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La democracia pierde brillo

en 2018
La calidad democrática en el mundo está en regresión. Varios rankings globales lo corroboran. Todos
destacan el retroceso de EEUU, a cuya democracia catalogan algunos de estos estudios de deteriorada
desde que Donald Trump accedió a la Casa Blanca. También enfatizan la llegada del autoritarismo a
Europa de la mano de la extrema derecha. Y, en general, la pérdida de libertades en países como Turquía,
Venezuela, Hungría, Rusia, Camboya, Filipinas o Armenia.
MADRID
31/12/2018 19:01 Actualizado: 31/12/2018 19:01

DIEGO HERRANZ
El número de países con estándares de libertad democrática en
2018 se mantiene en 88, lo que representa el 45% de las 195
naciones del planeta, que dan cobijo a algo más de 2.900 millones
de habitantes. El equivalente al 39% de la población global, según el
indicador anual de Freedom House, “organización independiente
dedicada a la expansión de la libertad y de la democracia en el
mundo”. En su barómetro sobre el estado de salud democrática se
incluye otra terna de 58 estados, el 30% del total, con casi 1.800
millones de personas -el 24%- con sistemas a los que cataloga de
parcialmente libres. Y un tercer escalafón, de enclaves sin estatus
democrático, la cuarta parte de los territorios del planeta. Son 49
países, con 2.700 millones de habitantes, el 37% del censo global,
más de la mitad de los cuales residen en China. En su diagnóstico de
2018, este think-tank, fundado en 1941, defiende que la "libertad es
sólo posible bajo unos ámbitos políticos democráticos donde los
gobiernos rinden cuentas ante sus ciudadanos,prevalecen los
principios de legalidad y garantizan la libertad de expresión,
asociación y creencias y el respeto a los derechos de las minorías y
la igualdad de género".
Bajo estas premisas, elabora su ranking año tras año. En su última
edición, asegura que el primer bloque de países, los que ostentan
modelos democráticos, ha crecido un 1% respecto a la visión de
2017, el mismo porcentaje que decrece, en este caso, en la
enumeración de naciones con un sistema parcialmente libre.

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Mientras que los no democráticos permanecieron inalterables.
Los cambios más significativos fueron los de Gambia y Uganda, que
saltaron al escalafón de países con libertad parcial; Timor-Leste, que
se encaramó al grupo de libres, y Turquía y Zimbabue, que bajaron a
los territorios sin libertad. Entre otras cuestiones, porque la revisión
de 2018 endurece el baremo sobre el conjunto de libertades civiles
en cada país, admiten en el prólogo del estudio. Bajo los nuevos
criterios, el listado de territorios con reconocimiento de democracias
electorales se mantiene en 116 estados. Aunque Costa de Marfil
haya perdido esta credencial, en favor de Nepal, que obtuvo la
designación.

Sociedades divididas y crispadas


La radiografía de Freedom House ayuda a entender la atmósfera
democrática en el mundo. Pero no sirve para responder por sí misma
a la gran cuestión que ha surgido este año en la literatura de los
observadores internacionales, que se han hecho esta pregunta de
forma más recurrente que en cualquier ejercicio precedente. Al
unísono con otros interrogantes del calibre de si hay una nueva ola
de autoritarismo en el planeta, si la democracia podría sucumbir
en EEUU o de si hay más riesgos de guerras civiles por las divisiones
y la crispación que reinan en sus sociedades. Y sus respuestas
encierran preocupación y sus mensajes, serias advertencias.
Por primera vez en la historia de la democracia se ha elegido presidente a alguien que disiente
abiertamente de las normas constitucionales básicas
Detrás de esta llamada de atención subyacen varias causas que han
precipitado a democracias de todo el mundo a deslizarse por las
arenas movedizas del autoritarismo. Dicho de otra forma: por la
pérdida del respeto a las libertades. Públicas e individuales. Sin
embargo, en el centro de estos movimientos telúricos surge la
figura de Donald Trump. Tres pensadores se hacían eco en
Financial Times del nuevo rumbo en el que navegan los
acontecimientos. Yascha Mounk, de la Universidad de Harvard, autor
de un libro en el que se cuestiona "por qué nuestra libertad está en
peligro" habla abiertamente de que, "por primera vez en la historia
de la democracia más antigua y más poderosa del mundo se ha
elegido presidente a alguien que disiente abiertamente de las

