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Figuraciones del cuerpo lesbiano: nacionalismo y ansiedad en la narrativa puertorriqueña de

los años cincuenta


Author(s): Agnes I. Lugo-Ortiz
Source: Iberoamericana (1977-2000), 21. Jahrg., No. 3/4 (67/68) (1997), pp. 99-119
Published by: Iberoamericana Editorial Vervuert
Stable URL: http://www.jstor.org/stable/41671658
Accessed: 13-02-2017 16:34 UTC

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Agnes I. Lugo-Ortiz (Dartmouth College)

figuraciones del cuerpo lesbiano:


nacionalismo y ansiedad en la narrativa
puertorriqueña de los años cincuenta1

En su prólogo a los Cuentos puertorriqueños de hoy (1959), una antología que


poco después de publicada participaría en la institucionalización de lo que la
historiografía literaria puertorriqueña ha venido a denominar como la genera-
ción del cuarenta, René Marqués intentó definir los paradigmas que, según él,
caracterizaban la nueva narrativa de la época. Estos se organizaban a lo largo
de tres ejes principales: 1) la renovación de las técnicas literarias mediante la
apropiación de modelos europeos y angloamericanos contemporáneos (Faulk-
ner, Joyce, Williams, Woolf, etc.); 2) la emergencia de nuevas temáticas rela-
cionadas a las transformaciones urbanas acaecidas en el país a mediados de
siglo, y enmarcadas dentro del pensamiento existencialista de la post-guerra y
el psicoanálisis -lo que implicaba un distanciamiento de la temática rural y de
los modelos costumbristas que habían dominado gran parte de la cuentística
anterior; y 3) la reafirmación de las relaciones entre lo literario y el proceso de
construcción nacional -relaciones que habían sido intensificadas por la pro-
ducción ensayística de la generación del 1930.2

1 Una versión en inglés de este trabajo se presentó en el congreso »Hispanisms and Homosexualities« orga-
nizado por Sylvia Molloy y Paul Julian Smith, y auspiciado por el Department of Spanish and Portuguese
de la New York University en abril de 1994. Les agradezco a los participantes sus sugerencias y comenta-
rios; estos me han ayudado a repensar algunos de los problemas que aquí se discuten. Como siempre, Dia-
ne Miliotes me ha brindado el apoyo intelectual y emocional sin el cual estas tareas serían mucho más so-
litarias y difíciles. A ella va mi mayor agradecimiento.
2 Marqués (ed.): Cuentos puertorriqueños de hoy. La colección incluye los siguientes autores y relatos:
Abelardo Díaz Alfaro (»El Josco« y »Los perros«), José Luis González (»La Carta«, »En el fondo del caño
hay un negrito« y »El pasaje«), René Marqués (»Otro día nuestro« y »En la popa hay un cuerpo reclina-
do«), Pedro Juan Soto (»Los inocentes« y »La cautiva«), Edwin Figueroa (»Aguinaldo negro« y »Lolo
Manco«), José Luis Vivas (»El fósforo quemado« e »Interludio«), Emilio Díaz Valcárcel (»Sol negro« y
»El sapo en el espejo«) y Salvador M. de Jesús (»La llama del fósforo« y »Vertiente«). Cada selección va
precedida por un breve ensayo interpretativo, escrito por el propio Marqués, una breve »autobiografía« del
autor en cuestión y dos incisos con las respuestas a las preguntas »¿Qué concepto tiene usted del cuento
como género literario?« y »¿Por qué cultiva usted este género?«. Aparte del ensayo introductorio de Mar-

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La antología -compuesta de diecisiete cuentos por ocho escritores varones-
más que un registro de las múltiples prácticas literarias ejercidas en Puerto
Rico a mediados del siglo veinte, admite ser leída como una suerte de mani-
fiesto, una declaración de principios estéticos y políticos: el proyecto esbozado
por Marqués para modernizar la literatura nacional. Según lo ha visto Arcádio
Díaz-Quiñones, si bien Marqués asumió una posición »conservadora« y
»nostálgica« respecto al proceso de modernización socio-económica que se
acelera en Puerto Rico para mediados de siglo, esa posición ideológica se ar-
ticuló desde una práctica paradójicamente modernizadora. La modernidad li-
teraria, continúa Díaz-Quiñones, fue esgrimida por Marqués como arma crítica
contra la modernidad social: »Entabló esa guerra [contra las transformaciones
socio-culturales modernas] con las mismas armas de su enemigo, con las armas
de la 'modernidad' técnica y estética.«3 Esta modernización requería la aper-
tura de la escritura puertorriqueña al mercado internacional de las letras y la
importación de nuevas tecnologías de representación, la apropiación del pre-
sente como fuente primordial de lo literario, la organicidad entre la imagi-
nación literaria y la forjación de una identidad nacional y -no tan abiertamente
estipulado pero no por ello menos claramente prescrito- la necesidad de con-
solidar una comunidad literaria homosocial, encargada de dirigir y controlar
virilmente el futuro cultural de la nación.4
Si en el prólogo a la antología se hace explícito el proyecto literario de Mar-
qués, la selección y organización de los relatos en la colección podrían ser in-
terpretadas como otro nivel -menos evidente y más escurridizo- de esas for-
mulaciones doctrinales. Ocupando un lugar privilegiado, si no fundacional, en
la antología se encuentran dos textos de un escritor a quien Marqués no con-

qués (titulado »El cuento puertorriqueño en la promoción del cuarenta«) en la colección también se inclu-
ye un apéndice bibliográfico de cada una de los autores antologizados. En el presente trabajo, las páginas
al pie de cita se referirán a la octava edición de la antología (1985).
3 Díaz-Quiflones (1982: 160). Útil también para la discusión teórica sobre las tensiones entre modernidad
económica y modernidad cultural es el estudio de Calinescu (1977).
Para otro ejercicio de antologización, contemporáneo pero con un programa distinto al de Marqués, véase
Meléndez (1957).
4 Importantes para la discusión de lo »homosocial« son los estudios de Kosofsky-Sedgwick (1985) y de
Kostenbaum (1989).
Díaz-Quiflones (1982: 161) también ha observado que el »prólogo [a los Cuentos puertorriqueños de hoy]
es una exaltación de los escritores de su promoción, pero ante todo es una valoración de su propia obra y
una celebración de los nuevos recursos técnicos«. Es notable la veta profundamente narcisista de los ensa-
yos literarios de Marqués. En ellos, por lo general, lo que se estima representativo de una emergente co-
munidad literaria es, las más de las veces, la propia práctica escriturai de Marqués. Los alcances de este
impulso narcisista para la constitución de un espacio cultural homosocial sobrepasan los límites de mi en-
sayo, pero indudablemente merecería ser estudiado en detalle.

