alguno que no descanse aquí durante una
hora al menos. Las muchachas de la ciudad
vienen por agua, ocupación que en otro
tiempo no desdeñaban las propias hijas de
los reyes. Cuanto estoy allí sentado, se re-
produce en mi memoria la vida patriarcal;
veo á los hombres de otros tiempos buscar
sus conocimientos y mujeres en las fuentes;
pienso en los genios bondadosos, morado-
res de los arroyos y manantiales. Jamás, el
que no sienta lo que yo he sentido, podrá
apreciar las delicias de la frescura de un
arroyuelo, después de un camino penoso
bajo un sol ardiente.
GOETHE 15

13 de Mayo
Me preguntas si debes enviarme mis li-

bros? Amigo mío, por Dios! déjalos, no los


aproximes á mí. No quiero ser guiado, ex-
citado, no deseo que me inciten; bastante

es el fermentar de mi corazón; tenía nece-


sidad más bien de un canto que me ador-
meciese, y lo he encontrado en mi Homero.
Cuántas veces he encalmado con sus ver-

sos el hervor d©mi sangre! Porque no pue-


des imaginarte nada más desigual ni in-
quieto que mi corazón. ¿Tendré necesidad
de decírtelo, á tí, idolatrado amigo, que has
sufrido con frecuencia alverme pasar de la
tristeza áun goce extravagante y de la dul-
ce melancolía á una pasión furiosa? Trato
á mi corazoncito como á un niño; todo lo
que quiere se lo concedo. No lo digas á na-
die! Hay gente que creería que cometo con
ello un crimen.

15 de Mayo
La gente de esta aldea me conoce ya y
me quiere, sobre todo los niños. Cuando en
16 AMARGUEAS DE WERTHER

un principio me aproximaba á ellos y en


tono amigable les dirigía algunas preguntas,
se imaginaban que quería burlarme de ellos

y se alejaban sin cortesía de ningún géne-


ro; yo no me ofendía, pero sentía la verdad

de una observación que tengo hecha; y es


que las gentes de cierta posición se mantie-

nen siempre á una distancia de frialdad


con sus inferiores como si temiesen perder
mucho dejándolos aproximar, existiendo
también calaveras é histriones que parecen
descender hasta esta desgraciada gente,
siendo así que su verdadero objeto es he-
rirlos aún más.
Bien sé que no somos todos iguales ni
podemos serlo; pero creo que aquél que se
cree obligado á mantenerse alejado del
pueblo para hacerse respetar, no vale más
que el cobarde que por temor á sucumbir se
oculta de su enemigo.
Ultimamente estuve en la fuente y en-

contré allí una criada joven que había pues-


to su cántaro al pie de y busca-
la escalera

ba una compañera que ayudase á ponér-


le

selo sobre su cabeza. Bajé y mirándola,


GOETHE 17

dije: ¿Quiere V. que le ayude, joven? Ella


se puso encarnada. jOh, señor!... dijo. [Fue-
ra escrúpulos! Escogió su almohadilla y le
ayudé á colocar sobre ella el cántaro; me
dió las gracias y se fué.

17 de Mayo

He hecho toda clase de conocimientos,


pero no he hallado aún sociedad. No sé en
qué consiste el atractivo que debo tener
para los hombres; me buscan, se me acer-

can y siempre experimento un pesar cuan-


do nuestro camino nos hace ir juntos sólo
por unos instantes. Si me preguntas cómo
son la gente de este país te responderé:
Como la de todas partes. La especie huma-
na es singularmente uniforme. La mayor
parte emplea casi todo el tiempo trabajan-
do para viviry el poco que les resta de tal
modo les abruma, que buscan el medio de
desembarazarse de él. [Oh destino de los
hombres!
Pero en realidad, esta gente es buena.
Cuando me entrego algunas veces á jugar
con ellos, participando de los placeres que
Werther 2
18 AMABGUBAS DE WEBTHEB

quedan á los hombres, como hablar con


cordialidad en derredor de una mesa bien
servida, organizar una partida de campo
en coche, un baile ú otra diversión cual
quiera, siento que sobre mí producen un
excelente efecto. Pero es preciso que no se
me ocurra que hay en mí, facultades que
deben ser ejercitadas y he de ocultar con
cuidado. Ahí esta idea desgarra el corazón.
No obstante, no ser comprendidos es la
suerte de los hombres.
¡Ay! ¿Por qué no vive la amiga de mi ju-

ventud? Por qué la conocí? Me diré á mí


mismo: Eres un loco, buscas lo que aquí
no es posible encontrar... Pero yo lo he en-
contrado; yo he poseído esta amiga; yo he
sentido este corazón, esta alma grande en
presencia de la cual me parecía ser más
grande de lo que soy, porque era todo lo

que podría ser. Oh Dios! Permanecía enton-


ces alguna de mis facultades inactiva? No
desplegaba ante ella el poder admirable
por el cual mi corazón abarca en su pleni-

tud al universo? No era nuestro trato un


cambio continuo de los movimientos más
GOETHE 19

profundos del corazón, de los más vivos


rasgos del espíritu? Ante ella lo más super-
ficial era coloreado y matizado por su ta-

lento. Y ahora... [Ay! tenía unos años más


que yo, y ha bajado antes á la tumba. Ja-
más olvidaré ni su firmeza, ni su indulgen-
cia divina.
Hace unos días encontré al joven Y.; es
un joven abierto, de fisonomía que revela
grande felicidad. Está recién salido de la

Universidad; no se cree un genio, pero está


persuadido de que sabe más que otros. Se
ve, en efecto, qu© ha trabajado; posee, en
una palabra, cierta base de cultura. Ha ave-
riguado que dibujo y sé el griego (dos fenó-
menos en este país) y me sigue á todas par-
tes,mostrándome todo su saber; pasa revis-
ta desde Batteaux basta Wood, desde Piles
basta Winckelmann; m© asegura que ha
leído entera la primera parte d© la teoría
de Sulzez y que posee un manuscrito de
Heine sobre el estudio del arte antiguo. Yo
lo dejo que bable.
Otra buena persona con la que be hecho
conocimiento: es con el juez, hombre fran-
20 amarguras de werther

verlo ro-
co y Dicea que es delicioso
leal.
nueve hijos, pero se habla
deado de sus
mayor. Me ha invita-
sobre todo de su hija
de pocos días lo
do á ir á su casa y dentro
media de aquí, en un
haré. Vive á legua y
príncipe, á donde ob-
pabellón de caza del
retirarse después de
la
tuvo el permiso de
la estancia en la aldea
muerte de su mujer;
le era insoportable.
y en su casa
también al-
Por lo demás, he encontrado
todo es en ellos fas-
gunos tipos originales;
sus demostraciones
tidioso y especialmente
de amistad.
agradará, toda ella es
Adiós; esta carta te
histórica.

22 de Mayo
sueño; otros lo
La vida humana es un
pero esta idea me
han dicho antes que yo,
Bigueá todas partes.
Cuando considero el
encuentran cir-
estrecho círculo en que
se
del hombre, su
cunscritas las facultades
cuando veo que
actividad y su inteligencia;
en satisfacer ne-
agotamos nuestras fuerzas
cesidades que sólo tienden á prolongar
GOETHE 21

nuestra miserable existencia; que nuestra


tranquilidad sobre muchas cuestiones no
es sino una resignación meditabunda, pare-
cida á la del prisionero que tuviera cubier-
tos de variadas pinturas los muros de su
calabozo y sonrientes perspectivas; todo
esto, Guillermo, me hace enmudecer. Entro

en mí mismo y hallo un mundo, pero más


bien de obscuros presentimientos y deseos,
que de realidades y de acción; todo vacila
entonces ante mí, y sonrío hundiéndome
delante del universo, siempre soñando.
Que los niños no saben lo que quieren,
es cosa que repiten todos los maestros;
pero no creen muchos que los hombres, al

igual de los niños, caminan á tientas sobre


la tierra sin saber de dónde vienen ni á
dónde van; estos no tienen punto de mira
en sus acciones y se les gobierna del mis-
mo modo que á los pequeños con juguetes,
bombones y azotes.
Te concedo desde luego (porque sé lo que
puedes argüirme) que los más felices son
aquellos que no se cuidan del pasado ni del
porvenir; los que pasean, visten y desnudan
22 AMARGURAS DE WEBTHER

su muñeca; los que dando vueltas alrededor


del armario donde la madre ha encerrado
los confites, cuando consiguen atrapar el

manjar ansiado, lo devoran con avidez y


gritan: ¡Más!... Sí, estas son las criaturas
afortunadas. También lo son los que dando
un título rimbombante á sus ocupaciones
triviales ó á sus pasiones, reclaman gratitud
del género humano, como si por su salud y
prosperidad hubiesen llevado á cabo em-
presas gigantescas. ¡Feliz el que puede obrar
de este modo! No obstante, el que reconoce
con humildad á dónde conduce todo esto,
ve el modo como decora su pequeño jardín
este hombre y lo convierte en un paraíso, y
de qué suerte el desventurado que gime en-
corvado bajo el fardo de la miseria sigue su
camino sin detenerse, deseando como todos
ver un minuto más la luz del cielo; aquél,
digo, está tranquilo; es feliz también de ser
hombre; edifica un mundo en su interior, y
por limitada que sea su esfera lleva en su
corazón el dulce sentimiento de la libertad;
sabe que sale de esta prisión cuando le

plazca.
GOETHE 23

26 de Mayo

Conoces desde hace tiempo el modo que


tengo de alojarme, y sabes cómo cuando
encuentro un lugar que me agrada me ins-
talo aún sin ningún género de comodida-
des. Pues bien; yo he encontrado aquí un
rinconcito que me ha seducido.
A una legua de la ciudad está la aldea de
Wahlheim (1). Su situación sobre una coli-

na es muy interesante; cuando se sale de la

aldea y se sube por una vereda la loma, se


abarca de una ojeada todo el valle. Una
buena mujer, y ágil para su edad,
servicial
tiene un tinglado donde vende vino, cerve-
za y café, y, sobre todo, lo qu© más me en-
canta son dos tilos inmensos que sombrean
con su abundoso ramaje á una plazoleta
que hay delante de la iglesia, rodeada de
casas rústicas; haciendas y cabañas forman

(1) Rogamos al lector que no se fatigue buscando


los lugares que se designan, pues nos hemos visto
precisados á cambiar los verdaderos nombres que se
encontraban en el original. (Nota del Autor.)
24 AMARGURAS DE WERTHER

bus contornos. Pocos lugares conozco que


sean tan ocultos, tan tranquilos, tan ínti-

mos. Me hago llevar desde mi albergue una


pequeña mesa y una silla, y aquí tomo cafó
y leo mi Homero. La primera vez que el
azar me condujo bajo estos tilos, era el me-
diodía y la plaza estaba enteramente sola;
todos se hallaban en el campo; sólo había
un muchachito como de unos cuatro años,
sentado en el suelo y con otro de seis me-
ses sobre sus piernas, ai cual estrechaba
contra su pecho. No obstante la vivacidad
con que sus negros ojos miraban á todas
partes, encontrábase muy tranquilo. El es-
pectáculo me impresionó. Me senté en un
arado que había enfrente y dibujé lleno de
entusiasmo este episodio fraternal» Añadí
los setos cercanos, la puerta de una cabaña,
algunas ruedas da carretas rotas, todo re-

vuelto en la forma que se encontraba, y


después de una hora vi que había hecho un
dibujo bien compuesto, de verdadero inte-
rés y sin que yo hubiese puesto nada mío.
Esto me confirma en mi resolución de ate-
nerme á la naturaleza. Sólo ella posee una
GOETHE 25

riqueza inagotable; sólo ella hace los gran-


des artistas. Mucho puede decirse en favor
de las reglas, así como en alabanza de las
leyes de la sociedad. Un hombre que ob-
servara las reglas no produciría jamás nada
absurdo ó malo en absoluto, del mismo
modo que aquel que se deje guiar por las
leyes y por la urbanidad, no puede ser nun-
ca un vecino insoportable ni un perverso,
Pero á su vez, toda regla, dígase lo que se
quiera, asfixia el verdadero sentimiento de
la naturaleza y el de su expresión. «Me pa-
rece que eres demasiado fuerte, dirás; la
regla no hace más que encerrarnos y cortar
las ramas inútiles». Amigo mío, ¿quieres
que te haga una comparación? Pues sucede
en esto como en @1 amor. Se enamora un
joven de una muchacha, pasa á su lado to-

das las horas del día y prodiga todo cuanto


tiene para mostrarle que ella es el todo
para él. Llega un vecino y le dice: «Joven
señor, amar es propio d© hombres; pero es
preciso no sólo amar. Divide bien tu tiem-
po, consagra una parte á tu trabajo y las
horas de recreo á tu amada. Consulta el es-
26 AMARGURAS DE WERTHER

tado de vuestras fortunas, con lo superfluo


puedes hacer á tu amiga pequeños regalos,
pero no con excesiva frecuencia; á lo más
el día de su santo, el aniversario de su na-
cimiento, etc.» Si nuestro joven sigue estos
consejos, será un hombre muy útil y harán
bien todos los príncipes en emplearlo en
sus cancillerías; pero... [adiós el amorl y si

es artista ¡adiós el arte! ¡Oh amigos míos!


¿por qué el torrente del genio se desborda
tan de tarde en tarde? ¿por qué con tanta
rareza se levantan sus olas y estremecen
de asombro vuestras almas? Queridos ami-
gos; es que pueblan aquí abajo las dos ori-

llas, hombres graves y reflexivos que tie-

nen lindas casitas rodeadas de pequeños


bosques, cuadros de tulipanes, y saben muy
bien que serían inundados; por eso oponen
diques y zanjas de desagüe al torrente; sa-

ben prevenir el peligro que les amenaza.

27 de Mayo

Por lo que veo, entregado á mis entusias-


mos, á comparaciones y á declamar, he ol-
vidado el contarte hasta el fin lo que hicie-
GOETHE 27

ron loe dos muchachos. Absorto en mi idea-


lismo de artista, que te valió mi descosida
carta de ayer, permanecí dos horas bien co-
rridas sobre el arado. A la tarde, una joven
con una cesta al brazo vino hacia los niños
y gritó desde lejos: «Felipe, eres un niño
muy bueno,» me hizo un saludo y le con-
testé; me levanté y dirigiéndome á ella le
pregunté simadre de aquellos peque-
era la
ños. Me sí, dando un pedaci-
respondió que
to de pan blanco al mayor y tomando al
menor en sus brazos con toda la ternura de
una madre. «Le había dicho á Felipe, me
dijo, que se encargase de su hermanito, y
yo con el mayor de mis hijos, he estado en

la aldea para comprar pan blanco, azúcar y


un puchero. (Todo esto se veía en el cesto,
del cual se había caído la cubierta). Quiero
hacer esta noche unas sopas á mi Juan (este
era el nombre del más pequeño). Ayer el
mayor rompió el puchero, peleándose con
Felipe por arrebañarlo.» Le preguntó dón-
de estaba ©1 mayor, y mientras estaba di-

ciendo que detrás de un par de patos co*


rría por el prado, apareció dando saltos y
28 AMARGURAS DE WERTHER

brincos y con una varita de avellano para


Felipe. Seguíhablando con esta mujer y
supe que era hija del maestro de escuela
y su marido estaba en Suiza para recoger
una herencia que le había dejado un primo.
«Han querido engañarle, dijo, no respon-
dían á sus cartas, por eso ha ido. Con tal

de que no le pase nada! No recibo ninguna


noticia.» Sentí pena al separarme de esta
mujer; les di un kreutzer á los dos niños
mayores y otro á la madre para que en mi
nombre cuando fuese á la ciudad le com-
prase al más pequeño pan blanco; después
nos separamos.
Te aseguro, amigo mío, que cuando mi
sangre no quiere estar en calma, basta para
hacerme callar, la vista de una criatura
como éstas, que recorren en una paz feliz

el estrecho círculo de su existencia, en-


cuentran cada día lo necesario y ven caer
las hojas de los árboles sin pensar más que
en la proximidad del invierno.
Desde ese día voy á aquel sitio con fre-

cuencia. Los niños se han familiarizado


conmigo; les doy azúcar mientras me tomo
GOETHE 29

el café, y en cambio compartimos por la

tarde su pan con manteca y la leche cuaja-


da. Todos los domingos les doy un kreutzer,

y si no estoy en casa cuando salen de la

iglesia, la pupilera se lo da como le he or-

denado.
Son muy cariñosos y me cuentan toda
suerte d© historias y me encantan sus pe-
queñas pasiones; la sencillez de sus celos
cuando otros pequeños de la ciudad se acer-
can á mí.
He tenido que tranquilizar á la madre,
siempre inquieta ante la idea «de que in-

comodarán al señor.»

30 de Mayo
Lo que te decía días pasados de la pintu-
ra puedes aplicarlo á la poesía; no hay más
sino conocer lo bello y atreverse á expre-
sarlo. No puede decirse más en menos pa-
labras. He sido hoy testigo de una escena
que bien referida sería el más bello idilio
del mundo; pero ¿á qué viene eso de poe-
sía, escena é idilio? ¿A qué trabajar
y mo-
delar sobre tipos, cuando de lo que se trata
30 AMARGURAS DE WERTHER

es de dejarse arrastrar é interesarnos por


una manifestación de la naturaleza?

Si tras esta introducción esperas escuchar


algo grande y magnífico, estás equivocado;
es pura y simplemente una sencilla aldeana
la que ha producido toda mi emoción. Se-
gún costumbre lo contaré muy mal y según
la tuya me encontrarás exagerado. Wahl-
heim y sólo Wahlheim es la causa de que
así suceda.

Se había reunido un grupo bajo los tilos

para tomar café; no me hacía gracia é in-

venté un motivo para no tomar parte en la

conversación.
un joven aldeano de una casa inme-
Salió
diata y se puso ácomponer el arado que yo
había dibujado. Su aire me agradó y le di-
rigí la palabra, preguntándole por su ma-
nera de vivir. Enseguida nos hicimos ami-
gos, como sucede generalmente con esta
gente sencilla. Me dijo que estaba al servi-

cio de una viuda muy bondadosa. En la

forma en que me lo dijoy por los grandes


elogios que de ella hacía, comprendí al
punto que el pobre estaba enamorado. No
GOETHE 31

es muy joven, dijo; ha sido muy desgracia-


da con su primer marido y no quiere vol-
verse á casar. Todo cuanto decía mostraba
de tal modo lo bella que era á sus ojos y el

ansia que sentía porque ella lo escogiese


para borrar los recuerdos del difunto, que
debería repetirte todas sus palabras para
que comprendieses la inclinación, el amor
y la fidelidad de este hombre. Sería necesa-
rio el talento del más grande de los poetas

para reflejar la expresión de sus gestos, la


armonía de su voz y el fuego vivísimo de
su mirada. No; no hay lenguaje que expre-
se la ternura inmensa de su voz, todo re-
sultaría tosco y pobre. Me llamaba la aten-

ción con especialidad la zozobra que expe-


rimentaba ante la idea de que yo formase
un falso juicio sobre sus relaciones, ó du-

dase de la conducta irreprochable de la

viuda. Sólo con el corazón puedo explicar-


me el goce que experimentó oyéndole ha-
blar de su figura y de su belleza, que aun
careciendo del encanto de la juventud, le

seducía y encadenaba de un modo irresis-

tible. Jamás había visto deseos más ardien-


32 AMARGURAS DE WERTHER

tes unidos á tanta pureza; sí, lo aseguro;

jamás había imaginado ni soñado que exis-

tiese tal pureza. No te burles de mí si te

confieso que al recuerdo de tanta inocencia

y amor verdadero siento que


8
me consumo,
que me persigue por doquier la imagen de
este candoroso espíritu, y que abrasado en
oculto fuego, languidezco y muero.
Quiero conocer pronto á ella; pero no,
mejor haré con evitarlo. Vale más no verla
sino por los ojos del amante; tal vez á los
míos no les pareciera lo que hoy, y ¿qué

gano en privarme de esta hermosa imagen?

16 de Junio

Por qué no te escribo? Me preguntas esto,


tú, que te cuentas entre nuestros sabios?

Debes adivinar que me encuentro bien y


que... para ser breve, he hecho una amis-
tad que toca muy de cerca á mi corazón.
He... No sé...

Difícil me será contarte ordenadamente


cómo he conocido á la más amable de las

criaturas. Soy feliz y me encuentro conten-


to, por lo tanto seré mal historiador.
GOETHE 33

Un ángel! ¡Bah! todos dicen otro tanto de


su amor ¿no es así? y sin embargo yo no
puedo explisarte cuán perfecta es y por qué
es perfecta; en fin, ha esclavizado todo mi
sér.

Tanta ingenuidad con tanto talento! Tan-

ta bondad unida á tanto carácter! y en me-


dio de la vida más activa, el reposo del

alma!
Todo cuanto digo de ella no es más que
palabrería, abstracciones heladas que no
participan de uno solo de sus rasgos. Otra
vez... no, quiero contártelo enseguida. Si lo
dejo, no lo haré nunca; porque, dicho sea
entre nosotros, desde que he comenzado mi
carta he estado tentado por tres veces de
soltar la pluma y hacer ensillar mi caballo

para marcharme. Sin embargo, m@ había


prometido esta mañana no ir; á pesar de
esto, á cada momento me asomo á la ven-
tana para ver la altura del sol

No he podido resistir y he ido á casa de


ella.Ya estoy de vuelta, Guillermo; mien-
tras ceno te voy escribiendo. ¡Qué delicioso
Werther 3
34 AMARGURAS DE WERTHER

es para mi alma contemplarla en medio del


círculo de sus hermanos y hermanas; estos
ocho niños tan vivos y amables!
Si continúo así, no sabrás al final más de

lo que sabes al principio. Escucha, pues;


trataré de darte detalles.
Te dije el otro día que había conocido al

juez S... y me había invitado á visitarle en


su retiro, ó mejor dicho, en su pequeño rei-

no. Olvidé esta visita y no la hubiera hecho


quizá, si el azar no me hubiese descubierto
el tesoro que se ocultaba en este tranquilo
paraje.
La gente joven había dispuesto un baile
en el campo, al cual tenía yo que asistir.
Ofrecí la mano á una señorita linda y dul-

ce, pero muy insignificante por lo demás; ‘

convinimos en que yo iría con un coche á


buscar á esta señorita y á su prima que la
acompañaba, para conducirlas al sitio de
la fiesta, y que en el camino recogeríamos á
Carlota «Ya Y. á conocer á una linda
S...

joven,» me dijo mi pareja cuando atravesá-


bamos el bosque que conduce al pabellón
de la casa. «Tened cuidado con enamora-
GOETHE 85

ros!» añadió la prima. ¿Por qué? pregunté


yo.— «Porque está prometida á un joven de
gran valor á quien la muerte de su padre
ha hecho que se ausente para arreglar sus
asuntos y que ha ido á solicitar un empleo
de importancia.» Todos estos detalles los
escuché con indiferencia.
Iba á ocultarse el sol tras las colinas,

cuando nuestro carruaje se detuvo ante la

puerta de la casa. El aire era pesado y las


señoras manifestaron sus temores de que
descargase una tempestad que parecían
anunciar las nubes grises, obscuras, que se
amontonaban en el horizonte. Disipé sus
inquietudes, afectando un gran conocimien-
to del tiempo, aun cuando dudaba yo mis-
mo de que la fiesta no fuese turbada.
Ya había yo descendido del coche, cuan-
do llegó una criada y nos rogó que esperá-
semos un momento, pues la señorita Carlo-

ta no tardaría en salir. Atravesé el patio y


avancé hacia esta linda casa; subí la escale-

ra,y al entrar en la primera habitación


mié ojos contemplaron el espectáculo más
encantador de cuantos he visto en mi vida.
36 AMARGUEAS DE WERTHER

Seis niños de dos á once años se hallaban


alrededor de una joven hermosa, de me-
diana estatura. Tenía una sencilla bata
blanca con lazos color de rosa pálido en los
brazos y en el pecho. Tenía en la mano un
pan moreno, del cual cortaba un pedazo
para cada uno de los niños en proporción á
su edad y á su apetito. Kepartía las reba-
nadas con elegancia, con dulzura, y todos
decían: Gracias , llenos de sencillez. Todas
las manitas estaban en el aire antes de que
el pedazo fuese cortado. A medida que re-

cibían su merienda unos se iban saltando,

y otros se asomaban á la puerta para ver


las señoras y el carruaje que había de lle-

varse á su querida Lotte. «V. me perdonará,


me dijo ella, que os haya hecho subir y que
esas señoras me hayan tenido que esperar.
El arreglarme y disponer las cosas de la
casa para mientras esté fuera, me hizo ol-
vidar el dar la merienda á los niños, y ellos
no quieren que ssa otra quien les corte el
pan.* Yo le hice un saludo insignificante;
estaba absorta mi alma, contemplando su
figura, sus modales, oyendo su voz. Casi no
GOETHE 17

tuve tiempo de reponerme de mi sorpresa


al verla entrar presurosa en una habitación
vecina y tomar los guantes y el abanico.
Los niños me miraban desde lejos de reo-
jo; me acerqué al más pequeño, que tenía
una fisonomía encantadora y echó á correr
á tiempo que Carlota saliendo le dijo: «Luis,
da la mano á ©se caballero, que es tu pri-
mo.» M© la dió sonriendo, y aunque tenía
las naricee con mocos no pude contenerme
y le di besos. «Primo! dije yo enseguida,
presentando la mano á Carlota, ¿cree usted
que soy digno d© tanta dicha?» «Oh! repli-

có ella con una sonrisa jovial; tengo tantos


primos! nuestro parentesco es muy antiguo

y sentiría mucho que fueseis el peor de la


familia.» Al salir encargó á Sofía, niña de
once á doce años, que tuviera el cuidado
de los pequeños y saludas© á su padre cuan-
do volviese. También recomendó á los chi-
cos que la obedecieran; algunos lo prome-
tieron, pero una pequeña rubita de unos
seis años, dijo con aire 'resuelto: «Ella no
eres tú, Lotta, y nosotros queremos mejor
que seas tú.» Los dos hermanos mayores
38 AMARGURAS DE WERTHER

se habían encaramado en el coche, y por


intercesión accedió Carlota á dejarlos hasta
la entrada del bosque, haciéndoles prome-
ter antes que no se pelearían uno con otro.

Apenas habían tenido tiempo las señoras

de saludarse, de comunicarse sus lisonjas


habituales sobre los trajes, con especiali-
dad sobre los sombreros, y pasar revista á

la sociedad que íbamos á encontrar, cuando


Carlota hizo parar ©1 coche y mandó á sus
hermanos apearse. Quisieron besarle la

mano; mayor lo hizo con la ternura de


el

un joven, y el menor con tanto atolondra-


miento como viveza. Les encargó mil cari-
cias para los pequeños, y seguimos nuestro
camino.
La prima de mi pareja 1© preguntó si ha-
bía concluido el libro que le había enviado.
«No, respondió ella, no me gusta y os lo
devolveré. El anterior tampoco me agradó.»
Tuve curiosidad por saber cuales eran estos
libros, y mi sorpresa fué grande cuando

supe que eran las obras de... (1), Encontra-

(1) Nos yernos obligados á suprimir este pasaje á

.
¡

'
y I
;
GOETHE 39

ba en cuanto decía un talento muy particu-


lar; á cada palabra descubría nuevos encan-
tos, nuevos rayos de inteligencia en su ros-

tro, ©1 cual parecía experimentar placer al


ver en mí una persona que 1© comprendía.
«Cuando era yo más joven, dijo, mi ocu-
pación favorita era leer novelas. Dios sabe
el placer que sentía al retirarme los domin-
gos á un solitario rincón para compartir
con toda mi alma la felicidad ó el infortu-
nio de alguna Miss Jenni. No quiere esto
decir que este género haya perdido todo su
encanto para mí; pero como hoy sólo muy
rara vez puedo coger un libro, necesito qu©
©1 que lea sea completamente de mi gusto.
El autor que prefiero ©s aquel que me hace
hallar ©1 mundo que me rodea; ©1 que pinta
las cosas tal como las veo, el que al descri-
bir interesa á mi corazón y me atrae tanto
como mi vida doméstica, que no es cierta-
mente un paraíso, pero sí una fuente de di-

cha inefable para mí.»

fin de no apenar á nadie, aunque poca importancia


puede conceder un escritor á las preferencias de
unas jóvenes tan impresionables. (Nota de Goethe.)
40 AMARGURAS DE WERTHER

Procuré ocultar la ©moción que me cau-


saban sus palabras, pero no lo conseguí du-
rante mucho tiempo. Cuando le oí hablar
del Vicario de Wakeñeld, de... (1) no pude
contenerme: le dije cuanto se me ocurrió en
aquel instante, y sólo después de un rato,
al dirigir Carlota la palabra á nuestras dos

compañeras, me di cuenta de que habían


permanecido allí absortas, con los ojos abier-
tos, sin tomar parte en la conversación. La
prima me miró más de una vez con aire

burlón del que no hice caso.


La conversación recayó sobre el placer
de la danza. «No ó no
sé, dijo Carlota, si es

un defecto; pero os confieso que si lo es,


no concibo otro con más atractivos. Cuando
alguna cosa me atormenta con exceso, me
acerco á mi y aunque no esté afinado
clave,
me basta con tocar mal una contradanza
para darlo todo al olvido.»

(1) También he suprimido aquí los nombres de


algunos escritores. Los que compartan los sentimien-
tos de Carlota encontrarán sus nombres en su cora-
zón á la lectura de esta carta; á los demás nada les
interesa. (Nota de Goethe.)
GOETHE 41

Con cuánto embeleso mientras ella ha-

blaba fijaba mi vista en sus negros ojos!


cómo enardecían mi alma sus labios rojos

y la risueña frescura de sus mejillas! cuán-


tas veces, atraído por el sentido de sus
pensamientos, dejaba de prestar atención á
las palabras! Tú que me conoces á fondo
podrás formarte una idea de todo ello.

Cuando llegamos á la casa del baile anoche-


cía; el coche paró, echó pie á tierra, y es-

taba como un hombre que sueña; de tal

modo me hallaba en el mundo del ensue-


ño, que apenas m© di cuenta de la música, .

cuyos torrentes de armonía llegaban has-


ta nosotros desde ©1 fondo de la sala ilumi-

nada.
El señor Audran y un tal N. N. (cómo
retener todos los nombres?) que eran las
parejas de la prima y de Carlota, nos reci-
bieron en la puerta, cogieron sus parejas, y
yo les seguí con la mía.
Empezamos por bailar varias veces el
minuet. Saqué una por una á todas las se-

ñoras, y pude observar que las que menos


valían eran las más remisas en decidirse á
42 AMAEGUEAS DE WEETHEE

y su pareja comenzaron una


bailar. Carlota

contradanza inglesa; puedes imaginarte el


placer que experimentaría yo cuando le
tocó hacer la figura conmigo. jSe necesita
verla bailar! Lo hace con todo su corazón,
con toda su alma; todo su cuerpo está en
perfecta armonía; se abandona de tal modo
y con tanta naturalidad, que parece no sen-
tir nada en el mundo, ni pensar en otra

cosa que en ©1 baile; todo se desvanece


para ella, nada existe.

Le pedí la segunda contradanza y me


aceptó para la tercera, asegurándome con
la mayor franqueza que tendría mucho gus-
to en bailar la alemanda. «Es costumbre
aquí, añadió, que cada cual baile la aleman-
da con su pareja, pero la mía lo hace mal y
me agradecerá qu© lo releve de esta obliga-
ción. Vuestra compañera tampoco la sabe
ni se cuida d© ello, y he observado durante
la danza inglesa que bailáis divinamente.

Por lo tanto, si queréis bailar conmigo la

alemanda, id á decírselo á mi caballero, en


tanto que hablo yo á vuestra dama.» L© di

después la mano y se convino en que mien-


GOETHE 43

tras bailásemos ambos, su pareja acompa-


ñaría á la mía.
Se empezó y nos entretuvimos un rato
en hacer varios pasos y figuras. ¡Qué gracia,
qué soltura en sus movimientos! Cuando
llegamos al vals, y las parejas, como las es-

feras celestes, giraban las unas alrededor de


las otras, hubo un momento de confusión,
pues son poquísimos los que valsan bien.
Fuimos prudentes y esperamos que pasase
el fuego de los demás; pero cuando los me-

nos hábiles se retiraron, nos lanzamos y


quedamos á grande altura seguidos d© otra
pareja, que era Audran y su compañera.
Jamás he más ligero; no era un hom-
sido
bre. ¡Tener en mis brazos á la criatura más
encantadora! volar con ella como una ex-
halación, desapareciendo ante mi vista todo
cuanto m© rodeaba y... Guillermo, para ser
sincero, te diré que hice el juramento de
que mujer que yo amase y sobre la cual
tuviera algún derecho, no valsaría jamás
con otro; antes la vida ¿m© comprendes?
Dimos por la sala algunas vueltas para
tomar aliento; después se sentó ella y le lie-
44 AMABGUBAS DE WEBTHEB

yó para que se refrescase unos limones que


yo había separado cuando se hacía el pon-
che, y eran, por cierto, los únicos que que-
daban. Noté que agradecía mi atención;
pero estaba á su lado una dama indiscreta,

y cada vez que le ofrecía un pedacito, por


cortesía, me sentía atravesar el corazón. En
la tercera contradanza inglesa nos tocó ser
la segunda pareja. Guando concluimos de
hacer la cadena y yo danzaba con ella ¡Dios

sabe con cuánto placer! y m© encontraba


encadenado á sus brazos y á sus ojos, que
brillaban del modo más puro é inocente, pa-
samos ante una señora que, aunque s© iba
alejando de la juventud, me había llamado
la atención por su aspecto amable que le

hermoseaba el semblante. Miró sonriendo


á Carlota, hizo un movimiento como de
amenaza y pronunció dos veces el nombre
de Alberto, con un tonillo misterioso.
«¿Quién ©s, dije á Carlota, Alberto, si no
es indiscreción el preguntarlo?» Iba á con-
testarme, pero tuvimos que separamos para
hacer la gran cadena, y al volvernos á unir
me pareció qu© ©stava pensativa. «¿Por qué
GOETHE 46

ocultároslo? me dijo al darme la mano para


hacer una figura. Alberto es un buen joven,
al cual estoy prometida». Aunque no ©ra
nuevo para mí, puesto que lo había sabido
en el coche, me causó tal impresión como
si lohubiese ignorado; y es que no me ha-
bía ocupado de esta noticia referente á Car-
lota, que en tan breves instantes había lie

gado á serme tan querida. Me turbé, me


desconcerté y confundí de tal manera la
figura,que Carlota tenía necesidad de mo-
verme yendo de un lado á otro; en una pa-
labra, tuvo necesidad de toda su presencia
de espíritu para restablecer la armonía en
mí y poder continuar la danza.
Aun no había terminado el baile, cuando
los relámpagos que desde mucho antes
alumbraban el horizonte y que atribuía yo
á ráfagas de calor, principiaron á ser más
fuertes; el ruido del trueno apagaba el de
la música. Tres señoras acompañadas de
sus caballeros abandonaron la contradanza;
el desorden fué general y la orquesta en-
mudeció. Es un hecho muy natural el que
cuando nos sorprende un pavor repentino ó
46 AMARGURAS DE WERTHER

un accidente en medio de los placeres, pro-


duzcan en nosotros una impresión más hon-
da que de ordinario, bien por el contraste
que lo hace destacar con más vigor, bien
porque una vez abiertos nuestros sentidos
á las emociones adquieren una sensibilidad
exquisita. A esto se deben sin duda, los ges-
tos extraños que vi hacer entonces á mu-
chas señoras.
La más sensata se refugió en un rincón
y ge tapó los oídos, la espalda vuelta hacia
la ventana; otra se arrodilla delante de ella

y escondió la cabeza en su regazo; una ter-


cera, que se metió entre las dos y abrazaba

á sus hermanitas, vertía torrentes de lágri-


mas. Algunas querían volverse á casa; otras,
qu© sabían aún menos lo que hacían, no te-

nían ni aún ánimo para reprimir la audacia


de los jóvenes que se dedicaban á intercep-
tar en los labios de las bellas afligidas, las

ardientes plegarias que dirigían al cielo.


Una parte de los hombres bajaron para fu-
mar tranquilamente su pipa, y el resto de
la reunión aceptó gozoso la idea de la due-

ña de la casa de trasladarnos á otra habita-


GOETHE 47

ción que tenía ventanas y colgaduras, Car-


lota, no bien entramos, hizo poner las sillas

formando un y una vez sentado


círculo,

todo el mundo á ruego suyo, propuso un


juego.
Yí á varios caballeros que, en la esperan-

za de una dulce sentencia de prenda, avan-


zaron para indicar que estaban dispuestos.
«Jugaremos á contar, dijo ella. Prestadme
atención. Iré pasando por toda la rueda,
siempre de derecha á izquierda, y vosotros
al mismo tiempo iréis contando desde uno

hasta mil, diciendo cada cual, cuando yo


vaya pasando, el mímero que le toque. Es
preciso contar muy deprisa, y el que titubee
ó se equivoque recibe un bofetón.» Nada
más divertido. Carlota, con el brazo exten-
dido, echó á andar dentro del corro. Uno,
dijo el primero; dos, dijo el segundo; tres el

siguiente, etc. Ella iba cada vez más depri-


sa. El uno falta ¡paf! una bofetada. El veci-
no ríe y falta también jpaf! otra bofetada.
Carlota corría cada vez más. Yo recibí dos
sopapos y creí notar con placer secreto que
me los aplicaba más fuerte que á nadie.
~
r
••• ~ (
• !

