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CONCEPCIÓN DE LA GUERRILLA URBANA

Ulrike Meinhof – Rote Armee Fraktion (RAF)


FRACCIÓN DEL EJÉRCITO ROJO (RAF)
CONCEPCIÓN DE LA GUERRILLA URBANA (1972)

“Nuestra política (…) estipula la necesidad de trazar una clara línea divisoria entre nosotros y el enemigo.”
Mao-Tse-Tung

“Ser atacado por el enemigo, no es una cosa mala, sino una cosa buena. Sostengo que, para nosotros, es malo si una
persona, partido, ejército o escuela no es atacado por el enemigo, porque eso significa que ha descendido al nivel del
enemigo. Es bueno si el enemigo nos ataca, porque eso prueba que hemos deslindado los campos con él. Y mejor aún si
el enemigo nos ataca con furia y nos pinta de negro y carentes de toda virtud, porque eso demuestra que no sólo hemos
deslindado los campos con él, sino que hemos alcanzado notables éxitos en nuestro trabajo.”
Mao-Tse-Tung, 26 de mayo de 1939

¡Apoyar la lucha armada!

1. RESPUESTAS CONCRETAS A CUESTIONES CONCRETAS

“Sigo insistiendo en que sin haber investigado nadie puede pretender el derecho a hablar.”
Mao-Tse-Tung

Algunos camaradas tienen ya ideas hechas sobre nosotros. Para ellos, relacionar este “grupo anarquista” al movimiento
socialista no es más que “demagogia de la prensa burguesa”.

En la medida en que la usan de manera falsa y acusadora, su concepción del anarquismo no va más allá que la de la
prensa de Springer. No vamos a discutir con nadie a un nivel tan ínfimo.

Sin embargo, numerosos camaradas quieren saber lo que pensamos sobre la cuestión. Nuestra carta a 883 (periódico
underground de Berlín) era demasiado general. La cinta de una tal Michèle Ray, cuyos extractos publicó Der Spiegel,
no era auténtica y procedía simplemente de conversaciones privadas.

Esta mujer quería escribir un artículo usando la cinta como recordatorio. O nos la pegó o la sobreestimamos. Si nuestra
práctica fuera tan terminante como dicen algunas de sus afirmaciones, ya nos habrían detenido hace mucho tiempo. Der
Spiegel pagó a Michèle Ray 1.000 dólares por todo ello.

Que casi todo lo que los periódicos publican sobre nosotros –y cómo lo escriben- no es más que mentira, está claro. Los
proyectos de eliminación de Willy Brandt que nos atribuyen tienen por objeto presentarnos como ímbeciles políticos; la
comparación que establecen entre nosotros y quienes han secuestrado un niño pretende asimilarnos a criminales sin
escrúpulos en la elección de los medios. Llegan hasta mencionar “detalles de fuente segura” en “Konkret” (núm. 5,
mayo de 1971), detalles insignificantes entremezclados de modo chapucero para cumplir.

Entre nosotros habría “oficiales y soldados”; algunos de nosotros serían dependientes, algunos de nosotros habrían sido
liquidados; los que nos han abandonado nos temerían; entraríamos en los apartamentos o tendríamos acceso a los
pasaportes pistola en mano; ejerceríamos un “terrorismo de grupo”: todo esto no es más que filfa.

Quienquiera que se imagine una organización ilegal de resistencia según el modelo de organización de los Freikorps y
de la Sainte Vehme defiende él mismo el pogromo. Adorno y Horkheimer, en La personalidad autoritaria, y Wilhelm
Reich, en Psicología de masas del fascismo, han mostrado la relación entre el fascismo y los mecanismos psíquicos que
producen tales proyecciones.

El carácter revolucionario forzoso es una contradicción en sí, una contradicción improductiva. Una práctica política
revolucionaria, en las relaciones de dominación que conocemos –o incluso en todos los casos-, implica la concordancia
permanente del carácter individual y la motivación política, es decir, la identidad política. La crítica y autocrítica
marxistas tienen más bien poco que ver con “la autoliberación”, y mucho con la disciplina revolucionaria.

Quien pretende “tan sólo ocupar las portadas” no es una “organización de izquierdas” cualquiera, que lo haría de forma
anónima, sino “concretamente” el mismo cuyo redactor jefe cuida su imagen de brazo izquierdo de Edward
Zimmermann (redactor jefe del programa “XYZ” de la ZDF en que se llama a la población a convertirse en
colaboradora de los criminales de la policía), para permitir que este programa de estudiantes miembros de las
corporaciones se haga con una cuota de mercado.

También hay muchos camaradas que difunden mentiras. Se dan autobombo al afirmar que habríamos vivido en sus
casas, que habrían organizado nuestros viajes a Palestina, que estarían informados de nuestros contactos, que habrían
hecho cosas para nosotros cuando no han hecho nada.

Algunos pretenden tan sólo mostrar que están “dentro”.

Eso mismo permitió que detuvieran a Günther Voigt, que se había jactado ante Dürrenmatt de ser uno de los liberadores
de Baader, lo que hubo de lamentar cuando llegaron los policías.

El desmentido, aun cuando exprese la verdad, no es tan sencillo a posteriori. Algunos quieren demostrar con ello que
somos idiotas, irresponsables, imprudentes, que estamos zumbados. Así ponen a otros en contra nuestra.

Trabajan. No tenemos nada que ver con estos charlatanes, para quienes la lucha antiimperialista se desarrolla en el bar.
Son muchos los que no hablan por hablar, los que tienen una concepción de la resistencia, los que están lo bastante
hartos como para desearnos buena suerte, porque saben que su integración y su adaptación a la vida no vale nada.

La vivienda de la Knesebeckstrasse, donde fue detenido Mahler, no fue descubierta debido a una negligencia de nuestra
parte sino como resultado de una traición.

El chivato era uno de los nuestros. Por el contrario, para quienes hacen lo que nosotros hacemos no hay forma de
defenderse: contra el hecho de que los camaradas se derrumben antes la policía, que otro se venga abajo porque no
soporte más el terror que el sistema desarrolla contra los que lo combaten. Los cerdos no tendrían el poder si no
tuvieran los medios.

Algunos, por nuestra culpa, se ven obligados a penosas justificaciones. Para evitar cualquier tipo de discusión política y
la puesta en evidencia de su propia práctica por la nuestra, no dudan en falsificar los hechos más simples.

Así, se dijo siempre que Baader estaba condenado a tan sólo tres, nueve o doce meses de cárcel antes de que le
liberáramos, aunque sea fácil determinar lo que era cierto: tres años por estragos, seis meses de una condena previa
aplazada por falsificación de documentos, etc., y todavía debía celebrarse el juicio.
Andreas Baader ya había cumplido catorce de esos cuarenta y ocho meses en diez prisiones diferentes de la de Hesse y
le habían transferido ya nueve veces de una a otra por mala conducta: organización de motines, resistencia. El cálculo
por el que 34 meses se convierten en tres, nueve o doce tenía por objeto evitar cualquier repercusión con ocasión de su
liberación el 14 de mayo.