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sidera como miembro de la generación del cuarenta, pero al que se le reconoce
el papel de precursor y figura de transición para la nueva promoción de narra-
dores: Abelardo Díaz Alfaro. En particular, la ubicación de »El Josco« al prin-
cipio de la colección -en un espacio liminal, por así decirlo- retrospectiva-
mente invita a leer el relato como una suerte de núcleo en el que se codifican
algunas de las problemáticas generadoras de la modernidad literaria puertorri-
queña, según la pensó Marqués. Estas problemáticas codificadas en »El Josco«
(y que habrían de »repetirse« e intensificarse en otros relatos de la colección,
como se discutirá más adelante) pueden dividirse en dos: la primera tiene que
ver con una propuesta doctrinal en la que las categorías de género -la polari-
zación masculino/femenino- devienen el lenguaje privilegiado para conceptu-
alizar la identidad nacional; la segunda tiene que ver con la elaboración de un
sistema figurativo en él que »el cuerpo masculino« es posicionado como locus
central de transposiciones metafóricas, metamorfosis, mutilaciones e intercam-
bios simbólicos (por lo general, pero no siempre) con el »cuerpo femenino«.
Esto es, un sistema figurativo en el que »el cuerpo masculino« habría de ser el
objeto de una serie de incesantes desplazamientos y transformaciones y, sobre
todo, el recipiente de las energías libidinales del escritor, el objeto de sus an-
siedades y deseos. Mientras en las superficies temáticas se visibiliza la
coreografía de una aparentemente heterosexualizada identidad nacional, en los
resquicios de la práctica significante de los textos se detecta un intenso ejer-
cicio homoerótico. Estas figuraciones -reinscritas en textos como »El sapo en
el espejo« de Emilio Díaz Valcárcel y »En la popa hay un cuerpo reclinado« de
René Marqués (ambos incluidos en la antología)- constituyen una de las líneas
de representación más poderosas y memorables de la literatura del período.5

5 Ya es casi un lugar común de la crítica sobre Marqués la discusión de sus personajes femeninos y de su
poco disimulada misoginia (Barradas, Díaz-Quiñones, Gelpí, J.L. González -para una posición relativa-
mente divergente véase el trabajo de Solá, 1979). El propio Marqués, en la introducción a los Cuentos
puertorriqueños de hoy y en »El puertorriqueño dócil« insiste en la centralidad de la representación de »la
mujer« para el impulso modernizador de la nueva promoción. Según Marqués, la madurez de un escritor
(y de una literatura) se mide por su »capacidad analítica respecto al emocionante y excitante sexo opuesto;
[la que le permite] explorar, con fría lucidez, todos los resquicios de ese otro mundo psicológico evasivo,
misterioso y -a no dudarlo- para él, ¡pobre diablo!, muy peligroso« (»El puertorriqueño dócil«, 174-75).
La literatura puertorriqueña, gracias a él y a sus congéneres, según sugiere, ha alcanzado ya un alto grado
de madurez, »se ha hecho hombre«, para decirlo en términos afines a su sistema interpretativo. No sor-
prende que, de acuerdo a su modelo, sean los escritores los únicos que estén en posición de defender la
cultura nacional puertorriqueña. Los escritores no son »dóciles« sino viriles defensores del »machismo«
salvador de la patria. Es notable que esta virilidad (»madurez«) literaria esté íntimamente ligada a la pose-
sión simbólica de la mujer (a su capacidad de »penetrarla simbólicamente«). Pero más notable aún es el
hecho de que en ese tráfico simbólico de imágenes femeninas, los escritores del cuarenta, según Marqués,
se consoliden como generación. La posesión simbólica de la mujer (característica de la nueva narrativa) es
uno de los lugares de encuentro de la nueva promoción, el espacio en donde los hombres se abrazan/ligan

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Es dentro de este sistema que debe leerse la primera (y única, hasta la fecha)
irrupción de un personaje lesbiano en la narrativa puertorriqueña: la »lesbiana
hombruna« en »El asedio« de Emilio Díaz Valcárcel (1958).6 Este »cuerpo
lésbico« es otra expresión de las ansiedades culturales cifradas en torno a las
figuraciones del »cuerpo masculino« -son ellas sus condiciones narrativas de
posibilidad. Significativamente »El asedio« no fue incluido por Marqués en
sus Cuentos puertorriqueños de hoy, a pesar de considerarlo como un texto en
el que se »nos revela a un autor con dominio de la técnica, honrada preocu-
pación estilística, mano maestra en la observación sicológica y un aliento poé-
tico que dignifica estéticamente los temas sórdidos que motivan la mayoría de
sus relatos«.7 En este caso, el tema sórdido, a no dudarlo, era el lesbianismo
(»the love that dare not speak its name« -y que Marqués, a finales de los años
cincuenta, tampoco se atrevía a nombrar). Marqués celebra el cuento pero no
lo incluye, desviándose del patrón seguido para el resto de los autores en la
antología. En todos los demás casos, sólo se escribe acerca de los cuentos que
aparecen en la colección. Según el propio Díaz Valcárcel, Marqués »juzgó que
[»El asedio«] no era publicable porque él [Díaz Valcárcel] tenía otros cuentos
mejores«.8 No obstante, es a »El asedio«, y no a los otros textos incluidos, al
que se le dedican las más extensas y elogiosas observaciones. ¿A qué se debe,
entonces, su exclusión? Junto a las explicaciones biográficas que harían sos-
pechar que Marqués estaba reprimiendo un texto que lo implicaba personal-
mente, nombrando su secreto (recuérdese que Marqués era homosexual), es

como comunidad homosocial. Es ese »abrazo homosocial«, trasbastidores y opacado por una aparente ob-
sesión con la mujer, uno de los puntos a discutir en el presente trabajo.
Importantes para el análisis del tráfico de mujeres como estrategia para la cimentación de alianzas mascu-
linas son los trabajos de Luce Irigaray (»Women on the Market« y »Commodities among Themselves« que
aparecen en su This Sex Which is Not One, 1985), Kosofsky-Sedgwick (1985) y Rubin (1975).
6 No son escasos los ejemplos de personajes homosexuales varones en la narrativa puertorriqueña contem-
poránea: comenzando con »el hijo de Trinidad« en el relato »¡Jum!« de Luis Rafael Sánchez; algunas insi-
nuaciones en los Papeles de Pandora de Rosario Ferré y los claros equívocos de su Maldito amor; la voz
abiertamente homosexual de Manuel Ramos Otero; los »entendidos« respecto al »tío Sergio« en la novela
de Magali García Ramis Felices días, tío Sergio ; y los pánicos homoeróticos de René Marqués en su últi-
ma novela, La mirada , tan inteligentemente analizada por Arnaldo Cruz (para no mencionar algunas de las
piezas teatrales publicadas por Marqués durante los afios setenta). Notablemente, la voz lesbiana sólo ha
emergido como voz poética en textos tales como Las mujeres no hablan así de Nemir Matos, y más re-
cientemente en la obra de Liliana Ramos. Sin embargo, la lesbiana como sujeto narrativo se ha quedado
detenida en la problemática representación de »El asedio«. Esta ausencia requiere estudio, pero, por el
momento, en este trabajo me limitaré a explicar las condiciones de su efímera emergencia a finales de la
década del cincuenta.

