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Catalinita de Heilbronn
o
La prueba de fuego
La batalla de Arminio
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una férrea coraza ética. Era inevitable que la presión de tanto conflicto
terminara en explosión.
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hace notar que para ello bien puede seguir las huellas ilustres del
patriarca de Weimar.
El drama caballeresco o Ritierspieí gozaba de vasta difusión en el
teatro popular de Alemania y, en pleno Sturm und Drang, el mismo
Goethe estableció su arquetipo en 1773 con el admirado Goetz von
Berlichingen, el condotíiere de la mano de hierro. Fue objeto de
innumerables imitaciones, también en el campo narrativo, encendien
do un “fuego de entusiasmo nacional” queel autor del WilhelmMeister
describe con ironía en Los años de aprendizaje, libro II, cap. 10. Del
teatro tal manía no tardó mucho tiempo en extenderse al campo
narrativo y, aunque asiduo lector él mismo del Quijote (véase más
adelante), Kleist se burla de esa moda en una carta de septiembre de
1800: en una librería, el dependiente le aseguró que en esa ciudad
(Wurzburg) se leía muy poco, y menos que menos autores como
Wieland, Goethe o Schiller.
¿Qué son, entonces, todos esos libros que adornan las paredes? —
Historias caballerescas, solamente historias caballerescas, a la derecha
aquellas en que aparecen fantasmas, a la izquierda, sin fantasmas, como
usted prefiera.
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como esa misteriosa atracción entre la niña y ei caballero, que sólo se
explica porque un mismo ángel ha habitado sus sueños. En una escena
de extraordinaria intensidad, una verdadera sesión de psicoanálisis, el
caballero descubre con maravilla y desconcierto la clave del enigma,
de la devoción sin límites de la niña y de su propio amor insensato. Se
ilumina el lugar hechizado, el “perfumado bosquecillo de saúcos
donde anida el verderón” que reaparece luego como el motivo de una
balada.
Podemos estar seguros de que, en un hombre como Kleist, tanta
exaltación germanista no era un simple adaptarse a una moda. Cons
ciente o no de ello, sintió que debía volver a abrevarse en las fuentes
del espíritu germano, reivindicando sus valores frente a la cultura
francesa que hasta ese momento también había considerado suya. Esto
le imponía al mismo tiempo sacrificar el clasicismo de una Grecia que
—si bien en muy personal recreación, como también la habían
recreado Goethe, Schiller o Beethoven— le había inspirado obras
como Anfitrión y Pentesiiea. Pero eso no entrañaba un cambio
completo de rumbo; Pentesiiea y Catalina se presentaban a su imagi
nación como el anverso y el reverso de una misma medalla, y así las
presenta en una carta de diciembre de 1808;
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ordinario se hubiera negado a dictar sentencia. Se difundió en Alema
nia a partir del siglo xv, lo que nos indica un vago post quem temporal.
El otro subtítulo de la obra, la "Prueba del fuego", nos recuerda las
legendarias ordalías de los germanos, una penalidad que Catalinila
supera temerariamente gracias a la protección del Angel que sólo ven
sus ojos.
Después de la "crisis kantiana”, el reconocimiento de que toda
verdad objetiva nos está vedada, el poeta se esforzó por encontrar otra
puerta de acceso a lo que él llamaba “el paradiso”, e incorporó ese
conflicto existencial en sus personajes. Pentesiiea cree hallar el
camino gracias a la brújula infalible de su sentimiento, lucha con su
destino y en la muerte reconoce su derrota:
Lo más alío que alcanza fuerza humana
lo logré... y he intentado lo imposible...
Aposté todo a una sola jugada;
el dado decisivo está lanzado,
debo yo comprender lo... ¡y que he perdido!
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el camino hacia el subconsciente a través de los sueños y del sueño,
“esa pequeña puerta escondida que nos guía a la parte más íntima y
profunda del alma“ (Carl Jung).
No es de extrañar que quienes creían en la naturaleza como un
continuum en perpetua evolución y en el conocimiento de la misma
como un árbol que despliega sus ramas y enriquece su savia hasta
frutecer en el secreto más ansiado: la sabiduría, que ellos y en primer
lugar Goethe, se sintieran rechazados por tal existencialismo avant la
lettre. Elinfaltable Eckermann consignó varias veces en sus conver
saciones la reacción del gran hombre, con expresiones tales como
“confusión de sentimientos”, sensibilidad “patológica”, etc., aplica
das a Kleist. Su media hermana Ulrike, que vestida de varón lo
acompañara en sus erranzas juveniles y que terminó arruinándose para
dar le apoyo financiero, recibió poco después del trágico 21 de noviem
bre una carta de adiós en que su hermano reconocía que “para él ya no.
había remedio en este mundo”, y desde ese momento prohibió que en
su casa y en su presencia se mencionara el nombre de Goethe.
Tras este preludio relativamente plácido, puesto que el drama de
Catalinita tiene un desenlace “feliz”, el destino se encargó de dar un
vuelco mucho más trágico a la trilogía definitiva. UnaEuropa (y sobre
todo Alemania) de rodillas y “pacificada” después de una serie de
aplastantes victorias del “cónsul universal” —como lo había zaherido
Kleist— pareció recobrar nuevas esperanzas ante las sorprendentes
noticias que llegaban desde España: el titán no era invencible y ahora
trastabillaba ante la terca resistencia de todo un pueblo (nuestro poeta
compuso una oda en honor de Palafox, heroico defensor de Zaragoza).
Todo el horizonte literario de Alemania se encendió de ardor patrió
tico, mientras en las cortes de Austria y de Prusia hacían febriles
preparativos para aprovechar la coyuntura. Evidentemente, la corte de
Weimar fue una de las pocas que supieron mantener la sangre fría. En
uno de sus urticantes epigramas Kleist fustiga a los que dudan y lo
reducen a ceniza. Y el príncipe de los “dudosos” (Zweiflern) era
siempre él, ¡Goethe! Kleist, que era hombre capaz de odiar—véase su
novela corta Michael Kolhaas, cuyo héroe se lanza, como reparación
de la injusticia que ha padecido, a cometer las peores iniquidades—
imagina un nuevo drama histórico-legendario en que los últimos
reyezuelos germánicos se atreven a desafiar la potencia de Roma. Y
el odio y la resistencia se encarnan en la figura enigmática de Hermann
(Arminio para los romanos) el caudillo querusco. Todo el drama es un
exaltado llamamiento a la causa común entre ios germanos del norte
(Prusia o Hermann) y los del sur (Marbod, Austria) en contra del
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enviado de Roma (Napoléon), con escarnio de quienes habían optado
por la alianza sacrílegacon los invasores, osealaLigadelRin.Baviera,
Sajonia.