Así racionalizan algunos camaradas su miedo ante las consecuencias personales que tendría una discusión con nosotros.

La cuestión de si habríamos liberado a Baader sabiendo que una persona de izquierdas (un empleado del Instituto
berlinés de cuestiones sociales, donde fue liberado Andreas Baader) iba a resultar herida en la operación –cuestión que
nos han planteado en múltiples ocasiones- sólo puede responderse negativamente.

Cuestiones del tipo “que habría ocurrido si” son, no obstante, ambiguas: pacíficas, platónicas, moralistas, indefinidas
políticamente. Quien reflexiona con seriedad sobre una liberación de presos no se plantea la cuestión, encuentra la
respuesta por sí mismo.

Con estas preguntas la gente quiere saber si somos tan brutales como nos presenta la prensa de Springer. Nos deberían
hacer recitar el catecismo. Es un intento de amañar la cuestión de la violencia revolucionaria, de someter bajo un
denominador común la violencia revolucionaria y la moral burguesa, algo que no funciona. Ni en la planificación ni en
las formas de llevar a cabo la acción había motivo alguno para pensar que un civil pudiera, que es lo que ocurrió,
cruzarse por el medio.

Para nosotros estaba claro que a la policía le traería sin cuidado. Pensar siquiera en llevar a cabo una liberación de
presos sin armas es suicida.

El 14 de mayo, como en Frankfurt, donde dos de los nuestros se dieron a la fuga porque no nos dejamos detener
fácilmente: los policías dispararon primero. La policía siempre apunta a dar. Nosotros en ocasiones no disparamos y
cuando lo hemos hecho ha sido al aire: en Berlín, Nürnberg, Frankfurt.

Es demostrable porque es cierto. No “usamos nuestras armas sin miramientos”. El policía, que se debate en la
contradicción entre su condición de “hombrecillo” y la de esclavo del capitalista, entre su condición de pequeño
asalariado y la de funcionario del capitalismo monopolista, no está en peligro. Disparamos si nos disparan. A los
policías que nos dejan escapar, también nosotros les dejamos escapar.

Es justo decir que con el inmenso dispositivo de búsqueda organizado contra nosotros, toda la izquierda socialista de la
RFA y de Berlín Occidental está en el punto de mira.

Ni el poco dinero de que nos hemos incautado ni el robo de coches o de documentos por los que nos buscan ni el intento
de asesinato que tratan de colgarnos justifica todo esto.

El miedo se ha metido en los huesos de la clase dominante, que ya se sentían totalmente dueños de este Estado y de
todos sus habitantes, clases y contradicciones, que creían haber reducido a los intelectuales a sus revistas, encerrado a
los izquierdistas en sus círculos, desarmado el marxismo-leninismo. La estructura de poder que representan no es, no
obstante, tan vulnerable como su temor podría hacernos pensar.

Sus vociferaciones no deben hacer que nos sobreestimemos.


Afirmamos que la organización de grupos de resistencia armada es actualmente justa, posible y está justificada en la
República Federal y en Berlín Occidental.

Es justo, posible y está justificado llevar a cabo aquí y ahora la guerrilla urbana. La lucha armada como “forma más
elevada del marxismo-leninismo” (Mao) puede y debe comenzar ahora, sin ella no hay lucha antiimperialista en la
metrópoli.

No decimos que la organización de grupos armados ilegales de resistencia pueda reemplazar las organizaciones
proletarias legales, ni que las acciones individuales reemplacen a las luchas de clases, ni que la lucha armada pueda
reemplazar el trabajo político en la fábrica o en el barrio. Sólo afirmamos que el desarrollo y el éxito de una implica la
otra.

No somos ni anarquistas ni blanquistas, aunque tenemos a Blanqui por un gran revolucionario y no despreciamos en
modo alguno el heroísmo de muchos anarquistas.

Nuestra práctica no llega al año. Es demasiado poco para poder hablar ya de resultados. La gran publicidad que nos han
hecho los señores Genscher, Zimmermann & Co. nos permite aparecer oportunamente de manera propagandística, hacer
ya algunas puntualizaciones.

“Si se quiere saber lo que piensan los comunistas, hay que mirar a sus manos, no a su boca (1)” dijo Lenin.

2. LA METRÓPOLI REPÚBLICA FEDERAL

“La crisis no nace tanto de la parálisis de los mecanismos de desarrollo cuanto del desarrollo mismo. Con el único
objetivo del puro y duro aumento de los beneficios, este desarrollo favorece cada vez más el parasitismo y el
despilfarro, relega a capas enteras de trabajadores a los márgenes de la sociedad, produce necesidades crecientes que es
incapaz de satisfacer y acelera la desintegración de la vida social.

¡Sólo un monstruoso aparato de manipulación de la opinión y de represión abierta puede controlar las tensiones y las
revueltas así alimentadas! La rebelión de los estudiantes y del movimiento negro en América, la crisis de la unidad
política de la sociedad americana, la extensión de las luchas estudiantiles en Europa, la reactivación vigorosa y los
nuevos contenidos de la lucha obrera y de la lucha de masas, la explosión del Mayo francés, la crisis social tumultuosa
en Italia y la vuelta de la insatisfacción en Alemania, ésas son las grandes líneas de este cuadro.” (Il Manifesto, Por el
Comunismo, tesis 33)

Los camaradas de Il Manifesto mencionan a la República Federal en último lugar y caracterizan su situación con el
término vago de “insatisfacción”. En Alemania –de la que Barzel decía, hace seis años, que era un gigante económico
pero un enano político- no ha disminuido su fuerza económica, a diferencia de su fuerza política, tanto en el interior
como en el exterior.

Con la formación de la gran coalición de 1966 se adelanta el peligro político que podría haber nacido entonces
espontáneamente de la inminente recesión. Con las leyes de urgencia las clases dominantes se han dado el instrumento
que garantiza su acción unificada en futuras crisis: la unidad de reacción política y todos aquellos que aún siguen
aferrados a la legalidad: la coalición social-liberal ha logrado absorber de modo considerable la “insatisfacción” que se
había hecho patente a través del movimiento estudiantil y del movimiento extraparlamentario; en la medida en que el
reformismo del Partido Social Demócrata no ha perdido su valor en la conciencia de sus seguidores, donde es
rechazado, con sus promesas de reforma; la existencia de una alternativa comunista para la mayoría de la
intelectualidad, a la que se mella el filo en las protestas anticapitalistas.
Su ostpolitik proporciona al capital nuevos mercados, garantiza la contribución alemana al equilibrio y alianza entre el
imperialismo de los EEUU y la Unión Soviética, que los EEUU necesitan para tener las manos libres en sus guerras de
agresión en el tercer mundo.

Este gobierno parece que también ha conseguido separar la nueva izquierda de los viejos antifascistas aislando de este
modo, una vez más, a la nueva izquierda de su historia, la del movimiento obrero. El DKP [Partido Comunista de
Alemania], que debe su permiso a la existencia a la nueva complicidad del imperialismo norteamericano y el
revisionismo soviético, organiza manifestaciones a favor de la ostpolitik de este gobierno; Niemöller –simbólica figura
antifascista- concurre en las listas del SPD para las próximas elecciones...