7 Estos comentarios aparecen en la introducción a las selecciones correspondientes a Díaz Valcárcel en


Marqués (1985: 242).
8 Comunicación personal. Le agradezco a mi madre, Nilda Ortiz, el haberme facilitado la comunicación con
Díaz Valcárcel, y al autor la gentileza de responder a mis preguntas.

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posible especular otras razones vinculadas a la coherencia del proyecto lite-
rario que se articula en la antología, y a los sistemas de representación que allí
se privilegian. »El asedio« desborda, excede, una de las más importantes di-
rectrices estéticas e ideológicas de la colección. Cierra el sistema figurativo
elaborado en torno al »cuerpo masculino«, operando una dislocación final de
los atributos culturales de la masculinidad al impostarlos sobre »el cuerpo de
la mujer«. Cuando los atributos ontológicos del »hombre« son transferidos al
»cuerpo femenino« -cuando »el hombre« desaparece, por así decirlo- se ha
traspasado una región fronteriza y los límites se han disuelto. Esta frontera
también habría de signar la inevitable caducidad de algunas de las propuestas
del proyecto literario de Marqués al albor de la década del sesenta, con la pro-
gresiva consolidación de nuevos sujetos culturales modernos y la emergencia
de nuevas interrogantes sociales. En este trabajo se discutirá la distancia que
media entre las prefiguraciones desplegadas en »El Josco« (con sus dinámicas
de heterosexualidad abierta y homoerotismo simulado) y la reconfiguración
límite que se advierte en »El asedio«, no sin antes reparar en dos de las instan-
cias narrativas que con mayor intensidad habrían de articular la problemática
del »cuerpo masculino«: »El sapo en el espejo« y »En la popa hay un cuerpo
reclinado«.

»EI Josco«: dos problemáticas generadoras

»El Josco« es uno de los textos más fuertemente institucionalizados de la lite-


ratura puertorriqueña. Antologizado numerosas veces y lectura obligatoria en
los currículos escolares del país, en él generaciones de puertorriqueños/as he-
mos aprendido a »sentir la patria«, internalizando el mito que el relato nos
ofrece.9 Para Marqués, el texto tematiza la problemática del »hombre puerto-
rriqueño (sic) acosado por fuerzas desintegradoras de su personalidad y digni-
dad humanas, sucumbiendo a ellas en gesto autodestructor« (51). »El Josco«
es un relato alegórico en el que el problema de la resistencia anti-colonial es
representado como una lucha cuerpo a cuerpo entre dos toros, el uno signifi-
cando el imperialismo norteamericano, y el otro (el Josco) las fuerzas viriles
de una cultura puertorriqueña asediada.
La cabeza erguida, las aspas filosas estoqueando el capote en sangre
de un atardecer luminoso. Aindiado, moreno, la carrillada en sombras,
el andar lento y rítmico. La baba gelatinosa le caía de los belfos negros

9 El relato fue originalmente publicado en el libro Terrazo (1948).

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y gomosos, dejando en el verde enjoyado estela plateada de caracol.
Era hosco por el color y por su carácter reconcentrado, huraño, fo-
bioso, de peleador incansable [...] lo veía descender la loma, majestu-
oso, doblar la cerviz, resoplar su aliento de toro macho sobre la tierra
virgen y tirar un mugido largo y potente [...]. (57)

- Toro macho, padrote como ése [...] no nació pa yugo [...]. (57)
El animal es caracterizado como un toro »hosco« que rehuye la compañía de
los otros animales, demarcando prepotentemente las fronteras de su personali-
dad en una dinámica de distanciamiento, autosuficiencia y dominio (»sobre la
tierra virgen«). La alegoría se concentra en el problema de la paternidad (»toro
padrote«) y en la amenaza simbólica de la castración a través del reemplazo.
Don Leopoldo, el dueño de la hacienda, ha decidido que es necesario mejorar
la raza del ganado, y trae un toro americano (blanco) para sustituir al Josco
como padrote. La resistencia a la castración -a perder el lugar del padre- es
codificada en la pelea entre los dos animales. En esos pasajes, el narrador se
regodea en la descripción de sus cuerpos -signos alegóricos que inscriben y
desplazan, simultáneamente, la figura humana masculina.
Las cabezas pegadas, los ojos negros y refulgentes inyectados de san-
gre, los belfos dilatados, las pezuñas firmemente adheridas a la tierra,
las patas traseras abiertas, los rabos leoninos erguidos, la trabazón re-
bullente de los músculos ondulando sobre las carnes macizas [...] El
toro blanco [...] avanzó egregio, imprimiéndole a la escultura impo-
nente de su cuerpo toda la fuerza de sus arrobas [...] el Josco alargó el
cuerpo estilizado, levantó la testa triunfal, las astas filosas doradas de
sol [...]. (60, 61, 62)
A pesar de ser el más pequeño de los dos, el Josco gana la pelea. Don Leo-
poldo, no obstante, determina que el toro americano será el nuevo padrote y
que el del país habría de ser destinado al yugo. El relato cierra con el suicidio
espiritual y fisico del animal, con la muerte como única opción viril frente a la
castración: »la cabeza sepultada sobre su cuerpo musculoso« (63). Marcelo, un
peón de la hacienda, para quien el Josco era como un hijo (»Su único hijo«,
nos dice el narrador, intensificando el tema de la paternidad como uno de los
núcleos organizativos de la alegoría) enuncia en la última oración del texto la
inescapable moraleja: »Ese toro era padrote de nación; no nació pa yugo.«
(63)'°

10 Es importante que la identificación más fuerte con el Josco no provenga del dueflo de la hacienda sino del
peón. El relato articula parcialmente la ideología populista triunfante en el período. En 1948, año de la
publicación de Terrazo , Luis Muñoz Marín es elegido gobernador de la isla. El nuevo proyecto político
-según el cual la identidad nacional no presupondría la constitución de un Estado independiente- no ha-

