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La alabanza es como un soplo que viene de lo alto, que llena las velas del
velero de nuestra alma y que brota de un corazón que se encuentra en
sintonía con la voluntad de Dios.
Quizá, al principio, será una alabanza un poco ahogada por las lágrimas y por
el dolor. Pero, si perseveras, notarás que lentamente la voz se irá haciendo
más firme y qué, tu corazón, comienza a arder el fuego de la esperanza, y este
anhelo echará, fuera de ti, el frío de la desilusión y del desánimo.
Salmo 35, 27: Canten, en cambio y alégrense los que desean mi triunfo, los
que desean mi felicidad repitan siempre: ¡qué grande es el Señor
Pide al Señor el don de la alabanza
Salmo 69, 31 y 32: Así alabaré con cantos el nombre de Dios, proclamaré su
grandeza dando gracias, esto agradara al Señor más que un toro, un ovillo con
cuernos y pezuñas.