A partir de este esquema simbólico y escueto el poeta forja una
genuina entidad dramática. Todos los personajes son seres de carne y
hueso, y nada estaría más lejos de la realidad que imaginar a los
germanos como salvajes y primitivos en comparación con el superior
refinamiento.de los romanos. Bastará recordar un solo detalle: la
delicadeza con que el dubitativo Marbod juega con los rubios cabellos
de los hijos de su rival (acto IV, esc. I). También Tusnelda se ve
enredada en un juego sutil de espejos y de enigmas, como Álcmena,
para revelarse al final como una nueva Amazona cuando aniquila per
ursam interpositam a su fatuo admirador.
Sabemos por la historia que Arminio había pasado muchos años en
Roma y aprovechado las enseñanzas de los mejores maestros. Con
indignación tanto más enconada debía sentir el contraste entre tan
elevadas lecciones morales y la codicia y el cinismo con que se
comportaban los enviados de Augusto. Consciente de no poder alcan
zar la victoria definitiva, reviste también él la duplicidad de la
máscara, trama una estrategia de “tierra devastada” y de guerrilla
—¿reminiscencia quizá de la rebelión hispánica?— , y más que en sus
inciertos aliados confía en la trampa de la topografía para hacer perder
pie a la grandeza de Roma. Los bosques, las ciénagas de aquella
Germania se magnifican y multiplican en la imaginación del poeta
como un leitmotiv siempre presente.
Esa ardiente imaginación convierte lo que debía ser un drama “de
circunstancias” en un levantado poema épico: recuérdese, por ejem
plo, el pasaje en que el caudillo, para exacerbar la indignación de sus
tribus, ordena enviarles los disiecta membra de una desdichada joven
violada por un romano (o presunto tal) y apuñalada por su propio padre
paia lavar la afrenta (episodio que se inspira en el Libro de los Jueces,
cap. 20). Todo recurso es válido para enfrentar al tirano —probable
mente el presunto romano era un “provocador” enviado por el mismo
Arminio— y elquerusco hacomprendidoqueen una guerra semejante
la sed de justicia toma lícito aun lo más injusto (otra vez Michael
Kolhaas).
Este sentimiento de su derecho es el que lo guía, y no se equivoca,
como no se equivocaba el de Pentesilea. En otros dos momentos por
lo menos — la escena del tumulto en el acto IV y la aparición de la
germánica alruna, casi un eco de las brujas de Macbeth, en eí acto V—
el acontecer dramático roza la intensidad shakespeariana. Modelo
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en este aspecto, superar la materia, y éste es el punto en que se funden
los dos extremos del anillo del mundo”. El poeta recurre a conceptos
de la matemática para explicar el mundo sensible, así como redujera
a una fórmula algebraica la identidad de dos destinos: Kátchen y
Pentesilea. Caos de fuerzas centrífugas y en contradicción que amena
zan destruirla, esta última sólo puede hallar equilibrio en esa misma
contradicción, quePrótoe describe con un símil arquitectónico:
Existe sin embargo un reine Tor (el puro inocente, según la mística
de Parsifal), un ser cuya gracia atraviesa el mundo con la levedad de
un sueño y el encanto de un volatín, que obtiene la redención sin haber
cometido pecado, y su símbolo cs Kätchen.
Temperamento genial que se nutría de su propio desequilibrio,
apasionado hasta el paroxismo pero maniatado por un rigor ético que
le impedía—y jamás sabremos si a esto se añadía algún impedimento
físico— todo desborde sexual o moral, Kleist había encontrado en la
creación de personajes como él mismo extraordinarios (e incluso
consubstanciados: él eraPentesilea, Arminio, el Príncipe de ttomburgo)
una válvula de escape para aliviar una presión interior incontenible. Y
ahora, en momentos en que hasta ia inspiración se le negaba, es
probable que como nunca se haya sentido "tan maduro para la muerte”,
viendo en el suicidio — tentación que tantas veces lo había rozado en
su vida, como lo atestiguan sus cartas— no una fuga cobarde, sino la
culminación orgiástica de un rito libremente aceptado, esa “muerte
libre” (la palabra alemana Freitod también puede interpretarse como
suicidio) que anhela el Príncipe después de arrebatar a ia dura sentencia
aceptada su girón de inmortalidad:
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propuesto entrar jubilosamente unidos en el más allá a varios de sus
amigos c incluso a su adorada prima Marie von Kleist, pero sin hallar
el eco apetecido. Precisamente en 1811, en el momento de mayor
desesperación, quiso la fatalidad que entrara en relaciones con una
mujer todgeweihte (consagrada a la muerte, en el sentido en que
Tristán e Iseo, según Wagner, serán nachtgeweihte, consagrados a la
noche), Henriette Vogel, que se sabía condenada por un mal implaca
ble, un cáncer de útero. Según la expresión de un biógrafo (Curt
Hohoff), la amistad apasionada que surgió entre los dos—y notemos
que el estado de Henriette excluía toda relación física— fue como un
choque de elementos químicos que “cristalizan” una solución propi
cia; Kleist presintió que había llegado el momento y, al hacerle la
eterna propuesta, ella aceptó con entusiasmo. “Queridísima Mane; en
medio del himno triunfal que entona mi alma en este instante de la
muerte,..”, con estas palabras anuncia su decisión a su prima política.
Incluso eí lugar estaba predestinado; dos veces en su vida había
visitado esepáramo, a orillas dcIPequeñoWannsee, apenas aúna milla
de Potsdam, y había anotado en sus cartas una extraña premonición.
No poco deben haberse sorprendido los propietarios de Der neue
Krug (La nueva hostería) viendo llegar así, tan fuera de temporada, a
esa pareja aparentemente empeñada en una excursión campestre.
Ocuparon conune il se doit habitaciones separadas (aunque contiguas),
pasaron la noche dedicados a escribir sus últimas cartas y a ía mañana
siguiente, (21 de noviembre de 1811), tras desayunar y dar un breve
paseo, solo aceptaron dos tazas decaído como almuerzo y preguntaron
—con gran sorpresa de todos, que en vano trataron de convencerlos de
que ya no era momento propicio para disfrutar del aire libre, con esa
niebla gélida que empezaba a extenderse sobre el lago— si sería
posible servirles eí café junto a la orilla. De modo que la criadita del
establecimiento se encargó de transportar mesa y sillas, y debió trajinar
varias veces con su bandeja llevando el café (que quisieron repetir) e
incluso un frasco de ron, al que el joven parecía muy aficionado. Luego
se les vio acercarse al lago y sentarse en un pequeño altozano, como
para admirar la plácida escena. Pocos minutos después de dejarlos
solos, la niña oyó en el aire invernizo el chasquido seco de dos disparos.
Al acudir el hostelero y su mujer la encontraron a ella extendida sobre
ia hierba, con las manos entrelazadas sobre el vientre, y a él reclinado
a su lado como en actitud protectora, empuñando todavía el arma con
su mano derecha, y con un disparo en la boca.
