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José, el Padre

por César Monge


Tercer lugar del Concurso Literario LOGOI, Diciembre 2008

Aquel día al atardecer, en Nazaret de Galilea, José caminaba


presuroso y sin tomar en cuenta que algunas personas al pasar por su
lado le saludaban, otros reunidos un poco distantes comentaban del
trabajo que realizaba y la buena fama, porque él era justo. Caminaba
por las pequeñas calles del pueblo luego que dejara la carpintería; no
podía concentrarse en su labor, su mente y su corazón eran
golpeados profundamente.

José estaba comprometido para casarse con María, aún no vivían


juntos, pero la noticia que recibió era sencillamente fatal: “María
esperaba un hijo” y… ¡no era suyo! Él sabía perfectamente la Ley,
otro era el padre, se ha quebrantado la promesa formal y la
consecuencia debería ser la muerte de ese otro y María1). La amaba
tanto, no pensaba la posibilidad de que esto pasara aunque él sabía
que la Ley era para cumplirla. Él era descendiente directo de grandes
personajes en la historia del pueblo judío; Abraham, Judá, Salmón-
Rahab, Booz-Rut y hasta el Rey David formaban parte de su linaje. De
esta manera, no era un simple conocimiento de la Escritura y la
legalidad lo que él tenía, llevaba en su sangre la historia y los
propósitos del pueblo hebreo. No obstante, en este momento, todo
este conocimiento formaba parte de su inconsciencia porque la
tristeza y la decepción ocupaban su presente.

Llevar una vida justa no era precisamente un seguro contra el


infortunio, se sentía profundamente desgraciado. Pensaba en la
inmensa bendición que significa tener un hijo, pero el niño que Maria
ha concebido no era suyo. Finalmente, en su confusión, llegó a
decidir: “no quiero denunciarla públicamente, me separaré en
secreto”. Abandonar a María sería lo mejor por cuanto no perdería la
vida a causa de la Ley; y cuando la gente se entere, simplemente
José abandonó el hogar. Otro niño sin padre no es noticia importante
en ningún lugar del mundo ni en ninguna época. Con esta
determinación finalizó el día.

Sin embargo, antes de poder conciliar el sueño hizo una oración a


Dios pidiendo sabiduría y paz: “Señor omnipotente ten misericordia
de mí, que esto no esté sucediendo, que no sea verdad”. Hizo un
recuento de sus principios y su fe, no podía obrar de esta manera. En
estos momentos influían en José el mundo con la sociedad que al
condenar aplastaría su honra; el acusador que esperaba la denuncia,
la muerte de María y con ella la muerte del niño; y su propia
naturaleza, su orgullo lastimado, su amor frustrado. Quería salir de
esto sin ser lastimado, lo menos doloroso posible aún para María que
a pesar de todo, la amaba con todo el amor que Dios puso en su
corazón para ella.

Tan grande era el dolor y la incertidumbre de José al conciliar el


sueño que el Señor envió a un ángel que le habló así: “José,
descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por
esposa, porque su hijo lo ha concebido por el poder del Espíritu
Santo. María tendrá un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Se
llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados”. Al despertar
ya no había temor, tenía paz y otra era su decisión, aceptar lo que
Dios le ha comunicado. Ahora, al poner en orden sus pensamientos,
entendía que a Dios no le agrada el abandono de un niño, si esto
sucede Él los recoge;2) no podría obrar de la manera en que venía
pensando, si era en su honor o gloria, sabía de siempre que esto
estaba en manos de Dios3) y no en las suyas.
Este nuevo día al volver José a caminar por el pueblo, su ánimo era
diverso, sentía inmensa alegría porque iba a ser padre, su matrimonio
seguía en pie y amó más a María. Sobre todo, en estos momentos
comprendía las profecías en torno al Salvador, el privilegio de tener
la responsabilidad de tener y criar al Hijo de Dios. En su mente veía
el cumplimiento de la Escritura en la encarnación y el nacimiento de
este Hijo esperado por tantos siglos. Sabía que era el descendiente
de la mujer que un día vendría para destruir las obras del mal.4) Las
profecías en cuanto al Mesías eran ahora una señal de Dios, esa
primera Navidad vendría al mundo a través de la virgen, el
Emmanuel.5) El Redentor de Sión 6)
y Gobernante de Israel nacería en
Belén7) y le llamaría papá.