Bajo el disfraz del “interés general”, el dirigismo estatal mantiene sujetas a las burocracias sindicales a través de los
contratos de progreso salarial y de la concertación. Las huelgas de septiembre de 1969 mostraron que se habían pasado
de la raya en su persecución del beneficio; demostraron también que, en su desarrollo como huelga exclusivamente
económica, les tenían bajo control.

El hecho de que, a pesar de sus casi 2 millones de trabajadores extranjeros, la República Federal pueda utilizar, en
medio de una recesión que apunta a un desempleo cercano al 10%, todo el terror, todos los mecanismos de disciplina,
sin tener que hacer frente a un ejército de parados, sin sentir el aliento de la radicalización política de estas masas,
permite hacerse una idea de la fuerza del sistema.

Al participar con la ayuda militar y económica en las guerras de agresión de Estados Unidos, la República Federal se
beneficia de la explotación del tercer mundo, sin tener la responsabilidad de estas guerras, sin tener que enfrentarse a
una oposición interior. No menos agresiva que el imperialismo de los EEUU, pero menos atacable.

Las posibilidades políticas del imperialismo no están agotadas ni en su variante reformista ni en su variante fascista; sus
capacidades para integrar u oprimir las contradicciones que él mismo produce no están acabadas.

El concepto de guerrilla urbana de la Fracción del Ejército Rojo no se basa en una valoración positiva de la situación en
la República Federal y en Berlín Occidental.

3. LAS REVUELTAS ESTUDIANTILES

“Del conocimiento del carácter unitario del sistema de dominación capitalista resulta la imposibilidad de separar la
revolución en los puntos “culminantes” de la revolución en las “regiones atrasadas”. Sin un nuevo impulso de la
revolución en Occidente, no se puede impedir con firmeza que el imperialismo, impulsado por su lógica de violencia,
busque una salida en una guerra catastrófica o que las superpotencias impongan al mundo un yugo aplastante”. (Il
Manifesto, tesis 52).

Rebajar el movimiento estudiantil al nivel de una revuelta pequeño burguesa es reducirlo a las propias
sobreestimaciones que lo han acompañado; es negar su origen, que es la contradicción concreta entre la ideología
burguesa y la sociedad burguesa; es negar el nivel teórico, con el conocimiento de sus forzosas limitaciones, que ya ha
alcanzado su protesta anticapitalista.

Por supuesto que el entusiasmo con que se identificaban los estudiantes, que tomaban conciencia de su miseria psíquica
en las fábricas del conocimiento, con los pueblos explotados de América Latina, África y Asia, era exagerado; la
comparación entre la impresión masiva del periódico Bild aquí y los bombardeos masivos de Vietnam era una gran
simplificación; la comparación entre la crítica del sistema ideológico aquí y la lucha armada allá era soberbia; la
consideración de ser el sujeto revolucionario –mientras los fuera en nombre de Marcuse- desconocía la faz real de la
sociedad burguesa y las relaciones de producción sobre las que se basa.

En la República Federal y Berlín Occidental, corresponde al movimiento estudiantil: su lucha en las calles, sus
incendios, su uso de la violencia, su entusiasmo, también, por lo tanto, sus exageraciones y su ignorancia, en definitiva:
su praxis, reconstruir el marxismo-leninismo como teoría política, al menos en la conciencia de la intelectualidad, sin la
cual no se pueden aprehender los hechos políticos, económicos e ideológicos y el modo en que aparecen, sin la cual no
se pueden describir sus conexiones internas y externas.

Precisamente porque el movimiento estudiantil parte de la experiencia concreta de la contradicción entre la ideología de
la libertad del conocimiento y la realidad de la dominación del capital monopolista sobre la Universidad, porque no ha
sido iniciado ideológicamente, no ha dado su último suspiro: considerar el vínculo entre crisis de la Universidad y crisis
del capitalismo de arriba abajo, al menos en la teoría.

Hasta que para ellos y su “público” no quede claro que el contenido de esta democracia no lo forman la “liberté, égalité,
fraternité”, los derechos del hombre, o la carta de las Naciones Unidas; que aquí sólo vale lo que ha valido siempre para
la explotación colonialista e imperialista de América Latina, África y Asia: la disciplina, la sumisión y la brutalidad
contra los oprimidos, contra quienes se ponen de su lado, contra quienes promueven protestas, resisten, dirigen la lucha
antiimperialista.

De forma ideológica crítica, el movimiento estudiantil ha alcanzado prácticamente todas las áreas de la represión del
estado que son expresión de la explotación imperialista: en la campaña de prensa de Springer, en las manifestaciones
contra la agresión estadounidense en Vietnam, en la lucha contra la justicia de clase, en la campaña contra el ejército,
contra las leyes del estado de emergencia, en el movimiento estudiantil. ¡Expropiar a Springer! ¡Acabar con la OTAN!
¡Luchar contra el terrorismo de la sociedad de consumo! ¡Luchar contra el terrorismo educativo! ¡Luchar contra el
terrorismo de los intereses bancarios! fueron consignas políticas justas.

Apuntaban a la actualización de las contradicciones provocadas por el capitalismo, maduro él mismo en la conciencia
de todos los oprimidos, entre las nuevas necesidades y las nuevas posibilidades de satisfacción de esas necesidades
mediante el desarrollo de las fuerzas productivas por un lado y la presión a la sumisión irracional en la sociedad de
clases [, por otro].

Lo que había en su propia conciencia no eran luchas de clase ampliadas aquí, sino la conciencia de ser parte del
movimiento internacional, de tener que habérselas con el mismo enemigo de clase aquí que el Vietcong allá, con los
tigres de papel, con los mismos cerdos.

El segundo mérito del movimiento estudiantil es haber quebrado el patrón provincialista de la vieja izquierda: la
estrategia de frente popular como procesión de Semana Santa, de Unión alemana por la paz, de diario popular alemán,
como esperanza irracional en un “gran terremoto” en cualquier proceso electoral, su fijación parlamentaria ahora con
Strauss, luego con Heinemann, su fijación pro y anticomunista con la RDA, su aislamiento, su resignación, su deterioro
moral: dispuesta a cualquier sacrificio, incapaz de la más mínima praxis.

La parte socialista del movimiento estudiantil ha tomado conciencia de sí misma –a pesar de las imprecisiones teóricas-,
ha reconocido correctamente que “la iniciativa revolucionaria occidental puede a día de hoy contar con la crisis del
equilibrio global del mundo y con la maduración de nuevas fuerzas en todos los países”. (Il Manifesto, tesis 55).