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A un nivel doctrinal, el relato plantea el problema de la dominación política
dentro de un marco fuertemente definido por categorías de género. La identi-
dad nacional, queda más que sugerido, es una cuestión de identidad viril, de
reproducción patrilineal y de dominio sobre la »tierra virgen«. Ya ha sido ob-
servado por estudiosos/as de la literatura puertorriqueña, cómo este modelo
nacional está fuertemente imbricado con una suerte de »nostalgia« (expresada
por los ideólogos de las clases hacendadas venidas a menos después de la in-
vasión norteamericana de 1898) por un orden agrario patricio, muy especial-
mente frente al »vendaval« de las transformaciones urbanas que se aceleraron
en la isla a partir de los años cuarenta.11 La modernidad dependiente, así como
los cambios culturales generados por ella (entre los más notables la reconfigu-
ración del lugar social de la mujer, y la puesta en crisis de los procesos de
subjetivización individual y colectiva predominantes hasta ese momento)
fueron percibidos como piedras de toque de la dominación colonial. La
equivalencia establecida entre las dislocaciones en las categorías del género, la
modernización del país y el colonialismo es una de las cadenas de significa-
ción más obsesivamente elaboradas por René Marqués. En »El puertorriqueño
dócil« (1960), ya en un paroxismo de la ansiedad, Marqués teorizaría sobre la
supuesta imposición de un patrón matriarcal estilo anglosajón en el país, a ex-
pensas de:
el último baluarte cultural desde donde podía aún combatirse, en parte,
la docilidad colectiva: el machismo , versión criolla de la fusión y
adaptación de dos conceptos seculares, la honra española y el pater
familiae romano. (175)
La modernización y el colonialismo, o más bien la modernidad colonial,
fueron percibidos como un solo fenómeno indiscriminado: un proceso de
deshabilitación y desautorización para los hombres puertorriqueños, un acto de
emasculación nacional. En los Cuentos puertorriqueños de hoy, »El Josco«, en
su posición fundadora, enuncia esta doctrina propuesta por Marqués como uno
de los pivotes generadores de la respuesta literaria moderna puertorriqueña.
Más sutil, y posiblemente con mayores implicaciones retóricas para una
parte significativa de la narrativa del período, lo es la centralidad del cuerpo en
la práctica literaria de Díaz Alfaro. »El Josco«, según se advierte en los pasajes
antes citados, es un relato de una intensa corporalidad. Si a un nivel doctrinal,
las cuestiones de resistencia anti-colonial se codificaron como un problema de

bria de convocar retóricamente a los grandes intereses económicos sino a las capas desposeídas de la so-
ciedad y agrupadas bajo el lema de »pan, tierra y libertad«. Cf. Álvarez-Curbelo y Rodríguez-Castro
(1993).
1 1 Cf. Quintero Rivera ( 1 976) y González ( 1 980).

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identidad de género, al nivel de la práctica significante del texto, es un asunto
corporal; una cuestión del cuerpo masculino, inscrito en un juego de despla-
zamientos alegóricos. Se trata de una figuración en la que ese cuerpo humano
es intensamente posicionado, pero nunca en completa presencia. Esta opera-
ción retórica, en la que el cuerpo masculino aparece fundamentalmente como
un campo de batallas atravesado por lo político, es uno de los núcleos genera-
dores de productividad textual que habría de ser retomado e intensificado en
dos de los relatos más traumáticos de la imaginación literaria puertorriqueña
de los años cincuenta, no incidentalmente incluídos por Marqués en su an-
tología: »El sapo en el espejo«, de Díaz Valcárcel, y »En la popa hay un cuer-
po reclinado«, del propio Marqués. Ambos relatos retoman el sistema figura-
tivo diseñado en la narrativa de Díaz Alfaro y lo elevan a un nivel más alto de
intensidad literaria e ideológica. En los siguientes apartados se discutirán los
modos específicos en que estos textos rearticularon esa obsesiva figuración del
cuerpo masculino. Son estos una de las zonas fronterizas que vendrían a de-
marcar la representación de la »lesbiana hombruna« en »El asedio«.

Mutilaciones, castraciones y transferencias

Tanto en »El sapo en el espejo« como en »En la popa hay un cuerpo re-
clinado« el cuerpo masculino deviene objeto de incesantes transfiguraciones
sobre la base de intensas luchas de poder con el cuerpo y el deseo femeninos.
En el relato de Díaz Valcárcel estas transfiguraciones ocurren a través de la
metamorfosis de un hombre, veterano de la guerra de Corea, en sapo -una alu-
sión invertida a la estructura del cuento de hadas. El protagonista (que carece
de nombre) perdió sus piernas en la guerra. Su cuerpo es un cuerpo mutilado.
En un intento por compensar su impotencia sexual, el hombre insiste en tener
relaciones orales con su esposa. La mujer reacciona con repugnancia ante sus
acercamientos, dramatizando, más que la inutilidad de su pene, su total caren-
cia del falo.12 El momento climático del relato es cuando el hombre, a solas en
la habitación, atisba su propia imagen en el espejo:

12 Judith Butler (1992: 44) ha esclarecido, a propósito de Lacan, cómo la mujer es el falo: »For women to
'be' the Phallus means [...] to reflect the power of the Phallus, to supply the site to which it penetrates, and
to signify the Phallus through 'being' its Other, its absence, its lack, the dialectical confirmation of its
identity. By claiming that the Other that lacks the Phallus is the one who is the Phallus, Lacan clearly sug-
gests that power is wielded by this feminine position of not-having, that the masculine subject who 'has'
the Phallus requires this Other to confirm and, hence, be the Phallus in its 'extended' sense. La mujer no
como alteridad sino como 'the site of a masculine self-elaboration'«. Cf. Jacques Lacan, »La significación
del falo« (1984).

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En un chispazo de lucidez vióse en el espejo: los brazos tensos sos-
teniéndolo como dos patas, el tronco echado sobre los muñones, y la
imagen de un sapo zigzagueó en su cerebro [...] Se sintió inmundo y la
imagen del animal se le grabó en el cerebro. Esa noche, bajo el bom-
billo, en el aire líquido y amarillento, el espejo había golpeado de
muerte su esperanza. (262-263)
La imagen que le devuelve el espejo (no la de un príncipe, ciertamente, sino la
de un sapo) es la instancia decisiva que detona la verdadera metamorfosis. Es
el momento en el que el sujeto, en lugar de encontrar en su imagen la ficción
de una totalidad, encuentra »la verdad« de su incomplitud; la imposibilidad de
afirmarse como sujeto masculino o, más aún, simplemente como sujeto hu-
mano: »[comprendió] que había comenzado a desmoronarse su último baluarte
de hombre« (265), nos dice el narrador. Al final del relato, cuando su esposa
regresa al hogar, arrepentida de haberlo rechazado y asegurándole que ella en
efecto quiere ser su mujer y obedecerle (que se convertirá en el deseado objeto
de su posesión), el hombre no puede resistir más la angustia y »saltó dos veces
hacia el frente, croando« (267).
En este relato, la figuración del cuerpo incompleto, mutilado, se vincula (y
aparece como significante) de dos sistemas de poder interrelacionados: 1) la
guerra de Corea, como índice del poder imperialista ejercido por los Estados
Unidos sobre los hombres puertorriqueños (un índice de la política colonial
que se impone destructivamente sobre el cuerpo real de los hombres), y 2) el
rechazo sexual de la mujer, signo extremo de la impotencia del protagonista (e
índice de la política sexual que dificulta la posesión del falo). Esta despose-
sión, emblemática de una discontinuidad entre cuerpo masculino y poder so-
cial, alcanzará el más violento grado de tematización en »En la popa hay un
cuerpo reclinado« de René Marqués.
Si en »El sapo« el »cuerpo masculino« es figurado a través de una inscrip-
ción mutilada e incompleta, así como mediante una metamorfosis del hombre
en animal, en »En la popa«, la transfiguración del cuerpo masculino se va a
extremar aún más: el texto es, ya abiertamente y sin ambagues retóricos, una
historia de castración. Como reacción vengativa a una vida de sentirse
asediado por las mujeres, el protagonista masculino (que tampoco tiene nom-
bre y que es construido en un contrapunto de monólogos interiores, fluires de
conciencia y discurso indirecto libre), decide envenenar a su esposa. El hom-
bre coloca el cadáver en un bote y navega mar adentro: »en el vientre del
bote«, se nos dice, cual si el momento de la muerte fuera un renacimiento libre
del cuerpo de la madre. Una vez lejos de la costa, cuando »la visión del
mundo« daba »la sensación de un objetivo fuera de foco« (esto es, después de

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haberse deshecho de la realidad), el personaje se desnuda y se corta »el tejido
esponjoso« (que nunca es nombrado por la palabra »pene«), arrojándoselo,
cual si fuera una ofrenda, al cadáver de la mujer que está recostado sobre la
popa del bote.

