Está en la página 1de 293

Este libro llega a ti gracias al trabajo desinteresado de otras

lectoras como tú. Está hecho sin ningún ánimo de lucro por
lo que queda totalmente PROHIBIDA su venta en cualquier
plataforma.
En caso de que lo hayas comprado, estarás incurriendo en un delito
contra el material intelectual y los derechos de autor en cuyo caso se
podrían tomar medidas legales contra el vendedor y el comprador.

Para incentivar y apoyar las obras de ésta autora,


aconsejamos (si te es posible) la compra del libro físico si
llega a publicarse en español en tu país o el original en
formato digital.
Créditos

Moderadoras de Traducción
Vale

Traducción
3lik@ Rimed
Aelinfirebreathing Sofiushca
Candy27 Taywong
Liliana Vale
Mais Wan_TT18
Mary Rhysand Yiany
NaomiiMora YoshiB

Recopilación y Revisión
Mais

Diseño
Evani
Índice

Sinopsis Capítulo 21

Capítulo 1 Capítulo 22

Capítulo 2 Capítulo 23

Capítulo 3 Capítulo 24

Capítulo 4 Capítulo 25

Capítulo 5 Capítulo 26

Capítulo 6 Capítulo 27

Capítulo 7 Capítulo 28

Capítulo 8 Capítulo 29

Capítulo 9 Capítulo 30

Capítulo 10 Capítulo 31

Capítulo 11 Capítulo 32

Capítulo 12 Epílogo

Capítulo 13 Próximamente

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20
Sinopsis

Dicen que soy una reina.

Dicen que me casé con un monstruo. Que lo hice de


buena gana.

Dicen que no puede morir, que no envejece. Que juntos,


gobernamos un mundo devastado.

Dicen que solía ser una de ellos, pero ahora soy una
traidora.

Dicen muchas cosas, las cuales no puedo recordar,


pero...

Temo que lo que dicen sea verdad.

Luego está lo que no dicen, lo que veo en sus ojos-

El rey los aterroriza. No puede ser detenido. Y, lo más


preocupante de todo...

Él viene por mí.

The Queen of Traitors (Fallen World #2)


Te amo como se aman ciertas cosas oscuras, secretamente,
entre la sombra y el alma…

—Pablo Neruda
Capítulo 1

Traducido por Liliana

SERENITY

CONFUSIÓN.

¿Estoy consciente? Todo está oscuro.

Un momento después, el dolor estalla mi cuerpo a la vida. Estoy


despierta, tengo que estarlo para sentir con agudeza cada pulgada de
palpitantepiel.

Rechino los dientes contra la agonía, pero no puedo detener las


lágrimas que se me escapan de los ojos. Estoy acostada de lado, mi peso
presionado contra mi brazo lastimado, mis muñecas atadas detrás de mi
espalda. Si no fuera por el dolor, ni siquiera sabría que tenía un brazo
lastimado.

Puedo escuchar a las personas hablar, y huelo a aceite y acero.


Pero no puedo ver nada de eso. Algo me cubre el rostro. Intento eludirlo
con mi hombro, pero no hago ningún progreso.

¿Quéestá pasando?

Busco en mi mente, pero no hay nada a lo que aferrarme. No puedo


recordar un momento antes de esto. Qué acciones llevaron mi vida aquí,
esposada y herida. Mi pasado y mi identidad se han separado, junto con
mi libertad, y no tengo idea de lo que está pasando.
El piso cae y se levanta, y mi peso corporal es lanzado contra mi
lesión. La agonía es instantánea y compasiva. No puedo contener mi
jadeo, pero se corta cuando el dolor me abruma y mi mente se apaga.

Me despierto de vez en cuando con voces, dolor, y empujones.


Debería saber lo que me está pasando, pero la explicación es una
quimera; cuanto más la persigo, más se aleja.

Toda mi existencia es una serie de respiraciones superficiales


extraídas del aire húmedo y reciclado, mi mundo contenido dentro de la
bolsa que cubre mi cabeza. No sé mi nombre, el color de mis ojos, la forma
de mi rostro. Lo más importante es que no tengo idea de lo que está
pasando.

Y ahora me están levantando bruscamente de pie, y estamos


caminando. Siseo en una respiración ante el dolor. Mis piernas no
pueden sostenerme. Siguen queriendo doblarse debajo de mí, pero mis
captores agarran mis codos y me obligan a mantenerme erguida.

Puedo escuchar vítores mientras me arrastran. Una migraña


palpita detrás de mis ojos y a lo largo de mi sien, y el ruido lo agita.

Una multitud debe estar observando esta procesión. Las personas


comienzan a abuchear.

A mí, me doy cuenta. La masa entera de ellos me está abucheando.

¿Quién soy?

Algo se estrella contra mi cabeza. Me tambaleo, y mi dolor de


cabeza despliega toda la fuerza de su poder. Tengo que tragarme la bilis
que sube por mi garganta.

—¡Muévete! —grita una voz enojada. Un pie de bota patea la parte


de atrás de mi rodilla, y tropiezo hacia adelante.

Debajo del dolor y la confusión, la ira hierve a fuego lento. Mis


manos esposadas se enroscan en puños. Si no estuviera restringida, con
mucho gusto soportaría más sufrimiento para dar unos buenos golpes a
mis captores. No soy nada indefensa.

El aire se enfría cuando me dirigen hacia el interior. Eso no detiene


a la multitud abucheando o los objetos arrojados hacia mí. Lo que esté
pasando, se supone que debo ser humillada. Están desperdiciando sus
esfuerzos. Estoy sintiendo demasiado dolor para preocuparme de lo que
piensan de mí.
Esto continúa por un tiempo, y me resigno a soportar esto por el
momento. No es hasta que escucho el pesado giro de las cerraduras y me
empujan una vez más, que mi situación cambia.

Ahora el ruido de la multitud se adormece y el ruido de docenas de


pasos escapa. No puedo decir cuánto más caminamos o cuántos giros
damos. Estoy zigzagueando en mis pies.

Los hombres que sostienen mis brazos se detienen. Delante de mí,


se cierran las cerraduras y luego se abre otra pesada puerta. Un tirón en
mi brazo lesionado me hace avanzar. Solo caminamos unos pasos hacia
adelante antes de que me detengan de nuevo. Detrás de mí, el ruido sordo
de una puerta corta el último sonido por completo.

Alguien me arranca la bolsa de la cabeza y me aparta algunos


mechones de cabello.

La luz del techo me ciega, y entrecierro los ojos, rechinando mis


dientes contra la nueva ola de dolor detrás de mi sien. Siento más que
veo a los hombres a cada lado.

Finalmente respiro aire fresco, y se sacude un poco de mi


cansancio. La última vez que el aire fue tan fresco...

Estoy en un foso de cuerpos sangrientos. Hombres en ropa oscura


se arrastran más cerca. No sé quiénes son, pero sé que necesito luchar
contra ellos.

La memoria está borrosa, y no puedo estar segura de que sea real.

Parpadeo, mi confusión anterior vuelve a la vida. ¿Por qué no puedo


colocar dónde estoy? ¿Quién soy? Sé que debería recordar estas cosas,
entonces, ¿por qué no puedo?

Y luego están las cosas que inexplicablemente sé. El hecho, por


ejemplo, de que estoy en una celda de contención. El tipo con un espejo
unidireccional. No tengo memoria de este lugar ni de ningún otro similar,
pero de alguna manera reconozco exactamente lo que es. Una habitación
para prisioneros.

Esto es lo que soy. No puedo decir cuáles son mis delitos, aunque
obviamente soy alguien importante. Alguien infame.

Cuando mis ojos se adaptan, noto a tres hombres uniformados de


pie a mí alrededor. Soldados de algún tipo. Parecen desconfiados de mí,
como si pudiera ponerme violenta en cualquier momento.
Creo que son listospara tener cuidado.

Uno de ellos me empuja de rodillas. Con rudeza, me agarra las


manos atadas detrás de mi espalda y abre las esposas. El dolor se desliza
a través de mis brazos a medida que se liberan y la sensación regresa a
ellos.

Giro sobre mis rodillas, preparada para el ataque. Puede que no


sepa lo que está pasando, pero tengo memoria muscular y me está
guiando ahora.

Me lanzo hacia el más cercano de mis captores. Torpemente, mis


brazos se envuelven alrededor de sus pantorrillas cuando me lanzo hacia
él, y Dios, mi brazo herido arde. El dolor casi me detiene. Casi.

Él pierde el equilibrio y cae. No es bueno para él.

Mis instintos me están dirigiendo. Antes de que pueda recuperarse,


muevo su cuerpo y golpeo el puño de mi brazo en su sien. Una y otra vez.

Tenía razón. Es absolutamente digno de toda agonía golpear a uno


de estos hombres.

Tan rápido como me encuentro con mi captor, los otros dos me


partan de él. Todo el tiempo me maldicen.

Como si en realidad me importara una mierda.

Lucho contra ellos, e incluso así de herida, todavía logro deslizar


su control. Uno me tira al suelo.

—¡Tu arma, hombre, tu arma! —grita a sucamarada.

No entiendo la orden hasta que veo la empuñadura de un arma de


grado militar levantada por encima de mí. La culata de esta se estrella
contra mi sien, y estoy fuera de combate una vez más.

CUANDO DESPIERTO, ESTOY esposada a una silla en mi celda. Al


otro lado de la mesa en la que estoy sentada, un soldado enemigo me
mira con evidente disgusto. Ese espejo unidireccional aparece detrás de
él. Alguien nos está mirando. Prácticamente puedo sentir sus ojos sobre
mí.

Me veo en el espejo. Es breve, solo un destello de cabello


enmarañado con sangre y piel que se parece más a una fruta madura.
Puedo probar la sangre en mi boca, y un diente está suelto. No creo
que tenga una conmoción cerebral, pero eso es pura suerte. Me pegaron
fuerte y repetidamente.

Un escalofrío se desliza por mi espalda. Tal vez ya tenga una


conmoción cerebral, y es por eso que no puedo recordar nada sobre mí
misma.

Un guardia de pie junto a la puerta de mi celda es otro soldado, un


rifle de grado militar en su mano. Su dedo acuna libremente el gatillo. No
puedo leer nada de su rostro. Eso, más que nada, me convence de que si
me muevo en la dirección equivocada, me disparará.

Parece que mi situación ha ido de mal en peor.

—Soy el teniente Begbie. ¿Sabes por qué estás aquí? —El hombre
que está frente a mí viste un traje oscuro, y tiene una mirada severa,
como si estuviera unido principalmente por el tendón y la ira.

—Quiere respuestas de mí —le digo.

—Sí, señora. —Se acomoda un poco más en su silla—. Y lasdará.

—¿Y si no lo hago? —Pero no es si, es cuándo.

Begbie me estudia, chupándose los dientes mientras lo hace.

—Vamos a probar esto de manera civilizada primero. Si responde


nuestras preguntas, no usaremos la fuerza para sacárselas.

Levanto una ceja, aunque mi corazón late como loco. Tortura.

—Vamos a empezar fácil. Dígamesu nombre completo.

Puedo sentir la quemadura de las esposas en mi muñeca,


frotándome la piel. Mi cuerpo es una masa de heridas y mi cabeza se
siente como si estuviera lista para abrirse. Estas son todas las lesiones
que este hombre y su gente me dieron. Tal vez esta pequeña degustación
de sus productos se supone que me asusta.

No me siento asustada. Y no me siento muy habladora. Pero estoy


enojada. Muy enojada.

—¿Cómo se llama? —repite.

Me inclino hacia un lado y escupo sangre. Responde lo suficiente.


El ceño de mi interrogador sólo se profundiza.
La puerta de mi celda se abre, y se escuchan voces furiosas desde
el pasillo.

—...Me importa un comino. Necesito verla por mí mismo.

Mis ojos se dirigen al hombre que entra.

Viejo, fuerte, su cabello recortado cerca de su cabeza. Sus rasgos


son duros, incluso sus ojos. Un hombre acostumbrado a tomar
decisiones difíciles. Ya puedo decir que no me mostrará más amabilidad
que el resto de ellos.

—Serenity —me dice—, ¿qué le sucedió a él?

Serenity, ¿ese es mi nombre? No suena como un nombre.

Lo miro con curiosidad. ¿Este hombre me conoce?

—Kline —Begbie dice la palabra, quizás otro nombre, como una


advertencia.

El hombre mayor camina a través de la habitación y se inclina


sobre mí. Un intenso par de ojos azules se fijan en los míos, y veo una
mezcla de ira y pena en ellos.

—¿Qué le hicieron tú y el rey a él?

Apoya sus manos en el respaldo de metal de mi silla y la sacude


para enfatizar su punto.

El aire silba fuera de mí cuando el movimiento atropella mi herida


de bala que ya está gritando. El dolor de cabeza que ha estado latiendo
detrás de mi sien palpita de dolor.

—Por el amor de Cristo, Serenity, ¿qué le hiciste a mi hijo? Quiero


oírte decirlo.

Este hombre puede que me conozca, pero no es mi amigo.

—General…—Begbie redondea la mesa y agarra el brazo del


hombre—, es suficiente. Estamos en medio de un interrogatorio.

El general—supongo que esto es un título—se encoge de hombros


y asiente a Begbie bruscamente, con la mirada fija en mi rostro.

—Haz que hable —dice. Y luego gira sobre sus talones y sale de la
habitación, la puerta se cierra de golpe detrás de él.
Me quedo mirando el espacio que ocupaba. Quienquiera que fuera
ese hombre, le hice algo a su hijo—yo y este rey por el que mantienen
preguntando—algo que rompió a un hombre endurecido.

Busco en los pasillos vacíos de mi mente un recuerdo, incluso un


fragmento de uno. Nada viene a la mente. Y ahora tengo las palabras
crípticas del general para agregar a mi estado ya confuso. Todo esto me
está cansando.

Estoy herida, encerrada como el criminal más mortífero del mundo


y siendo interrogada sobre un pasado que no puedo recordar. Me van a
torturar, luego me matarán, y al final de todo no tendré idea de por qué.
Parece tan inútil.

Mi entrevistador se pasa una mano por el corto cabello.

—¿Por qué no empezamos donde lo dejamos?

—¿Qué es lo que realmente quiere saber? —le pregunto,


recostándome en mi asiento.

No sirve de nada detenerme. La tortura está llegando, de cualquier


manera.

—¿Dónde está el rey? —pregunta el hombre frente a mí.

Este rey misterioso a quien no puedo recordar. Debo trabajar para


él. Tiene sentido.

—No lo sé —le digo, todavía distraída por mis propios


pensamientos.

Mi entrevistador se inclina hacia adelante.

—Seguramente sabe a dónde iría.

—Tal vez —me cerco, cambiando mi peso a medida que la lesión en


mi pantorrilla comienza a arder.El movimiento hace que el dolor en mi
brazo estalle.

¿Sería prudente revelar lo poco que sé?

Begbie debe leer mi expresión porque dice:

—Si no vas a cooperar, Serenity, le forzaremos a dar las respuestas.

Serenity debe ser mi nombre

—De lo que soy muy consciente —le digo.


Mi reflejo llama mi atención una vez más, y desvío mis ojos de
Begbie. Aparte de los moretones que me cubren el rostro, tengo una
profunda cicatriz que corre de la esquina de mi ojo por mi mejilla.

Luzco... siniestra. Y endurecida. Curiosamente, eso me da valor.

Begbie lo intenta de nuevo.

—¿Qué cree que vale para el rey?

—No lo sé.

El teniente se recuesta en su asiento y me estudia.

—Está bien —finalmente dice, llegando a algún tipo de decisión—,


¿qué lugares en el NOU cree que el rey seleccionará para sus armerías?

—No lo sé.

Begbie toca sus labios con dos dedos; golpea a uno de ellos contra
su boca mientras me mira. Sé que está tratando de descubrir la mejor
manera de quebrarme.

—No quiero hacerle daño, Serenity —dice—, realmente no, pero


tiene que darme información para que esto funcione.

Contrariamente a sus palabras, este hombre quiere lastimarme


muy, muy mal.

Nos miramos fijamente. Me van a matar de cualquier manera, y ese


conocimiento se asienta sobre mis hombros como una capa. Pase lo que
pase, mis palabras no me sacarán de aquí.

Se inclina hacia adelante en su silla, su mano descansa sobre la


mesa.

—¿Qué sabe?

Esta es una pregunta que puedo responder.

—Que mi nombre es Serenity, y mi memoria se ha ido.


Capítulo 2

Traducido por Wan_TT18

SERENITY

EL TENIENTE BEGBIE termina la entrevista poco después de mi


admisión, prometiéndome "técnicas avanzadas de interrogación" si no
puedo encontrar respuestas pronto.

Basta con decir que el hombre no me cree.

Después de que termina de interrogarme, me abre las esposas y


esta vez soy lo suficientemente inteligente como para no atacar. El
guardia con el rifle de asalto parece listo y dispuesto a usarlo. Si quiero
rebelarme, hoy no será el día.

Tomo nota del hecho de que el teniente tiene una pistola en la


cadera, y es probable que tenga otra arma en algún lugar de su persona.

Si lo que sé no me salva, entonces mis acciones lo harán. Voy a


tener que lastimar a la gente para dejar este lugar.

Eso debería molestarme más de lo que lo hace. Añado mi crueldad


a mi creciente lista de rasgos de carácter.

Hasta entonces, esperaré mi tiempo y descubriré qué es


exactamente lo que está mal en mi mente. Específicamente, por qué no
sé quién soy.
Una vez que Begbie y el guardia se van, me apoyo en la pared de
cemento de mi celda, con las piernas dobladas delante de mí. Me froto
las muñecas.

No he cambiado de ropa desde mi captura. Llevo botas de cuero


negras, pantalones ajustados y una camisa carmesí.
Al menos, estos eran los colores originales que llevaba. La sangre y
el polvo ahora los apelmazan. Mi ropa está desgarrada en varias
ubicaciones y la parte posterior de una bota se ha quemado. No puedo
recordar cómo llegué de esta manera, lo que hace que mi pasado sea aún
más intrigante.

Toco el material de mi camisa con mis dedos. No tengo nada con


qué compararlo, pero su suavidad, tejido y color saturado gritan riqueza.

Mientras estaba inconsciente, alguien cortó la tela que cubría el


brazo y la pierna lesionados. La gasa cubre ambas heridas; estos
soldados enemigos se tomaron la molestia de arreglarme. Asumiría que
fue una pequeña amabilidad, pero después de ver la forma en que me
trataron, probablemente solo querían asegurarse de que viva lo suficiente
como para serles de utilidad.

Eventualmente tendré que revisar las heridas y dejar que respiren.


Incluso si fueron atendidas por médicos de combate, detener el flujo de
sangre y envolver una herida no es un remedio permanente.

¿Cómo sé algo de esto?

Todavía estoy frotando ausentemente el material de mi camisa


cuando la luz brilla en mi mano. Mi cuerpo se detiene mientras lo
sostengo.

No sé qué me sorprende más: que llevo joyas o que mis captores


todavía no lo hayan confiscado.

Si soy alguien importante, eventualmente lo harán. Otra verdad


que inexplicablemente conozco.

Estudio los dos anillos que adornan mi mano. Una es una banda
de diamantes amarillos. Costoso. El otro es una pieza pulida de
lapislázuli. Pequeños copos de oro brillan entre el azul oscuro de la
piedra, recordándome el cielo nocturno. Este no parece tan caro, pero
quizás significativo.
Mi corazón late fuerte en mi pecho.

Estoy casada.
Dejo que eso se procese. No creo que me guste eso. Incluso sin la
ayuda de los recuerdos, hay algo restringido en la perspectiva.

Aun así, eso significa que alguien me está extrañando en este


momento.

Alrededor de mis anillos, la piel tiene cicatrices, particularmente


mis nudillos. Aparentemente, el guardia no fue la primera cara en la que
se han clavado estos puños. Mis manos, sin embargo, están libres incluso
de la insinuación de arrugas.

Organizo lo que sé: soy joven, mujer—lo saqué del espejo— casada,
peligrosa y valiosa para la causa de estas personas.

Es una combinación improbable.

¿Quién soy para ser tan joven y tan experimentada en las obras
más oscuras de los hombres?

Levanto mi mano otra vez, dejando que los anillos atrapen la luz.

¿Y qué clase de hombre se casaría con una mujer como yo?

EL TICTAC DEL tiempo pasa lento en este lugar. Nadie ha venido


por mí otra vez, pero lo harán.

Inclino mi cabeza hacia atrás contra la fría pared de cemento y


cierro los ojos.

Estoy en la parte de atrás de la habitación. Arrinconada. Los


soldados enemigos se acercan sigilosamente a mí. Entre nosotros, hombres
y mujeres sangrantes yacen inmóviles.

Este es el primer recuerdo que tengo, y es una lucha mantenerlo.


Intento concentrarme en las heridas de los caídos, pero mi mente no
renunciará a esos detalles.
El silbido del metal raspado abre mis ojos. Una bandeja se desliza
a través de la ranura en la parte inferior de la puerta de mi celda. Esos
astutos soldados usan el extremo de una escoba para empujarla; a estas
alturas ya se han dado cuenta de que sacaré un dedo o dos si me dan la
oportunidad.

No soy una persona muy agradable. Me pregunto si ese es el


resultado de la naturaleza o la crianza.

Mi estómago se contrae dolorosamente cuando miro la comida, y


solamente entonces me doy cuenta de cuánta hambre tengo. La
adrenalina y el dolor me habían distraído hasta ahora.

Me levanto y agarro la bandeja. La vista de la comida templa un


poco mi apetito. Si tuviera menos hambre, tal vez simplemente me
saltearía la comida. En su lugar, levanto el utensilio de plástico y pruebo
lo que solo puede describirse como gachas.

Está demasiado salado, y cuanto más como, más mareada me


pongo.

Dejo la comida a un lado y estabilizo mi respiración. Estoy bien,


solamente un poco demasiado desgastada por la batalla. No ayuda que
mi herida en el brazo palpite como si tuviera su propio pulso.

El recuerdo de esos cadáveres vuelve a pasar por mi mente, solo


que ahora, cuando no lo quiero, veo sus heridas en todos sus detalles
horripilantes.

Apenas llego al baño a tiempo.

Mi cuerpo entero tiembla cuando vomito, y toda la comida horrible


que acabo de forzar abandona mi sistema. Me siento débil, muy débil,
cuando me encorvo sobre la taza del inodoro. Mi estómago no solo se
purga de comida. También hay sangre en la mezcla.

¿De mis heridas?

Detrás de mí, la puerta se abre con un crujido. No me molesto en


mirar atrás. Estoy demasiado cansada para defenderme y ya he aceptado
el hecho de que vendrá la tortura. Si es ahora, entonces no hay mucho
que pueda hacer al respecto.
En su lugar, una silla es arrastrada hacia atrás. Alguien se ha
puesto a verme.

—Estás enferma.

Reconozco la voz. Pertenece al general, el hombre que me conoce.

No me sorprende que haya regresado, pero me sorprende el cambio


en su temperamento. Su voz incluso tiene un mínimo de control.

La experiencia que no puedo recordar me dice que no confíe en su


calma. Siempre hay calma antes de una tormenta.

Levanto una mano para tirar el inodoro, luego me arrastro hacia la


pared, apoyando mi espalda contra ella. Estoy sudando, ya sea por
enfermedad, como mencionó el general, o por mis lesiones.

—No me había dado cuenta… —comienza el general, mirándome—


. Cuando estuviste enferma antes, asumimos que tú y mi hijo... —dejó
que la oración se desvaneciera. Su manzana de Adán se balancea.

Intento procesar todo lo que está y no está diciendo.


Aparentemente, estas náuseas son más que solo fatiga, y el general me
conoce el tiempo suficiente para tener una idea de esto. Más
sorprendente, este hombre que se opone al rey es el padre de un hombre
del que alguna vez fui cercana.

—¿Will? —pregunto, recordando el nombre que me arrojó ayer. Hay


algo francamente espeluznante acerca de aprender de una relación y no
tener ningún recuerdo de ésta.

El general inclina la cabeza y asiente.

Tengo miedo de preguntar qué le pasó a Will. Temerosa de todo lo


que este hombre sabe de nosotros.

—¿Realmente no recuerdas quién eres? —pregunta.

Miro los anillos en mi mano izquierda.

—No.
Soy una mujer deshecha. Algo de piel y carne, hueso y conciencia,
pero no una persona, no en el sentido más verdadero. No tengo opiniones,
ni pasado, ni identidad. Me lo han quitado. E incluso aquí puedo sentir
lo incorrecto de ello.

—Ese bastardo —susurra el general.

Miro hacia él. Todo el calor anterior en su expresión se ha ido.


Ahora solo se ve viejo y derrotado.

Me estudia, algo como compasión suaviza sus rasgos duros.

—Nuestras fuentes creían que él había estado trabajando en un


supresor de la memoria. Nunca pensé que lo usaría contigo.

Un supresor de la memoria. Por eso me falta una identidad. Alguien


borró deliberadamente mi memoria: el rey, si puedo creer al general.

Podría estar mintiendo. Sobre todo. Por lo que sé, toda esta
situación se inventó por algún motivo que desconozco.

—¿Quién eres? —pregunto.

—Soy el ex general de las Naciones Occidentales Unidas, las NOU


—dice esto como si fuera a tocar una campana. No lo hace.

—¿Quién soy yo? —pregunto.

—Eras nuestra antigua emisaria.

Pasado.

—¿Pero ya no lo soy? —La celda es una prueba de eso. Aun así,


quiero saber qué cambió entre entonces y ahora.

El general se frota la cara.

—No, Serenity —suspira—. No.

Barba blanca crece a lo largo de sus mejillas y mandíbula. No me


parece un hombre que olvide afeitarse. Todo en él grita derrota, a pesar
del hecho de que una vez que haya terminado aquí, será el que salga por
esa puerta como un hombre libre.
—¿Qué pasó? —pregunto.

No creo que me vaya a responder. Estoy dando un paso fuera de la


línea, la prisionera haciendo preguntas a su captor. Pero, entonces habla.

—Las NOU se rindieron al Imperio del Este y tú formaste parte de


la garantía.

Frunzo el ceño. Lo que dice no tiene sentido.

—Es mi culpa —admite, inclinándose hacia adelante en su asiento.


Enrosca sus manos y las apoya entre sus piernas—. Hice la llamada para
entregarte al Rey Lazuli.

Lazuli, como la piedra en mi dedo. Mi estómago cae.

—¿’Entregarme’? —Hace que parezca que no era nada más que una
mercancía. Poco más de lo que soy ahora: un medio para un fin para
estas personas.

—Era la única manera —dice el general. Me está suplicando, y


puedo decir que hace mucho tiempo que la decisión le costó—. El rey
estaba preparado para destrozar las NOU. Tú eras la única ficha de
negociación que teníamos, y Dios, él te quería tanto. Estaba dispuesto a
darnos todo lo que queríamos.

La bilis se levanta de nuevo en mi garganta y la trago de nuevo.

—¿Por qué me quería?

Inclina la cabeza, mirando sus manos entrelazadas.

—Dejaste... una gran impresión cuando tú y tu padre negociaron


los términos de la rendición de nuestra nación.

—¿Así que me entregaste a él… a cambio de la paz? —le digo,


dándole sentido a sus palabras.

Se frota los ojos.

—Sí, lo hice.
La indignación estalla en mí. Puede que no recuerde esta decisión,
pero tuve que vivirla en algún momento. Este general me ofreció a nuestro
enemigo. No importa que haya salvado muchas otras vidas. Este era el
mismo hombre con el que debí haber trabajado—con cuyo hijo tuve algún
tipo de relación—y sin embargo, me tiró a los lobos.

Miro fijamente mi anillo mientras una idea aún más aterradora


toma forma.

—No trabajo para el rey, ¿verdad?

El general suspira y se encuentra con mis ojos.

—No, Serenity, no trabajas para el rey. Estás casada con él.


Capítulo 3

Traducido por 3lik@

SERENITY

ENTREGADA AL REY como premio de guerra.

—¿Lo amo?

El general me mira de reojo.

—Mató a tus padres, arrasó con tu ciudad natal, y si esa


enfermedad es lo que sospecho que es…—Señala con la cabeza el baño—
, entonces también tienes que agradecérselo. No, no creo que lo ames,
pero sí creo que ha envenenado tu mente.

Frunzo el ceño. Esta historia se está volviendo más y más retorcida


y más difícil de creer. Este rey suena como el diablo. Sin embargo, aquí
estoy, prisionera de las mismas personas por las que luché una vez.
Tengo que estar perdiéndome algo. No importa lo cruel que pueda ser,
uno no pasa del odio al amor ni intercambia lealtades sin una buena
causa.

—¿Por qué me casaría con él?

—Fuiste obligada a hacerlo.

Estar casada con el asesino de mis padres... un escalofrío me


atraviesa. Puede ser que no tenga corazón, pero incluso no merezco ese
tipo de destino.

—¿Quiénes son estas personas? —Miro el espejo unidireccional.


—Son los últimos soldados dispuestos a luchar contra el rey. El
mundo ahora está controlado enteramente por él. La Resistencia y otras
organizaciones de base son las únicas que se interponen en su camino.
Tú y nosotros.

Alguien llama a la puerta, y el general se pone de pie.

Duda, luego dice:

—Tal vez sería mejor llevarte afuera y mostrar lo que tu esposo ha


hecho a nuestro mundo.

Levanto las cejas.

—Nunca he oído hablar de un prisionero que tenga ese tipo de


privilegio. —No es que haya oído mucho de nada desde que mi memoria
fue borrada. Es un misterio cómo sé cuál debería ser la experiencia típica
de un prisionero, y la fuente del conocimiento no dejó la marca del
fabricante.

—No eres un prisionero típico —dice el general—. Para bien o para


mal, eres la reina de toda esta tierra.

Se detiene en la puerta.

—Nadie aquí va a torturarte. No si puedo evitarlo. Pero la realidad


de tu situación es que tu vida ya no está bajo tu control.

—¿Fue así alguna vez? —pregunto, buscando en sus ojos.

Realmente quiero saber. ¿Elegí hacer el mal por estas personas, o


fui forzada a hacerlo? La distinción importa.

El general duda.

—No —dice finalmente—, no lo fue.

ENCUENTRO QUE EXTRAÑO al general una vez que se va. No


quiero extrañarlo. No me hago ilusiones de que le guste, y al final de
nuestra discusión, tampoco estoy segura de que me guste tanto.

Sin embargo, me conoce y ha sido lo suficientemente civil, que es


más de lo que puedo decir sobre el resto de mis captores.

Empiezo a moverme por la habitación.


Sábana, cama, pared, techo, suelo. Anillos, camiseta, pantalones,
zapatos. Los nombres de cada elemento vienen sin dudarlo, pero no tengo
recuerdos que adjuntar a cada uno de éstos.

Me concentro en los eventos recientes. Aquí apoyada contra una


barrera. Una parte de mí quiere decir que el mundo está sufriendo. La
escasez de alimentos, la tierra contaminada, la guerra que prevalece. No
sé cuánto de esto estoy adivinando a partir de los fragmentos que he
escuchado y cuánto es conocimiento real.

¿Qué año es? Comienzo a fijar fechas de eventos históricos. Los


años 1700, 1800 y 1900 son lo suficientemente distintos del presente
como para que pueda escribirlos como el pasado. Pero la década de los
2000... mi conocimiento de este siglo es confuso, y cuando pienso en los
2100 y más tarde, no puedo conjurar nada. En realidad resoplo con una
risa. He reducido el año: más o menos un siglo.

Sé cómo es la gente, pero no puedo imaginarme a nadie que


conozca, aparte del Teniente Begbie y el general. Mi cabeza comienza a
doler por el esfuerzo.

No tengo una conmoción cerebral después de todo, al menos no


una responsable de mi asombrosa pérdida de memoria. El rey hizo esto.

El rey, mi esposo. Un hombre dispuesto a destrozar el mundo para


satisfacer su propia necesidad de poder, un hombre que me obligó a
casarme. Este no es un hombre adecuado para gobernar sobre los demás.
Este no es un hombre apto para nada, en realidad, excepto una muerte
rápida y sangrienta.

No es hasta que mucho, mucho más tarde alguien vuelve. Para


entonces estoy dormitando en el colchón delgado. Se abre la puerta de
mi celda y entra el Teniente Begbie, seguido de un soldado.

Me estremezco al despertarme. Este tipo de escalofrío viene de


adentro hacia afuera. Sé sin mirar que mi herida en el brazo está
empeorando.

—Buenos días —saluda.

Saco mis pies fuera de la cama y reprimo un gemido. El movimiento


me lo impide. Cuadro mis hombros, estiro el cuello y rechazo el dolor.
Puedo lamer mis heridas después.

Begbie rodea la mesa de entrevistas en mi celda y toma asiento. La


mesa está atornillada al piso, pero las sillas no lo están.
Ya he considerado todo en esta sala como un arma potencial. Las
sábanas pueden sofocar, las sillas pueden aporrear, mi almohada puede
asfixiar. Esa clase de muertes requieren intimidad y fuerza, ninguna de
las cuales tengo en este momento. Por lo tanto, he tenido que evaluar a
los soldados que entran en la habitación.

Esta vez pusieron a un novato para vigilar la puerta. Puedo verlo


en su mandíbula; se está forzando en verse estoico. Los soldados más
experimentados no tienen que forzarse nada. Lo han visto y lo han hecho
todo, y si no ha roto su mente o su voluntad, se convierten en un tipo
completamente nuevo, letal, y algunas veces te dejan ver el vacío en sus
ojos.

Los ojos de este soldado no están vacíos, a pesar de todos sus


valientes esfuerzos. Alejo mi mirada de él antes de que él o Begbie noten
mi interés.

—Estamos en negociaciones con el rey en este momento —dice


Begbie.

El rey. No quiero ninguna parte de su locura.

Tomo asiento frente a Begbie.

—¿Sabe que estoy aquí?

—Desde mi punto de vista, soy el único que debería estar haciendo


preguntas.

Begbie se recuesta en su asiento y se cruza de brazos, poniéndose


realmente cómodo.

—Hay un rumor por ahí que el rey es inmortal, que no puede morir.
Tenemos un video del rey recibiendo un disparo en el corazón. Otro, una
granada lo está golpeando. Ambos fueron golpes contundentes, pero ese
cabrón aún sigue vivo.

El general nunca mencionó esto. A pesar de mí misma, los vellos


de mis brazos se levantan. Con memoria o no, estoy bastante segura de
que la inmortalidad es imposible.

—Es responsable de la muerte de sus amigos y familiares, se ha


apoderado de su país y quiere que vuelva. Si los rumores son ciertos, se
da cuenta de que no lo están matando, ¿verdad? Tendrá que vivir con él,
el hombre responsable de la muerte de sus compatriotas, y querrá cosas
de usted… el sexo entre ellos. Seguirá siendo apodada traidora, mientras
duerme con el asesino de sus padres. Y, francamente, no veo ningún final
a la vista para usted.

Estoy mirando a Begbie, aunque mi veneno no está dirigido a él.


No realmente.

Sin embargo, no le creo. No completamente. Es posible que el rey


haya matado a mi familia, derrotado a las naciones, me haya quitado la
memoria y me haya obligado a casarme, pero no creo que haya
descubierto el enigma de la inmortalidad.

Me inclino hacia adelante.

—Está equivocado, Teniente. Todo puede morir.

Amor, odio. Incluso reyes.

ANTES DE QUEél tenga tiempo de responder, un soldado abre la


puerta y se inclina.

—Preparen a la prisionera.

El Teniente Begbie se pone de pie.

—Ponga sus manos detrás de su espalda —me ordena.

Podría escapar ahora. Para cuando el teniente descubra mis


motivos, ya sería demasiado tarde. Me robaría esa pistola enfundada a
su lado. Apostaría a que el novato no me dispararía antes detener la
oportunidad de dispararle.

Podría hacerlo, confío en mi juicio y ya sé que tengo memoria


muscular. Sin embargo, cada fibra de mi ser se retuerce ante el
pensamiento. Lo que sea, no soy un monstruo por casualidad.

Sino por necesidad.

—Ponga sus manos detrás de su espalda —dice Begbie con más


énfasis.

He perdido mi oportunidad.

Lo hago, y él me abofetea más fuerte de lo necesario. Me paso la


lengua por los dientes, apretando la mandíbula mientras mis muñecas
en carne viva y mi herida de bala pican. No ayuda que el teniente me
hale.

El dolor es un compañero cálido. Debo haberlo sabido bastante


bien antes de hoy, ya sea a manos de la NOU o del rey. Probablemente
ambos. Parece que son dos caras de la misma moneda.

Begbie y el soldado me escoltan fuera de la celda, y tengo mi primer


buen vistazo al exterior de mi prisión. Más paredes de cemento y luces
fluorescentes. No hay ventanas.

—¿A dónde vamos?

Nadie me responde.

Podría estar caminando hacia mi muerte. O a una cámara de


interrogación, del tipo que deja dientes y manchas de sangre. Ahora sé
por qué estaba tan dispuesta a matar, a pesar de mi disgusto. Ser blando
no te salva en este lugar. El poder lo hace, el miedo lo hace, y el dolor lo
hace.

Si tengo la oportunidad de actuar de nuevo, no dudaré.

ME LLEVAN POR el estrecho corredor. Hacemos varios giros, y


memorizo cada uno. La monotonía de esta prisión no cambia
exactamente, pero la atmósfera sí lo hace. Un número creciente de
personas vagan por los pasillos. Cuando sus ojos se posan en mí, los veo
reaccionar. A veces es solo reconocimiento, otras veces es miedo o ira o
lástima.

Me conocen.

¿Qué había estado esperando? Soy la esposa del rey.


Probablemente una figura pública.

Nos detenemos frente a una puerta, y al otro lado oigo murmullos.

Una ejecución, entonces. La tortura no requiere tanta gente,


pienso.

Solo que, cuando abren la puerta, mis presunciones desaparecen.


Delante de mí descansa una cámara y una silla, esta última actualmente
ocupada por un soldado.

Pero eso no es lo que capta mi atención.


En la parte posterior de la sala hay una gran pantalla. Mi
respiración se detiene cuando mis ojos se posan en ésta, y de repente me
laten los oídos.

El soldado que está sentado frente a la cámara se gira, luego se


para cuándo nos ve. Mis guardias me hacen avanzar y me obligan a
sentarme en el asiento cedido.

Todo el tiempo miro al hombre cuya cara ocupa la pantalla.

Esperaba una abominación.

No esto.

Se supone que el mal es feo, pero él no es feo. De hecho, este


hombre—mi esposo, si mi suposición es correcta—es más que un poco
agradable de mirar.

Sin arrugas, piel oliva, cabello oscuro peinado hacia atrás de su


rostro, una nariz fuerte y recta, ojos que atraen, y una boca que promete
secretos y una lenta seducción. ¿Por eso me casé con él? Dios, espero
que no. No quiero saber quién era, si esa fuera la razón.

Mi corazón late más rápido. Él es precioso, pero no es su aspecto


lo que me ha conmovido.

Me reconozco en sus ojos. Incluso tan confundida como está mi


mente, incluso sin ser consciente de mi pasado como lo soy, algo en él
resuena profundamente dentro de mí. No sé qué es lo que siento o qué
significa, pero ya no puedo pensar en él de manera objetiva.

—Serenity. —No dice mi nombre de la misma manera que lo hacen


mis captores, como si yo fuera la maldición de la tierra. Lo dice como si
fuéramos amantes.

Somosamantes.

Me quiere de vuelta. Puedo leerlo claramente en su rostro, en la


forma en que sus pupilas se dilatan. Este es el hombre que todos temen
y odian. Un hombre, si son convencidos, que temo y odio.

—Rey Lazuli —contesto.

¿Por qué querría que volviera, este hombre que está tan dispuesto
a arruinar mi vida?

—Montes —corrige. Me da la impresión de que lo ha hecho antes,


corregirme.
Su mirada recorre mi rostro, y me doy cuenta de que su frío exterior
esconde un pozo de emociones. Una vena en su sien palpita.

—¿Qué te han hecho?

Esta abominación de ser humano se preocupa por mí. No se suma


a lo que he aprendido de él.

Y ahora, una palabra equivocada y esta casa de naipes caerá. Ese


es el tipo de poder que siento que soy, siendo la esposa del rey. Los
matará a todos y, a diferencia de mí, lo disfrutará a fondo.

—Estoy bien.

Su mandíbula se aprieta ligeramente. Eso y la vena palpitante son


los únicos signos que siente. Las palabras del rey son sutiles, pero
todavía estoy sorprendida de lo genuinas que son sus emociones hacia
mí. Quienquiera que sea Montes Lazuli, en este momento es más hombre
que pesadilla.

Es extraño que ahora mismo, de los dos, yo sea la más fría. Mi


corazón está hecho de acero e hielo y no puedo reunir la emoción para
que coincida con la suya.

—Voy a sacarte de allí —dice—. Pero, necesitas seguir con vida para
mí.

No puedo volver con él. No puedo. Él tiene poder sobre mí, un poder
que no tiene nada que ver con el dolor y el castigo. Estoy cautivada por
él, y teniendo en cuenta la forma en que rastrea todos mis movimientos
a través de la pantalla, el sentimiento parece mutuo.

—Se acabó el tiempo —alguien dice—. Hemos probado que está con
vida.

—Viva y herida —dice el rey. Una docena de amenazas ata su voz.


Me temo que si vivo lo suficiente, veré a cada uno de ellos llevado a cabo.

A mi espalda, varios soldados se acercan. Miro al hombre guapo al


otro lado de la pantalla por última vez.

—Quienquiera que seas, espero que hayas valido la pena. —


Después de todo, la tortura y la muerte aún me aguardan. Espero que la
Serenity que tuvo un pasado estuviera satisfecha.

Después de eso me arrastran.


—¡Serenity! Espera... —Puedo escucharlo en mi espalda, su voz se
eleva mientras grita a quien quiera que escuche que no ha terminado de
hablar conmigo.

Sí, mi esposo me quiere de vuelta y me protegerá como un dragón


hace con su tesoro. Dudo mucho que disfrute de ese tipo de protección.

Un dolor comienza en mi pecho cuando vuelvo a mi celda. Estoy


atrapada entre los deseos del rey y los de esta organización, y no hay
lugar para los míos. A medida que el dolor crece, me doy cuenta de que
no es miedo ni tristeza.

Es rabia.

Otras personas me metieron en este lío; no me van a sacar de éste.


Yo lo haré.

Y saldré de esta, o moriré en el intento.


Capítulo 4

Traducido por Taywong

SERENITY

LA INFECCIÓN COMIENZA a instalarse.

Mis manos tiemblan mientras desenvuelvo la gasa sobre mi brazo.


Un escalofrío carcome mi cuerpo. Necesito ver qué tan malo es, pero no
quiero. Mi piel ya está hinchada por encima y por debajo de las vendas.
No será bonito.

No oigo nada fuera de las paredes de mi prisión. Si los soldados


están mirando, han decidido no interferir.

Mis ojos arden, y al quitar capa tras capa, puedo decir que estoy
peor de lo que pensaba. Un olor asqueroso emana de mis vendas, y se
hace más fuerte cuanto más las desenrollo.

La última capa de gasa es la peor. El material se ha fusionado con


la herida. Aprieto la mandíbula mientras la despego. El dolor arde tan
brillantemente que mi visión se nubla. No puedo detener el grito
agonizante que se me escapa. Mi aliento sale en jadeos. Sudor en forma
de gotas a lo largo de mi frente. Con un último tirón, quito el último
vendaje.

Me había preparado para la vista salvaje de mi lesión, pero todavía


es difícil de ver. La sangre y el pus cubren la herida. La piel sucia a su
alrededor está tan hinchada que parece que está a punto de estallar.
Alcanzando la bandeja de comida intacta que recibí hace un rato,
tomo la taza de agua. Tomando un aliento fortificante, la derramo sobre
la herida.

Tan pronto como la primera gota llega a mi piel, el dolor explota.


Mis dientes están fuertemente apretados, así que mi grito se escapa como
un silbido de aire. Mi visión se nubla de nuevo y estoy ciega por un par
de segundos mientras lucho por mantenerme consciente.

La taza vacía se desliza de mi mano y paso los siguientes minutos


temblando y apretandomi brazo en mi pecho.

En el pasillo fuera de mi celda, oigo voces alzadas. Suenan


asustadas, y se están acercando.

No dejes que el enemigo vea tus debilidades.

Necesito volver a envolver mi brazo. El pensamiento aprieta mi


estómago.

A regañadientes me arrastro hasta los vendajes desechados.


Usando mis dientes, arranco la parte sucia de la tela. La agonía es aún
peor esta vez, tan mala que tengo que pausar dos veces para vomitar. La
herida no quiere ser vendada, y mis mejillas están mojadas para cuando
estoy atando el nudo.

¡BOOM!

La tierra tiembla, y casi caigo sobre mi brazo herido. Me arrastro


contra la pared. Miro por encima de mí.

Las voces en el pasillo se convierten en gritos.

¡BOOM!

La puerta de mi celda se abre. Un soldado entra corriendo y me


agarra, maldiciendo todo el tiempo. Grito mientras aprieta mi brazo
herido. Antes de decidir conscientemente golpearlo, mi brazo bueno sale
disparado y golpea contra su nariz. La oigo crujir, y él grita, soltándome
para aferrarme a ella.

El tiempo de cumplimiento hace tiempo que se ha agotado. Si no


quiero morir en esta prisión, ahora es mi oportunidad.

Mientras está distraído, tomo su arma de la funda. Quitando el


seguro, la inclino y le disparo en el muslo. No hay vacilación sobre mis
acciones. No hay incertidumbre.
Él aúlla, cayendo sobre sus rodillas. Lo observo
desapasionadamente y mi falta de reacción me aterroriza.

Mientras se retuerce en el suelo, otro soldado comienza a entrar en


mi celda. Aprieto mi mandíbula contra el dolor en mi brazo mientras
levanto el arma y disparo. La bala le pega en el hombro.

No solo puedo herir sin remordimientos, sino que sé cómo y dónde


disparar a un hombre sin matarlo.

Niego con la cabeza, más que un poco de curiosidad por saber qué
tipo de chica rompe-bolas era antes de perder la memoria.

Antes de que la puerta pueda cerrarse con un clic, me obligo a salir,


ignorando el dolor de mis heridas cuando paso por encima del hombre y
empujo mi cuerpo febril para que entre en acción.

¡BOOM!

Mi espalda choca contra la pared. Las luces fluorescentes


parpadean.

Aquí oigo gritos y el eco de docenas de pasos golpeando.En algún


lugar de la distancia, se disparan balas.

Un hombre uniformado pasa corriendo. Solo después de pasar a


mi lado se detiene para echar un vistazo hacia atrás. Le apunto con mi
arma.

—Sigue moviéndote —digo.

Este es más listo o menos valiente que sus camaradas porque lo


hace.

Necesito salir de aquí antes de que alguien decida que valgo la


pena. Empiezo a trotar, apretando los dientes contra el dolor en la
pantorrilla. Hago una curva a la derecha y luego a la izquierda, siguiendo
los sonidos hasta su fuente.

En el caos, nadie me detiene, aunque varios de ellos se detienen


cuando reconocen mi rostro. El arma en mi mano parece disuadirlos de
hacer algo más.

¡BOOM! Los gritos aumentan en número y volumen.

Las luces parpadean de nuevo. Vamos a perder la electricidad


pronto. Acojo con satisfacción la posibilidad. Por el momento, soy
demasiado reconocible.
Delante de mí, la gente se apiña en una escalera y desde mi punto
de vista, parece que están bajando las escaleras. La mayoría, pero no
todos, usan ropa de faena. Lo dudo. O se escapan o refugian allí abajo,
pero también lo están mis enemigos.

Tomando una decisión improvisada, me dirijo a la masa de gente,


manteniendo la cabeza agachada.

Nos arrastramos hasta el hueco de la escalera, y la corriente de


cuerpos intenta arrastrarme por las escaleras, pero yo no quiero bajar.
Quiero subir.

Es a medida que trato de liberarme que me hago notar.

—Oye —dice un soldado a mi lado, agachándose para mirarme—,


¿eres tú...? Mierda, es la Reina Lazuli —dice, más a la gente que le rodea
que a mí.

La gente mira y comienzan los murmullos. ‘Reina Lazuli’‘¡Es la


reina!’ ‘¡Que alguien la agarre!’

Me enderezo; es inútil esconderse ahora que mi tapadera ha sido


descubierta.

Justo cuando la primera mano me alcanza, levanto mi brazo bueno


en el aire, el que sostiene el arma. Apunto a la bombilla que ilumina el
hueco de la escalera, y luego aprieto el gatillo.

La bombilla se rompe y el hueco de la escalera se oscurece. A mí


alrededor, la multitud grita y se cubre la cabeza.

—¡El siguiente va al cerebro de alguien! —grito por encima del


ruido.

La gente se aleja de mí como si tuviera la peste.

Empujándome el resto del camino entre la multitud, me dirijo hacia


arriba. Nadie más intenta detenerme, demasiado decididos a salvar sus
propias vidas.

Cuanto más alto subo, más nítidos se vuelven los ruidos de la


batalla. Puedo oír órdenes a gritos y el ruido de las ametralladoras, del
tipo que se monta en un vehículo en lugar de en una persona. Es más
fuerte, se puede oír la fuerza del contragolpe.

De nuevo, me pregunto cómo lo sabía.


Me apoyo pesadamente en la barandilla metálica mientras una
serie de escalofríos me atraviesan. Me arden los ojos. Probablemente no
importa si logro escapar o no. Estoy bastante mal. Me doy otro día antes
de que la fiebre me lleve por completo, y entonces dependerá de la Madre
Naturaleza decidir mi destino.

El siguiente piso es donde el ruido es más fuerte. Planta baja. Me


preparo para el ataque de los soldados, preparando mi arma, pero las
únicas personas que entran por la escalera llevan heridos, y no tienen
tiempo para mí.

Sigo las escaleras subiendo dos pisos más hasta la cima. Todo está
tranquilo aquí.

Corriendo por instinto, me escabullo.

Entiendo inmediatamente por qué no hay nadie aquí. Materiales de


construcción, muebles rotos y un par de miembros ensangrentados
ensucian el suelo. El piso fuera del hueco de la escalera se derrumba, y
a menos de veinte pies de distancia de mí, se ha derrumbado
completamente. En varios lugares los fuegos chisporrotean. Acepto el
calor contra mi piel febril.

El lugar fue bombardeado. No me extraña que no haya nadie.

Más allá de los enormes restos de este edificio, otro edificio arde al
otro lado de la calle, iluminando la noche oscura. Entre los dos, oigo más
que ver las peleas. El aire está lleno de humo nebuloso y huele a pólvora
y a cuerpos carbonizados.

El infierno ha llegado a la tierra.

El chillido de un jet sacude el edificio mientras se precipita, y me


agarro a una pared para apoyarme.

Mi estómago se aprieta con el ruido, como si supiera algo que yo


no sé.

Lo hace.

Cuando la explosión golpea, el sonido me consume. Grita a través


de mi piel y cuando mi cuerpo es lanzado hacia atrás, el último
pensamiento que tengo es que de todas las formas que pensé que podría
morir, esta es la más preferible.
LUCHO CONTRA LA conciencia. Todo ya duele. No quiero
enfrentarlo.

Mi cuerpo no me da opción. Me quejo mientras me muevo.

Estoy en llamas. Debo estarlo.

La fiebre ha empezado a subir y me están cocinando de adentro


hacia afuera.

Abro los ojos y chupo mis labios agrietados, saboreando hollín y


yeso sobre ellos.

¿Dónde estoy?

Basura y escombros llenan el suelo en el que estoy yaciendo.


Recuerdo estallido de locos que me había hecho aquí y los sonidos de las
peleas.

Todo está en silencio ahora.

Los rayos de la luz de la madrugada fluyen desde el enorme


agujero, y mi garganta se aprieta. Es la cosa más hermosa que he visto
desde que tengo memoria.

Me arrastro hasta el borde de lo que queda de la habitación, donde


el suelo se cae. Me recuesto directamente bajo un rayo de esa luz
matutina. Toca mi piel y toda la depravación de este lugar no puede
arruinar este momento. Cierro los ojos mientras una lágrima sale.

No voy a morir aquí. No entre mis enemigos.

Me arrastro de vuelta a la escalera, agarrando mi arma caída de


entre los escombros. Se me debe haber caído durante la explosión.
Temblorosamente, me pongo de pie y meto el arma en la parte baja de mi
espalda, poniendo el seguro.

Todo me duele. Dios, qué dolor. No me permitiré concentrarme en


el dolor o en el silencio inquietante.

Cuando llego al nivel del suelo, nada se mueve. Solo los muertos
viven aquí ahora.

Me dirijo hacia lo que debe ser la fachada del edificio, ignorando


varios cuerpos que están caídos contra la pared o separados a lo largo
del suelo.Las bombas no llegaron a esta sección, y la puerta principal que
tengo delante sigue intacta.
Solo un tonto se dirigiría a la carnicería, pero estoy más allá de
jugar a lo seguro.

Me meto en la luz con piernas temblorosas. Parpadeo un poco de


la neblina inducida por la fiebre para ver lo que me rodea.

Los rayos rosas del amanecer tocan cuerpos dispersos. Docenas de


ellos. Tal vez cientos. La luz de la mañana ya no parece tan tranquila.

Es como mi primer recuerdo, pero peor. Un mar de soldados rodea


el edificio al que acabo de salir. Todos muertos. Ni siquiera oigo gemidos
o sus agonías.

Me pica la piel, y no puedo decir que sea por la fiebre esta vez.

Alguien los atacó tan profundamente que nadie sobrevivió, y


ninguno de los vivos han venido a recogerlos.

El rey.

Los han matado fácilmente, como un pez en un barril. No es solo


por las explosiones tampoco. Sus cuerpos están plagados de balas, y
algunos parecen hinchados, sus ojos vacíos saliendo de sus cuencas.

La nieve me golpea, enredándose en mi cabello, y me distrae del


cementerio de los cuerpos. Está nevando. Solo que el aire caliente sopla
sobre mí como el aliento del diablo.

Atrapo un copo en mis manos acunadas, sosteniéndolo como si


hubiera atrapado una mariposa. Abro las manos lo suficiente para ver mi
hallazgo. Es gris y delgado como el papel.

No es nieve. Ceniza.

Miro por encima de mí. El cielo parece magullado, al igual que las
nubes. Y huele...huele como el infierno debería oler. De azufre y de leña.

Mi mirada se mueve de mis manos a mis pies. Entre los cuerpos,


pilas de ceniza se arremolinan como hojas caídas. Hasta que mis ojos se
mueven. Arriba, arriba, hasta que veo montones de escombros y postes
de teléfono inclinados. Las calles en ruinas, algunas con grandes
sumideros, se extienden hacia las ruinas de una ciudad.

Mi memoria cuidadosamente diseñada nunca me mostró esto. No


sabría cómo encadenar tantas cosas horribles.

Ninguno de los rascacielos está completamente intacto. Algunos se


veían masticados, como si viniera una criatura gigante, probaban un
poco y se daban cuenta de que les faltaba. Otros parecen estar en
descomposición, perdiendo lentamente sus elegantes exteriores
cromados y sus cristales tintados por los cables de acero y los esqueletos
de hormigón. Un rascacielos parece como si alguien le hubiera clavado
un hacha gigante y la hubiera talado como un árbol. Su mitad superior
se apoya en otra.

Luego están los enormes agujeros entre algunos de ellos, como si


algunos de estos gigantes ya se hubieran derrumbado.

¿Aún vive gente allí? ¿Qué clase de existencia deben buscar?

Doy algunos pasos más hacia adelante. La visión de este mundo—


mi mundo, el que no recuerdo—me roba el aliento.

El zumbido de un motor me hace apartar los ojos de las ruinas y


mirar hacia el cielo. A lo lejos puedo distinguir varios aviones.

Estaba equivocada al pensar que había seguridad en el silencio.


Los aviones no han terminado con este lugar. Empiezo a moverme,
aunque lo único que quiero es derrumbarme.

Veo un vehículo militar parcialmente enterrado bajo los escombros.


Me tropiezo sobre éste. A medida que me acerco, puedo oír el ronroneo
de un motor en marcha en vacío. La ametralladora responsable del ruido
anterior está soldada al lecho de este vehículo. El cuerpo de un soldado
derrumbado sobre el arma.

La ventana del lado del conductor está destrozada, y cuando abro


la puerta, otro cuerpo se cae.

Estoy entumecida al ver la muerte. Paso por encima del soldado


muerto sin darle una segunda mirada y me meto en el auto.

La llave ya está en la ignición, así que todo lo que tengo que hacer
es poner el auto en reversa y presionar el acelerador para ponerlo en
marcha. Oigo un golpe enfermo cuando el cuerpo en la cama del vehículo
golpea la pared metálica que nos separa. Vienen más golpes enfermos
cuando conduzco sobre los cuerpos tirados en el suelo. Me agarro el
volante con el puño blanco mientras cada uno empuja mis heridas y
sacude mi estómago inestable.

Mis manos tiemblan, sudor empapa mis ropas, y solo la auto-


preservación me sostiene. Maniobro el auto fuera del cementerio, y luego
salgo.
El vehículo se arrastra por la calle que lleva a la ciudad. Ráfagas
de viento atraviesan las ventanas rotas, azotando mi cabello alrededor de
mi rostro.

Ya no puedo ver los aviones invasores, pero no hay forma de que


haya escapado sin ser detectada. Las calles que conduzco están
completamente abandonadas. Me he convertido en un objetivo
simplemente por estar sobre ellas.

Ahora que estoy libre de mis captores, podría simplemente


detenerme y hacer señas para que baje uno de estos jets. Es probable
que sean del rey. Pero no tengo forma de saber si me reconocerán.
Podrían confundirme con un enemigo y matarme a tiros.

Y luego hay un asunto más importante de volver con el rey. Si


quiero vivir, él es mi última oportunidad. ¿Pero qué querría un rey
depravado de una mujer herida, que pronto será amputada y que no tiene
memoria? No puedo imaginarme que me gustaría lo que sea que tenga
reservado.

No, mejor morir en mis propios términos que vivir en los suyos.

Una botella de líquido ámbar descansa en el asiento de al lado, y


la agarro, desenroscando la tapa y levantándola hacia mi nariz. El olor
astringente del alcohol quema mi nariz.

Lo llevo a mis labios y tomo varios tragos. Hago muecas al sabor y


mi estómago se agita. Pero en su estela, un agradable calor se extiende
por mi garganta, quitándome el más mínimo rasguño del dolor.

Una vez que tenga la oportunidad de parar, verteré el resto en mi


herida. En este momento, dudo que sirva de mucho—el brazo
probablemente tenga que irse—pero estoy demasiado desesperada para
no intentarlo.

De cerca, la ciudad está peor de lo que pensaba al principio. Tengo


que girar alrededor de montones de escombros, y en un momento dado,
dar la vuelta y tomar una ruta alternativa por completo. Las estructuras
que se elevan a cada lado de mí han sido marcadas, y los agujeros de
bala en muchos de ellos.