Han dado como contenido de su agitación y propaganda aquello en lo que podían reivindicarse en consideración a las
relaciones alemanes: que contra la estrategia global del imperialismo, la perspectiva de las luchas nacionales debe ser
internacionalista, que sólo el vínculo de los contenidos nacionales con los contenidos internacionales puede estabilizar
las formas tradicionales de lucha con las iniciativas revolucionarias internacionalistas.
Han hecho de su debilidad su fuerza porque reconocieron que así no hay más que una renuncia renovada, un perfil
provincial, el reformismo, la estrategia de frente popular, la integración, se podían evitar: los callejones sin salida de la
política socialista en las condiciones post y prefascistas que hay hoy en la República Federal y Berlín Occidental.

La izquierda sabía pues que habría sido correcto ligar la propaganda socialista en las fábricas e impedir en la práctica la
distribución del diario Bild.

Que habría sido correcto ligar la propaganda dirigida a los GIs, para que se opongan a su envío a Vietnam, con los
ataques prácticos contra aviones militares que operarán en Vietnam; la campaña del ejército con los ataques prácticos
contra las bases aéreas de la OTAN. Que habría sido correcto ligar la crítica de la justicia de clase con las explosiones
en los muros de las prisiones; la crítica del conglomerado de Springer con el desarme de sus milicias patronales; como
correcto sería también crear una radio propia, desmoralizar a la policía, tener viviendas ilegales para los desertores del
ejército, poder falsificar documentos de identidad para las labores de agitación entre los trabajadores extranjeros,
impedir la producción de napalm por medio de sabotajes en las fábricas que lo producen.

Y es falso hacer depender su propaganda de la oferta y la demanda: nada de periódicos, porque los trabajadores no
pueden aún financiarlos; nada de coches, porque el “movimiento”' no puede aún comprarlos; nada de emisoras de radio,
porque no hay licencias; nada de sabotajes, porque el capitalismo no se derrumba por eso inmediatamente.

El movimiento estudiantil se vino abajo cuando su forma de organización específicamente estudiantil/pequeño


burguesa, el “campo antiautoritario”, se demostró incapaz de desarrollar una práctica adecuada en cuanto a sus
objetivos, porque no podía producirse una ampliación de su espontaneidad ni hacia las empresas ni en una guerrilla
urbana capaz ni en una organización de masas socialista. Se vino abajo cuando la chispa del movimiento estudiantil –a
diferencia de Italia o Francia- no se convirtió en el incendio de la pradera de luchas de clases ampliadas. Podía nombrar
los objetivos y los contenidos de la lucha antiimperialista, pero no era él mismo el sujeto revolucionario, no podía
permitirse la mediación organizativa.

A diferencia de las “organizaciones proletarias” de la nueva izquierda, la Fracción del Ejército Rojo no niega su
prehistoria como historia del movimiento estudiantil, que ha reconstruido el marxismo-leninismo como arma en la lucha
de clases y ha planteado el contexto internacional para el combate revolucionario en las metrópolis.

4. PRIMACÍA DE LA PRÁCTICA

“Para conocer directamente tal o cual cosa o cosas, es preciso participar personalmente en la lucha práctica por
transformar la realidad, por transformar dicha cosa o cosas, pues es éste el único medio de entrar en contacto con sus
apariencias; asimismo, es éste el único medio de poner al descubierto la esencia de dicha cosa o cosas y comprenderlas.

Pero el marxismo subraya la importancia de la teoría precisa y únicamente porque ella puede servir de guía para la
acción. Si tenemos una teoría justa, pero nos contentamos con hacer de ella un tema de conversación y la dejamos
archivada en lugar de ponerla en práctica, semejante teoría, por buena que sea, carecerá de significación.” (Mao Tse-
Tung, Sobre la práctica).

El regreso de los izquierdistas, de socialistas, que eran al mismo tiempo las autoridades del movimiento estudiantil, al
estudio del socialismo científico, la actualización de la crítica de la economía política como su autocrítica hacia el
movimiento estudiantil, fue al mismo tiempo una vuelta a los trabajos librescos.

A juzgar por la producción de papel, sus modelos de organización, por mucho que les cueste explicarse, se podría
pensar que los revolucionarios reivindican la dirección de las luchas de clase violentas, como si el año 67/68 fuera el
1905 del socialismo en Alemania.

Cuando Lenin, en 1903 en Qué hacer, subrayaba la necesidad teórica de los trabajadores rusos e indicaba como
postulado, contra los anarquistas y los socialistas revolucionarios, la necesidad de un análisis de clase, de organización,
de una propaganda desmitificadora, es porque tenían lugar luchas de clase masivas. “Se trata justamente de que las
masas obreras se excitan mucho por las infamias de la vida rusa, pero nosotros no sabemos reunir, si es posible
expresarse de este modo, y concentrar todas las gotas y arroyuelos de la excitación popular que la vida rusa destila en
una cantidad inconmensurablemente mayor de lo que todos nosotros nos figuramos y creemos y que hay que reunir
precisamente en un solo torrente gigantesco.” (Lenin, Qué hacer).

Dudamos que sea ya posible desarrollar en las condiciones presentes en la República Federal y Berlín Occidental una
estrategia de unificación de la clase trabajadora, llegar a una organización que sea a la vez expresión e inicio de un
proceso de unificación necesario. Dudamos que la alianza entre los intelectuales socialistas y el proletariado pueda
soldarse por medio de declaraciones programáticas o lograrse por la pretensión de crear organizaciones proletarias. Las
gotas y los arroyuelos de las infamias de la vida alemana las ha reunido hasta la fecha el conglomerado de Springer, que
las ha reconducido a nuevas infamias.

Afirmamos que sin iniciativa revolucionaria, sin la intervención práctica de la vanguardia, de los trabajadores e
intelectuales socialistas, sin la lucha antiimperialista concreta no hay proceso alguno de unificación, que la unión si no
se plantea a través de las luchas comunes no se puede plantear en absoluto, que en esas luchas comunes la fracción
consciente de los trabajadores e intelectuales no dirige la “puesta en escena” sino que muestra el ejemplo.

En la producción de papel de las organizaciones reconocemos su práctica en su lucha competitiva de intelectuales que
pelean por la mejor interpretación de Marx ante un jurado imaginario, que no puede ser la clase obrera porque el
lenguaje de ésta excluye por de pronto la participación de aquéllas. Les molesta más que les engañen con una cita de
Marx equivocada que mentir acerca de su práctica.

La número de página que dan siempre con la nota corresponde casi siempre [a lo cierto], el número de miembros de su
organización no corresponde casi nunca. Temen más el reproche de impaciencia revolucionaria que el de corrupción en
las profesiones burguesas; la predicción a largo plazo con Lukacs resulta importante para ellos, como sospechoso
dejarse excitar a corto plazo por Blanqui.

Su internacionalismo se expresa en la censura de esa organización tipo comando palestina en relación con aquella otra:
unos señores blancos que juegan a representantes del marxismo; su internacionalismo se expresa en los hechos bajo la
forma de mecenazgo, en la medida en que mendigan ante sus amigos ricos en nombre de los Black Panther; abonan a su
cuenta, con miras al juicio final, lo que les dan por mala conciencia cuando su principal preocupación, más que la
victoria de la guerra popular, es tener buena conciencia.

Esto no es un método revolucionario de intervención.

