metapolítica

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No. 104
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llon, Miguel Carbonell, Ricardo Cartas Figueroa, Jorge
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metapolítica, año 23, no. 104, enero-marzo 2019, es una publicación trimestral editada por la Benemérita Universidad De venta en
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metapolítica no se hace responsable por materiales no solicitados. Títulos y subtítulos de la redacción.

SOCIE PORTA
07 Sobre el concepto de 35 Dos problemas en
sociedad compleja torno al pensamiento
Gian Enrico Rusconi de John Locke

DADA FOLIO
Álvaro Aragón Rivera

15 Análisis de los 40 La crónica de Alberto

significados de la Salcedo Ramos como
democracia en el fenómeno editorial
discurso intelectual

BIERTA
Miguel Ángel
Alberto I. Carral Hernández Acosta
Hernández

29 El Estado de derecho 45 La Iglesia de Francisco:

y su relación con
la corrupción en
México. Entrevista con
Jacqueline Peschard
Francisco José Rodríguez
Escobedo y Miriam
Fonseca López
de la politización Coral Delgado Piñón: Obra reciente
explicita a la vía de
la democratización
interna 83
Héctor Ghiretti
96 Una necesaria y oportuna historia
intelectual del marxismo en
México. Entrevista a Carlos Illades
Israel Covarrubias

IM
Sobre Hegel actual. La
103 paciencia de lo negativo de

DE
Gerardo Ávalos Tenorio
Concepción Delgado Parra
55

PREN
Presentación
Israel Covarrubias Sobre Paisajes insurrectos.
107 Jóvenes, redes y revueltas
en el otoño civilizatorio

BA
de Rossana Reguillo
57 El mito del fracaso
Hugo César Moreno Hernández
educativo de los

TAPÚ
migrantes mexicanos
en Estados Unidos Sobre Una historia de la
112 anormalidad. Finitud y ciencias
Silvia Matallana Villegas

TES
del hombre en la obra de Michel
Foucault de María Luisa Bacarlett
67 Ciudadanía y clase Heber Quijano Hernández

BLICA
social. Apuntes en
torno a los alcances de Sobre Los retos de la
un ensayo clásico 115 gobernabilidad en México. El
Josué Castro Puga
crimen organizado de Jorge
F. Márquez Muñoz, Pablo
A. González Ulloa Aguirre y
Manuel Quijano Torres
75 Los derechos sociales a
través de la figura del Julio Cesar Rojas González
amparo colectivo Tres dilemas de la sociedad
democrática: migración, Sobre Diccionario de la memoria
Itza Livier García Sedano
ciudadanía y reconocimiento 118 colectiva de Ricard Vinyes (dir.)
Cristhian Gallegos Cruz
SOCIEDAD ABIERTA
S O C I E D A D A B I E R T A

SOBRE EL
CONCEPTO
DE SOCIEDAD
COMPLEJA
Con esta entrega, inauguramos y ponemos a disposición de los lectores de Metapolítica
la serie “Textos recuperados”, que tiene el objetivo de publicar diversos artículos y en-
sayos escritos por algunos de los cientistas sociales y políticos más influyentes durante
el último tercio del siglo XX y las primeras décadas de nuestro siglo tanto en México
como en otras latitudes, pero que por una u otra razón terminaron en el olvido, o bien
nunca fueron traducidos o de plano la quiebra en la transmisión intelectual no ha lo-
grado que formen parte del bagaje cultural y académico de las nuevas generaciones
de estudiosos. Será una serie de textos de una indudable calidad y pertinencia teórica
y estamos convencidos que serán de mucha utilidad incluso para nuestras actividades
ordinarias de docencia y formación de recursos, pero también para nuestras discusio-
nes teóricas porque sus contenidos aún nos ayudan a pensar nuestro presente, con todo
y que las semánticas que los estructuraron nos suenen completamente “inactuales”.
Comenzamos con el texto de Gian Enrico Rusconi, un sociólogo político e historiador de
fama mundial, con un ensayo aparecido por vez primera en la revista italiana Quaderni
di Sociologia (núms. 2-3, 1979), con el título “Il concetto di società complessa. Una eser-
citazione”, en esta ocasión traducido del italiano por Israel Covarrubias. Cabe señalar
que este texto vió a luz en español en un pequeño libro titulado Problemas actuales de
por Gian Enrico teoría política, publicado por el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM en
Rusconi 1985, en aquel entonces la edición a cargo de Carlos Martínez Assad.

Profesor emérito
de ciencias políticas
en la Universidad
de Turín, Italia.