Hay mucha evidencia de civilización, pero no veo ni una sola alma.

Un sonido como un trueno se eleva detrás de mí. Cuando miro por


los espejos laterales, veo un helicóptero que se dirige directamente hacia
mí. Rápidamente se adelanta al vehículo, antes de virar a la izquierda y
dar vueltas alrededor.
—Mierda.

Sacudo el volante y meto el auto en un aparcamiento subterráneo.

Al otro lado de la calle, un edificio se eleva en el aire. La mayoría


de sus ventanas hace tiempo que se han caído, pero parece lo
suficientemente resistente como para que la ocupe hasta que pase el
helicóptero.

Metiendo la botella de licor en mi bolsillo trasero, salgo del auto y


me dirijo al rascacielos de enfrente. El hueco de la escalera dentro de los
troncos un poco hacia un lado. Todo el edificio está comenzando su lento
deslizamiento de vuelta a la tierra.

Lo hago en diez pisos antes de tambalearme en un piso al azar.


Este es el último empujón que mi cuerpo soportará. Puedo sentirlo en mi
médula.

Las ventanas de cristal que una vez cubrieron las paredes


exteriores están destrozadas. Un viento aullante se desliza por lo que
queda, levantando polvo y agitando mi cabello.

Las cuchillas del helicóptero baten afuera, y puedo oír un coro de


motores acercándose a nuestra ubicación.

De alguna manera, el rey me ha encontrado.


Capítulo 5

Traducido por Liliana

SERENITY

SACO EL ARMA de la parte baja de mi espalda.

Botas pesadas corren por las escaleras. Comienza la


desesperación.

Enferma, herida, pero no libre. Nunca libre.

Retrocedo cuando los hombres del rey salen de la escalera. Hay al


menos una docena de ellos y están cubiertos de pies a cabeza. Sus armas
están al descubierto, pero casi inmediatamente sus cañones giran
alrededor de la habitación, buscando otras amenazas que no sean las
que están frente a ellos.

Uno de los hombres se desplaza por el grupo y se quita el casco.


Tengo que bloquear mis rodillas para no caerme.

El rey.

Mi torturador y mi marido.

No lo recuerdo, y sin embargo, una parte de mí sufre con tanta


ferocidad que sé que está impreso en mis huesos. O tal vez es solo la
mirada en sus ojos. Es la primera vez que veo compasión, y eso presiona.

También hay una buena dosis de horror en sus ojos. Trazan cada
uno de mis rasgos. Puede ver mi enfermedad y mis heridas.
Con una temblorosamano, apunto el arma hacia ese rostro. No
quiero sentirme así, como si le perteneciera a alguien. Preferiría morir
antes que vivir prisionera barajando entre dos enemigos.

Detrás de él, sus hombres apuntan sus armas sobre mí. El rey
levanta una mano y hace señas a sus hombres para que mantengan el
fuego.

—Baja el arma, Serenity.

No lo hago. No reacciono en absoluto. Soy incapaz de reaccionar,


congelada entre mi corazón y mi cabeza.

Él debería morir.

Debe vivir.

Tiene que pagar.

Me quiere a salvo.

—Bájala. —Creo que tiene una idea de dónde está mi mente porque
está persuadiéndome—. No me vas a disparar.

Amartillo el arma.

Su cuerpo se tensa ante el sonido, pero todavía está avanzando.

—No puedes matarme. Tú lo sabes. Mis hombres te derribaran si


no bajas el arma y vienes conmigo.

—No puedo. —No sé nada más aparte de esto: luchar contra las
causas perdidas. Siempre tuve la intención de caer con el barco, no de
sobrevivir.

—Puedes. Mi reina, ya lo has hecho antes.

Vacilo, buscando un recuerdo que no está allí.

Mi objetivo cae. Una ola de mareo pasa por encima de mí y tropiezo.

—¿Serenity? —¿Es mi imaginación, o el monstruo en frente de mí


suena aterrado?

Intento enfocarme en el rey, pero mi visión se está nublando. Lucho


por mantenerme en el momento, pero mi cuerpo finalmente se está
rindiendo.
EL REY

LOS OJOS DE Serenity se revierten. Haciendo caso omiso de las


advertencias de mis hombres, corro la última distancia entre nosotros y
la atrapo mientras cae, su arma cae al suelo sin causar daños.

Esta salvajemujer. Aprendí hace mucho tiempo que era más feroz
una vez que apartabas sus capas. Lo que sea que le haya pasado en los
últimos días hizo hecho exactamente eso. No diferencia enemigo de
amigo.

Me quito un guante y le toco la mejilla. Está ardiendo.

—Serenity. —La sacudo ligeramente—. ¡Serenity!

Gime pero no se despierta.

—¡Soldados! ¡Necesito un médico!

Los hombres corren a mi lado, y las cosas pasan rápidamente


después de eso. Una camilla se abre paso hasta nuestro piso. Tienen que
quitarla de mis manos, y cuando la mueven, está floja, sin vida, esta
mujer que arde con tanta intensidad.

El miedo sabe a bronce y sangre. Cuánto tiempo hace desde que


temo por algo, sálvame. No me gusta que las partes más importantes de
mí vivan dentro de una moribundamujer.

Cuando hemos abordado mi jet, sigo a los médicos en la cabina


trasera, donde se ha instalado una habitación de hospital y un
Durmiente. Sabía que necesitaría atención médica, pero subestimé el
alcance de sus lesiones. Inmensamente.

Le cortan la ropa, y su cabeza cae a un lado. Uno de los hombres


trabaja en sus heridas, llamando mi atención. Remueve el último de los
vendajes de Serenity. Casi me atraganto al ver la herida en la parte
superior de su brazo. Está hinchada y supurando. Otro médico me
aparta, y no peleo con él.

Pongo un puño tembloroso en mi boca. No, el miedo no se sienta


bien dentro de mí. Soy el líder de todo el mundo, y la Resistencia se
atrevió a lastimar a mi esposa, su reina.

Me dirijo al teléfono a bordo y marco al jefe de mi unidad de armas


especiales.
—Avancemos con nuestros planes originales. —Al caer la noche,
ese puesto de avanzada de la Resistencia se eliminará. Todos y todo lo
que no haya escapado para entonces serán capturados, y me aseguraré
de que comprendan lo que les sucede a los que se me cruzan.

SERENITY

PARPADEO MIS OJOSabiertos y miro fijamente la moldura blanca


decorando el techo encima de mí.

No sédónde estoy.

Una mano aprieta la mía.

—Estas despierta.

Todo mi cuerpo reacciona a esa voz. Solo me he encontrado con


este este hombre dos veces, y ya su presencia me abruma.

Giro la cabeza para enfrentar al rey. Se sienta al lado de la cama


en la que estoy, mi mano entrelazada con la de él. Sus ojos se ven tristes,
arrepentidos.

Trato de sentarme y mirar alrededor. Ya mi cuerpo se está


tensando. Puede que sea una mujer sin pasado, pero no he perdido la
memoria de los últimos días. Este mundo se come a los inocentes para el
desayuno, y lo hace mucho peor para aquellos como yo.

El rey se levanta para sentarse en el borde de mi cama. Está muy


cerca. Suavemente coloca una mano en mi pecho y me empuja hacia
abajo.

—No tan rápido —dice.

Soy una criatura acorralada. Me dan ganas de arremeter.

—Déjame levantar —exijo.

—Serenity, estás a salvo.

Él me puede leer. Es bueno saberlo.

En lugar de dejarme incorporarme, se inclina. Todo tipo de


implacablesángulos han agudizado sus rasgos. Su expresión está solo
atenuada por sus ojos, que me están devorando. Cuando su boca está a
un pelo de la mía, me doy cuenta de lo que va a hacer. En el último
segundo vuelvo el rostro. Sus labios rozan mi mejilla.

El rey se aleja lo suficiente para que pueda pensar en la bruma de


su presencia. ¿No sabe que perdí mi memoria? Asumí que mis captores
anteriores le dijeron, pero en retrospectiva, tenían muchas razones para
mantener esto en secreto.

—¿Es mi esposa repentinamente tímida?

Mis mejillas se sonrojan.

Uno de sus dedos arrastra mi sonrojo.

—Lo es. Qué emocionante. —Se inclina hacia atrás, su aliento


cálido contra mi garganta—. A ver cuánto tiempo me llevará hacer que
olvides tu vergüenza.

Presiona un beso en mi cuello.

No puedo aguantarlo más.

—No te recuerdo. —Miro fijamente la silla de terciopelo en la que


se sentó el rey hace un minuto, pero realmente no la veo. Giro la cabeza
para mirarlo—. No te recuerdo.

Por encima de mí, el rey ha caído siniestramente en silencio. Siento


que el peso de eso repercutiendo sobre mí. Nada de lo que hace este
hombre es sutil. Ni siquiera su silencio.

—¿Qué quieres decir? —dice con cuidado.

—Mi memoria se ha ido.

EL REY

MARCO.

La Resistencia hizo parecer que él había muerto en sus manos,


pero las palabras de Serenity pintan una nueva imagen.

Marco llevaba consigo el supresor de la memoria en todo momento


en lugar de una cápsula de cianuro. Cuando él y Serenity estaban
acorralados, debía haberla usado con ella. Todavía podría haber muerto
a manos de la Resistencia, pero si hubiera tenido tiempo de darle el suero,
probablemente tendría tiempo de morir, ya sea por su propia mano o a
sabiendas por otra persona.

Fieles hasta el final.

El peso aplastante de su ausencia aprieta mis pulmones. Fuerzo


mi pena hacia abajo. He tenido mucho tiempo para llorarle mientras el
Durmiente reconstruía a Serenity. No voy a dejar que se arruine este día.

Me quedo mirando a mi esposa, desconcertado por este giro de los


acontecimientos y más que un poco desconcertado por haber perdido la
memoria y no darme cuenta.

Ella no recuerda nada.

Todas esas razones por las que me odiaba tan brutalmente, se


había ido. Podría evitar su ira por completo. Podría encantarla ya que
tenía a muchas mujeres que pasaban por mi cama antes que ella. Es
tentador. Pero cuando caigo en sus cautelosos y recelososojos, encuentro
que quiero recuperar la vieja Serenity.

Me casé con mi endurecida y enojada reina porque su espíritu era


el gemelo del mío. Sin su pasado, todos sus ásperos bordes se embotarán;
sólo sería una sombra de sí misma.

Toco su mejilla.

—¿Te gustaría recuperar tu memoria?

—¿Puedes hacer eso?

Mi pulgar acaricia su piel. Estoy prácticamente vibrando con la


necesidad de actuar. Las semanas esperando a que se recupere han
puesto a prueba mi paciencia. Saber que será un tiempo más largo hasta
que regrese mi Serenity es casi demasiado.

—Puedo.

—Entonces sí —dice ella—. Quiero recuperar mi memoria.

SERENITY

NO ME GUSTAN los doctores. Muy pronto descubriré precisamente


por qué.
El rey todavía no me ha dejado levantarme de la cama. Él, sin
embargo, ha dejado de intentar besarme. Estoy horrorizada de que
mezclado con mi alivio haya lamento. Su toque despierta todo tipo de
adormecidasemociones.

Se supone que debo odiarlo y, sin embargo, es la primera persona


con la que me he encontrado que me trata como si fuera algo precioso.
Es embriagador, sentirse apreciado, y me hace cuestionar todo lo que me
han contado sobre él.

Sin embargo, sí creo que es un bastardo; de lo contrario, no me


estaría sujetando mientras el médico se me acerca con una aguja.

—Déjame ir —gruño, tratando de empujarlo a él y al otro guardia


que me retienen.

—Estoy cuestionando seriamente tu pérdida de memoria —


murmura entre dientes. En voz alta, dice—: Es sólo una aguja.

No me importa si es solo una aguja. Estoy cansada de que las


personas hagan de mí su voluntad.

El rey asiente al doctor. El hombre de la bata blanca captura mi


brazo y lo estabiliza. Antes de que pueda apartarlo de él, la aguja se
desliza debajo de mi piel y vacía el antídoto en mis venas.

Se acaba antes de que pueda reaccionar. El rey se detiene cuando


el médico se aleja. Lo fulmino con la mirada mientras me froto el codo.

Tardíamente, me doy cuenta de que me estoy frotando con el brazo


herido. Solo que ya no duele.

He estado demasiado distraída por el rey para darme cuenta de que


otra cosa sobre mí es diferente. Ruedo la manga de mi camisa hacia atrás,
esperando... algo.

Lo que no espero es una piel suave.

Se ha ido: la herida, la infección, la cicatriz que debería marcarlo.


Mi piel pica. No solo el rey salvó mi brazo de la amputación, sino que
también eliminó todas las pruebas de que, para empezar, hubo una
lesión.

Me recuerda extrañamente la limpieza de mi memoria,


reemplazando lo feo y marcado con algo nuevo y sin mancha.

—Se ha ido. —Paso un dedo sobre ello. Cuando miro al rey, puedo
decir que está bebiendo en mi maravilla—. ¿Cómo?
—La medicina del Este es mejor que la de Occidente. Has estado
dentro del Durmiente durante mucho tiempo.

—¿El Durmiente?

El médico se detiene al pie de mi cama, y ahora se aclara la


garganta.

—Sus recuerdos no regresarán todos a la vez —dice—. La mayoría


vendrá aproximadamente en tres horas, pero tomará varios días hasta
que el medicamento revierta completamente los efectos del supresor de
memoria.

—¿Eso es todo? —pregunta el rey.

—Sí, Su Majestad. —El doctor hace una reverencia al rey, y luego


él y el guardia se despiden.

Somos solo nosotros dos de nuevo.

Mis ojos se encuentran con los del rey.

—¿Quieres ver el resto de nuestra casa? —pregunta.

Mi corazón salta. De prisionera a reina. Puedo estar atrapada de


una manera completamente diferente aquí, pero prefiero la presencia del
rey a la del Teniente Begbie. Veremos si seguirá siendo así una vez que
recupere mis recuerdos.

Asiento al rey. Con suerte una visita a este lugar romperá la


extraña tensión que cruje entre nosotros.

Él extiende una mano hacia mí. No me molesto en tomarla, no tan


pronto después que me retuvo. No estoy por encima de la mezquindad.

Esto, por extraño que parezca, hace brillar los ojos del rey.

—Algunas cosas, Serenity, ni siquiera la memoria puede tocar.


Capítulo 6

Traducido por Wan_TT18

SERENITY

NADA ESTÁ PASANDO.

Por supuesto, solo han pasado treinta minutos, pero me he


dedicado a caminar a través de lo que parece ser un palacio honesto a la
bondad. Las sonrisas astutas del rey solo sirven para hacer que mi mal
humor sea aún más vil.

El hombre a mi lado, por su parte, ha sido cordial y caballeresco, y


completa y absolutamente falso. Me dan ganas de pasar mis manos por
su cabello y sacudirlo hasta que el cálculo en sus ojos gotee sobre su
lengua y salga por su boca. Está actuando como si yo fuera una bomba
de tiempo y está esperando que explote.

Lo odio tanto como odio cada habitación subsiguiente en la que


entro. No me gusta la filigrana de oro que adorna casi todo, o los diseños
intrincados tallados en la madera de este lugar. No me gusta el blanco,
las paredes blancas y los pisos pulidos. El arte delicado y las arañas de
cristal.

La pura opulencia de esto es un insulto a la tierra más allá de las


paredes.

—Tenían razón con respecto a ti, ¿no? —le pregunto, girándome


hacia el rey. Cuando lo veo, el déjà vu me atraviesa, pero no puedo
ubicarlo, todavía.

Él ya me está estudiando, como si fuera una criatura fascinante


que desea coleccionar.
—¿Razón sobre qué? —Coloca su mano en la parte baja de mi
espalda, tratando de sacarme de su salón de dibujo, ¿o es su salón de té?
Todos tienen nombres absurdos y propósitos más absurdos.

—Tu crueldad.—Me encojo de hombros ante su toque, caminando


delante de él.

La estratagema no funciona. Él es mucho más alto, sus piernas


mucho más largas y en unos pocos pasos me corta.

El rey se cierne sobre mí y da un paso adelante.

Permanezco en mi lugar, aunque eso signifique rozar contra él.

—¿No lo has descubierto ya por ti misma? Siempre has podido ver


a través de mí —dice en voz baja. El tono es a la vez secreto y amenazador,
y no puedo detener la piel de gallina que se extiende por mis brazos.

Él es el coco, y ha venido a reclamarme nuevamente.

Con ese pensamiento, capto un recuerdo. Sólo un fragmento, de


verdad.

—¿Serenity?

Mi mano ya estaba en la puerta. Me vuelvo para enfrentar a un


hombre mayor con cabello del color del polvo del trigo.

Las arrugas alrededor de sus ojos y boca se profundizaron.

—Como emisario, si alguna vez se llega a un acuerdo entre nosotros


y el Imperio del Este, probablemente serás una clave importante en ello.

Tragué y asentí. Ahora llevaba una gran responsabilidad.

—¿Sabes lo que eso significa?

Esperé a que terminara.

Su mirada se detuvo en mí mucho tiempo antes de que finalmente


respondiera a su propia pregunta.

—Un día conocerás al rey.

Parpadeo, y el objeto de mi memoria está de nuevo frente a mí.

El rey inclina la cabeza.

—Acabas de tener tu primer recuerdo, ¿verdad?


Asiento con la cabeza. El hombre de mi pasado—el hombre con el
que hablé—está en el límite de mi mente y en la punta de mi lengua.
Estoy segura de que lo conozco, pero su identidad todavía me elude.

—¿Qué recordaste? —Recoge un mechón de mi cabello y lo frota


mientras pregunta.

Quiere tocarme. Ha sido bastante obvio al respecto, pero siento que


su impaciencia aumenta.

—Nada que pueda entender.

Esos ojos oscuros sondean los míos.

—Eso cambiará pronto.—Y entonces serás mía. Juro que escucho


la promesa, aunque él nunca la expresa.

El rey retrocede, pero esa obstinada mano presiona en la parte baja


de mi espalda otra vez. No tiene sentido pelear con él en esto; va a seguir
haciéndolo y yo voy a seguir perdiendo.

En los pasillos, hombres y mujeres pasan, y son tan ridículos como


el resto de este lugar. La gente aquí usa telas con nombres finos que
dudo, incluso si pudiera recordar, lo sabría.

Sus atuendos tienen cosas intrincadas que vienen en colores más


brillantes de lo que sabía que existían, y cada uno está emparejado con
medallas decorativas y sables o cuerdas de joyas envueltas alrededor de
cuellos y muñecas. Sus cabellos están demasiado peinados, sus dientes
demasiado blancos, su piel demasiado estirada, sus cuerpos demasiado
blandos.

Todo se ve tan lujoso e increíblemente falso.

No pertenezco aquí.

El rey debe ver mi atención prolongada en las personas que me


miran de reojo. Se inclina, sus labios rozando la concha de mi oreja.

—Ninguno de ellos es tan hermoso como tú, nire bihotza.

Le frunzo el ceño.

—No me importan tus estándares de belleza.

En todo caso, me molesta. Estos hombres y mujeres disfrutan de


la opulencia de ello.¿Pero cuántas vidas han costado este estilo de vida?
La mirada del rey rastrea mis movimientos, y me pregunto si soy
una de las vidas que ha reclamado.

Sospecho que lo soy.

En el breve silencio entre nosotros, un número vertiginoso de


preguntas florecen. Es sorprendente la cantidad de chicas que solo tienen
unos pocos días de memoria. Quiero saber más sobre quién es el rey,
quién soy yo, quiénes son mis enemigos, por qué lo que está mal parece
correcto y lo correcto parece incorrecto. Más que nada, quiero saber cómo
me he convertido en una persona que parece odiar y ser odiada tan
ferozmente por todos, excepto el rey.

—¿Por qué te casaste conmigo? —pregunto cuando salimos del


gran salón de baile del rey. Ni siquiera me referiré a la ridiculez de una
sala dedicada a nada más que bailar.

—Ssssh. Muy pronto responderé a tus preguntas. Déjame disfrutar


los últimos minutos antes de que me vuelvas a odiar.

Sé que sus palabras están destinadas a agradar, pero dudo que se


dé cuenta de lo siniestro que las encuentro. ¿Qué haría falta para que
una mujer como yo lo odie?

—Cuando era prisionera, me dijeron que habías matado a mi


familia —le digo.

—¿Te dijeron eso?

—Me dijeron muchas cosas. ¿Es verdad?

Sus rasgos son vigilados.

—Pronto lo sabrás.

Y lo hago.

ESTAMOS EN LOS jardines del palacio cuando golpea.

Me tambaleo, buscando al rey... Montes. Después de los


fragmentos y piezas que recibí dentro del palacio, asumí que el resto de
mis recuerdos emergería sutilmente. No me imaginé esto.

Este es un aluvión de fuego enemigo. Me rompe de repente y


violentamente.
Los brazos de Montes se cierran alrededor de mi torso mientras
jadeo, mi desordenado cabello dorado cuelga a mi alrededor.

Cada recuerdo se siente como una epifanía, y posiblemente no


puedo describir la euforia que viene con cada uno. La vida es una serie
de experiencias que se acumulan, una encima de la otra.

Veo a mi madre y a mi padre: ¡el hombre de mi primer recuerdo


ahora tiene una identidad! Veo bicicletas con ruedas de entrenamiento.
Suburbios. Mis padres sostienen mis manos y, a la cuenta de tres, me
hacen pivotar. Hay velas y cumpleaños y menciones de guerra en Europa.

Hay dibujos y juegos de tiza con los niños en mi calle, algunos que
conozco desde hace años, algunos que forman parte de la reciente
afluencia de inmigrantes. Esmalte de uñas y días con mi madre mientras
mi padre se entierra en el trabajo. Mi amor de la infancia que vive por la
calle.

El acto de recordar es mágico; vuelvo a vivir un poco de mi vida.

Y entonces…

Y entonces, en algún punto del camino, giran.

Por cada rayo de luz que arroja cada memoria feliz, hay una sombra
mucho más oscura.

Gimo al escuchar explosiones fantasmas. Veo rocíos de sangre.


Este oscuro pasado me está succionando.

Salgo del abrazo del rey y sostengo mi cabeza.

—No, no, no.

Un mal recuerdo sigue al último. El cuello roto de mi madre,


soldados con ojos vidriosos. Los primeros cuatro hombres que maté, mis
amigos me observan con ojos cautelosos después de eso. Una bomba que
se apodera del cielo y esconde el sol. Mi ciudad, mi hogar, mi primer amor
y todos los demás se borran de una sola explosión.

Entonces, hay radiación en todas partes. En la comida, el agua,


nuestros cuerpos. Las civilizaciones cayeron rápidamente en la
depravación cuando el último pilar de la humanidad se rindió.

El cuerpo de mi padre acunado en mis brazos.


Siento la pérdida de nuevo. Fresco. Nuevo. Como si en este
momento perdiera a mi madre, a mi padre, a mi tierra y mi libertad al
mismo tiempo.

A través de todo esto hay una sola cara, la respuesta a toda mi ira
y angustia.

Montes Lazuli.

El rey hizo esto. Parpadeo las lágrimas. Él hizo esto y ahora soy
suya. Atada a la raíz del mal que intenté detener con tanta fuerza. Es casi
impensable. No hay justicia en el mundo. No hay bondad.

Un sentimiento de enfermedad tuerce mis entrañas. Me he


acostado con el rey. Lo he dejado entrar en mi cuerpo. Peor aún, lo he
dejado entrar en mi corazón.

Solo tengo un momento para registrar que me voy a enfermar antes


de comenzar a vomitar. Pero no queda nada en mi estómago vacío para
purgar. El mareo no disminuye.

—¡Serenity! —La voz de Montes interrumpe mis pensamientos, y


está muy preocupado. Me alejo del monstruo.

Más recuerdos se abren paso y presiono mis palmas en mis ojos.


Grito mientras cuerpos sangrientos y rotos inundan mi mente. Y detrás
de todo, la sonrisa blanca y tipo reluciente. Quiero romperlo y no
detenerme hasta que esos dientes rasguen mis nudillos y caigan de su
boca. Dejo escapar un sollozo porque me gusta la sonrisa que también
detesto.

Es el rostro detrás de cada pesadilla que he tenido, y el rostro que


despertó mi corazón. Está rasgando, sangrando. Este no debería ser el
modo en que se dan las cosas, odiar y amar algo al mismo tiempo.

Pero no es suficiente que mi mente termine ahí. Siento el apretón


de mi corazón cuando un recuerdo del rey abrazándome se abre camino.
Otra de sus expresiones de temor cuando se enteró de mi cáncer. La cara
sin vigilancia que llevaba cuando nada nos separaba. Y a través de todo
esto, veo sus ojos, llenos de una reserva sin fondo de emociones
reservadas para mí.

El desalmado rey ha encontrado su corazón después de todo.


Descansa debajo de mi caja torácica. Dios me salve, él cambió el mío por
el suyo cuando no estaba mirando. Y ahora estamos atrapados, yo con el
peso de su cuenta de muerte, él con la culpa de mi sufrimiento.
La carne y el hueso no están destinados a contener todo esto. La
mente no debe permanecer sana cuando el mundo cae al caos, y el amor
no debe crecer en las tierras baldías de nuestras conciencias.

Pero, Dios nos salve a todos, porque lo hace.

Lo hace.
Capítulo 7

Traducido por Taywong

SERENITY

SE ACABÓ. POR AHORA.

Pero no lo es, porque tengo que vivir con un pasado que habría sido
mejor olvidar. Mis recuerdos son horribles. Soy una mujer rehecha, pero
en esta cosa.

Me había preguntado qué clase de persona se casó con el rey. Ahora


sé. Ahora, lo sé.

Me enderezo, inhalando un aliento tembloroso, mi mano justo por


encima de mi estómago.

El mundo que me rodea se agudiza. Los verdes setos que se


levantan a nuestro alrededor,el cielo de cian más allá, la estatua de
mármol de una mujer que sostiene sus túnicas sueltas contra su cuerpo.

—Serenity.

Me concentro en la voz. Montes está frente a mí, con las cejas


arqueadas. Por una vez no parece demasiado confiado. Se acerca a mí,
pero deja caer su mano.

¿Qué expresión salvaje debo llevar para asustarlo?

—¿Qué recuerdas?—pregunta.
—Que te odio.—Un odio tan profundo y vasto que ha ennegrecido
mi alma. Incluso ahora lucho contra el impulso de arremeter contra él y
reparar mi vieja venganza.

—Ah, sí—dice, deslizando sus manos en sus pantalones, sin darse


cuenta de lo cerca que estoy de romperme—. Conozco bien tu odio.—Ni
siquiera está aturdido.

Ya hemos hecho esto antes. Intercambiamos palabras como si


hubiéramos intercambiado heridas. Eso me pone en desventaja porque
tengo más recuerdos que desenterrar, y él sabe cómo manejarme.

No me gusta que me manipulen.

Montes no saca las manos de los bolsillos, pero sí extiende el brazo


hacia mí, como si fuera una dama.

Se me cayó esa artimaña en el momento en que mi padre murió en


mis brazos.

Estoy a punto de rechazarlo cuando me doy cuenta de nuestra


audiencia. La gente se ha plantado en todas partes: en las ventanas, en
los bancos, paseando. Actúan como si no estuvieran fijados en nosotros.

Tengo un deber que cumplir. Me casé con el rey para salvar mi


tierra. Mi odio es una vulnerabilidad de la que se aprovechó la Resistencia
cuando me secuestraron. No puedo dejar que esta gente lo vea. El rey y
yo tenemos muchas, muchas batallas por delante, y nuestra relación es
la menor de ellas.

El mundo aún está en agitación y el rey—el gobernante de todo—


ha usado el miedo para ganarse a sus súbditos. Sé bastante sobre el
miedo. Lleva a la gente a la línea, pero también atrae a los depredadores.
En el momento en que muestre debilidad, atacarán.

No puedo dejar que eso suceda, incluso ahora que me gustaría


verlo sufrir. Así que tomo su brazo y dejo que me guie como si fuera una
cosa frágil y delicada. Mientras tanto, miro fijamente a los que llaman mi
atención.

Porque yo también soy algo que hay que temer.

—¿Finalmente tengo a mi Serenity de regreso? —pregunta el rey,


inclinando su cabeza hacia la mía.

—No soy tuya.

—Lo eres.
—No.

Nos detiene frente a una fuente burbujeante, nuestro público sigue


fingiendo no mirar.

Su mano se desliza fuera de su bolsillo y captura mi brazo,


arrastrándome hacia adentro.

—Sí, lo eres. —Suspira. Quita un mechón de pelo de mi rostro—.


Hola, Serenity.

—Suéltame.—Le doy el más mínimo tirón, consciente de los ojos


que nos miran.

—Me alegro de tenerte de vuelta.—Me sonríe, y es casi demasiado—


. Te extrañé a ti y a tu ira.

Entrecierro mis ojos sobre él.

—Nunca me fui.

—Lo hiciste, y ahora estás de vuelta, y quiero un beso.

Lo miro como si estuviera loco, está loco. Todavía estoy tratando de


superar el hecho de que tengo que besarlo, y, ¿ahora quiere que le dé
afecto libremente entre el público?

Hasta ahora, he tenido cuidado al repartir mi afecto. Eso no


cambiará hoy.

Debe ver que no voy a rendirme porque antes de que tenga la


oportunidad de responder, sus labios descienden sobre los míos y toma
el asunto en sus propias manos.

ESTO ES ALGO más de lo que hace el rey: se apodera de lo que no


se le da libremente. Se podría decir que es una de sus fortalezas.

Y ahora es un beso.

Ninguno de mis recuerdos podría haberme preparado para la


sensación de ser envuelta por el rey. Lo pruebo y lo respiro por la nariz.
Cómo había olvidado su olor. Es innombrable, pero lo disfruto casi tanto
como el deslizamiento de sus labios. Labios que se llevaron algo que no
era suyo.
Muerdo su labio inferior. Eso solo sirve para aumentar su hambre.
Sus manos me aseguran más cerca de él, y desata más pasión, su lengua
deslizándose sobre la mía.

Las manos de Montes se amasan en mi piel, convenciéndome para


que ceda más. Si lo hiciera a su manera, probablemente me desnudaría,
me violaría aquí en los jardines y luego ordenaría que mataran a todos
los que nos vieran.

Como dije, es bueno para infundir miedo.

Alguien silba, y luego oigo aplausos. Me separo de él con el sonido,


y me muestra una sonrisa triunfante.

La multitud sigue vitoreando, alabando al rey, ¿por qué? ¿Su vigor?


¿La facilidad con la que manda a todo el mundo, incluso a su esposa?
¿Qué es lo suficientemente humano para disfrutar de un beso?

Apuesto por el último.

Montes me arropa bajo su brazo, y con un saludo de despedida a


la multitud, me lleva de vuelta a su palacio.

Aún no estamos solos aquí, pero he quemado toda mi paciencia.


Hay que parecer débil al mundo exterior y luego hay que parecer débil a
uno mismo.

Alejo su brazo de mí y me alejo a zancadas. Solo he dado unos


pocos pasos cuando me he dado cuenta de que este es otro palacio suyo
que no reconozco. Sé que todavía me quedan algunos recuerdos por
recordar, pero estoy bastante segura de que nunca he estado aquí antes,
a pesar de todo.

—¿Adónde, exactamente, planeas ir?—pregunta Montes. Puedo oír


la sonrisa en su voz.

—No importa mientras esté lejos de ti.—No puedo hacer esto con
Montes ahora mismo. No con todos esos recuerdos tan frescos. Incluso
ahora llenan mi mente. Los muertos quieren reivindicación, y yo no
puedo entregarla.

—Tienes que matarlo, Serenity.—Es solo el eco de un recuerdo, pero


la voz y la vehemencia de las palabras me hace poner una mano
temblorosa sobre un velador.

—Trabajas para el rey; ya no puedes decir esas cosas—susurré.

—Ningún hombre debería tener tanto poder—dijo Will.


—¿Y qué pasará una vez que esté muerto?—le pregunté—. Me
matarán a mí también.

Finalmente recuerdo a Will, el hijo del General Kline. Habíamos


sido amigos, pero algo pasó... algo que todavía no he recordado. Ahora
que he probado un poco de mis recuerdos, me da pavor eso.

El último remanente de la memoria resuena a través de mí.

Quizás yo sea el caballo de Troya de la NOU. Quizá mate al rey.

Me giro para enfrentarme a Montes. Había planeado matarlo. Yo,


la chica moribunda, pensé que podría ejecutar al rey inmortal.

—Quería verte morir—murmuro. No sé por qué lo digo.

Montes echa un vistazo a la gente que permanece en esta zona del


palacio.

—Déjennos.

Los sirvientes y una pareja de ancianos abandonan la habitación.


Los guardias dudan.

—A menos que quieran ser relevados de sus deberes—dice el rey—


, hagan lo que digo y díganle a los hombres que no nos molesten bajo
ninguna circunstancia.

A regañadientes, los guardias se van. Veo que me miran mientras


lo hacen.

Una vez que la habitación se vacía, el rey regresa su atención a mí.

—¿Qué decías?

No es la primera vez que me sorprende este hombre. Si su objetivo


era desestabilizarme, lo ha logrado.

—¿Ya lo has olvidado? Y yo que pensaba que era la que tenía


pérdida de memoria.

—Querías verme morir—dice.

—Sí.—Admitir esto es alta traición. Si se sintiera tan interesado, el


reypodría hacer que me maten. Eso no me impide seguir adelante—.
Quería ser yo la que te matara.

—¿Y lo harías?
Mi piel se está erizando. Recuerdo el horror de mi situación como
si me hubiera pasado ayer.

—Sí.

Montes avanza mucho más rápido de lo que yo retrocedo. Odio no


poder evitarlo, excepto huir de este hombre. Tal vez una vez que todos
mis recuerdos regresen, los usaré como armadura para que no pueda
meterse bajo mi piel. Pero ahora mismo mis emociones están en carne
viva y lo siento todo: mi intenso odio hacia él, mis sentimientos en
ciernes.

Me acorrala contra la pared, y luego no hay forma de escapar de él.

—No puedes matarme—dice, y en este momento parece tan poco


natural como dice ser.

—¿No puedo?—digo, mirándolo—. Sangras igual que cualquier otro


hombre.

Desliza una pierna entre la mía.

—Esto no se trata de mi inmortalidad. Nunca lo fue. Verás… —


Inclina mi barbilla hacia arriba—, no creo que me matarías. Creo que te
gusto demasiado.

—Pregúntamelo de nuevo cuando esté armada, Montes.

—Eso no cambiará nada, chica solitaria.—Frota mi labio inferior


con el pulgar. Alejo su mano de un golpe y sonríe—. Soy todo lo que te
queda—dice—. Tu familia se ha ido. El último de los tuyos te delató.

Mi mano lo golpea antes de pensarlo dos veces. La bofetada lanza


su cabeza hacia un lado. Ya puedo ver los comienzos de la formación de
la huella de mi mano.

No es suficiente.

—Tú eres la razón por la que mi familia se ha ido—digo—. Tú eres


la razón por la que estoy aquí. Forzaste la mano de todos y nunca, nunca,
nunca dejaré que lo olvides.

Se frota la mandíbula y la mejilla.

—¿Y crees que eso me molesta?

Su boca miente, pero sus ojos no. Empiezo a pensar que algunas
de las cosas que ha hecho pesan en su conciencia.
El rey se inclina cerca.

—Si querías asustarme, lo hiciste mal. —Su aliento roza mi mejilla


y la barbilla—. Amo tu ira y tu odio, y me arrepiento de muchas cosas,
pero casarme contigo no es una de ellas.

Lo estoy mirando con furia. Intento moverme, pero su cuerpo clava


el mío en la pared. Sus labios se ciernen mi mandíbula, dirigiéndose a mi
boca. Aparto la cabeza de él.

Pone un beso en la esquina de mis labios.

—Y si crees que tu renuencia me detendrá, entonces me has leído


mal.

Lo he leído mal, pero no de la manera que piensa. Mi mente


necesita que sea totalmente malvado, y él no lo es, y mi espíritu no tiene
la voluntad de hierro para mantenerlo a raya. Incluso ahora, reacciono
ante su cercanía. Quiero más de él y eso me avergüenza. Una cosa es
disfrutar de la mecánica del sexo, otra es disfrutar de esto: nuestros
juegos de poder, nuestro magnetismo.

Se aleja.

—Tengo algo para ti.

Me enderezo.

—No quiero nada de ti, Montes.

—No es verdad. Quieres muchas cosas de mí; mi cuerpo, mi


poder...

—Tu cabeza.

—Entre tus muslos—termina.

Un sonrojo sube por mi cuello. Ayudaría no avergonzarse de esto.

—En una estaca—corrijo.

Chasquea la lengua.

—Pensé que habías dicho que no querías nada de mí.

Estoy en una momentánea pérdida de palabras, y es precisamente


cuando ataca. Toma mi mano y me saca de la habitación.
Lucharía contra él, pero un millón de recuerdos diferentes llenan
mi mente. No he tenido tiempo de procesar a la multitud de ellos, pero
ahora sí.

Las horas previas a mi pérdida de memoria, la Resistencia atacó el


palacio costero del rey. Nos habían acorralado, había estado cerca de
escapar, pero nunca logré salir. Marco, la mano derecha del rey y mi
némesis, y yo, habíamos quedado para enfrentarnos a los enemigos con
el último de los soldados del rey.

Con mi mano libre froto la piel sobre mi corazón. Ahí fue cuando
perdí la memoria. El rey no le había administrado el suero, Marco lo había
hecho justo antes de volarse los sesos.

De repente tengo un contexto para apegarme a todos los recuerdos


que adquirí a partir de ese momento. La Resistencia me llevó a uno de
sus puestos fronterizos, me retuvo como a cualquier prisionero de guerra
importante, y trató de aprovecharse de mí en su beneficio.

El General Kline...había sido parte de ello. Ahora que sé lo que


hago, no puedo decidir cómo sentirme al verlo. Él era mi comandante, y
si mi vida no se hubiera desarrollado de la manera en que lo había hecho,
podría haber sido un día mi suegro. Lo respetaba, y estaba cerca de él.
Eso hace que el papel que desempeñó durante mi captura sea mucho
peor. Y, sin embargo, yo tampoco estoy libre de culpa. Le hice algo a su
hijo, y aun así se las arregló para ser civilizado conmigo.

Luego fue el último día de mi encarcelamiento. Si el rey no hubiera


bombardeado el puesto fronterizo, habría muerto.

—¿Cómo me encontraste?—pregunto a Montes mientras nos lleva


por el pasillo. Los guardias apostados a lo largo del pasillo me miran con
cautela cuando pasamos. Tengo una reputaciónentre sus filas. Recuerdo
haberlos matado después de la muerte de mi padre.

Montes no se da la vuelta cuando responde:

—La Resistencia no es la única con espías.

—Bombardeaste el lugar—acuso.

Todos esos cuerpos, toda esa carnicería...

—¿Y?

—¿Intentabas salvarme o matarme?—Es muy rico de mi parte


criticar sus esfuerzos justo después de admitir que quería ejecutarlo.
Pero nunca fingí ser una santa.

Montes se detiene y gira para enfrentarme.

—Estabas cinco pisos bajo tierra, y cuando mi contacto vino a


buscarte, le metiste una bala en el muslo. Para cuando mis refuerzos
vinieron a liberarte, ya te habías ido.

—La muerte, Serenity, es lo último que quiero de ti.

Montes sigue caminando, tirando de mí detrás de él. Me lleva a una


oficina mucho más grande que cualquier cosa que haya visto en el
búnker.

Entro en la sala de las cavernas. Hay una pared de libros a mi


izquierda y un escritorio gigante de roble en la parte de atrás.

—¿Por qué me trajiste aquí?—pregunto, alejándome de él.

Ahora que he recuperado mis recuerdos, lo último que quiero hacer


es seguir visitando el palacio del rey. Una vez que has visto un palacio,
los has visto todos.

Montes viene tras de mí.

—Lo descubrirás por ti misma muy pronto.

Le doy una mirada oscura. El rey y sus juegos...

Me desvío hacia el escritorio. Cuando lo alcanzo, mis dedos se


arrastran sobre la superficie de la madera. Hay varias fotografías que
descansan sobre él. Levanto una de ellas. Es una foto de la boda de
Montes y yo. No uno de las oficiales. Esas que particularmente disfruto,
estoy fulminando con la mirada en la mayoría de ellas.

Esta es una de nosotros afuera en la recepción. Estoy sonriendo a


algo fuera de la foto y Montes me está sonriendo en plenitud. Casi habrías
pensado que éramos felices en ese momento.

Estaba aterrorizada.

Lo bajo solo para levantar otra. En cuanto mis ojos se fijan en la


imagen, la dejo caer como si me quemara. El marco de metal pesado
golpea la alfombra con un ruido sordo.

—¿De dónde sacaste eso?—pregunto, mis ojos se fijan en la foto.


No quiero mirarlo, me duele mirarlo, pero por mi vida no puedo apartar
la mirada.
—¿Dónde crees?

Mirando fijamente hacia una versión más joven de mí misma. En


la foto le estoy dando un abrazo a mi padre. Solía guardar esta foto en su
oficina.

No puedo respirar. No estoy segura de poder mantener esa foto


aquí. Ver su rostro hace que me duela el alma de maneras terribles.

Lo extraño, pero esa no es una palabra lo suficientemente fuerte


para describir la vida sin él. Él era el sol; ¿cómo se sigue viviendo cuando
algo tan grande se extingue?

Y ahora tenerlo sentado ahí día tras día y ver cómo se desarrolla
esta burla de mi vida. No sé si puedo soportar eso.

Montes recoge el marco del suelo y lo devuelve a mi escritorio. No


dice nada. También perdió a un padre trágicamente.

Junto a las fotografías descansa el collar de mi madre. Lo levanto,


un ligero temblor recorriendo mis manos.

El colgante de oro atrapa la luz. Montes me dejó los pocos artículos


que tienen valor para mí. No tengo muchas cosas para llamarlas mías,
pero lo hago, las aprecio mucho.

—¿Y el arma de mi padre?—pregunto.

—Te la devolveré en el momento en que confíe en que no me


dispares con ella—dice Montes.

—Así que crees que te dispararé—digo, estudiando el collar


colgando de mi mano.

—Eres una mujer a la que le encantan los buenos retos. No estoy


apostando mi vida en tu habilidad para demostrarme que estoy
equivocado.

Me quita el collar y me lo pone en el cuello. Paso mis dedos sobre


la delicada cadena. Mis ojos se mueven por la habitación.

Me doy cuenta de ello.

—Esta oficina es mía.

—Lo es… Mi reina necesita un lugar para llevar a cabo los asuntos
mundiales.
Me ha dado una oficina antes, no una que estuviera equipada con
mis afectos personales. No como esta. No sé lo que siento, pero me
inquieta.

—¿Por qué hiciste todo esto por mí?—pregunto.

—Esto es algo tan pequeño.—Pasa una mano por las venas de la


madera. Su lado astuto y conspirador desaparece por completo—. Eres
mi esposa. Quiero hacerte... feliz.

El hombre que siempre toma es ahora el que da. Y quiere que sea
feliz.Aquí. Con él.

No tengo el valor de decirle que eso nunca sucederá.


Capítulo 8

Traducido por Vale

SERENITY

MONTES SE QUITA la chaqueta del traje y la arroja sobre el


respaldar de mi silla antes de arremangarse. Mis ojos se detienen
demasiado tiempo en sus antebrazos bronceados y cordados.Había
olvidado que debajo de todas esas capas de ropa fina había un hombre
en forma.

Luego agarra una caja de cartón que está apoyada a un lado y la


arroja sobre el escritorio. Dejando a un lado la tapa, saca el primer
archivo y lo coloca delante de la computadora cromada situada en el
centro de mi escritorio.

—Aquí están las reimpresiones de los archivos en los que estabas


trabajando. Desafortunadamente, todas las notas que tenías en los
originales se han perdido —dice, sentándose en el borde del escritorio.

Es difícil concentrarse en lo que está diciendo. Puede que este


hombre mida un metro ochenta y tantos, pero su presencia llena toda la
habitación.

Una parte desconocida de mí quiere ponerse entre esas poderosas


piernas suyas y deslizar los dedos sobre el dorso de sus manos.

Podría hacerlo—sé que lo recibiría de buen agrado—pero lucho


contra el impulso. Todavía se siente ajeno a mí.

Tendré que acostarme con él esta noche.


Una extraña combinación de ansiedad y anticipación brota a través
de mí.

El rey me mira con esos ojos penetrantes, y juro que pueden ver en
mi mente.

Intento mantenerme lo más alejada posible de él cuando abro la


carpeta frente a la computadora.

—Ah, sí, estos informes—digo, recordándolos. Había estado


leyendo los archivos cuando la Resistencia asedió el palacio del rey. Los
informes habían sido en gran medida sesgados para los propósitos del
rey. Estoy demasiado alterada para señalar eso—. Gracias—le digo en su
lugar.

—¿Gracias? —Se acerca y me agarra de la muñeca antes de que


pueda alejarme, luego me atrae.

Termino entre sus muslos después de todo.

Su otra mano sostiene mi barbilla.

—¿Qué está pasando en la mente de mi esposita viciosa?

Intento alejarme, pero me mantiene en el lugar.

—Montes, déjame ir.

—No hasta que me digas en qué estabas pensando.

Estoy tan cerca de darle con la rodilla en la entrepierna.

Sin embargo, ninguno tiene la oportunidad de ver ocurrir nuestras


acciones.

No antes de que llegue otro recuerdo.

Todo lo que vi fue sangre carmesí y todo lo que escuché fueron los
gritos de Will. Las paredes exteriores deben haber sido gruesas para
silenciar tales gritos agonizantes. La ira del rey era tan aterradora como
siempre había temido.

Aprieto los muslos de Montes mientras me recorre un recuerdo.


Estoy siendo arrastrada por su marea.

—Haré lo que quieras, Montes, solo por favor, deja de torturarlo. —


Era Will, después de todo. Puede que odie en lo que se había convertido,
pero la tortura... no deseaba eso a mi peor enemigo.
Estaba a mitad del pasillo cuando escuché un estallido. Mi cuerpo
saltó ante el sonido, y una lágrima se escapó.

Muerto. Will había muerto.

De vuelta en el presente, me ahogo con una bocanada.

—Mataste a Will. —Sin embargo, después de torturarlo. La muerte,


en ese punto, había sido una misericordia.

Intento alejarme de nuevo, y otra vez Montes se niega a liberarme.

—Déjame ir, carajo.

Ignora mi orden y en su lugar me obliga a mirar su agradable cara.

—Sí, hice que mis hombres lo mataran —dice—, y tomaría la


misma decisión una y otra vez. En caso de que aún no lo recuerdes, tu
amigo Will hizo que sus hombres te dispararan —dice el rey. Esa vena en
su frente palpita—. Te amenazó con torturarte. Cualquier persona que
piense torturarte, Serenity, será hecho un ejemplo y no me importa una
mierda lo bien que los conozcas.

Dejo de luchar contra él, aunque nada de mi ira se ha ido.

—Bueno, a mí sí.

Suspira.

—De todos los desaires contra ti, ¿ese es con el que me castigas?

Atrapa mi puño antes de que pueda lanzar el golpe, y ahora


mantiene mis dos manos prisioneras.

Intento darle con la rodilla, pero el ángulo está mal. Lo último de


su alegría abandona su rostro. Usando el agarre que tiene en mis manos,
me tira sobre el escritorio junto a él y me da la vuelta. El archivo se
dispersa y el monitor de la computadora se cae cuando sujeta mi torso
hacia abajo.

Esa vena suya aún palpita, y varios mechones sueltos de su cabello


oscuro rozan mis mejillas. Me sonríe, pero no es amable.

—Intenta eso de nuevo —exhala—, y no te gustarán los resultados.

Pero tengo rabia para igualar la suya.

—Valdría la pena —le digo.


—Para ti, me imagino que podría. —Lentamente, la ira desaparece
de su rostro. Sin embargo, no me deja ir.

En cambio, mueve ambas manos en una de las suyas, y usa la otra


para meterse la mano en el bolsillo. Sacando un teléfono, escribe algo en
la pantalla.

Un momento después, el guardia entra en la habitación. Todavía


estoy inmovilizada en el escritorio, y Montes parece estar a cinco
segundos de aprovecharse de mí, pero el guardia no pestañea.

Renuevo mis luchas contra el rey.

Montes reajusta su agarre, sus ojos se centran en su hombre.

—Por favor, pídale al personal que se ocupe de los arreglos de la


cena temprana que discutimos.

El guardia inclina la cabeza y hace una reverencia. Cuando sus


pasos se retiran de la habitación, el rey vuelve a prestarme atención. De
repente me suelta las manos y se endereza.

Muevo mi mandíbula mientras me levanto a mis antebrazos. El


impulso de golpearlo todavía me está montando duro.

—Cenarás conmigo. —Te rendirás a mí.

Su boca y sus ojos dicen dos cosas muy diferentes.

—No. —No estoy interesada en ninguna de las dos.

Me pongo de pie y me sacudo. Estoy usando un vestido en el que


otra persona me vistió.Este día entero ha sido una experiencia
desagradable después otra.

Se acerca y levanta mi barbilla.

—Sí, lo harás, incluso si eso significa hacer que mis guardias te


arrastren a cenar. Lucha todo lo que quieras, no cambiaré de parecer.

Incluso si no tuviera ya una venganza contra este hombre,


desarrollaría una con la suficiente rapidez.

—Te dejaré en nuestra habitación y te daré tiempo para descansar


y prepararte —continúa.

Me alejo de él.

—No te molestes. La encontraré yo misma.


NO ME DIRIJO a nuestra habitación porque que se joda. En su
lugar, paso las siguientes horas comprendiendo el diseño básico del
palacio. Cuando estaba con Montes no quería un recorrido por el lugar y
todavía no lo hago, pero es útil saber cómo funciona una máquina como
el palacio.

Esta tiene forma de U con alas este y oeste. Montes ya me mostró


la mayor parte del edificio central y el ala oeste. Aquellos parecen servir
en gran medida a funciones formales.

El ala este, por otro lado, contiene los asuntos oficiales del rey.
Atravieso varias puertas equipadas con letreros de los asesores del rey de
rangos más altos. Otra sala de conferencias y una sala que se asemeja
enfermamente a las salas de mapas de los otros palacios del rey. Me voy
antes de poder mirar demasiado de cerca a cualquiera de las caras
tachadas. Lo último que quiero ver es la cara de mi padre entre ellas.

Me dirijo de vuelta afuera. Un laberinto de setos se levanta a ambos


lados de un camino central. Más allá de ellos hay una serie de
estructuras.

Entrecierro los ojos al cielo. Rosas y oros han sustituido el azul


anterior. No tendré tiempo para explorar todo este lugar, no antes de que
el rey me arrastre a cenar.Y estoy segura de que me arrastrará si me
resisto. Montes no hace amenazas ociosas. Como yo, hace honor a sus
palabras, sin importar cuán perversas sean.

Asimilo los muchos edificios que se encuentran en la distancia.


Hacia la esquina más alejada de los terrenos del palacio, observo una
serie de estructuras largas y achaparradas. Los cuarteles de los soldados,
si tuviera que adivinar. Tengo suficiente tiempo para visitarlos, creo,
antes de que el rey me llame. Así que me dirijo allí a continuación,
ignorando a los dos guardias que me siguen varios pies detrás por detrás.

Cuando llego, puedo decir que adiviné bien. Varios soldados


merodean entre los edificios, algunos riéndose entre ellos. Por supuesto,
todo eso termina cuando me ven. Rápidamente, se paran en atención,
inclinándose mientras me abro camino a través de los barracones. Siento
aquí una buena dosis de esa cautela anterior. Es solo una sensación—
tal vez los ojos de los soldados son un poco demasiado duros—sus
columnas un poco demasiado rectas, pero sé que no soy bienvenida del
todo. Sin embargo, no me impide moverme a través de los edificios.
Comedor, dormitorios, y para mi deleite, varias salas de
entrenamiento.Esto, me doy cuenta tardíamente, es lo que me atrajo
aquí. Entre todas las caras suaves y pintadas, me siento totalmente
diferente. Pero este lugar que carece de adornos y huele a sudor, esto lo
entiendo.

Paso mi mano sobre una pesa de metal apilada contra la pared, las
empuñaduras desgastadas por el uso. Entonces decido que no seré lo
que detesto. Vendré aquí para entrenarme, y me ganaré el respeto de los
guardias o no lo haré, pero no perderé al soldado en mí.

Detrás de mí, uno de los guardias ahora se acerca.

—Su Majestad, el rey ha llamado a cenar.


Capítulo 9

Traducido por Rimed & Mary Rhysand

SERENITY

CUANDO ME ENCUENTRO con Montes nuevamente dentro del


palacio no me guía al comedor como pensé que lo haría. En vez de eso
nos dirigimos nuevamente hacia afuera y cruzamos el jardín. El sol ya se
ha puesto y el cielo es azul oscuro. Siento el verano en la brisa y despierta
un intenso anhelo en mí. La última vez que me sentí de esta forma, aún
tenía a mi madre.

Cuando nos movimos más allá de los setos, se vuelve claro que el
rey me está guiando a otro de los edificios que se encuentra en el límite
de los terrenos. Está hecho de cobre, mármol y mayormente de vidrio.
Cientos de paneles conforman por si solos el domo. Nunca había visto
una estructura como esta.

Montes sostiene mi mano contra la curva de su brazo. Creo que


sabe que, si lo deja ir, lo quitaré inmediatamente. Pero el gesto es
extrañamente íntimo.

—¿Sigues enojada? —pregunta él.

—Cuando se trata de ti, siempre estoy enojada.

—Mmm, no debes haber recuperado todos tus recuerdos aún. Por


ejemplo, la última vez que estuve entre esos bonitos muslos tuyos,
estabas lejos de estar enojada.

Un rubor se extiende por mi cuello con laevocación que, de hecho,


recuerdo.
—¿Siempre disfrutas siendo obsceno?

—Mi reina, eso no es ser obsceno. Obsceno sería decirte como tu


pequeña y apretada va…

—Montes. —Mis mejillas están en llamas ahora, y no puedo decir


si estoy más avergonzada por sus palabras o por el hecho de que aún
reacciono de esta forma. Ambos, tanto él como yo, somos conscientes de
que es una debilidad mía.

Baja su mirada hacia mí, sus ojos brillantes al atrapar la luz de


una lámpara cercana.

—Eso no es obsceno, Serenity. Es solo lo que significa ser tu


esposo. Y sí, disfruto hacerte sonrojar. Es tan… impropio de ti.

Aprieta mi mano. Y mientras siento como sus dedos envuelven los


míos, recuerdo nuevamente que, con él, la intimidad no es un puñado de
recuerdos, es algo que ocurrirá nuevamente y más pronto que tarde, si
la intensidad de su mirada sirve de indicador.

—¿Qué estás pensando? —pregunta.

Debe ver todos mis nervios y ansiedades, pero no se las entregaré


en una bandeja dándole voz a las palabras.

No quito mis ojos de los suyos cuando digo:

—Estoy pensando que le darías al diablo una carrera por su dinero.


De hecho, probablemente esté preocupado de que tu próximo territorio
en la mira sea el suyo.

La esquina de la boca de Montes se eleva.

—Una buena idea, Serenity. ¿Quizás podría consultarte sobre el


diseño del infierno? He escuchado que estás familiarizada con este.

Dios, odio a este hombre.

Alejo mi atención de él, de vuelta a la estructura hacia la que me


está guiando. Entramos al edificio y me doy cuenta exactamente de lo
que es.

Un invernadero.

Mi persistente irritación se evapora en lo que mis ojos recorren el


interior.Nunca antes había visto tantas plantas diferentes juntas. Sus
hojas son cerosas y sus colores… No me había dado cuenta de que
existían tantos matices de verde. Pero no es solo verde. Rosados y
amarillos, rojos y naranjos, blancos y púrpuras y cada color entre medio,
cada planta más extraña y hermosa que la anterior.

Sin pensar, comienzo a moverme entre los grupos de ellas,


arrastrando inadvertidamente al rey conmigo. Puedo sentir su mirada en
mi rostro, bebiendo mi reacción. Me alejo de él y acaricio una hoja.

Es una cautiva aquí, viviendo en su propia jaula dorada.

Igual que yo.

Soltándola, levanto mi mirada y contemplo el resto del invernadero.


Los paneles de vidrio están empañados y la humedad está rizando mi
cabello. Cientos de plantas se alinean en el edificio. El tamaño y la belleza
de este lugar son asombrosos.

Luego de vivir en un oscuro bunker subterráneo por los últimos


cinco años, la idea de un cuarto lleno con luz y plantas es casi
incomprensible.

Así que, naturalmente, el rey tiene uno de esos lugares en su


propiedad.

—Y mi reina frunce el ceño nuevamente.

—Esta es solo otra habitación con un ridículo propósito.

Él de hecho se ve complacido y no puedo comprender por qué.

Toma mi mano y me guía por un pasillo. Luego comienza a señalar.

—Papaver Somniferum, la amapola del opio. Extractos de la planta


pueden ser usados como analgésicos de alta graduación, entre otras
cosas.Camellia Sinesis, las hojas secas de aquella pueden hacer té. Coffea
arabica, la planta que te salvó de asesinar a todos antes de las ocho de
la mañana.

—No a todos. Solo a ti —corrijo.

Sonríe con suficiencia y señala otra planta.

—Cannabis Sativa, ayuda con el apetito, sueño, ansiedad y


disminuye las náuseas. Una droga maravillosa, realmente.Muchas de
estas plantas ya se están usando medicinalmente —continúa—, y fuera
de mis invernaderos, son difíciles de encontrar. Muchas más de ellas
están siendo investigadas y genéticamente modificadas, nuevamente
para la ciencia.
Y ahora entiendo la expresión de satisfacción del rey. Había
asumido que no se preocupaba por salvar el mundo que su guerra había
destruido. No me había imaginado que tal vez algunas de las pruebas de
laboratorio en las que había estado trabajando eran para el beneficio de
la gente que había abusado.

Me conduce por el pasillo en el que estamos y entramos a otro


cuarto del invernadero. Por encima de nosotros veo las estrellas a través
del abovedado techo de vidrio que había visto desde afuera.

Las plantas aquí están dispuestas en los bordes de la habitación.


En el medio de todo hay una mesa puesta para dos que es iluminada por
velas.

Agarro la cadena del collar de mi madre. Nunca he sido cortejada,


salvo por otra cena a la luz de las velas también organizada por el rey. Y
aquella última vez, para mi gran vergüenza, había funcionado.

Probablemente volvería a hacerlo.

Montes me lleva hacia adelante, sus ojos oscuros centelleantes. Es


incluso más difícil no ser atraída por él cuando el tenue brillo de la
habitación llama la atención a todos los agradables ángulos de su rostro.