A lo largo del relato, el »cuerpo masculino« es figurado como carencia:


Sus músculos, en la flexión rítmica, apenas si formaban relieve en los
bíceps; meras cañas de bambú, apenas nudosos, sin la forma envidiada
de otros brazos [...] Observó su pecho hundido. Debo hacer ejercicio.
Es una vergüenza. La franja de vellos negros separando las tetillas [...]
su propio vientre escuálido formaba arrugas más allá arriba del panta-
lonero de lana. (136)
Inicialmente, el único lugar que no aparece como carencia es entre las piernas,
en donde el narrador nos dice se encontraba un »bulto exagerado« (136) -cual
si fuera una figura de »exceso«. Pero exceso, según el texto hará explícito,
porque no parece pertenecer, porque tal vez no debería estar allí -cual si
sobrepasara, desbordara, las fronteras naturales del cuerpo masculino.
El acto último de la castración, con el que cierra el relato, constituye la ins-
tancia final de afeminamiento y autodestrucción del personaje masculino
-cuando deviene verdadera »carencia«, cuando se convierte en »mujer«. Ese
acto es el punto climático de una narración que organiza una compleja red de
múltiples fuerzas emasculadoras. Uno de sus registros más desesperados se lee
en pasajes frenéticamente estructurados por fantasías paranoicas de asedio:
La principal es mujer, y la alcaldesa es mujer, y la senadora es mujer, y
mi madre fue mujer, y yo soy sólo maestro, y en la cama un hombre, y
mi mujer lo sabe, pero no es feliz porque la felicidad la traen las cosas
buenas que se hacen en las fábricas [...] y ella insiste en que lo eche
afuera [el semen] para conservar el cuerpo bonito y lucir el traje nuevo
[...]. (143-44)
En este monólogo interior del personaje masculino se entremezclan algunos de
los elementos percibidos como amenazantes a su masculinidad. El más evi-
dente de ellos, claro está, lo es la inserción de la mujer en espacios de poder
social (principal, alcaldesa, senadora). Más sutiles, sin embargo, son los vín-
culos establecidos en el pasaje entre el rechazo de la maternidad por parte de la
esposa (de tener a su hijo, de convertirlo en »padre« -claras evocaciones de
»El Josco«) y la crítica a la comodificación de la experiencia en la modernidad
(y en específico, en la modernidad colonial). Una comodificación, según el
relato, que convierte al »cuerpo femenino« en objeto estético y vitrina para el
consumo (tener el »cuerpo bonito« para »lucir el traje nuevo«). Esta comodifi-

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cación, emblema del coitus interruptus , proscribe la experiencia de la materni-
dad, anulando en consecuencia la vigencia del sujeto/padre. En el relato, la
incapacidad del personaje masculino para establecer relaciones humanas me-
diatizadas por estructuras de consumo (la esposa desea un televisor, una lava-
dora de ropa, una casa nueva, obligándolo a contraer responsabilidades finan-
cieras con los que luego él no podrá cumplir) se propone como la piedra de
toque en su proceso de emasculación. Es significativo que el leitmotiv del re-
lato lo sea: »Un hombre de verdad le da a su mujer lo que ella no tiene«, una
frase cargada de ecos freudianos sobre la »envidia del pene«. Lo que la mujer
no tiene (y que está ligado a su vez, a las estructuras del consumo, a la pose-
sión de la mercancía) es un »pene«. Ese será el regalo final ofrendado por el
personaje masculino, completando el ciclo de emasculación con un gesto
autodestructivo y con su propia transfiguración en mujer: él es el falo que la
mujer -sólo muerta- habrá de poseer.
Importante en el relato, y ligado también a la comodificación de la experien-
cia como fuerza emasculadora, es la recurrencia de la madre castrante a lo
largo de los intensos monólogos interiores del personaje. Ella es la que co-
mienza el proceso de feminización del personaje masculino minándole su vo-
cación de escritor, y estimulando su entrada a la »vida práctica«, moderna (la
vida del proveedor, según la conceptualiza Marqués).
Pero exigen, piden, demandan de mí, de mí sólo. Eres tan niño. Y
tienes ya cosas de hombre. Y no supe si lo decía porque escribía a
escondidas [...] No te cases joven, hijito. Y el sentido no estaba en el
amor [...] Y tampoco era en escribir: Deja esas tonterías, hijito, sino en
una profesión, la que fuese, que no podía ser otra sino la de maestro,
porque no siempre hay medios de estudiar lo que más se anhela [...] Y
no pasaría necesidades, teniendo una carrera, como había asegurado
ella, ni escribiría jamás. (137-138)
La madre no sólo le impone cortapisas a su sexualidad, sino que también es
ella quien lo priva de su primer falo: la pluma -que para Marqués, como se
recordará, es el vehículo privilegiado, en manos del escritor viril, para com-
batir la docilidad puertorriqueña, el instrumento seminal de la nación. En el
relato los significantes de la castración se establecen en una cadena de
equivalencias: la interrupción de la escritura (que en el sistema de Marqués
equivale a la cancelación de lo nacional), la dificultad de poseer el cuerpo
femenino y la consecuente obstaculización de la paternidad y, por último, la
imposibilidad de satisfacer las demandas de la sociedad de consumo. La imbri-

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cación de todas ellas condiciona el colapso final del cuerpo masculino, una
transfiguración en la que se visibiliza la morfología de la carencia.13
El cuerpo masculino: inscripción alegórica y autodestrucción en »El Josco«;
mutilación y metamorfosis en »El sapo en el espejo«; castración, afemi-
namiento y transferencia del falo al cadáver femenino en »En la popa hay un
cuerpo reclinado«. Es dentro de este sistema figurativo que una última trans-
figuración del cuerpo masculino habría de tener lugar en la narrativa puertorri-
queña de a mediados de siglo veinte: la efímera emergencia de la »lesbiana
hombruna« en »El asedio« de Emilio Díaz Valcárcel. Este relato es la más ex-
trema instancia de un sistema figurativo movilizado por la ansiedad y, si-
multáneamente, podría leerse como su momento de cierre.