6 7
SOCIEDAD ABIERTA
1 Las reflexiones que siguen son sugeridas
por la interrogante que supone si el concep-
to de complejidad está en grado de identificar
el modo de funcionamiento y la estructura de la
sociedad contemporánea. Rápidamente aclara-
remos un posible malentendido. La temática de
la complejidad con su aparato conceptual de la
diferenciación funcional, de la división del tra-
bajo, de los procesos de institucionalización, et-
cétera, es un bagaje consolidado del análisis so-
ciológico —al nivel de la teoría de sistemas, de
las teorías generales de corte funcionalista y en
el ámbito específico del estudio de las organiza-
ciones. Puede parecer obvio que la sociedad en
cuanto tal deba ser analizada con los instrumen-
tos conceptuales examinados en los estudios de
“La complejidad, las organizaciones complejas. Pero sobre esta
dirección se llega rápidamente a la aporía por la
como todo social, cual la complejidad referida a la totalidad social
no es reducible a las características propias de
pretende ser las organizaciones complejas singulares que la
componen. La complejidad, como todo social,
tratada como pretende ser tratada como un principio consti-
tutivo sui generis. Por lo tanto, la interrogante
un principio se dirige hacia la naturaleza de los problemas
que surgen cuando la complejidad deviene pa-
constitutivo radigma, o bien, cuadro conceptual, canon de
explicación, punto de referencia de indicadores
sui generis”. y características sustantivas de la sociedad con-
temporánea. O bien, en tanto orden de proble-
mas que ponemos en evidencia —en el análisis
sustantivo y en la reflexión epistemológica—
cuando discursivamente hablamos de sociedad
“compleja” en asociación o en competición con
fórmulas tales como sociedad “post-industrial”
o “de capitalismo maduro”.
No haré un resumen de las definiciones da-
das en los países del occidente industrializa-
do. Estas se pueden dividir en dos corrientes.
La primera, está centrada sobre el subsistema
productivo-tecnológico y se inclina alrededor
del concepto de “industria”, en todas sus va-
riantes y sucesiones hasta llegar a aquellas
de sociedad post-industrial, administrativa,
8 9
terciaria, científica, tecnológica, tecno-elec-
trónica, etcétera. La segunda, se concentra
sobre las relaciones económicas de poder
y de clase; y se inclina sobre el concepto de
“capitalismo” en sus diversas variantes (tar-
dío, avanzado, organizado, monopolista de
Estado, etcétera).
Tanto en la una como en la otra concepción
podemos encontrar los mismos indicadores
materiales. Lo que cambia son sus articula-
ciones y la prioridad que se le otorga a un
subsistema sobre otro. La diferencia entre las
dos concepciones se instaura sobre el común
postulado de que los elementos calificativos
de la sociedad contemporánea deberán ser
buscados en los grandes procesos históricos
de la industrialización, en las formas capitalis-
tas de valoración económica, en la moderniza-
ción social y política. Naturalmente, cada una
de estas expresiones presupone una lectura
polémicamente distinta de los nexos existen-
tes entre los subsistemas económico, político
y socio-cultural. Pero la polémica se alimenta
sobre una matriz conceptual común que ve a
las clases sociales y a las tecnologías produc-
tivas, a los movimientos y a las instituciones, a
los conflictos de interés y de las culturas, mo-
verse en un campo abierto a las dinámicas del
cambio, del desarrollo. Sólo recientemente,
en coincidencia con la larga crisis de los años
setenta del siglo XX, se asistió a un cambio de
óptica en los dos enfoques citados. En el cen-
tro de estudio de las sociedades avanzadas no
existe más la dinámica del desarrollo, pero sí la
problemática de su interrupción, o, mejor di-
cho, de los inesperados efectos disgregadores
de la pérdida de la lógica lineal del cambio. A
la corroboración de la creciente inestabilidad
e ingobernabilidad de los sistemas, se llega por
senderos paralelos a los modelos de socieda-
des post-industriales y de capitalismo tardío.
Los primeros (modelos) descubren que “la in-
seguridad es general, que el papel del gobierno
es controvertido, los costos por los servicios
sociales son intolerables, que los programas
sociales pasan de una crisis a otra, los servicios
sanitarios no funcionan, etcétera” (así se lee
en un estudio sobre California, considerada el
caso ejemplar de sociedad post-industrial en el
esquema clásico de Daniel Bell).
Con relación a los modelos del capitalismo
avanzado, es conocido cómo hacen de la crisis
de gestión (en el nivel más profundo de la crisis
de legitimación), la condición del funcionamien-
to del Estado capitalista avanzado.
Es en este contexto que regresan los tér-
minos de complejo y complejidad. Diferen-
ciaciones y desarticulaciones en los procesos
productivos, dilatación de los sectores distri-
butivos y de la administración, expansión de la
intervención estatal, disgregación y multiplica-
ción de los grupos sociales, circularidad entre
expectativas y frustraciones colectivas —todo
esto llamado sintética y genéricamente creci-
miento de la complejidad del sistema social—.
Esta complejidad es interpretada como “com-
plicación” y desarticulación de estructuras y
mecanismos de funcionamiento de subsiste-
mas singulares y de sus relaciones recíprocas,
con la puesta en dificultad de los tradicionales
procesos decisionales.
Pero una lectura más rigurosa del incre-
mento de la complejidad del sistema nos lleva,
por medio de la expansión y la diferenciación
cuantitativa de las partes que lo componen,
a la redefinición de sus fronteras interiores y
exteriores, a la alteración de los espacios de
acción y decisión de los sujetos (sean actores
sociales o instituciones). Así, en la medida de
que estos sujetos están identificados con su
funcionamiento, aparecen alteradas sus mismas
identidades, reflejando la identidad compleja
del sistema. Los polos dentro de los cuales va
colocado el concepto de sociedad compleja
son, por un lado, la reformulación del problema
de las identidades y, por el otro, la centralidad
de la cuestión de la extensión (sistémica), del
control(social) y de la decisión (política).
2 Identidad es un término que siempre regre-
sa más extensa e intensamente en el len-
guaje sociológico, sobre todo en la acepción de
las “nuevas identidades colectivas”, que seña-
lan sujetos empíricos que se forman de frente
a comportamientos que rompen los esquemas
convencionales. Por extensión, la expresión
tiende a sustituir las denominaciones tradicio-
nales de clase y grupo, en el momento en que
estas entidades colectivas se presentan sobre
el escenario con tensiones, intenciones, y ca-
pacidades de incidencia sobre los equilibrios
existentes. Pensemos en el uso del concepto
de identidad colectiva con relación o al margen
de la acción obrera de los primeros años de la
década de los setenta.
El concepto de identidad vinculado a la so-
ciedad como un todo tiene contenidos diferen-
tes. Estos deben comprender aquello que dice
oficialmente de sí un sistema (en cierto sentido
la Carta constitucional es una suerte de identi-
dad de un sistema); los procesos de socializa-
ción y aculturación que conforman la unidad y
la integración social por medio de mecanismos
lingüísticos y la tradición cultural; las proyeccio-
nes ideológicas y las expectativas de los grupos
sociales que forman parte del sistema mismo.
La identidad, no como ideología dominante,
sino como un ajuste de ideologías en disputa —
pero sobre todo la forma cultural que surge del
modo de funcionamiento de un sistema—. Por
ejemplo, si miramos hacia atrás en Europa en-
tre 1848 y la Primera Guerra Mundial, es difícil
negar la singular combinación entre ideología
dominante, ideologías minoritarias en disputa
y los modos particulares de funcionamiento en
el nivel de la producción económica, control y
contención de los conflictos, procedimientos
decisionales —combinación unánimemente
identificada como burguesa, liberal, indus-
trial—. A un siglo de distancia sabemos que
todo esto ha cambiado irreversiblemente, sin
embargo, nos resulta fatigoso esforzarnos
para abandonar definiciones como sociedad
GIAN ENRICO RUSCONI
post-burguesa, post-liberal, post-industrial —
es decir, fórmulas que se limitan a registrar el
agotamiento de una identificación. ¿Estamos
ciegos frente al dominio omni-penetrante del
capital que no tiene más necesidad de identi-
ficación? O bien, ¿este impasse es la señal de
la necesidad de reflexionar sobre la raíz de la
cuestión?, ¿por qué no redefinir la identidad
de los sistemas existentes directamente con el
paradigma de la complejidad?
Rápidamente dejemos de lado la propuesta
de Luhmann, que ciertamente tiene el mérito
de haber repropuesto el tema de la complejidad
con una perspicacia desconocida en las teorías
de los sistemas y en los funcionalismos, pero ha
creado una figura casi trascendental en la cual
desaparece cada unión histórica y sociológica.
Para Luhmann, no existen más los sujetos ni los
fines particulares, no hay objetos determinan-
tes ni límites específicos. O mejor dicho: todos
estos pueden ser reintroducidos como cambios
de un accionar universal que es la reducción de
la complejidad, junto a su conservación.
Esta concepción de la complejidad nos inte-
resa sólo si está en grado de asumir connota-
ciones sustantivas más precisas con relación a
la estructura de clase, de producción, de poder
político en un sentido históricamente determi-
nado; se transforma en un punto de soporte
teórico de los análisis sociológicos ya existentes
sobre los movimientos colectivos y las acciones
institucionales, sobre el comportamiento de
clases, partidos, grupos —análisis puntualmen-
te válidos, pero a menudo viciados por un “rea-
lismo ingenuo”, por la actitud de quién cree que
el mundo social desfila como un cortejo bajo su
ventana y que basta describir el recorrido o sus
incidentes para entender el sentido.
3 Para comenzar, el concepto de compleji-
dad o de sociedad compleja (los dos tér-
minos son analíticamente distintos, pero uti-
lizables como sinónimos en esta primera fase
del discurso), es incompatible con la idea de
SOCIEDAD ABIERTA
un “recorrido” o de una “lógica de desarrollo”
construida sobre la imagen de leyes sociales
objetivas, que tienden a ser descubiertas y
llevadas a cabo por actores perspicaces o pri-
vilegiados. No hay lugar para sujetos históricos
con S mayúscula, capaces de individuar y per-
seguir las leyes del movimiento de la sociedad.
Si de leyes queremos hablar, éstas se determi-
nan con las constantes del hacer y del rehacer
de sujetos empíricos, en una reciprocidad de
referencias que funde dimensiones cognitivas
(identidad) y dimensiones operativas (accio-
nes). En efecto, no se trata de negar a la so-
ciedad capitalista industrial una constancia de
elementos de desarrollo o una coherencia de
factores que permiten hablar correctamente
de su “lógica de desarrollo” —al menos para
el pasado—. Pero dicha lógica aparece hoy
retrospectivamente menos determinada por
una dinámica que tiene origen en factores de
naturaleza económica, y sí de una específica
(y cambiante) combinación de determinadas
formas de funcionamiento económico con
determinadas formas de organización del con-
senso/disenso y con otras tantas determinadas
formas de la decisión política. Con el pasaje a
la etapa post-industrial y de capitalismo tardío
(en la acepción ya señalada) esta combinación
siempre ha jugado más sobre los factores
del control social. En general, el concepto de
sociedad compleja no excluye la idea del de-
sarrollo y mucho menos aquella del cambio.
Simplemente, las focaliza en una nueva cons-
telación de los factores que conectan integra-
ción sistémica con integración social. Aquí esta
el punto neurálgico de la sociedad compleja.
Entre integración sistémica e integración
social no existe especulación. Integración o ca-
pacidad sistémica no quiere decir dirección o
marcha sin crisis de una economía capitalista, a
la cual correspondería especulativamente una
integración social, entendida como subordina-
ción socio-cultural a los procesos de valoriza-
ción del capitalismo. Las sociedades complejas
10
del capitalismo avanzado viven literalmente de
disfunciones —viven, por así decirlo, de crisis
económicas— que lejos de ofrecer una desin-
tegración social, son compensadas por la no co-
rrespondencia de la tendencia de la integración
socio-cultural. Es la impugnación de la imagen
tradicional de la estructura/superestructura la
que puede indicar la relación entre subsistema
productivo y subsistema socio-cultural. Cuando,
ubicados en una óptica sistémica, decimos que
un subsistema es el “ambiente” de otro, se se-
ñala la irreducible reciprocidad de los procesos
de los dos ámbitos. De aquí, la serie de variantes
de sus combinaciones, aunque también si no
son todas las posibles como se desearía por los
vínculos impuestos por la rigidez de la estratifi-
cación social y de la irreversibilidad de algunos
caracteres históricos de la modernización.
Antes de retomar este punto, recordaré otro
concepto tradicional que sufre hoy una meta-
morfosis en el uso sociológico convencional y
que espera una revisión crítica: el concepto de
contradicción. Perdido su estatuto originario en
la tradición de pensamiento hegeliana y mar-
xista, ha devenido sinónimo del conflicto de los
intereses sociales más dispares. La misma con-
tradicción entre capital y trabajo agotó, en el
lenguaje ordinario, su significación conceptual
originaria para convertirse en prototipo de la
conflictividad social.
Sin embargo, la caída en la conceptualiza-
ción de la palabra contradicción refleja la situa-
ción de la sociedad compleja. Ella está llena de
incompatibilidades de intereses entre sujetos
o sectores singulares, llamados “contradiccio-
nes”, sin que alguno de ellos sea determinante.
Es una sociedad encarcelada en una espiral de
cambios parciales, aniquiladores para los indi-
viduos y los grupos, a menudo profundamente
innovadores para subsistemas enteros (si pen-
samos en las transformaciones del ethos sexual
y familiar). Pero, al mismo tiempo, es una so-
ciedad habilitada en su propia indefinida sub-
sistencia, en virtud de la capacidad de producir
soluciones parciales, y a su vez generadora de
otras soluciones parciales de manera indefinida
—todas debidas a irresolución de las llamadas
contradicciones de fondo—. Irresolución, in-
decisión, son —no es gratuito— las connota-
ciones esenciales del fenómeno convencional-
mente llamado “crisis”.
4 Veamos cómo esta situación se configura
en el subsistema político. La sociología polí-
tica de estos años encontró en las categorías de
“mercado” o “intercambio”, instrumentos inter-
pretativos eficaces para la relación entre acción
sindical y cuadro político. Sobre este terreno
renovó los enfoques tradicionales más impor-
tantes (primero aquel del pluralismo), abriendo
la problemática del “neo-corporativismo”.
Si reflexionamos sobre la temática del inter-
cambio político, descubriremos que ella fija con
relación a ámbitos de decisión relativamente
circunscritos, problemas ya particularizados,
en términos más generales, en la búsqueda de
una definición de sociedad compleja. En efecto,
también aquí hay, por una parte, la emergen-
cia y la transformación de las identidades co-
lectivas y, por otro lado, una solución peculiar
—precisamente corporativa— de la cuestión
relativa a la capacidad y control del sistema. Es
decir, se tiene la redefinición de la identidad,
tanto de nuevos sujetos sociales emergentes,
como de los contrayentes institucionales del
triángulo corporativo (sindicatos-patronato-Es-
tado) en coincidencia con una combinación es-
pecífica de integración sistémica e integración
social. En este doble proceso está involucrado
directamente cada contrayente. Sabemos
cuánto dependen los términos reales del inter-
cambio político de la estructura organizativa de
los contrayentes. Sabemos, por ejemplo, cuan
decisiva es para la determinación de la acción
“externa” del sindicato su modo “interior” de
concebir la organización del consenso de base
y viceversa. Dicho en lenguaje sistémico, el pro-
blema siempre es contemporáneamente, aquel
del doble límite, externo e interno. El accionar
jamás es comprensible en su intencionalidad,
sino en el juego de las co-determinaciones
entre sistema y ambiente. La acción siempre
es coacción, en el sentido literal de un hacer
co-activamente juntos.
Si nos ubicamos en la otra dimensión, aquella
de la capacidad y funcionamiento del sistema,
encontramos la cuestión de la legitimación.
Existe una viva polémica entre aquellos que ven
en la legitimación un factor crítico de las socie-
dades del capitalismo avanzado y aquellos que
no la ven del todo como un problema. Aquí evito
entrar en la sustancia de un debate, que se ori-
gina —entre otras cosas— de dos concepciones
muy diferentes de la legitimación, la primera,
construida sobre el código del procedimien-
to administrativo, la segunda, sobre el código
hermenéutico del diálogo. Restrinjo la óptica
sólo al aspecto político-institucional visible. Las
sociedades de capitalismo avanzado, envían su
instancia de legitimación política al aparato ins-
titucional democrático, dotado de segmentos
formales y seguros, sobre los cuales su descrip-
ción se encuentra acorde con los elogiadores y
críticos. Tal aparato tiene su fundamento en el
papel del Estado, al mismo tiempo, garante y
contrayente de los procesos decisionales. La le-
gitimación del Estado democrático no se apoya
tanto sobre sus declaraciones constitucionales,
sino sobre los procedimientos decisionales que
no deben aparecer prejuzgados y prejuzgantes
para todos aquellos que tienen acceso al merca-
do político. Es decir, la legitimación tiende a per-
der cualidades sustanciales, para transformarse
en un puro mecanismo de acceso y garantía
para sujetos parciales, portadores de intereses
e identidades parciales, que a su vez están im-
plicados en un crecimiento de articulaciones por
reducir y conservar al mismo tiempo. En concre-
to, esto quiere decir que las elecciones (choice),
que entre otras cosas jamás se dejan calificar
como puramente económicas o puramente po-
líticas, no pueden tener fuerza resolutiva, sola-
mente compromiso y contratación.
GIAN ENRICO RUSCONI
Para responder a la pregunta sobre si el modelo
corporativo representa el centro direccional
de la sociedad compleja, se necesita afrontar
una cuestión preliminar. ¿Cómo se concilia la
situación de complejidad con la permanencia
de estructuras de clase, de jerarquías sociales
y poder, fundadas sobre derechos de propie-
dad y otros recursos de influencia? No gastaré
muchas palabras para recordar que la sociedad
compleja permanece como sociedad clasista,
aunque si queremos redefinirla con criterios de
colocación de los grupos sociales en la produc-
ción o con criterios que se dirigen hacia la im-
posibilidad cotidiana para millones de hombres
y mujeres de determinar libremente su propia
existencia, a causa de su dependencia econó-
mica y social. Por otra parte, esta subalternidad “¿Por qué no
no tiene la forma ni material ni cultural de la
proletarización clásica. Las incertidumbres de redefinir la
imágenes y de estrategias de las grandes orga-
nizaciones obreras, testimonian que ni siquiera identidad de los
la tradicional “conciencia de clase”, lugar de
transparencia e iluminación de intereses legíti- sistemas existentes
mos y generalizables, soporte de un proyecto
político global y racional —ni siquiera esta for-
ma rige la fragmentación y la aglomeración de
directamente con
los grupos sociales, que llevan consigo la frag-
mentación y la aglomeración de intereses y pe-
el paradigma de
dazos de culturas políticas—. Los tradicionales
indicadores de clase perdieron relevancia como
la complejidad?”.
base de referencia para procesos decisionales
eficaces. Cuando se habla de disolución de las
identidades de clase tradicionales, no se regis-
tra, por un lado, simplemente la apertura entre
una generalizada conciencia de sociabilidad
(traducida en demanda universal de garantías
sociales), y, por la otra, la afirmación de inte-
reses particulares organizados. Sobre todo, se
constata que el accionar de los sujetos, de las
organizaciones que se reclaman a proyectos
y estrategias de clase, producen difícilmente
comportamientos reactivos, de resistencia, de
coacción a elecciones sustancialmente heteró-
nomas. A este propósito, es típico el fenómeno
11
SOCIEDAD ABIERTA
de la conflictividad. Sabemos mucho sobre la
fenomenología de los conflictos; en muchos
casos, estamos en grado de mostrar la función
de variables independientes en la dinámica
de la sociedad del capitalismo avanzado. Pero
conocemos muy poco los mecanismos especí-
ficos mediante los cuales los conflictos entran
positivamente a formar determinadas salidas
decisionales y no otras.
5 Elestámodelo neo-corporativo o corporativista
un paso adelante en este conocimien-
to. Es difícil, en efecto, sustraerse a la impresión
que el triángulo sindicatos-patronato-Estado,
más allá del centro de gravedad del subsistema
económico, sea también el núcleo direccio-
nal de la sociedad compleja. En algunos casos
“Estamos frente a nacionales, tal núcleo no se limita a existir al
interior del cuadro político-institucional de la
un típico ejemplo democracia parlamentaria, sino a sostenerlo
por medio de aparatos “consociativos”. En
de la fragilidad verdad, este último caso que vale para algunos
pequeños países europeos (no obstante haber
del límite entre sido evocado injustamente —pero con una
fuerte sugerencia— para la situación italiana),
subsistema y particularmente en el caso de las democracias
consociativas, nos lleva a extender el discurso a
sujetos colectivos”. un nivel distinto de análisis.
Es evidente lo fatigoso que resulta en-
contrar un común denominador que esté en
grado de comprender, sin forzar, las experien-
cias históricas y concretas de los países a los
cuales plausiblemente se adapta el modelo
corporativo. En consecuencia, cambian los
caracteres de los singulares contrayentes, sus
formas de acción y reacción. Estamos frente
a un típico ejemplo de la fragilidad del límite
entre subsistema y sujetos colectivos, donde
la formación de las identidades se conjuga con
el juego de las reglas de funcionamiento del
subsistema económico.
El modelo corporativista, que está supedi-
tado a los procesos decisionales (formaliza-
dos o no) de los fuertes contrayentes de las
12
relaciones industriales, envía nuevamente y se
funda sobre el concepto de intercambio políti-
co. Según este concepto, en una sociedad de
capitalismo avanzado, la lógica de las relacio-
nes industriales es aquella del “intercambio”
entre salario/ocupación (o los bienes de traba-
jo) y consenso (u otros bienes) de naturaleza
francamente política.
En realidad, la lógica y los términos de este
intercambio no se explican por sí solos. Toman
su fuerza de “afuera” —de las reglas del juego
formalista y garantizado que preexiste y coexis-
te con la contratación del trabajo organizado—.
Los contrayentes calculan sus espacios de accio-
nes móviles, porque móviles y reversibles son
las decisiones “democráticas”, no prejuzgadas,
y por ende en espera de una futura y posible
reposición. Y esta dinámica no se expande en un
lugar social o político abstracto, sino concreta-
mente en la articulación de los subsistemas de
representación política y sindical, con relación a
partidos obreros y socialistas concretos e histó-
ricos. Si sólo pensamos en la situación europea
(inglesa, alemana, italiana) el cuadro de las va-
riantes se nos presenta ilimitado.
Con esto, la individualización del mecanis-
mo corporativista representa un notable paso
adelante respecto a las opiniones genéricas e
intercambiables del “primado” de la economía
y/o de la política. En cada sociedad desarrolla-
da existe un núcleo corporativista: alrededor
de él, y alrededor de sus fases de desarrollo,
se puede reconstruir la historia político-social
del siglo XX. Sin embargo, ¿cómo se combinan
la relativa uniformidad y la progresiva consoli-
dación de los mecanismos corporativos con las
diferencias de estructura y de funcionamiento
de los variados sistemas políticos?, ¿cómo se
explican las pausas político-institucionales que
distinguen las historias de cada país? El caso
típico es el de Alemania, ejemplar tanto por la
progresión linear de las etapas del corporati-
vismo, como por las profundas pausas, incluso
traumáticas, de su historia político-social. La
aporía deviene aún más evidente si se piensa
que el corporativismo alemán se ha afirmado,
y también, en gran medida, por tales pausas.
En esta ocasión, dejamos de lado el problema
específico de la reconstrucción histórico-com-
parativa (a la Charles Maier); queda como ne-
cesidad una más rigurosa determinación de la
calificación de lo “político” aplicada al concep-
to de “mercado”.
La fuerza analítica del concepto de mer-
cado político (y de los modelos corporativos
desarrollados sobre él) está en la esencialidad
con la cual adquieren una lógica de compor-
tamiento los sujetos en acción (los contrayen-
tes), los contenidos en cuestión (los bienes de
intercambio). También, su fuerza está en la
capacidad de trazar con claridad sus propios
confines y, por lo tanto, delimitarse respecto
a los fenómenos políticos de gran importancia.
Pero al mismo tiempo, envía de nueva cuenta
necesariamente a estos, como precondición
de su propio constituirse: la formación de
identidades colectivas por fuera de la lógica de
intercambio, la multiplicación de las represen-
taciones sociales y políticas, las transformacio-
nes de las culturas políticas.
Sin embargo, aquello que se gana en re-
ducción de complejidad del lado “interior” del
sistema-mercado político, se traduce en creci-
miento de complejidad del lado “exterior”, o
bien de su “entrada” o formación. La estrate-
gia conceptual, basada sobre la categoría del
mercado, muestra sus límites, cuando se busca
determinar con precisión las condiciones, las
regularidades, las contingencias que presiden
su constitución en los diversos contextos his-
tóricos. En efecto, no sólo los bienes intercam-
biados son políticos, también lo son las reglas
mismas del intercambio. Y estas reglas depen-
den de la calidad del consenso social, que con
ello juega el doble papel de objeto central de
intercambio y precondición del mismo. Como
tal, la calidad del consenso nos lleva por afue-
ra y más allá el mecanismo del mercado: a sus
razones constitutivas. Esto, que puede pare-
cer un círculo vicioso, es interrumpido por el
procedimiento lógico-reductivo del modelo
del mercado. Pero al mismo tiempo, ello no
perjudica la definición de los otros elementos
de complejidad, descartados por necesidad de
procedimiento. Hagamos un ejemplo: Italia y
Alemania pueden ambas ser leídas como socie-
dades dotadas de una estructura corporativa.
Pero cualquiera, intuitivamente las colocan a
los extremos de una escala ideal de clasifica-
ción. Por una parte, tenemos una estructura
corporativa fuerte, manifiesta, instituciona-
lizada entre Estado-patronato-sindicato; del
el otro, una estructura débil, denegada, con-
trovertida. En ambos contextos, tiene lugar el
intercambio del “bien político-consenso” con
otros bienes. Pero los contenidos y las formas
de intercambio de tales bienes son práctica-
mente inconfrontables por la diversidad del sis-
tema partidario, de las culturas políticas, de las
dinámicas de los movimientos sociales, etcéte-
ra. Y la observación se extiende a la figura del
Estado que en el modelo corporativo aparece
sólo en modo reducido bajo la forma del apa-
rato institucional, que a un tiempo es garante y
contrayente de las transiciones socio-políticas.
La primera conclusión que podemos sacar es
que la estructura corporativa es un elemento
presente, que no puede ser suprimido, pero
no determinante de la sociedad compleja.
Sin duda alguna, las decisiones tomadas esta
ocasión son siempre relevantes para el siste-
ma en su conjunto. Pero las modalidades de
decisión y la medida de su relevancia envían
nuevamente hacia afuera del mecanismo cor-
porativo en estricto sentido. En otras palabras,
existe una complejidad en ello no reducible,
que se articula en modelos significativamente
alternativos de democracia. Así, en una demo-
cracia consociativa el mecanismo corporativo
sustituye y corrige la fragmentación de las cul-
turas políticas con bases ético-religiosas. En las
democracias competitivas ello es a un tiempo
GIAN ENRICO RUSCONI
factor indiscutible de la capacidad del siste-
ma y lugar de contraste táctico de las fuerzas
políticas. Sin embargo, se necesita distinguir
entre democracias competitivas de tipo inglés
o americano de aquellas, por ejemplo, alema-
na, en donde la competición está condicionada
por las culturas y experiencias histórico-polí-
ticas, que restringen notablemente el espacio
expresivo de lo político. Todavía distinta es la
situación de las democracias altamente con-
flictivas, donde los criterios, con los cuales una
fuerza organizada y políticamente legitimada
va a formar parte a pleno título del sistema
democrático dependiendo de la dinámica polí-
tica misma. La legitimación es un momento de
una confrontación compleja en la cual están (o
aparecen) en juego las reglas de funcionamien-
to del sistema mismo.
6 Estas simples señales deberían bastar para
dirigir la búsqueda de la definición de la
sociedad compleja, no tanto hacia un sistema
cerrado de constantes y variables, sino hacia
un conjunto de situaciones que se prestan a
diferentes combinaciones, revocables todas
ellas. En particular, la búsqueda de un “centro”
decisional o también de un policentrismo (con
la recuperación, más o menos oculta, de los
esquemas pluralistas tradicionales), no debe
descartar la hipótesis-límite de una sociedad
compleja porque es “excéntrica”. Una sociedad
funciona más por elisión o neutralización de
contrapoderes, por interacción y resistencias
recíprocas, que por orientaciones unívocas.
Esta hipótesis-límite vale también para la de-
terminación del papel del Estado (o quizá sólo
de nuestro Estado), leído de manera simplista
y condenado en la clave de un nuevo Leviatán.
Si buscamos la sugerencia de una figura bíbli-
co-hobbesiana para exorcizar nuestro posible
futuro, no la encontraremos en el Leviatán sino
en Behemoth: el símbolo del desorden, del con-
flicto incontrolable e irresuelto, de la compleji-
dad no dominada. m
13
SOCIEDAD ABIERTA
Análisis de los significados
de la democracia en el
discurso intelectual
Aproximación a los intelectuales
y el campo intelectual
Al reverso de los conceptos que se utilizan en la
producción discursiva intelectual están las con-
diciones epistémicas que delimitan los significa-
dos enunciados por un agente (Santos, 2009).
Es decir, las variedades de sentidos asignados a
una palabra —inconmensurables entre sí— son
arbitradas por un conjunto de reglas que esta-
blecen márgenes de acción para producir un
discurso en el campo intelectual. Estas reglas
del campo en cuestión exigen para sí el respeto
de cada uno de los agentes intervinientes en su
seno, a riesgo de ser excluidos de este espacio
de intervención social. Pero si las reglas son
importantes para la producción y reproducción
discursiva de significados entre los intelectua-
les, es todavía más significativa la dialéctica que
opera entre agencia y estructura para producir
esas reglas, con las que se establecen acciones
recíprocas, esto es, interacciones sociales. Esta
dialéctica agencia/estructura está presente en
la configuración del campo intelectual y en la
distribución de capital simbólico.
Conviene antes afirmar que esa distinción
entre intelectuales y no-intelectuales es, ante
todo, una diferenciación metodológica. En la
realidad social cualquier ser humano es un
intelectual, lo que es distinto de aseverar que
entre las personas se da un reconocimiento
mutuo de ser vistos como agentes del campo
intelectual. La determinación de quién es un in-
telectual conduce a tomar como centro de gra-
vedad la actividad específica profesional de los
por Alberto individuos; es decir, resolver si en la actividad
I. Carral humana destaca la producción intelectual o el
Hernández esfuerzo nervioso-muscular.
Con todo, la solución no se restringe a distin-
Politólogo y guir las actividades técnicas o profesionales de
Maestro en los intelectuales, sino también a precisar la rela-
Sociología ción que éstos establecen con los grupos socia-
Política. les: como guías, divulgadores, administradores,
organizadores y rectores de la actividad propia-
mente reflexiva y directiva en el interior de una
14
SOCIEDAD ABIERTA
sociedad. La imagen habitual del intelectual está
asociada con la figura del literato, el artista, el fi-
lósofo y el científico, sobre todo en las ciudades;
así como con el sacerdote, el profesor, el aboga-
do, el cronista y el médico, en las regiones rurales,
particularmente.
Conviene también subrayar que el médico,
por ejemplo, no es un intelectual por ser médi-
co. Los títulos académicos son sólo un elemento
diferenciador para ejercer cierta “autoridad”
en determinada materia, aunque tampoco es
que sean imprescindibles para ser considerado
un intelectual. En otra situación hipotética, un
líder sindical o agrarista, como intelectuales, no
precisan de grados académicos para producir
y reproducir, en la esfera pública, estructuras
sociales y cognitivas mediante sus propias prác-
ticas discursivas, sino que precisan de un capital
militante; dicho de otro modo, de aprendizajes
conferidos por el activismo político, de un “sa-
ber hacer y saber decir las cosas”. Este tipo de
capital se adquiere en el campo político, aunque
con implicaciones en otros campos, como el in-
telectual, en donde puede ser visto como una
forma de capital simbólico (Poupeau, 2007).
En cualquier caso, se trata de no confundir
la ejecución de actividades intelectuales con ser
un intelectual. De lo contrario, el administrador
de un almacén o el empleado de una biblioteca
pública tendrían que tenerse por intelectuales.
Un intelectual, un productor cultural, es tal por
participar asiduamente en la discusión de los
asuntos de carácter público (Picó y Pecourt,
2008), sea mediante la producción científica,
literaria o ambas; o bien, por la defensa e im-
plantación de técnicas altamente especializadas
que causan efectos, o pretenden hacerlo, en la
política, la opinión pública, o en ambas, en nom-
bre de la racionalidad o lo universal (Bourdieu,
2012; Escalante, 2015).
De acuerdo con Gramsci (1967), hay dos gran-
des grupos de intelectuales: 1) los tradicionales,
15
SOCIEDAD ABIERTA
que son categorías sociales preexistentes a la
formación de las relaciones sociales de tipo ca-
pitalista; y 2) los orgánicos, quienes coadyuvan a
mantener o subvertir el orden social existente a
través la hegemonía o la contrahegemonía, es de-
cir, mediante una “fuerza que opera sobre un pla-
no de diferencias y que tiende, en principio, hacia
formas contingentes de unificación que nunca son
plenas, que dejan siempre un resto irreductible a
lo hegemónico” (Bentivegna, 2013: 40).
Sin embargo, tanto los intelectuales tradi-
cionales como los orgánicos buscan transmitir a
otros conglomerados sociales las ideas y los valo-
res del grupo social al cual pertenecen o asumen
“La determinación pertenecer. Es habitual interpretar que Gramsci
(1986) acota la figura del intelectual orgánico a
de quién es la lógica de las clases sociales. Pero si esto es así,
¿qué ocurre, en consecuencia, con los intelec-
un intelectual tuales de grupos feministas, indígenas, ambien-
talistas, de derechos humanos, entre otros, que
conduce a tomar emergieron durante el último tercio del siglo XX?,
¿si no son intelectuales orgánicos ni una cate-
como centro goría social preexistente, qué son? En un pasaje
de los Cuadernos de la cárcel, Gramsci señala lo
de gravedad la siguiente: “Se forman […] históricamente catego-
rías especializadas para el ejercicio de la función
actividad específica intelectual se forman en conexión con todos los
grupos sociales, pero especialmente en conexión
profesional de con los grupos sociales más importantes y sufren
elaboraciones más amplias y complejas en cone-
los individuos”.
xión con el grupo social dominante” (1986: 356).
Cada grupo social, en suma, posee sus
propios intelectuales, aunque para Antonio
Gramsci aquellos procedentes de los agrupa-
mientos sociales fundamentales, es decir, de los
grupos que nacen en el terreno de la produc-
ción económica, son decisivos en tanto están
inmediatamente relacionados con la reproduc-
ción de la vida. Como se ve, la discusión no está
del todo resuelta desde Gramsci, pero el aporte
del filósofo italiano está en resaltar la capacidad
de agencia del intelectual entre sus pares y en-
tre la sociedad en general.
Por este motivo, Bourdieu (1989, citado por
Burawoy, 2014) critica la noción de intelectual
16
orgánico por reducir a éste al rol de “compa-
ñero de viaje” del proletariado, impidiendo
con ello examinar la defensa de los propios in-
tereses del intelectual y cómo emplea éste sus
medios de lucha en nombre de las más diver-
sas causas universales. Es una afirmación que
lleva hasta las últimas consecuencias el hecho
de que la intelectualidad guarda sus propios
términos, su propia lógica.
Esta polémica coloca de relieve un problema
ineludible: si los intelectuales en general, como
sostuvo Bourdieu, persiguen la defensa de sus
propios intereses, ¿cómo es que logran escapar
de su “gremialismo intelectualista” para pre-
sentar determinadas temáticas ante públicos
más amplios que su propio gremio, asumiendo
así cierta dirección intelectual y moral de la
sociedad? Para Gramsci (1999), el intelectual
es conductor del momento ético-político. Ético,
porque procura colocar a los diversos conglo-
merados sociales en un determinado orden mo-
ral, epistémico, lingüístico y cultural. Político,
porque espera encabezar intelectualmente a la
sociedad a través de una racionalidad dada.
Por eso mientras en Gramsci el intelectual
orgánico elabora teóricamente el sentido que
los grupos sociales subordinados otorgan a sus
propias experiencias, o bien, refuerza el dominio
(coercitivo y económico) de un grupo social por
medio de la dirección intelectual y moral de la
sociedad; en Bourdieu, el intelectual defiende,
con sus propios medios, las causas universales.
Para Bourdieu, el intelectual gramsciano de los
subalternos postula un etnocentrismo invertido
al insistir en que lo popular es superior a cualquier
otra forma de vida. Por su parte, Antonio Gramsci
crítica al intelectual tradicional de Bourdieu por
plantear falsos universalismos, por verse a sí mis-
mo como parte de una casta independiente del
desarrollo histórico, del grupo social dominante,
y con una continuidad ininterrumpida.
A pesar de las diferencias entre estos auto-
res, se pueden ubicar similitudes en los plan-
teamientos de Bourdieu y Gramsci. Específica-
mente, en que el intelectual siempre aspira a
elaborar ciertos conocimientos y valoraciones
para una audiencia que trasciende a su propio
gremio; es decir, es un agente activo del espa-
cio público, característica que lo distingue del
académico por ejemplo (Marsal, 1966). El in-
telectual establece, por tanto, una relación de
cercanía con lo público y, en consecuencia, esto
lo coloca en una posición privilegiada como
formador de opiniones, como portador del ele-
mento ético-político.
En otro orden de ideas, tomar por sujeto-ob-
jeto de investigación a los intelectuales es tomar
por sujeto-objeto a quien, por lo general, objeti-
va, así como el acto de objetivación o la situación
a partir de la cual se está legitimado para obje-
tivar (Bourdieu, 1998). La capacidad para hablar
con fundamento científico, intelectual, está
socialmente reconocida sólo a ciertos agentes,
a quienes se les admite, institucionalmente o
no, un capital simbólico conferido por ciertos
grupos sociales, siempre y cuando se reúnan
condiciones sociales externas a la lógica
propiamente lingüística de un discurso.
Por lo tanto, la eficacia de los actos de habla
de los intelectuales se produce a partir de la
distribución de capital simbólico reconocido
en ciertos contextos situacionales, esto es,
en las condiciones de felicidad invocadas por
Austin (1981). Siendo así, el aducir que un país
es democrático, por ejemplo, implica ejercer
la capacidad de hacer cosas con palabras en
la medida que existan las condiciones sociales
que garanticen la ejecución de un acto de
habla de esa naturaleza. El poder simbólico, en
consecuencia, no reside en el lenguaje sino en las
relaciones sociales que contextualizan su uso.
Esta situación al interior del campo
intelectual caracteriza el inicio de un conflicto
por establecer cuáles son los usos conceptuales
dominantes en el lenguaje —incluso el lenguaje
mismo— y, por consiguiente, de los significados
y las epistemologías en el mundo social y sobre
el mundo social, pues “nombrar es también
clasificar, es categorizar los significados. Es
poner orden en la naturaleza, ordenar el mundo
y sus acontecimientos” (De Boysson-Bardies,
2007: 84). Por eso, conforme se hegemonizan
ciertos usos conceptuales en el campo intelectual
que ordenen los discursos y como epistemologías
orienten la producción científica, los significados
propuestos sedimentarán en el campo y, al
hacerlo, quedarán objetivados por los agentes.
No se debe perder de vista que el campo
intelectual es un espacio autónomo en donde
compiten diversos productores culturales, es la
historia objetivada de espacios estructurados y
jerarquizados de posiciones y disposiciones. Los
agentes de este campo producen bienes cul-
turales específicos. La estructura de los signos
lingüísticos, a saber, el significante y el significa-
do, es un ejemplo de estos bienes culturales que
son producidos y disputados. El significante es
la imagen acústica, el valor abstracto del signo,
mientras el significado alude a la representación
mental atribuida al signo (De Saussure, 1998).
Por ejemplo, el signo lingüístico democracia es
un significante, una imagen acústica, en tanto
que las semánticas atribuidas a dicha palabra
son los significados que adquiere a través de las
producciones discursivas.
En el estudio del campo intelectual destaca
un elemento adicional para incorporar en el
análisis: la creencia de que vale la pena jugar el
juego, competir por el control del capital especí-
fico. En otros términos, se trata de una creencia
que inexorablemente conduce a la reproduc-
ción del campo intelectual. Es indispensable
destacar también que un capital en particular,
como categoría de intereses, sólo adquiere sen-
tido, o bien tiene valor, en relación con el campo
al cual está adscrito.
El sistema de disposiciones
en el lenguaje
En la tensión agencia/estructura, representada en
este texto bajo los términos intelectual/campo in-
telectual, el habitus media como destilador de los
elementos autónomos y heterónomos presentes
ALBERTO CARRAL
en cada agente. La formación académica, la expe-
riencia profesional, la interpretación de la historia
y el lenguaje, por mencionar algunos ejemplos re-
levantes para el campo intelectual, retratan parte
de este habitus, en los cuales hay ciertas marcas
sociales que son el resultado de las acciones recí-
procas configuradas en el campo específico.
El habitus son las disposiciones que producen
regularidades objetivas que tienden a emerger
como necesarias y hasta naturales por el hecho
de alcanzar una estructura cognitiva, es decir,
de percepción y apreciación. El habitus está
determinado históricamente y, al mismo tiem-
po, produce historia. Es la presencia activa del
significado dado a experiencias pasadas, es un
pasado incorporado al presente, naturalizado y
hecho sentido común como fuerza generadora
y unificadora de prácticas. El habitus reposa en
la legitimidad y configura un mundo práctico
por la interiorización de estructuras objetivas,
lo cual asegura la reproducción de significados
asignados a experiencias anteriores. Es una es-
tructura estructurada predispuesta a funcionar
como estructura estructurante, como principio
organizador de prácticas colectivamente or-
questadas (Bourdieu, 2009). Por tanto, si el ha-
bitus es la huella de la historia del campo, de los
productores culturales y de sus obras, es tam-
bién su necesidad inmanente (Bourdieu, 2002).
De acuerdo con lo expresado, para la con-
solidación de usos conceptuales hegemónicos
al interior del campo intelectual —incluso
fuera del mismo— es relevante el habitus de
tipo lingüístico, ese:
[…] sistema de disposiciones socialmente
constituidas, que implica una propensión
a hablar de cierta manera y formular cier-
tas cosas (un interés expresivo), al mismo
tiempo que una competencia para hablar
inseparablemente definida como la aptitud
lingüística para generar infinidad de discur-
sos gramáticamente conformes y como la
capacidad social para emplear adecuada-
mente esta competencia en una situación
17
SOCIEDAD ABIERTA
dada […] La competencia lingüística no es
una simple capacidad técnica, sino también
una capacidad estatutaria. Esto quiere decir
que todas las formulaciones lingüísticas no
son igualmente aceptables y que tampoco
son iguales todos los locutores (Bourdieu y
Wacquant, 1995: 104-5).
En este tenor, cuando un sujeto cognoscente
se decanta por ciertos usos del lenguaje hace,
al mismo tiempo, un acto político puesto que
no sólo elige un medio instrumental de expre-
sión de una verdad previamente construida,
igualmente selecciona la práctica mediante la
cual se significan los objetos (Gramsci, 2013).
Este problema es complejo en tanto se tiende
a deshistorizar el sentido dado al mundo social
a través de usos conceptuales hegemónicos, y
“el mito opera de tal modo, que se presenta
como la realidad. Se le quita el sentido histó-
rico, su razón de ser y se le deja como el ser”
(Paoli, 1984: 58).
Resulta conveniente subrayar que el signifi-
cado de las palabras depende de los juegos de
lenguaje, esto es, de asociar el uso de ciertos
signos lingüísticos con contextos sociales espe-
cíficos. Estos juegos advierten que el lenguaje es
una fuerza viva, es decir, histórica. Colocar de
relieve esta circunstancia permite conocer, por
medio del lenguaje, los cambios de paradigma,
de usos semánticos e identificar a detalle los
debates intelectuales sin desconocer los fenó-
menos extralingüísticos que participan en un
proceso de significación.
En efecto, el lenguaje es una metáfora que
presupone historicidad en la realidad, por lo que
habrá de conocerse qué designa una palabra
en cada momento histórico y en cada contexto
social. La estructura de un signo lingüístico se
transforma a consecuencia de las disputas por
el predominio de un significado sobre otros.
Los usos hegemonizados en el lenguaje quedan
capitalizados simbólicamente al interior del
campo intelectual cuando quedan objetivados
ciertos usos, ciertas epistemologías de acceso
18
al conocimiento, los supuestos que las justifican
y las maneras de percibir los fenómenos socia-
les que acontecen.
La “objetividad” de los intelectuales es
la percepción de individuos históricamente
situados, por lo tanto, el conocimiento de
la cosa en sí es lo históricamente subjetivo
(Gramsci, 1958). Los usos conceptuales hege-
mónicos, una vez erigidos como paradigmas,
operan de tal forma que, con frecuencia, se
naturalizan, se vuelven sentido común en el
desarrollo de gran número de indagaciones
ulteriores hasta que ese uso hegemonizado
de las categorías es interpelado por otros usos
hasta un punto de no retorno.
Aunque estas reflexiones podrían generar la
acusación de estar frente a un posicionamien-
to idealista del lenguaje y del conocimiento, lo
cierto es que el pensamiento articula los senti-
dos dados a las experiencias de circunstancias o
situaciones concretas. Además, está claro que
en el campo intelectual la producción de inte-
ligibilidades se produce a partir de la disección
de fenómenos desde miradas teóricas pre-
viamente formuladas. Habría que mencionar
también que las disposiciones hegemónicas de
percepción y apreciación en el campo intelec-
tual dimanan una vez que se ha alcanzado una
determinada distribución de capital simbólico,
por lo cual el campo podría, durante un tiempo,
“limitarse a recibir y consagrar cierto tipo de
habitus que ya está más o menos constituido”
(Bourdieu, 2002: 120).
Producción de conocimiento
y campo intelectual
Las primeras reflexiones de Thomas S. Kuhn
acerca de las revoluciones científicas y la in-
conmensurabilidad entre las teorías estuvie-
ron centradas, desde un inicio, en los cambios
de significado (Pérez Ransanz, 1999). Estos
cambios conceptuales resultan clave para
comprender el desplazamiento de unas redes
conceptuales por otras de nuevo cuño, aunque
las alteraciones queden limitadas a determina-
das áreas del conocimiento y, en consecuencia,
de la producción discursiva. Uno de los hallaz-
gos de Kuhn (1982) fue que los investigadores
no aprendían sólo definiciones, sino también
formas estandarizadas de resolver problemas
seleccionados.
El origen de esta disposición se asienta en
que la ciencia es un producto social, de modo
que si es practicada por individuos concretos
éstos siempre pertenecen a un conjunto social
que delimita las estructuras cognitivas a través
de las cuales deben analizarse los objetos, y
cuyo proceder es considerado válido. Esto es así
porque en el campo intelectual “para que algo
cuente como ‘dato’ tiene que estar inmerso en
algún sistema conceptual, el cual le da un lugar
en un mundo ya subdividido de cierta manera”
(Pérez Ranzans, 1999:79).
A pesar de que el mundo social existe con
total independencia del conocimiento huma-
no, no es inteligible por sí mismo, no existe una
manera única, universal o suprema de procesar
conceptualmente una experiencia. Si el mundo
estuviera libre de usos conceptuales y de siste-
mas de disposiciones de percepción y enuncia-
ción en el campo intelectual y, en consecuencia,
en el científico, habría epistemologías sin suje-
tos cognoscentes.
Por este motivo Kuhn (2006) asigna al con-
cepto de paradigma dos descripciones distin-
tas pero relacionadas. En el primer sentido se
alude a la historia incorporada como sistema
de disposiciones de percepción y apreciación
que comparte un campo intelectual. Todo este
conjunto incluye criterios para determinar a
los sujetos u objetos de investigación, la apli-
cación de esos estándares y la evaluación de
las indagaciones por especialistas del campo
intelectual. Este conjunto de principios rectores
no es sino el conglomerado de exigencias epis-
témicas que arbitran la validez de la producción
científica. Con respecto al segundo sentido, el
concepto de paradigma indica los ejemplos de
aplicación exitosa que son reconocidos por el
campo intelectual, mismos que sirven de guías
para el desarrollo de investigaciones ulteriores.
Una vez que cristaliza un paradigma teórico y
opera como habitus científico y lingüístico, ocu-
rre lo que Thomas S. Kuhn denomina “ciencia
normal”, periodo caracterizado por “la investi-
gación basada firmemente en uno o más logros
científicos pasados, logros que una comunidad
científica particular reconoce durante algún
tiempo como el fundamento de su práctica ulte-
rior” (Kuhn, 2006: 70). El procesamiento de los
métodos, las reglas y normas en la producción
del conocimiento es prerrequisito para la repro-
ducción del paradigma teórico.
En la etapa de” ciencia normal”, o bien, de
usos conceptuales hegemónicos, los producto-
res culturales son premiados por hacer más de
lo mismo y hacerlo cada vez mejor dentro de los
parámetros de un marco conceptual dado (Pé-
rez Ransanz, 1999). Esta circunstancia denota
que, por algún tiempo, el sistema de disposi-
ciones suministrado por el paradigma teórico
consigue realizar avances en la investigación.
Kuhn (2006) imaginaba que el desarrollo del
conocimiento es como una espiral, no como una
línea recta; esto quiere decir que históricamen-
te la producción científica no es acumulativa,
sino que recorre la espiral a lapsos en términos
cuantitativos y, en otros, cualitativos.
En definitiva, los usos conceptuales hege-
mónicos presentan sus propias premisas como
principios omnímodos acerca de un fenómeno en
particular. La producción científica desde los pa-
radigmas teóricos es conservadora, privilegia la
preservación y el desarrollo del potencial explica-
tivo de los usos conceptuales vigentes por encima
de la innovación, pues es ampliamente aceptado
en el campo intelectual que la teoría “correspon-
de con los hechos”. En este punto es precisamen-
te donde Paul Feyerabend (1975) denuncia los
problemas de la epistemología empirista.
Cuando el habitus lingüístico y científico se
naturaliza en el campo intelectual al grado de
establecerse como una metafísica dogmática al
ser apartada, en nombre de la experiencia, de
toda crítica posible (Feyerabend, 1975; Kuhn,
2006). Los supuestos en los cuales se asienta
una hegemonía conceptual quedan invisibiliza-
dos. Este suceso acarrea como consecuencia el
eclipse de alternativas teóricas por la introduc-
ción de una racionalidad que se incrusta en las
investigaciones, nombra las cosas y, por lo tanto,
establece una visión y división del mundo social.
En estricto sentido, para Paul Feyerabend
la promoción de la ciencia se conseguiría una
vez que quedaron colocados en el centro de la
discusión, junto con la hegemonía conceptual,
otras alternativas teóricas. El método empírico,
para este autor, exige que el conocimiento que
se posea crezca tanto como sea posible, por lo
que no es sólo la incompatibilidad de hechos
con la teoría lo que estimula a la ciencia sino la
discusión con alternativas incompatibles.
Un problema con el pensamiento convergen-
te en el campo intelectual es que, como habitus
lingüístico y científico, disuade el desarrollo de
la divergencia de pensamiento. Debido a que
se estudia todo el tiempo con las mismas es-
tructuras cognitivas suministradas por los usos
conceptuales objetivados, los resultados se pro-
ducen en la misma dirección y son reincorpora-
dos al campo como fruto del paradigma teórico
(Pérez Ransanz, 1999). El mundo social, para
fortuna de todos, puede volverse a analizar de
modos distintos sin que las “lecturas” contra-
puestas sobre los fenómenos sean consideradas
como una etapa preliminar del conocimiento,
que ulteriormente vaya a ser remplazada por la
Única Teoría Verdadera (Feyerabend, 1975).
Las diferencias conceptuales entre un enfo-
que teórico y otro los hace inconmensurables
entre sí. Esta diferencia en las redes concep-
tuales impide un intercambio sucinto, pues las
teorías en competencia pueden compartir los
mismos signos lingüísticos y no necesariamente
el mismo significado. Los usos conceptuales son
la principal barrera de la inconmensurabilidad.
Ya se ha dicho que la existencia de un lenguaje
y una observación neutral es imposible, pues
ALBERTO CARRAL
todo análisis descansa en un marco conceptual
previo. El núcleo de la inconmensurabilidad es el
cambio conceptual, el cual condensa las diferen-
cias en los aspectos cognitivos (Pérez Ransanz,
1999). El cambio epistemológico es resultado
de la postulación de una nueva ontología del
fenómeno. Estos argumentos abren las puertas
a la discusión sobre la racionalidad en el campo
intelectual, puesto que una revolución científica
altera la visión y división del mundo social.
En la obra de Kuhn, la racionalidad plantea
un problema de comprensión no de traducción
entre teorías. Todos los complejos proposicio-
nales de una teoría difícilmente podrán enun-
ciarse en los de otra, aunque esto no significa
que los proponentes no se comprendan entre
sí. Sirva de ejemplo cómo en los idiomas hay
situaciones o cosas que se expresan en una len-
gua y en otras no, y aun así se alcanza a dar un
intercambio de ideas. El cambio conceptual es
de carácter holista, pero al mismo tiempo local,
es decir, se acota a palabras específicas.
Adicionalmente, dado que en un campo no
existe una instancia de apelación externa a la
cual recurrir para determinar la superioridad
de una teoría por sobre otras, es imprescindible
“evaluar” con criterios epistémicos comparti-
dos. La presencia de una instancia universal ex-
terna implicaría que, después de todo, hay una
manera correcta de hacer ciencia y de conocer
la cosa en sí (Pérez Ransanz, 1999). Los criterios
de evaluación contrastan las diversas epistemo-
logías con los objetivos científicos del campo in-
telectual, planteados en un momento histórico
determinado. El conocimiento científico no per-
mite la postulación de arbitrariedades, pero los
fenómenos tampoco están dados. Son fenóme-
nos, precisamente, porque son producto del in-
telecto, son “cosas para el sujeto cognoscente”
que se observan en el mundo social. Tampoco
es que sean producto de la imaginación, pues
los principios que se enuncien tienen que ser
constatables, empíricamente verificables.
Una nueva cuestión surge. Si un agente del
campo intelectual observa la realidad, procesa
19
SOCIEDAD ABIERTA
la experiencia en su mente y emite un juicio,
¿cómo es que ese sentido no queda limitado a
la individualidad de quien lo enuncia, sino que,
por el contrario, puede ser comprendido, hacer-
se intersubjetivo a través de marcos conceptua-
les diversos? En todo caso cada agente es una
fuente que influye como autoridad epistémica,
pero no es la única.
El acontecimiento-sentido entre
los agentes del campo intelectual
En las prácticas discursivas se constatan los
conflictos, las tensiones, las divergencias y las
convergencias entre diversos discursos o ám-
bitos discursivos (campo intelectual, campo
político, etcétera). Pero si el sujeto cognos-
cente es una fuente de autoridad epistémica
es porque posee la capacidad de procesar ex-
periencias y emitir juicios, como se ha dicho.
El agente que “descubre” su individualidad es
el punto de arranque del conocimiento, pero
este planteamiento todavía no indica cuál es
el proceso mediante el cual el ser humano se
constituye como agente. Al inicio de este texto
sólo se ha señalado que, hombres y mujeres
son intelectuales, sin problematizar demasiado
sobre este aspecto en particular.
De acuerdo con Benveniste (1971), es en y
por el lenguaje que el ser humano se posiciona
como sujeto y funda su realidad. El yo del
sujeto es posible al experimentar relaciones
con otros que también asumen un yo, y en
intercambio dialógico cada uno de éstos es
también un tú. Cada agente locucionario —en
todas las lenguas, épocas y territorios— se
remite a sí mismo como un yo en su discurso:
Yo soy, I am, Je suis, por citar algunos ejemplos.
En algunas lenguas y en determinadas
circunstancias existen usos convencionales
que, por cortesía, evitan el uso de referencias
directas; sin embargo, estos usos resaltan
el valor social y cultural de los pronombres
implícitos (Benveniste, 1971).
20
Entre los signos de una lengua están los pro-
nombres personales, los cuales carecen de
significado. El significado no habrá de confun-
dirse con el portador del nombre (Wittgenstein,
2010). Es en la producción discursiva cuando el
yo designa a alguien en particular, a quien se
ve a sí mismo como sujeto y asigna posiciones
discursivas a sus interlocutores. Que el lenguaje
sea el fundamento de la subjetividad queda al
descubierto con la existencia de pronombres,
adverbios, adjetivos y tiempos verbales, que
siempre son en relación con un sujeto: quien
los enuncia. La toma de posición de un sujeto
trasciende el lenguaje, pero éste nunca deja de
ser su fundamento.
Empero, la cuestión del sujeto es compleja
en otro sentido, cuando alguien se interroga
qué de la subjetividad es transmitido, o bien,
si el agente locucionario comunica toda su
subjetividad al dar testimonio de sí mismo y de
sus experiencias en el mundo que le circunda.
Conviene mencionar que no deja de ser ociosa
la pregunta de si un agente posee la capacidad
de transmitir ya no todas sus experiencias, sino
la totalidad de una sola. Esta totalidad son las
dimensiones de una vivencia, que no están yu-
xtapuestas sino entrelazadas. Para responder
estas preguntas vale la pena realizar una apro-
ximación al lenguaje, particularmente a las dis-
tinciones entre langue y parole proporcionadas
por Ferdinand de Saussure (1998). En principio,
toda lengua designa la estructura específica de
un sistema lingüístico; en palabras de Paul Ri-
cœur (1995:17), “langue es el código o conjun-
to de códigos en el que el hablante particular
produce parole como un mensaje particular”.
Entonces, mientras el código se comparte co-
lectivamente, el mensaje es producido por el
hablante que hace uso de la estructura lingüísti-
ca para sus propios fines.
En suma, el mensaje es individual, intencio-
nal y personificado, al tiempo que el código es
colectivo, no intencional y anónimo. El proble-
ma con la lectura epistemológica de la parole,
propuesta por Saussure, es que presenta los
mensajes como entidades que se difuminan en
el tiempo, cuando la parole, siendo lenguaje
en acto, fundamenta la existencia misma del
lenguaje. La permanente contingencia discur-
siva actualiza las características del código. Así
como el acontecimiento histórico que, entre la
esfinge y el fénix, es reinterpretado constante-
mente, el acontecimiento del lenguaje también
es reinterpretado y al hacerlo se modifica la
langue de manera continua a través de los usos
(Dosse, 2013; Ricœur, 1995).
El discurso como acontecimiento del len-
guaje irrumpe en la subjetividad de los inter-
locutores desde la subjetividad del yo. Como
acontecimiento, el discurso queda superado
por el sentido o significado que los interlocu-
tores dotan a los discursos; sin embargo, una
fracción del acontecimiento (discurso) queda
contenida en el sentido. Si el discurso de un
hablante es “X”, el interlocutor no procesa “Y”,
sino “X2…n”. El interlocutor enuncia, si lo desea,
“Y” o “Z”, pero sólo una vez que ha procesado
“X” mediante “X2…n”. En resumen, “si todo dis-
curso se actualiza como un acontecimiento, se
le comprende como sentido” (Ricœur, 1995:26).
En virtud de lo anterior, si la dialéctica acon-
tecimiento-sentido y el lenguaje es el funda-
mento del sujeto, se está en condiciones de
señalar qué es lo que transmite un agente lo-
cucionario a sus interlocutores. En principio, no
comunica sus experiencias o la totalidad de una
sola de ellas, sino el sentido que ha asignado a la
vivencia. Ante una situación de dolor, por ejem-
plo, es imposible que un sujeto transfiera por
medio del discurso su experiencia a un interlo-
cutor; se transfiere, en todo caso, el significado
dado a la totalidad de esa vivencia:
[…] lo experimentado por una persona
no puede ser transferido íntegramente a
alguien más. Mi experiencia no puede con-
vertirse directamente en tu experiencia.
Un acontecimiento perteneciente a un fluir
del pensamiento no puede ser transferido
como tal a otro fluir del pensamiento. Aun
así, no obstante, algo pasa de mí hacia ti.
Algo es transferido de una esfera de vida
a otra. Este algo no es la experiencia tal
como es experimentada, sino su significa-
do. Aquí está el milagro (Ricœur, 1995: 30).
El “milagro” del acontecimiento del lenguaje
está en que la experiencia queda como una
vivencia particular, que al ser comunicada se
torna intersubjetiva y al hacerlo adquiere un
carácter público. Un discurso siempre está di-
rigido hacia alguien, posee uno o varios desti-
natarios que dotan de sentido al primer signifi-
cado dado por un hablante. No hay discurso sin
público. Hablar de un público implica que exis-
ten otros, tantos como entidades existan, pero
siempre que se evoca al público se asume que
los demás no vienen al caso (Warner, 2012),
y en esa medida la dialéctica acontecimien-
to-sentido es intersubjetiva. Hablar y escuchar,
por sí mismos, son acontecimientos.
Como fundamento de la subjetividad, el len-
guaje permite que las impresiones de un agente
se vuelvan expresiones, como una fuerza cen-
trífuga que irriga significados por medio del
uso de las palabras. Esta irrigación se logra por
medio de una conversación frente a frente, in-
cluso por sistemas multimedia, o bien, exclusi-
vamente por la escritura. Los textos igualmente
“hacen visible” una característica ya presente
en el diálogo directo de persona a persona, el
hecho de que existen dos significaciones: a) lo
que el interlocutor quiere decir; y b) el conteni-
do proposicional del texto.
En otras palabras, el texto adquiere auto-
nomía semántica, su propio significado. La es-
critura no fija el acontecimiento del habla, sino
“lo dicho” por medio del habla. Un texto es un
acto de habla pues además de decir algo (acto
locucionario), hace algo al decir algo (acto ilocu-
cionario) y produce efectos una vez dicho (acto
perlocucionario) (Austin, 1981; Ricœur, 1995).
Desde luego la autonomía semántica del texto
no entraña que el significado dado por su autor
carezca de sentido, por el contrario, indica dos
significados: a) el dado por el autor; y b) el que
contiene el texto por derecho propio, por ser:
[…] la falacia intencional, que sostiene la
intención del autor como el criterio para
cualquier interpretación válida del texto, y
por otro lado, lo que yo llamaría, de forma
simétrica, la falacia del texto absoluto: la
falacia de hacer del texto una entidad hi-
postática sin autor. Si la falacia intencional
pasa por alto la autonomía semántica del
texto, la falacia opuesta olvida que un tex-
to sigue siendo un discurso contado por
alguien, dicho por alguien a alguien más
acerca de algo (Ricœur, 1995, p. 43).
De tal suerte que el significado que un agente
imprime a un texto de su autoría queda eviden-
ciado en tanto hace presente su subjetividad
por medio del acontecimiento del habla. Cuan-
do el texto ya no dice más que lo dicho por la
persona que lo redactó, tiene entonces un autor
y no un hablante (Ricœur, 1995). Si en la conver-
sación frente a frente el discurso va dirigido a
alguien, con la autonomía semántica del texto
los interlocutores están indeterminados en can-
tidad y, por tanto, en interpretación (X2…n).
La puesta en común de
los significados
Un significado necesariamente tiene que ser
social para ser comunicable, requiere de accio-
nes recíprocas para alcanzar a ser comprendi-
do. En estas circunstancias los significados son
resultado de un proceso que genera tensiones
entre los intelectuales y el campo intelectual,
con lo cual dichos significados se modifican con
cierta regularidad. En los textos se confirma la
existencia de sentidos a través de los signos
lingüísticos, pero los textos y sus significados
no son recogidos pasivamente por los lectores,
que también son agentes y, eventualmente,
producen nuevos discursos.
ALBERTO CARRAL
Dada la autonomía semántica de un texto, “X”,
el lector, el tú en la producción textual discur-
siva, se apropia de parte del contenido crean-
do su propio significado “X2…n”. Este proceso
de entendimiento hace que el discurso “X” y
el “Y” logren dialogar, es decir, que sean in-
tersubjetivos uno del otro. El “milagro” en la
escritura ocurre porque el lector recupera el
sentido del autor por medio del texto, pero al
final formula sus propios juicios.
Por medio de la autonomía semántica de los
textos el trabajo de asimilación, contraposición
y transformación queda plenamente al descu-
bierto. Este proceso complejo, que salva la dis-
tancia entre agencia y estructura, indica que los
discursos no son suficientemente autónomos
puesto que siempre hay elementos en su con-
formación que remiten a otros textos, específi-
camente, a la significación de otros recuperan-
do, por ejemplo, “X” sea a través de “X2…n”, de
“Y” o “Z”, etcétera. A este fenómeno discursivo
se le conoce como intertextualidad.
Ahora bien, los cambios en el uso del len-
guaje con frecuencia están ligados a procesos
sociales y culturales (Fairclough, 1998). Los
desplazamientos en los marcos conceptuales
del campo intelectual están relacionados con
cada momentum que irrumpe en la cotidianidad
o en las formas de la vida propias del campo.
Son otros los juegos de lenguaje que comienzan
a trabajar en la dialéctica acontecimiento-senti-
do, colocando de relieve que “no hay categorías
ontológicas absolutas, [que] ninguna perspecti-
va epistémica es privilegiada, y no hay un pega-
mento metafísico entre las palabras y las cosas
(o entre los enunciados y los hechos)” (Pérez
Ransanz, 1999: 227).
El análisis crítico del discurso con perspectiva
intertextual considera a la práctica discursiva
como un proceso de interacción social (Luzón,
1997), en donde todos los textos son intertextos,
pero no todos éstos son textos. La autonomía se-
mántica del texto posee una doble coherencia: 1)
intratextual, que considera al texto como estruc-
tura sígnica, autónoma delimitada, coherente,
21
SOCIEDAD ABIERTA
con un principio, un medio y un fin; y 2) intertex-
tual, cuando el texto crea relaciones estructura-
les entre él mismo y otros textos (Plett, 2004).
Los primeros teóricos de la intertextualidad
consideran el hecho de que un texto contenga
discursos anteriores como precondición para el
acto de la significación (Marinkovich, 1998).
En una situación hipotética extrema de un
texto absoluto y de un intertexto absoluto, la
manifestación de estos fenómenos discursivos
sería probablemente de la forma siguiente:
El texto que no tiene interrelación con
otros textos en absoluto, realiza su auto-
nomía perfectamente. Es autosuficiente,
idéntico a sí mismo, una mónada completa
en sí misma —pero ya no es comunica-
ble. Por el contrario, el intertexto corre el
riesgo de disolverse completamente en
sus interrelaciones con otros textos. En
casos extremos, cambia completamente
su coherencia interna por una externa.
Su disolución total lo hace renunciar a su
principio, medio y fin. Pierde su identidad
“Es en y por el
lenguaje que el
ser humano se
posiciona como
sujeto y funda
su realidad”.
22
y se desintegra en numerosas partículas lidad entre la cual se “mueven” los textos. Por
textuales que sólo tienen una referencia su parte, la interpretación o consumo indaga
extrínseca. Es dudoso que semejante in- los distintos sentidos asignados a otros textos
tertexto radical sea comunicable en modo a través del texto. La intertextualidad es mani-
alguno (Plett, 2004:54). fiesta cuando otros textos están abiertamente
presentes en un texto, mientras la intertextuali-
Como se puede ver, en cualquiera de los fenó- dad constitutiva o interdiscursividad es cuando
menos hipotéticos anteriores la comunicación un texto incluye convenciones de otros tipos de
y, en consecuencia, la significación son irreali- texto. Un ejemplo de este último tipo es cuando
zables. Cada vez que un nuevo texto aparece la publicidad incorpora elementos del discurso
establece un diálogo con textos anteriores y, científico (Fairclough, 1998; Luzón, 1997).
a su vez, queda como precursor de produc- Como se muestra en el cuadro I, una manera
ciones discursivas ulteriores. Los cambios de analizar la intertextualidad manifiesta es por
de paradigma en el campo intelectual, por medio de los siguientes elementos: la presupo-
ejemplo, no son sino diálogos con otras tradi- sición, la negación y el metadiscurso. El primer
ciones epistemológicas que los intelectuales concepto hace referencia a los supuestos desde
significan para producir nuevas variantes de los cuales parte el productor de un texto para
pensamiento que nunca están completamente respaldar sus aseveraciones; habitualmente, se
desligadas de las anteriores. trata de opiniones relativamente generalizadas
En términos de la producción, la intertextua- en un campo. Por su parte, la negación es un
lidad subraya la historicidad de los textos, las tipo especial de presuposición. Las oraciones
cadenas de discurso o diálogos que se formulan negativas contienen información adicional, que
al interior de un texto. La distribución en las son construidas mediante el uso de adverbios
prácticas discursivas evoca la relativa estabi- de negación (Burgueño, 2006).
Cuadro I. Análisis del discurso con perspectiva intertextual
Elemento Descripción
Presuposiciones Supuestos de los que parte un productor textual para argumentar.
Tipo especial de presuposición que ofrece información adicional.
Negaciones
Se rastrean adverbios negativos (ej. La democracia no es…).
Indica procesos identitarios del productor
Metadiscurso textual (ej. Los ciudadanos somos…).
Citaciones Pueden ser directas, indirectas o encubiertas.
Fuente. Elaboración propia
Asimismo, a través del metadiscurso el hablan-
te toma distancia de su propio discurso. Es un
elemento relevante desde donde observar la
identidad del productor textual en y frente a los
discursos, por tanto, rescata a la agencia de la
estructura. Finalmente, la citación también da
cuenta de prácticas discursivas con perspectiva
intertextual. Una de las clasificaciones distingue
entre tres tipos de citas: 1) la directa, cuando un
autor reproduce verbatim las palabras de otro
autor. Su inclusión distingue dos situaciones de
enunciación, pues se genera una ruptura en el
discurso; 2) la indirecta, aquellas en las que un
autor alude a las ideas de otro mediante el uso
de otras palabras; y 3) la encubierta, la cual re-
fiere los discursos de otros sin encontrar señales
explícitas que lo manifiesten (Burgueño, 2006;
Pina-Stranger, Sabaj, Toro y Matsuda, 2013).
Hasta aquí se ha analizado el vínculo entre
los intelectuales, la producción del conocimiento
y las prácticas discursivas como acontecimien-
to-sentido. En el centro de estas reflexiones se
encuentran los paradigmas de las ciencias sociales
y sus usos en el debate público, entre los cuales
se destaca el significado y el significante de la de-
mocracia. Para conocer la estructura de este signo
lingüístico es imprescindible precisar los juegos
de lenguaje que dan forma a la democracia como
categoría de análisis en el seno del campo intelec-
tual y, por extensión, en el debate público.
Los usos de la democracia
como paradigma teórico
Tan sólo en el siglo XX la palabra democracia
ha adquirido distintos significados y, como ta-
les, han sido compartidos por distintas colec-
tividades. Si se desea conocer ahora mismo el
significado de la palabra democracia hay que
examinar las circunstancias que lo forjaron, es
decir, determinar por qué se usa así esa palabra
(Herrero, 2014). En un campo intelectual las
expectativas que aloja un concepto en su sig-
nificado están dadas por sus enunciantes, por
las respectivas posiciones y sistema de disposi-
ciones de un agente en ese campo; es decir, en
la producción y reproducción de los usos con-
ceptuales hegemónicos comparecen elementos
autónomos y heterónomos.
Hasta ahora los centros de gravedad que se
apuntalan desde los significados asignados a la
democracia están vinculados con los procedi-
mientos electorales, el régimen político y, en al-
guna medida, el Estado y ciertos contenidos so-
ciales (Dahl, 1999; Huntington, 1994; O’Donnell,
2000; Sartori, 2008). Desde la época de Ronald
Reagan se había hablado de una tendencia glo-
bal democrática, y los promotores de esta idea
presentaban su modelo como el paradigma uni-
versal (Carothers, 2002). Incluso las definiciones
sobre las “democracias reales” o poliarquías ter-
minaban por soslayar las condiciones estructu-
rales e históricas a la hora de “leer” los procesos
de cambio político desde ese paradigma.
Una gran parte de las definiciones contem-
poráneas de democracia enfatizan los proce-
dimientos electorales como el componente
esencial e ineludible de la democracia (O’Don-
nell, 2000). El debate con estas conceptualiza-
ciones —como reconoce O’Donnell su propia
omisión— es que eluden los contextos políticos
y sociales en los cuales se llevan a cabo dichos
procesos electorales. La definición de demo-
cracia ofrecida por Schumpeter, considerada
aquí como el punto de arranque de la versión
procedimental, queda descrita así: “el método
democrático es aquel sistema institucional,
para llegar a las decisiones políticas, en el que
los individuos adquieren el poder de decidir por
medio de una lucha de competencia por el voto
del pueblo” (1983: 343).
Desde la perspectiva de O’Donnell (2000), la
descripción procedimental de Schumpeter es, a
todas luces, elitista, aunque no propiamente mi-
nimalista. El “método democrático” parece ser
el único disponible para comunidades políticas
de cualquier magnitud, pero en ciertos casos no
deben excluirse fenómenos de competencia por
el liderazgo análogos a la economía, a los que se
ALBERTO CARRAL
denominan competencia desleal o fraudulenta
y de restricción de la competencia. Si se exclu-
yen estos asuntos del análisis, lo que queda es
una democracia ideal (Schumpeter, 1983).
Después de señalar lo anterior, en una nota al
pie, el autor de Capitalismo, socialismo y demo-
cracia, indica que, así como “en el terreno eco-
nómico, en los principios jurídicos y morales de la
comunidad hay implícitas algunas restricciones”
(Schumpeter, 1983: 346). La ambigüedad en la
nota al pie no hace sino subrayar que hay con-
textos que condicionan la ejecución del “método
democrático”, es decir, que existen fronteras ex-
ternas que no pueden pasarse por alto, aunque
la nota al pie tampoco entra a la discusión de
señalar cuáles son esas restricciones.
Guillermo O’Donnell (2000) señala que José
Nun fue de los pocos en advertir que, para
Schumpeter, el “método democrático” no es un
instrumento para ejecutarse mecánicamente;
por el contrario, el método exige de una serie
de condicionales. Nun (2002) recupera del eco-
nomista austriaco dichas condicionales: la pro-
fesionalización de la política; la conveniencia de
excluir de las decisiones políticas la justicia, el
manejo de las finanzas, entre otros temas; una
burocracia capacitada, dotada de reputación y
sentido del deber; y, finalmente, una autodis-
ciplina democrática que garantice el respecto
a la ley. Sin embargo, los seguidores de Joseph
Schumpeter que quieren ser más schumpete-
reanos que él, pasan por alto esta especie de
fronteras externas.
Por lo anterior, el centro de gravedad de los
significados de democracia habrán de buscar-
se no sólo en los procedimientos electorales
sino en los valores asociados con ellos, que es-
tán dados en los usos semánticos enarbolados
en las prácticas discursivas al interior de un
campo intelectual, aunque no se restringen a
éste. Las construcciones epistemológicas que
configuran los usos semánticos de la democra-
cia formulan las fronteras tanto internas como
externas del concepto. Es decir, la discusión
conduce a plantear ¿cuáles son los principios
23
SOCIEDAD ABIERTA
morales que posibilitan la democracia?, ¿Por
qué esos valores y no otros?, ¿Hasta dónde es
aceptable o deseable que lleguen tales princi-
pios?, ¿Por qué esos son los contornos de los
principios y no otros?
Cuando son conocidas como fenómenos
—que es la única manera en que se pueden
conocer las cosas—, es una ilusión decantarse
por las definiciones procedimentales de la de-
mocracia por ser “empíricas” y “descriptivas”
(Huntington, 1994). Se ha discutido en apar-
tados anteriores que no existe un pegamento
metafísico entre las palabras y las cosas, y que
“El lenguaje un “dato” sólo es tal mediante previos marcos
conceptuales, que no se formulan por sí mismos,
permite que las sino por productores con distintas posiciones y
disposiciones en el campo intelectual.
impresiones de un En realidad, los significados de las palabras
cambian. El lenguaje, se ha subrayado, no
agente se vuelvan es un reflejo pasivo de los procesos sociales,
sino que se entrelaza con éstos mismos. La
expresiones, dialéctica acontecimiento-sentido actualiza las
estructuras lingüísticas mediante los usos del
como una fuerza lenguaje, y las redes conceptuales se transfor-
man holística y localmente. Tanto el paradig-
centrífuga que ma procedimental de la democracia como el
“pluralista”, que considera ciertas caracterís-
irriga significados ticas en el régimen político como garantía de
las elecciones libres, son profundamente de
por medio del uso
confección liberal. Los liberales no encontra-
ron quién disputara la semántica de la demo-
de las palabras”.
cracia; entre las izquierdas la discusión sobre
este tema fue, a lo mucho periférica cuando no
inexistente, hasta el último cuarto del siglo XX
(Illades, 2012; Lechner, 2014).
El principal representante teórico del plura-
lismo, de las “democracias reales”, es Robert
Dahl, quien formuló un concepto precisamente
para distinguir a los tipos ideales de la democra-
cia de las “democracias realmente existentes”.
Las poliarquías, como las denomina Dahl (1999),
son las democracias reales a gran escala que
funcionan con: a) cargos públicos electos; b)
elecciones libres, imparciales y frecuentes; c)
libertad de expresión; d) fuentes alternativas de
24
información; e) autonomía de las asociaciones;
y f) ciudadanía inclusiva.
Asimismo, Robert Dahl (1999) considera que
existen tres maneras de determinar cuáles son
las instituciones necesarias para las poliarquías.
En primer término, menciona la conveniencia
de realizar un examen de la historia de los paí-
ses que modificaron sus instituciones políticas
para responder a las demandas de inclusión
popular y participación. Sin embargo, el debate
con este tipo de análisis es porque, implícita-
mente, promueven una “lectura” normativa de
la modernidad y un miserabilismo etnocéntrico
que puede ser de dos tipos: paternalista o eli-
tista. El primero, es cuando se centra en las di-
ferencias culturales como “faltas”; el segundo,
ocurre más que con los señalamientos de “ca-
rencias” con el de “imperfecciones”, es decir,
observa aquello que “se tiene, aunque no como
se debería tener” (Grignon y Passeron, 2008).
En segundo lugar, Dahl comenta que se
podría llegar a la conclusión de que un país es
democrático porque la mayoría de su población
así lo considere, tanto en el lenguaje común
como en la discusión académica e intelectual.
Finalmente, desde esta perspectiva, otra ma-
nera de conocer las instituciones consideradas
necesarias para la democracia es a través de la
construcción de un modelo mental con que se
imagine cómo alcanzar los fines que precisa la
democracia (Dahl, 1999).
El paradigma teórico de la democracia real-
mente existente da por sentado ya no que las
elecciones se conducirán libremente de forma
indefinida, sino que el régimen político, dicho
de otro modo, las libertades concomitantes ga-
rantes de estas elecciones continuarán en vigor
invariablemente (O’Donnell, 2000). Estas obser-
vaciones implican que ni las elecciones libres ni
las libertades por sí mismas, son depósito de la
democracia. Otro debate es determinar cuáles
de esas libertades son fundamentales para la
democracia y cuáles no.
Por otro lado, Guillermo O’Donnell (2000)
introduce al Estado, particularmente al siste-
ma judicial, como centro de gravedad, como
principio jurídico y moral de la comunidad
política que se añade a las elecciones libres
y a las libertades concomitantes del régimen
político. Este argumento, al mismo tiempo, in-
cluye la agencia como portación de derechos
subjetivos, es decir, la capacidad de los indivi-
duos de ejercer su voluntad en los ámbitos no
restringidos por la ley. El sistema judicial, en
consecuencia, el Estado, está llamado a pro-
teger y sancionar las infracciones cuando esa
capacidad de ejercicio sea violentada.
Pero el problema con la democracia como
paradigma teórico no se detiene aquí. No hay
motivos para separar la agencia y sus opciones
en el plano político del ámbito social, pues
siempre está latente la discusión sobre las
posibilidades de que los grupos sociales sub-
alternos ejerzan sus libertades y amplíen sus
derechos. Como se ha visto, la discusión es
interminable y el significante no determina el
significado, sino que su relación es arbitraria.
Cuadro II. Usos de la democracia por parecidos de familia
Paradigma I. Procedimental/ minimalista
Principio moral Procedimientos electorales
Enfatiza los comicios como
Descripción
esencia de la democracia.
Fuente. Elaboración propia
ALBERTO CARRAL
No hay características “esenciales”, “infran-
queables” a la democracia que le confieran
componentes ineludibles, o bien, que sean
independientes de racionalidades. “La palabra
Como se observa en el cuadro II, hasta aquí
se han enunciado cuatro usos de la democracia, democracia ha
los cuales pueden ser agrupados, por parecidos
de familia (véase Wittgenstein, 2010), en tres adquirido distintos
paradigmas teóricos: 1) el procedimental o mi-
nimalista, 2) el pluralista y 3) el realista social. El significados y,
primero de ellos enfatiza el valor de los proce-
dimientos electorales para fundar democracias,
aunque sin atender los procesos que enmarcan
como tales, han
a los comicios. El segundo, por su parte, se dis-
sido compartidos
tingue del primero al poner en contexto político
la operación de las elecciones, pero sin ir más
por distintas
allá de los aspectos preceptivos que sujetan al
régimen político y a las instituciones formales
colectividades”.
del Estado. Por último, el tercer modelo subraya
las condiciones sociales, aunque con frecuencia
no se precisa la relación de éstas con los sujetos
y las estructuras políticas formales.
II. Pluralismo político III. Realismo social
Régimen político Estado Contexto social
Contextualiza política y formalmente las Vincula procesos electorales, libertades
elecciones y las libertades públicas. públicas y entorno social y cultural
25
SOCIEDAD ABIERTA
“A pesar de que el mundo social
existe con total independencia
del conocimiento humano, no
es inteligible por sí mismo, no
existe una manera única”.
El poder o autoridad simbólica que ejercen los
intelectuales es fundamental en la construcción
de sentidos, paradigmas o usos conceptuales
hegemónicos, mismos que son socializados a
través de las prácticas discursivas, las cuales
son generadas desde distintos habitus lingüísti-
cos. Los desarrolladores de significados, como
se ha analizado, están diseminados en todas
las estructuras sociales y poseen la capacidad
de crear signos lingüísticos que incluso sin ser
previamente socializados se halla la posibilidad
de comprender una nueva estructura sígnica
por medio de los contextos que configura cada
juego de lenguaje, así como por la competencia
cognitiva del ser humano.
Consideraciones finales
En cada uso conceptual van asociadas las posicio-
nes y sistemas de disposiciones del agente inserto
en un campo intelectual. Cuando un intelectual
discute públicamente las semánticas de la de-
mocracia y sus usos sociales también manifiesta
quién es un intelectual, quién está facultado para
abordar ciertas temáticas. Este problema permite
observar que los usos del lenguaje no son fenó-
26
menos accesorios que acompañan a la realidad,
sino que son una parte constitutiva de la misma.
En el campo intelectual las epistemologías
orientan las prácticas sociales de sus agentes. Una
práctica discursiva es una práctica social, la cual
está fuertemente influida por el sentido que el
enunciante otorga a sus propias vivencias, como
la formación académica, la experiencia profesio-
nal, la historia política, entre otros aspectos. Este
tipo de elementos, inexorablemente, inciden en
las posiciones y habitus de los intelectuales, pues
se establecen regularidades en el conocimiento
que operan también como capital simbólico.
La hegemonía conceptual, esto es, la de los
significados, es una hegemonía política que des-
prende cierta correlación de fuerzas entre los
intelectuales. Al hallarse en el campo intelectual
un capital específico en disputa —la asignación
de significados, como capital simbólico— se
hace posible la configuración de usos concep-
tuales hegemónicos. De esta competencia
surgen posiciones y disposiciones producidas y
reproducidas por la distribución del capital que
estructura al campo. Pero esta dinámica nunca
es arbitraria, posee una racionalidad conocida
y reconocida por todos los agentes del campo
intelectual, misma que permite dirimir las incon-
mensurabilidades teóricas al confrontar los fun-
damentos epistemológicos de los significados
con los objetivos del campo específico.
Estos usos semánticos hegemónicos están
lejos de ser retomados pasivamente por los
agentes del campo intelectual. El sentido con
que cada intelectual dota a sus experiencias de
vida influye en su manera de percibir el mundo
social. Los espacios donde un agente interac-
túa, esto es, las formas de la vida, conforman
cierta subjetividad que se expresa de manera
destacada a través del acontecimiento del len-
guaje, el discurso. La producción discursiva es
un elemento que externaliza la subjetividad que
acompaña al agente, pero este acontecimiento
del lenguaje no es una “prédica en el desierto”.
Cada discurso es formulado por alguien, dirigido
a alguien más, con diálogos directos, indirectos
o encubiertos y en circunstancias específicas; es
decir, hay un fenómeno intertextual.
Las prácticas discursivas engloban, para
efectos de este texto, los sentidos dados por
un agente a sus experiencias de vida, la capaci-
dad de agencia constatada en el acontecimien-
to-sentido del lenguaje, los significados hege-
mónicos y las epistemologías objetivadas en el
campo intelectual. m
“Un país es democrático porque
la mayoría de su población así lo
considere, tanto en el lenguaje
común como en la discusión
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27
SOCIEDAD ABIERTA
El Estado de derecho y su
relación con la corrupción
en México. Entrevista con
Jacqueline Peschard
Jacqueline Peschard es Doctora en Ciencias
Sociales por el Colegio de Michoacán. Profe-
sora Titular en la Facultad de Ciencias Políticas
y Sociales de la UNAM desde 1979. Profeso-
ra-investigadora de El Colegio de México entre
1992–1998. Consejera Electoral del Consejo
General del IFE entre 1996-2003. Comisionada
del IFAI desde marzo de 2007. Comisionada
Presidenta del IFAI, a partir de abril 2009. Fue
miembro del Sistema Nacional de Investigado-
res Nivel 2. Miembro titular del Seminario de
Cultura Mexicana desde 2007. Asesora de la
División de Asistencia Electoral de la ONU en
Irak en 2004 y en Líbano 2005.
Metapolítica (M): ¿cómo surge el fenómeno
de la corrupción?
Jacqueline Peschard (JP): La corrupción es
un tema que se ha globalizado, pongo un ejem-
plo, en Londres, en mayo de 2006, hubo una
reunión global anticorrupción, producto de la
muy extendida preocupación de los distintos
Estados, incluso aquéllos con una larga tradi-
por Francisco ción democrática y con un vigente Estado de
José Rodríguez derecho, como Alemania, Francia y la propia
Escobedo y Miriam Gran Bretaña. El común denominador es que
Fonseca López son países muy preocupados por la manera en
que los efectos de la globalización, en materia
Profesores de transferencia de capitales y de expansión de
investigadores en el herramientas informáticas, también ha genera-
Instituto de Ciencias de do que la corrupción cruce fronteras y aparezca
Gobierno y Desarrollo en muchas partes, dañando las economías y
Estratégico de la BUAP. sobre todo la confianza de la población en sus
gobiernos y sus élites en general.
Solemos definir a la corrupción como el
mal uso y el abuso de posiciones de poder en
general, y aunque ponemos el énfasis en la
desviación de recursos gubernamentales para
beneficio privado, la corrupción no solamente
28
SOCIEDAD ABIERTA
ocurre en los cargos públicos, sino también es
obra del sector privado. La corrupción no sólo
abarca a dos personas, al que busca beneficiar-
se del dinero gubernamental y el que permite
que esto suceda, sino que es una acción que
cada vez requiere de una mayor intervención de
profesionales capaces de ocultar la violación de
la norma con objeto de obtener alguna venta-
ja sin que sea inmediatamente descubierta. La
corrupción implica una red de complicidades
que involucra a alguien que posee algún tipo de
mando o de dirección, sea en el ámbito público
o privado entonces.
La corrupción erosiona el tejido social y las
relaciones entre la sociedad y el Estado, alimen-
tando la desconfianza de los ciudadanos con sus
autoridades. La corrupción tiene muy variadas
consecuencias negativas en los ámbitos econó-
micos, políticos y sociales; deteriora el funciona-
miento de las instituciones públicas, afectando
el desarrollo de los distintos programas sociales,
desde los encaminados a atender necesidades
de la población, como la educación y la salud,
hasta los destinados a ofrecer seguridad pública
y a garantizar el ejercicio de derechos humanos.
M: ¿Cómo afecta la corrupción al sector público?
JP: Una de las formas de entender la corrupción
es que implica el uso patrimonialista de recur-
sos que tendrían que ser de una empresa o de
una entidad gubernamental. En el caso de los
recursos gubernamentales, el foco de preocu-
pación es mucho más intenso porque se trata
de recursos públicos, que son del conjunto de
la población y que están orientados a la defi-
nición y la proyección de políticas educativas,
de salud, de saneamiento del medio ambiente,
políticas de infraestructura para crear mejores
condiciones de vida de la población, etcétera.
29
SOCIEDAD ABIERTA
A diferencia de la corrupción en el ámbito pri-
vado que, al tener por objeto la obtención de
ganancias para los dueños de las empresas, sólo
daña a unos cuantos, la corrupción en el sector
público tiene efectos sobre el conjunto de la so-
ciedad, porque absorbe recursos del erario que
son de la sociedad toda y porque impide que se
cumplan los objetivos de las políticas públicas
comprometidas por los gobiernos. Al erosionar
la confianza en las instituciones públicas, la co-
rrupción daña las relaciones entre la sociedad y
sus autoridades.
M: ¿Cuál es la percepción de la corrupción a
nivel global?
JP: La corrupción es una especie de gangrena
que se va extendiendo por los distintos rincones
del cuerpo social, acabando con las células salu-
dables a medida que se va extendiendo, por eso
viene a cuento la definición de corrupción de la
Convención de Naciones Unidas contra la Co-
rrupción de 2004, es decir de hace apenas unos
años, lo cual da cuenta de lo reciente que es la
preocupación internacional por la corrupción.
Al compararla con la Convención de Derechos
Humanos de 1949, o incluso con la de los Dere-
chos de la Mujer de 1975, es posible ver que la
corrupción es un tema que ha cobrado relevan-
cia dentro de la agenda internacional en este
siglo XXI. La Convención de Naciones Unidas de-
fine a la corrupción como esa “…clave insidiosa
que tiene un amplio espectro de consecuencias
corrosivas para la sociedad”, se extiende como
mancha de aceite y va corroyendo los principios
que sustentan los valores fundamentales de
una sociedad; sus formas de convivencia pací-
fica, sus procesos de desarrollo y sus esquemas
de crecimiento económico.
M: ¿Cómo opera la corrupción desde la pers-
pectiva de los ciudadanos?
JP: Una de las cosas en la que el tema de la co-
rrupción pone el acento es que no solamente
30
daña a las instituciones, sino también afecta los
bolsillos de las personas y su percepción de sus
relaciones con las autoridades. Así, por ejem-
plo, al pagar una mordida a un policía en lugar
de pagar una multa, se incurre en un gasto para
las personas, pero el más afectado es el erario
que deja de percibir la cantidad correspondien-
te a la violación de la ley. Para la persona es pre-
ferible pagar un soborno a un servidor público
por un trámite, o un servicio público porque es
menos costoso. De hecho, al particular le con-
viene corromper al policía o al empleado guber-
namental en lugar de invertir tiempo y dinero
en un pesado y engorroso trámite burocrático
y ahí está justamente el incentivo para caer en
actos de corrupción y por su bajo costo se consi-
deran mecanismos convenientes y justificables.
Está claro que los servidores públicos que
aceptan incurrir en actos de corrupción obtie-
nen una ventaja económica, esa es la mecánica
de la corrupción, la ganancia mutua. Y esto se
explica porque saben bien que no serán sancio-
nados en la medida que no hay quien los vigile
o los controle, justamente porque priva la im-
punidad. La trama de la corrupción se concluye
eficazmente para quien se beneficia porque
está enraizada y es sistémica.
M: ¿Cuáles son los datos que demuestran los
efectos de la corrupción en el mundo?
JP: De acuerdo con los datos que existen en
el mapa mundial que tiene categorizado a
los efectos de la corrupción en el mundo, de
acuerdo con el Banco Mundial, ésta representa
alrededor de un 2 por ciento del PIB, aunque en
los países con débil Estado de derecho alcanza
niveles de afectación económica más elevados.
La propia Cumbre Global Anticorrupción señaló
que en los países de menor desarrollo tanto po-
lítico, como económico y con falta de imperio
de la ley, la corrupción absorbe un trillón de
dólares al año. Es justo en esos países como los
latinoamericanos en donde mayor es el daño de
la corrupción y donde también es más abusiva.
M: ¿Cuál es el ciclo que sigue la corrupción y
cómo afecta a nuestro país?
JP: La corrupción atenta contra el uso de los de-
rechos, porque además de dañar a las distintas
instituciones, corrompiendo a funcionarios en
los distintos órdenes del gobierno, también al-
canza a quienes tienen en sus manos la adminis-
tración de la justicia. No es lo mismo corromper
a un empleado en una ventanilla gubernamen-
tal para que te agilice un procedimiento, o a un
directivo para que te favorezca concediéndote
un contrato de obra, que a un fiscal o un juez
para que oriente su investigación o su sentencia
en cierto sentido. En este terreno, la afectación
es mucho mayor porque toca las bases y las re-
glas de la impartición de justicia que es una con-
dición elemental de la gobernanza democrática.
Cuando los fiscales hacen mal una investiga-
ción sobre un delito porque son objeto de algún
soborno o cohecho, los jueces no pueden san-
cionar porque se enfrentan a un proceso mal
desahogado, es decir, porque no se cumple con
el debido proceso al que tiene derecho cual-
quier persona. Pero si los jueces aceptan orien-
tar sus resoluciones a cambio de algún recurso,
la justicia estará igualmente en entredicho. Es
indispensable que todo el circuito de investiga-
ción y sanción por delitos esté en manos de fun-
cionarios independientes, que tengan todas las
capacidades técnicas para desarrollar eficien-
temente su trabajo, pero también que prueben
que son cabalmente honestos mediante meca-
nismos de selección muy vigilados.
Por otro lado, al observar lo que ocurre con
la prensa en nuestro país, sobre todo la que es
independiente y que está permanentemente
acosada por el crimen organizado, entendemos
por qué la garantía para el desarrollo del perio-
dismo libre depende de la integridad tanto de
los dueños de los medios como de las autorida-
des que los regulan. Cuando el gobierno utiliza
la compra de espacios de publicidad oficial pre-
tendiendo que a cambio el medio de comunica-
ción oriente su política editorial a su favor, está
incurriendo en un acto de corrupción. Esto no
significa que el medio no deba aceptar que el
gobierno le compre espacios para publicitar sus
programas, lo que significa es que debe poner
límites a dicha relación a fin de no sucumbir a
la presión de quien le proporciona recursos.
Es por ello que se requiere de criterios básicos
para distribuir los recursos de la publicidad
oficial y que dicho reparto se transparente pun-
tualmente. La corrupción en el terreno de los
medios de comunicación es nociva para nuestra
incipiente vida democrática porque impide que
la población cuente con información fidedigna
y confiable, lo cual es indispensable para tener
una opinión pública bien sustentada.
M: ¿Cuál es el efecto y alcance que ha tenido
la corrupción en la ciudadanía, en la política,
en las instituciones y en el Estado de derecho,
en general?
JP: La corrupción es el enemigo número uno
de las instituciones democráticas, porque co-
rroe su adecuado funcionamiento y alimenta
la desconfianza de la ciudadanía en ellas, en
los políticos y en la vida pública en general. Si
convenimos que la política sirve para regular el
conflicto, es decir, para establecer los términos
mediante los cuales los conflictos se pueden
canalizar por vías manejables y resolver, la
desconfianza en la política, provocada por la
corrupción mina la posibilidad de que una so-
ciedad cuente con mecanismos institucionales y
pacíficos para resolver los conflictos que natu-
ralmente se generan en una comunidad.
La corrupción afecta el Estado de derecho,
la vigencia de las leyes y por supuesto la de la
constitución misma, lo cual provoca que las per-
sonas carezcan de la protección que los marcos
normativos les ofrecen y que en principio es-
tablecen una plataforma común de garantías y
derechos. Por ello, la corrupción daña nuestra
convivencia pacífica y de ello dan cuenta los
estudios que se han hecho sobre los niveles de
confianza en la población. Nuestra sociedad no
sólo desconfía de sus autoridades, sino de sus
vecinos, de aquellos con quienes comparte es-
pacios laborales o de esparcimiento, es decir, la
desconfianza alcanza al ámbito interpersonal y
ello afecta la posibilidad de que se formen orga-
nizaciones sociales, es decir, que la gente se aso-
cie para promover sus propias demandas, para
encontrar respuestas a sus carencias sociales,
en fin, para tener mejores condiciones de vida.
M: ¿Cómo afecta la corrupción al Estado de
derecho y al ámbito de lo público?
JP: Si nosotros pensamos que la corrupción es ale-
jarse y violentar las normas, en primer lugar, afec-
ta a los poderes públicos, al poder ejecutivo que
es el encargado de diseñar y operar las políticas
públicas, de aplicar los programas que utilizan los
recursos del presupuesto a favor de las diferentes
ramas de la vida pública. La corrupción abarca
desde el peculado que implica que los recursos
públicos se utilicen para fines distintos a los pro-
gramados y en beneficio de algunas personas en
particular, pasando por el tráfico de influencias,
el abuso de autoridad para imponer condiciones
excesivas a los gobernados, obteniendo ventajas
por ello. En el poder legislativo, la corrupción
afecta no sólo la adecuada formulación de las
leyes, sino que erosiona el esquema de contra-
pesos que le es propio. Cuando los legisladores
aceptan por la vía del cabildeo orientar reformas
legales para beneficiar a ciertos intereses empre-
sariales o privados, caen en actos de corrupción,
al igual que cuando ofrecen su voto a favor de no
aumentar impuestos a ciertos productos porque
tienen acciones en empresas que los producen o
distribuyen, es decir, cuando hay conflicto de in-
terés. El problema es que no hay autoridad capaz
de identificar el conflicto de interés y, sobre todo
de sancionarlo. Son casos típicos de cohecho o de
extorsión que afectan el entramado de las institu-
ciones de los poderes públicos.
M: ¿Por qué la corrupción es el mayor enemi-
go del Estado de derecho?
ESCOBEDO Y FONSECA
JP: Hablar del Estado de derecho en México y
de la necesidad de robustecerlo se ha converti-
do en un tema recurrente del discurso político,
porque existe una percepción generalizada de
que en nuestro país tenemos buenos marcos
legales, incluso instituciones bien equipadas,
pero éstos no se aplican regular y sistemática-
mente, es decir, no tenemos la garantía de que
lo que está escrito oriente el comportamiento
tanto de funcionarios públicos, como de las
personas en general. De ahí que afirmemos que
no existe imperio de la ley, porque no todos
estamos sujetos a las normas; ello genera un en-
tramado de relaciones sociales en el que no hay
certeza sobre quiénes son los responsables de
las fallas que se cometen y esa incertidumbre
alimenta la impunidad.
La vigencia del Estado de derecho está ame-
nazada por la corrupción, es más, un frágil Esta-
do de derecho es la expresión más acabada de
la corrupción, porque impide que exista garantía
de que se cumplan las normas, de que se aplique
la ley de manera igualitaria para todos, sin exclu-
sión, ni favoritismos, incluyendo los altos fun-
cionarios públicos o los empresarios más ricos.
Un deficiente Estado de derecho es el terreno
propicio para que proliferen redes de corrupción
que quedan resguardadas por la certeza de que
las normas se aplican discrecionalmente.
El Estado de derecho no significa solamente
la aplicación estricta de la ley, sino que es una
cualidad del ejercicio del poder, ya que éste so-
lamente puede usar aquellos medios que tiene
autorizados justamente por el marco legal. Lo
que acota los espacios y ámbitos de actuación
del poder es el conjunto de normas que se da
una sociedad a través de los mecanismos esta-
blecidos por la constitución, es decir, a través de
un proceso legislativo que está regulado y en el
que participan las diferentes fuerzas políticas
que tienen representación en el congreso. El
Estado de derecho asegura que el poder no va
usarse arbitrariamente, que no irá más allá de la
ley y es esto lo que permite que las personas se
sientan protegidas por un mismo orden jurídico.
31
SOCIEDAD ABIERTA
Además de implicar que el poder esté acotado y
supeditado al conjunto de normas establecidas
mediante los mecanismos aprobados y reco-
nocidos, el Estado de derecho también implica
que las normas deben tener cierta orientación
y contenidos. La aplicación del derecho como
garantía de tratamiento igualitario tiene que
referirse a leyes con un determinado contenido,
a fin de que se garanticen tanto las libertades
individuales, como los derechos políticos, los
derechos cívicos y los derechos sociales. En este
sentido, el Estado de derecho necesariamente
implica el orden normativo propio de una de-
mocracia representativa.
M: ¿Puede hablarse de corrupción más allá
del ámbito estatal?
JP: La corrupción no es solamente propia de los
servidores públicos o de las instituciones gu-
bernamentales, sino que es un fenómeno social
también, es decir, si recordamos aquella idea
de que la corrupción se extiende por los distin-
tos rincones de la sociedad, entenderemos en-
tonces que efectivamente hay una dimensión
social de la misma.
Cuando la sociedad convive con autoridades
que la invitan a cometer actos de corrupción, a
desviarse de los marcos legales, o que aceptan
caer presos de dichas prácticas, se va constru-
yendo un contexto en el que ya ni siquiera al-
canzamos a ver como negativa a la corrupción,
es decir, nos volvemos muy tolerantes con ella,
pues está muy extendida y además involucra a
muchos sectores, incluidos nosotros mismos. La
corrupción es un fenómeno social que demues-
tra el deterioro de la moral pública.
Sin embargo, paradójicamente, a la par que
la sociedad es tolerante con ciertos márgenes
de corrupción, ha ido creciendo el hartazgo
frente a la gran corrupción, a aquélla que co-
meten los altos funcionarios gubernamentales
y que involucran desviaciones de muy elevados
montos de recursos públicos. Los casos de los
32
ex gobernadores de Veracruz, Quintana Roo
y Chihuahua se han convertido en paradigmas
de abusos de autoridad, de redes de corrupción
en las que participan además de altos funcio-
narios, notarios, abogados, contadores, en fin
una gama de profesionales que hacen posible
ocultar los desvíos de recursos gubernamenta-
les a través de empresas fantasma que se cons-
tituyen legalmente, pero que utilizan facturas
falsas para absorber dinero público y después
desaparecer para no dejar huellas.
El INEGI ha identificado en las últimas en-
cuestas sobre calidad de los servicios guberna-
mentales que los dos temas que más preocupan
a la población son la inseguridad y la corrupción,
que por cierto van de la mano, pues la violencia
y la inseguridad han ido creciendo en nuestro
país, al punto que 2017 se registró como el año
con mayor número de homicidios por parte del
propio Sistema de Seguridad Pública. Y es que
seguimos sin tener una policía que sea autóno-
ma, una policía que gane lo suficiente, que ten-
ga los conocimientos y las capacidades técnicas
necesarias para que su trabajo sea eficiente. Lo
mismo sucede en los demás eslabones de la ca-
dena del combate a la inseguridad, ya que tam-
poco contamos con ministerios públicos bien
equipados y capacitados, además de indepen-
dientes del poder político para poder investigar
a los propios funcionarios gubernamentales y
lo mismo sucede con los jueces y magistrados
y esta problemática se acentúa en el plano es-
tatal y municipal.
Un ejemplo claro de cómo la sociedad mexi-
cana está dañada por la corrupción es el caso
del pago de tenencia de automóviles en la Ciu-
dad de México después de que en 2012 dicho
impuesto dejó de ser federal para convertirse
en uno local. Hay entidades que decidieron can-
celar el cobro de tenencia como Morelos o el
Estado de México y es frecuente que dueños de
automóviles de la Ciudad de México en donde sí
se paga tenencia, obtengan sus placas en More-
los a fin de dejar de pagarla, aunque circulen en
la capital del país. Mexicanos Contra la Corrup-
ción y la Impunidad hizo una investigación sobre
el impacto de esta forma de evadir impuestos y
encontró que significa para el erario de la CDMX
una merma de cerca de 2000 millones de pesos
al año. Por supuesto que las personas que sacan
sus placas en estados en donde no se cobra el
respectivo impuesto no consideran que estén
violando una norma, ni mucho menos se sien-
ten responsables del desfalco que sufren las
arcas de la ciudad de México y esto se explica
por el deterioro de nuestra moral pública que
ha perdido capacidad de mirar críticamente
aquellas circunstancias en las que las personas
obtienen algún beneficio personal por vías qui-
zá no ilegales, pero sí indebidas éticamente.
M: ¿Cómo se mide la corrupción?
JP: Transparencia Internacional tiene una me-
dición muy socorrida sobre las percepciones de
la corrupción y tiene información de alrededor
de 180 países y que da cuenta de que va en au-
mento el índice de percepción de la corrupción.
Pero, ¿cómo sacan esa puntuación? Transpa-
rencia Internacional pregunta a líderes de opi-
nión política, social, económica o cultural cómo
perciben a la corrupción en sus respectivos paí-
ses. El índice de transparencia más reciente de
2017 coloca a México en la posición 135 de 180
países, con una calificación de 29/100, además
de que en los últimos tres años, ha crecido la
mala percepción.
M: ¿Cuál es la relación entre corrupción e im-
punidad institucional?
JP: Cuando vemos el tema de la impunidad, es
decir, que no se castigue a quienes incurren en
actos de corrupción y que tampoco existan me-
canismos para inhibir o prevenir la corrupción,
parece claro que corrupción e impunidad son
hermanas gemelas. De acuerdo con el índice
global de impunidad que considera a 69 países,
México ocupa el lugar 66. La Universidad de las
Américas en Puebla, también elaboró un índice
de impunidad en donde muestra que en México
la impunidad llega a un 98 por ciento, es decir,
sólo un 2 por ciento de los casos denunciados
de corrupción desemboca en un castigo. Está
claro que el combate a la corrupción y la im-
punidad requiere de sanciones claras y hasta
ejemplares, sin embargo, no es suficiente con
tener un modelo punitivo de lucha contra la co-
rrupción, porque podríamos acabar con muchos
funcionarios en la cárcel, sin haber solucionado
el problema de la generación de la corrupción.
Para idear bien cómo enfrentar la corrupción
es indispensable identificar en dónde están las
grandes tramas de corrupción, quiénes las res-
guardan y procuran, para idear bien cómo se
controlan y se desmontan.
M: ¿Cómo ha evolucionado el proceso de iden-
tificación de la corrupción?
JP: Una de las preguntas que uno siempre se
hace es si la corrupción es un problema cultural,
porque la corrupción siempre ha estado pre-
sente en nuestro país. La corrupción no está en
nuestro ADN, sino en las estructuras de nuestro
ordenamiento político, el cambio ahora es que
el fenómeno se ha tornando cada vez más visi-
ble y vemos no solamente funcionarios corrup-
tos, sino también empresas corruptas, gracias a
que tenemos buenas leyes de transparencia y
también una sociedad civil más vigilante y cons-
ciente de la corrupción que ahora se ha instala-
do en nuevos terrenos de competencia política
y pluralidad, es decir, ahora ya no sólo atañe a
un partido político, sino a prácticamente todas
las fuerzas políticas.
Hay mayor transparencia, mayor acceso a
la información y periodistas e investigadores
hacen sendas solicitudes de acceso a la infor-
mación para identificar en dónde está la co-
rrupción. Hoy tenemos un mejor periodismo de
investigación, aunque todavía es muy escaso y
por otro lado hay un gran hartazgo ciudadano
motivado porque se elevaron a cifras multimi-
llonarias los desvíos de recursos públicos en los
ámbitos federal y locales de nuestra estructura
gubernamental. Hoy, incluso algunos grupos
empresariales, por ejemplo COPARMEX, han
hecho suya la bandera del combate en contra
de la corrupción, en alianza con organizaciones
de la sociedad civil como Mexicanos contra la
Corrupción y la Impunidad, Red por la Rendición
de Cuentas, Transparencia Mexicana, México
Evalúa, Fundar, entre otras.
M: ¿Cómo surgió la corrupción en México?
JP: La corrupción no es un tema nuevo en Mé-
xico y hace poco le oí a Claudio Lomnitz, un
destacado investigador de la Universidad de
Columbia que pasa temporadas en México, que
la corrupción en la época del régimen del par-
tido hegemónico se explicaba por la deficiencia
en las formas de recaudación de impuestos del
Estado que hacían que para compensar esa fal-
ta de recursos fiscales, se trasladara una cierta
carga impositiva a los particulares a través de
mordidas que recababan los diferentes servido-
res públicos. Con ellas, compensaban también
los malos salarios y aunque hoy en día tenemos
mejores formas de recaudación gracias al uso
de las tecnologías de la información, no hemos
logrado erradicar esas viejas formas de “peque-
ña corrupción”, porque seguimos teniendo defi-
cientes servicios públicos.
M: ¿Cómo enfrenta la corrupción la sociedad
civil hoy en día?
JP: La buena noticia es que hay ya un rechazo
social; las sociedades ya están hartas de la co-
rrupción, hay organizaciones de la sociedad civil
que han decidido trabajar, investigar, entender
qué es la corrupción, porque si no compren-
demos su capacidad destructiva, difícilmente
vamos a poder enfrentarla. Hoy en día, hay
ESCOBEDO Y FONSECA
distintos modelos del combate a la corrupción,
desde los que hay solicitando ayuda de organis-
mos internacionales como el caso de Guatema-
la, Honduras, o Rumania, hasta nuestro propio
modelo que se centra en la participación de la
sociedad civil en la operación del Sistema Na-
cional Anticorrupción, el SNA.
El SNA se propuso fijar reglas parejas para
todo el país, no solamente para el ámbito fede-
ral, sobre cómo combatir la corrupción, apos-
tando a la colaboración entre entidades que
tienen distintas competencias para detectar,
investigar, sancionar y prevenir la corrupción.
La gran novedad del modelo mexicano es que el
sistema está presidido por un órgano ciudadano
que tiene la obligación de activar a las autori-
dades a la vez que mantener la comunicación
fluida con las organizaciones de la sociedad civil
que trabajan sobre los temas de corrupción.
El Comité de Participación Ciudadana no hace
investigación, ni tiene facultades para resolver
o sancionar casos de corrupción, pero sí puede
fijar la agenda para privilegiar cierta investiga-
ción de parte de las autoridades competentes.
El órgano ciudadano fija prioridades y vigila el
trabajo de las autoridades encargadas a través
de su participación en el propio órgano rector
del SNA.
Es cierto que se trata de un modelo com-
plejo que requiere de la decidida participación
de todas las autoridades tanto federales como
estatales, porque se trata de un sistema nacio-
nal, es decir, dado que estamos en una fase de
construcción del SNA, requerimos de una sólida
voluntad política para que avance y se fortalez-
ca el modelo. Hablamos de falta de voluntad
política porque tenemos una deficiencia insti-
tucional, porque no tenemos los mecanismos
sólidos como para obligar a que las distintas ins-
tancias encargadas de alguna parte del comba-
te a la corrupción salgan de su aislamiento y se
dispongan a trazar un esquema de colaboración
para reforzar la difícil tarea no sólo de combatir,
sino de prevenir la corrupción. m
33
SOCIEDAD ABIERTA
Dos problemas entorno al
pensamiento de John Locke
Dos de las obras más importantes de John Loc-
ke son Ensayo sobre el entendimiento humano y
Dos tratados sobre el gobierno civil. Un proble-
ma que ha dividido a los lectores de Locke es
el que plantea que no hay coherencia o alguna
relación entre ambas obras. Otro problema es
el que sugiere que la falta de sistematicidad y
rigurosidad filosófica de Dos tratados sobre
el gobierno civil evidencia que es un trabajo
oportunista que pretende justificar una revo-
lución. En lo que sigue trataré de ofrecer una
explicación frente a las objeciones contenidas
en ambos problemas.
Primer problema. Una
filosofía extraña
En la historia de la filosofía se suele ubicar a
John Locke como fundador del pensamiento
liberal y un destacado precursor del empirismo
inglés (Sabine, 1945; Strauss, y Cropsey, 1983).
Son muchos los aspectos que han sido discuti-
dos de la filosofía de Locke. Uno que destaca es
por Álvaro la recurrente crítica al tipo de argumentos utili-
Aragón Rivera zados por el filósofo. Por ejemplo, en su Ensayo
sobre el entendimiento humano, afirma que la
Profesor experiencia sensible y la reflexión sobre ella es
investigador de la única fuente posible de las ideas y de su valor
tiempo completo de verdad. Esta tesis es abiertamente contraria
en la Universidad a la filosofía racionalista de Descartes o Spino-
Autónoma de za. Con argumentos simples mostrará que los
la Ciudad de principios no pueden ser innatos a menos que
México (UACM). las ideas de las que se componen lo sean: pero
ideas como las de imposibilidad e identidad es-
tán lejos de ser claramente comprendidas por
34
SOCIEDAD ABIERTA
la mayoría de la gente. En el libro primero del
Ensayo sobre el entendimiento humano, Locke
afirma que “es evidente que todos los niños
y los idiotas no tienen la menor aprehensión
o pensamiento de aquellas proposiciones, y
semejante carencia baste para destruir aquel
ascenso universal” (1956: I, 5). Los argumentos
que utiliza apelan al sentido común, como el
siguiente: si hay naciones en las que no tienen
idea de Dios, esto muestra que esa idea no es
innata. Su conclusión es que las ideas innatas
están fincadas sobre la base de una autoridad
y tienen como fin persuadir a la gente. Ahora
bien, su explicación consiste en mostrar cómo
se adquieren las ideas y el conocimiento. Y en
un contexto en el que el conocimiento innato
era considerado el fundamento de la religión y
la moralidad, Locke tenía que hacer compatible
su empirismo con la idea de Dios y la moralidad.
Por ello, insistía en que la existencia de Dios y
la moralidad podían demostrarse. Aunque los
argumentos para demostrarlos son, o suma-
mente cuestionables, o en el caso de la ética,
no existen. Es más, este proyecto de una ciencia
de la moralidad no tiene lugar en sus obras de
filosofía política. Muchos autores no sólo han
cuestionado la debilidad de los argumentos que
ofrece para objetar al racionalismo, sino tam-
bién le han cuestionado la mezcla de argumen-
tos religiosos y seculares en las obras políticas,
pero algo más inadmisible y es la falta de cohe-
rencia entre sus obras.
¿Cómo entender el conjunto de la obra de
Locke? En el Ensayo sobre el entendimiento
humano manifiesta que la experiencia sensible
se presenta como la fuente del conocimiento.
35
SOCIEDAD ABIERTA
Sabemos que sus estudios tienen como refe-
rente la filosofía racionalista dominante de la
época (Descartes y Espinoza). Un presupuesto
del saber que tiene pretensión de cientificidad
es la coherencia y consistencia teórica. No sólo
los racionalistas se tomaban muy en serio este
presupuesto, sino incluso en un empirista como
Hobbes -el cálculo y la deducción hacen de sus
obras una de las más sistemáticas- este pre-
supuesto es una condición necesaria. En este
sentido el problema con las obras de Locke es
que la relación entre el Ensayo sobre el enten-
dimiento humano y los Dos tratados sobre el
gobierno civil no parecen cumplir a cabalidad
con este presupuesto. Si bien en el Ensayo so-
bre el entendimiento humano sostiene que se
puede hacer una demostración de las verdades
morales -es decir, una ciencia ética-, este pro-
yecto no fue desarrollado en los Dos tratados
sobre el gobierno civil. Más aún, en el ensayo
sobre La razonabilidad del cristianismo parece
aceptar que más que la posibilidad de hablar
de una ciencia ética que tenga como base la
experiencia sensible, a lo más que puede llegar
nuestro conocimiento es ofrecer razones plau-
sibles para aceptar una moral cristina. En este
sentido se trata de un proyecto mucho menos
modesto, desde el punto de vista de los grandes
sistemas filosóficos. Lo anterior evidentemente
generó que muchos estudiosos lo tacharan de
inconsistente, por la falta de sistematicidad y
coherencia entre sus obras, cosa que no podía
imputárseles a autores como Descartes, Hob-
bes o Spinoza. Tan polémica ha sido la relación
entre el Ensayo y los Tratados que incluso Peter
Laslett (2006) afirmó que a Locke no le intere-
saba hacer filosofía política, sino dar razones
plausibles para defender los ideales de una mo-
narquía parlamentaria liberal. O bien, autores
como Macpherson (1979) señalaron que los Dos
tratados sobre el gobierno civil son una obra
que tiene como objetivo un interés personal,
esto es, defender las instituciones protectoras
de la propiedad. Me parece que ambos están
36
equivocados. El juicio de Macpherson tiene su
fundamento en un reduccionismo contextual.
Como se sabe, Locke asumió el cargo de Board
of Trade y tenía inversiones fuertes en los nego-
cios de la seda y en la trata de esclavos, por lo
que los Dos tratados sólo pueden leerse como
una defensa de un burgués defendiendo sus in-
tereses. Cualquier otra lectura que no tome en
serio el contexto está fuera de lugar. Justo los
trabajos de Laslett tienen la pretensión de re-
futar que esta lectura, que ha sido la predomi-
nante entre los críticos de Locke, es equivocada.
Él sugiere otra hipótesis distinta: las cuestiones
políticas le interesaron mucho tiempo antes
de lo que sugieren sus comentaristas y los Dos
tratados sobre el gobierno civil no son la justi-
ficación de una revolución que había sucedido,
de instituciones liberales o la defensa del capi-
talismo, sino la necesidad de reflexionar en un
cambio político que estaba todavía por suceder.
En el caso de Lastlett, no toma en cuenta lo que
la obra de Locke inaugura: una nueva manera
de plantear los problemas políticos. El pensa-
miento político tiene muchas vertientes.
Ahora bien, pero eso no responde al proble-
ma de la falta de coherencia entre las obras. La
pretensión que el mismo Locke establece de la
posibilidad del carácter científico de la morali-
dad no es la guía de sus obras políticas. Locke
parece haberse dado cuenta de la imposibilidad
de tal empresa. Él adopta una forma de argu-
mentación mucho más persuasiva y cercana al
sentido común. No hay deducción conceptual
ni rigor argumentativo. Lo que Locke utiliza,
y al mismo tiempo inaugura, es una forma de
argumentación que permitirá que muchas de
sus afirmaciones sean evidentes sin grandes de-
mostraciones lógicas (un tipo de argumentación
utilizado por John Rawls, que sin lugar a duda es
uno de los filósofos políticos más influyentes del
siglo XX). En este sentido es una filosofía extra-
ña, como el mismo Locke advierte. Una filosofía
que utiliza un tipo de argumentación persuasi-
va, que tendrá enormes repercusiones políticas.
Porque Locke tratará de dar razones plausibles
que permitan generar una opinión pública ca-
paz de defender ciertos objetivos políticos: la
defensa de la libertad contra el absolutismo. Y
es desde este punto de vista que podemos ob-
servar una coherencia entre sus obras. Lo que
orienta la reflexión de Locke, tanto en el Ensayo
sobre el entendimiento humano como en Dos
tratados sobre el gobierno civil, es una misma
preocupación: la defensa de la libertad. De la
libertad de pensamiento y opinión, en el primer
caso, y la de asociación política y participación,
en el segundo. Pero habría que reconocer que
se trata de problemas distintos, por tanto, se
justifica tratamientos diferentes.
El tipo de argumentación sencilla y sus-
ceptible de ser comprensible por cualquier ser
razonable está presente en ambas obras. Esto
hace de Locke el padre del liberalismo. De un
liberalismo en el que la libertad es una con-
cepción mucho más compleja que la que a ve-
ces se le suele adjudicar. Es la libertad, en sus
distintas facetas, que se despliega en diversos
ámbitos de la vida: en la vida intelectual y en la
vida práctica. Esto en alguna medida remite a
un problema crucial planteado por los clásicos
grecolatinos, sobre la importancia de la vida
contemplativa frente a la vida activa. Locke pa-
rece sugerir que para ambas actividades resulta
fundamental la libertad.
Segundo problema. Locke el
oportunista o un filósofo original
Otro tipo de críticas cuestionan que los Dos tra-
tados sobre el gobierno civil sean propiamente
obras de filosofía. Por mucho tiempo, Locke
pasa como el teórico que legitimó la revolución
gloriosa. Contrario a la tesis anterior, hay mu-
chos elementos que demuestran que previo a
la revolución, Locke ya se ocupaba de los pro-
blemas políticos. Por ejemplo, Peter Laslett,
en su estudio introductorio al Segundo tratado
sobre el gobierno civil (2006), muestra que una
crítica como esta no se sostiene. La afirmación
común de que este texto tenía como propósito
justificar una revolución consumada, resulta en
muchos aspectos falsa. De hecho, la obra Dos
Tratados “no es la racionalización de una revo-
lución necesitada de defensa, sino la llamada a
una revolución que aún no se había realizado”
(Laslett, 2006: XXIII).
Como se sabe el Primer tratado de Locke es
una refutación de las obras de Filmer. Laslett
sugiere que el Segundo tratado se escribió an-
tes que el Primer tratado. Esta tesis por supues-
to es contraria a lo que sugieren sus primeros
comentaristas. Además, supone una fecha de
escritura, por lo menos diez años antes de lo
que sugieren las fechas habituales. ¿Qué tan
avanzado estaba el Segundo tratado cuándo
empezó a escribir el Primer tratado?, ¿por qué
deja el Segundo tratado pendiente?, ¿por qué
no publicó las obras en el momento que las
concluyó? Son preguntas que siempre se han
planteado. Pero si hay evidencia de que los Dos
tratados son reflexiones en un momento en el
que Locke se encuentra en el exilio. Más aun,
contrario a muchos comentarios es una obra
que estuvo pensada en su conjunto y no como
textos separados. Algunas críticas a Locke afir-
man que los Dos tratados sirvieron para justifi-
car la Revolución gloriosa y ante la necesidad
de argumentos persuasivos para la formulación
de la nueva Constitución inglesa Locke publicó
sus obras con un lenguaje poco riguroso. Si
bien es cierto que algunos lectores tienen la
intención de establecer la conexión entre el
pensamiento político y los hechos históricos, lo
cierto es que tal afirmación es falsa. Es decir, es
falso que las razones de Locke fueran justificar
una revolución consumada. Que se haya utili-
zado para ello, no significa que esas fueran las
motivaciones del autor.
Además, un problema con el texto es que
Locke no es claro o explícito sobre sus fuentes,
sus influencias o sus interlocutores. Por ejemplo,
ÁLVARO ARAGÓN
Locke en el Primer tratado, hace una crítica a los
planteamientos expuestos por Filmer en El Pa-
triarca, que es una defensa del absolutismo. Fil-
mer consideraba que el poder absoluto tenía un
origen divino; que Adán, por el poder que Dios
le dio, era dueño del mundo y de sus descen-
dientes; en este sentido, los reyes deberían ser
vistos como sustitutos de Adán y padres de sus
pueblos. Precisamente, Locke en el Primer trata-
do demuestra que ni Adán ni sus descendientes
tienen el dominio sobre el mundo, tal y como lo
propone Filmer. Con ello contradice el principio
de que todo poder político se fundamenta en
una voluntad divina. Esta afirmación establece
una distancia con el iusnaturalismo premoderno
que postulaba la idea de un derecho natural de- “Las ideas innatas
rivado de Dios. Si la legitimidad del poder políti-
co no se deriva de la voluntad divina, entonces están fincadas
la pregunta es: ¿cuál es el fundamento del poder
político? De hecho, el Segundo tratado sobre el sobre la base de
gobierno civil puede leerse como una respuesta
puntual a esta pregunta. una autoridad
Si bien en el Primer tratado el interlocu-
tor es Filmer, en el Segundo tratado, sin hacer
mención de él, el interlocutor es Hobbes. Aun
y tienen como
cuando no haya ninguna referencia directa a sus
obras. Autores como Laslett afirman que la re-
fin persuadir
edición de El patriarca de Filmer obligó a Locke
a tomarlo como interlocutor y refutar sus tesis
a la gente”.
centrales; incluso, el mismo Locke lo manifies-
ta en el prefacio. Otros autores sugieren que
Filmer es el único interlocutor de Locke (Dunn,
1975). La razón es que era un autor reconocido y
respetado, aunque débil teóricamente. Pero na-
die se hubiera tomado en serio a Locke si hubie-
se tomado como interlocutor a Hobbes, un au-
tor claramente odiado por todos. No obstante,
todo el lenguaje, las premisas y los argumentos
parecen estar dirigidos a Hobbes. Por esta razón
y porque hay muchas similitudes que se pueden
observar entre los autores —la metodología, las
categorías, la estructura de su propuesta polí-
tica y las premisas individualistas—, se puede
plantear como una discusión entre Locke y el
37
SOCIEDAD ABIERTA
autor del Leviatan (1998). Además, hay elemen-
tos para suponer que Locke conoció los textos
de Hobbes aunque no haya hecho referencias
a ellos (Salazar, 2004). Por ejemplo, en sus pri-
meros trabajos sobre la ley natural, escritos de
juventud, sigue de cerca los planteamientos
absolutistas de Hobbes. ¿Por qué Locke cambia
de parecer sobre el absolutismo? Es muy pro-
bable que el contacto con Lord Shaftsbury haya
influido en sus ideas absolutistas; y, por ello, en
su Segundo tratado recupera las categorías ho-
bbesianas, reformulándolas para justificar una
posición liberal.
En este sentido, no se trata de un oportu-
“Locke es un nista sino de una filosofía original. Una filoso-
fía que justo radica en la reformulación de las
intérprete de su premisas hobbesianas en clave liberal. Para ser
más precisos, la recuperación de las premisas
época que con su del iusnaturalismo moderno para defender la
libertad frente al poder absoluto. Lo anterior
filosofía cambió la hace de Locke un intérprete de su época que
con su filosofía cambió la manera de pensar las
manera de pensar relaciones entre el individuo y la sociedad, al
invertir la manera de plantear las relaciones po-
las relaciones líticas. Si ya Hobbes había postulado la idea de
que el Estado no era una realidad natural y que
entre el individuo la legitimidad no proviene de ninguna voluntad
divina, sino que el Estado es una entidad artifi-
y la sociedad”. cial creada por los individuos para garantizar la
seguridad. Con Locke el Estado se fundamenta
en un consenso entre hombres libres e iguales.
Lo que destaca es que los individuos tienen
derechos subjetivos que preceden y determi-
nan la sociedad política (Estado). El cambio de
perspectiva que introduce Locke significa una
ruptura con la perspectiva dominante de la fi-
losofía clásica y el pensamiento iusnaturalista
medieval. Así, por primera vez en la historia
de la filosofía se invierten las relaciones entre
el hombre y la comunidad política, los hombres
nacen con derechos y el Estado con el “deber”
de garantizar esos derechos. Esos derechos se
deducen de la naturaleza humana. No depen-
den de ninguna voluntad divina, ni de nombre
38
alguno o posición social. Por tanto, no se puede
renunciar a esos derechos. Sería como renun-
ciar a la propia naturaleza humana.
En la concepción del Estado también hay un
cambio notable. El Estado que propone Locke
está doblemente limitado: es un Estado limita-
do en sus poderes porque tiene como límite la
salvaguarda de los derechos de los individuos y
además es un Estado limitado en sus funciones,
porque el poder de legislar y de ejecutar las
leyes no sólo recae en distintas personas, sino
que está subordinado a la ley. La introducción
de límites al poder político es una respuesta
frente a los excesos y abusos de las formas de
poder patriarcales y despóticas. Con Locke te-
nemos un poder no sólo sometido a las leyes,
sino regulado mediante leyes, por lo que tene-
mos claramente una primera formulación del
Estado de derecho. Por lo tanto, Locke no sólo
marcará un nuevo estilo de formular las relacio-
nes políticas entre el ciudadano y el Estado, sino
que sus ideas tendrán repercusiones políticas
de largo alcance. No sólo estarán en la base de
las primeras declaraciones universales de los
derechos, sino además serán el fundamento
de muchas constituciones. Con Locke se abre
paso una manera de pensar a los hombres como
sujetos de derechos. Él deja atrás las explica-
ciones que afirmaban que los derechos de los
hombres dependían del nombre, de la sangre o
de la pertenencia a una comunidad política de-
terminada. Lo que inaugura es el lenguaje de los
derechos subjetivos.
Justo algunos de los aspectos más interesan-
tes, y también polémicos, de Dos tratados es la
innovación y reformulación de los conceptos de
libertad y ley natural. Para algunos estudiosos,
el hecho de que Dios sea la fuente de obligación
de la ley natural, coloca a Locke como un autor
premoderno (Dunn, 1975). No obstante, Locke
ofrece otros argumentos seculares al reconocer
que la ley sólo es ley si existe un poder que la
haga valer (ley positiva); y justo la innovación de
Locke consiste en suponer que en el estado de
naturaleza todos tienen el derecho de hacerla
valer, castigando a sus transgresores. Lo que
hace que la ley de naturaleza sea ley (positiva)
es el hecho de que todos tienen el derecho de
hacerla valer porque la ley mandata el derecho
a la autopreservación. Con esto toma distancia
de los iusnaturalistas medievales, porque de ley
ya no se derivan deberes, sino derechos que
son inviolables e irrenunciables. El derecho a
la autopreservación requiere de los medios (la
propiedad y la libertad) para asegurar la propia
existencia. Esta reformulación de Locke de la
libertad y el lenguaje de los derechos naturales
como pilares contra el gobierno absoluto resul-
taron decisivos para las posteriores luchas polí-
ticas en Francia y las colonias inglesas del norte
de América. En este cambio de paradigma y en
su influencia política posterior reside la impor-
tancia de la obra de Locke.
Una discusión actual que se deriva de lo an-
terior es si la concepción del filósofo liberal so-
bre los derechos guarda alguna cercanía con las
teorías actuales de los derechos. Hay autores
que establecen una línea de continuidad entre
las formulaciones de Locke, con las revolucio-
nes inglesa, francesa y norteamericana, hasta
con las declaraciones universales de derechos
y los pactos del siglo XX. No obstante, algunos
teóricos de los derechos sostienen que poco tie-
ne que ver el lenguaje formulado por Locke con
lo que hoy entendemos por derechos (Moyn,
2010). En todo caso es un tema que vale la pena
explorar para observar la influencia y los alcan-
ces de la obra de Locke.
Si las tesis de Locke deben explicarse a partir
del contexto y de su papel en el gobierno, los
Dos tratados terminan reducidos a un mero
panfleto. Si, por el contrario, el contexto per-
mite explicar sus motivaciones, sus preocupa-
ciones (personales, políticas e intelectuales), y
sus tesis se leen en diálogo con otros autores
de la tradición de la filosofía, lo que podemos
observar es a un autor que inaugura una nueva
época; una auténtica revolución copernicana
(Bobbio, 2017). Se trata de una revolución en
la manera de plantear los problemas, por las
respuestas, por la redefinición de los conceptos
y categorías que utilizó; además porque permi-
te entender el espíritu de su época y al mismo
tiempo sus contribuciones siguen estimulando
enormes debates.
Nota final
Se puede concluir que Locke inaugura una nue-
va manera de hacer filosofía, justo esta inter-
pretación puede deducirse de su ensayo sobre
La razonabilidad del cristianismo: una argu-
mentación razonable acerca de los problemas
religiosos y políticos. Si esto es cierto el vínculo
que puede establecerse entre el Ensayo sobre
el entendimiento humano y los Dos tratados
sobre el gobierno civil es una misma preocupa-
ción, como sugiere Luis Salazar, a saber, la de
examinar los alcances y los límites de la razón.
La conclusión de Locke es que nuestro conoci-
miento es muy limitado. Contra el racionalismo
afirmará que no hay ideas innatas, que nuestro
conocimiento debe fundamentarse en la ex-
periencia y en la reflexión. Y contra las teorías
absolutistas, sostendrá que el único poder legí-
timo es el que se sustenta en un consenso entre
hombres libres iguales y que el poder político
“debe” garantizar los derechos. Además, para
evitar el abuso del poder es necesario ponerle
límites a ese poder, por lo que debe estar divi-
dido y regulado mediante el derecho. Por ello,
es importante la distinción entre poder político,
paternal y despótico. Una hipótesis como esta
sugiere que los límites de nuestra capacidad
de conocimiento y de la distinción del poder
político “converge en la defensa de la libertad
de pensamiento y opinión, por un lado, y en la
defensa de la libertad de asociación, por otro”
(Salazar, 2004: 262).
En suma, la originalidad de Locke no está en
usar un estilo riguroso deductivo como el de
ÁLVARO ARAGÓN
Hobbes, sino más bien un estilo persuasivo que
presenta diversos tipos de argumentos y que a
primera vista parecen razonables. Es original al
reconocer que los problemas del fundamento
del conocimiento humano y el del fundamen-
to de poder político son problemas que exigen
tratamientos diferentes. También en invertir
radicalmente las relaciones políticas entre el
ciudadano (individuo) y la sociedad (Estado), lo
que trastocó el pensamiento clásico y medieval.
Con Locke tenemos el origen del lenguaje de
los derechos en sentido moderno y la primera
formulación y fundamentación del Estado de
derecho y de los derechos individuales como
base del Estado. m
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sofía política, México, Fondo de Cultura Económica.
39
SOCIEDAD ABIERTA SOCIEDAD ABIERTA