A él le gusta esto, me doy cuenta. Consintiéndome en su lujoso


estilo de vida. Aún no se ha dado cuenta de que es una espada de doble
filo.Soy una hija de la guerra y hambruna. No sé cómo mimarme y no
quiero hacerlo.

Debe haberme visto retrocediendo porque aumenta la presión que


tiene en mi espalda baja. A regañadientes lo dejo guiarme a la mesa. Me
acerco a ella del modo en que lo haría con cualquier otra cosa que es
demasiado buena para ser verdad.

Los platos y cubiertos descansan sobre lino celeste y dorado


bordados con las iniciales del rey. Bajo la vista a mis anillos. Los colores
coinciden.

—Azul y dorado, son tus colores —digo. Solo ahora logro juntar los
simbolismos que han sido entrelazados en el mandato del rey.

—Y tuyos también, mi reina que ama las estrellas y la profundidad


de la noche—dice, quitándose su chaqueta y tomando asiento frente a
mí.

Igual que más temprano, desabrocha sus gemelos y enrolla su


camisa por sobre sus codos. Y ahora vuelvo a observar sus antebrazos.
Esto es seducción cuidadosamente elaborada y estoy indefensa
contra ella.

—¿Qué quieres de mí? —pregunto, forzándome a subir la mirada.


Su cara no es una mejor opción.

No puedo soportar esto. Fui criada en el deber y honor; y no puedo


encontrar ninguno en mi situación. Estoy atrapada en un rol donde soy
la traidora de todos, incluso de mí misma.

Me da una mirada penetrante.

—Todo.

—Sabes que eso es imposible.

—¿Ese es otro de tus hechos? —pregunta Montes, inclinándose


hacia adelante.

Antes de que pueda responder, escucho abrirse la puerta al


invernadero. Un largo momento de silencio se prolonga mientras dos
sirvientes entran, uno llevando una botella de vino y el otro una bandeja
con dos platos en ella.

—Aquí, tomaré eso —dice el rey, tomando el cuello de la botella de


vino del sirviente mientras el otro deja los platos frente a nosotros.

Una vez que la comida ha sido dejada en su lugar, ambos


servidores hacen una reverencia y dejan el cuarto.

Montes nos sirve a cada uno una copa de vino de la descorchada


botella que sostiene.

—Juguemos un pequeño juego —dice, pasándome mi copa—. Te


haré una pregunta y me responderás o beberás.

Estrecho mis ojos hacia él, pero tomo mi bebida de su mano


extendida. La última vez que había jugado este juego, dormí durante las
negociaciones del día siguiente y cuando desperté, estaba más enferma
que un perro. Una desventaja. También evité que el rey durmiera
conmigo. Una ventaja.

—Jugaré, pero solo si tú contestas mis preguntas también.

La boca de Montes se curva hacia arriba.

—Por supuesto. Eso es justo.

Como si él supiera algo sobre justicia.


Se inclina hacia atrás en su asiento, la llama de las velas baila en
sus ojos. Podría bien estar sentada con el diablo; Montes es lo
suficientemente guapo y perverso para el trabajo.

—Me dijiste una vez que odio no es la única cosa que sientes por
mí—dice—. ¿Qué más sientes?

¿Comienza con eso? ¿Eso?

Tomo un sorbo de vino. Montes sonríe y me doy cuenta demasiado


tarde que mi reacción fue una respuesta en sí misma.

—¿Planeabas asesinarnos a mi padre y a mí antes de que


llegáramos a Geneva? —pregunto.

Si puede hacer preguntas difíciles, entonces yo también.

Montes suspira.

—Se supone que esto sea divertido.

—No es mi culpa que seas un bastardo —digo—. Ahora responde


mi pregunta.

La vena en su frente comienza a palpitar.

—Pisa ligeramente, mi reina —dice suavemente.

Nos miramos el uno al otro y creo que ambos nos damos cuenta de
que hemos encontrado nuestro igual.

Finalmente, él dice:

—La muerte siempre está en la mesa cuando se trata de mis


negociaciones. Lo sabes.

Había planeado asesinarnos.

—¿Ordenaste que asesinaran a mi padre?

—Ah-ah —dice, su voz jovial, pero sus ojos duros—. Ya estás


olvidando las reglas.

Frunzo el ceño hacia él.

—¿Por qué te casaste conmigo? —pregunta.

Voy con calma.

—Era yo o mi país.
—¿Esa fue la única razón?

—Es mi turno. —Mi voz es glacial. Estoy a segundos de dar vuelta


la mesa, o de tirarme sobre ella y atacar al rey—. ¿Ordenaste que
asesinaran a mi padre? —repito.

—No, Serenity, no lo hice.

Agito mi copa de vino, agitada. ¿Qué esperaba yo que dijera? ¿Que


lo había hecho?

—¿Fue salvar a tu país el único motivo por el que te casaste


conmigo? —pregunta.

¿Realmente espera una respuesta distinta a un sí?

—Vomité cuando supe que debía casarme contigo —digo—.


¿Realmente quieres discutir esto nuevamente?

—No. ¿Qué te hizo la Resistencia cuando te mantuvieron


prisionera?

Me engaña en un turno.

Agarro fuertemente mi vaso y me obligo a reflexionar su pregunta.


El hombre frente a mí no es un soldado. No tiene un verdadero concepto
de tortura y humillación. Pero es mi esposo, y es el megalómano que ha
doblegado el mundo a su antojo.

Agarro mi vaso y bebo. Con él, la violencia engendra violencia.

Echo la cabeza hacia atrás y miro a las estrellas que a duras penas
puedo ver a través del techo abovedado sobre mí. Quiero decir que las
observo porque son hermosas, pero no puedo mentirme sobre esto. Estoy
evitando la reacción del rey ante lo que estoy a punto de preguntar.

Me controlo. No soy una cobarde, y tengo el coraje para hacer la


pregunta, entonces también debería tener el coraje para mirar al rey
mientras lo hago.

Nivelándolo con mi mirada, le pregunto:

—¿Qué sientes por mí?

Sorpresa pasa a través de sus facciones antes de componerse. Una


vez que lo hace, deseo regresar las palabras a mi boca.

Montes me da una lenta, y ardiente sonrisa, una que siento en mi


vientre. Levanta su copa y toma un trago.
Ninguno de los dos ha tocado la comida todavía, y en ese momento,
el hambre es lo último en mi mente.

Baja su vaso, su mirada bajando a la base de mi garganta.

—¿Cuan joven eras cuando la perdiste? —Asiente hacia el collar de


mi madre.

Envuelvo mi mano alrededor de este, y ya estoy sacudiendo mi


cabeza. No, no tiene que saber de ella. Su guerra la mató, junto con otro
millón de madres. Ella está más allá de su alcance ahora, y no le daré lo
que queda de ella.

El vino que trago apenas pasa por mi garganta.

Es mi turno, y en todas las palabras que puedo pensar se han


vuelto amargas en mi lengua.

—Dime, ¿cuál es el precio de mi vida, Montes?

Montes ha estado girando su vaso, pero ahora se detiene.

—¿Qué estás preguntando realmente?

—Eso —digo—. Estoy preguntando eso. ¿Cuál es el precio de mi


vida?

Me estoy preparando para el fracaso, y quiero que me falle. Quiero


que su respuesta me decepcione porque no lo odio con todo mi corazón,
pero deseo hacerlo desesperadamente.

Toma un trago de su bebida.

Eso fue lo que pensé.

Tal vez mi vida vale un país para él. Tal vez vale menos. Cual sea
el costo, sabe que me molestaría más que su silencio.

Empujo hacia atrás mi silla y me pongo de pie.

—Que épico amor eres —murmuro. Mis palabras no llevan


hostilidad. Tal vez es eso lo que lo hace estremecerse.

—¿Me amas? —dice.

Y se aferra a eso. Niego con la cabeza.

—No te culpo por ello, sabes. Treinta años es un largo tiempo para
pasar coleccionando países como juguetes. —Lo suficiente para perder tu
consciencia.
Se pone de pie.

—Serenity.

Lo ignoro mientras me alejo, y hay algo satisfactorio sobre desvelar


el monstro detrás de esa linda pose.

—¡Serenity!

Puedo oír sus zapatos contra el piso de mármol.

—Te equivocas —dice cuando no me detengo—. ¿Quieres saber por


qué no respondí la pregunta? Porque no sé la respuesta, y eso me
aterroriza. Pero sí sé esto: lo que tenemos es épico. ¿Por qué crees que
nuestros enemigos quieren separarnos tan desesperadamente?

Ahora me detengo.

—Éramos enemigos antes de que todo esto empezara —digo.

—Nunca fui tu enemigo, Serenity. El mundo vio eso cuando


hablamos de los pactos de paz, y lo vieron de nuevo cuando observaron
nuestra boda. Es por eso que la resistencia está tratando de meterse
entre nosotros.

Me giro para enfrentarlo. Incluso así de lejos, se traga el espacio.


Si alguien va a ser un líder mundial, debería ser él. Es impresionante, y
no solo por su apariencia. Tal vez es todos esos años ocultos suyos que
se roban el espacio en esta habitación porque no pueden ser usados en
su rostro. Lo que sea que es, lo hace aún más enigmático.

—¿Te casaste conmigo para asegurar tu poder? —digo.

Se ríe ante eso y da un paso al frente.

—¿Te convenciste de eso? ¿Qué mi razón principal para casarme


contigo fue para asegurar mi poder?

Los vellos en mi brazo se erizan ante lo que no está diciendo.

—Tú y yo, ambos sabemos que podría haber aplastado a la NOU


bajo mi bota si lo hubiera decidido. Son más un dolor porque los aseguré
pacíficamente.

Las cosas más tenebrosas son esas que no entiendes. Eso es lo que
siempre me aterrorizó del rey, no podía descifrar sus motivos. Pensé que
estaba empezando a entender, pero no.

Camina hacia mí, lentamente.


—Me temo que cuando se refiere a estrategia, mi reina, te he
superado.

Adrenalina corre a través de mí mientras mi cuerpo se alista.

—¿Por qué te casarías conmigo si no fue por poder? —No hay más
de distraerse con el vaso de vino para ninguno de nosotros.

Yo soy la cruda verdad y él es la linda mentira, y siempre estamos,


siempre girando alrededor del otro. Creo que tiene razón. Lo que pasa
entre nosotros es tan épico como siempre he temido.

Elimina el último espacio que nos separa y extiende una mano para
ahuecar mi barbilla.

Aparto mi rostro de él.

—No lo hagas.

—¿No puedo tocar a mis esposa?

No es propio de él preguntar.

No hay nada más a lo que sostenerme cuando está así. Mi odio es


demasiado efímero, mi corazón demasiado esperanzador.

Cierro mis ojos y asiento.

Un segundo después la suave piel de sus dedos frota mis mejillas,


mi boca. Luego se van, y entonces sus labios acarician los míos.

Sabe cómo a tabú. Él es mío.

—Era mejor cuando simplemente te odiaba —murmuro contra él.


Mi cabeza y mi corazón están en guerra, y la caída me está rompiendo en
dos.

—Lo sé —dice, sus labios aun presionados a los míos—. Eso no me


detendrá por tratar de ganarte otra vez, pero lo sé.

Abro mis ojos. Los oscuros, ojos del rey me regresan la mirada. Mi
pulso se acelera un poco más. No se supone que quiera saber lo que
piensa o ser atraída por el mismo encanto que ganó países y oficiales.

Pero lo hago y lo estoy. Su vida me asusta, pero él también es un


alma gemela. Su oscuridad complemente la mía.

—Siéntate de nuevo —murmura contra mis labios.


Lo dejo guiarme de vuelta; no tengo otro sitio a dónde ir. Toma su
propio asiento y alcanza sus cubiertos.

Levanto mi propio cubierto y tomo un poco de pasta. Solían servir


pasta en el bunker, pero tan pronto el sabor golpea mis papilas
gustativas, me doy cuenta que esta es una especie totalmente diferente.
Si a lo que estaba acostumbrada era agua entonces esto sería vino.

Montes me observa todo el tiempo.

Trago.

—Deja eso.

—Entonces deja de hacer expresión cuando comes.

—¿Qué expresión? —pregunto.

—Como si te follaran dulcemente.

No debí haber preguntado. Y definitivamente necesito más alcohol


para esta conversación. Montes llena de nuevo mi trago antes de que se
lo pida.

—Me sorprendes —digo, mirando mi bebida llena.

Sus ojos brillan notablemente.

—¿Oh, en serio?

Este hombre y su ego.

—Servirle vino a la mujer con cáncer de estómago. —La última vez


que me excedí, vomité sangre.

El brillo en sus ojos muere un poco.

—El Durmiente está controlando el cáncer.

Eso es suficiente para mí. Tomo un trago saludable.

—Pero aun lo tengo. —Bajo el vaso.

—Lo tienes. Pero no por mucho.

Me dan ganas de llevar mis rodillas a mi pecho. En vez de eso, tomo


otro bocado de paste. Está riquísima.

Demonios, creo que estoy haciendo una cara mientras cómo.


—No hemos descubierto una cura aun —continúa—, pero mis
investigadores están cerca.

Tomo otro trago de vino.

—No me ilusionaría mucho si fuera tú. —Seguro, hay expertos


investigadores en abundancia, pero Montes solo ha estado financiando a
aquellos que impulsaron su guerra.

—¿Qué estás diciendo? —Esa vena empieza a pulsar de nuevo.

—No creo que puedas salvarme.

Montes deja que mis palabras calen, y por un segundo luce tan
razonable. Luego la burbuja se rompe.

Se pone de pie de repente, estremeciendo la mesa mientras lo hace.


Lo miro mientras la rodea, sus ojos destellando con emoción.

Somos fuego y arma de fuego. Algo está a punto de explotar, y yo


enciendo la mecha.

Patea mi silla hacia atrás y se inclina, su mano reposando en el


respaldo.

—Puedo salvarte y lo haré.

Encuentro su mirada. Dios sálvame, el hombre lo dice en serio.

Trago.

—Montes, siempre va a ser de esta forma. —Me siento como una


adivina mientras hablo—. Ya sea el cáncer o la Resistencia, algo siempre
me atrapa.

Mi tiempo ya ha sido escrito. Es simplemente cuestión de tiempo.


Montes es el único aparte de mí que está luchándolo.

—¿Te has escuchado? —dice—. La muerte no llega a esta casa.


Capítulo 10

Traducido por NaomiiMora & YoshiB

SERENITY

YA ES TARDE cuando regresamos al palacio. Antes de que pueda


pensarlo dos veces, me quito los zapatos. No puedo recordar la última vez
que caminé descalza fuera, y no debería dejarme llevar por algo tan
simple como mis pies desnudos tocando el suelo, pero lo estoy. En
tiempos de paz, la gente probablemente no tenga que pensar en usar
zapatos, pero siempre he tenido que hacerlo. Nunca se sabe cuándo vas
a tener que correr.

Es una pequeña cosa, esta libertad, pero la disfruto. Nos guío por
el camino de piedra para sentir la sensación de hierba entre mis dedos.
Tengo que morderme el interior de la mejilla para no sonreír al sentir la
tierra esponjosa y húmeda bajo mis pies y la picazón del césped. En este
momento no me importa que haya una docena de luces encendidas en
las ventanas del palacio, o que estemos a la vista de varios guardias. Nada
puede interponerse entre mí y este pequeño placer.

Montes debe notar mi fascinación por las texturas de la tierra


porque nos dirige hacia un área donde el suelo está libre de pastos y
plantas. Ninguno de los dos reconoce que estoy interesada en caminar a
través del lodo y la tierra.

Me dirige sutilmente a otra sección de los terrenos del palacio.


Piedras afiladas muerden en las almohadillas de mis pies. Maldigo, y de
repente, la mano de Montes tiembla en la mía.

Cuando lo miro hacia él, se está riendo.


Lo empujo.

—Lo hiciste a propósito.

Ahora no se molesta en contener la risa.

—Lo hice.

—Eso es lo que recibo por confiar en ti. —El veneno habitual se ha


ido de mis palabras.Encuentro que disfruto las burlas de Montes en este
momento.

—Vamos —dice—. Te prometo no más sorpresas desagradables.

Me lleva hacia una manguera. Como muchas cosas aquí, este


equipo mundano es una novedad. He visto y, en un par de ocasiones, he
usado mangueras antes, y las NOU todavía tenían algo de agua corriente
cuando las dejé, pero ya nadie riega el césped.

Montes la enciende y dirige el rocío hacia mis dedos de los pies.

—Levanta tu pie.

Lo hago. Agarra mi tobillo y enjuaga la suciedad. Tengo que


apoyarme contra su hombro para mantener el equilibrio. Es
extrañamente íntimo. Suelta mi pie derecho y me pide el otro.

Estudio sus rasgos mientras me enjuaga. Me está cuidando, me


doy cuenta. Esto es lo que hacen los amigos, lo que hacen la familia y los
amantes. De hecho, debo ser una chica extraña, extraña para codiciar
estos momentos con el rey más que las cenas elegantes que organiza.

Suelta mi pie, y luego nos movemos de nuevo.

Los palacios del rey siempre me han parecido inquietantes, y esta


noche no es diferente. Debajo de las estrellas, no tenemos clasificación,
ni responsabilidades, ni civilización, pero dentro de este edificio todo eso
cambia.

Cruzamos el umbral y me despido de los pocos hilos de libertad


que encontré afuera. Pierdo la cuenta de todos los giros y vueltas que nos
llevan a la habitación de Montes.

Nuestra habitación, corrijo cuando entramos.

Me coloco cerca de la puerta. Una gran cama con dosel asoma


frente a mí. Tengo que meterme con el rey. Estoy sobria al instante.
La mayor parte de mi memoria ha regresado. Sé lo que hacemos en
camas como esta, pero todavía me siento como una extraña en mi propio
cuerpo. Y después de nuestra cena en el invernadero y nuestro paseo por
los jardines, me siento extrañamente vulnerable.

Los resbaladizos sonidos del material que se deslizan me sacuden.


Miro a Montes justo cuando quita su último artículo de ropa. Su cuerpo
profundamente bronceado está completamente en exhibición, y estoy
teniendo problemas para combatir mis propios impulsos. Se necesita la
mayor parte de mi energía para fingir que no es tan encantador como él
sabe que es.

Se acerca a mí. Sus manos apartanel cabello de mis hombros.

—¿Asustada?

¿Cómo he terminado aquí? Sin familia excepto para Montes, la


misma persona que me los quitó a todos.

—¿De ti? No.

Son mis emociones conflictivas las que me asustan. Me están


chupando, y me temo que una vez que lo hagan, no me gustará la mujer
en la que me convirtieron.

—Entonces ven a la cama.

No es una petición, es un desafío, y él la puntúa tirando de la


corbata alrededor de mi vestido. La tela cede con un poco de esfuerzo del
rey, y luego mi atuendo se desliza.

Montes me rodea, su mano recorriendo mi carne. Con un


movimiento de su muñeca, me desabrocha el sostén. Sus dedos se
mueven hacia mis bragas, las engancha alrededor de las finas bandas del
material y las tira hacia abajo antes de volver una vez más para
enfrentarme.

Parpadeo, sobresaltada, mientras estamos desnudos uno frente al


otro.

Los ojos de Montes se hunden y luego se dirige hacia la cama.

—Ven, Serenity.

Dudo, pero incluso esta es una causa perdida. Es mi esposo. Esta


es una parte del paquete.
Siguiéndolo a la cama, me deslizo debajo de las sábanas y me
mantengo de espaldas a Montes.Mis músculos se tensan. No voy a
quedarme dormida a corto plazo.

Un brazo serpentea alrededor de mi cintura y Montes me tira contra


su pecho. Puedo sentir cada centímetro desnudo de él presionado a lo
largo de mi espalda.

Respira contra mi cabello, acariciando el lóbulo de mi oreja.

—Nunca te dejaré ir, y nunca te dejaré morir. Tú serás mía,


siempre.

MANOS SE DESLIZAN sobre mis piernas. ¿Estoy en un sueño o


fuera de uno? No puedo decirlo.

Abro los ojos. La luz de la mañana se filtra en la habitación, y mis


labios se transforman en una sonrisa. Mientras viva, la visión de ello
nunca envejecerá.

Los labios de Montes rozan los míos, robándome la sonrisa. El beso


es rápido, suave, y su boca se ha ido antes de que pueda reaccionar.

Se mueve por mi cuerpo, su pelo cosquilleando la piel de mi pecho


mientras se mueve más abajo.

Me levanto sobre mis codos.

—¿Qué estás haciendo?

Montes roza un beso a lo largo de mi caja torácica, su áspera mejilla


raspa mi carne.

—Despertando a mi esposa.

Esto no es terriblemente fuera de lugar para él, pero todavía no


estoy acostumbrada.

Presiona mi torso de vuelta al colchón. Su mano permanece contra


mi esternón hasta que dejo de resistirme. Su otra mano se desliza más
abajo. Y más abajo.

Le agarro la muñeca.
Estoy tan, tan terriblemente en conflicto, principalmente porque
disfruto haciendo esto con el rey.

—Déjalo ir, Serenity—dice, mirándome. Sus ojos son demasiado


oscuros, su piel demasiado bronceada, sus dientes demasiado blancos.
Sus rasgos son antinaturales, al igual que el resto de él.

—Tú primero —le digo.

Muy lentamente, levanta su mano de mi piel y la sostiene en señal


de rendición. No confío en él para que cumpla con ningún tipo de reglas
cuando se trata de ser físico.

Un golpe en la puerta nos interrumpe.

Suspira.

—Agarra una bata.

—¿Por qué? —pregunto, pero ya me estoy levantando de la cama y


dirigiéndome hacia lo que parece ser un armario. La gran cantidad de
ropa que hay dentro me hace retroceder. No estoy viendo una bata. Esto
realmente sería más fácil si alguien disminuyera la ropa aquí por un
factor de diez.

Agarro el primer artículo que veo y me lo pongo. Demasiado tarde


me doy cuenta de que me he metido en una de las camisas de Montes, y
ahora se abre la puerta

El rey me lanza una mirada acalorada a mi atuendo. Quiero quitar


a golpes la expresión de su cara. Por su parte, ha logrado deslizarse en
un par de pantalones de salón.

Un grupo de mujeres entra en la habitación y, oh Dios. No, por


favor, no.

Llevan bolsas de lona en colores que van del rosa al negro. He visto
esas bolsas antes. Esto no augura nada bueno.

—¿Qué está pasando?—Doy un paso atrás.

—Conferencia de prensa en...—Se acerca a un aparador y toma un


reloj que descansa sobre este—, tres horas.

—¿Me estás diciendo esto ahora?

—Alguien tiene que mantenerte alerta. —Me sonríe, como si todo


esto fuera muy divertido.
Tan pronto como me restablezca aquí, tendré mi propio horario.

Las mujeres se me acercan y mis miedos anteriores son


confirmados. Están aquí para prepararme.

—Puedo hacerlo yo misma. —Hablo en la sala en general, pero es


Montes quien responde.

—No te pregunté si podías.

Me llevan a una silla y se ponen a trabajar, me tocan la cara, me


pasan las manos por el pelo y me ponen unas joyas para que me las
pruebe.

Las únicas cosas que tiendo a personalizar son mis armas.

Montes acerca una silla a mi lado.

—Oh, ¿te quedarás esta vez?—Trato de girar mi cabeza hacia él,


pero eso me da un firme tirón en mi cuero cabelludo y una suave
advertencia del peluquero que se cierne sobre mí.

Me doy quince minutos antes de que se me acabe la paciencia y me


vuelva violenta.

—Necesito prepararte en tu discurso.—Puedo escuchar la alegría


en su voz. Me pica el dedo del gatillo.

—¿Qué discurso? ¿Espera, mi discurso? —Justo cuando pensé que


todas las desagradables sorpresas de la mañana habían terminado.

—El video de ti regresando a NOU se ha filtrado. El mundo ha visto


las imágenes. —Las imágenes de mí empapadas con la sangre de mi
enemigo.

Y de mi padre.

—También saben que la Resistencia te capturó, aunque,


brevemente. La organización terrorista lanzó un video y una declaración
sobre el evento, y hablésobre eso poco después de que te tomaran.

Para una chica que ha vivido en la clandestinidad durante los


últimos cinco años, hay una gran cantidad de atención de los medios en
mí… y la mayor parte es mala.

—¿Qué quieres que diga?—pregunto. Estoy legítimamente curiosa


de cómo el rey maneja asuntos como este.

—¿Qué dirías si aún fueras una emisaria de las NOU?


—Les diría que eras el diablo.

Por encima de mí escucho que al menos una mujer inhala con


fuerza.

—Eso no es lo que quise decir —dice el rey.

—Lo sé.—Y lo hago—. ¿Quieres que les informe sobre mi


experiencia?

—En realidad no tienes que preocuparte. Tenemos un discurso ya


escrito para ti.Todo lo que vas a hacer es leer el apuntador electrónico.

—¿En serio me estás confiando un micrófono y a tus súbditos? —


Tengo muchas ganas de mirar a Montes solo para leer su rostro.

—Nuestros súbditos. Has estado practicando esto durante la mayor


parte de tu vida, Serenity. Esto no es solo mi mundo; es tu mundo y es
su mundo. Haz lo correcto por esto.

HACER LO CORRECTO.

Las palabras de Montes permanecen conmigo incluso cuando nos


deslizamos en el auto que nos llevará a la conferencia de prensa.

¿Qué es lo correcto?

Ya no lo sé.

Miro al rey, que está hojeando una pila de papeles que le dio uno
de sus ayudantes.

Está tan seguro de todo, y yo estoy segura de nada. No puedo decir


cuál es el peor destino: cuestionarlo todo, paralizarse por la indecisión, o
no cuestionar nada y moverse a través del mundo ciego a cualquier otra
forma de existencia, excepto la tuya.

Mis pensamientos se alejan de mí cuando abandonamos los


terrenos del palacio. Esta es la primera vez desde que el rey me rescató
que veo el mundo exterior.

Pongo mi mano contra la ventana. Campos de malezas y pasto


silvestre flotan por delante. Dondequiera que estemos, está lejos de
cualquier ciudad rota. Una neblina matinal se pega al suelo, pero con
cada minuto que pasa se disipa un poco más.
—¿Dónde estamos?

No espero que Montes responda. No lo hizo la última vez. Así que


me sorprende cuando lo hace.

—Estamos en lo que se conocía como Inglaterra.

Recuerdo Inglaterra de los libros de historia. Fue uno de los


primeros países en caer. Cuando mi padre y yo viajamos a Ginebra para
las conversaciones de paz, las Islas del Norte eran una de las regiones
más seguras del Rey Montes Lazuli. La Resistencia no tuvo una gran
presencia allí, lo que podría ser una de las razones por las que el rey y yo
estamos actualmente aquí.

Me sorprende de nuevo la intención de Montes de mantenerme a


salvo. Ha sido así desde que se enteró de mi cáncer. El pensamiento deja
mi garganta seca.

Agarro una botella de agua ubicada en la consola central del auto


y tomo un trago antes de volver a mirar por la ventana.

Casi una hora pasa en ese coche. A veces pasamos por pueblos que
no se ven afectadas por la guerra del rey, y pasamos por ciudades más
grandes que muestran los más mínimos indicios de reparación: a lo largo
de los lados de algunos edificios y un muro temporal erigido alrededor de
una cuadra. Esto podría ser simplemente un mantenimiento general.
Hace tanto tiempo que no veo cómo las ciudades normalesfuncionan que
no puedo estar segura.

Cuando llegamos a la ciudad, todo brilla. Si alguna vez hubo una


guerra aquí, la evidencia ha sido pintada y reconstruida. La gente aquí
está al lado del camino, saludando a medida que avanzamos. En realidad
parecen... emocionados de ver la procesión de vehículos del rey.

Eso es nuevo.

El coche reduce la velocidad hasta detenerse frente a lo que parece


ser un enorme coliseo.Nos arrastramos por la multitud de personas que
nos esperan, recorremos una serie de pasillos y salimos a un escenario
al aire libre.

—Esto es todo tuyo ahora—dice el rey. Se despega de mí mientras


los organizadores me dirigen desde las bambalinas del escenario hacia el
podio.
Casi me tambaleo hacia atrás cuando vislumbro a la multitud. Hay
miles de ellos. Los asientos están llenos. Está muy lejos del último
discurso que di.

Cubierta de sangre, mi cuerpo temblando. Mi padre estaba muerto y


tenía que avisarle a la NOU.

La multitud ruge cuando me ven.

Estas no son las mismas personas que esperaron a que yo


desembarcara hace tanto tiempo. Estas personas son extranjeros con
historias completamente separadas. Este nuevo mundo mío ha sido suyo
por mucho más tiempo. ¿Qué podrían querer de mí?¿Qué querría yo de
mí?

Un líder. Una de verdad. El mundo no confía en Montes.

Siguen vitoreado mientras me acerco al estrado. Su aplauso es un


terrible, terrible sonido porque es una mentira. He matado a sus
camaradas, a sus hijos e hijas, a sus amigos y vecinos.

Aspiro temblorosamente en el podio, y hace eco en los


altavoces.Montes se encuentra a solo un par de metros de distancia, de
vuelta en las sombras ocultas al costado del escenario, pero también
podríamos estar separados por océanos.

Mis ojos encuentran el apuntador electrónico. Con la misma


rapidez, lo dejan. Si voy a dar un discurso, las palabras serán mías.

Me aclaro la garganta.

—Me siento honrada de que me hayan vitoreado, dado que la


mayoría de ustedes ha visto las imágenes de mí pisando el antiguo suelo
NOU.

Cualquier ruido restante se apaga con eso, y puedo ver a personas


de relaciones públicas gesticulando salvajemente para cortar mi
micrófono.

Rizo mis manos sobre el borde del podio e inclino mi cabeza. El


dolor está justo ahí. Todo lo que tengo que hacer es prestarle un poco de
atención y me derrumbaré. Por suerte para mí, no tengo ningún interés
en complacerlo. He pasado la mayor parte de una década demasiado
ocupada sobreviviendo para permitirme el lujo de vivir dentro de mi
tristeza. No voy a empezarhoy.
—Hace varios meses, eran mis enemigos y mi marido, el rey, era el
hombre que más quería ver muerto.

Mas gestos salvajes proviene de los costados del escenario, pero


Montes debe rechazar sus peticiones porque nadie viene a arrastrarme.

—Nací en Washington DC, hija de un congresista


estadounidense.Cuando tenía diez años, vi morir a mi madre. El ataque
aéreo vino del cielo.Unos años más tarde, una explosión nuclear acabó
con mi ciudad. Aparte de mi padre, todos los que había conocido y amado
se habían ido en un instante.

Mis palabras se encuentran con el silencio absoluto.

—Les estoy diciendo esto porque muchos de ustedes tienen


historias similares. Pueden ser viejas, pero no son menos dolorosas.

El silencio ominoso se convierte en murmullo. La gente escucha,


algunos asienten.

—Puede que me haya casado con el rey, pero no soy él. Soy uno de
ustedes. Me duele como a ti, amo como tú y puedo morir como tú.

Las palabras fluyen de mí. No sé si algo de lo que estoy diciendo


encuentra su marca, pero es lo mejor que puedo ofrecer.

—He visto lo que la guerra le hace a un lugar. Saca lo peor de


nosotros. Pero la guerra ha terminado. Es hora de que no simplemente
sobrevivamos, sino que prosperemos...

La multitud está hablando y cambiando. La gente señala las


pantallas erigidas y yo sigo sus miradas.

Me veo a mí misma, con la cara ligeramente alejada de la cámara.


Goteando de mi nariz, una línea de sangre. Lo alcanzo y lo toco,
mirándome fijamente los dedos.

El ruido de la multitud sube. La gente grita y repite una palabra


una y otra vez:

Plaga.
Capítulo 11

Traducido por Vale

SERENITY

—TODO VA A estar bien.

Cinco palabras que cada soldado teme.

Puedes reformularlas, elaborarlas, analizarlas, pero el significado


es siempre el mismo: estás jodido.

No ayuda que el médico de la realiza—el Dr. Goldstein, el hombre


que administró el antídoto para mi pérdida de memoria—diga esto
mientras usa un traje de materiales peligrosos. Ya me limpió la mejilla y
tomó una muestra de mi sangre para analizarla, y ahora está limpiando
mi brazo para una inyección.

Lo que nadie menciona es que, en primer lugar, las píldoras del rey
deberían haberme impedido que me contagie la peste. O que la plaga haya
recorrido su curso en esta región del mundo.

—¿Cuáles son las probabilidades de que la inyección funcione? —


pregunta Montes desde dónde me sujeta junto a sus guardias.
Obviamente, he sido un poco demasiado transparente con mi odio por los
médicos.

Sin embargo, no lucho demasiado contra ellos. El rey y sus


hombres se han puesto en cuarentena conmigo dentro de esta sala en el
palacio, y a juzgar por las piezas que he reunido, podrían estar en riesgo.

Incluso el rey.
Es poco probable, considerando que la exposición previa al virus
significa que sus cuerpos deben tener la inmunidad necesaria para
combatirlo, pero no es imposible.

El doctor está sacudiendo la cabeza.

—Decentes, aunque primero tendría que ver su análisis de sangre.

Desliza la aguja debajo de mi piel, y ahora sí sacudo mis


extremidades.

—Puede recibir una bala, pero no una inyección —murmura el rey.

Creo que está tratando de aligerar el estado de ánimo. No debería


molestarse. Conozco las probabilidades. A pesar de lo que dijo el rey
anoche, la Muerte y yo somos viejos amigos, y ha decidido visitarme.

DOS HORAS DESPUÉS, está claro que la inyección no ha


funcionado. Estoy empapada en sudor, pero tengo escalofríos. No es de
extrañar que esta plaga matara a tantos. Tiene un inicio rápido y se
intensifica rápidamente.

Mi cabeza late con fuerza, mi cerebro se siente demasiado hinchado


para la cavidad en la que descansa. Por una vez, no hay náuseas, solo
un dolor que se ha incrustado en mis huesos.

Montes se sienta a mi lado.

—Estás bien —dice, tomando mi mano.

Mis dientes chirrían.

—Deja de decir eso.

Sus labios se inclinan en una sonrisa, y aleja el cabello de mi cara.

—No fue así como me imaginé poniéndote sobre tu espalda.

—Eres un imbécil—le digo, pero mis labios tiemblan ante sus


palabras. Entiende que no quiero lástima. Me beberé su fuerza.

A diferencia de los demás, no se ha molestado en ponerse una


máscara. Mis ojos pican.La enfermedad desenrolla lo último de mis
defensas. El rey inmortal arriesga su propia salud para estar a mi lado.
Estoy demasiado enferma para preguntarme acerca de esto, pero no
demasiado enferma para ser conmovida por eso.

Montes limpia una lágrima que se filtra por el rabillo de mi ojo,


mirándola maravillosamente.

—Ella llora.

—Ponte una máscara, Montes. —No puedo pensar en el hecho de


que en realidad estoy preocupada por su bienestar.

—Estaré bien.

Quiero poner mis manos sobre sus labios para evitar que hable,
pero eso podría aumentar sus posibilidades de atrapar lo que sea que
tengo.

—Por favor.

Un golpe en la puerta nos interrumpe. Un momento después, el


médico, que se había ido para realizar mi análisis de sangre, regresa,
vestido una vez más con un traje de materiales peligrosos.

Una mirada a su cara y sé que lo que tiene que decir no va a ser


bueno.

—Montes—dice, sin mirarme a los ojos—, ¿un momento por favor?

EL REY

EL DR. GOLDSTEIN me lleva al extremo de la habitación.

—Envié el análisis de sangre de Serenity al laboratorio —dice


cuando me acerco a él. Se ve cansado, que no es la expresión que quiero
ver en su rostro.

—El laboratorio confirmó que la reina de hecho tiene la plaga. Sin


embargo…—El médico parece más que preocupado—, esta cepa... es
nueva.

—¿Es nueva?

¿Cómo aparece una nueva variedad de plaga de la nada y elige a


mi esposa como su primera víctima?
—¿De dónde se originó?

—Uno de sus laboratorios, el que se encuentra en París.

Me toma un momento registrar sus palabras. Espero que diga una


región general como la Península de los Balcanes, no una ubicación
específica, y definitivamente no es uno de mis laboratorios.

—Por lo que pude reunir, coincide con una variedad de plaga que
sus investigadores han estado probando.

La noticia es un shock para mi sistema.

—Están en las etapas iniciales de creación de una inoculación para


esta cepa—continúa Goldstein—, pero una inoculación no servirá de
nada a Serenidad ahora que ya se ha contagiado. Ya le hemos dado el
antídoto para el virus viejo.

—¿De qué sirve un viejo antídoto si esta no es la misma


enfermedad? —Mi voz está aumentando. Me pellizco el puente de la nariz
y camino de un lado a otro—. ¿Y cómo demonios se filtró esto?

Las cabezas van a jodidamente rodar. Ahora solo necesito averiguar


las de quién.

—Su Majestad, no tenemos ni idea. Nadie en la estación de


investigación en París ha informado de una contaminación, pero eso
podría ser un fallo en la supervisión...

—No me des esa mierda.

Este fue un ataque deliberado. Alguien entró en uno de mis


laboratorios y cosechó un súper virus para matar a mi reina.

Me paso una mano por la cara. Torturaré a todos esos técnicos uno
por uno hasta que tenga mis respuestas, y luego cazaré a quien sea que
haya hecho esto y los mataré lentamente. Hay que hacer un punto: los
que se atrevan a volver mis armas contra mí y los míos morirán, junto
con muchos inocentes.

—¿Cuál es la tasa de muerte?—pregunto.

—¿Perdón? —dice el Dr. Goldstein.

—La tasa de muerte. ¿Cuán letal es esta cepa?

—Su Majestad…

—Sólo dame el maldito número, Goldstein.


Sacude la cabeza.

—No lo sé. Sus investigadores en París no lo sabían, pero pensaron


que estaba en algún lugar cercano a…—toma un aliento—, el ochenta por
ciento.

Ochenta por ciento.

Ochenta por ciento.

Me he alejado de él antes de siquiera darme cuenta de que lo he


hecho. Me froto la boca ante el horror de todo. Cuatro de cada cinco
víctimas mueren.

Echo un vistazo a Serenity justo cuando deja escapar una tos


húmeda y agitada.

—¿Qué sucede a partir de este momento?—pregunto, devolviendo


mi atención al Dr. Goldstein—. ¿La llevamos al Durmiente?

Goldstein sacude la cabeza.

—El Durmiente se especializa en traumas, no en enfermedades. No


funcionará para esto, como tampoco curará a Serenity del cáncer.Su
Majestad —continúa, con su voz ya disculpándose—, esto está fuera de
nuestro alcance. Si la reina va a vivir, tendrá que vencer esto por su
cuenta.

LA CONDICIÓN DE Serenity empeora. Por la noche, está atada a


varios monitores diferentes, y me pongo tenso con cada pitido.

Nadie más en la sala contrae la plaga. No es muy sorprendente,


dado que en este extremo del hemisferio, las personas han sobrevivido a
la plaga una vez o han sido vacunadas contra ella. Goldstein especula
que esta cepa mutada es mucho menos transmutable, lo que significa
que, si bien es letal, no se propaga fácilmente. Esto solo fortalece el
argumento de que alguien infectó deliberadamente a mi esposa.

Y Serenity, que nunca se ha encontrado con la plaga antes, no tiene


defensas contra ésta. Las píldoras que deberían haberla protegido de este
patógeno, las píldoras que me impiden envejecer, no las ha tomado desde
el atentado en el palacio, que fue hace un mes. Todo lo que tomó antes
de eso hace tiempo que fue sacado de su sistema.
La veo dando vueltas y girando en la cama del hospital.

Traje a una de las víctimas de mi guerra a mi casa, y ella ha traído


las maldiciones del mundo con ella.

Paso mi mano sobre la de ella. Las cicatrices estropean sus


nudillos; es la misma mano que lleva mis anillos. Amor y guerra: luchan
contra su piel. Enrosco mis dedos entre los suyos y los llevo a mi boca.

Serenity no reacciona al tacto, pero yo sí. Mi mano tiembla, y no


puedo estar seguro de si el miedo o la furia son responsables de la
parálisis muscular.

Incluso mientras estoy aquí sentado, mis investigadores están


siendo interrogados y castigados.

No es suficiente para aflojar mi necesidad de venganza. Ni de cerca.

Serenity deja escapar un gemido y tira contra mi agarre. Solo


entonces me doy cuenta de que le he estado apretando la mano con tanta
fuerza que mis nudillos se han puesto blancos.

Esa noche en Ginebra, cuando la tuve bajo las estrellas por primera
vez, le conté todas las formas en que no era excepcional: cómo no era la
más bonita, la más inteligente o la persona más divertida con la que me
había encontrado. No me molesté en decirle que era la mujer más feroz
que había conocido, o la más trágica. No le dije que fuera cual fuera la
combinación de dolor y dificultades que había soportado, me cautivaba
por completo.

No está muriendo. No puede. El acto final de Serenity no es


sucumbir a la fiebre en una cama de hospital.

Serenity vivirá, debe hacerlo. Yo confío en ello, y la humanidad


confía en ello.De lo contrario, no descansaré hasta que el mundo arda.
Capítulo 12

Traducido por Liliana

SERENITY

ELLOS DICEN QUE me tomó cinco días para vencer a esta cosa.

Dicen que era la cepa de plaga más letal que habían visto. Me dicen
que cuatro de cada cinco personas mueren a causa de esto. Que mi
comprometido sistema inmunológico me salvó de la muerte por un virus
que mata principalmente a personas sanas.

Dicen que alguien plantó el virus en o cerca de mí.

Dicen que fue la Resistencia.

Lo creo todo menos lo último.

—Confíen en mí cuando digo que si la Resistencia supiera sobre su


súper virus, lo habrían aprovechado hace mucho tiempo —le digo al
consejo del rey.

Estoy caminando de un lado a otro dentro de una de las salas de


conferencias del palacio mientras Montes y sus asesores repasan el
ataque.

—Hace meses que eraparte de la Resistencia —dice uno de sus


hombres… un antiguo gobernante de África occidental—. ¿Cómo sabe
eso?

El rey está recostado en su silla, sus ojos calculadores se mueven


entre el asesor y yo. Ha estado en silencio, y eso es probablemente lo
mejor. Por lo general, cuando habla, alguien termina con una bala entre
los ojos.

—Usted fue quien sugirió que los miembros de la Resistencia están


plantados en todas partes —continúa el hombre—. Ahora nos falta un
conductor y un coche oficial; uno que coincide con la descripción del que
se ha encontrado cerca de un presunto bastión de la Resistencia.

—La correlación no es lo mismo que la casualidad —digo.

El hombre se ríe, y adelgazo mis ojos. La burla que estos hombres


tienen por mí es casi palpable. Sé lo que ven: una joven y bonita chica de
una nación atrasada que desea hablar con ellos como iguales. Apenas
pueden soportarlo. Y mientras disfruto de su silenciosa furia, nunca voy
a hacer avances con estos hombres si no respetan mi opinión.

Pongo mis manos sobre la mesa y lo miro fijamente, dejando que la


civilidad se desangre de mi expresión. No soy una delicadaflor. He visto
de primera mano másatrocidades de la guerra que la mayoría—si no
todos—de estos hombres.

—Es un razonamiento como ello que hace retroceder al mundo


décadas y reduce la vida útil global desde los años sesenta hasta
mediados de los treinta —digo.

Él me devuelve la mirada con ojos frenéticos.

—Es un razonamiento como el suyo, mi reina, que casi la mata


varias veces.

—Efe. —Montes se levanta de su silla, su expresión ominosa. La


amenaza es clara… un insulto para mí es un insulto para él.

—Ambos tienen razón. —Esto viene de Alexander Gorev, o Alexei,


como él prefiere.

Lo conozco mejor como la Bestia del Este. Todos en la NOU


escucharon historias sobre la inclinación del ex general por la tortura y
la violación. Es el hombre que reemplazó el asiento de Marco. Ahora está
tratando de ser el mejor amigo de todos para compensar el hecho de que
es nuevo en este consejo. Estoy teniendo problemas para no robar las
armas de uno de los guardias y poner una bala en su vientre, justo donde
sé que la muerte vendrá solo después de diez agonizantesminutos.

Mi mirada se acerca a él, y todo lo que iba a decir muere en sus


labios. Debe sentir lo cerca que está de la muerte. A él lo mataré
eventualmente.
No entiendo por qué Montes ha elegido a este grupo de déspotas
como sus asesores, pero ahora entiendo por qué usa el miedo para hacer
que cooperen. Es el único mecanismo al que reaccionan.

—No vine aquí para hablar sobre mi mortalidad —digo.

—Mmm, pero lo hice. —La voz de Montes se enrolla alrededor de


todos nosotros.

Apenas me había dejado salir de la cama esta mañana, a pesar de


haber sido autorizada para la actividad por el Dr. Goldstein. Sólo mi
opinión experta sobre la Resistencia y su propia sed de venganza lo
influenció.

—Hemos estado trabajando en esto durante una semana —


continúa—, y no hemos hecho ningún progreso. ¿A quién tengo que
matar para que las cosas sucedan?

Si solo los psicópatas estuvieran bromeando.

Sus hombres palidecen. Los susurros que ya he escuchado


sugieren que el rey mató a varias personas que sospechaba que
facilitaron mi asesinato.

—Tal vez podríamos empezar contigo, Efe.

Los ojos del hombre se abren, pero antes de que tenga la


oportunidad de rogar al rey, los ojos de Montes se mueven hacia Alexei.

—O tú.

Juro que la Bestia deja de respirar. No se ha acostumbrado a las


amenazas del rey.

—Hmmm, no —continúa Montes—, creo que la culpa debe estar en


todos ustedes. Tienen otro día. Tráiganme algo mañana o yo mismo
encontraré nuevos asesores.

La gente asiente y murmura, algunos barajan papeles. Un día más


en la vida del asesor de un demagogo.

Alguien se aclara la garganta.

—Deberíamos discutir el antiguo ONU.

Mis vellos se levantan ante la mención de mi patria. Estos hombres


son depredadores listos para destruir su nueva muerte.
Mis ojos se posan en el altavoz. Ronaldo. Él fue el que orquestó las
explosiones nucleares que destruyeron mi país, aquella cuya vida salvé
en una de estas últimas reuniones.

—No. —La palabra sale antes de que pueda censurarme.

Montes gira en su silla con una ceja levantada.

—Yo trataré con la NOU—digo. No Ronaldo, que jugó un papel clave


en su destrucción. Ninguno de estos otros hombres que no sienten amor
por la cicatrizadatierra que alguna vez llamé mi hogar.

Los asesores de Montes se muestran horrorizados. Sus miradas se


mueven de mí al rey y vuelven.

—¿Su Majestad? —Es el hombre de Walrus de nuestra boda el que


se levanta, el hombre con los ojos saltones y la barriga. No recuerdo su
nombre y no me importa especialmente.

El rey enfoca toda su perturbadora intensidad en el asesor.

—¿Sí?

Walrus mira a cada lado de él, su rostro comienza a enrojecerse


cuando nadie más habla. ¿Había pensado en disputarme? ¿Esperaba que
romper el silencio anunciara más quejas de sus colegas? Nadie más
parece interesado en disputar a la esposa del rey, a pesar del hecho de
que muchos de ellos parecen enojados.

Tales camaradas leales, estos hombres.

—Nada —dice Walrus.

Débil, débil hombre.

—Bien. —Los ojos de Montes brillan cuando se encuentran con los


míos. Él me mantiene cerca porque todavía le estoy divirtiendo—. Su
reina ha hablado —le dice a la habitación—. Todos los tratos con el
hemisferio occidental pasarán por ella desde este día en adelante.

Hay una exhalación colectiva cuando doce hombres entregan sus


bolas a una mujer. No puedo evitar la sonrisa de satisfacción que se
extiende por mi rostro. Me prometí a mí misma que ayudaría a mi país.

Hoy he comenzado en serio.


—ME DESAFIASTE —DICE el rey después de la reunión.

Los últimos de sus hombres se han ido, y cuando salimos de la sala


de conferencias, no hay ninguna señal en los pasillos de que más de una
docena de los hombres más malvados del mundo se hubieran reunido
aquí hace diez minutos.

—Quitarle el control a esos hombres no es desafío.

La mano del rey cae en la parte posterior de mi cuello, sus dedos


acariciando los puntos de pulso a cada lado. Es extrañamente sensual,
pero también es una innataamenaza. El poder fluye del rey; por todas
mis posturas soy solo su títere.

Tira el lado de mi cabeza hacia sus labios.

—Lo es si yo lo digo —dice, su aliento haciéndome cosquillas en la


oreja.

Incluso sus palabras son una combinación de sensualidad y


amenaza. Mi boca usualmente me mete en problemas, por una vez decido
ponerle bozal.

—¿Cómo te sientes? —pregunta Montes. Todavía sostiene mi cuello


como rehén, y está usando el agarre para mantenerme aún más cerca.

—Saludable.

Saludable es lo último que siento. El rey no sabe que la mitad de


las pausas para ir al baño consisten en que abrazo el inodoro en lugar de
sentarme en él o que la sangre continua manchando la evidencia de mi
enfermedad. Hasta hoy he estado en reposo forzado. No estoy a punto de
soplar mi primer sabor de la libertad.

—Esperaba que lo dijeras. Esta noche estamos organizando una


cena muy importante; si te sientes mejor, estarás a mi lado.

Me ha acorralado un maestro manipulador. Es asistir a la cena de


la fiesta o languidecer en la cama.

—Esta es una venganza por hablar hoy, ¿no?

Este retorcidohombre.

—No, Serenity —dice el rey. Quita su pulgar de mi punto de pulso


para acariciarlo en la parte posterior de mi cuello—. Eso, lo recogeré más
tarde.
LA CENA EN la que entramos es idéntica a la que asistí durante las
conversaciones de paz con el rey. Las únicas cosas que faltan son los
equipos de cámara y mi padre.

Me trago el nudo en la garganta. ¿Me había sentido tratada como


objeto entonces? No es nada comparado con ahora. La mirada colectiva
de la habitación se fija en mí. Puedo sentir sus ojos estudiando mi
cabello, maquillaje, joyas y atuendo. Si tan solo supieran que cuando
entré en mi habitación varias horas antes, alguien más lo puso todo por
mí. La mujer que ven es una extraña. Tal vez algún día me acostumbre
tanto a usar vestidos como a mis uniformes, pero hoy no.

—Relaja tus rasgos, mi reina —dice Montes, su voz baja para que
solo yo la escuche—, te ves lista para masacrar la habitación.

—No me tientes.

Por el rabillo del ojo, vislumbro la sonrisa de Montes.

Delante de mí, treinta raraspersonas descansan en lo que sea esta


habitación: ¿una sala de estar? ¿Una sala de espera? ¿Incluso importa?
La mayoría de estas habitaciones parecen idénticas a mis ojos inexpertos.

Las personas aquí son igual de indistintas, y tengo que estudiar


sus características para distinguirlas. Lo que encuentro me sorprende.

Algunas de las mujeres más jóvenes llevan el cabello ligeramente


rizado. Justo como el mío.

Otra luce una joya justo debajo del rabillo del ojo. Está en el mismo
lado que mi cicatriz. Varias mujeres visten vestidos de color amarillo
pálido. Otra usa un vestido dorado misteriosamente similar al que usé en
mi anuncio de compromiso.

Me están emulando.

Endurezco la mandíbula. Lo odio. Lo que es peor, estoy


alimentando esto.

No creo que pueda ser civilizada esta noche. No aquí, no con estas
personas.

Tengo que recordarme todas las lecciones que mi padre me enseñó.


No todo tiene que ser una confrontación.
Poco después de que nos ven, los invitados de Montes comienzan a
acercarse. Muchos de los hombres son sus consejeros, pero no todos. Las
mujeres enjoyadas y de ojos brillantes se unen a ellos, con sonrisas fijas
en sus rostros.

Estoy mirando a todos ellos mientras Montes encanta al grupo.

—Montes, ¿puedo robarle a su esposa? —Esto viene de la mujer


con la joya en el rabillo del ojo.

—Estoy justo aquí —le digo—. Puede preguntarme.

Ella retrocede un poco.

—Por supuesto, Su Majestad. ¿Le gustaría conocer a las esposas


de los consejeros del rey?

Me importaría mucho. Pero este es el mundo de la política y la


diplomacia, un mundo en el que mi padre me enseñó. Estudia a tus
enemigos.

—Sería un placer. —Las palabras salen cortadas. Es mi única


mentira de la noche. Estoy aprovechando para irmetras esto.

El rey me lanza una mirada. Sabe exactamente cuán engañosa


estoy siendo en este momento.

Me arrastro lejos del rey hacia el extremo izquierdo de la


habitación, donde se agrupan la mayoría de las mujeres.

—Soy Helen —dice la mujer mientras me guía—. La conocí


brevemente en la boda, pero había mucha gente.

Se disculpa por mí, como si necesito o quiero una salida por no


recordar su nombre.

Miro los rubíes que gotean de sus oídos. Así es como sangran los
ricos, elegantemente.

—Estamos tan emocionadas de ver al rey finalmente establecerse.


Pensamos que nunca lo haría —-dice cuando nos unimos al grupo.

—Su Majestad —repiten las mujeres, inclinando sus cabezas.

—Esta es Beatrice, Anouk, Isabel, Katarina,... —Me presenta


Helen. Me olvido de cada nombre en el momento en que mis ojos pasan
al siguiente. Algunas son viejas; la mayoría son jóvenes.
No todas pueden ser las esposas de los asesores. La forma en que
algunos de ellas me miran.

...si tuviera que adivinar, diría que el rey mezclaba negocios y


placer en el pasado.

Los celos me atraviesan antes de que pueda detenerlos. Pensar que


cualquiera de ellas podría haber experimentado al rey como yo…

El pensamiento es seguido por una buena dosis de auto-odio. Para


mí estar celosa de los afectos del rey, es inconcebible.

Cuadro la mandíbula, forzando mis emociones hacia abajo. Juro


que el grupo nota mi enojo. Se mueven un poco inquietos. Soy una
depredadora entre las presas.

Alguien rompe el silencio que sigue a las presentaciones.

—Hermoso vestido, y... —jadea—, ¿son esos tacones de la colección


de verano de Vesuvio?

Miro hacia mis dedos de los pies. ¿Vesuvio?

—¡Lo son! —exclama—. Adoro toda su colección de verano. Mataría


por un par.

Mi mandíbula se aprieta.

—¡Lo harías? —digo, alzando la mirada.

La mujer se queda en silencio, y el resto del grupo mira con tensión


el intercambio, algunas aferrándose a sus collares con joyas incrustadas.
Deben sentir lo ofensivo que me parece incluso bromear sobre matar por
zapatos bonitos.

Finalmente, alguien rompe el silencio y le pregunta a la mujer que


está a mi lado sobre un viaje reciente que hizo. A medida que el grupo se
ve arrastrado a la nueva conversación, me retiro más dentro de mí.

Estas mujeres no se parecen en nada a las que estoy


acostumbrada. Se preocupan por la longitud de sus faldas, el color de la
pintura del rostro y el tejido de su ropa. No tienen idea de lo que pasa
fuera de estas paredes.

Las mujeres con las que viví con cuchillos afilados y pistolas
engrasadas. Vi una pelea a través de una herida de bala en el estómago,
a pesar de que finalmente la mató. Otra practicando reanimación
cardiopulmonar en un niño que no respondía que yacía en las calles que
patrullamos mientras estábamos siendo atacados por pandillas locales.
Eran algunas de las mujeres más duras que he conocido, pero morirían
por ti.

Y a ellas nunca les importaría una mierda lo que llevabas puesto.


Recordar es todo lo que se necesita.

Me retiro justo en medio de la conversación. A mi espalda escucho


un coro de protestas de voz suave. Las ignoro. Algunas personas no
puedes cambiar, y el en esfuerzo de intentarlo se perderán.

Mis ojos barren la habitación mientras camino. Los géneros están


divididos. Hombres a un lado de la habitación, damas al otro. Las
mujeres chismean y se acicalan como todas esas aves exóticas que
murieron primero cuando la guerra golpeó. Son como ellos: bonitos,
suaves y tan poco atractivos. Los hombres agitan líquido ámbar, sus
rostrosrubicundos. Se ven tan orgullosos de sí mismos. Quiero gritarles
que cualquiera puede destruir una ciudad.

Y, entre todos ellos, está Montes. Nunca miro hacia él, pero siento
sus ojos en mí todo el camino.

TAN PRONTO COMO salgo de la habitación, los guardias del rey se


ponen detrás de mí. Estoy cerca de amenazarlos, pero incluso si les
prometiera la muerte, todavía no me dejarían. Di lo que quieras sobre
Montes, tiene algunos guardias leales.

Atravieso el palacio en dirección a los jardines. Siento mucho


disgusto. Esto es lo que hace el nuevo orden mundial mientras sus
ciudadanos se mueren de hambre. No puedo ser parte de eso.

Una vez que abro las puertas del palacio y el aire fresco de la noche
golpea mi piel, me doy cuenta del impulso que me acompaña desde que
entré a la cena. Me quito los zapatos y me limpio el lápiz labial con el
dorso de la mano. Me saco los pocos alfileres de mi cabello y sacudo mis
mechones. Atravieso los jardines y evito el gigante laberinto de setos.

Primerorompo el delicado cierre de mi brazalete y luego mi collar, y


los dejo caer al suelo. Solo entonces me siento como yo otra vez. Todavía
estoy en mi vestido, y me pican las manos para rasgar la tela, pero me
contengo.
Cruzo los terrenos del palacio hasta que se ve la valla trasera. Me
dirijo directamente hacia allí, mi mente repite la última vez que corrí
hacia una de las cercas del rey. Es extraño que algo tan blando como una
pared pueda evocar tales recuerdos.

Mi pecho se aprieta. Todos mis amigos son fantasmas, y todos mis


recuerdos son polvo en el viento. Aquí, debajo de las estrellas, no puedo
evitar recordar que estoy desesperadamente sola, dolorosamente.

Miro la valla de hierro forjado. Me costó perder todo lo que era


importante para mí para aprender una valiosa lección: solo cuando todo
se haya ido, eres realmente libre.
Capítulo 13

Traducido por Yiany

EL REY

Serenity talla un camino de destrucción a su paso. Es la naturaleza


indomable. Por supuesto que no puede ser amigable en compañía
civilizada.

Las mujeres se hablan frenéticamente, sus ojos se lanzan en mi


dirección. Están preocupadas por mi ira, pero no las culpo por ser ovejas
y que mi esposa sea un lobo.

He terminado de compartir mi reina de todos modos. No quiero que


estos políticos o sus esposas tengan una parte de ella, y no quiero que se
entregue a nadie más que a mí. Así que después de algunos intercambios
de despedida, me dirijo a ella, moviéndome hacia la parte trasera de la
propiedad donde mis soldados indican que fue.