Desplazamientos del falo: la »lesbiana hombruna«


Sintió subírsele a la garganta el confuso sentimiento de su ilegitimidad
que permanecía anclado en ominoso acecho en el fondo de su espíritu.
Un espíritu contrahecho, pensó, regocijándose en su propio flagelo [...]
La falda, que delataba unas caderas secas, no era lo suficientemente
larga para cubrir las rodillas nudosas, casi masculinas [...] ojeó su
cuerpo seco y anguloso, se arregló distraída el severo cuello de anchas
solapas, abotonado casi hasta la asfixia [...]. 14
Es tentador sugerir que en »El asedio«, el pene (el signo flotante) que el per-
sonaje masculino le arroja al cadáver de la mujer en el relato de Marqués, ad-
quiere nueva vida ficcional en la »lesbiana hombruna« figurada por Díaz Val-
cárcel. Si en el texto de Marqués, las ansiedades masculinas respecto a las
dislocaciones en las categorías de género se resuelven en una fantasía para-
noica de castración, en »El asedio« esas ansiedades se resolverán en una na-
rrativa de castigo: castigo contra aquellos que intenten alterar el naturalizado
orden socio-cultural regido por las leyes de la diferenciación sexual. La
amenaza al orden estatuido (y la pena que esto puede acarrear) son representa-

13 Arnaldo Cruz (1994), con gran inteligencia, ha observado cómo los textos canónicos de la literatura puer-
torriqueña no han instituido lo nacional a través de la exhibición del falo sino mediante el testimonio de su
carencia: »It is my contention that, in a brilliant Nietzschean-like reversal, Puerto Rican canonical texts
have not ruled through potency but through impotence; that unlike those Latin American foundational texts
that Doris Sommer has so passionately analyzed, Puerto Rican canonical texts have rallied us and bound
us through failure and impotence. It has been an exhibited impotence, such as the protagonist's self-
castration in [»En la popa hay un cuerpo reclinado«]. An impotence that has cunningly incited us to close
ranks around the father, with righteous indignation or with rage.« Le agradezco a Arnaldo la gentileza de
haberme enviado una copia de su ensayo.
14 Díaz Valcárcel, »El asedio«, en Panorama (1971: 11 y 13). En adelante, los números al pie de cita se
referirán a esta colección.

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dos en el personaje de la »lesbiana hombruna«, una figura neuróticamente
atormentada -y la que no incidentalmente es también una intelectual. En ella
se recida lo que John d'Emilio ha llamado »the myth of silence, invisibility,
and isolation as the essential characteristics of gay life«.15
La representación de la lesbiana en »El asedio« se articula a lo largo de dos
ejes correspondientes a la construcción del cuerpo del personaje y a la pene-
tración de su subjetividad por un narrador omnisciente. El relato, en gran
medida, es una reelaboración reductora de la Stephen Gordon de The Well of
Loneliness, de Radclyffe Hall, en conjunción con la Inés de Huis clos de Jean-
Paul Sartre.16 En las superficies del cuerpo lesbiano el relato también activa,
selectivamente, algunas de las teorías sexológicas en boga a finales del siglo
XIX y principios del XX sobre la visibilidad y legibilidad de la identidad les-
biana -en particular, las teorías de Richard von Krafft-Ebing y Havelock Ellis.
Por otro lado, la ficcionalización de la subjetividad lésbica se formula en el
contexto de una problemática apropiación del predicado existencialista sartre-
ano »El infierno son los demás«. De este collage intertextual emerge una
figura sin nombre, en torno a la cual el relato ejemplificará, no la universalidad
de las angustias producidas por los desencuentros entre el deseo del uno y la
inconmensurable realidad de los »otros« (como lo tematiza Sartre en Huís
clos), sino el triste destino de aquellos seres anómalos que pretenden distan-
ciarse y alterar el orden normativo del mundo. Un destino que se escribe y des-
figura en el cuerpo.
La lesbiana imaginada en »El asedio« es una figura intensamente
homográfica, para usar el término acuñado por Lee Edelman: una figura es-
tereotipada que confirma la presuposición de que los signos de la homosexu-
alidad y el lesbianismo pueden ser inequívocamente identificados en las super-
ficies del cuerpo, y en consecuencia, que las fronteras entre la heterosexuali-
dad y la homosexualidad están claras y naturalmente delimitadas.17 El cuerpo
de la lesbiana en »El asedio« porta los signos de un desvío, de una anomalía,

15 D'Emilio (1983: 101).


16 Compárese el pasaje citado al principio de este apartado con la sección 6 del capítulo 24 de la segunda
parte de The Well of Loneliness , en el que Stephen Gordon contempla con angustia y odio su propio cuer-
po »masculino« en el espejo: »That night she stared at herself in the glass; and even as she did so she hated
her body with its muscular shoulders, its small compact breasts, and its slender flanks of an athlete. All her
life she must drag this body of hers like a monstrous fetter imposed on her spirit« (Hall 1990: 186-87). La
novela de Radclyffe Hall, como ha observado Catherine Stimpson, es una »parable of damnation« (citado
por de Lauretis, 1994: 211), a ser retomada en »El asedio«. Para dos discusiones lúcidas de The Well of
Loneliness véanse Newton (1990) y de Lauretis (1994).
17 Cf. Edelman, »Tearooms and Sympathy; or, The Epistemology of the Water Closet« en su Homographesis
(1994: 163-164). Otra versión de este ensayo aparece en Parker et al. (1992: 263-284).

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de una forma contranatura -»contrahecha«. Se trata de un cuerpo »seco«,
»anguloso«, un »cuerpo masculino«. El relato en gran medida se apropia del
sistema taxonómico establecido por Richard von Krafft-Ebing a finales del
siglo XIX para clasificar los distintos »tipos de lesbianas« de acuerdo a una
serie de características fisiológicas y sociales predeterminadas. Según Krafft-
Ebing, a determinadas características fisiológicas, definidas en relación al
grado de »apariencia masculina« en una mujer, correspondía una serie es-
pecífica de comportamientos sociales, llegando al extremo de alterar del todo
las prescripciones culturales de lo femenino. Carroll Smith-Rosenberg, en un
ensayo extraordinariamente lúcido, ha señalado cómo las definiciones pro-
puestas por Krafft-Ebing sobre la lesbiana »did not focus on the sexual be-
havior of the women categorized as lesbian but rather on their social behavior
and physical appearance«.18 Las clases de lesbianas, en el sistema de Krafft-
Ebing, continúa Smith-Rosenberg, »seemed to desire male privileges and
power as ardently as, perhaps more ardently than, they sexually desired
women« (270). En particular, Smith-Rosenberg advierte cómo uno de los
»tipos« establecidos por Krafft-Ebing, la »lesbiana hombruna« (»the Mannish
Lesbian«):
linked women's rejection of traditional gender roles and their demands
for social and economic equality to cross-dressing, sexual perversion,
and borderline hermaphroditism. This new sexual subject assumed a
critical role in the grand Edwardian social drama, which used physical
disease to enact social disorder. (270)
Podría decirse que la literatura puertorriqueña de los años cincuenta
»represented physical deformity to enact social disorder« y castigarlo. La
»lesbiana hombruna« en »El asedio« admite ser leída como una figuración
tendiente a descalificar las alteraciones en las categorías del género intensifi-
cadas en el país a partir de los años cuarenta (Azize); una intervención discur-
siva dirigida hacia la clasificación y dominio de lo que era percibido como
amenaza. En esa intervención los cambios socio-culturales son patologizados
mediante la figuración de un cuerpo desnaturalizado, hermafrodita, deforme,
casi monstruoso, y de una psique trastornada. Una imagen que, por contraste,
habría de reflejar el rostro inalterado y deseable de la normalidad.
A través de un recorte del predicado sartreano »El infierno son los demás«,
la lesbiana de »El asedio« se postula como una figura en posición psicológi-
camente antagónica con el mundo. Se trata de una psique paranoica que