La crónica de Alberto
por Miguel Salcedo Ramos como
fenómeno editorial
Ángel
Hernández
Acosta

Facultad de
Filosofía y América Latina ha dejado de ser un continente inventado
Letras-UNAM. por la literatura para transformarse en un continente
redescubierto por los narradores. Carolina Ethel, “La
invención de la realidad”, El País, 12 de julio de 2008.

A finales de la década de los noventa Alberto
Salcedo Ramos (Barranquilla, 1963) no lograba
interesar a ningún editor para que publicara
sus crónicas. Al parecer este género no era muy
cultivado en Colombia. Incluso Donaldo Alonso
Donado (2003) señala que estaba en decaden-
cia. Sin embargo, un lustro antes había comen-
zado a producirse un fenómeno que consiguió
que para 2012 la crónica fuera considerada “la
prosa narrativa de más apasionante lectura y
mejor escrita”, según Darío Jaramillo Agudelo
(2012) quien prologó una antología para edi-
torial Alfaguara o que se le considerara mejor
que la ficción, de acuerdo con la recopilación de
Jorge Carrión (2012) en Anagrama. Ambas obras
marcaron el despunte comercial de esta prácti-
ca discursiva y su visibilidad continental. ¿Qué
sucedió en ese lapso? Este trabajo pretende
mostrar cómo una serie de factores influyeron
para que esta forma narrativa y nuestro autor,
Alberto Salcedo Ramos, se convirtieran en
un fenómeno editorial que ha trascendido
fronteras y que ha llevado al colombiano a
publicar, y a ser premiado y reconocido en
diferentes países e idiomas.
Susana Rotker, en La invención de la crónica
(2005), sentó las bases para el análisis de este
género a partir de su estudio sobre José Martí
y los modernistas. En él refirió que había tres
grandes estadios del género: las crónicas de
Indias, el modernismo y la crónica contempo-
ránea. De acuerdo con la argentina, este tipo
de textos se caracterizaban por ser la narra-
ción subjetiva de un hecho, con atención a los
detalles de la vida cotidiana, sin necesidad de
respetar el orden cronológico, y con una preo-
cupación por escribir con cualidades superiores
al periodismo diario, es decir, mediante el uso
de metáforas o figuras retóricas, por ejemplo.
Además, apuntó que estos textos poseían au-
tonomía debido a que lograron desligarse de
la referencialidad y la actualidad del diarismo,
aunque sin olvidarse de las preguntas básicas:
qué, quién, cuándo, dónde y por qué. Así, su
estudio se enfocó en el análisis textual y en la
conceptualización de este género.
Por años esta deriva se utilizó para estudiar
a autores contemporáneos, y fue Patricia Poble-
te quien en 2013 señaló la necesidad de ir más
allá de la “mera descripción de la anatomía de
la crónica” (Poblete, 2013a: 5) para comenzar a
analizar cuál es la relación de sus particularida-
des con el contexto. En ese momento se habían
añadido ya dos características que se conside-
raban indefectiblemente ligadas al género: la
hibridez y ser un discurso que ponía atención
en lo marginal, lo estrambótico o lo raro. A de-
cir de Martín Caparrós (2016) la insistencia de
convertir estos trabajos en un discurso perifé-
rico consiguió que entrara en “los salones de
la literatura latinoamericana”, pero de forma
domesticada. Es decir, al presentarse como un
discurso contra hegemónico y rupturista, según
afirma Alicia Montes (2014), se insertó en el
campo literario, ávido de narrativas que com-
pitieran con la literatura ligera y mercantilizada
que se comercializaba en ese momento.
En ello habían intervenido diversos factores
extratextuales que van desde las cuestiones
materiales de producción de la crónica hasta los
procesos de circulación y legitimación de una
obra. Pierre Bourdieu (2017) considera que la
consagración artística es resultado de un trabajo
colectivo dentro del campo artístico en donde
es necesario que el objeto cultural, en este caso
la crónica, haya creado el universo de creencias
en donde se le reconoce como tal. Para ello
debe modificarse el habitus y dejar de ser una
manifestación periférica y adquirir centralidad
en el campo donde quiere incidir. En el caso de
la crónica, hasta mediados del siglo XX se había
presentado una tensión entre los campos perio-
dístico y literario debido a que muchos de los
escritores de ficción eran a su vez partícipes del
periodismo, pues ahí encontraron un medio de
subsistencia. Sin embargo, con la creación de las
primeras escuelas de periodismo a mediados del
siglo XX, ambos campos empezaron a alejarse y,
al profesionalizarse, el periodismo comenzó a
presentar deficiencias en el manejo del lengua-
je, pues lo que antes era un oficio que requería
de talento para escribir y conocimiento lector
dejó de serlo debido a que en las licenciaturas de
comunicación se privilegiaban los conocimien-
tos audiovisuales.
Para finales de esa centuria, el periodismo
escrito tuvo que enfrentarse al reto de contar
historias que fueran lo suficientemente atrac-
tivas para los lectores y que pudieran sortear
la inmediatez que proporcionaban los medios
electrónicos. Tomás Eloy Martínez apuntó que
el periodismo debía descubrir al ser humano
detrás de los hechos y lograr que las noticias re-
velaran, a través de la experiencia de una sola
persona, todo lo que hacía falta saber (2006:
235). Así, en 1994 surgió la Fundación para el
Nuevo Periodismo Iberoamericano encabezada
por Gabriel García Márquez, que en un principio
tuvo como misión promover las vocaciones y la
ética periodística, y que después de una década
de impulsar diversos modos narrativos a través
de talleres de crónica dirigidos por maestros
como Alma Guillermoprieto, Tomás Eloy Mar-
tínez, Ryszard Kapuscinski, Carlos Monsiváis y
el propio García Márquez cambió su intención
a una apuesta por la calidad narrativa y el rigor
investigativo. Nosotros sugerimos que el estilo
del colombiano fue el que se impuso como mol-
de debido a que ideológicamente es más cer-
cano a la realidad latinoamericana, además que
se adaptaba más al contexto visual de la época,
pues privilegia el manejo de las escenas y por su
aparente sencillez es el más imitable.
A la par de esta fundación, y gracias a ella,
se crearon premios especializados en este tipo
de textos como el Premio Nuevo Periodismo
CEMEX+FNPI, el Premio Crónicas Seix Barral/
FNPI y el Premio Las Nuevas Plumas, por men-
cionar sólo algunos. También, aparecieron re-
vistas dedicadas a este género como SoHo, El
Malpensante, Etiqueta Negra, Orsái o Anfibia,
entre otras. Asimismo, diversas editoriales
promovieron su publicación y difusión: Ana-
grama incluyó a autores hispanoamericanos
en su colección Crónicas, Debate estableció su
colección La Ficción Real y para 2013 Tusquets
Argentina inició su colección Mirada crónica,
dirigida por Leila Guerriero.
También se dio el apoyo de diversas entida-
des gubernamentales y privadas que prepara-
ron el terreno para que la crónica periodística
tuviera relevancia. En Colombia se publicaron
La Crónica en Colombia. Medio Siglo de Oro, de
Maryluz Vallejo Mejía, editada en 1997 en la
Biblioteca Familiar Presidencia de la República
que tuvo una amplia circulación nacional; los
dos volúmenes de la Antología de grandes cró-
nicas colombianas, prologadas por Daniel Sam-
per Pizano en 2001 y 2004, respectivamente,
las cuales aparecieron en la editorial comercial
Aguilar, y La pasión de contar. El periodismo na-
rrativo en Colombia 1638-2000, compilado por
Juan José Hoyos en 2009 para la Universidad
de Antioquia, además del rescate de la obra
periodística de Gabriel García Márquez, a par-
tir de 1995 en editorial Norma, a lo cual debe
añadirse la publicación, en 1996, de Noticia de
un secuestro, libro modelo de lo que el nobel
de Literatura pretendía con el periodismo que
impulsaba su Fundación.
Por otra parte, la FNPI estableció relaciones
y redes entre periodistas de toda Iberoamérica.
Margarita García Robayo, quien fue coordina-
dora de proyectos de esta entidad, resumió su
influencia al aseverar que instaló referentes
latinoamericanos y contemporáneos para este
género; es decir, estableció cómo se escribía y
quiénes la escribían (Guerriero, 2012a). En este
sentido destaca que en un seguimiento que hizo
Juan Gossaín de los reporteros de RCN Radio
que habían acudido a talleres de esta funda-
ción, todos modificaron su mirada y enfoque
periodístico de acuerdo con lo recomendado
por dicha entidad (FNPI, 2016: 46). A eso debe