Serenity me deja un rastro de caras migas de pan para seguir. Un


zapato de satén aquí, una pulsera de diamantes allí. Los sigo hasta el
borde del palacio. Ella está a varios pies de distancia de la cerca de hierro
forjado que rodea los terrenos, y la está mirando como si estuviera
considerando la mejor manera de escalarla.

—Y aquí esperaba que pudieras considerar deshacerte de tu vestido


junto con las joyas.

No se estremece ante mi voz, ni se da la vuelta.

—¿Cómo vives contigo mismo? —pregunta, tocando una de las


barras de hierro forjado.
Por un instante me temo que, si alguna vez la dejo ir, desaparecerá
en la tierra y nunca regresará. Dios, ella querría eso. Y probablemente la
atrapé cuando estaba saboreando esa posibilidad.

He estado vacilando entre la ira y la excitación desde que salió del


palacio. Me conformo con la ira.

—¿Me pones en ridículo y ahora me insultas?

Finalmente se gira. Sus ojos salvajes buscan los míos, y no importa


que esté rota en todos los lugares correctos y en todos los incorrectos. O
que aquí afuera, con sus pies descalzos y su cabello al viento, capto un
indicio de la mujer que debería haber sido. Esa alma suya, templada por
la forja más caliente, ha sido y siempre será la mía.

Y es probablemente el pensamiento más malvado que he tenido,


pero arruinaría el mundo de nuevo solo para que me devuelvan a este
momento.

—Te preparaste para el fracaso en el momento en que decidiste


perseguirme —dice—. Nunca voy a ser uno de ellos. —Hace un gesto
hacia el palacio.

—No, no lo eres. —Y me alegro por ello.

—Entonces, ¿por qué molestarse en hacerme intentarlo?

—Serenity —reprendo—. Pensaría que tú más que nadie sabría la


respuesta a eso.

Su vestido se agita en la brisa mientras espera que me explique.

—Gobernar —digo—, no siempre se trata de llegar a ser lo que


quieres ser. Se trata de sacrificios.

—¿Y qué sacrificios has hecho? ¿Bombardear inocentes? ¿Tomar


una esposa como rehén?

Por lo general, me gusta la persecución, pero no así, no cuando se


está burlando de mí mientras observa mis muros perimetrales como si
estuviera considerando escapar.

—Todavía soy tu rey, y no me hablarás de esa manera. —Mi voz


resuena en el aire de la tarde.

—Entonces mátame, o déjame ir. —Tiene la audacia de parecer


exasperada.

No le grites.
No la amenaces.

No le quites el vestido y te la folles.

Debería simplemente alejarme. Me pasó antes cuando quise


sacudirla. No se da cuenta que no es la única atormentada aquí. En
cambio, tomo su mano.

Trata de alejarse, pero cuando no la suelto, se relaja.

Se acerca más y solo me doy cuenta de lo que está por hacer en el


momento antes de que su puño me golpee la cara. Aquellos cicatrizados
nudillos suyos que admiré hace solo unos días, ahora me golpean la piel
y los dientes.

Tropiezo hacia atrás con el impacto, y usa la distracción para


lanzarme contra la cerca. Su mano va a mi cuello.

—No soy algo que puedas controlar, Montes —dice, y la forma en


que las sombras juegan en su rostro la hacen parecer siniestra—. Haré
muchas cosas por ti...

Levanto una ceja, aunque dudo que pueda verla aquí.

—...pero no trates de convertirme en uno de ustedes.

¿Había pensado que estaba enojado o excitado antes? No se


compara a la forma en que mi sangre se calienta ahora con sus
suposiciones. Piensa que me tiene en más de una forma.

Deslizo sus pies de debajo de ella. Puede que no tenga la


experiencia de combate que tiene, pero he tenido un montón de
entrenamiento militar. Un momento después, soy yo quien la tiene
inmovilizada. Mis piernas a horcajadas en su torso, y capturo sus manos
en una de las mías, tirando de ellas sobre su cabeza.

Me mira mientras presiono mi otra mano suavemente contra su


garganta, notando la forma en que su cabello se derrama sobre el césped.
Para una mujer que tiene poco tiempo para las apariencias, cuida muy
bien esos mechones dorados.

—Mi reina —digo—, estás seriamente equivocada si crees que


tienes alguna intervención fuera de lo que te doy. Te permitiré cierta
medida de control sobre nuestro imperio y, a cambio, asistirás a cada
cena que organice. Te encadenaré a mi lado si tengo que hacerlo.

Se está moviendo debajo de mí, tratando de quitarme el agarre.


Solo sirve para mostrar todos sus ángulos agradables.
—Ahora —le digo—, sobre esas muchas cosas que harás por mí...

—Dame un cuchillo y te mostraré.

Dejo escapar una risa ronca y muevo una de mis piernas hacia el
interior de sus muslos.

—Todavía incómoda con el sexo, veo. Lo estoy tomando como un


desafío.

Quito mi mano de su garganta para agarrar su pierna liberada. Sus


faldas se acumulan alrededor de su cintura. Se ve indecente, y en
Serenity, indecente es una buena apariencia.

Ya no está tratando de liberarse de mi agarre, y su pecho sube y


baja cada vez más rápido. Por lo que puedo descifrar por su expresión,
creo que no tiene idea de qué hacer con la intimidad en todas sus formas.

Una chispa de protección brilla en mí. A pesar de todo lo que este


mundo le arroja, Serenity aún mantiene un poco de inocencia cuando se
trata de cosas entre un hombre y una mujer. Eso va a desaparecer con
el tiempo—el matrimonio forzará su mano—pero no estoy demasiado
interesado en apresurarla en esto.

Soy un hombre malvado. Nunca he hecho nada al respecto. Así que


no me reconozco fácilmente cuando me retiro de Serenity y extiendo una
mano hacia ella. Tampoco estoy seguro de que me guste este lado de mí.

Lentamente se sienta. Puedo sentir su mirada en mí. Hemos estado


aquí antes. Ella no toma mi mano, pero sí se pone de pie.

Vuelve la cabeza hacia las ardientes luces del palacio.

—Probablemente deberíamos volver.

Me meto las manos en los bolsillos y la estudio. Esta es su ofrenda


de paz. Volverá a lo que ve como un bastión de la depravación.

—Está bien —digo.

Y juntos volvemos al castillo.

SERENITY
Algo está pasando entre el rey y yo. Ha estado sucediendo por un
tiempo, pero no se está desacelerando.

Estiro mis piernas en la tina. Todavía puedo sentir los dedos


fantasmas del rey mientras subían por mi pantorrilla anoche. La
sensación me recordó otra vez cuando me pasó las manos por las piernas,
solo que entonces había estado tratando de seducirlo. En ambas
ocasiones, se había echado atrás.

En ambas ocasiones, me había sentido en conflicto por su


renuencia.

Escucho el susurro de las sábanas en la habitación contigua,


llevándome al presente.

El rey está despierto.

Calor corre a través de mí, y me odio un poco porque él pueda


hacerme sentir de esta manera. Y que mientras estoy en el baño, mi
mente esté con el rey.

Le toma solo treinta segundos llegar a la puerta.

Me sobresalto cuando se abre, el agua salpica contra las paredes


de la bañera. Me cubro con mis brazos.

—¿Qué estás haciendo aquí? —exijo.

No había cerrado la puerta porque había pensado que Montes me


daría privacidad aquí, de todos los lugares.

Obviamente pensé mal.

Está desnudo y recién despierto, y en este momento, posiblemente


no pueda reconciliarlo con el malvado dictador que odiaba tan
apasionadamente.

—Ahí está mi esposa. —Incluso su voz es áspera e inculta en la


mañana.

Es solo una pequeña intimidad más que tengo con el rey.

Sus ojos fundidos se mueven de mí al agua.

—Ahora sé quién ha estado usando el suministro de agua del


palacio.

—¿Vas a dejarme tomar mi baño?


—Eso no es un baño —dice—, eso es un charco. —Se agacha, sin
importarle que me sea claramente incómodo, y mete la mano en el agua—
. Y es tibio. —Montes enciende la llave de agua caliente.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto alarmada.

—Tomar un baño —dice, interviniendo—. Mi esposa cree que es


bueno conservar el agua. Estoy apoyando la causa. —Al unirse a mí. Este
hombre es resbaladizo.

—Puedes descubrirte —añade—. Tu desnudez no me ofende.

Mi mirada se abre.

Se asienta contra el lado opuesto de la bañera, estirando sus


piernas hasta que rozan las mías y coloca sus brazos a lo largo del borde.
Es bueno que la cuenca sea lo suficientemente grande como para que
quepan cómodamente dos personas. Aun así, todavía está invadiendo mi
espacio.

¿Es esto lo que hacen las parejas casadas? ¿Pisar los dedos del otro
hasta que la noción de privacidad se elimine por completo? No puedo
escapar de este hombre.

Me descubro y me recuesto contra la bañera, muy consciente de


nuestra desnudez.

Montes asienta esa pesada mirada suya en mí, y lleva su mirada


codiciosa. Esto no es solo un baño si él lo tiene a su manera.

Levanta mi pie y comienza a frotarlo.

—Montes... —Intento apartar mi pie de su agarre.

—Te estoy ayudando a relajarte, nire bihotza.

—Te patearé.

Deja mi pie y vuelve a mirarme.

—Tengo una pregunta para ti —digo.

Levanta las cejas.

—¿Ella tiene un interés en su marido? ¿Quién lo hubiera pensado?

—"Ella" está sentada frente a ti y "ella" agradecería que dejes de


referirte a ella en tercera persona.

Su boca se curva en una sonrisa de suficiencia.


—¿No hay amenazas de muerte para mí esta mañana? Estoy
decepcionado.

—Si no dejas de referirte a mí en tercera persona, te ahogaré en


este charco, como lo llamaste con tanta elocuencia.

—Ahí está mi chica.

—No soy tu chica.

Se inclina hacia atrás en la bañera.

—¿No tienes una pregunta para mí?

Aprieto mi mandíbula, molesta porque me atrapó en una red de mi


propia creación.

—¿Por qué no hay mujeres en tu gobierno?

—Existen.

—Sabes a lo que me refiero.

—¿Te refieres a mi círculo interno de asesores y oficiales? Hubo


una vez mujeres. Terminaron siendo demasiado suaves para el trabajo.

—¿Ese es tu razonamiento? Jódete, Montes, y todos tus ideales


sexistas.

—No son ideales. Las mujeres no pudieron soportarlo.

Y la única mujer que, según él, aparentemente puede, tiene cáncer


de estómago. No voy a mirar eso muy de cerca.

—¿Alguna vez consideraste el hecho de que tal vez lo que viste como
debilidad fue compasión en su lugar?

—¿Qué, eres defensora ahora de los derechos de las mujeres? —


dice—. Extraño, ya que parece que te enfrentas a la mayoría de ellas.

De hecho, me llevaba bastante bien con las mujeres con las que
vivía. Son solo las que están aquí las que no puedo soportar.

—Choco con la mayoría de la gente. Eso no tiene nada que ver con
esto.

Se aleja de su extremo de la bañera y se mueve hacia el mío. Está


devorando el espacio final entre nosotros, y no hay a dónde ir.
Montes se cierne sobre mí, su brillante torso lo suficientemente
cerca como para tocarlo. Ese oscuro cabello suyo cuelga cerca de sus ojos
mientras me mira. Justo cuando creo que va a hacer un movimiento, se
estira y cierra el agua.

Esto demuestra lo cautivada que estoy por este hombre. No me


había dado cuenta, hasta ahora, que el nivel del agua estaba por encima
de mi hombro.

Montes está sobre mí, con las rodillas a cada lado de las mías. La
curva de su dedo índice humedece mi barbilla mientras inclina mi cara
hacia arriba.

—Podemos contratar a más mujeres. ¿Eso es todo de lo que querías


hablar?

—No...

Me corta con un beso, su mano se mueve de mi barbilla a mi


mejilla. La otra encuentra mi cadera y la agarra con fuerza.

Me golpea entonces. Me desea, demasiado; está prácticamente


temblando con la necesidad. Puedo saborearlo en su beso, puedo sentirlo
en la presión de su agarre.

Todo el tiempo, desde que mis recuerdos volvieron, Montes no me


ha insistido en cuanto a sexo. Toma muchas cosas, pero no esto. Es el
destello más simple de una consciencia.

Y aquí me decepciono de él por ello. Necesito deshacerme de esta


timidez. Así que me rindo.

Me dejo deslizar mis dedos por su pelo revuelto y beso las gotas de
agua que gotean en nuestros labios. Nuestras bocas se abren y pruebo
este tabú que se abre camino en mi mundo.

Él es veneno y radiación y se está filtrando en mi torrente


sanguíneo, contaminándome de adentro hacia afuera. Nunca seré libre
de él.

Y Dios, él sabe igual que yo.

Montes se mueve entre mis piernas y lo ayudo a colocar mi pelvis


en ángulo para encontrarse con la suya. Si no sabía antes que estaba
dispuesta, ahora lo sabe.

Lo último de su moderación cae.


Jadeo en su boca mientras me llena. Este es nuestro mundo, este
lugar hambriento y desolado. Ambos queremos cosas que no sabemos
cómo lograr. Así que buscamos consuelo en el otro.

Nuestros ojos se encajan cuando Montes se aleja y me llena de


nuevo. Sus manos están en mis pechos y en mi pelo. Me da la impresión
de que quiere estar en todas partes a la vez. No es suficiente saborearme
y moverse dentro de mí.

Mis manos se deslizan por su parte trasera, dejando rastros de


agua a su paso, y lo empujo más cerca. Mi cabello flota alrededor de
nosotros, enroscándose sobre Montes como si nunca hubiera tenido
problemas con él en primer lugar.

Finalmente, sus manos inquietas encuentran mi cara, y la acogen.


Nos miramos el uno al otro mientras se mueve dentro y fuera de mí. Mi
corazón late con fuerza cuando caigo en sus ojos. Nos quedamos así
hasta que el agua caliente del rey se vuelve tibia una vez más.

Y por una vez, hacemos el amor en lugar de guerra.


Capítulo 14

Traducido por Vale

SERENITY

TODOS LOS GOBIERNOS productivos tienen horarios y patrones.


Se han establecido sistemas confiables para trazar la gobernación de un
país o, en este caso, del mundo. El rey no es diferente. Así que a pesar de
las festividades de la mañana, ambos nos preparamos para el trabajo.

Nos vestimos, yo con unos vaqueros y botas negras, lo más


parecido a equipo de combate que tengo ahora, y el rey con un traje
planchado.

Desde el baño, ambos hemos sido muy conscientes el uno del otro.
No creo que ninguno de nosotros sea propenso a tener emociones más
suaves, pero lo que sucedió hace menos de una hora no ha ocurrido
antes.

Hemos tenido relaciones sexuales, sí, pero nunca habíamos caídos


enamorados como lo hicimos. No se suponía que fuera así. El
matrimonio—y el sexo—los acepté. Pero no el amor.

Ni siquiera había pensado que sería vulnerable a enamorarme del


rey. Siempre había querido esperar mi tiempo hasta que pudiera meter
una daga en su corazón o una bala en su cerebro.

Pero ahora sé que eso no sucederá. No ahora que he visto a los


tiburones con los que trabaja. No ahora que he llegado a preocuparme
por él.

—¿Lista? —pregunta, extendiendo su brazo hacia mí.


Ignoro su brazo y alcanzo la puerta. De dónde soy, después de todo,
la caballería está muerta desde hace mucho tiempo.

—Me alegra ver que te he puesto de buen humor esta mañana —


dice Montes mientras me sigue.

No sabe ni la mitad de ello. Mi corazón todavía late demasiado


rápido, y cada vez que cierro los ojos veo la forma en que me miraba
mientras se movía dentro de mí. Como algo más que el sexo pasado entre
nosotros. Odio que me haya convencido de que hay otro lado en él. Odio
que quiera retroceder y tomar su mano, o mantener su cara en su lugar
mientras memorizo esos irises que me asustaron durante tanto tiempo.

Mis propios impulsos me hacen sentir sucia. Una cosa es ser


tomada por un monstruo, y otra muy distinta dejarse llevar con él.

—Sobreestimas enormemente tus habilidades, Montes —le digo—.


Estoy empezando a entender por qué decidiste dominar el mundo antes
del matrimonio.

—Mi reina sí se divirtió —dice Montes. Suena tan presumido—.


¿Tal vez un poco demasiado?

Me paso la lengua por los dientes. No me haría ningún bien


responderle. Pero arde no morderle el anzuelo.

El palacio ya está lleno de gente. A excepción de los guardias, todos


los hombres están en trajes, y las pocas mujeres que veo usan tacones y
faldas. Soy la única que lleva algo práctico. Es solo otro recordatorio de
que estas personas alguna vez fueron mi enemigo, y que eran tan
intocables que la seguridad nunca dictaba lo que usaban. Nunca tuvieron
que preocuparse por huir del palacio en cualquier momento.

Esta guarida de iniquidad es ahora mi hogar, y en este momento


no amaría nada más que quemarla, solo para dejar que estas personas
sientan una sombra de lo que tuve toda mi vida.

Por delante de nosotros, la sirvienta que lleva té es la única, por lo


que puedo decir, qué está usando zapatos con los que puede correr. Ni
siquiera los otros que amontonan los pasillos usan los mismos zapatos
negros y prácticos que ella.

Tal vez sea ese pequeño detalle el que me hace darle una segunda
mirada. Un paño de lino está tirado sobre su antebrazo, y la base de la
tetera de plata que lleva descansa sobre éste.
Está a solo unos pasos de mí, sus ojos bajos. No está mirando hacia
dónde se dirige, e incluso mientras trato de eludirla, se las arregla para
tropezar conmigo.

Siento la presión del cuchillo deslizándose dentro de mí bien antes


de sentir el dolor.Eso es todo lo que se necesita para que mi
entrenamiento entre en acción.

Trabajando solo por reflejo, agarro la muñeca de la mujer y la jalo


detrás de su espalda. Grita mientras barro sus pies del piso y la sigo al
suelo.

Jesús. Ahora siento el dolor. Solo me hace más agresiva. Aprieto la


rodilla contra su espalda y jalo sus muñecas con más fuerza. Mi sangre
se desliza por la empuñadura de la daga que sobresale de mí y gotea
sobre ella.

—Buen intento —le susurro al oído.

—¡Guardias! —grita Montes.

La gente en el pasillo se queda paralizada mientras los guardias


corren a nuestro lado, algunos gritan de asombro cuando me ven. Aquí
en su mundo, nada malo sucede.

Los guardias me empujan suavemente mientras se encargan de


restringir a la mujer.

Me levanto lentamente, con cuidado de no cortarme más. Montes


me ayuda el resto del camino.

—¡Necesitamos un médico! —grita.

Está mirando a la línea de sangre que florece en mi abdomen, su


cara está en total conmoción.

Dos intentos a mi vida en una sola semana. Alguien me quiere


muerta.

—Realmente deberías devolverme mi arma.

ES SÓLO UNA vez que estoy de pie que me doy cuenta de que la
mujer infligió más que una herida superficial simple. Mis manos se
mueven a mi estómago mientras me balanceo.
—¿Serenity? —Los ojos de Montes están más amplios de lo
habitual. Se vuelve hacia los guardias que no están deshaciéndose del
sicario—. ¡Necesitamos un doctor! ¡Ahora!

Pongo una mano sobre él para calmarme y miro a la mujer que


ahora está siendo levantada por varios de sus hombres. Eso fue audaz,
tratando de matarme en la sede del rey. Tenía que saber que la
atraparían. Que sería asesinada.

Montes sostiene mis costados como si quisiera atraerme hacia él,


pero tiene miedo de empujarme. Sus ojos siguen los míos hasta mi
atacante.

—Hagan que hable por cualquier medio que sea necesario —dice—
. Entonces hagan un ejemplo de ella.

La mujer no ha dicho una palabra en todo este tiempo, y realmente,


¿qué hay que decir?Llama mi atención cuando los guardias la arrastran.
No hay nada allí. Sin remordimientos, sin ira, sin miedo. Eso es algo más
que he aprendido de la guerra.A veces, la violencia no es personal. A veces
es fría y sin pasión. Y a veces, nunca conocerás los motivos de una
persona.

Mientras se la llevan, varios pares de pies corren por el pasillo.


Unos cuantos médicos se acercan a nosotros, empujando una camilla
entre ellos.

Ahora casi estoy considerando quitarme este cuchillo de la barriga


y atacar a mi atacante por hacerme enfrentar a más médicos.

Una vez que el equipo médico nos alcanza, hacen un trabajo rápido
de recostarme en la camilla. Tomo la mano de Montes y la agarro en mi
propia mano sangrienta.

—Quédate conmigo —le susurro.

Sus fosas nasales se abren cuando respira por la nariz. Ese traje
perfecto de él está ahora arrugado.

—No voy a ninguna parte.

He oído que el amor era complicado, pero el nuestro es sangriento.


Convierte a los hombres en monstruos, y a los monstruos en hombres.

No me importa que los soldados, los médicos, el personal y los


políticos estén mirando. Llevo su mano ensangrentada a mis labios y beso
sus nudillos. Y todo el tiempo en que me llevan, sostengo a mi monstruo
fuertemente contra mí.

EL REY

LA PUSIERON DE nuevo en el Durmiente.

Luchó contra ello. De nuevo.

Su dolor casi me rompe.

De nuevo.

Nunca he ensangrentado mis propias manos, pero lo estoy


pensando honestamente en este momento. Alguien tiene a mi esposa en
la mira, alguien la quiere muerta.

La Resistencia había sido el sospechoso más probable. Serenity


misma me advirtió que tenían ojos por todas partes. Pero la atacante de
Serenity nunca se rompió completamente durante el interrogatorio, lo
que en sí mismo significa que no era solo una justiciera enloquecida. Lo
que dijo fue que alguien le pagó. No es así como la Resistencia hace su
trabajo sucio.

Pero si no son ellos, ¿entonces quién?

Me siento afuera del Durmiente de Serenity, mis codos apoyados


en mis muslos y mis manos empujadas a través de mi cabello. He acogido
venir aquí entre mis reuniones. Esta vez, el médico se une a mí.

—¿Tenías información para mí?—le digo al Dr. Goldstein, mirando


fijamente al Durmiente mientras este zumba.

—Sí.

Mi corazón late con fuerza, aunque no dejo que se note. Tengo


miedo, tengo un miedo desesperado de lo que este hombre me va a decir
acerca de Serenity. Las noticias especiales de Goldstein son casi siempre
desagradables.

—¿Qué es?

—Su lesión está completamente curada. El Durmiente está


eliminando el tejido maligno que ha detectado. Debería hacerse en otras
dos horas, luego estará fuera.
Ya sé esto.

—Si no se hace nada por ella... el cáncer eventualmente superará


su sistema. Es solo cuestión de tiempo. Si quiere que viva, no solo para
el próximo año, sino durante todo el tiempo que quiera, entonces le
aconsejo que considere dejar a Serenity allí por... un período de tiempo
más largo.

Quiere que la deje allí como una especie de vegetal hasta que
encontremos una cura para su cáncer. Marco aconsejó lo mismo
mientras estaba vivo. Y si estuviéramos hablando de alguien que no fuera
Serenity, podría hacerlo. Pero ahora que mi amigo más antiguo se ha ido,
mi esposa es mi compañera más cercana y se está convirtiendo
rápidamente en algo más.

Podría estar allí por años, encarcelada en una caja. Un ataúd, en


verdad. Toda esa ferocidad suya forzada a permanecer dormida. Que
Goldstein siquiera sugiera esto hace que mi presión arterial aumente.

Me froto los nudillos.

—No. —Me siento egoísta, incluso cuando lo digo—.


Continuaremos con el tratamiento como lo hemos estado haciendo. ¿Eso
es todo?

Merodea.

—Eso... no fue de lo que vine a hablar con usted.

Mis mejillas se hunden.

—Entonces dilo de una vez. —Si me da un poco más de malas


noticias...

—Su Majestad, cuando estaba viendo las imágenes del cáncer de


la reina, la máquina también capturó algo más. —Inhala—. Felicidades,
mi rey, la reina está embarazada.
Capítulo 15

Traducido por Rimed

EL REY

Las noticias no se asientan de inmediato. Miro fijamente al piso de


baldosas mientras las palabras del doctor caen en su lugar.

¿Serenity está… embarazada?

¿Con mi hijo?

Mi mirada se mueve lentamente hacia el doctor.

—¿Lo está?

Él asiente.

Ella lleva a mi hijo.

Serenity lleva a nuestro hijo.

Inhalo profundamente.

Ahora cae en su lugar.

Feroz alegría atraviesa mi sistema, seguido por los talones por


posesivo orgullo masculino. No puedo detener mi reacción. Ahora mi
corazón palpita por un motivo completamente diferente.

Un hijo.

No habíamos planeado esto. No estaba intentando embarazarla a pesar de mis


eventuales planes de un heredero. Nunca había considerado niños, y ahora no sé qué
hacer con esta extraña alegría que siento. Si hubiera sabido que tendría
esta reacción, habría presionado antes el asunto.

Quiero tomar a mi esposa y sostenerla. Mis ojos se mueven al


Durmiente. En su lugar, ella permanece inconsciente, herida otra vez.

Ella y nuestro hijo.

Una explosión de ira se abre paso entre mi alegría. Alguien necesita


morir y Serenity y yo debemos dejar el palacio. Está claro que, si
permanecemos aquí, esto continuará ocurriendo. Me molesta tener que
huir de mi propio hogar, pero lo haré por ella y el bebé.

Voy a ser padre.

¿Alguna vez me había preocupado de que nadie de los que me


conocen me amara? El odio de larga data de mi esposa ya se está
derrumbando. Y mi hijo… froto mi boca. Me aseguraré de que ellos me
amen.

—¿Cuánto tiempo tiene? —pregunto.

—Solo modestas ocho semanas… Su Majestad, debo advertirle, el


niño podría no sobrevivir. Mujeres como Serenity que han sido expuestas
a altos niveles de radiación suelen tener problemas de fertilidad. Y si el
bebé sobrevive, podría tener problemas por sí mismo.

Estas palabras, también, no se asientan inmediatamente. Pero


cuando lo hacen—y eventualmente lo hacen—me matan.

Esto es karma, dándome todo lo que quiero solo para


arrebatármelo.

Estoy sacudiendo mi cabeza. No lo creeré.

Usualmente soy un hombre razonable. Pero la razón no tiene nada


que ver con esto. No ahora que tengo un futuro por el que velar y algo por
lo que tener esperanza.

—El Durmiente puede arreglar esto. —Serenity es una


sobreviviente. Quizás nuestro hijo también lo sea.

—El Durmiente, como discutimos previamente, tiene límites.

—¡Entonces jodidamente mejóralo! Maldición, no me sentaré aquí


a oírte decir todas las formas en las que no funciona —Me pongo de pie
y encaro a Goldstein—. Eres el médico real. Considera ahora tu vida
atada a la de mi hijo. —Digo cada palabra en serio.

Él palidece.

Bien. Tal vez la amenaza será suficiente para motivarlo a ser útil.

Una vez que se recupera, el doctor inclina su cabeza.

—Como desee, Su Majestad.

—Vete… Y no le digas a nadie sobre esto. —Si mis enemigos


supieran del embarazo, redoblarían sus esfuerzos de asesinar a Serenity.

Goldstein deja el cuarto, dejándome con mi enferma y embarazada


esposa.

Miro fijamente al Durmiente, mi emoción es contrarrestada por las


advertencias de Goldstein. Poso una mano en la máquina.

Mortal y salvaje mujer.

Ahora que estoy solo con ella, me doy cuenta de que Serenity no
reaccionará a la noticia como yo lo había hecho. No sé bien como lo
tomará, pero dudo que el regocijo encabece su lista. Recuerdo su apenas
enmascarada repugnancia cuando el tema salió el día de nuestra boda.
Recordarlo me quema con crudeza. Ella aún me odia; no me la he ganado
lo suficiente para que olvide la mala sangre entre nosotros. Y cuando
descubra que está embarazada con mi hijo… encenderá todos los
desencadenantes.

Soy un hombre lo suficientemente sabio para saber que decirle me


haría ganar su famosa furia. Puede que no sobreviva a una enojada y
hormonal Serenity. Es mejor que lo descubra ella misma.

Sonrío ante la idea de una embarazada Serenity marchando por


ahí.

Solo he saboreado una pizca de este futuro, pero ya sé que no


quiero otro.

SERENITY

Cuando me despierto, es en la cama del rey.


Me siento y descanso mi espalda contra la cabecera.

¿Cómo llegué aquí?

Tengo que empujar mi memoria para recordar la herida de cuchillo.

El Durmiente. Por supuesto.

Ahora llevo puesto un vestido que alguien más deslizó en mi cuerpo


mientras dormía. Intento no pensar mucho en eso. Lo mismo para la ropa
interior que veo cuando levanto el dobladillo del vestido. Realmente no
hay nadie que me gustaría que me vea desnuda.

Continúo levantando el material hasta que veo la suave extensión


de mi estómago. Toco la piel que había estado abierta la última vez que
la había visto. Nada queda de esa herida, ni siquiera una cicatriz.

¿Cuántos días perdí esta vez?

Bajo mi vestido e inclino la cabeza contra la cabecera. Un destello


de metal llama mi atención y me giro hacia el velador.

Hay una hilera de balas alineadas a lo largo de la pulida madera.


Junto a ellas hay un paquete de regalo y una tarjeta con mi nombre
escrito en el frente. Alcanzo la tarjeta.

Pensé que preferirías esto a flores.

Deslizo mi pulgar por sobre la escritura del rey.

Una renuente sonrisa se extiende por mi rostro. Sí prefiero balas a


flores.

Tomo una de ellas y la estudio.

Mi sonrisa desaparece. Esta munición es familiar.

Cambio mi atención a la caja de regalo envuelta. Cuando la levanto


en mi regazo el peso es, demasiado, familiar.

Quito los listones y el papel que lo cubren. Estoy respirando más


rápido de lo que debería. Y entonces, cuando abro la tapa de la caja, dejo
de respirar.

Dentro, descansando en papel de seda, está un regalo que ya me


habían dado una vez. Tomo la pieza de frío y duro metal. Encaja en mi
mano como si hubiese nacido allí.
La pistola había sido originalmente un regalo de mi padre y desde
que me la había dado, había sido la más constante de las camaradas.

Montes la había guardado todo este tiempo. No puedo detener la


ira que se eleva ante el pensamiento. Se había llevado una de las pocas
posesiones que aprecio.

Pero la había devuelto. Con balas.

Qué confiado y estúpido hombre.

Estoy cargando las balas en la cámara de la pistola de mi padre


cuando Montes irrumpe. Sus ojos capturan los míos y se acerca hacia
mí.

Mi ira no es rival para la emoción que emana de él.

No se molesta en quitar la pistola de mi mano antes de que acune


mi cara del mismo modo que lo había hecho la última vez que habíamos
intimado. La misma intensidad quema a través de él que entonces.

Toma mi boca salvajemente. Cuando el beso no cede luego de unos


pocos segundos, dejo la pistola a un lado para devolverlo mejor.

Puedo decir sin preguntar que las emociones de Montes hierven


lentamente bajo su piel. Normalmente dudo de sus motivos e intenciones,
pero no hay confusión aquí: No soy un capricho pasajero para él.

Pasa sus dedos por mi cabello y su lengua invade mi boca.

No es suficiente.

Prácticamente puedo escuchar el pensamiento repitiéndose en su


cabeza. El hombre que es dueño del mundo finalmente ha encontrado
algo de lo que no puede tener suficiente y está intentando encontrar un
modo de arreglarlo.

Rompe el beso e inclina su frente contra la mía.

—¿Cómo te sientes?

—Me devolviste la pistola de mi padre. —Mientras hablo, la


alcanzo.
—¿Pensando en usarla en mí? —Sus ojos llenos de alegría y
cualquier rabia que planeaba dirigir en su dirección se disipa. Disfruta
de mi lado perverso, es difícil amenazar a alguien cuando lo disfruta.

Cambio mi atención desde el rey al arma. La giro una y otra vez en


mi mano. Extraño mi país devastado por la guerra y a mi padre. Extraño
saber la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, y amigos de enemigos.
Extraño saber mi lugar en el mundo.

Puedo sentir al rey observándome. La cama se hunde cuando se


sienta a mi lado.

—Tu pistola me ha hecho pensar.

Ese tren de pensamiento no puede acabar bien.

Las puntas de sus dedos tocan la cicatriz en mi rostro.

—Tengo una pregunta seria para ti: Ahora que eres una
representante no oficial del hemisferio poniente, ¿cómo te sentirías
respecto a regresar a la NOU?

En menos de dos días Montes y yo estamos en un avión


dirigiéndonos a la última tierra en caer ante el rey.

Aquí arriba, el cielo es más azul de lo que nunca lo he visto y las


nubes más blancas que incluso la sonrisa del rey. Mi pecho duele ante
que un día pueda ser así de hermoso.

No nos dirigimos al continente antes conocido como Norteamérica.


Es una extraña mezcla de alivio y decepción no regresar al lugar que
llamaba hogar. Es todo lo que he conocido, pero no queda nada allí para
mí.

En vez de eso, nos dirigimos a la tierra al otro lado del ecuador. El


rey está teniendo problemas para unir las fracturadas naciones de la
NOU sureña, y ahora, como representante auto nominada del hemisferio
occidental, debo ayudarlo a diseñar algún tipo de gobierno cohesivo. Me
sonrío a mí misma mientras miro por la ventana. Lo que quiere hacer es
prácticamente imposible, y puede ser mezquino de mi parte, pero espero
ver al rey esforzándose.

Le robo una mirada a Montes, quien se sienta frente a mí, sus


piernas presionadas contra las mías. Se está mordiendo el labio inferior
mientras revisa un documento en su tableta. Sin advertencia, Montes
levanta la vista y nuestros ojos se encuentran. Aprieto los reposabrazos
de mi silla.

Una sonrisa torcida se extiende por su rostro.

—¿Aun tramando mi muerte?

Frunzo el ceño. No quiero esta casual familiaridad con él, sin


importar que sea inevitable.

Ausentemente toco mi enfundada pistola.

—No deberías recordármelo. La idea es demasiado tentadora.

—¿Así que noestabas planeando mi muerte mientras me mirabas?


Hmmm, me pregunto qué estaba pensando mi reina. —Deja el
pensamiento allí colgando.

Más carnada para que yo responda.

—De aquí es de donde vienen todos tus delirios de grandeza —digo.

—No son delirios, Serenity, si se vuelven realidad.

Tiene un punto.

—¿Con quién nos encontraremos primero? —pregunto, cambiando


el tema a propósito.

Aterrizaremos en Morro de São Paulo, una ciudad a lo largo de la


costa este del continente, en otras varias horas. Las discusiones no
comenzarán hasta mañana, pero quiero estar lista. No solo es una
oportunidad de establecer mis propias habilidades, conozco a muchas de
estas personas ya sea directa o indirectamente de mi tiempo en la NOU.

—Luca Estes —dice Montes.

Gruño.

—No me digas que le darás un puesto en el gobierno.

—No solo un puesto en el gobierno, el puesto de gobernador.


Encabezará la región Sudamericana de mi gobierno. ¿Tienes un problema
con esto?

—Sí —Uno enorme—. Es un vendido.


Mis ojos se mueven por la lujosa cabina en la que estamos. La
codicia, al final, alcanzó a Estes. Es tan corrosiva para el alma como la
violencia abierta. Después de todo, si no fuera por la avaricia, no habría
un Rey Lazuli.

Chasqueo mi lengua.

—Él no es una buena persona para tener trabajando para ti. Antes
de que fuera un político, era un rufián. Solo llegó al poder una vez que
asesinó a suficientes personas.

Algo que ustedes dos tienen en común.

—Te reto a encontrar una sola persona en el cargo que no se haya


ensuciado sus manos, incluyéndote a ti.

No puedo decir nada a eso. Nuestro mundo es uno de decisiones


difíciles y derramamientos de sangre.

—Después de que detonaras las armas nucleares a lo largo de la


NOU —digo—, Estes comenzó a desestabilizar varias de las regiones
vecinas.

Cuando yo solo era la hija de un emisario, Estes había sido una de


las espinas en el costado de la NOU. A menudo utilizaba maniobras
agresivas con sus aliados, en vez de intentar trabajar juntos y proveer
unidad contra el Imperio Oriental.

—Eso es porque estuvo trabajando para mí todo el tiempo.

Las palabras de Montes no son sorprendentes, pero son


desalentadoras.

—Así que tendrás a un vendido, un traidor a sus compañeros,


utilizando puesto en la NOU sureña.

—América del Sur —corrige Montes—. ¿Qué quieres que haga? —


pregunta, inclinándose hacia adelante.

Realmente quiere mi consejo, este hombre que se ha adueñado del


mundo.

—Tienes mejor experiencia con hombres malos que yo. —Convive


con un cuarto lleno de ellos todos los días—, Quizás puedes manejar a
Estes. Pero yo escucharía a lo que la gente de aquí quiere.

—Mis reportes indican que es un favorito entre la gente.


Sé todo sobre los reportes de Montes. Servirían más como confeti
que como información.

—Miedo y amor tienen rostros similares —digo.

—No en ti.

Esto se está acercando demasiado a temas sobre los que no quiero


hablar.

—Nunca has visto amor en mi rostro —digo, mirándolo.

—Pensaba que tú y yo estábamos más allá de las mentiras. —


Sostiene mi mirada.

Mis dedos se hunden en mis apoyabrazos. Estoy deseando


desenfundar mi pistola, pero no debido a que esté enojada. Que el cielo
me ayude, es porque Montes puede estar en lo correcto y no puedo
soportar que él entre todas las personas haya logrado sacar de mí algo
tan suave como el amor.

Montes levanta una taza de café hasta sus labios. Luego de que la
baja, dice:

—Tomaré en cuenta lo que dices. Por ahora, mantengamos a


nuestros amigos cerca y a nuestros enemigos aún más.

—Ya lo hago, Montes. —Y ese es realmente el problema.


Capítulo 16

Traducido por Yiany

SERENITY

El mundo en el que descendemos es arrebatador. No hay otra


palabra para describirlo. Desde el cielo, el mundo es un manto de verde
exuberante. Sé que este lugar fue golpeado duramente por el rey, pero es
difícil apreciar la destrucción desde mi punto de vista.

Los ojos del rey están apuntando a los míos cuando salimos del
avión. He encontrado fotos de junglas y trópicos, y hace mucho tiempo,
antes de la guerra, mis padres me habían llevado de vacaciones, pero los
recuerdos descoloridos y las imágenes bidimensionales no son nada en
comparación con esto.

El aire es un aliento caliente contra mi cara; la humedad se adhiere


a mi piel. Más allá del asfalto, los arbustos y los árboles presionan, sus
tallos y hojas se mecen con la brisa ligera. Puedo oler la salmuera en el
aire. Es como si la guerra y la corrupción nunca hubieran tocado este
lugar. Sé que eso no es cierto, pero la naturaleza pinta un cuadro bonito.

Un pequeño contingente nos espera. Escudriño al grupo en busca


de Estes o cualquier otra persona que pueda reconocer, pero estos son
solo algunos de los ayudantes y soldados del rey estacionados aquí para
protegernos. Nos meten en un elegante coche negro y, tan pronto como
llegamos, nos vamos.

El daño a este lugar se hace evidente en nuestro camino. No son tanto los edificios rotos
los que cuentan la historia de la guerra. No, es más sutil e insidioso que eso. Son las vides que
crecen entre los restos esqueléticos de las casas, las calles laterales que han
sido casi asfixiadas por las plantas.

Escalofríos hormiguean a lo largo de mi piel. La madre naturaleza


es el depredador alfa aquí.

Pasamos la cima de una colina, y veo el océano azul profundo


extendido ante nosotros. El rey logró encontrar uno de los pocos lugares
en el hemisferio occidental cuya belleza no está contaminada por la
guerra.

Pero es como una fruta madura. A los ojos, todo está bien, pero hay
una enfermedad que se asienta justo debajo de la superficie.

No es de extrañar cuando el auto se detiene frente a una mansión


junto al mar. Lo sorprendente es el aislamiento del lugar. No tenemos
vecinos, y ya sé que no tendremos reuniones aquí. No es el tipo de hogar
que exige una audiencia, es el tipo de cita secreta, o eso supongo. No
tengo otro punto de referencia salvo mi imaginación.

—Esto parece un poco decepcionante para tu gusto —le digo,


saliendo del auto.

Se levanta detrás de mí, y sus labios se presionan contra mi oreja.

—No estoy haciendo esto por mí.

—¿Pensaste que apreciaría la escapada junto al mar? —No me


molesto en ocultar el escepticismo de mi voz.

—Pensé que apreciarías no tener que preocuparte por los intentos


de asesinato y las conversaciones banales con los políticos y sus esposas.

Estudio a Montes cuando me pasa. Consideración no es una


palabra que usaría para describirlo—ni preocupación—y, sin embargo,
ambas parecen motivarlo cuando se trata de mí.

—Tú y yo sabemos que todavía tendremos que participar en


conversaciones banales, escapada junto al mar o no —le digo,
siguiéndolo dentro. La política realmente se pone emocionante cuando la
gente está creando problemas. De lo contrario la legislación puede
hacerte dormir.

—Sí, pero de esta manera no tendré que preocuparme


constantemente por que les dispares a los que te hacen enojar.

—¿Sus vidas realmente te importan tanto? —pregunto.


Se detiene en la sala de estar. Puede que no sea un palacio, pero
cada detalle lujoso—desde la baldosa pintada, el manto tallado hasta los
arcos de mármol—indica lo caro que es este lugar.

—De ninguna manera. Pero prefiero quemar puentes en mis


términos, no en los tuyos.

Sacudo la cabeza y vago por la cocina. Me dirijo a la estufa y


enciendo un quemador, viendo cómo las llamas florecen en un anillo.
Fuego instantáneo. ¿Tiene el rey alguna idea de cuán preciosa es esta
cosa? Las guerras territoriales se han iniciado por menos.

Utensilios que cuelgan a lo largo de la pared se agitan. Frascos de


aceites y condimentos se exhiben en elegantes recipientes de vidrio. La
línea entre la comida y el arte es borrosa aquí.

Desde hace años, las comidas son un acontecimiento mórbido para


mí. Todos deben comer para vivir, pero cuando la comida y el agua
escasean y lo que queda está plagado de radiación, se siente un poco
como la ruleta rusa. ¿Será la comida de hoy la que envenena tu sistema?
Es el recordatorio de que mientras evitamos la muerte por el día, siempre
la estamos acercando más.

Pero aquí en este lugar, la comida parece ser una ocasión alegre.
Una que celebra la vida y la gula. Envidio el estilo de vida incluso cuando
lo rechazo.

Me dirijo a un grifo y lo abro. El agua clara se derrama de éste.

—¿La radiación...?

—Ósmosis inversa lo filtra. Es una tecnología bastante simple.

Corro mis dedos bajo la corriente.

—No si no tienes agua corriente para empezar.

Apago el grifo. Si se supone que esta casa es atractiva, tiene el


efecto contrario en mí. No pertenezco a alfombras de felpa, superficies
pulidas y copas de cristal hechas para bebidas delicadas que deben
tomarse.

Pertenezco alrededor del metal y el humo, alrededor de los débiles


y violentos, los quebrantados y maltratados.

Pero no aquí, no aquí.


Subo las escaleras hacia el segundo piso. Un dormitorio amplio
ocupa la mayor parte del espacio. Puertas de vidrio alinean una pared,
frente al agua. Ya están abiertas, y una fresca brisa marina sopla a través
de la habitación. Salgo al balcón más allá de ellas.

Lugares como este te hacen anhelar cosas que no puedes


identificar. Siempre me imaginé demasiado endurecida para algo como
un capricho, pero incluso siento una profunda conmoción en mi corazón.

No puedo tomarlo. La esperanza es algo peligroso cuando estás en


el negocio de la pérdida. Mejor esperar lo peor.

En este mundo, eso es a menudo lo que recibes.

A la mañana siguiente, me despierto con la punta de dedos en mi


espalda.

Se arrastran por mi columna y me arqueo debajo de ellos. Suspiro,


estirando mi cuerpo. Siento un beso en mi sien, luego otro donde mi
mandíbula encuentra mi cuello.

Esta es la llamada de atención de Montes, y cada mañana que


sucede, lo disfruto un poco más. Desafortunadamente.

Me pongo de espaldas y sigue arrastrando besos por mi garganta,


entre mis pechos, hasta mi estómago. Ahí se detiene. Sus manos se
mueven sobre la piel allí, como si la estuviera acunando. He aumentado
de peso, no lo suficiente para perder mi cintura, pero lo suficiente para
llenarme.

Él debe darse cuenta.

Empiezo a moverme, a punto de escaparme de debajo de él, pero


me mantiene en su lugar.

—Eres hermosa —dice, su mirada recorriendo todo lo largo de mí


para encontrarse con mis ojos. Puedo decir por su expresión lo mucho
que significa esto. Y me está mirando como si eso también significara algo
para mí.

—Ya te dije lo que pienso de la belleza —le digo, luchando contra


mi propio impulso de tocarlo. Es una batalla perdida, y termino pasando
mis dedos por su mandíbula.
—Sí, la tienes muy poco en cuenta. —Sus manos todavía están en
la inflamación de mi estómago—. No cambia que lo eres.

Su agarre me aprieta.

—También eres valiente, feroz, razonable y, a pesar de toda tu


violencia, tienes un buen corazón.

Trazo sus labios.

—Los cumplidos no te salvarán de mi arma —le digo. No es una


amenaza, no como mis otras, que se dicen enojadas. No sé cuándo
sucedió ese cambio, cuando esta fácil camaradería se convirtió en parte
de nuestra relación.

—Serenity, hablo en serio.

Sé que lo hace, y me está obligando a hacerlo también. No quiero


eso. Cubro su boca con la punta de mis dedos.

—No —le digo.

Quita mi mano de sus labios.

—¿No qué? ¿Hacer que lo enfrentes?

—Cuidarme no cambia nada —digo.

¿Mi voz sonaba un poco angustiada?

—Lo cambia todo —dice.

Salgo de la cama y empiezo a vestirme enfadada. Me sigue.

—Serenity.

Intento ignorarlo. No puedo. Está en todas partes, en mi piel, en mi


mente, dentro de mi corazón. Llevo su anillo, comparto su nombre y su
imperio.

Me gira

—Serenity.

—Para. —Estoy temblando.

—No. —Su voz resuena.

Nos miramos fijamente.


—No me importa lo que pienses de mí —dice—. No me importa que
pienses que soy malvado. Los dos somos culpables de cosas horribles.
¿Por qué crees que te quería en primer lugar? La muerte en un vestido.
Eso es lo que eras cuando bajabas esas escaleras en Ginebra. Sabía que
o me redimirías o me matarías.

—Tú y yo sabemos que solo hay una forma en que esto termina —
le digo.

Seis pies bajo tierra.

Sacude la cabeza.

—No, Serenity. Quieres creer eso, pero ambos sabemos que esto no
termina en la muerte.

Aparentemente es el guardián de la sabiduría, por encima de todo


lo demás.

—Entonces, ¿cómo termina?

—Enamorados. Y vivos.
Capítulo 17

Traducido por Aelinfirebreathing

SERENITY

ESTOY DE MAL humor cuando llegamos a algún hotel ostentoso


para las primeras reuniones de la mañana. Por una parte, el rey me
acorraló para que enfrentara emociones que preferiría ignorar.

Por otra, las personas que empacaron mi equipaje me enviaron


lejos con una maleta llena de vestidos. Lucen similar en estilo y corte a
los vestidos que usé durante las conversaciones de paz. Los odio todos.
Es solo mi suerte que ahora tenga un estilo, uno que no escogí, y está
siendo perpetuado.

Para colmo, estamos yendo a una soirée matutina antes de nuestra


primera reunión para que los traidores de las NOU del sur puedan
codearse con el rey y su más nueva adquisición: yo.

La mano de Montes cae a mi espalda. La otra, saluda a la audiencia


reunida en cada lado del pasillo con cuerdas hecho para nosotros. Gritan
cuando nos ven, como si fuéramos celebridades.

Las perlas de mi vestido se sacuden mientras caminamos por el


sendero. Siento el roce de velcro y metal mientras mi pierna se frota
contra la funda en el muslo de mi pistola. Este fue mi compromiso: usaría
estos ridículos atuendos y asistiría a las estúpidas reuniones del rey
siempre y cuando pudiera llevar mi arma. No inspira mucha fe cuando
los líderes políticos van hasta reuniones armados, pero considerando que
ahora soy la reina del mundo no-tan-libre, las excepciones son hechas.
Tan pronto como entramos al edificio, se hacen más aplausos.

—¿A quién le pagaste para que tuvieran que aplaudir? —pregunto.

—Mmm, a nadie, mi reina. Aquí ante ti están las personas que


respetan poder y dinero sobre todo lo demás.

Miro fijamente la habitación. Bien podríamos estar de regreso en el


palacio del rey. La coloración de la multitud podría ser ligeramente
diferente, pero usan la misma ropa cara. Estas personas, sin embargo,
toman nota de ello. Son los que terminaron tomando el lado del rey antes,
durante, o inmediatamente luego de que las NOU cayeran.

La habitación nos observa mientras yo los observo a ellos.


Imaginaría que no les importo mucho. O peor, piensan que somos
iguales: occidentales que se dieron la espalda a sus alianzas anteriores.

Moriría antes de convertirme voluntariamente en una traidora. El


rey y el general forzaron mi mano en este asunto.

El salón de conferencias es más un resort que otra cosa. Puedo ver


el océano desde las ventanas traseras, y entre nosotros y él descansa
unas sillas y sombrillas alineadas en la arena.

Camareros llevando delicadas bandejas de plata se mueven por la


habitación, ofreciendo entremeses a invitados. Es extraño no verlos caer
sobre la comida como si sus propias vidas dependieran de ello. Esa es la
clase de reacción a la que estoy acostumbrada de las NOU.

Un hombre se detiene en mi línea de visión, inclinándose ante el


rey antes de tomar mi mano y besarla.

—Sus Majestades, es un honor.

Los vellos de mi nuca se levantan ante esa voz. Estuve sentada en


muchas llamadas que mi padre tuvo con ese suave barítono. Alejo mi
mano de golpe mientras él se endereza.

Luca Estes lleva su media edad bien. Su cabello salpimentado está


cortado cerca de su cabeza, así como su perilla, y tiene la misma
constitución atlética que muchos militares activos.

Sus ojos oscuros brillan mientras repara en mí.

—Ha pasado mucho tiempo desde que hablamos por última vez.

Mi piel se eriza, y detengo mi mano de ir hacia la funda de mi


pistola.
—Vi las conversaciones de paz —continúa—, mis disculpas por no
unirme. No me había dado cuenta hasta entonces de cuánto habías
crecido, Serenity —dice, con su acento apenas allí.

Descansa una mano en mi hombro y se voltea hacia el rey.

—He conocido a su esposa desde que era una niña.

Eso es estirar la verdad bastante. Ha conocido a mi padre desde


que yo era una niña; solo me ha conocido desde que comencé a entrenar
para mi papel como emisaria.

Le doy a Luca una mirada oscura.

—Sí, somos prácticamente familia.

Tú, traidor.

Mi padre tuvo toda clase de consejo por lidiar con figuras políticas
que no te gustaban. Nunca fui muy buena en seguir nada de eso, y ahora,
casada a mi archienemigo y enfrentándome a otro, estoy teniendo un
momento difícil para controlar mis emociones.

Montes estudia a Estes, su máscara está firmemente en su lugar.

—No me había dado cuenta de lo cercanos que eran tú y mi esposa.

Sigue cuidadosamente.

La sutil amenaza de Montes envía un gozo a través de mí. Me doy


cuenta que no me importan cuando son dirigidas a otro hombre malo.

Estes se voltea hacia mí, con una sonrisa esculpida en su rostro.


Puedo ver solo un toque de pánico en las esquinas de sus ojos. Todos
estamos teniendo dos conversaciones por el momento: una hablada, la
otra, implícita. Solo ahora se está dando cuenta de qué traicionero puede
ser conocer a la reina traidora.

—Sí. —Palmea el hombro de Montes; el gesto paternal se hace más


ridículo por el hecho de que tiene que alzarse para hacerlo—. Bueno,
felicidades por robar el corazón de Serenity.

—No robó mi corazón, Luca —intervengo—, solo me robó a mí.

Eso silencia temporalmente al político corrupto.

—Está bromeando —dice Montes, dándome una mirada.

Levanto una ceja. Sabe que no voy a cerrar mi boca.


Estes deja salir una risa como un ladrido. Toda la cosa es torpe e
incómoda, porque los tres sabemos cuán retorcidos son ambos hombres,
y no es algo que se supone que traigas a colación.

Así que, naturalmente, voy a traerlo a colación.

—Todas esas conversaciones, Serenity —continúa Estes—, y yo no


tenía idea de tal lengua suelta que tenías.

—Puede hacer muchas cosas con esa lengua suya —dice Montes.

Ya está bien.

Estoy alcanzando mi arma cuando el rey agarra mi muñeca.

—Suéltame, mierda—siseo.

—No ha tomado su café todavía —explica Montes calmadamente.

Estoy viendo rojo.

—Mis disculpas, ambos deben estar hambrientos. —Luca le hace


señas con la mano a un camarero.

—Lo que sea que me des va a terminar en tu camisa —digo


mientras Estes está distraído.

Montes se inclina hacia mi oído.

—Sigue haciendo esto y no llegaremos hasta la primera hora de


reuniones antes de que te tenga presionada contra una de estas paredes.

Creo que me está amenazando hasta que veo el calor en sus ojos.
Sigue siendo una advertencia, pero esta es de una naturaleza
completamente diferente.

Su excitación solo me enfada más, así como mi respuesta hacia


ella. Me dijo una vez que sería buena para el sexo molesto. Creo que tiene
razón.

—¿Todo esto es solo un juego para ti, verdad? —digo.

—Por supuesto. —Su rostro está solo a unos centímetros del mío—
. Pero tú ya sabías eso.

Me enderezo y hablo lo suficientemente bajo para que solo él


escuche.

—Un día vas a subestimar a la persona equivocada, y entonces tu


lindo imperio va a venirse abajo.
—TODAVÍA ME ESTOY debatiendo dispararte —digo una hora más
tarde.

—Lo sé —dice Montes junto a mí—. Mis pantalones han estado


apretados toda la mañana por ello.

—Eres un hombre muy enfermo.

Estamos de nuevo saludando gente, justo como habíamos hecho


en nuestra boda. La línea de hombres y mujeres ansiosos por conocer al
rey crece por la habitación y fuera de una de las salidas. Esto no es como
imaginé que sería cambiar al mundo: dando el privilegio de mi tiempo a
unas cuantas líneas vacías de saludos.

—Tal vez debas solo bajarte los pantalones —digo luego de que la
siguiente ronda de invitados deja nuestro lado.

Eso obtiene la atención de Montes.

—De esa forma sería más fácil doblarte y dejar que todos aquí
besen tu trasero.

El Rey Lazuli me mira fijamente por muchos segundos, luego deja


salir una risa profunda, el sonido recorriendo la habitación.

Me acerca vacilante por un beso.

—La vida es infinitamente más interesante contigo en ella.

Toma otra hora saludar a todo el mundo, y luego estamos siendo


llevados del pasillo hacia la sala de conferencias.

Todo el tiempo al menos dos cámaras se quedan enfocadas en


nosotros. Se deslizan como moscas, orbitándonos, acercándose tanto
como se atreven, luego alejándose antes de que tenga oportunidad de
romper sus lentes. He estado cerca.

—Están fascinados contigo —dice el rey mientras caminamos. Su


sedosa voz me pone los pelos de punta—. Siempre lo han estado.

Le doy una mirada dura a un camarógrafo, y rápidamente se retira.

Montes tiene razón, pero también está equivocado. No están tan


fascinados conmigo como lo están con nuestra relación. Soy el soldado
sangriento que defendía las NOU, y él es el rey sediento de sangre que
capturó mi tierra. Somos enemigos que se convirtieron en amantes. Dos
personas terribles que gobiernan juntos el mundo.

La mano de Montes se desliza por mi espalda, y es por mucho un


gesto más íntimo del que tiene algún derecho de ser. Me está desvistiendo
con sus dedos y sus ojos, e incluso después de todo lo que hemos visto y
hecho juntos, sigo sintiéndome como un bicho atrapado en una tela de
araña.

Estes ya está en la sala de conferencias cuando entramos, junto


con un puñado de otras caras que reconozco de mi tiempo como emisaria.
Con muchísimos de ellos mi padre se comunicó directa o indirectamente.
En aquel entonces trabajaban para las NOU, cuando no estaban retando
y usurpando los territorios del otro. Ahora, a solo meses luego de que la
guerra terminara, están aquí adulandoal rey.

Por una vez me gustaría reunirme con líderes que no fueran


completamente inútiles para el trabajo.

Me observan mientras entro a la habitación. Como Estes, están


tratando de descubrir si saber sobre mí les beneficia o no.

Decido echarles una mano.

Me detengo ante la mesa y los observo.

—La corrupción luce bien en todos ustedes.

Dejo a la habitación sin palabras, por un momento. Luego, todos a


la vez, media docena de personas están hablando en español, portugués
e inglés.

Ah, las NOU del sur. Siempre eran muy vocales cuando no estaban
de acuerdo. Es bueno ver que son consistentes al menos en algo.

Montes corta el ruido.

—No estamos aquí para hablar de alianzas previas. La guerra ha


terminado. América del Sur ahora necesita alguna estabilidad; vamos a
enfocar nuestra atención en eso.

Solo el rey tiene las pelotas para hacerme lucir como la mala y él el
mártir.

Tomo asiento a la mesa, súper atenta de la tensión que he alzado.

Su enojo me revitaliza. Las personas son más fáciles de leer cuando


se quitan sus máscaras.
La silla junto a la mía chirría cuando es echada hacia atrás, y el
rey se sienta pesadamente. Recoge los papeles que sus ayudantes han
dejado frente a su asiento y se pasa un buen minuto hojeándolos
mientras todos los demás esperan.

Finalmente, los baja.

—Gracias a todos por estar aquí. Imagino que mejor nos lanzamos
a ello: ¿Cuáles son los mayores problemas que están en el camino de una
Sudamérica unificada?

Y así comienza la primera hora de reuniones.

—TE LAS HAS arreglado, de nuevo, para hacer que toda una
habitación te odie en tiempo récord —dice el rey mientras cierra la puerta
del frente tras nosotros.

Estamos de regreso de la conferencia después de cerca de cuatro


horas insoportables. La única persona que los representativos de
Sudamérica odian más que a mí es a cada uno de ellos. Todos quieren
un trozo del pastel que Montes le está dando a Estes.

Ese fue el mayor tema de las reuniones: quién iba a quedarse con
qué. El único momento que alguien sacó el tema de la salud general de
la región y el bienestar fue cuando querían usarlo como punto de
conversación de por qué merecían algo o por qué alguien más no lo hacía.

Casi los golpeo a todos con la pistola.