Sicon tanto detalle conocemos la última jornada y las últimas horas
dei poeta, debemos agradecerlo a las actas redactadas con prusiana
meticulosidad por’Jos funcionarios de la policía local; es preferible
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pasar por alto oíros particulares macabros, por ejemplo, el ensañamiento
de la autopsia, practicada in situ y sin tardanza. Merece, sí, anotarse
un detalle curioso’, entre los efectos personales del joven figuraba un
ejemplar de bolsillo dei Quijote en versión alemana. Los dos cuerpos
fueron enterrados al borde del mismo sendero que los condujo a la
muerte. Hasta fines dei siglo xix, una modesta estela recordaba la
memoria del poeta con estos versos:
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respuesta es: “Una victoria”. También Axminio siente que el triunfo
puede dejar un gusto amargo en la boca y, ante la inminencia de su
instante más glorioso» se desploma desmayado junto a la encina; al
final hasta tolera que Marbod se engalane con los laureles que a él le
corresponden. Las últimas palabras del querusco son proféticas, pero
en un sentido muy distinto del que el poeta hubiera podido imaginar:
JM .C f.
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CATALINITA DE HECLBRONN
O
LA PRUEBA DEL FUEGO
El Emperador
Gerhardt, arzobispo de Worms
Friedrich Wetter, conde vom Strahl
La condesa Helena, su madre
Leonor, su sobrina
Caballero Flammberg, vasallo del conde
Gottschalk, su criado
Brigitte, ama de llaves del castillo condal
Cunigunda von Thurneck
Rosalía, su camarera
Teobaldo Friedeborn, armero de Heilbronn
Catalinda, su hija
Godofredo Friedeborn, su prometido
Maximiliano, burgrave deFriburgo
Georg von Waldstätten, su amigo
Caballero Schauermann sus vasallos
Caballero Wetzlaf
Ringrave vom Stein, prometido de Cunigunda
Friedrich von Herrnstadt sus amigos
Eginhard! von der Wart
Conde .Otto von der Flühe l Consejeros del Emperador y
Wtf/írel von Nachtheim f jueces del Tribunal Secreto
//crtj vím Bärenklau i
Jakob Pech, un posadero
Trer señores de Thurneck
Las viejas tías de Cunigunda
Un joven carbonero
Un guardián nocturno
Varios caballeros
Un heraldo, dos carboneros, servidores, mensajeros,
esbirros, criados y pueblo
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ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
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tu acusación contra Friedrich, conde Wetter vom Strahl; ahí
le tienes, a la primera convocación de la Santa Fema, tres
veces pronunciada por mano del heraldo que con el puño de
la espada de justicia golpeó a las puertas de su alcázar,
respondiendo a tu demanda, se ha presentado e inquiere; ¿qué
pretendes? (Toma asiento.)
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en la mano, midiendo el reino invisible de los aíres, o en grutas
subterráneas que la luz no visita, levantando polvareda con
sus conjuros. A Satán y sus huestes —pues lo acusé de ser su
cofrade—con sus cuernos, rabos y garras, tal como en Heil-
bronn se ven pintados en el altar, nunca los vi a su vera. Sin
embargo, sí me permitís hablar, creo que con el simple relato
de lo ocurrido será suficiente para que despavoridos, claman
do: “¡Somos trece y el catorce es el demonio!”, huyáis hacía
las puertas y sembréis el bosque que rodea esta cueva con
vuestras pellizas y sombreros emplumados.
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alta cuna; ¡ay!, de haberlo sido, el Oriente mismo se habría
puesto en marcha, confiando a los moros sus perlas y diaman
tes para que los pusieran a sus pies. Pero tanto su alma como
la mía el cielo preservó de todo orgullo; y dado queGodofredo
Friedcbom, el joven campesino cuyas tierras lindan con las
suyas, la quiso para esposa, y puesto que a mi pregunta:
Catalina, ¿lo quieres?, merespondió: ‘‘¡Padre, tu voluntad sea
la mía!”, voy y dije entre lágrimas de jubilo; ¡Que Dios te
bendiga!, y decidí que la Pascua que viene irían a la iglesia...
Así era ella, oh señores, antes de que éste me la robara.
Wenzel. ¿Cómo?
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(Una pausa.)
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la niña, que le liega a la altura del pecho, echa una ojeada de
la coronilla a los pies, y pensativo, besándola en la frente, le
dice: “¡Dios te bendiga y te guarde, y dé su paz, amén!“
Corremos luego hacia la ventana y, en el instante mismo en
que él vuelve a montar su corcel, de treinta pies de altura, con
las manos en alto ¡ella se arroja al pavimento de la calle!
¡Como una enloquecida a la que faltan sus cinco sentidos! Y
se rompe las dos piernas, señores reverendos, los dos tiernos
huesecitos, apenas sobre el torneado marfil de las rodillas; y
yo, miserable viejo necio que preferiría arrojar detrás de ella
el naufragio de mi vida, me veo obligado a llevaría sobre los
hombros como hacia la tumba. El entretanto — ¡que el cielo
lo confunda!-—, a caballo y entre la turba que de todas partes
acude, apenas si se vuelve a preguntar qué ha ocurrido... Así
yace ella inmóvil en su lecho de muerte, encendida de fiebre,
seissemanas sin fin; y sin decir palabra: ni siquiera el delirio,
esa ganzúa de verdades, consigue abrir su pecho; nadie logra
arrancarle el secreto que la ahoga. Algo más fuerte ya, ensaya
algunos pasos y prepara su hatillo y, al rayar eí sol de la
mañana, va hacia la puerta. "¿Adónde vas?”, pregunta su
doncella; “a casa del conde Wetter vom Strahl”, contesta ella,
y desaparece.
Hans. ¿Desaparece?
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rostro, como si su aima estuviera amarrada por un cordel de
cinco hilos; con pies descalzos desafía los guijarros, con una
faldilla que apenas la cubre ondeando al viento, con nada que
no sea su sombrero de paja para oponer a la saña del sol o al
ultraje de la tempestad. Allí donde va el pie del caballero al
azar de la aventura, através de la brumade lo s precipicios, por
el desierto que chamusca el mediodía, por las tinieblas de los
bosques más frondosos, como un perro que ha olisqueado el
sudor de su señor, así se arrastra detrás de él. ¡Ella que estaba
habituadaadormir entre cojines, y que notaba hasta el nudillo
más pequeño que su mano distraída había entretejido en sus
sábanas! Se echa ahora, como una maritornes, a descansar en
sus establos y, apenas llega la noche, se desploma sobrelapaja
que esparcen para ios altivos rocines del caballero.