40 41
SOCIEDAD ABIERTA
sumarse que la participación en sus talleres se
ha convertido en un hecho de legitimación del
trabajo periodístico además que añade capital
simbólico, tal como se verifica en un rastreo
biográfico de diversos cronistas en antologías
dedicadas al género donde destacan su paso
por los talleres de la Fundación.
Asimismo, su influencia puede notarse en re-
vistas como SoHo, con quien colabora de forma
permanente. En nuestro caso, nos interesa aco-
tar que esta publicación, a partir de que Daniel
Samper Ospina se hizo cargo de su dirección,
adquirió características específicas en las cróni-
cas que publicaban y que parecen responder a
lo establecido por la FNPI (sin olvidar la influen-
cia del Nuevo periodismo norteamericano, en
revistas tipo Esquire, así como del periodismo
literario divulgado por Norman Sims en un libro
cuya edición en español se dio sólo en Colombia
y que tuvo una amplia recepción). Estos textos,
escritos al “estilo SoHo” a decir de Samper Os-
pina, son “historias elementales” con énfasis en
las personas que por lo general no son protago-
nistas de las noticias, con temas que despiertan
la curiosidad del lector y cuya historia simboliza
un fragmento de la realidad (Samper, 2008a: 17).
Esta conceptualización de la forma de pro-
ducción impulsada por el editor tiene repercu-
sión en los textos de Alberto Salcedo Ramos.
Esto es notable en su estilo escritural a partir de
que empieza a colaborar en dicha publicación, y
que difiere del que presentan todavía sus textos
de De un hombre obligado a levantarse con el
pie derecho y otras crónicas publicado por pri-
mera vez en 1999.
Por otra parte, tal como afirmó Gabriel Gar-
cía Márquez al establecer la FNPI, ésta no propo-
nían un nuevo modo de enseñar el periodismo,
sino que estaban tratando de “inventar otra vez
el viejo modo de aprenderlo y practicarlo”, pues
eso implicaba que los periodistas ejercieran una
amplia reportería, pero sobre todo que tuvieran
una base sólida de literatura y se esmeraran en
el uso del lenguaje, aprendido a través de la imi-
tación de los maestros, pues “los periodistas no
42
tienen tiempo de leer ni siquiera el periódico”,
reclamaba el premio Nobel colombiano.
Si bien García Márquez no fue quien introdu-
jo esta metodología, por su importancia dentro
del campo literario y periodístico es a quien se
atribuye la sistematización de este modelo a
través de la FNPI. Por último, es él quien posee
los méritos suficientes para la consagración de
este tipo de periodismo dentro del campo lite-
rario, hecho que se verifica con su declaración
respecto a que no quería ser recordado por Cien
años de soledad, ni por el Premio Nobel, sino
por su periodismo. “Nací periodista y hoy me
siento más reportero que nunca, lo llevo en la
sangre”, le dijo a Darío Arizmendi (2014: 91).
Ahora bien, la crónica también adquirió legi-
timidad a través de sus lectores quienes, ante el
desprestigio del discurso literario, vieron en es-
tos textos un material novedoso y que a sus ojos
suponía algo superior al periodismo informativo
diario. En este sentido, adquieren relevancia
las temáticas e imaginarios que se despliegan
en dichas obras. En el caso de Alberto Salcedo
Ramos sus trabajos incluidos en la antología La
eterna parranda. Crónicas 1997-2011 y El oro y
la oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid
Pambelé, sus dos obras más reeditadas y que se
han publicado en otros países e idiomas, tienen
como temáticas generales el deporte, la vio-
lencia colombiana y la música. Sin embargo, al
profundizar en su análisis se observa que tratan
sobre las prácticas culturales que tienen ma-
yor importancia en Colombia y que reflejan su
idiosincrasia. Esto de acuerdo con la Encuesta
Nacional de Cultura 2002. Además, presentan
a héroes que tienen que sortear el infortunio
de su contexto y al hacerlo consiguen triunfar
a pesar de los métodos a los que recurren para
ello: ahí está Diomedes Díaz quien siendo un
niño pobre se empleaba como espantapájaros
y quien se convirtió en uno de los cantautores
de vallenato más famosos del país; o el pro-
pio Pambelé, a quien por haber sido el primer
campeón mundial colombiano se le perdonan
sus exabruptos de violencia o su adicción a las
drogas. Es decir, Salcedo Ramos muestra perso-
najes cuyo carisma permite que se les perdonen
sus defectos y que se les vea como héroes. Tal
como él mismo afirma respecto a Diomedes
Díaz, este tipo de caracteres representan la sín-
tesis de una cultura.
Además de lo anterior, en diversos textos se
refiere a la violencia del conflicto armado, pero
no en una simple denuncia, sino para buscar sus
orígenes y sus consecuencias: la falta de educa-
ción, el que se vea la participación en la guerra
como una forma de empleo y que ésta promue-
va valores que no permiten progresar al país,
es decir, el machismo, el olvido en que viven
muchos colombianos por parte del gobierno y la
revictimización del otro, ya sean las mujeres, los
homosexuales, los pobres o los indígenas.
En ese sentido, la crónica se asemeja al fo-
lletín decimonónico al que se refiere Jesús Mar-
tín-Barbero, es decir, es una lectura creada para
su difusión masiva, para un público con bajos
niveles de lectura y quien ve en los héroes de
ésta un espejo de sí mismo. Lo único que lo di-
ferenciaría es que en el caso del género que tra-
tamos no está dirigido a las clases bajas, sino a
las clases medias o altas quienes son el público
objetivo de revistas como SoHo.
Salcedo Ramos también ha publicado en El
Malpensante y justo esta participación le permite
insertarse en otro ámbito, el de la alta cultura y el
de un público que ve en esta publicación a un con-
glomerado de intelectuales, en tanto comentado-
res e intérpretes de la época. Además, lo acerca al
campo literario colombiano al compartir páginas
con autores como Héctor Abad Faciolince, Juan
Gabriel Vázquez, Fernando Vallejo, Jorge Franco o
Evelio Rosero, todos ellos autores de ficción con
gran proyección nacional y continental debido a
las editoriales trasnacionales en donde publican.
El Malpensante es una “vitrina”, según el concepto
usado por Gisele Sapiro (2016), que se convierte
en una instancia de consagración y que aumenta
el capital simbólico de nuestro autor.
De este modo ambas publicaciones son
relevantes al analizar a Salcedo Ramos pues
mientras SoHo permite que su trabajo sea am-
pliamente difundido, El Malpensante le brinda
reconocimiento por parte del sector cultural
que acude a estas páginas. Además, es Daniel
Samper Ospina quien le brinda legitimidad al
considerarlo “el mejor cronista de la nueva
generación que tiene Colombia” y cuya obra es
“una experiencia literaria como pocas” (en Sal-
cedo Ramos, 2012: 14), mientras el vínculo con
Mario Jursich, editor por años de El Malpensan-
te, le permite estar en contacto con otro tipo de
público vía el programa de radio “Del Canto al
Cuento” que se transmite por Radio Nacional de
Colombia, entidad de carácter gubernamental y
con difusión nacional.
A todo lo anterior deben sumarse los múl-
tiples reconocimientos a que se ha hecho
acreedor Salcedo Ramos, entre ellos el Premio
Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en 5
ocasiones; el Premio Rey de España; el Premio
Ortega y Gasset, y el Premio a la Excelencia de
la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). En
este aspecto resulta revelador que se mencio-
nen los galardones, pero que se omita que sólo
dos han sido otorgados en la categoría crónica
(“Un país de mutilados”, 2009; y “La travesía de
Wikdi”, 2013). Es decir, son legitimadores de un
autor y su práctica periodística, pero no de un
género en particular.
Asimismo, desde la academia también ha
comenzado la legitimación de su trabajo vía es-
tudios de caso, entre los que destaca el trabajo
doctoral de Andrés Puerta Molina presentado
en la Universidad Autónoma de Madrid en 2016.
Es decir, lo hasta aquí expuesto muestra
como la consagración de Salcedo Ramos cum-
ple con lo propuesto por Bourdieu. Sin embar-
go, su arribo al campo literario también se da
al llenar el vacío ocasionado por los autores
de ficción que han dejado de ser vistos como
intelectuales, cuya intervención en el entorno
social prácticamente ya no existe y cuyo tra-
bajo se ha alejado de lo que se consideraba el
hecho literario. La tensión entre ambos campos
parece hoy otra vez vigente y se presenta un fe-
nómeno editorial relacionado con la celebridad
del autor, su participación constante y horizon-
tal en redes sociales y el contacto directo con
sus lectores, que esta investigación pretende
examinar a futuro.
Hasta aquí, podemos señalar que esta legi-
timación de la crónica como género en primera
instancia periodístico ha llegado por medio de
la imitación de un modelo que parecía caduco
en la literatura, pero al cual las narrativas me-
diáticas actuales han agregado factores como
una nueva conceptualización de lo que se consi-
dera un autor o un intelectual. Además, plantea
una representación artística que ya no sólo de-
pende de la obra, su autor o la forma como se le
lee; si bien es cierto que el valor de su firma, la
calidad de su obra y su trayectoria han sido fun-
damentales para la consagración como artista
de Salcedo Ramos.
Si en el siglo XX los escritores literarios se
insertaron en el periodismo como una for-
ma de subsistencia y gracias a un manejo del
lenguaje mayor al de los reporters, como los
llama Rotker, hoy los cronistas han tenido que
recuperar el bagaje literario y el uso esmerado
del lenguaje para entrar a un campo literario
depreciado debido a las modas escriturales y
homogéneas promovidas por las empresas edi-
toriales trasnacionales. Creemos, por lo tanto,
que para incidir en los estudios sobre este gé-
nero deberá ahora examinársele a la luz de las
modas literarias y del análisis de este campo,
y explorar cómo su centralidad habla también
del estado actual de la literatura. m
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43
 SOCIEDAD ABIERTA
La Iglesia de Francisco: de la
politización explicita a la vía de
So I think that
la democratización interna
the Pope is a very
political person.
Donald Trump El gobierno de las almas01
A pesar de que —como señalara acertadamen-
te Hannah Arendt— desde su misma aparición
el Cristianismo supusiera un desafío al poder
constituido, se erigiera en una identidad dis-
ruptiva de la esfera pública en general y de la
política en particular (Arendt, 1998: 68-69), la
Iglesia siempre hizo, hace y hará política. Políti-
ca interna y externa.
Muchos atribuyen esta contradicción a la in-
coherencia típica de los cristianos. Lo cierto es
que la Iglesia (de ekklesia, “asamblea” en grie-
go) es una institución esencialmente política. La
fe cristiana se estructura desde su origen como
una comunidad de discípulos, con sus ritos de
iniciación y adoctrinamiento.
En su desarrollo histórico, el Cristianismo
se apoyó como credo y cosmovisión en tres
pilares fundamentales: 1) un complejo sistema
de creencias, que era preciso enseñar y apren-
der, desarrollar y custodiar; 2) un ritual igual
de sofisticado, que operaba como mediación
entre Dios y los fieles, que había que oficiar y
del que era necesario participar; 3) un código
de conducta que había que practicar, enseñar
por Héctor y hacer observar.
Ghiretti La solución no podía ser sino una institución
organizada jerárquicamente, con una estruc-
Investigador del tura y finalidad políticas. Esa solución, como
Consejo Nacional puede suponerse, no estuvo exenta de contra-
de Investigaciones dicciones ni de concepciones divergentes:
Científicas y Técnicas
(CONICET). Profesor Es innegable que dentro de la imagen cris-
de la Universidad tiano-medieval del mundo hay también
Nacional de Cuyo diferencias muy importantes. Todo un aba-
(Argentina). nico de actitudes críticas que van desde el
celo expiatorio y ascético de los radicales
y los sectarios que desprecian la política
hasta el estrecho vínculo del Papado y el
Imperio, cuya idea está presente en los
grandes pensadores católicos de la época
de Santo Tomás y Dante (Ritter, 1972: 23).
44
SOCIEDAD ABIERTA
Esta condición política inevitablemente se cons-
tituiría en motivo de confrontación con el poder
secular. Tendemos a pensar en el célebre pasaje
de Mateo 22, 15-22, que reconstruye el diálogo
entre Jesucristo y los fariseos sobre la licitud de
pagar el tributo al César, desde la comodidad
del reciente y casi universalmente aceptado
principio de separación entre Iglesia y Esta-
do, que sólo la pérdida de relevancia política,
social y cultural de la Iglesia en un contexto
de secularización parece haber consolidado.
Se trata no obstante de una solución de fácil
enunciado pero difícil aplicación. Durante
casi dos milenios constituyó para el universo
cristiano un conflicto político de primer orden.
La política que lleva a cabo la Iglesia, no obs-
tante, tiene sus particularidades. Una de ellas
es la negación de su propia condición política,
como puede verse en un conocido mensaje ra-
dial de Pío XII en la Navidad de 1951: “la Iglesia
no es una sociedad política, sino religiosa” (cita-
do en Belaúnde, 1962: 96-97). Como si una cosa
y la otra fuesen excluyentes.
En este aspecto particular, la Iglesia parece
replicar la conducta de las diversas sociedades
secretas del siglo XVIII en Francia y Alemania,
que conspiraban contra los regímenes abso-
lutistas bajo la apariencia de cenáculos litera-
rios, asociaciones filosóficas o de perfecciona-
miento moral.
Otra vez, lo más sencillo sería pensar que
es una muestra no ya de incoherencia sino de
la hipocresía católica. La realidad es bastante
más compleja.
En primer lugar hay que tener en cuenta el
contexto de uso del término. Si por “política”
entendemos el conjunto de actividades que se
01. Quisiera agradecer muy especialmente los comentarios y
sugerencias de Juan Pablo Serra Bellver y Fernando Galindo
Cruz sobre este texto.
45
SOCIEDAD ABIERTA
realizan exclusivamente en el ámbito del Esta-
do, la Iglesia no es una institución “política”. Es
básicamente así como se sigue entendiendo
la política en la actualidad. Fue Carl Schmitt
(1999: 49-54) quien señaló que es el pensa-
miento liberal el que ha confinado la política al
recinto del Estado.
En el marco de significación referido, toda
institución que opere dentro de los Estados o
en relación con ellos y a la vez se defina como
“política” automáticamente entra en disputa
por el poder, algo en lo que la Iglesia ocasio-
nalmente incurre pero no de forma regular y
tampoco como una facción o un partido político
más. Si se lo mira desde el principio de separa-
ción entre Iglesia y Estado (que rige en la gran
mayoría de los países de cultura cristiana, con
diverso grado de aplicación) los Estados no con-
templarían tal posibilidad sin considerarlo una
intromisión impropia.
En el barro de la puja democrática
Hay otra razón para negar la condición política de
la Iglesia, y es de orden interno. En un contexto
fuertemente hegemonizado por la legitimidad
democrática, una institución que se defina como
política necesariamente abre la posibilidad de
que se intenten articular formas de participación
con criterios democráticos. La identificación/
confusión contemporánea entre política y demo-
cracia, en la que incurren hasta los pensadores
más agudos, es prácticamente universal.
Fue Aristóteles quien afirmó que el tipo
de ciudadano depende de cada régimen
político. Como es bien sabido, la Iglesia no
constituye una monarquía absoluta, pero el
principio de legitimidad por el que se rige
(más allá de las siempre latentes tendencias
conciliaristas) está fuera de cuestión. En esa
monarquía el único ciudadano es el Papa y
eventualmente aquellos en los que delega
tareas y responsabilidades específicas.
46
Una institución política pero que no se pre-
senta, representa ni concibe como tal tiene
una particularidad nada despreciable: solo la
jerarquía hace política propiamente dicha —en
este caso, el Papa, sus cardenales y obispos,
regularmente en relación de subordinación y
consulta— mientras que el resto obedece y se
encolumna detrás de sus pastores. Esto le otor-
ga la nada despreciable ventaja de disponer de
una masa social disciplinada y organizada. Los
pastores deciden y mandan (últimamente, más
bien sugieren). Los fieles obedecen.
Pues bien: esto podría estar cambiando, si no
de forma permanente, es probable que por un
lapso más o menos prolongado. Nos referimos
a la prédica del Papa Francisco en lo que se
refiere al compromiso político de los católicos
y las vinculaciones de la Iglesia con el mundo de
la política: parecería estar llevando a cabo una
politización explícita de la Iglesia, cerrando al
menos parcialmente la brecha ya referida entre
praxis política y discurso no-político, o apolítico.
Esto podía verse ya en el prólogo
que escribiera siendo presidente de la
Conferencia Episcopal Argentina para un libro
en colaboración publicado por el Consejo
Episcopal Latinoamericano (CELAM) sobre los
católicos y la política.
En ese texto, Bergoglio reconoce que efec-
tivamente existe una tensión irresoluble entre el
oficio del político y la fe del católico, imposible
de ser superada por una síntesis dialéctica,
aunque sin especificar en qué consiste esa
tensión, que es propia de lo que no puede ser
completamente separado pero tampoco unirse
en una identidad perfecta (AA.VV., 2006: 5-7).
Casi inmediatamente a continuación, afirma la
“fecundidad” de esa tensión y sus posibilidades de
desarrollo, sin advertir en ningún momento sobre
lo propiamente tensivo, sus riesgos o peligros, que
no son escasos ni menores aún para la conciencia
católica más prudente y mejor formada.
La idea de la misión política de los católicos
es una presencia constante en sus alocuciones.
En un evento realizado con alumnos de
escuelas jesuíticas en junio de 2013 calificó
la participación de los católicos en política
como una “obligación”.02 Supone una variación
sustancial de la posición tradicional de la Iglesia
al respecto, que con frecuencia ha promovido
el compromiso político de sus fieles pero
sin escalarlo al plano de la obligación moral
universal. El Pontífice limitó ese deber a los
laicos, pero es claro que el mensaje no ha
dejado indiferentes a los clérigos, quienes son
los encargados de difundir la prédica pontificia
y también quienes por su condición poseen la
capacidad y la representatividad de volcar en la
política el capital social de los fieles.
Resulta evidente que, por las razones ya
dadas, un intensificación del compromiso de los
católicos impulsado por la propia Iglesia podría
producir efectos en el ámbito de la política
secular según su propia dinámica, sus leyes
y modalidades: básicamente en el contexto
de una praxis democrática liberal. Esta nueva
relación de los católicos con la política tiene un
ámbito particular de manifestación y desarrollo
en los países en los que son mayoría: Europa
mediterránea y América latina.
En este contexto tienen lugar las defini-
ciones electorales del padre Alejandro
Solalinde, conocido por su trabajo en favor
de los migrantes. El clérigo se pronunció
explícitamente por MORENA, el partido de
Andrés Manuel López Obrador, como única
alternativa política posible para las elecciones
presidenciales mexicanas de 2018 (vid. https://
www.youtube.com/watch?v=noDGG19E1Dg).
Estas definiciones son realmente sorpren-
dentes, por varias razones. Es novedoso que un
sacerdote tome una posición política tan abierta
y explícita en un país con sensibilidades laicistas
tan arraigadas como México, aún a pesar de la
fuerte religiosidad popular de los mexicanos.
02 . El diálogo de referencia se halla a partir del minuto 35: 40.
Vid. https://www.youtube.com/watch?v=PMhWXEqPwqk
Por otro lado es notable que Solalinde replique
de forma tan puntual la línea argumental de
MORENA, lo que revela una preferencia que va
más allá del “es lo que hay” (que en realidad
tiene el sentido particular de “es lo que queda”),
que termina siendo el criterio de elección de
muchos mexicanos bien informados. Finalmente
resulta extraño que un hombre de la Iglesia
abrigue esperanzas en un partido cuya única
ventaja respecto de los otros (de los cuales se
muestra decididamente desengañado) es que
todavía no se ha visto enfrentado al ingente
desafío intelectual, técnico y moral del ejercicio
del poder del Gobierno Federal.
Solalinde baja a un terreno en el que la
Iglesia tradicionalmente ha rehuido ocupar:
el de la lucha electoral, la opción positiva y
explícita por una determinada fuerza política.
La victoria de López Obrador lo posiciona a la
vez como referente no menor dentro del equipo
de gobierno y como nexo con sectores católicos.
El caso Solalinde supone una llamativa
ruptura en las formas en que la Iglesia decide
intervenir en los procesos electorales: usual-
mente lo hace de manera indirecta, advir-
tiendo sobre los proyectos o las propuestas de
campaña que los católicos deben abstenerse
de votar. Por lo general, evita personalizar las
opciones electorales de los fieles.
Por su parte Giovanni Nicolini, el “padrecito
de los pobres” de Milán, explicó recientemente
que es imprescindible rescatar la política mun-
dial de su subordinación a los intereses financie-
ros. En su opinión, el único que hace verdadera
política en el mundo es el Papa Francisco, al
ponerse al lado de los pobres, los marginados
y los débiles. Nicolini afirmó que era necesario
empezar a enseñar política desde la escuela ele-
mental.03 Difícil concebir una politización más
explícita y completa.
03.Vid. https://video.repubblica.it/edizione/genova/nicoli-
ni-a-genova-il-prete-dei-poveri-la-politica-e-morta-facciamo-
la-risorgere/297128/297748?ref=twhr
HÉCTOR GHIRETTI
El punto es realmente interesante porque re-
vela mutaciones en el discurso pontificio que
despiertan simpatías en determinados sectores
(católicos y no católicos) y preocupación en
otros (esencialmente católicos): al parecer, la
comunidad que pretende liderar Bergoglio no
es ya la de los fieles cristianos, sino la de los po-
bres y excluidos de la Tierra. Unos ven en este
desplazamiento el encuentro definitivo de la
Iglesia con su misión histórica. Otros un proce-
so acelerado de secularización y disolución del
Cuerpo Místico de Cristo.
Argentina, banco de pruebas
Podría pensarse que las de Solalinde y Nicolini “La Iglesia no es una
son ocurrencias personales, sin mayor tras-
cendencia. Pero también pueden vincularse a sociedad política,
fenómenos similares que están ocurriendo en
la propia patria de Francisco, la cual funciona, sino religiosa.
por efecto de una voluntad deliberada o no,
como banco de pruebas de la prédica pastoral Como si una cosa
del Pontífice.
La relación del antiguo cardenal Bergoglio
con su país se ha vuelto realmente complicada.
y la otra fuesen
El casi unánime entusiasmo patriótico de los
argentinos por la investidura pontificia de un
excluyentes”.
connacional es cosa del pasado.
Resulta necesario reconstruir los hitos
principales de la relación del Cardenal Bergo-
glio con el poder político. Durante los últimos
gobiernos peronistas, el desdén recíproco entre
Bergoglio y los Kirchner mutó en hostilidad
activa cuando en 2007 un obispo retirado,
convertido en candidato a la asamblea para
la reforma de la Constitución de la pequeña
provincia de Misiones, echó a perder de forma
indirecta el proyecto de reelección indefinida
de varios gobernadores afines al Gobierno
nacional y frustró a la larga una modificación
de la Constitución nacional en ese mismo
sentido, que le hubiera permitido al matrimonio
Kirchner la iteración sin límites en el poder.
47
SOCIEDAD ABIERTA
Los Kirchner atribuyeron la maniobra al Carde-
nal. Este primer choque dio lugar al contraata-
que de un sector del gobierno, que montó una
operación en conexión con Roma para reempla-
zar al entonces arzobispo de Buenos Aires. El
gobierno desistió de esa maquinación, pero las
relaciones quedaron afectadas. La aprobación
en 2010 de la ley de matrimonio igualitario, una
iniciativa sobre la que existía escasa conciencia
y aún menor demanda social fue interpretada
como un golpe del gobierno a la Iglesia.
La elección del Cardenal Bergoglio como
“El papa Francisco Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, en
marzo de 2013, puso en guardia a un gobierno
parecería estar argentino debilitado y cada vez con menos
apoyos, que deslizaba al país a una crisis social
llevando a cabo una y económica. Pero lo que parecía constituir una
seria amenaza se convirtió en un inesperado
politización explícita punto de apoyo. El oficialismo —quizá en
función de su condición peronista, es decir,
de la Iglesia, instintivamente verticalista— pasó casi en
el acto de un precoz y violento discurso de
cerrando al menos confrontación a otro celebratorio. El nuevo
pontífice, por su parte, se prodigó en apoyos y
parcialmente la beneplácitos a Cristina Fernández de Kirchner
(ya viuda) y su gobierno.
brecha ya referida Durante las elecciones presidenciales de
2015 pudo verse una actividad de la Iglesia
entre praxis
difícil de identificar en sus objetivos políticos.
Por un lado el Papa siguió recibiendo en
política y discurso
audiencia y concediendo las ansiadas fotos
a funcionarios y candidatos del gobierno.
anti-político”.
Por otra parte existen datos fundados para
pensar que la Iglesia fue decisiva en la derrota
electoral de Aníbal Fernández, el candidato
oficialista a gobernador en la estratégica
provincia de Buenos Aires —fundamental para
las aspiraciones de obtener la presidencia
del país— por sus supuestos vínculos con el
narcotráfico.04 Ese revés en el distrito electoral
más importante del país resultaría fatal para
las aspiraciones de Daniel Scioli, el candidato
04 Vid. https://www.lapoliticaonline.com/nota/92161-vo-
to-parroquia-puede-haber-voto-cruzado-scioli-vidal/
48
oficialista a la presidencia, que presumía de
mantener un vínculo privilegiado con el Papa.
Cambiemos, la nueva fuerza política en el
poder, no buscó una relación estrecha con el
Pontífice, del mismo modo que éste no intentó
un acercamiento al gobierno de Mauricio Macri,
a pesar de que Francisco pudo encontrar en sus
filas a antiguos amigos y colaboradores muy
estrechos. Tampoco influyó el hecho de que
buena parte del electorado católico de clase
media votara por Macri. El Pontífice dispuso
una relación estrictamente protocolar con el
gobierno y mantuvo las relaciones privilegiadas
con todos los dirigentes políticos, sindicales y de
las organizaciones sociales que formaban parte
del bloque de poder del peronismo derrotado,
ahora en la oposición.
No serían ajenas las razones ideológicas:
en su juventud, Jorge Bergoglio tuvo expresa
simpatía por organizaciones que pertenecían
al peronismo, un movimiento político que
siempre ha subrayado (con razón o sin ella)
su compromiso con los trabajadores y los
humildes, la defensa de la soberanía nacional y
una inspiración en la doctrina social de la Iglesia.
Por su parte el gobierno de Mauricio Macri
estuvo signado desde un principio como ejecutor
de un ajuste social y económico destinado a
reducir el gasto público con el objeto de mejorar
la sustentabilidad del sistema económico y la
competitividad del país. Se le atribuye (con
razón o sin ella) una matriz ideológica neoliberal,
orientada a los intereses de las grandes
empresas, a lo que contribuye la gran cantidad
de CEOs con cargos importantes en su gabinete
y la primera fila de los ministerios.
El gobierno de Macri parece situarse lejos
de las ideas políticas del Papa, que en no pocas
oportunidades se ha pronunciado contra el
modo de producción capitalista y el dinero
como instrumento de mediación social.
Las definiciones ideológicas de Francisco han
ido más allá del país del Plata: su impugnación
se extiende a la mayoría de los gobiernos de
centroderecha o derecha que han llegado
recientemente al poder en Brasil, Chile y Perú,
así como también la deriva ideológica del
actual presidente de Ecuador. En un discurso
durante su reciente visita a Perú se lamentó
de que “se estaba buscando un camino hacia
la Patria Grande y de golpe cruzamos hacia
un capitalismo liberal deshumano que hace
daño a la gente”,05 en referencia a la oleada de
gobiernos populistas de izquierda que triunfó
en casi todo el continente en la última década y
que hoy se halla en franco reflujo.
El jefe de la oposición
Actualmente, Francisco interviene en la política
argentina de diversas formas, todas indirectas.
Manifiesta públicamente su apoyo a dirigen-
tes y funcionarios del anterior gobierno, aho-
ra devenidos en opositores, muchos de ellos
procesados en causas por corrupción. Opera a
través de múltiples representantes, emisarios y
voceros que son dirigentes políticos y sociales,
intelectuales, sacerdotes y obispos, ninguno
de ellos oficialmente designado, pero tampoco
desmentido o descalificado.
Todos ellos parecen actuar con un amplio
margen de iniciativa propia pero siguiendo una
05. En el encuentro con los obispos peruanos en Lima. La
declaración puede oírse a partir del 1:34:24. Vid. http://
w2.vatican.va/content/francesco/es/events/event.dir.html/
content/vaticanevents/es/2018/1/21/vescovi-lima-peru.
html. Son igualmente reveladoras las afirmaciones de Guz-
mán Carriquiry, secretario encargado de la vicepresidencia de
la Pontificia Comisión para América Latina. Para este antiguo
burócrata vaticano de origen uruguayo, ya cercano a Francisco
antes de que se convirtiera en el sucesor de Pedro, el pano-
rama continental muestra dos extremos bien visibles: por un
lado un “eje del mal”, constituido por Bolsonaro y Trump, y por
el otro los esperanzadores gobiernos de Evo Morales y Andrés
Manuel López Obrador, cada uno con sus aciertos, promesas
e inconvenientes. Venezuela y Cuba son países que atraviesan
por graves situaciones, pero Carriquiry se ocupa de señalar
que existen corresponsabilidades que van más allá de sus go-
biernos. En el medio, casi sin distinguirse entre sí, se ubican
Colombia, Perú, Chile y Argentina, países neoliberales de los
que resalta más sus fracasos e insolvencias que sus políticas
exitosas. Cf. https://www.lastampa.it/2019/01/17/vaticaninsi-
der/el-cambio-de-pocaen-amrica-latina-segn-el-papa-francis-
co-LjLLeO4zBpkeKziAU1z93J/pagina.html
común orientación opositora. No es casual que
el rol de Francisco en la política argentina haya
sido comparado con la de Perón durante el exilio
en su residencia madrileña de Puerta de Hierro.
El Vaticano es lugar de peregrinación de todo el
arco opositor, con la previsible excepción de la
izquierda dura y otras facciones hiper-ideologi-
zadas. Las “conversiones” más notorias que pa-
rece haber ganado el apostolado de Francisco se
encuentran entre la militancia política, que lo ha
visto como un factor aglutinador de la oposición.
Otras actitudes y declaraciones agregan
mayor desconcierto a los fieles católicos argen-
tinos. Advierten que Francisco y sus referentes
más próximos en el país se manejan con una ló-
gica que desafía las tradicionales alineamientos
y vinculaciones de la Iglesia. Monseñor Marcelo
Sánchez Sorondo, Canciller de la Pontificia Aca-
demia de Ciencias y muy cercano a Francisco,
declaró en una entrevista reciente que actual-
mente el país que él veía más próximo a lo que
podría ser una sociedad organizada según los
principios de la Doctrina Social de la Iglesia era
la República Popular China.06
Estas declaraciones, que podrían estar en-
marcadas en una política de acercamiento entre
el Vaticano y Beijing, parecen ignorar o despre-
ciar la histórica hostilidad del régimen comunis-
ta chino hacia la Iglesia: más de medio siglo de
brutal persecución y proscripción, maniobras
de usurpación del ministerio, violaciones siste-
máticas de derechos humanos y martirios de
los cuales los católicos tienen puntual memoria,
añaden estupor y causan escándalo.
Otro tanto ha sucedido con la afectuosa
carta que Francisco dirigiera recientemen-
te a Hebe de Bonafini, antigua dirigente de
Madres de Plaza de Mayo, con ocasión de las
investigaciones por parte de la justicia federal
a causa de malversación de fondos asignados
06.Vid. http://www.lastampa.it/2018/02/02/vaticaninsider/
es/vaticano/chinos-quienes-mejor-realizan-la-doctrina-so-
cial-de-la-iglesia-mBmGrdwCpUt2VVswtlkeuN/pagina.html
HÉCTOR GHIRETTI
a su organización.07 Madres de Plaza de Mayo
ha mantenido desde sus orígenes una posición
hostil hacia la Iglesia argentina, a la que consi-
dera cómplice necesaria de la represión ilegal
durante el gobierno militar que tomó el poder
en 1976. Bonafini siempre se ubicó en las po-
siciones más radicalizadas de esa organización.
En 2008 encabezó a un grupo de militantes que
tomó la Iglesia Catedral de Buenos Aires y se
jactó de haber cometido un acto sacrílego en su
altar. Miembro de la coalición de organizacio-
nes que apoyaban al gobierno de Cristina Fer-
nández de Kirchner, intentó mantener un dis-
curso confrontativo contra Francisco, cuando
el oficialismo ya había decidido lo contrario. En
su breve misiva el Pontífice compara a Bonafini
con Jesucristo. ¿Cómo justificar públicamente,
ante los fieles, estas estrechas relaciones con
los enemigos declarados de la Iglesia?
Francisco parece cómodo en ese pantano de
confusión, en el que lo único que resulta claro
es su poco afecto por el actual gobierno. Es par-
ticularmente llamativo el hecho de que hasta
el momento se ha negado a regresar a su país,
contribuyendo directamente a mostrar su rela-
ción con Argentina como anómala y fuertemen-
te condicionada. Ya ha visitado todos sus países
limítrofes, con excepción del fuertemente se-
cularizado Uruguay. De todos los Pontífices no
italianos recientes es el único que ha retrasado
en más de cinco años la visita a su país de origen
(vid. https://www.nytimes.com/es/2018/01/14/
papa-visita-chile-peru-argentina/).
¿Vicisitudes de un Pontífice cuyo país
se encuentra inmerso en una profunda
confrontación política? Puede ser. El hecho
es que Francisco no ha podido o no ha
querido ponerse por encima de las líneas de
enfrentamiento. Tampoco parece que el país se
encuentre en una situación de conflictividad tal
que sea inevitable tomar partido por uno de los
bandos, como sucedió en Polonia durante los
07 . Vid. https://www.lanacion.com.ar/2105835-la-carta-del-
papa-francisco-a-hebe-de-bonafini-no-hay-que-tener-miedo-
a-las-calumnias
49
SOCIEDAD ABIERTA
primeros años del pontificado de Juan Pablo II.
El desafecto de los católicos argentinos por
el Papa no parece deberse principalmente a la
controvertida doctrina que promueve desde el
Magisterio, sino su alineación en los asuntos
políticos del país. Este desafecto se ha puesto
claramente de manifiesto en la reciente visita
apostólica a Chile y Perú, en la que se esperaba
una masiva asistencia de fieles transandinos.
Los católicos argentinos mostraron una
presencia muy marginal.08 Es razonable pensar
que quienes decidieron no viajar a ver al Papa
eran predominantemente fieles de clase media,
con recursos suficientes para afrontar un viaje
relativamente costoso.
Del aborto a la cuestión Iglesia-Estado
Nunca antes en la historia argentina reciente
se había experimentado una presencia tan
fuerte, variada y continuada de la Iglesia en el
escenario político. Ni siquiera en los tiempos
de confrontación con el primer gobierno de
la democracia restaurada, que logró la apro-
bación de la ley de divorcio vincular, en 1987.
Esta presencia aumentada obliga a analizar en
detalle la reciente discusión nacional sobre la
legalización del aborto.
No resulta sencillo explicar sus causas remo-
tas y mediatas. Se trata de un tema central en la
agenda de los movimientos feministas y los par-
tidos de izquierda, pero que hasta ahora había
sido cautelosamente evitado por las principales
fuerzas políticas del país. Como efecto de una
marcha contra la violencia de género, a princi-
pios de 2018, un grupo de legisladores presentó
08.Vid. https://www.infobae.com/sociedad/2018/01/15/
viajaron-menos-argentinos-de-lo-esperado-a-chile-para-se-
guir-la-gira-del-papa/. La visita papal a Chile estuvo signada,
por un ambiente de hostilidad e indiferencia por parte de los
chilenos, derivado en parte de las denuncias relacionadas con
abuso de menores por parte de clérigos de la iglesia chilena.
Los incidentes a lo largo de visita de Francisco no contribuyeron
a suavizar las heridas. Más bien lo contrario.
50
un proyecto que promovía la despenalización
del aborto y su inclusión en las prestaciones del
sistema de salud en forma gratuita.
No obstante los pronunciamientos del pre-
sidente Macri en contra del aborto durante
la campaña electoral de 2015, el gobierno
habilitó la discusión del proyecto. Macri, adi-
cionalmente, se comprometió a no vetar la
ley en caso de que fuera aprobada por ambas
cámaras. Las razones de este cambio sustancial
de posición tampoco son fáciles de determinar.
Algunos especularon con la posibilidad de que
se tratara de una estrategia electoral, buscando
un posicionamiento del gobierno más cercano
a sectores liberales y diferenciándose del
electorado de origen católico, más conservador.
Otros han propuesto la idea de que se trató de un
distractor de la opinión pública, en momentos
en los que se empezaban a vislumbrar serios
inconvenientes económicos y que concluyeron
más tarde en una sustancial devaluación de la
moneda y el pedido de asistencia financiera al
Fondo Monetario Internacional.
La apertura del debate parlamentario,
las sucesivas ponencias de especialistas y
personalidades destacadas en las comisiones
asesoras en ambas cámaras, dividieron a la
sociedad argentina en dos bandos enfrentados.
El clivaje entre las posiciones favorables y
contrarias no siguió los alineamientos partidarios
ni tampoco las líneas de gobierno y oposición.
El posicionamiento más notorio fue
probablemente el de la actual senadora
Cristina Fernández de Kirchner, que pasó de
bloquear la discusión sobre el aborto durante
sus dos mandatos presidenciales a apoyar
explícitamente el proyecto de legalización,
algo que contradice la presunción de un
acuerdo implícito entre Francisco y la jerarquía
eclesiástica argentina, por un lado, y el
kirchnerismo por el otro.
La Iglesia tuvo una posición destacada en la
articulación de los sectores que se oponían al
proyecto, si bien la conducción del movimiento
fue acompañada por los obispos y el clero en
un segundo plano. La capacidad de movilización
demostrada por los opositores al proyecto
fue un factor decisivo en el resultado final. La
posición de Francisco durante el debate fue un
apoyo indirecto, nunca especificado, expresado
en pronunciamientos genéricos contra el aborto
como forma de cultura de la muerte (lo cual
también sirvió para fijar posición en relación con
el referéndum sobre la legalización del aborto
convocado simultáneamente en Irlanda).
El rechazo del proyecto en Cámara de
Senadores, en el mes de agosto, ha dejado un
panorama cuya evolución será preciso evaluar.
Por un lado, los sectores católicos han
adquirido una cierta conciencia política que
podría traducirse en demandas puntuales a
los candidatos en las próximas elecciones:
por ejemplo, pronunciamientos explícitos en
materia de aborto, género o educación sexual
en las escuelas. También han realizado una
interesante experiencia en materia de lobbying
y de intervención en los medios. Esta nueva
conciencia parece no solamente no reconocer
un liderazgo en la jerarquía eclesiástica sino
constituirse en discreta independencia de ella,
con el objeto de desvincular la posición contraria
al aborto de planteamientos confesionales.
Por otro lado la radicalización de los sectores
favorables a la despenalización del aborto y su
inclusión como materia de salud pública los ha
llevado a poner en el tapete la discusión sobre
la separación entre Iglesia y Estado.
En el art. 2 de la constitución argentina
puede leerse que “el Gobierno federal sostiene
el culto católico, apostólico, romano” lo cual
se traduce en un régimen especial de la Iglesia
en materia de relaciones institucionales pero
también en el financiamiento que el Estado
efectúa a algunas de sus actividades. Si bien es
cierto que hay sectores de la Iglesia, como la
propia jerarquía, que manifestaron su voluntad
de renunciar a esas prerrogativas —el caso del
sueldo de los obispos, pagados por el Estado
nacional—, una aplicación drástica de este
principio podría llevar a la crisis de un vasto
entramado de instituciones confesionales con
fines educativos, asistenciales y sanitarios, cuyo
sostenimiento depende, en diversa proporción,
de recursos públicos.
Problemas de legitimidad
Parece fuera de dudas que esta llamada papal
a un nivel superior de compromiso político
obedece a la voluntad de revertir la declinación
de la influencia y la presencia de Iglesia en el
mundo actual.
Este intento de análisis de la politización de
la Iglesia no estaría completo si no se lo contex-
tualizara dentro de la sustancial pérdida de legi-
timidad de la jerarquía, sacerdotes y religiosos
frente a los fieles en los últimos años.
Es sabido que la legitimidad política se
sustenta en dos principios identificados y de-
finidos por los romanos: la autoridad, el saber
públicamente reconocido, y la potestad, la
capacidad de acción públicamente reconocida.
Si bien la Iglesia nació y se consolidó como
una comunidad política apoyada sobre estos
dos principios, como efecto del proceso de
secularización y también de las políticas de
los Estados contra sus posesiones materiales
y su poder institucional, durante los últimos
siglos ha debido recostar su poder cada vez
más en el principio autoritativo. Este principio,
en la Iglesia, opera de dos formas diversas.
Como autoridad intelectual, transmisora,
custodia y difusora de la doctrina cristiana y
administradora de los medios de salvación; y
como autoridad moral, ejemplo y maestra de la
conducta que deben seguir los cristianos.
Este desbalance entre autoridad y potestad
genera una situación particular. Si bien la
investidura de la jerarquía y el clero no deriva
de una voluntad general expresada en una
asamblea de fieles, es cierto que la obediencia
que les es debida depende del ascendiente que
poseen sobre su grey. La legitimidad de origen
HÉCTOR GHIRETTI
no basta: en todos los casos, pero en este más
que nunca ni ningún otro, necesita ser validada
por el ejercicio.
El fenómeno de la pérdida de la autoridad de
la jerarquía de la Iglesia tiene orígenes remotos.
No obstante, el proceso parece haberse
acelerado en las últimas décadas, sobre todo
después del Concilio Vaticano II, cuando el
acceso a sus documentos y conclusiones
permitió a muchos fieles en todo el mundo
sumarse a discusiones de orden teológico, “Parece que esta
pastoral, doctrinal y litúrgico. Esta ampliación
del horizonte de cuestionamientos en el plano llamada papal a
intelectual a la jerarquía y al propio pontificado
no ha hecho sino crecer desde entonces. un nivel superior
A eso se suma la pérdida de la autoridad
moral. El desprestigio de prelados y de compromiso
sacerdotes ha sido devastador. Los repetidos
y escandalosos casos de abuso y corrupción
de menores y el consiguiente encubrimiento
político obedece
y ocultación, la venalidad y el manejo poco
transparente de recursos, la publicidad
a la voluntad
de costumbres licenciosas que no poseen
encuadre jurídico pero sí suponen graves faltas
de revertir la
relativas a su estado, han mermado gravemente
el ascendiente del clero sobre los laicos.
declinación de
la influencia y
¿Cómo afectará la politización explícita a esta
declinación de la autoridad de la jerarquía y los
la presencia
clérigos? La fractura trasciende las cuestiones
de orden interno y se hace presente en el
de Iglesia en el
ámbito político secular: los laicos no solamente
no se identifican con los posicionamientos de
los obispos en la discusión pública, sino que los
contradicen abiertamente. mundo actual”.
Dos casos sirven para ilustrar el punto. Uno
de las políticas más destacadas del atípico go-
bierno de coalición en Italia, cuyos socios son el
Movimento 5 Stelle y la Lega Nord, es el notorio
endurecimiento en la política de acogida e inte-
gración de inmigrantes ilegales provenientes de
África. Esto ha proporcionado a Matteo Salvini,
controvertido Vicepresidente y Ministro del
Interior, niveles de altísima exposición, en los
que se observa tanto una enorme popularidad
como un extendido rechazo.
51
SOCIEDAD ABIERTA
Famiglia Cristiana, una publicación que es refe-
rente de la Iglesia italiana, publicó en su número
de julio de 2018 las diversas manifestaciones del
rechazo a la política inmigratoria del Gobierno:
desde la Conferencia Episcopal a un gran núme-
ro de obispos nacionales, pasando por los repre-
sentantes de diversas organizaciones católicas.
La portada titulaba Vade retro Salvini, una pará-
frasis latina del rechazo de Jesucristo a Satanás,
que puede encontrarse en Marcos 8,33.09 La
revista causó un fuerte malestar entre muchos
fieles católicos, que en una gran proporción
simpatizan con la política disuasoria de Salvini.10
Resultan particularmente interesantes estos
posicionamientos a partir de la desaparición de
alternativas políticas de sello católico entre las
ofertas electorales, un fenómeno novedoso en
la democracia italiana de la posguerra.11
En octubre de ese mismo año las centrales
sindicales argentinas, en curso de conflicto con
el gobierno, decidieron organizar una concen-
tración de masas en la emblemática Basílica de
Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina.
El acontecimiento central fue la celebración de
una misa calificada de “ecuménica” y oficiada
por el Obispo de Mercedes-Luján, Mons. Agustín
Radrizzani. El acontecimiento se convirtió en un
explícito acto de protesta contra el gobierno, en
el que estuvieron presente destacados líderes
de las fuerzas opositoras, en particular del pe-
09.Vid. http://www.famigliacristiana.it/articolo/migranti-va-
de-retro-salvini-la-chiesa-reagisce-ai-toni-sprezzanti.aspx
10 . Un estudio sobre las actitudes políticas respecto de la inmi-
gración en Italia, con desagregados específicos sobre los cató-
licos puede encontrarse en: https://static1.squarespace.com/
static/5a70a7c3010027736a22740f/t/5b5ecb23352f53124f-
920dc5/1532939059607/Italy+IT+Final_Digital.pdf.
11 . Sobre la ausencia de una alternativa política católica en las
últimas elecciones italianas puede verse el texto de Stefano
Fontana, http://www.lanuovabq.it/it/linevitabile-irrilevan-
za-dei-cattolici. En un reciente texto y sobre la misma línea de
razonamiento, el siempre inquietante Marcello Veneziani se
pregunta qué formas podría adoptar el resurgimiento de una
opción política católica en Italia, después de la desaparición de
la Democracia Cristiana. Menciona la posibilidad de que se for-
me un partido del Papa, que no obstante estaría muy lejos de
constituirse en la voz y la representación de los católicos italia-
nos. https://www.marcelloveneziani.com/articoli/e-se-nasces-
se-il-partito-del-papa/
52
ronismo. La homilía estuvo marcada por claras
referencias críticas al gobierno.
Los líderes sindicales no perdieron la opor-
tunidad de señalar que el acto pudo realizarse
gracias a la anuencia del Papa Francisco. Ante
el creciente malestar de muchos fieles católicos
por una instrumentación tan explícita tanto
del santuario como de la ceremonia religiosa,
Monseñor Radrizzani se apresuró primero a
desligar al Pontífice de toda relación con el acto
opositor y misa de Luján, y posteriormente, ob-
servando que los cuestionamientos no cesaban,
a pedir perdón a quienes “habían sufrido” por
dicho acontecimiento.
Dos elementos agregaron rechazo al asun-
to. Por un lado, las delimitaciones en torno a
las inspiración o promoción de Francisco en
relación con el acto opositor se produjeron a
posteriori, es decir, aprovechando la posible
confusión para legitimarlo. Por el otro, el acto
fue llevado a cabo como respuesta al proce-
samiento judicial de buena parte de la cúpula
sindical —miembros de la familia Moyano— im-
plicada en causas de fraude, evasión, lavado de
dinero y malversación de fondos.
Tanto en Argentina como en Italia y otros
países, la jerarquía eclesiástica no solamente no
goza de ascendiente en asuntos propiamente
pastorales ni de autoridad moral, sino que ade-
más parece errar sistemáticamente en sus po-
sicionamientos políticos. Las responsabilidades
de Bergoglio en estos episodios no tienen tanto
que ver con una nueva orientación política ge-
neral de la Iglesia como con una politización de
la jerarquía pero sin una conducción clara que
fije criterios. Cada obispo y sacerdote parece
“hacer la guerra” por su cuenta.
La agenda política interna
La voluntad de reposicionamiento de la Iglesia
en la esfera pública no se deriva precisamente
de un estado de vigor institucional interno que
desborda sus propios límites. Las apelaciones
de Francisco parecen animar a unos católicos
escaldados, en retirada.
Y es que el propio gobierno de la Iglesia parece
estar inmerso en una profunda crisis. La conti-
nuidad bimilenaria de la institución se puede
explicar a través de una estrategia alternada
de adaptación al medio y de diferenciación del
mismo. Si se excluyen del presente análisis las
explicaciones teológicas y se atiende a los aspec-
tos políticos, se advierte que ninguna institución
puede sobrevivir tanto tiempo gracias a una
pura adaptación, que la llevaría a la disolución,
ni a una constante diferenciación, que la condu-
ciría a un aislamiento seguido de extinción.
Siempre es difícil determinar cuáles son
las necesidades del momento. En el horizonte
aparecen dos alternativas para este Pontificado
y los que lo sucedan. Por un lado, sobre la idea
de que la sociedad y la cultura siguen siendo
cristianas, buscar y resaltar los puntos en común
y las visiones y posiciones compartidas con el
mundo contemporáneo y con otros credos,
tratando de disimular las diferencias o conflictos
y manteniendo las tradicionales estructuras e
instituciones de la Iglesia concebidas para las
grandes masas de fieles, independientemente
de si cumplen con su misión apostólica o se han
convertido en pesados lastres burocráticos. Es
la vía “conservadora” del Papa Francisco.
Por el otro, a partir de la idea de que se
trata de una sociedad poscristiana, preservar
la identidad diferencial de la fe, el culto y la
doctrina, proceder a una depuración que aligere
a la Iglesia de gravosas estructuras obsoletas y
le ayude a preservar su espíritu, en la convicción
de que los cristianos son una minoría más que
necesita ser confirmada si quiere mantener
la cohesión y eventualmente recuperar la
vibración proselitista. Fue, probablemente, la
fallida vía “reformadora” de Benedicto XVI.
La Iglesia es una barca maltrecha que cruje
y parece zozobrar al mínimo golpe de timón.
En cualquier caso, enfrenta una grave crisis de
gobierno corporativo.
En una época de creciente cuestionamiento a
todas las formas de autoridad, el pontificado de
Francisco no muestra particular preocupación
por cimentar un liderazgo interno en materia
de doctrina, culto y moral. Sus alocuciones,
documentos y disposiciones causan no poca
perplejidad, confusión y contradicción entre sus
fieles. Los cuestionamientos por parte de mu-
chos sectores de la Iglesia, más o menos entu-
siasmados por las expectativas que abrió el Papa
latinoamericano y jesuita, no deberían inter-
pretarse automáticamente como la proverbial
incomprensión y el escandalo del mundo ante
el mensaje cristiano: esas objeciones se realizan
desde el marco del propio mensaje cristiano. Las
expectativas se marchitan, el malestar persiste.
Por otra parte, el actual Pontífice no parece
innovar demasiado respecto de sus antecesores
en cuanto a la necesidad de comprometer a los
laicos en el gobierno corporativo de la Iglesia.
Una institución compleja y de escala global
requiere un nivel superior de especialización
y experticia que la formación sacerdotal
no parece estar en condiciones de dar.
Tareas fundamentales como administración,
finanzas, comunicación institucional, logística
o educación podrían ser confiadas a laicos
sin mayores inconvenientes, facilitando las
labores intransferibles de clérigos y religiosos
(administración de sacramentos, celebraciones
litúrgicas, predicación, dirección espiritual).
Esta alternativa obedecería a un imperativo
estratégico, teniendo en cuenta la disminución
de las vocaciones sacerdotales y religiosas y la
necesidad de aprovechar de la mejor forma los
recursos humanos disponibles. Se trata de una
iniciativa concreta que abriría las puertas a una
nueva forma de concebir y practicar el gobierno
de la Iglesia, y que serviría para desactivar y
eventualmente de canalizar demandas internas
derivadas del discurso politizador.
Por último, a pesar de su intento por
tender puentes y espacios de convergencia
con el mundo contemporáneo y otros credos,
Francisco ha fracasado en satisfacer las más
justas y legítimas demandas de ese mundo,
que comparte la inmensa mayoría de los fieles
y que no es más que la actualización de los
principios sobre los que se asienta la moral
cristiana: la persecución implacable del abuso y
corrupción de menores por parte de sacerdotes
y religiosos. Un pecado gravísimo que es a la
vez un crimen y que clama al cielo. El prestigio
institucional de la Iglesia está en caída libre.
Los peligros de la politización explícita  ción podría no ser puramente discursiva ni limi-
La Iglesia parece descender a la confrontación.
Ha dejado de operar al modo tradicional —la
política de las élites, de los contactos y negocia-
ciones a nivel jerárquico— y ha democratizado
su compromiso político. Algunos autores han
especulado con una mutación en la concepción
política del Papado: del arte del gobierno al ba-
rro del conflicto.
Es probable que esta nueva fase guarde ines-
peradas dificultades para el desenvolvimiento de
la misión de la Iglesia. En 1919 un atento observa-
dor de la Iglesia Católica advertía con indisimula-
do alborozo la fundación del Partido Popular, pre-
cursor de la Democracia Cristiana. Su diagnóstico
era terminante: “el catolicismo democrático hace
lo que el socialismo no podría hacer: amalgama,
ordena, vivifica y se suicida” (Gramsci, 1919).
Para Antonio Gramsci el ingreso de la Iglesia
a la lucha democrática minaría las bases sociales
del catolicismo, reduciéndolo a una alternativa
más en la puja de los partidos democráticos y
también afectaría sus propias estructuras je-
rárquicas. El nuevo catolicismo político, para el
pensador sardo, prepararía directamente el ca-
mino del triunfo del socialismo. La Iglesia dejaría
su posición superior de formadora de la cultura
popular y el sentido común y bajaría a la arena
política para convertirse en una alternativa más
entre muchas: “de dominadora absoluta de la
masa de fieles, se convierte a su vez en masa, en
emanación de la masa”.
Las esperanzas de Gramsci no se realizaron,
al menos no totalmente. La Iglesia perdió parte
sustancial de su ascendiente social pero la revo-
lución no llegó: il vecchio muore e il nuovo non
può nascere. El daño al poderío cultural y social
de la Iglesia causado por la Democracia Cristia-
na fue considerable, pero menor al esperado.
Su condición de partido político permitió aislar
los efectos, en tanto la Iglesia no entró en forma
directa a la puja democrática por el poder.
HÉCTOR GHIRETTI
La politización que parece promover Francisco
no sólo no posee la organicidad de un partido
político sino que desafía las formas tradiciona-
les de ejercer el poder en la Iglesia. Esta varia-
tar sus efectos a la política secular. El discurso
evidentemente se refiere a la política secular,
externa, la que se practica en los Estados. No
parece estar en juego ni la organización política
de la Iglesia ni su principio de legitimidad, al me-
nos no por el momento.
Pero en la medida en que Francisco insista en
hacer expresa la misión política de la Iglesia será
inevitable que ese discurso termine penetrando
en su interior. ¿Supone actualmente esta politi-
zación una alteración en la forma de gobierno de
la Iglesia? Parece una hipótesis algo exagerada.
No obstante, en un contexto de creciente
secularización, erosión del principio de autori-
dad y profundización de la sensibilidad demo-
crática, es razonable esperar efectos en el ám-
bito interno. No pocos principios organizativos
fundamentales de la institución se pondrían en
entredicho. Las demandas de democratización
interna ya se vienen articulando en Alemania:
se invocan las formas primitivas de designación
de obispos. Esta demanda podría extenderse a
otras comunidades numerosas. ¿Es posible que
los vaticinios de Gramsci se vean tardíamente
confirmados por el apostolado de orientación
política del Cardenal Bergoglio?
Referencias
AA.VV. (2006), Católicos y políticos, una identidad en ten-
sión. Cuatro hipótesis sobre los límites y alcances de
la presencia de los católicos en la política latinoame-
ricana, Buenos Aires, Agape.
Arendt, H. (1998), La condición humana, Barcelona,
Paidós.
Belaúnde, C. H. (1962), La política en el pensamiento de
Pío XII, Buenos Aires, Emecé.
Gramsci, A. (1919), “I popolari”, L’Ordine Nuovo, 1 de
noviembre.
Ritter, G. (1972), El problema ético del poder, Madrid, Re-
vista de Occidente.
Schmitt, C. (1999), El concepto de lo político, Madrid,
Alianza.
53
DEBATES
D E B A T E S

TRES DILEMAS
DE LA SOCIEDAD
DEMOCRÁTICA
MIGRACIÓN, CIUDADANÍA Y RECONOCIMIENTO

por Israel Covarrubias
Profesor investigador de
tiempo completo en la
Facultad de Derecho de
la Universidad Autónoma
de Querétaro (UAQ).
Producto de un seminario que dirigí durante 2018, en el seno del Doctorado en Cien-
cias Jurídicas de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Querétaro,
los textos que conforman esta sección han sido discutidos y debatidos en diversas
ocasiones por sus autores y por su servidor. Aparentemente alejados desde el punto
de vista temático uno del otro, terminan por confirmar el destino político y jurídico,
incluso cultural de nuestro tiempo: es en relación a la cuestión de la democracia que
pensamos y debatimos; es frente a sus mocedades y turbulencias que algo nos llama
la atención en las formas de conjunción del orden democrático; es en contraste con
sus desarrollos presentes que miramos sus posibilidades de porvenir; es en el debate
de sus problemas que podríamos encontrar una llave que nos permita contrarrestar
sus malestares recientes. En este sentido, los tres artículos abordan desde distintas
perspectivas tres dilemas que la sociedad democrática expresa hoy, comenzando con
el problema de la migración que se vuelve central para la comprender la democra-
cia del siglo XXI (tema de la primera contribución), ya que la enorme movilidad de
personas de un país a otro, de una región a otra, están configurando los límites de la
ciudadanía (tema de la segunda contribución), que sigue anclada a la nación y al lugar
de nacimiento, pero también abren opciones sociales y políticas para que las exigen-
cias de reconocimiento y asimilación, así como las posibilidades de expansión jurídica
de los derechos sea una realidad más allá del régimen político y las normas que lo
soportan (tema de la tercera contribución). Ojalá que esta entrega sea del interés de
los lectores de metapolítica.

