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EDAD CONTEMPORANEA
Edad Contemporánea es el nombre con el que se designa al periodo histórico comprendido
entre la Declaración de Independencia de los Estados Unidos o la Revolución francesa, y
la actualidad. Comprende, si partimos de la Revolución francesa, de un total de 229 años,
entre 1789 y el presente. En este período, la humanidad experimentó una transición
demográfica, concluida para las sociedades más avanzadas (el llamado primer mundo) y aún
en curso para la mayor parte (los países subdesarrollados y los países recientemente
industrializados), que ha llevado su crecimiento más allá de los límites que le imponía
históricamente la naturaleza, consiguiendo la generalización del consumo de todo tipo de
productos, servicios y recursos naturales que han elevado para una gran parte de los seres
humanos su nivel de vida de una forma antes insospechada, pero que han agudizado
las desigualdades sociales y espaciales y dejan planteadas para el futuro próximo graves
incertidumbres medioambientales.1

Los acontecimientos de esta época se han visto marcados por transformaciones aceleradas en
la economía, la sociedad y la tecnología que han merecido el nombre de Revolución
Industrial, al tiempo que se destruía la sociedad preindustrial y se construía una sociedad de
clases presidida por una burguesía que contempló el declive de sus antagonistas tradicionales
(los privilegiados) y el nacimiento y desarrollo de uno nuevo (el movimiento obrero), en
nombre del cual se plantearon distintas alternativas al capitalismo. Más espectaculares fueron
incluso las transformaciones políticas e ideológicas (Revolución
liberal, nacionalismo, totalitarismos); así como las mutaciones del mapa político mundial
y las mayores guerras conocidas por la humanidad.

La ciencia y la cultura entran en un periodo de extraordinario desarrollo y fecundidad;


mientras que el arte contemporáneo y la literatura contemporánea (liberados por
el romanticismo de las sujeciones académicas y abiertos a un público y un mercado cada vez
más amplios) se han visto sometidos al impacto de los nuevos medios de comunicación de
masas (tanto los escritos como los audiovisuales), lo que les provocó una verdadera crisis de
identidad que comenzó con el impresionismo y las vanguardias y aún no se ha superado.2

En cada uno de los planos principales del devenir histórico (económico, social y político),3
puede cuestionarse si la Edad Contemporánea es una superación de las fuerzas rectoras de
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la modernidad o más bien significa el periodo en que triunfan y alcanzan todo su potencial
de desarrollo las fuerzas económicas y sociales que durante la Edad Moderna se iban
gestando lentamente: el capitalismo y la burguesía; y las entidades políticas que lo hacían de
forma paralela: la nación y el Estado.

En el siglo XIX, estos elementos confluyeron para conformar la formación social


histórica del estado liberal europeo clásico, surgido tras la crisis del Antiguo Régimen. El
Antiguo Régimen había sido socavado ideológicamente por el ataque intelectual de
la Ilustración (L'Encyclopédie, 1751) a todo lo que no se justifique a las luces de la razón por
mucho que se sustente en la tradición, como los privilegios contrarios a la igualdad (la de
condiciones jurídicas, no la económico-social) o la economía moral4 contraria a
la libertad (la de mercado, la propugnada por Adam Smith -La riqueza de las naciones,
1776). Pero, a pesar de lo espectacular de las revoluciones y de lo inspirador de sus ideales
de libertad, igualdad y fraternidad (con la muy significativa adición del término propiedad),
un observador perspicaz como Lampedusa pudo entenderlas como la necesidad de que algo
cambie para que todo siga igual: el Nuevo Régimen fue regido por una clase dirigente (no
homogénea, sino de composición muy variada) que, junto con la vieja aristocracia incluyó
por primera vez a la pujante burguesía responsable de la acumulación de capital. Esta, tras
su acceso al poder, pasó de revolucionaria a conservadora,5 consciente de la precariedad de
su situación en la cúspide de una pirámide cuya base era la gran masa de proletarios,
compartimentada por las fronteras de unos estados nacionales de dimensiones compatibles
con mercados nacionales que a su vez controlaban un espacio exterior disponible para
su expansión colonial.

En el siglo XX este equilibrio inestable se fue descomponiendo, en ocasiones mediante


violentos cataclismos (comenzando por los terribles años de la Primera Guerra Mundial,
1914-1918), y en otros planos mediante cambios paulatinos (por ejemplo, la promoción
económica, social y política de la mujer). Por una parte, en los países más desarrollados, el
surgimiento de una poderosa clase media, en buena parte gracias al desarrollo del estado del
bienestar o estado social (se entienda este como concesión pactista al desafío de las
expresiones más radicales del movimiento obrero, o como convicción propia
del reformismo social) tendió a llenar el abismo predicho por Marx y que debería llevar al
inevitable enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado. Por la otra, el capitalismo fue
3

duramente combatido, aunque con éxito bastante limitado, por sus enemigos de clase,
enfrentados entre sí: el anarquismo y el socialismo (dividido a su vez entre el comunismo y
la socialdemocracia). En el campo de la ciencia económica, los presupuestos del liberalismo
clásico fueron superados (economía neoclásica, keynesianismo -incentivos al consumo e
inversiones públicas para frente a la incapacidad del mercado libre para responder a la crisis
de 1929- o teoría de juegos-estrategias de cooperación frente al individualismo de la mano
invisible-). La democracia liberal fue sometida durante el período de entreguerras al doble
desafío de los totalitarismos estalinista y fascista (sobre todo por el expansionismo de
la Alemania nazi, que llevó a la Segunda Guerra Mundial).6

En cuanto a los estados nacionales, tras la primavera de los pueblos (denominación que se
dio a la revolución de 1848) y el periodo presidido por la unificación
alemana e italiana (1848-1871), pasaron a ser el actor predominante en las relaciones
internacionales, en un proceso que se generalizó con la caída de los grandes imperios
multinacionales (español desde 1808 hasta 1976, portugués desde 1821 hasta
1975; ruso, alemán, austrohúngaro y turco en 1918, tras su hundimiento en la Primera
Guerra Mundial) y la de los imperios coloniales (británico, francés, neerlandés y belga tras
la Segunda). Si bien numerosas naciones accedieron a la independencia durante los siglos
XIX y XX, no siempre resultaron viables, y muchos se sumieron en terribles conflictos
civiles, religiosos o tribales, a veces provocados por la arbitraria fijación de las fronteras, que
reprodujeron las de los anteriores imperios coloniales. En cualquier caso, los estados
nacionales, después de la Segunda Guerra Mundial, devinieron en actores cada vez menos
relevantes en el mapa político, sustituidos por la política de bloques encabezados por
los Estados Unidos y la Unión Soviética. La integración supranacional de Europa (Unión
Europea) no se ha reproducido con éxito en otras zonas del mundo, mientras que
las organizaciones internacionales, especialmente la ONU, dependen para su funcionamiento
de la poco constante voluntad de sus componentes.

La desaparición del bloque comunista ha dado paso al mundo actual del siglo XXI, en que
las fuerzas rectoras tradicionales presencian el doble desafío que suponen tanto la tendencia
a la globalización como el surgimiento o resurgimiento de todo tipo de identidades,7
personales o individuales,8 colectivas o grupales,9 muchas veces competitivas entre sí
(religiosas, sexuales, de edad, nacionales, culturales, étnicas, estéticas,10
4

educativas, deportivas, o generadas por una actitud -pacifismo, ecologismo, alter


mundialismo- o por cualquier tipo de condición, incluso las problemáticas -
minusvalías, disfunciones, pautas de consumo-). Particularmente, el consumo define de una
forma tan importante la imagen que de sí mismos se hacen individuos y grupos que el
término sociedad de consumo ha pasado a ser sinónimo de sociedad contemporánea

MODERNIDAD: RUPTURA Y CONTINUIDAD

La denominación "Edad Contemporánea" es un añadido reciente a la


tradicional periodización histórica de Cristóbal Celarius, que utilizaba una división tripartita
en Antigüedad, Edad Media y Edad Moderna; y se debe al fuerte impacto que las
transformaciones posteriores a la Revolución francesa tuvieron en la historiografía europea
continental (específicamente la francesa, española y portuguesa), que les impulsó a proponer
un nombre diferente para lo que entendían como estructuras antagónicas: las del Antiguo
Régimen anterior y las del Nuevo Régimen posterior. Sin embargo, esa discontinuidad no
parece tan marcada para los historiadores anglosajones, por ejemplo, que prefieren utilizar el
término Later o Late Modern Times o Age ("Últimos Tiempos Modernos", "Edad Moderna
Tardía" o "Edad Moderna Posterior"), contrastándolo con el término Early Modern
Times o Age ("Tempranos Tiempos Modernos", "Edad Moderna Temprana" o "Edad
Moderna Anterior"), mientras que restringen el uso de Contemporary Age para el siglo XX,
especialmente para su segunda mitad.12

La cuestión de si hubo más continuidad o más ruptura entre la Edad Moderna y la


Contemporánea depende, por tanto, de la perspectiva. Si se define la modernidad como el
desarrollo de una cosmovisión con rasgos derivados de
los valores del antropocentrismo frente a los del teocentrismo medieval (concepciones del
mundo centradas en el hombre o en Dios, respectivamente): idea de progreso social,
de libertad individual, de conocimiento a través de la investigación científica, etc.; entonces
es claro que la Edad Contemporánea es una continuación e intensificación de todos estos
conceptos. Su origen estuvo en la Europa Occidental de finales del siglo XV y comienzos del
XVI, donde surgió el Humanismo, el Renacimiento y la Reforma Protestante; y se
acentuaron durante la denominada crisis de la conciencia europea de finales del siglo XVII,
5

que incluyó la Revolución Científica y preludió a la Ilustración. Las revoluciones de finales


del XVIII y comienzos del XIX pueden entenderse como la culminación de las tendencias
iniciadas en el período precedente. La confianza en el ser humano y en el progreso científico
y tecnológico se plasmó a partir de entonces en una filosofía muy característica:
el positivismo; y en los diversos planteamientos religiosos que van
del secularismo al agnosticismo, al ateísmo o al anticlericalismo. Sus manifestaciones
ideológicas fueron muy dispares, desde el nacionalismo hasta el marxismo pasando por
el darwinismo social y los totalitarismos de signo opuesto; aunque las formulaciones
políticas y económicas del liberalismo fueron las dominantes, incluyendo notablemente la
doctrina de los derechos humanos que, desarrollada a partir de elementos anteriores, dio
forma a la democracia contemporánea y se fue extendiendo (como predijo un notable estudio
de Alexis de Tocqueville -La democracia en América, 1835-) hasta llegar a ser el ideal más
universalmente aceptado de forma de gobierno, con notables excepciones.

Sin embargo, fue la evidencia del triunfo de las fuerzas de la modernidad lo que hizo que
precisamente en la Edad Contemporánea se desarrollara un discurso paralelo de crítica a la
modernidad, que en su vertiente más radical desembocó en el nihilismo. Es posible seguir el
hilo de esta crítica a la modernidad en el romanticismo y su búsqueda de las raíces históricas
de los pueblos; en la filosofía de Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche y posteriores
movimientos (irracionalismo, vitalismo, existencialismo, Escuela de Frankfurt);13 en los
rasgos más experimentales del arte contemporáneo y la literatura contemporánea que, no
obstante, reivindican para sí la condición de literatura o arte
moderno (expresionismo, surrealismo, teatro del absurdo); en concepciones teóricas como
la postmodernidad; y en la violenta resistencia que, tanto desde el movimiento obrero como
desde posturas radicalmente conservadoras, se opuso a la la gran transformación14 de
economía y sociedad. Superar el ideal ilustrado de progreso y confianza optimista en las
capacidades del ser humano, implicaba una noción progresista y de confianza en la
capacidad del ser humano que efectúa esa crítica, por lo que esas "superaciones de la
modernidad" fueron de hecho nuevas variantes del discurso moderno.15
6

LA ERA DE LA REVOLUCION (1776-1848 )

En los años finales del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX se derrumba el Antiguo
Régimen de una forma que fue percibida por los contemporáneos como una aceleración
del ritmo temporal de la historia, que trajo cambios trascendentales conseguidos tras vencer
de forma violenta la oposición de las fuerzas interesadas en mantener el pasado: todos ellos
requisitos para poder hablar de una revolución, y de lo que para Eric Hobsbawm es La Era
de la Revolución.16 Suele hablarse de tres planos en el mismo proceso revolucionario: el
económico, caracterizado por el triunfo del capitalismo industrial que supera la
fase mercantilista y acaba con el predominio del sector primario (Revolución Industrial); el
social, caracterizado por el triunfo de la burguesía y su concepto de sociedad de clases basada
en el mérito y la ética del trabajo, frente a la sociedad estamental dominada por los
privilegiados desde el nacimiento (Revolución burguesa); y el político e ideológico, por el
que se sustituyen las monarquías absolutas por sistemas representativos, con constituciones,
parlamentos y división de poderes, justificados por la ideología liberal (Revolución liberal).

REVOLUCION INDUSTRIAL

La Revolución Industrial es la segunda de las transformaciones productivas verdaderamente


decisivas que ha sufrido la humanidad, siendo la primera la Revolución Neolíticaque
transformó la humanidad paleolítica cazadora y recolectora en el mundo de aldeas agrícolas
y tribus ganaderas que caracterizó desde entonces los siguientes milenios de prehistoria e
historia.

La transformación de la sociedad preindustrial agropecuaria y rural en una sociedad


industrial y urbana se inició propiamente con una nueva y decisiva transformación del mundo
agrario, la llamada revolución agrícola que aumentó de forma importante los bajísimos
rendimientos propios de la agricultura tradicional gracias a mejoras técnicas como la rotación
de cultivos, la introducción de abonos y nuevos productos (especialmente la introducción en
Europa de dos plantas americanas: el maíz y la papa). En todos los periodos anteriores, tanto
en los imperios hidráulicos (Egipto, Mesopotamia, India o China antiguas), como en la
Grecia y Roma esclavistas o la Europa feudal y del Antiguo Régimen, incluso en las
7

sociedades más involucradas en las transformaciones del capitalismo comercial del moderno
sistema mundial,17 era necesario que la gran mayoría de la fuerza de trabajo produjera
alimentos, quedando una exigua minoría para la vida urbana y el escaso trabajo industrial, a
un nivel tecnológico artesanal, con altos costes de producción. A partir de entonces, empieza
a ser posible que los sustanciales excedentes agrícolas alimenten a una población creciente
(inicio de la transición demográfica, por la disminución de la mortalidad y el mantenimiento
de la natalidad en niveles altos) que está disponible para el trabajo industrial, primero en las
propias casas de los campesinos (domestic system, putting-out system) y enseguida en
grandes complejos fabriles (factory system) que permiten la división del trabajo que conduce
al imparable proceso de especialización, tecnificación y mecanización. La mano de obra
se proletariza al perder su sabiduría artesanal en beneficio de una máquina que realiza rápida
e incansablemente el trabajo descompuesto en movimientos sencillos y repetitivos, en un
proceso que llevará a la producción en serie y, más adelante (en el siglo XX, durante
la Segunda revolución industrial), al fordismo, el taylorismo y la cadena de montaje. Si el
producto es menos bello y deshumanizado (crítica de los partidarios del mundo preindustrial,
como John Ruskin y William Morris), no es menos útil y sobre todo, es mucho más
beneficioso para el empresario que lo consigue lanzar al mercado. Los costos de producción
disminuyeron ostensiblemente, en parte porque al fabricarse de manera más rápida se invertía
menos tiempo en su elaboración, y en parte porque las propias materias primas, al ser también
explotadas por medios industriales, bajaron su coste. La estandarización de la producción
reemplazó la exclusividad y escasez de los productos antiguos por la abundancia y el
anonimato de los productos nuevos, todos iguales unos a otros.