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normas constitucionales básicas". A su juicio, "incluso si Trump, en
un hipotético futuro, acaba siendo controlado por el sistema de
equilibrio de poderes que rige en EEUU, la decisión del electorado
americano al elegir a alguien con perfil autoritario en la oficina más
poderosa de la Tierra es un mal augurio". Timothy Snyder,
catedrático de Historia en Yale, escribe en su libro Camino hacia el
Final de la Libertad que la democracia en América se apresura hacia
su reducción en línea con la predicción de William Galston,
investigador de la Brookings Institution, de que "el populismo
amenaza la democracia liberal" tal y como la hemos concebido
hasta ahora.
Los tres analistas creen que hay sobrados botones de muestra del
peligro de que se deterioren los sistemas democráticos. Menos de
un tercio de los millennials que viven en EEUU creen que es
extremadamente importante vivir en un marco de libertades. Frente
a más de las dos terceras partes de los estadunidenses de avanzada
edad. La visión idealista de la democracia se pierde a un ritmo
vertiginoso. En 1995, sólo uno de cada dieciséis norteamericanos
era favorable a que las normas militares supervisaran el sistema
político del país. En 2011, ya era uno de cada seis. Un caldo de
cultivo que Trump supo rentabilizar en su campaña electoral. Y que
ha propiciado, también, la irrupción de nacional-populismo en
Europa. Con claras raíces en la extrema derecha. Otras encuestas
señalan que esta condescendencia hacia el control del estamento
militar a las democracias también crece en Reino Unido, India o
Alemania. Es lo que el consenso de expertos en materia de
libertades define como la paulatina divergencia del liberalismo y
la democracia.

Crisis de la democracia liberal


El psicólogo Roger Paxton, considera que gran parte de esta
regresión democrática se debe a la pérdida de interés social por
las convocatorias electorales. "La democracia, entendida como las
normas de la ciudadanía, y específicamente la liberal —sistema con
derechos individuales y con libertades protegidas— es la parte
esencial de la herencia política occidental", afirma. Pero ahora, está

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en peligro. Después de décadas de funcionamiento, la participación
en el Reino Unido, por ejemplo, ha pasado de suponer el 84% del
electorado, en las citas con las urnas en la década de los cincuenta
del siglo pasado, al 66%. Entre las causas de esta creciente
abstención, Paxton se aventura a destacar una por encima de
cualquier otra: la pérdida de confianza de los británicos en su clase
política. Sólo el 21% de los ciudadanos de Reino Unido con derecho
a voto considera que sus representantes en las instituciones dicen la
verdad, frente al respaldo que les inspira, por ejemplo, los médicos
(89%) o el profesorado, un 86%. También resalta la baja calidad de
sus estándares democráticos, recreada desde los medios de
comunicación y las redes sociales desde donde se propagan fake
news, informaciones sin contrastar y, por supuesto, episodios
de post-verdad. Las sociedades se han dividido, primero, e
ideologizado, después. Para lo cual no se duda en lanzar
acusaciones, fundadas o no, contra la independencia de la justicia y
contra la integridad de los procesos democráticos. Como colofón,
habla de factores externos, entre los que cita la creciente
inseguridad global y el aumento de la desigualdad de rentas entre
ricos y pobres tras la crisis de 2008.

En Occidente hay una pérdida de interés social por las elecciones, un retroceso de la confianza
en los políticos, propagación de falacias en los medios y un deterioro de la independencia
judicial

Todo ello ha generado una parálisis política en las democracias


occidentales, con fragmentación de criterios y de decisiones entre
gobiernos y parlamentos, un amplio espacio de indecisión que han
aprovechado naciones como Rusia, con bajas cotas democráticas, o
China para emprender estrategias efectivas para sus intereses geo-
políticos, tratar de expandir sus territorios estatales, reclamar un
nuevo estatus hegemónico o poner en tela de juicio el actual orden
global. Además de conformar un estado de opinión en el que se
minimiza cualquier negligencia económica de sus líderes, a los que,
sin embargo, se les consiente sus mensajes populistas o falaces, que
ellos se apresuran a explotar. Porque saben cómo rentabilizar esos
resentimientos colectivos y cómo extender sobre ellos una serie de
prejuicios para consolidar sus carreras electorales.