Por si eso no fuera lo suficientemente malo, tengo que verlos de


nuevo esta noche en otra de esas cenas innecesarias.

Paso por el recibidor, pateando mis zapatos. Este maldito vestido


es una jaula. Es muy ajustado alrededor de mi estómago y mis muslos,
y si alguien atacara, no podría correr en éste. Lo necesito fuera.

—Es probablemente la primera reacción genuina que han


demostrado desde que llegamos —digo, tanteando para alcanzar mi
cierre.

Montes viene detrás de mí y baja el cierre. El material cae como


una capa de mi piel, y ahora esas manos suyas están quitando de mí el
resto de la tela.
—Tal vez si no fueran oportunistas —continúo—, sería un poco
más agradable.

Montes me empuja contra la pared. Captura mis manos en las


suyas.

—¿Sabes qué creo que te molesta? —pregunta, su nariz acaricia mi


mandíbula mientras me respira—. Creo que te ves a ti misma en ellos, y
lo odias. —Hace su voz baja, y gotea con toda clase de intenciones
oscuras.

Ellos y yo no somos nada parecidos. Pero las palabras de Montes


se meten en mi piel. ¿No soy para todas las apariencias, una traidora
como ellos? Tal vez, como yo, fueron arrinconados hacia esto. Y tal vez,
como yo, también se han perdido en algún lugar por el camino.

El rey captura mis labios, su mano se desliza hacia arriba por mi


muslo. Siento los restos de mi lápiz labial borrarse mientras nuestras
bocas se mueven contra la otra.

No se molesta en desvestirse. Simplemente desabrocha su


cinturón, desabotona sus pantalones, y echa mi lencería a un lado.

Con una dura embestida, está dentro de mí.

Jadeo ante la sensación. Está solo a este lado del dolor, y así es
cuando más amo el sexo. Nunca podría inducir algo completamente dulce
con el rey. No sin al menos un poco de lucha.

Deja mis muñecas para agarrar mis caderas, besando mi cuello


mientras lo hace. Siento su respiración caliente por la columna de mi
garganta. Su marcha incrementa, y cada golpe de sus caderas hace que
mi espalda golpee contra la pared.

Lo envuelvo en mis brazos y arqueo mi cuello hacia atrás. Lo que


no puedo entender es por qué alguien malgasta su tiempo con la guerra
cuando podrían estar haciendo esto en su lugar.

Montes nos aleja de la pared. No nos separamos mientras me lleva


hasta nuestra habitación. Caemos en un enredo de miembros en el
colchón. Los pasadores que sujetan mi cabello en su lugar se están
aflojando, y mientras tiro de los mechones oscuros del rey, su fino gel se
desintegra bajo la punta de mis dedos. La civilización está cediendo lugar
a nuestro salvajismo primario.
Embiste en mí, y querido Dios, estoy dispuesta a admitir que ahora
mismo, amo al rey. Es jodido, y si alguna vez hubo prueba de mi
naturalezaretorcida, esta sería.

No me importa una mierda.

Deslizo mi pie por la parte trasera de las piernas del rey.

—Dime que me amas —dice el rey junto a mi oído.

Sus pensamientos están claramente moviéndose en la misma


dirección que los míos.

Agarro su cabello más fuerte y llevo su oreja a mi boca.

—No.

Se mueve más fuerte contra mí, la fricción causando que un gemido


se escape. Estoy más allá de que me importe que el rey haya derribado la
mayoría de mis muros y mi modestia con ellos.

—Dilo —respira.

No lo hago.

Como resultado, se detiene.

Ambos estamos respirando agitadamente como animales, y cuando


me mira fijamente veo sudor goteando por su ceño.

—Dilo —repite.

Mirándolo fijamente, nuestros cuerpos unidos y nuestras


extremidades enredadas, casi lo hago.

Se mueve contra mí, solo un poco. Lo suficiente para recordarme


que controla las cuerdas.

Sacudo mi cabeza.

—No te daré eso.

Me enseña su sonrisa más perversa.

—¿Se ha olvidado mi reina con quién está casada? —susurra, su


nariz yendo abajo para acariciar mi cabello.

Acuna un pecho sobre la tela de mi vestido.

—Voy a hacer que digas esas palabras justo como he conseguido


todo lo demás.
Estoy bastante ida como para ceder a su chistoso comentario.

—Solo cállate y fóllame.

Y lo hace, pero no antes de que diga su parte final.

—Lo haré, Serenity. Y cuando lo haga, las sentirás también.


Capítulo 18

Traducido por Aelinfirebreathing

SERENITY

UN REY AFECTUOSO. Debería ser imposible, pero no lo es.

No ha dejado de tocarme de alguna forma desde que somos íntimos.


Y ahora que estamos en la propiedad de Estes para una cena, está siendo
afectuoso en público.

Para ser honesta, no estoy completamente opuesta a eso. La perra


en mí quiere golpear su mano para que la aleje, pero cada toque
lamentablemente trae recuerdos de respiraciones pesadas y piel
sudorosa, y cuando encuentro sus ojos, están quemando, como si
estuviera listo para repetir las actividades de la tarde en cualquier minuto
posible.

Como el que llevaba más temprano, este vestido es demasiado


apretado. Esa es la única razón por la que no puedo respirar bien.

Mis ojos se mueven por el extravagante hogar de Estes, y fijan cada


pieza de riqueza que el hombre ha acumulado. Y pensar que todo esto
fue adquirido mientras su gente moría de hambre: mientras nosotros
moríamos de hambres.

Veo a los guardias postrados en las cuatro esquinas del salón. Hay
más afuera, e incluso más estacionados en las torres de vigilancia que
bordean la entrada a la propiedad. Todo aquí ha sido adquirido a través
de derramamientos de sangre y mentiras.

Todo esto llegará a su final. Lo juro allí y entonces.


Un camarero pasa llevando una bandeja con varias bebidas. Tomo
una de las copas de champagne. Justo cuando mis dedos se envuelven
alrededor de la base, Montes la intercepta.

Le doy una mirada incrédula.

—Realmente no deberías estar bebiendo esto con tu cáncer —dice.

No puede hablar en serio.

—Dame el alcohol de vuelta —demando.

—No.

—Pensé que no te importaba si bebía o no.

—Mentí —dice—. Lo hace. Ahora. —Montes mira alrededor—.


Vamos a encontrarte alguna sidra con gas.

Respiro por mi nariz.

—Dame la jodida bebida. —La promesa de alcohol fue todo lo que


me estuvo reteniendo de un motín abierto.

Me sonríe y lo toma de golpe.

Las personas están mirando, las cámaras, rodando. Nuestras


interacciones explosivas están demostrándose. No puedo solo pelear por
ello como si estuviera de vuelta en el búnker. Aquí todo es sobre la
postura.

Respiro dentro y fuera de mi nariz, y me conformo con observarlo.

—Tengo expectativa de que no esperes que sea agradable esta


noche.

—¿Tú? ¿Agradable? No lo soñaría.

Bastardo.

Lo dejo tan pronto como el primer grupo de políticos se aproxima.


Mis tendencias violentas están burbujeando a la superficie, y si no las
hago salir con Montes, seguramente las sacaré con los cabrones en esta
habitación.

Siento los ojos del rey quemando mi espalda mientras me alejo de


él. No le gusta separarse de mí. Había escrito este detalle particular como
un aspecto de su naturaleza controladora—y lo es—pero se ha vuelto peor
mientras los intentos contra mi vida se han incrementado.
El hombre más poderoso del mundo tiene una sola debilidad, y soy
yo. Y no estoy por encima de usarla contra él.

—LA REINA DEL mundo1. Es un título impresionante. —Luca Estes


se detiene a mi lado, con un vaso de un líquido ámbar en su mano.

—Mmm—logro decir, observando la habitación mientras la noche


continúa. Una brisa cálida sopla dentro por las ventanas abiertas a mis
espaldas.

Por el momento, estoy de luto por el hecho de que dejé a Montes


para vérmelas por mí misma entre estas personas. Si hubiera tragado un
poco de mi orgullo, podría no tener que soportar la compañía de Luca yo
sola. Estes es uno de esos hombres que no tiene un lado bueno. Es
corrupto, violento, ambicioso, lascivo. La única pregunta es qué lado veré
esta noche.

—Por lo que escucho, tu padre estaba en contra de la unión.

Aparentemente, ha escogido idiota. Al menos ya no está tratando


de ser agradable.

—Mi padre está muerto. —Tomo un sorbo de mi bebida. Necesito


algo más fuerte que el vaso de agua en mi mano.

—Sí, mis condolencias —dice, inclinándose. Puedo oler el alcohol


fuerte en su aliento.

—A la mierda tus condolencias, Estes. —No me molesto en


mirarlo—. Sé que no te gustaba.

—Me gustaba más que tu nuevo esposo.

Ahora observo al mayor dictador de Sudamérica.

—Eso es porque mi padre no podía controlarte. —Montes puede.

Gruñe de acuerdo y toma superficialmente de su bebida. Cuando


me mira de nuevo nivela su mirada a mi escote.

—La última vez que te vi, usabas un uniforme sin forma. Esta es
una mejor apariencia en ti.

Ahora está siendo un idiota lascivo.

N.T. En español original.


1
—Tú y yo sabemos que la última vez que me viste, fue en la
grabación filtrada de mi regreso a las NOU. Creo que estaba usando un
vestido entonces.

—¿Había un vestido bajo toda esa sangre? Perdóname por no


notarlo.

No digo nada.

El rey lanza una mirada en nuestra dirección, la cual nota Estes.

—Te mantiene en una linda correa pequeña, ¿verdad? Si no lo


supiera mejor diría que está obsesionado. —Mueve su bebida, los cubos
de hielo sonando contra el cristal—. Dime, ¿la infatuación es recíproca?
—Me mira—. Supongo que no lo sería, considerando lo que le hizo a tu
familia, y tu país.

Incluso antes de que Estes se aproximara a mí, sabía la clase de


hombre que era. Así que sus palabras no deberían conseguir que me alce,
pero lo hacen. Está tomando cada onza de control que no aplaste mi vaso
contra su cara.

—Me he estado preguntando qué clase de juegos de cama saldrán


de esa unión…—reflexiona.

Suficiente.

—En caso de que necesites el recordatorio, yo soy ‘la reina del


mundo’ y no dudaré en usar mi posición para removerte del poder si
siento el deseo. No soy la mitad de decente que mi padre, así que mantén
tus perversiones enfermas para ti mismo, Luca, y jodidamente no trates
de enfrentarme.

Me alejo de él. La gente me hace un camino amplio, y estoy segura


que tiene algo que ver con la expresión dura de mi rostro. Las cámaras
comienzan a enfocarse en mí. Dejo mi bebida en un aparador y busco por
Montes. Está en el medio de una congregación de admiradores. Ellos
también me dejan un espacio amplio en el momento que corto su círculo.

Montes me observa, un destello oscuro en sus ojos. Siempre le


gustó mi arrebato por el drama.

Envuelvo mi brazo alrededor de la parte trasera de su cabeza antes


de besarlo. Estoy enojada, y estoy segura de que puede sentirlo en los
duros movimientos de mis labios. Este no es un beso apasionado. Toda
mi rabia y violencia usual está envuelta en él.
—Terminé —digo contra su boca. He tenido suficientes sonrisas
falsas y caricias falsas por una noche. Debería haber tenido suficiente del
rey también, pero en cambio, se siente como mi único aliado en un mar
de enemigos. Es una ilusión, pero no puedo razonarla de ninguna forma.

Mi padre tenía razón cuando dijo que las apariencias lo eran todo.
Deja que el mundo crea que el rey y yo somos alguna extraña unión de
amor. Mejor que la desastrosa verdad: que lo odio cada pedazo tanto
como me preocupo por él.

Cuando rompo el beso, tomo la mano del rey. Está muy dispuesto
a seguirme lejos del círculo de admiradores que se disuelve rápido. Pero
no cinco segundos después, tira de mi mano y me atrae de nuevo hacia
él hasta que mi pecho está presionado contra el suyo.

Me mira con diversión.

—Mi pequeña reina viciosa —dice lo suficientemente bajo para que


solo yo pueda escucharlo—, deberías saber para estos momentos que no
debes probarme en público. —Su voz se vuelve ronca—. Y definitivamente
deberías saber para estos momentos cómo darle a tu esposo un beso de
verdad.

Le advierto con mis ojos que no estoy de humor, pero no hace nada
para detenerse de inclinarme y tomar mi boca con la suya. En esta
posición, casi paralela al suelo, estoy a su merced.

Aullidos de lobo y aplausos vienen de la multitud.

Esto es ridículo.

Muerdo su lengua aun cuando agarro sus brazos. Sonríe contra el


dolor. El psicópata realmente disfruta cuando me vuelvo cruel. Alarga el
beso más de lo necesario, solo para empujar más lejos mi paciencia que
se va rompiendo. Finalmente, con un gesto fanfarrón, me pone sobre mis
pies.

La multitud sigue animando.

Montes saluda y me dirige fuera. La última mirada que capto es de


Estes. Levanta su vaso en saludo. Y entonces la puerta principal se cierra
tras nosotros y todas las lindas personas desaparecen.

Nuestros zapatos suenan contra los escalones de la propiedad de


Estes.
—¿Qué te dijo Estes para poner esa expresión en tu cara? —
pregunta mientras descendemos por las escaleras.

—La verdad. —¿Eso no es lo que nos lastima tanto?

—Mi reina no huye de la verdad. Se va solo luego de que ha


amenazado a alguien. ¿Así que, qué dijo?

Me alejo del rey.

—¿A ti qué te importa? Mi asunto es mío.

El rey hace un ruido bajo en su garganta. Puedo escucharlo a mi


espalda.

—Tu asunto es cualquier cosa menos tuyo. Es mío, y es de nuestro


imperio.

Nuestro coche aparece por la curva.

—No sé cuántas veces tengo que decirlo —digo—, pero no puedes


tenerlo todo, Montes. Eso incluye conocimiento.

Toma mi brazo y me gira para que lo enfrente, y luego hace que


retroceda hasta que me tiene atrapada contra el coche. Hay personas
aquí fuera. No muchas—la mayoría solo ayudantes de cámara y guardias,
ya que los equipos con cámaras se quedaron atrás—pero tenemos
testigos igual.

Demasiado para las apariencias.

—Estás muy, muy equivocada. —Creo que este es el mismo tono


que toma antes de terminar la vida de alguien. Sus labios están a una
respiración de los míos—. Sí puedo tener todo de ti, cuando sea que
quiera. —Agarra mi muslo, y es increíblemente sugestivo—. Incluso tus
conversaciones. Incluso tus pensamientos.

Estes tenía razón. Montes no está nada menos que obsesionado.

El rey me besa, e incluso eso se siente posesivo, como si estuviera


tomando mi lujuria con todo lo demás.

Me separa del auto y abre la puerta para mí.

—Todo lo que eres es mío, y ninguna amenaza tuya va a cambiar


eso jamás.
Capítulo 19

Traducido por Mary Rhysand

SERENITY

DESPIERTO EN MITAD de la noche, empapada de sudor. Si cierro


los ojos, aun puedo ver los últimos momentos de mi sueño: la sangre, los
huesos rotos, la muerte agonizante de los heridos mortales.

Paso una mano por mi rostro. Estoy acostumbrada a las pesadillas;


tengo demasiados malos recuerdos para que mi mente se aproveche. Esta
noche me acaba de recordar el abismo que he viajado desde que estalló
la guerra.

El rey se revuelve y su brazo va alrededor de mi estómago. Me


arrastra contra su pecho, sus dedos acariciando mi piel húmeda.

—Está bien, mi reina —murmura contra mi cabello. Ni siquiera


estoy segura que esté despierto—. Estás a salvo ahora.

Seguridad no es lo que aclamo, y nadie puede rescatarme de mi


vida. Estoy segura que Montes está dormido antes de deslizarme fuera de
la cama.

Mis demonios me sacuden fuertemente. Me cambio tan rápido


como puedo, y me escabullo por el balcón.

Coloco un pie sobre el borde, luego el otro. Una vez de pie fuera del
balcón, mis brazos se envuelven alrededor de la barandilla detrás de mí.
Miro hacia el mar negro. Las olas rompen en la orilla, llamándome.

Sin pensarlo, me lanzo de la barandilla.


Me siento liviana por un instante, y luego mis pies encuentran el
césped. Aprieto los dientes mientras impacto la arena y dolor punzante
recorre mis rodillas y mi abdomen.

Me dirijo hacia el océano, y el césped se regala a la arena. Recojo


un puñado y lo dejo correr entre mis dedos. Las lámparas que hay aquí
son pocas y distantes, y la luna casi llena proyecta el borde del jardín en
tonos de azul. Los muchos guardias del rey patrullan este lugar, pero se
han hecho escasos por la noche o se han mezclado bien. De cualquier
manera, casi puedo fingir que estoy sola.

Ahora que tengo un poco de privacidad, puedo finalmente poner


mis pensamientos en cosas que mantengo del rey. Coloco una mano
sobre mi estómago. Me estoy muriendo, y ni siquiera Montes puede
detenerlo. Aun vomito sangre, mi estómago duele fuertemente. Cuales
sean las habilidades del Durmiente, no creo que estén mejorando las
cosas para mí.

Pensaría que sería feliz, es finalmente un final para esta triste vida
mía. Regresaré a la tierra, al igual que lo demás que he amado.

Pero no me place.

—Lo siento, mamá y papá —le susurro a las estrellas en el cielo—,


pero no estoy lista para ir a casa aun.

Observo el cielo. Una agradable brisa ondea mi cabello, llevándome


más cerca del agua. Si fuera mi estilo, permitiría que el viento y las olas
me lleven lejos, muy lejos.

Me dirijo hacia el agua y froto mi pie en la arena.

—¿Qué haces aquí tan tarde?

Me tenso al escuchar esa voz, y me giro.

Montes está unos metros de mí. No debería verse tan apuesto como
se ve. La luz de luna baña sus facciones, iluminando la mitad de él y
dejando la otra en la oscuridad. Usa solo pantalones sueltos, y tengo que
obligarme a no fijarme en su torso.

—Disfrutando la vista —digo, lanzando una breve mirada a las


estrellas.

—¿La que tenías durmiendo junto a ti no era suficiente?

Todo lo que quiero es estar sola. Ni siquiera en los rincones más


profundos de la noche se me permite esto.
—No todo es sobre ti, Montes —digo, cansada.

—Puedes hablar conmigo.

Casi me rio. No estoy segura que este hombre pueda manejar mi


pasado. Pero más que eso, él me dio este pasado.

—Nunca te diré mis cargas.

Montes cierra la distancia entre nosotros.

—Me estás mintiendo de nuevo.

Busco su rostro.

—¿Por qué lo intentas tanto conmigo cuando obviamente no lo


haces con nadie más?

—Tu corazón siempre ha sido mío. Lo supe desde el momento en


que te conocí. Lo intento porque aprecio lo que es mío.

—No creo en amor a primera vista.

Se ríe.

—No estoy hablando del amor, Serenity.

—¿Entonces de que estás hablando?

Sacude su cabeza.

—Algo más. Algo de lo que los poetas saben más que yo.

Odio concederle algo a Montes, pero lo sentí, también. Tal vez no al


momento que lo conocí, tenía demasiado odio para eso. Pero cuando lo vi
en la pantalla plana cuando estaba prisionera de la Resistencia, todavía
lo reconocía de una manera que no tenía nada que ver con la memoria.

—Nunca te perdonaré —digo.

—No quiero tu perdón. Nunca lo quise. —Entrelaza sus manos con


la mía.

Mi hermosa pesadilla. Eso es lo que es él, lo que es todo eso, la


pesadilla de la que nunca puedo despertar. Y ya no me asusta más.

Miro a las estrellas.

—Están esperándome. Sabes, ellos pueden ser incluso más


poderosos que tú.
—¿A qué te estás refiriendo?

—A la muerte.

El rey parece enervado por mis palabras.

—No sabía que fueras supersticiosa.

—No lo soy. —Me siento en la arena. El rey se me une.

—Las supersticiones son absurdas —digo, poniendo mis brazos


sobre mis rodillas—. He visto el alma de una persona abandonar su
cuerpo. No puedes no creer una vez que veas una prueba como esa.

—¿Es eso lo que te trajo hasta aquí? ¿Todas las personas que has
asesinado?

—Todas las personas que tú has asesinado.

El rey se recuesta en sus codos y se estira. Mis ojos se quedan en


su pecho, y luego en esas piernas suyas.

—Culparme no va a cambiar el hecho que están muertos —dice.

—Muertos, sí. ¿Pero idos? No, no se han ido. —Si acaso están más
presentes que nunca. La muerte caza mis recuerdos y mis sueños; nunca
seré libre de ellos. Esa es la penitencia que pagas cuando tomas una vida.

Montes me mira, y descansando sobre sus antebrazos, es el chico


del cartel de la irreverencia.

—Deja ir el pasado —dice—. Sé feliz.

Alzo la mirada hacia las estrellas solitarias.

—No sé cómo.

NOS SENTAMOS EN la área por quien sabe cuánto, y en algún


momento Montes se recuesta y su brazo se envuelve a mí alrededor.
Pretendo no notarlo. Es mejor que admitir que disfruto que me sostenga.

—¿Ahora que no vives en el bunker, han perdido las estrellas su


atractivo? —pregunta Montes.

Sacudo mi cabeza y sonrío.

—No. Si acaso, se han vuelto más hermosas.


Cuando lo miro, ya me está observando. La intensidad de esa
mirada me hace consciente de mí misma. Algunas veces, como ahora
mismo, creo que si el rey pudiera, me bebería y me tragaría toda solo para
absorber cada parte de mí dentro de él.

Es desconcertante, por decir algo mínimo.

Miro de nuevo al cielo parasacudir mi extraña consciencia. Entre


un mar de constelaciones desconocidas, veo a una querida.

—¿Quieres saber un secreto? —pregunto.

—Por supuesto —dice Montes—. Si tiene algo que ver contigo, estoy
interesado.

Le daré esto al rey: nunca hace nada a medias. Especialmente no


cuando se trata de perseguir a su fría esposa.

—Tengo una constelación favorita —admito.

En la noche, lo veo alzar una ceja.

—¿Cuál?

Me acerco, por un vez insegura de nuestra cercanía, y señalo


encima de mí.

—¿Ves ese cúmulo de estrellas?

—¿Las Pléyades?—dice el rey.

Asiento y envuelvo mis brazos alrededor de mis piernas.

—Mi madre me enseñó sobre esa constelación. Las Siete


Hermanas. Dijo que esas eran las estrellas del deseo. Que si querías
realmente algo, solo necesitas desearlo y se haría realidad.

Montes me estás destellando una sonrisa triste.

—¿Y lo has hecho alguna vez?

Lo miro de medio lado.

—Una o dos veces.

—¿Qué deseaste?

El fin de la guerra. El fin de mi sufrida vida.

—Cosas que no le admitiré a otra alma.


—¿Ni siquiera a mí?

Ahora me rio.

—Especialmente a ti.

Me empuja en la arena y rueda sobre mí.

—¿Por qué no?

Nos estamos mirando a los ojos, y ahora veo el cielo nocturno en


sus irises, y solo puedo imaginar lo que ve en los míos.

—Porque eres mi enemigo, y no le cuentas a tus enemigos tu


secreto.

Toma mis manos, como sabía que haría, y las presiona en la arena
a cada lado de mí.

—Pero también soy tu esposo, y le dices secretos a tu esposo —


dice, entrelazando sus dedos con los míos.

—Tendrás que obligarme.

—¿Oh? —He picado su interés—. Qué suertudo. —Deja libre una


mano y la desliza en mi bata—. Sé exactamente el tipo de tortura que le
gusta a mi esposa —dice, ahuecando mi seno.

—Deja de referirte a mí en tercera persona.

—¿O qué? —Sus labios están solo un centímetro lejos de los míos,
y su voz es rasposa—. ¿Realmente nunca me dirás tus secretos? —Toca
mi pezón tanteándome.

Ya tengo la respiración acelerada.

—Duermo con mi pistola. Harías bien en recordar eso.

—Y sabes que te quitaré esa arma si siento que estás abusando de


tu poder.

Me carcajeo.

—¿En serio quieres entrar en un debate sobre abuso de poder?

Su risa retumba baja en su garganta.

—No quiero debatir en lo absoluto.


Toma mi boca entonces, sus labios deslizándose contra los míos.
Me gusta creer que soy una persona complicada, endurecida, pero a
Montes nunca le toma mucho hacerme pedazos.

Presiono mi torso contra el suyo, y ahora libera mis manos así


puede tocar su piel contra mi piel.

Más allá de nosotros, la marea ha subido, y lame los dedos de los


pies. Puedo sentirlo humedeciendo los bordes de mi bata, que—gracias
en gran parte a Montes—ya no cumple ninguna función propietaria.
Estoy abierta al rey, algo que no le toma mucho tiempo entender.

Primero su mano, luego su cabeza se hunde entre mis muslos, y


sus dedos están agarrando la arena. Mis piernas se abren aún más, y el
rey gime, pausándose para agarrar mis muslos.

—Disfruto cuando peleamos —dice—, pero disfruto más cuando


finalmente te rindes.

—Ssssh… —No me molesto en aclarar que trataba de decirle que


se callara, pero no pude lograr la primera sílaba.

Me quedo completamente sin ataduras. Paso mis dedos por el


cabello de Montes, obteniendo sal marina y arena sobre los oscuros
mechones del rey. Lo arruino más, lo que no me da vergüenza decir es
que es uno de mis pasatiempos favoritos.

No sé cómo lo hace, pero el hombre logra quitarse sus pantalones


mientras me mantiene ocupada. Pero entonces su boca deja mi centro y
su pecho se roza con mi torso. Me rio mientras la arena que puse en su
cabello cae sobre mí.

Me besa en la boca, y me pruebo en sus labios.

—Tal vez le pida un deseo a esas Hermanas —dice entre besos.

—Mmm, no puedes reclamar a las Hermanas por encima de todo


lo demás —le digo, mordiendo su labio inferior.

—Eso no es muy igualitario de tu parte. —Esa sonrisa pícara


enmarca su boca.

—Los deseos son para las personas que no pueden comprar lo que
quieren.

—¿Nadie te ha dicho, nirebihotza? —dice entre besos—. Las


mejores cosas no pueden comprarse.
—¿Qué significa eso siquiera? —pregunto, peleando el impuso de
moverme contra él ahora que su peso se encuentra entre mis piernas.

—¿Nirebihotza?

Asiento.

—¿Quieres saberlo, no? —Toca mi cicatriz—. Que mal que tengas


que compartir tus secretos para conocer los míos.

Resoplo. Lo que dice es justo; pero no significa que me guste.

—Ahora —continúa—, sobre ese deseo…

¿De vuelta a eso?

—Bien, pide un deseo, hombre que lo tiene todo —digo.

Levanta mis caderas y se empuja dentro, alejándose de mi boca


para observar mi reacción.

—Lo haré: deseo que un día, finalmente seas feliz.

Y mirando en esos ojos, temo que algún día pueda serlo.


Capítulo 20

Traducido por Yiany

SERENITY

Montes se deslizafuera de la cama a la mañana siguiente solo para


volver más tarde, llevando una bandeja con el desayuno en ella. Su
cabello está despeinado por el sueño y el sexo, y huele a hombre cuando
coloca la bandeja en la mesita de noche y pasa una mano por mis
mechones.

—Buenos días, mi reina.

Me estiro y me obligo a sentarme.

—Buenos días —murmuro, ahogando un bostezo. Es lo más


agradable que puedo ser. Después de la incursión de la noche anterior,
me siento como si me hubiera arrollado un tanque. El rey, por otro lado,
se ve positivamente renovado.

—¿Sabes cocinar? —pregunto, mis ojos cayendo sobre la bandeja.

Sé que las criadas han entrado—eso o la cama se rehízo


mágicamente ayer—pero aparte de eso, no he visto ningún empleado en
el edificio.

—Soy un hombre normal del Renacimiento —dice Montes,


guiñándome un ojo.

Frunzo el ceño ante su expresión despreocupada, y luego a la extensión de la comida.


No puedo tomarlo cuando está así, desinteresado. Dulce. Y que, para una chica que solía
levantarse temprano y hacer cola para el desayuno, tener preparado uno
decadente para mí es un gesto significativo.

Se acerca y alisa la piel de mis ojos.

—No tienes por qué estar en conflicto con esto. Es solo el desayuno.

Respiro profundamente, atrapando una bocanada de tocino. Una


oleada de náuseas me recorre ante olor. Espero a que pase.

Cuando no lo hace, me quito las cobijas y corro al baño. Apenas lo


logro a tiempo. Mi estómago tiene espasmos una y otra vez mientras
agarro el inodoro. Es aún peor esta vez, las náuseas, los agudos dolores
que apuñalan mi abdomen.

Detrás de mí, Montes pone una mano cálida en mi espalda. Me


frota cariñosamente mientras su otra mano recoge mi cabello. Primero el
desayuno y ahora esto. ¿Qué quiere este hombre de mí hoy? Ya le
entregué mi corazón y le vendí la mayor parte de mi alma.

Una vez que pasa la náusea, descargo el inodoro y me limpio la


transpiración de la frente. Me paro, temblando, y Montes está allí,
envolviendo un brazo alrededor de mi cintura y dejándome apoyarme en
él.

No tiene preguntas para mí, ni tampoco expresa sus


preocupaciones acerca del empeoramiento de mi condición. Ni siquiera
echa un vistazo a la botella de píldoras que se supone que debo tomar
todos los días. Tal vez finalmente esté aceptando la desesperanza de la
situación.

Me lleva de vuelta a la cama y me siento en el borde.

Mi cuerpo tiembla por el esfuerzo. Pasará en otros diez minutos,


pero hasta entonces siento cada centímetro de mi mortalidad. Qué frágil
es el cuerpo humano cuando está plagado de enfermedades.

Me da un vaso de agua.

Miro del vaso a él.

—¿Qué está pasando, Montes?

Suspira.

—¿La bondad siempre tiene que tener un precio?

—¿Cuando se trata de ti? Siempre.


Lo observo por encima del borde del vaso mientras tomo un trago.

—Me enseñaste eso, ya sabes, a nunca confiar en los motivos de la


gente. —Si no hubiera vivido la guerra del rey, nunca me hubiera vuelto
tan cínica.

—Lo sé —admite—. Todas tus peores cualidades llevan de vuelta a


mí y esas son las que más amo.

Sacudo la cabeza, con una sonrisa reticente y arrepentida tirando


de las comisuras de mis labios. Sus ojos brillan ante la vista. Estamos
compartiendo un momento, me doy cuenta. Y no es uno basado en el
odio, el humor o la lujuria. Existe la posibilidad de que estemos bien
juntos si nos las arreglamos para no matarnos uno al otro primero.

—Si tuviera la mitad de dinero que recibía Diego, en realidad sería


capaz de implementar un buen control en tierra...

Mis botas chillan mientras las reposiciono. He empezado a patear


mis pies sobre la mesa de conferencias mientras los idiotas a mí alrededor
se pelean por sobras.

—Mis posesiones son dos veces más grandes que las tuyas —dice
Diego—. Incluso con el dinero asignado a mi territorio, no será suficiente
para el control de tierra.

El segundo día de discusiones ha comenzado. Estamos a solo dos


horas, pero ya casi he terminado.

A mi lado, el rey se sienta en su silla, pasándose el pulgar por el


labio inferior. Esa misma mano sostuvo mi cabello hacia atrás mientras
estaba enferma.

El rey nunca fue como los demás; no sé por qué sigo dejándome
sorprender por él.

Una tercera persona salta al debate.

—Mis propiedades son más grandes que cualquiera de las suyas, y


nuestro presupuesto es uno de los más pequeños aquí.

En la superficie, cada persona aquí suena razonable. Tienen


explicaciones convenientes alineadas por las que se les debe pagar más.
Como si no usaran la mayor parte del dinero en gastos personales. Ya el
desglose de la línea de pedido de muchos de estos presupuestos
propuestos incluye extravagancias como aviones adicionales, adiciones a
hogares y planes de vacaciones fuertes.

—Eso es porque nadie vive en tu territorio —dice otro—. El mío es


uno de los más pequeños, pero también es el más denso, y es una de las
regiones más violentas de Sudamérica. Si vamos a implementar tropas
terrestres, deberían concentrarse en los centros de las ciudades.

He llegado a mi límite.

—Muy bien. —Sacando los pies de la mesa, me levanto, apoyando


mis manos contra la mesa—. Si escucho una maldita razón más por la
cual cualquiera de ustedes merece más de lo que ya tiene, juro por Dios
que lo mataré yo misma.

La sala queda en silencio.

—Nadie está recibiendo tropas de tierra. La ley marcial ha


terminado. Todos crearán sus propias fuerzas policiales con los
presupuestos que ya le hemos otorgado. Cualquier otra cosa tendrá que
salir de su bolsillo. Y después de revisar sus generosos planes de
compensación, mejor que mejor.

»Mi esposo puede ser rey, pero me ha dejado a cargo de los asuntos
de América del Sur. Ustedes son uno de esos asuntos y, francamente, no
me gusta ninguno. ¿Quieren conservar sus trabajos y sus títulos? Quiero
ver algunas propuestas mañana para los programas gubernamentales
que ayudarán a su gente. Y es mejor que usen cada centavo de sus
presupuestos.

Montes ahora está pellizcando su labio inferior, su otra mano


tamborileando contra su asiento. Su expresión es pura satisfacción.

—Ahora, salgan jodidamente de mi vista si no quieren perder su


trabajo en este instante —les digo.

Nunca había visto una habitación despejarse tan rápidamente. El


silencio que sigue a su salida llena mis oídos.

—Tu padre te entrenó bien.

Me dirijo a Montes.

—Mi padre habría estado mortificado por la forma en que manejé


eso —digo, cansada cuando me siento.
—Este no es el mundo de tu padre, y esos hombres y mujeres
tomarán todo lo que tienes para ofrecer y más a menos que los detengas.

—Entonces, ¿por qué te ocupas de ellos? Claramente no tienes


reparos en deshacerte de la gente. ¿Por qué mantener a los peores
alrededor?

—¿No has oído? Todos los líderes buenos y honestos han sido
asesinados. Sólo quedan los débiles y los malos.

Corremos en círculos. No sirve de nada decirle que antes de que


ascendiera al poder, el mundo había hecho un trabajo bastante decente
al mantener a los sociópatas fuera del cargo. Pero en la guerra, parece
que han aparecido como malas hierbas. No solo aquí, tampoco. Todo el
círculo íntimo de Montes está formado por ellos, hombres demasiado
asustados o demasiado malvados para enfrentarse al rey.

—Lo manejaste muy bien, Serenity. —Hay un orgullo genuino en


su voz y entiendo algo que no había notado antes.

—Realmente quieres que te ayude a gobernar.

—Por supuesto —dice.

Pero no hay nada obvio sobre esto.

—¿Por qué compartirías eso conmigo?

Agarra sus manos debajo de su barbilla.

—A pesar de todo, confío en ti con mi poder.

Levanto mis cejas.

—Realmente no deberías. Ya he admitido que planeo matarte.

Se inclina hacia mí.

—Y ya te lo dije, no creo que lo hagas nunca.

Nos miramos fijamente. Otra batalla de voluntades. Miro hacia otro


lado primero.

—¿Realmente crees que van a reunir algo para mañana? —


pregunta.

Tamborileo mis dedos sobre mi reposabrazos.

—Más les vale. Tal vez por una vez dejen de hacer fiestas y pongan
su mente y su dinero en algo que realmente importa.
—¿Y qué harás si no lo hacen?

Le doy al rey una mirada penetrante.

—Exactamente lo que harías, cumpliré mi amenaza.

Se pone de pie.

—Y te preguntas por qué te doy una porción de mi poder. Sabes


cómo gobernar. —Extiende una mano hacia mí—. Suficiente
conspiración para un día. Ven, mi reina.

Juntos salimos del hotel. La gente que nos ve se inclina como si no


fuera una soldada moribunda de una nación conquistada y el rey,
nuestro gobernante tirano.

Soy la reina cautiva de Montes. Puede que haya aceptado este


destino por el bien de mi gente, pero no obstante, soy una prisionera.

Son mi corazón y el del rey los que nos han traicionado a ambos.

Nuestro coche se detiene, pero dudo en entrar. Puede que sea una
prisionera, pero soy poderosa.

—¿Serenity? —dice Montes cuando no me muevo hacia el vehículo.

—Quiero ver a la gente aquí —digo, mi mirada se dirige al rey.

Montes mira a su alrededor como si esa fuera una pregunta


engañosa.

—Lo haces.

Sé lo suficiente sobre esta región para saber que estoy viendo lo


que las personas poderosas quieren que vea.

—Llévame al poblado más cercano. Quiero ver cómo viven los


empobrecidos.

Montes me estudia.

—No necesito advertirte sobre la radiación.

En realidad está entreteniendo esta petición. Y aquí pensé que


tendría que pelear con él.

—No lo necesitas —le digo. Sé mejor que la mayoría lo que la


exposición puede hacer al cuerpo de una persona.
Entrecierra los ojos y trabaja su mandíbula inferior mientras lo
considera.

Finalmente, dice:

—Diez minutos. Haz que cuenten porque eso es todo lo que


obtendrás.

Es incluso peor de lo que pensaba.

Nuestra caravana de vehículos se detiene en el borde de un barrio


de chabolas. Las casas no son más que trozos y pedazos de bloques de
hormigón, hojalata, tela desgarrada, plástico y hojas de palma. Todo
parece que podría ser barrido por la primera gran tormenta de la
temporada.

La gente deja de hacer lo que está haciendo y nos mira. No todos


los días los autos brillantes y lujosos con la insignia del rey se detienen
en la puerta de tu casa. En mi opinión, un día como ese sería aterrador
más allá de la creencia.

Tan pronto como nuestro motor está al ralentí, salgo del auto, sin
importarme que haya dejado atrás a Montes o que los hombres del rey
no hayan despejado el área. Este último me grita que me detenga, pero
no lo hago. ¿Qué me van a hacer estas personas que todavía no se haya
hecho antes?

Mis botas se hunden en el barro cuando me dirijo hacia el borde


de la aldea, y estoy agradecida de que hoy decidiera usar botas y
pantalones en lugar de otro vestido con volantes. El lugar está embarrado
y huele a aguas residuales.

En mis periféricos, puedo ver a los guardias del rey comenzando a


flanquearme, pero se mantienen a distancia, y casi puedo fingir que soy
solo yo caminando por la carretera principal.

No llego muy lejos. Sucios, en su mayoría niños desnudos corren a


saludarme.

—¡La reina! ¡La reina!2—llaman algunos de ellos.

Incluso aquí afuera ellos saben de mí.

N.T. En el original, en español. Lo que figure en cursiva.


2
Su exuberancia saca una sonrisa de mis labios.

—Hola, hola —les digo a cada uno de ellos.

Ya puedo ver signos de malnutrición y mala salud. Algunos tienen


vientres distendidos, otros decoloran la piel de las quemaduras por
radiación. Casi tengo miedo de tocarlos por miedo a lastimarlos de alguna
manera.

—Alguien tome fotos de esto —digo a los guardias. Quiero


mostrarles a esos polémicos políticos lo que realmente importa.

—¿Tiene comida para nosotros? —pregunta uno.

—¿Comida? —hacen eco otros niños.

—¿Hablan la lengua común? —pregunto—. ¿La lengua común?

—¡Sí! —Escucho a algunos niños gritar con entusiasmo.

A pesar de todo lo que deben haber soportado en manos de su


gobierno, todavía están felices de verme. La resistencia de los niños.

—¿Tienes comida para nosotros? —pregunta una niña con el pelo


rizado. Sus ojos son demasiado viejos.

Comida. Agua. Estoy acostumbrada a escuchar estas peticiones.


Surgieron muchas veces durante mi gira como soldado. Nadie quiere
dinero. La moneda significa poco en estas áreas cuando una sola comida
puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.

—Les conseguiré algo de comida a ustedes y sus familias —


prometo. Por una vez siento que mi posición como reina me permite hacer
lo que siempre he querido: salvar vidas en lugar de tomarlas.

Ella salta hacia arriba y hacia abajo con mis palabras y traduce
para los niños que no entienden inglés. Pequeños chillidos estallan de la
pequeña multitud.

Detrás de mí, escucho la puerta del auto cerrarse. No miro hacia


atrás, pero muchos de los niños lo hacen. Puedo decir por sus ojos
ensanchados a quién ven.

—Está bien —les tranquilizo—, no está aquí para lastimar a nadie.

Puedo decir que no me creen, y ¿por qué deberían hacerlo? Todos


hemos estado asustados por las historias del rey eterno.

—¡Manuel!
—¡Esteban!

—¡María!

Alzo la mirada. Los adultos, que han permanecido fuera de sus


casas, ahora llaman a sus hijos devuelta.

Me parece extraño: obviamente temen al rey, pero no a mí. Asumí


que la gente me odiaba más que a Montes, pero aquí parece que confían
mucho más en un antiguo ciudadano de la NOU que en el Rey Lazuli.

Algunos de los niños se despegan. Otros dudan.

—Vayan —les digo—. Díganles a sus padres que organizaré


personalmente la entrega de alimentos y suministros médicos a sus
familias.

Los veo salir corriendo mientras el rey se acerca a mi lado.

—Es por eso que luché tan duro por el alivio médico en las
negociaciones —le digo.

—Puedo ver eso. —Su mirada vaga por el barrio de chabolas, y no


puedo leer su expresión. En este momento, daría mucho por saber dónde
está su mente.

La gente se dirige a sus casas. Puedo verlos todavía mirándonos a


través de sus ventanas, pero nadie más se acerca.

La mano del rey cae en mi nuca, la masajea mientras dice:

—Tus diez minutos se acabaron.

Es una forma débil de terminar la visita, pero dudo que alguien


esté dispuesto a hablar con nosotros en este punto, independientemente.
No ahora que el rey está entre ellos.

Si Montes está disgustado o inquieto por lo que ha visto, nunca lo


muestra. Nos subimos al auto y nuestra caravana abandona el desolado
campamento al que estas personas llaman hogar.

Para eso son mis sacrificios: asegurarme que los asentamientos


como este reciban lo que necesitan para sobrevivir y, eventualmente,
prosperar.

Echo un vistazo a Montes en nuestro camino de regreso.

—¿Por qué me dejaste hacerlo?


El rey en su torre de marfil; me imaginé que una visita como esa
estaría muy abajo en su lista de cosas que hacer.

Montes descansa contra su respaldo. Levanta un hombro y lo deja


caer.

—Encontrarías una forma independientemente, y los niveles de


radiación no son demasiado peligrosos allí. Pero lo más importante,
quiero tener sexo más tarde.

Estrecho mis ojos hacia él.

—También creo que lo haré —añade.

—Eres una persona terrible.

—Soy terrible, y sin embargo, cuando esté enterrado dentro de ti


esta noche, tendrás tus dudas. Y mañana cuando envíe comida y agua al
pueblo, tu odio cuidadosamente elaborado morirá.

Lo fulmino con la mirada.

—Me pregunto qué pasará una vez que lo quememos todo. ¿Qué
quedará de mi reina cuando su furia ya no la alimente?

No digo nada, no puedo. Ya ha descubierto una verdadera


preocupación de mi parte: cómo aferrarme al odio cuando ya no queda
nada para alimentarlo.

Se inclina hacia adelante.

—Tengo la intención de averiguarlo.


Capítulo 21

Traducido por YoshiB

SERENITY

UNAS HORAS MÁS TARDE, después de leer un montón de informes


sobre los territorios de América del Sur, me dirijo al baño para cambiarme
para la cena.

Otro día, otra cena. Éste será hospedado nuevamente en el hotel


donde estamos llevando a cabo las discusiones.

Le doy una mala mirada al vestido de encaje negro que cuelga de


la puerta del baño.

Me desabrocho la camisa frente al espejo. A medida que me la


quito, me doy cuenta—realmente me doy cuenta—de la diferencia que
han hecho unos meses de vivir con el rey. Mis caderas y cintura están
más llenas y mi estómago se inclina suavemente hacia afuera. Corro una
mano sobre ella.La piel se siente tensa. Todavía no soy tan suave como
me hubiera imaginado.

Todavía podría estar empeorando. El rey cree en el Durmiente de


la misma manera que algunas personas creen en la religión. Yo, por otro
lado, solo tengo dudas sobre la máquina. Para mí lo único que hace es
eliminar cicatrices y matar el tiempo.

Me pongo el vestido, junto con un par de tacones. Paso mis dedos


por las ondas sueltas de mi cabello y pinto mis labios de un rojo oscuro.
Todavía no me he acostumbrado al tipo de preparo que esperan los
niveles superiores de la sociedad.
Mis manos pasan del maquillaje colocado en el mostrador a la
elegante caja de píldoras con las que he empaquetado. Sostengo uno en
laluz. Esta cosita es lo quemantiene al rey permanentemente joven, y es
en parte lo que inició su guerra.

Me lo trago, a pesar de mi deseo compulsivo de tirarlo por el


inodoro. Después de todos los asesinatos y muertes, parece demasiado
precioso como para desperdiciarlo.

El rey llama a la puerta. Dando una última mirada a mi reflejo, me


voy.

Él me espera en el otro lado vestido con un traje. Montes se inclina


hacia atrás cuando salgo, su mirada aprobando. Abre la boca.

—No lo digas—le digo.

—¿No puedo darle a mi esposa un cumplido?

—No quiero el cumplido que estás a punto de darme.

Montes viene a mi lado mientras bajamos las escaleras.

—¿Alguna vez alguien te ha dicho que eres una chica extraña?

—¿Porque no me gusta que me llamen bonita? Todos pueden tomar


sus estereotipos y empujarlos donde el sol no brille.

—Mmm, preferiría empujar algo más allí.

Lo miro fijamente.

Parece impenitente.

Su mano cae a la parte baja de mi espalda.

—Te ves encantadora. No me importa que no quieras escucharlo.


Te lo voy a decir una y otra vez.

—No lo entiendes—le digo a Montes mientras me meto en el auto


esperándonos afuera—. No quiero ser valorada por mi apariencia. Eso
pertenece a tu mundo.

Me sigue.

—Ahora perteneces a ese mundo.

Creo que a Montes le gusta tener la atención sobre nosotros. No


porque sea un narcisista—aunque lo sea—sino porque le da una excusa
para ejercer su caballería en mí. Sabe que no pelearé con él mientras
estamos siendo filmados.

Pero no lo hago. No pertenezco ni al viejo mundo ni al nuevo. Ya no


soy uno de los empobrecidos, pero nunca seré uno de los ricos.

Soy una mujer sin nada a su nombre, solo unos pocos recuerdos y
algunos sueños más.

—¿VAS A privarme de alcohol otra vez esta noche?—pregunto


cuando salimos del auto.

Inmediatamente los equipos de cámaras se acercan a nosotros.


Entrecierro los ojos contra las luces centellantes. Los guardias del rey
intervienen y mantienen a los medios de comunicación a raya.

—Sí—dice el rey, guiándome hacia adelante.

Así que el rey habla en serio acerca de evitar que beba. Eso es
lamentable.Hablar sobria con estas personas es su propio tipo de tortura.
Solo tendré que arrebatar una bebida o dos cuando la cabeza del reygire.

Mantiene su cuerpo ligeramente frente al mío, y se inclina


protectoramente hacia mí, como si los camarógrafos pudieran sacar las
pistolas y comenzar a dispararnos a todos.

—¿Dime otra vez por qué esta cena es importante?—Miro las joyas
que gotean del cuello de una mujer cuando entramos en el vestíbulo del
hotel.

Estas personas y su belleza.

—A pesar de lo que puedas pensar, no todas mis victorias se ganan


en el campo de batalla.Si encantas a las personas adecuadas, puede
llegar tan lejos sin el derramamiento de sangre.

—Oh, ¿ahora eres un pacifista?—Pasa un camarero y agarro una


de las copas de vino.

Montes atrapa mi muñeca.

—Las amenazas también funcionan bien—dice, con los ojos


brillantes—. Sin beber, Serenity. Lo digo en serio.

Tiro mi mano lejos.


No fue la mejor estrategia ir por delante de él, pero él y sus reglas
me están ahogando lentamente.

—¿O si no qué, Montes? Todo lo que oigo de ti son amenazas vacías.

Levanta una ceja, levantando la comisura de su boca. Creo que está


creando un castigo inusualmente doloroso para mí.

—Qué bueno verlos a los dos esta noche—una pareja mayor nos
interrumpe—. ¿Están disfrutando de su estancia?

Esta inanidad comienza de nuevo. Creo que preferiría el castigo del


rey.

La pareja finalmente se va, pero un minuto después otra pareja


toma su lugar, y luego otro. Y así va la tarde.

Mis ojos se alejan de la explicación de un hombre corpulento sobre


su último gran juego de cacería.Se mueven sin rumbo sobre la multitud.
Me doy cuenta de que Estes está conversando con algunas de las otras
figuras políticas que estuvieron en sesión conmigo y con el rey hoy.

Maquinando, maquinando, maquinando. Estos hombres siempre


están maquinando. A veces extraño el campo de batalla por esta misma
razón. El enemigo es bastante obvio cuando te disparan, y tienes permiso
para dispararles. Aquí se difuminan las líneas entre amigo y enemigo.

Alejo mi mirada de Estes. Estoy a punto de regresar a la


conversación cuando veo a un fantasma.

Tengo que estar equivocada. No hay una razón lógica por la que el
General Kline deba estar aquí en América del Sur Y, sin embargo, juro
que es él quien está al otro lado de la habitación con una bandeja de
entremeses.

Lleva el mismo atuendo que el resto de los camareros: una camisa


blanca y una chaqueta de traje y una corbata de lazo en el cuello. Se ve
más delgado que en el pasado, pero quizás me estoy acostumbrando a
las curvas de la gente de aquí.

Su cabeza gira, y yo palidezco cuando, por un momento, nuestras


miradas se cruzan.

Es él.

La última vez que vi al general, yo estaba en una celda, mi memoria


fue borrada. Eso se siente como hace una vida.
Mi respiración se acelera, algo que el rey nota.

—Serenity, ¿estás bien?—Sigue mi línea de visión, pero el General


Kline ya ha desaparecido entre la multitud.

—Bien. Sólo necesito un poco de aire —digo, distraída.

Dejo el lado de Montes antes de que pueda responder, aunque


siento sus ojos en mí todo el tiempo.

Me dirijo hacia donde vi por última vez al general. Voy lento porque,
sorprendentemente, la gente quiere hablar conmigo. Asiento con la
cabeza hacia ellos, cambio algunas palabras aquí y allá, y me abro paso
entre la multitud. Todo el tiempo mis ojos barren la habitación.

Veo la parte de atrás de la cabeza del general cuando entra a las


cocinas.

Aumento mi ritmo, ya no intentando las sutilezas. Si no quiero que


el general se me escape, tendré que moverme un poco más rápido.

Mis palmas golpean las puertas de la cocina cuando entro de golpe.


Adentro, el vapor llena el aire y el personal grita órdenes. Una vez que me
ven, inclinan la cabeza y sus gritos se convierten en murmullos de: ‘Su
Majestad’.

Paso junto a ellos, por el estrecho pasillo de la cocina, siguiendo la


forma en retirada del general Kline.

—¡General!—grito.

En lugar de disminuir la velocidad, comienza a correr más


profundamente en las cocinas.

Maldita sea, es por esto que las botas de combate son muy
superiores a los tacones. Me levanto las faldas y corro detrás de él,
golpeando accidentalmente a algunos de los empleados de la cocina en el
proceso.No me importa que probablemente haya cometido media docena
de pasos en falso, o que una multitud de personas me hayan escuchado
y visto. Mi ex líder ahora un alto oficial de la Resistencia, se hace pasar
por un camarero en una fiesta a la que asisto.No voy a esperar a que la
mierda estalle.

El general sale por una de las puertas traseras de la cocina. No


puedo ver nada más allá de eso.
La adrenalina se acumula en mis venas y me preparo para una
emboscada. El error número uno no le estaba diciendo al rey que vi al
general. Error número dos lo perseguía sola.

Sin embargo, no me importa mucho que pueda estar poniendo en


peligro mi vida. Se ha estado perdiendo por un tiempo ahora.

Buscando dentro de las faldas, desenfundo mi arma y quito el


seguro. Empujo las puertas traseras, con mi arma lista, solo para
encontrarme en un estacionamiento vacío para el personal.

—Siempre tuviste una afición por esa pistola. —La voz dura como
la de los clavos despierta todo tipo de recuerdos de un momento en que
supe lo correcto de lo incorrecto y lo bueno de lo malo.

El general sale de las sombras.

—Veo que has recuperado tu memoria—dice.

¿Cómo puede saberlo? ¿Es el arma? ¿O algo que he dicho mientras


las cámaras están rodando?

Bajo el arma.

—¿Por qué estás aquí?

Mira hacia la puerta por la que salí. Los dos oímos una conmoción
que viene de las cocinas.

El rey vendrá por mí pronto.

El general Klinevuelve su mirada hacia la mía.

—Necesitas irte de Sudamérica… esta noche si es posible.

Todo lo que puedo hacer es tragarme un “sí, señor.”Los viejos


hábitos nunca mueren.

—¿Qué has oído? —le pregunto en su lugar.

El general mira mi estómago.

—¿Es verdad?

—¿Qué es verdad?

Abre la boca, pero no puede pronunciar las palabras.

Frunzo el ceño. Nunca he sabido que al general le falten palabras.


Ni siquiera cuando entregó la noticia de mi inminente matrimonio al rey.
—¿Qué?

El general gruñe, entrecerrando los ojos hacia mí. Sacude la


cabeza.

—La Resistencia escucha muchas cosas… algunas verdaderas,


otras nada más que rumores.

Ya lo sé.

—Estes no está planeando dejar que ninguno de ustedes salga de


aquí con vida —dice.

Levanto mis cejas.

—Hay personas en la Resistencia que lo apoyan a él y sus


esfuerzos, y he oído susurros de que solo están esperando su llamada
para que te saque. Eso podría sé cualquier día ahora.

Montes y yo estamos programados para estar aquí por otros cinco


días. Si lo que dice el general es cierto, entonces el ataque se producirá
al final de la semana.

Si sucede es la palabra clave aquí.

—¿Dónde y cómo?—pregunto.

—Los hombres están recibiendo la ubicación cuando reciban la


llamada de Estes. Va a ser complicado, por lo que oigo. No solo te
bombardearán… quieren pruebas de los asesinatos.

Quieren nuestros cuerpos, quiere decir. Es fácil convencer al


mundo de que alguien está muerto cuando le muestras evidencia de ello.

Froto el gatillo de mi arma bajada.

—¿Porqué me estás diciendo esto?

Desliza sus manos en sus bolsillos.

—Eres la mejor oportunidad del mundo para sobrevivir.

—Si realmente crees eso, ¿por qué unirte a la Resistencia? —El rey
le había permitido mantener su posición como general.

—No soy un apostador.

Y yo era una niña moribunda. Una vez que muriera, necesitaría un


plan de respaldo.
Los dos tenemos una relación extraña. Lo culpo por el anillo en mi
dedo y él me culpa por su hijo en un ataúd. Y sin embargo aquí estamos,
trabajando juntos.

—Ahora eso realmente no explica por qué me estás diciendo esto,


o por qué estás en Sudamérica, en realidad.

—Soy un agente superior para la Resistencia, Serenity. Nunca


estoy lejos de ti o del rey.

Superior es un buen eufemismo para un asesino. Estoy segura de


que la Resistencia también está utilizando el general como estrategia,
pero en los rangos de la Resistencia, los superiores son los que sacan
figuras importantes.

—¿Por qué no me has matado?—Abro los brazos; Todavía sostengo


el arma en uno de ellos, pero ya no apunta al general—. Tienes tu
oportunidad… pero será mejor que lo hagas rápido.

Puedo escuchar a los hombres del rey en la cocina.

—Tú, niña estúpida —dice, tomándome por los hombros y


dándome un fuerte abrazo—. Te amo. Es por eso que te digo esto, por eso
no te estoy disparando. —Retrocede cuando los pasos de los soldados
comienzan a moverse hacia la puerta—. Siempre fuiste la hija que nunca
tuve. Ahora enorgullécenos a mí y a tu padre y rectifica los errores del
rey.

Mi garganta se cierra. ¿Cómo pueden unas pocas palabras


deshacerme?

Sus manos se deslizan y se aleja de mí. Veo cómo su forma se


desvanece en la oscuridad.

Casi ha desaparecido por completo cuando recuerdo.

—¡Espera!

Apenas puedo distinguirlo. Ya se ha vuelto a mezclar con las


sombras, pero creo que se detiene.

—Will está muerto—digo en voz baja, pero la noche lleva mis


palabras a él.

No estoy segura de si me siento aliviada de no poder ver la


expresión del general o si estoy desesperada por ella.
—Me capturó en el hospital donde recibía tratamiento para mi
cáncer —continúo—. Sus hombres me dispararon, me curaron y luego
procedieron a interrogarme. Es inquietantemente similar mi experiencia
con el general. Supongo que así es como la Resistencia hace las cosas—.
El rey saqueó el almacén en el que estábamos y tomó a Will.— Esta última
parte aún es difícil—. El rey hizo que lo torturaran.

El general Kline está tranquilo, pero oigo mil cosas en ese silencio.
Estamos hablando del hijo amado de Kline, el hombre dispuesto a
hacerse cargo del trabajo del general.

La guerra toma muchas cosas de las personas, pero


desafortunadamente, el dolor no es una de ellas. En algún rincón
tranquilo y oscuro, cuando no hay nadie alrededor, el General Kline se
rompe.

—Detuve la tortura —le digo—. Es por eso que mataron a Will.

El general regresa a la luz y sus ojos se encuentran con los míos


por última vez. Asiente, y por ese instante, nos entendemos
completamente. Los dos hemos vivido una pesadilla; los dos hemos visto
nuestros peores temores y nos hemos visto obligados a tomar decisiones
que ningún humano debería tener. Hemos vivido más, hecho más y
teñido más nuestras almas.

El general desaparece en la noche, y lo último de mi pasado se va


con él. Es a la vez liberador y aplastante, ser liberado de tus últimos
vínculos. Una vez más soy la chica solitaria que tiene todo y nada.
Capítulo 22

Traducido por Candy27

SERENITY

EL REY Y sus hombres descienden sobre mí ni siquiera un minuto


después.

—Serenity, ¿qué demonios haces aquí fuera? —dice el rey, trotando


hacia mí.

Parte de mi quiere decir, ‘Tomando el aire’. Esa era la excusa de la


que partía, después de todo. Pero no estoy de humor para burlarme del
rey. No cuando mi cuerpo duele con las heridas que no dejan rastro.

Sin embargo, tampoco puedo decirle acerca del general. No aquí de


todas formas. Si el general estaba rindiendo sus lealtades para salvar mi
vida, entonces yo puedo hacer lo mismo.