— —^
48 AMARGURAS DE WERTHER

Antea de concluir de contar mil, el juego


terminó en medio de la risa y la algazara

general. Las personas de intimidad forma-


ban conversaciones. La tormenta había ce-

sado. Yo seguí á Carlota á la sala. «Las bo-


fetadas, me dijo por el camino, les ha hecho
olvidar los truenos y todo.» Nos aproxima-
mos á la ventana. El trueno oíase retumbar
en las lejanías; una lluvia abundante caía
con sonido suave sobre la tierra; el aire era

fresco y nos llevaba bocanadas de perfumes


que exhalaban las plantas. Carlota estaba

apoyada sobre el codo, paseó su mirada por


la campiña, la dirigió después al cielo, me
miró y vi que tenía sus ojos cuajados de lá-
grimas, puso su mano sobre la mía y ex-
clamó: ¡Oh Kiopstock! (1) Recordé ensegui-
da, abismado en el cúmulo de emociones
que esta palabra despertó en mi espíritu, la

oda sublime que ocupaba mi pensamiento.


No pud© soportar mi emoción: me incliné y

(1) Uno de los poetas alemanes favoritos del pú-


blico. en una de cuyas obras parece haber una mag-
nífica descripción del panorama que contemplaba
Carlota.— (N. del Traductor.)
GOETHE 49

besé su mano, llenándola de bssos y lágri-


mas de goce, y de nuevo contempló sus
ojos... ¡Divino Klopstock! No has visto en
esta mirada tu apoteosis! que no vuelva yo
á oir pronunciar tu nombre con tanta fre-

cuencia profanado!

19 de Junio

No sé dónde quedé últimamente en mi


relato. Lo que sé es que eran las dos de la

madrugada cuando me y que si en


acosté,
vez de haberte escrito hubiera podido ha-
blar contigo, tal vez te habría hecho pasar
en vela toda la noche.
No te he contado lo que ocurrió á nuestra
vuelta del baile, y no tango hoy bastante
tiempo para poderlo hacer.
El amanecer fué espléndido; era encanta-
dor atravesar el bosque, las campiñas hú-
medas. Nuestras compañeras de viaje se
durmieron y Carlota me preguntó si no que-
ríayo acompañarlas en su ocupación. Le
contestó, fijando mi vista en la suya, que
«mientras viera aquellos ojos abiertos no
había temor de que me durmiese.» Llega-
Werther 4
60 AMARGURAS DE WERTHER

mos los dos despiertos á su casa. La criada


le abrió sin el menor ruido, y á sus pregun-
tas contestó que todos seguían bien y dor-
mían aún. Me despedí de ella, pidiéndole
permiso para volverla á ver en aquel mismo
día, me lo concedió y he ido: desde aquel
momento el sol, la luna y las estrellas pue-
den recorrer á su antojo el firmamento; no
sé cuando es de día y cuando de noche, el

universo ha desaparecido ante mis ojos.

21 de Junio

Paso unos días tan felices como los que


Dios guarda para sus elegidos, y sucédame
lo que quiera, no podré decir que no he sa-

boreado el más puro bien de la vida. Tú


conoces mi retiro de Wahlheim, donde estoy
instalado; de aquí á la casa de Carlota sólo
hay una media legua, allí siempre me sien-

to contento y gozo de toda la felicidad que


ha sido dada al hombre.
Habría podido maginarme, cuando elegí

á Wahlheim como límite de mis excursio-


nes, que estaba tan cerca del cielo? Cuántas
veces en mis largos paseos he visto, ya des-
GOETHE 51

de lo alto de la montaña, ya desde el valle

ó bien desde más allá del río, este pabellón*

cito en que se hallan concentrados hoy to-

dos mis ensueños!


Querido Guillermo: he reflexionado so-

bre el deseo del hombre de extenderse,


salir fuera de sí, hacer nuevas incursiones,
errar de acá para allá, y también he medi-
tado sobre la tendencia interior á contener-
se voluntariamente, á limitarse, á seguir el
sendero de lo habitual, sin inquietarse por
lo que hay á derecha ó izquierda.
Es maravilloso! Cuando vine aquí y con-
templé desde la colina este valle me sentía
atraído por todas partes!... Allá abajo el
bosquecito |ah si pudieras descansar á su
sombra! Arriba la cima de la montaña jay
si te fuera posible contemplar desde ©lia

esta soberbia extensión! Esta cadena de co-


linas y estos apacibles y solitarios valles...

oh! quién pudiera perderse en ellos! Iba y


venía sin encontrar lo que buscaba. Estaba
alejado de mí como el porvenir; un hori-
zonte inmenso, misterioso, se extiende ante
nuestra alma; nuestros sentimientos, así
62 AMARGURAS DE WERTHER

como nuestras miradas se sumergen en él

y aspiramos ¡ay! á darle toda nuestra exis-


tencia para saciarnos con las delicias de un
solo sentimiento, grande y majestuoso. Co-
rremos, volamos y cuando estamos allí nada
está cambiado, nos encontramos con nues-
tra miseria, con nuestros estrechos límites,
y de nuevo el alma suspira por la felicidad

que acaba de escapársele.


De esta suerte el hombre más turbulento
y vagabundo, ansia al fin volver á su patria
y encuentra en su cabaña, cerca de su mu-
jer, rodeado de sus hijos y entregado á los
cuidados de su alimento la dicha que en

vano ha buscado por el vasto mundo.

Cuando á la alborada me pongo en cami-


no hacia mi Wahlheim y cojo yo mismo
los guisantes en el jardín de la casa donde

me hospedo y me siento para quitarle los


mismo tiempo que leo á Homero;
pajotes al
cuando tomo un puchero en la cocina, corto
la manteca, pongo las legumbres al fuego,

lascubro y me coloco cerca para moverlas


de vez en cuando, entonces comprendo per-
fectamente que los fieros enamorados de
GOETHE 63

Penélope pudiesen matar, despedazar y


por sí mismos los bueyes y los cerdos.
freír

No hay nada que me inunde de un senti-

miento tan dulce y pacífico como estos ras-


gos de vida patriarcal que, á Dios gracias,
puedo entrelazar en mi vida sin afectación.
Soy feliz de tener un corazón capaz de
sentir @1 goce inocente y sencillo del hom-
bre que poce sobre su mesa la col que él

mismo ha cultivado. No goza sólo de la

col, sino del recuerdo de las bellas maña-


nas en que la plantaba, las tardes delicio-

sas en que la regaba y del placer que sen-


tía viéndola crecer,

29 de Junio

Anteayer estuvo el médico d© la ciudad á


ver al juez y me encontró tirado ©n el suelo,

rodeado de los hermanos de Carlota. Unos


trepaban sobre mí, otros me pellizcaban,
yo les hacía cosquillas y todos juntos for-

mábamos una baraúnda espantosa. El doc-


tor, verdadero maniquí, ocupado siempre
mientras habla en arreglarse los puños y
las enormes chorreras, encontró esto im-
64 AMARGUEAS DE WERTKKR

propio de un hombre sensato; así me lo

dió á entender la expresión de su rostro.


No me desconcerté y le dejé decir discursos
estupendos, en tanto que yo levantaba cas-
tillos de naipes para los niños, que acaba-
ban de echarlos por tierra. De vuelta á la
ciudad ha dicho el doctor á todo el que ha
querido oirlo, que los hijos del juez estaban

muy mal educados y que Werther ahora


los concluía de echar á perder.
querido Guillermo, lo que más intere-
Sí,

sa á mi corazón en el mundo son los niños.


Cuando los examino y veo en estos peque-
ños seres el germen de todas las virtudes y
facultades que más tarde habrán de desen-
volver; cuando hallo en sus opiniones lo

que se convertirá en sustancia y fuerza de


carácter; cuando reconozco ©n su petulan-
cia y desenfado el buen humor y la indife-

rencia con que atravesarán más adelante


los peligros de la vida, todo ello de un
modo tan franco, tan puro!... Entonces re-

pito sin cesar las palabras del gran maestro


de los hombres: ¡Si no os hacéis semejantes á
uno de ellosl Y no obstante, amigo mío, es-
GOETHE 65

tos niños, nuestros iguales, que deberíamos


tomar por modelos, ios tratamos como es-

clavos nuestros. |
Ellos no tienen voluntad!
¿La tenemos nosotros? ¿Dónde está nuestro
privilegio? ¿Es porque somos más viejos é
inteligentes? jDios de los cielos! Td ves ni-

ños viejos, niños jóvenes y nada más; hace


mucho tiempo que íu Hijo nos hizo saber á
los que prefieres, pero los hombres creen

en él y no le escuchan— esto es viejo —y


hacen sus hijos semejantes á ellos mismos
y... adiós, Guillermo, no quiero desatinar
más.

ls> de Julio

Siento en mi pobre corazón, que sufre


más que el del que se consuma y languide-
ce en el lecho, todo lo que Carlota debe ser
para un enfermo. Ya á pasar unos días en
la ciudad en casa de una excelente dama,
la cual según los médicos se encuentra pró-
xima á su fin y quiere tener á Carlota cerca
de ella en sus últimos momentos. La sema-
na pasada fui con ella á visitar al pastor
de S*®*, aldea situada en las montañas á
66 AMARGUEAS DE WERTHER

una legua de aquí. Llegamos á eso de las

cuatro. Carlota llevaba á su hermanita ma-


yor. Cuando entramos en el patio de la casa,

que estaba como entoldado por dos grandes


nogales, el buen anciano estaba sentado en
un banco delante de la puerta. Desde que
vió á Carlota pareció reanimarse; olvidó su
bastón y se arriesgó á salir á recibirla, ella
corrió hacia él, le obligó á sentarse y lo
hizo á su lado, lo saludó en nombre de su
padre y besó al hijo del cura; niño mimado,
desagradable y sucio. |Si la hubieses visto
como distraía al pobre viejo, como alzaba
la voz para hacerla penetrar en los oídos
del pastor, casi obstruidos; como le contaba
la muerte repentina de jóvenes saludables
y le hablaba de las excelencias de las aguas
de Carlsbad, aprobando su resolución de
pasar allí la próxima estación veraniega, y
como le decía que tenía mejor semblante
y un aire más animado que la última vez
que se habían visto!... Entre tanto yo ofrecí
mis respetes á la mujer del sacerdote. Este
ge había puesto radiante de alegría, y no
pudiéndome contener en mi deseo de ala-
GOETHE 67

bar los nogales, comenzó, no sin trabajo, á


contamos su historia. «El más viejo, dijo,

no sabemos quién lo ha plantado; unos di-

cen que fuó tal pastor y otros qu© tal otro.


El más joven cumplirá cincuenta años en
el mes de octubre, tiene la edad de mi mu-
jer. Su padre lo plantó la mañana del día
©n que nació; ella vino al mundo por la tar-

de, él fué mí predecesor en esta iglesia. No


podéis figuraros cuánto quería él á este ár-

bol; no lo quiero yo menos. Siendo un mise-


do estudiante, vine aquí por vez primera
hace veintisiete años; la que es hoy mi mu-
jer hacía calceta sentada sobre un madero
al pie de este nogal.» Carlota le pregun-
tó por su hija, y dijo qu© había ido con
M. Schmidt al llano para ver á los traba-
jadores; después reanudó su discurso y nos
refirió como le habían tomado cariño ©n
aquella casa, como llegó á ser vicario del
padre y después su sucesor. Apenas había
concluido su relato, cuando vimos entrar á
su hija acompañada d© M. Schmidt, saludó
á Carlota con la mayor cordialidad, y he de
confesar que me fué muy simpática. Es
68 AMARGURAS DE WERTHER

morenita, viva y bien formada, y haría


pasar á cualquiera muy agradablemente
una temporada en el campo. Su novio
(porque así se nos presentó desde luego
M. Schmidt) es un hombre de buen tono,
pero muy frío; no se mezcló en nuestra con-
versación, .aunque Carlota lo incitaba á ello
sin cesar. Lo que me molestó más fuó el

haber creído notar que la tenacidad con


que se resistía á comunicarse, no era hija
de la falta de talento, sino más bien por
capricho ó mal humor. Bien pronto tuve
ocasión de convencerme de ello, pues mien-
tras Federica paseaba y charlaba con mi
amiga y sólo incidentalmente conmigo, la
cara de M. Schmidt, de por sí morena, tomó
un tinte tan sombrío, que Carlota se vió
obligada á decirme que no fuese tan galan-
te con Federica. Nada me produce tanta
pena como ver á los hombres atormentarse
mutuamente; pero sufro sobre todo cuando
veo á los jóvenes en la flor de la edad,
cuando el corazón está dispuesto á abrirse
fácilmente á todos los deleites del contento;
pierden en balde aquellos venturosos días,
GOETHE 69

sin apercibirse hasta muy tarde de que se-


mejante prodigalidad no tiene reparación.
Esta idea me atormentaba, y cuando al

atardecer volvimos al presbiterio y nos sen-


tamos ante una mesa donde nos sirvieron
lacticinios, aprovechando la circunstancia

de estarse hablando sobre las penas y go-


ces de la vida, troné contra el mal humor.
«Los hombres, dije, nos quejamos con fre-

cuencia de que son muchos más los días

malos qu© los buenos, y m© parece que casi

siempre nos quejamos sin razón. Si nuestro


corazón estuviese dispuesto en todas las
ocasiones á gozar de los bienes que Dios
nos dispensa cada día, tendríamos bastante
fuerza para soportar los males cuando apa-
recen.» «El buen ó mal humor no es volun-
tario, exclamó la mujer del pastor: icuántas
cosas hay que están sujetas al estado de
nuestro cuerpo!, todo nos fastidia si nos ha-
llamos mal»; manifesté que pensaba lo

mismo y añadí: «Consideremos ese fastidio


como enfermedad y veamos el modo de cu-
rarlo.» «Eso es muy razonable, dijo Carlo-
ta, y por lo que á mí toca creo que es dable
60 AMARGURAS DK WERTHER

hacer mucho, hablo por experiencia. Cuan-


do algo me mortifica y principio á poner-
me triste, corro al jardín, me paseo, tarareo
una contradanza y [adiós pena!» «Eso que-
ría yo decir, repuse al momento; sucede
con el mal humor lo mismo que con la pe-

reza; hay en ésta una variedad á la cual

propendemos, lo que no impide que traba-


jemos con ardor y encontremos un verda-
dero placer en la actividad, sí conseguimos
una vez hacernos superiores á esa propen-
sión». Federica se hallaba muy satisfecha y
me escuchaba muy atentamente. Su novio
me replicó que no siempre es el hombre
dueño de sí y, sobre todo, que no se conoce
medio alguno para gobernar los sentimien-

tos. «Se trata, respondí, de una sensación


desagradable que ninguno querría experi-
mentar, y mal podemos conocer la exten-
sión de nuestra fuerza si no la ponemos á
prueba. Todo el que está enfermo consulta
con los médicos, y jamás rechaza el trata-
miento más penoso ni las más amargas me-
dicinas si espera recuperar la salud que de-
sea.» Advirtiendo que el buen anciano apli-
GOETHE 61

eaba el oído para compartir nuestra conver-


sación, alcé la voz y le dije: «Se predica
contra muchos vicios, pero ignoro que lo
haya hecho nadie contra el mal humor (1).»
«Eso corresponde á los párrocos de las ciu-

dades, los aldeanos no tienen ni idea de tal


padecimiento; no obstante, no vendría mal
de vez en cuando un sermoncito; por lo me-
nos sería una lección para el juez y para
nuestras mujeres. » Todos nos reímos de
este final; él hizo lo mismo, tanto que co-

menzó á toser, con lo cual se interrumpió

la conversación durante unos minutos. Des-


pués tomó la palabra M. Schmidt y me dijo:
«Habéis denominado vicio mal humor, y al

creo que eso es exagerado.» «De ningún


modo, repliqué: ¿cómo he de calificar una
cosa que es malo para nuestro prójimo y
para nosotros mismos? No es bastante que
no podamos hacernos felices los unos á los

otros? Es también preciso que amarguemos

(1) Sólo tenemos hoy un excelente sermón de La-


vater, acerca de este tema, el cual forma parte de los
que le motivó el libro de Jonás. — (Nota de Goethe.)
62 AMARGURAS DE WEETHEE

el placer que cada uno puede á sí mismo

procurarse? Decidme de un hombre mal


humorado que sepa ocultar su sentimiento

y soportarlo sólo para no turbar la alegría


de los que le rodean. ¿No es más bien un
descontento propio, hijo de nuestra peque*
fíez, mezclado con alguna envidia, excitada
por alguna loca vanidad? Vemos gente feliz

que no nos debe su satisfacción, y nos re-

sulta insoportable.» Carlota me miró, rién-


dose de la vehemencia con que yo hablaba,
y una lágrima en los ojos de Federica me
excitó á proseguir. «¡Desgraciado de aque-
llos, dije, que se sirven del poder que tie-

nen sobre un corazón para arrancarle las

alegrías que germinan en él! Todos los do-

nes, todas las complacencias posibles no


son bastantes á indemnizar de un momento
de placer, cuando s© encuentra emponzoña-
do por el despecho y la odiosa conducta de
un tirano!»
Mi corazón estaba lleno de pasión en este
momento, mil recuerdos se arremolinaban
en mi alma, la oprimían y las lágrimas aso-
maron á mis ojos.
GOETHE 63

«Si cada uno de nosotros, continué, se


dijese todos los días: no has de ejercer otro
poder sobre tus amigos que el de dejarlos
gozar de sus placeres, aumentárselos si te

es posible y compartirlos con ellos. ¿Te es


posible verter una gota de consuelo sobre
su alma cuando está agitada por una pa-
sión violenta ó atormentada por el dolor? y
cuando los afligidos por tí en las horas de
dicha sean sorprendidos por la última en-
fermedad, cuando en el mayor abatimiento
levanten al cielo sus apagados ojos y el su-
dor de la muerte inunde su lívida frente,
tú, ante su lecho, como un condenado sen-
tirás que no puedes hacer nada con todo tu
poder; te verás apresado por la angustia y
en vano pensarás que todo lo darías por
llevar á esta pobre criatura moribunda una
chispa de valor, un poco de consuelo!»
El recuerdo de una escena completamen-
te semejante, presenciada por i$í, se repro-

ducía en mi imaginación con todo su vi-

gor.Llevé mi pañuelo á los ojos y me alejé


hasta oir la voz de Carlota que gritó: ¡Vá-
monos! esto me hizo volver en mí. ¡Cómo
64 AMAEGUBAS DE WEETHEE

me ha reprendido en el camino por la exal-

tación que pongo en todo! Dice que seré


víctima de esto si no me domino. |Oh ángel
mío, no; quiero vivir para tí!

6 de Julio

Siempre está ella junto á su amiga mori-


bunda y siempre misma, tan afable y
es la
benéfica, que con su mirada endulza los su-
frimientos y lleva la felicidad. Ayer tarde
fuó á pasearse con Mariana y la pequeña
Amelia; lo sabía, fui á su encuentro y ca-
minamos juntos. Después de haber hecho
cerca de legua y media, volvimos á la ciu-
dad y llegamos á la fuente que tanto quería
y que ahora quiero aún más. Carlota se
sentó sobre un pequeño muro y nosotros
permanecimos delante de ella. Miré en de-
rredor y recordé el tiempo en que mi cora-
zón estaba solo, c Fuente querida, dije para
mí, desde hace tiempo, cuántas veces he pa-
sado deprisa ante tí y no he gozado de tu
frescura, ni siquiera te he mirado! Bajé los
ojos y vi subir á la pequeña Amelia con un
vaso de agua en la mano, procurando no
GOETHE 65

derramarlo. Contemplé á Carlota y com-


prendí todo lo que he puesto en ella. Ame-
lia llegó con el vaso; Mariana quiso cogerlo,
«nó, exclamó la niña con la más amable ex-
presión; nó, Lota, tú eres la que has de be-
ber primero.> La ingenuidad, la bondad de
aquella criatura me arrebataron en térmi-
nos de que para expresar mis sentimientos
no supe hacer otra cosa que tomarla en mis
brazos y besarla con tanto frenesí que co-
menzó á gritar y á llorar. «Eso no está
bien, me dijo Carlota.! Me quedé confuso.
«Ven, Amelia, continuó diciendo, cogiéndo-
la de la mano y haciéndola bajar los esca-
lones. Lávate ahora mismo en esa agua
fresca y nada te sucederá.» Miré á la niña
que se frotaba con afán las mejillas con sus
manos mojadas, convencida de que esta
mancha
fuente maravillosa le quitaría toda

y la lavaría de la afrenta de haber sido to-

cada por una barba impura. Carlota le dijo:

« ¡Basta! ! y continuaba restregándose con


más brío, como si de este modo y mientras
más lo hiciese mayor efecto fuera á causar-
le. Te aseguro, Guillermo, que jamás he

Werther 6
66 AMARGURAS DE WERTHER

asistido con más respeto á una ceremonia,

y cuando subió Carlota me hubiera pros-


ternado ante ella de buena gana, como si
fuese un profeta que acababa de redimir
los pecados de una nación.
Por la noche no pude resistir á las impre-
siones demi corazón y conté lo sucedido á
un hombre que creía sensible porque tiene
agudeza. ¡Cómo me equivocaba! Dijo que
Carlota había obrado mal; que á los niños
no se les debía hacer creer nada, y que esto
era fuente de muchos errores y supersticio-
nes que se deben evitar desde la edad más
temprana. Recordé que hacía unos ocho
días que había hecho bautizar un hijo suyo,

y sin prestarle atención lo dejé hablar per-


maneciendo fiel á esta verdad: Debemos
conducirnos con los pequeños como lo hace
Dios con nosotros; jamás somos tan felices
como cuando nos deja vagar en una dulce
ilusión.

8 de Julio

Cuán niños somos! ¡Cuánto no daríamos


i

por una mirada! Habíamos ido á Wahlheim;


GOETHE 67

las damas iban en coche y durante el paseo


creí sorprender en los negros ojos de Car-
lota... Soy un loco, perdóname. Sería nece-
sario que vieras estos ojos! Para terminar,
porque se cierran los míos por el sueño.
Cuando fuimos á volver, las señoras subie-
ron al coche. El joven W®**, Selstadt, Au-
dran y yo las rodeábamos; ellas hablaban
por la portezuela con estos jóvenes, que son
ligeros y aturdidos. Busqué los ojos de Car-
lota ¡ah! iban de un lado á otro, pero ¡sobre
mí! sobre mí que únicamente me ocupaba
de ella ¡no se posaban! Mil veces la dijo
¡Adiós! mi corazón, y no me veía. El carrua-
je partió y una lágrima humedeció mis
ojos. Las seguí con la vista. Carlota sacó su
cabeza por la portezuela y se inclinó para
mirar... ¡ah! ¿sería á mí? Querido amigo,
floto en esta incertidumbre, es mi consuelo.
Tal vez se volviera para mirarme! Tal vez!...

Buenas noches. ¡Oh! ¡qué niño soy!

10 de Julio

Deberías ver la cara inexpresiva que


pongo cuando la gente habla de ella! Y
68 AMARGURAS DE WKRTHER

cuando me preguntan si me gusta? Gustar!


Odio á muerte esta palabra. ¿Qué hombre
habrá á quien Carlota guste y no se apode-
re de todos sus sentidos, de su corazón y
su sór? Gustar! Ultimamente me han pre-
guntado si me gustaba Ossian.

11 de Julio

La señora M. está muy mala. Pido por su


vida porque sufro viendo á Carlota. Sólo la
veo alguna vez en casa de una de sus ami-
gas, donde me ha referido hoy una historia
particular. El señor M. es un viejo avaro
que ha atormentado á su mujer durante
toda su vida y la tenía muy sujeta; no obs-
ha sabido sacar partido de su si-
tante, ella

tuación. Cuando la desahució el médico


hizo llamar á su marido y en presencia de
Carlota le dijo: «Es preciso que te confiese
una cosa que después de mi muerte podría
causarte entorpecimientos y pesares. He
conducido y gobernado la casa hasta hoy
con el orden y arreglo que me ha sido po-
sible; pero es preciso que me perdones el

haberte estado engañando durante treinta


GOETHE 69

años. Al casarnos fijastes una suma muy


exigua para la mesa y los otros gastos de
la casa, y al prosperar nuestros asuntos no

he podido conseguir que aumentases la

suma fijada. Tú sabes que en la época de


nuestros mayores gastos exigías que fuesen
cubiertos todos con siete florines por sema-
na. Yo me sometí, pero cada semana toma-
ba del cofre lo que necesitaba para cubrir
las atenciones; no creía que se podía sospe-
char que la mujer robaba á su marido. Nada
he malgastado; habría entrado tranquila en
el reino de la eternidad sin hacer esta con-
fesión, pero sé que la que me suceda en el

gobierno de la casa no podría manejarse


con lo que das y no quiero que sostengas

que tu primera mujer no tenía necesidad


de más.»
He hablado con Carlota de la inconcebi-

ble ceguedad del espíritu humano. Es in-

creible que no sospeche un hombre de al-


guna combinación cuando se hacen con sie-
te florines gastos que deben importar el
doble. He conocido, no obstante, personas
que no se habrían asombrado de ver en su
70 AMARGUEIS DE WERTHER

casa la inagotable cántara de aceite del


profeta.
13 de Julio

N ó, no me equivoco! leo en sus ojos ne-


gros el interés sincero que se toma por mí
y mi suerte. y en esto debo creer
Sí, siento,

á mi corazón, siento que ella... Oh! ¿me


atreveré á pronunciar estas palabras que
forman mi cielo?... Ella me ama!
Me ama!... jY si vieras cómo me quiero
ahora! si vieras... me atrevo á decírtelo por-
que tú me comprenderás, jlo mucho que
me adoro á mí mismo desde que ella me
ama!
¿Es la vanidad lo que me hace creer esto,
ó es la verdad de mi situación? No temo
que hombre alguno me robe parte del cora-
zón de Carlota, y no obstante, cuando habla
de su futuro esposo con vehemencia y amor,
me encuentro como aquel á quien se le des-

pojase de sus títulos y honores y se viese


forzado á entregar su espada.

16 de Julio

Ah! qué sensación ardorosa corre por mis


GOETHE 71

venas cuando por casualidad mis dedos to-

can los suyos, ó nuestros pies se encuen-


tran debajo de la mesa! huyo como del fue-
go y una fuerza secreta me atrae de nuevo,
se apodera de todos mis sentidos una espe-
cie de vértigo. Su inocencia, la pureza de
su alma, no le permiten concebir el dolor
profundo que me producen estas pequeñas
familiaridades. Cuando hablamos, si pone
su mano sobre la mía ó en el calor de la
conversación nos aproximamos hasta sentir
que su aliento divino se confunde con el

mío, me parece, Guillermo, que voy á ser


aniquilado como herido por el rayo, y si lle-

go á atreverme... esta pureza, este cielo,

esta confianza, tú me comprendes. No, mi


corazón no está tan corrompido! es débil,
muy débil ¿y no es esto corrupción?
Ella es sagrada para mí. Ante su presen-
cia mis deseos se desvanecen. No sé lo que
siento cuando estoy á su lado; es como si

mi alma se derramase por entre mis ner-


vios. Hay una melodía que ella ejecuta en
el clave con la suavidad de un ángel ¡cuán-
ta sencillez y encanto! Es su música predi-
72 AMARGURAS DE WERTHER

y oir su primera nota es para mí qui-


lecta,

tarme toda idea sombría, todas las zozobras


y aflicciones.

Nada de lo que se cuenta sobre la anti-

gua magia de la música me parece ahora


increible ¡ejerce tanto poder sobre mí este
canto sencillo! ¡Cómo sabe ella ejecutarlo
en esos momentos en que yo sería capaz de
alojarme una bala en la cabeza! Entonces
la turbación y las tinieblas de mi alma se
disipan, y respiro de nuevo con libertad.

18 de Julio

¿Qué es el mundo, Guillermo, para nues-


tro corazón sin el amor? Lo que una linter-

na mágica sin luz; no bien introduces la

lamparilla aparecen en el lienzo las imáge-


nes más variadas, y aunque el amor no sea
sino un fantasma pasajero, es bastante para
labrar nuestra dicha cuando, deteniéndonos
á contemplarlos como niños, nos extasia-
mos con estas maravillosas apariciones.
Hoy no he podido ir á ver á Carlota; he es-
tado aprisionado en una visita de la que
no podía escapar. ¿Qué hacer? Envié á su
GOETHE 73

casa mi criado para tener junto á mí alguien


que la hubiese visto hoy. jOon cuánta im-
paciencia esperaba su llegada! ¡Con qué ale-
gría he vuelto á verle! Le hubiera abrazado
de buena gana.
Dicen que la piedra de Bolonia cuando se
pone absorbe los rayos y alumbra
al sol,

algún tiempo durante la noche. Algo así


me sucedía con mi criado. La idea de que
los ojos de Carlota s© habían fijado en su
cara, en sus mejillas, en los botones de su
casaca y en el cuello de su abrigo, hacía
todo esto tan sagrado y precioso para mí
que no habría dado en aquel momento á
mi sirviente por mil escudos. Su presencia
me producía tanto bien! Dios te preserve
de reir, Guillermo! ¿es un fantasma lo que
nos hace feliz?
19 de Julio

La veré! exclamo por las mañanas lleno


de júbilo, cuando al despertarme dirijo mis
miradas al bello sol naciente; ¡la veré! y no
tengo otro deseo durante el resto del día.

Todo lo demás desaparece ante esta pers-


pectiva.
74 AMARGURAS DE WERTHER

20 de Julio
Vuestra idea de que parta con el emba-
jador de... no es aun la mía. No me gusta
el estar subordinado, y todos sabemos ade-
más que este hombre es muy difícil d© so-
brellevar. Dices que mi madre se alegraría
de verme ocupado, permíteme que ría. ¿No
estoy ocupado? No es lo mismo que cuente
guisantes que lentejas? Todo lo de este
mundo viene á parar en bagatelas, y el que
por complacer á los otros, sin gusto y sin
necesidad se fatiga corriendo tras la fortu-
na, los honores ú otra cosa cualquiera es
siempre un insensato.

24 de Julio

Puesto que te interegas tanto en que no


olvide el dibujo, debería callarme en vez
de decirte que desde hace mucho tiempo
casi no me he ocupado de ello.
Jamás he sido tan feliz; jamás mi sensi-

bilidad por la naturaleza ha sido tanta;

hasta una piedrecilla, una hierba... y sin


embargo, no sé cómo expresarme ¡mi fuerza
GOETHE 76

imaginativa está tan débil! todo se disipa y


vacila ante mi alma de tal modo, que no
puedo cojer un contorno; pero creo que si

tuviese barro ó cera lo modelaría bien. Si


dura esto m© entretendré con arcilla y haré
aunque sólo sean bolitas.

He empezado tres veces el retrato de


Carlota y las tres me ha salido mal. Esto
me apena tanto más cuanto que hace poco
tiempo tenía gran facilidad para sacar el

parecido. Ultimamente he hecho un retrato


de perfil y será preciso que me contente
con él.

25 de Julio
Sí, querida Carlota, cuidaré de todo y lo
arreglaré todo. Pero os pido que me deis
más encargos y con más frecuencia. Sólo
os haré una súplica: no uséis la salvadera
cuando escribáis. He besado vivamente
vuestra carta y todavía rechina la arenilla
entre mis dientes.

26 de Julio

Muchas veces me he propuesto no verla


con tanta frecuencia; pero ¿quién lleva á la
76 AMARGURAS DE WERTHER

práctica esta resolución? Todos los días su-


cumbo á la tentación y todas las noches me
prometo no ir al día siguiente y me digo:
«Mañana no irás!» pero cuando llega el ma-
ñana, encuentro que hay un motivo inven-
cible que me lleva
á su casa antes de darme
cuenta de Unas veces porque me ha
ello.

preguntado: «Vendrá V. mañana?» y sería


una grosería no ir; otras porque me ha dado
un encargo y creo que debo llevarle perso-
nalmente la respuesta, ó bien porque es-
tando deliciosa la mañana voy á Wahlheim...
sólo hay media hora hasta su casa! estoy

tan cerca que su atmósfera me atrae... zas!

ya estoy allí. Mi abuela me refería un cuen-


to de una montaña de imán, los barcos que
se aproximaban mucho perdían su herraje,
los clavos volaban á la montaña y los des-

graciados marineros naufragaban metidos


entre las tablas, que unas tras otras iban
sumergiéndose en el abismo.

30 de Julio

Alberto ha llegado y yo partiré. Aunque


fuese él el mejor de los hombres y el más
GOETHE 77

generoso; aunque estuviese yo dispuesto á


reconocer su superioridad sobre mí en to-

dos los órdenes, me sería insoportable verlo


poseer tantas perfecciones. ¡Poseer! Basta,
Guillermo, el novio está aquí. Es un hom-
bre honrado y bueno, que merece que se le

ame. Por fortuna no estuve presente á la

llegada, me habría torturado el corazón. Es


tan generoso, que no se ha atrevido á abra-
zar á Carlota ni una sola vez en mi presen-
cia. ¡Dios se lo premie! El respeto que le
muestra me obliga á quererlo. Está conmi-
go muy afectuoso y atribuyo esto á obra de
Carlota, más bien que á inclinación propia;
las mujeres son muy hábiles para esto y
obran muy bien así: cuando pueden conse-
guir que dos de sus adoradores mantengan
buena inteligencia, lo cual es raro, lo hacen,

y el provecho es para ellas.

Por lo demás no puedo escatimar mi


afecto á Alberto. Su aspecto tranquilo con-
trasta con este carácter ardiente y turbu-
lento que no puedo ocultar. Es un hombre
de sentimiento y sabe apreciar lo que tiene
en Carlota. Parece muy poco dado al mal
78 AMARGUEAS DE WERTHER

humor que, como sabes, es el vicio que más


detesto.
Me considera hombre de talento, y mi
amistad con Carlota y el vivo interés que
tomo por todo lo que á ella concierne hace
que dé más valor á su triunfo y la quiera
cada vez más. No sé si algunas veces la
atormenta con ligeros accesos de celos; en
eu lugar no me podría defender enteramen-
te de este demonio.
La alegría que sentía antes junto á Carlo-
ta ha desaparecido. ¿Es locura ó ceguedad?
¡qué importa el nombre! Nada más claro.

Todo lo que sé hoy lo sabía antes de la lle-

gada de Alberto; sabía que no debía for-

marme ilusión alguna sobre ella y no la ha-

bía formado... quiero decir que sólo sentía


lo que es inevitable cuando se contemplan
tantos encantos. Y hoy abro asombrado los
ojos cuando llega el otro y se lleva á la
dama.
Crujo de rabia los dientes y me indigno
contra los que me pudieran decir que es
preciso que me resigne porque no podía
haber sucedido de otro modo... ¡Vayan á
GOETHE 79

paseo estos razonadores! Eecorro el bosque


y cuando estoy cerca de Carlota y veo á Al-
berto junto á ella en el jardincito, entre el
que me obligan á irme muy
follaje, siento

lejos,me pongo como loco y hago mil extra-


vagancias. «¡Por el amor de Dios, me decía
hoy Carlota, yo os ruego que no repitáis es-

cenas como la de ayer tarde! Está V. es-

pantoso cuando se pone tan contento!»


Para entre nosotros, te diré que acecho los
momentos en que los asuntos de Alberto la
dejan sola; de un salto estoy ante ella y me
pongo henchido de alegría.

8 de Agosto

Querido Guillermo, te ruego no creas que


pensaba en tí cuando traté de insoportables
á log que recomiendan resignación siempre
que sucede algún mal inevitable. No me ima-
ginaba que pudieses ser tú de esta opinión.
En el fondo tienes razón, pero escucha una
observación. Pocas veces se sale de las co-
sas en este mundo con una afirmación ó
una negación. Existen en los sentimientos
80 AMARGUEAS DE WERTHER

y las acciones tantos maticescomo grada-


ciones hay entre un chato y un narigudo.
No encontrarás, pues, mal que, recono-
ciendo la justicia de tu argumento, me es-

cape del dilema.


«O tienes alguna esperanza respecto á
Carlota, me escribes, ó no tienes ninguna.
Perfectamente! En el primer caso, procura
realizarla obteniendo el cumplimiento de
tus deseos; en el segundo, ten valor y haz
por deshacerte de una pasión funesta que
concluirá por aniquilar tus fuerzas.» Amigo
mío, esto está divinamente dicho... y dicho
pronto.
¿Puedes exigir al desgraciado cuya vida
se extingue lentamente á causa de una en-
fermedad incurable, que ponga fin á sus
tormentos por medio de una puñalada? ¿No
le quita el mal que consume sus energías,
al propio tiempo que éstas, el valor para li-

brarse de sus dolores?


Puedes contestarme, es verdad, oponién-
dome una comparación del mismo género.
«¿Quién habrá que no prefiera amputarse
un brazo á arriesgar su vida por indecisión
GOETHE 81

y miedo?» Yo no sé! Pero como no hemos


de hacer una lucha de comparaciones, ya
tenemos suficiente. Sí, Guillermo, tengo al-

gunas veces momentos de valor, vehemen-


tes, exaltados, y cuando me acontece esto...

si supiese adónde ir, lo haría sin vacilar.

Durante la tarde, mi diario, que hace


tiempo lo tenía olvidado, ha caído hoy en-
tre mis manos y veo con admiración el

modo cómo he avanzado, á sabiendas, en


este asunto, paso á paso,conduciéndome
cualun muchacho, no obstante haber visto
siempre mi situación. Hoy mismo la veo
con toda claridad, y á pesar de ello jno en-
cuentro que tengo apariencias de corre-
girme!

