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¿Cristianismo de los pobres o pobre cristianismo?

1.- Los pobres sufrientes.

Tu escrito no ha hecho más que volver a traerme a una reflexión que ocupa
un trabajo que estoy haciendo hace mucho tiempo, a saber, tratar de descubrir
cómo ha sido la experiencia de la fe cristiana en los estratos más populares y
pobres de nuestra región. A menudo, al tratar de investigar sobre la historia del
cristianismo ésta se realiza acudiendo a la expresión institucional, al cristianismo
establecido, a la historia de lo que la jerarquía ha hecho en el pueblo, pero
lamentablemente, la vivencia de la fe de los humildes, de aquellos que, -
parafraseando la gran novela de Dostoievski- han sido “humillados y ofendidos”,
no cuenta, no se valoriza y, por tanto, no existe porque no se visibiliza. Pareciera
ser que en nuestra Iglesia la historia la hacen los grandes, los obispos, y la gran
masa, el pueblo sencillo, no es tomado en consideración porque no importa.
Ahora bien, creo que la experiencia de don José Leyton no es la excepción.
En él se puede palpar ese cristianismo del pobre que tiene, por lo demás, mucho
de fe resignada –fatalista si se quiere- que ha sido el resultado –entre muchas
causas- de la dureza de la vida, como él mismo lo atestigua. Al leer tus notas que
recogen su testimonio no puedo dejar de recordar un pasaje dramático que narra
Pablo de Rokha y que bien puede ilustrar todo el sufrimiento de la clase
campesina, a la que ha pertenecido don José, y que delata la culpa que
históricamente no hemos asumido como Iglesia, por haber mantenido a nuestro
pueblo en la ignorancia. El pasaje siguiente relata una anécdota del padre de
Pablo de Rohka cuando trabajaba como administrador de la hacienda El Tránsito
en Buin cuyo dueño era el político conservador don Javier Eyzaguirre Echaurren.
De Rohka describe primero la figura de este “patrón”: “Don Javier es un señor
cetrino y muy económico, vestido de luto, barbado, que llega haciendo resonar el
camino los sábados, con el látigo de los caballos del Coche Grande. Es
infinitamente orgulloso e infinitamente católico”1. Pero después describe
sarcásticamente la manera en que el Patrón trata a sus inquilinos de la hacienda:
“Ahora el señor Eyzaguirre el Patrón, el señor Eyzaguirre tiene el carácter tan justo
que cuando mi padre le dice: ‘¿qué haremos con las ciruelas que se caen de
maduras y se pierden? ¿Se las doy a los trabajadores?’, él responde: ‘No, don
Ignacio, déselas a los chanchos’”2
Por si esto fuera poco De Rohka ha insertado unas palabras de la prédica
del Padre Mateo, el Capuchino, que justifica la resignación ante el sufrimiento

1
En “El amigo piedra”. Autobiografía (Pehuén, Santiago de Chile, 1990), p. 123.
2
Recordemos que el señor Eyzaguirre fue Diputado y Senador de la República en varios períodos. También
colaboró en la Sociedad de Escuelas Católicas de Santo Tomás de Aquino destinadas a los hijos de la clase
obrera. Formó parte del Consejo Directivo de la Sociedad de Habitaciones para pobres, de San Vicente de
Paul. También participó en varios establecimientos de educación popular cristiana.
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producto de la injusticia: “Hijos míos, hijos míos, éste es un valle de lágrimas y por
él va el siervo de Dios sufriendo y llorando, todos padecen por igual, el rico y el
pobre, porque la justicia del Señor quiere que haya ricos y haya pobres, pero, en
el cielo, el rico y el pobre estarán juntos, resignaos, pues, hijos míos y acordaos
que el Hijo de Dios nació en un pesebre…”.3.
Como puede observarse, el sufrimiento de los pobres, de la clase más
pobre, especialmente los inquilinos y los campesinos de nuestro pueblo, posee su
origen en una injusticia social que se perpetuó durante muchos siglos, producto de
una división y estratificación social que dividía entre ricos y pobres, entre
aristocracia y clase subalterna. Lamentablemente nosotros como Iglesia también
participamos en complicidad con este tipo de institución abiertamente obscena y
anti-evangélica, especialmente a través de un discurso –como el del Padre Mateo-
que justificaba la situación indignante de los más pobres y humildes.

2.- El abandono de los pobres por parte de la Iglesia.