54 55
DEBATES
El mito del fracaso
educativo de los
migrantes mexicanos
en Estados Unidos
raíz de la postura xenófoba del gobierno de
Trump frente a la migración mexicana en Esta-
dos Unidos, se ha desatado una polémica sobre
los hijos de mexicanos en el país vecino. Su
condición de estudiantes en calidad migratoria
irregular los coloca en una situación de vulne-
rabilidad que el gobierno de Obama trató de
solventar mediante el Dream Act01 facilitando
su camino hacia el ingreso a la educación su-
perior y con ello lograr una adaptación positiva
a la sociedad norteamericana. A partir de este
programa, el mundo volteó la mirada hacia este
grupo de jóvenes quienes, a pesar de contar con
un lugar en las escuelas gracias a la sentencia
de Plyler vs Dole en la que se reconoció su dere-
cho a la educación, no han logrado un proceso
educativo exitoso de acuerdo con diferentes
trabajos de investigación. Es así como varios au-
tores hablan sobre un fracaso en la trayectoria
escolar que ha mermado los logros educativos
entre los estudiantes mexicanos en ese país, fa-
voreciendo su marginalización en la educación y
en la sociedad. La academia comenzó a centrar
su atención en la niñez migrante por reconocer
que los efectos a largo plazo de la inmigración
en la sociedad americana estarían determina-
dos menos por la primera y más por la segunda
generación y el pronóstico de este resultado no
por Silvia sería tan optimista como el que las teorías do-
Matallana minantes sobre asimilación habían anticipado:
Villegas el caso ameritaba un serio escrutinio.
Facultad de 01 . El Dream Act es un proyecto de ley ante el Congreso
estadounidense que crearía un camino a la ciudadanía
Derecho de
formal para los jóvenes que se encuentran no autoriza-
la UAQ. dos, y así poder avanzar en la escala social a partir de la
obtención del éxito educativo.
56
DEBATES
Recogiendo algunos elementos de estas denun-
cias que alarmaron a los teóricos en estudios
migratorios, encontramos que hasta el 2008 ha-
bía más de un millón de alumnos mexicanos in-
documentados con falta de dominio del inglés,
y un bajo nivel socioeconómico en las escuelas
de Estados Unidos (Tinley, 2008: 269); los lo-
gros educativos de estos jóvenes mexicanos se
ubican entre los más bajos de todos los grupos
étnicos en cuanto a eficiencia terminal en high
school (Bohon, 2005); el acceso a la educación
superior para muchos estudiantes mexicanos
ha sido inequitativo y también se detecta baja
eficiencia terminal (Cook, 2007); se ha reporta-
do escaso aumento de escolaridad del migrante
antes y después de IRCA02 y de los programas
de reunificación familiar (Durand, et al., 2003);
predomina una alta tasa de deserción escolar
(Valenzuela 1996); no ha habido movilidad in-
tergeneracional en materia educativa entre las
primeras y las terceras y cuartas generaciones
de mexicanos en Estados Unidos (Telles y Ortiz,
2008). En conjunto, todo lo anterior evidencia
una crisis educativa de los estudiantes mexica-
nos y como consecuencia está emergiendo de
manera inminente una minoría sub-educada
en Estados Unidos (Gándara, et al., 2009). Este
bajo nivel de escolaridad los relegará a los pel-
daños más bajos de la escala ocupacional y sala-
rial (Levine, 2006).
Los detalles de este panorama sombrío se
fueron documentando y analizando en diversos
trabajos académicos que empiezan a surgir a
02 . IRCA por sus siglas en inglés es la Reforma Migra-
toria de 1982 bajo en gobierno de Ronald Reagan.
57
DEBATES
partir de los estudios de las segundas genera-
ciones de migrantes en Estados Unidos en la
década de los setenta, siendo el detonante la
investigación de Grebler, et al. (1970) en The
Mexican American People: The Nation’s Se-
cond Largest Minority, quienes vuelcan su mi-
rada hacia el creciente reto que implica colocar
a los mexicanos como segunda minoría dentro
del mapa político y social. Es así como este li-
bro constituye el primer estudio sociológico a
profundidad sobre la comunidad mexicana en
Estados Unidos.
Con el objetivo de entender la realidad de
esta población, se investiga sobre su situación
económica, social política y educativa. La de-
nuncia alerta sobre el trato generalizado de los
mexicanos como un grupo racial minoritario
marginado y discriminado, en clara contradic-
ción con el ideal americano de igualdad de ac-
ceso a las oportunidades. Analizando el proceso
social de la adaptación y la asimilación de los
inmigrantes de origen mexicano llega a la con-
clusión de que son mucho menores los casos de
personas mexico-americanas que han logrado
participar en la sociedad norteamericana alcan-
zando la clase media, y la generalidad es la es-
casa asimilación, que permea hacia las futuras
generaciones. Se desencadena a partir de esta
denuncia un análisis de los factores que han
generado esta marginación de los mexicanos en
Estados Unidos, señalando un foco de alarma
en el proceso educativo de los niños y jóvenes
de ascendencia mexicana.
Escasa movilidad educativa
intergeneracional
Resultó de gran trascendencia para comprobar
esta hipótesis sobre el fracaso educativo de
los mexicanos, la conclusión de un libro que se
escribió tres décadas después y que se plantea
a partir de un contraste con estas investigacio-
nes realizadas en los años sesenta. La obra fue
concebida en 1992, como producto del azar, tal
58
como lo narra de manera anecdótica Rumbaut
(2009), cuando las cajas llenas de cuestionarios
utilizados en la encuesta domiciliarias aplicadas
en Los Ángeles y San Antonio a mediados de 1960
y que dieron fundamento a la obra The Mexican
American People, fueron halladas por casualidad
por trabajadores de la construcción en la UCLA y
llamaron la atención de Telles y Ortiz. Las cajas
contenían los archivos del proyecto de Gebler y
su equipo de científicos en 1970, que ahora pa-
sarían a formar parte de este nuevo trabajo de
investigación que le daría continuidad. El único
sobreviviente del equipo de científicos sociales
inicial que lo logró conocer fue Moore quien le
aportó un singular prólogo. Los investigadores
se dieron a la tarea propia de un detective para
localizar a los encuestados originales tres déca-
das atrás, logrando entrevistar de nuevo a 684
entre 53 y 85 años de edad y adicionalmente 758
de sus hijos que ya se encontraban en una edad
de entre 35 y 55 años. Solo se localizó al 79 por
ciento de los entrevistados originalmente.
Mediante un análisis de aspectos como el
avance en lo económico, el manejo del idioma
inglés y español, la integración residencial,
matrimonios mixtos, identidad étnica y par-
ticipación política, se analizó el proceso de in-
tegración a lo largo de tres generaciones con
el fin de responder interrogantes sobre si las
fronteras sociales étnicas y raciales entre Méx-
ico-americanos y otros grupos, especialmente
anglos, aumentaron o cedieron en el tiempo
desde su inmigración al país. Se cuestiona si los
inmigrantes mexicanos se visualizan a si mis-
mos como diferentes ya que viven en barrios
segregados y tienen puntos de vista políticos
diferentes, pero, ¿se mantienen estas fronteras
étnicas entre sus descendientes o tienden a
desaparecer?, ¿qué factores intervienen en las
sendas del proceso de asimilación? Se concluye
cómo las discrepancias entre los anglos y los
mexicanos se han mantenido relativamente
constantes desde 1960 en el presente siglo; inc-
luso se puede afirmar que la brecha económica
y educativa se ha hecho más ancha.
En el capítulo relativo a la educación, Telles y Or-
tiz (2008) logran con éxito establecer, con base
en estos indicadores de movilidad intergenera-
cional educativa mediante un análisis cuantita-
tivo longitudinal, que las terceras y cuartas ge-
neraciones de mexicanos en Estados Unidos no
han alcanzado más metas que sus padres en el
tema educativo. Contrario a lo que se espera en
las perspectivas de asimilación convencionales,
no se detecta en este rubro un progreso lineal
porque se encuentran picos de logros educati-
vos en las segundas generaciones, pero luego
declinan en las terceras y cuartas generaciones.
De manera similar, el progreso económico
tiene su mejor momento en la segunda gener-
ación, lo cual coincide con la variable educativa
para explicar el progreso del estatus socioeco-
nómico. Éste se estanca en la segunda gener-
ación y la tasa de pobreza se mantiene alta en
generaciones posteriores. Se detecta cómo los
índices educativos altos de las segundas genera-
ciones incidieron en matrimonios mixtos y la in-
tegración a la sociedad, mientras que los bajos
índices educativos perpetuaron el aislamiento
social, limitando la exposición a personas de
otros grupos étnicos obstaculizando las opor-
tunidades de matrimonios mixtos. En síntesis,
para los autores la educación es el eje de la
asimilación lenta (Tellez y Ortiz, 2008).
¿Asimilación, integración
o aculturación?
Estos tres conceptos tienden a ser confundidos
tal como lo señala Vargas (2010), por ser diferen-
te asimilar, integrar y aculturar. Para solventar
la confusión ofrece una distinción de los tres
conceptos mediante la siguiente precisión: la
asimilación contempla como elementos la si-
militud, reemplazo de la “cultura nueva por la
cultura vieja”, acceso a la estructura económica,
conformación de una cultura común y ascenso
de una clase social a otra. Por su parte la integra-
ción se distingue por los niveles de integración,
en forma de acuerdos mutuos entre la sociedad
receptora y la sociedad inmigrante, necesidad
de reconocimiento y finalmente “integración en-
tre integrables”. Por último, la aculturación tiene
un enfoque culturalista y niveles de aculturación
con elementos como lengua, religión, cosmovi-
sión, etcétera.
La teoría de la aculturación plantea que,
en la interrelación entre culturas distintas, se
produce un proceso de asimilación que como
resultado va configurado una cultura nueva,
con la característica de estar enfocado única-
mente al componente cultural de la interacción
entre grupos de diversos orígenes culturales.
Tal como lo distingue Sartori (2001: 165), “[es]
el aspecto específicamente cultural de una
asimilación, y por tanto afecta sobre todo a
los valores y al lenguaje y de los que entran a
una cultura distinta. Se debe distinguir entre
aculturación a) lingüística, b) de los valores re-
ligiosos, c) de los valores domésticos y d) de los
valores políticos”.
En términos generales, el concepto de acul-
turación se distingue de los conceptos de asi-
milación e integración por la consideración del
aspecto económico tal como lo subraya Vargas
(2010); así en el caso de la aculturación, se con-
templan niveles que corresponden al mundo de
la vida cultural de los migrantes, mientras que
la integración y asimilación se plantea en otros
términos como el de ascenso o descenso eco-
nómico, de movilidad de una clase social a otra
como modelos de incorporación.
El paradigma clásico de los estudios de asi-
milación asume que las fronteras de la cultura,
identidad y comunidad coinciden en el mismo
punto. Las unidades de análisis son comuni-
dades de inmigrantes originarias de un país en
particular que se abren camino en una cultura
diferente. Al final del proceso las minorías cultu-
rales son diluidas por procesos de aculturación.
Las comunidades se disuelven a través de matri-
monios mixtos y dispersión espacial, y las iden-
tidades étnicas se van desdibujando quedando
una “etnicidad simbólica” (Wimmer, 2007).
SILVIA MATALLANA
Modelo teórico de la
asimilación segmentada
Como respuesta a limitantes por el carácter
monolítico del paradigma anterior, la asimila-
ción segmentada surge como un parteaguas
que intenta romper con el modelo tradicional
de la asimilación de los migrantes a la sociedad
estadounidense, señalando que ignoraba facto-
res como el contexto social, el barrio, la familia,
los grupos de convivencia como organizaciones
sociales y religiosas presentes en el proceso de
asimilación. Tampoco tenía en cuenta las deci-
siones personales que los mismos migrantes “Evidencia una
van adoptando como formas de interactuar con
la sociedad de acogida. crisis educativa
A partir de esta crítica, el modelo teórico de
la asimilación segmentada se desarrolla en dos de los estudiantes
trabajos de Portes y Rimbaut (2001) con funda-
mento en evidencia que demuestra que los in- mexicanos y como
migrantes mexicanos no han seguido un camino
de asimilación uniforme sino por el contrario,
han tomado caminos segmentados. La teoría
consecuencia está
tiene como objetivo explicar porqué algunos
grupos de migrantes terminan en condiciones
emergiendo de
económicas desfavorables y allí se mantienen
mientras que otros logran evitar o salir de las
manera inminente
condiciones de pobreza. Proponen un marco
alternativo para entender el origen de los pa-
una minoría
sub-educada en
trones de adaptación entre los inmigrantes
contemporáneos analizando los factores que
Estados Unidos”.
intervienen en el complejo proceso de adapta-
ción de los inmigrantes en Estados Unidos,
y así explicar cómo éstos conducen a distintos
caminos de convergencia o divergencia.
Con base en esta teoría, Portes et al. (2009)
presentan los resultados de un programa de
investigación longitudinal acerca de la segunda
generación de migrantes que se inicia en 1990
y se finaliza en el 2006. Los modelos teóricos
de la asimilación segmentada son la base para
modelos cuantitativos que predicen asimilación
hacia abajo en la adultez temprana, comple-
mentados con entrevistas cualitativas que per-
miten identificar modelos para escapar de este
59
DEBATES
“Los inmigrantes mexicanos
no han seguido un camino
de asimilación uniforme sino
por el contrario, han tomado
caminos segmentados”.
60
destino en el caso de niños hijos de migrantes
en desventaja. Dentro de los hallazgos se dem-
uestra cómo la segunda generación de jóvenes
está avanzando educativa y laboralmente, pero
una minoría significativa este resultando reza-
gada. Este grupo responde a las predicciones
que se basan en variables como el capital hu-
mano de los padres, tipo de familia y modos de
incorporación.
Si bien es evidente que los miembros de la
segunda generación ya sean exitosos o no, se
asimilarán, en el sentido de aprender la cultura
americana, hace una gran diferencia si lo hacen
uniéndose a la clase media convencional o a la
parte inferior y más marginada de la sociedad.
Las aspiraciones educativas
Dentro del proceso de adaptación a la sociedad
de acogida, se han identificado una diversidad
de factores que inciden en el desempeño es-
colar y se traducen en el éxito o fracaso en el
proceso educativo afectando también el proce-
so de asimilación. Estos incluyen las aspiracio-
nes educativas y el estímulo por parte de sus
padres inmigrantes, como una de las mayores
influencias en la educación de los hijos, y que
determinan variaciones en su desempeño
académico. Las aspiraciones educativas consti-
tuyen un factor que permite predecir sus elec-
ciones educativas en el futuro y eventualmente
constituyen un elemento de medición de la in-
tegración social (Rashmi, et al., 2002). Analizan
por un lado la relación entre las expectativas de
corto plazo y las aspiraciones de largo plazo con
condiciones sociales (estatus socioeconómico
de la familia y lazos de amistad) y estructurales
(estatus migratorio y país de origen). Sostienen
que, aunque los factores sociales son deter-
minantes en las expectativas y aspiraciones,
las aspiraciones educativas a largo plazo no se
asocian con el estatus migratorio. Investigan
cómo el contexto delinea las actitudes educa-
tivas mediante un análisis que incluye variables
tanto individuales como escolares.
En el caso específico de los inmigrantes
mexicanos en Estados Unidos, con el creci-
miento exponencial de la segunda genera-
ción resultado de la migración familiar, se
ha evidenciado el factor de las aspiraciones
educativas. Es así como se argumenta que los
inmigrantes traen consigo sus aspiraciones a
su nuevo lugar de residencia, aspiraciones que
también son trasmitidas a sus descendientes.
En especial, la primera generación se aferra
a conservar su identidad nacional, su orgullo
patrio y transmitirlo a sus hijos, así como as-
piraciones determinadas por el contexto en el
país de origen. En México, por ejemplo, entre
las familias de bajos ingresos que son las más
susceptibles a migrar a Estados Unidos, las
ventajas de seguir estudiando son significativa-
mente menores que para personas de altos ni-
veles socioeconómicos. Tradicionalmente, los
jóvenes se mantienen en la escuela hasta que
los costos, sean costos directos de la educa-
ción o de no tener ingresos por trabajo, pesan
más que los beneficios de seguir estudiando.
En consecuencia, para muchos jóvenes, es de
más provecho trabajar para aumentar el ingre-
so familiar que seguir estudiando.
Esta carencia de altas aspiraciones educativas
que los inmigrantes traen a su nuevo lugar de
residencia, se ha considerado una de las mayores
influencias en los resultados escolares y uno de
los mejores parámetros para predecir el éxito
académico o la deserción escolar de los jóvenes
pertenecientes a una minoría y que pueden
afectar la posibilidad de obtener un título uni-
versitario, que a su vez les permitirá conseguir
un empleo bien remunerado. Kao y Tienda (1998)
analizan como tanto los resultados educativos
como los del mercado laboral, representan la
mejor medición del progreso de la segunda gen-
eración, porque hablan de una adaptación a los
valores de la sociedad americana.
En este sentido, un estudio sobre las famil-
ias y los hijos de inmigrantes provenientes de
Ameca, Jalisco, que residen en California (Portes
y Rumbaut, 2001) encontró que un sector de
familias mexicanas ha ido aprendiendo el valor
sustancial de la educación como un mecanismo
de movilidad económica para un mejor futuro
de los hijos. Afirman que en general las familias
mexicanas han tardado muchos años en atender
la importancia de la educación en la sociedad
norteamericana, pero a partir de la búsqueda
por establecer un nuevo proyecto de vida famil-
iar e individual en el país de acogida, y de que
los padres inmigrantes mexicanos saben que ya
no regresarán a México, han tomado conciencia
de que la única manera de sacar a sus hijos ad-
elante es a través de la educación y que ésta es
el factor que cambiará para bien las trayectorias
de vida tanto de los que regresarán a su país de
origen como de los que se quedan.
Martínez (2016) hace una propuesta también
dentro del marco teórico de la asimilación seg-
mentada, a partir del análisis del impacto que
tiene la vida familiar en las aspiraciones educati-
vas de los hijos de inmigrantes mexicanos. Ase-
gura que la familia es un punto estratégico para
SILVIA MATALLANA
entender las dinámicas de los flujos de la inmi-
gración (legal e ilegal) y del proceso de adapta-
ción del inmigrante. Concluye que “el proceso
de adaptación de los hijos de inmigrantes es el
resultado de un gran laboratorio sociocultural”,
donde hay varios factores familiares que influy-
en tales como el entorno de la familia, el estilo
de crianza, las relaciones paterno-filiales y la
dinámica familiar. El análisis determina cómo
los valores, las costumbres y el bagaje cultural
de los padres mexicanos intervienen en el
proceso de adaptación y chocarán con la cultura
del lugar de destino que los hijos absorben de
manera cotidiana. En ese plano los hijos buscan
su propia identidad y procuran formar parte de
esa sociedad que les discrimina y rechaza por ser
diferentes. Todos estos elementos conducen a
procesos de asimilación dispares. La predicción
es que los hijos que logren asimilarse de forma
ascendente en gran medida será por el impulso
que sus familias logren proporcionarles, aunado
a su buen desempeño escolar. En todo caso
reconoce que son muchos los obstáculos que
tendrán que sortear.
El trabajo etnográfico de Valdés (1996) deno-
minado: “Con respeto: Construyendo un puente
entre familias culturalmente diversas y las escue-
las” presenta una investigación sobre familias
inmigrantes mexicanas en su ocupación de “so-
brevivir, aprender y lograr el éxito en un nuevo
mundo”. Se examina lo que aparece como un
desinterés en la educación por parte de los pa-
dres mexicanos y demuestra que estas familias
en plena lucha son ricas y fuertes en valores fa-
miliares y tienen una visión clara de lo que signifi-
ca el éxito y el fracaso. La conclusión cuestiona el
mérito de los programas típicos de intervención
diseñados para promover logros en la escuela
y sugiere que estas intervenciones que no res-
petan los valores de familias diversas tienen un
efecto negativo a largo plazo en los estudiantes.
Finalmente, en respuesta a quienes señalan
que las aspiraciones educativas y laborales de
los mexicanos son bajas, Levin (2006: 175) con
gran acierto responde que:
61
DEBATES
[…] el hecho de haber dejado su país de
origen para emigrar a los Estados Unidos
demuestra lo contrario. Si medimos sus
avances en términos de hasta dónde han
llegado, en comparación con de dónde
provienen, los saltos son enormes tanto
para niveles de escolaridad como para
niveles salariales. Sin embargo, si compa-
ramos sus logros con los estándares pre-
valecientes en Estados Unidos su situación
resulta muy desventajosa.
Noción del pensamiento deficiente
Algunos autores aluden a los bajos niveles de
competencia que los estudiantes mexicanos
presentan al iniciar su etapa educativa en el país
de acogida y que les impiden terminar este pro-
ceso (Gándara y Contreras, 2009). El fracaso en
el desempeño escolar de estudiantes provenien-
tes de otros países ha llegado a ser justificado
desde supuestos limitantes cognoscitivas hasta
incluso alegar razones de inferioridad genética y
cultural (Valencia, 1997).
Es así como las escuelas americanas han des-
plegado la perspectiva denominada del “Pensa-
miento deficiente” (Deficit thinking) que explica
cómo las minorías de estudiantes de bajos recur-
sos fallan en la escuela porque tanto ellos como
sus familias experimentan deficiencias que obs-
truyen su proceso de aprendizaje, tales como
una inteligencia limitada, falta de motivación o
socialización inadecuada en su hogar. Por ende,
consiste en una manera de culpar a la víctima y
visualizar al grupo de estudiantes pobres de mi-
norías y a sus familias como los responsables de
deficiencias en su desempeño y del fracaso aca-
démico. Para Valencia (1997), la teoría del pen-
samiento deficiente aparece como un término
académico para clasificar fácilmente a un grupo
de individuos que no son exitosos en la escuela.
El término déficit debiera indicar que hay una
clasificación de un conjunto de razones por las
62
cuales el grupo no tiene buenos logros académi-
cos, sosteniendo que carecen de algo, esto im-
plica el término “déficit”. Se debiera tratar de un
término que señale una complejidad de aspec-
tos de un grupo específico de individuos que im-
pactan su habilidad de aprender, y que los hacen
luchar con lo académico por fallas ajenas a ellos.
Esta teoría ignora que existen razones macro y
micro que impactan la habilidad de aprendizaje,
incluyendo las influencias socioeconómicas y
políticas que impactan el ambiente educativo.
Modelo de las mejores prácticas
En contraste con las teorías del pensamiento
deficiente, en la última década del siglo XX
surgen enfoques de investigación consistentes
en evaluar las mejores prácticas educativas
que habían logrado avances importantes en
la educación de los alumnos latinos. Un estu-
dio clásico realizado por Lucas, et al., (1990)
describió las mejores prácticas en cinco pre-
paratorias de California y Arizona. Dentro de
los hallazgos de la investigación está que las
escuelas que se acogen al modelo de mejores
prácticas tienen como prioridad empoderar
a los latinos en Estados Unidos contra las ba-
rreras en el plano educativo. En ellas se valora
el idioma y cultura de los estudiantes, se con-
trata personal y maestros bilingües, se alienta
el aprendizaje del español y se permite el uso
del idioma del alumno excepto en las clases de
inglés; se ofrecen clases avanzadas bilingües
y sesiones de información sobre los requeri-
mientos para entrar a la universidad; se brinda
apoyo y capacitación a los maestros en téc-
nicas específicas, se habilita a los consejeros
para dar atención especial a los estudiantes
latinos y se alienta a los padres para involu-
crarse en la educación de sus hijos.
Sobre la misma línea argumentativa, Valen-
zuela (1999) plantea que la escuela le resta re-
cursos a la juventud de origen mexicano porque
involucra un proceso de “des-mexicanización”03
que consiste en desaparecer su cultura y lengua-
je, erosionando su capital social. Esto sucede
cuando se hace caso omiso de la necesidad de
definir adecuadamente el concepto de educa-
ción, mediante las políticas y prácticas de asimi-
lación que minimizan su cultura e idioma, lo que
los dificulta la construcción de lazos sociales con
otros estudiantes o con recursos tales como el
conocimiento o habilidades académicas.
Los estudios sobre mejores prácticas educa-
tivas resaltan la importancia de integrar estra-
tegias de enseñanza del inglés con el español,
estrategias de socialización culturalmente rele-
vantes y flexibles a la situación de los alumnos,
así como un respeto profundo por los valores y
las normas de las familias inmigrantes.
De manera reiterativa, Paredes (1999) en-
contró que los “estudiantes problema”, es
decir, migrantes con pocos conocimientos del
inglés, de familias pobres y en ocasiones ausen-
tes por largas temporadas, respondían mejor a
los maestros que adaptaban y modificaban el
currículum para hacerlo más relevante a la cul-
tura y las necesidades de los alumnos, logrando
que se entusiasmaran por su aprendizaje.
Teoría del sistema educativo fallido
Esta teoría surge de un trabajo profundo de in-
vestigación y análisis de Gándara et al. (2009)
sobre el sistema escolar público americano y
sus implicaciones en los individuos de origen
mexicano y sus descendientes. Su hallazgo
principal es que éste ha fallado históricamente
en proveer oportunidades de educación ade-
cuadas y equitativas a la población latina en
Estados Unidos. El argumento es que la educa-
ción inadecuada de latinos crea una barrera en
su movilidad económica y social que no debe
ser subestimada porque creará una clase baja
03. Traducción de De-Mexicanization.
permanente sin esperanza de integrarse a la
sociedad americana, o de realizar su potencial
para contribuir en ella.
Las escuelas públicas son un componente
crítico para generar oportunidades de trabajo
y también la clave para socializarlos dentro de
la sociedad americana, pero pueden fallar en
proveer esta oportunidad a los estudiantes.
Mediante datos estadísticos se ilustra la exis-
tencia de instalaciones inadecuadas y pobres
instrucciones educativas en las escuelas públi-
cas de los barrios de bajo ingreso habitadas por
latinos. Otros factores institucionales se rela-
cionan con la falta de maestros preparados para
enseñar inglés y contenidos a los estudiantes la-
tinos y con las estructuras en los niveles medio
y medio superior que impiden que el estudiante
latino logre una adecuada preparación para la
educación superior. Romo et al. (1996) estudia-
ron cómo las escuelas de high school bloquean
la entrada de los alumnos latinos a las clases
avanzadas y necesarias para las universidades
(tracking). Los jóvenes mexicanos recién llega-
dos a las escuelas de middle school y high school
en Estados Unidos tienen poco conocimiento
del impacto de sus decisiones escolares y cómo
pueden influir en una posterior oportunidad
para estudiar en una universidad, tales como
llevar cursos avanzados, tomar ciertos exáme-
nes y mejorar habilidades tecnológicas.
Para plantear un argumento en contra de
las corrientes que sostienen creencias deficita-
rias que culpan la falta de habilidad intelectual,
ponen el acento en las enormes barreras que
enfrentan estos niños y jóvenes que son una
clara muestra de que el sistema educativo falla
en apoyarlos para facilitarles una educación
exitosa. Asimismo, desestiman factores como
las ventajas o desventajas de los estudiantes
mexicanos, los antecedentes educativos de los
padres, el estatus socioeconómico, el contexto
educativo del que provienen, concluyendo que
éstos no determinan su éxito o fracaso en la es-
cuela, sino que, por el contrario, es “el contexto
SILVIA MATALLANA
social en el que los estudiantes crecen y pueden
formar su visión del futuro”, así como no contar
con los recursos necesarios en sus comunidades
y asistir a escuelas inadecuadas.
Son precisamente estos trabajos los que em-
piezan a desentrañar las causas no atribuibles a
los estudiantes del mito del fracaso educativo de
los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos.
El habitus dentro del proceso migratorio
Pintor (2011) introduce el concepto de habitus
desarrollado por Pierre Bourdieu y lo considera
aplicable dentro del análisis del proceso migra-
torio como un elemento mediante el cual el mi-
grante tiende a asegurar su propia constancia; “La escuela le
es un mecanismo de defensa contra el cambio.
Explica cómo el migrante se aferra a su heren- resta recursos
cia cultural o matria a través de sus vínculos y
prácticas habituales. Bourdieu (1999) habla a la juventud de
de la repetición de una conducta de manera
espontánea, como algo mecánico, automático. origen mexicano
El habitus operará como una selección siste-
mática de informaciones nuevas, rechazando
o reinterpretando aquellas que los cuestionen
porque involucra
y limitando la exposición del agente a aquellas
experiencias y grupos sociales en los cuales su
un proceso de des-
habitus no sea adecuado. En el caso específi-
co de los migrantes mexicanos en el presente
mexicanización”.
siglo, el intercambio y desarrollo social de las
redes es el factor que ha permitido que el mi-
grante transnacional mantenga lazos culturales
y por tanto pueda operar el habitus.
Para comprender los procesos de adapta-
ción, Bourdieu (1999) sugiere estudiar esta
coexistencia de las nuevas condiciones y las
disposiciones adquiridas con anterioridad. Son
las relaciones de parentesco, vecindad y cama-
radería lo que ayuda a reducir el sentimiento
de imposición de una arbitrariedad que sienten
los migrantes cuando carecen de control sobre
sus nuevas condiciones de vida, cuando buscan
trabajo, vivienda o educación para sus hijos. En
63
DEBATES SILVIA MATALLANA

“Los inmigrantes mexicanos “Ha fallado históricamente

no han seguido un camino en proveer oportunidades
de asimilación uniforme sino de educación adecuadas y
por el contrario, han tomado equitativas a la población
caminos segmentados”. latina en Estados Unidos”.