10 de Agosto
Podría pasarme una vida feliz si no fue-
se un loco. Rara vez se reúnen tan bellas
circunstancias como las en que ahora me
encuentro. Ayl ¡cuán verdad es que sólo de
nuestro corazón depende nuestra felicidad!
Formar parte de esta amable familia, ser
amado del padre como un hijo, de los ni-
Werther 6
82 AMARGURAS DE WERTHER

ños como un padre, y de Carlota!... ¡y del

excelente Alberto! nunca turba mi dicha


con celos y soy para él la persona más que-
rida en el mundo, después de Carlota!.. Gui-
llermo, da alegría oirnos cuando vamos de
paseo y hablamos de ella; no hay nada
tan gracioso como nuestra situación, y sin
embargo, á menudo las lágrimas humede-
cen mis ojos.
Cuando me habla de la virtuosa madre
de Carlota, y me cuenta como poco antes
de morir dejó al cuidado de ésta la casa y
los niños, y al de él á Carlota; de qué modo
ésta, á partir de entonces, ha sido en todo
una verdadera madre, empleando los mo-
mentos de su vida en el trabajo y adornán-
dolos de ternura, no decayendo jamás en
su buen humor y alegría!... Yo marcho jun-
to á él, cojiendo las flores que al paso en-
cuentro y formo un ramo que arrojo al cer-
cano río, siguiéndolo con la mirada, en tan-
to que con suavidad va río abajo... No sé si
te he dicho que Alberto permanecerá aquí
y que va á obtener de la corte, donde es
muy bien visto, un empleo muy bueno. He
GOETHE 83

encontrado pocas personas qne le igualen


en el orden y aptitud para los negocios.

12 de Agosto

Indudablemente Alberto es el mejor hom-


bre que existe bajo el cielo; ayer me ocurrió
con él una escena muy singular. Fui á su
casa á despedirme porque se me antojó dar
un paseo á caballo por la montaña, desde
donde te escribo. Dando paseos de un lado
á otro de su cuarto, vi unas pistolas. «Prés-
tamelas para mi viaje, le dije.» «Con mu-
cho gusto, me contestó; pero tómate el tra-
bajo de cargarlas, sólo las tengo por fórmu-
la.» Tomé una y continuó: «Desde que me
ocurrió un incidente penoso, por exceso de
precaución, no quiero nada con esas armas.»
Mostré deseos d© conocer el suceso y dijo:

«Había ido á pasar tres meses al campo


con un amigo y llevó un par de pistolas
descargadas; yo dormía muy tranquilo, pero
una tarde de lluvia en que no tenía nada
que hacer se me ocurrió la idea, no sé por
qué, de que podríamos ser atacados y po-
dría tener necesidad de las pistolas, y... tú
84 AMARGUEAS DE WERTHER

sabes lo que son estas cosas; se las di al

criado para que las limpiase y las cargara

y se puso á jugar con la muchacha, y que-


riendo asustarla apuntó, tiró del gatillo y
le

¡Dios sabe cómo! el pistón dió fuego y la


baqueta, que estaba en el cañón, hirió á la
pobre muchacha en un dedo. Tuve que su-
frir gritos, lamentos y además tuve que pa-
gar la cura. A partir de entonces, siempre
tengo las armas vacías. ¿De qué sirve la

previsión, amigo mío? El peligro jamás se


ve del todo. Sin embargo...» Tú sabes lo mu-
cho que quiero á Alberto, pero detesto sus
sin embargo, porque ¿no es evidente que
toda regla tiene su excepción? pero es tan
escrupuloso en su equidad, que cuando cree
haber dicho algo exagerado, absoluto ó du-
doso, comienza á limitar, modificar, añadir
ó quitar hasta no quedar nada de cuanto
ha dicho. En esta ocasión no abandonó su
sistema. Bien pronto dejé de oir lo que de-
cía y caí en un vago sueño: después, de re-

pente, apoyé sobre mi frente, más arriba del


ojo derecho, el cañón de una pistola. «¡Apar-
ta! dijo Alberto, cojiendo el arma, ¿qué quie-
GOETHE 85

res hacer?» «No está cargada, contestó.»


«Aunque no esté ¿qué quieres hacer? repi-
tió con impaciencia. No comprendo cómo
se puede estar loco hasta el punto de suici-
darse; sólo la idea me horroriza.»
«Siempre vosotros, oh hombres, exclamé;
hablaréis de las cosas, añadiendo: esto es
locura, aquello razonable, esto bueno, aque-
llomalo! y ¿qué es lo que queremos decir
con estos nombres? ¿Habéis profundizado
los verdaderos motivos de una acción? ¿Sa-
béis distinguir las razones que la han pro-
ducido y por cuáles debe producirse? Si
supieseis todo esto no seríais tan ligeros en
vuestros juicios.»
«Debes convenir conmigo, dijo Alberto,
que ciertas acciones son y continuarán sien-
do criminales, cualesquiera que sean los
motivos que las originen.»

Me encogí de hombros y le concedí este


punto. «Sin embargo, advierte, amigo mío,
que ni aun eso es verdad en absoluto. Es
verdad que el un cri-
robo, por ejemplo, es
men; pero hombre que está á punto de
el

morirse de hambre con su familia y comete


86 AMAKGURAS DE WEETHBR

un robo ¿merece piedad ó castigo? ¿Quién


echará la primera piedra contra el marido
que en un arrebato de cólera sacrifica á su

infiel esposa y á su infame seductor? ¿Quién


á la joven que en un momento de delirio se
abandona á los encantos del amor? Nues-
trasmismas leyes, pedantes y frías, se con-
mueven y detienen sus golpes.»
«Esto es otra cosa, replicó Alberto: por-
que un hombre arrastrado por la pasión
pierde la facultad da reflexionar, y se le

mira como á un ébrio ó un insensato.»


«Hé aquí ¡oh gente razonable! exclamé
sonriendo. {Pasión! ¡Embriaguez! ¡Demen-
cia! ¡Sois de una impasibilidad maravillosa!
Injuriáis ai ébrio, condenáis al loco y dais
gracias á Dios, como los fariseos, de que no
os haya hecho á semejanza de ninguno de
Más de una vez he estado borracho y
ellos!

con frecuencia mis pasiones han estado


cercanas á la demencia, y no lo siento; he
aprendido que siempre se ha dado el nom-
bre de beodo ó insensato á todos los hom-
bres extraordinarios que han hecho algo
grande, algo que parecía imposible. En la
GOETHE 87

misma vida privada es insoportable oir de-


siempre que un hombre trata de dar
cir,

cima á una empresa noble y desinteresada:


«¡Está loco! (Vergüenza para vosotros los
ébrios! (Vergüenza para vosotros ios sa-

bios!»
«Estas eon tus extravagancias, dijo Al-
berto. Todo lo exageras, y en esta ocasión
lo llevas hasta el extremo de comparar las

grandes acciones con el suicidio, que era


de lo que se trataba, el cual no debe ser
mirado sino como una debilidad del hom-
bre; porque indudablemente es más fácil

morir que soportar sin tregua una vida lle-

na de amarguras.»
Poco faltó para qu© cortase la conversa-

ción; nada me pone tan fuera de mí como


el que me opongan lugares comunes cuan-
do hablo yo con todo mi corazón. No obs-
tante, me contuve; otras varias veces le ha-
bía oído decir cosas semejantes que me al-

teraban. Le repliqué con alguna vivacidad:


«¿Llamas á esto debilidad? No os dejéis
llevar por las apariencias. Un pueblo gime
bajo el yugo insoportable de un tirano, ¿le
88 AMAKGUBAS DE WEETHEE

llamarás débil si se levanta y rompe las ca-

denas? El hombre que ve arder su casa y


siente que se multiplican sus fuerzas y con
facilidad levanta pesos que á no ser por la

excitación no movería del suelo, ó un hom-


bre que viéndose insultado se enfurece y
acomete á su enemigo ¿merecen el nombre
de débiles? Amigo mío, si los esfuerzos son
la medida de la fuerza ¿por qué ha de ser
lo contrario un esfuerzo supremo?» Alberto
me miró y dijo: «No te molestes, pero crso
que no son aplicables al caso los ejemplos
que has puesto.» «Es posible, respondí, se
me ha reprochado con frecuencia que mis
razonamientos son pura palabrería. Veamos
si podemos representarnos de otra manera
lo que debe pasar en el alma de un hombre
que se determina á deshacerse del fardo de
la vida, para otros tan querido, porque no
podemos juzgar de una cosa hasta que no
la comprendemos.

«La naturaleza humana, continué, tiene


sus límites y puede soportar el goce, la
pena y el dolor sólo hasta cierto punto, pa-

sado el cual, sucumbe. La cuestión, pues no


GOETHE 89

está en saber si un hombre es fuerte ó dé-


bil, sino en si puede sostener el peso de sus
sufrimientos, sean físicos ó morales, y me
asombra tanto que se llame cobarde al

hombre que se suicida, como me asombra-


ría el que así se llamase al que muere de
una fiebre maligna.»
«Paradoja! pura paradoja!» exclamó Al-
berto.
«Es más verdad de lo que crees, respon-

dí. Convendrás conmigo en que llamamos


enfermedad mortal á la que ataca al cuerpo
de tal suerte, que destruidas en parte las

fuerzas de la naturaleza y en parte debili-


tadas, no pueden reponerse por medio de
una crisis y restablecer el curso ordinario
de la vida. Pues bien, querido amigo, apli-
quemos esto al espíritu. Mira al hombre en
su estrechez, y verás hasta qué punto le
aturden ciertas impresiones y cómo se fijan
en él ciertas ideas, hasta que al fin arreba-

tándole la pasión, siempre creciente, le priva


de todo razonamiento y le pierde. En vano
un hombre razonable y de sangre fría que
contemple el estado de este desventurado,
90 AMARGUEAS DE WERTHER

le dará buenos consejos! Semejante hom- al

bre sano que está junto al un en-


lecho de
fermo, no podría darle la más mínima par-
te de sus fuerzas.»
Alberto encontraba estas ideas muy poco
precisas. Le recordé una joven que había
sido encontrada ahogada hacía poco tiempo,

y le conté su historia. Era una buena cria-


tura, dedicada por completo á sus ocupacio-
nes domésticas, de un trabajo siempre igual,
y que no conocía otros placeres que los de
iralgunas veces los domingos á pasearse
por los alrededores de la ciudad con sus
compañeras y de bailar algunas veces con
motivo de las grandes fiestas y charlar con
una vecina algunas horas con la vehemen-
cia del interés más sincero, sobre tal ó cual
chisme. La naturaleza le hizo sentir otros
deseos que los aumentan las lisonjas de los
hombres; poco á poco sus antiguos placeres
llegan á ser insípidos para ella; por fin en-
cuentra á un hombre hacia el cual le atrae
de un modo irresistible un sentimiento des-
conocido; en este hombre funda todas sus
esperanzas y todo en su torno es olvida-
GOETHE 91

do; nada oye, nada ve, nada ama sino á él,


sólo por él suspira. Como no estaba corrom-
pida por los frívolos goces de la vanidad y
de la coquetería, va derecha á su objeto;
quiere ser de él, quiere en una unión eter-
na alcanzar la dicha que le falta y los goces

á que aspira. Kepetidas promesas ponen el

sello á sus esperanzas, caricias temerarias

aumentan sus deseos y vencen por comple-


Nada en un sentimiento vago y
to su alma.
delicioso, en una idea anticipada de todas
las alegrías, ha llegado al paroxismo; tiende
en fin sus brazos para abrazar todos sus
deseos... Y su amante la abandona. Mírala
ante un abismo, inmóvil, privada de cono-
cimiento. Todo es obscuridad en su derre-
dor, no existen perspectivas, no hay con-
suelo, no hay presentimientos buenos; la

abandona aquel que era toda su existencia.


No ve el universo vasto que ante ella se
extiende ni los numerosos amigos que po-
drían hacerle olvidar lo que ha perdido; se
siente sola, abandonada del mundo entero,
y ciega, acongojada por la pena horrible de
su corazón, para sofocar sus angustias, se
92 AMARGURAS DE WERTHER

precipita en la muerte que todo lo termina.


Mira, Alberto, esta es la historia de muchas
personas, y dime ¿no es lo mismo que una
enfermedad? La naturaleza no encuentra
medio alguno para salir del laberinto de
fuerzas encontradas que la agitan, y el hom-
bre debe morir. Desgraciado del que se
atreva á decir: «{Insensata! si hubiera espe-
rado, si hubiera dejado obrar al tiempo, su
desesperación se habría calmado y hubiese
encontrado un hombre que la consolase.»

Esto es lo mismo que decir: «Loca! morir


de una fiebre! Si hubiese esperado á reco-
brar sus fuerzas y que su sangre fuese puri-
ficada, se habría restablecido y viviría aún.»

No juzgando Alberto muy acertada esta


comparación me hizo objeciones, y me dijo,

entre otras cosas, que yo había hablado de


una joven sencilla y limitada, pero que no
debe juzgarse así á un hombre de talento,
cuya inteligencia superior le hace apreciar
mejor las relaciones de «Amigo
las cosas.

mío, hombre siempre es hombre;


le dije, el

de poco ó nada sirve una chispa más ó me-


nos de talento cuando fermentan las pasio-
GOETHE 93

nes y los límites prescritos á lo humano se


hacen sentir. Es más... pero otro día habla-
remos de ello», le dije tomando mi sombre-
ro. Oh! estaba tan lleno mi corazón! Nos
separamos sin habernos entendido. En este
mundo pocas veces se comprenden los unos
á los otros.

15 de Agosto

Es verdad que nada como el amor hace

que hombre necesite de sus semejantes.


el

Comprendo que Carlota sentiría perderme,


y los niños no tienen más idea que verme
volver al día siguiente. Hoy he ido á afinar
el clave y no he podido, porque todos los
pequefíuelos me perseguían para que les
contase un cuento, y la propia Carlota se
empeñó en que debía complacerlos. Les he
distribuido el pan de la merienda y lo acep-
tan de mis manos como de las de Carlota;
después les he contado la historia de la
princesa servida por manos encantadas.
Aprendo mucho con esto, y me asombra la
impresión que les produce el relato. Si se
me olvida un incidente ó invento uno nue-
94 AMARGURAS DE WERTHER

vo, gritan enseguida que la primera vez


era de otro modo; ahora me ejercito en re-

citar cada historia siempre del mismo modo,


con las propias inflexiones d© voz y sin
cambiar nada. He deducido de esto, que el

autor que al hacer una segunda edición de


su obra, si es poética y hace cambios, la
perjudica necesariamente aunque la bene-
ficíe literariamente. La primera impresión
nos encuentra dóciles, y el hombre es de
tal suerte que llega á persuadirse de que

son verdad las cosas más extraordinarias;


pero cuando ha aceptado una cosa, cuando
se la ha grabado profundamente, idesgracia-
do del que quiera destruirla ó borrarla!

18 de Agosto

Por qué lo que hace la felicidad del hom-


bre ha de ser también la fuente de su des-
gracia?
Este sentimiento que inunda de volup-
tuosidad mi corazón ante la naturaleza y la

vida y hace un paraíso del mundo que me


rodea, ha llegado á ser para mí un insopor-
table verdugo, un espíritu del mal que me
GOETHE 95

persigue por doquier. Cuando en otras oca-


siones contemplaba desde lo alto de las ro-
cas, más allá del río, la lejana cadena de
colinas, ©1 fértil valle, y veía que todo ger-
minaba á mi alrededor lleno de lozanía;
cuando miraba estas montañas cubiertas
de árboles corpulentos que la bordaban
desde el pie á la cima, y estos valles um-
bríos cruzados de pequeños bosques risue-
ños, y como el río, apacible y sosegado, co-
rría dulcemente por entre los cañaverales

susurrantes y reflejaba las nubes ligeras


que el viento suave de la tarde paseaba
por ©1 cielo, meciéndolas; cuando escuchaba
á los pájaros animando con sus cantos los
campos, en tanto que un enjambre de in-

sectos danzaban gozosos al último rayo de


sol, á cuya postrer mirada el escarabajo,
antes oculto bajo la hierba, la abandonaba
zumbando; cuando el ruido y la actividad

que veía en torno mío llamaban mi aten-


ción sobre la tierra, y el musgo que arran-
ca á la piedra su alimento y la retama que
que crece en la pendiente de las colinas
areniscas, me descubrían la íntima, ardiente
96 AMARGUEAS DK WERTHER

y santa vida de la naturaleza ;con qué júbilo


abrazaba todos estos objetos mi arrebatado
corazón! me sentía como deificado por este
torrente que me atravesaba, en este inmen-
so universo cuyas formas sublimes pare-
cían moverse, animando toda mi creación
en el fondo de mi alma. Me rodeaban mon-
tañas enormes, tenía ante mí profundas si-

mas donde se precipitaban tempestuosos


torrentes, los ríos se deslizaban por mis
pies; oía algo como un rugido en los bos-

ques y los montes, agitándose y confundién-


dose esta reunión de fuerzas misteriosas
en las profundidades de la tierra, mientras
sobre ésta y bajo el cielo agitábanse las ra-

zas infinitas de los seres vivientes que todo


lo pueblan, de diversas formas, en tanto
que los hombres se juzgan dueños de este
vasto universo desde su pequeña mansión.
{Pobre loco que todo lo crees mezquino por
que tú eres muy pequeño! Desde las inac-
cesibles montañas del desierto, que ningún
pie ha tocado, hasta el fin del océano de lo
desconocido, todo lo anima el espíritu del

eterno creador gozándose en estos átomos


GOETHE 97

que lo sienten y viven... |Ah! cuántas veces

deseaba entonces con las alas del ave que


pasaba sobre mi cabeza, trasladarme á ese
inmenso mar para beber la vida en la copa
espumosa de lo infinito y sentir siquiera
fuera por un momento dentro de la estre-

chez .de mi seno, una gota de las delicias

del Sér que todo lo crea en él y por él.

Hermano, el solo recuerdo de tales horas


basta á fortalecerme. Es más: los esfuerzos
que hago para recordar estos sentimientos
inefables elevan mi alma sobre ella misma,
haciéndome sentir doblemente mi angus-
tiosa situación de ahora.
Un ha levantado ante mi alma y
velo se
el espectáculo inmenso de la vida infinita
se ha cambiado, y no es á mis ojos sino
una tumba eternamente abierta. ¿Se puede
decir cesto existe» cuando todo pasa? Cuan-
do todo se precipita y rueda con la veloci-
dad del rayo? Cuando cada sér conserva
durante tan poco tiempo la cantidad de
existencia que hay en él, que se ve encade-
nado, tragado por ©1 torrente y despedaza-
do contra las rocas? No hay instante en
Werther 7
98 AMABGUBAS DE WEETHEE

que no devore, no hay instante en que tam-


bién tú dejes de ser destructor. El paseo
más inocente cuesta la vida á millares de
insectos; uno solo de tus pasos destruye la
labor prodigiosa de la hormiga y hunde á
todo un pequeño mundo en el sepulcro.
¡Ah! no son estas nuestras grandes y raras
catástrofes, estas inundaciones, estos tem-
blores de tierra que se tragan á las ciudades
lo que me conmueve, no; lo que me produ-
ce escozor en el corazón es esta fuerza de-
voradora que se halla oculta en toda la na-

turaleza, que no ha producido nada que no


destruya cuanto le rodea y no se destruya

á mismo. Así camino vacilante y lleno de


tormentos, rodeado de cielo, tierra y fuerzas


activas, en lo que no veo sino un mónstruo
eternamente devorando, eternamente afa-

nado.

21 de Agosto

En vano tiendo mis brazos hacia la ma-


ñana cuando despierto de una pesadilla; en
vano la busco á mi lado durante la noche,
cuando un sueño feliz y puro me hace creer
-iod oq onbiod oqonni oijng *0)0017 ira bb8
oiib ep Booq 01)80800 ns A 090)010) op»o
-98 u»q ea ‘objibosoijoi o\ enb 801011891 noo
0010811» os oo 0nb ‘sopeaos sim A soo08 09)
•80 soto sim 1091008008 0008010 19 9 0¿np»
00 *0)10010 «joq» 9)89 O9Z01OO 0)sg ¿oi0)ao
oponxn [0 lora» ns 00 iBBBiqB op z»d»o 09Z
«100 un bjoo) A osj0i»d un inqnosop bjoio
os»d »p0O 9 c p»pi[iqi8O0s B)ismbx9 bou
op 89008 somd 0901 so{ noa 0q0?i0iop os
oduioi) oi)o 09 00b ooieiai jo jCos o&? ’sop
-Bpioqoj s»i sopo) op 10^000001 10 89 !|O 0 »q
*
-
0A 9 q ouroo 8 bz 9 )bii) sbj s»po) 9 p 0)0007 »i
jm 00 ¿oq 0A9q onb 000 ¿Bq 0)00)803 *o

jBdino 01! *Bjra se Bdfno bj »po) 9nb o)O0is


0p opBio0i8s9(i 80 ip 9 ni 9 oais jm oiq
*
jjoi

-os Bji0S0d 00 eoiojop sim op 0iq0)iodo6ui


OpiBJ 10 OpOUI 0)89 0 (J IpB^OOpA OIS ‘l 9 nbB 9
0 A 0)89 9 b¿ ‘odraei) o ínsito on 9 oopiom»
os onb eooBjoBoioooin soso op oon ¿os 00
90b iod? jqy *op0io»i8f0p los A jos je joa
9 0 AT 9 UA iofo BOJ IIiqB I» 00013001 0| lod
!iB)j9ds9p 00 op BzoBiadso »¡ A oosop ¡o 000
0)80000 910 80 O 9 A 80)0900 9 q»S SOI(J 0J9g
djquidiaofi d'p g

HHHXHHAl HO 8VH£LOHTKV Q9 T
•4
*¡ojC 2i '••¿ueqpied
o;n«no 19 C 00 lod sogin boj nBzionjBo es
¿pBpiUBnmq bj ©p jbiu;bh opBoad J0 OJI00Bq

f ©onpni son on? oSiBqtn© uis A ‘Bqo Bpsq


sozBiq Bica jopnojx© ibso uis soguean© so;
IBJIOI ? 10 AJOA A IBIllH B;S0U0 era ©nb
-UB!J

ofBqBi; 10 sotq ©qBS uoTg; ‘oqono ib ©j.ib;|B 9


©p o;und ^ opB}8© ©q 8 ©o©a n©p ©p b?j\[

dAqnpQ ap OS
*BpBn y jtn BiBd ©a
-np©i ©s opo; Bjj 0 uis A ‘oqonui o;u 0 is topo;
BioAop oj bjj© lod u9isBd bj jo;ub; o;ueig

di[oou v¡ uoj
•jca ©;ub BBZI0 HJ ms A
o jij ©seiAnqs© u©inb ? zq©j i©OBq Bjjpod on
B9UOI0BSU0S S00jnp spra SBJ 0p BU0JJ BUqB
l© Bi©iAn; ©nbunB A ísB{ 0 raipp pipod ©ipBU
‘jm ©p oi;u©p 0A©q on ©nb SBioqsp ‘iojb©
e
‘BjiSojy jopiisnb Ayl soi;o boj BiBd soun
boj somojBA ©nb oood oj o©a opuBno '«zaq
-bo bj BjiiiqB A oqood j© bjibijbSsop ©j^[

dxqnpQ ap ¿%
<Io;uoid
ub; BOTOB^BijuBn A\ sou¿909UBAB9p souioqop
jnbB uüb ‘soEiuxb Boiponn ep Biiotnsra v\

691 SHXSOO
I

I
u© 9 Brap 10 u© Bi©pBpi©A U9isaidrai «jos
v\ iBÍop somepod epnop *Biou©pixa Biponu
ep opunjoid opienoei iBfap ap ©iqranp
•xpoa «i soraaua; ©puop orneara jnbB ©nb
‘©©h^siqa ub| somos ¡qQ — ¿odraoi; o^upno
¿ouipop n; u© BjjBsnBa «pipiad n; ©nb
ojoba y© soq© uBjiijuas ‘oinoijo apa ©p sos
-BÍ0JB 0; is ‘sosaipBd is ‘©¡juBpqo 0£[ "‘sopo
!¡¡»

so[ uis soüu so{ íiaia siBjipod ou anb U9ZBJC

-o© na 9 ©aojad A BjiSaiB ns ©p ©pad sbuiioj



uBinoq ©) soSiraB su* ísopoj BiBd s© opox
*bsbd apa ua sai© ©nb o¡ biih» :oraBira
jra 9 oSip ©m ‘opaziiajiiraBj ua; ¿op© ajuas
sopa A ‘opaqiy
-oíd ib ©nb soj noo saiqanra

©p sepdad so¡ ‘«Pt-iSQ 9 p soCap soi o©a A


opana apa oniraBXQ ‘¿opauap ira na 011ra
o A opuana 2i "'oijBpxa un ©p apanra ai
ep app ©s opuBno i©aaq ©pns ©s omoa op©
©p uaqaiqaq saueApf SBpa ‘orai©nin£) •••©'j
»¿©ns ^nb ©p íapiA B{ lafap 9 uajuod
anb aja
-UBuSndei aj bj©a A uBqasiaAuoa sana ©nb
opa; u© ‘sopaqaipsap sopa ap opai pi BqBA
-©II am baja u9jOBuiSBmi ira 2i *«po Bi oCip
‘opaqomq 9pa
#
oiara Anm 9pa u^iqraaíj

‘appaQ ofip
‘#
j£ ia *BpiA ns jod oABqoo

uhhxuhai aa SYanouYHV 891


g

un «p«p ou íbSibj ¿nra «ibd «j ‘sBpipnnq

sendera s«j ‘«aes so; «un ‘«8tra« «j oftp ‘eu


-ex;íeraiejue Anm ‘eraiejue «q«p«q es ex;o
A opease ejqeq es «un enb ep ‘ojqend \9
ue «junoo enb o\ ep ‘epiA «i ep sepi;ou ‘se;
-uexejipux s«soo ep u«q«dnoo es enb A oCeq
s«ne u«q«iqeq enb ;o ‘iiquose 9 eraieuod
«i«d «rantd «un pino; A xee; epnd ou oxed
‘exuxe«x;sip «x«d oxqq un ;Coo A o;eiperaux
o;i«no un ue ?i;ue oA íepeA 9 «; oii«q ep «8
-ira« «un opiueA «u «m;«iiD «un ep epue;
,

-sixe «1 «soD «ood Anm se enb ep «epi «i ue


891a oraiquoo era «jp «p«o ío;ra oSiras ‘jg

uqnpo gp 9

*op«A ese opo; «penen es ‘«jos «un

‘U9z«ioo n; «i;uoo zda «¡os «un «peqoex;


•se sesexpnd is :«puenoeij uoo osueid o¿
iones ira ue o;uexs
enb op«A etqiuoq e;ee ‘op«A e;se ¡iCy!

Mqnpo gp 6T

•op«;ieqq eojpq jep v\ sei; «uq« ira xeiAue


«i«d orasira jra 9 spndsep eraopuppxq ‘«;uei
epenra «un se enb epiA «un ep s«x;sn8u«

m 3THXKOO
g«[ ep edioajid ira 9 «ge uoo iBiqq A «p«d
-se ibobs oiepnosa pg un oraoo Bieistnb
jojra oBícub qo «pjierj «i eiqos 9iera«n era
ouba ue A Bqranj ira 9i«qoq eid ng ¿p 8 ui¿[
ep ofiq pp opp «q ?nb ‘opiaq p 9pa ep
-U9d? pie^unSeid A «zaipq ira «po$ ue 910
•ouoo era eub je ^ipueA ‘?£pueA oj 9 Íbia 13»
o2io e[ A eiqno «i eub «sedee «qieiq

«l ‘ejij «jweix «f «11ra opugno íseiped sus


ep seiiApraui sBiqraos sb{ ep seuoioii«dB
s«{ opueeioqBa ‘seieoBjd sosojopp sot unís
b*o§b 01U90 A Bqran$ Bioeq opu«uiuiBO
Biiep «t ue ojos oeA o\ A opunjoid iopp ns
e^uei| ns eiqos oe¡ opueno ísbsoiiopia se a
-bu sbj ep osei^ei p pepiiup ns uoo «qsp
-n¿B «un{ «{ 9 seiopBioídxe soieiienS soa
-Biq so{ ®-iqos «qBipBiii «¡pipo «pe enb ue
sodraep so{ ue oraoo eopq pp «rap p ue
eAiAei op«sBd p opuBno íosonpedraex i«ra
un ejque «qnoo oipera epi«) «[ ep «¡pipe
e¡ Bio«q sopo sns bujeos opuBzoqos A *00.10

•pides sns «¿^uanoue ops A seiped sns ep


SBqenq sb{ Bosnq enb sogts soi *od opioaueo
-U 9 opieq p ‘opeisep pnbe ue oidraepoo
opuBBQ jopBuiB ns gnj enb osouoi8 eo.pq

uauxasui aa syaaoHvwv ggx


I© esodei eoprna sai ofeq ‘oSIsnra ep sBijioiq

•na SBipeid oipsna ©i^a@ bziuoSb enb neAoC


«l ep soiidsns so{ noo o{{© opo; asopnpip
-unjnoa ‘o^neiA ¡ep BBfenb bb{ lod eopBnS
-pióme ‘
8 B!juBíd m\ ep se¿B boj £.
e
BA{9s B{
ep e^nojio; {ep optSni {9 iod eopeoojos oip
- 9 ün ‘SBmeABO 8 B{ 0 p SOIH 08 SO{ ep B0piUI9S
so{ egBpnora B{ u© iio íenn{ B{ op epiípd zn{
B{ 9 oijueraeraiij Tep BBiqraos sb{ seqnn sb{

n© 9 D 0 m ©nb ‘pensadme* B{ lod soptpnaes


89{BiiO!pmi so{ lod ibSba [saraiiqns soguea
bus ne^iodenep era opnnra ^nb y! oi9raoH #

? npzBioa ira n© opB(|ue[dns eq hbisbo

djqnpo dp ZT
*OJÍB{0

e^ne^seq 89 anb ©aeiBd 9in iC ***opora opo


9p eraieseidxe opond on oiad ‘eeianeap
-9i sb{ oiorab on o^ *Bj9ia —OiC oraoa ‘eqei

-eds9 •••{^ oraoa osoqatp hb^ oaeied on o^ieq

qy onb se eaejsipna era ©nb oq jo^na^noa


iCo^s© eoiSen soto ens B9A o¡9s ©nbnny

dJjqnpQ dp oí

jBjBd ira ©p 8 ©{oqi 9 so{ nejiB!}iodrai

era enb Bsoa Bnn baba ‘©dtaujid Bienj o& is

991 HHXHOD
¡qeg "sepiai ap jopeipinirape p A appop
p ‘Bino pp jeCnm v\ 9 ejiep saj o A adpnjid
eianj o A ig iq(>! ‘sapSou £eq ou e¿ ‘np ng;
•epeqns na 9ipnaA boj A ‘sajoqp boj sopeo
-nene noianj apuop ap oii9!jiqB0jd pp oipd
p aiqos soqoaiap sonSrpe iapA opnapeq
sopaiCoid sus uoo eiiop aa 9ip onb sexual
ap nppeipiniinpe bj oniAiapn opueno o\

-iaoeq 9 ueqi 9 ‘sopepoo sepqjp boj ap boio


-paneq boj asiipedai na noiamiAnoo as (e^

•uaioedmi q \ opnnani 9 onb ‘laCara ns lod op


-ipraoo ©piedsip pp oqoaAoid upSp ibobs
eqesnad apa enbiod) emo p A appop jg; *o^

-unse p na osopeiS opadse nn Xeq oiaj


€¿I0O
-eq 9 someA 911b ‘epneni 0{ appop p op
-nano» :napnodsai era eoqa A t¿opipi8snoo
spqeq 01 911 b ioj?» :opm8aid saj ‘so^na;
-noosap ne^ sonSipxe sot 9 opo; aiqos A eap
-p epa ap a;na§ v\ 9 oaA opnenQ pipeqo
-ipi A laimag 'pqinna^; 9 eqeiedtnoo op

-nano sanopaqpain sapnnjoid bus na aqaq


aj A soiAían sns eqepioqp opa A ‘sep
-aiped 9 sepequiep na nejuapipa as soq
-mbiqo boj saoann se{ ueqempem opueno A

naHxaaAV aa svsmoHVHY fgi


'zn{ b¡ uBq-B^mb sboqbi bbj íopeuigq uBpBq
o¡ oped ¡9 iBpnsue 9p e^mepB ubjbo es enb
esfoq sb¡ íapiggg & iieAjoA opend ou o £
S
s9 ^ •eQpsJgon so| iiqioo ep zisdso Bie senoio

-ipaoo sepe ep Binpiio Bun opg ‘Biierj b¡


ep eooá* un iBeioqBs epend ou a BpBumiiB
ejueuiBpiduioo ?pe pnps bj enb bi ue
íiapAB'j ep sogaus so[ Bieeidsep £ omsmBi^
-suo pp iBiom-ooigio Biniopi BAenu lod
BÍBqBi^ enb ‘seuoupo eo¡ iBuiurexe 9 epra
es enb 'Biqna .iod iBSBd epuepid enb B^ao^
íBqe lod esieseiepi ep opn8 pea ¡e BSue;
uemb ¿Bq ou enbiod ‘©ipbu lod esiBseiepi
ou ue ueiq £um eosq enb £ enbaepue ‘Boas
Binpiio íoqoaq {ep Biope b¡ se (opontu
Bq u^iquiB; pouoo o£ enb je) ooou?d oa
- enu |ep Bsodse B{ ‘ega enbio^ soiiB$untoA #

sopqii; s^uiep soi £ soAenq boj ‘BoepBuu


B[ Bfooei opuBno epe 3 Buenq B|89 ei;ue o;
-ieiqB Bq enb Bpiieq b{ ^lepueidraoo pnpB
Bino pp leCnra bi enb Biedee £ Binuiinui
pepnio B{ Bpox jouBuinq o^ueiuxrtues je se
enb o^I Bpn§uoo enb bboo Bun
#
‘oStcaB opii

-en£>pgezBq iBtoueseid enb o^ue^! zafeA


ep oun p iiiouz eseiA sope oxuoo sajoqp

m aHxaoo
sop opuetue:* ts BjitlqjB era enb eiqraoq
un áob enb ‘0& ’ozeqoBq leraud [9 pip
enb eiqejemm oned [b ib^bui ep zBdBO Bjies
oeio enb eCeioo o8u9^ [sopB^oQ * ,e
eop
-b^ioo opie uesexqnq enb ep soraeq^uera

•B[ son opueno i 9 íCb BqBioq B[enose ep ox%


•seera ig; •seioqj^ so$se ep oCeqep eqe^ee op
•ubuo jra BiBd bpbjSbs Bie Biioraera ns íera
-iej(iqis;edsei euoeied Bun pnj enb eoeiBd
[Bno [e ‘o[enqB ne ep orasira [e BqBAeq enb
‘sope ep oun ep eiqraou je seuoisBOo seqo
•nra ue oqoip eq son B[enose ep oüjseBra [g
•o^oraei b¿ odraepj un ue opB[UB[d uejqeq

boj enb soooupd boj ep opienoej ¡e B^sBq


eo [[9 ue Bjun eg ¡eferaBi ns ue BioueoqiuSera
pnb {Biqraos ns ue BjqBq biuosoij b^u^uq
¡oi^Bd te UBjoeqeqrae 011190 A sopipupjd
•se setoqip eoqenbB UBqBiSe[B era ojupnQ!
•b^oiibq uoo oA BqB^ues era Biqraos B¿no

f oue^iqsejd [ep s9[b2ou bo[ eeooaoo px


•Biiei^ B[ eiqos oS[B 6[ba enb oood 0[ iBeioq

-bs epend ou enb ‘o^ueiraiíjues ep A bui[b


ep B^siAoidsep u bij e^ueS ¿Bq enb Bsueid op
-ubuo ‘oraieqinr) ‘ojqBip [B oun BjJBp eg
djiqwdi'iddg op

aaHiuaAi aa SYaaoavHY Z91


•ouib

«lo;u9no ©qBS ‘jm ©p bjj eg ¿o¡i©D©q ©p Bq


ou ^nb lod? oi9j *BpiA B[ Biosq o;u9ts ©nb
Btouoiojipui bi iod opBqmiB oqans e;s© ©p
U9ZBIOO tra ¿B;i©ds©p Bjioqap on ís©;s9f©o
pBppqoj ©p A Bionsooui ©p souoSfyun sb;s©
lod u9iobui§buii ira iBiqumps Bjieqap on
Í0;8© i©OBq Bq© BJI©q©p 0£[ *bibd B| jajo^
•opipuodsaiio©
ioutb un ©p saiooBid so[ sopo; ‘soooS so¡

sopo; ubjoa os ©nb u© bsuuos Bun BqisCaqip


©s opuop n© ‘so^eiqB©!^© soiqBj sns ©iqos
uBd ©p sbCbSiui sbuu osnd A r Bq© 9 ipnods 9i
‘«Booq iui no ©rao© upiquiBx» «‘bjoba bi©
-iib© Bun ©p o;n©;nooB©p bii;oi os Bi;u©n©
f
-U© B{ OU OpUBtt© A Bpimoo BOSnq SOpBS0I

-©;uisop opo; pp nos ou ‘efq? ‘sosoq sng»


•[bi;s©i©d louiB j©p josinooid ojdos
un omoo uoionj sozB;ooid sns A ‘sojra soj 9
b;ojibq ©p soiqBi so{ ©p 9SBd ooid oqsnbod
ng -Booq im 9 oiBf^d |© 9 uiixoidB A ‘Bq©
ofip ‘oseq un 9p so upiqure; ©nb oi©in£)
•Booq B{ 9 ©i©ob ©i Bq© opuBno soxqBi
sns 9 98 ©d ©s ‘BqBzoS ©nb ©p pBpioqoj bi
Bpo; ©soipuoidmo© is omoo ‘oqiiBfBd qg;

