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John Marshall, el juez que dio sentido a la


Corte Suprema de Estados Unidos

Estatua de John Marshall, presidente del Tribunal Supremo, situada entre la Avenida de la
Constitución y la calle 4 en Washington D.C., una imagen que procede de un cuadro de la
cabecera de la serie de televisión "House of Cards".

Carlos Berbell | 27 Agosto, 2018

Cuando los «padres fundadores» de los Estados Unidos hicieron la Constitución en ningún
lugar dejaron escrito cuál tenía que ser el papel exacto y las funciones del Tribunal Supremo.
Esa tarea fue obra de John Marshall, su presidente entre 1801 y 1835; 34 años. Y no fue
nada fácil.

Marshall consiguió convertir al Tribunal Supremo como el máximo intérprete de la


Constitución e hizo que la doctrina del recurso de inconstitucionalidad (judicial

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review) fuera aceptado tanto por el legislativo como por el ejecutivo, poniendo en pie de
igualdad con ellos al poder judicial.

Un concepto que hoy forma parte de la arquitectura constitucional de todos los países

Trayectoria personal antes de llegar a juez del Tribunal Supremo

John Marshall fue, antes de convertirse en presidente del Tribunal Supremo, o Corte
Suprema -se puede decir de las dos formas- de los Estados Unidos, soldado. Tomó parte en
la guerra de la independencia, fue miembro de la Cámara de Representantes de su Estado
natal de Virginia, en la que participó en la ratificación de la Constitución, ejerció
como abogado, diplomático y secretario de Estado, equivalente a nuestro ministro de
Asuntos Exteriores.

Marshall era masón, como el primer presidente, George Washington, sobre el que escribió
una documentada biografía, y miembro del Partido Federalista.

Esta formación defendía la existencia de un gobierno federal y central fuerte, como su líder,
el segundo presidente en la historia de los Estados Unidos, John Adams, y el hombre que
puso a Marshall en la Presidencia del Tribunal Supremo en unos momentos muy difíciles
para la nación.

El nombramiento

Marshall fue nombrado presidente del Tribunal Supremo el 31 de enero de 1801, cuando era
secretario de Estado, con casi 45 años, a propuesta de Adams y con el visto bueno del Senado,
tal como se hace hoy en día.

Adams acababa de perder las elecciones a manos de Thomas Jefferson, líder del Partido
Demócrata-Republicano, otro «padre fundador». Jefferson había servido con Adams
como vicepresidente en el mandato que acababa de terminar, formando parte de una «grosse
koalition», como dicen los alemanes hoy en día, o gran coalición.

Pero el tiempo de las grandes coaliciones había llegado a su fin. Los puntos de vista de Adams
y del Partido Federalista y de Jefferson y su Partido Demócrata-Republicano, no podían ser
más dispares.

Jefferson era partidario de justo lo contrario que Adams y que Marshall: quería un gobierno
central débil y estados federales fuertes.

Le repelía la idea de que en los Estados Unidos pudiera volverse a replicar un estado
centralista, que se asemejara a una monarquía como la británica, a la que habían vencido en
lo que ellos llamaban la «guerra de la revolución americana».

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Jefferson se impuso en las elecciones a la Presidencia y su partido en las elecciones al Senado
y al Congreso. La marea antifederalista prometía con llevarse por delante la forja de una gran
nación.

El cambio de toga: Una declaración de intenciones

«Fue el hombre adecuado, en el lugar adecuado y en el momento adecuado», afirma Charles


F. Hobson, director de la publicación «The Papers of John Marshall».

Marshall juró su cargo de presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos ataviado
con una toga negra simple, siguiendo la tradición de su estado natal, Virginia,
y abandonando la toga de los jueces británicos, de colores, pieles de armiño y pelucas.

Con ello hizo toda una declaración de principios de lo que quería que fuera su mandato, que
luego todos los jueces estadounidenses imitaron. Y lo llevó a cabo en la sala de vistas de
la sede del Tribunal Supremo, que entonces estaba en un sótano del Capitolio.

Aquella fue la sede del Tribunal Supremo hasta 1935, cuando el presidente Franklin Delano
Roosevelt ordenó levantar el actual edificio, de estilo neoclásico, frente al mencionado
Capitolio.

Cualquiera que visite el interior del actual edificio del Tribunal Supremo, en Washington
D.C., se encontrará con esta estatua de John Marshall, sufragada por la Asociación de
Abogados de Estados Unidos, obra del escultor William Wetmore.

Caso Marbury VS Madison

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Estados Unidos tenía, en aquel año, casi 25 años de edad como país. La política había
impregnado todo. Para los «republicanos jeffersonianos», como eran llamados los miembros
del Partido Democrata-Republicano, la judicatura había perdido la independencia y la
imparcialidad que debía regir su conducta y se había convertido en un instrumento político
más en la lucha por el poder.