Mao, en su Análisis de las clases de la sociedad china (1926) opone la lucha de la revolución a la de la
contrarrevolución cuando dice: “(…) la bandera roja de la revolución, que enarbola la III Internacional, llamando a
unirse en torno suyo a todas las clases oprimidas del mundo; la otra es la bandera blanca de la contrarrevolución, que
enarbola la Sociedad de las Naciones, llamando a unirse en torno suyo a todos los contrarrevolucionarios de la tierra”.

Mao distingue las clases de la sociedad china dependiendo de la decisión que adoptarían, para el progreso de la
revolución: o por la bandera roja o por la bandera blanca. No le bastaba con analizar la situación económica de las
distintas clases de la sociedad china. En su análisis se incluía también la posición que adoptaban las diferentes clases en
relación a la revolución.
No habrá papel dirigente alguno de los marxistas-leninistas en las futuras luchas de clases si la vanguardia no enarbola
ella misma la bandera roja del internacionalismo proletario, si la vanguardia no responde como tal a la pregunta de
cómo se construirá la dictadura del proletariado, cómo se impondrá el poder político del proletariado, cómo se hará
añicos el poder de la burguesía, si no está preparada en la práctica para responder a todo esto.

El análisis de clase que necesitamos no se puede hacer sin práctica revolucionaria sin iniciativa revolucionaria.

Las “reivindicaciones revolucionarias de transición” que las organizaciones proletarias han planteado aquí y allá, como
la lucha contra la intensificación de la explotación, la reducción del tiempo de trabajo, contra el despilfarro de la riqueza
social, por el mismo salario para hombres, mujeres y emigrantes, contra los ritmos de trabajo infernales, etc., estas
reivindicaciones de transición no son más que economicismo sindicalista, mientras no se responda al mismo tiempo a la
cuestión de cómo quebrar la presiones políticas, militares y propagandísticas que, con toda agresividad, saldrán al paso
de esas reivindicaciones si reactivan las luchas de clase masivas.

Pero es que además esas “reivindicaciones revolucionarias de transición”, si no se rebasan, no son más que mierda
economicista porque por ellas no vale la pena emprender el combate revolucionario y llevarlo a la victoria, porque
“vencer supone aceptar el principio de que la vida no es el bien supremo de los revolucionarios” (2) (Debray). Se puede
intervenir de modo sindicalista con esas reivindicaciones pero “la política tradeunionista de la clase obrera es
cabalmente la política burguesa de la clase obrera” (Lenin). Éste no es un método de intervención revolucionaria.

Las llamadas organizaciones proletarias no se diferencian del DKP cuando no plantean la cuestión del armamento como
respuesta a las leyes de emergencia, al ejército, a la policía de fronteras, a la policía, a la prensa de Springer o cuando
guardan silencio ante ello de manera oportunista, sino porque tienen aún menos arraigo entre las masas, porque son más
radicales de palabra, porque saben más a nivel teórico.

En la práctica actúan al mismo nivel que los expertos en derecho quienes, por la popularidad a cualquier precio,
defienden las mentiras de la burguesía de que quedaría aún en este estado algo por obtener por medio de la democracia
parlamentaria, animan al proletariado a participar en luchas que, dado el potencial de violencia de este estado, están
perdidas de antemano de manera brutal.

“Estas fracciones o partidos marxistas-leninistas”, escribe Debray sobre algunos comunistas de América Latina, “actúan
en el interior con los mismos planteamientos políticos que los controlados por la burguesía. En lugar de cambiarlos, han
contribuido a anclarlos con más fuerza aún...” (3)

Para los miles de aprendices y jóvenes que han sacado como conclusión de su politización durante el movimiento
estudiantil que hay que apartarse de la presión de la explotación en la empresa, estas organizaciones no ofrecen ninguna
perspectiva política cuando proponen adaptarse una vez más a la presión capitalista de la explotación. Con relación a la
delincuencia juvenil, tienen el mismo punto de vista que los directores de prisión; con relación a los camaradas en el
maco, el punto de vista de sus jueces; respecto al Underground, el punto de vista de los trabajadores sociales.

Sin práctica, la lectura de “El Capital” no es más que estudio burgués.

Sin práctica, las declaraciones políticas no son más que charlatanería. Sin práctica, el internacionalismo proletario no es
más que una palabra rimbombante. Adoptar en la teoría el punto de vista del proletariado, es adoptarlo en la práctica.

La Fracción del Ejército Rojo habla de la primacía de la práctica. Si es justo ahora organizar la resistencia armada
depende de su posibilidad; si es posible, sólo puede saberse en la práctica.
5. GUERRILLA URBANA

“Por lo tanto, el imperialismo y todos los reaccionarios, mirados en su esencia, en perspectiva, desde el punto de vista
estratégico, deben ser considerados como lo que son: tigres de papel. En esto se base nuestro concepto estratégico. Por
otra parte, también son tigres vivos, tigres de hierro, tigres auténticos, que devoran a la gente. En esto se base nuestro
concepto táctico.” Mao Tse Tung, 1-12-1958.

Si es correcto que el imperialismo es un tigre de papel, es decir, que en última instancia puede ser derrotado; y si la tesis
de los comunistas chinos es correcta en el sentido de que puede lograrse la victoria sobre el imperialismo americano
combatiéndolo en todos los rincones del mundo para, de este modo, dispersar sus fuerzas y, gracias a esa dispersión,
derribarlo, si esto es correcto, entonces no existe razón alguna para excluir [de la lucha antiimperialista] a este país o a
aquella región porque las fuerzas revolucionarias sean allí especialmente débiles o las fuerzas reaccionarias
especialmente fuertes.

Y asimismo es erróneo desalentar a las fuerzas revolucionarias subestimándolas. Es erróneo también plantear luchas que
podrían debilitarlas o llevarlas a su destrucción. La contradicción entre los camaradas sinceros de algunas
organizaciones –dejemos aparte a los charlatanes- y la Fracción del Ejército Rojo reside en que nosotros les
reprochamos que desalienten a las fuerzas revolucionarias y ellos nos acusan de debilitarlas.

Así surgirá el camino por el que puedan “atravesar el río” la fracción de camaradas que trabajan en fábricas y barrios, y
la Facción del Ejército Rojo. El dogmatismo y el aventurerismo son desde hace tiempo las desviaciones características
en los periodos de debilidad de la revolución. Que desde hace mucho los anarquistas sean los más feroces críticos del
oportunismo ha llevado a que a quien critique el oportunismo se le acuse de anarquismo. En cierto modo se puede decir
que es un clásico.

El concepto de guerrilla urbana viene de América Latina. Y allí sucede lo mismo, y nada más que lo mismo, que puede
ocurrir aquí: el método de intervención revolucionaria de fuerzas revolucionarias relativamente débiles.

La guerrilla urbana parte del principio de que no existen las órdenes de marcha prusianas con que muchos sedicentes
revolucionarios querrían guiar al pueblo en la lucha revolucionaria. Parte del principio de que cuando la situación esté
madura para la lucha armada será ya demasiado tarde para prepararla.