suma, Pintor (2011) plantea como el habitus de
Bourdieu es el principio generador de nuevas
prácticas que facilitan la adaptación que implica
el proceso de migración, siempre de acuerdo
con las coyunturas y las circunstancias en con-
textos específicos.
Teorías de desigualdad
Una aportación de Bourdieu y Passeron (2003)
que, integrada con el concepto de habitus, puede
explicar el fracaso escolar es el concepto de la des-
igualdad. Afirma que el éxito escolar se distribuye
según la clase social de que provengan los estu-
diantes, en gran parte debido al diferente bagaje
cultural (de clase social) de cada uno y su relación
con la cultura dominante (la de la clase alta).
La ceguera ante las desigualdades sociales
obliga y autoriza a explicar todas las des-
igualdades, especialmente en materia de
éxito escolar, como desigualdades natu-
rales, desigualdades de dotes. Semejante
actitud está implícita en la lógica de un
sistema que, por reposar en un postulado
de igualdad formal de todos los alumnos
–postulado que es condición previa de su
funcionamiento- está incapacitado para
reconocer otras desigualdades que las que
provienen de las dotes individuales. Tanto
en la enseñanza propiamente dicha cuan-
to en la selección de los que se muestran
aptos, el profesor no reconoce más que
alumnos iguales en derechos y en deberes
(Bourdieu y Passeron, 1973: 103).
La escuela, por tanto, cumple una función
cultural al inculcar, transmitir y conservar la
cultura. En este caso solo lo hace respecto a la
cultura norteamericana con lo que se codifica,
homogeneiza y sistematiza el mensaje esco-
lar y a quien lo transmite, buscando anular el
proceso de adaptación de los niños y jóvenes
migrantes y llevándolos inevitablemente al fra-
caso escolar.
Conclusiones
La relevancia del tema educativo y el derecho
a la educación entre los migrantes en Esta-
dos Unidos reside en la trascendencia de éste
como derecho humano progresivo o derecho
llave (key right), ya que despliega otros dere-
chos humanos porque habilita el goce de los
derechos civiles y políticos y, a su vez, los de-
rechos económicos, sociales y culturales. Por lo
tanto, el fracaso escolar impide el goce de los
derechos humanos y obstaculiza el proceso de
asimilación en la sociedad de acogida. En Esta-
dos Unidos la educación pública es la materia
prima con la que se construye la democracia,
y de acuerdo con las expectativas de las teo-
rías de asimilación, la mayoría de los hijos de
mexicanos nacidos y criados en Estados Unidos
deberían ser ciudadanos enteramente impreg-
nados de la cultura y de las aspiraciones ame-
ricanas. Contrariamente, presentan altas tasas
de deserción escolar, bajos niveles de logros
educativos y son sujetos a una educación de
inferior calidad. La escasez de oportunidades
educativas ha impedido que alcancen los limites
de sus propios talentos y se integren de manera
constructiva a la sociedad americana.
Es un hecho que los México-americanos es-
tán en desventaja y que les toma mucho tiem-
po asimilarse, y sus fallas en incorporarse ade-
cuadamente al sistema educativo no pueden
imputársele de manera exclusiva a ellos y a sus
familias. Las diversas limitantes identificadas
en investigaciones sobre el desempeño escolar
de los estudiantes mexicanos en las escuelas
americanas y que constituyen un obstáculo
en la trayectoria educativa, incluyen la difi-
cultad de aculturación, las relacionadas con la
migración y el estatus migratorio, las barreras
de lenguaje y la discriminación. Entre éstas, el
factor migratorio tampoco puede ser contem-
plado como el único determinante de los bajos
logros educativos de los estudiantes de origen
mexicano. Es necesario visualizar también
como determinantes las circunstancias socia-
les, así como fallas institucionales que impac-
tan su trayectoria académica.
Aunque hay más oportunidades de movi-
lidad para los mexicanos en Estados Unidos
comparado con países de América Latina, esta
movilidad se ve amenazada para los hijos de
los mexicanos por sus resultados educativos.
La movilidad intergeneracional educativa es un
factor en la disminución de las desigualdades
económicas por su efecto a largo plazo para
equilibrar las oportunidades en la sociedad de
acogida, donde de no mejorar los logros educa-
tivos se verán relegados a los estratos más bajos
de la sociedad y por ende a oportunidades labo-
rales y académicas muy limitadas.
Es la misma discriminación, los prejuicios
hacia los jóvenes latinos y este mito sobre su
bajo rendimiento escolar lo que mantiene un
entorno negativo en la sociedad de acogida que
condena a los estudiantes de origen mexicano
a mantenerse en las clases bajas y con ello rea-
lizar un aporte económico en su calidad de mi-
grantes que se limitan a satisfacer la demanda
de los empleos más bajos de la escala ocupacio-
nal y salarial. m
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64 65
DEBATES
Ciudadanía y clase
social. Apuntes en
torno a los alcances
de un ensayo clásico
l presente artículo constituye un esfuerzo por
presentar de manera sintética algunos aportes
para un estado del conocimiento referente al
trabajo seminal de T. H. Marshall, Citizenship
and Social Class. Se persiguen en el artículo
varios objetivos. En primer lugar, presentar una
mirada teórica sobre el texto que evite ponerlo
en el ya conocido argumento histórico-socioló-
gico de Marshall sobre las tres dimensiones de
la ciudadanía relacionadas con la formación y
reconocimiento históricos de los derechos civi-
les, políticos y sociales en Inglaterra en los siglos
XVIII, XIX y XX, respectivamente; más bien, se
intentará fijar el acento en las categorías analíti-
cas utilizadas por Marshall para plantear sus ar-
gumentos, señalando algunos puntos sobre los
cuales es preciso continuar reflexionando teóri-
camente en la actualidad. En segundo lugar, se
busca señalar los usos que hace Marshall de la
categoría conceptual en cuestión en su multici-
tada obra. Para decirlo de otro modo, subrayar
las acepciones del término en la obra. En tercer
lugar, se pretende mostrar la influencia de la
obra a partir de contrastarla con algunas lectu-
ras críticas que de ella han hecho y continúan
haciendo los colegas de Marshall (colegas en el
amplio sentido de la palabra, señalando como
por Josué tales a los científicos sociales).
Castro Puga En 1949, el historiador y sociólogo inglés
Thomas Humphrey Marshall, quien fue profe-
Facultad de sor de sociología en la London School of Econo-
Derecho de mics and Political Science, dictó la conferencia
la UAQ. “Ciudadanía y clase social”, en el marco de la
conmemoración anual de los trabajos del eco-
nomista británico Alfred Marshall, considerado
66
DEBATES
por varios de sus coetáneos como uno de los
más brillantes de su época; fue el autor de al-
gunos de los textos más relevantes de la econo-
mía contemporánea, que ayudaron a sentar las
bases de la economía neoclásica y el Estado de
bienestar, y maestro de Keynes y Pigou. El ensa-
yo de T. H. Marshall se publicó un año después
de dictada la conferencia y se convirtió, pese a
su breve extensión, en un texto clásico, refe-
rencia obligada para toda discusión en torno al
tema de la ciudadanía.
Si bien actualmente es considerado uno de
los textos más influyentes escritos en materia
de ciudadanía y un documento de suma impor-
tancia en las ciencias sociales, señala Jenson
(2006) que tras su publicación tuvo una recep-
ción fría, no por duramente criticado sino peor
aún, por ignorado. En los años sesenta del siglo
pasado se publicó nuevamente el trabajo, pero
otra vez no recibió mucha atención. En contras-
te, actualmente goza de una centralidad indis-
cutible entre las referencias sobre el tema de la
ciudadanía, a partir de que desde los años no-
venta se ha venido dando en el ámbito académi-
co un resurgimiento del tema, al que Kymlicka
y Norman (1995) llamaron “el retorno de la
ciudadanía”. Este resurgimiento del interés por
reflexionar sobre el tópico es sin duda motivado
por los retos a los que se enfrentan los Estados
democráticos (Jenson, 2006).
En el trabajo referido, T. H. Marshall reto-
mó un escrito de Alfred Marshall, titulado The
Future of the Working Classes, y planteó una
problematización sobre algunos de sus conte-
nidos claves, construyendo una conceptualiza-
67
DEBATES
ción sociológica de la ciudadanía y analizando
su proceso de formación histórica. Interpreta
que en el trabajo del economista late una hi-
pótesis subyacente, consistente en considerar
la existencia de una clase básica de igualdad
asociada con la plena afiliación o membresía a
una comunidad (membership), que a su vez no
se contrapone con otro género de inequidades:
las de nivel económico o clase social, y puede
coexistir con ellas. Este tipo de igualdad se for-
maliza, para Marshall, en el reconocimiento de
ciertos derechos y se identifica con el término
de “ciudadanía”.
A partir de lo anterior, el historiador y soció-
logo planteó formalmente una definición del
concepto: “Citizenship is a status bestowed on
those who are full members of a community. All
who possess the status are equal with respect
to the rights and duties with wich the status is
endowed” (Marshall, 1950: 28).
Marshall afirma que cuando las personas exi-
gen el acceso a las condiciones de vida que en su
contexto se consideran apropiadas (dignas, po-
dría decirse), están exigiendo que se les convide
a compartir el patrimonio social, y es entonces
cuando puede considerarse que son aceptados
como miembros de pleno derecho de la comu-
nidad o, en otra palabra, ciudadanos. De lo an-
terior se desprende que, para él, ciudadano es
quien tiene acceso al patrimonio social y a con-
diciones de vida apropiadas. Esto plantea una
serie de problemáticas, pues se puede afirmar
con respecto a un sinnúmero de casos concre-
tos, que dichas condiciones de vida y el disfrute
de elementos de integración no se ven cumpli-
dos para muchos individuos (de acuerdo con los
estándares considerados como aceptables en su
contexto), siendo que dichos individuos gozan
formalmente del estatus de membresía.
Menciona el autor que el desarrollo de los
tres elementos de la ciudadanía siguió caminos
y tiempos distintos, pero es necesario prestar
atención a su declaración de que “when the insti-
tutions on wich the three elements of citizenship
depended parted company, it became possible
for each to go its separate way” (Marshall, 1950:
68
14). De acuerdo con él, los elementos de la ciu-
dadanía dependen directamente del entramado
institucional formal, y la maquinaria (machinery)
o aparato (apparatus) da acceso a las mismas,
decidiendo “not merely what rights were recog-
nised in principle, but also to what extent rights
recognised in principle could be enjoyed in prac-
tice” (Marshall, 1950: 14).
Por un lado, en Marshall las instituciones
formales, especialmente las normas jurídicas,
son entes necesarios para la existencia de los
derechos constitutivos de las dimensiones de la
ciudadanía y, por el otro, constituyen marcado-
res que atestiguan cambios sociales. A lo largo
de su texto queda claro que su atención como
sociólogo se posa en los fenómenos de cambio
social que se organizan en torno a ciertos vecto-
res, siendo el primero de ellos el de la igualdad.
En su análisis sociológico Marshall señala di-
versas instituciones como contrarias al avance
de la ciudadanía debido a que obstaculizan la
progresiva igualdad. Si bien no las categoriza de
esta manera, a lo largo del texto lo implica, y el
señalamiento que descarga sobre una de ellas
en concreto (el voto plural) como un “remanen-
te de inequidad”, puede aplicarse a otras institu-
ciones que menciona, entre las que se cuentan
el voto basado en la propiedad de la tierra, el
voto dual, la formación de los aprendices de
artesanos como instrumento de exclusión, los
prejuicios de clase e instrumentos legales como
el Elizabethan Statute of Artificers, por mencio-
nar algunos. Con respecto a dichos espacios de
inequidad, en la actualidad una de las críticas al
trabajo de Marshall tiene que ver con las bre-
chas de género lato sensu. Es decir, Marshall
realizó su recorrido temporal únicamente desde
el punto de vista de la historia masculina, pero
las brechas entre la igualdad formal y la igualdad
sustantiva de las mujeres permanecen muy
pronunciadas hasta el día de hoy (Jensen, 2006).
La evolución de la ciudadanía dice el
sociólogo inglés, conllevó un marcado cambio
de énfasis de los deberes a los derechos. Puede
considerarse que un segundo vector de cambio
social relevante para Marshall es justo este, el de
la ampliación y profundización de los derechos
(que incluye el giro en el contenido conceptual
de la ciudadanía para centrarse en ellos).
Cuando Marshall está hablando del periodo
formativo de los derechos políticos, menciona
que cuando el sufragio político (franchise) era
privilegio únicamente de la clase propietaria,
la ciudadanía tenía a pesar de ello relevancia
política, ya que, si bien no otorgaba un derecho,
sí reconocía una capacidad: la que tenía
cualquiera de llegar a obtener el derecho en
caso de lograr incorporarse a la clase favorecida.
Esto debe resaltarse como uno de los aspectos
marshallianos de la ciudadanía, mismo que en
diversas ocasiones se pasa por alto: en él, una
de las funciones clave de la ciudadanía consiste
en el reconocimiento de capacidades y no
únicamente en ser fuente de derechos.
A partir de referirse a la ciudadanía como un
fenómeno que en diversos momentos históricos
se ha modificado, pero del cual se justifica
hablar utilizando la misma palabra, queda
claro que para el autor en distintos periodos
ha habido diferentes tipos de ciudadanía. Esto
coincide con su aseveración de que no existe
un principio universal que establezca cuáles
son en específico los derechos y deberes que
acompañan al estatus, pues las sociedades
crean una imagen de lo que es la ciudadanía
ideal dependiendo de su contexto.
Por otra parte, sin embargo, en distintos
lugares del trabajo, Marshall adjetiva el
término, hablando de una “ciudadanía
genuina”; de una “ciudadanía democrática” con
ciertos patrones (que no especifica a detalle);
de una ciudadanía con unos requisitos entre
los cuales se encuentra la educación (porque
la libertad civil presupone ésta para poder
ser ejercida adecuadamente); y expone que la
ciudadanía requiere de un sentimiento directo
de pertenencia a la comunidad y de lealtad a la
misma en tanto percibida como un bien común.
Es decir, insinúa un concepto atravesado por
categorías valorativas, donde hay un tipo de
ciudadanía más completo que otro, incluso
podría inferirse más deseable. Claro, puede
argumentarse que ello no se contrapone
con su argumento, ya que se sobreentiende
que Marshall también está condicionado por
tiempo y lugar y se refiere, con su concepto
adjetivado, a la ciudadanía ideal de acuerdo
con su contexto cultural (contemporáneo,
occidental y capitalista; concretamente, el
de la Inglaterra de la posguerra, y más aún,
intelectualmente liberal).
Marshall expresa que la democracia política
requiere de un ciudadano educado y que existe
además una obligación social de “mejorarse
y civilizarse” (muy a tono con las teorías del
desarrollo que contaban ya con una fuerza
importante en el momento en que escribió su
ensayo y con los remanentes decimonónicos
del liberalismo). Su discurso adquiere tintes
nacionalistas, claramente en línea con el clima
europeo de la posguerra, cuando dice que “a
community that enforces this duty has begun to
realize that its culture is an organic unity and its
civilisation a national heritage” (Marshall, 1950:
26). Lo que definitivamente puede concluirse
es que cuando señala que en cierto momento
han podido encontrarse “examples of genuine
and equal citizenship” (Marshall, 1950: 12),
implica la posibilidad, en contrapartida, de una
suerte de ciudadanía que no es genuina ni igual,
y que la ciudadanía, por tanto, no tiene que
entenderse en términos binarios, sino que debe
entenderse como un continuum. Reflexionar
alrededor de este particular aspecto, abre un
campo de posibilidades de estudio. Así como
se ha trabajado fructíferamente en arar el
campo de los estudios sobre la calidad de la
democracia, puede valer la pena labrar la tierra
de la calidad de la ciudadanía.
La principal novedad en Marshall:
derechos sociales y ciudadanía social
Si bien con anterioridad a él se hablaba sobre de-
rechos civiles y políticos, la teorización de Mar-
shall sobre los derechos sociales constituyó uno
de los principales aportes de su texto clásico. Su
JOSUÉ CASTRO
trabajo debe considerarse como un aporte fun-
damental para el planteamiento contemporá-
neo del Estado de bienestar y como el precursor
de diversos planteamientos de ciudadanía social
como los propuestos por Dwyer (2000); Crouch,
Eder y Tambini (2000); Goul Andersen y Jensen
(2002); Handler (2004); Hoxsey (2011) y Turner
(2016), entre otros.
Marshall habla de un “Estado socialista de-
mocrático”, pero por supuesto el socialismo al
que refiere nada tiene que ver el con el marxista
tan en boga en su época, sino que es enuncia-
do por una cuestión de rigor conceptual, pues
Marshall reconoce, con los derechos sociales,
un Estado que inevitablemente tiene que ser
interventor al menos hasta cierto grado para
poder de garantizar los mismos.
El autor expone que la clase social en el “La ciudadanía
capitalismo es un sistema de desigualdad, con-
trario al impulso igualador de la ciudadanía. Se como un fenómeno
pregunta cómo es que pudieron ambos antago-
nistas (pues lo son, al menos aparentemente) que en diversos
prosperar a la vez y distingue históricamente
entre dos formas de clase social: en primer momentos
lugar, la clase social que en el viejo orden se-
paraba a las “especies humanas hereditarias”,
asociadas a la clase, que venía a ser un estatus
históricos se ha
esencialista en un sistema de sociedad jerar-
quizada y sin movilidad social. Contra este tipo
modificado”.
de clase social colisionó violentamente la ciu-
dadanía en tanto estatus general, ya que una
justicia nacional y una ley común a todos “must
inevitably weaken and eventually destroy class
justice, and personal freedom, as a universal
birthright, must drive out serfdom” (Marshall,
1950: 30). En segundo lugar se encuentra la cla-
se como resultado de la interacción de varios
factores, de entre los cuales resalta especial-
mente el bienestar económico.
Para Marshall la búsqueda de la mitigación de
las diferencias de clase en el siglo XIX no cons-
tituyó un verdadero ataque al sistema de des-
igualdad, ya que buscaba solamente disminuir
sus consecuencias más criticables para así poder
perpetuarlo. Así lo declara en un apunte crítico
demoledor: “Differential status, associated with
69
DEBATES
class, function and family, was replaced by the
single uniform status of citizenship, wich provi-
ded the foundation of equality on wich the struc-
ture of inequality could be built” (Marshall, 1950:
34). Esto fue posible, argumenta, ya que los dere-
chos civiles no han resultado jamás una amenaza
al capitalismo. En cambio, la lógica de los nuevos
derechos exigía la intervención estatal. Advierte
que los derechos políticos cada vez más genera-
lizados permitieron el surgimiento del Estado de
bienestar, y representaron un cambio fundamen-
tal de actitud en partes importantes de la socie-
dad con respecto a los deberes de justicia social,
tanto por parte del Estado en sí, como por parte
“La ciudadanía de los propios ciudadanos para con sus iguales.
El ensayo explica cómo el sistema expandió
requiere de un primero y en cierta forma trasladó después la
integración social desde el sentimiento y el pa-
sentimiento directo triotismo al disfrute de los bienes materiales.
Esto a partir de las posibilidades técnicas brin-
de pertenencia dadas por la producción en masa, que hizo los
bienes de consumo más accesibles para la gente
a la comunidad menos pudiente. Además, paradójicamente, la
inclusión de los derechos sociales al estatus de
y de lealtad a la la ciudadanía transformó la manera en que se
busca la disminución de las diferencias de cla-
misma en tanto se. Ahora se trata no únicamente de “elevar el
suelo” (el acceso de las clases sociales bajas a
percibida como ciertos servicios y posibilidades básicos) dejan-
do intacta la estructura, sino que, sin romper las
un bien común”.
brechas de inequidad, simplemente se da a las
personas de la parte baja de la estructura la po-
sibilidad de disfrutar bienes de consumo, más
relacionados con los pequeños lujos que con el
acceso a bienes clave para la movilidad social.
El anterior punto no debe ser soslayado,
pues Marshall parecía ya entrever una dinámica
que cobraría dimensiones significativamente
mayores en las décadas posteriores a la publica-
ción de su trabajo y que ha dado pie en la actua-
lidad a nuevos debates teóricos: las relaciones
de tensión entre la lógica del consumidor y la
del ciudadano. La cultura del consumidor, de
acuerdo con Slater, implica que “las prácticas
sociales fundamentales, los valores, las ideas,
aspiraciones e identidades se definen y orientan
70
en relación al consumo en vez de hacia otras
dimensiones sociales tales como el trabajo o la
ciudadanía (civismo), la cosmología religiosa o el
estatus militar” (2000: 24). Streeck (2012) consi-
dera que el consumo ha llegado a modificar a tal
grado la fisionomía de los ciudadanos, que en
la actualidad éstos prácticamente han dejado
de serlo para pasar a ser meros consumidores,
ya que el ciudadano “debe acatar las normas
del juego democrático, elegidas en base a unas
reglas abstractas e impersonales. Sin embargo,
el consumidor se desenvuelve en un ecosistema
de autocomplacencia” (citado en Ramos, 2018:
102). Por su parte, Lipovetsky (2016) concurre
con la idea de que el ciudadano ha devenido
en consumidor, pero a diferencia de Streeck,
no evalúa esta transformación de manera tan
negativa, pues cree que la misma contribuyó a
profundizar la ruptura con los valores del fordis-
mo de la posguerra, actuando como un medio
para promover la autonomía personal.
Retomando el tema de los derechos sociales,
para Marshall lo más importante de que estos
se extendieran fue que perseguían “a general
enrichment of the concrete substance of civi-
lised life, a general reduction of risk and inse-
curity, an equalisation between the more and
the less fortunate at all levels” (Marshall, 1950:
56). Sin embargo, el autor es realista cuando
señala que, si bien es posible garantizar ciertos
derechos por medio de la ley, lo que realmente
importa a las personas es la “superestructura
de expectativas legítimas”, es decir, la calidad
con la que se espera que se atiendan las nece-
sidades amparadas por el derecho reconocido
en la norma. Este entramado de expectativas
colisiona con las posibilidades reales del Estado
de otorgarlas y con la lógica de la planeación.
Cuando Marshall asevera que el Estado no
puede prever adecuadamente lo que le costa-
rá cumplir cabalmente con sus obligaciones,
puesto que éstas crecen (y deben hacerlo) de
forma continua y constante en una sociedad
progresista, construye ya un planteamiento
muy a tono con la idea del principio de pro-
gresividad de los derechos humanos, con la
diferencia importante de que él está pensando
en las obligaciones del Estado únicamente para
con aquellos que cumplan con los requisitos del
estatus ciudadano, mientras que el estatus (ese
sí, absolutamente general) de los derechos hu-
manos (también apuntalado por un paquete de
derechos) no conoce de requisito alguno en su
discurso salvo el del reconocimiento de la con-
dición humana como tal.
Aquí vale la pena preguntarse si en la actua-
lidad este discurso de los derechos humanos no
estará constituyendo un fenómeno semejante
al que Marshall analiza en la ciudadanía, pues
podría afirmarse que se trata también de un
estatus de igualdad humana que resulta a un
tiempo en promotor de cambios de actitud en
las sociedades y (al formalizarse en normas ju-
rídicas) también en testigo de éstos; un estatus
que se fortalece y presiona a los Estados en di-
rección de garantizar el disfrute del paquete de
derechos del que se encuentra dotado. Incluso
está relacionado con nuevas formulaciones
teóricas de la ciudadanía como tal, como lo
son las posturas de la ciudadanía post-nacional
y cosmopolita, que descartan la nacionalidad
como un elemento sine qua non para obtener
el estatus ciudadano.
Volviendo al tema de la necesidad del uso
de la planeación por parte del Estado, para
Marshall, los reclamos individuales tienen que
verse subordinados al programa general para
el desarrollo social. Esto debe tomarse en
cuenta para la operación de todo Estado de
bienestar exitoso, y éste tiene que encontrar
un equilibrio entre la atención de los reclamos
individuales y las necesidades generales. Lo-
grarlo requiere plantear de manera clara las
líneas de actuación para el cumplimiento de
las obligaciones estatales y que éstas se ma-
nejen siempre dentro del ámbito de lo posible,
de lo que puede hacerse en la práctica en el
momento presente y no tanto en el reino de
lo deseable, ni en el de la atención a las ex-
pectativas de los beneficiarios. Sólo así podrá
el Estado actuar a partir de un planteamiento
integral y racional.
Las exigencias de la planeación a las que se re-
fiere el párrafo anterior implican necesariamen-
te que las acciones del Estado interventor (de-
mocrático-socialista, en términos de Marshall)
en la vida de la comunidad acaben haciendo
distinciones entre las personas, clasificándolas
a partir de diversos criterios. Paradójicamente,
al buscar garantizar que la igualdad de estatus
se traduzca en igualdad de oportunidades en la
práctica, se terminan generando brechas entre
los beneficiarios desde el momento mismo en
que estos proceden a ejercen sus oportunida-
des iniciales. El sociólogo inglés lo ejemplifica
con el caso de la educación obligatoria, en
donde acorde a sus capacidades y desempeño,
los alumnos resultan categorizados en razón de
los sistemas de evaluación (que las más de las
veces son generales y no contextualizados) y se
van distanciando significativamente entre sí en
materia de la cantidad y calidad de su acceso a
oportunidades futuras. Sin embargo, la planea-
ción es necesaria y este tipo de consecuencias
parecen casi inevitables. Marshall no hace sino
señalar la dinámica de tensión entre ambas ló-
gicas e insinuar la deseabilidad de encontrar los
más adecuados puntos de equilibrio.
T. H. Marshall hace un agudo análisis de la
oposición que existe entre el principio del con-
trato (es decir, el de la sociedad liberal a rajata-
bla y el mercado individualista, que se rigen por
acuerdos de voluntad; donde no hay ninguna
intervención del Estado para subvencionar ni
ayudar a nadie y el incentivo del sistema es de la
ganancia personal) y el del status (el sistema de
la ciudadanía, que iguala formalmente a todos y
que, mediante el componente de los derechos
sociales, permite al Estado intervenir en las re-
laciones sociales para ayudar a los desvalidos
y desfavorecidos; que garantiza mínimos de lo
necesario y aún de lo considerado como digno
y donde el incentivo del sistema es el del deber
público). Muestra cómo ambos principios, pese
a chocar, han logrado coexistir.
Marshall muestra uno de los puntos más
crudos y honestos de su texto cuando confirma
lo que ya se argumentó previamente aquí: que
JOSUÉ CASTRO
pese a tener elementos antagónicos, las ya re-
feridas lógicas contradictorias logran prosperar
en conjunto debido a que el movimiento hacia
la igualdad provocado por la ciudadanía se de-
tiene en los territorios fronterizos de la zona de
conflicto, donde aún cumple una función favo-
rable en cierta medida al sistema. Por debajo
de la mesa contribuye a lograr la eliminación de
las desigualdades consideradas como ilegítimas
(con la paradoja de tener que definir éstas a
partir de un modelo mixto de legitimidad). Mar-
shall confirma esto cuando reflexiona sobre la
naturaleza de las exigencias salariales de los dis-
tintos trabajadores y profesionales y apunta su-
tilmente con tan sólo unas cuantas palabras que
a final de cuentas, el sistema de estatus no es
uno en verdad uniforme sino uno estratificado.
Algunos debates en torno a
las conclusiones de la obra
A la pregunta de si existe alguna forma de igual-
dad humana básica asociada con la pertenencia
a la comunidad que no sea incompatible con la
estructura de desigualdad económica, planteada
por él mismo a partir del ensayo de Marshall el
economista, Marshall el sociólogo responde afir-
mativamente, pero advierte que la preservación
de dichas desigualdades se ha tornado más difícil
gracias a la ampliación del estatus de ciudadanía,
ya que a partir de la misma, hay mayores posibili-
dades de que se las desigualdades se vean contro-
vertidas por los miembros de los grupos o clases
sociales. Para él, las diferencias de estatus pue-
den ser legitimadas en términos de la ciudadanía
siempre que se den al interior de una única civili-
zación (entiéndase, una sociedad cohesionada) y
que no sean demasiado pronunciadas. Es natural
que a la generación que vivió la Segunda Guerra
Mundial le haya quedado grabada la lógica de las
sociedades cohesionadas y de los proyectos na-
cionales. Sin embargo, la realidad se ha encarga-
do de mostrar que precisamente eso es lo que no
son las sociedades occidentales en la actualidad,
especialmente en Europa, entes cohesionados.
71
DEBATES
La globalización, ese cúmulo de procesos de
interconexión, no únicamente de naturaleza
económica, sino política y cultural que ha ido
erosionando a los Estados-nación, tanto a nivel
externo como interno (Aguilera, 2011), y los
retos de las sociedades multiculturales plantan
cara las posibilidades de la ciudadanía para legi-
timar las diferencias de estatus. Estos procesos
implican para los Estados una pérdida de com-
petencias, soberanía y poder. Nos encontramos
en “un imparable proceso de desterritoriali-
zación, como una característica esencial de la
sociedad global. La democracia que ha estado
ligada históricamente al principio de autodeter-
minación de los Estados modernos, comienza a
perder legitimidad, pues los procesos de globa-
lización la debilitan” (Aguilera, 2011: 32).
Además de los retos planteados por la multi-
culturización de las sociedades y la redefinición fe-
menina del concepto, Folgueiras (2009) cuestiona
el concepto de ciudadanía de Marshall señalando
que al estar planteado desde el punto de vista de
los derechos, únicamente concibe a los ciudada-
nos como sujetos pasivos, lo que conlleva conse-
cuencias negativas; además señala la proclamada
igualdad de la ciudadanía no ha roto una serie de
brechas de inequidad y fuentes de exclusión.
Ante esto, hay que señalar también que en
su obra Marshall declara con total lucidez que,
bajo la égida de la ciudadanía, los derechos son
precisos y claros, ya que los individuos tienen al
menos un cierto grado de conocimiento sobre
lo que pueden exigir; pero por lo contrario, los
deberes de ciudadanía resultan en un catálogo
mucho más corto y considerablemente más
vago, amalgamándose muchos de ellos en oscu-
ras fórmulas retóricas (como aquellas que, sin
especificar, llaman a ser ciudadanos “buenos”,
“participativos” o “responsables”, sin dotar de
claridad de contenido a sus adjetivos).
Marshall expone la necesidad fundamental
del Estado democrático de que los ciudadanos
se comprometan con sus deberes y argumenta,
con toda razón, que la nación es una comunidad
demasiado grande, abstracta y lejana para el
ciudadano concreto como para incentivar en él
72
la lealtad y la acción comprometida, previendo
ya desde 1950, como brillante sociólogo que
era, que las mayores posibilidades para lograr
estos objetivos se encuentran en el desarrollo
de lealtades más limitadas y locales.
Para Freijeiro (2008: 157), Marshall logró
“presentar un modelo coherente de relación de
convivencia entre las instituciones del capitalis-
mo, la democracia y el bienestar”. Quizá valdría
más decir que logró describir, desde una óptica
aceptable para el liberalismo, el crisol sobre el
que se operó dicha alquimia sociológica, lo cual
constituye en sí mismo un mérito importante.
Los críticos de la ciudadanía social se hacen
presentes en la actualidad. No cabe duda de
que, en las últimas décadas, el Estado de bien-
estar ha entrado en una crisis de la cual no ha
logrado recuperarse hasta la fecha. Ben-Ishai
señala dos críticas a la ciudadanía social que
no encajan dicotómicamente en ninguno de los
lados del espectro político:
First, some critics charge that the rhetoric
of social citizenship fails to consider the
extent to which mechanisms of social con-
trol —overwhelming disciplinary power,
bureaucratic lapses in accountability, and
degrading tools of surveillance— always
accompany the rights associated with the
welfare state. Second, the language of
social citizenship rights has also been crit-
icized for its so-called ‘passive’ conception
of citizenship, focused only on rights with-
out taking into account the role of duties
or obligation” (Ben-Ishai, 2006: 2).
Sin embargo, es menester señalar que la idea
marshalliana de la ciudadanía social continúa
contando con un considerable grado de acep-
tación entre quienes consideran que la tarea a
emprender no es la cancelación, sino la trans-
formación y refinamiento del aparato de bien-
estar del Estado liberal-social, necesario para
poder llevar a la práctica la doctrina de la jus-
ticia como equidad, propuesta inicialmente por
Rawls ocho años después de la publicación del
libro de Marshall. Sin la influencia del texto de
Marshall posiblemente las aportaciones inte-
lectuales del enfoque de capacidades de Amart-
ya Sen tampoco hubiesen sido las mismas. Para
Sen (1995, 1996), el bienestar no radica única-
mente en los bienes materiales, sino que es ne-
cesario que los individuos puedan transformar
los bienes en capacidades, y eso requiere de un
amplio entramado de oportunidades garantiza-
das en la realidad.
Por su parte, Rosanvallon (1995) propone
replantear las tareas redistributivas del Estado
al permitirle a la sociedad civil integrarse al
trabajo estatal para brindar atención a las ne-
cesidades ciudadanas, aliviando, por un lado, la
excesiva carga del Estado y por el otro, transfor-
mando activamente a la sociedad para desarro-
llar una mayor sensibilidad solidaria.
Otro esquema que sale indirectamente en
defensa de la ciudadanía social, pese a su crítica
al Estado de bienestar en términos de su formu-
lación histórica es el de la gobernanza (Hoppe,
2002; Kooiman,1993), que va en el mismo senti-
do de lo planteado por Rosanvallon. De acuerdo
con este modelo, la crisis del Estado de bienestar
ha sido tal que es necesario incorporar al ciuda-
dano al proceso de generación de políticas públi-
cas, en lugar de privilegiar decisiones basadas ex-
clusivamente en la tecnocracia. Se tienen tantos
problemas de legitimidad y de dinero, que la úni-
ca solución que tiene el Estado es abrir espacios
para que el ciudadano exprese qué piensa sobre
las políticas y se involucre en cierta medida en el
proceso de diseño, implementación y evaluación
de las políticas públicas. Al respecto, dice Porras
que “Dado que el gobierno simplemente no pue-
de desempeñar sus funciones (diagnosticar, pla-
near, implementar y evaluar la política pública)
sin los actores no gubernamentales, éste debe
instituir espacios de diálogo genuino que vayan
más allá de la lógica de la negociación (Innes y
Booher, 2003) o la instrumentalización (Skelcher
et al., 2011)” (Porras, 2018: 28-29).
Finalmente, con todo lo dicho hasta este
momento cabe hacerse una pregunta: en el “Es-
tado socialista democrático” de Marshall, ¿qué
se requiere primariamente del ciudadano? De
acuerdo con el sociólogo inglés, se requiere de
este aúne en el mundo de la acción los dos polos
de la paradoja planteada por él en Cambridge:
“The citizen is urged to respond to the call of
duty by allowing some scope to the motive of
individual self-interest” (Marshall, 1950: 74).
Los distintos caracteres de la
ciudadanía en Marshall y algunas
consideraciones finales
Para finalizar esta disección del seminal trabajo
de Marshall, su influencia y vigencia, es menes-
ter realizar un ejercicio de análisis respecto al
manejo del concepto de “ciudadanía” en su tra-
bajo. Como sucede en muchas ocasiones con los
autores que son en algún grado pioneros en tra-
bajar algún tema y construir con respecto a este
un entramado conceptual, en Citizenship and
Social Class Marshall maneja el término desde
varios puntos de vista, llegando a utilizarlo con
significados diferentes a partir de describir o im-
plicar varias de sus funciones e interacciones. En
el texto, la ciudadanía puede reconocerse como:
a. Un estatus, un tipo de igualdad humana bási-
ca asociada con la membresía plena a una co-
munidad, fuente de un paquete de derechos.
b. Una caracterización ideal en el imaginario
social en un contexto determinado, en re-
lación con la cual el éxito de los individuos
puede medirse y hacia la cual las aspiracio-
nes personales pueden dirigirse.
c. Una institución local medieval asociada con
las ciudades, prácticamente equivalente al
concepto de “libertad” (en términos de la no
sujeción a un señor feudal).
d. Un entramado institucional que permite que
un grupo social concreto logre hacer efectivos
sus derechos a partir de su acción colectiva.
En el texto Marshall habla de una suerte de
“ciudadanía industrial secundaria”, caracteri-
zada porque el sindicalismo permitió a los tra-
bajadores utilizar en la realidad sus derechos
civiles en su relación obrero-patronal.
e. Un instrumento de estratificación social a
partir de la relación existente entre la educa-
ción y la estructura ocupacional.
f. Una institución que permite la coexistencia
de dos principios opuestos, la del contrato y
la del estatus, y exige al ciudadano conciliar
las lógicas del interés económico personal y
los deberes sociales de justicia.
Es importante señalar estos usos del término,
ya que a la fecha, aproximadamente 69 años
después de que el célebre ensayo que aquí se
analizó salió por primera vez a la luz, el conteni-
do conceptual del término sigue siendo amplia-
mente discutido y definitivamente no es unívo-
co, sino polisémico y muy debatible (Santillán,
Vilora y Galaz, 2015). Ha sido y es un concepto
de gran envergadura para nuestras sociedades
occidentales (San Juan, 2017). Definitivamente
mantiene su importancia como referente y pese
a tener su origen en asignaciones normativas,
ha derivado en nociones llenas de contenido en
el ámbito social (Álvarez, 2017).
Citizenship and Social Class de Thomas H.
Marshall es sin duda una obra que no solamente
no ha quedado superada, sino que contiene un
depósito de ideas que además de inspirar todo
un planteamiento sobre la estructura y fines del
Estado y posteriores trabajos sobre la teoría de
la justicia cuya relevancia no puede ser minimi-
zada, continúa aportando un punto de vista va-
lioso y plenamente vigente en más de un aspec-
to, por supuesto, con todas las limitaciones que
el paso inexorable del tiempo, las transforma-
ciones del contexto y miles de hojas escritas con
posterioridad a su publicación le imponen. m
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73
DEBATES
Los derechos sociales
a través de la figura
del amparo colectivo
s ampliamente conocida la problemática de
la efectivización de los derechos sociales en
México, esto es, que el Estado a través de la
administración pública no ha sido eficaz en su
materialización, por lo que continúa extendién-
dose la brecha de desigualdad y pobreza. Es por
lo que, frente a la omisión del Estado (debido
a la falta de seguimiento al presupuesto des-
tinado a estos derechos y, en otros casos, por
la omisión del poder legislativo), la responsabi-
lidad de esa materialización ha tenido que ser
redirigida al poder judicial federal. Sin embar-
go, el poder judicial en la mayoría de los casos
relacionados con derechos sociales, no los ha
estudiado y resuelto de fondo; es aquí donde
radica la relevancia de la presente contribución
que justifica la necesidad del pronunciamiento
mediante las sentencias del poder judicial en la
defensa de los derechos sociales.
Los derechos sociales, fundamento
del amparo colectivo
por Itza Livier
García Sedano Para entender los derechos sociales en la actua-
lidad, es necesario mirar a los siglos XIX y XX. La
Facultad de Derecho Revolución francesa situó como principios rec-
de la UAQ. tores a la libertad y a la propiedad, pero estos
principios ya se habían cimentado en los siglos
anteriores en Inglaterra y España y, posterior-
mente, cobraron relevancia en Italia y Alemania.
Sin embargo, en el caso de Alemania, la libertad
fue vista de forma contraria, siendo descrita
como “la libertad de un sujeto históricamente
radicado en el Volk, en el pueblo, sustraído de
las abstracciones iusnaturalistas, consiente de
la tradición y de los vínculos de pertenencia que
lo ligan al Estado” (Costa, 2004: 57).
74
DEBATES
Es así como se observa a un individuo y una
sociedad que, si bien son distintos, buscan
converger en un colectivo. Otro factor que
impulsó a los derechos sociales en el siglo XIX,
fue la pobreza que generó el proceso de indus-
trialización, frente al cual el Estado solo fungía
como un custodio del mercado, situación que
ocasionó el surgimiento, de “[…] una estrategia
(bastante diferente), que continúa viendo en la
libertad-propiedad el centro del orden y el cri-
sol de la civilización moderna pero desconfía del
automatismo del mercado y piensa que es indis-
pensable la intervención subsidiaria del Estado:
el Estado debe sostener a los sujetos débiles
mediar en el conflicto social para evitar que se
comprometa la existencia del orden y favorecer
la integración” (Costa, 2004: 59).
Lo anterior generó un desarrollo de la admi-
nistración pública y la inclusión de leyes socia-
les, con la finalidad de auxiliar a los débiles, ins-
taurándose las bases del Estado social. Como
efecto de esto, en el siglo XX se gestó un grupo
de constituciones (entre ellas la mexicana),
cuya peculiaridad fue establecer en sus líneas
límites y garantías, es decir, jugaron un doble
papel en cuanto límite de las arbitrariedades de
los poderes constituidos y garantía o directriz
de esos mismos poderes. Fioravanti afirma que
esa ambivalencia era contraria a la naturaleza
de las constituciones emanadas de las revolu-
ciones, dado que no se podía ser ambas cosas,
límite y directriz. No obstante, tratándose de
la supremacía constitucional, considera la po-
sibilidad que estas tienen para penetrar en la
esfera económica, garantes de los objetivos de
carácter social como el trabajo, la educación, la
salud, entre otros, obligándoles no solo a de-
nominar a los derechos fundamentales sino a
75
DEBATES
materializarlos. Se trata pues de constituciones
que buscan la protección de un grupo de dere-
chos que le permitan a la sociedad un desarro-
llo pleno e integral debido a su interrelación.
La constitución de Weimar
y las limitaciones de las
constituciones democráticas
La Constitución de Weimar, en su artículo 151,
establece la importancia de la correspondencia
entre la vida económica y los principios de justi-
cia a fin de garantizar una existencia digna para
todos. Cito a continuación el artículo 151 de la
Constitución de la República Federal Alemana,
del 11 de agosto de 1919: “La organización de
la vida económica debe corresponder a los prin-
cipios de justicia al fin de garantizar a todos la
procura de una existencia humanamente digna.
Dentro de los límites se debe proteger la liber-
tad económica de los individuos”.
En ella se acentúan los elementos del cons-
titucionalismo liberal: “la separación y el equi-
librio entre los poderes, la tutela jurisdiccional
de los derechos, el método parlamentario para
la asunción de las decisiones políticas” (Fiora-
vanti, 2011: 152), siendo los dos primeros ele-
mentos importantes constitucionalmente, de-
bido a que se han convertido en el fundamento
del amparo colectivo.
De este modo, los derechos humanos se
colocan en las constituciones democráticas
del siglo XX e ingresan al siglo XXI, no sólo
garantizando, sino enarbolando los derechos
sociales, situándolos en un primer plano. Se
trata de mirar a la constitución no sólo como
un ideal o un manifiesto ideológico, lo cual
contrasta con la norma positiva que aún no
ha desarrollado los contenidos necesarios
para la efectivización de los derechos so-
ciales, colocando en un estado de crisis a la
ley frente a la interpretación constitucional
orientadora del poder público.
76
No obstante, hay un punto relevante y no
favorecedor para la sociedad en relación
con el Estado que surge con este grupo de
constituciones, y es el de considerarla como
“persona”. Es por ello que se le otorga una
supremacía al poder frente a los derechos, se
deja en segundo plano a los individuos. Así, las
normas que surgen, derivadas de las constitu-
ciones, son simplemente una ley que depende
de la actuación del Estado, lo cual las limita.
En este punto no hubo un avance significativo
en las “nuevas” constituciones, quedaron a
merced de un Estado que concentró el poder,
así como las sanciones por su omisión. A pesar
de ello, es importante el enfoque en la trans-
formación que observamos de un Estado que
en el siglo pasado fue limitado por la norma,
asumiendo una transformación en la función
de satisfacer necesidades especialmente so-
ciales (Fioravanti, 2016).
El resurgimiento de los
derechos sociales
¿Cuál es la razón del resurgimiento de los dere-
chos sociales? Costa, coincide en la necesidad
de la intervención positiva del Estado “como
custodio de la libertad y la propiedad, de un
lado, y del otro un Estado intervencionista, un
Estado comprometido en hacer iguales, o más
iguales a los sujetos, no sólo en el plano jurídico
formal, sino también en el terreno de la distribu-
ción de la riqueza y el poder” (Costa, 2013: 33).
El compromiso del Estado para la materia-
lización de los derechos sociales va más allá
de una simple enunciación en líneas constitu-
cionales, dado que, como afirma Costa, en el
transcurso de la historia la pobreza ha puesto
en riesgo el mantenimiento del orden y de la
democracia. Entonces, es en la materialización
de los derechos sociales que el Estado dismi-
nuye la distancia de la pobreza y sobre todo
cumple con su papel social-benefactor.
Aunque lo que, si podemos observar y afirmar
es su omisión, por lo que resulta evidente que
no ha cumplido con ese deber de actuación y
tutela de derechos, pues si una persona tiene
precisamente un derecho a una pretensión pú-
blica (trabajo, educación, salud, vivienda, entre
otros), y no se cumple con ella, el Estado puede
ser demandado bajo el reclamo de su omisión.
Es aquí donde Costa expresa que surgen los
conflictos, con la destrucción de las clases y las
crisis de los movimientos colectivos, pues la
idea de una ciudadanía social, se centra en la
idea del mercado —un modelo socio-antropoló-
gico—, mediante la cual se establece la igualdad
y libertad de los sujetos, pero con ellos apare-
cen los excluidos del mercado, condenados a
la marginalidad social, lo cual les impide orga-
nizarse en un sujeto colectivo que les permita
resistir o buscar representación política.
No obstante, también afirma que los dere-
chos sociales al exaltar el protagonismo de los
sujetos, genera que el Estado gobierne soco-
rriendo y al mismo tiempo asuma un control so-
bre las personas. Ese control le permite actuar o
no, cumplir con un derecho social hasta que se
presenta el reclamo o pasado aún más tiempo.
Es desde esta mirada histórica que podemos
observar la confrontación entre el liberalismo y los
derechos sociales, pues cabe recordar que, para el
liberalismo más riguroso, el individuo es el artífice
y responsable de su suerte y no puede pedir a la
comunidad política, en este caso al Estado, una in-
tervención en apoyo de sus necesidades vitales. Lo
que tiene como consecuencia que la supervivencia
sea confiada a la iniciativa individual, “al juego de la
oferta y la demanda, y si acaso la beneficencia pri-
vada, y no la ayuda pública, puede venir en socorro
de los necesitados” (Costa, 2013: 34).
Estas ideas de Costa derivan de la posi-
ción de Georg Neumann que a continuación
me permito citar:
[…] obstinarse en los modelos del siglo
XIX, dispuestos a reconocer solamente la
libertad y la propiedad. No es posible ya
que la sociedad y la economía han cam-
biado profundamente, se han socializado
intensamente, y ya no es más posible
porque ha estallado, dos años antes, la
inesperada y epocal revolución soviética
y ha sido lanzada, en la Unión Soviética
en 1918, una nueva constitución donde
los derechos sociales tienen una posición
de todo respeto. Ciertamente —continúa
Naumann— queremos defender nuestra
civilización y, por lo tanto, su esencial
componente: la libertad y la propiedad.
Sin embargo, debemos aceptar el reto de
los soviets y diseñar un orden donde los
antiguos derechos, los derechos civiles,
se acerquen no sólo a los derechos políti-
cos sino también a los derechos sociales
(Costa, 2013: 36).
Es así como se introduce la defensa de los dere-
chos sociales en las constituciones que se fun-
dan en el siglo XX, debido a que estos derechos
cuentan con rango constitucional, luego enton-
ces, no se trata de una actuación que se le confía
al Estado que, de forma discrecional cuenta con
la opción de materializar o no materializar, sino
que las personas pueden exigirlos, ya que se
trata de un compromiso que asume la república
para reducir la desigualdad entre los sujetos.
Sin embargo, a pesar de la constitucionali-
zación de los derechos sociales, Costa sostiene
que, para su realización efectiva, en principio
dependen del legislativo y del ejecutivo,01 pero
que en la realidad se perciben más como pro-
mesas constitucionales que aún están lejos de
ser completamente realizadas.
Es por lo anterior que el siglo XXI nos presen-
ta un Estado paradójicamente con derechos so-
ciales en crisis, aún cuando no han visto su épo-
01 . Lo anterior cobra sentido pues inicialmente se trata de
contemplarnos en un presupuesto y posteriormente observar
y verificar que el dinero destinado a ellos se aplique en las áreas
propuestas, necesarias y/o urgentes.
ITZA LIVIER
ca de resplandor ante la sociedad pues, a pesar
de consagrarse en las líneas constitucionales, no
logran ser completamente materializados.
El problema de la efectivización
de los derechos sociales
Al centrarnos en la efectivización de los derechos
sociales, Pisarello critica de estos derechos po-
sitivos su alto costo, condicionamiento y límite a
lo económicamente posible o razonable, exigencia
no aplicable a los derechos civiles y políticos, por
lo que argumenta “el derecho a la libertad de
expresión o a la asociación nada significan para
quien padece hambre, carece de un cobijo o de un
empleo que le asegure la subsistencia, podría afir- “Se observa a un
marse que la conquista del derecho a la alimenta-
ción, a la vivienda o al trabajo depende en buena individuo y una
medida de la disposición de libertades y políticas
que permitan reivindicarlo” (Pisarello, 2007: 40). sociedad que, si
Resulta inconcebible que se considere a los
derechos sociales de “alto costo”. Si observa- bien son distintos,
mos detenidamente el número de personas al
que deben beneficiar, el costo no es alto, pero
sí acumulativo y también debemos advertir el
buscan converger
daño tanto individual como colectivo que la
omisión del Estado genera, lo cual requiere me-
en un colectivo”.
didas puntuales que den pronta respuesta a la
vulneración de los derechos sociales.
En cuanto a su condicionamiento, es preci-
samente la falta de condiciones lo que genera
el reclamo de los derechos sociales, resulta
contradictorio pensar en que deben existir con-
diciones para prestar este tipo de derechos si
consideramos que es precisamente lo que falta.
Ahora bien, en cuanto a la limitación a lo eco-
nómicamente posible, es importante mencionar
que el Estado cuenta con un alto presupuesto
que el poder legislativo se encarga de dispersar,
pero falla al no verificar que el ejecutivo aplique
en las áreas sociales correctamente o simple-
mente otorga el presupuesto necesario (míni-
mo) al momento de diseminar el egreso.
77
DEBATES
Pisarello también profundiza y reprocha el reco-
nocimiento tardío de los derechos sociales, su
posterioridad a los derechos civiles y políticos,
así como el relato plano de las generaciones,
que los relega a un segundo nivel.
Respecto al reconocimiento tardío coinci-
de con Costa y Fioravanti en cuanto a que su
aparición en las constituciones que emergie-
ron en el siglo XX, pero considera que, si bien
en el relato de los derechos civiles y políticos
pareciera que los derechos sociales son pos-
teriores a aquellos, es posible encontrar una
historia distinta en la que los derechos sociales
fueron requisito para dar contenido material a
los derechos civiles y políticos, lo cual derivó
en la restricción de los derechos patrimoniales
y libertades contractuales.
Pisarello mira en la tesis de las generacio-
“El siglo XXI nos nes, la narrativa de una historia formalista de
los derechos sociales que no permite anali-
presenta un Estado zar la omisión del Estado, sus cumplimientos
discriminatorios o sus retrocesos, y podría-
paradójicamente mos agregar el enorme costo que su omisión
provoca; se trata de generaciones perdidas y
con derechos de un estancamiento en la movilidad social;
se trata de observar que, ante la omisión del
sociales en crisis”. Estado respecto del derecho a la educación,
salud, vivienda, cultura, entre otros, no se
permite el desarrollo económico y social. En
cambio, la historia que sí se cuenta de ellos,
los centra como resultado de conflictos, lu-
chas o abolición de privilegios, pero no nos
permite mirar a los sujetos involucrados, las
vías que siguieron para su defensa, su forma
de organizarse, pareciera que de lo que se tra-
ta es de esconder la fórmula que permitió un
pequeño avance en su defensa.
Es por ello que el discurso oficial no nos
permite examinar si han evolucionado y la
forma en que lo han hecho, lo cual podría
traducirse en un precedente que atendería al
principio de progresividad,02 que incidiría en la
materialización de los derechos sociales y, en
consecuencia, en la necesaria protección de
grupos vulnerables.
78
¿Los derechos sociales son una
cuestión de políticas públicas?
Juan Antonio Cruz Parcero (2013) describe otros
problemas en los derechos sociales. Primero,
que el Estado de bienestar tradicional entró en
crisis, en este punto se debe referir la problemá-
tica que enfrentan las políticas sociales, como la
corrupción, el desvío de fondos, la desaparición
de recursos, entre otras, pero también se le ha
acusado de darle continuidad al sistema capi-
talista que, a propuesta de Miliband y Liebman
(1985: 476-489), debería desaparecer.
Es decir, es la crisis del Estado de bienestar la
que envuelve a los derechos sociales, generando
fenómenos como el desempleo, la migración,
la economía informal, excluyendo de beneficios
sociales a grupos de la sociedad que día tras día
crecen en número; por lo tanto, el Estado debería
adaptarse, evolucionar y reinventarse ante las nue-
vas circunstancias sociales, políticas y económicas.
Segundo problema: los jueces al tomar deter-
minaciones que conllevan afectaciones financie-
ras al gobierno, invaden la esfera de competencias
del poder legislativo, a diferencia de Cruz Parcero,
Roberto Gargarella ha considerado la necesidad
de que esta labor sea asumida por el poder judi-
cial, con la finalidad de resolver la problemática de
la efectivización de los derechos sociales.
Tercero: la incapacidad e inexperiencia de
los servidores públicos para distribuir el presu-
puesto asignado a vivienda, educación, salud,
02. El principio de progresividad se encuentra previsto en el
numeral primero de nuestra constitución, así como en diver-
sos tratados internacionales ratificados por nuestro país. Este
principio ordena ampliar el alcance y la protección de los de-
rechos humanos de forma que se logre su plena efectividad.
Asimismo, prohibe la regresividad, en el caso del poder legis-
lativo no podrá emitir actos legislativos que limiten, restrinjan,
eliminen o desconozcan derechos humanos, respecto de la
autoridad administrativa, esta no podrá interpretar la norma
de derecho humano de forma regresiva, es por lo anterior que
el Estado tiene el deber de no regresividad y de salvaguardar el
desarrollo gradual de los derechos sociales (Para mayor refe-
rencia véase el Amparo en revisión 750/2015, ponente: Norma
Lucía Piña Hernández).
trabajo, seguridad social, por nombrar algunos.
Esta problemática inicialmente vulnera el dere-
cho al acceso al empleo público, se contrata a
personas con poca o nula experiencia en la ad-
ministración pública lo cual incide directamente
en la forma en que se aplican los recursos, deri-
vando en el siguiente punto.
Cuarto: la falta de consideración en la afec-
tación a terceros, propicia afectaciones que
derivan en pobreza, pobreza extrema, incre-
mento de delitos, incremento de adicciones,
descomposición social, lo cual se mira con cier-
ta indiferencia.
De lo anterior colige Cruz Parcero (2013: 61-
89) que la falta de efectividad de los derechos
sociales radica en la incorrecta aplicación de
políticas públicas, en consecuencia, deben redise-
ñarse y transparentarse, así como otorgarles a los
ciudadanos mecanismos de control y supervisión.
Para Roberto Gargarella (2013: 109-141),
la problemática de la eficacia de los derechos
sociales se colige con el alcance que tienen los
tribunales y las objeciones que enfrentan, pero
sin dejar de considerar que eso debe resolverse,
ya que la exigencia de justiciabilidad deriva de las
profundas desigualdades políticas y económicas.
En principio Gargarella plantea la objeción
de la división de poderes, bajo este plantea-
miento el poder judicial no debería intervenir
en la materialización de los derechos sociales
ya que sustituiría al poder legislativo, quien es
el encargado constitucionalmente de resolver
cuestiones presupuestales, además de crearle
una distracción de sus tareas.
Segundo, la objeción democrática, que radi-
ca en la falta de legitimidad que tienen los tribu-
nales para resolver cuestiones con el diseño de
políticas públicas; como sabemos los derechos
sociales se estructuran desde esa perspectiva,
por lo tanto, tenemos una ausencia de legitimi-
dad ya que las políticas públicas deberían estar
organizadas por los ciudadanos o sus represen-
tantes (el congreso).
De lo anterior, concluye que, si el poder
judicial comienza a encargarse de ese tipo de
cuestiones, estaría legislando en un área pre-
ponderante para el congreso. Además, consi-
dera que no existe una delimitación respecto
al alcance de las sentencias, es decir, hasta qué
punto debe intervenir este poder en la materia-
lización de los derechos sociales.
Si bien es cierto que podemos observar una
invasión de poderes, la falta de justiciabilidad
de los derechos sociales provoca que se perpe-
túen las violaciones a los derechos colectivos,
en consecuencia, la situación actual exige que el
poder judicial se involucre en el resarcimiento
de estas violaciones colectivas que, si bien es
cierto que se invade la competencia del legisla-
tivo, lo que no debe permitirse es que continúe
la indiferencia ante la pobreza, escudados en
una invasión a la división de poderes.
El Estado social y la efectivización
de los derechos sociales
El Estado social como modelo que efectiviza los
derechos colectivos se convierte en un elemento
importante de estudio. Hermann Heller explica
que, si bien “toda sociedad desarrollada es una
sociedad jurídica y conflictiva, el Estado, es el
garante de la paz y de la justicia social, mediante
su mediación y procesamiento de los conflictos
inherentes a las sociedades humanas” (citado en
Monereo Pérez, 2009: 13). Es decir, le correspon-
de al Estado el garantizar no sólo la paz, sino tam-
bién materializar la justicia social, ya que cuando
no es posible su realización se traduce en conflic-
tos sociales, por lo que tenemos que la falta de
justicia genera inestabilidad social.
Por su parte, Lasalle define el derecho social
como aquel cuya función y misión del Estado es
facilitar y ayudar a conseguir los grandes progre-
sos culturales de la sociedad, mira a éste como
“el principal instrumento de transformación de la
vida económica y social en un sentido emancipa-
dor y socializador. Por tanto, es un tipo de Estado
intervencionista, racionalizador de la economía
y corrector y compensador de las desigualdades
ITZA LIVIER
sociales, asegurando con ello, la libertad efectiva
de todos los individuos” (Monereo Pérez, 2009:
68-69). Lasalle mira en la efectivización de los de-
rechos sociales una transformación económica y
social, dado que, al compensar las desigualdades
sociales, se logra la libertad de los individuos. Es
por lo anterior que Monereo Pérez afirma que
los poderes públicos en el Estado social tienen
el deber positivo de intervenir para asegurar las
condiciones necesarias de igualdad.
Asimismo, Heller apreció en la idea social el
desarrollo progresivo de la democracia en la
vida económica, pues consideró que se creaba
un orden justo desde la perspectiva económica
y una participación activa del individuo en ese
sistema, concluyendo que cuando el Estado se
implica en la realización de fines materiales,
concreta la justicia social.
Así, tenemos que el Estado social, democrá-
tico de derecho no sólo es condición indispen-
sable para una vida digna, es también la base
de cualquier lucha democrática por un ordena-
miento jurídico y económico que tenga en cuen-
ta los derechos sociales.
Teoría de frenos y
contrapesos de Madison
Esta teoría resulta conveniente para resolver la
objeción de la problemática de la división de po-
deres, aquella que argumenta que la autoridad ju-
risdiccional no debe asumir el lugar del legislador.
La teoría de frenos y contrapesos permite, entre
poderes, la capacidad de mutua interferencia,
dado que, como indica Madison en la obra El Fe-
deralista: “[…] el grado de separación requerido
[se refiere a los poderes legislativo, ejecutivo y
judicial], por esta máxima como esencial para un
gobierno libre, no podrá ser debidamente mante-
nido en la práctica a menos que estas ramas estén
conectadas y entrelazadas entre sí lo suficiente
como para dar a cada una un control constitu-
cional sobre las demás […] No se puede negar la
naturaleza expansiva del poder, y por ello debe ser
79
DEBATES
frenado para evitar que exceda los límites que se
le han asignado” (Hamilton, et al., 2015: 592).
Para Madison no es suficiente con establecer
los límites de los poderes, debido al expansionis-
mo del poder, sino que era en el legislativo en el
que veía claramente esa problemática y agrega
dos puntos más para tomar medidas ante él: pri-
mero, que es la única rama que tiene acceso al bol-
sillo de los contribuyentes y, segundo, la posibili-
dad que tiene de aprobar leyes sin una evaluación
pública que deriven en una vulneración al pueblo.
Madison veía la necesidad de establecer lími-
tes entre las ramas, en el sentido de lo que po-
día abarcar una sola, debido a lo cual denominó
“Los poderes
concentración tiránica, que específicamente el
legislativo podía llevar a cabo, es por ello que
públicos en el consideraba la pertinencia de proteger al pue-
blo, a través de las ramas ejecutiva y judicial.
Estado social tienen Con lo anterior tenemos que no debe mi-
rarse como una invasión por parte del poder
el deber positivo judicial al legislativo el dictar sentencias que
obliguen a este último a cumplir una función o
de intervenir canalizar un presupuesto, sino como parte de la
protección que aquel le debe otorgar al pueblo.
para asegurar
las condiciones La concepción hamiltoniana
necesarias de Alexander Hamilton, líder político y militar, oriun-
do de Nueva York, fue también colaborador de la
igualdad”.
serie de artículos que fueron publicados en The
Independent Journal, a partir del 1787, los cuales
posteriormente saldrían a la luz en El Federalista.
La concepción hamiltoniana de la democracia
impugna en Estados Unidos por la protección de
los derechos sociales bajo un argumento simple-
mente democrático, el cual se basa en que los
jueces sólo se encuentran obligados a cumplir la
constitución, esto es, sin llevar a cabo reemplazo
alguno, ya que la forma de defender la voluntad
democrática del pueblo es cumpliendo estricta-
mente lo que establece la constitución. Luego
entonces, la constitución de Estados Unidos
no afirma derechos sociales, y en tal caso, los
jueces no pueden defenderlos ante su falta de
rango constitucional (Hamilton, et al., 2015: 12).
80
No obstante, esto no sucede con nuestra cons-
titución dado que en la nuestra se afirman
derechos sociales, y bajo la concepción hamil-
toniana, referida a la defensa democrática del
pueblo, los derechos sociales deben ser protegi-
dos por su rango constitucional, y es así como se
habilita la defensa de los derechos sociales en
México bajo esta concepción.
El amparo colectivo
Ahora enfrentemos otra cuestión: el sujeto co-
lectivo, si bien es reconocido en la constitución,
no logra vincularse de forma idónea al amparo
colectivo, esto se debe a las siguientes causas; en
primer lugar, por la omisión legislativa que hay
de este procedimiento; en segundo lugar, por el
enfrentamiento, dentro de la constitución, entre
las corrientes comunitaria y liberal y, tercero, por
la construcción liberal del amparo tradicional.
Veamos con más detalle estos puntos.
Artículo segundo constitucional
La constitución política de los Estados Unidos
Mexicanos establece en el artículo segundo,
primera línea: “La Nación Mexicana es única e in-
divisible”, lo cual a decir de Liborio Hierro (2014),
refleja una concepción liberal–igualitaria de los
derechos humanos que ha servido de fundamen-
to a los derechos sociales, y muestra a un indivi-
duo sin identidad, una abstracción sin contenido,
una “identidad individualizada” (Taylor, 1993: 47).
Sin embargo, el mismo artículo en su párra-
fo siguiente establece: “La Nación tiene una
composición pluricultural sustentada original-
mente en sus pueblos indígenas que son aque-
llos que descienden de poblaciones que habi-
taban en el territorio actual del país al iniciarse
la colonización y que conservan sus propias
instituciones sociales, económicas, culturales
y políticas, o parte de ellas”.
Así pues, tenemos que en este acápite se
enarbolan los derechos colectivos a través de
una clara corriente comunitarista, que bien
podría coincidir con la filosofía de Herder, “una
concepción del yo constituido por sus fines y
por sus relaciones en la que ambas dimensiones
se nutren de su pertenencia a una comunidad
determinada” (citado en Hierro, 2014: 47).
De lo anterior podemos concluir que el numeral
segundo de nuestra Constitución Federal es con-
tradictorio, aunque abre un camino para el sujeto
colectivo reconociendo que nuestro país se integra
por distintos grupos, con identidades diversas, que
deben ser protegidos bajo el amparo de los dere-
chos colectivos. Entonces, surge aquí una pregun-
ta: ¿cómo podemos construir un sujeto colectivo
a partir de voluntades individuales? Al respecto,
Marina Garcés (1983: 18-19) sostiene que:
Es imposible ser sólo un individuo. Lo
dice nuestro cuerpo, su hambre, su frío, la
marca de su ombligo, vacío presente que
sutura el lazo perdido. Lo dice nuestra voz,
con todos los acentos y tonalidades de
nuestros mundos lingüísticos y afectivos
incorporados. Lo dice nuestra imagina-
ción, capaz de componerse con realidades
conocidas y desconocidas para crear otros
sentidos y otras realidades.
El ser humano es algo más que un ser
social, su condición es relacional en un
sentido que va más allá de lo circunstancial:
el ser humano no puede decir yo sin que
resuene, al mismo tiempo, un nosotros.
Nuestra historia moderna se ha construi-
do sobre la negación de este principio tan
simple. Por eso, el “nosotros” funciona en
nuestras lenguas sólo como el plural de la
primera persona. Como pronombre perso-
nal, “nosotros” no se sostiene por sí mismo.
Es la propia naturaleza humana la que nos dirige a
los demás, la que nos impulsa a la vida en comuni-
dad. Por su lado, Charles Taylor analiza la mirada
de Hegel entre el sujeto cognoscente y su mun-
do, y concluye que estos términos llegan a una
reconciliación: “no solo hay continuidad entre
nosotros y los animales; también hay continuidad
dentro de nosotros, entre las funciones vitales y
mentales, entre la vida y la conciencia” (Taylor,
1983: 46), para Hegel el espíritu no puede existir
apartado del universo, se trata del hombre que se
desarrolla en la comunidad y no sobre ella.
Montserrat Guibernau (2017) plantea que
es la comunidad la que desempeña un papel
fundamental en la construcción de la identi-
dad individual; es en la comunidad donde los
individuos aprenden a acatar y cumplir sus re-
glas, pero su función más importante es la de
otorgarles la identificación de los valores y los
objetivos de la comunidad: “Es dentro de la co-
munidad que el individuo adquiere la identidad
primordial del colectivo, por la cual es capaz
de adoptar los valores y principios que rigen a
su comunidad. Es la identidad colectiva la que
permite al individuo sacrificar una parte de su
libertad personal a cambio de la seguridad del
grupo al que pertenece” (Guibernau, 2017: 35).
Otro elemento que conforma al sujeto colec-
tivo es el poder de pertenencia que, para Gui-
bernau, reside en la capacidad del individuo para
crear un vínculo emocional que propicia una iden-
tidad compartida, lo cual hace posible la lealtad y
la solidaridad entre los miembros de la comuni-
dad. Así, tenemos que la pertenencia a un grupo
deriva de un proceso de elección, el cual implica
un compromiso personal que no se atribuye: “La
pertenencia promueve una vinculación emocio-
nal, expande la personalidad del individuo para
que adopte los atributos del grupo. A cambio, el
grupo le ofrece un espacio en el que sus miem-
bros comparten intereses, valores y principios co-
munes, o un proyecto en común. La pertenencia
abre el acceso a un entorno en el que el individuo
es importante” (Guibernau, 2017: 51).
Por consiguiente, se colige que la construc-
ción del sujeto colectivo se enmarca en las ca-
tegorías de identidad, pertenencia y comunidad,
pero ello resulta complejo por lo que hoy obser-
vamos un enfrentamiento por el reconocimiento
de las comunidades, las cuales buscan la justicia
social mediante el amparo colectivo. Sin embar-
go, es la construcción liberal propia del amparo
la que limita al poder judicial el reconocimiento
ITZA LIVIER
y construcción de un sujeto colectivo. No obs-
tante, es pertinente recordar que los derechos
sociales atienden al principio de progresividad,03
y aunque se trate de una suerte de justiciabili-
dad débil (Saba, 2016: 235), esto permite encau-
zarnos hacia la materialización de los derechos
colectivos y, por añadidura, la construcción del
sujeto al que le pertenecen. m
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03. Artículo 2.1 del Pacto de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales.
81
DEBATES

PORTAFOLIO

CORAL
DELGADO
PIÑÓN
O B R A R E C I E N T E

En los fondos de los abismos siempre hay una lucha perpetua. De ese os-
curo lugar no se sale ileso, mucho menos sin afecciones crecientes. Vivir
en el filo del paisaje que alumbra una provocación acaso infinita, termi-
na por dejar exhausto cualquier movimiento a causa de tanto repetirse.
Es el fondo, incluso en su ausencia, quien empuja al yo hacia el vacío, lo
desmorona para dar lugar a la multiplicación del color, a veces como una
simple explosión que pasa fugazmente a una superficie siempre atenta a
la transgresión. Sustituye las formas y las máscaras, da lugar a la risa y a
la provocación, aunque con estos gestos abra la puerta a la noche para
comenzar nuevamente.