18 Smith-Rosenberg (1990: 269). En mi discusión de las teorías de von Krafft-Ebing, así como en las obser-
vaciones sobre Havelock Ellis, sigo el análisis presentado por Smith-Rosenberg en este ensayo.

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percibe la existencia de los demás como un »asedio«. Los »otros« la agreden
con el espectáculo de una normalidad »feliz«, produciéndole -según el narra-
dor omnisciente- un sentimiento vergonzoso de »ilegitimidad«.
Una familia normal y feliz, pensó apoyada sobre el volante. Un padre
gordo y de apariencia próspera, recién afeitado, una bella pareja de ni-
ños, y una madre que alcanza ya los treinta años, mofletuda, satisfecha
como toda mujer que siente colmados sus instintos cardinales. (11)

Un matrimonio joven y dos niños ocuparon la mesa de al lado. Otra


vez la imagen del matrimonio feliz, pensó [...] Los odiaba. (13)
El mundo deviene una proyección de su subjetividad neurótica y torturada.
Frente a lo que se percibe como la felicidad del prójimo, la lesbiana, resentida
por su propia soledad, es representada como un sujeto generador de odio.
Estaba sola en el fondo de una soledad sin nombre, sin esperanzas de
salir alguna vez hacia un mundo cálido y deseado, el mundo de los
otros. (13)
Sintiéndose rechazada por el mundo »cálido« y »feliz« de la normalidad, así
como por la mujer deseada19, la lesbiana sin nombre se refugia en su aparta-
mento, en su interior -la marca de su definitiva separación respecto al mundo.
Dos imágenes visuales, que cuelgan de las paredes del apartamento, parecen
codificar y sintetizar jerárquicamente los polos del conflicto elaborado en la
narración: las tensiones entre la conducta de un ser anómalo, »desnaturaliza-
do«, y el orden »natural«, normativo, de la ley. La primera de estas imágenes
es una reproducción de un cuadro de Modigliani comprada en Macy's, en la
que se representa la imagen estilizada de una mujer desnuda. Esta imagen es
presentada como una suerte de fetiche del inalcanzable objeto de su deseo:
Tenía los ojos fijos en la primorosa reproducción de un Modigliani:
una mujer en tonos ocres y rojizos, con un largo cuello estilizado. La
copia füe comprada en Macy's el invierno pasado, luego de la visita al
Museo de Arte Moderno, después de las largas charlas sobre Arte y
Personalidad Contemporáneos. Neida [la mujer deseada] se había
reído mucho de ese cuadro, y se había dejado caer sobre el canapé des-
cuidadamente mostrando una blanca rodilla. Esa noche ella descubrió

19 Distinta a las lesbianas de Krafft-Ebing, y más acorde con las especulaciones de Havelock Ellis, la lesbia-
na de Díaz Valcárcel es una figura sexualizada, semejante a la Stephen Gordon de Radcliffe Hall. Su se-
xualización ocurre sólo en cuanto permite representar la sexualidad lésbica como frustración, como un de-
seo no reciprocado. Nuevamente, se trata de una forma de tematizar el total desencuentro entre la lesbiana
y el mundo, su total soledad. Para una discusión de Ellis, véase el ensayo de Smith-Rosenberg (1990: 270-
272).

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la furia con que Neida subrayaba sus negativas. Y el cuadro quedó allí,
testigo mudo e inútil de otra noche perdida. (17)
Cerca de esta imagen, en la que se codifica melancólicamente el objeto erótico
jamás poseído, la experiencia empobrecedora del rechazo y una pérdida vital
(»otra noche perdida«), cuelga, junto a la ventana -significativamente enmar-
cando la salida al exterior- un grabado del pintor puertorriqueño Rafael
Tufifio.20 En él se representa un grupo de hombres trabajando en el campo, en
contacto directo con la naturaleza. A pesar de que el grabado, en términos
estrictos, es también una »copia« (pero hecha con medios menos modernos
que la reproducción fotográfica) su valor parece proponerse como de signo
inverso a la reproducción del Modigliani. En gran medida, lo artesanal de la
tecnología del grabado, y lo desigual de cada una de las impresiones -por lo
general numeradas- lo envisten del aura de un original. La yuxtaposición de
ambas imágenes (el grabado de Tufiño y la copia del Modigliani) de hecho
sugiere la articulación de un sistema de oposiciones binarias bien jerarqui-
zadas: una obra percibida como original vs. una copia (con las consecuentes
connotaciones de la oposición entre lo auténtico y lo inautèntico); el aura de lo
irrepetible artesanal vs. la reproducción mecánica (asociada a la modernidad
como lo artificial, industrial, empobrecido); la presencia de lo real vs. el fe-
tiche; lo nacional vs. lo extranjero; la imagen realista de los hombres vs. la
imagen estilizada y artificial de una mujer. Pero más aún, el grabado de Tufiño
-con sus valores de autenticidad y autoctonía- viene a funcionar como el
agente catalítico para la angustiosa anagnorisis del personaje: el recono-
cimiento de su propia »inautenticidad« y »contra-naturalidad«.
Miró hacia la ventana, cerca de la cual colgaba un grabado de Rafael
Tufiño. Un grupo de hombres desyerbando, trazados con vigorosas
líneas. Esa puede ser la felicidad, meditó; en esos brazos nudosos y en
esos rostros contraídos por la miseria hay un serio compromiso con la
vida, una sinceridad de propósitos que tú, la scholar, la humanista,
nunca has tenido. (17)
El pasaje reinscribe con perturbadora claridad algunas de las estructuras de
pensamiento binario antes señaladas, asignándoles (como en »zoom« cinema-
tográfico) un nuevo grado de contrastante proximidad: lo masculino/lo
femenino; el trabajo manual/el trabajo intelectual; el cuerpo/la mente; lo natu-
ral/el mundo de la cultura (la scholar)-, la sinceridad de propósitos/una falta de
compromiso con la vida; la felicidad/la infelicidad. La secuencia compuesta

20 Rafael Tufifio es uno de los artistas gráficos contemporáneos a los escritores de la promoción del cuarenta.
Como dato no del todo trivial, valdría recordar que Tufifio disefió la portada de la primera edición del
primer libro de cuentos de René Marqués, Otro día nuestro (1955).