Conde vomStrahl. Estaba yo, hará cosade doce semanas, en viaje hacia
Estrasburgo, en el calor del mediodía, y quedé dormido junto
a una pared de roca —y ni en sueños recordaba a la niña que
en Heilbronn se había echado por la ventana— cuando allíme
la encontré al despertar, como una rosa que se hubiera
adormecido a mis pies: ¡como un copo de nieve llovido del
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cielo! Y al decir yo a los mozos que descansaban sobre la
hierba: ¡Cómo diablos! ¡SieslaCataliniiadeHeilbronnUhete
aquí que abre los ojos y vuelve a ceñirse el sómbrenlo que en
eí sueño se le había deslizado de la cabeza. ¡Catalina!
—exclamo— , ¡muchacha! ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¡A
quince millas de Heilbronn, en la ribera del Riní “Tengo algo
que hacer» respetado señor —me responde— y debo ir a
Estrasburgo; me dio miedo pensar que vagaba sola por el
bosque y así me acerqué a vos.” Al momento le hice ofrecer
un refrigerio» de los que lleva Gottschalk mi criado» y le
pregunté cómo se había repuesto de la caída. Además: ¿qué
hace su padre? ¿Qué tiene intención de hacer en Estrasburgo?
Y como no parecía destrabar la lengua: después de todo, ¿qué
le importa? —pensé— , y Je asigné un mensajero para que la
guiara en el bosque, monté a caballo y proseguí mi viaje. Esa
tarde, en la posada que está en la calle de Estrasburgo, me
disponíaa descansar, cuando se presenta mi mozo Gottschalk
y me dice: que allá abajo está la doncella y solicita pasar la
noche en mis establos. ¿Con los caballos?, pregunto. Si para
ella el establo es bastante blando, no tengo nada en contrario.
Y añado, ya a punto de meterme en cama: quizá podrías
tenderle un jergón de paja, Gottschalk, y ocúpate de que no
le pase nada. Y al día siguiente reemprende su viaje, más
temprano que yo, por el camino real, y de nuevo descansa en
mis establos noche tras noche, a medida que va avanzando mi
camino, como si formara parte de mi escolta. Todo lo soporté,
señores, en bien de aquel viejo gruñón que ahora quiere
castigarme; porque el singular Gottschalk le había tomado
cariño a la muchacha y la cuidaba como hija suya: si alguna
vez pasas por Heilbronn —pensaba yo— e! viejo bien podrá
agradecerte. Pero cuando de nuevo sale a mi encuentro en
Estrasburgo, en el palacio arzobispal, empiezo a barruntar
que nada tiene que hacer allí: a mí se había consagrado en
cuerpo y alma, y se dedicaba a lavar y a coser como si no
tuviera ninguna otra ocupación junto al Rin. Por eso un buen
día, encontrándola a la puerta del establo, me le acerco y le
pregunto qué negocio la retiene en Estrasburgo, "¡Eh, respe
tado señor —responde, y un rubor, que hasta pienso que su
delantal Ya a consumirse, se extiende por su rostro como una
llamarada— , ¿por quéme lo preguntáis? ¡Bien lo sabéis ya!”
¡Alto! —pienso yo-— ¿con que ésas tenemos? Y mando a
escape un mensajero a Heilbronn, a casa del padre, con el
siguiente anuncio: la Catalinita está en mi casa y me cuido de
ella; en breve podrá ir a buscarla allí adonde pienso conducir
la, al castillo de Strahl.
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encanto para volcarlo sobre ti como luz de mayo..,? ¿No he
de temblar ante el hombre que asf ha transformado la natura
leza más pura que jamás fuera creada, hasta el punto de que
rechaza el amor de ese padre que vino a liberarla y, con rostro
pálido como tiza, huye de él como de un lobo dispuesto a
devorarla? ¡Triunfa entonces, Hécate, princesa de la magia
nocturna, que reinas sobre la podredumbre de las ciénagas!
¡Surjan las fuerzas demoníacas que el orden de los hombres
procuraba extirpar; florezcan con el hálito de las brujas y
broten con la pujanza de un bosque, hasta que las Cimas se
resequen y se pudra eí gran árbol del firmamento, que hunde
sus raíces en la tierra! ¡Inunden el suelo los jugos del infiemo,
goteando por los troncos y los tallos como una catarata, para
que un vaho pestilente se eleve sofocante hasta las nubes!
¡Que por todos los conductos de la vida fluya y desborde un
diluvio universal, arrastrando en su cauce toda virtud e
inocencia!
Hans. ¿Un opio que con fuerza misteriosa enreda el corazón de quien
lo prueba?
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i
ESCENA D
Aparece Catalinita con los ojos vendados, guiada por dos esbirros.
Estos le quitan la venda y se retiran. Los anteriores.
(La niña se coloca junto al conde vom Strahl y mira a sus jueces.)
Wenzel. ¿Obedeces?
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Conde Otto. ¿La autoridad aceptas de tus jueces?
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Catalina. ¿Y aquéllos son tus jueces?
Te obaldo. ¡Malhadada!
Teobaldo. ¡Quédate
en ese sitio que te corresponde!
Catalina. No me apartes.
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si Dios no lo castiga, nadie tiene
por qué saberlo, ¡Es crueldad preguntarlo!
Si tú quieres saberlo, y bien, pregunta:
¡lees en mí como en un libro abierto!
Hans. Y de rodillas...
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y cada pensamiento mío responde
a tu pregunta siempre: no lo sé.
Catalina. ¿Dónde?
Catalina. ¿Cuándo?
Catalina. El Rin
más que todos lo tengo ahora presente.
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Catalina. Al no aceptar tu vino, al fiel Gottschalk
enviaste a la gruta y que trajese
para mí otra bebida.
Catalina. ¿Cuándo?
Catalina (Enrojeciendo.)
¡Ah perdona: en Heilbronn!
Catalina. ¿Mimano?
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Conde vom Strahl. O de otra forma, qué sé yo.
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Catalina (Con pasión,) Nunca, mi alto señor, no ocurrió nunca.
39
os fue otorgada por naturaleza,
servirse de ella así es más odioso
que ese arte del diablo que os achacan.
Wenzel. ¡Precisamente!
40
Wenzel, Esos medios...
41
Catalina. ¿Mi alto señor?
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puerta y hallé refugio junto al muro
que perfumaban matas de saúco
y donde un verderón había anidado.
(Una pausa.)
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Wenzel. ¡Decidido 1
Hans. ¡A votar!
Todos. ¡Votemos!
Un juez. ¡Necio
quien no entienda que nada hay que juzgar!
(A los jueces.)
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i esta misión os confía la Fema!
Más de una prueba disteis del poder
que ejercéis, dadnos ahora la más ardua,
reconciliadla con su anciano padre.
Catalina. Explícalo.
(Cae desmayada.)
45
Wenzel Cayó por tierra.
(La contemplan.)
Teobaldo {Llora.)
¡Pequeña Catalina, hija mía!
Catalina. ¡Ay!
Wenzel (Jubiloso.)
¡Abre ios ojos!
{Salen todos.)