Don José Leyton nació el año de 1937. Aunque comenzó a trabajar a los 13
años, es decir, hacia 1950, es interesante poder reconstruir cómo la Iglesia se hizo
presente en aquella época y qué tipo de trabajo pastoral desempeñaba para saber
si alcanzó la vida y el trabajo de las clases subalternas a la que siempre
perteneció don José. Afortunadamente en mi labor de investigación de la zona
curicana he encontrado algunos antecedentes que pueden entregar algunas luces
sobre este tema.
Sabemos que la capilla de Sarmiento se funda recién en 1944 como fruto
del Congreso Eucarístico de ese año. El esfuerzo se debe al benemérito sacerdote
Manuel Basoalto quien fue el primer párroco de la parroquia El Rosario y que
propagó por algunos sectores la pastoral en boga en aquella época: la Acción
Católica. Sabemos también que la Acción Católica era “la” respuesta pastoral de la
Iglesia al momento que se vivía y que tenía por objeto adscribir en sus filas tanto a
hombre y mujeres, jóvenes y adultos para comprometerlos en el campo social,
ideal que, al menos en Curicó, por la investigación que hemos elaborado, distaba
mucho de la realidad.
Pero sucede que la pastoral de la Acción Católica en general se llevaba a
cabo y se implementaba en los centros urbanos. Generalmente era la parroquia
como institución la que albergaba a estos grupos y el párroco tenía la grave
obligación de dedicarse a ella, pues la Acción Católica había sido declarada
oficialmente obligatoria en todas las parroquias de Chile. ¿Qué pasaba entonces
con la atención pastoral de las clases subalternas? ¿Qué hacía la Iglesia para
evangelizar a aquellos que no vivían en los centros urbanizados y que pertenecían
al mundo rural, tales como campesinos o inquilinos?
La Iglesia había dado una respuesta, tardía y reaccionaria al crear la
institución conocida como los “josefinos”, es decir, la Sociedad de Obreros de San
José en 1883. Reaccionaria hemos dicho porque ya en aquella época comienzan
a surgir las primeras corrientes contestatarias del mundo obrero en forma
autónoma en donde predomina no ya la influencia eclesiástica y religiosa sino las

3
Op. Cit. “El amigo piedra”, p. 123.
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corrientes democráticas, socialistas y anarquistas que, al decir de la Iglesia de la


época, subvierten el orden establecido y ofenden gravemente a Dios al no aceptar
las ideas de resignación como principio moral. La Sociedad de Obreros de San
José nace entonces al abrigo de la Iglesia pero al interior de los grupos
oligárquicos y conservadores de ella, de ese mismo grupo al cual perteneció
nuestro “Patrón” Javier Eyzaguirre. Llama la atención que esta institución fue obra
del alto clero de la Iglesia, aquel clero que precisamente estaba en total
connivencia con la burguesía económica conservadora, y que se orientara
precisamente a los medios rurales de la época, pues allí tuvo más “éxito” al
parecer. Al decir de un autor, esta institución funcionaba a partir de un “estricto
sometimiento ético, político y religioso al catolicismo oligárquico”4.
En Curicó la situación, al parecer, no andaba tan mal. En efecto, aquí se
pudo organizar masivamente esta pastoral que agrupaba a los obreros y
campesinos llegándose a un número que oscilaba entre 1600 trabajadores
agrícolas organizados.
Ha comienzos del siglo XX el sentido exitista de esta pastoral era enorme;
un cronista describe así la situación: “En 1906, por ejemplo, las crónicas dicen que
hubo gran fiesta de los Obreros de San José en Curicó, en la casa de Ejercicios
espirituales. Vinieron delegaciones de Molina, Lontué y todos los fundos de
alrededor. Más de mil recibieron la comunión en la misa de la mañana. Asistieron
autoridades eclesiásticas, civiles y militares. Se estrenó el Himno de los obreros
de San José: un himno de batalla, de tambor y corneta de guerra, un himno que
debía salir al paso de los himnos socialistas que precedieron a la Internacional.
Pero… el clero y los conservadores no tenían las herramientas para entusiasmar
al pueblo obrero. El Himno en sus estrofas más agresivas:

Obreros cristianos,
soldados de la fe,
las huellas sigamos
del casto José…
no creas al hombre
doblado y falaz
que busca tu ruina
en huelga fatal…5

En general, esta Sociedad de Socios de San José se dedicaba a adscribir a


los campesinos que vivían y trabajaban en las haciendas en donde los “patrones”
participaban del partido Conservador situación que originaba el matrimonio más
perfecto: la alianza entre el clero y la oligarquía terrateniente. La adscripción de
tantos campesinos a esta institución venía a asegurar, muchas veces, la
posibilidad de salir elegido para un escaño en el Parlamento.

4
Maximiliano Salinas C., en “Historia del Pueblo de Dios en Chile” (Ediciones Rehue, Santiago, 1987). p.,
202 ss.
5
Agustín Cabré Ruffat, cmf, “Misioneros Hijos del Corazón de María. 125 años en Curicó” (Eccla, Ediciones
y Comunicaciones Claretianas, Santiago de Chile, s/f), p.,17.
4

Sin embargo y a pesar de la existencia de esta institución la Iglesia no fue


capaz de llegar a las clases subalternas de campesinos empobrecidos. Su
religiosidad se ha alimentado de aquellas tradiciones que han logrado sobrevivir
gracias a la conservación que han hecho sus antepasados (los abuelos de don
José rezaban el Rosario alrededor del fuego) pero no se observó casi nunca la
presencia del “cura” o del “pastor” en sus propias casas. A lo sumo, en aquellas
haciendas o fundos en donde los “patrones” eran católicos se realizaba la misión
de verano en donde aparecía el cura ya sea bautizando o confesando y que se
identificaba más con los dueños del fundo que con los trabajadores.

Nelson Chávez Díaz.

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