A fin de cuentas, ningún padre “natural” es el verdadero padre de


ningún hijo. El verdadero y único Padre es el Señor
Todopoderoso,8) que da la responsabilidad de criar a sus pequeños
obra de sus manos y bendición del mundo. A través de los ojos de
José, de su mente y corazón, la Navidad era sinónimo de consolación,
alegría, esperanza de salvación. Es así como todo hombre debería ver
este acontecimiento y relacionarla con su vida; ¿es tu hijo “natural”
el que cuidas? – lo sea o no – es el Señor el que te ha dado esta tarea
y un día darás cuenta por él.

Hay un solo Plan de Dios, invariable desde la eternidad y que incluye


la Navidad, el nacimiento del Salvador; día de profundo amor
demostrado por Dios Padre hacia nosotros sus hijos que creemos en
Emmanuel. Pero también está en el Plan de Dios que un hombre
pueda gozar de un hijo natural o adoptado, por las circunstancias que
fueran ahora te llama “papito” desde lo más hondo de su corazón y
con la necesidad más profunda aún de sentir tu amor, ese amor que
Dios pone en ti, ese amor que puso en José el cual con sufrimiento y
renuncia de sí mismo pudo entender. Aún hay tantos de estos
pequeñitos que esperan el cariño de padre, de hogar, de disfrutar el
inmenso amor de la Navidad. Quizás el Señor te está dando la
oportunidad de cumplir sus planes al ser partícipe de la crianza y
cuidado de un hijo. Simplemente Él te llama, si no respondes el
privilegio será de otro. José lo sabía, conocía la historia de Ester9) y si
no aceptaba el honor departicipar en este propósito, Dios con toda
seguridad bendeciría a otra persona. Él nos ha escogido para ser
padres de “nuestros” hijos.

Después de ese día José ya no volvió a ser el mismo, esperó el


cumplimiento del embarazo de María y luego la primera Navidad. Al
fin pudo tener en sus brazos a Jesús, fue inmensamente feliz. Como
no serlo, hasta los ángeles entonaban alabanzas: “¡Gloria a Dios en
las alturas! ¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su
favor!”. Dios quiso que sea Belén el lugar de la Navidad. Simeón y los
pastores aumentaban la alegría de José y María porque mencionaban
que el niño era el Salvador – “la luz que alumbrará a las naciones”. El
momento exigía gozo hasta las lágrimas, José no contenía tan grande
emoción, tan grande amor. Amor que recibía, amor que daba.

La vida nunca está libre de sucesos imprevistos, penosos y hasta


tristes; gracias a Dios que la fuerza,protección y refugio vienen
solamente de Él.10) José muy pronto tendría que pasar noches en vela
para proteger al Niño del peligro de muerte por la persecución de
Herodes, sentir temor de las amenazas de Arquelao y saber lo que es
angustia cuando se busca a un hijo extraviado. La experiencia de un
verdadero padre la tuvo José, los hombres que lo conocían sabían
que él era el padre11) y siempre estuvo presente cuando Jesús —el
niño— necesitó del cuidado humano.
José vio la Salvación, nuestra salvación. Aquella Navidad vio el
nacimiento del Hombre Perfecto. Ese amor sigue presente a través de
los siglos, uno nunca deja de ser padre para dar siempre amor y
nunca deja de ser hijo porque siempre necesitará recibir amor. Para
él y para nosotros siempre este acto será Navidad, rebosante de amor
incondicional. Al final, el recuerdo y la felicidad de la Navidad
alabará al Hijo; la presencia de José tuvo que disminuir hasta ser
ignorado para exaltar a Jesús “el camino, la verdad la vida”.12) Sin
embargo, por cumplir lo que Dios le encomendó, ahora goza de un
lugar especial en la presencia del Hijo.

* Este relato hipotético esta basado en los dos primeros capítulos de


los Evangelios de Mateo y Lucas. Todas las referencias se toman de la
Biblia en la versión Dios Habla Hoy.

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