La Revolución Industrial iniciada en Inglaterra a mediados del siglo XVIII se extendió


sucesivamente al resto del mundo mediante la difusión tecnológica (transferencia
tecnológica), primero a Europa Noroccidental y después, en lo que se denominó Segunda
revolución industrial (finales del siglo XIX), al resto de los posteriormente
denominados países desarrollados (especialmente y con gran rapidez a Alemania, Rusia,
Estados Unidos y Japón; pero también, más lentamente, a Europa Meridional). A finales del
siglo XX, en el contexto de la denominada Tercera revolución industrial, los NIC o nuevos
países industrializados (especialmente China) iniciaron un rápido crecimiento industrial. No
obstante, la influencia de la revolución industrial, desde su mismo inicio se extendió al resto
8

del mundo mucho antes de que se produjera la industrialización de cada uno de los países,
dado el decisivo impacto que tuvo la posibilidad de adquirir grandes cantidades de productos
industriales cada vez más baratos y diversificados. El mundo se dividió entre los que
producían bienes manufacturados y los que tenían que conformarse con intercambiarlos por
las materias primas, que no aportaban prácticamente valor añadido al lugar del que se
extraían: las colonias y neocolonias (África, Asia y América Latina, tanto antes como
después de los procesos de independencia de los siglos XIX y XX).

¿Por qué INGLATERRA?

La Revolución Industrial se originó en Inglaterra a causa de diversos factores, cuya


elucidación es uno de los temas historiográficos más trascendentes.

Como factores técnicos, era uno de los países con mayor disponibilidad de las materias
primas esenciales, sobre todo el carbón, mineral indispensable para alimentar la máquina de
vapor que fue el gran motor de la Revolución Industrial temprana, así como los altos
hornos de la siderurgia, sector principal desde mediados del siglo XIX. Su ventaja frente a
la madera, el combustible tradicional, no es tanto su poder calorífico como la mera
posibilidad en la continuidad de suministro (la madera, a pesar de ser fuente renovable, está
limitada por la deforestación; mientras que el carbón, combustible fósil y por tanto no
renovable, solo lo está por el agotamiento de las reservas, cuya extensión se amplía con el
precio y las posibilidades técnicas de extracción).

Como factores ideológicos, políticos y sociales, la sociedad inglesa había atravesado la


llamada crisis del siglo XVII de una manera particular: mientras la Europa Meridional y
Oriental se refeudalizaba y establecía monarquías absolutas, la guerra civil inglesa (1642-
1651) y la posterior revolución gloriosa (1688) determinaron el establecimiento de
una monarquía parlamentaria (definida ideológicamente por el liberalismo de John Locke)
basada en la división de poderes, la libertad individual y un nivel de seguridad jurídica que
proporcionaba suficientes garantías para el empresario privado; muchos de ellos surgidos de
entre activas minorías de disidentes religiosos que en otras naciones no se hubieran
consentido (la tesis de Max Weber vincula explícitamente La ética protestante y el espíritu
del capitalismo). Síntoma importante fue el espectacular desarrollo del sistema de patentes
industriales.
9

Como factor geoestratégico, durante el siglo XVIII Inglaterra (que tras las firmas del Acta de
Unión con Escocia en 1707 y del Acta de Unión con Irlanda en 1800, después de la derrota
de la rebelión irlandesa de 1798, consiguieron la unión con Escocia e Irlanda, formando
el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda) construyó una flota naval que la convirtió (desde
el tratado de Utrecht, 1714, y de forma indiscutible desde la batalla de Trafalgar, 1805) en
una verdadera talasocracia dueña de los mares y de un extensísimo imperio colonial. A pesar
de la pérdida de las Trece Colonias, emancipadas en la Guerra de Independencia de Estados
Unidos (1776-1781), controlaba, entre otros, los territorios del subcontinente indio, fuente
importante de materias primas para su industria, destacadamente el algodón que alimentaba
la industria textil, así como mercado cautivo para los productos de la metrópolis. La canción
patriótica Rule Britannia (1740) explícitamente indicaba: rule the waves (gobierna las olas).

LA MAQUINA DE VAPOR , EL CARBON EL ALGODÓN Y EL HIERRO.

La experimentación de la caldera de vapor era una práctica antigua (el griego Herón de
Alejandría) que se reanudó en el siglo XVI (los españoles Blasco de Garay y Jerónimo de
Ayanz) y que a finales del siglo XVII había producido resultados alentadores, aunque aún no
aprovechados tecnológicamente (Denis Papin y Thomas Savery). En 1705 Thomas
Newcomen había desarrollado una máquina de vapor suficientemente eficaz para extraer el
agua de las minas inundadas. Tras sucesivas mejoras, en 1782 James Watt incorporó un
sistema de retroalimentación que aumentaba decisivamente su eficiencia, lo que posibilitó su
aplicación a otros campos. Primero a la industria textil, que había ido desarrollando previamente
una revolución textil aplicada a los hilos y tejidos de algodón con la lanzadera volante (John
Kay, 1733) y la hiladora mecánica (spinning Jenny de James Hargreaves -1764-, water
frame de Richard Arkwright -1769, movida con energía hidráulica, aplicada en Cromford
Mill desde 1771- y spinning mule o mule jenny de Samuel Crompton, 1779); y que estaba
madura para la aplicación del vapor al telar mecánico (power loom de Edmund Cartwright,
1784) y otras innovaciones demandadas por los cuellos de botella a los que se forzaba a los
subsectores sucesivamente afectados, poniendo a la industria textil inglesa a la cabeza de la
producción mundial de telas. Luego a los transportes: el barco de vapor (Robert Fulton, 1807) y
posteriormente el ferrocarril (George Stephenson, 1829), cuyo desarrollo se vio obstaculizado
por los recelos sociales que suscitaba; pero que permitió extraer toda la potencialidad a las vías
férreas de uso minero y tracción animal y humana que se venían utilizando extensivamente con
el hierro de Coalbrookdale fundido con coque (Abraham Darby I, 1709; puente de Hierro, 1781).
10

El vapor, el carbón y el hierro se aplicaron a todos los procesos productivos susceptibles de


mecanización. El invento de Watt había representado el salto decisivo hacia la industrialización,
e Inglaterra, la primera en hacerlo, se convirtió en el taller del mundo.

OPOSICIONES A LOS CAMBIOS.

Estas novedades no siempre fueron bien acogidas. La sustitución del trabajo humano por
máquinas condenaba a los trabajadores de la artesanía tradicional al desempleo si no se
adaptaban a las nuevas condiciones laborales o la pérdida del control del proceso productivo
si lo hacían. La resistencia contra ello condujo en algunos casos a la destrucción física de las
nuevas industrias mecanizadas (ludismo). Los nuevos empresarios, liberados de las
restricciones gremiales, consiguieron la ilegalización de cualquier forma de asociación de
defensa de los intereses laborales, dejando únicamente en el contrato individual y el mercado
libre la negociación de las condiciones de trabajo y salario. Simétricamente, tampoco se
consentía la asociación de empresarios, por atentar contra el principio de libre competencia,
fuente de toda prosperidad según el triunfante liberalismo económico de Adam Smith (La
riqueza de las naciones, 1776). El debate historiográfico sobre si la industrialización fue un
proceso más o menos perjudicial para las condiciones de vida de las clases bajas ha sido uno
de los más activos, y no está resuelto.18 No disminuyeron los puestos de trabajo, por el
contrario, aumentaron, haciendo necesaria la llegada a los masificados barrios obreros del
norte de Inglaterra (Mánchester, Liverpool) de masas de emigrantes del campo (de donde
eran expulsados por las poor laws -leyes de pobres- y las enclosures -cercamientos-). Por el
contrario, la liberalización del precio de los alimentos básicos tuvo que esperar a mediados
del siglo XIX para la abolición de las Corn Laws (leyes de granos, vigentes
entre 1815 y 1846) que defendían los intereses proteccionistas de los terratenientes
británicos, desproporcionadamente representados en el Parlamento y combatidos por
el grupo de presión del capitalismo manchesteriano. La rebaja en el nivel salarial (que David
Ricardo justificó como expresión de una necesidad económica, la ley de bronce), los horarios
prolongados en trabajos insalubres y la degradación social generalizada, condujeron
al pauperismo (las durísimas condiciones sociales fueron retratadas en las novelas de la
época, como Los miserables de Víctor Hugo, u Oliver Twist de Charles Dickens); al tiempo
que también creaban las condiciones (objetivas en terminología marxista) para el surgimiento
11

de una conciencia de clase y el inicio del movimiento obrero. También tuvieron expresión
política en las revoluciones de 1830 y 1848, burguesas en su calificación social, pero con un
fuerte protagonismo obrero, en particular en Francia; así como el cartismo inglés.

La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan


admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha
sido ella la primera en demostrar lo que puede realizar la actividad humana; ha creado
maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto; a los acueductos romanos y a las
catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a las migraciones de pueblos y a
las Cruzadas. (...)

Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas


veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse.
Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al
fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones
recíprocas. (...)

La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha


aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con la del campo,
substrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo
que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semi bárbaros
a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al
Occidente.

... ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones
pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas,
la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el
ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la asimilación para el cultivo de continente enteros, la
apertura de ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran
de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas
productivas dormitasen en el seno del trabajo social?

... toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes
medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las
potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. (...)
12

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar el feudalismo se vuelven ahora contra
la propia burguesía.

Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido
también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.

Karl Marx, Manifiesto comunista, I Burgueses y proletarios, 1848.19

Revolución demográfica[editar]

Otras predicciones, las de Thomas Malthus (Ensayo sobre el principio de la población,


1798), advertían de forma pesimista de la imposibilidad de mantener el inusitado crecimiento
de población que estaba experimentando Inglaterra, la primera en sufrir las transformaciones
propias de la transición del antiguo al nuevo régimen demográfico. A medida que se
industrializaban, otras naciones se incorporaron al mismo proceso, que implicaba la
disminución de la mortalidad (se habían mitigado sustancialmente dos de las principales
causas de la mortalidad catastrófica -hambre y epidemias-) mientras se mantenían altas las
tasas de natalidad (ni se disponía de métodos anticonceptivos eficaces ni se habían generado
las transformaciones sociales que en el futuro harían deseable a las familias una disminución
del número de hijos).

Uno de los efectos de todos estos cambios, así como una válvula de escape de la presión
social, fue el incremento de la emigración, la llamada explosión blanca (por ser la fase de
la revolución demográficaprotagonizada por Europa y otras zonas de población
predominantemente europea). Campesinos arruinados y obreros sin nada que perder, se veían
incentivados a abandonar Europa y tentar suerte en las colonias de poblamiento (Canadá o
Australia para los ingleses, Argelia para los franceses) o en las naciones independientes
receptoras de inmigrantes (como Estados Unidos o Argentina); también miembros de las
clases altas se incorporaban como élite dirigente en colonias de explotación (como la India,
el sureste asiático o el África negra). Explícitamente los defensores
del imperialismo británico, como Cecil Rhodes, veían en la inmigración a las colonias la
solución a los problemas sociales y una forma de evitar la lucha de clases. De una forma
similar lo interpretaron los teóricos marxistas, como Lenin y Hobson.20 Una de las mayores
emigraciones nacionales se produjo después de la gran hambruna irlandesa de 1845-1849,
que despobló la isla, tanto por la mortalidad como por el masivo trasvase de población, que
13

convirtió ciudades enteras de la costa este de Estados Unidos en ghettos irlandeses (donde
sufrían la discriminación de los dominantes WASP). Otras oleadas posteriores fueron
protagonizados por inmigrantes nórdicos, alemanes, italianos y de Europa Oriental (sobre
todo las salidas masivas, a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, de los judíos
sometidos a los pogromos).

Revoluciones liberales[editar]
Artículos principales: Revolución liberal, Revoluciones burguesas y Revoluciones
atlánticas.

CONTEXTO SOCIAL, POLITICO, E IDEOLOGICO.

Antes incluso de que las transformaciones ligadas a la revolución industrial inglesa afectasen
de forma notable a otros países, el poder económico creciente de la burguesíachocaba en las
sociedades de Antiguo Régimen (casi todas las demás europeas, a excepción de los Países
Bajos) con los privilegios de los dos estamentos privilegiados que conservaban sus
prerrogativas medievales (clero y nobleza). La monarquía absoluta, como su precedente
la monarquía autoritaria, ya había empezado a prescindir de los aristócratas para el gobierno,
llamando como ministros a miembros de la baja nobleza, letrados e incluso gentes de la
burguesía, como por ejemplo Jean-Baptiste Colbert, el ministro de finanzas de Luis XIV.
La crisis del Antiguo Régimen que se gesta durante el siglo XVIII fue haciendo a los
burgueses cobrar conciencia de su propio poder, y encontraron expresión ideológica en los
ideales de la Ilustración, divulgados notablemente con L'Encyclopédie (1751-1772). Con
mayor o menor profundidad, varios monarcas absolutos adoptaron algunas ideas del
reformismo ilustrado (José II de Austria, Federico II de Prusia, Carlos III de España), los
llamados déspotas ilustrados a quienes se atribuyen distintas variantes de la expresión todo
por el pueblo, pero sin el pueblo.21 Lo insuficiente de estas tibias reformas quedaba
evidenciado cada vez que se mitigaban, postergaban o rechazaban las más radicales, que
afectaban a aspectos estructurales del sistema económico y social (desamortización,
desvinculación, libertad de mercado, supresión de fueros, privilegios, gremios, monopolios
y aduanas interiores, igualdad legal); mientras que las intocables cuestiones políticas, que
implicarían el cuestionamiento de la misma esencia del absolutismo, raramente se planteaban
más allá de ejercicios teóricos. La resistencia de las estructuras del Antiguo Régimen
14

solamente podía vencerse con movimientos revolucionarios de base popular, que en los
territorios coloniales se expresaron en guerras de independencia.

En la ideología de estas revoluciones jugaron un papel importante dos nociones filosóficas y


jurídicas íntimamente vinculadas: la teoría de los derechos humanos y el constitucionalismo.
La idea de que existen ciertos derechos inherentes a los seres humanos es antigua (Cicerón o
la escolástica), pero se asociaba al orden supramundano. Los ilustrados (John Locke o Jean-
Jacques Rousseau) defendieron la idea de que dichos derechos humanos son inherentes a
todos los seres humanos por igual, por el mero hecho de ser seres racionales, y por ende ni
son concesiones del Estado, ni se derivan de ninguna condición religiosa (como la de ser
"hijos de Dios"). La secularización de la política no implicaba necesariamente
el agnosticismo o el ateísmo de los ilustrados, muchos de los cuales eran sinceros cristianos,
mientras otros se identificaban con las posturas panteístas próximas a la masonería. El
principio de tolerancia religiosa fue defendido con vehemencia y compromiso personal
por Voltaire, cuyo alejamiento de la Iglesia católica le hizo ser el personaje más polémico de
la época.