“El buen Dios, grita Aby Warburg, se oculta en los detalles”. Coral camina
por un sendero que hacen de la huella y el indicio sus puntos de encuen-
tro con la vida, no obstante que sea ahí donde aparece en cada pliegue un
principio de incendio. Pareciera que no hay miedo a incinerar el conjunto
para que sólo sobrevivan los detalles. Por ello, los contornos de su obra
reciente tienen una musicalidad que es expansión continua. Con insisten-
cia pareciera que cada gesto, cada trayectoria de color quisieran devo-
rarnos y regresarnos siempre al mismo punto: el origen. La intuición es
reveladora: el origen es incierto, pero estamos obsesionados con él. Tal
es su agitación por la espera eterna de ese buen Dios que siempre está
al acecho que los títulos de sus composiciones, incluso las que siguen en
un estado de indecibilidad, son su remedio y mocedad en medio de una
estepa de formas que nunca se detienen…

Texto de Israel Covarrubias

CORAL DELGADO MOMENTO ACUÁTICO

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CORAL DELGADO COMPOSICIÓN I

CORAL DELGADO COMPOSICIÓN III

CORAL DELGADO CORALITAS

CORAL DELGADO DESCENDIENDO

CORAL DELGADO DUALIDAD

CORAL DELGADO LÁGRIMAS EN EL ESPEJO

CORAL DELGADO EN EL ARRECIFE

CORAL DELGADO SIN TÍTULO

CORAL DELGADO SIN TÍTULO

CORAL DELGADO SIN TÍTULO

 IMPRENTA PÚBLICA

3.
5.

4.

2.
CORAL DELGADO SIN TÍTULO

1.
6.

1. EL MARXISMO EN MEXICO. UNA HISTORIA INTELECTUAL. 2. HEGEL ACTUAL. LA PACIENCIA

DE LO NEGATIVO. 3. PAISAJES INSURRECTOS. JÓVENES, REDES Y REVUELTAS EN EL OTOÑO
CIVILIZATORIO. 4. LOS RETOS DE LA GOBERNABILIDAD EN MÉXICO. EL CRIMEN ORGANIZADO.
5. UNA HISTORIA DE LA ANORMALIDAD. FINITUD Y CIENCIAS DEL HOMBRE EN LA OBRA DE
MICHEL FOUCAULT. 6. DICCIONARIO DE LA MEMORIA COLECTIVA

Una necesaria y oportuna
historia intelectual del
marxismo en México.
Entrevista a Carlos Illades
por Israel Carlos Illades es uno de los más certeros y lúcidos historia-
Covarrubias dores de las ideas políticas en nuestro país. En la actualidad,
es profesor titular del Departamento de Humanidades de
la Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa. Es In-
vestigador nacional nivel III del SNI. Autor de una numerosa
obra entre las cuales se cuentan hoy libros indispensables
para la cabal comprensión de la historia de los intelectuales,
de los conceptos y de las ideas de los dos últimos siglos en
México. Entre ellas, recientemente ha publicado La inteli-
gencia rebelde. La izquierda en el debate público en México
1968-1989 (2012); De la Social a Morena. Breve historia de
la izquierda en México (2014); Estado de guerra. De la gue-
rra sucia a la narcoguerra (2014); Conflicto, dominación y
violencia. Capítulos de historia social (2015 con Teresa San-
tiago) y la obra que dio oportunidad para desarrollar esta
entrevista: El marxismo en México. Una historia intelectual,
publicado por la editorial Taurus en 2018.
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Metapolítica (M): ¿Cuál es el valor del marxismo hoy
como literatura en términos de ideas políticas y también
como forma política para el desarrollo cultural, intelec-
tual, incluso académico de nuestro país?
Carlos Illades (CI): El marxismo es central en México, a
nivel mundial también, pero en México y Latinoamérica, sin
duda, para entender el siglo XX. Tal vez es más fuerte la pre-
sencia del marxismo que la del comunismo; el comunismo
sería como una ideología política asociada con el marxismo,
de hecho es previa e incluso posterior al marxismo pero la in-
fluencia intelectual y cultural es grandísima, es de verdad sin
exagerar tan importante al siglo XX como lo fue el positivis-
mo al siglo XIX. ¿Por qué? Porque está ligado a una práctica
política, el comunismo, a un imaginario; además está ligado
con los movimientos sociales, con los partidos, no todas las
corrientes tienen esa fluidez en esa dirección y porque casi
de manera transversal llegó a las ciencias sociales, no sólo se
impartió en filosofía o historia, sino también en economía,
sociología, antropología, el mundo de la cultura.
Esta transversalidad del pensamiento marxista también
fue definitiva para su relevancia y hay un tercer aspecto que
está asociado con la práctica política. En México el marxismo
se conoce muy escasamente a finales del siglo XIX, es des-
pués de la Revolución rusa que se empieza a difundir y sobre
todo en la década de los treinta del siglo XX cuando nacen
Carlos Illades,
EL MARXISMO
EN MEXICO.
UNA HISTORIA
INTELECTUAL.
México, Taurus, 2018.
las primeras editoriales, llamémosles socialistas, la Editorial
Popular, es cuando se da la educación socialista, y por ello el
marxismo penetra. De hecho los primeros exponentes como
Mancisidor, son profesores normalistas o funcionarios nor-
malistas, entonces al entrar al gremio magisterial, entra al
rubro de la formación de estudiantes. Eso reprodujo mucho
su influencia, es decir, ya estaba inserto en el sistema edu-
cativo cuando se expande a las ciencias sociales, sobre todo
en la década de los sesenta y setenta. Así, tiene una base
en la educación media, en la educación superior, tiene una
presencia política, social y por otro lado es transversal en las
ciencias sociales, lo que le da una condición muy particular.
M: ¿Es posible sostener que el marxismo ha sido o se vol-
vió un paradigma de explicación a lo largo del siglo XX, por
lo menos en el caso mexicano?, ¿en qué sentido sí o en qué
sentido no? Además, ¿podríamos pensar desde un punto
ISRAEL COVARRUBIAS
de vista sociológico que fue una teoría general de la socie-
dad? Quizá esta pregunta sea relevante además porque
parece que hoy lo que nos hace falta para explicar la cues-
tión social son justo teorías generales.
CI: Yo creo que funcionó como una teoría general de la socie-
dad, es más al extremo de que se pretendía explicar todo a
partir del marxismo. De hecho refundaron de alguna mane-
ra cada ciencia social: se hace una sociología marxista, una
antropología marxista, etcétera, hubo esa tentación; esto
es, por un lado, un planteamiento totalizante hacia las cien-
cias sociales pero también cada ciencia social constituirla o
reconstituirla a partir del marxismo, y entonces eso también
coadyuvó a su potencia pero, al mismo tiempo, cuando de-
cae, decae fundamentalmente por algunas razones internas
(la llamada crisis del marxismo), como lo fue la dificultad para
pensar la política y sobre todo el tema de la democracia. En
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IMPRENTA PÚBLICA
fin, la discusión que viene desde los setenta bajo la égida de
la llamada crisis del marxismo, se junta con otra razón, que es
el colapso socialista; entonces, el que se baje de repente de
la escena pública deja un vacío muy importante en el pensa-
miento mexicano, un hueco.
M: A lo largo del libro hay una suerte de centralidad en los
cultores por generación del marxismo, y en las obras o en
la producción de ideas de cada uno de ellos. Por ejemplo,
nunca se deja de referir, por un lado, la fundación y desa-
rrollo de publicaciones periódicas, revistas y, por el otro,
de casas editoriales, que es importantísimo. ¿Piensas que
necesitaríamos hacer una historia intelectual también de
las revistas y de las casas editoriales que la cultura mar-
xista produjo?, ¿qué tipo de historia podría derivarse de
la escritura política y social en el sentido de la producción
marxista en México, en el sentido de lo que se acumuló en
las páginas de estas publicaciones?
CI: De hecho, la empieza a haber, hay sobre todo jóvenes es-
tudiando las publicaciones, la editoriales o editoriales que no
sólo hablaban de marxismo pero que eran muy importantes,
por ejemplo Era, que es la que da a conocer el pensamiento
de la nueva izquierda, eso lo empieza a haber. Yo mismo pu-
bliqué en 2012 un libro que se llama La inteligencia rebelde,
la izquierda en el debate público mexicano, donde la idea
era ocuparme de las tres principales revistas Cuadernos Po-
líticos, Historia y sociedad y Coyoacán. Empieza a haber, ya
tiene un tiempo pero hay que profundizarlo mucho más, esto
es una historia, la del marxismo e incluso la del socialismo,
que llevan rezago en relación con las historias del liberalismo
o del conservadurismo. En parte esa es una de mis disputas
intelectuales dentro del campo de la historia en el campo
académico, cuando se consideran sólo académicos los temas
que tratan de liberalismo y de conservadurismo; si hablas de
socialismo de izquierda parece grilla, eso es un absurdo, pero
es casi como el sentido común.
Entonces, decir que había socialistas, que es con lo que yo
comencé en los noventa, que hay un socialismo utópico que
en México no es el más fuerte pero en el siglo XIX, ha sido
muy difícil meterlo en la discusión académica, porque bási-
camente sólo se considera que hay liberales y conservado-
res, hasta existe una dificultad, no diría epistemológica, pero
sí diría mental en el sentido de admitir que tiene 170 años de
existir esa postura en el debate mexicano, pero sin duda es
una historiografía que se encuentra rezagada. Mi libro lo que
pretende es hacer una especie de mapa o cartografía para
que sigan otros y me parece necesario justo por ese vacío,
un vacío en el cual era importante atacarlo, tratarlo de llenar
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porque ya comienza a renacer el marxismo entre los jóve-
nes. Entonces en ese sentido aprovechar la ventaja de que
viví en esa época cuando era estudiante y en la actualidad,
puedo ser una especie de eslabón entre la modernidad y la
posmodernidad.
M: Algo que me llamó mucho en tu libro es el papel (y que
tú también subrayas) que juega la heterodoxia en la evolu-
ción de los debates y de las ideas del marxismo mexicano.
¿Cuál es su significatividad? Es decir, dentro del marxismo
mexicano hay figuras como la de José Revueltas, o Roger
Bartra más adelante, que al final fueron excomulgados
de uno u otro modo de toda esa tradición que a veces era
muy rígida en sus esquemas de pertenencia intelectual.
Entonces, ¿qué papel juega la heterodoxia en la renova-
ción de los marxismos dependiendo la generación a la
cual pertenecen los autores que trabajas?
CI: Interesante la pregunta. Yo creo que el primer hetero-
doxo es sin duda Revueltas, y eso va asociado no sólo con
su personalidad, va asociado porque a él le tocaron todas las
mutaciones posibles del marxismo y del ser comunista: a los
15 años ya es comunista, le toca el marxismo soviético, el
de la Tercera Internacional, pero relativamente joven como
a Sánchez Vázquez, le toca la experiencia del 20º Congreso,
el redescubrimiento del joven Marx, empieza a cambiar de
posturas dentro del marxismo. Por otro lado, le toca la emer-
gencia del maoísmo, en fin… a lo que voy es que la heterodo-
xia, en parte, no es la única explicación, pero teóricamente
creo que se explica por las transformaciones o las variedades
del comunismo, porque estamos hablando de intelectuales
que son militantes, no de académicos, entonces no sólo son
influencias teóricas sino políticas. Entonces, esa es una de
las razones de la heterodoxia y otra razón que se me ocu-
rre, hablando de Revueltas, es el caso de su personalidad.
Revueltas se vuelve autodidacta cuando muere su padre y
se va a estudiar a la Biblioteca Nacional y es profundamente
católico, estudia religiones y entonces se vuelve marxista,
hay ahí una cuestión muy singular que no comparten todos.
Y la otra es que el marxismo y sobre todo el marxismo ya de
los setenta, el que llamo marxismo crítico es bastante más
cosmopolita, entonces hay como mestizajes distintos; unos
son más franceses, Bartra por ejemplo se decanta política-
mente más por el eurocomunismo, pero está influido por el
marxismo francés más no el althusseriano, el althusseriano
es el que influye a Jorge Castañeda —por ejemplo a Calos
Pereyra—, de otro lado están los que vienen de la tradición
alemana, como Bolívar Echeverría, entonces cada uno trae
sus mestizajes propios, unos más hegelianos, otros menos.
Esa sería también una de las peculiaridades de José Revuel-
tas, él es tan marxista como hegeliano, tiene las dos.
M: Colocas a los distintos pensadores por generación. De
ellas, destacan la tercera y la cuarta generación, que son
las generaciones que acompañan el proceso de cambio
político del último tercio del siglo XX en México. ¿Cómo es
tratada la cuestión democrática en los diferentes autores
de estas generaciones, por ejemplo, Revueltas, Pablo Gon-
zález Casanova, Arnaldo Córdova, Bartra? Es decir, ¿cómo
aparece esa cuestión, o bien, es posible sostener que den-
tro del marxismo de estas dos generaciones, la tercera y
la cuarta, la cuestión democrática era algo inherente a la
reflexión de los distintos autores o es una cuestión que
por default coincide con sus propios desarrollos?
CI: Yo creo que un poco las dos cosas. O sea, la cuestión de-
mocrática está en la discusión marxista desde mucho tiempo
atrás pero no de manera central o no implícita o no como
democracia política; yo pienso que el marxismo en tanto he-
redero de las revoluciones de 1848, hace suyo el asunto de la
democracia entendida como democracia social, es algo que
está muy presente; es decir, puede que no se hablara tanto
de las elecciones —aunque se hablaba—, pero sí se hablaba
de democratizar los sindicatos —por ejemplo. Siempre estu-
vo en otro plano la discusión democrática. Luego en el siglo
XX se cruza mucho, y es donde hay más problemas con la
democracia política, con la discusión entre reforma y revo-
lución, eso de alguna manera llega todavía hasta el siglo XXI,
pero en el siglo XX aún en los setenta y en los ochenta, era
una discusión que si no era abierta, por lo menos estaba pre-
supuesta; entonces, eso trabó un poco la discusión con res-
pecto a la democracia política, pero sin ser contradictorio.
Lo que he notado es que la discusión sobre la democra-
cia política en sentido amplio está incluso ya perfilada cla-
ramente en Revueltas, y eso coincide con Octavio Paz, de
la misma manera que coincide Carlos Pereyra con Enrique
Krauze, o sea una de las conclusiones de Revueltas en sus
escritos sobre el 68, en lo que escribió poco después de que
salió de la cárcel, es que en México tiene que haber una re-
volución democrática y es una revolución democrática que
va desde la democracia política hasta la democracia en los
sindicatos, en la libertad de los medios de comunicación, en
fin, esas cosas… a lo que voy es que no creo que México —es
una especie de mito o por lo menos de exageración— sea
patrimonio liberal. Hay una discusión en el marxismo, no te
digo que en todo el marxismo, pero, por un lado, la demo-
cracia social y todo eso está siempre en el siglo XX, que sí se
puede democratizar, no al partido pero sí a los sindicatos.
ISRAEL COVARRUBIAS
Incluso como democracia sustantiva, incluida la democracia
política, ya está en Revueltas y sin duda en los ochenta está
en Carlos Pereyra y en Roger Bartra, entonces es contempo-
ráneo a Paz y a Krauze.
M: ¿Se puede sostener la afirmación de que el marxismo es
quizá la tradición de pensamiento más recurrente o más
frecuentemente utilizada en México a lo largo del siglo XX,
a diferencia de la tradición liberal o democrática que hoy
algunos quieren hacer desde ahí su propia filiación?
CI: Sí. Es decir, y no porque fuera dominante, que ese sería un
poco el matiz, sino porque siempre estuvo ahí, en otro nivel,
que no es estrictamente el de la esfera intelectual, más bien
la novedad en los setenta —sobre todo— es que hay una inte-
lectualidad marxista, intelectuales públicos, intelectualidad
conocida y reconocida, pero más bien estuvo presente siem-
pre sin ser hegemónicos, es como profunda —así la llamaría.
M: Hay un rasgo característico del marxismo pero también
de la cultura de la izquierda a lo largo del siglo XX en México
y que dura hasta el día de hoy y que es la cuestión del secta-
rismo. De hecho, en la tradición del marxismo es una de sus
claves para la comprensión de su fragmentación y de sus
contradicciones, que ha empujado desde el punto de vista
intelectual incluso al transformismo de muchas de sus ca-
bezas pensantes que terminan colocados en otra orilla o en
otra apuesta ideológica, intelectualmente contraria al lugar
de donde salieron. ¿Cómo se explica este sectarismo y estas
formas intrínsecas de fragmentación de la cultura marxista
que al día de hoy —se dice— es el principal problema de la
izquierda ya que no logran ponerse de acuerdo, son indisci-
plinados, se pelean unos con otros, se traicionan…?
CI: Yo creo que son varios problemas que abarca la pregunta.
Una fuente de fragmentación o de abandono de la izquierda
o de moverse en la izquierda, es porque en los noventa todos
se movieron. Lo que pasó es que unos se salieron del campo
de la izquierda y otros se movieron dentro de la izquierda; la
derrota de finales de los ochenta y principios de los noventa
es una derrota histórica. Es como en los veinte, de ese tama-
ño, además con el agregado de que la base obrera se reduce,
algo que ya sigue en el futuro no sólo del comunismo sino de
la socialdemocracia, ya no hay una mayoría de trabajadores
manuales, esa es una razón. Otra, creo que tiene que ver con
la debilidad de la inserción del marxismo como militancia co-
munista entre los trabajadores. Entonces la discusión se vuel-
ve una discusión más universitaria o ideológica, y también
obedece a las fragmentaciones a nivel internacional. Es una
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IMPRENTA PÚBLICA
corriente que siempre está en contacto, es global o más bien
siempre ha sido internacional. Hay otra cosa que me parece
quizá la más importante a nivel político: a la derecha la unifi-
can los intereses y a la izquierda la ideología, y la ideología es
mucho más frágil que los intereses; es más fácil alinearse en
torno a intereses que en torno a cuestiones ideológicas.
M: ¿Cuáles han sido tus motivos —sobre todo intelectua-
les— para emprender el estudio de una cierta tradición
de pensamiento que comienza en el siglo XIX (la tradición
social de pensamiento crítico y libertario) y que va toman-
do forma en distintas obras para configurar una colección
en torno a un gran espectro cultural que seguimos hoy
llamando izquierda mexicana? Incluso desde el punto de
vista incluso puramente de historia intelectual. ¿qué fue
lo que te empujó a hacer este recorrido?
CI: Yo soy historiador de formación; empecé a estudiar a
finales de los setenta. En aquel tiempo era una cultura de
izquierda la que más o menos había en las universidades.
Entonces, digamos que tanto el interés como la simpatía
política vienen de ahí. Y la otra razón es que me di cuenta
de que podía volver esa simpatía por la izquierda como algo
útil, académica o profesionalmente útil. Así, en los noventa,
ya acabada mi formación como historiador empecé con te-
mas —desde los ochenta pero más en los noventa— de ar-
tesanos, trabajadores, etcétera; y después me pasé al primer
socialismo y ahí era un poco simplemente por notar esa au-
sencia —en los noventa ya había muy poco de estudios sobre
el socialismo—, ya no digamos de historia intelectual.
Hubo un segundo momento, o más bien un primer momento
importante en los sesenta y los setenta —el libro de García Can-
tú, el de Hart— pero eso coincidía con la época de expansión del
pensamiento de izquierda y que se abandonó totalmente. Lue-
go, en los noventa me di cuenta que se había roto ese eslabón
y decidí profundizar. Como historiador me dedicaba al siglo XIX,
entonces empecé del siglo XIX, incluso a recopilar los textos, y
de 10 años para acá me he centrado más en siglo XX. Digamos
que hay una simpatía generacional, como de época y, por otro
lado, una ausencia dentro del campo académico.
M: ¿Qué papel juega el 68 como acontecimiento intelec-
tual para la ampliación de los horizontes de inteligibili-
dad del marxismo mexicano?, ¿ juega un papel de rele-
vancia, los toma “mal parados” o solamente algunos que
lo intuyen —como Revueltas y de Gortari—participan en
el evento? Dicho en otras palabras, ¿es el 68 un aconteci-
miento inaugural para hacer una de las recodificaciones
del marxismo mexicano?
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CI: Yo creo que hay dos acontecimientos que de alguna ma-
nera están ligados pero son distintos: la Revolución cubana y
el 68. La revolución cubana es a América Latina lo que la Re-
volución rusa a Europa Occidental, incluso Sánchez Vázquez
dice que forma su estética a partir de la experiencia estética
de la Revolución cubana, no obstante que viene de la otra ge-
neración, eso es lo primero. Yo creo que la Revolución cubana
y luego su asociación con la teología de la liberación abre el
campo en América Latina para el surgimiento de la nueva iz-
quierda, y la socialización política e intelectual de esa nueva
izquierda es el 68. O sea, ahí Carlos Pereyra, Bartra, estén o
no estén en México —Bartra no se si estaba, Pereyra si está—
, es cuando llega Bolívar Echeverría… Es el 68 la referencia de
todos estos jóvenes que además están incorporando expe-
riencias de otros lados. Por ello, sirve no sólo como referen-
te histórico o como la idea del Estado autoritario en su más
fuerte manifestación, sino es su socialización política; pero
insisto, la nueva izquierda en México, en América latina, yo
creo que se puede fechar en origen con la Revolución cubana,
con la influencia de la Revolución cubana en el continente.
M: En varias ocasiones utilizas la noción de “horizonte de
expectativas” para denotar precisamente las variaciones
intelectuales del marxismo en el tiempo y de generación
a generación. Si la volviéramos a ocupar hoy, ¿cuál sería el
horizonte de expectativa que tendría la “intelectualidad”
mexicana de izquierda, posmarxista, en la hora actual de
la democracia mexicana?
CI: Yo creo que la expectativa es justo construir una opción
ahora por lo menos distinta a la globalización. Es también
buscar una opción sin tener certezas que ese es un cambio
definitivo con el siglo XX. No sólo con relación al marxismo,
sino con muchas corrientes de pensamiento, pero con el
marxismo sin duda; o sea partir de la idea de que el mundo
está abierto pero que sí puedes prefigurar una opción. Creo
que hay mucha incertidumbre pero, por otra lado, también
mucha inquietud. Entonces en ese sentido el horizonte de
expectativa es como construir opciones y, por otro lado, no
sé si entraría dentro de lo mismo o sería un apartado distinto,
es por lo menos contener la barbarie. Es decir, ya no es la idea
dominante o exclusiva de un futuro utópico, sino un futuro
menos malo, menos salvaje. Cada vez estamos buscando co-
sas más elementales, no sé si vaya en el mismo campo, es una
opción que por lo menos nos evite seguir en la pendiente.
M: Llama la atención en tu libro la noción de populismo
que aparece por aquí y por allá dependiendo el autor, por
ejemplo en Arnaldo Córdoba, que es una noción muy vaga
sobre él. Es decir, aparece bajo la semántica de las clases
populares, subalternidad, el propio Arnaldo hablaba de
la Revolución mexicana como revolución eminentemente
“popular”. ¿Existe una reflexión teórica consistente sobre
el populismo en la historia del marxismo mexicano? Te lo
pregunto porque es uno de los temas que hoy estamos
debatiendo —y no sólo por la coyuntura política— sino
por intentar dar respuesta a lo que está pasando con los
diversos populismos en la democracia.
CI: Sí, la hay, yo diría que sobre todo en Arnaldo Córdova,
pero había una idea un tanto distinta de lo que es populismo.
El populismo, su objeto de análisis era América Latina, en
los treinta. En cambio después de ellos, en el caso mexicano
con Córdova y es el caso de Ianni en Brasil, el concepto en la
época actual se ha extendido absolutamente a todo. Enton-
ces, antes era, no sé si mejor pero históricamente preciso, en
cambio ahora la última definición que leí en El Universal con
Krauze a propósito de su libro, dice que el populismo es la re-
lación entre el líder carismático y las masas. Si buscas el líder
carismático y las masas te puedes remontar desde Roma para
empezar y sin duda o de perdida hasta el siglo XIX. De hecho,
la historiografía estadounidense desde hace veinte años
para hablar de los regímenes populistas habla por ejemplo
de Vicente Guerrero, ya ves que el de Vicente Guerrero era
un gobierno popular. En Estados Unidos ya hablaban de eso,
entonces si es esto de la relación del líder carismático y las
masas, es Hitler, es Stalin, es Vicente Guerrero y Julio César
—por decir algo. Luego otra definición de la demagogia en
sentido estricto es también Fox; en este sentido, es el primer
populista que tuvimos en la transición: fue de derecha, él iba
a arreglar Chiapas en 15 minutos, una expresión así no se la
hemos escuchado a López Obrador. O tenemos la asimilación
de raigambre de la teoría política estadounidense de que el
populismo es como una versión bastarda del pensamiento
fascista. Lo que yo creo es que el concepto se ha vuelto hue-
co y la ventaja que se tenía en la época de Arnaldo Córdova,
no sé si era mejor, pero es que se referían a América Latina
en los años treinta, es decir, la manera en cómo entran las
masas populares en el siglo XX a la política, y pues era más o
menos latinoamericano el fenómeno.
M: Hablas en un pasaje de tu libro sobre la transformación
de la universidad en los años ochenta, sobre cómo se fue
desarrollando esa transición al scholar de una universi-
dad menos permeada por los vaivenes ideológicos —más
aséptica—. Comienza una suerte de “nuevo estilo de apro-
piación académica”. Y esto puede ser un cataclismo para
mucha de la cultura universitaria marxista. Sin embargo,
ISRAEL COVARRUBIAS
también este hecho posibilita lo que tú planteas de las
formas bajo las cuales algunas tradiciones de pensamien-
to comienzan a recuperarse en la época (por ejemplo, la
italiana —Bobbio— o la francesa que son tradiciones mar-
xistas más sólidas teóricamente). En este orden de ideas,
¿es posible pensar en una nueva tradición de estudios,
comenzando con los tuyos, que no haga suyo el punto de
vista revisionista, sino que construya un nuevo campo de
la historia de las ideas de los marxismos o estamos en un
callejón sin salida?
CI: Al menos sería mi inquietud o me gustaría que ocurriera,
en el sentido de volver estos temas, temas académicos no
para despolitizarlos sino para tratarlos con la profundidad
que merecen. Lo decía al principio: es tan legítimo estudiar
esto como estudiar historia del positivismo o historia de la
derecha o lo que sea. Quisiera decir una cosa medio ligada
con tu pregunta de manera un poco distinta: lo que decías
de Bobbio y los italianos. Esa asimilación o más bien cómo
se dio esa asimilación de alguna manera acabó trabando el
marxismo mexicano. ¿Por qué en México no se dio un La-
clau? Porque en México los marxistas —y ya iba en esa de-
riva Pereyra— se volvieron liberales o neoliberales, o como
clasifiques a Castañeda, porque Castañeda tiene cosas de
neoliberal y otras de estatista, pero evidentemente ya no es
althusseriano. Entonces, los que evolucionaron o mutaron
—o como quieras llamarle— hacia el posmarxismo fueron
fundamentalmente los althusserianos; los althusserianos
mexicanos se volvieron liberales como Luis Salazar, alumno
de Carlos Pereyra, y neoliberales como Castañeda. Así, hay
un gap. Por ejemplo, en Sudamérica hay una recuperación
muy grande (en Chile, en Argentina) de Althusser, no es que
estén detenidos en el tiempo, hay discusión. Entonces ahí
no se perdió una generación. En cambio, en México —y que
conste que tiene mucho que no voy a la UNAM a dar clases
a la Facultad de Filosofía y Letras— tengo la impresión de
que los posmarxistas que hay ahora y que son jóvenes, en
realidad no vienen de este eslabón sino que lo son por su
cuenta, o sea que esa generación entre 1990 y el 2010 por
decir algo, allí fue un páramo. Entonces, los que llegaron,
llegaron fuera de este hilo porque ese hilo se rompió con la
quinta generación.
M: Me llama la atención que en México hay personajes de
cierto grupo liberal a los que les resultaba muy atractiva la
figura de Claude Lefort, que es un crítico del totalitarismo
y que tiene una teoría de la democracia muy sólida. Si uno
lo lee, la crítica al totalitarismo que hace él es muy dura,
y justo pareciera que a Octavio Paz le interesa más esa
101
IMPRENTA PÚBLICA
figura que critica al socialismo, y por ello lo hace su aliado,
pero entendió poco la idea de la democracia de Lefort. Pa-
reciera como si el liberalismo o la versión mexicana de él
bloqueó desarrollos de teoría política sólida y no liberal.
Al respecto, al principio de tu libro planteas que también
hay que explicar cómo es posible que autores como Roger
Bartra por un lado tenga libros muy agudos, textos muy
polémicos y, de repente, esté convencido de que Calderón
es una opción política.
CI: ¡Se puede decir que quizá no lo sea López Obrador, pero
no que Calderón lo sea! Hay dos cosas que quiero comentar
de tu pregunta. Por un lado, gente como Lefort o Castoriadis
en realidad eran el ala izquierda del marxismo, o sea anti-bol-
cheviques, eran más tipo consejistas. Cuando viene Castoria-
dis al encuentro Vuelta del noventa, las posturas de Casto-
riadis son de izquierda; él siempre reivindicó la democracia
directa, pero eso queda nublado justo por lo que acabas de
decir: la aplanadora de que es el mercado —Fukuyama era
casi el mercado y la democracia representativa—. Además
el modo en cómo dirigían las mesas Paz y Krauze, es lo que
se impone. Hubo gran calidad en algunas participaciones de
este evento, ahí Castoriadis tuvo una gran participación y se
da un agarrón con un economista ruso sobre cómo las tesis
neoliberales en economía eran bastante viejas y era cometer
los errores de los años cincuenta, pero eso sólo lo ves si revi-
sas los textos. Entonces quedó como asimilada esta izquier-
da a una izquierda liberal pero Castoriadis no era liberal, en
todo caso podría ser libertario pero no liberal, libertario no
estadounidense sino libertario más en tradición anarquista.
La otra cosa sobre los intelectuales es que yo creo que
en México los marxistas en los ochenta como grupo eran los
más fuertes, eran los que tenían más densidad, no te digo
que eran los mejores o no pero eran los más y ahora pues no.
¿Qué pasó? Cuando cae el socialismo también se da el salto
de los intelectuales a los medios de comunicación. Y eso dejó
absolutamente descobijados a los marxistas. Por un lado la
derrota histórica y por otro cambiaron las formas de produc-
ción del discurso y ahí quedaron ausentes; y ahí los acabaron
de planchar; y claro, si querías salvarte de alguna manera
tenías que entrar al consenso; y ahí hay algunos, por ejemplo
el caso de Bartra; hay algunas vueltas de tuerca, no son tan
fuertes como las de Castañeda, porque Bartra retoma mu-
cho la crítica de Revueltas a la Revolución mexicana; yo creo
que la crítica mexicana más fuerte a la Revolución mexicana
es la de Revueltas, entonces La jaula de la melancolía es un
poco eso. Revueltas dice que es la loza que impide que el
102
CONCEPCIÓN DELGADO
Gerardo Ávalos Tenorio,
proletariado se emancipe y Bartra lo transforma a finales de
HEGEL ACTUAL.
los ochenta en el mexicano en la jaula; a eso le agrega Paz,
entonces es Revueltas con otras cosas, con Paz, y entonces
ya el salir de la jaula se volvió casi el equivalente a la caída
del muro de Berlín. Tu lees su obra La condición postmexi-
cana que es de finales de los noventa, sugiere “si allá cayó
LA PACIENCIA DE
el muro acá nos rompimos con esto”, entonces lo demás ha
sido continuar en esa línea. Lo peor que le ocurriría al mexi-
cano, según él, es que gane López Obrador porque nos va a
volver a meter a la jaula y entonces el gran logro de la dere-
cha democrática —cuando él dijo hasta el año 2000 que la
LO NEGATIVO,
derecha mexicana no era democrática y a partir del 2000 en
la transición empieza la derecha democrática— es que nos
ayudó junto con la izquierda socialdemócrata. Es decir, léan-
se “los chuchos” —así lo dice yo alguna vez platiqué con él.
Dijo que estaba la alianza que evitaría que regresáramos a la
jaula, sea vía el PRI o sea lo que él consideraba la reedición
del PRI que es López Obrador, del PRI viejo. Puedes decir lo
que quieras de López Obrador, pero qué decisión más auto- México, Gedisa-UAM-Xochimilco, 2018.
ritaria que emprender una guerra como la primera opción
y no la última, entonces ahí en Bartra no hay una discusión
mínima de lo que dijo en el 2006.
M: Alberto Aziz Nassif haciendo balance del sexenio de
Calderón, decía que se critica mucho a la izquierda lopezo-
bradorista porque es un pasado, pero se preguntaba si en
ese entonces no estábamos viviendo también un pasado
con la derecha panista “a la Calderón” que es igual de re-
trógrada, en otro sentido y en otras cosas que el lopezo- Hegel, una interrogación
bradorismo, tampoco es que estemos dando un salto de
apremiante sobre el presente
calidad a niveles más hondos de democraticidad…
CI: Si somos rigurosos, todas fuerzas políticas mexicanas
son arcaicas, no nada más hay que buscar el arcaísmo en ¿Cómo iniciar un comentario de una obra que conmina a la universo de las ficciones, las ilusiones, las fantasías, como
López Obrador, en el PAN Anaya es un autoritario que interrogación infinita? Una obra que propone, que para ac- aquella representada en el código de barras de las mercan-
descabezó su partido para ser candidato, es Macbeth. Evi- tualizar a Hegel se requiere de un diagnóstico de “lo actual”, cía?, ¿acaso no hay universalidad cuando todo mundo; sea
dentemente son muy cuestionables las alianzas de López de lo que es “presente”, del significado de nuestra época. musulmán, católico, judío, budista, confuciano, hombre,
Obrador, en términos ideológicos y en términos políticos, Acceder al mundo desconcertante de Hegel exige una visión mujer, joven, viejo, homosexual, europeo, latinoamericano,
pero yo creo que sí le van a resultar. Creo que 2018 en sensible capaz de esbozar sus violentos contrastes, al mis- estadounidense, sea lo que sea, entra en relaciones de in-
sólo dos candidatos había una ideología, en Margarita y en mo tiempo que su unidad última. La potencia del texto de tercambio dinerario mercantil?, ¿acaso no todos compramos
López Obrador, todos los demás eran híbridos o ni siquie- por Concepción Gerardo Ávalos radica, justamente, en la interrogación que y vendemos?, ¿cómo negar la universalidad del mundo bur-
ra veías ideología porque no hay nada. López Obrador te Delgado Parra postula acerca de nuestro tiempo. Vale decir, que esta inte- gués?, ¿cuáles son las narrativas que le dan forma a nuestra
podrá remitir a los años veinte o treinta o para mi muchas rrogación no se ejerce en momentos privilegiados, sino que época? Todos estos cuestionamientos que abre Ávalos son
cosas son decimonónicas, pero en Anaya lo que vi es un va- Profesora prosigue continuamente, forma ella misma parte del tiem- apenas una interrogación, una especie de huida.
cío discursivo, lo que pasa es que es tal el monopolio de la investigadora de po, lo hostiga de modo hostigador que es apropiado para el Sobre el murmullo permanente que abrasa al saber en
discusión pública que es difícil romperlo y hablar un poco tiempo completo tiempo. ¿Acaso —como apunta Ávalos— no vivimos en un el mundo y mediante el cual precede, acompaña y sigue en
de lo que son las otras opciones. m en la UACM. tipo de sociedad en la que la auténtica realidad está en el nosotros cualquier saber, arrojamos frases que se escanden
103