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A CTO H
ESCENA PRIMERA
El Conde vom Strahl. (Entra, con los ojos vendados, guiado por
dos esbirros, que le quitan la venda y vuelven a entrar en la gruta.
El se arroja al suelo y prorrumpe en sollozos.)
ESCENA H
ESCENA HI
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Flammberg. ¡Noble señor! Orden de vuestra madre la condesa; ¡me
ordenó tomare! caballo más veloz y salir a vuestro encuentro!
Conde vomStrahl {Atónito,) ¿De quién..,? ¿No del burgrave, con quien
hace poco hice las paces?
Flammberg, Del rin grave, retoño vom Stein, que tiene su sede junto al
Neckar, tierra de viñedos.
Conde vom Strahl. ¡Del ringrave.,,! ¿Qué tengo yo que ver con el
ringraye, Flammberg?
Flammberg. ¡Por el cielo! ¿Qué teníais que ver con elburgrave? Y ¿qué
querían de vos tantos otros, antes de llegar a las manos con el
burgrave? Si no pisoteáis el fueguecito griego que engendra
esta pendencia, veo a todas las sierras de Suabia encenderse
contra vos, sin hablar de los Alpes y del Hunsrück.
50
Flammberg. ¿Quién? ¿El heraldo?
Conde vom Strahl. ¿Pero sin mencionar las rojas mejillas de la dama?
Conde vom Strahl. ¡Se la lleven las viruelas! ¡Si pudiera recoger todo
el rocío nocturno, para volcarlo a baldes sobre su blanco
cuello! Su maldita carita es la razón primera de todas estas
guerras contra mí; y hasta que consiga envenenar la nieve de
marzo con la que se lava, no me darán paz los hidalgos del
país. ¡Por ahora, paciencia...! ¿Dónde se encuentra de mo
mento?
(Salen todos.)
51
Lugar: En una choza de carboneros en la serranía. Es de noche.
Trueno y relámpagos.
ESCENA IV
Friburgo. ¡Aquí!
52
ESCENA V
Segundo carbonero {Dentro.) ¡Hola! Pero antes tengo que hacer girar
la llave. Ni que fuera el Emperador en persona,
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Jerusalén y vuelven a la patria; y esa dama que traemos, de
pies a cabeza envuelta en su pelliza, ésa es...
(Redoble de trueno.)
Primer carbonero.Ea, traes tanto cuento que las nubes se parten... ¿Pe
Jerusalén, dices?
Friburgo. ¿Aceptas?
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Primer carbonero. Nada, un rubito de diez años que nos echa una
mano.
Schauermann. ¿Adónde?
ESCENA VI
Friburgo. ¡Ahora, Georg, hago vibrar todas las cuerdas dei júbilo! ¡La
tenemos, es nuestra esa Cunigunda von Thumeckí Como que
me bautizaron con el nombre de mi padre, ¡ni por todo ei cielo
al que recé en mi juventud renunciaría al placer que será mío
cuando llegue la aurora,..! ¿Por qué no viniste antes de los
Waldstätten?
55
a su primo Isidoro, que le hacía de escolta, lo revolqué por la
arena, la obligué a ella a montar en mis caballos morcillos y
salimos de allí a todo galope.
56 .
Friburgo. Sí, acerca de ella me pondré a filosofar. Primero plantearé
un teorema metafísico, a modo de Platón, para explicarlo
después como lo hizo Diógenes el cínico. El ser humano es...
pero, ¡silencio! (Escucha.)
ESCENA VH
Flammberg. Es una noche como para que los lobos busquen refugio en
un despeñadero.
Friburgo. Porque allí no hay lugar para unos ni para Otros. Yace dentro
mi esposa medio muerta, y el último recoveco lo ocupan sus
servidores: no pretenderéis echarlos fuera.
57
Conde vom Strahl ¡No, a fe de caballero! Deseo más bien que pronto
se restablezca... ¡Gottschalk!
Conde vom Strahl. ¡Trae las mantas! Nos haremos un refugio debajo
de la arboleda.
Conde vom Strahl, ¿Qué dices? ¿Una damisela? ¿Alada y con la boca
tapada...? ¿Quién te lo dijo?
58
Conde vom Strahl. ¡Ea, rubito, hazlo!
Mozo (Temeroso.) ¡Sh tí, repito,.. ¡Quisiera verlos mudos como peces!
¿Si se levantan esos tres y vienen, y comprenden lo que
ocurre?
(Una pausa.)
59
Schauermann (En la choza.) ¡Eh, quieto! ¡Traidor!
(Se Incorporan.)
(Aparece la señorita.)
ESCENA Vni
La señorita Cunigunda von Thurneck en vestido de viaje, con el
cabello suelto. Los anteriores.
60
Friburgo. A mi esposa, eso quiero... ¡Ea, atrapadla!
61
Gotischalk y los carboneros se acercan con teas y atizadores.
Friburgo. Yo soy...
Friburgo. Lo oís.
62
Wetzlaf. ¡Horror! ¡Vacila, tambalea y cae!
Schauermann. ¡Huyamos!
Conde vom Strahl. ¿Qué veo? ¡Friburgo! ¡Oh, poder de los dioses!
¿Eres tú?
Flammberg. Transportadle
conmigo hasta la choza.
63
Conde vom Strahl. ¿No os sentís bien?
64
Y bien, mucho lo siento, ¡habéis huido
del fuego para caer en las brasas!
¡Friedrich Wetter soy yo, conde vom Strahl!
65
Cunigunda. ¡Traedme el caballo!
(Salen.)
ESCENA IX
66
Brigitte. ¿Y os llamáis hija del Emperador?
Brigitte. Ahora, a fe mía, puedo bajar a la tumba: ¡el sueño del conde
vom Strahl ya se ha cumplido!
Rosalía. ¡Oíd, oíd! ¡La historia más pasmosa del mundo...! ¡Pero
- concreta, madrecita, y ahorra el prolegómeno; ya te lo he
dicho, tenemos poco tiempo.
Brigitte. Hacía fines del año pasado, el conde fue atacado por una
extraña melancolía, cuya causa nadie lograba averiguar,
yacía inerte, con la cara encendida como el fuego, perdido en
fantasías; los médicos, que habían agotado sus recursos,
afirmaban que nada podía salvarlo. En el delirio de la fiebre,
su lengua revelaba lo que había estado oculto en su corazón:
con gusto se iría de aquí, pues no había encontrado la niña
capaz de amarlo, y una vida sin amor es la muerte; llamaba
al mundo una tumba, pero la tumba es también una cuna, por
lo que sólo ahora iba a nacer... Tres noches seguidas, durante
las cuales su madre no se apartó del lecho, él le contó que se
le había aparecido un ángel con esta exhortación: “¡Confian
za, confianza, confianza!” Y, al preguntar le la condesa si an te
la exhortación celestial no se sentía confortado, respondió:
¿Confortado? ¡No.,.!, y añadió con un suspiro: ¡Sí! ¡Sí,
madre! ¡Cuandopueda contemplarla...! La condesa pregunta:
“ ¿Y vas a contemplarla?” ¡Seguramente!, respondió. “ ¡Cuán
do? ¿Dónde?” —La noche de San Silvestre, cuando llegue el
año nuevo, entonces me guiará a ella.— “¿Quién? ¿A qué
ella?”El ángel—dice él— a mi doncella; y dándosela vuelta
cae en un profundo sueño.