Estos derechos son "derechos naturales", se conciben como anteriores a la ley del Estado por
oposición a los "derechos positivos" consagrados por los distintos ordenamientos jurídicos.
Los "derechos del hombre" son recogidos en una Constitución ("derechos constitucionales")
pero no creados por ella. Las constituciones o las declaraciones de derechos explícitamente
declaran que tales derechos pertenecen al hombre con carácter universal, y no en virtud de
ningún hecho propio o ajeno, o por una condición particular (nacionalidad, lugar o familia
de nacimiento, religión, etc.).22

Atribuyendo al Estado la inevitable tendencia a arrollar estos derechos (por


la corrupción inherente al ejercicio del poder), los ilustrados concibieron garantizar
la libertad individual limitándolo mediante una "Constitución Política", prefiriendo
el imperio de la ley al gobierno del rey. Aunque podían diferir sobre sus preferencias en
cuanto a la definición del sistema político, desde la mayor autoridad del rey hasta el principio
de separación de poderes (Montesquieu, El espíritu de las leyes, 1748) y, en su extremo, el
principio de voluntad general, soberanía nacional y soberanía popular (Jean Jacques
Rousseau, El contrato social, 1762), entendían que debía regirse por una Ley Suprema que
15

atendiera a las exigencias de la razón y que proporcionara más felicidad pública (o más bien
permitiera la búsqueda de la felicidad individual de cada individuo). Tal constitución, en su
interpretación más radical, debía ser generada por el pueblo y no por la monarquía o el
gobernante, ya que se trata de una expresión de la soberanía que reside en la nación y en
los ciudadanos (no en el monarca, como predicaban los defensores del absolutismo desde el
siglo XVII: Hobbes o Bossuet). Para garantizar el equilibrio de los poderes, el poder
judicial habría de ser independiente, y el legislativo ejercido por un parlamento que
represente a la nación y sea elegido por el pueblo, o al menos en su nombre, por un cuerpo
electoral cuya representatividad podía entenderse más o menos amplia o restringida. Estas
formulaciones, basadas en la práctica del parlamentarismo británico posterior a la Gloriosa
Revolución de 1688, se convirtieron en el cuerpo doctrinal del liberalismo político.

Fue trascendental la influencia que sobre los teóricos políticos de la Ilustración tuvo ese
ejemplo, reconocido en los escritos de Voltaire o Montesquieu. También la Constitución de
los Estados Unidos de América(1787), está fuertemente imbuida en la tradición
jurídica consuetudinaria británica. La opción por una constitución escrita en vez de
consuetudinaria se explica tanto por la influencia de la ideología de la Ilustración en los
constituyentes americanos como por el hecho de que el proceso jurídico británico se había
producido en el lapso de unos 600 años, mientras que su equivalente estadounidense se
produjo en apenas una década. El texto escrito se hizo indispensable para crear todo un nuevo
sistema político desde la nada, al contrario del caso británico, que había evolucionado con
sucesivas adiciones y decantado con en el paso de los siglos. Se plasmaba en el prestigio de
varios textos legales (algunos medievales, como la Carta Magna de 1215, otros modernos
como el Bill of Rights de 1689), la jurisprudencia de tribunales con jueces independientes
y jurados y los usos políticos, que implicaban un equilibrio de poderes entre Corona y
Parlamento (elegido por circunscripciones desiguales y sufragio restringido), frente al que
el Gobierno de su Majestad respondía. Las primeras constituciones escritas en Europa
fueron la polaca (3 de mayo de 1791)23 y la francesa (3 de septiembre de 1791). No obstante,
el primer documento legal moderno de su tipo (más bien un ejercicio teórico y utopista que
no se aplicó) fue el Proyecto de Constitución para Córcega que Jean Jacques
Rousseau redactó para la efímera República Corsa (1755-1769).24 Las primeras españolas
aparecieron como consecuencia de la Guerra Peninsular: la redactada en Bayona por
16

los afrancesados (8 de julio de 1808) y la elaborada por sus rivales del bando patriota en
las Cortes de Cádiz (12 de marzo de 1812 llamada popularmente Pepa), tomada como
modelo por otras en Europa. En Hispanoamérica las primeras constituciones fueron creadas
entre 1811 y 1812, como consecuencia del movimiento juntista, que fue la primera fase
del movimiento independentista hispanoamericano provocando las guerras coloniales.
El Congreso de Angostura, con la inspiración de Simón Bolívar, redactó la Constitución de
Cúcuta (o de la Gran Colombia que incluía las
actuales Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela) en 1819 y que el Congreso de
Cúcuta terminaría proclamando de forma oficial en 1821. Todos estos movimientos
formarían parte de lo que se conocería como revoluciones atlánticas o ciclo atlántico.

Independencia de los Estados Unidos[editar]


The tree of liberty must be refreshed from time to time with the blood of patriots and tyrants

El árbol de la libertad debe ser regado de vez en cuando con sangre de patriotas y tiranos.

Los ingleses se habían instalado en las Trece Colonias de la costa noroccidental americana
desde el siglo XVII. Durante la gran guerra colonial entre Reino Unido y Francia(1756-
1763), y que fue correlato americano de la Guerra de los Siete Años europea, los colonos
estadounidenses cobraron conciencia de hasta qué punto sus intereses eran divergentes de los
de la metrópolis (imposibilidad de recibir un trato equilibrado, o de ascender en el ejército),
así como de los límites de la capacidad de esta y de su propio poder. En los años siguientes,
ante apremiantes necesidades fiscales, se intentó incrementar la extracción de recursos de las
colonias imponiendo tasas sin ningún tipo de control local ni representación en su discusión.
Tras el enfriamiento progresivo de relaciones, los colonos y los casacas rojas (las tropas
británicas, llamadas así por el color de su uniforme) tuvieron las primeras refriegas en
incidentes menores cuya importancia se magnificaba convirtiéndolos en simbólicos (masacre
de Boston, 1770; motín del té, 1773; batallas de Lexington y Concord, 1775). En 1776, en
un Congreso Continental reunido en la ciudad de Filadelfia, representantes enviados por los
parlamentos locales de las Trece Colonias proclamaron la independencia. La guerra, liderada
por George Washington en el lado colonial, que recibió el apoyo internacional de España y
Francia, terminó con la completa derrota de los británicos en la batalla de Yorktown (1781).
17

En el Tratado de París de 1783 se reconoció por el Imperio británico la independencia de los


Estados Unidos.

Durante los primeros años hubo dudas entre los padres fundadores sobre si las Trece
Colonias seguirían cada una su camino como otras tantas naciones independientes, o si
formarían una única nación. En un nuevo congreso celebrado otra vez en Filadelfia (1787),
acordaron finalmente una solución intermedia, conformando un estado federal con una
compleja repartición de funciones entre la Federación y los estados miembros, bajo el
mandato de una única carta fundamental: la Constitución de 1787. La Federación,
denominada Estados Unidos de América, se inspiró para su creación y para la redacción de
su carta magna (sobre todo de las numerosas enmiendas que hubo que añadir
progresivamente a los siete artículos iniciales) en los principios fundamentales promovidos
por la Ilustración, además de en la práctica política del autogobierno local experimentado
durante más de un siglo, e incluso en el ejemplo de un peculiar sistema político indígena
americano (la Confederación Iroquesa).26 El sistema político se basó en un
fuerte individualismo y en el respeto a los derechos humanos (aunque en su cultura política
se expresaron como derechos civiles), entre los que destacaban las mayores garantías nunca
existentes en ningún ordenamiento jurídico anterior a la neutralidad del estado en cuestiones
propias de la vida privada y al respeto a las libertades
públicas(conciencia, expresión, prensa, reunión y participación política, posesión de armas)
y concretamente a la propiedad privada como vehículo para la búsqueda de la felicidad(Life,
liberty and the pursuit of happiness).27 La construcción de la democracia, en muchas de sus
implicaciones, como el sufragio universal, no fue de rápida consecución, especialmente en
cuanto a los problemas de la esclavitud, que diferenciaba a los estados del norte y el sur; y la
relación con las naciones indígenas, por cuyos territorios se expandieron. Las nociones
de república e independencia pasaron a ser dos referentes simbólicos de la nueva nación, y
durante mucho tiempo, características casi exclusivas frente al resto del mundo.

REVOLUCION FRANCESA E IMPERIO NAPOLEONICO.

FRANCIA.- había apoyado activamente a las Trece Colonias contra el Reino Unido, con
tropas comandadas por el Marqués de La Fayette; pero aunque la intervención fue exitosa
18

militarmente, le costó cara a la monarquía francesa, y no solo en términos monetarios.


Sumada a la deuda cuyos intereses ya se llevaban la mayor parte del presupuesto, y en medio
de una crisis económica, llevó a la monarquía al borde de la quiebra financiera. Las
deposiciones sucesivas de Calonne, Turgot y Necker, los ministros que proponían reformas
más profundas, hicieron al gobierno de Luis XVI aún más impopular. El rey, sin apoyo entre
la aristocracia que controlaba las instituciones (negativa de la Asamblea de notables de
1787), aceptó como mejor salida convocar a los Estados Generales, parlamento de origen
medieval en el que estaban representados los tres estamentos, y que no se reunía desde hacía
más de cien años. Durante la elección de los diputados, se habían de redactar cuadernos de
quejas, peticiones que representaban el pulso de la opinión de cada parte del país. Siguiendo
el argumentario ilustrado, las del Tercer Estado (el pueblo llano o los no privilegiados, cuyo
portavoz era la burguesía urbana) pedían que los estamentos privilegiados (clero y nobleza)
pagaran impuestos como el resto de los súbditos de la corona francesa, entre otras profundas
transformaciones sociales, económicas y políticas. Una vez reunidos, no hubo acuerdo sobre
el sistema de votación (el tradicional, por brazos, daba un voto a cada uno, mientras que el
individual favorecía al Tercer Estado, que había obtenido previamente la convocatoria de un
número mayor de estos). Finalmente, los diputados del Tercer Estado, a los que se sumaron
un buen número de nobles y eclesiásticos próximos ideológicamente a ellos, se reunió por
separado para formar una autodenominada Asamblea Nacional.

El 14 de julio de 1789 el pueblo de París, en un movimiento espontáneo, tomó la fortaleza de


La Bastilla, símbolo de la autoridad real. El rey, sorprendido por los acontecimientos, hizo
concesiones a los revolucionarios, que tras la Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano y la eliminación de las cargas feudales, en lo relativo a la forma de gobierno solo
aspiraban a establecer una monarquía limitada como la británica, pero con una Constitución
escrita. La Constitución de 1791 confería el poder a una Asamblea Legislativa que quedó en
manos de los más radicales (los miembros de la Constituyente aceptaron no poder ser
reelegidos) y profundizó las transformaciones revolucionarias. Tras el intento de fuga del
rey, este quedó prisionero, y en 1792 la Francia revolucionaria hubo de rechazar la invasión
de una coalición de potencias europeas, decididas a aplastar el movimiento revolucionario
antes de que el ejemplo se contagiase a sus territorios. La eficacia del ejército revolucionario,
motivado por el patriotismo (La Marsellesa, La patrie en danger -La patria en peligro-
19

, Levée en masse -Leva en masa-29) y la defensa de lo conquistado por el pueblo, frente a los
desmotivados ejércitos mercenarios, cuyos oficiales no lo eran por mérito, sino por nobleza,
demostró ser suficiente para la victoria. En el interior, la revuelta del 10 de agosto de 1792,
protagonizada por los sans culottes (la plebe urbana de París) forzó a la Asamblea a sustituir
al rey por un Consejo provisional y convocar elecciones por sufragio universal a
una Convención Nacional, que dominaron los jacobinos. Su política de supresión de toda
oposición, el llamado Terror (1793-1795), eliminó físicamente a la oposición
contrarrevolucionaria (muy fuerte en algunas zonas, como la Vendée) así como a los
elementos revolucionarios más moderados (girondinos), mientras los que pudieron huir
(nobles y clérigos refractarios, que no habían aceptado jurar la constitución civil del clero)
salían al exilio. Se estableció un régimen político republicano, que transformó incluso el
calendario, establecía un sistema de precios y salarios máximos (ley del máximum general)
y controlaba todos los aspectos de la vida pública mediante el Comité de Salud
Pública dirigido por Robespierre. El número de ejecuciones, por el igualitario método de
la guillotina fue muy alto, e incluyó al rey y a la reina, así como a varios de los propios
jacobinos, como Danton, y a un gran científico, Lavoisier (en ocasión de su condena, se
dijo: la revolución no necesita sabios). Un golpe de estado (conocido como reacción
thermidoriana, por el nombre en el nuevo calendario del mes en que se produjo) acabó
físicamente con Robespierre y su régimen e instauró un sistema mucho más moderado, del
gusto de la burguesía: el Directorio (1795-1799).

Modelo de proceso revolucionario[editar]

La Revolución francesa asentó así un modelo de proceso revolucionario dividido en fases:


iniciada con una revuelta de los privilegiados, pasa por una fase moderada y una fase
radical o exaltada para acabar con una reacción que propicia la plasmación de un poder
personal. Las expresiones, comunes en la historiografía, destacan por su similitud con las
fases en que se dividió la Revolución rusa. Georges Lefebvre señala tres fases en la primera
parte de la revolución: aristocrática, burguesa y popular. Para Karl Marx (en su estudio
comparativo que tituló El 18 Brumario de Luis Bonaparte), el proceso de la revolución de
1789 fue ascendente, mientras que el de la de 1848 fue descendente.30
20

Para Hannah Arendt, mientras que la Independencia de los Estados Unidos sería un modelo
de revolución política, y de ahí su continuidad, la Revolución francesa sería un modelo
de revolución social, y de ahí su fracaso, como el de las revoluciones que siguen su modelo
(especialmente la rusa); pues (como planteaba ya Alexis de Tocqueville) los logros políticos
de la libertad y la democracia solamente se consolidan cuando son el resultado de procesos
sociales y económicos anteriores, y no cuando se plantean como requisitos previos para
conseguir estos.31

La analogía entre los periodos de la historia de Roma (Monarquía-República-Imperio) y los


mucho más efímeros de la Revolución de 1789 (repetidos en la evolución posterior de
la historia de Estados Unidos)32 no dejó de ser tenida en cuenta por los propios
contemporáneos, que no solo se inspiraban en la antigüedad grecorromana para el arte
neoclásico, sino también para su sistema político y sus símbolos (gorro frigio, fasces, águila
romana, etc.).

Napoleón Bonaparte[editar]
Artículo principal: Napoleón Bonaparte

En ese contexto se inició la carrera de Napoleón Bonaparte, un militar proveniente de una


oscura familia de provincias que nunca hubiera conseguido ascender en el ejército de la
monarquía, y que se convirtió en un héroe popular por sus campañas en Italia33 y en Egipto
y Siria. En 1799 se sumó al Golpe de Estado del 18 de brumario (nombrado por la fecha en
que se llevó a cabo el golpe según el calendario republicano francés) que derribó
al Directorio e instauró el Consulado, del que fue nombrado primer cónsul para, en 1804,
proclamarse Emperador de los franceses (no de Francia, en una sutil diferenciación con el
régimen monárquico que pretendía mantener los ideales republicanos y de la revolución). En
sus años en el poder (hasta 1814, y luego el breve periodo de los cien días de 1815), Napoleón
consiguió dejar un extenso legado. Consciente de que no podía retomar el Derecho
del Antiguo Régimen, pero sumergido en el marasmo de la atropellada y caótica legislación
revolucionaria, dio la orden de compendiar todo ese legado jurídico en cuerpos legales
manejables. Nació así el Código Civil de Francia o Código Napoleónico, inspiración para
todos los demás estados liberales, y que contribuyó a propagar la Revolución en cuanto
superestructura jurídica que expresaba la sociedad burguesa-capitalista. Le siguieron después
21

un Código de Comercio, un Código Penal y un Código de Instrucción Criminal, este último


antecedente del derecho procesal moderno. Emprendió una serie de reformas administrativas
y tributarias, que eliminaron privilegios y fueros territoriales a favor de una nación unitaria
y centralizada, que concebía como un Estado de Derecho (en sus propias palabras: el hombre
más poderoso de Francia es el juez de instrucción). Para sustituir a la antigua nobleza creó
la Legión de Honor, la más alta distinción del Estado, que reconocía no el privilegio de cuna
o la riqueza, sino el mérito personal. Su círculo de confianza, compuesto por parientes como
sus hermanos José o Jerónimo, y generales como Joaquín Murat o Carlos XIV
Juan de Berbadotte, terminaron ocupando tronos europeos. Frente a
la descristianización emprendida en El Terror, aprovechó la sumisión del papado para la
firma de un Concordato que ponía el clero bajo control estatal, pero garantizaba la
continuidad del catolicismo como religión de Francia, pretendiendo simbolizar con ello
la reconciliación de los franceses.34 El régimen político, jurídico e institucional napoleónico,
reconducción en un sentido autoritario de los ideales revolucionarios de 1789, se transformó
en modelo para muchos otros por todo el mundo.

