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José María Rodríguez Paniagua

Se trata, desde luego, de un concepto de libertad contrapuesto al del libera-


lismo individualista, de la «libertad abstracta» (es decir, expuesta a la indetermi-
nación y al capricho); pero no de un sentido radicalmente nuevo de la libertad.
Entronca, por lo pronto, con la identificación kantiana entre libertad y moralidad;
pero también con el significado de la libertad «civil» o del «estado civil» de Rous-
seau: la libertad que surge del «contrato», la única posible después del contrato de
constitución de la sociedad y de sumisión a las leyes. Entronca asimismo con el
concepto cristiano de libertad, tal como aparece en el Nuevo Testamento, como
«liberación del pecado» y «obediencia a Cristo». Y, más remotamente, entronca
con la libertad de los ciudadanos griegos, que era una libertad política «positiva»,
libertad de participación en la política, en las tareas y funciones públicas.
De este modo resulta que en el campo de la eticidad no está por un lado
el derecho y por otro el deber, como en el campo del Derecho abstracto, sino que
derecho y deber coinciden en una misma cosa; y el hombre tiene derechos en
cuanto tiene deberes, y deberes en cuanto tiene derechos.
No son solo estos conceptos, de derecho y deber, los que se identifican, porque
en el proceso hegeliano previamente se relativizan y se transforman. El mismo
concepto de libertad puede ser puesto en equivalencia con su contrario, el de
necesidad. Porque la serie de deberes (derechos) en que se desenvuelve no pueden
ser otra cosa que «el desarrollo de las relaciones que existen necesariamente dentro
del Estado como consecuencia de la idea de la libertad». (Lo que no deja de estar
en línea con lo que Kant había dicho en su célebre definición del Derecho: «El
conjunto de las condiciones en virtud de las cuales la libertad particular de cada
uno puede coordinarse con la de los demás, según una ley general de libertad.»)
La eticidad comprende tres estadios o momentos: la familia, la sociedad civil
y el Estado.
La familia es el primer momento, el más inmediato. Hegel lo llama también
«natural». En efecto, lo ético del matrimonio, que es el núcleo de la familia, no
consiste más que en el amor, la confianza y la comunidad de vida. Aun cuando
precisamente en esos sentimientos y en esa realidad «el instinto natural se transfor-
ma en la modalidad de un momento natural que está destinado a desaparecer con
su satisfacción»; aparece entonces en todo su derecho «el vínculo espiritual como
lo sustancial y, por tanto, como algo elevado por encima del azar de las pasiones
y de la especial complacencia pasajera, como algo de suyo indisoluble».
Pero la familia tiene que desembocar necesariamente en su disolución, bien
«natural», por la muerte de los padres, bien «ética», por el desarrollo de los hijos
hasta alcanzar el pleno dominio de su libre personalidad, que tiene que ser reco-
nocida, en la institución de la mayoría de edad, como capacitación, ya para cons-
tituirse en personas independientes y para tener su propiedad independiente, ya
para formar por su parte nuevas familias. Surge así necesariamente de la disolución
de la familia el segundo estadio o momento de la eticidad: la sociedad civil.
Esta representa de inmediato una pérdida de la eticidad. Porque el principio
que le da origen, como consecuencia de la disolución de la familia, es el de la
personalidad concreta; y así, aun las diversas familias que surgen dentro de ella se

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