67
Cunigunda. ¡Para charla!
Cunigunda. ¿Muerto?
68
Rosalía. Allí estuvo el milagro,
Rosalía. Sólo faltaba que las campanas soltaran sus lenguas y gritaran:
¡sí, sí, sí!
(Sale Brigitte.)
69
a besar vuestra frente, y preguntaros
si os encontráis a gusto en nuestra casa.
Cunigunda. La estimáis
en poco, pero es muy otro mi juicio...
(Acerca, una silla, el conde trae las otras. Los tres toman asiento.)
72
Cunigunda. Condesa piadosa
y generosa, los días que me queden
de vida, quiero consagrar a un cántico
de gratitud: cada vez más ardiente
será el recuerdo; estos hechos recientes
evocaré, en eterna alabanza
vuestra y de este linaje, hasta el postrer
suspiro de mi pecho, si me es lícito
volver a Thumeck con los míos.
(Prorrumpe en llanto.)
73
ESCENA X
Cuniganda y Rosalía.
Cunigunda. Dame...
ESCENA XI
ESCENA X n
71
Cunigunda. ¡Tomad, conde vom Strahl! Veo que estas cartas
son ambiguas, y ha prescrito la opción
de retroventa que ellas certifican.
Aun fuera mi derecho tan preclaro
como el sol, contra vos nada podría.
Cunigunda (A la condesa.)
Libradme vos, condesa venerable,
de estos papeles que queman mis manos,
por ser contrarios a este sentimiento
que me embarga: noventa años viviera,
nada podrían valerme en mí transcurso
por el mundo de Dios.
74
Condesa. Querida ñifla, tan poco sensata,
¿qué has hecho...? Pero, puesto que hecho está,
ven aquí y que te bese.
(La abraza.)
(Pausa.)
Cunigunda (Inclinándose.)
Si se quieta mi pecho, eso deseo.
(Sale.)
75
ESCENA X ffl
(Salen.)
76
ACTOm
ESCENA PRIMERA
Gottfried. ¿Y ni a Dios, m uchacha, te con fiaste acere a del viaje que hoy
tenías voluntad de cumplir...?. Pensé que en la encrucijada,
donde se alza la imagen de la Virgen, vendrían dos ángeles,
jóvenes de aventajada estatura y con alas blancas como nieve,
para decimos: ¡Adiós, Teobaldo! ¡Adiós, Gottfried! Volveros
por donde habéis venido; nosotros guiaremos ahora a la niña
por el camino hacia Dios... Pero de eso, nada; tuvimos que
acompañarte hasta el claustro.
i
77
Teobaldo. Reina tal silencio en los robles esparcidos por las colinas:
hasta se oye el martilleo de un pájaro carpintero. Creo que
están enterados de la llegada de Catalina, y procuran espiar su
pensamiento. Si yo mismo desearía disolverme en el mundo,
con tal de averiguarlo. El son dei arpa no debe ser más
encantador que su sentimiento; a Israel lo hubiera alejando de
David, para enseflar a sus lenguas nuevos salmos... ¿Mi
querida Catalinita?
Teobaldo. Así es. En aquel edificio hospitalario, que con sus torres
parece enclavado entre las rocas, están las celdas de los santos
monjes agustinos; y ves aquí el lugar consagrado donde
ruegan.
(Una pausa.)
Gottfried. Antes estabas tan animosa, como para recorrer millas por
campos y montes; y bastaba una piedra como asiento y tu
fardillo como almohada para recobrar fuerzas. Hoy en cam
bio pareces agotada, que es como si todos los cojines en los
que descansa la emperatriz no bastaran para hacerte cobrar
fuerzas.
78
Teobaldo. ¿Deseas algún refrigerio?
Teobaldo. Lo único que deseas es que todo acabe; que al prior Hatto,
antiguo amigo mío, vaya y diga: está aquí el viejo Teobaldo,
que pretende enterrar a su única hija.
Teobaldo. Y bien, ¡así sea! Pero antes de dar los pasos decisivos, que
nadie podrá desandar, quiero decirte algo. Quiero decirte lo
que a Gottfried y a mí se nos ha ocurrido a lo largo del camino
y que, a nuestro entender, es preciso cumplir antes de que al
prior Hatto le hablemos de este asunto... ¿Quieres saberlo?
Catalina. ¡Habla!
Teobaldo (Tras una breve pausa.). Aunque fuera por dos semanas,
puesto que aún dura el buen tiempo, ¿no convendría retomar
a las murallas y reflexionar algo más sobre este asunto?
79
Teobaldo, Si volvieras, quiero decir, a Strahlburg, a la sombra del
saúco, ahí donde el verderón hizo su nido, a esa pendiente
rocosa desde donde el castillo chispeando bajo el sol, vigila
las aldeas esparcidas a sus pies.
'80
Aunque una fosa de ocho varas de hondo me sirva de lecho
nupcial.
(Salen todos.)
81
Lugar; Una hostería.
ESCENAH
Ringrave. ¿Y aquí?
Ringrave. ¿Cómo?
Jakob Pech. De cerda... Una puerca con su cría, con vuestro permiso;
es un chiquero, fabricado con tablas.
Ringrave. ¿Nadie?
Jakob Pech. Nadie, poderoso señor, por estas que son cruces. O, mejor
dicho, quienquiera. Hacia afuera se abre al campo.
82
Jakob Pech. Jakob Pech.
(Sale el hostelero.)
ESCENA III
83
Eginardo. ¡Amigos, todo se confirma según aquellos rumores! Bogan
con velas desplegadas por el océano del amor y, antes de que
se renueve la luna, habrán llegado a buen puerto con sus
bodas.
Ringrave. ¡Ei rayo quebrará sus mástiles antes de llegar a ese puerto!
84
Ringrave. ¿Qué respuesta dio a la carta?
Eginardo, Cuentan que se conmovió tanto que sus ojos manaban como
fuentes y mojaron descrito; su lengua, como un mendigo, no
podría hallar palabras para expresar su sentimiento... Aun sin
ese sacrificio, él tendría derecho a su eterna gratitud, grabada
en su pecho con letras de diamante: en una palabra, una carta
llena de mojigangas de doble sentido, como un tafetán
jaspeado en varios colores y que no dice ni sí ni no.