en preguntas. Preguntas susurrantes. ¿Qué implican?, ¿qué
dicen?, ¿qué sustraen? Interrogaciones que, a pesar de todo,
siguen siendo preguntas.
La cuestión, entonces, como afirma Ávalos, no sería tan-
to actualizar a Hegel, sino recuperarlo para pensar nuestro
presente. Al fin de cuentas, su apuesta es desarrollar una
tentativa de pensar nuestro presente con Hegel. Es carácter
esencial —y nuevo— de la filosofía hegeliana el describir la
totalidad de lo que es. En consecuencia, al mismo tiempo
que revela todo ese mundo que aparece ante nuestros ojos,
da un giro para mostrar solidariamente que el pensamiento
y el lenguaje se articulan y revelan para dar cuenta de este
acontecimiento. Pero, esto solo se expresa en el afán de pre-
guntar. Cada vez que preguntamos, buscamos. Buscar impli-
ca hacerlo radicalmente, ir al fondo y sondear, sin límite para
finalmente, arrancar. En el diálogo-interrogación que Ávalos
crea y recrea con el pensamiento de Hegel se abren puntos
nodales para el mundo moderno y de este modo es posible
aproximarse a las condiciones de posibilidad de realización
de los postulados de la razón. La lectura que nos propone
siempre sorprende, toda vez que descubre intersticios fue-
ra de una interpretación tradicional. Esto sucede porque
se adueña de raíz del trabajo de la pregunta. Nunca hace
concesión al trabajo del tiempo. Busca el tiempo para poner
104
a prueba en todo momento la dignidad de la pregunta. En
su texto, el tiempo es el punto de inflexión del tiempo que
responde el poder de reflejarse como pregunta. Se trata de
un habla que antes de hablar, se da el tiempo para escuchar
la pregunta por el giro del pensar. Nunca se atropella para
responder. Siempre tiene la calma del preguntar.
¿Quién pregunta, entonces? En cierto modo, a lo largo
de la escritura, aparece el movimiento del tiempo arropado
por la época histórica de la interrogación. Para Hegel, afir-
mará Ávalos, el pasado no existe como tal, sino más bien,
como una de las dimensiones del presente. De esta manera
el presente es condensación del pasado. El presente es, en
primer término, negación del pasado que afirma el pasado
en el presente. De este modo, la historia anida en el presen-
te como historia viviente. Lo que es en el presente, es así
porque ha llegado a constituirse como tal de modo históri-
co. Por lo tanto, el tiempo, pero el tiempo como pregunta,
eso mismo que a través del tiempo y en cierto momento del
tiempo despeja las preguntas como un todo, deviene en la
historia como ese todo de las preguntas. Esto es lo que hace
venir Ávalos en su texto. La interrogación por la globaliza-
ción para ser descifrada en clave de la filosofía de la historia;
el discurso de un liberalismo neoliberal, que arremete con
sus intereses privados sobre el Estado, arruinando la vida
en común; el discurso posmoderno que aniquila la reivin-
dicación de la totalidad y la universalidad; la retórica de los
derechos humanos y la democracia, confrontada a la reivin-
dicación de la historicidad del ser humano, a la superación
del individualismo posesivo y la defensa de la libertad subje-
tiva, donde se postula una clase universal, cuyo propósito es
la asunción de lo universal como su interés particular, aquí,
la monarquía constitucional se muestra como diseño de in-
tegración de los intereses dispares; el resurgimiento de Kant
en la teoría de la justicia de Rawls, la ética del discurso de
Habermas y Apel, y el republicanismo de Arendt, intentando
“kantianizar” a Hegel; y, el “giro” cultural de los Cultural Stu-
dies, el Poscolonialismo, los Subalternal Studies, el multicul-
turalismo, la interculturalidad y el “giro” decolonial.
Freud postula que todas las preguntas que hacen los ni-
ños les sirven para sustituir todas aquellas que no hacen, es
decir, la pregunta del origen. Del mismo modo, Ávalos inte-
rroga el tiempo presente para mantener en movimiento el
interés por la pregunta. Sin embargo, finalmente uno se da
cuenta que todas sus preguntas están dirigidas a una sola: la
pregunta por el todo. Conciliar la racionalidad imaginada por
la Ilustración y las aspiraciones de autonomía radical y uni-
dad expresiva, constituye todavía hoy, la pregunta central,
la que arrostra el conjunto de preguntas. No sabemos si las
preguntas forman un todo, pero, lo que sí sabemos es que se
dirigen en una sola dirección, hacia el todo, cuyo sentido no
está dado de antemano.
En su libro, Hegel actual. La paciencia de lo negativo, Ge-
rardo Ávalos se adelanta y retrocede hacia el horizonte de
toda pregunta. Cuando afirma que Hegel es un autor nece-
sario y urgente, realiza un esfuerzo para pensar el presen-
te desde sus categorías y conceptos al modelo de vida ac-
tualmente vigente. Particularmente, en lo que se refiere al
pensamiento político hegeliano, que descansa en una lógica
inscripta en el tiempo especulativo. Se trata de una lógica
política que va más allá del entendimiento, una lógica que se
pertrecha en el orden constitucional, de representación cor-
porativa, más cercana a una Ilustración reacondicionada por
el romanticismo y de la posibilidad de fusionar la monarquía
con la república. Ávalos “mide” a Hegel, examina su temple,
su consistencia, su fortaleza frente a las grandes ideas políti-
cas que enmarcan nuestra sensibilidad y nuestra normativi-
dad política y que encuadran en el devenir de la modernidad:
el liberalismo, el socialismo y la democracia. En este proceso,
nuestro autor asume que la pregunta es movimiento, que la
pregunta de todo es totalidad de movimiento y movimiento
de todo. En la simple estructura gramatical de la interroga-
ción que realiza Ávalos, ya se percibe la apertura del habla
CONCEPCIÓN DELGADO
interrogante. Así pues, la pregunta sería, al contrario de lo
que acabo de señalar, esencialmente parcial, toda vez que la
coloca en un lugar donde el habla se ofrece como inacabada.
Pero, ¿qué significa, entonces, la pregunta por el todo? En
realidad, lo que aquí anida es la afirmación de que el todo
está latente en la particularidad de todo. Lo universal con lo
particular adquiere forma en el ejercicio de la interrogación,
de la pregunta. Esto es justo lo que visibiliza Ávalos a través
de la obra de Hegel. Postulados, afirmaciones y argumentos
tienen un sentido específico cuando se les coloca en su lugar
adecuado: en la totalidad del despliegue histórico y civiliza-
torio de la humanidad. En este sentido, lo que se manifiesta
es la paradoja que entraña toda pregunta. Al mismo tiempo
que está determinada por su devenir histórico, mediante su
propio movimiento —siempre indeterminado—, se mantie-
ne en reserva en la determinación de la propia pregunta.
Sin embargo, la pregunta siempre exige una respuesta.
En su estructura demanda una falta que busca ser llenada. Y
“Los soldados efectiva-
mente cumplen órdenes,
pero sí viera usted cómo
gozan cumpliéndolas .”
esto es lo que encuentra Ávalos de actual en el pensamien-
to hegeliano. Nuestro autor responderá que Hegel tiene la
pretensión de sintetizar la filosofía antigua de la polis con la
filosofía política moderna del Contrato. Dirá que “Filosófica-
mente, Hegel desea efectuar una síntesis de la moral clásica
(o sustancial y concreta) y la moral cristiano-kantiana (o in-
terna y abstracta) de la política de Platón, fundada en la su-
premacía de la razón y la virtud, y las políticas de Maquiave-
lo, Bacon, Hobbes y Locke, fundadas en la emancipación de
las pasiones y en su satisfacción. Añadirá, que el resultado es
una construcción racional de un orden comunitario basado
en costumbres racionales (eticidad) que no niega, sino que
afirma la libertad del individuo. Se trata de una propuesta de
105
IMPRENTA PÚBLICA
organización política de la sociedad que da forma institucio-
nalizada a los principios de la modernidad como la libertad,
la igualdad, la fraternidad y la propiedad, junto con la diná-
mica de acumulación de riquezas del propio capitalismo”.
Con lo anterior, lo que Ávalos señala es que la interro-
gación que hacemos de nuestro tiempo está trasminada de
características particulares. Y, siempre, supone una interro-
gación apremiante. Pero, ¿por qué cuando Ávalos pregunta,
ya está respondiendo a la fuerza inconmensurable de la
pregunta? La experiencia que aquí se muestra es que la pre-
gunta nos implica siempre. Por eso, cuando Ávalos responde,
lo que hace es referir los grandes movimientos dialécticos
propios de nuestro tiempo, cuya expresión nos decepciona
por su pobreza abstracta, pobreza que se vuelve del revés
convertida de inmediato en exigencia, porque esa abstrac-
ción lo que hace es mostrar lo que somos, nuestra vida mis-
ma, nuestra pasión y nuestra verdad, dirigiéndonos, una vez
y cada vez, hacia la pregunta de conjunto, la pregunta por el
todo, la cual constituye la huella que llevamos signada.
Este debate entre la pregunta de conjunto y la pregunta
más profunda es el debate que pone en cuestión la dialéc-
tica. Por ello, es que la vocación del Estado en la Fenomeno-
logía, dirá Ávalos, es la conciliación entre los diversos princi-
pios contradictorios que van brotando en el despliegue del
espíritu hasta su autoconocimiento. “El conflicto continúa, y
la función del Estado es resolverlo. La reconciliación que el
Estado debe efectuar es doble. Por una parte, el Estado se
funda en la reciprocidad: sus ciudadanos se reconocen unos
a otros; es el terreno de ese reconocimiento recíproco al que
en vano tienden el amo y el esclavo. Por otra parte, el Estado
encuentra dentro de sí a la vez el momento (o elemento) de
trabajo y necesidad, y el de sacrificio y guerra. Esta tensión
aparece en forma de la oposición entre la ‘sociedad civil’ y el
Estado, entre el ‘burgués’ y el ‘ciudadano’. El problema del
Estado moderno consistiría precisamente en tolerar los dos
momentos y en reconciliarlos, es decir, en aplicar la síntesis
del punto de vista aristocrático y del punto de vista burgués
o, en último análisis, del amo y del esclavo”.
No obstante, apuntará Ávalos, la Fenomenología consti-
tuye apenas la introducción del sistema hegeliano. La lógica
de Hegel es una lógica ontológica, lo cual quiere decir que
lo real será el resultado de la racionalidad y no de un mun-
do objetivo, empírico y fáctico, previamente constituido.
Lo empírico descansa en el concepto y, por tanto, será ma-
nifestación o aparición de la esencia (para sí), la cual es la
múltiple relacionalidad entre los entes y el pensamiento. La
lógica, entonces, deviene en un mundo natural y mundo del
espíritu. Éste es subjetivo cuando se refiera al universo de
106
HUGO MORENO
los seres humanos en su momento psicológico; será objetivo Rossana Reguillo,
cuando se remita al mundo de las relaciones humanas; y será
PAISAJES
absoluto cuando el pensamiento se relacione consigo mismo
mediante el arte, la religión y la filosofía.
Sin embargo, en este proceso, para la dialéctica la pre-
gunta de conjunto, como afirma Maurice Blanchot, la pre-
gunta más profunda, constituye solamente el momento en
INSURRECTOS.
que la pregunta cree que le corresponde elaborar una pre-
gunta última, una última pregunta, pregunta de Dios, pre-
gunta del ser, pregunta de la diferencia entre el ser y el ente.
Pero, para la dialéctica, no hay pregunta terminal. Allí donde
terminamos, comenzamos. Allí donde comenzamos, solo co-
JÓVENES, REDES
menzamos verdaderamente si el comienzo está de nuevo en
el término de todo, es decir, el resultado del movimiento del
todo. Es la exigencia circular. El ser se despliega como el mo-
vimiento que gira en círculo, y este movimiento va de lo más
interior a lo más exterior, de la interioridad no desarrollada
Y REVUELTAS
a la exterioridad que lo aliena y de esta alienación que lo ex-
terioriza a la plenitud cumplida reinteriorizada. Movimiento
sin fin y no obstante siempre ya acabado. La historia, es la
realización infinita de este movimiento ya cumplido.
La dialéctica siempre está por tanto lista para comenzar
EN EL OTOÑO
con cualquier pregunta particular, así como es posible empe-
zar a hablar con cualquier palabra. En esto radica la actuali-
dad y la paciencia de lo negativo en Hegel. Una vez y cada vez,
siempre empezamos y hablamos. Este comenzar infinito, re-
mite al sentido de cualquier comienzo que solo es vuelta a co-
CIVILIZATORIO,
menzar. Sin embargo, cuando nos interrogamos sobre nues-
tro tiempo, comenzamos y nos mantenemos en una pregunta
particular. Pero, es preciso señalar que cualquier pregunta
en la actualidad, apunta hacia la pregunta de todo. Por ello,
cuando Ávalos se interroga sobre el Estado hoy, acerca de
sus perversiones, transgresiones y límites, nos remite a una
pregunta de conjunto que no deja nada fuera y nos confronta
permanentemente con el todo, obligándonos a interesarnos Barcelona, NED Ediciones, 2017.
por todo y solamente por todo, pregunta que se hace pre-
sente en todas las cosas. Así, cuando nos interrogamos sobre
nuestro tiempo, tropezamos con la pregunta de todo, lo que
nos remite a la primera pregunta, la pregunta de la dialéctica,
la de su validez y sus límites, la de su negatividad.
No tengo la menor duda de que cada pregunta que Ge-
rardo Ávalos pone en juego en su Hegel actual. La paciencia por Hugo César Moreno El acontecimiento de los movimientos-red
de lo negativo, es hegeliano. Y aquí, quiero parafrasear a Ba- Hernández
taille para sintetizar lo que esta obra desvela: pensamiento
que somete al temblor; configuración que lo desplaza y re- Profesor-investigador de tiempo Los paisajes representados por Rossana Reguillo en este libro se articulan de tal manera que
inscribe; y, potencia que excede y destruye el sentido de ese completo en el Instituto de Ciencias permiten configurar un panorama, un horizonte de sentido sobre lo político y la manera de
logos hegeliano con el que entra, en todo momento, en una Sociales y Humanidades “Alfonso hacer política de los jóvenes contemporáneos. En el cuarto paisaje (p. 168), Reguillo cita
complicidad sin reserva. m Vélez Pliego” De La BUAP. a Walter Benjamin, donde éste habla sobre la amplificación de la realidad gracias al cine.
107
IMPRENTA PÚBLICA
Pensando con Baudrillard el desarrollo del libro, me invita a
considerarlo una etnografía de la hiperrealidad. Me explico:
el texto va de un primer paisaje donde la observación se cen-
tra en la crisis civilizatoria actual, tomando como eje la vio-
lencia producida por la precarización de la vida de millones
de jóvenes, quienes son conducidos hacia la delincuencia y
el ejercicio de una caligrafía de la violencia que podríamos
denominar pornográfica (ésta sería la primera remisión a
Braudillard que encuentro); en un segundo paisaje, la cosa
se desvía de las pasiones tristes que conectan con otras pa-
siones tristes (desesperanza, enojo y sinsentido en cadena
hacia la autodestrucción que no se queda en el sujeto que
la vive, sino que se transmite como onda de rencor) hacia la
conexión de pasiones tristes que en su encuentro se convier-
ten en pasiones alegres (esto es, conectar la ira y la deses-
peranza para producir alegría del estar juntos, esperanza y
descubrimiento de fortalezas y confianzas que Reguillo pre-
fiere entender como empoderamiento), se trata pues, de los
movimientos-red que van de Occupy Wall Street, Yo soy 132,
Nuit Debout y otras formas de ocupar las calles y las plazas,
otras formas de hacer política que, bien define Reguillo, no
son afiliativas ni están sustentadas en identidades (obreras,
étnicas, políticas, raciales, etcétera), porque “no hay ahí
mediación identitaria, es la afectación que interpela la bús-
queda de las otras y los otros en una preocupación por lo
común” (p. 185). Se trata de movimientos configuracionales.
Ese descubrimiento resulta la aportación de esta búsqueda:
[…] venir a decir, que los movimientos-red son confi-
guracionales y no afiliativos. Ésta es en realidad la que
considero la gran diferencia con el pasado. No afiliarse,
configurar, sentir esta copresencia que, aunque “toda-
vía no”, ya casi llegamos al “como si”, ya somos esas y
esos jóvenes en revuelta que marcan el nacimiento de
un nuevo calendario (p. 189).
En el tercer paisaje, Reguillo nos lleva a la configuración de
la acción conectiva, que no es opuesta a la acción colectiva,
sino una forma de ésta que usa las tecnologías en forma hac-
ker, es decir, desconfigurando su uso apropiado hacia un uso
inapropiado y, por ello, político. Una tecnopolítica donde los
afectos conectan on live, en la relación estrecha entre lo vir-
tual y lo real (este es otro elemento que me lleva a pensar con
Baudrillard), en el espacio creado entre lo on line y lo off line,
en el streaming, el meme, el hashtag, como herramientas tec-
nopolíticas que se articulan con una forma tecnológica cuyo
soporte está en el cuerpo humano, en la voz, la escucha y la
transmisión de un mensaje: el micrófono humano.
108
El cuarto paisaje es un paisaje que va de lo colectivo-conecti-
vo a los desanclajes provocados por ese tándem posibilitado
por la tecnología, la afectación productora de un nuevo estar
juntos y la modelación de una política real, en términos ran-
ciereanos. En este paisaje las emociones y los afectos funcio-
nan como motores configuracionales de lo político cuando
quienes no tienen parte exigen tomar parte y generan así el
espacio de lo político. Se trata de comprender lo emocional
como argamasa de la acción conectiva en un sentido orien-
tador del estar juntos que permite configuraciones políticas
muy distintas a las tradicionales luchas políticas de la moder-
nidad. En las emociones y los afectos, más que descubrir una
falencia, se halla una fortaleza que abre un tercer vector de
realidad al hacer de lo íntimo humano un elemento de acción
política, otro territorio por disputar. Es un tercer vector que
permite pensar en la hiperrealidad como arena para la lucha
política y no como una forma de dominación política.
Ahora bien, para entender por qué me remite el texto de
Reguillo a la idea de hiperrealidad me tomaré la libertad de
hacer la cita en extenso de Benjamin que ella usa:
Parecía que nuestros bares, nuestras oficinas, nuestras
viviendas amuebladas, nuestras estaciones y fábricas
nos aprisionaban sin esperanza. Entonces vino el cine y
con la dinamita de sus décimas de segundo hizo saltar
ese mundo carcelario. Y ahora emprendemos entre sus
dispersos escombros viajes de aventuras. Con el primer
plano se ensancha el espacio y bajo el retardador se
alarga el movimiento. En una ampliación no sólo se trata
de aclarar lo que de otra manera no se vería claro, sino
que más bien aparecen en ella formaciones estructura-
les del todo nuevas (citado en p. 168).
La serie de televisión por streaming Sense8 tiene como línea
argumental la conexión psíquica y de transmisión de cons-
ciencia corporal establecida entre ocho sujetos de diferentes
latitudes, identidades, idiomas, habilidades e idiosincrasias.
Traigo a cuento esta serie por dos razones: la primera para
expandir el argumento de Benjamin sobre la dinamitación del
“mundo carcelario” que bien podría redefinir como realidad
inmediata, actual o cotidiana. Hay un encuentro entre dos
de los componentes del colectivo, un chófer de transporte
colectivo en Nairobi, Kenya y una mujer de India, química far-
macéutica prometida con el hijo de un millonario. El encuen-
tro sucede en la casa de Capheus Onyango, fan de Jean Clau-
de Van Damme, en un tugurio de la zona marginal de Nairobi.
Cuando aparece Kala Dandekar y observa el lugar miserable,
con una pantalla a manera de altar, le dice a Capheus algo
como (cito de memoria) “siempre me he preguntado, cuando
he ido a las zonas más pobre de Mumbai, por qué la gente, a
pesar de su miseria, siempre tiene un televisor”. Capheus le
responde que la televisión, las fantasías que ahí suceden, las
otras realidades que transmite, permiten a la gente escapar
de su realidad, es decir, “emprendemos entre sus dispersos
escombros viajes de aventuras […] En una ampliación […] apa-
recen en ella formaciones estructurales del todo nuevas”, a las
cuales no se tendría acceso mediante la vivencia de la realidad
cotidiana. Entonces la televisión se convierte en aparato de
expansión de la realidad, en hiperrealidad. La segunda razón
para traer esta serie está en la conexión que existe entre los
ocho sujetos. Más allá de la ficción, permite usarla como me-
táfora de afecciones unidas para la acción conectiva donde las
experiencias dispares de la realidad posibilitan la colaboración
y reconfiguración de los acontecimientos. Gracias a las tecno-
logías de la comunicación, los sujetos logran conectarse para
actuar según son afectados en las comunicaciones realizadas y
produce cosas más allá del puro entretenimiento. Benjamin lo
ve bien, sabía que la reproducción mecánica de las imágenes
no sólo tenía dentro de sí la pulsión del control, sino también
la posibilidad de desviarse hacia la conexión de los lejanos
para articular afecciones alegres. Como bien observa Regui-
llo, no se necesita ser ingenieros en sistemas para hackear las
herramientas, sino lograr interferir en sus pulsiones primarias,
para hacer de un dispositivo pensado como herramienta de
control, herramienta de liberación, de manera táctica, con
“constantes chapuzas, la inversión de las normas, la relación
ambigua con la sociedad de consumo, que reconfiguran el
territorio tenso en el que los jóvenes repolitizan la política
‘desde fuera’, apropiándose de nuevos registros de las plata-
formas y los símbolos de las corporaciones” (p. 177).
Si bien el concepto de hiperrealidad tiene en Baudrillard un
tinte negativo al relacionarse con la idea de simulacro y supo-
ner que la realidad se disuelve en la imposibilidad de distinguir
realidad de ficción, siendo las representaciones del mundo más
importantes que la realidad en sí, evitando, incluso, los aconte-
cimientos, me parece que es posible hacer una lectura distinta
sin desligar los elementos centrales del concepto hiperrealidad
y la investigación de Rossana Reguillo permite desmontar el
concepto para hacerlo operar de una manera más profunda,
ampliando su espectro de observación. Para explicar esto me
detendré más detenidamente en los cuatro paisajes.
Paisaje I. Crisis y declive del
proyecto civilizatorio
La manera en que Reguillo acomete la crisis contemporánea
como una normalidad, permite pensar en un proceso de pro-
ducción de la hiperrealidad que evita el acontecimiento. Se
trata de una especie de normalidad de las dolencias, donde
lo más terrible se narra en tono de cotidianidad sin efectos
melodramáticos, porque así son las cosas. Entonces, cuando
sucede el acontecimiento, tienen que aparecer los efectos
de teatralidad que hacen de la realidad cotidiana algo más
allá de la normalidad, “no hay ruptura, es un estallamiento
en las arterias que no soportan más tanta acumulación de
normalidad, y no su contrario” (p. 23). Ese estallamiento es
hiperreal. Digamos que la hiperrealidad nulifica la realidad
tangible porque las imágenes, sonidos, representaciones y
discursos que suceden en las pantallas toma el lugar de la
representación del mundo. Si la pornografía hace hiperreal
el sexo, entonces la pornografía que asume la violencia, la
109
IMPRENTA PÚBLICA
miseria y la corrupción contemporánea, vividas cotidianamente
(en manifestaciones horripilantes) precisa de un escape hipe-
rreal donde sea posible imaginar su eliminación: un lugar idílico
sin violencia, miseria y corrupción, como sucede en el relato
de campo que ofrece Reguillo con los jóvenes de una colonia
popular vulnerada por la violencia de las organizaciones de-
lincuenciales (pp. 170-171), es decir, una realidad amplificada
que permita imaginar el acontecimiento que rompa los diques
de acumulación de normalidad, impuesta por el sistema de so-
ciedad actual: “Podemos plantear que el neoliberalismo es un
poder de ocupación […] Un poder de ocupación que para sub-
sistir y reproducirse requiere de engullir ‘cuerpos’, ‘territorios’,
‘riqueza’, ‘imaginarios’, ‘vidas cotidianas’. Engullir para luego vo-
mitar en un acto bulímico que se convierte en un bucle” (p. 33).
En este primer paisaje, los sujetos observados son ya de larga
tradición en el trabajo de Reguillo. Se trata de los sujetos juveni-
les más desprotegidos que están en el dique de normalidad don-
de la violencia es el bucle que evita el acontecimiento. Se trata
de subjetividades ancladas y de difícil comprensión, porque
incluso Reguillo es casi atrapada por la tentación de unidimen-
sionalizarlos en la monstruosidad, sobre todo cuando recurre a
la imagen del endriago, “la analogía del endriago con los sujetos
(masculinos) que emergen en el contexto posfordista, subjetivi-
dades masculinizadas que combinan la lógica de la carencia con
la lógica del exceso”, sujetos totalizados por la normalización de
la violencia, incapaces de ser otro cosa, o vistos como si el mal
absoluto pudiera instalarse en el sujeto. Esta forma, el endriago,
me parece un artilugio de simplificación de las subjetividades
producidas por la realidad de la violencia contemporánea fo-
mentada por el capitalismo neoliberal. Considero que Reguillo
no ha descubierto seres unidimensionales creados por la male-
volencia devenida de la relación carencia-exceso:
Los endriagos harían alusión a aquellos jóvenes […] que, en
mi propio esquema analítico, entiendo como aquellos que
han cruzado la línea de la precarización hacia lo que llamo
“circuito de la paralegalidad”, esa zona gris abierta por las
violencias, con capacidad para instaurar un orden para-
lelo con códigos, normas e imaginarios, en el que lo que
importa es la sobrevivencia que cabalga entre la carencia
y el exceso. Vidas al límite de lo posible, vidas que no im-
portan, vidas no lloradas, vidas que se afirman en el poder
de la muerte del que se “apropia” en una carrera en la que
acumular violencia es la única posibilidad de abrirse paso
hacia el futuro inmediato (pp. 36-37).
En ese matiz, en la identificación de los mercados de riesgos, en
lo complicado que es encontrar otras formas de socialidad para
110
muchos jóvenes, Reguillo comprende que no se trata de mons-
truos absolutos, sino de sujetos abandonados, en el sentido más
agambeniano del término, es decir, no sólo dejados a su suerte,
sino tipificados, criminalizados, convertidos en monstruos que los
transforma en vidas sin derecho a ser vividas, sujetos “matables”
sin cometer delito. Este primer paisaje abre hacia las rupturas con
ese devenir normalizado, se abre hacia la creación de hiperreali-
dad que crea narrativas donde sucede el acontecimiento según
otras formas de pulsar juntos.
Paisaje II. Políticas del lugar, la reinversión del
locus. #Occupyeverywhere #allday #allweek
El acontecimiento hiperreal no se da por el hecho de que esto
suceda en el territorio de lo virtual, sino en cómo lo virtual sir-
ve para producir el acontecimiento, en las formas distintas de
moverse, formas hiperreales que unifican en un horizonte lo
tangible con lo virtual, expandiendo en lugar de limitar la ac-
ción colectiva en su esfuerzo conectivo. Son em-plazamientos,
des-plazamientos y desem-plazamientos, esto es, movimientos
en el territorio espacial o geográfico, en la calle, las plazas y las
avenidas, ocupaciones desde donde se crean trincheras virtua-
les y actuales. Zucotti Park es un lugar hiperreal porque hace
acontecimiento a través del seguimiento y enriquecimiento
vía internet. Se conjugan, combinan, articulan sin que nulifi-
caciones, sino pulsaciones del “emplazamiento, ese lugar que
actualiza la utopía, es cómplice del deseo, como proyección de
otro paisaje posible y del encuentro de cuerpos y de voces que
anuncian un devenir otro” (p. 83). Digamos que ese lugar otro es
la ficción que moviliza a la realidad, permitiendo así movilizar el
concepto de hiperrealidad hacia una operación de comprensión
sobre los movimientos-red que no se solidifican en peticiones,
identidades o lugares, sino que se expanden más allá de un es-
pacio específico: son acontecimientos porque producen lugares
sociales donde estar juntos.
Paisaje III. Superficie de inscripción
digital. Decodificar las expresiones
del malestar contemporáneo
Es en este paisaje donde la hiperrealidad adquiere connotacio-
nes políticas productivas, pues se trata tanto de otra forma de
estar juntos que amplifica la toma de plazas y calles, la lleva más
allá de los límites geográficos ampliada con un hashtag, arman-
do redes rizomáticas donde los nodos secundan las voces. El
“espacio-red”, como lo llama Reguillo, es un espacio hiperreal
donde los territorios corporales, físicos y virtuales se entrelazan
para crear territorios de insurrección al lograr enunciar (más
allá de la pura denuncia, como diría Morin y crítica Reguillo).
El espacio red surge de un proceso de polinización, esto es, de
una forma de estar juntos en virtualidad, de un encontrarse sin
mirarse, simplemente pulsando la misma emoción que articula
una subjetividad insurrecta, y no sólo superviviente: “Por
subjetividad insurrecta entiendo el desanclaje de la experiencia y
la percepción de los sujetos del sistema dominante normalizado
e interiorizado para construir o dar paso a otras formas de lo
posible; la subjetividad disidente llama a sus otros a ese espacio
distinto y, a partir de ahí, articula un nosotros diferente” (p. 86).
La noción de desanclaje me parece muy productiva, permi-
te percibir la realidad de la violencia pornográfica como una
producción social donde los sujetos se anclan en formas de
realidad inconmovibles, donde ni la muerte es acontecimiento.
Entonces el cambio social sería posible si los jóvenes ahí an-
clados logran expandir su realidad, producir acontecimientos
hiperreales que les permitan conectar con otros según afec-
tos, pasiones tristes que, con un acontecimiento producido
hiperrealmente, conecten con otras pasiones tristes y en el
encuentro, en el intercambio de palabras, narrativas, emocio-
nes y sentimientos logren un estar juntos distinto y se alcancen
pasiones alegres: la insurrección es una pasión alegre y las que
Reguillo nos presenta han hackeado la hiperrealidad que evita
el acontecimiento para lograr acontecimientos.
El espacio público expandido, pese a los controles y los ner-
vios alterados del sistema, el territorio de las subjetividades
insurrectas que han abierto un boquete a las formas conven-
cionales de participación y han hecho suyas las plataformas
y los enlaces. El otoño de los medios y los lugares de habla
convencionales se enfrenta al florecimiento y la polinización
de nuevas formas nombrar y estar en el mundo (p. 97).
Ese mundo no está solamente en lo actual, en el aquí y ahora, sino
también en el más allá de otro que me habla, quizá en un idioma
desconocido, pero con un semblante y una pasión con la que co-
necto y me lleva a actuar, sí, a actuar el acontecimiento como em-
plazamiento teatral. Se trata de crear un cuerpo hiperreal, con el
teléfono inteligente, el streaming, la comunicación en tiempo real
y la inteligencia artificial del algoritmo hackeado por el uso, “devol-
ver, envolver, revolver, son las acciones que constituyen el tejido
más fino y al mismo tiempo más potente en la construcción de
políticas de resistencia que se hacen piel y código, cuerpo y byte,
presencia destituyente y comunidad instituyente. El desanclaje es
la inestabilidad de lo que ya no es, destitución, desplazamiento y,
entonces, es potencia” (p. 131), se trata del cuerpo ciborg, cuerpo
HUGO MORENO
hiperreal que amplifica la capacidad óptica, cuando ve más allá del
horizonte de una calle, auditiva, cuando escucha las consignas en
diferentes idiomas y conecta con mis gritos, táctil, cuando con la
yema de los dedos se alcanza a tocar la realidad cotidiana de los
otros, corporal porque se logra un estar juntos más allá del espacio.
Paisaje IV. De las pasiones políticas
y los afectos enredados
Los movimientos previos, los colectivos políticos en red, la for-
ma convocatoria más que movimiento, los sentimientos, emo-
ciones y afectos que se amplifican en los vectores que crean la
hiperrealidad de los acontecimientos que nos presenta Reguillo,
nos exige pensar la acción colectiva actual de otra manera, sin
esperar a que la participación política de los jóvenes tenga las
característica clásicas de los movimientos sociales. Es necesario,
por lo menos, observar tres vectores que se intersecan configu-
rando acontecimientos diversos pero con una esencia similar: el
malestar solamente vivido en colectivo gracias a la conexión en
red y la capacidad de convocar a la calle para hacer de la voz de
quienes no tienen parte sea tomada en cuenta según su exigen-
cia de tomar parte, pero de otra forma, con otra confrontación
donde los territorios en disputa se diversifican porque los ac-
tores aprenden a disputar desde el propio cuerpo, es decir, el
primer vector desde donde se siente el malestar, el espacio-red
(segundo vector) y la calle (tercer vector) según unos itinerarios
inéditos. La relación de esos vectores es la hiperrealidad que
permite el acontecimiento del tipo Yo soy 132, Occupy Wall
Street o Nos Faltan 43, etcétera.
En esa zona activada por el acontecimiento y la copresencia
hay una condensación de orientaciones afectivas que transmu-
tan la experiencia: vergüenza muta en orgullo, miedo y soledad,
en rabia y exigencia; la tristeza, como pasión triste, encuentra
la esperanza de que otro mundo es posible. En la zona de inten-
sificación afectiva, que se congrega en la plaza o alrededor de
un hashtag, un meme, un video, se construye un nuevo sentido
de pertenencia en el que no hay gasto, despilfarro, pérdida: se
invierten afectos y afecciones que se reconvierten en posibilida-
des de aquello por venir (p. 151).
Y quizá eso sea lo único que podemos concluir a partir de estos
movimientos-red, de estos acontecimientos hiperreales: un por
venir, un mundo de vida distinto, donde la normalidad que hoy
colma la cotidianidad de millones de jóvenes sea tan insostenible
que reviente en diversos y singulares acontecimientos que logren
conectarse un uno múltiple y multilocalizado capaz de reventar los
instituido, destituir lo anclajes contemporáneas para llegar a otro
momento, a otra civilización. m
111

Pensar el cuerpo
desde Foucault
por Heber
Quijano
Hernández
La mejor manera de descubrir a un conocedor, a un experto,
es a la luz de su explicación verbal sin el escudo del libro a la
mano. En docencia y en filosofía, incluso en la vida misma,
cuando la claridad en torno a un pensamiento, idea o expe-
Maestro en riencia es tan clara como una conversación. Eso me sucedió
Humanidades y cuando tuve por profesora a María Luisa Bacarlett en la mae-
licenciado en Letras stría. No era, ni lo he sido, un gran estudiante. Años antes,
Latinoamericanas en mi primer trabajo, como corrector de pruebas, tuve la re-
por la Universidad sponsabilidad de revisar Friedrich Nietzsche: la vida, el cuerpo
Autónoma del y la enfermedad. Espero no haber fallado en mi encomienda.
Estado de México Desde entonces, he tratado de leer la producción de quien
(UAEMex). considero necesario apuntar que es las académicas e
investigadoras de la Facultad de Humanidades de la UAEMex
con una de las voces más precisas y propositivas (filosófica y
académicamente hablando) de dicha institución.
Antes de enfocarnos en su libro Una historia de la anor-
malidad, se debe mencionar que su trabajo se perfila cada
vez más hacia temáticas relativas al estudio sobre el cuer-
po, la animalidad y lo monstruoso, temáticas que confluyen
112
HEBER QUIJANO
María Luisa Bacarlett Pérez,
UNA HISTORIA
DE LA ANORMA-
LIDAD. FINITUD
Y CIENCIAS DEL
HOMBRE EN LA
en los vértices de la anormalidad, como señalaremos más
adelante. Si bien estos temas nos revelan las preferencias
epistemológicas, académicas y filosóficas de Bacarlett, no OBRA DE MICHEL
FOUCAULT,
podemos soslayar su procedencia y especialidad. Me refiero
en primera instancia a Nietzsche.
Su tesis doctoral, convertida en libro, nos permite
apuntalar su proclividad al tema del cuerpo: “El cuerpo se
convierte así en la vía más directa a la intuición de la vo-
luntad […] Entre conciencia y mundo, el cuerpo se levanta,
así, como el intermediario que menos simplifica el caos del
mundo, en este sentido, es posterior al mundo, pero ante- México, Gedisa-UAEMex, 2016.
rior a la conciencia” (Bacarlett, 2006: 145). Aseveraciones
como la anterior nos ayudan a entender la evolución del
análisis de Bacarlett en torno al cuerpo, sus desviaciones y
sus disparidades, además de sumársele las ideas de Georges
Canguilhem en Lo normal y lo patológico, así como de Heinz
Mode y Gilles Deleuze (Bacarlett, 2014).
En “Literatura y filosofía: inmanencia y productividad del
texto literario” —dentro de Filosofía, literatura y animalidad
113
IMPRENTA PÚBLICA
(Bacarlett y Pérez Bernal, 2012)— también se sigue la misma
línea discursiva, de pensamiento y de investigación. En este
texto, Bacarlett señala que “el pensamiento que hace po-
sible la literatura tiene un cierto carácter involuntario, una
cierta carga de violencia que se expresa cuando el espíritu,
sin la preparación requerida, se topa con un signo que lo
sacude” (Bacarlett, 2012: 28). Ese signo excede las ciencias
del conocimiento para inscribirse de manera metonímica
y paralela —a través de la literatura— en el cuerpo: “Lo
monstruoso se manifiesta cuando los límites del individuo
se diluyen” (2012: 52). Fue mediante la literatura que se fijó
el imaginario y, simultáneamente, fue el cuerpo de la litera-
tura el límite del pensamiento —mediante la ficción, claro
está—. Sin embargo, la literatura también se convirtió en la
disolución de su propio “cuerpo” —la fantasía—, el cual fue
sacudido violentamente, diluido, para que la misma litera-
tura saliera de sí misma hacia el pensamiento profundo —la
filosofía—, el pensamiento simbólico, el adoctrinamiento
político y religioso y, por último, el éxtasis estético. Por eso
es tan difícil asir y aprehender, desde la ciencia, la “episte-
me” de la literatura.
De una manera mucho más puntual y focalizada, la re-
flexión en torno al cuerpo se hace evidente en “Tres mons-
truos medievales a la luz del cuerpo sin órganos”: “Los
monstruos siempre han implicado, de una manera u otra, la
quiebra o límite del orden o de la belleza” (Bacarlett, 2014:
37). Justo con esta cita podemos hilar, sin duda, las publica-
ciones anteriores en torno a los límites del cuerpo, puesto
que dadas las reglas de la “normalidad”: el monstruo “ha
sido ligado […] con todo aquello que se desvía del verdadero
plan de la naturaleza, con todo aquello que hace una excep-
ción del orden, sea divino, sea natural” (Bacarlett, 2014: 28).
Es a través del cuerpo que se ostenta, se ejerce y se asu-
me el poder, incluso en las fronteras del pensamiento me-
diante una sutil coerción: la denominación, segmentación
y marginación de lo Otro mediante lo anormal. Dicha con-
cepción es puntual para Bacarlett (2014: 27): “el monstruo
siempre nos remite de una u otra forma a la corporalidad,
frecuentemente nos empuja a replantearnos que un cuerpo
puede ser otra cosa de aquello que se espera, puede des-
viarse del plan esperado o del programa establecido”. Esa
desviación tiene una particularidad: “por un lado refleja la
caída y la irregularidad, por otro lado, es gracias a ella que
el orden y la armonía resaltan más que nunca; es decir, tales
excepciones al principio de continuidad no hacen más que
acrecentar nuestra estupefacción y admiración por el orden
natural o divino” (Bacarlett, 2014: 28).
En Una historia de la normalidad. Finitud y ciencias del hom-
114
JULIO ROJAS
bre en la obra de Michel Foucault hace un extenso análisis de la Jorge Federico Márquez Muñoz, Pablo Armando
obra de uno de los más trascendentales dentro de los intelec-
tuales franceses del siglo XX. Aquí es necesario señalar que mu- González Ulloa Aguirre y Manuel Quijano Torres,
LOS RETOS DE LA
chas veces los trabajos académicos en la filosofía se convierten
en epílogos o reflexiones derivativas de los grandes pensado-
res. En ese sentido, la “lógica del comentario” y la reseña que
muchas veces mancha la reflexión misma implícita en los tex-
tos académicos de disciplinas, áreas y ciencias de las llamadas
GOBERNABILIDAD
ciencias sociales. Ese no es el caso, dadas las coordenadas que
acabamos de señalar en todo lo anterior, de este libro.
El análisis se concentra en las colindancias de un con-
cepto toral: “anormalidad”, que parte desde los fundamen-
tos conceptuales del pensamiento foucaultiano, es decir,
EN MÉXICO.
“normalidad”, “poder”, “discurso”, “historia” y “cuerpo”.
La tarea no es fácil ni sencilla si pensamos en la extensa
producción de Foucault, incluso de sus borradores, como
apunta la publicación del cuarto tomo de Historia de la se-
xualidad. Insisto, no es poco, dada la transversalidad de los
EL CRIMEN
estudios del francés.
Con Bacarlett, se confirma que “la anormalidad” es el re-
sultado, el “producto de un ejercicio práctico del poder” (p.
64), un poder que se implica en los discurso en el ejercicio del
dominio y la marginación a través de sus establecimientos e
ORGANIZADO,
instituciones: “el asilo, la prisión, la correccional, el hospi-
tal, el manicomio” (p. 65), de manera coyuntural, puntual y
pragmática mediante “el encierro, la exclusión, la reclusión
y el castigo” (p. 111). Dicho mecanismo es visible y evidente
en los radicalismos de la geopolítica actual, partiendo de las
políticas de Estados Unidos, específicamente respecto a las
deportaciones, así como de las mismas naciones europeas
respecto a Siria, los países árabes y africanos. Incluso podría-
México, Universidad Nacional Autónoma de México-Gedisa, 2018.
mos estimar de nuevo la “economía del poder”.
Una historia de la anormalidad de María Luisa Bacarlett es
una muestra, además, de que el estudio de la filosofía (y to-
das sus vertientes) es imprescindible para entender el mundo
de una manera menos mecánica y sí mucho más integral. m
Crimen organizado, una crisis generalizada
en la gobernabilidad mexicana
Referencias
Bacarlett, M. L. (2006), Friedrich Nietzsche: la vida, el cuerpo y la enfer-
medad, Toluca, UAEMex.
_____, (2012), “Literatura y filosofía: inmanencia y productividad del texto La gobernabilidad representa uno de los temas más complejos para el campo de análisis de la
literario”, en M. L. Bacarlett y R. Pérez Bernal (2012), Filosofía, litera- política, aquella que se dedica entre otras tareas al análisis de los problemas económicos, so-
tura y animalidad, México, Miguel Ángel Porrúa-UAEMex
por Julio Cesar ciales y culturales que constituyen la realidad del mosaico social. Esto se convierte en un es-
_____, (2014), “Tres monstruos medievales a la luz del cuerpo sin órga-
nos”, en C. Álvarez Lobato (coord.), Monstruos y grotescos. Aproxi- Rojas González pacio de oportunidad para reflexionar sobre el contenido, las dinámicas y las circunstancias
maciones desde la literatura y la filosofía, México, Aldus-UAEMex. Politólogo y ensayista. que se desarrollan al interior del Estado como proyecto político y de la cultura de una nación.
115

En los últimos tiempos se han potencializado reflexiones
que versan sobre las barreras que enfrenta el ejercicio de la
gobernabilidad en las sociedades complejas y las dinámicas
políticas generadas en nuevos espacios sociales que evolucio-
nan con lógicas propias, tanto en los países latinoamericanos
como en México. Entre los trabajos a destacar sobre dicho
tema se encuentran los generados por Aguirre y Muñoz,
quien de la mano de Torres ha publicado recientemente Los
retos de la gobernabilidad en México. El crimen organizado.
La publicación representa un hito importante en la aplica-
ción de nuevas metodologías y contenidos de análisis sobre el
impacto que tiene el crimen organizado en el tejido social y
la propia gobernabilidad. Lo anterior, remarcando las proble-
máticas detonantes a partir de los elementos poco vistos en
reflexiones contemporáneas.
Un elemento a destacar, en primera instancia, se vincula
a la propuesta oportuna que hacen los autores sobre la tem-
poralidad de los hechos, es decir mirar la problemática de
los impactos del crimen y del crimen organizado en su justa
dimensión. No sólo desde el periodo donde se agudizan los
efectos negativos en el tejido social y en la estructura institu-
cional, sino desde aquellos años donde se visibiliza de manera
significativa en nuestro país.
Es menester señalar que el libro cristaliza como un eje
rector las contradicciones, frenos y barreras que enfrenta
la gobernabilidad para construir un engranaje que posibi-
lite la garantía de derechos humanos y el disfrute del Es-
tado de derecho. Reto que potencializa los esfuerzos del
116
Estado para mantener la estabilidad del orden social, la
procuración de justicia, la reconstrucción del tejido social
y la consolidación de un sistema que dignifique la condi-
ción de la política en México a través de la prevalencia de
las leyes e instituciones.
La reflexión da un paso hacia adelante al incorporar en
el debate al crimen organizado con el mayor número de
aristas, dado que se convierte en parte del proceso político
que impacta en la construcción de todo nuestro aparato gu-
bernamental. Por ello, Aguirre, Muñoz y Torres, describen y
analizan los principales factores que constituyen al crimen, y
cómo éste tiene la capacidad de generar mecanismos de inte-
racción, comunicación y sociabilidad que logran organizarlo e
incluirlo en el ámbito político y social.
Siendo un tema que representa un grado importante de
complejidad, los autores elaboran una aproximación a los de-
safíos que enfrenta la relación gobernabilidad-Estado. Donde se
encara sus interrelaciones partiendo de un componente central
de lo estatal, elemento que pretende reconocerse como un
proceso orientado a entender el crimen organizado, es a través
de los vacíos existentes en el tema de la gobernabilidad, mani-
festada en las precarias formas de organización institucional
que no responden a las necesidades reales de la sociedad.
Y es que el disenso de las políticas gubernamentales y la
gestión pública se han manifestado dentro de las propias
instituciones que han buscado resarcir los daños efectuados
por la criminalidad. Donde factores como la droga, el narco-
tráfico y la violencia, por mencionar algunos, simbolizan un
conjunto de elementos para reflexionar sobre las formas de
debilitamiento estatal.
Una apuesta que constituye la forma en que la crimina-
lidad se asocia al poder en sus dimensiones (discursivas,
prácticas y narrativas), es decir un elemento que se ha visto
asociado al Estado. La lógica de estos dos objetos de estudios
(gobernabilidad y criminalidad) son la muestra de cómo Mu-
ñoz, Aguirre y Torres, elaboran todo un ejercicio de investiga-
ción de corte empírico-analítico e histórico conceptual.
Este panorama nos permite comprender la crisis estruc-
tural de nuestra gobernabilidad, desde el ámbito social ma-
nifestado en medio de tensiones políticas, que se combinan
con el fenómeno de la violencia. El debate sobre este tema
se constituye como un elemento de larga reflexión en las dis-
tintas disciplinas de las ciencias sociales, donde para el caso
de la gobernabilidad es de vital importancia complejizar ca-
tegorías propias de este campo de estudio en relación con el
Estado, la sociedad y el mercado.
Nuestro sistema político experimenta un proceso de debilita-
miento que ha puesto a prueba su configuración. Puesto que
desde hace mucho tiempo la crisis política, el alza del crimen
organizado, la desaparición forzada y la constante corruptela
en la que se ha visto inmiscuido los niveles de gobierno, solo
han dejado al descubierto la incapacidad del gobierno. Al pa-
recer nuestro aparato gubernamental, a partir de todas estas
prácticas descritas, ha caído en la inercia total. Siendo un
tema bastante complejo, la obra aquí comentada, puntualiza
la serie de obstáculos que enfrenta el Estado.
Aunado a ello la sociedad civil ha intentado reclamar la
presencia en el ámbito estatal, ante lo que se ha llamado
una ausencia, ya que en los últimos años la criminalización
excesiva y la ola de violencia se han convertido en un factor
de reproducción cultural recurrente en la vida social y la co-
tidianidad que se articula con la resonancia de la sociedad.
A partir de lo expuesto por Muñoz, Aguirre y Torres, la si-
tuación que se encuentran en los diferentes espacios sociales
como son la escuela, las instituciones, las organizaciones y
las empresas, nos permiten comprender la complejidad del
problema en el contexto sociocultural. La emergencia de
contextualizar este tipo de investigación sirve como antece-
dente para reflexionar sobre una problemática a futuro en
un nivel más complejo; por ende, la vitalidad de ir sumando
elementos como son las prácticas sociales, los discursos y las
acciones en el ámbito social, se consideraría como un eslabón
de reflexión de larga duración.
Por una parte, la violencia generada por el crimen orga-
nizado se articula con otro tipo de problemáticas como la
pobreza y la falta de oportunidades en el sentido amplio de
JULIO ROJAS
la palabra; las cuales son parte del ámbito cultural y social
de una comunidad. Lo anterior, representa una capacidad de
análisis profundo para intentar acercarse a la realidad desde
una situación en concreto. Un aspecto de suma importancia
en esta propuesta de investigación consiste en realizar un
análisis extenso que articule distintos enfoques sobre las
dimensiones de la violencia, para luego establecer una ruta
metodológica acorde con el tipo de espacio y sus respectivas
particularidades socioculturales.
En definitiva, la violencia del crimen organizado es un fe-
nómeno social que puede ser asumido como un objeto en
construcción y complejo de análisis para el Estado por sus
múltiples etapas. Por ello, nuestros autores han considerado
pertinente indagar las transformaciones que se gestaron du-
rante la alternancia política. Y es que con el transcurso del
tiempo nuestro país ha sufrido diversas transformaciones
en su organización política, territorial y administrativa. Estas
nuevas configuraciones han permeado la forma de interac-
ción que el Estado tenía con el crimen organizado.
A modo de ejemplo, tenemos que durante el poder he-
gemónico que ejercía el Partido Revolucionario Institucional
(PRI), en el plano del combate y control de narcóticos, los
procesos de coordinación y unidad eran tan eficiente, que
existía un control que permitía cooptar o invisibilizar las célu-
las delictivas, las cuales estaban centralizadas y obedecían a
los intereses del mismo gobierno.
Sin embargo, durante el proceso de debilitamiento y frac-
tura del PRI y la democratización del país se produce una pér-
dida de coordinación, que nos ha llevado a la situación actual
de gobernabilidad en la que ha decaído su rendimiento, y
donde el factor político nada ha contribuido a la solución de
estos desafíos. Estos elementos descritos por los autores nos
permiten observar que la delincuencia organizada se ha con-
vertido en un constante tanto en los gobiernos de derecha
como de izquierda, donde su presencia es consecuencia de
una política ineficiente.
La obra, además, permite comprender las dinámicas de la
corrupción y de los privilegios que fortalecieron las células de-
lincuenciales, dejando al descubierto que el régimen político
vigente no ha cambiado, y que las administraciones recientes
solo en apariencia son diferentes, pero en acciones son igua-
les. El análisis interdisciplinar y crítico de la información reco-
lectada por parte de los autores representa un tipo de dato en
construcción, dado que podría ser analizado desde la comple-
jidad de la realidad social, con lo que nos permite comprender
actitudes, comportamientos, creencias entre otros factores
que contribuyen al fenómeno del crimen organizado, donde
este representa una problemática estructural. m
117

Tres razones para leer
un diccionario
por Cristhian Los discursos políticos de la actualidad están plagados de
Gallegos Cruz conceptos que no siempre son explicados de manera correc-
ta, por lo que, en lugar de ayudar a esclarecer el significado,
Politólogo de terminan confundiendo al auditorio. Para las sociedades
formación y maestro contemporáneas se convirtió en un lugar común escuchar
en sociología política. en medios periodísticos o televisivos noticias que remiten
una y otra vez a palabras como “campo de refugiados”, “cri-
men de lesa humanidad”, “comisiones de la verdad”, “impu-
nidad”, “fosas”, etcétera. Las palabras mencionadas forman
parte de la memoria colectiva y son utilizadas lo mismo en
África que en América Latina, Asia y Europa. Sin embargo,
cada una contiene experiencias y procesos que guardan re-
lación, así como diferencias.
Conocer las coincidencias y discrepancias existentes en
cada caso, requiere de una labor tanto intelectual como aca-
démica que conjugue una visión multidisciplinaria. Esto se
logra en el Diccionario de la memoria colectiva dirigido por
Ricard Vinyes y publicado por la editorial Gedisa. Redactado
en forma clara, con artículos breves y precisos, celebro el tra-
tamiento que se da a un tema complicado como lo es la me-
moria. En el prefacio puede leerse el objetivo que persigue la
118
obra: “ofrecer instrumentos analíticos para abordar el estudio
de la memoria colectiva. Para ellos alberga y describe expre-
siones, ideas y conceptos empleados en indagar e interrogar
los procesos sociales en los que se producen y establecen las
imágenes con las que decidimos componer nuestra memoria
contemporánea, una forma de admitir el pasado” (p. 21).
La memoria, como se sabe, está compuesta por olvidos y
recuerdos, narraciones imprecisas y fragmentadas que tie-
nen una importancia en la vida de las personas, ya que a tra-
vés de ellos construyen sus miedos y deseos ante el futuro. La
relación entre pasado, presente y futuro es uno de los asun-
tos que necesariamente suceden en el estudio de la memoria.
Considerando esto, quiero compartir tres breves ideas
que podrían sugerir una manera, modesta, por cierto, de
leer el Diccionario.
En primer lugar, el Diccionario de la memoria colectiva
es un instrumento analítico que sirve al lector para conocer
las maneras en que las comunidades humanas se relacionan
con los conflictos vividos. Las referencias no siempre remi-
ten a las actividades bélicas, en ocasiones, las manifestacio-
nes son simbólicas y tienen una relevancia que trasciende
Ricard Vinyes (dir.),
DICCIONARIO
DE LA MEMORIA
COLECTIVA,
Barcelona, Gedisa, 2018.
el tiempo en el que se produjeron, al grado de convertirse en
referencias obligadas para las personas que buscan conservar
derechos como la igualdad o la libertad. Un caso significativo
que se reproduce en el documento es la protesta en contra
del racismo en el deporte y en la sociedad norteamericana
a través de la fotografía de dos atletas afroamericanos, que
al obtener el primer y el tercer lugar en los Juegos Olímpicos
de México en 1968, levanta el brazo con el puño cerrado. La
descripción de los detalles en la imagen es esclarecedora: “la
fotografía de Smith y Carlos está repleta de pequeños elemen-
tos icónicos, difíciles de percibir a primera vista más allá del
puño negro: los pies descalzos con calcetines negros simboli-
zan la pobreza de los negros, la bufanda negra representa el
orgullo de la raza, y el collar de cuentas que lucía Carlos con su
chándal desabrochado recordaba a aquellos afroamericanos
que murieron colgados, con lo cual nos encontramos ante una
auténtica representación” (p. 58).
En segundo lugar, en el Diccionario se acogen voces e imáge-
nes que resultan apropiadas para guiar la reflexión del lector, ya
que lo obligan a consultar fuentes externas al Diccionario, ya que
en ocasiones remiten a pinturas o películas que han generado
debates públicos que trascienden los territorios de producción.
CRISTHIAN GALLEGOS
Las referencias a películas están acompañadas de los anuncios
publicitarios, así como de una breve reseña de su contenido y
una ficha técnica. Los temas son variados: holocausto, guerras
de liberación nacional, dictaduras, desaparición forzada, resti-
tución de la memoria. Las pinturas y las películas que acompa-
ñan las explicaciones de los procesos y conceptos hacen que el
lector genere su propia lectura de los hechos, claro está, por
medio de representaciones fragmentadas que restituyen y ol-
vidan determinados aspectos.
En tercer lugar, el Diccionario construye un léxico que evi-
dencia los conflictos políticos, los discursos legitimadores y los
elementos que constituyen el espacio perceptible de lo que es la
memoria. Resulta interesante conocer que el vocablo memoria
puede tener hasta 18 significados condicionados por la adjeti-
vación que van de antifascista a cultural, de justa a pública, de
colectiva a social. De igual manera, cabe mencionar la reflexión
moral y política sobre el turismo memorial, que si bien busca la
transmisión y preservación de los hechos del pasado casi siem-
pre lo hace por medio de la visita a lugares donde han ocurrido
masacres y exterminios humanos. Sin embargo, las mayores re-
tribuciones se dan en el campo económico.
A comenzar su lectura. m
119