Que sin iniciativa revolucionaria en un país como la República Federal cuyo potencial de violencia es tan grande y cuya
tradición revolucionaria es tan débil y frágil, no habrá ninguna orientación revolucionaria cuando las condiciones para
la lucha sean más favorables que ahora a causa del desarrollo político y económico del propio capitalismo tardío.

En esa misma medida, la guerrilla urbana es la consecuencia de la negación, largo tiempo verificada, de la democracia
parlamentaria por sus propios representantes, la respuesta inevitable a las leyes de emergencia y a las “leyes-granada-
de-mano”, la disposición a luchar con los mismos medios que emplea el sistema para liquidar a sus adversarios. La
guerrilla urbana se basa en el reconocimiento de los hechos en lugar de en su apología.

Lo que la guerrilla puede hacer, lo sabía ya, en parte, el movimiento estudiantil: llevar a lo concreto la agitación y la
propaganda allí donde el trabajo de la izquierda es aún limitado. Algo de esto había ya en la campaña contra la prensa
de Springer, en la campaña contra Cabora Bassa de los estudiantes de Heidelberg o en las ocupaciones de casas de
Frankfurt, en relación con las ayudas militares que la República Federal concede a los regímenes compradores de
África, en relación con la crítica del régimen de semilibertad, de la justicia de clase, de las milicias patronales y de la
justicia en la empresa.

La guerrilla concreta el discurso internacionalista consiguiendo armas y dinero. Puede obstruir el arma del sistema, la
ilegalización de los comunistas, en la medida en que organiza la clandestinidad, que escapa de la intervención policial.
La guerrilla urbana es un arma de la lucha de clases.

La guerrilla urbana es lucha armada en la medida en que la policía usa sin restricciones armas de fuego y la justicia de
clase absuelve a los policías responsables de desmanes y entierra vivos a los camaradas, siempre y cuando no lo
impidamos. La guerrilla urbana significa no dejarse desmoralizar por la violencia del sistema.

La guerrilla urbana apunta a la destrucción del aparato de dominación estatal en ciertos puntos, trata de liquidar su
capacidad de dañar en ciertos momentos, de aniquilar el mito de la omnipresencia del sistema y de su invulnerabilidad.

La guerrilla urbana tiene como presupuesto la organización del aparato ilegal, es decir, pisos, armas, munición, coches,
documentación. Lo fundamental ha sido tratado por Marighella en su “Pequeño manual del guerrillero urbano”. Para
otras cuestiones a las que también se debe prestar atención, estamos dispuestos a comunicárselas a quien se sume a la
lucha armada si está decidido. Podemos no saberlo todo, pero ya hemos aprendido algunas lecciones.

Antes de decidirse a luchar con las armas en la mano es importante haber tenido ya experiencia política legal. Si el
vínculo con la izquierda revolucionaria no es más que cosa de moda, la decisión [de sumarse a la guerrilla urbana]
llegará solamente a un punto donde sea posible la vuelta atrás.

La Fracción del Ejército Rojo y la guerrilla urbana son respectivamente la fracción y la práctica combatidas con la
mayor furia, en la medida en que trazan una línea divisoria clara entre ellas y el enemigo. Ello presupone que se haya
desarrollado previamente un proceso de aprendizaje.

Nuestro concepto organizativo original implicaba el vínculo de la guerrilla urbana y el trabajo de base. Pretendíamos
que cada uno de nosotros participara, a un tiempo, en los grupos socialistas existentes en los barrios o en las fábricas,
influyera en el proceso de discusión, experimentara, aprendiera. Nos dimos cuenta de que esto no funcionaba. Que los
controles que la policía política lleva a cabo sobre estos grupos, sus citas, sus reuniones, sus contenidos de discusión,
llegan a tal extremo que no se puede estar allí si no se quiere estar controlado. Que el trabajo legal no se puede
combinar con el trabajo ilegal.

La guerrilla urbana presupone tener claras cuáles son sus motivaciones, tener claro que los métodos a la Bild Zeitung no
le afectan a uno, que la canción de “antisemitas-criminales-infrahumanos-pirómanos” que arrojan sobre los
revolucionarios –toda esa mierda que sólo busca aislar y desarticular, y que aún influye en la opinión que tienen de
nosotros muchos camaradas- no le afecta a uno.

Porque, evidentemente, el sistema no nos deja margen de maniobra y no existe medio –incluida la difamación- que no
esté dispuesto a utilizar contra nosotros.

Y no hay medio de comunicación cuyo objetivo no sea sacar provecho, de un modo u otro, de los intereses del capital. Y
no hay medio de comunicación socialista que rebase su propio círculo, su difusión manual, sus subscriptores, que no se
manifieste mayoritariamente bajo las formas azarosas, privadas, personales y burguesas.

No hay medio de comunicación que no esté controlado por el capital a través del mercado publicitario, de la ambición
de periodistas deseosos de formar parte de los círculos del poder, de las opiniones de los grandes medios, de la
concentración del mercado editorial. La opinión pública dominante es la opinión pública de los dominantes, quienes
dividen en partes el mercado desarrollando contenidos ideológicos para cada capa social. Lo que se difunde sirve para
su propia afirmación en el mercado. La categoría periodística significa sólo una cosa: vender.

La información como mercancía, la noticia como consumo. Lo que no se puede consumir les fastidia sin género de
duda: el vínculo de los periódicos con los medios de información, las audiencias televisivas... en todo ello no puede
haber contradicciones entre sí y con el público, nada de antagonismos, nada de consecuencias.

El vínculo entre los principales forjadores de opinión en el mercado le es necesario a todos los que quieran permanecer
en el mercado: es decir, que la dependencia respecto a la corporación Springer crece en la misma medida en que crece la
corporación, que ya ha empezado a adquirir los periódicos locales. La guerrilla urbana no puede esperar más que una
acerba hostilidad por parte de esta opinión pública. La guerrilla urbana debe enrumbarse con la crítica marxista y la
autocrítica, si no, no hay nada que hacer: “Sólo el que no tiene miedo de ser ejecutado puede atreverse a tirar al rey de
su caballo” dice Mao a este respecto.

El largo plazo y el trabajo a pequeña escala son los postulados auténticamente válidos para la guerrilla en la medida en
que no sólo se habla sino que también se actúa en consecuencia. Sin dejar abierta la posibilidad de volver a un empleo
burgués, poniendo toda la voluntad y capacidad personales al servicio de la revolución, es decir, con la convicción que
formulara Blanqui: “El deber de un revolucionario es luchar siempre, luchar a pesar de todo, luchar hasta la muerte” (4).
Nunca hubo lucha revolucionaria alguna cuya moral no fuera ésta: Rusia, China, Cuba, Argelia, Palestina, Vietnam.

Algunos sostienen que las posibilidades políticas de organización, agitación y propaganda están lejos de haberse
agotado, pero que sólo después podrá plantearse la cuestión de la lucha armada. Nosotros decimos: las posibilidades
políticas no se podrán utilizar verdaderamente mientras el objetivo, la lucha armada, no se reconozca como objetivo de
la politización, mientras la definición estratégica –que todos los reaccionarios no son más que tigres de papel- no se
reconozca tras la definición táctica: que son criminales, asesinos y explotadores.