MOVIMIENTOS INDEPENDENTISTAS EN AMERICA LATINA

REVELION DE ESCLAVOS EN HAITI

Con una represión cada vez mayor hacia los mulatos y negros en la colonia francesa de Saint-
Domingue, empezó a darse las primeras insurrecciones entre 1748 y 1790. El 14 de agosto
de 1791, se celebró la ceremonia de Bois Caïman, organizada por el sacerdote vudú Dutty
Boukman, que termina con la orden de levantarse de forma organizada. Esto provocó que
pocos días después comenzaran una sangrienta masacre en el norte de la isla. A la muerte de
Boukman en noviembre del mismo año, se da la abolición de la esclavitud en 1792 por Léger-
Félicité Sonthonax, en parte debido a la búsqueda de aliados para combatir contra las tropas
españolas y británicas.

Con la llegada del general Toussaint Louverture al mando de un puñado de soldados, logró
retener a las tropas británicas e invadir la parte española de la isla, consiguiendo el poder de
la colonia. Esto llevó a que Napoleón enviara a 20.000 efectivos encabezados por Charles
Leclerc a restablecer su dominio en la isla (1801). Toussaint respondió a la reconquista
francesa con la quema de tierra y empezando una guerra de guerrillas. En 1802, el
22

revolucionario le ofrece su capitulación con la condición de quedar libre y de que sus tropas
se integraran en el Ejército francés. Leclerc logra capturar a Toussaint y lo envía a Francia
para ser aprisionado. Pese a que este fue capturado, Jean-Jacques Dessalines dirigió la
rebelión, iniciando una ofensiva que termina con la decisiva batalla de Vertières (1803), cuya
victoria termina con la proclamación de la independencia del país (1804), proclamándose
como el Imperio de Haití y declarando a Dessalines como Jacques I de Haití.

Brasil: de colonia a Imperio independiente[editar]


Artículo principal: Independencia de Brasil

Después del exilio de la Corte portuguesa por la invasión de las tropas francesas dirigidas
por Napoleón I (1807), estableciéndose en Río de Janeiro, Juan VI, en reemplazo de su
madre incapacita María I, decidió elevar a Brasil de colonia a reino (1808), formándose
el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve (1815).

En 1820, cuando estalla la Revolución liberal en Portugal, las Cortes portuguesas obligan a
la familia real portuguesa a regresar a Lisboa. Sin embargo, antes de salir, el rey Juan VI
nombra a su hijo mayor, Pedro de Alcántara Bragança, conocido como Pedro IV, como
príncipe regente de Brasil (1821). Las Cortes portuguesas intentaron transformar a Brasil en
una colonia una vez más, privándolo de los derechos que poseía desde 1808, lo que hizo que
los brasileños se rehusaran a eso. El principal líder de la oficial portuguesa, el general Jorge
Avilés, obligó al príncipe a renunciar, por lo que se negó a hacerlo por su posición a favor de
la causa brasileña. Después de la decisión de Pedro a desafiar a las Cortes, cerca de dos mil
hombres dirigidos por el mismísimo Jorge Avilés se amotinaron antes de centrarse en
el Monte Castelo, que pronto fue rodeado por 10.000 brasileños armados, dirigidos por la
Guardia Real de la Policía. Los liberales radicales se mantuvieron activos: por iniciativa
de Joaquim Gonçalves Ledo, fue dirigida una representación a Pedro para exponerle la
conveniencia de convocar a una Asamblea Constituyente. El príncipe decretó su convocatoria
el 13 de junio de 1822. La presión popular llevaría la convocatoria adelante. José
Bonifácio resistió a la idea de convocar a la Constituyente, pero fue obligado a aceptarla.
Intentó desacreditarla, proponiendo elecciones directas, lo que acabó prevaleciendo contra
de la voluntad de los liberales radicales, que defendían la elección indirecta. Después de esto,
José Bonifácio fue nombrado Ministro de Asuntos Exteriores del Reino. Bonifácio estableció
23

una relación amistosa con Pedro, que comenzó a considerar al experimentado estadista como
su mayor aliado.

Pedro partió a São Paulo para asegurarse la lealtad de la provincia a la causa brasileña. Llegó
a su capital el 25 de agosto y permaneció allí hasta el 5 de septiembre. Cuando regresó a Río
de Janeiro el 7 de septiembre, recibió dos cartas, una de José Bonifácio, que aconsejaba a
Don Pedro a romper con la metrópoli, y otra de su esposa, María Leopoldina, que apoyaba
la proclamación de independencia. El príncipe se enteró de que las Cortes habían anulado
todos los actos del gabinete y retirado el poder restante que todavía tenía. Pedro se volvió
hacia sus compañeros y con la frase de «¡Independencia o muerte!» (evento conocido
como Grito de Ipiranga), rompió los lazos políticos con Portugal.

Esa misma noche, Pedro y sus compañeros propagaron la noticia de la independencia


brasileña de Portugal. El príncipe fue recibido con gran celebración popular. La separación
oficial recién ocurriría el 22 de septiembre de 1822 en una carta escrita por Pedro a Juan VI.
En ella, Pedro todavía se llamaba a sí mismo Príncipe regente y su padre lo consideraba como
Rey del Brasil independiente. El 12 de octubre de 1822 en el Campo de Santana, el príncipe
Pedro fue aclamado como Pedro I, emperador constitucional y Defensor Perpetuo de Brasil.
Asimismo, fue el inicio del reinado de Pedro y del Imperio de Brasil.

Consolidado el proceso en la región sudeste de Brasil, la independencia de las otras regiones


de la América portuguesa fue conquistada con relativa rapidez. Contribuyó a este apoyo
diplomático y financiero de Gran Bretaña. Sin un ejército y sin una Armada, se hizo necesario
reclutar mercenarios y oficiales extranjeros. Así se ahogó la fortaleza portuguesa en la
provincia de Bahía, en Maranhão, en Piauí y en Pará. El proceso militar se completó en 1823,
dejando adelante la negociación diplomática del reconocimiento de la independencia de las
monarquías europeas. Brasil negoció con Gran Bretaña y accedió a pagar una indemnización
de 2 millones de libras esterlinas a Portugal en un acuerdo conocido como el Tratado de Río
de Janeiro. Y así la independencia brasileña se mantuvo definitivamente.

INDEPENDENCIA EN HISPANOANMERICA

La parte de América sometida desde el siglo XVI al dominio colonial español y que entre el
siglo XVII y comienzos del XVIII había pasado por una situación crítica de descontrol
externo (piratería, contrabando generalizado e intervención de otras potencias europeas,
24

destacadamente Inglaterra) mientras se asentaba un cierto autogobierno local en cuestiones


internas; para mediados del siglo XVIII ya se había estabilizado. La estructura social era la
de una pirámide de castas en la que, por encima de la gran mayoría de indígenas, mestizos,
mulatos y negros (cuya opinión no contaba, y tampoco contó en el proceso de
independencia), se alzaba una próspera clase de hacendados y mercaderes españoles nacidos
en Hispanoamérica (los criollos), que cada vez soportaba peor las numerosas trabas
administrativas, legales, burocráticas o mercantiles impuestas por la metrópolis (como
la alcabala), y la práctica que reservaba comúnmente los altos cargos
a peninsulares nombrados en la lejana Corte. Los criollos buscaban no tanto emanciparse
como cambiar en su beneficio las relaciones de poder; solo una minoría ideologizada de
exaltado, buena parte agrupados en logias masónicas como la Logia Lautarina, tenían la
independencia como uno de sus propósitos. Las reformas ilustradas que desde Carlos
III fueron relajando el monopolio comercial de Cádiz en beneficio de otros puertos
peninsulares o de países neutrales (Decretos de libertad de comercio con las colonias
americanas, 1765, 1778 y 1797), no fueron consideradas suficientemente atractivas. Otras
propuestas más radicales, que pretendían una reestructuración del sistema virreinal dotando
a los virreinatos americanos de cierto grado de autonomía, no fueron tenidos en cuenta por
las estructuras de poder de la monarquía. Las numerosas expediciones españolas que durante
el siglo XVIII recorrieron el continente con el objetivo de aumentar control sobre el territorio
a partir del conocimiento no tuvieron el resultado deseado.

La independencia no se inició a partir de rebeliones indigenistas, como


la promovida por Túpac Amaru II en Perú (1780-1782); sino que el desencadenante del
proceso fue el cautiverio de Fernando VII al inicio de la Guerra de Independencia
Española (1808). Napoleón Bonaparte envió emisarios a Hispanoamérica para exigir el
reconocimiento de su hermano José I Bonaparte como rey de España después de
las Abdicaciones de Bayona. Las autoridades locales se negaron a someterse, por razones
tanto externas como internas. Externamente era evidente la debilidad de la posición francesa
en ese continente (fracasos de Napoleón en retener la Luisiana, vendida a Estados Unidos en
1803, y Haití, independizado en 1804) frente a la más efectiva presencia británica
(invasiones inglesas en el Río de la Plata, 1806-1807) que gracias a su predominio naval y
económico, y a la habilidad con que dosificó su apoyo político a las nuevas repúblicas,
25

terminó convirtiéndose en la potencia neocolonial de toda la zona, y de hecho el principal


beneficiario de la disgregación del Imperio español. Internamente existía la presión de una
movilización popular muy similar a la que simultáneamente estaba produciéndose en la
Península, a la que se añadía en este caso el sentimiento independentista (primero minoritario
pero cada vez más extendido entre los criollos). El movimiento juntista, en nombre del rey
cautivo o invocando el poder nacional soberano (en consonancia con la ideología liberal)
organizó Juntas de Gobierno convocadas en cada capital de gobernación o virreinato,
aprovechando la ocasión para introducir reformas económicas, incluyendo la libertad de
comercio o la libertad de vientres. Las Juntas hispanoamericanas no tuvieron una integración,
como sí las peninsulares, en las nuevas instituciones que se formaron en Cádiz
(Regencia y Cortes de Cádiz), y las autoridades enviadas por estas para restablecer la
normalidad institucional en América no fueron recibidas con normalidad. Los elementos más
fidelistas o realistas se enfrentaron a los juntistas, mediante maniobras políticas (arresto del
virrey José de Iturrigaray en México) o incluso abiertamente y por mano militar
(enfrentamiento entre Francisco de Miranda y Domingo de Monteverde en Venezuela o José
Gervasio Artigas y Francisco Javier de Elío en la Banda Oriental), sobre todo tras la victoria
del bando patriota en la Guerra de Independencia Española, que trajo como consecuencia la
reposición en el trono de Fernando VII (1814). En consonancia con la política de restauración
absolutista emprendida en la Península, se inició una movilización militar para abatir el
movimiento insurgente de las colonias, cada vez más emancipadas de hecho.
Los patriotas hispanoamericanos quedaron definitivamente abocados a luchar
inequívocamente por la independencia, al ser evidente que tanto la libertad política como la
económica estaba vinculada a ella y no podría conseguirse como concesión del gobierno
absolutista de Fernando VII. Se formaron ejércitos, y en campañas militares de varios años,
los caudillos libertadores consiguieron acabar con la presencia española en el continente,
muy debilitada y no eficazmente renovada (el cuerpo expedicionario reunido en Cádiz en
1820 no embarcó a su destino, sino que se utilizó por el militar liberal Rafael de Riego para
forzar al rey a someterse a la Constitución durante el llamado trienio liberal). La
independencia hispanoamericana fue así, a la vez, tanto una de las principales consecuencias
como una de las principales causas de la crisis final del Antiguo Régimen en España.35
26

La Revolución de Mayo (1810) derrocó al último virrey en las


actuales Argentina y Uruguay (que se unió a la revolución con el Grito de Asencio, 1811), y
en plena guerra, se declara independiente (1816). Más tarde y a pesar de no tener el apoyo
del gobierno de Buenos Aires, José de San Martín invadió Chile a través de
los Andes (1817), y desde allí, con el apoyo del gobierno de Bernardo O'Higgins,
se embarcó rumbo a Perú(1820), conectándose con las fuerzas dirigidas por Simón Bolívar.
Bolívar había desarrollado previamente exitosas campañas (batallas de Carabobo, 1814
y Boyacá, 1819) por la zona que pasó a denominarse Gran Colombia (conformadas por las
actuales Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá); aunque no logró el triunfo decisivo
hasta que uno de sus lugartenientes, el Mariscal José de Sucre derrotó al último bastión
realista enclavado en la zona de Perú y Bolivia (denominada así en su honor) en las batallas
de Pichincha (1822) y Ayacucho (1824). Paralelamente, en México se desarrolló
un movimiento revolucionario propio, que con el debatido Grito de Dolores, llevó a la
proclamación de la independencia por Agustín de Iturbide, nombrado Emperador (1821),
título derivado de la posibilidad, ofrecida a Fernando VII y rechazada por este, de restablecer
la monarquía española en América del Norte de una manera pactada, con un título imperial
y sin competencias efectivas. También San Martín había propuesto una solución semejante
(cuyo título hubiese derivado en un descendiente inca con la propuesta rioplatense del Plan
del Inca), a la que renunció ante la radical oposición de Bolívar, firme partidario
del republicanismo y de la total desvinculación de cualquier lazo con España (Entrevista de
Guayaquil, 26 de julio de 1822).36

A pesar de los ideales panamericanos de Simón Bolívar, que aspiraba a reunir a todas las
repúblicas a semejanza de las Trece Colonias, estas no solo no se reunieron, sino que
siguieron disgregándose. La Gran Colombia se disolvió en 1830 por separación
de Venezuela y Ecuador, quedando formado la República de la Nueva Granada. Por su
parte Uruguay, provincia oriental de las Provincias Unidas del Río de la Plata y provincia
Cisplatina durante la ocupación luso-brasileña, se independizó de su núcleo central,
Argentina y del Imperio del Brasil en 1828 (Convención Preliminar de Paz), quedando
consolidado en 1830. La independencia de Bolivia lo desvinculó tanto de Argentina, que
previamente había aceptado la no incorporación de Potosí, que estaba prevista, y de Perú
al declararse la República de Bolívar (1825). Años después, en un intento por crear
27

una Confederación Perú-Boliviana (1836-1839), terminó con su derrota militar a manos de


las tropas chilenas y de restauradores peruanos, provocando la disolución de la
confederación. Las Provincias Unidas del Centro de América (independizadas pacíficamente
de España en 1821, anexadas a México en 1822) se independizaron del Primer Imperio
mexicano al transformarse este en república (1823) para formar una República Federal de
Centroamérica, que a su vez se disolvió en las actuales Costa Rica, El
Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua entre 1838 y 1840, años después de la guerra
civil de 1826-1829. El Haití Español (actual República Dominicana), independizado en
1821 y que pretendía quedar incorporada a la Gran Colombia, terminó anexada por fuerzas
haitianas en 1822, independizándose de Haití en 1844. Paraguay, que había iniciado
su andadura independiente en 1811 sin oposición efectiva tras fracasar el intento rioplatense
de incorporarlo (Tratado confederal entre las juntas de Asunción y Buenos Aires, 1811),
permaneció ajeno a esas unificaciones y divisiones, al igual que Chile.