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La democracia experimenta, pues, una crisis de legitimidad. No
es nuevo. Ni se debe achacar en exclusiva a Trump. En EEUU, esta
atmósfera lleva décadas gestándose. Aunque sea ahora, bajo su
Administración, cuando más nítidamente se aprecia su falta de
respeto a las instituciones, las leyes y los valores del sistema
americano. El Tea Party, el lado más ultranacionalista del partido
republicano ha sido un buen termómetro de situación. Su conexión
con el Kremlin para ganar los comicios presidenciales, los obstáculos
y las acusaciones al FBI para impedir unimpeachment que
sobrevuela desde casi el comienzo de su mandato por el Capitolio o
su propensión personal al uso de las armas nucleares para "destruir
totalmente" Corea del Norte o para amenazar a Irán son
revelaciones de ese tránsito hacia el autoritarismo. Al igual que su
propensión a gobernar mediante órdenes ejecutivas. Con las que ha
iniciado una guerra comercial sin precedentes y un conflicto
migratorio sin parangón. No sólo por su intento de levantar un muro
a lo largo de la frontera con México o mandando al Ejército a actuar
para contener la caravana de inmigrantes latinoamericanos.
También a la hora de impedir el acceso de ciudadanos musulmanes
de siete Estados que considera fallidos y peligrosos para la
seguridad nacional. O cuando designa, contra viento y marea, a
magistrados ultraconservadores en el Supremo o decide retirar
el ObamaCare, el sistema de universalización de la Sanidad en el
país.

Elecciones con giro autocrático en 2018


Pero el fantasma del autoritarismo se ha propagado por todas
latitudes. Como si los votantes, en los países donde rige el sistema
electoral, mostraran su deseo de dinamitar los pilares sobre los que
se han erigido las democracias. En Hungría, Rusia, Turquía o
Venezuela, donde ha habido convocatoria con las urnas, sus
dirigentes han consolidado su poder. Mientras que en Colombia o
Brasil han vencido políticos propensos a ejercer su labor ejecutiva
con mano más dura. Y, en la UE, ha emergido un gobierno en Italia
con claros tintes populistas, de uno y otro signo, aunque dirigidos
desde la neofascista Liga Norte, y en los países nórdicos la extrema

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derecha ha logrado cuotas de poder legislativo y gubernamental. En
los ámbitos nacional y local y también en sus parlamentos.
Erdogan en Turquía, Orban en Hungría, Putin en Rusia, Maduro en Venezuela, Duterte en
Filipinas y Hun Sen en Camboya han protagonizado las mayores derivas autoritarias en 2018
Hay otros indicadores que corroboran esta deriva. El de V-
Dem’s evalúa la calidad democrática y en su versión de este año,
asegura que ha empezado a declinar. Monitoriza doce factores que
determinan la salud de un país como si las contiendas electorales se
desarrollan con fair play y si hay competencia leal entre los partidos,
los límites a las acciones de los gobiernos o el nivel de protección a
las libertades civiles y a los derechos de las minorías. Anna
Luehrmann, una de sus subdirectoras y Antigua diputada del
Bundestag, resalta que algunos de las mayores caídas de su índice
se han producido en países que han tenido comicios este año. Por
ejemplo, Turquía, donde Recep Tayyip Erdogan, el líder más longevo
de la historia moderna de la nación otomana, convocó la cita con las
urnas bajo la ley de emergencia. Tras ganar un referéndum que
inclinaba el poder sobre la jefatura del Estado en detrimento de la
oficina de primer ministro, dando así al traste con una larga centuria
de investidura del responsable del Ejecutivo bajo la aprobación del
parlamento. Además de detener a docenas de periodistas, más que
en ningún otro país del mundo. En Hungría, desde la irrupción en el
Gobierno de Viktor Orban se ha producido cambios en la
Constitución, controles sobre la Justicia e intermediación en los
medios de comunicación.
La táctica de Vladimir Putin también merece su reprobación.
En su reciente victoria electoral, el presidente ruso se benefició de
amplias restricciones políticas que han expulsado de la carrera
política a candidatos sobre los que pendía una larga lista de
prohibiciones para concurrir a las urnas. Alexey Navalny, el opositor
con más respaldo social, se quedó fuera de la contienda. En
Venezuela, Nicolás Maduro ha encarcelado a sus oponentes, ha
desligado a la oposición de la legislatura en curso y ha impulsado
una cámara legislativa tan sólo con sus correligionarios, con objeto
de reescribir la Carta Magna a su antojo. En un país al borde del
colapso económico y de la emergencia humanitaria. También las
instituciones oficiales se han deteriorado en Camboya bajo la
prolongada estancia como jefe de Gobierno de Hun Sen. En Filipinas,