191 EHXHOO
«•oib? a

*8s@q ora u^iquiBX *biobi3 ©p oueq B©}ootd


A sbjb bb{ ©}8q und ¿op ©i opuBUQ ’oipBi

•luí joiquoq ub$ eg; ’eogiu sim 9 oupsop ©nb


*sop©p ens ©i}u© otopn^xCoo v\\9 oCip ‘oSiuib
OA 9 XUX Ufp -SBpíBdg© SUS ©iqOS 9SOd ©9 A
BqB}s© ©puop o£©ds© ¡op 910A oiibubo u£
•onq

*pf ©puBiS no© oubui Bf pseq ©j A oi^uono


-u© ira 9 9nBS upiOB^iqBq ns u© oA ibi}u©
¡b íCoh *0}i©qiy 9 iBosnq 9 odmBO \e opi i©q
•Bq lod sbjp Bonn ©}u@snB opB}s© Bq Bqg;
d¿qiudi$dd$ 9p %i

•opiienb e^m uub ©^69 íes 9


9iB§©n odm©i} i© uoo ©ub 0010 oiod —ps ou
o 2L *oi}o i©p opo* í©p ^iBzmtnopui ©xa 0$;
’bju©} ©nb boj

9 eaprnSi soqiiBuiB souozjbo soun A Bduqo


buu 89 {buSx so|©ua A oqeno uoo ‘oiaraiid \v
í

opxooiBd Anm oi}o i©08q opBpuBin ©q 0]y


•©tqiAi©8Ui b A BqB^s© oi©d ‘z©a Biamud icd
b^oiibq uoo 9itBq opuBUO BqBAoq ©nb juzb
obij t© iBf©p opBSUBO Bq ©xa BU©d Bqonpj
ddqtudiptdg dp g

saHiaaü aa svHmoayHv 091


*9 ora £ ‘©Cip ©nb o\ 9pbj8b ®\ ou ©nb
0010 í9;s©;uoo oj£ « jra B¿ud ms ociosa ©;s©
©nb o^n©raora un iod opeinSg aq ©ra íbu
-
lAip bsoo buh B© ©fip ©I <
U9io©ntg8rat
ynbiod i© 9)unS©id ©ra 8q© ^©¿uos £ j©¡

wj -soubui stra u© i©bo 9 ouia ©qoou B[ Jtod


£ iinpuoo uis «s ©ra b[ ©iqos 9p©nb B[©nb
-so Bq '©qonA ns oood un BjiBpj©;©! o;ioq

qy BBiouB^sunojio bb;i©io lod ©nb ©p Biorj


-OU B| oC-BJq JH® ©P on í A 9n ^ oSrraB UXX <*bio
-
uoiOBdrat uoo ojíede© ©; ísBpand ©nb o;uoid
s^ra o[ ©A{©ua ‘oJfrra© oraisjptianb ‘ojra
oStray» :jsb BqBzueraoo £ sopoSau boj ubju
•©} 9 i ©1 ©puop ( odraBO i© u© Bq©;s0 ©nb opii
-era ns 9 B^qdnbs© buu B[[© o;uos© BjqBjj

djqwdiiddg dy g

•©raiBi

-Bdraoo 9 oaoi^b ©ra ou isbo ©nb \q uod ‘oiq


-raoq eiqod o^s© ©p upxontosai £ io[ba jep
pB^ira B| o3u©!} ou ©nb jra 9 ‘Biads© ora ©nb

of b© ojs© ‘optpoons Bq ©ra ©nb o{ so o;s©

:jg *oSfrraB n^ ©p Biio^siq B¡ upiqraB; b© b;s©


©nb u© Bsuoid £ ©©'q ‘oiqran^sooB oraoo sbi

6H hhjlhoo
npBqoB* ep jodBd yo onon in b^ot; By oto bu

-B dsop in * 99 A otooq ’Biiiquoso yo oyrabnBJij


iCo;S9 OJi *0^901 OI 9Í^ ‘BUOpiq B!JB9 upio
-0A9p uod ooq -soniiynd op bziodj 9 BpBn

9 eoppnpoi A sopBziyiAp soipsou 9 ‘sopiq


ob; noooiod son A boioso jS soniBoiByy ©nb
eoiqmoq sopo oipo Bzomd io£bto ns no
opixo A 9 AiA íopod op nppop bou ‘sond 'so
on u 9 iiBd Bpo 'pBpiyopp ‘jeotob opgy

•opod
•snnoip ofBnSnoy oiponn op sopiom bo[ noo
opBnoisudB ByioqBq lod zoyypnos ns 9 p Bqo
•uní opipiod Bq A '0!pi0oiyiq9p iCnra 'yiqpp op
-Biynoo 9 q «i enb ibioSosb opond Bppoyyoq í

-rao xu bpbioSbxo in 9 p 9 on Biiopiq Bq


’baia BBJ^neira

91111000 on 9nb A oyipnosnoo on 9 oqonsoi


oiyooraoraii; 9po 9 nb oqoip Bq ora oip 13

•[9 noo 91BSB0 es 9 nb ooo¿Bd onbiod opnon

*11;9po ouBouoq yo onb ooip os A opBUO


oip ¿Bq Bioqy -oyyo 9 opiAoip BjiqBq 98
on oqoBqonm yB 0 A 9 im op iiqpoi opBessp
Bioiqnq BpniA bi 9 nbnnB onb 'opiunoo oy
eiqos opnBiB ob$ opp^oso nn 90119 A oyyoo

«I no 9 ^nBjd 91 onenuaq opq •Bpnopnoosop

Hd SVHÍIOHYHY g*I
Bjne; on enb ‘euBraieq ns ep eiqBiepisnoo
e;nB;seq epneieq bj ep sofiq sns ^ esBA
-ud oiuoraiipra OAenn nn enb ejrae; enbiod
OfiBqoe Bqeesep enb odraei; oqonra BjoBq
A opBuo ps BqBipo enb ouBraieq ns ouiAie;
-ni ‘pipnejep es BpniA b^ ’BniAipe es e;nera
©nbune ‘Biiopiq bj ep ¡Bug je eppep
«q^piAp era es enb oeA b;ibo b; ieei \y
•oiq«q e; enb
ep ep? e^uerapioedse A sopBioBiSsep so¡

sopo* nenip era enb o\ lenodns seqep A e;


-nnpBq seoonoo era ‘epeons era enb o| seoon
-OQ *BpBq oiej jenuBseiepii eqep o;n?no
eviene ns Bseie;ni era o;nBno opo; ©pío
-ep Bieipnd is ¡soto sira neA o¡ nnB A bj©a
0{ oraoo ib; neAoC epe ? ©pepieseidei es
-expnd xsí U9T0UBD Bnie;e ira 9 0A¡enA oA ‘o3
-iniB opiienb ‘;nbB ’opsnesni nn in oooj
nn Bie on p enb ep eseioneAnoo era enb
BiBd Bjiejei sb{ era ops enb A sbsoo sb;so
ep eipen noo opejqBq BjqBq eonnn enb íse;

-ne oraoo o;hb; BqeniB bj send ‘«BpBioeid


sep iod» ope Bqn;noo on enb eraiioep BiBd
9idranue;ni es seoeA sei; 9 soq; ^ipeonoo
e; enb seioAej eoieSq so; A 91010; e¡ Bq©

m SHXHOB
enb sopBpuBiijmBj SBqanbod sbi op ib 990$
-UOO 9TU *«001)000 9 0 A 9 .[)B 08 ou A JIO0p
iod oSp Bponb oomb 9 pobo omoo OAnpp
98 A poqn)!) ‘odmoi) oSibj opBjqBq loqnq 0p
B^ndseQ; *opBi na 9 BpiA bj Bpo) «8Bd B«d
9 SJB 8 B 9 OpiB BjqBq 0 )O 0 OI 9 q 9 A S^OI 09 S 9 p US
onb op A SBpBiaoq oidraois opis oBjqsq soo
-opu 9 )ai sus eub 0 p oSpso) lod sotq; b bjo
•odA omo.i)xo pnbB f opB^aq Bjqnq 00190
BjpuOldmOO OJI *BZI 9 UJ B¡ 0p 08 U I 90 Bq
osmb p A sotena sus 9 919011 ©s oo Bug;
•Bq 9 lod OpBIpBWB 91)018 08 usiq 8901 9
910819 bj A 19 odns 01 *oqB osid ou 0p 0910B)
-iqBq BOU 09 BqB )89 B {19 0nb BJP Og *odl0UO
¡9 00 soiooraop soi 8jae) eub Bjooisd íoBquS
•IB 0 U 9 01 0Ub Oí BqBpiAíO A I0OBq Bjqop 00
onb o] BpBq A BqBzui).rem ©i opa riimiop
ja joqoq jo 100100 jo Bjpod ou ÍBzaqBO bj
bjoo) opo9p ‘opisoidxo ns opSes *io *BjOBq

oub 01 isqBs oo op o)oud p BpBq *ejp os


BJP op OpOB)U 9 mUB 9UJ BOZB U8 I0d U9JSBd
ns onb ‘sopionooj sns oo osopo^zoS omoo
A looBjd op opodso non 000 Bjiopi *BqBs
-OJOO0 ¡sBiqBpd sns Bun xod Bon «pioooi
00 *ojm oStmB 0)0918 0)0909! ‘BininoAsep
*

aaHioaAk aa syaaoavHY 9*1


oí JtywM
na A m ^soqueo qig *soqmts opioouoo
-9i Bomos^iqnq son ojuoid ep ib omoa ‘oais

-U 9dx9 s^ra ‘BpraStesne oiad teznejjSiaA A


U 9 isnjnoo 9^1910 «pB^ozem I9q9q j9io ¡«no

9j 99 ‘9jiqmo8 9Z9JSUJ 9nn uoo s«;nnS9J[d


s«i9niTid sira 9 9!paodB9i oqoBqontn jg[

•onpsep ira 9p onis 9d[iio

9j 9jra «98 on Z9A {9; |9q9s 99 ie£) ¿seqBSox


o ni 9 S9oz9p9dmoo ara onb 9 i 9 d 9j90ra9j99!j
-Buoo n9i89D0 9 !}i 9 p 9 tib lod? ¿ 99 iqni 9 jj 9 !i

9 íjii 8 ijj 0 911 b lod ¿sop9i09iSsep 909q A 081 jjh


9 m anb oj j ra 9i«d ops I9pi9u8 on 90 b iod
¿9nb 9i9d? oiaj *9J9q9i 9j 9 ; opn9no syrop
-naidraoo 9 ; anb ojnnd nn 9j89q opanoisoid
"caí 9q 9 ni enb 9tioj8iq ns 9 juoo era A 9iq«q

91 *99pj9 9IJ0 9p 0919190 [9 99 p9pq9UB90


lod 91)90090 oj i 9 ¿y *^9 op iaq 9 B 9 ojpnA
9 jq 9 q 9 ip 9 n A 9 JA 10 S opnop 9890 9 j op op
-
9 qo 9 99 jq«q oj onb aoiefip em A mreq^^
99 89iCnS 89101)09 opipod 9H ¿Z9A 9199iud
9i jnb9 0An)89 opn9no ja onb oo 99 pj 9 oqo
-
9 qonni un 9p op9jq9q 9q 9X *opj90 99q 9S
B09I09A B9J0qi9 BOJ 9p S9J A 9991TU99I9 SSf
-oq 8 IJ\[ ’IOpopOip im 99 A jm 99 0 ) 99 IS OJ
99iqra9) f otjo)o jo 9iQ9q 9nxpni 9S 9Z9j9in)

QfT HHXE0©
-Bn bi onb opom OOTSira \Q(j qsB 9 ?s© n©ig;

d¿qiudtiddg dp f

" ©nb O!ju 9 iniBsn0 d ojqo oBn©!} xu


8 \\q

‘BpBn 90 m ‘bu© ? ®nb sbui oozonoo on op


-nsno ío^idmoo tns^ ‘oponjoid ‘opajjod
ne; lonre nn noo oí Biopn^niB ©iqraoq 01^0

9 ibihb 9 ©a©i$b 89 orapo ‘©iqraoq orjo 9


ibtiib ©pend 011190 opnexdnroo on S 909 A y

ddqwditddg dp g
osonini
‘opqoniep Bi^nonon© o¡ ‘gBznBiodse op ou©n
ofxq nn 9 iiiora {'8 op^S©! oppn^iqsq I ‘©dio

-niid osoiopod nn bi© opugno BionaogiuSBoi


noo 9ioo©p I 9opip© ©nb oqx^sBO ib ©ai 9UA

©nb níjiijde© nn otnoo log y^nomiiodx©


saono^n© ©nb so^neimpnos soi ©p npioBsind
BnnSoin ‘opBSBd Bq ©nb opnmn jonbB ©p
Bponb BpB& iopio©ii3 dBS 9 p Bq opo^! lOKjnono
-n© 0{ opBiquiBO 90b! ©jfBq ¡B Biironpuoo
BIBd B!JOIIB 0 9 I©A ^ JÜJ ©nb BI 9 OTLld Z 9 A
B[ efBniiBo u© prioooi ©nb oniuiBO i© n© oi^
-nonon© ©m I pBpnio bi ©p oS¡B8 opnBnQ
•osoioiqm©!! ‘o*
-ande© noo op9ooi^0i ©pnop @p ‘oraeiqB i©p

aaHxaaAA aa svaíifmvHY ffj


©pioq ib eenpuoo ©ni onb B^sBq biüsb^ub}
0^S9 enSisied era ji “ Bjiag Bqe “Mes sBjip
-od p^ jBieunm o^jeqiy tg! :o$uoiraBSuod
o;s0 ep eraiepuejep opead oa sopeas soi ue
opioid era opuBttQ -o^ueraora un Biap 019S
oiod ‘|£b! pBpuBp 0ABn@ uoo Biqranpj ora
£ oA0nu ©p jra ue esiB$uBA©i p eueiA BpiA
op oíCbi oo^ap uu e^aerae^ueaosx^ *jra ue
BiquiBO opo^ soCo ep ibiioo £ iiiqB ua u^

o^sofiy dy j%
•sopienoei sepri^

0p orqs pabo ep jaj era £ ^rao^ bv\ ‘sbubz


-uBra sena esB^deoB eab 9S01 era Bpg *ofiq
as p oqqBSei ua eoiq oied ‘opBu epnoep
91UU00 era ©s ojj «*omraBo \9 ue sBin^uejBO
sean 91C00 enbiod ‘isgipaera p opBsioexd
uoq e{ eab SBueaq
o;sia Bjiqnq es opiuooos
sbui[B sbuu^ib lod íes cu 9 tep bu opjBi$
Bq ou £ Bzmg ep oqeaA Bq ‘oftp ‘osodse

ipí» *oioue{is ppioaS o& ‘sofiq sas ep ogenb


-od sptu] p BI& «lomeara Bq uBap ira jxop

-9s ueaq ira £yl> :o£xp ‘91A era ueiq o jj *Bp


-pBqo ¿Cara p^se ‘BpoSeq ira eipura Bt p op

-BiouauB uoq ozoS op so^iiS sag •oi^uoaoue


ira p optuoe Bq soqoBqoara soj ep iojCbui \q

tfl ^Hiaoo
80|i; sof ep isfnoi b¡ bSiuib easnq
tea 9 ,194
?°pi ©jj -eo 9 sep ene u© sopeooAinb©
‘bbz

aBJods© sns a© sopBjjBn.ij n
©A es sejqmoq
so[ S0 P°X «f9'üb ©s netnb oíos oí íob ojí
0^80Sy 9p f
•oSiani
opuenb ‘spipy -opioajBdBsep
«q bjiooubj
-
ero raí ‘opeoos auq ©s
ssiaugyi ejK ’opid
-nnuu©íu| «i ®m oan;jodcnr
©iqmoq an ’

•"¿bu© ©p jome i© ©©©lera on ‘erapj


ns «po*
noo «ras 8[ [9 ©aban© ©nb pepjaA sg ¡oat
-i©Ii;nf) opiienf) •091008 san oiqos sojuaim
¡íaos so^sona eocaeoiunmoo son
opugno
saioaBísanoiio sbj;o [ica a© í ‘ojea
p í „í0[
-18Q ©p apzBjoo i© oaosjan
[8 u©jb[ bojiioa
bj soiqq solana
©p oun opa©iC©i opaeno
o©A 01 íaBziíBdaris ou sboiib
sns ©nb o©a
O-S- |BBJ9 ! nb 011103 oteazpí
-e?i8j Bjaop ‘p B p
-Iliqisaos ©p ojoejep oj,í©iq
-apzBJoo ©jg©
ep seooA sbi raoBjsijBs op
zisdao ©jqaioq
l® 19 s® ®n ¡qo (19 aoo ©nb oStaiuoo zqoj
6901 opis BjiqBq B(¡© ‘oaueqmo ¿ on 9 nb xod
¿opioap 9 9I9A9AJ8 ©at? o&reqaia
ais ¿
•odieno ira
opoj lod ©jigo OJIJOI 80S©
an ‘©nwj ojioqs©

hshxshm aa svaíiouYHv

j
us etjio o^isqiy opuncia ‘oraieniuf) jopp p
of«q Xeq enb biuijbiio 90jnp s^ra Bf 9 sozBiq
sica K9 opBaoisiidB Bi9iqnq o£ ig jieCnra ira

"’SGIIBA feO9S0p SICU BU0pi9d ÍSBCGUSiq


SBas9 9m«a9pi9 j <
*jj Bi^aoo sraiBfonb oiorab
ppBUupaoo ippBiopB buu o ais opp
mqiqBq ou sbjp sica sopcq ‘pBppipj b^bq
opBiBdop ses9iqnq 9ca pj is *BpiA bj opup
ssq 9ca 9ub sotq; uq! josodse us píjuora
-Bpsjisd BqoiBin opo-j juoiq fjse opoj ‘0$;

oipif 9 ¡) 6%

•pupaupA us S9 9ub o¡ oSBq A •••a9z

-BIOO ica 9p OJI 9J\[ ‘OpOJ SS 0JS9 ‘BpjIBQ


p oraiBraixoidB se oisiub oíC 9nb oj ‘.oso
69 ou opaoj p U9 OJ9d 9p SBUira SBJ IB^
-isiA p 11 Bioisiub 9nb oqoip 9q 9ra spndsea
•spra SBjp oouinb jubB iBSBd oqsooo^ *BzuBp
-uoo U9 piip oj 9j ¿11 opuspid 9pu9p y
ot¡nf 9p si
¿spra oSp
pj S9ig[? ibii9t^ B[ 9iqos ouiiSoiod un *oi

-oCbia un enb spra ¿£os ou o£ ‘Bpnp ais ‘jg

oi\n£ 9p 91

T^I 5THXHOO
•ooiuo^ ¿nra ouirai^ upg[B upioBBjeAuoo
ue ispBOue BiBd 9 dranxi 9 !}ui 9 ni ‘BzajBi
-n^Bn bj 9p £ 9!)ib |9p eoaiai bo[ jodB^uau
-n^ueyBO npioBaiSBini ira ayopu^sBxiB op
-ubuo ‘BiqBi uoo sa^aeip boj o^eiidB Bioueno
-@jj hoq *SBoppn9io BB{nrai9j B«soipr:jsBj
9 p CKJSTAOld 939 IAH 3 B 9 OH 19 S^RI
BJ.iapU 9 .ld
-raoo oj £ 9 )IB [B opBixotogB 99 ediaujid
jg;
•opnnqBSBA ep sbj9jibo lepueidrae ?
sira

9 i 9 A|OA 99 nds 9 p £ sBjp oqoo upB piaoauBra


-J9d íojuosa uaiq oiqij un
9p Bjnpaj bj enb
8 ?ra 9 Biqeip ara ou u9job8.i0auoo ns íibS

*I°- A 9;u9raB^9[draoo o^uqjb; ep oiod ‘o!jue|Bíy


©p eiqraoq un sg; rapuioD 9p BpBu aoraeu

-0; ou opuoj ¡0 U9 onb 99 £ ‘opBj ne oíjuea


9
uoo iCo )89 ou ‘o&iBqraa uie íee enb o[ ep
10C
-ara íes epend ou edpujid
¡g^ ‘oipxpBj ara
¿jnbB o§Bq £n£)? ’odraai^ e^ra iod jnbB
¿eoeu
-Buuad opand ou oiad ‘sBjamb óbrame
j(j

o%\n£ dp ij

*u9iob0oa BiapBpi@A buu ‘oqoudBO ep


Z9A ua ‘jra ue Bieiqnq ie sauozBi ana 9 bji
-
ipieai 0199 £ opipBiisip Bq era ‘eoesep
biui
ojiaiqnoBep eq ej ‘opuBasgj — ep sBzianj sbj

hkhxehai a a smoayny o^I


op iBionoS so onb ‘odionjjd |B Jingos p opBA
-OH Bq ora onb {Bdioniid oAi!}ora jo opie Bq X
odraop qSibj opBioiiBDB oq bi B©pi B!jBg *bii
-
ong «[ 9 ii Bjionfr -o^oioos ira o^ixoop ? ¿oa
*B pBn píos on onb o^sond oiod íopBzqBOi
oseiqnq os on onb B^seq o^iBiqBq Bjionb on
ÍBno ¡op Bzoqea bj no opoiCoid nn Bjno£

oñvjfc &P gg

\o& oSno; oí o^noraBtos npzBioo ira oiod


‘oíieqBS epond opnnra í© opo^ 99 oíC onb
°liqy ‘oinnqjojni opo^ op & pBpioqoj Bpo$
ep ‘bziopj Bpo; op o^nonj BOinp bj so enb
jC iCo^so osoiín^io ubi* onb í©p ‘npzBJoo ira

op onb o^noíBíj ira op osbo s^ra oosq ¡g


'BBpBinesoJcd opis nBq
©í onb bíjsia ©p o^nnd orasira {© opsop oqd
-oí sbí onb oiod ‘opi©| 9 opjo Bq onb bbsoo
ep Biononooij uoo B|qBq odiomid ¡o onb so
n^iqniB^ b^soíoui ora onb og -soq© ep oniJBq

9 oSoíí on o;nB)sqo on & soíqB^odsoi noo


-oiBd ora soooA SBnnSíY raotq op soiqraoq
op nonoi!* o| ooodraB^ ‘sonoquq eoun op
o^oodsB |0 iono$ nig -lopnoidraoo op oqBOB
on onb iBinotiied ¿nra o^noi op opBopoi

681 HHXHOf)
^S8 oiad ‘onpnos A ojearas so íaiqraoq oipo
tioo noiq Anm iiaia opand og °odpnjid pp
odra«a ep «e«a «¡ no ¿o$so a;nauq«npy
•sopai sns nasn«asap enb «jud uno
sonara A spiA ns lanopos «¿«d SBiqBpd
SBnn§{« «íqsoaen ops oiqraoq
¡g; -«pnopoi
ea «na oiib aaip anbiod «pnep no oiSipo.id
nn 0010 ag 9;n«tpn;g0 un opo«na ‘¿oq so
°l enb o¡ 9 p spra oqanra íosouepira 'oubui
*
nq ‘oiepBpioA se a£«nHna[ ns '«íqngni bjj
op *1 ep ‘osuaram ¿«ra
pp «jqsq sosipQ op
'B«nQ ¡pBpqnpeio snpnos ns na osoipn«ig
ap o%i& <qnB$ jod opnaipixa A ‘sairpBj
-ni so^uairapnes so:pa 9 n«q«ipq os onioo
sopearan ‘sopnqn eonanq soipenn n«io
saoipj n^na saA! ojra oStray ’Biqnpni «jn«fa|
«nn ep nppiqdraa^noa na ug
«[ p asjepiad
«p«q ‘s^ra «jA«po!j 'eofaf spea ji -9 «p^zioj
B^nas as A esianapp «jpod ora A sa;iraji
so| «pmSasna «q«.qnoono n9p«niH«mi
ira
opora anb op í«jpsooíd opnop ap sanoiSej
sbjap A osma ns ap «oieo« s«g«i^xa spn
s«api e«t araopn^nuoj ‘epaiijoa
«[ ioa «i«d
«jnapp ora ssooa s«qonra anb ppioaag uot
-ora j«íí« s «p«q s«i npinb ioa sisd «ng« ¡op

asHxasAi &a svnnoavHY ggj


epgjedns «[ 9 sBipeid ibii; U 9 soraBj;ieA
-ip son soqoBqonra soj epuop opionpei ©Cbi
-Bd un 89 íodraei; oj;o U9 Biotienoeij Bqonra
uoo oA Bqi epuopB Bi-ienbpg Bun B;sBq oji

pp Bqiio B[ lod 9 fBg qira ei;ue ojdraefe u£


•sobrad ub; sope;® ep eueq 9s ou buiib ns pz

-mb A Buoraara BsoiSqei bj lod sopbiSbsuoo


SeiBSní 80;UB; BíJUBg BIJ91J, H0 OUU§0I9d
un Bi;u9neue ou onb e;u9raB.m§@g *opi9no
-9iun esBqBSB ®ra enb uis osBd un BqBp
0^; *oi9fn8B op epedse B{pnbB U9 opujns
BjqBq onb seiorae; so¡ ep ‘sBtauS^t sbj 9p
‘pnpmbui B[ ep ppiooB ej\[ •seíqi;seraoo ep
Bpuei; Bun Xoq Bie ‘Bjune* sou BteiA Buenq
buu epuop ‘Bpnose buSijub bj enb pAies
Bipsnu ep opB|
-qo JBssd \y *BZB[d Bn§i;uB
¡b ejaetuBsioeid ‘Bzejd bj ue o;ueiraeíoiB
ira ibuio; oqensei BjqBq oj^ *Buo;9Uora A
BpBsed ouis Bjies ou upxoBpi bj oprjues eq
o A enb oauBoue ¡e B9s enb ©puBiS ¿od tseq
-Bpp ue 9 ¿bi^u 9 ou *ojra oSiray ‘sopienoei
sira ep oijaep pi^uooue era upiOBjqod bj 9

BpBi;ae Bp enb B;iend bj iBSBd jy -opBAies


-qo eq enb sotqraBO soj sopo; oraoo uBpBiSB
-sep era soAenu soq[ ‘seuipiBC boj 8p seuoq

2,81 KHXKOG
*©qed sofeiA soi sopo; opBpnpjs
©q oiqond
í«©uliboioob jy •©[qBoqdxauj Bu©d Bun
uoo
‘opuonb JBSnj ©;s© BqBuopaBqB ouuBjpoj
Bjqop OpUBUO A ÍSBSOIOdBA SBSB§ U9
sb;j0ua
no SBUBf 0 [ SBSUUOS Jod BpjBIpJ 108
BJO 0 J
Bd A Bjpiod es BtujB ira opaop ‘o¡nospd 9 .io
I0P 8B;at; soabus sb[ qi^uq BqBsiAip ©nb s©q
-ba so[ p o;neiaiBsa9d
i© uoo ocnopu^iod
-suui; c SBin;¡B sb[ ib¡bos9 u© opussaed
'sbio;
-U9 SBioq jsb Bjo8aBnu0d soouo^u© ÍBipiAu©
*1 0p sofo SOI aoo outa opugno BpB[dni0;
-UOO 80O8A eB^aB; SB^BIJUQUI
©p BU0pBO BS0
jai ©;ub Bja0x i3oqo©qs9p s9UB[d eo;apno
{SBpipiod sBzaBiode© sB;upno ¡ojra
oSiuib
¡íCb! .opanra ©s©
©p oAponA oA Bioqy ’sbisub
sus s©po; no oij 0 objsi;bs A o¡iBra[oo
uBjq
9 P ©nb soi©pBpi0A S0oog U9ZB100 ira

BiBd
iBqBq BqBiods© ©nb a© ‘opiooaoosep opanra
©;s0 lod soosop 9poa©q BqBzani sra ‘bioubi
-
oagi zq©¿ Ban a© ‘g 0
ono;u[¡i joiquiBo ^nfr!
•soosBd sira ©p ouirajyj A ug ¡9 bi© bioubjui
ira a© ©nb oq;
of©q ©An;©p 8]^ *pBp©Aoa

bi ©p Bzi©nj bi uoo sopi0no9i boj ¿BOJoqBs


A
©id 9 o£ iinSas ©p o;©fqo uoo ©;aB{©p
BJ©n;
©nb oíeqooo ib ©ftp ‘^fsq ‘©CsniiBo
i©a i©

aaHxnaM kq: synnoayKv 981


•opp ©oiq p«pnp Bf @p BnSe¡ 9p cqiBuo un
? «i;u 0 nou 0 08 ©nb o\iiubiH un 0 p boioq
’aoppouoosop so^uQiun^ues 9p pBpragui op
-B^uorauedxo eq A jobu opuop oiqs p ouuS
«0i9d un 9p U9poA0p «t uoo opuqsiA ©h
ofivjft d¡) $

0CBIA im 0P SBpi^OU 8^ipu9^ BiC Orai0qin£) tf

<s 9íPYp*pnp ©iq^iodosm bí© na souibii


-

-
0DU9 BiBd iBSat opuenb ©p© souiBuopuBqB
©ipBd ira cqienra opugno ‘eqooo u© ©ipura
ira uoo jps epuop lod B^i0 nd b¡ ¿od ibj$
-u© 0J9mf) -ogens un oraoo BiC soppeuBAsep
SBjp boub£©{ soqenbB iBpiooei A i9A p opeA
qoA oiemb ‘jqbu epnop oiíjis {© SBn8©i síes

jnb« op Bpip ops oraoo A ‘o}iBd bubijbj\[

ofívjf dp g

•©ipBra ira 9 jpad b^xbd Braiqp

Bl U9 0üb 0I9UIP ¡9 Oqe©O 0 U OU f


89nd *JSB

íiBioq oraieoBq BpBq oppeui©;!*© u«q era


onb 8 BiqB|Bd @p Bppu^qBdraooB ‘sopBonp
ooappjuieA ep uppBoqi^BjS Bun opBp Bq ora
oiepeieq ©dpujid ¡g seuopB^ueraBt sbü}
©nbiod 'ojqsraira p equo
-S9 UA BjiB^ueranB

981 HHiaOD
•se era enb o[ in soesep biot 9 opipeooB ueq
enb uoa pgqnogip B[ ^iip 9} o$[ 'opB8en
«q
eseo ie ‘oqoeq un se eA ornase im oiej -sen
-3¡d sira uesB?B¿Bqsep A oj?sraira js eseiSti
•ip es ejpsra ira enb
9 jome? jod ‘npisjroip
ira u 99 s?deaB enb opins?qo
aeqcq B?ssq e?se
e?JBiAue ie opuejip Bjqgq enbjod
opB?se?
-uoo eq s«[ o¿¿ -GB?iBa sop en? jod
bbiobiq
juqy ep q/ ‘vfvpfgoj

'19 H03 o?iBd ¿f inqp ?


0 x9 uoa ojerab op
-J9C0B ep eoroB?se opo? ne isbo orooo
A *B?n¡
-osqs pB?ieqi[ opi?erooid tsq epj
-BjeABraud
^ SBwei? sns 9 egadraooB o¡ enb
®I HI® esBC*
opb8oj «q era npisioep ira optara Bq
enb
epsep pmo ?e ‘inbB 9?B9 enb
eiJ edionjid jb
b?bj 8 se BjuBdraoo ira enb ‘ep pj¡p 9?
•nopB sedes enb BiBd A ‘Aoá era ‘B?8Bq
oied
íeawBpenb Bjieqep A Bjapod seaoioipnoo
enb ne jBj?somep Bisd neunoo e? es sen
-oioBniqrooo sB?nBno A e?neni?ied sbsio een
-oioetqo 8B?aBno zbji (Ezuajpsqeo
b¡ ne 0{jBq
-Bons Jenod A 9 ?nem 8 eoznoSj 8 A sosBd
sns
eiqos leAjoA o [le a [JopetBqrae A
oietesuoa
ep o?oei oniraeo je BqBAeq enb ‘otiq ns 9

aafHxaarAi ser svsiiiohvhv


m
bioiibo Bf n 9 o'jnoid ©p opiuopp 19 a! íiBsed

iibiS nn pipnpoid oí ©nb Bpnp mg -orasira

ja p ©si0OBj8rjBS bi 8 o[ on nexnb bSbjspbí ©j

on ©nb p npiOBuSisei noo ©A©n ©nb ospeid


B 3 *«PROu bj oood nn ©pBiop vmd opo; oj

-©SBíjnpno £ eipBra ira p ©MqpH 'opQOBq ©p


©raiipBnsip BiBd ©raipep sBiexpnd o^nBno
pg £ ©soxjiBd o£ ©nb cspeid bi^ -o^aoBq ep
b©;ub opBtqnsnoo B¿Bq ©$ on enb p spiBnop
’XQd ®m enb ooiq -«podeos pías ©nb oieds©
£ n9isioiip ixn ©olio© bj p opB^nesaid ©h
ozwj\[ d¡) f%
Baiap pB$
-ieqq B{ ©inooJtd ©ni enb bh©a Btm ©raiuqB
Biepxnb íopnnara p ©iinoo ©in jsy 'pBjieq
-i[ epra hod iBixdsei BiBd bh©a bhü eijnora

-BAiípnpm n©iqB ©s 'soppepiBn© 9 eopBsnBO


npp© opmmo '©nb sonBqB© ©p bzbi Bsoraieq
Ban ©p Bjqsq ©g -BSoqB ©ra ©nb upiseido bi
jisseo i0DBq BJtBd oniqon© nn opi^oo ©q b©o©a
u©p ep 8 pea jqy •QjinbnBi:* epra BjiBponb ©ra
©nb 0910 ©iSubs ©sqia xg *©!jiBd p eijiBd ©p
OJlBSdABl^B BIBd Bl©ü© 89 ld IÜJ TI© Qg¡B ip©p
p ounSp bi9ia©i^b ©a ©nb Biepra^) -nqzBi
-00 ira n© BiqBi bj oí neis upB £ ‘opBpBUonB

m HHXSO»
9 P®®t) ioieoms A opnoq opeja un o?n©is
namb iod Bq© ep pipisBdraoo ep zoa noo
opBiontinoid A aooq ns ©p ‘eq© ep'omieynno
‘op© opo? j?o -opaSipao opis ajqaq ‘odtnei?
BjDBq eqaorjuo etn es o?na? ©nb
‘s^nxap
so[ Jod ippsep im A oqnSio itn ©nb sepad
sapo; lod Bjjip © 3 ompo ‘opejdsep ©p son
-8¡p epra eoi ubjjbzo 8 opom pnb ep ‘a
n© ©p
opnBiqaq apinSes es enb oí Á ainmeAB
xm
eiqos Bjiejai ©g o?nano pipBqy 'op©
opo? es
-ibiibo opts Bieiqnq ©nb npisadmoo opa ©p
l© ajpneidnioo oa aqg; -npzBiOD un
©jad
apaiaqnd ana ai© Bioop ©nb aíqajBd
apao
«•eaip
©m 9 onis soiepnajep aietpnd ©nb oís uaq
-aqimnq so A naqaqneni so ©nb
jio 9 apB8
-qqo opiA ©q ©m A ‘papú noo
papinre ira
lod npnuas nn .repodos ©nb
opine? eq ¿0 q
A apja? i 9 A® 'i 0 q?i©j\Y («neos©
aqanbB 91A
«[ opone pnb ep ¡qai 91A A ©?nes©id aqaq
-aq es ‘©oonoo pepa ueinb 9 ‘aj? ipj» •sapa?
-inoo jod ©wadnooeid nts pSntue Ba aqg;
t
•oroisjpaqoz© aqepe oA A najwoo samuSpi
sng -etip ©i «soaoqdxg» sejd sns biombo
9
jm ap ogenp j© 8 ©p opuafap © nb ajad
pqaj

hhhxhstai ski svslcmdhthv Z21


odo¿ ep sonoq soto boj uoo Bxnj
-biio Bsoraxoq Bíí©üb« praBpxo «igjso opoj
BiC opsjsoo Bq ora ojn^nQÍ» *opnoiAxiq sn§B
oraoo sbhoa sb¡ xod bjiioo @m ‘ioíCbojhb

bsbo no xbxjuo ya oqoip BjqBq era c y onb


oí opoj onbxod ‘nppBqxnj ira xBjjnoo op
opnBjBij 9¡qiS jbjiiosos ‘011190! «¡sjuoa
-
nooox ora «ioq«! A ‘bojío noo xodraox f «jioa
-oijb os on opuoo jo onb BjqBS ÍBjgBdraoo bij
-soua no xoooaBixxxod onb sojub sopiiBra sns
noo ubjii os *x 0 P ¿ *S 9 P Q'BJogos sbj onb
BjqBg -oisoijoop A soxBjqBq op ojand 9 seo
-OA BBqonra oAnjs© í^niAipB oj opox |H9 íbs
jo no ja so onb opsop soa xod opujns oq
ojnpnQ ¿ojnoiaiBjxodraoo ira jsb xsjoxdxojni

npzBioo ira opnoioonoo opipod spqBq ‘lope


noo otip ora ‘xoqjxo^» *Bjp 01 jo jo oStra

-noo BiBd opinoj BjqBq onb Bjonpnoo bj xod


sojnoiraijnos sira opBxjsora oq ©j ‘soxjo soj
op oood nn opBíojB soraeq son onb opsop
iOíXBjqBq A oraiBOxeoB ©p ©raxipodrai opip
-od oq on A oossd jo no @ g; Bjixoges b¡ 9 ¿oq
opBxjnoono ©jj *jra bxjísoo Bxidsnoo opox