—Creí haber visto a alguien que conocía…

Es la única explicación en la que puedo pensar. Soy claramente


una terrible mentirosa, y el rey tieneincorporado un detector de mentiras.

Montes ahueca mi cara, frunciendo el ceño.

—Si crees que ves a alguien que merece ser perseguido, me lo dices,
no lo persigues por ti misma.

Paso mi lengua por los dientes. Siempre he sido independiente; no


planeo pararme ahora. Y de seguro no planeo atraparme en la jaula
bañada en oro del rey para que se sienta mejor.
Él capta un vistazo de mi arma. Hasta ahora había estado
preocupado, pero no había entrado en pánico sobre mi salida de la fiesta.
Puedo ver el momento en el que empieza a tomar la situación en serio.

Sus manos se deslizan por mis mejillas hacia la base de mi cuello.

—¿A quién viste?

Sacudiéndome el agarre del rey, deslizo el arma de vuelta a su


funda, sin importarme que los soldados estuvieran viendo un montón de
pierna en el proceso.

—Un fantasma de mi pasado—le digo mientras Montes da un paso


delante de mí, escudando incluso esa vista de sus hombres.

Estaba muy oscuro para asegurarlo, pero creo que esa vena en la
frente de Montes está palpitando.

—¿Te parezco un idiota? —dice bruscamente—. Dime a quién viste,


o mis hombres pondrán en cuarentena esta área y empezarán a
interrogar a todo el mundo. Te prometo, que no quieres eso.

Había visto las técnicas de interrogación del rey. Incluían tenazas.

—Estás loco.

—No, pero tú lo estás si crees que puedes ocultarme información.

No hay forma de tratar con un hombre que está dispuesto a herir


inocentes para mi obediencia.

Muchas personas de la fiesta están reuniéndose fuera, atraídos por


nosotros. Ahora no es el momento de compartir secretos.

—Te lo diré, pero no aquí.

EL REY

NO ME LO dice hasta que estamos de vuelta en nuestra villa


tumbados en la cama. Creo que solo lo admite porque empiezoa acariciar
la suave piel de su estómago. Asumió que era un avance—no que alguna
vez estuviera en contra del sexo—pero en este momento solo quería
revelar el hecho de que estaba llevando a nuestro hijo.
—El General Kline estaba en la fiesta—dice, mirando al techo—.
Esa es la persona que vi, y es la persona detrás de la que corrí.

Mi mano se queda quieta.

—¿Perseguiste al mismo hombre que te mantuvo cautiva, quien


casi te deja morir, hace solo unas semanas?

Mi rabia anterior está de vuelta con venganza. No sé si estoy más


enfadado con el general, que pensaba que podía ponerse entre mi mujer
y yo, o con Serenity, quien corría para encontrarse con él sin preocuparse
de su vida. Podía haber muerto, junto con mi hijo, todo por su estúpido
heroísmo.

Peor, cubrió al hombre. Ese es por qué solo me lo está diciendo


ahora; le dio tiempo para escapar.

Sé que mis ojos estánfríoscuando me encuentro con los de ella.

—Si fueras otra persona, si me preocupara por ti menos, te colgaría


de los pulgares y te golpearía.

Está en lo cierto al pensar que estoy lleno de amenazas vacías. Por


todas mis promesas violentas, no me atrevería a herirle, y volvería mi
rabia contra cualquier persona que lo intentara.

—¿Y se supone que debo estar asustada?

—Mierda, Serenity. —Me echo hacia atrás y la miro—. Lo digo en


serio. Te pondré bajo arresto domiciliario, te quitaré el arma, te quitaré
tus tareas, y te mantendré recluida en una única habitación si tengo que
hacerlo.

Me empuja de vuelta contra el colchón y se inclina sobre mí.

—Kline me advirtió que Estes está planeando una emboscada. El


hombre que quieres que encabece el liderazgo de este territorio va a
intentar matarnos a ambos en algún momento de la próxima semana.

La miro fijamente. Mi mente estaba preparada para una pelea;


esperaba que me atacara, no que lo revelara. Si fuera otro momento, le
daría la vuelta a la reacción de Serenity una y otra vez en mi mente y
encontraría todas las maneras en las que había cambiado desde que la
vi por primera vez. Todas las formas en las que había empezado a darse
a mí.

Sus palabras se asientan. Un ataque. El antiguo general había


buscado a mi esposa para advertirla de un ataque.
Mi reacción es instantánea:eliminaré a cualquiera que lo intente.

Todo lo malvado en mí se despierta ante la posibilidad.

Aunque, planes para terminar con mi vida hay a montones. Y


considerando de dónde viene la advertencia, tengo serias dudas sobre su
validez.

Hay cien y una razones para que la Resistencia quiera que dejemos
este lugar antes de tiempo. La que está en lo alto de la lista: sabotear la
negociación. Malas hierbas como la Resistenciaproliferan en libertad. No
hay lugar para ellos en el mundo civilizado. Sudamérica sigue estando en
el caos en su mayor medida, pero tan pronto como ponga a ciertos
representantes con—limitado—poder, el territorio irá sobre ruedas.

—¿Hay alguna base para esa acusación? —pregunto.

Estoy contento de que confíe en mí, pero una advertencia de uno


de los antiguos generales del NOU convertido en oficial de la Resistencia
no es una fuente fiable.

—¿Necesita haberla? —Sus ojos están salvajes. Cree que yoestoy


loco por no tomar esto en serio.

Rodeo con un brazo su cintura, y nos giro para que ahora ella sea
la que esté de espaldas contra la cama, y yo el que se cierne sobre ella.

—Por supuesto—digo—. Serenity, es el mismo hombre que casi te


deja morir cuando la Resistencia te mantuvo presa. Es el mismo hombre
que arregló que fueras disparada. Y es el mismo hombre que
voluntariamente te entregó a tus enemigos. —La mantengo entre mis
brazos, sin ninguna vergüenza de ser ese enemigo—. ¿Cómo sabes que
no está intentando forzarte a un plan de la misma Resistencia?

—De la misma manera que sabes que no te mataré—dice.

No me molesto en ocultar mi sorpresa de que admita esto. No soy


el único que distribuye amenazas vacías, pero ésta en particular en la
que ella se envuelve como una manta segura. Admitirque nunca tendrá
su venganza… esto es otro giro de los acontecimientos que tengo que
rumiar una vez que sea el momento adecuado.

Sin embargo, la única razón por la que admite esto ahora es


porquequiere ser tomada en serio.

Puedo darle eso.


—Está bien—digo, tanteando el velador por mi teléfono—.
Informaré a mis hombres de la amenaza, y arreglaré un vuelo por la
mañana para nosotros.

Y lo hago.

A lo mejor ese espor qué nunca logramos seguir el plan.


Capítulo 23

Traducido por YoshiB

SERENITY

ALGO ME DESPIERTA. Solo puedo escuchar un eco fantasma del


sonido, pero es suficiente para que me saque de la cama y me ponga el
equipo. El hábito me impulsa a la acción.

Montes se despierta justo cuando me estoy poniendo las botas


sobre los pantalones.

—Serenity, ¿qué estás haciendo?

Debo parecer loca, vistiéndome apresuradamente como lo estoy


haciendo sin ninguna razón aparente.Una diferencia más entre soldados
y civiles. He sido programada para esperar un ataque.

Antes de responder, lo escucho. Es solo un golpe distante, sordo,


como si alguien hundiera un dardo en un tablero de dardos, pero los
silenciadores también hacen ese ruido. Es tan sutil que casi lo descarto.

Casi.

—Vístete—le digo—. Rápido. Algo en lo que puedes correr. Y


mantén las luces apagadas.

Montes no discute. Mientras se está poniendo la ropa, agarro mi


arma de debajo de mi almohada y meto todas mis balas de repuesto en
mis bolsillos.
Reconozco el sonido de un jet en la distancia. Eso es lo que me
despertó, me doy cuenta. Antes de que incluso reconociera el ronroneo
de su motor, escuché lo suficiente de su gemido como para ponerme
nerviosa.

Inclino mi cabeza mientras lo escucho. Se está acercando.

Mierda.

Dirigiéndome a la ventana más cercana, me asomo. Las sombras


aún cubren la mayor parte del patio, pero puedo distinguir a uno de los
soldados del rey. Está extendido sobre su estómago, cerca del borde de
la propiedad, y mientras observo, dos formas oscuras lo agarran de las
piernas y lo arrastran hacia el espeso follaje.

—Montes, tus hombres son asesinados. Creo que el enemigo se


acerca por todos lados. Llama a quien necesites. —Pero me temo que
estamos solos.

Maldice. Acaba de terminar de atarse los zapatos cuando abre el


teléfono y hace una llamada.

La guerra me enseñó a ser paranoica. Estoy mal adaptada en el


decadente castillo del rey, pero aquí, aquí sé cómo sobrevivir.

Esa emoción familiar y creciente comienza a fluir por mis venas.


Creo que soy adicta a esta sensación. Mi mortalidad nunca significa tanto
como lo hace ahora, cuando podría estar a segundos de desaparecer.

La vida y la muerte son amantes violentos, y hoy luchan.

Pasando la puerta corredera de cristal, vuelvo a observar nuestros


alrededores. Puedo ver figuras a continuación, pero tengo miedo de
disparar cuando todavía está muy oscuro. No se quedará de esa manera
por mucho tiempo; el sol está saliendo, y si podemos sobrevivir en los
próximos minutos, podré distinguir entre amigo y enemigo lo suficiente
como para disparar.

—Montes, toma una pistola si tienes una —le digo.

Asiente, distraído. Ya está al teléfono, pero a juzgar por su tono, la


asistencia no llegará a tiempo.

Cubre el receptor.

—No pude ponerme en contacto con mi jefe de seguridad.


El guardia superior de Montes, que se está quedando aquí con
nosotros, no se perdería una llamada por nada menos que la muerte.

Estoy segura de que la muerte es exactamente lo que le sucedió.

Oigo otro golpe, y vuelvo mi atención a la puerta corrediza de


cristal.Dos soldados se arrastran hacia la casa portando armas; otro
hombre yace tendido sobre la hierba, un oscuro charco de sangre se
ensancha a su alrededor.

Se están acercando y nos estamos quedando sin tiempo.

Abriendo la puerta corrediza de vidrio, salgo al balcón y estudio a


los dos hombres que se acercan. Usan cascos y antibalas, lo que significa
que tendré que golpear sus cuellos si quiero un tiro mortal. Y tan pronto
como dispare, sabrán mi ubicación exacta.

El jet que escuché antes está casi sobre mi cabeza. Esto no es una
ruta de vuelo de rutina.Este es un asesinato orquestado.

Estamos muertos si no hago nada.

Inhalando y exhalando constantemente, me aclaro la mente y


busco mi objetivo.

Objetivo. Fuego. Objetivo. Fuego.

Los disparos perforan el silencio. La sangre salta cuando una de


las balas encuentra su marca; el otro se entierra en el chaleco del
segundo hombre.

Varias cosas pasan a la vez. Montes me grita, los soldados


enemigos que se esconden en los densos arbustos que bordean la
propiedad ahora corren hacia adelante, y los hombres del rey—lo que
queda de ellos—se apresuran a encontrarse con un enemigo que se les
cuela.

Me agacho y corro hacia el dormitorio. Detrás de mí escucho


disparos contra las paredes exteriores de la casa mientras el segundo
soldado devuelve el fuego.

Apenas he logrado rodear nuestra cama con dosel cuando un


viento violento me sopla el pelo, y el motor ronco del avión sacude la casa.

Giro justo a tiempo para mirar hacia abajo a la aeronave


descendiendo para flotar fuera de nuestro balcón. Lo miro fijamente, y
por un segundo el cuerpo a cuerpo se calma.
Este es el momento en que me encuentro con mi creador.

—¡Serenity!

Montes me tira al suelo justo cuando las puertas corredizas de


vidrio se rompen, y el piloto abre fuego contra nosotros. Un aluvión de
balas ilumina la habitación. Los muebles son destrozados en segundos.
Las plumas y la tela bailan en el aire, y el aparador de madera se astilla
cuando el avión descarga sus municiones en la habitación. En segundos
las paredes están llenas de agujeros.

Montes me protege con su cuerpo todo el tiempo. Respiro la colonia


del rey como un torrente familiar de adrenalina por mis venas.

Podríamos vivir, pero probablemente moriremos.

Nos miramos el uno al otro todo el tiempo, y creo que podría estar
intentando memorizar mi cara.

Me cubrió. En ese instante cuando se enfrentó a la muerte, pensó


en protegerme. Lo esperaba de los hombres con los que luché, pero, ¿del
Rey egoísta y narcisista?

No en mil años.

El disparo se corta de una vez.

—Es hora de irse—le digo, aunque sé que no puede escucharme.


Giro la cabeza hacia la puerta y Montes asiente.

Permaneciendo al ras del suelo, nos arrastramos a través de los


escombros hacia la puerta.El polvo, el yeso y la extraña pluma flotan
sobre nosotros mientras nos movemos.

—¿Te dieron?—grito. El zumbido en mis oídos se está apagando,


pero aún es difícil escuchar.

Sacude la cabeza.

—¿Tú?

Sacudo la cabeza. Un puto jet. Estes llamó un jet para que nos
sacara sobre sus tropas terrestres. Esto es descuidado. Dramático, pero
descuidado. Estes debe haberse enterado de nuestros planes para irnos
y apresuró el ataque.

Montes me mira. Veo miedo crudo en ellos.


—¿Qué?—digo, recargando mi arma y vigilando la puerta. Todavía
no he escuchado a nadie romper el edificio, pero cuando lo hagan, las
cosas sucederán muy rápido.

Su mirada se mueve hacia mi estómago. Se lame los labios, y sus


ojos vuelven a los míos.

—Hay algo que necesito decirte.

Espero a que hable. Ahora no es un buen momento para ser


sinceros y sensibles, pero si siente que necesita confesar mientras
nuestras vidas están en peligro, no lo voy a detener.

—Estás embarazada, Serenity.

Lo miro fijamente, sin comprender. No creo que respire por varios


segundos.

—¿Qué?—finalmente digo.

Estoy deseando volver mi atención al negocio en cuestión, pero no


puedo apartar la vista de él.

—Estas embarazada.

Retrocedo de él.

Esta conversación podría ser la única cosa que puede hacerme


olvidar la pelea que se produce justo fuera de estos muros.

No me doy cuenta de que estoy sacudiendo la cabeza hasta que el


rey dice:

—Sí, Serenity, lo estás.

¿Embarazada? ¿Con el hijo del rey? El horror y la incredulidad


pelean por el dominio.

No.No.

Imposible.

Tiene que estar equivocado. ¿Cómo iba a saber esto?

—Estás mintiendo—le digo.

Por debajo de nosotros alguien patea la puerta principal. Un


segundo después, escucho un disparo y el golpe de un cuerpo golpeando
la pared exterior.
—Nirebihotza, no lo estoy.

No hay suficiente aire para recuperar el aliento.

Todavía no le creo. Pero cada segundo que me mira fijamente,


pierdo un poco más de confianza. Estamos a punto de morir. No tiene
razón para mentir.

Me voy a enfermar. El hijo del rey está dentro de mí. Nunca he


pensado en un bebé como parásito, pero lo hago ahora.

Llevo el hijo de un monstruo.

—¿Cómo sabrías si yo estaba...?—Ni siquiera puedo decir la


palabra.

—Surgió cuando estabas en el Durmiente.

Eso fue hace más de una semana.

Agarro mi arma con más fuerza, pero no estoy enojada, todavía no.
En este momento estoy... cegada.

Hago una respiración profunda.

No importa. La situación, el engaño, el horror de todo. Nada de esto


importa si estamos muertos.

Asiento a la pistola en la mano de Montes.

—¿Sabes cómo usar eso?

Parece ofendido por el cambio de tema.

—Sí.

—Bien. Vamos a sobrevivir a esto para que pueda matarte yo


misma. Hasta entonces, necesito tu ayuda. —Asiento hacia la ventana—
. Hay demasiados de ellos. Te necesitaré para disparar a los soldados
entrantes.

Sus ojos siguen los míos. No puedo leer su expresión, pero sé dónde
persiste su mente. No puedo permitirme pensar en lo que acaba de
confesar, y si tiene que hacersu parte, tampoco puede pensar en ello.

Montes nunca ha matado personalmente antes. Es casi aterrador


que nunca se haya ensuciado las manos con la muerte, sobre todo porque
eso tiene que cambiar hoy si queremos vivir. Incluso el monstruo que es
mi marido tiene límites a su terror, y hoy le pido que lo rompa.
—Montes. —Recobro su mirada—. Esta es la práctica de tiro al
blanco. No veas gente. Ve cabezas y pechos. Si llevan chalecos y cascos
antibalas, deberás apuntar hacia el cuello, la ingle o los muslos. Y ten
cuidado, una vez que hagas el primer disparo, sabrán cuál es tu posición.

Eso es todo lo que puedo darle. No se me escapa lo desordenada


que está la situación: le estoy dando al hombre responsable de la tercera
guerra mundial consejos sobre cómo matar.

El hombre responsable de dejarme embarazada.

Fuerzo una oleada de náuseas y me levanto para irme.

—Serenity…

Salgo de la habitación antes de que pueda terminar lo que había


estado a punto de decir. En lo que a mí respecta, el tiempo para hablar
ha terminado.

Bajo las escaleras, ambas manos en mi arma. Puedo escuchar la


almohadilla de varios juegos de botas. El enemigo todavía está tratando
de ser silencioso y sigiloso, lo que significa que mantendrán sus cuerpos
agachados mientras se acercan. Ajusto mi apunte, sabiendo que
probablemente también usarán chalecos antibalas y cascos. Los hace
objetivos más difíciles, pero no imposibles de superar.

Miro a la vuelta de la esquina.

Se dispara un tiro, y el yeso justo encima de mi cabeza se astilla.


Me inclino hacia atrás y me apoyo contra la pared, cerrando los ojos y
aspirando profundamente. De lo poco que vi, hay al menos media docena
de ellos y uno de mí.

Han venido equipados para la guerra mientras que solo tengo un


puñado de balas. Esto tomará un poco de creatividad de mi parte si
quiero sobrevivir los próximos minutos.

Exhalo y abro los ojos. Puede que no esté acostumbrada a las


formas de una reina y la sociedad educada, pero estoy íntimamente
familiarizada con la muerte.

Me alejo de las escaleras y corro hacia un sofá cercano. Tan pronto


como escucho el primer disparo, deslizo los últimos pies detrás del sofá.

Son implacables. Deben tener un suministro de municiones sin


fondo para usarlo tan descuidadamente.
Por encima de mí, el arma de Montes se dispara. Lanza tres tiros
separados.

No tengo tiempo para preguntarme qué está pasando fuera de estas


paredes. El sofá donde me oculto está siendo disparado con balas; relleno
y restos de material vuelan en el aire. Tengo que aplanarme a lo largo del
piso para evitar que me golpeen.

Y luego escucho un sonido que hace que mi estómago se contraiga.

Una granada choca contra el suelo junto a mi cabeza. Mis ojos se


fijan en ella. No me doy tiempo para pensar. Simplemente lo agarro y lo
lanzo hacia atrás sobre el sofá.La segunda decisión se clasifica como una
de las maniobras más estúpidas y arriesgadas que he hecho en batalla.

Y esta vez vale la pena.

La granada explota segundos después de que la lanzo. Oigo gritos


y el ruido sordo de cuerpos grandes cuando golpean el suelo. La explosión
empuja el sofá contra mí, y una ola de calor ondea en la habitación.

Miro por la parte de atrás del sofá y apunto mi arma hacia mis
oponentes. Algunos se están levantando del suelo, otros no. Aprovecho
su temporal desorientación y disparo mi arma. Apunto a sus cuellos.

Cinco de los ocho tiros encuentran su marca. Y luego mi pistola


hace clic de vacío.

Mierda.

Mientras mis oponentes están gritando y luchando para


reagruparse, me agacho de nuevo detrás del sofá y meto la pistola de mi
padre en mi cintura.

Este es el momento en el que mis posibilidades de supervivencia


son las más escasas. Me he quedado sin armas y el enemigo no se ha
retirado.

De hecho, se acercan más vehículos; puedo escuchar sus motores


en la distancia.

Me vuelve a golpear: estoy embarazada. Lo que sea que me pase no


solo afecta mi vida. Me hace dudar cuando no debería.

Detrás de mí, varias de las ventanas se han disparado. No es una


salida honorable, pero el honor no tiene nada que ver con toda esta
situación.
Empiezo a arrastrarme hacia ellos, manteniendo mi cuerpo lo más
bajo posible en el suelo.

Dos disparos sucesivos perforan el aire.

Hay un momento, justo después de que el tiro se dispara y antes


de que comience el dolor, en el que realmente no sabes si te han pegado
o no.

Pero luego el momento pasa y el dolor no llega. Siento que el suelo


vibra cuando dos cuerpos se derrumban.

Eché un vistazo por encima de mi hombro.

De pie al pie de la escalera, con el arma aún levantada, está el rey.

El Rey Montes Lazuli mató por mí. El hombre más malvado del
mundo mató por mí y probablemente me salvó la vida al hacerlo.

Y, Dios, la mirada en su rostro. La vena en su sien palpita, y sus


ojos son fríos y resueltos. No hay una expresión conmocionada, y no se
dobla y vomita. Es implacable.

No debería sorprenderme. Este es el rey del que estamos hablando.


En todo caso, me debería preocupar que le guste.

Asiento hacia él.

—Gracias.

Quita los ojos de sus víctimas para asentir con la cabeza hacia mí,
finalmente dejando caer su objetivo.

Me paro y me dirijo a los cuerpos. A la mayoría de los muertos les


faltan extremidades.Las granadas son un camino desordenado.
Ignorando la violencia, comienzo a tomar las armas que puedo. Montes
se une a mí, y juntos nos atamos armas, granadas ymunición.

Cuando comienzo a colocar armas en mi pecho, él me detiene.

—Antibalas primero—dice—. Para proteger al bebé.

Mi estómago se cae ante sus palabras. Es real, esto es real.


Estamos en medio de un tiroteo y estoy embarazada.

Esta es una parodia enferma de la vida real, y Montes es una


versión retorcida de mi caballero con brillante armadura mientras le
quita el chaleco antibalas a uno de loshombres muertos y lo desliza sobre
mí. La cosa es pesada y el pecho superior izquierdo está empapado de
sangre.

No me enfoco en eso. En cambio, coloco municiones y pistolas en


mi pecho mientras Montes se pone su propio chaleco. Reviso a los
hombres en busca de llaves, pero subo con las manos vacías. Deben
haberlos dejado en el coche.

Mientras tanto el sonido de los motores se acerca.

—Tenemos que irnos, ahora—dice, y su orden en realidad me hace


sonreír. No me había imaginado que fuera un igual en el campo, pero
parece que eso es lo que es.

Juntos corremos hacia el único coche que hay en el camino de


entrada. A la luz de la madrugada, diviso varios cuerpos inmóviles
tendidos en el patio. El jeep en el que se encontraban nuestros atacantes
está equipado con una caja de explosivos, rifles de asalto
semiautomáticos y municiones. Las llaves se asientan en la guantera.

—Tú conduces; yo disparo —le digo.

Montes no discute, lo cual aprecio.

Mientras gira el motor, me familiarizo con mi nuevo armamento.


Además de los rifles de asalto, Montes y yo levantamos las ametralladoras
de nuestros atacantes, del tipo que puedes sostener y disparar
continuamente. Tienen un infame contragolpe, lo que significa que si no
estás parado o preparándote bien, su precisión se verá afectada. No soy
ninguna de esas cosas en este momento, pero la gran cantidad
demuniciones que hemos adquirido lo compensa.

Montes pisa el acelerador y el automóvil cruje alrededor de la


unidad circular antes de cortar el camino de tierra de la propiedad. Barro
y guijarros salen de debajo de las ruedas mientras me dirijo a la parte
trasera del jeep.

De vuelta aquí, puedo apoyarme en el marco metálico expuesto del


vehículo mientras el jeep salta y se sumerge en el terreno irregular. Echo
un vistazo a la caja llena deexplosivos. Es peligroso tenerlo en un
automóvil, especialmente cuando habrá un tiroteo en un futuro cercano,
pero no puedo soportar tirarlos.No cuando Montes y yo estamos
abrumados por el gran volumen de enemigos.

Levanto la tapa de otra caja, una que aún no he examinado. Varias granadas se
encuentran entre virutas de madera. Tomo una respiración ante la vista. Este carro es
una bomba en movimiento; un disparo bien colocado y todos estamos en
llamas.

Delante de nosotros, dos vehículos militares más recorren el


camino de tierra hacia la finca.

No espero que nos reconozcan. Apoyándome contra la barra de


metal superior del jeep, comienzo a descargar mi ronda de municiones,
presionando el gatillo mientras las balas salpican los vehículos.

Los disparos atraviesan metal y vidrio, pero ninguno de los autos


disminuye la velocidad. Si los soldados estaban confundidos acerca de
por qué uno de sus propios vehículos abandonaba la finca, ya no lo están.

El enemigo comienza a devolver el fuego y las balas golpean contra


la estructura metálica del jeep.

—Montes—grito, agachándome para agarrar una granada. Sus ojos


se encuentran con los míos en el espejo retrovisor—. Disminuyela
velocidad cuando los pasemos.

—¿Qué estás planeando?—dice, su voz se eleva para ser escuchada


sobre el motor y el fuego.

—Ya verás.

No muestra ninguna señal de que hará lo que le pido, pero tengo


que confiar en que lo hará.

Vuelvo a disparar a los vehículos. Una bala enemiga zumba a la


izquierda de mi cabeza. Otro genera un sonido metálico contra la barra
de metal que estoy sosteniendo.

—¡Serenity!—Montes ve claramente a quiénes están tratando de


eliminar nuestros enemigos primero.

—¡Estoy bien!—grito, manteniendo mis ojos fijos en mis objetivos—


. ¡Preocúpate por ti mismo!

Consigo sacar el neumático delantero del primer coche, junto con


su conductor. El segundo se estrella contra él.

Estamos casi sobre ellos. Por costumbre, beso la granada que


agarro para la buena suerte. Es una costumbre macabra mía, pero
después de que vivas suficientes batallas,te vuelves supersticioso.

Como le pedí, en el momento en que comenzamos a pasar la hilera


de autos, Montes se ralentiza. Tiro del alfiler de la granada y tiro el
explosivo en el segundo jeep enemigo, que ahora está enredado con el
primero.

—Disparo.

Tengo tiempo para ver a los pasajeros ampliar sus ojos, y luego
dejamos el coche en el polvo.

La explosión hace que nuestro vehículo avance, y me cubro la


cabeza mientras el calor abrasador pasa sobre mí.

Una vez que la ola inicial de la explosión se disipa, miro por encima
del hombro.Ambos autos están ardiendo, y nadie dentro de los vehículos
se está moviendo.

Me muevo de vuelta a la parte delantera del coche y me siento al


lado de Montes.

Me mira como si nunca me hubiera visto antes. Hay una dosis


saludable de conmoción en su cara, y no hay mucha admiración.

Muevo mi mandíbula. No quiero su respeto. No por matar.

En este punto, tenemos dos opciones: atacar a nuestros oponentes


de frente o huir.El problema con este último es que, incluso si logramos
llegar al hangar sin ser detectados, es probable que Estes haya pagado al
personal que maneja los aviones. Nunca lograremos salir.

El problema con el primero es que Estes tiene potencialmente miles


de hombres que lo respaldan. Montes y yo, por letales que podamos ser,
no somos iguales a la cantidad de nuestros oponentes.

Es una situación imposible.

Estamos en silencio por un minuto.

Mi mano se desliza hacia mi estómago, y la miro. Es más redondo


de lo que suele ser, pero lo atribuí a estar bien alimentada.

La mano de Montes cubre la mía.

—Tienes tanta suerte de que tenga otras personas que matar en


este momento—le digo.

—Lo sé.

Cuando lo miro, veo que está serio.

—¿Qué tan avanzado...?—comienzo a decir.


—Alrededor de dos meses.

Cierro mis ojos. Luchar por tu vida tiene una manera de poner las
cosas en perspectiva. Y realmente, lo que me molesta no es que Montes
me haya ocultado esto; es que nunca intenté evitar que esto sucediera en
primer lugar, y ahora que ha...

Me quedan pocos miedos, el rey me envolvió con un regalo.


Capítulo 24

Traducido por Sofiushca

EL REY

HE ORDENADO EJECUCIONES, librado guerras, negado


antídotos, descuidado a gente llevándolos a muertes tempranas, y ahora
yo mismo he entregado a la muerte.

No vi a los soldados como objetivos como Serenity aconsejóó. Los


vi como personas. Y no me distancié de la violencia como sé que algunos
asesinos hacen. Estuve allí en ese momento y saboreé ver a mis enemigos
morir.

Serenity tiene razón al pensar que soy malvado. El último pedazo


salvado de mi alma arde por ella. Aparte de eso, soy la crueldad en forma
de hombre, y no tengo reparos al respecto.

—Tenemos que salir del país de inmediato —digo.

Serenity mira por la ventana y se acaricia el vientre distraídamente.


Es una puñalada al estómago, verla llegar a un acuerdo con lo que es, y
está haciéndome querer detenerme, abrazarla y obligarla a alegrarse por
las noticias de la manera en la que yo lo hice.

—El hangar puede estar comprometido —dice ella.

Asiento con la cabeza. Esa misma preocupación me ha estado


atormentando desde que dejamos nuestra villa.

Aun si el aeropuerto no está comprometido, podrían dispararnos


desde el cielo.
—Y piensas que todo esto es porque… —Serenity mira de nuevo
hacia su estómago.

No puede soportar decirlo. Por mucho que normalmente disfrutaría


de ella siendo aprensiva, ahora mismo no hace más que empeorar mi
estado de ánimo. Esto es lo último con lo que quiero que se sienta
incómoda.

—Estás cargando a nuestro hijo. ¿Es realmente tan difícil de


aceptar?

Abre la mano que acuna su estómago, mirándola fijamente como


si sostuviera las respuestas.

—Sí —exhala—, nunca quise esto.

Suelto una risa cáustica que no hace nada para disminuir mi furia
floreciente.

—Bueno, es mejor que te acostumbres porque ninguno de ustedes


va a ir a ninguna parte.

Soy el rey de todo el mundo, la elegí a ella, un humilde ex soldado


y emisaria de una de las tierras conquistadas para ser mi esposa. Reina
del planeta. ¿Quién es para rechazarnos a mí y a mi hijo, su hijo?

Necesita jodidamente aceptar que las cosas son así.

SERENITY

EL REY CREE que puede mantenernos a mí y a nuestro hijo cerca.


Todavía no puedo pensar en la situación sin que una nueva ola de
náuseas pase a través de mí.

—Si Estes todavía no ha escuchado que sobrevivimos, lo hará


pronto —digo.

Puedo decir que el rey odia que siga cambiando de tema. No me


importa un comino que piense que estoy siendo subversiva. No tiene idea
de lo terrible que es la tormenta dentro de mí ahora mismo. Solo la estoy
reteniendo porque estamos en peligro.

—Tengo un refugio a una hora de aquí —dice él.

—¿Hay algún Sudamericano que sepa sobre ésta? —pregunto.


—Algunos. ¿Crees que está comprometida?

—Las NOU, las Américas, no trabajan como lo hace el Imperio del


Este. Todo el mundo aquí puede ser comprado por un precio, y si Estes
está dispuesto a volar en un avión de combate para dispararnos, seguro
que estará dispuesto a pagarle a gente por información.

—Puedo pagar más —discute Montes.

Piensa como un extranjero rico.

—Si —concuerdo—. Pero Estes vive aquí. Tú no. Este es el territorio


de alguien más y aquí la gente juega con sus reglas, no las nuestras.
Créeme cuando digo que cuando estamos así de cerca de la muerte, la
gente aquí va a seguir siendo leal a Estes por temor a su futura
retribución.

—Entonces vamos a tener que matarlo —dice Montes, sombrío.

—Sí.—Si cortamos la cabeza de la serpiente, las órdenes dejan de


llegar a los leales de Estes.

—Dejemos clara una cosa —dice—,mi prioridad es sacaros de aquí


con vida. Todas nuestras acciones provendrán de eso.

Reevalúo a mi marido. No se incluyó en esa declaración. Si no


estuviéramos en medio de una situación grave, la magnitud de sus
palabras podría haberme goleado un poco más fuerte.

Algo peor que náuseas sube por mi garganta. Algo peor que el dolor
y la violencia.

Amo a esta rota, rota criatura, y lo condeno a las fosas del infierno
por hacerme sentir así cuando debería odiarlo de nuevo. Si pudiera
razonar o suprimirlo, lo haría. Si pudiera aplastarlo con pura fuerza de
voluntad, lo haría.

—Está bien —digo, esforzándome para que mi voz sea uniforme—,


eso lo tenemos claro.

—Tenemos que atacar antes de que Estes tenga tiempo de


reagruparse.

Ahora, este es el rey con el que estoy familiarizada.

La humedad de este lugar ya tiene mi cabello pegado a la nuca.


Entrecierro mis ojos y miro al horizonte.

—Vamos a pagarle al bastardo una visita a domicilio.


PARA CUANDO NOS acercamos a la finca de Estes, Montes y yo
hemos ideado una estrategia para matar al hombre. Una que involucra
el uso liberal de explosivos.

Ninguno de los dos sabe si el hombre estará dentro, pero los


imbéciles presumidos como Estes son bastante predecibles. Ahora mismo
estoy lo suficientemente desesperada y lo suficientemente segura como
para apostar todas nuestras vidas a que está en casa.

Regreso a la cama del jeep y cambio la ametralladora por un rifle.

—Si sobrevivimos a esto, tomaré un trago fuerte —murmuro.

—Será mejor que pidas a esas estrellas tuyas que concedan tu


deseo, nirebihotza—dice Montes detrás de mí—. No voy a dejar que te
acerques al gabinete de alcohol cuando volvamos.

Sonrío con suficiencia. No sé si el rey lo sabe o no, pero bromear


así calma mis nervios antes de la batalla.

El auto gira por el camino, y delante de nosotros diviso las torres


de vigilancia ubicadas a ambos lados de la entrada de la finca de Estes.
Dos guardias de rostro sombrío las dirigen.

—¿Estás listo? —digo, alineando mis miras. Una vez que dispare,
las cosas pasarán muy rápido.

—Hazlo.

Aprieto el gatillo.

Toma segundos derribar a los guardias. Miro cómo uno de sus


cuerpos cae de su puesto.

—Espera —advierte Montes.

Me apoyo contra el marco del jeep mientras nos dirigimos hacia las
puertas. Nuestro auto choca contra la verja de hierro forjado. El metal
gime y luego, con un chirrido agónico, se arranca por completo.

Casi es anti-climático, dirigir armas en llamas a una finca


tranquila. Pero no me detiene de tomar posición una vez más. Empiezo a
disparar guardias estacionados afuera de la casa uno por uno mientras
luchan por agarrar sus armas y tomar posiciones. No les dejo nada de
tiempo para apuntar. Tan pronto como mi vista se centra en cabezas o
pechos, disparo.

Nuestro auto se detiene y Montes se une a mí en la parte trasera


del jeep. Su cabello normalmente peinado está salvaje. Suciedad y ceniza
ensucian su piel y ropa. Se ha arremangado las mangas de la camisa y
el chaleco antibalas le cubre el pecho. Este Montes pertenece al campo
de batallas, parece como si hubiera nacido para el trabajo.
Definitivamente me gusta más esta versión de él.

Se inclina y agarra una granada. Dirigiéndome una sonrisa que


parece más blanca de lo normal, tira del alfiler y la lanza hacia una de
las ventanas mientras yo sigo disparando a todo lo que se mueve.

El cristal se rompe y oímos un grito de sorpresa. Entonces…

¡BOOM!

La explosión se despliega por la ventana, y solo puedo imaginar lo


que está sucediendo dentro.

Montes ya tiene otra granada en mano, y la conduce hacia una


habitación de abajo.

Los gritos comienzan poco después de eso.

Dirijo mi arma a la entrada principal de la casa. En algún


momento, alguien va a salir corriendo por esa puerta que podría no ser
tan malo como el resto de nosotros. Mi corazón y alma lloran por ellos.
Todos los soldados que hayan estado en peleas considerables pueden
decir que siempre existen estas situaciones: las cuestionables. Y a
menudo los inocentes quedan atrapados en la línea de fuego.

Espero que eso no suceda hoy. Espero que las personas que no
tengan nada que ver con los juegos de poder de Estes estén muy lejos de
aquí cuando Montes y yo estemos en el edificio. Porque vamos a nivelar
el edificio, y no vamos a tomar ningún prisionero.

Respiro hondo cuando la puerta delantera se abre, y luego disparo.

Dos guardias y una mujer que reconozco de las reuniones. No hay


inocentes hasta ahora. Periódicamente muevo mi mirada hacia las
ventanas y lados de la casa. De ahí es de donde vendrán los
contraataques.

Montes lanza una tercera granada, luego una cuarta. Los gritos
están empezando a armonizarse, y la casa se está incendiando.
Ahora la gente está saliendo del edificio, algunos en llamas. Disparo
a esos primero; una cosa es matar, otra es mirar a un ser humano sufrir,
e incluso después de todo lo que he visto y hecho, no tengo el estómago
para ello.

—¡Me rindo! ¡Me rindo!—Por encima del rugido del fuego, es difícil
escuchar la voz de Estes. Viene justo de dentro de la puerta principal—.
¡No disparen!

Como todos los buenos parásitos, la rata logró sobrevivir a las


explosiones.

—¡Sal con las manos en alto! —grito.

Acuno mi gatillo amorosamente. Nada me gustaría más que


bombardear a este hombre con balas.

A través del humo que sale de la puerta principal, noto la forma de


Estes. Con las manos al aire, abandona el refugio de la casa. Veo la
pequeña pistola que agarra demasiado tarde.

Su brazo se levanta y dispara una fracción de segundo antes de


que yo le dispare.

Oigo a Montes gritar. Junto a mí, tropieza, luego se alza hacia los
respaldos, agarrando su cadera.

No puedo respirar. Este es mi padre de nuevo. La bala, la sangre,


la emoción expandiéndose, expandiéndose, expandiéndose dentro de mí.
Es demasiado grande para contener.

Pérdida, agonía, rugiendo, desgarrándome, y ya no puedo matar


pasivamente.

Me lanzo hacia Montes justo cuando el dictador Sudamericano cae.


Agarro a mi esposo y hay sangre por todas partes.

No de nuevo, por favor Dios, no otra vez.

Pero Montes está respirando. Es poco profundo, y con cada


segundo que pasa más sangre se desliza fuera de él. No sé dónde lo ha
golpeado, ya sea su muslo o su torso; músculo, arteria u órgano.

Estoy asustada.

No sé cuándo sucedió eso, cuándo este hombre terrible pasó de ser


alguien a quien temía, a alguien por quien temía.

Montes sacude la cabeza cuando trato de ayudarlo.


—Termina esto —dice con dientes apretados.

No quiero. Todavía podría morir; cada fibra dentro de mí está


luchando consigo misma. Mi entrenamiento exige que me pare y dispare,
mi corazón me dice que mantenga vivo a mi esposo.

La venganza es un veneno, y se desliza a través de mis venas.

Estes trató de matar a mi marido. Mi monstruo. El padre de mi


hijo.

Algo frío y resuelto se posa sobre mis hombros. Montes sobrevivirá,


y terminaré esto.

Levanto mi arma. Los gritos se han convertido en gemidos. Disparo


a dos personas más que se han incendiado. Todos los demás yacen en
charcos de su propia sangre. Casi todos están muertos, y los que no,
pronto lo estarán.

Apunto con mi arma hacia Estes y me acerco a él cautelosamente.

Se ha estado moviendo lentamente hacia su pistola, que descansa


a varios pies de distancia de él. Debe haberse deslizado se su mano
cuando él cayó.

Alcanzo su arma antes que él, y la pateo lejos, manteniendo mi


puntería enfocada en su corazón.

El dictador me mira con ojos enfadados.

—No saldrás de aquí con vida —dice.

—Ya veremos.

No disparo. Aún si trató de matarme a mí y a Montes, no aprieto el


gatillo. Aún no.

A pesar de su depravación, Estes es solo un ciudadano más de las


NOU que comparte un pasado como el mío.

—¿Qué? —desafía cuando no disparo—. ¿Quieres saber por qué lo


hice?

—No.

Ya sé por qué. Es la misma razón detrás de la muerte de mi madre,


y la de mi padre, y la de mi tierra. El poder es el peor tipo de droga. Nunca
puedes tener suficiente, y renunciarás a cada cosa buena restante por
más.
—Entonces ¿A qué estás esperando?

Es una buena pregunta. Quiero que se redima. Quiero una prueba


de que un alma tan lejana como la suya—o la mía, o la del rey—pueda
arrepentirse.

Pero él no va a comprender, y no va a suceder.

—¿Con quién estás trabajando? —pregunto.

Trata de reír pero en su lugar termina haciendo una mueca.

—Ambos sabemos que no te lo diré.—Está empezando a sudar. Una


herida intestinal es una forma dolorosa de morir.

A Estes le quedan unos sietes minutos de vida. No obtendré


respuestas de él de buena o de mala gana. Ambos lo sabemos.

—¿Realmente pensaste que alguna vez podrías hacer lo que yo


hago? —dice—. No tienes idea. Solo eres una salvaje con historia trágica.
¿Y el rey quiere que gobiernes el mundo? No seré el último…

Aprieto el gatillo antes de que pueda terminar la frase. La bala lo


atraviesa entre los ojos. Un instante el hombre estaba agresivamente vivo,
y al siguiente no es más que huesos, músculos y cartílago.

El humo empapa mi ropa y el viento seca la sangre en mi piel


mientras lo miro. El rugido de las llamas es el único ruido aquí afuera.
Todo el asunto es un oscuro bautismo.

No quiero ser así. Matar, matar y matar. Soy prisionera de la


violencia, y nunca seré libre.

Ato la pistola a mi cuerpo y me arrodillo ante Estes. Entrelazando


mis brazos debajo de los suyos, arrastro el cuerpo del dictador muerto al
jeep.

Hay muchas cosas horribles que he tenido que hacer durante la


guerra del rey. Esta es solo una más de ellas. El cuerpo del hombre es
nuestro boleto de salida. Así como Estes quería una prueba de nuestra
muerte, necesitaré una prueba de la suya para influir a los leales que
impedirían que el rey y yo nos fuéramos.

La quietud de la finca es espeluznante. Todo lo que queda de la


gran trampa de Estes soy yo, un rey inmortal moribundo y un montón de
matanza.
Gruño mientras jalo del cuerpo, deteniéndome cuando llego a la
parte trasera del jeep para recuperar aliento.

Montes levanta una ceja débilmente.

Gruño mientras empujo la parte superior del cuerpo de Estes y


luego su mitad interior hacia la parte trasera del vehículo. El labio
superior de Montes se riza mientras mira al dictador que yace a su lado.

Ruedo hacia el lado del rey y le aparto la mano de la cadera. Hay


sangre por todas partes. Mis propias manos están empezando a temblar;
normalmente no hacen eso, especialmente no en el calor de la batalla.
Ahí es cuando suelen estar más firmes.

Respiro hondo.

Todavía no puedo decir qué golpeó la bala, y este no es lugar para


que el doctor Montes regrese a la salud.

Necesitamos volver al hangar.

Salto al asiento del conductor y presiono el acelerador. Detrás de


mí, escucho a Montes gemir.

Una mano ensangrentada agarra mi asiento. Un momento


después, Montes se alza sobre la consola central.

—¿Qué estás haciendo? —digo, horrorizada—. Siéntate de nuevo.

—No vas a dejar que pudra al lado de un hombre muerto —dice.


Aprieta los dientes mientras fuerza su cuerpo dañado en el asiento junto
al mío. No gritó ni una sola vez. El tipo está hecho de material más duro
del que hubiera imaginado.

Cuando llego al final de la propiedad de Estes, dejo el jeep inactivo.

—No sé cómo llegar al aeropuerto —digo.

No puedo mirar a los ojos de Montes. No quiero más pruebas de


que mi monstruo-convertido-en-amante ahora no es nada más que un
hombre herido. Se supone que desafíe las leyes de la naturaleza.

—Te llevaré allí —susurra Montes—. Solo… mírame.

No quiero.

—Serenity, por favor.


Aprieto el volante y fuerzo mi mirada para encontrarme con la suya.
Luce cansado. Pasado. Débil. Todas las cosas que temía ver en esos ojos
suyos. Y ahora estos podrían ser los últimos alientos de aire que tomará.

—¿Me amas? —pregunta.

Estoy sacudiendo la cabeza.

—No.

—Mentirosa.

Puede ver a través de mí.

—Ahora es tu oportunidad de matarme —dice.

Aprieto mi mandíbula.

—¿Qué quieres que diga? ¿Qué ya no puedo hacerlo? Ya lo he


admitido.

Me da una sonrisa pálida.

—Gira a la derecha.

Aparto mi mirada de él para hacerlo.

—Hay un Durmiente en mi avión —dice—. Quieres salvarme,


entoncesméteme dentro.

Piso el acelerador. Ira, culpa y confusión, todos compiten por mi


atención. Una cosa es proteger al rey de la muerte, otra es intentar
salvarlo de sus garras. Realmente estoy abandonando mi propia promesa
ahora mismo. No mataré al rey, hoy no, y no en un futuro previsible.

Aprieto mis dientes por sus gemidos cuando el vehículo golpea


rocas y baches.

—Izquierda —dice, cuando el camino se desvía.

Hay un Durmiente al final de este camino. Solo necesito llegar al


hangar, y luego podemos meter a Montes. Emparejo mi respiración. Estoy
tranquila y serena. Me puedo sentir desprendiéndome de la situación.

Hasta que miro al rey. Su cabeza se apoya contra la puerta del jeep,
sus ojos están cerrados.

—Montes.—Lo alcanzo y sacudo—. Quédate conmigo.

Su cabeza cae mientras trata de asentir.


—Lo juro por Dios, te daré un jodido puñetazo en el pene si no lo
haces.

Eso de hecho provoca una sombra de una sonrisa.

—Mujer… viciosa…

Dos minutos más tarde, se desliza de nuevo. Por suerte ya no


necesito sus instrucciones. Empiezo a reconocer nuestro entorno: los
restos esqueléticos de una casa reclamada por la naturaleza, calles casi
cubiertas por el follaje. Puedo llevarnos el resto del camino allí.

Cuando llegamos al hangar, Montes está completamente


inconsciente. El lugar está lleno de actividad. Tengo que asumir que todos
estos hombres están en el bolsillo de Estes. Salto fuera del jeep, con
pistola en mano.

—Estes está muerto. —Señalo la parte trasera de nuestro vehículo


con mi mano libre, donde yace el cuerpo del dictador. Los hombres miran
al auto, y algunos se acercan—. Cualquier orden que les haya dado, ya
no se aplica. El rey y yo vamos a subir al avión. Cualquiera que esté en
contra de nosotros recibirá un disparo. Aquellos que nos ayuden
recibirán la mitad del pago de un año una vez que desembarquemos de
manera segura.

Eso los pone en movimiento. Hombres corren alrededor de hangar,


preparando nuestro avión para despegar. Cada uno mira discretamente
a Estes mientras pasan junto al auto.

Una vez el avión está listo para despegar, dos hombres me ayudan
a cargar a Montes al avión. Su piel está más pálida de lo que nunca la he
visto, y su cuerpo es peso muerto.

—El rey está muerto 3 .—El hombre que habla tiene dos dedos
presionados en el punto de pulso debajo de la mandíbula del rey.

—No. —Empujo su mano a un lado y coloco la mía donde la suya


estaba. Espero su pulso. Nunca viene.

Miro fijamente la cara del rey. Su cabeza cae hacia atrás, como si
se estuviera fijando en el techo, pero sus ojos están cerrados y su boca
está ligeramente separada. Los planos de su cara ya están perdiendo
forma.

N.T. En el original, en español.


3
Acuno el lado de su cabeza. No me doy cuenta de que estoy llorando
hasta que la primera lágrima cae de mi boca.

La gente se equivoca al decir que los muertos se ven pacíficos. Solo


se ven muertos.

—No —repito.

Este hombre no está más allá de salvarse. No ahora que me he


enamorado de él, no ahora que cargo a su hijo.

Los hombres me miran de manera extraña, pero, sin embargo,


ayudan a llevar al rey al avión. Montes me dijo que el Durmiente estaría
a bordo, pero nunca lo había visto antes.

—El Durmiente, tenemos que meterlo en el Durmiente.

Alguien sabe de lo que estoy hablando porque empiezo a escuchar


gritos de “¡Compartimiento de carga! ¡La carga! ¡El durmiente! Más
rápido.”

Comenzamos a movernos de nuevo, esta vez hacia la bodega de


carga del avión. Dentro, ya puedo escuchar el zumbido de la máquina
cuando está inactiva. Está atornillado al suelo. Mi corazón palpita un
poco más rápido al posar mis ojos en aquello.

El rey me dijo una vez que mientras el cerebro estuviera intacto, el


Durmiente podría devolver vida a los muertos. No tiene sentido, este
temor irracional que siento cuando lo veo. Quizás es que tal tecnología
parece tan poco natural como Montes. Pero ahora mismo estoy feliz de
dejar de lado mis supersticiones si eso significa resucitar a un rey
muerto.

Lo colocamos dentro y cierro la tapa. No séqué hacer a


continuación, pero la máquina tiene un botón de ‘Encender’. Por un
capricho, lo presiono.

El zumbido se convierte en un ronroneo cuando el Durmiente se


despierta.

Observo la pequeña lectura cuando comienza a evaluar los signos


vitales del rey, que ya no existen. Entonces comienza a escanear su
cuerpo.

—Venga —dice uno de los hombres.

—Todavía no.—Quiero asegurarme de que la máquina está


haciendo lo que necesito. Sé que significa más tiempo en tierra, más
tiempo para un potencial contraataque si los aliados de Estes deciden
levantarse. No me importa.

Solo le toma un minuto a la máquina obtener un respirador y algo


llamado dispositivo de derivación cardiopulmonar conectado al rey. Cinco
minutos después, la máquina comienza a limpiar la herida.

Una mano toca mi brazo suavemente.

—¿Bien? —pregunta uno de los hombres.

Asiento, retrocediendo. Lo último que quiero hacer es irme, pero


necesito arreglar un pase seguro con los hombres aquí. Si la máquina
puede salvar a Montes, lo hará.

Si no puede, entonces el mundo sabrá que el rey eterno puede, de


hecho, morir.
Capítulo 25

Traducido por Yiany

SERENITY

Miro fuera de la ventanilla del avión, mis manos apoyadas en mi


arma y mi barbilla apoyada en mis manos.

Tengo todo el tiempo del mundo y nada más que mis pensamientos
para ocuparme. Hay mucho que pensar y no quiero detenerme en nada
de eso.

Así que en vez de eso miro hacia el cielo solitario y trato de no sentir
nada. No funciona. La última vez que lo vi, Montes estaba muerto, e
incluso con los mejores esfuerzos del Durmiente, puede quedarse así. Si
no vive, seré reina.

El mundo no se inclinará ante mí, la joven que traicionó su tierra


cuando se casó con el rey. Podría heredar el imperio de Montes, pero no
me he ganado el derecho de gobernarlo. La guerra bien podría estallar de
nuevo. Y sería la primera en morir.

Eso ya no es una opción. No ahora que estoy embarazada. Exhalo


un largo suspiro. Tendré que ser más despiadada de lo que nunca he sido
si quiero sobrevivir. Y tendré que estar dispuesta a volver a meterme en
esa máquina temida si quiero vivir lo suficiente como para tener a este
niño.

Mis pensamientos se dirigen al General Kline. No podría decir lo


que siento en este momento. ¿Gratitud? ¿Dolor? ¿Melancolía por la vida
que una vez viví? Me desterró a este destino el día en que hizo un trato
con el rey, pero podría haber muerto hoy si no fuera por él.
Mis pensamientos vuelven al rey. Estoy acostumbrada a que
los novatos me decepcionen. Montes hizo lo contrario. Antes de hoy no
podía imaginarlo en el campo de batalla. Estoy acostumbrada a verlo en
ropa de cama y trajes prensados, y aunque tiene músculo de sobra,
nunca lo he visto ejercer verdadera fuerza.

Hoy lo hizo, y fue implacable. Salvó mi vida al menos una vez, pero
con toda probabilidad, me salvó de la muerte varias veces. Si no hubiera
matado tan fácilmente, nunca habríamos salido de Sudamérica. De eso
estoy segura.

El rey que mató a millones desde su torre de marfil ahora la dejó


para matar a varios él mismo. Esa última parte de la inocencia de Montes
se extinguió hoy. Si se despierta del Durmiente, ¿qué hombre se
levantará? ¿Estará peor? ¿Mejor? ¿Totalmente sin cambios?

Me parece que realmente no me importa. Sólo lo quiero de vuelta.

Parece una vida más tarde que el altavoz superior hace clic.

—Estamos comenzando nuestro descenso a Ginebra. Deberíamos


aterrizar en otros veinte minutos.

Ginebra, el último lugar donde quiero estar. Hace solo unos pocos
meses había huido de esa ciudad, abordé un avión y crucé el Atlántico
para huir del rey. En aquel entonces había llorado la muerte de mi padre.
Ahora, aquí estoy volviendo al lugar que una vez había odiado, y estoy
tratando de devolver a la vida al rey muerto que una vez atormentó a mi
gente.

El mundo se ha vuelto loco, y yo junto con él.

Está oscuro afuera mientras descendemos, y pocas luces de la


ciudad iluminan las calles. El aeródromo, por el contrario, está
iluminado.

Cuando salgo del avión, es hacia una multitud de médicos del rey
y su equipo de seguridad. Tratan de arrastrarme para mirar mis heridas.
Los codeo y me dirijo a la bodega de carga. Detrás de mí, puedo escuchar
sus protestas.

Llego a la parte trasera del avión justo cuando la tripulación de


vuelo abre la bodega de carga. Soy la primera dentro, a pesar de la
conmoción detrás de mí. Corro al Durmiente y escaneo la lectura.
Parpadeo las lágrimas mientras aprieto y aflojo mi mandíbula. Los
médicos y el personal de seguridad se mueven detrás de mí. Algunos me
agarran de los brazos y me guían suavemente. Los dejo.

El rey eterno venció a la muerte una vez más.

EL REY

Me despierto con un sobresalto.

Reflexivamente, mi cuerpo se tensa. Las hojas doradas en la


moldura en la parte superior son claramente diferentes de las vigas
transversales expuestas de la villa española en la que nos hemos alojado.

Siento la piel bajo mi mano. Trazo la carne con mis dedos. Es


suave, pero el músculo debajo de él es inflexible. Mi mano viaja más alta,
redondeando un delicado hombro. Luego el hueco por encima de una
clavícula. Siento el vello suave deslizarse bajo mi toque.

Miro hacia abajo a Serenity, que está acurrucada a mi lado.

Mi estómago se tensa agradablemente ante la vista. Mujer salvaje.


No me ha dejado, a pesar de que ahora sabe que está embarazada.

Esto me agrada inmensamente.

Mis últimos recuerdos involucraron disparos y explosiones. De


alguna manera sobreviví, en gran parte gracias a la mujer en mis brazos.
No hace mucho tiempo me dijo que quería matarme. Pero no se arriesgó
cuando se lo ofrecieron.

Mi mano se adentra en su cabello y acaricia los mechones dorados.


No hay nombre para lo que siento ahora. No es temor, ni amor, ni
gratitud. Ninguno de ellos es lo suficientemente grande como para
abarcar esta emoción que no es del todo placer y no del todo dolor.

—Mmm. —Se mueve contra mi costado y abre los ojos—. Estás


despierto.

Espero que intente alejarse de mis brazos, no es que la deje.


Cuando no lo hace, ese sentimiento enterrado debajo de mi esternón se
expande.
Sus dedos tocan mi costado, donde me habían disparado.

—¿Sabías que moriste? —dice, su voz sin tono.

Mi mano detiene sus atenciones.

Así que mi esposa no solo me perdonó la vida, sino que la salvó.

—No quiero sobrevivirte, Montes —dice.

La aprieto y susurro contra su sien:

—¿Estás admitiendo que no puedes vivir sin mí?

Está callada por tanto tiempo, que asumo que no va a responder.

—Tal vez —susurra finalmente.

No soy lo suficientemente grande para sostener lo que siento.

Toco la cicatriz en su cara y sigo la línea por su pómulo.

—¿Todavía me odias?

—A veces —dice honestamente.

Sonrío para mí mismo.

—Bueno. Me gustas feral.

Sacude su cabeza contra mi pecho.

—Eres retorcido.

Nos quedamos en silencio durante varios minutos.

—Voy a ser una madre terrible —susurra finalmente.

Me detengo. Serenity está asustada. La mujer que ha matado a


legiones de hombres en realidad tiene miedo. De ella misma.

Es casi insondable.

La acerco y la beso en la cabeza. Estoy sosteniendo a mi familia en


mis brazos; tengo literalmente todo lo que pueda desear.

—Serás la mejor madre —susurro contra su sien. Lo hará porque


dudará de todo y trabajará para hacerlo bien. Por toda la crueldad de mi
esposa, tiene una gran compasión.

—No eres un gran juez de carácter —dice.


Me río.

—Cuando se trata de ti, lo soy.

SERENITY

La puerta de nuestra habitación se abre.

—Buenos días, Su Majestad.

—Oh, me encanta la vista desde esta habitación.

—Mire su pelo de lino. He intentado teñir el mío del mismo color, pero
no puedo imitarlo.

Voces femeninas llenan el dormitorio y las oigo moverse hacia el


baño.

Aprieto más fuerte mi almohada. El frío metal de la pistola de mi


padre me roza las manos. No voy a alzar la mirada; eso lo hará todo real,
y necesito al menos otra hora de sueño.

La cama se hunde y siento una mano en la parte baja de mi


espalda. Un momento después, los labios del rey presionan contra mi
sien.

—Serenity, necesitas prepararte.

Gimo y entierro mi cara más profundamente en la ropa. Si el rey lo


hace a su manera, entonces no voy a prepararme para nada, un montón
de extraños lo harán.

—Haz que se vayan —murmuro.

Una de las manos de Montes se mete debajo de las almohadas y


me encuentra agarrando mi arma con fuerza.

—¿No estás de acuerdo en que una masacre por semana es


suficiente? —dice en tono de conversación.

Giro la cabeza para poder fulminarlo con la mirada. Todo lo que me


gana es un beso en la nariz.
Se levanta para irse, y suelto mi arma para atraparle la muñeca.
Ahora estoy más despierta, más consciente de que la única vez que el rey
llamó a un equipo para prepararme es cuando ocurre algo importante.

—¿Que está pasando?

Me mira fijamente, y esos ojos cómodos suyos tienen tanto cariño


en ellos. Me conmueve y me molesta que el rey me mire de esta manera;
nunca me acostumbraré.