No vamos a hablar de “propaganda armada”, vamos a hacerla. La liberación de prisioneros no obedece a motivos
propagandísticos, sino a que queríamos liberar al camarada. Los robos de bancos, que pretenden atribuirnos, los
haríamos sólo para obtener dinero. Los “notables éxitos” de que habla Mao cuando “el enemigo (…) nos pinta de
negro” –y a que deberíamos aspirar- no son más que el precio de nuestros propios éxitos. Los afectuosos saludos con
que se nos ha recibido se los agradecemos aún más a los camaradas de Latinoamérica –debido a la clara línea divisoria
que ya han establecido entre sí y el enemigo-, pues hacen que los dominantes aquí nos “ataquen enérgicamente” al
considerarnos sospechosos de unos pocos robos de bancos como si ya existiera lo que acabamos de empezar a construir:
la guerrilla urbana de la Fracción del Ejército Rojo.

6. LEGALIDAD E ILEGALIDAD

“El desarrollo de la revolución en Occidente, la contestación al poder capitalista desde el interior de sus fortines están a
la orden del día y tienen una importancia decisiva. No hay en el mundo lugar o fuerzas capaces de garantizar una
evolución pacífica y una estabilización democrática; la crisis tiende a agravarse. Recluirse en estrechos horizontes o
diferir la lucha para más tarde es dejarse llevar por la total degeneración ambiente.” (Il Manifesto, tesis 55).

El lema de los anarquistas “destruye lo que te destruye” apunta a la movilización directa de la base, a jóvenes en la trena
o en sus casas, en la escuela o en el trabajo, se dirige a quienes están más jodidos, pretende una movilización
espontánea, es un llamamiento a la resistencia directa. El lema del Black Power de Stokely Carmichael: “¡Confía en tu
propia experiencia!” expresa exactamente lo mismo.

El lema parte de la consideración de que en el capitalismo no hay nada, absolutamente nada, que oprima, provoque
sufrimiento o moleste, que no tenga su origen en las relaciones de producción capitalistas: cada opresor,
independientemente de la forma en que aparezca, es un representante del capital, es decir, un enemigo de clase.

En ese sentido, el lema de los anarquistas es justo, proletario, combativo desde una perspectiva de clase. Y es falso por
cuanto pretende crear la errónea conciencia de que bastaría simplemente con golpear, con zurrar en los morros, que la
organización es algo secundario, que la disciplina es algo burgués, el análisis de clase superfluo.
Sin defensas frente a la creciente represión que sigue a sus acciones, bloqueado, sin haber prestado atención desde una
perspectiva organizativa a la dialéctica de la legalidad y la ilegalidad, les detienen legalmente.

La frase de muchas organizaciones “los comunistas no son tan simplistas como para ilegalizarse ellos mismos” es un
eco de la justicia de clase y de nadie más. En tanto significa que las posibilidades legales de agitación y de propaganda
comunista, de lucha política y económica, deben utilizarse a toda costa sin ponerlas en peligro a la ligera, es una frase
justa; pero no es eso en absoluto lo que quiere decir la frase.

Lo que quiere decir es que las fronteras que levantan el Estado de clase y su justicia al trabajo socialista bastan en
cuanto a los medios utilizables, que hay que atenerse a estas (de)limitaciones, que frente a los ataques ilegales de este
Estado, legalizados sistemáticamente, hay que dar un paso atrás en todo momento: legalidad a toda costa. Detenciones
ilegales, juicios de terror, ataques de la policía, chantaje y presión de los jueces: camina o revienta, los comunistas no
son tan simplistas...

Esta frase es oportunista. Es antisolidaria. Abandona a los camaradas en el maco, excluye la organización y la
politización de todos los [miembros] del movimiento socialista que, debido a sus orígenes sociales y su situación, no
pueden hacer otra cosa que sobrevivir en la ilegalidad: el underground, el infraproletariado, los innumerables jóvenes
proletarios, los trabajadores inmigrantes.

Sirve para la criminalización teórica de todos aquellos que no se ajusten a las organizaciones [reformistas]. Es lo que les
vincula a la justicia de clase. Es una frase estúpida.

La legalidad es una cuestión de poder. La relación entre legalidad e ilegalidad debe definirse por la contradicción entre
el ejercicio reformista y fascista del poder, cuyos representantes en Bonn son, en este momento, la coalición
social/liberal aquí, Barzel/Strauss allá; cuyos representantes mediáticos son, por ejemplo, el periódico “Süddeutsche
Zeitung”, la revista “Stern”, el tercer programa de Radio Colonia y la Radio Berlín Libre, el periódico “Frankfurter
Rundschau”, de la corporación Springer, el segundo canal de televisión (ZDF), el correo bávaro, la policía y su línea de
Munich y el modelo berlinés, con la justicia del Tribunal Constitucional aquí y el Tribunal Federal de Justicia allá.

La línea reformista pretende evitar los conflictos con promesas de reforma (en el régimen de semilibertad, por ejemplo),
en la medida en que evita las provocaciones (la línea blanda de la policía berlinesa y del Tribunal Constitucional de
Berlín, por ejemplo), mediante el reconocimiento verbal de malentendidos (en la educación pública en la región de
Hesse y en Berlín, por ejemplo).

Pertenece a la táctica del reformismo evitar los conflictos, moverse por dentro y pero no por fuera de la legalidad: esto
le da la apariencia de legitimidad, la apariencia de llevar las leyes constitucionales bajo el brazo, con ello pretende la
integración de las contradicciones, con ello hace funcionar en balde la crítica de izquierdas, la elimina, por ello los
jóvenes socialistas y el partido socialista quieren mantenerlo.

La línea reformista, para una estabilización a largo plazo de la dominación capitalista, es la línea más eficaz, de ello no
cabe duda, pero implica ciertos presupuestos concretos.

Presupone la prosperidad económica, porque la línea blanda de la policía de Munich es, por ejemplo, mucho más cara
que la línea dura de la policía de Berlín, como ha dejado claro el presidente de la policía de Munich: “Dos agentes con
ametralladoras mantienen a raya a 1.000 personas, 100 agentes con porras pueden mantener a raya a 1.000 personas. Sin
esos instrumentos serán necesarios de 300 a 400 policías”. La línea reformista presupone una oposición anticapitalista
poco o en absoluto organizada como sabemos por el ejemplo de Munich.

Además, la monopolización del poder estatal y económico crece bajo el manto del reformismo político: lo que Schiller
está llevando a cabo con su política económica y Strauss impuso con su reforma financiera, es decir, el agravamiento de
la explotación por la intensificación del trabajo y la división del trabajo en el ámbito de la producción, por medidas a
largo plazo de racionalización en el ámbito de la gestión y de la prestación de servicios.