El republicanismo hispanoamericano no construyó opciones políticas democráticas, y la


igualdad se veía (en términos similares a los de Tocqueville) como una amenaza al equilibrio
social de una ciudadanía en precaria construcción. Las luchas internas entre federalistas y
centralistas caracterizaron las primeras décadas del siglo XIX, seguidas por las que
dividieron Otros movimientos y ciclos revolucionarios[editar]

La denominada era de las revoluciones38 extendió el ejemplo estadounidense y francés. En


algunos casos, de forma simultánea a estas y con mayor o menor éxito, como ocurrió en
algunas ciudades autónomas de Europa (Lieja en 1791, por ejemplo). En la primera mitad
del siglo XIX se han determinado una serie de ciclos revolucionarios, denominados por el
año de inicio (1820, 1830 y 1848).

Revolución de 1820[editar]

La Revolución de 1820 o ciclo mediterráneo se inició en España (la sublevación


o pronunciamiento de Rafael de Riego frente al cuerpo expedicionario que iba a embarcarse
para América, 1 de enero de 1820) y se extendió, por un lado a Portugal, que en las
llamadas Guerras Liberales -revolución de Oporto-, el 24 de agosto de 1820
se independiza de Brasil en una guerra civil en la que, al contrario que en el caso de la
independencia hispanoamericana, fue en la metrópoli donde los elementos más liberales
28

controlaron la situación en perjuicio de la rama más tradicionalista de la dinastía; y por otro


a Italia donde sociedades secretas, como los carbonarios, inician levantamientos
nacionalistas contra las monarquías austríaca en el norte y borbónica en el sur, proponiendo
la española Constitución de Cádiz como texto aplicable para sí mismos. De un modo menos
vinculado, también se sitúa cronológicamente próxima la sublevación de los griegos iniciada
en 1821, que se emanciparon del Imperio otomano con el decisivo apoyo de las potencias
europeas (principalmente Francia, Inglaterra y Rusia). Significativamente fueron las mismas
potencias (con la excepción de Inglaterra y la adición de Austria y Prusia) quienes
protagonizaron activamente la contrarrevolución para sofocar conjuntamente, mediante
la Santa Alianza los brotes revolucionarios que podían amenazar la continuidad de las
monarquías absolutas, y lo siguieron haciendo hasta 1848.

Revolución de 1830[editar]

La revolución de 1830, iniciada con las tres gloriosas jornadas de París en que las barricadas
llevan al trono a Luis Felipe de Orleans, se extiende por el continente europeo con
la independencia de Bélgica y movimientos de menor éxito en Alemania, Italia y Polonia. En
Inglaterra, en cambio, el inicio del movimiento cartista opta por la estrategia reformista, que
con sucesivas ampliaciones de la base electoral consiguió aumentar lentamente la
representatividad del sistema político, aunque el sufragio universal masculino no se logró
hasta el siglo XX. El doctrinarismo fue la ideología que exprese esa moderación del
liberalismo.

Revolución de 1848. La "primavera de los pueblos" y el nacionalismo[editar]


Artículos principales: Nacionalismo y Revolución de 1848.

La era de la revolución se cerrará con la revolución de 1848 o primavera de los pueblos. Fue
la más generalizada por todo el continente (iniciada también en París y difundida por Italia y
toda Europa Central con una velocidad pasmosa, solo explicable por la revolución de los
transportes y las comunicaciones), e inicialmente la más exitosa (en pocos meses cayeron la
mayor parte de los gobiernos afectados). Pero, en realidad, estos movimientos
revolucionarios no condujeron a la formación de regímenes de
carácter radical o democrático que lograran suficiente continuidad, y en la totalidad de los
casos la situación política se recondujo en poco tiempo hacia la moderación del gusto de la
29

burguesía; en el caso de Francia, después del Golpe de Estado de 1851 en la Segunda


República (1848-1852) terminó con la constitución del Segundo Imperio con Napoleón
III (1852-1870), mientras que en Italia, después del estallido de la Primera Guerra de la
Independencia Italiana, dio paso al comienzo de la unificación del país, que no culminaría
hasta 1870.

A partir de este momento clave, localizado a mediados del siglo XIX y que Eric
Hobsbawm denomina la era del capital, las fuerzas históricas cambian de tendencia: la
burguesía pasa de revolucionaria a conservadora y el movimiento obrero comienza a
organizarse; aunque sin duda los más capaces de movilizar a las poblaciones serán los
movimientos nacionalistas.

Revoluciones fuera de Europa[editar]

Fuera del mundo occidental, aunque no puede hablarse de movimientos revolucionarios


desencadenados por causas socioeconómicas similares (revolución burguesa), sí se suele a
veces utilizar el término revoluciones para designar a uno u otro de los diferentes
movimientos occidentalizadores o modernizadores que se implantaron con mayor o menor
éxito en uno u otro país, y que estaban inspirados de un modo más o menos lejano en la idea
de progreso, la Ilustración o alguna referencia más o menos explícita a alguno de los ideales
de 1789. Generalmente, en ausencia de base social, fueron promovidos desde el poder o
círculos próximos a él, y explícitamente condenaban lo que de desorden o desestabilización
pudiera tener el término revolucionario: Era Meiji en Japón (1868), la fallida Rebelión de los
cipayos en India (1857), los denominados Jóvenes Otomanos y Jóvenes Turcos en
el Imperio otomano (1871 y 1908), rebeliones como la Taiping (1850) y de los bóxers (1900-
1901) demostró el descontento social que más tarde desencadenó el levantamiento de
Wuchang en 1911 que abolió el Imperio chino (Revolución de Xinhai), distintas iniciativas
de reforma del Imperio ruso (como la abolición de la servidumbre de 1861) etc.; y que
llegaron cronológicamente hasta la Primera Guerra Mundial.

Reacción contra la Ilustración: el Romanticismo

a liberales y conservadores.37
30

El Romanticismo es la superación de la razón como método de conocimiento, en beneficio


de la intuición y el sentimiento compartido (endopatía). En lugar de al individuosujeto
de derechos universales, concibe a las personas singulares, vinculadas en comunidades
naturales: los pueblos (concepto cultural propio del romanticismo alemán -volk, pueblo,
y volkgeist, espíritu del pueblo-) y las naciones (tal como la entendían los liberales franceses,
la comunidad política basada en la voluntad). Si la Ilustración entendía que la reunión de los
hombres origina la sociedad, el romanticismo invierte los términos, negando la existencia de
un hombre en estado de naturaleza. Románticos son tanto el tradicionalismo reaccionario
como el nacionalismo revolucionario. Los primeros (Louis de Bonald, Joseph de Maistre)
conciben el pueblo como una realidad histórica, anclada en el pasado y cuyos miembros vivos
no pueden decidir su destino ni arrogarse derechos que no tienen, como tomar decisiones
contra sus instituciones, costumbres y valores. Los segundos (Giuseppe Mazzini) se atreven
a cambiar el mundo y remover fronteras seculares con tal de que incluyan a individuos de un
único pueblo, que deberá ser soberano, independiente de cualquier autoridad que no emane
de él mismo y libre para decidir su destino.

El prerromanticismo había surgido en la segunda mitad del XVIII (Las desventuras del joven
Werther de Goethe, o la novela gótica de Horace Walpole), coincidiendo con el predominio
del neoclasicismo, de modo que aunque uno es reacción contra el otro, hay quien afirma que
son dos fases de un mismo movimiento intelectual.39 La revolución se identificó con las
virtudes heroicas de la Antigüedad clásica expresadas pictóricamente en el neoclasicismo
de Jacques-Louis David (Juramento de los Horacios, retratos de Napoleón).

La literatura del Romanticismo se llenó de tipos literarios atormentados por las pasiones, en
lucha constante contra una sociedad que se niega a dar libertad al individuo. Los
ingleses Lord Byron, Percy Shelley y Mary Shelley representaron el ideal romántico no solo
en la literatura, sino en su tempestuosa vida y temprana muerte. Otros autores románticos
fueron el francés Victor Hugo (que provocó en el estreno de Hernaniuna verdadera batalla
campal entre los románticos y los clásicos), el ruso Aleksandr Pushkin, el
italiano Alessandro Manzoni, el español Mariano José de Larra o el estadounidense Edgar
Allan Poe. La exploración de las antiguas tradiciones populares (el folklore), produjo
31

recopilaciones de cuentos como la de los Hermanos Grimm, o la versión definitiva del ciclo
mitológico de Finlandia en el moderno Kalevala copilado por Elias Lönnrot.

Nacida de la evolución sombría de la última etapa de Francisco de Goya, la pintura


romántica se inauguró en Francia con el escándalo de La balsa de la Medusa (Théodore
Géricault, 1822), debido no solo a su técnica, sino porque fue interpretada como una metáfora
del hundimiento de Francia bajo el gobierno de Carlos X. La libertad guiando al pueblo,
de Eugène Delacroix proporcionó el emblema icónico de la revolución. La música
romántica, a partir de las últimas obras de Ludwig van Beethoven, se encuentra en Héctor
Berlioz, Nicolás Paganini, Fryderyk Chopin o Robert Schumann, que superaron las
convenciones del clasicismo musical con mayores libertades compositivas y acentuando los
efectos musicales sobre la forma. Giuseppe Verdi o Richard Wagner aprovecharon las
enormes posibilidades de la música, y sobre todo de la óperacomo espectáculo total, para
mover las emociones colectivas con el nacionalismo musical.

El idealismo racionalista e ilustrado del criticismo kantiano se verá conducido al


romanticismo por el denominado idealismo alemán de Fichte, Schelling y Hegel (quien
identificará el espíritu absoluto con el Estado prusiano). Su expresión en el derecho fue
la Escuela histórica del Derecho de Friedrich Karl von Savigny, quien propugnaba la
necesidad de encontrar el verdadero Derecho Alemán, expurgando el a su juicio extranjero e
intruso Derecho Romano.

Equilibrio europeo[editar]
Artículos principales: Guerras Revolucionarias Francesas y Guerras Napoleónicas.

El equilibrio europeo buscado desde el Tratado de Westfalia (1648) hasta el Tratado de


Utrecht (1714) caracterizó las relaciones internacionales del siglo XVIII; superada la época
de las hegemonías española (1521-1648) y francesa (1648-1714). Mientras Inglaterra
consolidaba su supremacía naval (que la permitió adquirir una red de enclaves estratégicos
en islas y puertos seguros en todos los océanos, además de su penetración territorial en la
India), en el continente europeo, del que prefería orgullosamente desentenderse cuando le era
posible, procuraba mantener el equilibrio entre los posibles bloques de potencias que
amenazaran con imponerse sobre los demás. El más obvio, formado por España, Francia y
los reinos italianos de la casa de Borbón (vinculados por los Pactos de Familia), no siempre
32

fue efectivo. En Europa Central, la rivalidad entre Austria y Prusia las neutralizó
mutuamente; mientras que el ascenso del Imperio ruso benefició a ambas en los
denominados repartos de Polonia. El Imperio otomano, tras el fracaso del segundo sitio de
Viena (1683), dejó de ser una amenaza para Europa Central y a lo largo del siglo XVIII pasó
a convertirse en una potencia declinante (el hombre enfermo de Europa), que perdía
paulatinamente el control efectivo sobre sus provincias periféricas.

Los conflictos más destacados que se produjeron en el continente europeo fueron la Guerra
de Sucesión Austriaca, la Guerra de Sucesión Polaca y la Guerra de los Siete Años (1756-
1763). En las colonias de ultramar, las guerras o las paces en Europa solo representaban un
lejano marco para una competencia constante, que solo en algunos casos encontró cauces
diplomáticos restringidos y temporales (acuerdos entre España y Portugal sobre el territorio
de Misiones).

Guerras revolucionarias y guerras napoleónicas[editar]

La Revolución francesa fue vista por las monarquías (tanto absolutas como parlamentarias)
como un foco contagioso a extirpar, sobre todo tras el intento de fuga de Luis XVI (1791) y
la llegada de los emigrados que huían del Terror. El manifiesto de Brunswick (1792)
desencadenó las guerras revolucionarias: hasta 1815, siete coaliciones fueron sucesivamente
derrotadas por el ejército revolucionario francés, que impuso una nueva forma de hacer la
guerra: la guerra total, basada en la movilización nacional de ingentes masas de hombres
estimulados por el patriotismo que se desplazaban velozmente; y en la imposición de
bloqueos comerciales. Inicialmente Francia se limitó a defenderse, pero tras la batalla de
Valmy (1792) pasó decididamente a utilizar la guerra como un instrumento de expansión
ideológica revolucionaria frente a la reacción.

El ascenso de Napoleón Bonaparte desequilibró de forma definitiva el statu quo continental


en beneficio de una clara hegemonía francesa. En una década de guerras, desde la campaña
de Italia (1796-1797, 1799-1800) hasta la formación de la Confederación del Rhin (1806),
conquistó todos los pequeños burgos, señoríos y reinos sobrevivientes en Alemania e Italia,
y derrotó decisivamente a Austria (batalla de Austerlitz, 1805), que pasa a ser aliada, como
lo era ya España. Simultáneamente, la batalla de Trafalgar impidió el control hispano-francés
33

de los mares, necesario para la invasión a Inglaterra, que no pudo producirse. En 1807 se
llegó a un acuerdo con Rusia (Tratado de Tilsit) en lo que podía entenderse como un
precedente de reparto de Europa en dos esferas de influencia. Napoleón intentó destruir
económicamente a Inglaterra con el bloqueo continental, para impedir que los productos de
la Revolución industrial no accedieran al continente; pero los puntos débiles del proyecto
estaban uno en cada extremo de Europa: Portugal (opuesta desde el comienzo) y Rusia (que
reabrió sus puertos en 1810). La invasión de Portugal se convirtió en una prolongada
ocupación militar en España (Guerra de Independencia Española o Guerra Peninsular, 1808-
1814) con un alto coste. La campaña de Rusia de 1812 fue todavía más desastrosa pues,
aunque se ocupó Moscú, las imposibilidad de mantener las líneas de abastecimiento
obligaron a una retirada en penosísimas condiciones y jalonada de derrotas (batalla de
Leipzig, 1813) que condujeron a la abdicación del Emperador, que aceptó retirarse a la Isla
de Elba (1814) mientras el trono de Francia era ocupado por Luis XVIII, hermano del rey
guillotinado en 1793.

Congreso de Viena[editar]
Artículos principales: Congreso de Viena y Europa de la Restauración.

El equilibrio europeo se procuró restablecer con criterios legitimistas en el Congreso de


Viena (1815), reponiendo a los monarcas de las casas tradicionales en sus tronos, aunque
el statu quo anterior a 1789 nunca se recuperó. Incluso la vuelta de los Borbones al trono de
París se vio amenazada durante los cien días de 1815 en que Napoleón retomó el mando e
intentó desafiar de nuevo a las potencias coaligadas en la batalla de Waterloo, que supuso su
derrota final y su confinamiento en la isla de Santa Elena. El recelo hacia Francia se pretendió
conjurar con el reforzamiento de estados tapón en su fronteras: el reino de Cerdeña (germen
de la unidad italiana) y el reino de Holanda (de creación napoleónica, al que se
incorpora Bélgica hasta su independencia en 1830).

Espléndido aislamiento, Santa Alianza y Sistema Metternich[editar]


Artículos principales: Espléndido aislamiento, Santa Alianza y Concierto europeo.