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Rodrigo Duterte ha expulsado al máximo responsable de la Justicia
de su país, acción que ha sido calificada por la ONU como un ataque
a la independencia judicial. Mientras emprendía medidas de castigo
para silenciar a sus críticos y su lucha contra el narcotráfico ha
ocasionado miles de muertes de forma extrajudicial.
Entre los que mejoran su calificación destaca Gambia, que ha
tenido el primer cambio de poder pacífico desde su independencia
en 1965, y Nepal, que realizó las primeras elecciones locales el
pasado año en su lento tránsito de la monarquía a la república.
Sobre Europa, EEUU y Canadá, asegura que, pese a estar dentro de
las sociedades más libres y abiertas, sus notas están a la baja
desde 2012. La mayor potencia del planeta ha experimentado un
retroceso en su indicador desde el quinto lugar de esa fecha hasta el
trigésimo primero en sólo cinco años. Entre otras razones, por las
interferencias exteriores en las elecciones, el recorte de la
transparencia de la Administración Trump, la debilidad del poder
legislativo en contraste a la capacidad de acción del Ejecutivo y una
pérdida de independencia y de rigor informativo entre sus medios de
comunicación. En alusión a los propulsores de fake news. De Europa,
menciona de manera más contundente la pérdida de valores
democráticos en Dinamarca, a raíz de sus reformas legales contra
las rentas bajas y su población musulmana impulsadas por el Partido
del Pueblo Danés, que consiguió el 25% de los sufragios en los
comicios de 2015 y que presenta en su programa un sesgo
claramente contrario a la inmigración.

Noruega, el ‘top-one’ democrático


Su ranking lo encabeza Noruega. Igual que el de Freedom House,
con quien coparticipa en otras evaluaciones, y el de Economist
Intelligence Unit. En este último, aún de 2017, le siguen Islandia y
Suecia. Con Nueva Zelanda como el único país no escandinavo en
el top-five. Su diagnóstico es contundente: desde la crisis, la
democracia en el planeta se ha deteriorado y, con ella, la libertad de
expresión, que ha pasado a ser una seria preocupación global.
Analiza 165 estados a los que cataloga bajo cuatro postulados. Los
plenamente democráticos, los que tienen una democracia

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deteriorada, los regímenes híbridos y los autoritarios. "Casi la mitad
de la población viven en los espacios democráticos, pero sólo un
4,5% lo hacen en países del primer bloque. En 2015, era un 8,9% del
censo mundial", afirman sus expertos. Este descenso se debe, casi
en su totalidad, a la caída de EEUU, que ha pasado a ingresar en el
grupo de democracias deterioradas. Al igual que Francia e Italia, por
el ascenso de la extrema derecha, esencialmente. A España la
sitúa en el puesto decimonoveno, el último de la lista de
naciones plenamente democráticas, un peldaño que podría
perder después de la aparición de Vox en la escena política.
Antecede a Corea del Sur y se sitúan por detrás de Uruguay.
"Los gobiernos libres están en franca recesión" debido a la reedición del fascismo, dice la ex
secretaria de Estado Albright, después de tres décadas (1975-2005) de crecimiento constante
de sistemas democráticos
Recientemente, Washington Post entraba a valorar este nuevo
escenario y señalaba tres países como los que han registrado un
mayorretroceso en 2018 en sus niveles democráticos. Armenia,
donde su presidente, Serzh Sargsyan, que ha sumado su décimo
aniversario en el poder, se ha hecho también con la jefatura del
Gobierno mediante un cambio constitucional y ha arrestado al
periodista Nikol Pashinyan, que promovió protestas pacíficas para
devolver la capacidad de control al Parlamento, Etiopía y Perú.
Madeliene Albright, a la que Bill Clinton convirtió en la primera
secretaria de Estado del país, es una de esas voces que claman
contra el peligro del autoritarismo. "Del fascismo", le gusta decir sin
tapujos. A su juicio, los gobiernos libres "están en franca
recesión, en decadencia, en total retroceso, completamente
asediados". Hasta asegurar que "el mundo libre se encuentra ante la
más seria amenaza desde el final de la Segunda Guerra Mundial".
Albright piensa abiertamente que la democracia, en EEUU y en el
mundo, está en peligro. Después de tres décadas, entre 1975 y
2005, en los que, como recuerda Polity, otro think tank, la
democracia fue capaz de expandirse desde el 25% al 58% de los
países de la Tierra.

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