Hemos aprendido del movimiento estudiantil y del Mayo parisino que la acumulación de violencia en las manos [del
estado] funciona mejor cuanta menos resistencia haya, cuando la violencia se emplea silenciosamente, cuando se evitan
provocaciones innecesarias que podrían tener como resultado procesos de solidarización incontrolables.

Por eso las células rojas no están todavía prohibidas, por eso el PC de Alemania está tolerado como tal PC alemán –aun
sin levantar la prohibición que pesa sobre él-, por eso hay todavía emisiones de televisión progresistas y por eso
también algunas organizaciones pueden permitirse aún no considerarse tan simplista como en realidad son.

El ámbito de la legalidad que propone el reformismo es la respuesta del capital a los ataques del movimiento estudiantil
y de la oposición extraparlamentaria (APO): mientras pueda permitirse la respuesta reformista, es la más eficaz.

Depositar las esperanzas en la legalidad, contar con ella, alargarla metafísicamente, apreciarla en un sentido estático, no
pretender más que defenderla, es repetir la estrategia de las zonas de autodefensa de América Latina, es no haber
aprendido nada, es dejar tiempo a la reacción para que se forme, se reorganice, pero no para terminar ilegalizando a la
izquierda sino liquidándola.

Willy Meyer (5) ni siquiera disimula: maniobra y a la prensa progresista que le critica que con sus pruebas de
alcoholemia los conductores se convierten en criminales le replica: “¡vamos a seguir!”, mostrando a los medios
progresistas su ausencia de significado.

Edouard Zimmerman convierte en policías a toda la población, la corporación Springer ha tomado la dirección de la
policía de Berlín, el periodista del Diario de Berlín (BZ) les escribe las órdenes de arresto a los jueces berlineses. Es la
movilización de las masas en el sentido del fascismo, de la agresión, de la pena de muerte, de la fuerza disuasoria, de la
intervención, con la fachada new look que la administración de Brandt, Heinemann y Scheel ha dado a la política de
Bonn.

Los camaradas que tratan tan superficialmente la cuestión de la legalidad y la ilegalidad han comprendido mal, al
parecer, el significado de la amnistía que ha reducido el movimiento estudiantil a algo inofensivo. En la medida en que
se suprime la criminalización de cientos de estudiantes, éstos pierden su miedo, se previene así una radicalización
continua, se les recuerda claramente hasta qué punto tienen valor los privilegios estudiantiles, a pesar de que la
universidad sea una fábrica del conocimiento, para el ascenso social.

De este modo se levantan de nuevo las barreras de clase entre ellos y el proletariado, entre su día a día privilegiado
como estudiantes y el día a día del trabajador y la trabajadora sometidos a los acuerdos salariales, que no han sido
amnistiados por el mismo enemigo de clase. Así, una vez más se ha amputado la teoría de la práctica. La cuenta
“amnistía igual pacificación” era buena.

La iniciativa socialdemócrata de los votantes, hecha por algunos escritores honorables –no sólo por el imbécil de Grass-
como intento de movilización positivo y democrático, entendido como defensa contra el fascismo y, por lo tanto, digno
de consideración, confunde la realidad de ciertas publicaciones y redacciones de medios de comunicación, no sometidas
aún a la racionalidad de los monopolios que renquea por detrás, con lo fundamental de la realidad política.

Los ámbitos en que la represión se ha agudizado no son aquellos con los que un escritor tiene que habérselas de buenas
a primeras: las prisiones, la justicia de clase, la guerra por los incrementos salariales, los accidentes de trabajo, el
consumo limitado, la escuela, los periódico Bild y BZ (de Berlín), los cuarteles, los apartamentos de los suburbios, los
guetos para extranjeros; todo esto les llega a los escritores en el mejor de los casos de manera estética, no políticamente.
La legalidad es la ideología del parlamentarismo, de la alianza social, de la sociedad pluralista. Se convierte en un
fetiche cuando los que se vanaglorian de ella ignoran que los teléfonos pueden estar sometidos a escuchas legales y el
correo controlado legalmente, que se puede interrogar a los vecinos legalmente, que se puede pagar legalmente a
informadores, que se puede someter a vigilancia a alguien legalmente, que la organización del trabajo político, si no se
quiere que quede fuera de juego permanentemente por el ataque de la policía política, debe ser al mismo tiempo legal e
ilegal.

No depositamos nuestras esperanzas en la movilización antifascista espontánea ante el terror y el fascismo, y no


consideramos la legalidad como una corrupción: sabemos que nuestro trabajo proporciona pretextos, como el alcohol de
Willy Meyer y delincuencia en aumento de Strauss, la ostpolitik de Barzel y el semáforo en rojo que se salta el
yugoslavo de los taxis de Frankfurt o las manos en la masa del asesino del ladrón de coches en Berlín.

Y para que haya aún más pretextos, porque somos comunistas, y depende de los comunistas que el terror y la represión
en vez de traer sólo miedo y resignación, provoquen resistencia y odio de clase y solidaridad, que todo aquí esté claro
en el sentido del imperialismo o no, que se tire todo por la borda o no. Porque depende de los comunistas que esto
ocurra o no: si son ingenuos, [el poder] hará lo que le venga en gana; si no, utilizarán la legalidad, entre otros, para
organizar la ilegalidad, en lugar de hacer de aquélla un fetiche en relación a ésta.

El destino del Partido de los Panteras Negras y el destino de la Izquierda Proletaria debían derivarse de una falsa
apreciación, que no tuvo en cuenta la contradicción de hecho entre la constitución y realidad de la constitución, y el
agravamiento de ésta cuando aparece la resistencia organizada.

No tuvo en cuenta que las condiciones de la legalidad, con la resistencia activa, necesariamente cambian y que, por lo
tanto, es necesario el uso de la legalidad para la lucha política y, al mismo tiempo, para la organización de la ilegalidad,
mientras que es un error esperar a que llegue la ilegalización como golpe del destino impuesto por el sistema, porque la
ilegalización significa el aplastamiento inmediato y que se ha acabado la cuestión.

La Fracción del Ejército Rojo organiza la ilegalidad como posición ofensiva para la intervención revolucionaria.

Dirigir la guerrilla urbana es dirigir la lucha antiimperialista de manera ofensiva. La Fracción del Ejército Rojo plantea
el vínculo entre la lucha legal e ilegal, entre lucha nacional [e internacional], entre lucha política y lucha armada, entre
la definición táctica y estratégica del movimiento comunista internacional.

¡La guerrilla urbana significa, a pesar de la debilidad de las fuerzas revolucionarias de la República Federal y Berlín
Occidental, intervenir aquí y ahora de manera revolucionaria!

Usted es parte activa en el agravamiento o en la solución del problema. Entre ambas posiciones no hay nada. Desde
hace decenios y generaciones se ha estudiado y analizado toda esta mierda por todos lados. Soy, personalmente, de la
opinión de que la mayoría de las cosas que ocurren en este país no deben analizarse mucho tiempo –dijo Cleaver.

¡APOYAR LA LUCHA ARMADA!


¡VICTORIA EN LA GUERRA POPULAR!

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