—Política —dice evasivamente.

Aprieto su muñeca más fuerte.

—Dame más que eso.

Levanta una ceja.

—¿Y qué me darás a cambio?

No estoy de humor para sus juegos tímidos.

—Esto no es un maldito intercambio. Soy tu esposa.

Montes se inclina.

—Conmigo, siempre será un intercambio. De ingenio, de


voluntades, de afecto y de todo lo que hay en medio. —Suelta la muñeca
de mi agarre y se aleja.

Dos horas más tarde, lo miro con furia cuando salgo del palacio,
mi cabello peinado, mi cara pintada, mi cuerpo enfundado en otro vestido
demasiado ajustado. Él espera a un lado de nuestro vehículo, vistiendo
su escudo de armas.

Esos ojos profundos de su tierra pesadamente en mí.

—Vaya, ¿no se ve mi esposa encantadora?

—Vete a la mierda. —Paso a su lado y me meto en el coche


esperándonos. Todavía no tengo idea de a dónde vamos.

Me sigue.

—El azul oscuro es un buen color para ti.

No miraré al imbécil, que probablemente tardó un total de diez


minutos en prepararse.
—¿Finalmente vas a decirme hacia dónde nos dirigimos o tengo que
adivinar?

Cuando me vuelvo para mirarlo, está pellizcando su labio inferior


y estudiándome con interés.

—Vamos a la iglesia.

Ha pasado un tiempo desde que estuve dentro de una iglesia, y no


solo porque viví en el bunker durante la mayor parte de mi adolescencia.
Después de todo, pasé una buena cantidad de tiempo en la parte superior
cuando estaba haciendo mi recorrido con el ejército.

Perdí mi religión casi al mismo tiempo que perdí mi ciudad. Cuando


se trata de la guerra, las personas tienden a ir de dos maneras: o
encuentran a Dios, o lo eliminan. Caí en la última categoría.

Nunca lo culpé, no como algunos de los que renunciaron a la


religión. Parecían más amantes cansados que ateos. Dios nunca fue un
hombre en mi mente. Era alimento, refugio, seguridad y, en última
instancia, paz. Y cuando todo eso huyó, me di cuenta de que mi mundo
ya no tenía un lugar para él.

Pero ahora, cuando entro a la catedral, sosteniendo el brazo del rey


como estaba preparada para hacerlo, puedo sentir el peso de algo caer
sobre mis hombros. Tal vez sea la luz tenue, o el silencio en el espacio
cavernoso lleno de cientos de personas, pero me pica la nuca.

Estoy a punto de preguntarle al rey si nos vamos a casar de nuevo


cuando veo una corona al final del pasillo. Se apoya en una almohada
junto a un sacerdote, un obispo o un cardenal. No tengo idea de qué título
ostenta el hombre santo.

Mi respiración se libera de una vez.

El rey planea coronarme.

Hago una pausa a media zancada. No quiero participar en esto.


Una cosa es ser obligada a casarte con un gobernante, otra es aceptar la
posición por ti mismo. Y esto no es sólo un asunto parlamentario; esta es
uno espiritual también.

Ningún dios bueno santificaría esto.

—Montes —siseo—. No. —Es todo lo que estoy dispuesta a decir en


este lugar de silencio.
—Sí —insiste.

Todavía estoy luchando contra él, incluso mientras me arrastra


hacia adelante.

—Hazlo por nuestro hijo —susurra.

Me duele el corazón. Tengo una nueva debilidad, y Montes


simplemente la explotó. Si piensa que una corona protegerá al bebé, lo
aceptaré. Después de todo, estaba dispuesta a hacerlo mucho peor
cuando no sabía si Montes sobreviviría al vuelo a Ginebra. Así que dejo
de pelear con él.

Estamos a mitad de camino por el pasillo cuando se inclina hacia


mí.

—Una vez que lleguemos al altar, arrodíllate. —Exhala, su voz


apenas un susurro—. Cuando te levantes de nuevo, serás una reina
coronada.

Montes me deja al pie del altar, donde hago lo que me dice y me


arrodillo. Los ritos se leen en latín, y siguen y siguen y siguen. Mis
parpados están entrecerrándose para cuando el hombre santo agarra la
corona.

Parpadeo varias veces mientras se me acerca con eso. Lapislázuli


rodea su base, y docenas de espigas de oro se ramifican de ella. Nunca
he visto nada igual.

El hombre santo habla más latín mientras coloca la corona sobre


mi cabeza. Hace la señal de la cruz antes de recuperar una túnica hecha
de terciopelo y armiño. El material se asienta sobre mis hombros, y lo
sujeta en la base de mi garganta.

El peso de todo esto presiona sobre mí; estoy segura de que el efecto
es intencional. Esto es, por mucho, una carga.

Me hace un gesto para que me ponga de pie. Lo hago, y los dos


cerramos los ojos. Creo que por un momento nos preguntamos qué tipo
de persona es la otra. ¿Qué tipo de mujer se casa con un gobernante
tirano? ¿Qué clase de hombre religioso ordena a una asesina como reina?
Al mirarlo, me doy cuenta de que ambos podríamos ser simplemente
personas decentes acorraladas en papeles poderosos. Todos se pueden
comprar, pero el precio no siempre es poder. Me pregunto cuál fue el
suyo.
Habla de nuevo en latín, vuelve a hacer la señal de la cruz y luego
me indica que me enfrente a la multitud.

Me giro y encuentro cientos de caras mirándome fijamente. Pero


hay una cara que mis ojos buscan. Él es la única otra persona además
de mí y el hombre detrás de mí que permanece de pie. Sus ojos oscuros
brillan con aprobación.

Por primera vez desde que entré en la catedral, el hombre que está
detrás de mí habla en inglés.

—Les presento a Su Majestad Serenity Lazuli, Alta Consorte del


Rey, Reina Regente del Este y del Oeste.

—¡Larga vida a la reina!


Capítulo 26

Traducido por Rimed

SERENITY

Estoy mirando afuera de la ventana de mi cuarto a la quebrada


ciudad de Ginebra. Presiona contra los bordes del terreno del palacio y
se extiende a todo lo que puedo ver en el horizonte.

No me gusta este lugar, tiene demasiados malos recuerdos. Sigo


queriendo encontrar la suite en que mi padre y yo nos quedamos. Es
macabro, pero siento que, si voy allí, me encontraré con él, o al menos
veré la mancha que dejó su sangre en la alfombra.

Toco mi corona y me pincho con una de sus puntas. Bien podrían


ser espinas. Lucen como espinas, se sienten como espinas, la única
diferencia es que estas espinas son doradas y brillan a la luz.

Me quito la cosa y la miro.

—No va a morderte.

No me doy la vuelta cuando escucho la voz de Montes. Demandará


atención pronto—siempre lo hace—pero no le daré ninguna satisfacción
inmediata. He sido reducida a pequeños actos de rebelión.

—¿Cuánto tiempo llevabas planeando eso? —pregunto.

—¿La coronación? Desde que regresamos —responde.

—Estoy realmente impresionada —digo, pasando mi pulgar por las


puntas de mi corona—. Coordinaste toda una ceremonia, una proeza que
te las arreglaste para mantenérmela oculta y lo ejecutaste todo sin
hacerme ver como una tonta.

Creo que reconoce lo que no estoy diciendo.

Me engañaste.

Me hiciste vulnerable en una habitación llena de lobos.

Forzaste mi mano.

—Nuestros enemigos ya reconocen tu posición como mi esposa; es


tiempo de que la gente la reconozca también.

Me giro para encararlo. Sus ojos brillan mientras me mira. Él


mismo lleva una corona, y la visión de ello me lleva de vuelta a aquellos
meses y años cuando él solo era un mal tan poco natural que desafiaba
las leyes mismas de la naturaleza. Se ve igual de inhumano ahora, igual
de oscuro, igual de hermoso, igual de intocable.

Debería renovar ese viejo voto y matar al rey en este mismo


instante. Mi pistola está enfundada contra la cara interna de mi muslo.
Tomaría segundos el sacarla, apuntar y disparar un tiro letal. Darle a esa
terrible mente suya y destruir todas sus oportunidades de ser revivido
alguna vez.

No actuaré en la fantasía. Este malvado hombre ha despertado mi


corazón. No entiendo por qué o cómo, pero lo ha hecho, e incluso mi
coraza no tiene oportunidad contra él.

Montes camina por la habitación y toma la corona de mi mano. La


estudia.

—Ya sea que te guste o no —dice—, siempre has sido una reina. Lo
eras esta mañana antes de despertar, lo eras el día que deslicé mi anillo
en tu dedo. Lo eras la primera vez que posé mis ojos en ti. Lo eras la
primera vez que sangraste y en el primer momento en que respiraste. —
Muy deliberadamente, pone la corona en mi cabeza—. La coronación no
hace ninguna diferencia porque aquí… —Toca mi frente—, y aquí… —
Toca mi corazón—, siempre lo has sido.

No tiene idea de que mientras habla sobre ser reina, he estado


debatiendo si podría o no matarlo.

—Patrañas —digo.

Se ríe y extiende su brazo.


—Ven, Reina Regente, tienes un banquete de coronación al que
asistir y nuestro hijo necesita comer.

Y allí está, el clavo final en el ataúd: tiene compasión y ahora


compartimos más que solo sangriento y letal amor entre nosotros.
Compartimos vida.

Nos dirigimos por el pasillo hacia el salón de baile donde conocí por
primera vez al rey. Las puertas que guían a éste están cerradas, pero
conversaciones apagadas y risas aún se filtran. Soy golpeada con una
fuerte ola de déjà vu. No hace mucho caminé por este pasillo con mi mano
en metida en el hueco del brazo de otro hombre y juntos enfrentamos el
mismo par de puertas cerradas. Pero entonces era mi padre y la temida
reunión era con el rey.

Ahora el mismo monstruo al que temía es el que me presta apoyo


a mi lado. Inhalo profundamente.

—Todo lo que tienes que hacer es comer un poco y asentir a gente


que no conoces —dice Montes, malinterpretándome—. Oh y no apuñales
a nadie en el ojo con los cubiertos.

—Montes, no voy a apuñalar a nadie con nada. —Para eso está la


pistola.

Nos detenemos en las puertas y esperamos a que los guardias las


abran.

—Tomará una hora —dice él—, y entonces nos iremos.

Las puertas se abren. El momento en que la sala queda a la vista,


las visitas guardan silencio mientras se ponen de pie. Me pregunto
quéven cuando me miran a mí y al rey. ¿Sus pesadillas envueltas en seda
y coronadas con oro? ¿O somos más benignos que eso a sus ojos? Sé lo
que veo. Este lugar es el bastión de la extravagancia y la corrupción.

—Les presento ahora a Sus Majestades el Rey y la Reina Montes


Lazuli, Soberanos del Este y del Oeste.

Estallan los aplausos y entre el ruido escucho gritos de “¡Larga vida


al rey! ¡Larga vida a la reina!”

Montes me guía por las escaleras. Mientras paso junto a nuestros


invitados, hacen una reverencia.
Todo el asunto es algo más que un poco enervante.

El salón de baile es ahora un amplio comedor. Todo lo que no es


dorado al menos brilla. Las ropas, las joyas, la luz de las velas, incluso
los ojos y sonrisas de los invitados.

Hay una mesa en el extremo del cuarto y en su centro hay dos


asientos vacíos. Solo necesito llegar allí y luego conversar con gente que
desprecio.

Es en momentos como estos que estoy casi segura de que de alguna


forma ya he muerto y este es mi infierno.

Cuando llegamos a nuestra mesa designada, el rey quita mi


asiento, tal como siempre insiste en hacerlo. Me siento y casi grito cuando
me doy cuenta de quién está frente a mí.

He muerto. Este es el infierno.

—Felicidades, Su Majestad —dice la Bestia del Este.

No lo veo a él, veo a una hilera de mujeres rotas.

Este monstruo va a morir antes de que acabe la cena.

Miro a la bestia—Alexei es un nombre muy inocente para


esta cosa—hasta que desvía la mirada. Incluso eso no es suficientemente
bueno. Comienzo a trazar el borde afilado de mi cuchillo para carne con
mi dedo.

En este momento no me importa que cerca de una docena de


cámaras estén captando cada segundo de esta cena. Mataré a este
monstruo en su asiento y entonces me pararé sobre su cadáver y reiré.

No han pasado ni cinco minutos desde que tomamos asiento,


cuando los camareros comienzan a traer la cena. La vista y el olor de toda
esa carne roja…

Pienso en las granadas lanzadas a la propiedad de Estes. El olor de


humanos carbonizados flotando en el aire. La visión de esos cuerpos
desgarrados, sus interiores expuestos.

Mis nauseas están subiendo por mi garganta. Presiono el dorso de


mi mano contra mi boca. Pensaba que las jodidas nauseas matutinas se
comportarían y se quedarían en las mañanas.

—¿Estás bien? —pregunta la Bestia.


Lo ignoro mientras Montes coloca su brazo sobre el respaldo de mi
silla y frota mi cuello. Se inclina.

—¿Quieres que envíe la comida devuelta? —pregunta en voz baja,


leyendo mi reacción.

Lo miro. ¿Está considerando seriamente desperdiciar cada plato de


comida debido a mí? Es horrible, este poder que poseo, este poder que el
rey parece feliz de investir en mí.

Retrocedo mientras lo evalúo.

El psicópata habla en serio.

—No te atrevas.

—Muy bien. —Montes le hace señas a un camarero y discute algo


con él. Los ojos del camarero se enfocan en la Bestia mientras escucha.
Finalmente, le asiente a Montes y se va. Poco después un bol de sopa y
un canasto de pan son puestos frente a mí.

Echo un vistazo al rey. Está hablando con el hombre a su izquierda,


pero la mano que aun descansa en mi cuello da un suave apretón.

Me ordenó sopa para que no tuviera que comer la carne. Es solo


una considerada cosa más que el rey ha hecho por mí.

Despedazo el pan y lo sumerjo en la sopa. Esto puedo comerlo.

Voy por la mitad cuando los labios del rey rozan mi oreja.

—¿Mejor? —pregunta.

Me giro hacia él, mis labios rozando los suyos.

—Mucho.

Esta podría ser la primera vez que he sido genuinamente afectuosa


con el rey en público.

—Bien —dice, su voz áspera.

Alguien comienza a golpear un cuchillo contra su copa.

Cuando Montes sonríe, lo siento bajo en mi estómago.

—¿Recuerdas lo que eso significa? —pregunta.

Lo hago. Quieren que nos besemos.


Me inclino en la distancia restante y presiono mis labios contra los
suyos. Puedo sentir su sorpresa en el modo en que regresa el beso y la
lenta sonrisa que se incorpora a él. Nuestra audiencia comienza a
aplaudir y a pesar de que mi piel pica con la incomodidad de la atención,
no me alejo hasta que el beso acaba.

Nos separamos lentamente. Montes me está mirando, sus cejas


levemente elevadas, su boca curvada con diversión. Se inclina y roba otro
breve beso. Entonces se echa hacia atrás en su silla y alcanza su copa de
vino. Levantándola, examina la habitación, pero es a mí a quien mira
cuando toma un lento sobro de ella.

Tomo mi vaso de agua con una mano temblorosa. Todos los ojos
están o en nosotros dos, o en mis propias acciones, pero no estoy ni cerca
de estar tan tranquila como el rey.

—¿Cómo se siente ser reina regente? —pregunta la Bestia,


atrayendo mi atención hacia él. Corta su bistec mientras habla. Sangre
escurre del casi crudo interior.

Mis ojos vagan desde su plato al mío. Tomo un sorbo de mi sopa y


pretendo que él no existe.

Solo que él no me deja.

—Quiero decir —continúa—, técnicamente, eres reina desde que


desposaste a nuestro rey, pero hoy te entregó parte de su imperio. —
Sacude su cabeza—. Jamás pensé que vería el día en que compartiera su
poder con alguien. Debes ser algo. —Su cuchillo roza la porcelana
mientras corta nuevamente su carne.

No puedo soportar más. El olor de la carne, la vista de esta


abominación, la sofocante civilidad de estas personas. Aquí todos somos
bárbaros y lo sabemos.

He terminado de fingir.

Me inclino hacia adelante. En algún momento en el camino, solté


la cuchara de la sopa y la cambié por algo un poco más filoso. Estoy
sosteniendo ahora el cuchillo de carne en mi mano y no estoy
completamente segura de como llego allí.

—Te voy a decir esto una sola vez —digo—. Si siquiera me miras de
manera incorrecta, te castraré con el objeto más cercano. —Mi voz es baja
y enojada—. Entonces te lanzaré a la peor prisión en la que pueda pensar.
Una en las que se divertirían contigo, y me aseguraré de que lo hagan. Y
si alguna vez oigo que has violado… —Oigo un jadeo de uno de nuestros
invitados más cercanos y siento los ojos de Montes inmediatamente en
mí—, a alguien más, haré todo eso y algo peor.

A pesar de verse un poco pálido, la Bestia se ve imperturbable. O


bien está controlando bien sus rasgos, o no se molesta en ser intimidado
por mí. Probablemente es una mezcla de ambas.

Me observa por un largo segundo, entonces inclina su cabeza.

—Entendido.

—Bien. —Suelto el cuchillo y regreso a mi sopa.

La conversación, que se había silenciado por un momento, es


reanudada.

Mi mano izquierda descansa en la mesa y siento al rey cubrirla con


la suya. Se inclina cerca.

—Estuve casi seguro de que tendría que escarbar un cuchillo fuera


del cráneo de Gorey —dice en voz baja, mirando a la Bestia, quien está
ahora en una conversación con la persona a su izquierda.

—Esto no es gracioso.

La mano del rey se aprieta alrededor de la mía.

—No, no lo es. Guarda la matanza para cuando las cámaras no


estén cerca.

Le doy una mirada exasperada, pero me ablando. La Bestia está


segura.

Por ahora.

Despierto en medio de la noche con un terrible y palpitante dolor.


Al principio simplemente me saca del sueño. Me giro, me reposiciono y
vuelvo a la cama.

Pero ahora mis ojos se abren de par en par en lo que el dolor


atraviesa mi abdomen como una herida de cuchillo en el intestino. Mi piel
está tapada en sudor y las sábanas se pegan a ella.
Mi mano cae a la parte baja de mi estómago, donde el dolor es peor.
Varios segundos después otra ola golpea. Dejo salir un gruñido y golpeo
el edredón en lo que se tensan mis músculos.

—¿Serenity? —La voz de Montes está llena de sueño.

Cuando él intenta tirarme hacia él, dejo salir un jadeo.

—¿Qué está mal? —Ahora suena completamente despierto.


Aprieta el interruptor de la lámpara junto a la cama y se voltea hacia mí.

Sacudo mi cabeza.

—No lo sé.

Un cuerpo saludable no debería estar haciendo esto. Montes y sus


doctores han estado jurando a diestra y siniestra que estoy bien, pero en
este momento no me siento bien. Me siento mal.

Muy, muy mal.

Mi pelvis se contrae tan bruscamente que dejo salir un sonido


ahogado. Estoy siendo herida desde dentro hacia afuera.

Uno de los brazos de Montes se desliza detrás de mi espalda. El


otro toca mi mejilla y gira mi cabeza para enfrentarlo.

—¿Necesitas un doctor?

Sacudo mi cabeza, luego asiento. No lo sé. Aprieto la parte superior


del brazo de Montes en lo que las contracciones se intensifican.

Oh Dios, querido Dios, creo que sé qué está ocurriendo.

Aprieto su brazo.

—Montes —digo—. Nuestro hijo… —Esta es la primera vez que


reconozco abiertamente al bebé como nuestro.

Su expresión no cambia precisamente, pero lo veo, el miedo.

Ahogo un grito silencioso mientras de alguna forma el dolor se pone


peor. Un cálido y húmedo fluido se filtra entre mis muslos. No puedo
desviar la vista de él mientras ocurre.

Los ojos de Montes buscan los míos y hay tal desolación en ellos.

Comienza a alejarse.

Me aferro a su brazo.
—No me dejes.

—Serenity, necesito llamar un doctor —suplica.

Una lágrima se me escapa antes de poder evitarlo.

—Creo que ya es demasiado tarde —susurro.


Capítulo 27

Traducido por Candy27

SERENITY

ALGUNOS DÍAS QUIERO vivir, y otros días, como hoy, quiero


morir.

No debería sentir está tristeza, esta aplastante pena. Ni siquiera


pensé que quisiera un hijo. Especialmente no éste. Solo una vez que fue
demasiado tarde comprendí que lo hacía. Ahora puedo admitir que en
realidad estaba emocionada.

Pero justo como todo lo demás en mi vida, todos los caminos


terminan en muerte.

Me inclino contra las almohadas que están apoyadas detrás de mí


como si yo fuera algún tipo de inválida. Las sábanas ya han sido
cambiadas, las manchas de sangre ya se han quitado como si nunca
hubieran existido. Ya he perdido a dos miembros de mi familia entre estas
paredes.

Este lugar está maldito.

—…Estas cosas pasan a veces—le está diciendo el doctor a Montes.

El rey camina de un lado a otro, una de sus manos apretando la


parte baja de su mandíbula casi dolorosamente. A parte de esa solitaria
lágrima que solté, ninguno de nosotros ha llorado. Ocultamos nuestras
emociones porque nos obsesiona que estas puedan destruirnos, y el rey
y yo, no dejamos que nada consuma lo que queda de nosotros.
Miro fijamente la pared más alejada, estudio los bordes dorados de
las molduras. El arte impersonal de una mano experta que cuelga justo
por encima.

—Serenity… Serenity.

Parpadeo y enfoco mi atención en el rey.

Toma mi mano. No me doy cuenta de que estoy apretando lo puños


hasta que los abre. Cada uña ha dejado una herida sangrienta en forma
de media luna en las palmas de mis manos.

—Vas a necesitar meterte en el Durmiente para que todo sea


propiamente…

—No voy a meterme en esa jodida máquina de nuevo.

Esa es probablemente una mentira. Estoy hablando desde el


corazón ahora mismo. El peso de esta terrible existencia me está
aplastando, apenas puedo respirar a través de ello.

No quiero más de esto.

La mano de Montes aprieta la mía.

—No te estoy dando la opción. —Suena tan cerca de perderlo como


no lo había escuchado antes—. O entras al Durmiente por propia
voluntad, o sucede por la fuerza.

Entrecierro los ojos hacia él. No es el único que está al borde. Pero
el enfado levanta la niebla en la que he estado el último par de horas.

Lo que pasó hoy no puede pasar de nuevo. No lo dejaré.

Montes me forzará a entrar en el Durmiente, de eso no tengo duda.


Pero si voy voluntariamente…

Paso la lengua por los dientes.

—Lo haré, con una condición.

Montes y el doctor esperan a que termine.

—No quiero quedar embarazada de nuevo.

EL REY
LE DAN UNA inyecciónpara controlar la natalidad. No durará para
siempre como ella quería que fuese, pero la mantendrá estéril por un
tiempo. Suficiente pronto para que ambos lloremos la muerte y lo
superemos.

Me cubro la boca con las manos mientras la sedan y la colocan en


el Durmiente.

Ahora he perdido dos personas en meras horas. Serenity estará


bien en unos cuantos días, una vez que su cuerpo purgue los restos del
feto y el Durmiente haya expulsado el resto del cáncer.

Pero yo no lo estaré.

Dejo el ala médica porque no puedo soportar mirar su cara dormida


y envidiar su suerte.

Me dirijo a las instalaciones de entrenamiento del palacio, la cual


comparto aquí en Ginebra con mis soldados y guardias. Cuando entro en
la sala de pesas, varios de mis hombres ya están allí levantando. Se
ponen de pie y dan el saludo militar tan pronto como me reconocen.

—Fuera—digo. Es todo lo que puedo manejar.

Espero hasta que no puedo escuchar los ecos de sus botas.

No envuelvo mis manos o me cambio antes de empezar a aterrizar


golpes en el saco de boxeo. Se siente catártico, liberar emociones de esta
manera.

Golpeo el cuero con los puños hasta que mis nudillos se abren y
estoy cubierto de sudor. Incluso entonces, no paro. Mi dolor está
volviendo a mí. Nunca manejé bien sentirme impotente.

Acojo la rabia que está deseando tomar su lugar. Esta es una de


las maneras fundamentales en las que entiendo a Serenity. La muerte
nos vuelve a ambos agresivos. Arde dentro de nosotros como si fuera
gasolina y la consumimos antes de que pueda consumirnos a nosotros.

Otro golpe. Finjo que estoy golpeando piel y hueso y no cuero sin
sentimientos. Las cadenas suenan y el saco se balancea.

Una cosa tan pequeña, esta vida que perdimos. Solo una chispa de
una posibilidad, realmente. Y fue apagada antes de que pudiera crecer
en algo más. Fui advertido. No escuché. ¿Y por qué diablos debería?
Había jugado a ser Dios por los últimos treinta años. Es un duro
despertar darse cuenta de que realmente podría no tener poder.
Aterrizo el puño en el saco, izquierda, derecha, jab, gancho. La
cadena de metal que cuelga continúa temblando, el sonido hace eco en
el espacio vacío.

Finalmente paro y estabilizo el saco que se balancea. Soy un


desastre sangriento; gotea por mis manos, y mancha mi ropa y el saco.

Aspiro, mirando las gotas de sangre y sudor caer de mí hacia el


suelo. Y entonces empiezo a reír. Dos de las personas más terribles del
mundo acaban de perder un feto, ¿o es un embrión? Lo que sea, no pudo
sobrevivir por su cuenta. Ni siquiera tuvo género, puede que ni siquiera
tuviera latido. Vivía en cambio de la herida Serenity. Y ambos lamentamos
su muerte, nosotros, dos personas que tienen una cuenta abrumadora de
muertes con nuestros nombres. El dolor está loco.

Y aun así, no puedo quitármelo.

Mi risa se vuelve gemidos cansados. Ni una sola lágrima cae de mis


ojos, y aun así mi cuerpo entero llora. Intento tan duro y por tanto tiempo
no sentirme de esta manera. Puedes curar tu cuerpo, pero no tu mente o
tu corazón.

Y cómo sangran.

SERENITY

ALGO VA MAL. Sé que algo va mal antes de estar completamente


despierta. Mientras parpadeo, intento averiguar por qué me siento tan
enferma tras el descanso.

Lo primero que veo es a Montes. Agarra mi mano con la suya, y me


está besando mis nudillos uno a uno. Parece afligido.

Me siento y miro alrededor. Estoy de vuelta en nuestra habitación,


en nuestra cama, y…

Las últimas horas lúcidas de mi vida vuelven a mí. Ya tengo un


nombre para eso que va mal; se llama muerte.

Las náuseas vienen repentinamente, y corro al baño. A lo mejor es


el dolor o son los efectos físicos de un aborto, pero todo duele. Mi espalda
duele, mi estómago duele, pero más que nada, mi corazón duele. Tengo
arcada tras arcada pero no viene nada. Incluso después de que pasen las
náuseas, no me molesto en moverme de donde estoy arrodillada delante
del inodoro.

Escucho a Montes entrar. Pone una mano en mi espalda.

—Nirebihotza, necesito que te levantes.

Inclino mi cabeza. Tomo una respiración profunda.

Continúa moviéndote. Uno de los muchos credos de los soldados


que aprendí en el ejército. Tan pronto como te enfocas en colocar un pie
delante del otro, tus demonios no pueden alcanzarte.

A regañadientes me pongo en pie y me giro hacia Montes. Mi pelo


está en mi cara. Lo quita y ahueca mis mejillas. Nuestros ojos se
encuentran, y me empuja a un apretado abrazo.

El rey me abraza como si fuera a deslizarme lejos si no me aprieta


lo suficiente. No dice nada, y lo aprecio. Cuando se refiere al dolor, las
palabras no tienen bálsamo suficiente para calmar el alma.

Sus dedos acarician mi pelo, y entierra su cara en mi cuello. Aspiro


su olor. ¿Cómo pude pensar que este hombre era inhumano? Huele
suficientemente real, se siente suficientemente real, sangra, sufre.

Vuelvo mi cabeza hacia la suya, mis labios sobrevuelan la línea de


su mandíbula. Me echa hacia atrás y nuestros ojos se encuentran. Puedo
sentir su mortalidad bajo mis dedos, su angustia golpea contra la mí. Por
quizás primera vez, quiero consumirlo de la manera en la que él me
consume a mí.

Sus cejas se juntan cuando me inclino hacia él. Y entonces lo estoy


besando, marcándolo, haciéndolo mío. Agarro el cuello abotonado de su
camisa y… desgarro. Las costuras se rompen y los botones vuelan. La
dura piel de su estómago está desnuda para mí. La toco, disfruto de ella.

Mi monstruo.

Había estado cerca de morir. Todos estuvimos cerca de morir.


Sufriré por lo que perdimos, pero pudo ser peor.

Mucho peor.

Y ahora quiero saborear lo que no me he perdido.

Me agarra de los antebrazos. Me está mirando como si no me


conociera… pero como si desesperadamente quisiera hacerlo. Me gusta
la mirada. Un montón.
Montes nos echa hacia atrás, ayudándome a deshacerme de mi
ropa y de la suya. No se molesta en hablar. Este lado de mí, el que le
persigue, debe pensar que es algún tipo de parición. Hombre inteligente,
no va a arruinar el momento si puede evitarlo.

Caemos juntos sobre la cama. Ninguno se molesta en quitar la


sábana superior antes de que me deslice sobre él.

Cierro los ojos y exhalo mientras disfruto de la sensación de él


dentro de mí. Una de mis manos encuentra su hombro musculado. Paso
la palma por el músculo. Real. Vivo. Mío.

Aguanta mis caderas apretadas contra las suyas. Ambos


necesitamos movernos, pero ninguno quiere que la sensación de estar
conectados de deslice lejos.

—Abre los ojos, mi reina.

Lo hago.

Sus ojos oscuros y fascinantes me devuelven la mirada.

Nadie nunca me advirtió acerca de sentimientos como este. Que


pudiera ver algo digno de redención en el hombre más malvado del
mundo, o que él pudiera ver algo digno de salvar en la chica con cicatrices
y moribunda que tenía entre sus brazos.

Toco su mejilla. Mi mano parece pálida y delicada contra su piel


oliva.

¿Había una vez despreciado la manera en la que su presencia


podría abrumarme? Ahora la manera en la que me envuelve, me llena,
me devora, es lo que más amo acerca de esta vida que dirijo. Él es lo que
es real.

—Hazme olvidar —digo.

Y lo hace.
Capítulo 28

Traducido por Wan_TT18

SERENITY

MUCHO TIEMPO DESPUÉS de que Montes y yo terminamos, me


quedo en la cama despierta.

Fuera de nuestras ventanas, la noche es oscura. La ciudad no


emite ninguna luz, y por una vez se siente como si la oscuridad me
estuviera presionando, en lugar de llamarme.

A mi lado las respiraciones del rey son profundas y uniformes.

Mi garganta se aprieta mientras miro al techo.

Evento uno: el palacio del rey está bajo asedio. Pierdo mi memoria
en el proceso. Evento dos: Atrapo una variedad de plagas preparadas en
uno de los laboratorios del rey, un laboratorio que se encuentra lejos.
Una cepa de plaga que nadie más atrapa. Evento tres: el apuñalamiento.
Una vez más, destinado exclusivamente para mí. Evento cuatro: una
emboscada destinada a acabar con mi vida y la del rey.

Cuatro eventos repartidos en un par de meses. Todos ellos tuvieron


lugar en áreas que el rey consideró seguras. Alrededor de personas en las
que el rey confiaba.

Hay un traidor entre nosotros.

Mi corazón late más rápido. Cuanto más reflexiono sobre ello, más
segura estoy. Ningún miembro promedio de la Resistencia pudo saber
dónde estaba la puerta blindada del rey, a la puerta que Marco y yo nunca
logramos entrar. Tampoco un miembro promedio de la Resistencia puede
conocer nuestros movimientos lo suficiente como para intentar
apuñalarme o emboscarme a mí y al rey. Y para adquirir y transferir un
súper virus como la plaga, para eso se necesitaría un científico o, quizás,
un médico…

Me incorporo de golpe en la cama.

¿Dr. Goldstein? ¿Es posible?

Un terrible, terrible pensamiento me agarra. En la tarde de mi


coronación, tuve un aborto involuntario.

El pánico se apodera de mis pulmones.

¿Y si...?

El rey me alcanza en su sueño, murmurando algo. Salgo de debajo


de su mano.

Necesito saber.

Me deslizo fuera de la cama, me visto, y salgo de nuestra


habitación.

Mis botas chocan contra los pisos de mármol mientras camino por
el pasillo.

Toco la pistola que enfundé a mi lado. Si lo que temo es cierto, no


hay lugar donde mis enemigos puedan esconderse donde no los
encuentre.

Me toma casi diez minutos llegar a las instalaciones médicas reales,


que se encuentran bajo tierra. Incluso aquí los guardias están
estacionados a lo largo de los pasillos. Miran, impasibles, a medida que
los paso.

Delante de mí hay dos puertas dobles. Cuando las alcanzo, están


bloqueadas; pero, al lado de la puerta hay un escáner de huellas
dactilares. Pongo mi pulgar contra la superficie. En teoría, ser reina
esencialmente me otorga acceso a cualquier lugar al que quiera ir, pero
esta es la primera vez que estoy probando ese poder.

Una luz al lado del escáner parpadea en verde y la puerta se


desbloquea.

No cuestiono mi suerte.
Enciendo las luces, y un momento después, las bombillas
fluorescentes cobran vida.

Las instalaciones médicas reales son algún extraño híbrido de


hospital y palacio. Las paredes tienen molduras doradas y los pisos son
de mármol, pero el olor del lugar es exactamente lo que encontrarías en
cualquier hospital.

Las suelas de mis botas suenan ensordecedoras contra el piso, pero


no hay nadie aquí para sobresaltar.

Estoy buscando la aguja proverbial en un pajar. Las posibilidades


de encontrar algo son escasas; pero, no volveré a dormirme hasta que
sepa a ciencia cierta si el médico ha sido comprometido.

Me muevo a través de la primera serie de habitaciones estériles


hacia los laboratorios, usando otro escáner de huellas dactilares para
abrirme paso a otra habitación.

Escucho el zumbido antes de ver al Durmiente. Esta máquina no


tiene ninguna de las respuestas que busco. Aun así, me siento obligada
a acercarme al odiado dispositivo.

Durante los últimos meses, había estado en una de estas cosas


más tiempo de lo que había estado fuera. Al final de este Durmiente en
particular hay una ventana, similar a una portilla en un barco.

Vacilo. La máquina está encendida; no tengo idea de lo que veré si


miro a través del cristal, y no estoy aquí para mirar. Pero la curiosidad
me supera. ¿Quién más es lo suficientemente importante como para
incubar en uno de estos ataúdes?

Mis zapatos hacen clic cuando me acerco, inclino la cabeza y bajo


la mirada.

Inhalo bruscamente.

Querido Dios.

Reconozco el cabello oscuro y corto y esa cara odiosa que es tan


serena en este momento. Vi esa misma cara matar a mi padre, y luego,
más tarde, a sí mismo.

Marco, la mano derecha anterior del rey.

Se supone que está muerto.

Pero al parecer no lo está.


MIS MANOS EMPIEZAN a temblar. Primero, la inmortalidad del
rey, ahora esto: resucitar a un hombre muerto de su tumba. De donde
vengo, las cosas son simples: vives, envejeces y luego mueres, en ese
orden.

Retrocedo.

Esto es antinatural. Más que eso, está mal.

—Veo que encontraste a Marco.

Estoy alcanzando mi arma antes de reconocer completamente la


voz del rey.

Cuando me doy vuelta, él me está mirando cuidadosamente. Su


cabello está echado hacia atrás; usa pantalones y otro botón abotonado,
las mangas enrolladas hasta los codos como si estuviera listo para
ensuciarse las manos.

¿Me había mirado mientras me vestía? ¿Esperó que me fuera antes


de que se atreviera a seguirme? Sigo olvidando que nadie puede siquiera
estornudar en este lugar sin que el rey se entere. Y cuando se trata de
mí, él siempre quiere aprender.

—Tú, bastardo enfermo —le susurro—. ¿Qué has hecho?

El rey se acerca a mi lado, pero sus ojos están enfocados en el


Durmiente.

—Era mi amigo más viejo y leal.—Toca el vaso con cariño, sus ojos
tristes—. Cuando tú y Marco fueron sellados, y luego descubrí que al
menos uno de ustedes estaba muerto... —Sacude la cabeza—, no estaba
dispuesto a perder a ninguno.

—No puedes cambiar estas cosas —le digo.

Montes está sacudiendo la cabeza.

—¿Recuerdas lo que te dije?

Frunzo el ceño.

—Mientras el cerebro sobreviva, el Durmiente puede salvarlo.


—Marco se puso una bala en el cerebro. Yo lo vi hacerlo. Según tu
propia lógica, Montes, el Durmiente no puede revivirlo.

—Tienes razón —dice el rey, apoyándose en la máquina—. El


hombre al que estás mirando es un vegetal. Mi amigo se ha ido.

No debería afectarme por lo desolada que es su voz. No después de


presenciar esto.

No me molesto en preguntar cómo Montes aseguró el cuerpo de


Marco. El rey tiene sus formas; si quiere algo lo suficientemente mal, lo
conseguirá. Soy una prueba de primera mano de eso.

—¿Me harías esto? —asiento a la Durmiente—. Dejarme en una de


estas cosas en lugar de dejarme morir?

Esta es una pregunta importante porque estoy muriendo.

El rey no dice nada, solo sigue mirando a su amigo caído.

—Montes, ¿me harías esto? —repito.

Sus ojos se mueven hacia los míos. Y luego, muy deliberadamente,


gira sobre sus talones y se aleja.

ME QUEDO ALLÍ por varios segundos, procesando eso. Oigo las


puertas que se abren y cierran. Mi marido me dejó con su silencio. Y en
ese silencio, tengo mi respuesta.

Que el cielo me ayude, eso fue un sí.

Me meterá en uno de estos ataúdes y evitará que mi cuerpo muera.

Ahora me enfrento a la perspectiva muy real de que en algún


momento en el futuro cercano, tendré que tomar el asunto en mis propias
manos. Me froto los ojos. Mi corazón se siente pesado.

Después de cada sacrificio que he hecho, ¿debo hacer éste


también? ¿Está mal no querer la inmortalidad? ¿Que el precio que
tendría que pagar sería demasiado alto?

Mi mano cae. Miro fijamente a Marco mientras la inquietud se


asienta en mi vientre. ¿Sabía que el rey haría esto? ¿También había
rechazado la idea? ¿Fue por eso que tomó la bala en lugar del suero?
Me obligo a alejarme del dispositivo. No vine aquí para reflexionar
sobre los planes de Montes. Quería respuestas.

Empiezo a revolver todo. Nadie regresa por mí, ni Montes, ni los


guardias. Estoy segura de que alguien tiene ojos en mí, pero no me
importa mucho.

Me muevo fuera del laboratorio y me adentro más en las


instalaciones. Atrás, las puertas tienen placas de bronce que llevan
pegadas. Me detengo cuando llego a Goldstein.

Utilizando el escáner de pulgar, entro en su oficina.

Montones de historiales médicos se encuentran en pilas alrededor


del escritorio del médico. Pero es el que está situado frente a su
computadora lo que capta mi atención.

Es mío. Leí mi nombre claramente a lo largo de la pestaña.

Serenity F. Lazuli.

En el frente, una nota ha sido recortada en papel. Recojo la carpeta


y comienzo a hojearla. La primera página parece ser un formulario para
una receta. Lo único que está escrito en la parte inferior son dos drogas
que apenas puedo pronunciar.

Detrás de esta página están las últimas lecturas del Durmiente, en


su mayoría radiografías de mi cerebro y cuerpo. El médico ha repasado y
señalado en círculos ciertas secciones. Tumores malignos, por el aspecto
de ellos. No es que sepa nada de esto. Fui entrenada para matar, no para
sanar.

A medida que paso las radiografías, aparece el tiempo transcurrido.


Cada uno se vuelve más pequeño, pero luego, las fechas envejecen. Mis
cejas se juntan.

Eso no puede ser correcto. Pasé semanas y luego semanas en el


Durmiente en un intento por reducirlas. Es posible que la máquina no
pueda curar el cáncer, pero puede extirpar un tumor.

Vuelvo a comprobar las fechas. Mis ojos no me están engañando;


mi cáncer no ha sido tratado.

En todo caso, se ha acelerado.


Capítulo 29

Traducido por Mary Rhysand

SERENITY

UNA MANO TEMBLOROSA va a mi boca. El cálido aliento de la


rabia está empujando contra mi conmoción, y le doy la bienvenida. Dr.
Goldstein me engañó a mí y a Montes.

Un infiltrado.

Necesito encontrar al buen doctor, pero primero tengo que


averiguar la profundidad del engaño.

Doblo las radiografías y los escáneres por la mitad y las empujo en


la parte posterior de mi cintura. Cuidadosamente coloco mi archivo en el
escritorio donde lo encontré.

Mis ojos se mueven a las notas apuntadas al frente del expediente.

Agarro un lapicero y un bloc de notas del escritorio del doctor y


escribo la serie de números escritos en la nota, seguido por la medicación
que leí en la primera página de mi expediente. Una vez que termino,
arranco la hoja de papel del block de notas y, apretándola en mi mano,
dejo el área médica.

Pero no regreso a mi cuarto. En vez de eso me dirijo a la oficina que


he estado usando aquí en Ginebra.

Me siento en mi escritorio y arranco mi computadora. Es hora de


averiguar qué más ha estado haciendo el buen doctor.
EL REY

SERENITY NUNCA REGRESÓ a buscarme. Estoy cabreado, tanto


por su rechazo a simplemente aceptar su situación y a mi propia
dependencia creciente en ella.

Dos horas después que la dejé, dejo mi oficina. Pensé que el


trabajo,—n lugar de quedarme recostado en la cama despierto—sería
mejor para alejar mi mente de ella; Estaba equivocado.

Voy a encontrar a mi esposa, y luego la voy a hacer entender que


no soy un monstro por querer hacer que viva.

Me dirijo al área médica, casi temiendo la posibilidad de que


todavía esté ahí.

Ella tiene que saber que no la dejaré morir. Por el amor de Cristo,
debería estar más desesperada por vivir que yo. ¿Por qué querría un fin
cuando sabe que tengo el poder para mantenerla viva, y que, un día muy
cercano, tendré el poder para curarle el cáncer?

Otro pensamiento me hiela la sangre: ¿qué si ya ha tratado de


matarse?

Ella es la cosa más alejada de la depresión, pero si entendiera que


tenía que quitarse la vida, lo haría. Sin dudarlo. No sería un suicidio para
ella; sería un asesinato por piedad.

Ahora estoy corriendo, mis pisadas haciendo eco contra el mármol.


Puedo oír el pulso en mis oídos.

Cuando entro al área médica, las luces aún están encendidas.

—¿Serenity? —llamo.

Silencio.

Mi ritmo cardíaco sigue aumentando, y la sensación pavorosa


inunda mis venas. Me encuentro conteniendo la respiración brevemente
cada vez que entro en una nueva habitación, temiendo que esta sea la
que contiene su cuerpo sin vida.
Debería haber escondido a Marco mejor. Debería haber sabido
simplemente que ella reaccionaría como lo hizo. Busco en las
instalaciones por ella, pero no está aquí.

El alivio no viene.

¿A dónde iría una vez que dejó este lugar?

Cerca de la muerte, puede que tratara de escapar.

Ese pensamiento me lleva corriendo hacia los jardines del palacio.


Considero preguntarles a los guardias si ha pasado por aquí, pero no
quiero alertar el hecho de que no puedo controlar a mi reina. No estoy
tan desesperado. Todavía.

No está afuera. No está en los jardines. Ni cerca de la cerca.

Me dirijo de nuevo adentro, frotándome la cara. ¿Dónde podría


estar?

Su oficina.

Voy directo allí. Las luces están encendidas, la computadora


también, pero Serenity no está aquí. Me está guiando en una caza de
ganso.

Me dirijo hacia su escritorio y cojo la pila de papeles colocados en


su teclado.

Al principio no le encuentro sentido. Estoy mirando una caja


torácica, una pelvis. Otra caja torácica, otra pelvis. Alguien marcó
círculos en ellas, tumores. Mientras paso a través de los escáneres, un
horrible patrón se muestra. Los tumores volviéndose más grandes, y más
numerosos. Algunos desaparecieron, pero es una minoría.

La última imagen que veo no es una radiografía; es una imagen del


cerebro codificada por colores. Un pequeño grupo de colores está rodeado
por un círculo.

Casi dejo caer los papeles. Y de repente, dejo de respirar.

Estoy casi seguro que estoy mirando al cáncer de Serenity. El


Durmiente debió haber minimizado o en su lugar eliminado las crecientes
células malignas. Pero estas imágenes sugieren una historia diferente.

Arrugo los papeles en mi mano y luego me llevo un puño a la boca.


Si bien el Durmiente no puede curar el cáncer de alguien—aun—
es perfectamente capaz de controlarlo. Sin embargo tengo la prueba de lo
contrario en mi mano.

Este fue acto deliberado de sedición. Y le costará la vida a Serenity.

Usualmente soy un frio, bastardo calculador. No esta vez. Mi ira es


una cosa viva que respira. Cada gramo de miedo que siento—y siento
mucho—lo alimenta.

Goldstein es un traidor.

—¡Guardias!—bramo.

Entran corriendo a la habitación.

—Busquen al Dr. Goldstein y llévenlo a interrogación —ordeno.

Se van tan rápido como vinieron.

Le prometí al hombre que su vida estaba atada a la de mi hijo. No


solo ignoró esa advertencia, trató de quitarme a Serenity. Y puede que
haya tenido éxito.

Es hora de dejarle saber por qué nadie se mete conmigo.

AHORA DEBO DESCUBRIR a dónde se fue Serenity. Es una mujer


inteligente, sabe que no la dejaré morir, y parece que ha descubierto
antes que yo que Goldstein nos mintió a ambos.

Todo este tiempo pensé que los síntomas de Serenity habían sido
producto de su embarazo.

Tonto.

Que tonto fui.

El pensamiento trae una onda de rabia tan fuerte que un grito


animal sale de mi boca. Sin pensarlo, agarro la parte de atrás de la
estantería junto al escritorio de Serenity y la vuelco.

Hago lo mismo con el archivador. Arrojo un pisapapeles a través de


la habitación y hace un agujero en el panel de yeso. Puedo escuchar a
mis guardias corriendo hacia esta habitación.

—¡Quédense afuera! —grito.


Que Dios me ayude, mataré al primer hombre que cruce esa puerta,
y lo disfrutaré. Por suerte para ello, escuchan mi orden.

El quedo sonar de la computadora capta mi atención. La pantalla


está oscura pero toma un girar del ratón para que vuelva a la vida.

Hay dos ventanas abiertas en la pantalla. La primera es una página


de información sobre dos drogas. Una sola palabra escalofriante aparece
repetidamente a lo largo del artículo.

Aborto.

Siento la bilis al fondo de mi garganta. Por un mero instante creo


que mi esposa abortó nuestro hijo.

Rabia, traición, y el miedo abrasador del alma se mueve a través


de mí, y por un segundo siento la devastación a la que Serenity siempre
alude. Siento que estoy perdiendo todo a la vez.

Y luego recuerdo. Las radiografías, los escáneres. Ella encontró su


archivo médico. El sitio que dejó le dio solo una definición.

Ella no buscó la droga; debe haber encontrado evidencia de ello en


sus registros médicos.

La segunda ola de mi rabia se precipita a través de mí. Su aborto


involuntario no fue un accidente.

Goldstein mató a mi hijo.

Casi me voy entonces. Ya sé que Goldstein no morirá rápidamente,


y estoy ansioso por ver que el hombre sufra como nadie lo ha hecho antes.

Como sea, la segunda ventana llama mi atención. En ella está el


directorio del palacio. Está listado en orden alfabético, y cerca de cinco
personas y su correspondiente información personal llena el espacio en
la pantalla. Cuatro de los nombres y caras significan nada para mí. Pero
el quinto sí, el quinto es uno que casi veo a diario.

Es mi nuevo recluta. La Bestia del Este. Alexander Gorev.

SERENITY

EL DR. GOLDSTEIN y la Bestia del Este. Dos traidores que están


en comunicación. Dos traidores que están compartiendo mi información
personal. Dos traidores que han intentado matarme—si mis sospechas
son correctas—y tuvieron éxito al matar a mi hijo.

Sonrío viciosamente mientras me dirijo a la oficina que Gorev usa


en Ginebra. Esta es una de las pocas veces que, de hecho, estoy
complacida con mi conciencia fracturada. Quería una excusa para matar
este triste saco de carne humana. Ahora la tengo.

El surtido aleatorio de números garabateados en la nota de


Goldstein se refería a la máquina de fax de Gorev, un número registrado
en el directorio real.

No me molesté en ir detrás de Goldstein. No aún. El doctor


enfrentará mi ira después, una vez que la Bestia no sea nada más que
cenizas.

¿No se da cuenta este hombre lo que hice cuando mi padre murió?


¿Pensó que sería diferente con mi hijo? Qué arrogante deben ser los dos
para pensar que no lo averiguaría.

Llego a la oficina de Gorev. Otro escanear de dedo y estoy dentro.


Me pongo como en casa. De inmediato comienzo a buscar en sus gavetas.
En la primera encuentro cigarrillos, un encendedor barato, y una botella
de 186 whisky de prueba.

Los artículos profesionales más importantes de un hombre son los


que están más cerca. Los de Alexei son sus vicios. Él no es un hombre
plagado de sus demonios; está gobernado por ellos. En realidad me hace
sentir más curiosidad por la Bestia. ¿Cuáles son sus motivos para
involucrarse en la traición cuando está tan alto como uno puede estarlo?

Pero de nuevo, en el mundo del rey, todos los caminos conducen


de vuelta a la codicia.

Guardo el encendedor y destapo el whisky, tomando un trago


mientras sigo examinando la oficina del traidor. Casi me ahogo con las
cosas. Mis ojos se rasgan cuando el líquido quema su camino hacia abajo.

Miro a la etiqueta de nuevo. Esta cosa no es alcohol; esto es


combustible.

No encuentro más nada de interés en su oficina. Gorev es menos


cuidadoso que Goldstein cuando se trata de dejar pruebas.

Coloco mis piernas en el escritorio y espero.

Cuando la Bestia entra, estoy jugando con fuego.


Enciendo y apago el encendedor. Enciendo. Apago. Enciendo.
Apago.

Se detiene.

Mi mirada está fijada en el fuego.

—¿Sabes por qué estoy aquí? —pregunto.

Alexei entra en la habitación y cierra la puerta detrás de él. Se


recuesta de ella. Nadie en la NOU sería tan estúpido como para
encerrarse en una habitación con la persona que estaban traicionando.
Cuando vives entre la violencia casual, nunca subestimas a las personas.
Ni siquiera una reina joven y moribunda.

Especialmente no a una moribunda reina joven.

Pero tal vez esa infame Bestia del Este me ve solo como a otra mujer
débil.

—¿Querías hablar conmigo? —dice, un lado de su boca


curvándose. Sus ojos caen en la botella de whiskey.

Mi boca se curva también.

—Eres bueno, te daré eso. Incluso cuando sabes que lo sé.

Se tensa, y esa es la señal que necesito. Agarrando la botella de


alcohol, camino alrededor del escritorio. Me detengo frente a él.

No tiene idea de lo que voy a hacer a continuación.

Alzo la botella para leer mejor la etiqueta.

—Sabes, lo que llevo a esto es: que mataste a mi hijo.

Mis ojos se mueven hacia él, y antes de que tenga la oportunidad


de reaccionar, lo golpeo con la botella. El cristal se rompe contra su
pómulo, y la fuerza del impacto lo arroja al suelo. El alcohol empapa su
cara y su cabello, y gotea por su cuello y se filtra sobre su pecho.

La Bestia agarra su mejilla herida mientras la sangre gotea a través


de sus dedos. Debo haberlo cortado con el borde de la botella que aun
sostengo. La tiro al suelo y la pateo con mi bota.

Luego, lentamente, camino hacia él.

Está empapado en whisky y fragmentos de vidrio, y está perdiendo


su fachada tranquila mientras se aleja de mí.
—El ataque a mi vida, ese pude haberlo olvidado. El ataque a la de
Montes, bueno, conoces mi historia. ¿Pero involucras a un inocente? —
Lo pateo en la espalda y abro el encendedor—. Eso trae la parte más
sádica de mí.

Ahora estoy viendo el miedo de este hombre odioso. Envuelto en


ello es la ira y la incredulidad. Me gustaría pensar que lo último tiene que
ver con mi género.

Sostengo el encendedor sobre él.

—¿Cuán rápido crees que te envolverás en llamas?

El hombre engreído que entró a su oficina se ha ido. Alexei sigue


tragando, y creo que está desesperado tratando de aguantar el vómito.

—Hay alcohol en ti —dice—. Si lo dejas caer sobre mí, me aseguraré


de atraparte también.

Le destello una indulgente sonrisa.

—¿Piensas que me da miedo la muerte? Goldstein te ha estado


informando de mi salud. Sabes cuan avanzado está mi cáncer —digo—.
El rey no puede detenerlo. Podría estar desperdiciando... oh, unos meses
si logras matarme. Pero sabes tan bien como yo con el cáncer, los últimos
meses son los peores. Tú por otra parte —continuo—, probablemente
tengas décadas de vida restantes. —Mi mirada se mueve de nuevo a la
llama—. He escuchado que la muerte por fuego es la peor manera de irse.

Lo dejo ver mis ojos. Mis ojos vacíos. Soy el resultado de una vida
de pérdidas. Esto es lo que pasa cuando vives a través de cada miedo que
has tenido.

—Por favor —dice.

—¿Por favor qué?

—No quiero morir.

Lo miro. Mi mano prácticamente está temblando por la necesidad


de dejar caer el encendedor sobre su cuerpo y verlo arder en llamas. La
venganza está susurrando en mi oído, y es tan seductora.

—¿Quién más? —pregunto.

Me mira con confusión.


—¿Quién más está en ello? —Dudo que su palabra sea verdadera,
pero de vez en cuando alguien al borde de la muerte dice la verdad la
primera vez.

Abre su boca, pero antes que tenga oportunidad de hablar, ambos


escuchamos pisadas acercándose.

—Esto podría terminar muy mal para ti dependiendo de quién entre


—digo.

Varios segundos después las puertas se abren. No debería estar


sorprendida cuando veo a Montes, pero lo estoy. Algunas veces me olvido
de lo ingenioso que es mi marido. Y esta vez, ha venido solo.

Sus ojos observan la escena. Me ha visto matar, pero esta es la


primera vez que me ha visto verdaderamente cruel.

—Hazlo —dice.

Mis ojos se mueven de vuelta a Alexei. Sabes que es un hombre


muerto.

—Te diré todo, solo por favor no me mates.

Y luego comienza a dar una lista de nombres.


Capítulo 30

Traducido por Candy27

SERENITY

ES PEOR DE lo que habíamos imaginado.

La Bestia y el médico real no son los únicos traidores entre


nosotros. Hay un círculo entero de ellos, y Montes se reúne a diario con
la mayoría.

Sus asesores le han traicionado.

Había estado en lo cierto en empezar una caza de brujas contra sus


asesores. En ese momento estuve horrorizada ante el pensamiento de que
matara a alguno de ellos. Incluso había salvado a uno de la muerte, un
asesor cuya culpabilidad había admitido la Bestia varias horas antes.

Salvé al hombre que ayudó a planear mi asesinato. Quien facilitó


la muerte de mi hijo.

Tengo que trabajar para mantener mi cara sin expresión.

Los asesores entraron a cuentagotas, todos excepto Alexei. El


asesor más reciente del rey nunca más tomará asiento, o caminará, o
comerá, o conspirará.

Ahora no es más que una masa de carne enfriándose, y mi único


arrepentimiento es que no ha muerto suficientemente lento. Esas
mujeres que fueron violadas y torturadas, merecían mejor justicia que la
que pude darles.
Saco un trozo de cristal bajo mi uña. Mis ojos hojean a los asesores
restantes del rey. Estos hijos de puta, sin embargo, no habíamos tratado
con ellos. Se sentaron en sus trajes caros y conversaron perezosamente
mientras esperaban al rey.

A mi lado, Montes se recuesta contra su silla, mirándolos a todos,


con una pequeña sonrisa en su cara. Está totalmente quieto, no
balanceando las piernas, no golpeando con los dedos. Lo que fuera que
alimenta a mi marido, no lo gasta revelándolo. Ni siquiera esa vena en su
frente está temblando en este momento.

De repente, la silla de Montes cruje cuando se desliza hacia atrás.


Se pone en pie, apoyando las manos contra la mesa.

La habitación se queda en silencio.

—Por mucho tiempo he creído que la Resistencia está detrás de los


ataques contra la vida de Serenity—empieza—. Pero un rey tiene muchos
enemigos. —Su mirada se mueve entre sus asesores, y los hombres se
miran los unos a los otros inquietos.

La puerta de la sala de conferencias se abre, y los soldados del rey


entran de golpe. Están en frente de cada uno de los lados de la mesa de
conferencias, enjaulando a los asesores contra ella.

Era una buena muestra de fuerza; los soldados llevan incluso sus
armas desenfundadas.

—La mitad de ustedes ha cometido alta traición. Los traidores no


tienen el beneficio de un juicio justo. Yo soy su juez, jurado y verdugo.

Miro a Montes.

¿Verdugo?

Estoy a punto de levantarme cuando los oficiales apuntan con sus


armas. Todo pasa demasiado rápido. Solo tengo un segundo de notar la
sorpresa de todo el mundo antes de que media docena de armas disparen
al mismo tiempo.

Salto hacia atrás ante el sonido ensordecedor. La sangre salpica a


través del cuarto y rocían el aire.

Las cabezas y los ojos de un puñado de los hombres más malvados


del mundo han desaparecido. El olor a carne y a humo de arma llena la
habitación mientras sus cuerpos se desploman. El resto de los asesores
miran a sus camaradas muertos con horror.
Inhalo superficialmente, después, otra vez.

Lentamente giro mi cabeza hacia Montes. Encuentra mi mirada, y


le veo, más que le oigo decir.

—Hice lo que tuve que hacer para mantenerte a salvo. —Y


entonces, me dirige fuera de la habitación.

Me agarra del antebrazo, y me doy cuenta de que es porque me


estoy tambaleando. Estay tan malditamente cansada.

Me sacudo su mano y camino delante de él.

Me agarra del brazo de nuevo.

—Lo hice por ti; y por nuestro… hijo. —Apenas puede decirlo, ahora
que se ha ido. Una vez habíamos creado a alguien en vez de destruirlo.
En ese mar de viejas experiencias, esta es nueva, una íntima, y nos
vincula de una manera que nada más podría.

—No estoy enojada—digo, cansada—. Quiero que mueran.