Prueba de ello habían sido las últimas decisiones tomadas por los federalistas en el Congreso,
por las mismas fechas en que Adams nombró a Marshall, aprobando la modificación de
la Ley de la Judicatura de 1789 por la que se modificaba la planta judicial, ampliándola en
16 jueces de Circuito y en 42 jueces de Paz.

Huelga decir que todos esos puestos habían sido pensados para personas próximas al Partido
Federalista. El mandato era por cinco años.

Intentos de supeditar la justicia al poder político

El presidente Adams firmó todos los nombramientos, los selló y ordenó que
fueran comunicados a todos los nuevos jueces, el 3 de marzo, un día antes de que Jefferson
tomará su testigo en la Presidencia.

Sin embargo, a uno de ellos, William Marbury, no le llegó su nombramiento de juez de Paz
para el Distrito de Columbia.

Cuando Jefferson descubrió la maniobra de Adams se negó a comunicar a Marbury


su nombramiento.

Con la orden ejecutiva, el Tribunal Supremo podía ordenar a cualquier funcionario público
hacer una tarea propia del ejecutivo, conforme a determinados preceptos legales.

Marbury respondió de la forma que sabía: de forma legal. Solicitó formalmente al Tribunal
Supremo que emitiera una orden ejecutiva (writ of mandamus) al secretario de Estado, John
Madison, para obligarle a que le fuera comunicado el nombramiento de un modo oficial,
para poder tomar posesión de su puesto por un periodo de cinco años.

Aquello era una auténtica «patata caliente» para el nuevo presidente del Tribunal Supremo.

Todo el mundo conocía su pasado federalista y también que el recurrente, Marbury, era
también un federalista. La suma era matemática dos y dos, cuatro. Pero no fue así.

El fallo

El tribunal presidido por Marshall le dio la razón a Marbury en 1803. El juez de paz tenía
derecho a que se le comunicara su nombramiento -que había sido firmado y sellado por el
anterior presidente, lo cual era válido- y, en consecuencia, a tomar posesión de su destino.

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Sin embargo, la Suprema Corte argumentó que no tenía el poder para hacerlo y, por lo tanto,
no podía forzar al Ejecutivo, del que formaba parte el secretario de Estado, John Madison.

El control de constitucionalidad otorga el derecho a derogar leyes

¿Por qué? Según el presidente-ponente del caso, John Marshall, la sección 13 de la Ley de la
Judicatura de 1789 era inconstitucional porque ampliaba la jurisdicción del Tribunal
Supremo más allá de lo que permitía el artículo III de la Constitución, al conferir al Tribunal
Supremo el poder de emitir, precisamente, órdenes ejecutivas como la que había solicitado
Marbury.

Fue la primera vez que la Corte Suprema estadounidense se arrogó la capacidad de declarar
inconstitucional una parte de una ley aprobada por el Parlamento.

Pero lo más importante de todo: Marshall consiguió erigir a su tribunal como árbitro del juego
político y máximo intérprete de la ley, haciendo buena la frase de que un problema es una
oportunidad en traje de faena. Fue su gran oportunidad y la aprovechó.

Marbury, en consecuencia, jamás tomó posesión de su destino como juez de Paz.

John
Marshall fue el arquitecto constitucional del Tribunal Supremo estadounidense; la pintura
fue realizada por Henry Inman en 1832.

El juicio a Aaron Burr, vicepresidente de los Estados Unidos

Otra gran prueba de fuego por la que tuvo que pasar John Marshall tuvo lugar en 1807. Fue
el juicio contra el exvicepresidente de los Estados Unidos, Aaron Burr, acusado de traición
y alto delito menor.

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A día de hoy, los historiadores no lo tienen claro. Sus detractores afirmaron que Burr había
tratado de crear una nueva nación en el oeste, con las provincias conquistadas a México y el
territorio al oeste de los Apalaches, con él mismo como líder de esta república.

Otros creyeron que había intentado forjar un imperio latinoamericano que controlara la
mayor parte de las granjas y el comercio estadounidense.

Sea como fuere, el presidente Jefferson, con quien Burr había servido de vicepresidente
durante su primer mandato, hizo duras declaraciones, condenándolo públicamente y
apoyando su condena, lo que supuso una injerencia clara en la independencia del poder
judicial y, lo peor, una presión directa sobre el tribunal y el propio Marshall.

Juicio en los tribunales de Virginia

Aunque el juicio no tuvo lugar en el Tribunal Supremo sino en los tribunales de Distrito de
Virginia, donde Marshall prestaba también sus servicios varios meses al año (Estados
Unidos no era lo que es hoy).