OZMffl d<p QJ

m SHJLHO©
•sopBpeidsep ip^j se o^ueni
-Bpnnj 0p 809 JÍB 0 nppBinrajnra bj opuBno
0{9g ‘Bienera Bpe ep opuBinramra o;bo
-©; nera o$nB!j p mjns Bjipod enb \ 0 se tpxnb

ieqB0 Bjuenb oÁ. ‘sopBdnooeidsep seie;*

•dbjb o so¡ ep ragierab enb oí n«gi(j •npzeioo

|9 ne oíítqono tm eraiBABp ep sbubS iiBp

era ‘sBpxepBpBra ssi^o sf raepB 0S10 £ ‘011108


-ni nnSp ep sopBpp nppe enbiod seuop
-Biepisnoo ep esBp Bpo$ ep iipmoseid BiBd
sopezuoííne neeio es enb sosopitiBA £ sopp
-eraoi^tie soí p epeons enb oy ep ofdraeCe un
oraoe nBjp era enb ‘sbsoi ep bb8b ne uBqBq
es tmpiAue era enb soí @n ^ Jpop 0810 £ox
epnop seijiBd 8Bpo$ jod oraoo *BioqB JL
¿nqinnei bí ep oí iod nBiira e$ :jra

bibo Bpep o£ ÍBjpiB era ei8uBS bí £ uBqBiira


era Bsera bí p esiB^nes BiBd opraBSeq HBqi
enb soí sopox ‘ofone \q jra ne esBipedeep
es enb BiBd oApora ?nj opg; «*bsoo bí Boqq
-pd oqoeq BiCBq es enb ornéis ©íps ‘enep bí
oh enb oí p BpnBíiodrax sep on enb ep 018
-8íb ej\[ *omd spra eiiB nn iBaidsei BiBd qBS
era íbíp noo enSiso oinoraep ja ‘Biín^ie^
ns ep opBqoe Bq e^ epnoo ja ¿o¿? ¿o;sn8sip

hhhishai aci syaaosvwv 08T


6 ¿5 HWM.

nn oprao^ BBq anb pBpiOA syj?! :BÍBq zoa ue


ofip eui A jxn BxoBq oniA íoduior* oxdoid tb
911ra 0in A oi0iqmos ns 9f©p ‘*y 0p ou9nq
\9 9i:jng[ -soíopBxn boí oood un opBpBA
-0[uBjqsq \mo oí BiBd ‘Bg9xn bí 9p oynScy
un no ‘lopomoo |9 u9 sopup boí 9 opuB^nf
SBuoBiod BBunSíB 9nb s^ui ¡s^oq oi^sonu 00
BJiqBq O^r UBU9D BIBd JApA *b A 9qoou 9(X
*BioqB B^BBq U9xq Bqi opoj, *soo
-I9nd BqBpiBnS 9nb oun lod opBpodsoq ^nj

809IIX1 opom 9nb 9p oiouioh 9i9xj9i 9nb U9


o)ubo oopjuSBxn í9
opn9iC9{ ‘[os 9p Bíjs0nd
b¡ BgBpoxn Bi|9nbB opsep 10A BiBd t p¡[ 9

jnj A 9qooo 9 jqne ‘b£ biobj ‘A ijbb 9pní
ira

-Bg *BJ09p 08 opo; 0nb U9 U9IB9ldX0 Bun uoo


oubui B| 9pidB Bq
ara 9puoo yg «‘opiuopp
ara o|bui nqijdso un A oxniBixpi opB8U9d
BiC BjqBq qpBgB ‘opuou A bib 9 ;ioo Bun op
-ü9I0Bq ÍU9IX0p9III B;S9 SI9IBUOpi9d 0UI 9nb
uptquiB!} 98 A 98 oí ‘opxpuoidxnoo OíioqBq
Bjqod *9íopu9idmnii0!jut ofip 9 í ‘biouoíoo
-
xe ‘pBuopjoj» «"‘opunxn í
9 opoij, lod bjji
-
9nb ou onbunB A ‘jnbB boioa op Bpopoo
-89p 9^89 BSBU3 U9 BXjnU0^ B[ 9nb OpBAI0B
-qo oh ‘wpnbiíjo Bxyesnu ‘otxp oxn ‘sx90ouoo

631 KHXHOO
B£? *«tt«;u9A Bun op ooonq ib 9Aoq ora A
9DI0OB ora os opuoo ¡o ‘ug ug -(
# a; op B^uog
-os bj opio; s^ra oqoip Bq cq ora opo opoj,)
•opnoo jo uoo o^iBdB BqBiqBq op Biog
-os B| onb jpoApB ou íoqpsui o8p Bjpoons
soioipqso sorasira boj oi^uo onb A 1191B8

pp orao^xo un no uBqBgidB os A uBqBoqo


-iqono BBiogos sbí onb iipoApB opnd ou A
‘•K ^wogos Bf op onb s^ra BqBdnoo ora iu Bq
-Bsuod ou o¿ *sbotu 90B[ ¿nra UOIOIOOIBd ora
onb SBpioouoo sounSp uoo BqBfqBq o A onb
0 !}ubí} uo ‘opuBipio uojíonj BBuosiod soqonra
sbi^o A SBpg[ *oAonu 01 uoo ooipS 01 oCbi^
ns uo Bpzara onb 9 iBpiAp uis ‘Biopo
-p ‘Bpios so enb biouos ns op opBusdraooB
A vtoudpox? op o¡ng^ ¡a ofesq opBiounuB
‘«'a Oiofosuoo l© ÍJ OOSIOUBI¿[ op U9ÍOBUOIOO
v\ op odraor} pp BdoiiBpiBnS un opo; buho
-
uo BqBAon u9iBq ¡g; ‘BqBuoq es U9ps p
oSiBqrao uxg *Bioi8iiip ora onb ©sbij Bungp
iod BpBogipnC iopod opuBiodso ^qBponb
ora o^uBpqo ou A oraiBiipz Bjionb ‘opBO
-id Bqspg *9)unSoid ora ¿opunra opo opo^
oraoo Bip gg? *9ipu0idios ©j\[ *ozBiBqrao 0$
-1010 uoo A oiqranpoo op onb ooubij sonora

HHHXHHM Ha SYHUBHyKT 8&I


oucty ira uoo «qBjqBq era enb ep jqpiedB era
A oijueiSB ns ep S9*pp pnbojoo era A jjjb p
-euBuned ‘upzBrao ira oood un B*eqB es oeA
bj enb eidraexs oraoQ B:q*oqes bj 9*$
-eued opueno c Bj*e*qBjBd ns ep e*qij eseiA
es epuoo je enb 9 BqeprenSB ope A erare*
-peí j Ajóse* ‘ope*dsep opunjo*d un eteuij
epe ep e;ue8 bj 9 osejo*d o A ouioq -osogep
-sep A epiejosui e*re un uoo jra e$uB uores
-bI A ‘jep*oo 9 opB*p od*eno je A ouBjd oqo
-ed je euep enb BCiq ns ep bsjusui bj A opi*
bxu ns uoo ep Bregas Bso*epod bj 9*!jue

seoraqug; ¡ojje ue 9sued ou enb soja eq«s


ueig;! *u9june* bj ep B*oq bj pSejj e^uera
-ejqisuesui 9 upioBSjeAuoo bj ue 9p*e; A
9§ejj jeuoreo jg; *opuBjreqo o A A epuoo
je U9JBS jb BouiBSBd Bpiraoo bj ep B9nds8Q
•epteurepejiej *jjjb eoraes9*qos ‘sou*e:jjBq
-ns ‘so*psou enb ue soñera oqonra A U91U
ne* Bpe ue opBsued BjqBq ou o^ PP
Bzejqou BqB 0901 bj ‘sopmSuipip S91U so*ejj

-BqBO A SBurep sbj ue**nouoo enb bj 9 biju;


-*e!j euep sepre; bbj *od enb ue sbjp soj ep
oun e^ueuiBspejd B*e ‘bsbo ns ue *e¿B iihoq
•eeoeA uep oqoip eq oj eíj bjC íenSuipip A

IZl
BiiKwde ora ‘Boqoo oraoo
%0 9p opnoo Ia
•B^sruoio un ©p pupipno
-redrai f zojjionos B[ noo
opjpoons oj ojju
-0J0If if0A ‘jepied ? oqoe £ oioSbxo oí opo*
0nb e«3¡p oa onb «red
¿ -opioni soraoq
son ‘uoiq sonj -oidoid bjo
ora ou onb oojd
-mo an JBrao; erad opBjnemiojB
‘oppnpm
0J?qBq ora onb boijosoa ¡opo;
op edjno B{
spnoí sojijoboa ¿ sqoeq bboo
se |0[qetal '00?
-noip boi oniqooi onb
¿opo íjnbs op yreqo©
ora onb nppBogipora oun opujns o
H
ozjvjtf d'p
gj

|B* 0 [re
0 S 9 IPB jojoto iop
to 8 aB b 9 i PV | js 9Ip8
‘0!,wqiv 'oniogni p ?pe «op; B?89 9p 0J;
-no P 'ojjgqiy
-jepuio esojpnd eqo
bjjoajoa ota
p 0001
|qo ’ouBAioBnoo oqo P ‘oioinb
£ ie8n I opnngos

to p no odnoo o£ :,
s •« ;oi
•JBQ op apz&ioo
i© no «Sni nn oSae; oXnj
opintied ais onb §¡e fsojqoBOA e.qno o£ ¿opo
n^iqraox ¿°n 9 nb jo<j?
yioooneraiod jnby
IjnbB 9í bo nnB uogomi ns £
o P bsbo sppe b
•sojodBd sira ojjno o[JBw
A 1

6 ;ao BJBd ‘bjojibo


op oíbuoi jo Bjp eso no
pojBd bj op o?aem
•onraojos ieSjoosep
opondo-td Bjqoq ora £

HHHilSHAi Hd SVarUDHTHY
9 ZI
(txfíaQ tp v}Oíí)--m
-.reonqnd ap U9p&n)sipnj v\ tpitndo wpanii ua *ji
•8STQDX9 ODnqnd pp O9S0P OAIA &BUIí£ SBtlOSiad
\9

saiqspdsai wb% ? uppsiapísiioo jod a^reppB s^ut


sjquiou as enb «.40 1 ^.reo B*sa sorarapnj oj* (x)

Bpoq BipenA ep Bpipn BJ BqBiedsa -opegeS


•ua BB¿Bq 9 ni enb p ‘opeqiy ‘oozapBiSB ex
BSein o ni jra 9 enb pBppipj ep sbjp boj sop
•o; 9p so £ e ojea soSiruB ‘eSipaeq bo sotq

ommpji ap oz
JBSOIO
-eid L bibi oraoo {1891J ub$ bob b¿oC Bpe
enb ‘ojra oSiuib ‘se epu^ pnb oied íBsoraieq
bsoo se Brap pp osodei jg; *0018101 oSrraaoo

opBijpnooei £ sbjp oqoo lod operaras jnbe


eoi9H jopeje ns uBoznpoid L onouesep
oiepepieA ns ue-qnenone enb ejiens ep ‘sbj
- iBiepora ep oipera p ‘Beepi sepe iraxpep
up ‘opneosnq ísopoSen soj t?e u9pBipn
-ed ira ‘soip soj eiqos Bpnenpai ep ‘pepiA
-ipB ep SBepi sira ep iopiB jraeAnf L 0909;
-uodse p Bi8op L pepijiqisnes BAiseoxe ira

B^aeraBj 0019Q -opepip Bq bj enb opBAep


L eraip ‘opei opijoes p isiope eied opBqip
-owb eq era pno bj e^ns epso ‘(i) iBinorjared

9ZI shxhoo
bisiboBnn opiqioei ©q opnBno upisiraip ira
i^ü9seid ©p o:$nnd p Bqsp© oA A ‘uvj. ye op
-ipneidei oiod í©jn©ra©ABn8 ¿tira pBpieA b¡
1
? opipneid©! Bq ©tu oaprcira p A ‘©$100
bj 9 e^noraBrarqp. opBfenb Bq ©s ‘o^n©!*

-noo Btep o[ Bounn ‘para^Bn s© o tu 00 ‘pno o \


íopnS ira f iBiqo A o{iio©pBi!juoa ©p bquois
•boo sBqonra u© sonora opond on A ‘Bjnojpu
opo* pp s© so^unsB eo{ iionpnoo A ittfeqBJ!}

©p BienBtn ns íojqBpiodosax ©^neraB^draoo


8© ©iqraoq ©pg; -JopBfBqra© pp opBt JB
odraerj oqonra iBnnipoo i©pod on ora©x
OAddqdjj; 9j) ¿j

•jojnj o^ub^ noo sb^bi^u© bb{ nesBJUBÍteop

©s on A sorasira je ©p pBpoid nosoiAn^ ©nb


sopBoqdns ispuenb s@o©a SBtmS¡y *i©OB{d
un ©p oraoo nBAnd ©8 opo:) op ípBpqmb
’UBjí} ‘BjiSejB ‘npxoBíjndai ‘pnps :s©uoiono^ui
s©iqon B^ra sb{ uoo soq© upSes oiod ‘pBp
•qiosqrai lod epBd jo^boi b¡ ísoiqraoq boj

sojndpios© nis ne^rab @s on enb opnnra ¡0

n© ¿Bq BpBjsj *ibzoI ©p Boniipedrai soraop


-od ©nb opio pp ioabj nn jnbB :ibu3Bto
-
x© 1 © ixp©drai opend on ‘opipnpplee Bjp nn

HHHxsffM. aa svbíiohvhv fzi


opraoid ps p A oooubuib ib oiod íopopoo
ora A bsbo bj op Bionj onb oipop iood ib;
-09opond ou onb oSip 9in B¡9iqS9p 9 Bpxq f

‘baoiu 0 ;ionj 0A9uq opuBno sonora iy oun;


' 4

-lodrai upSp opBodoi;so B¿Bq o\ 9in ou 9nb


Bjp U9nq un opiqBq Bq ou jnbB £o;so 8 nb
9ps0p onbiod ‘oip op oaSop ora A opBuopBD
-uosop 9 ;s@ odraei; p 9nb sbjp oqoo oobji

0JLdj,qd¿[ dp 8
¡Bpnltaid
b;so ouopied ora soiq[ ‘”¿o¿hp pn?) ¿opBi
oi;sonA 9 o;ioqiy 9 pg;? ispipy ‘b^ibC ira

9 i9ApA oqop “‘OiC A 'opBSBd Bq pB;sodrao;


Bq -9A9IU op SO;U9IO0pUB|dS9I BBUipO BB|
sbi; opouiBeonpoCBra opuoiosop ps ¡g
•osoiOABd opona upSp sopptpiiipi BjiBzq
-mbuBi; sot opini oqonra uBjOBq onb srapiC
-oía opuBüQ jioponop oi;s©nu uo opuBSnC
souiu boj A g;iioabj o;iBna oi;sonA uo 'soid
soiponA 9 opBpos BioiAnpo oA IB ¡qQ
’BUIB SO Bqg JBPJIBQ
op iBpBq 110 uo looBíd o;ub; ouoi;! ípB;uni

-OA ns Bpo; uoo eoBq oj tqp 'ou oiod ¡@iira


-pB so onb 9 opB§qqo oq bi ‘b;ojib() 'sodoa
SB;u9nQ ¡qy! -oduiBo pp oipora uo Bind pBp

2ZI HHXHOO
"PIPÍ buu opuBuiSBrai SBieipe SBJoq sora
-BSBd A ‘oqnran; pp Bienj eraieA 9 Bixdsy
•upzBioo n® ®p oesep upStnu eoBjsrps ou
enbiod BpBiSBsep q\ uypisod ns ÍBttqB ns
ep BjSieue «t BtxiAxpB es sepzB sofo sns ep
spABjq 9 anones B{ ep so.oqqBq Bieis
-xnft *(oip o\ uis ba oh oun 0{ enbiod ‘iip
-bub sppod ‘jiquera m) oA oraoo Bjie^uBpS
b^hb!} noo iBiüop eqBs eipBu enb SBioqes
sb| neoip X osomelax ep ¿op sbj em íbsod
B ip íes opend ou enbiod eiqBuiB iCnra Aos
enb odmei^ nriSp eoBq íospj opo; pp se
¿SBjie^uBiBg siBpzera upiqraB!}? spiip

jq q! *ieoeiBd epend so es oSp enb se is ‘b;

-°[ibo Bpuenb ‘eoeiBd so es B^uones B[

‘lefnra ep ©Jtqraou p Bozeiem enb Bin^Biio


B{os Bnn enb s^ra jnbB opBüjuoone eq
•opioeiBdBsep Bq bububuz b[ lod oqens je Bq
BonBJEJB em A eqoou B{ ep otpem ue opspA
-sep Bjne^ era enb o^uBoue p íb^bj era BpiA
ira o^aeiraiAora ne Bjuod enb e^iosei ¡g;

•o^nBA©t era $nb lod xa openoB era


?nb lod ^s •epuxqB^ ira onopuBqB on
A ‘«uní B{ ep pBpxiBp bi p iBesBd opraoid
era Bip p e^nBina: ’oqoei p ue openb era

shhíuhav. aa sYunoavHV zzi


jep JOOsurraB
BUtsgista bi9 A ‘oinoinSis Bjp
jop .rezoS oSuodoid ora eqoou bi
JO¿ Biop
«ra ep 9© onb opaoíoio opB?u«deo opoooiv

-oí *00190 afta oSuo? onb ontooA [ 9 p onora

Bi otoo Z9A BnnSio ig BíBra^no un oraoo

xoAora oooq ora os A otrenaíltnosep 9 bS


cgodrao
-qqo ora 93 ‘oqoip .totora qodBd ira
-eop onb bi no A ©tonoaíod oraoo
o^Bd ora
-loj onbop B0tíd9 npiarqt bou o'so eo on
b;

ia o^unSoid ora A ‘jra o^ns


iBSBd 9 joaioa A
eoxqraoq ooa íbbxcjtoos op
iBBBd eopBqBO A
un oíjcb oraoo jnbs iCo^sg |BpBu
oino9!»o0dBO
|BpBu ¡BuqB ira Biod Bioqop op
opiemora

a^uBoginStsm S9TO 10 tu ‘npzBioo ira Biod


otiooSex op o^nB^sut nn ijj 1193 í® °P 0í
Bjqraoií orapo isenoiooB-nsip sbj ©p o^uora
-ioí {op oipora no ‘bíjotjbq ‘siosoia ora ig

b^biaoiíiio Bioraud Bj?sonn op bbio


ioajoa ¡ojra soiq;! oppxo
-[[ ap sb{ liónos 9

oq A n^ujdso ira op opBiapodB oq os ‘oaia


ub!J opienoai 8 so ¡BlopreQ qo! ‘noSorai bu
-

- sonA'jnbB puno onb ©ps 9 <i ’bub^uoa bj nood


-TOSA UBUOpBOUOBOp os ozimwS 10 A OAOIU
‘BgoqBO
Bi onb opiBí no ‘pápelos tqso no
oq ora ueiq on opísimos
b^bo no opBUBq

\Z\ HHIHOt)
-U 9 d leraiid ira opis Bq oi^sen^
*soiiqTiose
ep pBpiseoen Bsoxiedrai ¿pues ep opBtep
B^q U 9 ZBI 09 ira enb na ‘onn^nin ‘ejnB^iq
npSnra opei^nooue eq on ‘npzBioo ira ssg
?
-bj?x 0 opo;
pp ‘srgBüjxe se:>ueg ep oipera
ue epii$ epe u9 opgeA enb epsea ’P^
-sedrae$ Bun ep iinq A eraieooiBnS BiBd op
-ingojei eq era epnop ‘eepp? ep Bpnsod eiq
-od Bníi ep 1x90011 ogenbed un ue ‘jubB íb;
-ofiBQ Bpuenb ‘Bquose eo enb osxoeid sg
ojdug; ?p og
•semqd sns ep
ií9ptio©Ce bj BiBd so^neranipni oraoo
ioqe
©p seuoxsBd A Bzienj B{ ep esiiAies BiBd ¿e*
-e^BD e^B^enq enei* £ soip soi
? «niraop
oraegm o¿no pnfiB enb oeio o¿ ¿oieraiid
\q
ceno epe ue se mqnb jl isoiiBpioes sns jod
sopi^ei soipintra A ‘soipimra sns ¿od
sop
-BmeqoH iBq ou sqAqx so^n^nQ qedBd ¿era
lid [@ B^neeeidei z@a bibi opead leraiid je
«dnoo enb je enb A BogiuSis BpBu iBSnj
r

p
enb UBieppuoo on sopsnesm ¿mu soq;

•eeoepuBs sBpe
ep Bun Bpeg tran pn&e son BpBSBd
BOBraes
-eeíUBpodmi so;nns b esiBoipep neptd
?

HHHXH5TA1 HCC SVajQLOHVHY


031
-raí soj ¿ odraorj {9 opo; aeqiosq^ soj sopsp
-oirain sb^bo ‘oiiB^noo jb so:jnB fon ‘apiOBd

•noo oíjjbj boj onb so or ¡«som bj uo ojqisiA


bjjibBnn uBjiBdnoo opom ?nb op opuBsaod
ogB jo opo¡) uBSBd A jBinoraoioo jb boijb üs
Bpotj noo uBDipop os onb soj soiqraoq $vfy\

Zlll OMUg dp s

•ojqBtnB nBijBnuqos ns ios on ? bjibj


-
ira BJ OipBU A *BJOS 0Á os ‘oijoiq op pBpo BJ
no ‘Bioqy *9iinra A oonoiq op pBpo bj bjjo

noo 9SBd iiaia onBipora nn lod onb ‘jbioijq

oCoia nn op o8n£ jo oCnq Bzoqno bj oijnoraop


-jiranq opBCsq Bq *BinpBra pBpo Bnn no bj^
•sonoA9f soqonra op o^noraio^ jo soqoudBO
sus noo opis Bq A SBjo^Bq no BpiA ns op
-BSBd Bq ÍBBoraioq opia ioqBq oqop pn^noA
-nC ns ng -npojBq ns op ofBqop iod BSBd onb
oqojd bj 9 oionB^íB A oiog opora nn op ib*
-ira op looBjd jo onb 001001 spra in ‘Bioqo

-niiijB os onb bj no ‘bijitobj ns op oiqraon jo


onb sosinooi spm onox; on ísonoiq op A o;

-nojBij op *opo:j op oooibo Bj!j Bpuonb ns onb


so o;so ís9ndeop opB^noo Bq ora Bnxiqos ojq
-BraB bj onb oj 9qoidraoo Bioq Bipora op son

611 HHXHO*)
-era n¡¡£ 'BiqBiBd bj BjSiiip oj eidmeis isbo £
B9uoiaue}8 seio/íera sb[ pnSipoid
ei ‘oSieq
-rae nig -eiqgpBige ¿nra
f»ny era on sioges
BfeiA Bpe ep ejraonosg BJÍ Bnn n03 aA|A
-

£ J ní)3 ®P se oü ‘bjíoa p i; eied e?neiueA


-noo Bioq bj iBiedse epnd on ibbo enb ojera
-ippeonoo ¡b Bzensn ns b^ubj pnj -bsbd ne
y i; BiBd osiraied jped £ sop
ej lenimiej js
soj ?9 PbiSb son npioseieAnoo eq; -sata enb
ne sepBpinBA ep opnnra ¡e ejaBjsqo
on ‘pep
-HBin^Bu iBAiesnoo opiqBs Bq enb £
eiqBoiB
jínra nsAot ‘,g; Bjtioges bj p ejnememinp
opponoo en -papioiiej ep Bierarab Bnn 9 lee
-Bjd un iBjneraiiedxa 9 eraiionpuoo epend
enb ocimeo ¡e ne soinoppqo ep emopnpiA
-iis uBiepedio^ne era enb Bieisinb on oied
íoiogeueq era orasira ojC enb bbj ep ‘sBtBjueA
sns oozonoo £ sesBp ep sspueiejtp
sbi sbs
-peid nos enb pg ‘se¡Bpos seuopnijsip
sejq
-Biesira sbj nos BAeiqns era spra enb o'j
•ojra ielod iBaiuree eraiBfep ubiois
-
inb soné npiqraB? is ‘omniBO ns onn apeo
p
ijnges opBig nenq ep BjiBfep
¡qy -ojneinq
-an» iínra se enb 119Z8ÍOD ira
noo £ oSimnoo
JeoBq enb ejuBíSBq ognex -spraep
soj p ibS

SHHXH2LM. HCI SYHÜHDaVKY gjj


1 a

-znt onn loionb so onb jpjjip o{ op ‘ouiian


ir,0 opiianb ‘s^ra Bjp Bp«o ozuoatxoo epj;

•SUpiSpUPJ ODGd UBJ JBpO


uopns souoisuapid BBsoqBSio sB¿no bubui
-
nq opodso s¡ 9 lapuoidmoo ajqisod se ©ni
oj^[ •sbjuboioo s «i ep ouBqiiosa un op «Ciq

«l ©p 0^n0oi0{dmis £ Bind b$bi$ os íioad


o\ opa sa on 010 j c *01101^ op opBgnd un £
«zajqou «{ oprat ja opBuiopB^ «q 9{ uamb
9 «icgQs «un jnb« en» iqx xp qs oi0fu«i;xo
opoij onb souiuii^ ue ‘sBong sus 0p £ szajq

-ou ns 0p outb «|q«q ou ©nb ‘opíixrafo lod


‘«logas «un Avj^ jopnusop ps SBpBpiosoid
‘soumi ‘s^gaubad sauoisBd SB^upuQi jsoip
0iqos soun ¿«aojo asiopod op upisBoo
uojdxo onb \9 opuadop ©nb op sasBp ep bju
-bui «pa A ¡00 onb ojqond opo ei^ua buioi
onb oipipBj £ «uosjui o^uBqiiq «pa jJ
{0

¡opBuopBoua oq«q am onb s biojbS «pe uo


spm sogB zaip o^uouiBUB^unTOA «jistuoi ‘o £
onb epni oS[B u«iopiq ou pepnp bj 9 bou

-biS sns lapuoA 9 ba 9 soppd B^uBpI enb


10 TQ IpBpiAipy! ‘pBpIAipB B| 0 p SBnSuOJ
soopu^pBq ‘o8n£ ©pa 9 op«p spqBq oui
onb so| spnoí «[ opa op «diño Bj «pox

41 SHIHOO
•sBjaepBt

-801 sopona^ sns diodos enb


aeoei p a«1 P®
00100 Bie
8i8d 91110a era ioaaaaq 00 epreiqBq
p« -090100 Bpu «I
MW»H
eiqmoq 01B0 9
‘ogaBqoiB
Ba«d B11B90O9O p«piAI10 B 81 «poi
‘soptqo ep pnpeiiBA io£
oís opuBAaosooo
•boi 9 oiaBoiidB £ niujdeo ns lotera ibhohb
-sap opinSasaoo 8 ¿Bq enb ‘atip 01 ‘eipBO 9
oozoooo oo o¿ 'npioonaisni ns aod £ 13109 a
epooo ie
-BO ns aod oiadsaa obi 8 on 0001001
ooo jpuodsaa 01 teonpooo os £ ve
enb ‘BZ 0 AIA
opooi ais© ©p oeinb 9 oioeadsea 'ounS
-uoid
-(B oioeje otnpoad
001 on oaad ¿opaep 19 91
Boenoi Bon oziq
8010918? :apap BjoeiBd onb
« oxoeSox ep seaqraoq boi op
B nds 0
9 a
‘oponjoad upioipnaa B 1 PJ ei
-boi bi9 ooioo
oaed inaiq oquose £ otBqBii p
««d pspifio
*
-nj 'oponen
800 X1 soiooSeo soi oaiq ítira
pp
000000’ epooo ia» :otip 901 £ Bioono na
aod

itoo 8 oi i9Íy -SBindsip


Eoraaoai £ panino
9
9OM0iq
89 00100 oSipBllUOO 01 0& I9 P
9 -

seuoisBOO BBioBno
-Bq BiBd SBioidoad eoeil
BqOOAOldB £ BJI§B 01 0180 ‘JOI
10d 9pOOO pp
Bioooiejeid bi aaxq opxooaoo Bq
otaiA 13

«’tqiBSBd enb £vq £ epixe Bopioora bi oaed

m.T.WHM Ha
sfs BYHÜOHVKY 9 tl
‘on«n A IP9J B?ni Bjrae omareo
p e^aemejq
-Bpnpai Bratisix© oa ape
¡s BgB , uora Bnn
:

«sed 9 opBgqqo ppe ©nb


Brujas enb ¿Bq ‘opaoioip
orateiA p omoo
pnaquoo ‘orad
!sw?0 B °I Bred * JS
8red e^íodosm so
o^aeS Bpg;» uopBtBqra©
ira ep n910nps9j.11
«I ¿ PBpieopumra b, <pn í;í a 9¡
«[‘nBqBpei
•ora ei©nb BzenbaBJj B^ojoeqB
©901 B t aoo
ofip era sbjp soan eosjj
repnsnoo era enb
ooiap 01 se
„q 0p ©paoo pp papiare vj
•BZ01
-BjmjBa Bpe ©p eejqraoq aoo jbíbjí
©nb j©n
e» oiaeim wn8 un
Ba -paopjp^ mon9p80
«I 0a© {í ©nb i© onis oqp© oip
©rarab oa p
íaBdBOS© ©ai ©S S909A
9 ©nb B9n0I8J©Ani 8B[
op Pirara o8rra©a© e ©
fBpiqmo ras ©p©nd
nppantaoo aun ‘bboo raneta
BI {N so , .

Bip 80[ 9 ifop ©ni oís© q


©jjuoo opnsnQ «re;
-eaf ®9ra upisaidx©
9 Bjqnpd Bnngp ©inera
•I8i©a©8 Biiaanoa© © 8
íBjpBSBd©! orad ‘ueiq
9,938 ;0ro °P«9P!P Binatra san
eraraApAep
ep zsdBO ©iqraoq an b©
p ireoopj BpnS © m
oa A Bsijd ©p ofeqBjj,
•opBiaeiaoo op oip©ra
8q oa ‘orasira jb ©p oqoeptiBs 9 íb© 8901
• írafnra Ban oraoo osopnmra se
A osBd
g

íiBp epond es onb 0iqB*iodoB


9 08 Bd buiuibo
-ui 8901 ojuo; x® sg -oijsiAOid
bjuo^ o£ oinoo

‘oqonui iiijns 90 Bq ®ui JopB tequio ig

djqiudtoiQ: dp fZ
•opuBi 8

*m\e un boijosou o^ub osiiiqB 10A onb

oiopBpioA 8901 0008 opunui i® U 0 iteq o£


000101a
•opBijiadsop ©q 01 ©nb BzanbuBij v\

0TO 0nt) Ol8ot0 10 IBS0ldX0 OUI90 OI!JU0UOU0


-spuiop SOI ? 0nb «i 011 ® 111 «FOTP ^
ntn
OJa
onb £ sourejpuoiiuo son
ep ouiiBiqBq Bjpod
enb BBiqBiBd sBiounid sbi opsop 9ipuoid
-thoq •opBSiBoao 9Uj 0ui O18011B o£no
010

-080a un 0 p ii^iBd 9 jai lod opBSOioijui «q

eg -loare £ pBjsiure «i BiBd ojdn 1011091


-BO un BJ9A0I ÍOJJJ BpBU S0 OU £


0pUBl8 BIO

-ueSqejui 0p oiqaioq sg *8901 Bjp BpBO oai


-i!js9 01 £ *0 0 P noí) l* opioouoo 0 H
•sip 0in ®nb ojunfuoo un uouiioj ‘jai BiBd

SBA0nU ‘SBpBIIBA sBjaiouosp sb;s0 £ 0!JU08


B^so onb £ oteqBiij oqBj ou onb so Jtotoui og
•U9 iq Xnui jnbB oauBi^uoono 9 ozuoiraoQ

9¿qiUdiaoj$ dp 9
-
0 S 1B!}

-uB{0pB onSisuoo 9 390109 soi ep opBi ib

nsHxuaM sa SYHmósYHY fli


9

«mingo enb \q ornsim js ep oqoejaryga yjao


oídmela ‘eíjug^aqo ou o;so —A ‘aomei A gpA
ep «zienj 9 aoi^o enb a^m opgzugAg soraeq
enb BoragnBq ‘aouiegi^aip ep o£gqgi$ \q ne
sommSes sozienjse aoi^aenu A pgpijiqep «Jcq

-sena gpoí> uoo opugno ‘oiigijuoo [e ioj


’g;uemio;g bou aom
boi^osou 9 enb pgpioqej gae aomgeio
•sira

omoo se jay *seieepi aepgpqgno asuelo apra


-epg Boragn«q ei A aomeue; opugno soramq
-ii!)g q \ íoi^o eeaod g{enb eoeigd sou gqgj
son enb oj e^ueragspeid A agaoo agqonra
ugqgj bou enb oagd gpgo 9 someA ‘qginíj

gu sg; *gi;aenu «j 9 aaioxiedna aguoaied sg[


Bgpo; A somera soi^osou ep gienj epugiS
afra eoeigd bou opo; íigBn¡ oraiíqp {e sora
-gdnoo enb ao[ eijue aeiea ep eiies gun geio
'ooppod e$ig ¡ep gpg^uemqg A eaigqgxe
9 gsuedoid gzeigmpsu na lod ‘upioguiggrai
gi^aen^ -pgpeioa gf omoo oaoiffqed ug$ ¿gq
gpgu o;ug; lod A somgigdraoo bou enb uoo
so^efqo so| ue 9;se i«m {e 9 ueiq \ 9 *opo^
uoo soi^obou 9 A ‘somarra soi^osou uoo sora
-gigdmoo o\ opo^ A jag oqoeq ugq son enb
o^send ‘e^uerag^ieiQ ’jra ep o^ue^uoo a^ra

811 HHXHOO
¿opa ‘uaonpuoa as oraoa A uaoBq anb o\ oaA
A otqand \ 9 uoo sbjp boj sopo; opzara ara
onb 9 pS 9 Q 'U9ZBI SOOOi; 9 nb oSip 0!} ‘OJUI OÍ!