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por »lo femenino«, »el trabajo intelectual«, »la mente«, »el mundo de la cul-
tura«, »la falta de compromiso con la vida« y »la infelicidad«, yuxtapone al-
gunos términos que dentro del discurso cultural hegemónico no se correspon-
den. Las asociaciones culturalmente dominantes vincularían lo femenino a lo
natural (a la inmanencia) y lo masculino al orden de la cultura (a lo trascen-
dente) -para decirlo en términos afines al lenguaje existencialista que informa
la narración. La vinculación »anormal« de »lo femenino« y »la cultura« (la
renuncia a afiliarse al orden »natural«) permiten leer el resto de los términos
en la secuencia como los efectos resultantes de esa asociación: una falta de
compromiso con la vida y la infelicidad. Son estos los generadores del sinsen-
tido de la existencia del sujeto lésbico o, por decirlo de otro modo, lo que se
plantea como ejes de la figuración del sujeto lésbico (en cuanto emblema de
las transgresiones al orden naturalizado de la ley del género) como un sinsen-
tido existencial.

Se contempló en el espejo. Te estás poniendo vieja, murmuró; te estás


poniendo vieja sin haber logrado nada de la vida, sin haber sido ni
siquiera un poco sincera. (17)
El relato se organiza simétricamente, a la pareja Modigliani/Tufiño le corres-
ponden otras dos imágenes claramente demarcadas: la imagen en el espejo
(como un falso e imposible narcisismo, casi un narcisismo invertido en el que
la imagen propia deviene no un objeto de deseo sino de desprecio) vs. la ima-
gen del mundo exterior, inaccesible, cual si también fuera un cuadro enmar-
cado por la ventana. El texto cierra con la figura lesbiana, disociada de su
propia imagen, mirando hacia afuera de la ventana el espectáculo del mundo
exterior. Es éste el momento final en el que el personaje es sometido al castigo
textual de la soledad y el dolor. Más aún, el momento en el que el personaje
sale de sí mismo, expulsándose, abyectamente, hacia el exterior.
Sacó la cabeza ventana afuera. La brisa caliente, bochornosa, que pe-
saba sobre el ruidoso tráfago de la ciudad, le produjo vértigo. Escupió
hacia la noche, hacia la humanidad, hacia aquella multitud de seres al-
tivos y bárbaramente normales que la asediaban con el alarde de la fe-
licidad. Escupió una, dos, tres veces, hasta que sintió el llanto, un
llanto duro que se negaba a humedecer su rostro, se cuajaba bajo sus
párpados. (18)
»El asedio« cierra el sistema figurativo estructurado en torno a la repre-
sentación del »cuerpo masculino« en la medida en la que los signos flotantes
de la masculinidad son corporalizados en una figura femenina. Allí se inscribe
un último desplazamiento del falo que desborda los límites de su habitación
convencional, atravesando la temida frontera de la diferenciación. Sin em-

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bargo, esa trangresión, esa desnaturalización de los signos, implica para el per-
sonaje -en una resolución punitiva y vengativa- la imposibilidad de relacio-
narse con el mundo exterior, su total desencuentro con la realidad de los otros.
En la »lesbiana hombruna« se cifra la voluntad aberrada de transgredir dos
prerrogativas asociadas culturalmente al deseo masculino, y constitutivas de la
posesión del falo: el deseo de poseer el cuerpo femenino y el deseo de poseer
el saber y la cultura. De ahí la reificación de la naturaleza que se da en el re-
lato. »El asedio«, según se ha visto, inscribe un contra-ataque desesperado
dirigido a restituir un particular orden cultural a través del discurso de »lo
natural« (entendido como expresión autorizada de lo que en última instancia se
quería inmutable). Desafiar las leyes del género implicaba, de acuerdo a esta
propuesta, la deformación grotesca del orden »natural«: la alteración del
»cuerpo femenino«, el tremendo castigo de una monstruosa »masculiniza-
ción«.21
»El asedio« es otro giro de las fantasías paranoicas, otro gesto de las ansie-
dades culturales respecto a la pérdida de la »masculinidad«, que organizan una
parte importante de la narrativa puertorriqueña de a mediados de siglo. No ob-
stante, este sistema habría de envejecer rápidamente. El vendaval de la moder-
nización lo hizo muy prontamente obsoleto, requiriendo nuevas formas y pro-
puestas que interpelaran nuevos problemas sociales y nuevos sujetos cul-
turales. Pocos años después de publicada la antología de Marqués, Luis Rafael
Sánchez, por ejemplo, habría de publicar en su primera colección de cuentos,
En cuerpo de camisa (1966), un relato (»¡Jum!«) en el que la figura homose-
xual tendría la función de impugnar las estructuras represivas de la formación
comunitaria. En »¡Jum!«, la comunidad, en aras de preservar su »homogenei-
dad«, no repara en destruir a aquellos que intentan desviarse del orden pres-
crito. Contrario a »El asedio«, en Sánchez, lo que deviene objeto de reflexión
crítica no es el individuo »desviado« entendido como »problema«, sino la
propia normatividad del mundo representada como una actividad »criminal«
-el propio orden cultural establecido.22 Por otro lado, a finales de los años se-
senta un grupo de mujeres escritoras desafiarían las disociaciones que le eran
asignadas respecto al mundo de la cultura y fundarían una de las revistas más
importantes del período, Zona de carga y descarga, relativizando la deseada
homosocialidad de la comunidad literaria. Poco más tarde, Manuel Ramos

21 Para una discusión iluminadora de cómo »lo sexual« no pertenece a un orden pre-discursivo (»lo natural«)
sino que es definido en el contexto de un discurso diferenciador condicionado por determinadas relaciones
de poder, véase Butler (1990: 6-7).
22 He estudiado este relato muy en detalle en mi »Community at its Limits: Orality, Law, Silence and the
Homosexual Body in Luis Rafael Sánchez's '¡Jum!'« (1994).

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Otero señalaría nuevos derroteros figurativos para el cuerpo masculino y sus
posibilidades homoeróticas, explicitando lo que para los de la promoción del
cuarenta era temor contenido, latência. Nuevos proyectos literarios y culturales
se afianzaban, desplazando una parte significativa de las directrices estableci-
das por Marqués a finales de los años cincuenta.
Mientras tanto, la lesbiana inscrita en el relato de Díaz Valcárcel continúa
mirando al mundo, de pie, frente a la ventana de su apartamento. Encabalgada
entre dos promociones, desbordando las figuraciones del »cuerpo masculino«
y anunciando problemáticamente la emergencia de otros sujetos culturales,
sigue todavía sola y con una lágrima en los ojos. Espera el día en el que, a
través de otras operaciones figurativas, pueda volver a entrar al campo de las
representaciones literarias de la narrativa puertorriqueña.

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