ESCENA IV
Ringrave (Saca dos cartas del jubón.) Tomad estas dos cartas... tú una
y tú la otra... y llevadlas, ésta al prior Hado de los dominica-
nos, ¿me entiendes? Llegaré hacia las siete de la tarde, a
buscar en su claustro absolución. Esta llévala tú a Peter
Quanz, mayordomo del castillo de Thumeck. Al toque de la
medianoche me presentaré con mi tropa ame el castillo y
entraré en él. Pero tú no te presentes en el lugar antes de que
anochezca, y que nadie te va, ¿está bien claro...? Por tu parte,
igual da que sea de día o de noche... ¿Me habéis entendido?
Ringrave. ¡Claro!
(Salen todos.)
ESCENA V
El conde vom Strahl está sentado pensativo ante una mesa sobre la
que brillan dos luces. Tiene en sus manos un laúd, al que arranca,
algunos sonidos. En el fondo, ocupado con sus armas y sus ropas,
Gottschalk.
Gottschalk. ¿Quién?
86
La voz. j Yo!
Gottschalk. ¿Tú?
La voz, }Sí!
Gottschalk. ¿Quién?
La voz ¡Yo!
Conde vom Strahl (En pie de un brinco.) ¿Quién? ¿Qué? ¡El diablo
me asista!
87
ESCENA V
88
Conde vom Strahl. ¡Pero yo no la quiero! ¡No la aguanto\
¡Fuera, al instante!
Catalina. No lo sé,
caro Gottschalk. Dirigida, lo ves,
a uno que en el castillo mora, nada
tiene que ver con el prior; en cambio,
es seguro el ataque. De camino
me convencí, vi con mis propios ojos
cómo hacia Thurneck cabalgaba el conde:
topé con él por la senda del burgo.
Catalina. ¿Fantasmas?
¡Nada de eso, si es que soy Catalina!
¡Allá está el conde, frente a las murallas;
si alguien monta a caballo y va a enterarse
90
yerá que el ancho bosque, a la redonda,
poblado está con sombras de jinetes!
(Una pausa.)
91
Conde vom Strahl. ¿A la derecha?
(Una pausa.)
92
Conde vom Strahl. Dame,
(Examina el papel.)
Catalina. No...
Catalina, ¿Quéharás?
Gottschaík. Tú lo tomaste...
93
(Se le saltan las lágrimas.)
Ya calmada,
me la devolverás.
ESCENA VH
94
yergue, con arco y flechas, en medio de nosotros y la
devastación, para alumbrarle el camino, lanzó sus antorchas
por todos los rincones del castillo! 5Ah! Si tuviera pulmones
de bronce y una palabra cuyo clamor fuera más horrísono que
ésta: {Fuego! ¡Fuego!
ESCENA Vffl
Conde vom Strahl. Ante las puertas, señores míos, y, como no echéis
pronto el cerrojo, dentro de ellas. ¡La felonía, desde adentro
se las abrió de par en par!
95
ESCENA IX
ESCENAX
F lammberg. \ Sí* ya puedes soplar hasta que estallen tus mejillas! Hasta
lospeces y los topos sabrían que hay incendio» ¿para qué hace
falta que lo divulgues con tu siniestra letanía?
96
Conde vom Strahl. ¡Ven aquí...! ¡Monta guardia, hasta que sepamos
dónde pelean con más furia!
ESCENA XI
Conde vomStrahl. ¡Dios del cielo! ¿No era su voz? (Devuelve escudo
y lanza a Catalina.)
97
ESCENA XH
Cunigunda. ¡Aprisa!
98
Cunigunda (Lo interrumpe.) ¡Esése
el que quiero...! Por qué tanto lo aprecio,
no es tiempo ni lugar para explicarlo...
Ve, muchacha, devuélveme el retrato
y su estuche: ¡un diamante será el premio!
(Sale.)
ESCENA XIII
99
Cunigunda. ¿Qué se os ocurre ahora?
Cunigunda. Deja...
100
Conde vom Strahl. ¡Por ios diablos!
Conde von Strahl ¡Por Dios, querría que aquel que me esbozó
nunca hubiera existido, ni tampoco
aquel que me engendró...! ¡Entonces, busca!
101
Cunigunda. Os Io ruego, sólo un instante más,
y ella lo trae.
¡Aquí, apoyadla!
102
Ftammberg (Con un grito de asombro.) ¡Deteneos, Dios del cielo!
ESCENA XIV
103
ESCENA XV
Cunigunda. ¡Primos,
tías...! ¡Oídme!
Otro. ¡Veamos
si aún respira bajo los escombros!
Cunigunda. ¡Allá!
104
Conde vom Strahl. No, dime. Eso es imposible.
¿Cómo hiciste?
(Una pausa.)
(Cunigunda palidece.)
105
¡Qué aturdida!
¿No 1c dije, también con el estuche?
106
Cunigunda. {Satán guió su mano!
ESCENA XVI
Caballero de Thurneck,
¡Triunfo* amigos! ¡Se rechazó el ataque!
¡Ganó el ringrave un chuzo en la mollera!
107
ACTO IV
ESCENA PRIMERA
108
Conde vom Strahl (Entra en escena, dominando apenas su caballo.)
¡Fuera...! ¡Cuidado con destruir ei pasaje!
Mozos del ringrave (Le lanzan flechas.) ¡Ea! ¡Estas flechas te dan
nuestra respuesta!
Ringrave (Gritando desde la otra orilla.) ¡Hasta más ver, señor conde!
Si sabéis nadar, echaos al agua; en Steinburg, de este lado,
podréis encontrarnos,
Un mozo (De su tropa.) ¡Alto, por todos los diablos! ¡Tened cuidado!
(Le siguen.)
109
Gottschalk (Volviéndose con su caballo.) Ea, jpor qué chillas y
alborotas así...? ¿Qué tienes que hacer en medio de la refriega?
¿Por qué nos sigues a todas partes?
110
Gottschalk. ¡Ahora mismo, noble señor, ya voy!
(Sale.)
111
Lugar; El castillo de Wetterstrahl Un lugar cubierto por espesa
arboleda, en la muralla exterior medio en ruinas. En primer plano,
un saúco que forma una suerte de emparrado natural; debajo del
arbusto, un banco de piedra que cubre una estera de paja, Vense
en las ramas una camisola y unas medias puestas a secar.
ESCENA n
112
(Cae de rodillas ante la niña y coloca delicadamente los dos brazos
alrededor de su cuerpo. La durmiente se estremece, como a punto
de despertar, pero inmediatamente vuelve a quedar inmóvil.)
Catalina. ¡Déjame...!
(Una pausa.)
113
Conde vom Strahl (Como si llamara.)
¡Gottschalk..,!
¿Dónde dejo la yegua...? ¡Eh, mí buen Gottschalk!
(Toma su mano.)
Catalina. Dejémoslo...
Enamorado como un colegial.