-itub íioCara yn opo; jBpuapBj ppuapBj


¿U9ionnsaid bj £ Bpuappns bj iB^nt ns
na 9 uri®p Bxed ©;iBd Bun opBAiasuoo saq
on 911b lod ‘seuop sopa sopo; opBp SBq ora
anb 9; ‘osoiapod goi<j ¡o;uap; ira £ Bzianj
ira uoo oiadeasap ora o £ £ ‘sorasxra soqo

lod BpuaoBidraoo eopip ap sonoq jra o;ub


uBauoABd as 'o^uap; £ Bzianj ap saiqod
*soi;o jou oiaj qos p ofaq ¿aq onb zqaj s?ra
eiqraoq pppiadns s^ra Bien; oA p
[0 Bjias

iqy ¿oiaSq npijdsa U&? ’Brantd ira 9 SBiq


-tspd SBpa optuoA uBq anb iBiappuoo ixai
ao«q ara jBpodos o\ opo; oiaSq jap^iBO uft
I
I0 I®AJ istfqomd SBpm opBiBdep Bq ara a;
*
-jans bj 09 A o\ ‘oaA o^i -uaiq bjii opo; lapyi
-bd uanq ap ajqraoq un Bianj ig *QBjp soun
ap oi;uop B;sBq ^ipps ou £ opondsipui
ypa lopBfBqraa [g;
#
iaÍB opeSaq soraeji

Tlll uqwoo *V OZ

11 osan:
•9p9iBdss9p iC sozaiq eim jpuo^xa ‘sot

*p soqB soj ep Bjqtnos B{ ojteq BqBqiiq 9tib


oouBjq oprpaA ns ‘njpiBf pp B^jond bj @p
B0JC90 J9A 0 pnd SOf@{ 0 { ^ iC ‘BZ BII9ÍJ BJ Bp
e

Bq f
jiioo 9;nBA9{ 9 tu ísozoqos sito p Bqans

BPU9U JP iC
9 qipOIIB 8J\[ *BT3iq B[ 9p pBp
-UBp B| 9 B9topa9ingi8 ‘[Upmui p9UBiní9j
*Bp9TOB{B B[ lod OBqi 9g •••BJUI B[ 9p OIIBTO US

9iBd99 opuBüo BqBiouSi ¡qy jBUBgBm 9p©


flU9S Í0pn9IÍU0B BPIIBQ Ofip ‘BOBUBíH ©líb
09 JQ **isoui@a 9 SGTU9I9AÍ0A ío^ieqiy ‘epipB
íb^oíibq ‘spipy *B 9 pi Bpo iBíjiodoa BJipod
on ‘©idmeis BiBd Bi 9 9 nb B19X01O is oi 9 d
í0;a0uiBiiB^an{OA áoa ora ‘jnSasoid ‘o Cap bq
•80UCÍ9I900U009I B0T3 0I8d ‘BTOIOJ Bf B9S 9ü>b
Biambpmo íoX efip |BoniBjquo9U9 ? eoraaioA

i°A IS 0 UJ 9 A 9 soraoiaAjOAl •Bzianj spra noo


9 Anpi B{ iC oubto ne ib^jbííb osrci£) ’W>q

89 b£ ‘Bq@ ofip ‘i 0 ApA ospaid Bg; -boubto


sus 9p Bau opuBqoaip© opB^n9S poiiBraied

ITT SHXSOO
B^neno enuBp nis oA ‘9qüBA9i es bpjibq
pinera 9 opBAen nBjqBq
es soi^en seiqnioq soil enb sojtn soi nBp
-ep s^ndsep cdmsi^ oqouxn ísogin omoo
soi
Bzienj noo ornéis oí eipBjg; ppuenb
gpra oí iBqBqeiiB somBfep son oxnpo seoeA
SBanSp osneid opneno 80 íq; qo ¿luoni Bjq
|

-op lefnm Bpe A? Bjp pnni^noo ‘leq^ie^V


•ouxsitn jm p Bp

-onoo em on oA A js ep Bienj BqBpe o;ieq

*iy oorpmep ¡g; ¡socaeies oí [soracs og pin


-Bpxe A 9seq bi ‘sozBiq ens ne 9C011B es o;j

-leqiy «•sopxanei ‘seoqej soniBjies soipsou


enb ep Bepi bi BqBpAei BimbuBa; BpBiira ns
A ‘e^nemBfg sop soi p 911ra son íesBOieoB
enb ofip A Bie upmb 9}nnSeid ‘iBessd 9^0
e; Bug; -o^iBno p ne sBqBiedse ‘o^eqry ‘px
•opBiosep Bqiqee íBpjnes enb osnemui 101
-op p iBqnoo BiBd opips BjqBq enb ‘eiped
im esBjqne enb 9ipij «*oiensnoo ns spies
PX psodse Bnn op epneipeqo A pBpippg
bi eiped nq BiBd A ‘souBmieq sn; noo BiBd
oip 01 A onn 01 uex *ose se enb 01 seqBs
enb o^neimponoooi ep SBmuSpi sn; ne op
-nnem p opiA eq oj^ ‘oipum Bun ep BpBiira

naHxnaM sa svHaosYHV olí


f
B][ A U9ZBI0D 10 Í«H 9 ofip ‘BJUI Bfiq S@^ 9 OT

•oíd era oqonj\[» •oubiii ns ^qoei^se jeip

-Bra ns sbos en£) :oCip ©ra A spipg orarqp 10

9¡p S9[ ‘oip ep s^ndsep ohü pseq boj ‘son©

lod 9801 A sotísra sb[ 9^uBA©{ Bq© foqooi ns


0p lopopeip O0A @01 nny sopBnie;suoo ragq
#

•Bpe soip so| ‘iiijns UBqi enb gpippd B[


nBjpuoidraoD ou eeueApf s^ra eoj 9 A 0 n sot .‘

o A «jjnbB eopnpBix» *otip era ‘up ns gqgo


-I0DB os onb 9ppns opuBnQ ’ouanbed je opo;
©iqos A Bnod uBqBSüBO 0{ soCiq sns ops ÍBp
-BaSisei ‘BqnbaBi^ Bqgpo Bpg *b§ibí ?nj ou
pBpsraiejao ng jsesora síes npg opqdrano
BjqBq on ofiq oraiqp ns opugno ‘pBpe b¡

ep lop ne gqgp© opugne oueura B{ iB^oq


o;sia Bq lofnra Bpg> pinSpoid Bqg ’SBiq


-Bpd sbsoiio[S A sopneiS tib!} oi^op ira ne
opBiounnoid Bjqgq es spuiBf íeraiBpBnouB
J0IQ jopponoo siBieiqnq B{ enb ©p Biop
-eoeiera B10 íongra B{ oraopn^pidB ‘ofip jop

-ponoo sieseiqnq b¡ ig! ‘••eipBin BipenA ©p


n^ujdse p A soiq; ©p nppipneq b[ bSis so

eidraeis onb (BpiiBQ ‘SBraiiSBl sira noo B[


•opuytora A ongra ns opnBqoeipe A SB^nB(d
sns 9 oraopu^foiiB ‘9raBpx0 ¡BpqiBQ

601 3HXSOQ
•eipBra ira p ©^uBCeraos 9S9ioiq era 9nb BiBd
‘buibo ira 8iqos BprampoiiB ‘opBraBji9p 9q
©nb BBimiSpí e«í ©qBB soto; jbaiípb 9xdra9is A
oxStejB ‘©iqBiuB ¿opcq p xoix9dns BX8 ou
9puBi§ BtsqB BtpnbB 9p npioBsxeAnoa Bq?
qp n@ ea@9iC9{ 9ub ¡9 bjxxuoo z@a bibi £ oxqq
uenq un 9^u9ra9^u9no9Jj sbju©; px ’sonenb9d
boi p opB^sooB eoraejqBq A oCbta 9p BqB^e©
9xpsd ira opugno ‘Buenbod «sera Bun p ouiq$
U9 soraBqpijues son 9nb U9 sgqoou BBqenbB
opispiAjo 8Bq ou 9nb pa %A ‘Bq© 9ldranii9^
ui jo^i9qiy qo
,,
‘io§9m 9 $ oxed ‘ssepi sb$ 89
uos o% SBpuenb upno pe íB^opreQ ‘opBiBBurap
BuoiB9xdrai 9 ^ oeg; :Bxnz[np uoo ©¡opupioip

9 idranxx 8 !jut b \ o^i9qiy |eo;u9iraiíju9s soj


8p BinUX9!} lBI!^e0pO B[ XBS9Xdx© BJIJ BJ$9{
bj 9p9nd orapQ! ¿ofip 9nb o[ xipdgx 9p9nd
upmb? iorai9nin£) qo! Bq® BqBjqBq jey
«—jsofiq @n^ 9p p^pioipj B{
‘uoisqoiq gofo sn^ 9p @nb SBratqp bb{ ‘biuS
-ibuib op BBraixSpt opu©pi9A BBjpad uerab
p ‘eoia P bbjibp íbiobiH BBíjupnQ! iupiun B.q
-S9ÜU X9A 8BX9ipnd IB ‘BpttX}Bl0p! BCtqy! *91
-9inb B8{ 98 A Bptno B9{ 98 opo; 9iqos A *eop
-B^ueraqB A eopip9A up^eo íopond ojubüo

aaHiaaM aa s vanos vhv 80 I


oSnq i¿yl -epmj pj en b oj son© B-iBd ¿os
ou is ‘Bjra ©ipBin ‘eraBnppiej 1119100010 ep
Bneq otubjoxo ¿ ouoiqjora oqoej ns ne jp e¡
enb BiqBpsd bj ojdrano 01090 e^xiB^sni ojos
un ibíiui ©S8ipnd enb B-ieisrab ‘sBrauSfj
ep Boueq ‘ojoto jb sofo sira eijaBjeqnB ofuip
opuBno ibjjo noo oBjOBq oj oraoo icpeiiep
ira ue oBdruSs os enb ‘sojra boj ep ‘sofiq
sas ep oipara ne eioeraBjinbnBi!} BpB^nes
eqoon bj lod ¿ope oprasno sofo eira g^hb
eidraep bSba eipnra ira ep ne^Bini bj jqy
¿pBpioijej ep bo^bi eoipeno ne ©{qBoqdxani
ogiiBO noo Biioraara bj 9 eoraeBjq boj enb

8p Bepi nenajx? ¿soipaon ep oSjb. neqBs


‘«jje pnnpaoo ‘sopuenb eo^enra boj

IH9ZB100 ira oie^ne lod BqBdnoo bboo bijo


ep on opuBno B^nnSeid Bpe eeepiq era enb
OBioeid bi@! oraie jjin*) -a^ra iipBtjj epnd
°N "*I®PÍ A ^0 ¿ jubB ponieÁ 9 sora
«í
-eieAjoA! sBrauS^j ep sonejj sofo boj noo JL
oubih ira ejopai^neseid o& efip ‘bpjibq
«¿spep 9ü^>? ¿oip© ep Bipsipd
905? ¿soraeieooaooei son? ¿soniBi^noone
9 soraeieAjoA? leqqie M
‘oied Í119Z01OO jep
o^aeiraiAora oaia nn BqBseidxe enb zoa «an

¿OI KHXHO-B
uoo Bjp ofip poraaisoBoog; ‘iioaAiod oj 9p
A 0^19 IimBJ 9p B@pi BJ IOíI BpiAOUJrOO I9S

msi gojnnjip sopii9nb si ra ©p eouBpiooB


oís Boiq ©p pupurap bj p OQSBd 9 tu bo
-O iifep ropuepip ^idmoi oj Bjp opuajis ©p
odraatj op§p ©p s^uds9Q Bponjoid pBpu
-nosqo bou ©p sopBapoi soraBqyijnoono son
onb ojoboo ©raqqns e^m o *nB$ Bi9 oipBiior

\9 ÍBpBUBjdx© BJ Bpo; BqBiqmrqB 8B¿Bq SB|


©p pBpiraaüjxa B{ @ps©p enb Btnq bj @p o;
-9©j9 oqeq p iBAiesqo oziq son BppBQ *bjo

-o§b ts\ oraoo o$p Bienes íi^ues p ja{oa era


A eosBd soongp jp ‘bip e P oiprapp pnbopo
era 9 ^BA 8 i 9in iodmei^ oqonra opinb 100
¿

-ouBtniad Bjqraiad era ou 09 pBqS« ira oied


‘.oip p? oA A opBj un p osnd 03 ojieqjy ‘w
-O 0 B 99 A 9^119 BJOpBQ ’BppZBíd BJiqOIOS B{

Bptsq soniBSaq opo? ©p opnBpBH ’boitoo bj

8p B9{BZJBZ S0¡ ep S^ipp JOd I099IBdB ^ pZ


-031000 BUiq B{ OpOBOO OítfB SBCQ Q{ £ SOOIBq
-pSapq ysaq bj A orasBpnjoa ¿o^bio p ooo
BJO[IBQ ©P GOBIO BJ pino; ÍSOJP BpBq JIIOQ
•Itqns JA S0JOpOBUO *I 9 A 9 SOOI0AJOA ©p A
Bptpadsap 9p sojoispoi sapino A S0Oinp
•&{

@oj o© BqBqpera anb Bioq Bipara bjobjj

asHiasM aa syanoavHv 901


•ÍOfOp A pBpiOIpJ
©p oAipra jra siBd bjiqs oiqs pnbB ©nb ©p
i

opeiraiposaid o£ba xm ©An^ seonope íbjp


-
oip©ra ep ps nn Bpnj ©nb 00 ©pepiii p n©
*z©A Bioraud lod Bjp n@ 9 ¿p 0 opugno ofnp
-oíd ©m ©n b ipisQidrar ©¡qratppm v\ jm u©
©ppied upy ‘pBpeps bj ©p opeiimpes pp
Bpsinps eooiBd enb BppzBjd Bim n© epnnj
-uoo ©0 opo; ©pnop ‘bsqiabip enb o;xo©ub
-soq nn 9 «raixoidB ©s ©nb Bpipera 9 esopipp
-©inosqo ©poraeiqxsnesui ba ©nb A ‘sBiÉBq

©p somra soqB lod BpBnopudB Bipenou©


©3 ©nb BpetnBp Bpa ep vA opBjqBq ep©q
-Bq iBpiooei oslo ¡qy "-BAipedsiQd BpBA
Bun ©iqnosap ©s soubpbo so[ ©p s^ABjq y
ppiA eq ©nb ©pB pp
sanoioB©!© SBiopnpas s^m sbj ©p Btm ‘opp
©p© BqBiidsni son ©nb Bpneiejeid bj ©pora
-Booidpoi soxniiqnosep eon opnBno ‘pBpxmB
Bipenn íBzaemoo p eoraipas Bioipp $nb!
A ‘bpjibq 9 leoonoo ©p @©pB Bq© 9 opBA
-©II BjqBq qux ooipdrap oAipBip nn pcae

opB^ ©nb Bp©mBp BqenbB lod bju©a A Bqi


ppoypeds© oogpltera ©pe s©o©a
•••BioqB A

SBpB^ sopnf opBidmspoo somBjqBq ppp

901 HHIHOO
pnbB n© Bqo noo soooa opBpe BjqBH*
•oipiaraBsnBra bjiioo onb oji 10 no BqBfap
-01 os A oqBA onansii jap ?qB s^ra BqBqnoo
as 0nb ps 10 Bioipod zoa iod BqBiira A ‘soq
-bijsbo eoqB so¡ oteq ‘BpBnBidxo v\ oiqos Bq
-B$sa ox ‘iBuao ap s^ndsap bíjoiibq noo njp
-113 £ 1 b bjii 9 nb oppaijo BjqBq ora o^ioqiy
lojni

80i(i ‘npioBsiaAuoo ^nb &} 'opioas ira iiiq


-nosap on BiBd joiba opinen oq sBioq sop op
u9ioesi0Anoo Bnn ©paBirip A Bqo ap opBiBd
-08 0 q opg; ’eraiaA 9 910AIOA s^ra Bonnn onb
110 Bsnoid on A BqnbnBi!} exmanp Bqo |qy
qos 10 iBiqmdsap ib sopBqisna nyrepa soq
-BqBO soi onbiod Bnsipsra bi opnBiadsa ‘ora
-iBrapso opnB-inooid A o^noqB nis isbo ‘ei;

-xdnd ira 9 o^nnf ‘oíos ‘opBqioa Xopa jnby


{nqzBioo ira nBqlra 011b so^noirapnos soi
sBmiiSiq A sa^iodsn^ sira lod a^iBsaidxa
BiBd ‘sozB*q sn; na oraiBfoiiB BiBd ibioa Bp
-©nd on on?) ¡qo jíoa 9 910AIQA bi or *BioqB
op@nd 01 opox |orai 8 qra£) ‘oqoon ?n?)

ddqwdtiddg oj
|ii;iBd oqopl ••• A

••‘o^iaqiy *B 2 iniB Bnn op bsbo no pBpnio

hhhxhhai hq svanoavKY ^01


bj uo oaouu op p;sa rana \npiBd oq©d
-9p ©p B©pi B| oqpora ©nb sbjp eoumb ©obh
•©;ub[ioba upionjos©! ira op«Cg sB¿Bq ©nb ©p
#
orai©nm0 ‘sBiowjg Xop ©x lipiBd oq©d

9¿quidiiddg 9p g

•Bqran;
b¡ ©nb up oi;o s9uoiooipB SBp© bib<J o©a o £[
•S 9!py ‘BiideB Brap ira ©ub f sopnsuoo soo
-rap so{ nos ¡bíCbs \q A oioqp {© ‘Bsoiouoqs
Bppo buu ¡orai©niu£) qQÍ •••ojnogpdQio pp
pBpiIBjO B| ©^UBIUp OqnbUBI!} 0U9US UU £
oSei^u© ©ra 9 sopBUB^sep soid gira ^ qbubo
-
8©p np§íB IBp BIBÜ OSOU^IO; ©OUO.I!| un ©iq
-os o^ueis ©ra Bun¡ b{ ©p soiÍbi bo\ ^ ‘©qo
ou ©p oioaeqs p a© A ouB^qos ©nbsoq
Bt

I© U9 OpUBUO ÍBJUI ira I3pU©d8US 9 OpBZXOJ


09A ©ra oioubsubo {9 A pos B{ lod opipuex
opuBuo x |oood un! opBiAip o§p oi^uono
-U9 ©ra s©DUO(jüa[ -gsooS sira nos sop© :ubz

-B padeap ©ra ©nb snuids© A uoxeiq ©ra ©nb


bbzibz ©p s^abiíi f ‘©jqBipusdrai ©nbsoq uñ
expíe lod ouiunso un ©raiiiqB ‘soduiBO soj
IOd JBSBA ‘BpBdlBOS© BUB^UOtU BunSp f JBd
-ai^ ‘©raxBfop ‘.iraq oqsoo©]^ ’ouBra ns ©iq

801 HHxaoo
1

-OS opuujíon BIU;U0Ag©p ItU IBIAipS 0p O{0UB


-uoo ©iqod \q epeouo© em ou b;o[ibq is 9 0111

-udo ©ra Bza;si 1% A ‘ou 9 o;six© 1 s S000A


’ei is

ssqouin es on o A ‘omienmf) •••upiosq.m;


ns joquenrais ©nb s^ra ©OBq ou A sopuoojos
sopónos sira 9 o{©nsuo© isp j© tsosnq sopppq
sopxdfi sus U9 upzBioo ira ‘eppiraoq ousra
buu b;ub$ib§ ira ©raudo ©nb o;u©is íu«;

-oqra© os sopp gira ‘ueoeinosqo es soto sira


‘sopones sira sopo; esopuyqoxa uba oood
9 oaod
f
SBiqBíBd sus ©p uppeidxa s;g©{©o
opuBqouoi© A Bo^uoiratAora sus ‘biuSi;
us opuB¡drae;Tio© opB{ us 9 sBioq s©i; 9 sop
OSBd OpUBUQ JU9ZUOO ira BIOUOUOSJJ uo©
BA 0{{ era epuppB jouueqiu*) qy! *Bq© 0p
©raiBiBáes oub oflu©; oa©uu ap ©ub B;ssq
**'s@oi{0j SBioq bbuu^íb oend oraoo se jsy
•«uoioBi©! es Bq© uoa ©ub o¡ ouis oqpied
ou Bepoi era ©ub o\ opo; ©p A bíCus b; eub
BinSp s^ra uoiobui^buii ira 00 ©q^o ou ‘«q©
u© ©ub gyra osueid or ¿0010119; uis A uorpu
-©i; u9isBd b;s 9 ©p sBieds© 90b ¿orasira j; 9

BBqBSu© ©; OU ¿0D0[ SI^S© OU IOpBlOBlgg©(J

o48o6y
r
d'p OS

HHHXuaM sa syuíiouvhV goi


«

•oqo© boj onb «pipara 9 ofoo


-0i b i
iC oíd i« ypo «na s^ra soiod s«i

0C00 «qoiod «Si«t «un op oipora iod A B$oi

-ibq op ujpiBC pp sojoqi? soi 9 oqns boooa


BUnnSiy ’opipnpídso so onBioA ¡a e 9 íPY *

¿8oqo op ibzoS ais iiipnd bo{ib£


-op £ sojiBijopsop ‘soinpBra sopuj boj ioa

soipson soraopod? jojra onBraioq qo! oied


•••sopiBpBq iC«q «X ‘o^ne:* io¿ ¡zainpBra «i

9 noSoq sopuj eopo op soood afno Á. eo^iuj


u«p soood pnb jBqonq lonora B{ i«C9p nis
n^iqoxBra es SB^npnQ! *SBras«:pi«j onis nos
oa «piA «j op Boiop s«{ íomrainra on Á. pop
"ioa «í onie so on opo ‘oraioqmr) -opBSBd
n«q oidraoxs BiBd oab sooqoj e«jp soood Boq
-oub« noiBnqoo ora onb noa sBioqop sb¡ op
opionooi 10 ooioqBB i oiidsB osoq «p«o no
¿L ‘OZBJ {O Bjp Bp«0 BOOOA \IUI 088 ^ *0O«q S0|
onb pp popinBA B[ Bqxranq son onb boj noo
soíjuosaid soopjnSBra op «j onb sosopeid
spra boooa jira ‘pBpiraB «t op BBqomd BBg
-onbod sspo nBOsnq orapo ‘soosop sira non
-oiAoid orapo boa «£ ‘oponía op «i noo op

101 HHJLHOO
-bBibo ii on BiBd jm lod BpBuopiqniB Arxm
U 9 ioipe ‘npjsp^l 9 P OI9020H I® si© soABzop
m so^imo^ eop Bjq Bq rpxqm^x s@o©A sbii e

-ba opxped isA BjqBq 0[ 0 S pno p ‘Bieraiid


Z9A lod ja bj opuBH3 oqoed p 0 iqos BPJIBQ
bjh 9 ^ 0nb bsoi iopo ©p ozb¡ nn pnj opiiqB
jb BtjsiA ira ^ 9JJB9 ©nb oiexmid oq[ *o;i©q

-IY 9p o^ipnbsd nn opiqp©i ©q onBidm9!j


£nra A o^ueirapBii ira @p oiibsioaiub i© 80

íCoh *^n©§ Bip© BjiraS©anoo 01 ©nb pBpii


-n§es noo Bino Bi9iAn$ pBpsmiQjn© ira ig

o¡8o6y djp 8%

¿i©mbop lod 9 im§8s em ©nb louejni pnpmb


-ni Bíqnoo BHii fi 9 s on? u9pBnijis ©p iBiq
-tobo ©p O0S©p 0JS9 ‘oSimB opii©nb ‘©mip ^
Ii 90 Bq Bji©q©p 0nb o¡ ?s on
— BSipj ©p opip
-1101 0iiBi^noon© S9nde0p oood BiBd BBptiq
sb{ i 8 nod A iBiipn© Bfóp 08 ‘pB^ioqn ns ©p
opBsnBo ‘©nb onBqBo pp Binq^j bi opienooi
A onoixepai opnBno oiad ‘Bdnooaid ora op©
©nb n© sBioq £bh ‘©©{din© nn BiB^deoB ©nb
BiBd oqonm opBpui Bq ©m s©noisBOO sbijo
n© A odraeij ©OBq ©psep op©jB opBipotn
Bq ©m oipinim jg; -jsb 0010 oj n9iqniB; íbji

naHxasAi aa syhíiohyhy OOI


-Bsnqoi era es ou p; upSee ©nfe ‘BpBfBqrao

\ U0 BZB[d bs© xipsd BiBd ©líjsiniui [b u?xq


ts

0{I9DBq 9p A 05 IiqiJOS 8 @p B 0 pi B[ opiu


-noo Bq era 90 boooa sbiib^ ‘¡soCo boj B^ssq
S0|9dBd U9 0pBII8^n9 09A 0 \ opuBno o?i9q{y

£ BlOUOnOOIJ noo QipiAiqjJ ‘BZUBI0dS9 BUll


l
*OfBqBI^ Utl BAlí|O0d0I9d BHU 9DDÍ1BI|UBA0{

{B bub^bui B{ lod i9U8^ BiBd oioiqo un 100


S 909 A U01O OpB 9 B 9 p ©q ÍOinf 0 \ ©X *BqBJ BOU
opo-j aorasira soií|O0Ou p bouibi^uoou© bou
ou opuBUQ *oip9; uoonpoid ocu soiqq 001
A BZ 0 p3 in!}BU B{ 0^UB 0Un§[B O^U 0 IUÍI^U 98 IU
biibuiSbuii Bzionj ogu9í> o^j *i 90 Bq opend
BpBU ojuB^sqo ou A ‘o^rab ib^bo opend ou
ÍBpBqSB BlOUOJOpUl BUn U0 9 UH10 UOO ©s pnp
-iai^ob loraioqinr) ‘biobiSbop Bun 03
0}S06y ap

•JIU9AI0d OJiqUIOB
ira opuB{dra9;uoo upíOBíOBop @p ouoq ojoq
A U9ZBI00 ira op BdB0S9 ©S BBmili^l 9 p 0!}

11021O!) un ‘o^ietdsop ora A oubui bb© oosnq


ouons {© iod une opBSfBtiqra© opuBnQ jiCy!

•oosoq 9p oiqno is\ A sbjui bbj 9 i^uo oubui ns


oSuo; A BiopBid bj U9 Bq© p opanf íCoíibo onb

66 HHXHOf)
GOETHE 161

dido lo que embellecía mi vida, la fuerza


divina con que me creaba loe mundos en
mi derredor. Cuando desde mi ventana
contemplo el horizonte, la colina lejana,
veo por detrás de ella el sol que disipa las

brumas de la mañana y hace penetrar sus


primeros rayos hasta el fondo apacible de
los valles, en tanto que el río avanza dulce-
mente hacia mí, serpenteando por entre los
viejos troncos de los sauces desnudos; este
espectáculo espléndido es ahora para mí
frío,como una cosa inanimada, como una
estampa coloreada, y no derrama en mi co-
razón una gota de entusiasmo ni de alegría!
Aquí está el hombre inmóvil ante su Dios,
como una cisterna vacía ó un pozo seco.
Muchas veces me he arrojado al suelo para
pedir lágrimas á Dios, como lo hace el la-
brador con la lluvia, cuando ve encima de
él un cielo bruñido y á sus pies la tierra se-

dienta.
Pero ay! yo veo que Dios no concede la

lluvia ó el sol á nuestros ruegos importu-


nos, y aquellos tiempos cuyo recuerdo me
atormenta, ¿por qué eran tan dichosos para
Werthsr 11
162 AMARGUEAS DE WERTHER

mí, sino porque yo esperaba con paciencia


en que bu espíritu no me olvidaría y yo re-
cibiría con el corazón reconocido las deli-

cias que él vertería sobre mí?

8 de Noviembre

Ella ha censurado mis excesos! pero con


un tono tan acariciador! Mis excesos, por-
que muchas veces después de apurar un
vaso de vino sigo hasta beberme una bo-
tella. «No hagais eso!, me dijo, pensad en

Carlota!... Pensad!, exclamé, ¿tenéis nece-


sidad de decírmelo? Pienso!... nó pienso!
Siempre estáis presente en mi alma. Hoy
me he sentado en el mismo sitio donde
en otro tiempo os bajasteis del coche...» Be
puso á hablar de otra cosa para impedirme
avanzar en este asunto. Mejor! soy de ella,

hace conmigo lo que quiere.

15 de Noviembre

Gracias, Guillermo, por el tierno interés


que te tomas por mí y los buenos consejos
que me das; pero te ruego que no te alar-
mes. jDéjame arrostrar toda la crisis! No
GOETHE 163

obstante mi abatimiento, tengo aun fuerzas


suficientes para ir basta el fin. Ya tú sabes
que yo respeto la religión; creo que es un
apoyo para el que desmaya, un bálsamo
para aquel á quien la sed consume. Pero...
puede, debe ser para todos? Si consideras
el vasto universo, verás millares de hom-
bres para quienes ella no lo ha sido, otros
para quienes no lo será jamás, les haya
sido anunciada ó no. Lo será para mí? El
propio hijo de Dios ha dicho que con él es-

tarán los que su padre la dé. Y si su pa-


dre quiere reservarme para sí, como mi co-

razón me dice? No interpretes mal mis pa-


labras ni veas una burla en estas frases
inocentes. Te hablo con el corazón en la
mano. De no ser así preferiría callarme,

porque no me gusta gastar el tiempo di-

ciendo palabras sobre cosas de las cuales


los otros entienden tan poco como yo. ¿Cuál
es el destino del hombre sino llenar todo el
camino de dolores y apurar el cáliz hasta
las heces? Y si este cáliz fué amargo al Dios
de los cielos cuando lo acercó á los labios

del hombre ¿iré yo á hacerme el fuerte y


164 AMARGURAS DE WERTHER

fingir que lo encuentro dulce y agradable?


¿Y por qué he de avergonzarme de confesar
mi angustia en estos terribles momentos
en que todo mi sór tiembla y se mueve en-
tre el sér y la nada; en que el pasado brilla

como un relámpago sobre el sombrío abis-


mo del porvenir; en que todo lo que me ro-

dea se aniquila y el mundo perece conmi-


go?... No es la voz de la criatura extenuada,
desfallecida, hundiéndose sin remedio en
las profundidades del antro, no obstante
sus vanos esfuerzos por sostenerse, que gri-
ta con amargura «¡Dios mío! ¡Dios mío por
qué me has abandonado?» Y he de enroje-
cerme de esta exclamación? podré temer el

momento en que se me escape, cuando se


escapó á Aquél que se ha envuelto en los
cielos como en un velo?

21 de Noviembre

Ella no ve, no comprende que prepara el


veneno que á mí y á ella nos hará perecer;
y yo cojo con delicia la copa en que me pre-
senta la muerte. ¿Qué quiere decir ese aire
de bondad con que me mira frecuentemen-
GOETHE 165

te... frecuentemente... nó, pero si algunas


veces; la complacencia con la cual recibe una
impresión producida por un sentimiento
del que no soy dueño y la compasión por
mis sufrimientos que se pinta sobre su
frente?
Cuando me retiró ayer me tendió la mano
y me dijo: «Adiós, querido Werther!» [Que-
rido Werther! Era la primera vez que me
llamaba querido y el goce que sentí penetró
hasta la médula de mis huesos. Me lo he
repetido más de cien veces, y por la noche
cuando me metí en el lecho, hablando con-
migo mismo, me dije también: Buenas no-
ches, querido Werther, y no pude menos
de reir.

22 de Noviembre

No puedo dirigir mis ruegos á Dios di-

ciendo: [Conservádmela! Y sin embargo hay


ocasiones en que creo que me pertenece.
No puedo decir tampoco «¡dádmela!» por-
que es de otro. De este modo me agito alre-
dedor de mis dolores; si me dejase ir haría
una completa letanía de antítesis.
166 AMARGURAS DE WERTHER

24 de Noviembre
Ella sabe lo que sufro. Hoy ha penetrado
su mirada hasta las profundidades de mi
corazón. La encontré nada decía yo y
sola,

ella me miraba fijamente. No veía yo en-


tonces su seductora belleza ni la aureola
del talento que ilumina su frente; su mira-
da sublime absorbía toda mi atención; una
mirada llena de interés y de la piedad más
suave. ¿Por qué no me he atrevido á arro-
jarme á sus pies ó á estrecharla entre mis
brazos, cubriéndola de besos? Fué á su pia-

no y cantó con dulzura, la armonía de su


voz se unió á la de los acordes. Jamás sus
labios me han parecido tan encantadores;
parecía que se entreabrían lánguidos para
aspirar los melodiosos tonos del instrumen-
to y exhalarlos de nuevo, suavizados por el
eco celeste de su voz. Ah! si pudiese yo de-

cirte lo que sentí! No pude continuar por


más tiempo allí. cabeza y me dije:
Bajé la

No m© atreveré á imprimir un beso en los


labios sobre los cuales revolotean los espí-
ritus celestiales!... Y sin embargo... Yo quie-
ro... Hoy! ves tú, es como una barrera que
GOETHE 167

atraviesa mi alma... esta felicidad... y des-


pués expiar el castigo de este crimen!.:.
Orimen?
26 de Noviembre

Muchas veces me digo á mí mismo: Tu


destino es único; comparados contigo todos
son felices! mugún mortal ha sido tan ator-
mentado como tú. Leo después cualquier
poeta de la antigüedad y es para mí como
leer en mi propio corazón. Tengo aún tanto

que sufrir! Ay! Ha habido ya antes que yo


hombres tan desgraciados?

SO de Noviembre

No, jamás podré ser dueño de mí! Donde


quiera que voy encuentro alguna aparición
que me exacerba. Hoy ¡oh destino! ¡oh hu-
manidad!...
Iba á pasear á la orilla del río á la hora
de comer porque no tenía ningún apetito.
Todo estaba desierto. Un viento de oeste
fresco y húmedo soplaba de la montaña y
las nubes grisáceas cubrían el valle. A lo
lejos distinguí á un hombre mal vestido
que andaba encorvado por entre las rocas,
168 AMARGURAS DE WERTHER

como si buscase alguna cosa. Me aproximó


á él y al ruido que hice al acercarme se vol-
vió. Tenía una fisonomía interesante, con
una expresión de profunda amargura, pero
que revelaba un alma honrada. Sus negros
cabellos caían en dos bucles sobre la frente

y los de atrás, formando una apretada tren-

za, descendían hasta la espalda. Como su


un hombre del pueblo, creí
traje indicaba

que no tomaría á mal si me ocupaba de lo


que hacía y le pregunté qué buscaba. «Bus-
co flores, me dijo dando un profundo sus-

piro, y no Es que no es la
las encuentro.»

estación, repuse yo sonriendo. «Hay muchas,


añadió, acercándose. En mi jardín tengo ro-
sas y dos especies de madreselvas, una de
las cuales me la dió mi padre; ésta crece
con tanta fuerza como la cizaña; y sin em-
bargo, hace dos días que busco una sin en-
contrarla. También aquí hay flores en todo
tiempo; amarillas, azules, rojas y la centau-
ra,que es una pequefiita y linda flor. No
puedo encontrar ninguna.» Yo notaba en él
cierto aire extraño y le preguntó para qué
quería las flores. Una sonrisa extraña y
GOETHE 169

convulsiva contrajo su semblante. «Si me


promete usted no hacerme traición, dijo

poniéndose un dedo sobre la boca, os diré

que he prometido un ramo á mi novia »

¡Muy bien! repliqué. «jAh! ella tiene mu-


chas otras cosas, ella es muy rica!» Y no
obstante hace caso de vuestro amor? le dije
yo. «jTiene diamantes y una corona!» ¿Cómo
se llama ella? «Si el Gobierno quisiera pagar-
me, yo sería otro hombre, sí; hubo un tiem-
po en que yo estaba bien, pero hoy todo ha
concluido para mí; no soy nada.» Sus ojos
arrasados por las lágrimas se fí jaron en el
cielo y lo expresaron todo. ¿Erais, pues, en-
tonces feliz? «|Ay! quisiera serlo ahora del
mismo modo, contestó. Yo vivía contento,
alegre, dichoso como el pez en el agua.»
«¡Enrique! exclamó una vieja mujer que
venía por el camino. ¡Enrique! ¿dónde te
has metido? Ando buscándote por todas
partes. Vamos, vente á comer.» Es hijo
vuestro? le preguntó adelantándome. «Sí,
mi pobre hijo; Dios me ha dado
señor, es
una cruz bastante pesada.» ¿Hacs mucho
tiempo que está así? «A Dios gracias, dijo,
170 AMARGURAS DE WERTHER

hace seis meses que ha recobrado la tran-

quilidad. Pero antes, durante un afio, ha es-

tado furioso y fué preciso recluirle en una


casa de locos. Ahora no hace mal á nadie,
sólo que siempre está sofiando con reyes y
emperadores. El era un hombre dulce y
tranquilo que me ayudaba á vivir con el
producto de su trabajo, porque tenía una
letra preciosa; de pronto dió en estar cavi-

loso, cayó enfermo con una altísima fiebre,

y ahora ya veis cómo se encuentra. Si el


el sefior quiere que le cuente...» Interrumpí

aquel flujo de palabras preguntándole cuál


era la época á que se refería cuando habla-
ba de que había sido muy feliz. «¡Pobre
loco! dijo ella con una sonrisa de piedad; el

tiempo á que alude es aquel en que estaba


completamente fuera de sí en el hospital,
sin conciencia de eí mismo. » Estas palabras
me hirieron como un rayo. Puse una mone-
da de plata en su mano y me alejé deprisa.
Cuando tú eras feliz! pensaba yo, mar-
chando precipitadamente hacia el pueblo, y
estabas contento como el pez en el agua!
Dios de los cielos, has escrito tú el destino
GOETHE 171

de los hombres de tal suerte que no sean


felices sino antes de llegar á la edad de la

razón ó después de perderla? ¡Pobre mise-


rable! Tengo envidia de tu locura, envidio el

laberinto mental en que te consumes. Sales


lleno da esperanzas á recojer flores para tu
reina en medio del invierno, te afliges de
no encontrarlas y no comprendes el por
qué de no hallarlas. Yo salgo sin esperan-
zas, sin fln alguno y entro en mi casa como
salgo. Tú sueñas en lo que serías si el Go-

bierno se decidiera á pagarte; ¡feliz criatu-

ra que puedes atribuir la privación de tu


bien á un obstáculo terrestre! Tá no sien-

tes, no sabes que es en la turbación de tu


cerebro y de tu corazón en donde vive tu
miseria, de la que no podrían librarte todos
los reyes de la tierra.

Puede morir desesperado el que se ríe

del enfermo que para ir á buscar aguas mi-


nerales lejanas, realiza un largo viaje que
aumenta su enfermedad y hace más doloro-
so el fin de su vida? el que insulta al cora-

zón oprimido que para librarse de sus re-

mordimientos, calmar su turbación y sus


172 AMARGURAS DE WERTHER

sufrimientos va en peregrinación al santo


sepulcro? Cada paso que da sobre la tierra

dura, por los senderos ásperos é incultos


que desgarran suspies, es una gota de bál-

samo que cae sobre su alma, y á cada día de


marcha siente su corazón aliviado de una
parte del peso que le oprimía... Y os atre-
véis, vosotros, charlatanes muellemente re-

clinados sobre vuestras poltronas, á llamar


á esto necia preocupación? Preocupación!...
Oh Dios! tú ves mis lágrimas! ¿Cómo al

crear al hombre tan pequeño le das herma-


nos, que hasta le despojan en su pobreza,
robándole la confianza que ha puesto en tí,

infinitamente amoroso? Porque la fe en una


raíz medicinal ó en el llanto de la vida ¿qué
es sino la confianza en tí, que has puesto
en todo lo que nos rodea, al lado del mal el
remedio y el consuelo de que tanto necesi-
tamos? Padre que no conozco! Padre que
has ocupado toda mi alma otras veces y
ahora te apartas de mí, llámame pronto á
tu lado! No calles por más tiempo, porque
tu silencio no detendrá mi alma alterada...

Y un hombre, un padre, podría irritarse de


GOETHE 173

ver al hijo que no aguardaba, saltarle al

cuello gritando: «Heme aquí, padre mío, no


os enfadéis porque haya interrumpido un
viaje que para conformarme con su volun-
tad debería haber sido más largo. El mun-
do es el mismo en todas partes, por doquier
pena y trabajo; recompensa y alegría; pero
¿qué era esto para mí? Yo no estoy bien
sino donde vos estéis, quiero sufrir y gozar
en vuestra presencial... > Y tú, Padre celes-

tial y amante, podrías rechazarme?


l.o de Diciembre
Guillermo! El hombre de que te hablé, el
feliz infortunado, teníaun empleo en casa
del padre de Carlota, y una desgraciada pa-
sión que concibió por ella, que alimentó en
secreto, y al fin descubrió, le hizo perder su
colocación y le ha puesto loco. Comprende,
si puedes, por estas pocas palabras, lo que
me habría impresionado esta historia cuan-
do Alberto me la refirió, con la misma frial-
dad con que acaso tú la leas.