Inglaterra consolidó su predominio mundial conjugado con su política de aislamiento en


temas europeos, mientras Rusia se convertía en el gendarme de Europa.
El sistema Metternich, diseñado por el canciller austríaco y basado en la coincidencia de
34

intereses de las potencias de la Santa Alianza (la católica Austria, la luterana Prusia y la
ortodoxa Rusia, que invocaban a la Santísima Trinidad en el inicio de su documento
fundacional), mantuvo el equilibrio continental hasta 1848, mediante la convocatoria de
congresos: Congreso de Aquisgrán (1818), de Troppau (1820), de Liubliana (1821) y de
Verona (1822); basados en el principio de intervención para sofocar y evitar la extensión de
cualquier brote revolucionario. Inglaterra, una monarquía parlamentaria, no se sumó a la
Santa Alianza, sino a una Cuádruple Alianza a la que posteriormente se adhirió Francia.

Apertura de espacios continentales "vírgenes"[editar]

Aunque la era del imperialismo40 no llegó hasta el último cuarto del XIX (repartos de África
y de Asia), desde comienzos de siglo XIX se produjo una presión expansiva, cuyo origen es
la revolución demogáfica, sobre los espacios continentales vírgenes de la zona boreal
(el Canadá británico, el Oeste estadounidense, el Oriente ruso41) y austral (Colonia del Cabo,
neerlandés hasta la conquista británica en 1806; Australia, parte de la cual se convirtió en
una colonia penitenciaria; Nueva Zelanda, colonia británica desde la firma del Tratado de
Waitangi (1840); la Patagonia argentina y chilena, la Amazonia brasileña, colombiana y
peruana, etc.).

La virginidad atribuida a esos espacios, a pesar de su evidente vacío demográfico en


comparación con las saturadas zonas urbanas europeas, no era en realidad un vacío humano
y cultural. Los aborígenes
australianos, maoríes, zulúes, xhosas, patagones, mapuches, qom, tupíes, sioux, shoshoni, a
paches, lapones, buriatos, inuit y toda una constelación de pueblos indígenas cuya relación
con la tierra respondía a lógicas no solo preindustriales, sino a menudo preneolíticas, fueron
ignorados en cuanto habitantes y sus posibles valores despreciados como primitivos.

En otros contextos, sobre zonas muy pobladas cuya civilización no podía ignorarse, la
presión del Imperio austrohúngaro y del Ruso sobre los Balcanes otomanos y el inicio de
la colonización francesa de Argelia(1830) respondía a la misma lógica. La penetración
británica en la India venía ya del siglo XVIII.

Expansión de los Estados Unidos[editar]


Go West, young man, go West.
35

Ve al Oeste, muchacho, ve al Oeste.

Horace Greeley, 1833.42

La fortaleza de la independencia estadounidense se apoyó firmemente en su inmensidad


territorial. Los británicos emprendieron una expedición de castigo contra Washington D. C.,
que fue incendiada en 1815, pero era obvio que tales intervenciones no podían tener
continuidad. Estados Unidos habían incorporado la colonia francesa de Luisiana(Compra de
Luisiana, 1803) y la española de Florida (Tratado de Adams-Onís, 1819), adquiriendo una
fachada marítima hacia el sur. No obstante, su principal ampliación territorial, mediante
conflictos contra México (siendo la última la Guerra mexicano-americana), fueron los
territorios desde Texas (independizado en 1836, incorporado en 1845)
hasta California (Tratado de Guadalupe Hidalgo, 1848). Por añadidura quedaba el inmenso
interior continental, que habían explorado Lewis y Clark (1804-1806). La épica del Lejano
Oeste fue formando una identidad nacional basada en el individualismo del colono de la
frontera, que tras recorrer la pradera en carromato, levantaba su cabaña de troncos y se
apropiaba de tanta tierra como pudiera cultivar y defender de los nativos americanos. La
relación de estos con la tierra no tenía nada que ver con el concepto liberal de propiedad que
se impuso por la colonización; privados de ella, se vieron forzados a la reclusión en reservas,
no sin lucha (Guerras Indias). Otra figura mitificada fue la de los mineros que acudían a las
sucesivas fiebre del oro de California (1849 -los fortyniners-) y Alaska (comprada a Rusia en
1867, y afectada por la fiebre del oro de Klondikeen 1897 -descrita por Jack
London en Colmillo Blanco-). La anexión de Hawái (incorporada en 1898) fue la última en
el que un territorio organizado incorporado obtendría la categoría de estado (1959).

El presidente James Monroe enunció en 1823 la denominada Doctrina Monroe (América


para los americanos), que promovía el aislamiento continental: ni Estados Unidos
intervendría en los asuntos políticos de Europa, ni dejaría que Europa hiciera lo propio en
Estados Unidos. Se entendía que el contexto, el momento clave de las guerras de
independencia hispanoamericanas, incluía una suerte de extensión de la declaración a todo
el continente. La doctrina Monroe, inicialmente defensiva, se acompañó posteriormente de
la doctrina complementaria del Destino Manifiesto (es el destino de los Estados Unidos,
decidido por Dios, llevar la libertad y la democracia al resto de las naciones del globo), en
36

un verdadero "derecho de intervención" sobre el resto del continente, que de forma más
explícita se expresó como la Big Stick Policy("Política del Gran Garrote") aplicada
decididamente por Theodore Roosevelt (presidente entre 1901 y 1908, con su política
de Corolario Roosevelt), especialmente en los procesos de independencia
cubana y filipina(Guerra hispano-americana, 1898) y en la Independencia de Panamá, como
consecuencia de la construcción del canal (1903).

El fuerte proceso de industrialización afectó de forma divergente al Norte (liberal y dinámico,


receptor de grandes contingentes de emigrantes) y al Sur (conservador y elitista, basado en
la agricultura esclavista). La tensión llegó a su punto álgido con la presidencia de Abraham
Lincoln, y en 1861 estalló la guerra cívil, en la que se impuso el Norte.

La cultura estadounidense fue conjugando la tradición occidental con los valores autóctonos
del "país de frontera", entre la construcción de una épica de identidad nacional (James
Fenimore Cooper, El último mohicano; Walt Whitman, Hojas de hierba), y la influencia
europea (Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne).

Formación y expansión de los estados latinoamericanos[editar]


La libertad, como medio, el orden como base, y el progreso como fin.

Gabino Barreda, 1867.

Después de su proceso de emancipación, las jóvenes repúblicas de América Latina debieron


afrontar la tarea de darse una organización propia, fracasados los grandes
proyectos panamericanos (la Gran Colombia, la Confederación Perú-Boliviana). En lo
político, el sello común fue la oscilación entre la inestabilidad política y el autoritarismo. En
algunos casos, a imitación del Imperio napoleónico, se dieron una forma política imperial,
caso del Imperio del Brasil (1822-1889) o del Imperio mexicano (1821-1823). En otros,
prolongadas dictaduras, como las de Juan Manuel de Rosas en Argentina o el Mariscal
de Santa Anna en México. Hubo densas guerras civiles en las que se ventilaron intereses
políticos locales, como la que se libró entre el federalismo de las provincias argentinas y el
centralismo de Buenos Aires. Numerosas guerras tuvieron carácter territorial, alterando el
trazado fronterizo entre las nuevas naciones, como la Guerra del
Pacífico (Perú y Bolivia contra Chile, 1879-1884) y la Guerra de la Triple Alianza (Brasil,
37

Argentina y Uruguay contra Paraguay -que acabó prácticamente desprovisto de su población


masculina adulta-, 1864-1870).

A pesar de la enfática declaración de la doctrina Monroe (que Estados Unidos no estuvieron


en condiciones de sostener eficazmente hasta finales del siglo XIX) hubo intentos de
reconstruir la presencia imperialista europea en Latinoamérica. En 1865 España envió una
expedición naval contra Chile y Perú (Guerra Hispano-Sudamericana, 1865-1866), mientras
que en 1864, y bajo pretexto de cobrarse la deuda externa de México, fue Francia la que
realizó una intervención militar que impuso la entronización de un Emperador
títere (Maximiliano de Austria, 1864-1867). El expansionismo estadounidense frente a
México ya había significado la anexión de todo sus territorios septentrionales (Texas, Nuevo
México y California). Cuando los Estados Unidos estuvieron en posición de intervenir más
al sur con base en su presencia en Cuba (en plena guerra de independencia, 1895-1898)
y Puerto Rico (Guerra Hispano-Americana, 1898), se convirtieron ellos mismos en la
principal potencia imperialista de la región: intervensión en la crisis de Panamá de 1885,
imposición a Colombia de la separación de Panamá por Theodore Roosevelt después de
la guerra de los mil días, 1903; intervención en Nicaragua desde 1909, contra la que se
levantó Augusto Sandino; apoyo a las actividades de la United Fruit Company en las
denominadas repúblicas bananeras, etc.

La poderosa oligarquía de comerciantes y hacendados desarrolló una imagen de sí misma


como élite ilustrada y europeizada. Fue en el siglo XIX, y no en la época colonial anterior,
cuando se produjeron: la más decisiva expansión del idioma español en Hispanoamérica
(Andrés Bello) y del idioma portugués en Brasil (Joaquim Machado de Assis); y el control
sobre los indígenas que habitaban territorios que el Imperio español apenas nominalmente
pretendía poseer (como en la Patagonia, Guerra de Arauco y posterior Ocupación de la
Araucanía en Chile y Conquista del Desierto en Argentina respectivamente). Esa élite, en las
grandes naciones sudamericanas, también intentó llevar a cabo la industrialización, atrayendo
para ello las inversiones de capitales procedentes de Europa, sobre todo de Inglaterra,
verdadera potencia neocolonialdurante todo el siglo XIX. El protagonismo exterior perpetuó
la dependencia económica y la inclusión de la región en la división internacional del
trabajo como productora de materias primas y mercado importador de productos
manufacturados. Lo limitado del progreso económico no impidió la importación de los
38

problemas de la era industrial, creando también en Latinoamérica una cuestión social que en
su caso se agudizaba por la multietnicidad latinoamericana (indígena, europea y africana).

En la segunda mitad del siglo XIX, la literatura latinoamericana se ciñó a los experimentos
derivados del realismo europeo, y a inicios del XX, a los de las vanguardias. La
reivindicación indigenista llegaría más adelante, asociándose con la izquierda política. El
movimiento intelectual dominante fue el positivismo, la corriente filosófica con influencia
más trascendente en la región tras la escolástica luso-hispana colonial, y que en términos
políticos fue más decisiva que el propio liberalismo (Melchor Ocampo, Domingo Faustino
Sarmiento, Honório Carneiro Leão, etc.).43

Expansión de Rusia[editar]

Alejandro I de Rusia, tras la derrota de Napoleón, procuró evitar toda posible nueva
revolución en Europa, mientras que en su propio territorio tuvo que hacer frente a la Revuelta
Decembrista (1825), fácilmente reprimida. Tanto él como Nicolás I de Rusia (apodado el
gendarme de Europa) se esforzaron en asentar la autocracia zarista y evitar que la
modernización económica de Rusia trajera consigo cambios sociales o políticos. Alejandro
II de Rusia, por el contrario, emprendió una serie de reformas liberalizadoras, como
la emancipación de los siervos (1861). Su política reformista, similar a los planteamientos
del despotismo ilustrado del XVIII, no fue aceptada por los partidarios de transformaciones
radicales (nihilismo), que optaron por la violencia mediante varios intentos de magnicidio,
hasta el definitivo en 1881.

El Imperio ruso se convirtió en la potencia territorial dominante de Eurasia, expandiendo su


frontera sur desde el Danubio y el Cáucaso hasta el Asia Central, la Frontera del Noroeste de
la India Británica y los confines del Imperio de China; mientras que por el Pacífico norte
llegaba hasta Alaska. La gran extensión de Siberia fue objeto de una discontinua
colonización. A finales del siglo XIX se conectaron sus aislados núcleos con el trazado
del ferrocarril transiberiano entre Moscú y Vladivostok (puerto en el Pacífico fundado en
1860).

La búsqueda de salidas a mares libres de hielos (su gran debilidad geoestratégica) caracterizó
la política rusa de toda la época, y lo siguió haciendo tras la Revolución soviética de 1917.
En lo concerniente a los Balcanes, estos intereses territoriales se expresaron ideológicamente
39

en el paneslavismo, con el que patrocinó los movimientos independentistas frente al Imperio


otomano, un punto de fricción determinante para la estabilidad europea que se
denominó Cuestión de Oriente.

La "era victoriana" británica[editar]

La sociedad británica pasó de la era georgiana, que cubre el siglo XVIII y el primer tercio
del XIX, a la era victoriana (el reinado de excepcional duración de Victoria I, 1837-1901,
seguido sin solución de continuidad por la era eduardiana de su hijo, el eterno príncipe de
Gales, Eduardo IV, 1901-1910). Convertida por su protagonismo en la revolución industrial
en taller del mundo, la supremacía naval hacía del Reino Unido el gendarme de los mares.
Su dominio imperial era justificado con una ideología paternalista (abolición de la esclavitud,
libertad de actividades para los misioneros, extensión del progreso y el conocimiento
científico a través de la exploración geográfica y los beneficios del libre comercio, etc.). La
extraordinaria red de correos permitió que durante su viaje en el Beagle (1831-1836), el joven
naturalista Charles Darwin pudiera mantener un contacto regular bidireccional con sus
familiares y profesores.

El parlamentarismo británico demostró la flexibilidad suficiente para acoger paulatinas


ampliaciones del cuerpo electoral al tiempo que mantenía características tradicionales, como
la aristocrática Cámara de los Loresy la desigualdad de representación territorial (ciudades
industriales sin diputado frente a rotten boroughs -"burgos podridos", circunscripciones de
muy pocos votantes-). El sistema mayoritario implicaba el turno en el poder de primeros
ministros tory (conservadores, como Benjamin Disraeli, que representaban los intereses de
la gentry o clase terrateniente) y whig (liberales, como William Gladstone, que
representaban los intereses comerciales y financieros de la City); aunque lo verdaderamente
característico del sistema político británico fue que en vez de polarizarse, ambos partidos
convergían en lo esencial, correspondiendo muchas veces a los conservadores realizar las
reformas de mayor calado. No obstante, la recepción de las demandas sociales fue muy
desigual: el movimiento cartista consiguió solo parcialmente y con el tiempo ver atendidas
algunas de sus reivindicaciones laborales y políticas; mientras que el movimiento
autonomista irlandés vio constantemente rechazadas sus pretensiones de autogobierno, e
incluso las desesperadas peticiones de ayuda durante el hambre de Irlanda (1845-1849) se
40

veían ignoradas en nombre de la libertad económica, lo que condujo a la convicción de que


solo el independentismo radical conseguiría resultados.

La "Era del Capital" y la "Era del Imperio" (1848-1914)

LENIN.- definió al imperialismo como fase superior de desarrollo del capitalismo (1905);
y John A. Hobson (1902) estudió su relación con el crecimiento demográfico y el descenso
de la tasa de beneficio en los países europeos, fenómeno para el que la emigración y los
imperios coloniales servía como válvula de escape para reducir tensiones sociales, cuyo
estallido de otro modo hubiera sido difícilmente evitable.44 La segunda mitad del siglo XIX
fue sin duda la Era del Capital,45 no solo por eso, sino por la aparición de El Capital de Karl
Marx (1867, completado póstumamente en 1885 y 1894). Las tensiones, no obstante, no
dejaron de acumularse por más que las opiniones públicas de finales del siglo XIX,
optimistas y despreocupadas, confiaran en el progreso indefinido (al tiempo que mostraban
la proclividad de la naciente sociedad de masas a la manipulación de sus más bajas pasiones
y su violencia latente -resentimiento social, lucha de
clases, ultranacionalismo, antisemitismo, revanchismo, chauvinismo, jingoísmo, supremaci
smo blanco-). Tras el engañoso periodo de paz entre las grandes potencias que se prolongó
entre 1871 y 1914 (denominado Belle Époque), la inviabilidad de la continuidad de las
estructuras quedó violentamente puesta de manifiesto por el estallido de la Primera Guerra
Mundial y sus trascendentales consecuencias.