Horriblemente. —Ese es el problema—. No quiero ser ese gobernante,
Montes. No quiero ser en lo que te has convertido.

NI VEINTICUATRO HORAS después oímos que el resto de los


asesores de Montes—igual que bastantes personas de su equipo, incluido
el Dr. Goldstein—han volado del palacio del rey.Al siguiente día, el
informador del rey nos alertó de su localización.

Sudamérica.

La tierra de Luca Estes y ahora de una docena más de traidores.

El consejo del rey se ha disuelto. Nunca tendría que atender a otra


ridícula fiesta con sus hombres porque o están muertos, o han huido a
las tierras salvajes del Oeste.

Montes y yo somos los que quedamos de su círculo interno: dos


enemigos juntados por la guerra y vinculados por la paz. Estaba
equivocada cuando que creí que el rey y la Resistencia eran dos caras de
la misma moneda; en realidad, éramos el rey yo. El Este y el Oeste, el
conquistador y el conquistado. Nos complementábamos bien el uno al
otro en todas las cosas, incluso en gobernar.
Montes y yo estamos sentados al lado en su cavernosa habitación
del mapa. No ha quitado a los hombres asesinados o sus intrincadas
estrategias de guerra marcadas por el mapa. Miro la red de hilos y las
caras tachadas sin disimular mi disgusto.

—¿Sigue molestándote? —pregunta Montes, sin quitar la vista del


papel que está leyendo.

—Siempre me molestará. —Pero arrancar el desagradable papel de


pared es una batalla para otro día.

Nuestros muslos se tocan cuando regreso mi atención a los últimos


informes, y concentrarse en el trabajo es una tarea en sí misma.

—Los siete asesores se han localizado en Sudamérica—digo, una


vez que hemos ido por todos los documentos.

No solo se han localizado en Sudamérica, han sido localizados


cerca de la antigua ciudad del Salvador. Está terriblemente cerca de uno
de los bastiones de la Resistencia y la ciudad de Morro de Sao Paulo,
donde el rey yo casi perdimos nuestras vidas.

Demasiado cerca.

La vena en la frente de Montes está temblando, y una de sus manos


se aprieta en un puño tan fuerte que sus nudillos están blancos.

—Alexei nos dio los nombres incorrectos. —El último acto de


traición de la Bestia.

La última burla a Montes, o a nosotros, más bien, desde que estoy


involucrada también en su feudo. Alexei engañó al rey para que matara
a sus asesores honestos.

—¿Crees que estaban aliados con Estes? ¿Con la Resistencia? —


pregunto.

—No importa. —La voz tranquila del rey eleva los vellos de mi
antebrazo.

—Todos morirán, junto con cada persona a la que alguna vez hayan
amado.

EL REY ESTÁ deslizándose hacia la violencia.


Ya sea el coste personal de esta guerra lo que finalmente le está
pasando factura o que simplemente no pueda soportar perder por lo que
ha trabajado tan despiadadamente por conseguir, está cayendo más
profundamente en ese abismo.

—Deja a los inocentes fuera de esto, Montes.

Vuelve la cabeza hacia mí lentamente.

—Eres mi igual en muchas cosas—dice tranquilamente—, pero yo


soy el hombre que conquistará el mundo, y tú no me dirás cómo llevar a
cabo mi voluntad.

Los que está proponiendo es abominable. Sé que ha hecho esto


antes, hacer uso de los seres queridos para forzar la cooperación de una
persona—infiernos, me lo ha hecho a mí—pero incluso un hombre malo
tiene un código, y poner en el blanco a inocentes va en contra de ese
código.

Me levanto de mi silla.

—¿Sí? Bueno pues mejor asegúrate jodidamente que mates a esos


inocentes. Porque los supervivientes, se volverán justo como yo.

Me alejo de él, mis botas repiquetean sobre el suelo. En lo que a mí


me concierne, esta reunión ha acabado.

—En ese caso—dice hacia mi espalda—. No tengo nada de lo que


preocuparme.

Su significado es claro: yo, y cualquier persona como yo, somos


volubles en nuestras vendettas.

Está tan equivocado.

Girando de nuevo hacia él, saco mi arma, recargo y disparo. La bala


se hunde en su hombro derecho. Todo pasa tan rápido que no tiene
tiempo a reaccionar hasta que la sangre está chorreando por su carísimo
traje.

Sorpresa y dolor se mezclan en sus ojos mientras aprieta la herida.


La sangre gotea por encima y entre sus dedos.

—Me disparaste—dice con la voz entrecortada.

Normalmente no soy tan estúpida. Sacar sangre al rey pero negarse


a matarle, esas cosas no salen sin castigo. Con todo lo que he pasado,
solo me garantizo más dolor. Pero estos días, el dolor es lo único que
realmente siento. Sin ello, puedo muy bien no existir.

Enfundo mi arma.

—Mírame a los ojos, Montes.

Aprieta los dientes, su respiración sale en rápidos jadeos, pero hace


contacto visual.

—Este monstruo, el que creaste, el que amas tanto, es lo que puedo


hacer.

Puedo herir a aquellos que amo.

Montes no necesita saber que mi tráquea está tensa ante la vista


de su agonía. Que incluso ahora tengo que armarme de valor para no
correr a su lado y calmar cualquier dolor que causé.

Pero no lo hago. Necesito que sepa exactamente mi depravación.

Los soldados entran en la habitación justo antes de que diga mi


parte final.

—No quieres más de mí alrededor —digo—, y nunca, nunca, olvides


exactamente lo que soy.
Capítulo 31

Traducido por Mais

SERENITY

ESTOY EN ARRESTO domiciliario hasta que el rey es liberado del


Durmiente. Eso básicamente significa que tengo un montón de mierda
de soldados protegiéndome a todas horas. Y mi arma ha sido confiscada.
De nuevo.

Porque no hay más asesores para ayudarme a gobernar el mundo,


me encuentro dirigiendo el mundo por mí misma.

Quiero reír por haber hecho lo que pocos podrían: disparé al rey y
recibí un ascenso por ello.

Todo eso termina el día en que Montes es removido del Durmiente.


Es mi turno de sentarme a su lado y esperar a que despierte. Por
supuesto, los guardias flanqueándome. Ya no confían en mí a solas con
el rey, pero desde que él no ha dado órdenes de castigarme por mis
crímenes, no pueden irse en contra de la reina hasta que el rey despierte.

No me dejan tocarlo, pero mis dedos se retuercen con la necesidad.


Intento decirme a mí misma que es solo curiosidad, que quiero sentir la
suave expansión de piel donde estuvo la herida de bala. Pero si soy
honesta conmigo misma, lo que realmente quiero es acariciar su cabello
oscuro hacia atrás de su rostro. Quiero correr mis dedos sobre la
creciente barba que ha crecido en sus mejillas y mentón.
Sus párpados se mueven, luego uno de sus dedos se mueve apenas.
Toma otros varios minutos antes de que sus ojos se abran.
Inmediatamente se enfocan en los míos.

Antes de poder evitarlo, sonríe, y está libre de cualquier duplicidad.


Solo está feliz de verme. Su atención se mueve de mi cara a los soldados
flanqueándome.

Sus cejas se juntan.

Lo ayudo a descifrar.

—Te disparé. Has estado recuperándote en el Durmiente.

Su expresión crece distante mientras busca los recuerdos.

Montes se sienta.

—La esposa no miente —murmura. Me mira de nuevo, y puedo


verlo intentando hacer sentido de mí. Su mirada se mueve hacia los
guardias—. Déjennos.

Ellos dudan.

—Les di una orden directa. Váyanse.

A regañadientes, los guardias lo hacen.

—¿Ya no estoy en arresto domiciliario? —pregunto.

Los ojos de Montes queman.

—Oh, tu castigo está lejos de terminado.

EL REY

Miro fijamente los deslumbrantes ojos azules de mi esposa. Todavía


estoy dando vueltas a mi mente al hecho de que me miró directamente a
los ojos y me disparó. Pero siempre supe con lo que me estaba casando.
Había visto cuerpos en mi palacio cuando ella solo era la hija de un
emisario.

Admitiré que la había subestimado. No creía que fuera capaz de


herir a alguien que amaba.
—Sé lo que estabas tratando de probar en la sala del mapa —digo—
. Podría haberme salteado esa demostración, pero lo entiendo.

Se inclina hacia atrás en su asiento y creo que de hecho he logrado


ponerla nerviosa. Dudo que espere que su tiránico esposo vea su lado.

—¿Has estado en el Durmiente? —pregunto.

—Montes —advierte—, nunca entraré allí de nuevo.

Sus tumores están creciendo, el cáncer se ha expandido a su


cerebro, y mientras yo me he estado recuperando, ella se acerca cada vez
más a la tumba.

—Lo harás —insisto.

—Te dispararé de nuevo antes que eso suceda.

No se da cuenta de ello, pero acaba de sellar su propio destino.

Alcanzo su rostro y lo ahueco. Para una chica que ha perdido tanto,


parece horriblemente intitulada. El reinado le va completamente bien.

—No me dispararás de nuevo —digo, mi pulgar frotando la esquina


de su boca.

Me mira fijamente, su baja mandíbula moviéndose. Podría haber


acordado justo entonces. Cualquier proclamación que ha hecho sobre su
falta de conciencia, hacerme daño le ha costado.

Frunzo el ceño para evitar sonreír. Estoy complacido más allá de


todo. Nunca quise domar esta criatura, y hasta un punto, ella siempre
será una cosa salvaje, pero me ha dado a mí—a nosotros—mucho más
de lo que inicialmente pensé que haría.

Un golpe en la puerta nos interrumpe.

—Entre —digo, sin molestarme en apartar la mirada de mi esposa.

—Sus Majestades —dice el soldado y se inclina hacia nosotros—,


tengo noticias de sus ex asesores.

Mi mente todavía está un poco nublada por los efectos del


Durmiente, pero se afila con la afirmación.

—¿Qué hay de ellos? —digo.

—Creemos que están intentando tomar Sudamérica.


Serenity y yo caminamos a zancadas hacia mi sala de conferencias.
No pasa desapercibido que ella tiene problemas en seguir el ritmo. Puede
que esté en negación, pero yo no. Su cuerpo se está apagando; sus
músculos y órganos no están funcionando como deberían.

Su enfermedad me ha robado lo último de mi furia. No puedo


encontrar en mí estar enojado con ella cuando temo por su vida. No tengo
intención de castigarla, pero lo que sí quiero, ella lo verá como un castigo.

He estado en negación, pensando que porque Serenity actuaba


fuerte, físicamente lo era. Pero ya no. Tan pronto como trate con esta
calamidad más fresca, lidiaré con ella.

Cuando llegamos a mi sala de conferencias, varios de mis asesores


ya han sacado una larga pantalla del techo. Una presentación de fotos y
video clips grises se reproducen en la pantalla, muchos capturando a mis
asesores en mitad de tareas de traición.

Algunos de estos hombres han estado en mi consejo durante


décadas. Compartimos más que poder y ambición.

Durante las siguientes doce horas, escuchamos de la banda de


traidores. El mensaje está escrito en rojo. El ejército de Sudamérica y la
Resistencia se voltearon en contra de mis soldados. Los oficiales de mi
gobierno casi han sido ejecutados.

Serenity retrocede cuando escucha las noticias que la Resistencia


se ha aliado con mis concejales. Ella podría haber sabido para ahora que
la Resistencia no tiene ninguna alianza con ella, sino que anhelan el
poder tanto como yo. Tanto como mis ex concejales lo hacen.

Froto mi boca con una mano y acaricio mi codo con la otra. Casi
he hecho un hueco en la alfombra por haber estado caminando de un
lado a otro. Ha tomado casi todo el día desprenderse. La estrategia no
viene a aquellos cegados por la emoción. Mi joven reina sabe eso en el
campo de batalla, pero todavía lucha con ello dentro de estas paredes.

Me detengo y levanto la mirada hacia las imágenes aun siendo


proyectadas en repetición.

—Alista a tantas tropas como pueda, las quiero viniendo del aire,
del agua y de la tierra —digo—. Necesitaremos inhabilitar sus líneas de
comunicación primero: satélites, torres de radio, y cualquier electrónico
que podamos. Y luego descendemos hacia ellos.
Esto necesita detenerse inmediatamente.

SERENITY

Es casi cuatro de la mañana para cuando finalmente volvemos a


nuestra habitación. Ruedo los hombros. Mis músculos están apretados
por sostenerlos rígidos durante tanto tiempo.

Justo cuando el rey pensó que su bonita guerra había terminado,


levantó su horrible cabeza de nuevo. Y por primera vez, no orquestó el
derramamiento de sangre. De hecho, la mayoría de la violencia que
ocurrió desde que terminó la guerra ha sido reaccionaria, y todos estos
eventos han sido iniciados por un simple catalizador: yo. El momento en
que el rey encontró algo más que preocuparse que su poder, el mundo
comenzó a planear.

Una de las manos del rey toca mi nuca y frota la base de esta. Me
inclino en su toque.

Mis ojos caen a la cama. He estado funcionando en nada más que


cafeína y adrenalina durante la mayor parte del día. Mi cuerpo todavía
zumba con la necesidad de hacer algo. No entiende eso en esta situación,
no puedo pelear o huir. En su lugar, tengo que observar desde lejos
mientras más hombres pelean y mueren sin sentido.

Lo último que quiero hacer ahora mismo es dormir.

Las manos de Montes se deslizan por mi espalda. Besa la conjetura


donde mi cuello se encuentra con mis hombros mientras aprieta mi
cintura.

Mi mente todavía recuerda todos los tratos oscuros que ha hecho,


pero mi cuerpo es plegable bajo sus manos, y mi corazón perdona,
aunque no debería. Aunque sabe que un hombre como Montes nunca
cambia, no realmente.

Soy alguien que nunca realmente cambia, tampoco. Y lo que


tenemos, funciona. Este amor retorcido que ha perdura mucho más de
lo que debió.

—¿Estás cansada? —pregunta.

Es una pregunta cargada. Ya sé dónde está su mente.

—No —digo.
Los dedos de Montes aferran el borde de mi camisa y, quitándomela
por la cabeza, traza besos a lo largo de mi ahora hombros desnudos, y
luego mis brazos. Remueve mi corpiño y sus manos acarician mi piel.

—Yo tampoco.

Me libera para quitarse su propia camisa y la lanza a un lado. La


mirada que me destella es predatoria. Hace un rápido trabajo en quitarse
el resto de su ropa, y luego se acerca hacia mí.

Retrocedo hasta que mi piel roza los adornos de pared de marfil y


oro. Montes sigue, presionando su esculpido torso contra el mío. Ya la
sensación de piel contra piel me tiene encendida.

Sus ojos oscuros están enfocados en los míos, y mientras esa


mirada seductora se inserta dentro de mí, coloca una mano entre
nosotros y abre el botón alto de mis pantalones. El cierre va después. Su
mano cava entre estos y…

—Montes.

—¿Vas a quitarte tus botas o lo haré yo? —Esa suave voz de seda
ahora es gruesa y ronca con los primeros signos de pasión. Me gusta
mucho más cuando está así… salvaje.

Cuando no le respondo, se agacha a mis pies y comienza a desatar


mis botas. Quita una, luego la otra. Mis calcetines van después.
Finalmente, con un rápido jalón, quita mi última prenda.

Montes se pone de pie lentamente, bebiendo mi desnudez. Mis


propios ojos aprecian los músculos apretados que encantadoramente se
envuelven alrededor de su marco.

Ambos estamos desnudos de cabeza a los pies. Mi corazón galopa


mientras él agarra mi mano y me jala a la cama.

A veces, cuando estamos juntos, estamos febriles. No tengo tiempo


de reflexionar en exactamente en qué se ha quedado atrapado mi
corazón. Pero ahora, con cada movimiento nuestro deliberado, me da
demasiado tiempo para saborear cada segundo.

Con esos ojos sin fin enfocados en mí, coloca su cuerpo sobre el
mío.

—Mi viciosa y dura reina —murmura, ahuecando mis mejillas, sus


pulgares acariciando la piel debajo de mis ojos—. No eres tan aterradora
en mis brazos.
Sé que no lo soy.

Sin mi arma, mi ropa y mi enojo, no soy nada más que una chica
rota y problemática. Y aquí en los brazos del rey, cuando toda su
intensidad se sitúa en mí, es fácil pretender que nada más que su piel y
la mía importa. Él es mi Romeo, y yo soy su Julieta, y aunque venimos
de diferentes planetas y se nos está acabando el tiempo, podríamos caer
en los ojos del otro y vivir para siempre este momento.

Entra en mí, y donde hay dos, ahora solo hay uno. Montes balancea
su cadera contra mi pelvis, moviéndose lánguidamente dentro y fuera.

Toda la cosa es gentil y lenta, y me observa todo el tiempo.

El rey ha logrado crecer el hábito de hacerme el amor. Es más que


un poco inquietante, y me hace sentir que lo que ve cuando me mira y lo
que yo veo en el espejo son dos personas muy diferentes.

Su pecho se desliza a lo largo del mío mientras lo acerco más.

Su Serenity parece como una mejor persona que la horripilante que


he conocido desde que la guerra me cambió.

Montes acelera el paso, y comienzo a perder lo último de mi


compostura.

Una sonrisa maliciosa se desliza a través de su rostro.

—Dilo.

Ya sé lo que quiere.

—No.

Aprieta una de mis caderas.

—Dilo.

Cuando no respondo, inclina su frente contra la mía.

—¿Tengo que hacerlo yo primero?

Mis ojos se amplían. Nunca he considerado que el rey pudiera


enamorarse de mí. ¿Preocuparse? Sí. ¿Obsesionado conmigo? Sí.
¿Amarme? Ni en el sentido más verdadero. Amar toma demasiado
desinterés para eso.

Pero ahora esencialmente está admitiendo eso.

Le gusta haberme sorprendido.


Roza uno de sus pulgares sobre mis labios. Sus ojos se mueven
hacia los míos.

—Te amo —dice.

Instintivamente, cubro su boca con mi mano, como si pudiera


empujar de vuelta las palabras dentro de él.

Mis ojos pican con humedad.

No quiero saber esto. No quiero sentir esperanza como esta. La


felicidad así. Él va a arruinarla, o lo haré yo.

Se mueve contra mí, solo lo suficiente para recordarme de cuán


íntimamente conectados ya estamos al momento.

Su pelo desordenado cuelga por su rostro. Remueve mi mano de su


boca y presiona un suave beso contra mis labios.

—Nunca quise hacerlo —susurra contra mí—, pero lo hago.

Una lágrima cae por mi mejilla y besa ese camino también.

—Dime que me amas —exhala contra mi mejilla.

Sacudo la cabeza.

—Mujer terca —dice, empujándome con más fuerza—, haré que lo


digas.

Fuerza mi orgasmo fuera de mí con varios largos golpes, quizás solo


para probar qué fácilmente manipulable puedo ser. No me importa. Lo
sostengo cerca mientras mi clímax trabaja su camino a través de mi
cuerpo.

Él viene en los talones de mi orgasmo, su cuerpo resbaladizo con


sudor mientras se mueve contra mí.

Una vez que nos apartamos, Montes me coloca contra su pecho y


me sostiene allí.

—Quédate conmigo, simplemente así —dice, besando mi hombro.

Presiono mi mano contra su corazón mientras yazco a su lado y


saboreo el golpeteo de él bajo mi palma. Aquí es donde la felicidad se
asoma hacia ti, y perdonas a la gente mala por cosas imperdonables
porque te dan una probada de un futuro que siempre pensaste que
estaba lejos del alcance.
Espero que la respiración del rey se vuelva suave antes de susurrar
mi secreto en la oscuridad.

—Yo también te amo.


Capítulo 32

Traducido por Mais

EL REY

Serenity y yo hemos estado dormidos casi por una hora cuando me


despierta una de sus toses ruidosas. La cosa se ha adueñado de su
cuerpo. Todo su cuerpo se sacude mientras desesperadamente trata de
aclararse la garganta.

—Lo siento —dice entre toses secas.

Es solo después que dice eso, que me doy cuenta que mi agarre en
ella se ha apretado desde el momento en que me desperté. Claramente
está demasiado dormida para darse cuenta que se ha disculpado—algo
que ha logrado evadir a toda costa—y mi agarre fuerte solo está
haciéndole difícil atrapar su aliento.

Relajo mi agarre y comienzo a frotar su espalda con suavidad.


Todavía no estoy acostumbrado a la apretada bola de miedo que ha hecho
su hogar en mi estómago, o la suave liberación de su veneno.

Tampoco no estoy acostumbrado a ser cuidadoso, cariñoso. La


mujer anterior con la que había estado puede atestiguar eso. Pero con
Serenity, viene naturalmente, tal vez porque sé justamente lo no
acostumbrada que ella también está. Es fácil darle a otro algo que nunca
ha demandado de ti.

Todavía está tosiendo, y en algún punto, varias gotas de su


enfermedad golpean mi pecho. Preocupación triunfa sobre cualquier
disgusto que podría haber tenido. No ha dejado de toser; si algo ha
sucedido, suena como que se está poniendo peor. Rueda lejos de mí.

Jalo su espalda contra mi pecho y presiono mis labios contra la


parte posterior de su cuello delgado.

—Nire bihotza, no te dejaré ir. —No estoy seguro si me refiero a este


momento, o la larga trayectoria de su vida. Ella es mía. Su vida es mía,
su corazón y alma son míos.

—¿Qué significa eso? —dice con voz ronca, ahogando su tos para
poder hablar.

Trago la bola del tamaño de una de golf que ha tomado residencia


en mi garganta.

Una sonrisa reticente jala hacia arriba las comisuras de mi boca.

—Nire bihotza significa ‘mi corazón’ en Euskera, Vasco.

—¿Esa es tu lengua natal? —Su voz suena dolorosamente áspera.

Corro una mano por su brazo.

—Mmm.

—Has estado diciendo eso por un tiempo.

Mi mano va al final de su brazo y entrelazo mis dedos a través de


los de ella.

—Ha sido así desde el momento en que te conocí.

Incluso ahora quiero envolverme en ella y hacerla el aire que respiro


y la tierra en la que me sitúo. Pero ella no es tierra o aire. Ha sido y
siempre será fuego. Es mi luz y mi muerte, y no podría escapar de ella
ileso incluso si lo intentara.

Serenity se queda en silencio después de eso. Con alivio me doy


cuenta que su tos ha terminado, por ahora.

Finalmente, rompe el silencio.

—¿Montes?

—¿Sí?

—Entierra mi cuerpo en mi ciudad natal.


Mi mano se aprieta alrededor de ella. Una sola oración no debería
ser tan devastadora. Esta nivela mi corazón.

No.

No, no, no.

Quiero gritarle mi respuesta. No me dejará. No se lo permitiré.

—Ve a dormir, Serenity.

Suspira.

Espero a que su cuerpo se relaje antes de dejar su lado e ir al baño.


Encendiendo el grifo, coloco agua en mi rostro y coloco mis palmas
pesadamente contra la encimera de mármol.

La guerra viene a costos elevados. Todos lo que he tenido en alta


estima me han dicho esto. Solo que nunca lo sentí hasta recientemente.
Las cosas que nunca tuve problema en aferrarme ahora se están
deslizando de mis manos: amigos, lealtades, países, amantes.

Cuando vuelvo la mirada a mi reflejo, noto las manchas de sangre


en mi pecho. Toco con mis dedos y bajo la mirada a ellos. El líquido
carmesí está manchando a través de las puntas de mis dedos. No había
sido saliva lo que Serenity había tosido en mí.

Mi última cuerda se acaba de romper.

Regreso a nuestra cama y la jalo contra mi pecho, intentando


obtener tanto de ella presionada contra tanto de mí como sea posible.

—Que te jodan a ti y a tu valentía —susurro. Esto duele peor que


la bala que enterró en mi hombro.

Ella murmura contra mí.

Por primera vez en lo que se sienten años, lágrimas se deslizan


fuera de mis ojos.

Mis ojos habían quemado cuando encontré que Marco había


muerto, y se habían llenado de agua cuando perdimos a nuestro hijo no
nacido, pero es Serenity quien obtiene mis lágrimas. Esta es la primera
vez desde que mi padre murió que las dejo caer libremente.

Muerdo mi labio para evitar sollozar al deshacerme, y toma la


mayor parte de mi auto-control no apretarla contra mí porque podría
ocasionar otra serie de tos. No puedo, sin embargo, detener mi cuerpo de
temblar mientras la pena prematura me consume. Es casi insoportable,
observar a alguien morir. He matado cruelmente a millones, pero cuando
mi víctima es mi amante y está muriendo en mis brazos, no puedo
soportarlo.

Lo que le dije antes es verdad. Nunca planeé amarla, pero lo hago.


Nunca planeé perderla tampoco.

Todavía no lo hago.

SERENITY

Gruño mientras me despierto, estirando mis extremidades y


haciendo una mueca cuando siento una fuerte jalada de dolor en mi
abdomen. Inclino mi cabeza a un lado y miro cansadamente por la
ventana. El sol tiene un brillo naranja en ello. Por un momento me
contento con el hecho que pueda despertar con el sol. Aparte de mi
periodo de trabajo con los militares, he vivido bajo tierra durante los
últimos cinco años. Estoy acostumbrada a despertarme en total
oscuridad o con las enfermas luces fluorescentes del búnker.

Entonces noto que junto a la profunda luz naranja están los


comienzos de sombras.

¿Hasta qué hora dormí?

Miro sobre mi hombro. La otra mitad de la cama está vacía. Y ahora


que lo pienso, vagamente recuerdo a Montes inclinándose y besando mis
labios.

Esa serpiente.

Se fue antes que yo despierte para resumir su puesto y ayudar a


sus tropas a pelear las rebeliones en Sudamérica. Dejó a su esposa
enferma y débil para que durmiera.

Por todas sus buenas intenciones, me dejó aquí, fuera de acción.


Odio eso. Si hay problemas en el horizonte, no quiero que me dejen en la
oscuridad.

Empujo fuera las sábanas. Es entonces cuanto noto la sangre.


Mancha las sábanas y mi almohada.

¿Ha visto esto el rey?


No podría haberlo hecho, de lo contrario estaría cabalgando mi
trasero para ponerme en el Durmiente. Incluso ahora un estremecimiento
me recorre al pensar en ello. Meses inerte mientras mi cuerpo sana y ni
un recuerdo para recontar el tiempo perdido. ¿Podrías llamar a eso
siquiera vivir?

Cuando bajo la mirada a mis manos, veo más gotas de sangre.

El cáncer es un camino temeroso. Siempre he querido un rápido


final para mí, que la muerte me lleve rápido. No esto.

Rápidamente me pongo una camisa negra y pantalones. Cuando


me dan la opción, siempre busco el atuendo que me permita ser más
movible.

En mitad de vestirme, debo pausar para correr al baño y vomitar.


Después de lavar mi boca varias veces y los dientes, rápidamente me
peino.

Suficientemente bien.

Meto mis pantalones negros en un par de botas de tiro alto y me


voy.

Cuando llego a la sala de conferencias del rey, está vacía. Lo busco


en la sala de mapas después. De nuevo, la habitación está
completamente vacía.

¿Dónde están todos?

Corro contra un grupo de ayudantes hablando en el corredor. Alzan


la mirada desde sus lecturas y monitores.

—¿Dónde está el rey? —pregunto, mirando a cada uno.

—Su Majestad —dice el ayudante más cercano a mí, haciendo una


reverencia. El resto de ellos murmuran un saludo e inclinan sus cabezas.
Ondeo la mano en señal de quitarle importancia.

Uno de los ayudantes me hace a un lado. Se inclina cerca para


decirme algo privado.

—Lo último que escuché, estaba discutiendo la posibilidad de otro


ataque aéreo con uno de los hombres arriba. Tercer piso, ala este, cuarta
puerta a la izquierda.

Me voy entonces y sigo las instrucciones del ayudante.


Subo las escaleras y me dirijo al ala este. Desde las ventanas
obtengo una vista panorámica del palacio y un vistazo del mundo más
allá. Ese mundo todavía representa libertad y ahora que tantos han visto
mi rostro, que la libertad parece cada vez más lejos de mi alcance.

Cuando llego a la habitación a la que se refirió el ayudante, no me


molesto en tocar. Simplemente entro de golpe.

La sala de té a la que he entrado—o lo que mierda llamen a estos


espacios delicados y pequeños como este—está completamente vacía.

Mi primer pensamiento es que he entrado a la habitación


equivocada, pero me dirijo de vuelta al pasillo y recuento las puertas.
Estoy en el ala este, y la sala del té está en la cuarta puerta a la izquierda.
Vuelvo a entrar a la habitación.

Unos cuantos papeles yacen en uno de los sillones. Bajo la mirada


hacia estos. Todos parecen ser impresiones de las últimas actividades en
Sudamérica. Una taza fría de café se recuesta en la mesa de al lado del
sofá.

Mi segundo pensamiento es que es una trampa, otra situación


intrigada designada a llevar a mi muerte. Mi corazón palpita ante la
adrenalina de ello. Traigan la carnicería, traigan la destrucción. Podría
usar una buena confrontación en el momento.

Ya no tengo mi arma, pero la mitad de los objetos aquí podrían


convertirse en una.

Estoy considerando todos los caminos en que uno puede llevar a


alguien a la muerte con una figura de bronce en una encimera en la
esquina, cuando escucho un sonido familiar. El pisoteo rítmico viene de
más allá de las ventanas.

Caminando hacia ellos, asomo la mirada fuera. Dos filas de


soldados cruzan los jardines del palacio, dirigiéndose hacia el ala este.
Me alejo de las ventanas.

Algo se siente mal sobre esta situación. No debería estar


desarrollándose de esta manera.

Escucho un eco de las pisadas en el pasillo dirigiéndose


directamente hacia esta habitación. El entendimiento me llega. Es una
trampa, y es una que estableció mi enemigo.

Solo que me olvidé por un momento quién era realmente mi


enemigo.
Puedo probar la bilis en la parte posterior de mi garganta y me doy
cuenta que estoy haciendo una mueca. Mi garganta se mueve y mis ojos
pican.

Oh Dios, de hecho estoy dolida por esto.

Como si esto fuera algo comparado con las atrocidades que el rey
ya cometió. Solo era cuestión de tiempo antes de que se vuelva en contra
de mí así como lo había hecho con todos los cercanos a él.

Aun así, cuando la puerta se abre y entra Montes, físicamente


tengo que tragar la emoción levantándose por la parte posterior de mi
garganta. Detrás de él puedo ver a dos guardias armados, pero sé que
hay más de lo que no puedo ver.

Lo observo con cuidado.

—Serenity —dice, y los ojos del monstruo de hecho están tristes—


, no me mires así.

—¿Cómo así? ¿Cómo que me traicionaste? Nunca lo hiciste. —No,


la culpa recae con mi propio corazón débil.

—No puedo dejarte morir —dice y su voz se rompe. El hombre me


está rogando que entienda—. No ahora cuando estás tan cerca de la
muerte y mis enemigos más agresivos que nunca.

Mis músculos se tensan. Aquí yo pensé que él estaba viniendo a


deshacerse de mí. Eso es usualmente lo que sucede cuando alguien te
traiciona. Esta traición, me doy cuenta, es mucho más profunda e
intrínseca de lo que imaginé.

Él no quiere matarme, quiere mantenerme viva en ese Durmiente.

—¿Cuánto tiempo? —pregunto.

Sus hombros se relajan. Piensa que de hecho estoy considerando


esto.

—Solo hasta que encontremos una cura. —Mirando en sus ojos, sé


que será lo suficientemente largo para horrorizarme.

Asiento, y estoy segura para él que parece como si estuviera


pensándolo.

La idea de estar en esa máquina durante meses o—que el cielo lo


prohíba—años, tiene mi respiración acelerándose. He perdido familia,
amigos, mi tierra, mi libertad, incluso mi memoria por un tiempo. No
puedo perder esta última oportunidad de mi libre albedrío.

Los ojos de Montes están planos. Ya se ha separado a sí mismo de


lo que me está por suceder.

Mis músculos se están retorciendo, diciéndome que debo correr,


ahora. Tomo un paso atrás, hacia las ventanas. Luego otro.

—¿Qué me sucederá entre ahora y entonces?

Este es el hombre con el que me casé. El hombre que me sostuvo


cuando estuve enferma. Este es el hombre con el que empecé a
enamorarme, el hombre que me dijo que me amaba.

Pero también es el hombre responsable de la muerte de incontables


de personas. Es el que mató a mis padres, destruyó mi ciudad natal, me
dio cáncer y la cicatriz en mi rostro.

Es el que me convirtió en el monstruo que soy.

Ya estoy estudiando las salidas. Estamos en el tercer piso, que


probablemente fue intencional por parte del rey. Si intento salir a través
de las ventanas, sin duda me romperé las piernas. Eso deja la puerta
detrás de Montes.

No tengo un arma, y para ahora, probablemente hay una docena


de guardias al otro lado de la puerta, todos esperando que intente
escapar.

Si quiero irme a través de esa puerta, voy a tener que pasar al rey
y a muchos más guardias armados a quienes puedo oír posicionándose
en el pasillo. Ellos también están afuera, y se están acercando.

Montes debe ver la realización en mis ojos. Toma un paso adelante,


luego otro.

—Serenity, mírame.

Es por eso que llamó a tantos guardias en tal situación fútil. Para
suavizar cualquier idea salvaje que yo pueda tener. Es el líder del mundo;
sabe una cosa o dos sobre estrategia.

—Me trajiste aquí como un cordero a ser degollado. —Me estoy


moviendo alrededor de la habitación. Recostado en una de las mesas de
al lado, hay un jarrón. En otro hay una lámpara. Ambos son armas
potenciales.
Dobla sus brazos, rastreándome.

—¿En serio estás considerando romper esa lámpara sobre mi


cabeza?

—No tiene que ser de esta forma Montes —digo—. Todo puede
volver a la forma en que era.

Toma un paso hacia mí.

—Lo será —dice—. Eventualmente.

Adrenalina zumba debajo de la superficie de mi piel.

—Te haré daño —digo—. No quiero hacerlo, pero lo haré.

Es eso, o me haré daño a mí misma, y nada en esta sala me matará


lo suficientemente rápido para que el rey no pueda salvarme. Ni siquiera
caerme a través de esas ventanas, me doy cuenta.

Es por eso que los soldados están afuera. No para prevenir mi


escape, para prevenir el potencial suicido.

El rey me da la espalda y mira la puerta.

—¡Guardias!

Comienzo a moverme antes que las palabras estén completamente


fuera de su boca.

Agarro la lámpara, pero en lugar de lanzarla hacia el rey, quién sin


duda la esquivaría, la lanzo hacia la ventana.

Vidrio y porcelana se rompen mientras la lámpara arrasa con todo.


Detrás de mí, la puerta se abre de golpe.

Me alejo del rey, corriendo hacia la ventana rota.

—¡Serenity no lo hagas! —grita el rey.

Él cree que estoy intentando suicidarme; todavía no se da cuenta


de quién soy realmente o sabría que este es mi último intento
desesperado de sobrevivir. Pero entonces, no puedo culparlo. Incluso
después de todo lo que hemos pasado, realmente no sé quién es él
tampoco.

Salto sobre muebles, ignorando los gritos que vienen de los


guardias.
Puedo escucharlos detrás de mí, entrando a la habitación ahora
que la charada de civilización ha terminado.

Llego a la ventana y pateo los últimos pedazos rotos de vidrio antes


de lanzar un pie sobre el lado. Balanceo la otra pierna, y luego me empujo
fuera del umbral.

—¡Serenity! —grita el rey.

Esta es la segunda vez que he salido del palacio del rey a través de
una de sus ventanas. Y hay un momento después de cada salto de fe
donde me siento dichosamente libre. Mi pelo se revolotea alrededor de mi
cara, mi camisa se ondea con locura, y el suelo se levanta rápidamente.

Esta vez, como la última, hay alguien aquí para atraparme. Varios.
Aterrizo con fuerza en sus brazos. Me aferro a sus almidonados uniformes
mientras intento ponerme derecha.

Haciendo a un lado mi pelo de mis ojos, alzo la mirada. Más


soldados asoman la mirada desde la habitación donde salí. A la distancia
puedo escuchar gritos y gente corriendo hacia mí.

Una media docena de manos me sostienen en su lugar; más se


unen mientras lucho.

Muerdo mi labio con fuerza suficiente para que sangre. Las


probabilidades ahora están muy lejos de mí. No lograré salir de cualquier
plan retorcido que tenga el rey. No hay un auto esperando, ni la
Resistencia para protegerme.

Los soldados normalmente estoicos ahora están gritando, tratando


de contener mis peleas. Eventualmente lo hacen, dejándome jadeando
por enojo e incredulidad.

Sirvientes están observando, las damas de la cortes observando,


los hombres que podrían ser políticos o solo más individuos de la elite
están observando. He capturado toda su atención. Y se ven aterrados. La
reina que saltó tres pisos solo para caer en los brazos de la armada de su
esposo.

Tengo una clara línea de visión hacia las puertas del palacio. Solo
toma un minuto para que se abran y el rey venga a zancadas.

Este hombre que he llegado a conocer íntimamente se ve más


grande que la vida mientras camina hacia mí, un doctor en una bata
blanca de laboratorio a sus talones.
Realmente va a hacerlo.

Renuevo mis luchas. Un conjunto de salvajes y anomalísticos gritos


se deslizan fuera de mis labios mientras en vano trato de alejarme. Todo
el tiempo mis ojos se quedan enfocados en los del rey.

Sus ojos recorren mi cuerpo. Solo puedo imaginar lo que debe ver:
los mechones enredados de mi pelo, lo blanco de mis ojos, el enojo
situado en mi mentón.

Aprieto mis dientes mientras da un paso hacia mí. Esto es.

—¿Qué estabas pensando Serenity? —La vena en su frente golpea,


y Dios, sí suena enojado. Enojado y desesperado.

—Montes, no. Por favor. —Tengo desesperación en mi voz que


encaja con la del rey.

Levanta mi mentón.

—Te amo, Serenity. No estoy haciendo esto para hacerte daño. Lo


estoy haciendo para salvarte.

Después de todo este tiempo, todavía no lo entiende.

—Esto nunca fue sobre mí —digo mientras él retrocede así el


hombre de la bata de laboratorio puede acercarse—. No me estás
salvando, estás salvando tu propio corazón de mierda de gallina…

El hombre en la bata de laboratorio presiona un paño húmedo


contra mi nariz y boca, y un químico dulce sopla. Retrocedo contra mis
captores e intento quitar la mano. Aprieta con más fuerza mi rostro.

Sé que lo que sea que hayan puesto en el material es un sedativo.


Tan pronto como pierdo la consciencia, no sé cuándo—o sí—despertaré.

Trato de aguantar la respiración, pero es una causa perdida. Me


quedo quizás por un minuto y medio antes de ser forzada a respirar
profundamente. Doy otra respiración. Y otra.

Los soldados me están bajando al suelo, y alguien está acariciando


mi pelo hacia atrás. Sigo ese brazo hacia su dueño. Mi esposo se ve
verdaderamente apenado.

¿No hay lugar para mi propio sufrimiento en ese corazón suyo?

La droga está comenzando a hacerme efecto. Mi enfoque se mueve,


y cuando me muevo, los colores de mis alrededores se nublan por un
segundo demasiado largo. Pero no me he desmayado todavía.
Una olade enojo tiene redoblando mis esfuerzos contra las manos
que me sostienen abajo, pero estoy demasiado débil y superada en
números para hacer mucho.

Aun así, no dejo de luchar.

—Serenity —dice Montes, sin dejar de acariciar mi pelo—. Nunca


te haría daño. Va a estar bien.

Esas cuatro palabras mentirosas. Se las he dicho a soldados


mientras su sangre ha sido drenada de sus venas y sus almas
deslizándose de sus ojos. Es una afirmación que dices a alguien que ha
perdido la esperanza, una mentira a la que le das voz para hacerte sentir
mejor. ¿Pero la persona que es forzada a oírla? Ella ya sabe la verdad.

A veces, no hay más esperanza que tener.

Una lágrima enojada se desliza fuera. No puedo decir si mi rabia


viene de esta extraña traición o de lo que me sucederá una vez que esté
inconsciente.

Los ojos de Montes se enfocan en la lágrima y el bastardo la acaricia


con su pulgar

—No llores, nire bihotza —dice, su voz ronca, como si esto fuera
duro para él. Me hace querer gritar.

No tiene absolutamente idea de cómo se siente el dolor y pérdida.


La narcisista en mí espera que el rey se preocupe por mí lo suficiente
para arrepentirse de este error durante un largo tiempo.

Pero no estoy contando en ello.

—Esto no es para siempre —dice el rey.

Mis ojos tratan de enfocarse en él, pero la dureza de mi realidad se


está desvaneciendo. No sé cuánto tiempo ha pasado—minutos quizás—
pero puedo decir que la droga está funcionando. La oscuridad está
lamiendo los bordes de mi visión.

Lo último que veo es el rostro del rey y lo último que escucho es su


voz. Se inclina sobre mí y siento una mano acariciar mi rostro.

—Solo estaremos separados por un tiempo corto. Una vez que


curemos tu enfermedad, serás mía de nuevo.
Epílogo

Traducido por NaomiiMora

EL REY

1 SEMANA DESPUÉS

Le digo al mundo que está muerta.

Mis enemigos no me creen, pero no importa. Está encerrada en el


Durmiente muy por debajo de la superficie de la tierra, la máquina está
curando su enfermedad avanzada un tumor maligno a la vez.

Mi feroz y violenta reina.

Sufro por ella. Esto es diferente de las otras veces que fue
hospitalizada. Ahora sé que no saldrá hasta que curemos su cáncer. Eso
podría tardar años, incluso décadas. Todo ese tiempo tendré que
soportarlo con un lado de mi cama frío. Tengo que cargar a esta nación
sobre mis hombros únicamente después de echar un vistazo a lo que
sería tener una verdadera vida conyugal con la mujer que amo.

Miro por la ventana del Durmiente y presiono mi mano contra el


vidrio. Se ve tan serena. Estoy acostumbrado a los ceños fruncidos de mi
reina, sus miradas, sus ojos entrecerrados. La forma en que estudia las
cosas con un frío desapego, la forma en que esos ojos viejos suyos
evalúan el mundo.

Esta mujer no se parece a mi esposa.

No creo que pueda soportar mirar su rostro mucho más tiempo. Es


cruel querer algo y saber que no puedes tenerlo.
Serenity creyó que nunca sentí las heridas de mi guerra. Que yo
estaba por encima de eso. Si tan solo supiera lo mucho que me duele el
corazón. A veces no puedo respirar bajo el peso de todo este dolor. Perdí
a mis asesores más cercanos, a mi amigo más antiguo, a mi hijo, y al
amor de mi larga vida, todos con unos meses de diferencia.

El mundo no se da cuenta de lo frágil que es su rey inmortal en


este momento.

Pero mis enemigos lo hacen. Por supuesto que lo hacen.

6 MESES DESPUÉS

Aún la lloran, mi gente. La odiaban mientras estaba viva, pero su


supuesta muerte la ha convertido en una mártir. Ayuda que las
rebeliones en Oeste sean responsables de algunas de las atrocidades más
atroces hasta la fecha. El demonio que la gente conoce es mejor que el de
que están aprendiendo, con el que la Resistencia se está arrepintiendo de
alinearse.

También ayuda que haya reforzado el martirio de Serenity. He


filtrado una serie de clips, de la misma forma en que lo hizo la Resistencia
alguna vez. Pero en lugar de degradar su carácter, estos videos muestran
al mundo la Serenity que conocía: una mujer que usaba la violencia junto
con la benevolencia. Tengo videos de su interrogatorio, clips de seguridad
del palacio, incluso imágenes raras de su época como soldado y emisaria
de las NOU.

Se juntan y acortan para que la coloquen en una luz positiva y


hagan el truco. Demasiado tarde, mi gente quiere saber acerca de esta
mujer que luchó por ellos, que no solo afirmó ser una de ellos, sino que
fue una de ellos. Y me aman por amarla.

Miro los clips una y otra vez, hasta que he memorizado cada
palabra, cada expresión, cada movimiento de ella.

Esperaba que me trajera paz.

Sólo trae más angustia.

2 AÑOS DESPUÉS
—Chris Kline, eres un hombre difícil de localizar.

El hombre en cuestión actualmente lleva grilletes y se sienta


malhumoradamente en uno de mis sofás. Es mucho más tosco alrededor
de los bordes que cuando lo conocí por primera vez. Ocultarse le hace eso
a un hombre. Lo hace delgado y con los ojos caídos. Pero la cordura del
ex general sigue intacta, y puedo ver que está tan endurecido como
siempre.

Mis guardias lo flanquean a ambos lados. Si se equivoca al mover


un dedo, cargarán balas en su cuerpo.

Me instalo en el sofá frente a él y pongo uno de mis tobillos sobre


mi rodilla. Entra un mayordomo con dos copas de escocés envejecido. Él
baja la bandeja, y yo tomo uno. Mi mayordomo luego se dirige a Kline,
quien está viendo todo esto desarrollarse con ojos cautelosos.

Le hago un gesto a la bebida.

—Tómala. No estoy tratando de envenenarte. Tengo maneras


mucho más eficientes que esa para deshacerme de las personas.

De mala gana, saca el vaso de la bandeja, sus puños tintinean


juntos mientras lo hace. Es una maniobra incómoda, beber mientras está
encadenado, pero el ex general lo maneja con facilidad. Toma un trago y
exhala, cerrando los ojos durante unos breves segundos.

—Eso es bueno —dice.

—Está cerca de lo mejor —le digo.

—¿Por qué compartes tu mejor whisky con uno de tus prisioneros?


—pregunta.

Directo y al punto, al igual que mi esposa. Me pregunto si aquí es


donde Serenity recogió algunos de sus rasgos de personalidad, o si esto
es solo una característica de todos los ciudadanos Norteamericanos.

—Espero que al final de esta conversación no seas mi prisionero.

El hombre entrecierra los ojos y se inclina hacia atrás.

—Creo que eso no va a suceder —dice—. No me gustas mucho.


Mira, tú mataste a mi hijo, destruiste mi país y te casaste con lo más
cercano que tenía a una hija, y ahora ella también está muerta.

Hago girar mi escocés.


—No estoy aquí para disculparme o discutir el pasado. Es tu
currículum lo que me interesa. ¿Cuánto tiempo has sido el general de las
NOU?

—Seis años.

—¿Y antes de eso?

—Fui el Secretario de Defensa durante dos años.

Asiento con la cabeza.

—¿Y sigues siendo leal a tu tierra incluso ahora?

Kline se inclina hacia adelante, descansando sus antebrazos en sus


muslos, su bebida todavía apretada en una de sus manos.

—Desde donde estoy, me tienes por las bolas. ¿De verdad crees que
voy a responder eso honestamente? ¿Agregar traición a la creciente lista
de cargos en mi contra?

Dejo mi vaso de whisky con cuidado en un velador, luego yo


también me inclino hacia adelante.

—Este no es tu viejo mundo. Puedo matarte ahora solo porque me


da la gana, si así lo quisiera. No lo haré. Sé que ahora estás encabezando
la Resistencia, sé que amas a mi esposa, y sé que todavía quieres ayudar
a tu gente.

Sudamérica ha caído en las manos de mis enemigos, y


Norteamérica seguirá. La querida patria de Serenity está mucho peor
ahora que hace dos años cuando se rindieron ante mí. Por primera vez,
alguien me ha quitado tierras. Tengo la intención de recuperarlas.

—¿”Amor”? —Kline todavía está atascado con mi comentario sobre


Serenity.

—Ven —le digo, levantándome—. Quiero mostrarte algo.

No tiene una opción. Su bebida le ha sido retirada; mis guardias lo


ponen de pie y lo obligan a seguirme.

Me dirijo a algunos de los niveles más bajos del palacio. Aquí, el


zumbido de muchas máquinas diferentes llena el aire. No lleva mucho
tiempo encontrar a Serenity. Abro el revestimiento exterior. Dentro hay
otra caja de cristal, una especie de incubadora. Y dentro de eso, la mujer
que tiene mi corazón.
No he puesto los ojos en ella en casi un año, y tengo que trabar mis
rodillas para mantenerme erguido. Pero para mis propósitos, el viejo
general de Serenity necesita ver esto.

—¡Santa mierda! —Kline retrocede tan pronto como la vislumbra—


. ¿Está viva? —Hay una nota extraña en su voz.

—Ella nunca murió para empezar. Pero lo hará si la saco de esta


máquina.

Kline recupera su compostura y se acerca más. Sin embargo,


todavía puedo leer el horror en sus rasgos,

—¿Por qué mantenerla así? —pregunta—. ¿Por qué no dejarla


morir?

Mis ojos están paralizados en esa cara hermosa y llena de


cicatrices.

—Porque la amo.

Está sacudiendo la cabeza como si pensara que estoy loco, que lo


que siento por mi esposa es algo menos puro que el amor. Pero, ¿qué
sabe? Él regaló esta misma mujer a un hombre que consideraba su peor
enemigo.

Arrasaría la tierra antes de dejar que el mismo destino recayera en


Serenity.

—Estoy trabajando en curar el cáncer y en reparar el tejido dañado


por la radiación —le digo en su lugar—. Voy a salvar su vida. Una vez que
lo haga, tendré la capacidad de curar a los enfermos. Y los sanaré. Eres
un buen hombre, Kline. Creo que tienes un corazón honesto. Necesito
hombres así. ¿Me ayudarás a reparar lo que he roto?

Hace mucho tiempo que no hago algo que me parece bien. Como el
poder, este sentimiento es adictivo. Quizás reescriba mi propia historia
junto con la de Serenity. Tal vez algún día la gente no me vea como un
hombre que arruinó el mundo, sino el que lo salvó.

Eso no sucederá pronto, pero el tiempo es algo de lo que tengo en


cantidad.

—Trabajé para ti una vez —dice Kline—. Nunca lo volveré a hacer.

Antes de que la visión de Serenity pueda romperme, cierro la tapa.


Me dirijo a Kline, un hombre que una vez fue mi enemigo, luego mi aliado,
luego mi enemigo otra vez, con la esperanza de que sea mi aliado una vez
más.

Serenity confiaba en este hombre. Yo lo haré también.

—No te estoy pidiendo que trabajes para mí. Te estoy pidiendo a ti,
y a la Resistencia, que trabajen conmigo.

7 AÑOS DESPUÉS

Mis traidores ex-asesores han robado mi tecnología. Por primera


vez siento la ira que viene con tratar de matar algo que simplemente no
muere. Así es como descubro que están utilizando el Durmiente.

Nunca he recibido evidencia directa de que estén tomando mis


pastillas, pero mientras estuvieron bajo mi mandato, observé su cabello
caerse y su piel arrugándose. Ahora sus cabezas tienen cabello grueso y
sus caras juveniles son toda la evidencia que necesito de que estén
tomando las pastillas.

Ahora estoy luchando contra monstruos de mi propia creación.

10 AÑOS DESPUÉS

Nanotecnología.

Así es como la salvaremos.

24 AÑOS DESPUÉS

Otro fracaso. Y justo cuando las cosas estaban mejorando.


También habíamos comenzado pruebas en humanos con el último
medicamento.

Cuando lo descubro, acuno mi cabeza en mis manos y lloro.

No todo fue una pérdida, supongo. El medicamento puede curar


ciertos tipos de cáncer, pero no el de Serenity. Y, como el bastardo egoísta
que soy, ella es todo lo que realmente me importa.

Debo aceptar el hecho de que incluso después de todo este tiempo,


tendré que esperar más tiempo. Eso no me sienta bien, y saco mi agresión
contra las NOU. Me imagino que Serenity me odiaría por eso. Pero
entonces, no le estaría dando suficiente crédito. Ella siempre tenía una
manera de analizar los problemas de manera justa. Tal vez entendería
que las NOU contra las que peleo hoy no son las mismas que dejó.

29 AÑOS DESPUÉS

Me siento en frente del Durmiente, mis manos en mis bolsillos.

—Mi reina, creo que hemos encontrado la clave para curar tu


cáncer.

No es la única noticia que tengo, sino la que consume mis


pensamientos. Mis manos prácticamente tiemblan de emoción.

Tres décadas, tres largas, terriblemente solitarias décadas. Tres


décadas más de guerra. Mi depravación ha empeorado. Y ahora,
finalmente, podré abrazarla de nuevo.

¿Seremos iguales una vez que despierte? Todo este trabajo lo he


hecho por ella y, a veces, me temo que he cambiado demasiado. Ella
seguirá siendo la Serenity que dejé hace treinta años, pero, ¿me verá
como el mismo hombre al que le dio su vida y su corazón?

—Te vamos a mover. Estoy reconstruyendo mi palacio


mediterráneo —le digo. Es el lugar donde nos casamos por primera vez.
Muy por debajo del palacio hay una habitación secreta, más bien un
templo. Y justo en el fondo, mi reina descansará hasta que se elimine su
enfermedad.

53 AÑOS DESPUÉS

La plaga golpeó de nuevo, y el número de muertos en esta ocasión


es tan despiadado como lo fue la última vez que barrió el Imperio del Este.

Las NOU y mis viejos asesores que lo gobiernan son responsables.


Rastreamos los orígenes hasta una serie de suministros de alimentos
contaminados introducidos de contrabando.

Ahora he vivido dos epidemias. La primera me convirtió en un


gobernante rico cuando vendí la cura con fines de lucro. Entonces pensé
que era malvado, pero en comparación con los acontecimientos actuales,
en realidad tuve que reevaluar mis propias suposiciones.
Desafortunadamente para las NOU, una cepa mutada del virus
hizo su camino de regreso al Oeste. Los números de nuestros muertos no
son nada comparados con los de las NOU.

En momentos como estos me alegro de que mi reina todavía


duerma.

Su cáncer ha sido curado, pero hay otras mutaciones en su genoma


causadas por la radiación que el Durmiente está arreglando. Es un
proceso lento, que proporciona terapia genética, y justo cuando parece
que todo está bien, surge un nuevo problema con el que el Durmiente
debe lidiar.

Me froto la cara. La mayor parte del tiempo mi sed de vida vence


todas esas cosas que me persiguen. Pero a altas horas de la noche,
cuando estoy solo, como estoy ahora, entran a raudales y siento el peso
de todos mis arrepentimientos y tristezas.

Son momentos como estos cuando mi piel se siente más extraña.


Estoy demasiado cansado para el joven cuerpo en el que vivo.

Salgo de mi estudio y me bajo escaleras tras escaleras. El mausoleo


está finalmente completo.

Una vez que mis arquitectos terminaron el proyecto, les di una


versión refinada del suero de pérdida de memoria. Nadie puede saber
sobre este lugar. Y para los desafortunados que contraté, ese fue el precio
que impuse.

Mis pasos resuenan contra las escaleras de mármol cuando entro


en la cavernosa cámara subterránea. La habitación está cubierta
completamente de mármol y adornada con oro, lapislázuli y azulejos
índigo. Me dirijo por el camino que conduce al sarcófago bruñido de
Serenity. Al menos, eso es lo que parece por todas las apariencias
externas. Pero debajo de los diseños dorados que lo cubren está la
maquinaria más moderna. Este Durmiente no solo es el más hermoso
que existe, sino que también es el más avanzado.

Se asienta en una isla de mármol, rodeada por un charco de agua.


Las columnas rodean los bordes de la sala circular y los arcos del techo
están muy por encima de nosotros.

Mis zapatos resuenan cuando me dirijo a la pasarela de mármol


que divide la piscina. El agua está quieta y suave. Refleja la tenue
iluminación y, más allá de eso, el cielo nocturno artificial colocado en el
techo. Así que ella siempre tendría estrellas que mirar.
Me siento en el banco que está delante de su sarcófago.

Todavía la extraño, pero ya he olvidado el dolor agudo de nuestro


amor. Ahora, al igual que el resto del mundo, es más un mito que una
mujer. Ni siquiera sabría qué hacer con la verdadera Serenity si volviera
a encontrarme con ella.

64 AÑOS DESPUÉS

He hecho algo imperdonable, dos cosas, en realidad. Dos hechos


retorcidos que ya lamento. Es en momentos como este cuando necesito
la ferocidad de Serenity. La necesito para que me apunte con la pistola
de su padre y me exija que cambie mi camino de muerte y dolor.

Tan jodidos como estábamos, ella atemperó la parte de mí sin


consciencia.

Nadie más se molesta en interponerse en mi camino.

Mi soledad es la culpable. Me corroe. Algunos días no estoy seguro


de sobrevivir. Pero tengo demasiado miedo de morir y demasiado miedo
de resucitar a mi reina.

—Lo siento, Serenity.

La extraño.

73 AÑOS DESPUÉS

Serenity está curada. Completamente.

Cada una de las cadenas de ADN mutadas por la radiación ha sido


reparada. Externamente, conserva sus cicatrices, pero a nivel celular, es
impecable. Tomó la mayor parte del siglo, pero la curé.

Entonces, ¿por qué se siente tan mal?

Me froto la boca con la mano mientras mi estómago se contrae,


enfermo por donde terminamos. Todavía no estoy más cerca de recuperar
mis tierras perdidas y ella todavía está envuelta en vidrio y metal. Mi
viciosa bella durmiente. Este es nuestro cuento de hadas violento.

Para el mundo, ella es una mártir y una mascota de todo lo que es


bueno y libre.
La ironía no se me escapa.

Querido Dios, no se me escapa.

Me quedo mirando su sarcófago dorado.

No muerta, pero tampoco viva.

Me pellizco el puente de la nariz. Necesito despertarla. Necesito


dejarla ver la luz del sol por primera vez en casi setenta y cinco años.

Pero.

No puedo volver allí. De vuelta a una época en la que tenía una


debilidad. Cuando perdí el control, y perdí seres queridos y territorios en
el proceso. Las NOU aún permanecen fuera de mi alcance. Si la
despertara ahora, ¿qué perdería después?

No quiero que vea al hombre en el que me he convertido. No quiero


enamorarme de ella otra vez. Tomó décadas para que el dolor de su
ausencia se apagara.

Aquí mi esposa está a salvo. Y así también mi corazón.

También mi corazón.

104 AÑOS DESPUÉS

Me deslizo por el pasillo y me dirijo directamente al templo


subterráneo de Serenity. Esta visita debería ser como las miles de otras
que he realizado durante el último siglo.

Pero no lo es.

La tapa del sarcófago está torcida y la cámara interior… está vacía.

Serenity se ha ido.
Próximamente

The Queen of all That Lives


(Fallen World #3)
Es una mártir.

Un mito.

Un fantasma.

Una leyenda.

Es mi alma gemela y mi cautiva, mi


conciencia y mi ira. La amo demasiado
como para dejarla morir; le temo
demasiado como para despertarla de su
sueño.

Es mía.

Y ahora se ha ido.

Él es antinatural.

Eterno.

No ético.

Imparable.

Es el guardián de las mentiras y las almas perdidas. La mía se deslizó a


través de sus garras.

Soy su esposa, su reina, el amor de su muy larga vida.

Y pronto, seré su verdugo.

También podría gustarte