4 de Diciembre
Te lo suplico!.. Yes tú, ternne piedad; no
174 AMABGUBAS DE WEBTHEB

podré soportar por más tiempo mi situaciónl


Hoy estaba sentado cerca de ella... ella to-
caba melodías en su clave, con toda la ex-
presión!.. toda!., ¿qué quieres? Su hermana,
la más pequeña, jugaba con su muñeca so-
bre mis rodillas. Se me llenaron los ojos de
lágrimas. Bajé la cabeza y vi en su dedo el
anillo de boda... Mis lágrimas corrieron. En
aquel instante ella ha comenzado á tocar
aquel aire antiguo, cuya dulzura tiene algo
de celestial, y enseguida he sentido llenarse
mi alma de un sentimiento de consuelo, re-
vivir los recuerdos del pasado, cuando aque-
lla música impresionaba mis oídos, de los
tristes días de intervalo, de las penas, de
las esperanzas desvanecidas, después... Me
levanté y me puse á pasear por la habita-
ción sin orden ni concierto; mi corazón se
ahogaba bajo el peso de las emociones. «Por
amor de Dios, exclamó, basta.» Ella cesó
de tocar y me miró atentamente: «Werther,
me dijo con una sonrisa que me atravesó el
alma, Werther, cuando su música favorita
le contraría es que estáis muy enfermo. Vá-
yase, se lo ruego, y ¡cálmese V.í» Me separé
GOETHE 176

de su lado y... ¡oh Dios! tú que ves mis su-


frimientos, pondrás fin á ellos.

6 de Diciembre

(Cómo me persigue su imágen. Duerma ó


vele, sólo ella llena mi alma! Aquí, cuando
cierro los párpados, aquí, en mi imagina-
ción donde se encuentra la fuerza visual,
percibo claramente sus ojos negros. Aquí
no puedo expresarte esto. Si me duermo,
allí siguen sus ojos, como un mar, como un
abismo; reposan ante mí, en mí, ellos llenan
mi frente.

¿Qué es pues el hombre, este semi-Dios


tan ensalzado? No le faltan las fuerzas, pre-

cisamente cuando Je serían más necesarias?


Y cuando bate sus alas en la alegría, lo mis-
mo que cuando se sumerge en la tristeza,
¿no se ve siempre detenido y condenado á
persuadirse del triste sentimiento de su pe-
quefiez cuando esperaba perderse en lo in-
finito?
EL EDITOR AL LECTOR

(Cuánto habría deseado que nos hubiesen


quedado sobre los últimos días de nuestro
desventurado amigo, suficientes pormeno-
res escritos por él mismo, para no verme
obligado á intercalar relaciones entre las
cartas que nos ha dejado!
Me he esforzado en recoger los detalles
más exactos, de boca de las personas que
podían estar mejor informadas de su histo-
ria. Estos detalles son uniformes; todas las
relaciones concuerdan hasta en las particu-
laridades más insignificantes. Sólo he en-
contrado algo divididas las opiniones sobre
la manera de juzgar los caracteres y los sen-
timientos de los personajes. Sólo nos resta,
pues, contar con fidelidad todo lo que estas
múltiples indagaciones nos han hecho cono-
cer, añadiendo las cartas ó fragmentos que
ha dejado el que ya no existe, sin desdeñar
el más pequeño papel conservado; (es tan
difícil conocer la verdadera causa, los mó-
viles y resortes de una acción, por sencilla
GOETHE 177

que sea, cuando es producida por


un hom-
bre que se sale de lo vulgarl
El desaliento y el pesar habían
echado
profundas raíces en el alma de
Werther y
se habían apoderado poco
á poco de todo
su sér. La armonía de su
inteligencia había
desaparecido; un fuego interno
y violento
que minaba todas sus facultades,
producía
los más funestos efectos y concluyó por
no
dejarle sino un triste abatimiento, más pe-
noso aún de soportar que los
males contra
losque había luchado hasta entonces.
Las
angustias de su corazón consumieron
las úl-
timas fuerzas de su espíritu,
de su vivaci-
dad, de su sagacidad. No lequedaba más
que una sombría tristeza que llevaba á la
sociedad y que lo hacía más
injusto á me-
dida que iba siendo más
desgraciado. Esto
es, al menos, lo que dicen losamigos de Al-
berto, los cuales afirman
que Werther no
había sabido apreciar á aquel
hombre de
corazón recto que gozando de
una felicidad
por largo tiempo deseada, no
tenía otro fin
que asegurarla para el porvenir. ¿Cómo ha-
bía de comprender esto, quien todos los
Werther 19
178 AMARGUEAS DE WERTHER

días lo disipaba todo y no guardaba para la

noche sino privaciones


y sufrimientos?
Afirman también que Alberto no había po-
dido cambiar en tan poco tiempo y que era
el mismo hombre que Werther elogiaba y

estimaba tanto cuando comenzaron su co-

nocimiento. Amaba á Carlota sobre todas


las cosas, estaba orgulloso de ella y desea-
ba que fuese considerada por todo el mun-
do como el sér más perfecto. ¿Se le podía
vituperar el que tratase de alejar de ella la

menor apariencia de sospecha ó rehusase


compartir en lo más mínimo la posesión de
un bien tan preciado? Confiesan que cuan-
do Werther iba á la habitación de su mujer
Alberto la abandonaba con frecuencia, sin
que fuera por odio ni por indiferencia y sí
porque había notado el pesar secreto que

su presencia ocasionaba á Werther.


Una vez el padre de Carlota fué atacado
de una enfermedad que le retuvo en cama

y mandó el coche en busca de su hija. Era


una espléndida mañana de invierno. Las
primeras nieves habían caído en abundan-
cia y la tierra estaba completamente cu-
GOETHE 179

bierta. Werther
se puso en camino al día
siguiente para ir á reunirse con
Carlota y
acompañarla á su casa si Alberto
no iba
por ella. El tiempo hermoso
hizo poco efec-
toen su ánimo; un peso enorme oprimía
su
alma de lúgubres imágenes que
le perse-
guían y su corazón no conocía otro
movi-
miento que el paso de un pensamiento
tris-
te á otro. Como vivía en
perpetuo descon-
tento de sí mismo, le parecía
la situación
de los demás tan agitada y crítica como la
suya; él creía haber destruido
buena la
armonía entre Alberto
y su mujer y se
dirigía reproches en los
que se mezclaba
un resentimiento secreto contra el esposo.
Durante el camino su pensamiento tomó
esta dirección: «Sí, sí! se decía
apretando los
dientes con cierto furor; he
ahí rota una
unión tan íntima, tan cordial, tan
espontá-
nea; ese vivo interés, esta fe constante
tan
inquebrantable! ¿Sabe él apreciar su
bien?
Sabe estimarla en todo lo que vale?
Ella le
pertenece, es suya... Sé esto como
también
sé otras cosas. Debía haberme
acostumbra-
do ya á esta idea, y sin embargo me deses-
180 AMARGUEAS DE WERTHEE

pera y acabará por matarme. Y la amistad


que él me había jurado, qué se ha hecho?
No ve en mi adhesión á Carlota un ataque
á sus derechos, y en mis atenciones y cui-
dados una censura? Lo sé, lo siento, me ve
con disgusto, quisiera tenerme muy lejos

de aquí, mi presencia es un peso para él.»

A menudo detenía su marcha precipita-


da, frecuentemente la aceleraba y algunas
veces parecía querer volver atrás. Sin em-
bargo, continuaba su camino siempre absor-
to en estas ideas, en estas conversaciones
solitarias, que sólo se adivinaban por algu-
nas palabras entrecortadas; así llegó á la

casa, casi contra su voluntad.


Entró preguntando por el juez y Carlota
El
y halló á toda la gente en conmoción.
mayor de los hermanos de ella le dijo que
había sucedido una desgracia en W&hl-
heim; acababa d© ser asesinado un aldeano.
Esta noticia no le produjo grande impre-
sión y se dirigió á la sala inmediata, donde
encontró á Carlota esforzándose en disua-
dir al juez, su padre, que enfermo y todo
quería ir al lugar del suceso para instruir
GOETHE 181

las diligencias del crimen, cuyo autor se ig-

noraba aún. Se había encontrado el cadá-

ver por la mañana, delante de la puerta de


la casa en que este hombre habitaba. Ha-
bía algunas sospechas: el muerto era cria-
do de casa de una viuda que poco tiempo
antes había tenido otro á su servicio que
había sido despedido á causa de un grave
disgusto.
Cuando Werther conoció estos detalles
se levantó precipitadamente. ¡Es posible!
exclamó, es preciso que yo vaya sin pérdi-
da de momento. Corrió á Wahlheim. Mu-
chos recuerdos se levantaron en su espíritu
y no dudó un segundo de que el autor del
crimen era aquel joven á quien había ha-
blado tantas veces y le inspiraba tan gran-
de simpatía.
Al pasar por los tilos para llegar al sitio

donde habían depositado el cadáver, no


pudo evitar una fuerte impresión á la vista

de estos lugares en otros tiempos tan que-


ridos. El umbral donde loa niños jugaban
con frecuencia estaba lleno de sangre. El
amor y la fidelidad, los más bellos senti-
182 AMARGUEAS DE WERTHRR

mientos del hombre, habían degenerado en


violencia y muerte; los árboles corpulentos
se hallaban sin hojas y cubiertos de escar-
cha; el seto vivo que recubre el pequeño
muro del cementerio había perdido su ver-
dor y dejaba ver, á través de anchos porti-
piedras de los sepulcros cubiertas
llos, las

de nieve.
Cuando llegó él á la taberna donde estaba
reunido todo el pueblo, se levantó un gran
rumor. A lo lejos se distinguía un pelotón
de hombres armados y todos comprendieron
que traían al asesino. Werther dirigió sobre

éluna mirada y adquirió completa certidum-


bre. Sil era él; era aquel criado que amaba
tanto á su ama y que pocos días antes ha-
bía él encontrado víctima de una sombría
tristeza, en una secreta desesperación.
«¿Qué has hecho, desgraciado?» exclamó
Werther acercándose al preso. Este le miró
tranquilo, mudo, después respondió con
frialdad: «Nadie la poseerá, ni ella poseerá
á nadie.» Se le condujo al sitio donde esta-

ba la víctima y Werther se alejó con preci-


pitación.
GOETHE 183

Todo su sér estaba conmovido por la sen-

sación extraordinaria y violenta que acaba-


ba de experimentar; se sintió libertado de
su melancolía, de su desesperación, de su
apatía. El interés vivo é irresistible por este
hombre y el deseo de salvarlo se apodera-
ron de él. Lo consideraba tan desgraciado
y tan poco culpable á pesar de su crimen,
veía tan bien su situación, que creía llegar
á convencer á los demás de su opinión. An-
siaba ya poder defenderlo en voz alta, el
más elocuente discurso pugnaba por salir
de sus labios, corría hacia la casa del juez

y repetía por el camino á media voz lo que


pensaba decir á éste.
Cuando entró en la sala y vió á Alberto
se desconcertó por unos instantes, pero se
rehizo enseguida y dirigiéndose al juez le
manifestó su parecer sobre aquel trágico
suceso; el juez movió varias veces la cabe-

za durante el relato, y aunque Werther


puso en el discurso todo el calor de la con-
vicción, toda la vivacidad y toda la energía

que un hombre puede desplegar en la de-

fensa de un semejante, no obstante el juez


184 AMAEGUEAS DE WEETHEE

no dió la menor sefial de sensibilidad ni


vacilación. No dejó concluir á nuestro ami-
go sin refutarlo vivamente y censurarle por
mostrarse protector de un criminal; le hizo
ver que de este modo las leyes serían siem-

pre eludidas y la seguridad pública habría


muerto; añadió que además en un asunto tan
grave no podía hacer nada sin mucha res-

ponsabilidad y que era preciso hacerlo todo


con las formalidades y requisitos legales.
Werther, sin embargo, no se dió por ven-
cido; pero 88 limitó entonces á pedir al juez

que se hiciese el distraído para que se eva-


diese el preso, pero el juez rehusó igual-
mente. Alberto, que tomó entonces parte en
la conversación, expresó la misma opinión
que su suegro. Werther, pues, calló y se
alejó con el corazón traspasado de amargu-
ra, mientras el juez repetía varias veces:
«¡No, no podrá salvarlo nada!»
Lo mucho que estas frases le impresio-
naron, se comprende conociendo estas pa-
labras que se encontraron entre sus papeles

y que fueron ciertamente escritas aquel mis-


mo día:
GOETHE 185

«No se te puede salvar, desgraciado! Yo


veo bien que nada puede salvarnos,»

Lo que había dicho Alberto en presencia


del juez sobre el asunto del preso, había he-
rido profundamente á Werther; había creí-
do notar una alusión á él y á sus sentimien-
tos,y aunque después de haberlo reflexio-
nado más maduramente comprendió que
podían tener razón estos dos hombres, veía,
sin embargo, que estaba por encima de sus
fuerzas abandonar algo de su existencia in-
teriory convenir con ellos.
Entre sus papeles hemos encontrado una
notita que se refiere á esta ocasión y que tal
vez exprese sus verdaderos sentimientos
para con Alberto:
«De qué sirve decirme y repetirme: es
bueno y honrado! él me desgarró hasta el

fondo del corazón! yo no puedo ser justo!»

La tarde era dulce, apacible y el tiempo


dispuesto al deshielo; Carlota y Alberto vol-
vían á pie. Durante el camino Carlota mira-
ba acá y allá como si echase de menos la
186 AMARGURAS DE WERTHER

compañía de Werther. Alberto habló de él

y le censuró, haciéndole justicia. Se ocupó


de su desgraciada pasión y dijo que desea-
ba por él mismo que le fuera posible ale-
jarse. «También lo deseo por nosotros, aña-
dió, y te ruego que trates de dar otra direc-
ción á sus relaciones contigo y procurar
hacer menos frecuentes sus visitas. La gen-
te empieza ya á ocuparse de esto y sé que
se habla de nosotros.» Carlota guardó silen-
cioy Alberto pareció haberlo comprendido;
desde aquel momento al menos no volvió
él á hablar de Werther delante de ella, y si

por casualidad ella hablaba de él, Alberto


mudaba el objeto de la conversación.
La vana tentativa que Werther había he-
cho para salvar al desgraciado aldeano, era
como el último chispazo de una luz que se
extingue; después cayó de nuevo en el do-
lor y el abatimiento. Tuvo como una deses-
peración cuando supo que se le llamaría
como testigo contra el culpable que se ha-
bía refugiado en la negativa.
Todo cuanto había sufrido en su vida ac-

tiva, sus disgustos con el embajador, sus


GOETHE 187

proyectos irrealizados, todo lo que le había


herido se revolvía y le agitaba. Se encon-
traba por todo ello como autorizado á la
inactividad; se veía privado de toda pers-
pectiva é incapaz, por decirlo así, de dar á
la vida objetivo alguno. De esta suerte, en-
teramente abandonado á sus sombrías ideas
y á su pasión, sumido en la eterna unifor-
midad de sus dolorosas relaciones con el
séramable y adorado en que él hallaba el
reposo, agotando inútilmente sus fuerzas
y
debilitándose sin esperanzas, se iba familia-
rizando cada díamás con un siniestro pen-
samiento y se aproximaba á su fin.
Algunas cartas que ha dejado y que in-
sertamos aquí, son las más concluyentes
pruebas de su turbación, de su delirio, de
sus crueles angustias, de eu combate
y de
su cansancio de la vida.

12 de Diciembre

«Querido Guillermo, me encuentro en el


estado en que debían hallarse los desgra-
ciados que se creían poseídos por un espí-
ritu maligno. Esto no sucede con frecuen*
188 AMARGURAS DE WERTHER

cia. No es angustia, no es deseo, es una ra-

bia interior, desconocida, que amenaza con


desgarrarme el pecho, anudarme la gargan-
tay ahogarme! Sufro) sufro! quisiera huir
de mí mismo, y vago por entre las escenas
nocturnas y terribles que ofrece esta esta-
ción enemiga de los hombres.
Ayer noche me fué preciso salir, el des-

hielo sobrevino de repente y oí decir que


el río se había desbordado, que todos los
arroyuelos se habían salido de cauce y que
la inundación era completa en mi querido

valle de Wahlheim. Me dirigí á él hacia la

media noche, el espectáculo era aterrador.


Desde la cumbre de una roca vi á la clari-
dad de la luna los torrentes rodar sobre los
campos, por entre las praderas y los valla-
dos, devorándolo é inundándolo todo, des-
apareciendo el valle, y en su lugar vi un
mar furioso, abandonado á los agudos silbi-

dos del vendaval... Y cuando después de


una profunda obscuridad la luna reaparecía
y un reflejo espléndido y terrible me mos-
traba de nuevo las olas rugientes sonando

y resonando á mis pies... un extrafío tem-


GOETHE 189

blor me sacudía y un deseo inexplicable se


apoderaba de mí... me encontraba allí con
los brazos extendidos hacia el abismo, aca-
riciando la idea de arrojarme en él... de
arrojarme en él! Me perdía en la idea deli-

ciosa de precipitar allí mis tormentos, mis


sufrimientos. Oh!... y no tuviste fuerzas
para levantar los pies y concluir con tus
Mi hora no ha llegado aún, yo lo
males!...

veo! [Ay Guillermo! Con cuánto placer ha-


bría dado esta pobre vida por confundirme
con el huracán, rasgar con él las nubes y
agitar las olas! Ah! será posible que no al-

cancemos nunca esta dicha los que nos con-


sumimos en nuestra prisión?
»[Qué tristeza más honda se apoderó de
mí cuando mi mirada se fijó en el sitio don-
de había estado con Carlota, bajo un sauce,
después de haber paseado! También había
llegado allí la inundación, y apenas pude
distinguir la copa del sauce! Pensé enton-
ces en la casa del juez, en sus prados! tam-
bién habrá destruido nuestros pabellones!
El rayo dorado del pasado brilló en mi
alma... como brillan en los suefios de un
190 AMARGARAS DE WERTHER

cautivo pradera», ganados, honores. Yo es-


taba allí, de Yo no me entelo, pues
pie...

tengo valor para morir... Yo debía... Y heme


aquí como la vieja qne pide la lefia y men-
diga de puerta en puerta el pan para soste-

nerse y prolongar un instante más su triste

y miserable existencia.*

14 de Diciembre

Qué es esto, amigo mío? Estoy asustado


de mí mismo. El amor que siento por ella
no es el más puro, santo y fraternal?... He
abrigado alguna vez en el fondo de mi alma
un deseo culpable?... Yo no quiero jurar... Y
ahora mismo suefíoS Oh! cuanta razón tie-

nen los hombres que dicen que somos víc-

timas de fuerzas misteriosas! Esta noche!


tiemblo al decirlo, la tenía en mis brazos,
estrechamente apretada contra mi pecho, y
cubría su boca, su boca balbuciente de
amor, de un millón de besos. Mis ojos se
embriagaban de los suyos. Dios mío! seré
culpable por la felicidad que siento recor-
dando estos placeres y querer volverlos á
Esto lo he hecho
sentir? Carlota! Carlota!...
GOETHE 191

yo... Desde hace ocho días ee han turbado

mis sentidos, no tengo fuerzas ni para pen-


sar, mis ojos están llenos de lágrimas. No
ma hallo bien en ninguna parte y, sin em-
bargo, estoy bien en todas. Nada espero,
nada deseo; mejor será que parta.»

La resolución de abandonar el mundo, se


había aumentado y fortificado en el alma
de Werther en medio de estas circunstan-
cias. Desde su vuelta junto á Carlota, había
considerado la muerte como su última pers-

pectiva ycomo un recurso de que podría


siempre disponer. Pero se había prometido,
sin embargo, no acudir áél con violencia
y
precipitación, y no hacerlo sino con la ma-
yor convicción y mayor calma.
Su incertidumbre, sus combates consigo
mismo, aparecen en unas líneas, sin duda
comienzo de una carta á su amigo, pero que
no llevan fecha:
«Su presencia, su destino, su interés por
mi suerte, arrancan las últimas lágrimas á
mi cerebro calcinado.
192 AM ABGURAS DE WERTHER

» Levantar el velo y seguir adelante... hé


aquí todo. Por qué temblar? Por qué dudar?
Es porque se ignora lo que hay más allá y
no se vuelve? Es que es propio de nuestro
espíritu imponer confusión y tiniebla allí

donde no sabemos nada de lo que hay!»

El se acostumbra cada vez más á estos


pensamientos funestos. Su proyecto fué al

fin irrevocable: la prueba se halla en esta


carta de doble sentido que escribió á su
amigo:
20 de Diciembre
«Querido Guillermo, doy gracias á tu
amistad por haber comprendido tan bien
lo que yo quería decir. Sí, tienes razón, vale

más que yo parta. La proposición que me


haces de que vuelva á vuestro lado no es
muy de mi gusto; yo quisiera hacer al me-
nos una excursión en el momento en que
esperamos una helada sostenida y bellos
caminos. También estoy muy contento de
tu decisión de venir á buscarme; concéde-
me, no obstante, quince días y espera otra
carta en que te dé nuevas noticias. No se
GOETHE 193

debe cojer el fruto sin estar


maduro y quin-
ce días más ó menos hacen mucho. Di á mi
madre que ruegue por su hijo y que le pido
perdón por todas las penas que le he cau-
sado.Era mi destino sin duda atormentar á
laspersonas que debía haber hecho felices!
Adiós mi queridísimo amigo! Que el
cielo
derrame sobre tí todas sus bendiciones!
Adiós!»

No intentaremos describir lo que pasaba


en esta época en el alma de Carlota
y lo
que experimentaba ella á la vista de su
ma-
rido y de su desgraciado amigo,
aunque po-
demos nosotros mismos formarnos una idea
aproximada por el conocimiento que tene-
mos de su carácter. Toda mujer dotada
de
un alma bella se identificará con ella com-
y
prenderá lo que sufría.
Es indudablemente cierto que estaba de-
cidida á todo para alejar á
Werther. Si va-
cilaba provenía de compasión
y de amistad;
sabía ¡o que este esfuerzo costaría
á Wer-
fcher; sabía que le iba
á ser casi imposible.
Werther
194 AMARGURAS DE WERTHER

No obstante se vió precisada á tomar una


determinación. Su marido continuaba guar-
dando el mismo silencio que ella, lo cual

era un nuevo motivo para demostrar con


hechos que sus sentimientos eran tan dig-

nos como los de su marido.


El mismo día que Werther escribió á su
amigo la última carta que hemos copiado,
era el domingo anterior á la Navidad; se
fuá á casa de Carlota, á la que encontró sola,
entretenida en preparar algunos mufiecos
que pensaba regalar á sus hermanitos. Él
habló del goce que tendrían los niños cuan-
do abriéndose la puerta viesen aparecer el

árbol de Navidad, decorado con cirios, dul-


ces y juguetes. «También usted, dijo Carlo-
ta, ocultando con una amable sonrisa su in-

quietud, también tendréis los vuestros si sois

juicioso: una vela pequeñita y alguna otra


cosa.» Y á qué llamáis ser juicioso? dijo él;

¿cómo debo ser yo? ¿cómo puedo ser? «El


jueves, repuso ella, es la víspera de Navi-
dad; los niños vienen entonces y mi padre
también, cada uno recibirá lo que le está
destinado. Venid también... pero no antes.»
GOETHE 196

Werfcker se quedó inmóvil. «Yo os ruego,


continuó ella, qu8 lo hagais así, os lo ruego
por mi felicidad; esto no puede seguir de
este modo!»— El bajó los ojos y, paseándose
á grandes zancadas por la habitación, repe-

tía entre dientes: «Esto no puede seguir!»


Carlota, que advirtió el estado>iolento en
que le habían puesto sus palabras, trató de
mil modos de distraer sus pensamientos,
pero fué en vano. «No, Carlota, gritó él; no
volveré á veros!— Por qué, Wertker? replicó
ella: usted puede y debs volvernos á ver;
pero sed más dueño de vos mismo. Ah! ¿Por
qué habéis nacido con ese fuego, con ese
temperamento indomable y apasionado que
mostráis en todo cuanto tocáis? Yo os rue-
go, añadió ella, cojiéndole la mano, que seáis
dueño de vos! Qaó de gGces os aseguran
vuestro espíritu, vuestra ciencia, vuestro
talento! Sed hombre!, romped esta inclina-
ción á una criatura que no puede hacer sino
compadeceros!» El rechinó los dientes y la
miró con aire sombrío, ella retenía su mano.
«Un solo momento de caima, Werther! le
dijo ella. No comprendéis que vais corrien-
196 AMARGURAS DE WERTHER

do voluntariamente á vuestra perdición?


Por qué he de ser yo, Werther? precísame»*
te yo, que pertenezco á otro hombre? Temo,
temo mucho, sí, que no sea sino la imposi-

bilidad de obtenerme lo que exalte vuestro


deseo.» El retiró su mano de las d© ella, y
mirándola fijamente y con descontento, ex-
clamó: «Está bien: ¿se la ha ocurrido tal

vez esa observación á Alberto? Fina! muy


fina!» «Todos pueden hacerla, replicó Cario-
ta. No habrá en todo el mundo una mujer
capaz de satisfacer las voces de vuestro co-
razón? Buscadla y os respondo de que la
encontraréis. Hace tiempo que me aflige

por usted y por nosotros el aislamiento en


que os encerráis. Vamos, triunfad de vos
mismo; un viaje os haría mucho bien, sin
duda alguna. Buscad algún objeto digno de
vuestro amor y volved entonces, juntos dis-

frutaremos de la felicidad que proporciona


una amistad sincera.»
«Se podría imprimir esto, dijo Werther
con una amarga sonrisa, y recomendarlo á
cuantos se dedican á la enseñanza. {Querida
Carlota! dejadme un corto plazo! todo se
GOETHE 197

arreglará!» Perfectamente, Werther; pero


prometedme que no volveréis antes de la

víspera de Navidad! Iba á contestar, cuando


entró Alberto; se saludaron con frialdad y
se pusieron á pasear el uno al lado del otro
en la habitación con aire violento. Werther
comenzó una conversación sin importancia

y cesó enseguida de hablar. Alberto hizo lo


mismo; después interrogó á su mujer sobre
algunos asuntos que le había encargado. Al
oir que no habían sido terminados, le diri-

gió algunas frases qu© Werther halló muy


frías y duras, quiso irse y no pudo. Estuvo
allá hasta las ocho y se puso de peor hu-
mor; cuando vió poner la mesa y los cu-
biertos, cojió el bastón y el sombrero. Al-

berto 1© invitó á que se quedara, pero con


una cortesía seca; Werther le dió las gra-

cias fríamente y salió.

Volvió á su casa, tomó la luz de manos


de un criado que quiso alambrarle y subió
solo á su cuarto; lo recorría á grandes pasos

y sollozaba y hablaba en voz alta con mu-


cho ardor; se echó al fin vestido sobre el le-
cho, donde lo encontró el criado á las once
198 AMARGURA» BE WERTHER

cuando entró á preguntarle el quería que le


dijo
quitase las botas. Consintió en ello y le
que no entrara al día siguiente en su cuar-

to hasta que no le llamaran.

El lunes por mañana, 21 de Diciembre,


la

escribió á Carlota la siguiente carta,


que

después de su muerte se encontró cerrada

sobre su pupitre y se remitió á Carlota.


La
insertamos por fragmentos, como parece

haber sido escrita:

«Es cosa resuelta, Carlota; quiero morir


so-
y te lo escribo sin exaltación novelesca,

segado, durante la mañana de hoy en que


te he visto por última vez. Cuando
leas

esto, adorada mía, estarán en la tumba los

despojos fríos del desgraciado que no tuvo


placer más dulce para los últimos momen-
tos de su vida que el pensar en tí. He pasa-

do una noche terrible, y no obstante ha sido


benéfica porque ha fijado mi resolución: yo
quiero morirl Cuando me separé ayer de tu
lado experimentó una sacudida en mi alma;
jcómo palpitaba mi corazón! Pensando cómo
se consume junto á tí mi vida sin alegrías,
sin esperanzas, me helaba y me producía
GOETHE 199

horror! Apenas pude llegar á mi cuarto don-


de caí de rodillas, fuera de mí. ¡Oh Dios! tú
me concediste por vez última el consuelo
de desahogarme con lágrimas amargas! Mil
ideas, mil proyectos se combatían en mi
alma y al fin no quedó sino uno, firme é in-

quebrantable: Quiero morir!— Con esta re-


solución me acosté y con esta misma reso-
lución firme y decidida he despertado: Quie-
ro morir: No es desesperación, es el con-
vencimiento de que he concluido mi carrera
y de que me sacrifico por tí. Sí, Carlota
¿por qué ocultártelo? es preciso que uno de
nosotros tres perezca, y quiero ser yo. ¡Oh
alma mía! Una idea terrible se ha insinua-
do varias veces en mi corazón desgarrado...
matar á tu esposo... á tí.,, á mí! Pero sea yo
solo!

Cuando subas á la montaña al anochecer


de un hermoso día de verano, piensa en mí
y acuérdate de que he recorrido muchas
veces ese valle. Mira enseguida al cemente-
rio y que tus ojos vean cómo el viento azo-
ta la hierba de mi tumba á los últimos ra-
yos del sol poniente!... Estaba tranquilo al
200 AMAKGUBAS DE WERTHER

comenzar la carta y ahora me han afectado

con tanta fuerza estas imágenes que lloro


como un niño.»

Serían próximamente las diez cuando


Werther llamó á su criado y mientras lo
vestía le dijo que iba á hacer un viaje de
algunos días y que era preciso, por lo tanto,
arreglarlo todo para preparar las maletas.
También le ordenó arreglar las cuentas, re-

cojer los libros que había prestado y dar á


algunos pobres, á quienes socorría con una
limosna semanal, dos meses por adelanta-
dos. Hizo que le sirviesen el almuerzo en
su cuarto y después que hubo comido fué á
casa del juez, al que no encontró en casa.
Se paseó por el jardín con aire pensativo;
parecía que quería fundir en uno solo todos
los recuerdos capaces de aumentar su tris-

teza.

Los nifíos no le dejaron solo mucho tiem-


po. Corrieron á él, saltándole al cuello, y le
dijeron que cuando llegase mafíana y pasa-
do mañana y después el otro, ellos recibi-

rían de Carlota el regalo de Navidad, y le


GOETHE 201

contaron las maravillas que les prometía su


imaginación. «Mañana! exclamó él, y des-

pués pasado mañana! y aun otro dial»


y
besó á todos tiernamente, é iba á dejarlos
cuando el menor quiso decirle algo al oído.
Le dijo en tono confidencial que sus her-
manos habían escrito unas cartas largas de
felicitación de año; que había una para el
papá, otra para Alberto
y Carlota y otra
para Werther; todas ellas las entregarían el
día de año nuevo por la mañana temprano.
Estas últimas palabras le enternecieron, les
dió á todos algo, montó á caballo, les encar-
gó que diesen recuerdos y partió con las lá-
grimas en los ojos.
Volvió á su casa hacia las cinco, recomen-
dó á la criada que tuviese cuidado de ali-
mentar el fuego hasta la noche. Dijo al
criado que empaquetase ios libros
y la ropa
blanca y que metiese en la maleta los tra-
jes. Entonces parece que fué cuando escri-
bió este párrafo de su última carta á Carlo-
ta: «Tú no me esperas! tú crees
que te voy
á obedecer y no he de ir á verte hasta
la
víspera de Navidad. Oh Carlota! Hoy ó nun-
»

202 AMAEGUBAS DE WERTHEB

ca! El día de Noche-buena tendrás este pa-


pel en tus manos temblorosas y lo humede-
cerás con tus amadas lágrimas. Lo quiero!
es preciso! Oh! qué contento estoy de mi
resolución!

Carlota entre tanto se encontraba en una


situación bien triste. Su última conversa-
ción con Werther le había hecho compren-
der cuán difícil era el alejarlo y había visto

los tormentos que se vería precisada á ha-


cerle sufrir para que se separase de ella.

Ella había participado á su marido, como


por incidencia, que Werther no volvería
antes de la víspera de Navidad; y Alberto
había montado á caballo para ir á casa de
un juez vecino á terminar un asunto que
debía retenerlo hasta el día siguiente.
Carlota estaba sola; ninguno de sus her-
manos se hallaba con ella. Se abandonó por
completo á sus pensamientos que vagaban
por su pasado y su presente. Se veía unida
á un hombre del que conocía su amor y su
fidelidad y á quien amaba con toda su alma;
á un hombre cuyo carácter apacible y firme
GOETHE 203

parecía formado por el cielo para asegurar


la felicidad de una mujer honrada; com-
prendía lo que un esposo así sería siempre
para y para su familia. De otra parte le
ella

era tan querido Werther, había sido tan


manifiesta la simpatía entre ellos desde el
primer instante y había engendrado tal in-
timidad el largo trato que medió entre am-
bos, que su corazón había recibido impre-
siones inefables. Se había acostumbrado á
contarle todos sus pensamientos, todos sus
sentimientos, y su marcha iba á producir
en su vida un vacío que nada podría* llenar.
jAhl si hubiera ella podido cambiarlo en
este instante en hermano, qué
feliz habría
sido! SIhubiese medio de casarlo con algu-
na de sus amigas! si hubiese podido espe-
rar restablecer enteramente la buena inte-
ligencia entre Alberto
y él!
Pasó revista en su mente á sus amigas; á
todas encontraba algún defecto
y no hubo
ninguna que le pareciese digna.
En medio de sus reflexiones concluyó
por sentir profundamente, sin atreverse á
confesarlo, que el secreto deseo de su alma
204 AMARGURAS DR WERTHER

era guardarlo para ella, aunque diciéndose


á sí misma que ni podía ni debía hacerlo.
Bu alma tan pura, tan bella y siempre tan
invulnerable á la tristeza, recibió en aquel
momento la impresión de esta melancolía
que no entrevé la perspectiva de la felici-

dad. Su corazón estaba oprimido y una nube


sombría cubría sus ojos.
A las seis y media oyó á Werther que
subía la escalera; al instante reconoció sus
pasos y su voz que preguntaba por ©lia. Su
corazón latía vivamente al aproximarse él
jquizás por vez primera! De buena gana ha-
bría mandado decir que no estaba en casa,

y cuando le vió entrar no pudo menos de


exclamar con visible emoción: «No habéis
guardado vuestra palabra! Nada os prome-
tí», fuó la respuesta de él. «Al menos debe-
ríais haber atendido mis súplicas, os lo ha-

bía pedido por nuestra tranquilidad común.»


Carlota no sabía qué decir ni qué hacer y
pensó en invitar á dos de sus amigas para
no encontrarse sola con Werther. Este dejó
algunos libros que había llevado y pidió
otros. Unas veces deseaba ella ver llegar á
GOETHE 206

sus amigas y otras que no viniesen, cuando


entró la criada diciendo que las dos se ha-
bían excusado, pues les era imposible venir.
Se le ocurrió entonces decirle é la criada
que se quedase en la habitación inmediata
haciendo labor, pero cambió de idea. Wer-
ther se paseaba á grandes pasos por la ha-
bitación. Ella se sentó al clave y quiso tocar
un minué, pero sus dedos rehusaban conti-

nuar. Se levantó y fuá á sentarse con un


aire tranquilo cerca de Werther, que ocupa-
ba su sitio de costumbre sobre el canapé.

No traéis nada que leer? dijo Carlota. El


no traía nada. «Ahí en mi cómoda, conti-
nuó ella, está vuestra traducción de algunos
cantos de Ossian; no la he leído aún porque
esperaba oírosla á vos mismo, lo que no ha
sucedido hasta ahora.» El sonrió y faé á
buscar el manuscrito. Al coj9rle experimen-

tó un estremecimiento y sus ojos se llena-


ron de lágrimas. Se rehizo y leyó:
«Estrella del atardecer que resplandeces
en el occidente, levantas tu brillante cabeza
sobre las nubes y avanzas majestuosa á lo
largo de la colina, ¿qué miras á través del
206 AMARGURAS DE WERTHER

follaje? Los vientos tempestuosos se han


calmado, el ruido del lejano torrente se
oye, las olas vienen á expirar al pie de las
rocas y el rumor de los insectos de la no-

che se confunde en los aires. ¿Qué miras,


bella luz? Sonríes y sigues gozosa tu cami-
no. Líís ondas se elevan y bañan tu brillan-
te cabellera. {Adiós rayo tranquilo! Y tú,
aparece, brilla á mis ojos, luz sublime del
alma d8 Ossian!
»Ella aparece en toda su fuerza. Veo á
mig amigos muertos, se reúnen en Lora
como en días pasados. Fingal avanza como
una húmeda columna de bruma, en torno
suyo están los héroes, hó aquí los bardos!
Ulino el del cabello gris; Ryno el majestuo-
so; Alpino
cantor amable; y tú, plañidera
el

Minona! Cuánto habéis cambiado, amigos


míos, desde el día de las ñestas de Selma,
en que nos disputábamos el honor de can-
tar, como lo hacen los céfiros de la prima-
vera cuando columpian una tras otra las
altas hierbas sobre la colina!