Conde vom Strahl. ¿Yo estaría, pues...?
Catalina. ¿Qué murmuras?
Conde vom Strahl (Con un suspiro.)
Su fe,
firme como una torre en sus cimientos...
¡Sea! Me entrego... Y bien, Catalinita,
si es como dices...
Catalina. ¿Cómo?
Conde von Strahl. ¿Qué saldrá
de todo esto?
Catalina. ¿ Q u é sa ld rá de esto?
114
Conde vom Strahl. Sí, ¿lo has pensado?
Catalina. Depende...
Catalina. Un apuesto
caballero se casaría conmigo.
Conde vom Strahl. Sin más ni más, ¿creiste que era yo?
(Una pausa.)
115
Catalina. ¡No, mil veces!
Catalina. La noche
de San Silvestre. En igual noche, al cabo
de dos años, sería verdad...
¿Qué dices?
Catalina. ¿Quién?
(Una pausaJ
116
Extraño, la noche de San Silvestre...
117
Conde vom Strahl, Cómo, ¿no?
Catalina. Y murmuré...
118
Conde vom Strahl. ¡Dioses del cielo, ayuda: hallé mi doble!
Por las noches vago como un fantasma.
(Una pausa.)
119
fr.
ESCENA HI
¿Todo pronto?
(Salen.)
120
Lugar: Un jardín. En el fondo, una gruta de
estilo gótico.
ESCENA IV
ESCENA V
Rosalía. ¡Muy buenos, señorita! i Qué os trae tan temprano por aquí?
121
Rosalía. ¡Perdón! Está en la gruta mi señorita Cunígunda.
ESCENA VI
122
Leonor. ¿Qué dices? ¿Qué ocurrid?
(Entra en la gruta.)
ESCENA VH
Catalina y Leonor.
123
Catalina. Te lo diré... (M? pronunciar palabra.)
124
Leonor. ¿Qué pasa?
Catalina. ¡Huyamos!
Leonor. ¿Porqué?
Leonor. ¿Adónde?
Leonor ¿Deliras?
(Salen.)
ESCENA VIH
125
Rosalía. Oíd, señorita»
mía...
(Salen.)
126
ACTOV
ESCENA PRIMERA
128
i y a h o ra todo d e sd ijo ! N o c astig u es
tan p e re g rin a c o n c e p c ió n del m u n d o
q u e p o r só lo un in sta n te lo h a ceg ad o .
T ú, T e o b a ld o , a c a b a d e p ro m e te rm e
y d a r p a la b ra q u e si a S tra h l te lle g a s
te e n tre g a rá a tu C a ta lin a . V ete
m ás c o n fia d o a b u sc a rla , b u e n a n cian o ,
¡y d e ja al fin las c o sa s co m o están!
Teobaldo . Im p ío fa rsa n te , ¿ o sa rá s n e g a r
q u e tu a lm a e s tá e m p a p a d a , d e ios p ies
a la c a b e z a , en la fe d e q u e es
u n a h ija z u rd a del E m p e ra d o r?
¿N o h u rg a ste un d ía h a s ta e n la sa c ristía
cu á n d o h a b ía n a c id o , c a lc u la n d o
a q u é h o ras v io la lu z? ¿N o re c o rd a ste ,
con s ib ilin a a stu c ia , q u e p o r H e ilb ro n n
p a só S u M a je sta d h a c e tres lu stro s?
F a n fa rró n su rg id o de la s b o d a s
d e un fau n o y u n a e rin ia ;
un falso ilu m in a d o y .p a rric id a
, q u e so c a v a las b a se s d e g ra n ito
del te m p lo e te rn o d e N a tu ra le z a :
¡tal cu al e re s, re to ñ o del in fie rn o ,
te m o stra rá m í e sp a d a o c o n tra m í
v o lv ié n d o se m e e m p u ja rá al sep u lcro !
El Em perador . ¡T ro m p e te ro s,
so n a d lú g u b re s p ara el fe m e n tid o !
129
(Toques de trompeta.)
Teobaldo. ¡Ponte el
yelmo!
130
El pueblo (En confusión,) ¡Cielo! ¡Es del conde Weííerstrahl el triunfo!
Arzobispo. ¿Cómo?
(Salen.)
ESCENA II
ESCENA n i
Friburgo. ¿Y no lo entiendes?
132
Flammberg. ¡No!
Flammberg, ¿Qué?
ESCENA IV
Rosalía. Está
cerrada.
133
Rosalía. ¡Mirad!
Cunigunda. ¡Rosalía!
ESCENA V
Rosalía. ¿Dónde?
Rosalía. ¿Quién?
134
ESCENA VI
ESCENA VII
Cunigunda. ¿Dequién
habláis?
135
Conde vom Strahl (Acercándose con mirada escrutadora.)
Todo pronto, falta lo'decisivo...
136
ESCENA VID
Cunigunda. ¿Gottschalk?
(Sale.)
ESCENA DC
Cunigunda y Rosalía.
137
en vuestra alcoba; para el bajío traía
nieve de la montaña en su jofaina.
(Salen.)
ESCENA X
138
jNifia de Heilbronn! ¿Por qué te guareces,
como hace el gavilán, en este antro?
Cata! ina (Levantándose.) ¿Dios, sus señorías?
ESCENA XI
139
Conde vom Strahl. ¿Por qué mi pecho...?
(A Catalina.)
Leo aquí:
“Publíquese...” y aquí: “Dado en Schwabach,
mi castillo...”
(Breve pausa.)
Ansiaría arrodillarme
en tierra, ante la bienaventurada
y ungir sus pies con mis ardientes lágrimas,
dar gracias.
140
(Corre hacia él, que las recibe en sus brazos.)
El Emperador. ¿Rehúsas?
El Emperador (A Teobaldo.)
¿Lo oíste, anciano?
141
Teobaldo (iGuiando a Catalina a su lado,) ¡Sea tuya! Lo que Dios
acuerda, dicen, nadie ha de impedir.
ESCENA XH
142
si te ofendí de palabra o con gestos
rudos te maltraté, en mí vano intento
por rechazarte... Ahora como entonces,
te contemplo tan llena de bondad,
tan paciente, que una dulce tristeza
me invade y no sé contener las lágrimas.
143
(Se seca las lágrimas.)
(Una pausa.)
144
Lugar: Plaza frente al castillo. En primer plano,
a la derecha, un portal. A la izquierda, de
lejos, se perfila el castillo con su rampa.
Al fondo, la iglesia.
ESCENA XIH
Freiburg. ¿Dónde?
145
Freiburg. Buscamosalanoviadel conde vom Strahl... ¡Señores, haced
vuestro cometido! Seguidme y vayamos a buscarla.
ESCENA XIV
146
Catalina. ¡Así me amparen Dios y todos sus santos! {Se desploma; la
condesa la sostiene.)
(Sonido de campanas.)
TELON
17. 02.2018