Cuestión de Oriente, levantamientos nacionalistas y Sistema Bismarck[editar]

En la segunda mitad del siglo, la Cuestión de Oriente, las unificaciones italiana y alemana y
la competencia por los repartos coloniales fueron los principales motivos de conflicto
internacional, que encontraron su cauce en una nueva red de alianzas y congresos conocida
como sistema Bismarck.

El complejo problema internacional de los Balcanes se remontaba a la década de 1820 con


la independencia griega, que se sustanció gracias al apoyo de las potencias occidentales. A
partir de entonces, la delicada situación en que quedó el Imperio otomano frente a las
multiétnicas poblaciones locales fomentó los expansionismos rivales ruso y austríaco. En su
búsqueda del mantenimiento del statu quo (que resultaría gravemente alterado sobre todo en
41

el caso de que Rusia consiguiera abrirse paso hasta el Mediterráneo), Inglaterra se identificó
con los intereses turcos, organizando una coalición internacional en su apoyo en la Guerra de
Crimea (1853-1863). La situación no se estabilizó, y se repitieron periódicamente los
conflictos: Guerra ruso-turca (1877-1878) y Guerras de los Balcanes (1912-1913); y las
mediaciones internacionales (Congreso de Berlín de 1878, que recondujo el Tratado de San
Stefano, muy favorable a Rusia).

Los movimientos nacionalistas se generalizaron por toda Europa Central y Oriental, en


algunos casos a partir de las organizaciones surgidas en la emigración a América, de donde
surgirán sus cuadros dirigentes.46

Tras de la derrota austriaca en la Guerra austro-prusiana (1867), los húngaros, que


previamente se habían sublevado en 1848, se encontraron en situación de exigir al Emperador
el denominado Compromiso Austrohúngaro por el que se constituyó una dúplice
monarquía conocida como Imperio austrohúngaro, encauzado como expresión de la
tradicional visión multinacional de los Habsburgo.

Unificaciones de Alemania e Italia[editar]


Artículos principales: Unificación alemana y Unificación italiana.

Previamente, en 1864, se había iniciado una serie de guerras, cuidadosamente diseñadas


desde la cancillería prusiana por Otto von Bismarck, que impuso su visión de una pequeña
Alemania frente a la posibilidad alternativa: una gran Alemania que incluyera a su rival, la
monarquía austriaca. La fuerte personalidad del canciller de hierro era expresión de los
intereses sociales de la clase terrateniente prusiana (junkers), comprometida con el peculiar
desarrollo industrializador y la unidad de mercado que se venían desarrollando desde
la Zollverein (unión aduanera de 1834) y la extensión de los ferrocarriles. Con la victoria de
la coalición de estados alemanes en la Guerra franco-prusiana (1871) se llegó a la
proclamación del Segundo Reich con el rey de Prusia Guillermo I como káiser.

En 1859 se había iniciado un diseño unificador similar para Italia desde el Reino de
Piamonte-Cerdeña, en el que destacaron las iniciativas del Conde de Cavour, Víctor Manuel
II y el decisivo apoyo francés frente a Austria. Las románticas campañas de Giuseppe
Garibaldi plantearon una dimensión popular que fue neutralizada por las élites dirigentes (la
burguesía industrial y financiera del norte en la Segunda Guerra de la Independencia Italiana,
42

1859, y la aristocracia terrateniente del sur en la Expedición de los Mil, 1860). Para 1866,
tras la Tercera Guerra de la Independencia Italiana, solo quedaba la ciudad de Roma, último
reducto de los Estados Pontificios cuya continuidad quedaba garantizada por el compromiso
personal de Napoleón III de Francia. La caída de este en 1870 permitió la anexión final,
convirtiendo al Papa Pío IX en el prisionero del Vaticano. El papado, que había condenado
al liberalismo como pecado,47 mantuvo esa incómoda situación (Cuestión romana) con
el Reino de Italia y la Casa de Saboya (considerada la más liberal de las casas reinantes en
Europa) hasta el Tratado de Letrán, negociado con la Italia fascista de Benito
Mussolini en 1929.

EL REPARTO COLONIAL. -

La Revolución industrial permitió a las naciones europeas un salto gigante en el arte de la


guerra. El antiguo barco a vela fue superado por las naves impulsadas por carbón primero, y
por petróleo después. A comienzos del siglo XIX los barcos a vapor eran una curiosidad;
apenas medio siglo después se botaba al mar el primer acorazado (1856). El barco de hierro
e impulsado por carbón se transformó en símbolo del nuevo imperialismo, hasta el punto que
la política europea de imponerse por la vía directa del ultimátum militar pasó a ser motejada
como diplomacia de cañonero. Los progresos de la guerra en tierra no fueron menores
(ametralladora, pólvora sin humo, fusil de retrocarga). El sistema de reclutamiento del
Antiguo Régimen fue sustituido por el servicio militar obligatorio, inspirado por el más puro
sentido democrático de que todos los habitantes de la República deben contribuir a su
defensa, lo que permitió a las naciones europeas poner en pie de guerra a ejércitos de
literalmente millones de hombres, por primera vez.

El sistema internacional impulsaba a la creación de imperios. En los siglos XVI y XVII, a


diferencia de la colonización de América, y la presencia en África y el Pacífico (limitada a
bases costeras), la intervención europea en el continente asiático se había visto obstaculizada
por grandes potencias que les impedían el paso (Imperio otomano, Gran Mogol de la
India, Imperio chino e Imperio del Japón). En el siglo XVIII, varios de ellos manifestaban
una franca declinación, y las potencias europeas más audaces se aprovecharon para obtener
ventaja de ello (Nuevo Imperialismo). La penetración paulatina en la India sustituyó a los
43

poderes locales con gobernantes de facto, manteniendo el Raj Mogol una autoridad
puramente nominal, hasta su derrocamiento definitivo en 1857.

A estos vacíos geoestratégicos que las potencias coloniales se apresuraban a llenar fuera de
Europa, se correspondía en el continente la gestión de un delicado equilibrio de poderes, que
después del Congreso de Viena procuraba evitar la posibilidad de reconstruir la hegemonía
de ninguna potencia con capacidad de abatir a todas sus rivales. Los nuevos territorios de
ultramar significaban el acceso a nuevas fuentes de materias primas demandadas por el
proceso industrializador.

Beneficiados por los resultados de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), que expulsó a
Francia de la India y Canadá (Guerra franco-india y Guerras carnáticas), los británicos
pudieron mantener la delantera en la carrera por un imperio mundial. A finales del siglo XIX,
el Imperio británico se extendía por aproximadamente una cuarta parte de todas las tierras
emergidas, incluyendo numerosas zonas
de África (Kenia, Nigeria, Ghana, Egipto, Sudáfrica, Rodesia, etc.), la
India, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Jamaica, Singapur y una fuerte influencia
en China. Francia le había seguido de cerca; tras la colonización de Argelia (1830) comenzó
la de Indochina y la consolidación de sus colonias ya adquiridas (Marruecos
francés, Madagascar, Costa de Marfil, África Ecuatorial Francesa, etc.). Los Países
Bajos asentaron su dominio sobre Indonesia, el Caribe y Surinam después de su pérdida de
influencia en África. España perdió gran parte de su imperio, conservando solo Cuba, Puerto
Rico, Guam y las Filipinas (perdidas ante los Estados Unidos en la guerra hispano-
americana, 1898), y solo consiguió acceder a una pequeña porción del reparto de África
(Guinea Ecuatorial, el Sahara español y el Marruecos español). Portugal logró
adquirir Angola y Mozambique, y retener la Guinea portuguesa, Macao y Timor después de
la pérdida de sus colonias en Sudamérica. Italia y Alemania, unificadas tardíamente, no
alcanzaron a generar grandes imperios coloniales, debiendo conformarse con el dominio de
algunas islas en la Polinesia y algunos territorios africanos (Libia y Somalia los
italianos; Camerún y Tanganika los alemanes).

África era un continente casi inexplorado por las potencias europeas, y la labor de
colonización fue precedida por acuciosas empresas de exploración; a finales del siglo XIX
44

solo subsistían Liberia, Orange, Transvaal y Abisinia como naciones independientes, cada
una por razones diversas. El gran beneficiado del reparto africano fue Leopoldo II de Bélgica,
que basándose en una reputación filantrópica (que en la práctica suponía las más atroces
técnicas de explotación) consiguió hacerse con un imperio de grandes dimensiones en
el Congo que legó al pueblo belga. Francia e Inglaterra compitieron por un imperio
continuo (de costa a costa) por el que chocaron en el incidente de Fachoda(Sudán, 1898),
correspondiendo a los británicos la posibilidad de construirlo tras la derrota alemana en la
Primera Guerra Mundial, teniendo éxito después de superar los intentos de los nativos de
pararlo en el sur de África (Guerra anglo-zulú y Guerras de los Bóeres).

En India hubo un masivo levantamiento popular contra la presencia británica (Rebelión de la


India o Rebelión de los cipayos en 1857), que llevó a la disolución de la Compañía de las
Indias Orientales y a su anexión directa a la Corona como Raj o Imperio de la India. Los
intentos de penetración en Afganistán, en medio del gran juego contra los rusos por el
dominio territorial de lo que se definió como área pivote de Eurasia no fueron efectivos,
haciendo de Afganistán un estado tapón. Siam (actual Tailandia) también logró retener su
independencia siendo un estado colchón entre el Reino Unido y Francia en el Sudeste
asiático. La expansión de Birmania descencadenó las Guerras anglo-birmanas, cuyo
resultado fue su anexión por parte del Imperio británico bajo el nombre de Birmania
británica. En China las Guerras del Opio significó la sumisión colonial efectiva del Celeste
Imperio, debilitado internamente (en buena medida, por el propio consumo del opio cuyo
intento de prohibición causó la guerra, en nombre del libre comercio) así como también la
perdida territorial (Hong Kong en la Primera Guerra del Opio y Kowloon en la Segunda
Guerra del Opio). En 1853 una escuadra estadounidense comandada por el
comodoro Matthew Perry llegó hasta la bahía de Yedo y arrancó al Shogunato Tokugawa un
tratado por el cual los japoneses se vieron forzados a abrirse al comercio
internacional (Tratado de Kanagawa, 1854) que desencadenó la guerra Boshin y
posterior Restauración Meiji. En su caso, en vez de condenarles al colonialismo, significó un
revulsivo nacionalista que condujo a la Era Meiji y la modernización.

Hacia finales del siglo XIX, el mundo entero era regido desde Europa o Estados Unidos. En
1885, la Conferencia de Berlín repartía el mundo entre las potencias europeas sin que los
repartidos tuvieran voz ni voto.
45

El racismo era una postura intelectual ampliamente defendida. Se llegó a afirmar que la
conquista del mundo habitado era la "sagrada misión del hombre blanco",48 de llevar la
civilización a los salvajes. Para el europeo del siglo XIX era natural pensar que las demás
razas, eran por naturaleza inferiores (supremacía blanca). Irónicamente, el darwinismo vino
a proporcionar nuevos argumentos para esta postura, ya que algunos consideraron muy
seriamente que el hombre blanco era la cumbre de la evolución humana. El epítome de esta
ideología fue la creencia en la superioridad intrínseca de la "raza nórdica", que terminará
teniendo crudas consecuencias en el siglo siguiente.

POSITIVISMO Y ETERNO PROGRESO.-

Desde mediados del siglo XIX, la vida intelectual basculó nuevamente, desde la postura
idealista propia del romanticismo, a una objetivista y vinculada al desarrollo científico. El
éxito de las potencias imperialistas europeas al extenderse sobre el planeta llevó a la
convicción de que la cultura europea era el epítome de la civilización. La ciencia y la
tecnología estaban alcanzando un nivel de desarrollo y retroalimentación que posteriormente
se ha definido como la interdependencia de ciencia, tecnología y sociedad. Se depositaba una
inmensa fe en la ciencia. Se pensaba que el progreso de la humanidad era imparable, y que
con tiempo, la ciencia resolvería todos los problemas económicos y sociales. A este dogma
filosófico se le llamó positivismo (Auguste Comte, Curso de filosofía positiva, 1830-1842).

La confianza en el paradigma newtoniano se veía respondida con el descubrimiento


del planeta Neptuno (1846) o la elegancia predictiva de la tabla periódica de los
elementos(Dmitri Mendeléyev, 1869). Si la termodinámica debía más a la máquina de
vapor que al revés,49 ya no se podía decir lo mismo para el convertidor Bessemer,
la fotografía, el motor de explosión o las diversas aplicaciones de la electricidad. Si la vacuna
de la viruela fue la afortunada aplicación de una antigua tradición rural, las vacunas de Louis
Pasteur (carbunco, 1881, rabia, 1885) eran fruto de una microbiología consciente. Georges
Cuvier, James Clerk Maxwell o Lord Kelvin, como muchos otros grandes científicos, fueron
tan admirados públicamente como lo habían sido los artistas del Renacimiento. El testamento
de Alfred Nobel (1896), fruto confesado de su mala conciencia por una vida dedicada a los
explosivos (inventó la dinamita) respondió de un modo preciso a ese espíritu con la
46

institución de los Premios Nobel, que aún siguen siendo el referente mundial de la excelencia
científica.

En 1859, después de más de dos décadas de reflexión que solo se atrevió a interrumpir ante
el estímulo de ser adelantado por Alfred Russel Wallace, Charles Darwin publicó El origen
de las especies. Aunque las ideas evolucionistas ya estaban presentes en el debate científico
(Linneo, Buffon, Lamarck), la idea de selección natural como mecanismo fue la clave de su
potencia explicativa. El terremoto intelectual que generó aún no ha dejado de producir
consecuencias (nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución).50 El
llamado darwinismo social, que utilizaba una lectura sesgada del evolucionismo, veía en
conceptos tales como la lucha por la vida y la supervivencia del más fuerte la justificación
de prejuicios disfrazados de teorías científico-sociales (Herbert Spencer).

Las primeras novelas de Julio Verne, utilizando el trasfondo del relato de aventuras, son una
glorificación de la ciencia y la técnica (Viaje al centro de la Tierra, Veinte mil leguas de viaje
submarino, De la Tierra a la Luna, La vuelta al mundo en ochenta días). El Verne más tardío
escribió relatos mucho más sombríos, poniendo énfasis en los peligros de la ciencia
incontrolada (Los quinientos millones de la Begún, La misión Barsac), al tiempo que su
contemporáneo Herbert George Wells hacía algo similar (La guerra de los mundos, El
hombre invisible, La isla del Doctor Moureau o La máquina del tiempo). También en el
reverso del optimismo, el realismo literario y sobre todo el naturalismo reaccionaron contra
los excesos sentimentales del romanticismo tardío construyendo una literatura
pretendidamente científica y objetiva, que estudiaba los problemas sociales de la época
(Émile Zola y su denuncia de las injusticias de la industrialización: Naná, Germinal, etc.).

El asentamiento de la revolución liberal[editar]

Capitalismo industrial y financiero. Segunda revolución industrial[editar]

La política de librecambismo reemplazó, al menos en parte, al proteccionismo de la


época mercantilista, aunque los intercambios del comercio internacional estaban sobre todo
presididos por el llamado pacto colonial que reservaba las colonias como mercado
cautivo de sus respectivas metrópolis. Aun así, las barreras para el comercio y la inversión a
escala planetaria eran sustancialmente menores que en cualquier época anterior. Los
47

empresarios exitosos ya no estaban limitados por el mercado nacional a la hora de invertir y


buscar ganancias.