^Entonces Minona avanzó con el esplen-

dor de su belleza, la vista baja y los ojoa


G03THE 207

llenos de lágrimas; su cabellera ñotaba á


merced del viento vagabundo que soplaba
desde lo alto de la montaña. El alma de los
guerreros se entristeció al oir su dulce can-
to, porque habían visto muchas veces la
tumba de Salgar y la sombría morada de
la blanca Colma. Colma estaba abandonada

sobre la colina con su voz armoniosa. Sal-

gar había prometido ir, pero antes de que


llegase, la noche envolvió á Colma. Escu-
chad la voz de ésta cuando vagaba por la
montaña:

COLMA
»Es la noche!... yo estoy sola, perdida en
las tempestuosas colinas. El viento sopla
en las montañas. El torrente se precipita
con estruendo desde lo alto de las rocas.
Ninguna cabaña me defiende de la lluvia ni
de la tempestuosa colina.
»Oh luna! rompe tu prisión de nubes!
apareced, estrellas de la noche! Que un rayo
de luz me conduzca al sitio donde mi amor
descansa de las fatigas de la caza, con el

arco á sus pies y los perros jadeantes en su


208 AMARGURAS DE WERTHER

derredor! Es preciso que permanezca aquí,


sola y sentada sobra las rocas, encima del
torrente! El torrente y la tempestad mujen,
pero yo no oigo la voz del que amo.
«¿Por qué tarda mi Salgar?... Ha olvidado
su promesa? Esta es la roca y el árbol y
éste ©1 espumoso torrente! Aquí m© ofrecis-

te venir al anochecer, ah! por dónde se


habrá descaminado mi Salgar? Yo quería
huir contigo, abandonar á mis orgullosos
padre y hermano! Desde hace largo tiempo
nuestras familias son enemigas, pero no
nosotros ¡oh Salgar!
«Calla un instante ¡oh viento!, enmudece
por un momento, oh torrente! que mi voz re-

suene á través del valle y la oíga mi viaje-


ro! Salgar, soy yo quien te llama. Aquí es-

tán el árbol y la roca. Salgar! amor mío!


aquí estoy. ¿Por qué tardas en venir?
«Mira, la luna aparece, las olas brillan en
el valle, las rocas se esclarecen; pero no le
veo á lo lejos sobre la cima; sus perros, que
siempre le anteceden, no anuncian su llega-
da. Debo quedarme sola aquí.
»Pero ¿quiénes son aquellos que se distin*
.

GOETHE 209

gaea allá abajo entre el follaje?... Mi ama-


do? Mi
hermano?... Hablad, oh amigos
míos!
Ellos callan (qué tormento
siente mi alma!...
Ay! están muertos. Sus
cuchillas están en-
rojecidas por la sangre
del combate. |Oh
hermano, hermano mío!...
¿por qué has ma-
tado á mi Salgar? joh Salgar!
¿por qué has
matado á mi hermano? ¡Os
quería tanto á los
dos! Oh! tú eras bello
entre mil en la coli-
na! él era terrible en
el combate. Respon-
dedme! escuchad mi voz,
amados míos! Pero
iay! ellos están mudos!
mudos para siempre!
como la tierra están sus
Fríos
corazones.
0hl desde lña altas rocas
"
de la cumbre;
desde lo alto de la cima
de la tempestuosa
montaba, hablad, espíritus
de la muerte!
hablad, no temblaré. ¿En
qué sitio habéis
ido á reposar? ¿En qué
gruta del monte po-
dré encontraros? No
oigo ninguna voz, no
me trae el viento la respuesta de los
muertos.
>Estoy abismada en mi
dolor y espero
con lágrimas la mañana.
Cavad las tumbas,
vosotros, amigos de los
muertos; pero no’
las cerréis hasta
que yo descienda á ellas.
Werther „
210 AMARGUEAS DE WERTHER

Mi vida se desvanece como un sueño. Pue-


do yo sobre vivirles? Yo quiero vivir aquí

con mis amigos, junto al torrente que sale

de las rocas... Cuando la noche caiga sobre


la colina y el viento silbe por entre la flores-

ta, mi espíritu se lanzará al espacio, lamen-

tando muerte de mis amigos. El cazador


la

me oirá desde su cabaña, le dará miedo mi


por
voz y la amará porque mientras llore
ellos será dulce. |Los amaba tanto á loados!
hija
>Así era tu canto joh Minona dulce,
por
de Thorman! Nuestras lágrimas corren
Colma y nuestras almas se ensombrecen.

iTJlino apareció con el arpa y nos hizo

oir el canto de Alpino. La voz de Alpino


era dulce y el alma de Ryno era un rayo de
estrecha
fuego; pero los dos habitaban ya la
morada de los muertos y sus voces estaban

muertas en Selms. TJn día Ulino volviendo


de la caza, antes de que hubiesen sucumbi-
UU
do los dos héroes,
lúa uuo '-j - cantar
jaüiv/vw, les oyó sóbrela

Sus cantos eran dulces, pero tristes.


colina.

Lloraban la muerte de Morar, el primero de


los héroes. El alma de Morar era como la

de Fingal, su espada como la espada de


GOETHE 211

Oscar. Pero murió,


y su padre gimió y su
hermana lloró, Minona, la hermana del va-
leroso Morar. Ante los acordes de ülino
Minona se retiró, como la luna cuando pre-
siente la tormenta oculta su bella
cabeza
detrás de las nubes. Yo acompañaba
al arpa
con Ulino, el canto de los lamentos.

RYNO
»E1 viento y la lluvia han cesado,
las nu-
bes se disipan, el cielo está sereno,
el sol
huyendo hacia el ocaso alumbra la colina
con sus últimos rayos, el río corre enrojeci-
do de la montaña ai valle. Dulce es tu mur-
mullo, torrente! pero más dulce es la voz
que escucho. Es voz de Alpino que canta
la
á los muertos. Su cabeza está
inclinada por
la vejez
y sus ojos escaldados por el llanto.
Alpino, maravilloso cantor! ¿por
qué sobre
la silenciosa colina vagas solo? ¿por qué gi-
mes como el viento en el bosque, como la
ola de una ribera lejana?

ALPINO
>Mis llantos, Ryno, brotan por los
muer-
212 AMARGURAS DE WERTHER

tos; mi voz ©s para los habitantes de los se-


pulcros. Esbelto eres sobre la colina, bello
entre los hijos del bosque, pero morirás
como Morar y sobre tu tumba la aflicción

vendrá á sentarse. Las cumbres te olvida-

rán y tu arco abandonado penderá de la


muralla.
»Tú eras ligero como el corzo |oh Morar!
terrible como el fuego de la noche que bri-

lla en el cielo. Tu cólera era una tempestad;


tu espada en el combate era un rayo, tu voz
parecía el torrente después de la lluvia, el
trueno rodando por las lejanas montañas.
Muchos caían ante tu brazo, la llama de tu
cólera los consumía. Pero cuando volvías
de la guerra tu voz era suave, tu cara pare-
cía el sol después de la tormenta, la luna
en noche silenciosa; tu pecho era encalma-
do como el mar cuando cesa ©1 ruido del
viento.

» {Estrecha es ahora tu morada! sombría


tu habitación! Con tres pasos se mide tu
tumba, oh tú! que eras tan grande! cuatro
piedras cubiertas de musgo son tu solo mo-
numento; un árbol descopado y la hierba
GOETHE 213

alta que el viento mece, indican al


cazador
el sepulcro del poderoso Morar.
No tienes
madre que te llore, ni amada que vierta lá-
grimas sobre tí. Ha muerto la que te dió el
sér, también ha concluido la hija de Mor-
glan.

»Quién es el que se apoya sobre su caya-


do! quién es aquel hombre de cabeza blanca
y cuyos ojos están enrojecidos por el llan-
to? Es tu padre ¡oh Morar! que no tiene
otro
hijo. El oyó hablar
muchas veces de tu va-
lor, de los enemigos
que cayeron al golpe
de tu espada; muchas veces
oye hablar so-
bre la gloria de Morar! ¡Ah
por qué le con-
taron su caída? Llora, padre
de Morar, llora!
pero tu hijo no te oye. El sueño
de los muer-
tos es profundo, su almohada de polvo está
muy honda. Jamás oirá tu voz, jamás
des-
pertará á tus llamadas. Ay!
cuándo penetra-
rá la luz en los sepulcros
para decir á los
que duermen: Déepiértatel
Adiós! el más noble de
los hombres!
Adiós guerrero famoso! Jamás
los campos
de batalla volverán á verte;
jamás en la
sombría floresta brillará el acero
de tu espa-
214 AMABGUBAS DE WEBTHEB

da. No has dejado hijo alguno, pero los can-


tores conservarán tu nombre; los tiempos
futuros oirán hablar de tí; ellos conocerán
á Morar!
»Los guerreros ae entristecieron, pero
Armino sobre todo exhalaba dolorosos sus-
piros. Este canto le recordaba la pérdida de
un hijo muerto en la flor de su juventud.
Oarmor estaba cerca del héroe, el príncipe
de Galmal. ¿Por qué suspiras esos sollozos?
le dijo. ¿Es aquí donde hay que llorar? La
música y el canto que se dejan oir ¿no son
para reanimar ei espíritu, lejos de abatirle?
Ligeros vapores se escapan del lago, caen
sobre el valle y humedecen las flores, y al

instante el sol aparece en su fuerza, disipa


las nieblas y las flores reverdecen. ¿Por qué
estás triste \oh Armino! tú que reinas sobre
Gorma, á la que rodean las olas?

ARMIÑO
»Sí, estoy triste, y tengo razones para es-
tarlo. Oarmor, tú no has perdido un hijo, tú
no has perdido una hija radiante de belle-

za! El bravo Colgar vive y Amira, la más


GOETHE 216

bella de las mujeres, también. Las ramas de


tu raza florecen ¡oh Oarmor! pero Armino
es el último de una rama seca. Sombrío es
tu lecho, Daura! sombrío es tu sueño en el
sepulcro! ¿Cuándo despertarás con tus can-
tos, con tu voz melodiosa? Levantaos, vien-
tos del otoño! Soplad sobre la oscura selva!
Desbordaos, torrentes de la floresta! Huraca-
nes, arrancad á vuestro paso las encinas!,
viaja á través de las nubes desgarradas joh
luna!,muestra y oculta alternativamente tu
pálida cara!, recuérdame la terrible noche
en que mis hijos perecieron; dónde Arindal
el fuerte yace, dónde se extingue mi Daura
querida!
t> Daura, hija mía, tú eras bella, bella
como la luna sobre las colinas de Fura,
blanca como la nieve recién caída, dulce
como el aliento de la mañana. Arindal, tu
arco era fuerte, tu lanza rápida para el ene-
migo, tu mirada como la nube que rueda so»

bre las olas, tu escudo como un rayo en la

tempestad.
» Armar, célebre en los combates, vino,

buscó el amor de Daura y enseguida fué


216 AMARGURAS DE WERTHER

amado. Sus amigos estaban gozosos y llenos


de esperanza.
»Erath, el hijo de Odgal, temblaba de ra-
bia porque su hermano había perecido á
manos de Armar. Vino disfrazado de bate-
lero. Su barca era bella y se balanceaba so-

bre las ondas; él tenía los cabellos blancos


por la edad y su cara era grave y tranquila.
|Oh tú, la más bella de las jóvenes! dijo él,
amable hija de Armino! allá abajo sobre la
roca, no lejos del río, Armar espera á su
Daura. Ven, tú, su amor! para conducirte
allá sobre las olas rugientes.
»Ella le siguió y llamó á Armar, sólo res-
pondió el eco de las rocas. < Armar, amigo
mío, mi amado ¿por qué me atormentas así?

Escúchame, hijo de Armath, oye mis rue-


gos! |Es tu Daura quien te llama!

»Erath, el traidor, la dejó y se volvió á


tierra riendo. Ella elevó su voz y llamó á su
padre y á su hermano. «Arindal, Armino
¿no vendréis ninguno de vosotros á salvar
á vuestra Daura?»
»Su voz atravesó el mar; Arindal, mi hijo,

descendió de la colina, cubierto del botín de


GOETHE 217

la caza, las flechas suspendidas del costado,


el arco en la mano y cinco perros negros á
su alrededor. Vió al imprudente Erath en
la ribera, lo cojió y lo aprisionó, atándole

brazos y manos á un árbol. Una vez enca-


denado así, Erath llenaba el viento de ge-
midos.
•Arindal se apoderó de la barca y s© lan-
zó hacia la roca donde se hallaba Daura. De
pronto llega Armar furioso, coje una flecha,
el dardo silba y cae en tu corazón joh Arin-
dal, hijo mío! pereciste del golpe destinado
al pérfidoErath. La barca arriba á la roca
almismo tiempo que Arindal cae y expira.
La sangre de tu hermano corría á tus pies
joh Daura, cuál no sería tu dolor!
»La barca se rompió y las olas la inun-

daron. Armar se precipitó en el mar por sal-

var á su Daura ó morir. Una ráfaga de vien-


to baja de la montaña, arremolina las olas

y Armar se sumerje para siempre.


»Yo he oído los ayes desolados de mi
hija, sola, sobre las rocas batidas por las
olas; sus gritos eran agudos é incesantes y
su padre nada podía hacer por ella! Toda la
218 AMARGUEAS DE WERTHER

noche permanecí en la orilla, viéndola á la


débil luz de los rayos de la luna, toda la no-
che oí sus lamentos, el viento silbaba y la
lluvia caía á torrentes. Su voz fuó decayen-
do antes de que la aurora apareciese, y con-
cluyó por desvanecerse como lo hace el so-
plo de la tarde entre las hierbas de la mon-
taña. Agotada por el dolor murió y dejó
sólo á Armino. Mi fuerza en la guerra y mi
orgullo de padre han muerto.
» Cuando las tormentas descienden de la

montaña, cuando el viento del Norte agita


las olas, me siento en la ribera y fijo mis
ojos en la terrible roca. Frecuentemente,
cuando la luna comienza á reaparecer en el

cielo, creo ver en el claro-obscuro los espí-


ritus de mis hijos que marchan por ©1 espa-
cio, unidos, en una triste concordia.»

Un torrente de lágrimas que brotó de los


ojos de Carlota y desahogó su oprimido co-
razón, interrumpió la lectura de Werther.
Este echó á un lado el manuscrito y apode-
rándose de una de las manos vertió lágri-

mas muy amargas, Cariota apoyaba la ca-


GOETHE 219

beza en la otra mano y se ocultaba el rostro


con el pañuelo. La agitación de ambos era
terrible, su propio infortunio lo veían en la
suerte de los héroes de Ossian, lo sentían
juntos, y sus lágrimas se confundían. Los
labios ardientes de Werther tocaron el bra-
zo de Carlota; ella se estremeció y quiso
alejarse; pero el dolor y la compasión la te-

nían encadenada, como si una masa de plo-

mo pesase sobre ella. Sofocándose, querién-


dose dominar y sollozando, le ruega el con-
tinuar y lo hace con una voz celestial.
Werther temblaba; el pecho parecía querér-
sele abrir, vuelve á seguir sus cantos y lee
con voz entrecortada:
«Por qué me despiertas, soplo de la pri-
mavera? Tá me acaricias y dices: «Traigo
conmigo el rocío del cielo. i Pero yo estaré
pronto marchito, porque próxima está la

tempestad que quitará mis hojas. Mañana


vendrá el viajero, vendrá el que me ha co-
nocido en toda mi belleza, su vista me bus-
cará en torno suyo, me buscará y no me
hallará.»
220 AMARGUEAS DE WERTHER

Toda la fuerza de estas palabras cayó


sobre el desventurado, que sintió un pro-
fundo abatimiento. Se echó á los pies de
Carlota desesperado, le cojió las manos que
oprimió contra sus ojos, contra su frente.
Carlota sintió pasar por su alma el presen-
timiento de un horrible proyecto. Sus sen-
tidos se turbaron, ella le cojió las manos y
las puso sobre su pecho. Inclinóse á él con
ternura y sus abrasadas mejillas se tocaron.
El mundo desapareció para ellos. El la cojió
entre sus brazos, la apretó contra su cora-
zón y cubrió sus labios balbucientes y tem-
blorosos de besos frenéticos. «jWerther!
murmuraba ella con voz ahogada y separán-
dose. ¡Werther! repetía alejándole con mano
suave. ¡Werther! > exclamó al fin con tono
más imponente y noble. El se sintió domi-
nado, la dejó de sus brazos y se arrojó al
ir

suelo como un loco. Ella se deshizo de él y


turbada, vacilando entre el amor y la cóle-

ra, le dijo: «Es la última vez, Werther! no


volveréis á verme! > Y echando sobre aquel
infortunado una mirada llena de amor, co
rrió al cuarto inmediato y se encerró. Wer-
GOETHE 221

ther extendió los brazos sin atreverse á de-


tenerla. En el suelo y con la cabeza apoya-
da en el sofá, permaneció más de media
hora sin dar señales de vida, basta que un
ruido le volvió en ¡sí; era la criada que ve-
nía á poner la mesa. Se levantó y se puso á
pasear por la habitación. Cuando de nuevo
ge vió solo, se aproximó á la puerta del ga-
binete y dijo en voz baja: «(Carlota! ¡Carlo-
ta! sólo una palabra! un adiós!» Ella guardó

silencio. Esperó, suplicó y volvió á esperar.


Después se alejó de la puerta gritando:
«Adiós Carlota! adiós para siempre!»
Llegó á las puertas de la ciudad. Los
guardas, que estaban acostumbrados á ver-
le, le dejaron pasar sin decirle nada. Caían
copos de nieve mezclados con gotas de agua.
No volvió hasta las once. Cuando entró en su
casa su criado notó que no llevaba sombre-
ro, pero no se atrevió á decírselo. Lo desnu-
dó, estaba todo mojado. Se ha encontrado su
sombrero sobre una roca que se destaca de
la montaña y amenaza caer sobre el valle.
No se concibe cómo pudo subir allí en una
noche obscura y lluviosa sin despeñarse.
222 AMARGURAS DE WERTHER

Se acostó y durmió largo tiempo. Al dia


siguiente por la mañana su criado lo encon-
tró escribiendo cuando fu ó á despertarle, y
le pidió café que le sirvió enseguida. El
añadió el párrafo siguiente en la carta á
Carlota:
«Es la última vez que abro los ojos, la

última ¡ayl ya no verán más el sol, que hoy


lo oculta una niebla densa y sombría. jSí!

viste de duelo, naturaleza! tu hijo, tu ami-


go, tu amado, se aproxima á su fin. Carlota,
es ésteun sentimiento que no tiene pareci-
do y que sólo puede compararse ai confuso
sentimiento de un sueño al decir: Esta ma-
ñana es la última! La última, Carlota! yo no
tengo idea de estas palabras: la última! Yo,
que estoy aquí con toda mi fuerza, dormiré
mañana extendido, sin vida sobre la tierra!
Morir! qué significa eso? Yes, soñamos
cuando hablamos de la muerte. He visto
morir á muchas personas, pero somos tan
limitados que, no obstante, no tenemos nin-
guna idea del comienzo y fin de la existen-

cia. Aun soy mío!... tuyo! tuyo! querida Car-


lota! y dentro de un momento!... separados!...
GOETHE 223

desunidos... tal vez para siempre! No, Car-


lota, no... Cómo puedo ser aniquilado? Exis-
timos, eí... Dejar de ser!... ¿qué significa
esto? Una palabra más, un sonido vacío que
mi corazón no comprende... Muerto, Carlo-
ta! Sepultado en un ángulo de la tierra fría,

obscuro y estrecho! Tuve yo una amiga que


fué todo para mí en la juventud, y que se
hallaba privada de apoyo y consuelo; mu-
rió, yo seguí el entierro y estuve junto á la
fosa mientras bajaron el ataúd; oí el rozar
de las cuerdas que lo cojían y lo soltaban
enseguida; después cayó la primera paleta-
da de tierra y la caja fúnebre produjo un
ruido sordo, después más sordo, más sordo
aún, hasta que al fin se halló enteramente
cubierta! Caí al lado de la fosa, agitado,
oprimido y con las entrañas desgarradas!
Pero nada sé sobre mi origen, sobre mi por-
venir. jMuerte! Tumba! No comprendo estas
palabras!
»Oh! perdóname! perdóname! Ayer!... ha-
bría debido ser el último momento de mi
vida. ¡Oh ángel! por primera vez, sí, por
primera vez el sentimiento de un goce infi-
224 amarguras de werther

nito penetró en mi
alma, todo entero
y sin
mezcla de duda: Ella me
ama! ella me amal
Arde aun sobre mis labios
el fuego sagrado
qoe á torrentes brota de
los
tuyos, aun per-
duran en mi corazón estas
delicias abrasa-
doras. Perdóname!
Perdóname!
»AhJ yo sabia que me
amabael tus prime-
ras miradas, aquellas
miradas llenas de
alma, y tu primer apretón
de manos me lo
demostraron; y sin embargo,
cuando te
abandonaba ó te veía con
Alberto caía en
dudas atormentadoras.
»¿Te acuerdas de
las florea que me
en-
viaste el día de aquella
enojosa reunión
en que ni pudiste darme
la mano ni decir-
me una sola palabra? Pasé
media noche
arrodillado ante las flores
porque eran para
mí el sello de tu amor;
pero jayl estas im-
presiones se disiparon
como insensible-
mente se disipa en el corazón del
cristiano
el sentimiento de la gracia de
su Dios, que
le ha sido dada con
profusión celeste en las
santas imágenes como símbolos visibles.
»Todo esto es perecedero,
pero ni la mis-
ma eternidad podrá destruir la
vida ardien-
GOETHE 226

te que gocé ayer sobre tus labios sentí


y en
mil Ella me amal estos brazos la han estre-
chado! estos labios han temblado
sobre los
suyos! mi boca ha balbuceado sobre la suyal
Ella es mía! Tú eres mía! sí, Carlota, para
siempre!
»Qué importa que Alberto sea tu esposo?
Esposo! Este título será sólo para
el mun-
do; para ese mundo también
he cometido
un pecado amándote deseando
y arrancarte
de sus brazos con los míos! Pecado!
Sea. Ya
sufro mi castigo. Yo he saboreado este pe-
cado en todas sus delicias, he aspirado el
bálsamo de la vida y fortalecido con mi
él
corazón. Desde este momento eres mía! mía
|oh Carlota! Yo parto antes.Voy á unirme
á mi
padre, que es el tuyo; me
quejaré á él
y meconsolará hasta tu llegada;
entonces
volaré á tu encuentro, te
cojeró viviré y
unido á en presencia del Eterno, en

un
abrazo que nunca terminará.
»No suefio, no Próximo á la tum-
deliro.
ba, veo muy claro.
Viviremos, volveremos á
vernos! Veremos á tu madre;
la veré, la en-
contraré. jAh! Yo abriré ante ella todo mi
Werther 1 _
»

226 AMAKGUEAS DE WERTHER

corazón. Tu madre! Tu perfecta imagen!

Hacia las once Werther preguntó á su

criado Alberto estaba de vuelta. El criado


si

le respondió que sí, que lo había visto pasar

á caballo. Entonces le envió esta esquela


abierta que contenía estas palabras:
«Quisiérais prestarme vuestras pistolas
para un viaje que me propongo hacer?
Adiós.»

La pobre Carlota había dormido poco la


noche precedente. Lo que ella temía se ha-
bía convertido en certeza y sus aprensiones
se habían realizado de un modo que no ha-
bía podido prever ni temer. Su sangre tan
pura que había corrido dulcemente por sus
venas, se agitaba febrilmente y mil senti-
mientos encontrados agitaban su corazón.
¿Era el fuego de los abrazos de Werther lo
que sentía en su pecho? Era la indignación
de su temeridad? Era que la^mortificaba
comparar su estado actual con los días de
inocencia, de calma y confianza en sí mis-
ma? Cómo se presentaría á su esposo? Cómo
GOETHE 22

confesarle nna escena


de que ella
misma no
quería darse cuenta,
por más
que no tenía de
qué avergonzarse? Hacía
mucho tiempo que
no tocaban este punto
¿y habría de ser ella
qmen rompiese el silencio
y para hacer una
confesión tan inesperada?
Ella temía ya
que el solo anuncio
de la visita de Werther
produjese en él una
desagradable impre-
sión, ¿qué sería si
supiese el fatal resulta-
o? Podía esperar
que su marido viera esta
escena en su verdadero
valor y la juzgara
sm prevención? podía
y desear que leyera
en su alma? Por otra
parte ¿podía disimu-
lar con un hombre
para quien siempre ha-
bía sido franca
y transparente como el cris-
tal,á quien nada había ocultado
ni quería
ocultar de sus afectos?
Todas estas reflexio-
nes la abrumaban
y la hicieron caer en un
mar de dudas. Siempre su
pensamiento vol-
vía á Werther, perdido
para ella y al que
no podía abandonar. (Sufría tanto! pero era
preciso que' lo abandonase;
una vez perdido,
quedaría para ella mucho
vacío.
Aunque la agitación de su
espíritu no le
permitió que se diera cuenta
muy claramen-
228 AMARGUEAS DE WEBTHEB

te, sintióde un modo confuso que pesaba


existía entre
sobre ella el desacuerdo que
hombres tan bue-
Alberto y Werther. Dos
que habían comenza-
nos y tan inteligentes,
sentimientos
do por secretas diferencias de
á encerrarse los dos en un silencio mutuo,
errores
pensando en su derecho y en los
la acritud había de tal modo au-
del otro;
imposi-
mentado poco á poco, que resultaba
nudo de
ble eneste momento deshacer el

confianza
donde dependía todo. Si una feliz
más en los primeros mo-
los hubiese unido
mentos, amistad y la indulgencia se
si la

hubiesen reanimado y abierto sus corazo-


quizás nues-
nes á las dulces expansiones,
tro desgraciado amigo se
habría salvado.

Una circunstancia particular aumentaba


Werther, como se
la perplejidad de Carlota.
no había hecho misterio
ve por sus cartas,
de su deseo de abandonar la vida. Alberto
lo había combatido
frecuentemente y tam-
Car-
bién lo habían discutido algunas veces
de su inven-
lota y su marido. Este, á causa
cible aversión por el suicidio, manifestaba
ex-
en muchas ocasiones, con una acrimonia
GOETHE 229

trafia á su carácter, que él no la creía una


resolución seria, y hasta se había permitido
alguna chanza á este respecto, con lo cual

su incredulidad se había reflejado algo en


Carlota. Esta reflexión la tranquilizaba du-
rante algunos instantes cuando su espíritu
le presentaba siniestras imágenes; pero por
otra parte esto mismo impedía compartir
con su marido las inquietudes que le ator-

mentaban.
Alberto llegó y Carlota fué á su encuen-
tro con una solicitud mezclada de embara-
zo, El no estaba de buen humor, no había
podido terminar sus asuntos, había encon-
trado en el juez que había ido á visitar un
hombre minucioso ó intratable. Loa malos
caminos habían concluido de contrariarlo.
Preguntó si había ido alguien y ella se
apresuró á responder que Werther había
estado la víspera por la tarde; le informó
de que en su cuarto tenía cartas y paquetes,
pasó y dejó á Carlota sola. La presen-
allí

cia delhombre que ella amaba y estimaba


produjo un feliz efecto en su corazón; el re-
cuerdo de su generosidad, de su amor, de
230 AMARGURAS DE WERTHEE

su bondad, devolvió la calma á su alma.


Ella sintió un vivo deseo de seguirle é ir á
buscarle á su cuarto como hacía muchas
veces, y así lo realizó. Le encontró abriendo
y leyendo las cartas, algunas parecían que
estaban repletas de malas noticias. Carlota
le dirigió algunas preguntas, él respondió
muy brevemente y se puso á escribir.
Así permanecieron uno enfrente de otro,
silenciosos durante más de una hora. Car-
lota se entristecía por momentos. Compren-
día cuán difícil iba á ser descubrir á su ma-
rido lo que pasaba en su corazón, aunque
estuviese él del mejor humor del mundo.
Ella cayó en una melancolía que se hacía
tanto más profunda, á medida que se esfor-
zaba por ocultar y devorar sus lágrimas.
La aparición del criado de Werther au-
mentó el tormento de ella. El entregó la

carta de su señor á Alberto, que se volvió


fríamente á su mujer y le dijo: «Dale las
pistolas! Le deseo un buen viaje», añadió „

dirigiéndose al doméstico. Esto fué un rayo


para Carlota. Trató de levantarse y las pier-
nas le flaquearon, no sabía lo que le pasaba;
GOETHE 231

avanzó al fin lentamente hacia la muralla,


tomó con mano temblorosa las pistolas y
les limpió polvo. Estaba vacilando y ha-
el

bría tardado largo tiempo en darlas aún, ei


Alberto no la hubiese forzado con una mi-
rada interrogativa. Entregó, pues, las armas
funestas al criado, sin poder pronunciar
una palabra. Cuando hubo él salido de la
casa, ella cojió su labor y se retiró á su
cuarto, entregada á una agitación inexplica-
ble. Su corazón le predecía todo lo más
malo. Unas veces quería ella ir á arrojarse
á los pies de su marido, revelárselo todo, la
escena de la víspera, su falta y sus presen-
timientos; otras veces desistía de hacerlo,
preguntándose de qué serviría ello; no po-
día esperar persuadir á su marido para que
fuese á casa de Werther. La comida es-
taba servida. Llegó una amiga de Carlota,
que no llevando otro objeto que el de verla
y temiendo importunarla, quiso irse, pero
ella laretuvo é hizo la conversación sopor-
table durante la comida; se conversó has- y
ta se olvidó.
El criado llegó con las pistolas á casa de
232 AMABGÜKAS DE WEBTHER

Werther, que las cojió trasportado de goce,


cuando supo que era Carlota quien se las

había dado. Mandó que pan y


le llevaran

vino, encargó al criado que fuera á comer

y él se puso á escribir:

«Han pasado por tus manos, tú misma


les has quitado el polvo, las beso mil veces;
tú las has locado. Angel del cielo, tú favo-
reces mi resolución! Tú misma, Carlota, tú
me presentas esta arma, tú, las manos de
quien yo desearía recibir la muerte. Ah!
de tí, en efecto, la recibo. Oh! cómo he pre-
guntado al criado! Tú temblabas al entre-
gárselas, pero no has dicho adiós! Ay! nin-
gún adiós! Me habrás cerrado tu corazón á
causa de aquel momento que m© ha unido
á tí para la eternidad? Carlota! siglos y si-

glos no borrarán aquella impresión, sé que


no podrás nunca odiar á quien por tí tanto
sufre. >

Después de comer mandó al criado que


concluyese de ordenarlo todo; rompió mu-
chos papeles, salió y pagó algunas peque-
ñas cuentas. Volvió á la casa y, á pesar de
GOETHE 233

la lluvia, de nuevo volvió á salir y llegó bas-


ta el jardín del conde; se paseó largo rato
por los alrededores y cuando caía la noche
regresó y escribió:
«Guillermo; por última vez he visto los
campos, los bosques y el cielo. Adiós tam-
bién, madre querida! perdóname! Consuéla-
la, amigo mío! Que Dios os colme de bendi-
ciones! Todos mis asuntos quedan arregla-

dos. Adiós! volveremos á vernos más fe-

lices.»

«He pagado mal tu amistad, Alberto,


pero tú me lo perdonas. He turbado la paz
de tu hogar y he puesto la desconfianza en-
tre vosotros. Adiós! voy á poner fin á ella.
Ay! que mi muerte os devuelva la felicidad!

Alberto! Alberto! haz á es© ángel dichoso y


que de ese modo la bendición del cielo caiga
sobre tí!»

Por la noche revolvió otra vez en sus pa-


peles y rompió muchos que echó al fuego y
cerró algunos pliegos dirigidos á Guillermo;
contenían algunas breves disertaciones y
234 AMARGUEAS DE WERTHEK

pensamientos sueltos que sólo en parte co-

nozco. Hacia las diez hizo poner mucha


lefiaen el fuego y después de haberse he-
cho llevar una botella de vino, dijo al cria-
do que se fuese á dormir. El cuarto de éste
como el de todos los demás estaba á bas-
tante distancia del de Werther. El criado se
acostó vestido para tenerlo dispuesto todo
muy de mañana, pues su señor le había di-

cho que los caballos de posta estuvieran


en la puerta á las seis.

Después de las once .

«Todo es calma en torno mío y mi alma


está tan tranquila! Yo te doy gracias joh
Dios mío! de que me hayas concedido en
estos últimos momentos valor y fuerza.
»Me asomo á la ventana, querida mía, y
por en medio de las nubes tempestuosas
distingo algunas estrellas esparcidas en este
cielo eterno. No, vosotras no desapareceréis
jamás! El Eterno os lleva en su seno lo mis-
mo que á mí. Veo las estrellas de la Osa, la

más querida de las constelaciones. Por la


GOETHE 236

noche, cuando salí de tu casa, ella estaba


frente á mí. Con qué embriaguez la he con-
templado muchas veces! En cuantas ocasio-
!
nes, elevadas las manos hacia ellas, las he
tomado como como un monumento
testigos,

sagrado de la felicidad que entonces disfru-


¡
taba! y entonces... ¡oh Carlota! ¿Qué hay
que no me traiga tu recuerdo? no estoy cer-

¡ cado por tí? no he robado como un nifio,

|
con codicia, mil juguetes que tú habías san-
tificado tocándolos?

»Oh retrato querido! yo te lo devuelvo,


Carlota, y te ruego que lo conserves. En él

he impreso mil y mil besos, y lo he saluda-


;
do millones de veces ai en trar ó salir de mi
cuarto.
»He rogado á tu padre en una carta, que
protejami cuerpo. En ©1 fondo del cemen-
terio hay dos tilos hacia el ángulo que da
pobre el campo, aquí es donde deseo repo-
sar. El puede hacer esto, lo hará por su
amigo. Pídeselo tú también. No quisiera
exigir de piadosos cristianos que dejasen
descansar el cuerpo de un pobre desgracia-
do junto al de ellos. Ah! querría que me en-
236 AMABGUKAS DE WEETHKB

terrajen en el borde de un camino ó en un


valle solitario; que el presbítero y el levita
al pasar junto á mi tumba elevasen los bra-
zos al cielo felicitándose, pero qué vertiese
allí una lágrima el samaritano!
»Sí, Tomo con mano firme la
Carlota.
copa fría y terrible que me va á dar la em-
briaguez d© la muerte! Tú me la presentas
y no vacilo. Se han cumplido, pues, todos
los deseos de mi vida! hé aquí donde se
contenían mis esperanzas! todas! todas! lla-

mar con esta serenidad á las puertas de


acero de la muerte!
»Si yo hubiese tenido la felicidad de mo-
rir por tí! de sacrificarme por tí, Carlota!
Moriría alegre y feliz si supiera que te de-
volvía la tranquilidad, las delicias de la
vida. Pero ay! sólo á algunos hombres pri-

vilegiados les ©s dado verter su sangre y


dars© en holocausto de los que aman, alum-
brando los goces de sus nuevas existencias.
i Quiero ser enterrado con este traje, Car-
lota! tú lo has tocado, bendecido; también
he pedido este favor á tu padre. Mi alma
se cierne sobre el ataúd. Que no se regis-
»

GOETHE 237

tren mis bolsillos. El lazo rosa que llevabas


sobre tu pecho el día que te vi por vez pri-
mera en medio de los niños... (oh! abrázalos

mil veces y cuéntales la historia de su des-


graciado amigo; {cuánto los quiero! los veo,
ellos se presentan á mí |ah! Cómo me uní á
ti desde el primer instante! yo no podía de-
jarte)... este lazo será enterrado conmigo,
m© lo regalaste el aniversario de mi naci-
miento!Cómo devoro todo esto!... Ah! jamás
pensé que aquel camino me llevase á este
ñn!... Ten calma, te lo ruego, ten calma!
Ellas están cargadas... Suenan las doce!

Sea, pues!... Carlota! Carlota, adiós! adiós!

Un vecino vió la luz del fogonazo y oyó


la explosión; pero como todo permaneció
tranquilo, no s© preocupó de averiguar nada.
A la mañana siguiente á las seis, el cria-
do entró en el cuarto con la luz y vió á su
amo tendido en tierra, las pistolas y la san-
gre. Lo llamó, lo movió y no obtuvo res-
puesta. Respiraba aún. Corrió á casa del
médico y de Alberto. Carlota oyó llamar y
un temblor agitó todo su cuerpo, despertó
238 AMARGUEAS DE WERTHER

á su marido y se levantaron. El criado, llo-


rando y sollozando, les anunció la triste
nueva. Carlota cayó desvanecida á los pies
de Alberto.
Cuando llegó el médico á los pocos mo-
mentos, encontró todavía en el suelo al
desdichado y en un estado que no ofrecía
esperanzas; el pulso latía, pero los miem-
bros estaban paralizados. La bala había en-
trado por encima del ojo derecho, destro-
zando el cerebro. Para no descuidar nada
se le sangró en un brazo, la sangre corrió;
respiraba aún.
Por la sangre que se veía en el respaldo
de la silla, se podía juzgar que se había dis-

parado sentado ante su pupitre, y ha-


el tiro

bía caído enseguida en las convulsiones de


la muerte. Estaba tendido junto á la venta-
na, sobre el suelo, sin movimiento. Se ha-
llaba completamente vestido y calzado; te-

nía frac azul y chaleco amarillo.


La gente de la casa, los vecinos y muy
pronto todo el pueblo se pusieron en agita-
ción. Alberto llegó. Se había colocado á
Werfcher sobre el lecho con la cabeza ven-
GOETHE 239

dada. Su cara tenía ya el tinte de la muer-


te; no movía ningún miembro, pero sus pul-
mones funcionaban aun de un modo horri-
ble, cuando muy débilmente, cuando con

gran fuerza; se esperaba que expirase.


No había bebido más que un vaso de vino.
Sobre su pupitre estaba abierta Emilia Oa -

lottL

La consternación de Alberto y la desespe-


ración de Carlota no podrían expresarsel
El viejo juez llegó turbado, conmovido,
abrazó al moribundo rociándolo con sus lá-

grimas. Sus hijos mayores llegaron á pie


inmediatamente después que él; se arrodi-
llaron junto al lecho, poseídos del más hon-
do dolor, y besaron las manos y el rostro de
su amigo; el mayor, aquel á quien él había
amado con predilección, se acercó á sus la-

bios y sólo hubo posibilidad de arrancarlo


y á viva fuerza cuando Werther exhaló el
último suspiro. Murió á las doce del día. T
presencia del juez y las medidas ^
evitaron todo desorden. Lo b ,v
noche, hacia las once. e K
240 AMABGUBAS DE WEBTHEB

féretro. Alberto no tuvo fuerzas para ello

Se temió por la vida de Carlota. Jornaleros


condujeron la caja mortuoria. Ningún ©ele
elástico la acompañó.

También podría gustarte