Marshall, lejos de ceder a las presiones del presidente Jefferson, hizo unainterpretación
restrictiva de la definición de traición, tal como viene redactada en el artículo 3 de la
Constitución, y así se lo expuso al jurado popular.

El tribunal del jurado terminó absolviendo a Burr, ya que en el juicio no se pudo demostrar
que hubiera cometido un «acto hostil», como exigía la Carta Magna.

A consecuencia de ello, las relaciones de Marshall con el presidente Jefferson ser vieron muy
afectadas. Pero fue sólo durante un año, porque a Jefferson le sucederían muchos
presidentes: James Madison, James Monroe, John Quincy Adams y Andrew Jackson.

La definición del estatus jurídico de las tribus americanas

La Corte Suprema también levantó el marco fundacional para las relaciones entre los Estados
Unidos y las tribus indias del país en los casos Johnson vs M’Intosh, Cherokee Nation vs
Georgia y en Worcester vs Georgia.

Johnson vs M’Intosh

En el primer caso se afirmó la doctrina de la primacía federal en las relaciones con los
pueblos indígenas americanos, resolviendo a favor de la parte que había obtenido una
concesión de tierra de un gobierno federal sobre la otra parte que mantenía que la habían
comprado directamente a una tribu.

Cherokee Nation vs Georgia

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En el segundo caso, el Tribunal Supremo se negó a reconocer a las tribus indígenas como
naciones, manteniendo que eran «naciones domésticamente dependientes» cuyas relaciones
con los Estados Unidos eran comparables a las de un pupilo y su tutor, aunque sí reconoció
el derecho de cada tribu a la soberanía sobre sus tierras tribales.

Worcester vs Georgia

El tercero confirmó la soberanía tribal y reafirmó la supremacía federal en relación a los


asuntos tribales protegiéndoles de las incursiones de los estados, estableciendo que las leyes
de un estado no tienen fuerza legal en tierras tribales dentro de los límites geográficos del
estado.

Carisma y amplitud de miras, clave en el éxito de John Marshall

Dos de las claves de su éxito, según sus biógrafos, fueron su personalidad y su capacidad
de trabajo. Marshall tenía carisma, sentido del humor, una inteligencia rápida y brillante,
era capaz de elaborar argumentos persuasivos y una capacidad innata a formar equipos, a
atraer hacia su persona a todos los que le rodeaban.

Sus opiniones eran claras pero no elocuentes o sutiles, y prestaba una gran atención porque
sus sentencias fueran fácilmente comprendidas,incluso por los legos, el pueblo, a quien
la justicia sirve. Pero por encima de todo, el presidente del Tribunal Supremo era
un estadista que veía la grandeza de su país en el futuro. Todas estas cualidades le valieron
el sobrenombre de «El gran presidente».

La importancia de sus sentencias dictadas en la Corte Suprema

La actividad de Marshall, a lo largo de esos 34 años, fue abrumadora. Era un trabajador


incansable. Una «maquina», diríamos hoy.

«No sólo por la cantidad sino por la importancia de sus sentencias, ya que durante su
Presidencia se vieron 1.215 casos», según cuenta Beatriz Sanjurjo en su obra Los Jurados
en USA y en España.

Entre ellos destacan sentencias tan importantes como las de McCulloch vs Maryland, que
resolvió el equilibro de poder entre el gobierno federal y los estados a favor del primero, o
Dartmouth College vs Woodward, que confirmó los derechos de las cartas de privilegios de
todas las instituciones privadas de altos estudios porque son contratos que no pueden ser
infringidos por el Estado.

El final de su carrera

A pesar de ser el presidente del Tribunal Supremo, Marshall siguió siendo leal a las ideas del
Partido Federalista, desaparecido en 1823.

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Los jueces, por el hecho de ser jueces, tienen ideas políticas. Y las de esta figura, influyeron
de forma determinante en lo que hoy es Estados Unidos.

Precisamente en ese año de 1823, los que habían sido sus rivales en su época política, los
miembros del Partido Demócrata-Republicano, le ofrecieron ser su candidato a la Presidencia
en las elecciones que iban a tener lugar al año siguiente.

Aunque le agradó, porque suponía un reconocimiento a su trabajo al frente de la Corte


Supremo, Marshall lo rechazó. Casi con toda probabilidad, con el prestigio adquirido,
habría conseguido el objetivo. Prefirió seguir al frente de su nave hasta 1834, cuando le
sorprendió la muerte a los 79 años.

El epitafio que se puede leer en su tumba del Cementario Shockoe Hill, Richmond, Virginia,
dice: «John Marshall. Hijo de Thomas y Mary Marshall, nació el 24 de septiembre de
1755, se casó con Mary Willis Ambler, el 3 de enero de 1783. Partió de esta vida el día 6
de julio de 1835″.

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