La industrialización y el desarrollo de nuevas técnicas entró en el último tercio del siglo XIX
en una segunda fase de la revolución industrial que abrió nuevos mercados para recursos que
hasta entonces carecían de toda utilidad, como el petróleo y el caucho. En determinados
casos, la extraordinaria demanda generó verdaderas fiebres (fiebre del salitre en el norte de
Chile, tras la Guerra del Pacífico, fiebre del caucho en la Amazonia brasileña y peruana). El
mundo entero se convirtió así en un enorme y vasto mercado global, creándose así por
primera vez una red de comercio internacional de escala literalmente mundial, no solo por su
alcance geográfico, sino también por la interconexión entre los distintos productos que se
comerciaban a lo largo y ancho del planeta, sirviendo unos como materias primas a otros y
alargando las cadenas de producción, haciéndolas más intrincadas e interdependientes.

Las figuras jurídicas de las empresas se sofisticaron, permitiéndose la disolución de


la responsabilidad individual del empresario en responsabilidad limitada a su aportación de
capital (en el Reino Unido desde 1855, en Francia desde 1863), permitiendo la acumulación
de numerosos capitales privados en sociedades anónimas que se constituyeron en
grandes corporaciones industriales, mercantiles, ferroviarias, navieras, financieras, etc. que
superaban la capacidad de cualquier fortuna familiar, incluso las fabulosas acumuladas por
los Baring, los Grosvenor, los Rotschild, los Pereire, los Vanderbilt, etc. La concentración de
empresas adquirió formas sofisticadas (cártel, trust, holding) que alejaba cada vez más
la propiedad de la gestión (confiada a ejecutivos responsables ante los miembros de
los consejos de administración) y de la producción directa.

Las potencias industriales de Europa Occidental empezaron a experimentar la competencia


de un espacio de industrialización más tardía, pero mucho más acelerada: Alemania
(unificada económicamente desde el Zollverein de 1834 y políticamente desde 1870). Un
comportamiento similar tuvieron Japón (desde la restauración Meiji, 1866) y los Estados
Unidos (desde la victoria del norte en la guerra de Secesión, 1865). Europa Meridional y
Oriental tuvieron una industrialización más lenta y localizada en focos aislados
(Lombardía en Italia, País Vasco y Cataluña en España, Bohemia en el Imperio
austrohúngaro y varios núcleos en la inmensa Rusia).
48

La ideología individualista y los límites al poder político configuraron a los Estados Unidos,
en continua expansión territorial y demográfica, como el lugar más idóneo para el desarrollo
del capitalismo industrial y financiero, a pesar de su mayor recelo a la constitución de las
figuras jurídicas desarrolladas en Europa. A pesar de ello, las grandes fortunas surgidas en
la industria petrolífera y el acero (David Rockefeller y Andrew Carnegie) lograron constituir
verdaderos monopolios. Otros poderosos grupos empresarialessurgieron en el sector
terciario: el imperio periodístico de William Randolph Hearst o los primeros estudios de
Hollywood. La necesidad de innovación científico tecnológicademandaba la superación de
los inventos como una inspiración o genialidad individualista: Thomas Alva Edison fue
pionero en la idea de reunir a un grupo de científicos, ingenieros y trabajadores especializados
en un verdadero taller de invenciones en el que importaba el proyecto de investigación
común, no la figura del inventor. El temor a que los monopolios destruyeran el ideal de libre
empresa (empresarios privados de iniciativa individual en el marco de un mercado libre) era
ampliamente compartido. La idea de concentración de poder económico era tan amenazadora
como la de concentración de poder político, y el monopolio se asociaba a la tiranía. Se
dictaron leyes antimonopolios, e incluso Rockefeller fue llevado a juicio. Su firma,
la Standard Oil Company (Esso), fue condenada a disgregarse en 1911. Sin embargo, estas
acciones no impidieron que en el paso de los siglos XIX al XX se concentrara el capital en
manos de un selecto club de multimillonarios, y que se crearan las modernas transnacionales.

La mano de obra de los sectores punteros ya no podía ser el indiferenciado proletariado


desprovisto de cualificación profesional de los sectores maduros (que siguieron siendo
mayoritarios hasta mucho más adelante). Henry Ford tenía que pagar a los obreros de
su cadena de montaje unos salarios muy superiores a los del resto de la industria;
argumentaba que era la mejor manera de convertirlos en clientes que pudieran comprar
un automóvil, el bien de consumo típico de la segunda revolución industrial (el prototipo
de Benz apareció en 1886 y el Ford T comenzó a producirse en 1908 -hasta 1927, más de 15
millones de unidades-).

La aplicación de la electricidad a todos los aspectos de la vida cotidiana, desde el teléfono a


la iluminación, cambió incluso la forma y tamaño de las ciudades. Dos nuevas formas de
desplazamiento: el ascensor en vertical y el tranvía eléctrico en horizontal (ambas debidas en
parte a Frank Julian Sprague, 1887 y 1892), permitieron a las viviendas alejarse de los lugares
49

de trabajo, a los edificios elevarse en alturas insospechadas (los negocios y las viviendas de
los ricos ya no se limitaban al primer piso y los áticos, antes reservados a los pobres, pasaron
a ser los más cotizados) y a los barrios diversificarse socialmente. Chicago fue la primera
ciudad en experimentar el nuevo modelo, gracias a su reconstrucción tras el incendio de
1871. El Metro de Londres se electrificó desde 1890, y a partir de entonces se extendió ese
modelo de movilidad urbana por las mayores ciudades del mundo. La forma del suministro
del fluido eléctrico desató una guerra de las corrientes entre Westinghouse (Nikola Tesla)
y General Electric(Thomas Edison), uno de cuyos episodios más morbosos fue el patrocinio
de la silla eléctrica (1890) por Edison para demostrar los peligros de la corriente alterna
generada por su competidor.

La cuestión social y el movimiento obrero[editar]


Artículo principal: Movimiento obrero

Socialismo y anarquismo

La grave crisis social encontró respuesta a nivel doctrinal en ideologías alternativas


al liberalismo.

Un grupo de estas respuestas fueron las identificables con el término anarquismo (del griego,
"sin jefes"). Los anarquistas predicaron que las reglas coactivas en sí eran nefastas, y que
debían ser abolidas por completo, en particular el Estado, que se sostendría por la coacción y
así logra imponer una economía monopólica burguesa, para derivar a una sociedad en donde
los seres humanos se regularan a sí mismos por la vía de contratos enteramente privados. Se
dividió en varias vertientes, básicamente las evolucionarias y las revolucionarias. Una de
ellas, de índole pacifista, encarnada entre otros por León Tolstói, sostenía que debía llegarse
a esa sociedad anarquista por medios no violentos (anarquismo pacifista), e intentaba crear
comunidades ejemplares de este modelo de sociedad. Otra vertiente, preconizada por Mijaíl
Bakunin o Piotr Kropotkin (anarcocomunismo), sostuvo que los gobiernos debían ser
derribados por la fuerza, haciendo de los métodos insurreccionales un método de lucha contra
la opresión de los gobiernos, teniendo mayor implantación en la Europa Meridional y
Oriental (destacadamente en España, Francia y Rusia) en la segunda mitad del siglo XIX y
primera mitad del XX. La utilización de la violencia por individuos o pequeños grupos
terroristas que se justificaban en la retórica de la acción directa y la propaganda por el
50

hecho dio lugar a numerosos magnicidios y atentados contra patronos, y sirvió a su vez para
justificar la durísima respuesta represiva contra todo tipo de organizaciones obreras
(violentas o no) por parte de los estados. La corriente mayoritaria del movimiento anarquista
se centró en la estrategia sindical (anarcosindicalismo).

Otras fueron las distintas modalidades del socialismo. A comienzos del siglo XIX, una serie
de pensadores o activistas políticos imaginaron utopías sociales para la redistribución de los
bienes o diferentes prácticas de producción comunitaria para evitar la diferenciación social
(Robert Owen, Charles Fourier, Louis Blanc, Louis Auguste Blanqui, Pierre-Joseph
Proudhon, etc.). Karl Marx los calificó despectivamente de socialistas utópicos, por sostener
que sus modelos no eran sostenibles en la realidad, en contraposición a sus propias ideas, a
las que calificó de socialismo científico. Marx también despreciaba la función intelectual del
filósofo (los filósofos han interpretado el mundo de diferentes maneras, pero de lo que se
trata es de transformarlo),52 y buscó el compromiso social con las organizaciones del
movimiento obrero, con el que se identificó. Su famoso lema ¡Trabajadores del mundo,
uníos!, dentro del Manifiesto comunista que redactó junto a Friedrich Engels, se publicó en
Londres el mismo día que estallaba la Revolución de 1848 en París.

A pesar del fracaso inicial del movimiento, continuó con las actividades de formación de
la Primera Internacional (1864) en colaboración con Bakunin, del cual finalmente terminaría
por separarse por sus profundas discrepancias ideológicas y políticas. Intelectualmente
trabajó de forma continuada en su obra clave, El capital, de la que publicó una primera parte
y dejó la segunda inacabada. El marxismo, desde un análisis intelectual crítico de
la economía política del liberalismo clásico e inspirado filosóficamente en el idealismo
alemán (dialéctica de Friedrich Hegel), y socialmente en la crítica social de los utópicos y en
la práctica de lucha del movimiento obrero; llegaba a una concepción de la historia
(materialismo histórico) que incluía un diseño estratégico de acción y un ambicioso plan de
futuro (simplificado en las vulgarizaciones difundidas por propagandistas como Paul
Lafargue y sistematizado posteriormente en el materialismo dialéctico soviético):
Comenzaría con la toma de conciencia por parte del proletariado (conciencia de clase) de que
únicamente él mismo podía ser el protagonista de su propia emancipación, y que esta solo
podía provenir de la lucha de clases contra los propietarios de los medios de producción (los
dueños del capital o capitalistas: la burguesía). Un determinismo histórico conduciría
51

inevitablemente a la intensificación de las contradicciones inherentes al capitalismo, de modo


que los trabajadores se impondrían mediante una revolución proletaria que les daría el poder.
Ese poder político, junto con el poder económico que les daría la expropiación de los medios
de producción, serían usados para transformar la sociedad mediante la dictadura del
proletariado, fase previa a la abolición completa del Estado y la construcción de una sociedad
comunista, sin clases sociales, en la que surgiría un hombre nuevo.

Tras la renovación de la Internacional en 1889 (Segunda Internacional), las ideas marxistas


fueron adaptadas por numerosos actores políticos desde dos planteamientos opuestos:
los revolucionarios (Rosa Luxemburgo en Alemania, Lenin y los bolcheviques en Rusia,
posteriormente denominados comunistas soviéticos), que planteaban la necesidad de ir hacia
la revolución proletaria mediante una estrategia insurreccional diseñada por una minoría
dirigente (el partido) que actuaría como vanguardia revolucionaria; y
los revisionistas (Eduard Bernstein) que entendían que la participación política, sin una
perspectiva inmediata de revolución proletaria, podía conducir a la mejora de las condiciones
sociales en beneficio de la clase trabajadora. En Alemania, como respuesta al régimen
de Otto von Bismarck, surgió la socialdemocracia alemana que se encauzó dentro de las vías
parlamentarias. En Inglaterra, desde similares planteamientos moderados, la Sociedad
Fabiana y los sindicatos (Trade Unions) conformarían el laborismo.

CUESTION SOCIAL, Y LEYES SOCIALES

es decir, la conciencia de la grave situación de las clases bajas, y su percepción como


amenaza por parte de las clases medias y altas, se había convertido en un tópico. Los escasos
medios paliativos de la caridad tradicional, del paternalismo de muchos empresarios y de las
llamadas a la justicia social por parte de instituciones religiosas o de otro tipo de asociaciones
humanitarias, no parecían suficientes dada la magnitud de las masas degradadas a la
condición de lumpen. Incluso desde las posiciones políticas burguesas (conservadoras,
reformistas o liberales) se planteaba la necesidad de leyes (el derecho laboral) que
protegieran a los trabajadores de las consecuencias más graves del pauperismo y la
degradación social, a pesar de que tal cosa fuera incompatible con el concepto de estado
mínimo liberal o con el respeto a la literalidad de las propuestas de la economía clásica. Desde
fechas tan tempranas como 1830, aunque de forma esporádica e inorgánica, se fueron
52

prohibiendo o limitando el trabajo infantil y el trabajo femenino; y mucho más adelante se


fueron estableciendo diferentes tipos de controles sanitarios o de seguridad
laboral e inspección de trabajo. Con la misma lógica, se
establecieron descansos en domingos y festivos, jornadas máximas,53 salarios mínimos y
todo tipo de seguros sociales: de invalidez, de enfermedad, de vejez y de desempleo; así como
políticas de contenido social como la escolarización obligatoria. En muchos países se fue
permitiendo que la actividad sindical, cuya prohibición era un requisito de la libre
contratación necesaria para el mercado libre, fuera convirtiéndose en legal (derecho de
asociación, derecho de huelga), del mismo modo que se levantaron las prohibiciones a
las asociaciones empresariales. En cualquier caso, tanto unas como otras habían tenido
acogida en otras instituciones (montepíos, clubes de todo tipo, cámaras de comercio, etc.).

El primer cuerpo orgánico de leyes protectoras de los trabajadores se implantó en Alemania


entre 1870 y 1880 por iniciativa de Otto von Bismarck, quien a pesar de su origen social en
la aristocracia prusiana y sus apoyos entre la burguesía capitalista, entendió la necesidad de
combatir políticamente a los socialistas privándoles de sus principales causas de queja y
conseguir la estabilidad social y la cohesión nacional del nuevo estado unificado, que como
todos los europeos y americanos, fue implantando el sufragio universal. Un estado que
reconoce al más pobre la misma capacidad de decisión política que al más rico, por su propia
seguridad se ve obligado a procurar que también pueda ejercer su libertad en mínimas
condiciones de dignidad humana. Es el denominado estado social, precedente del estado de
bienestar y pieza necesaria de la sociedad de consumo de masas.

La sociedad de masas[editar]

El siglo XIX,

como producto de la industrialización, vio el surgimiento de la moderna sociedad de masas,


como oposición a la vieja división entre una reducida élite aristocrática y la gran masa del
bajo pueblo. Esto ocurrió porque los costos de producción de las mercancías bajaron,
quedando la producción a disposición de nuevos actores sociales, la clase media, con nuevos
medios económicos provenientes de las profesiones liberales, y que por ende pudieron
ascender socialmente. Nuevos inventos, como el envasado de comida en latas (desarrollado
53

inicialmente para el ejército napoleónico), permitieron que las nuevas clases sociales
accedieran a nuevas fuentes de alimentación.

A esto contribuyó la implantación, a lo largo del siglo XIX, del sistema de educación primaria
obligatoria, que tendió a reducir drásticamente las tasas de analfabetismo en Europa (si bien
no a erradicarlo). La mayor cantidad de público lector incentivó el desarrollo de la prensa
escrita, incluyendo fenómenos tales como la prensa amarilla. Los modernos métodos de
impresión, por su parte, permitieron aumentar la producción de libros. A inicios del siglo
XIX, el libro de poemas El corsario de Lord Byron se transformó en el primer libro en la
historia con un tiraje inicial superior a los 10.000 ejemplares. También se desarrolló una
nueva forma de literatura popular, el folletín, híbrido entre la prensa escrita y la
antigua novela, que se publicaba por entregas en los diarios. A través del folletín fueron dadas
a conocer obras como Los misterios de París de Eugène Sue, Los tres mosqueteros y El
Conde de Montecristo de Alejandro Dumas, Los miserables de Víctor Hugo o David
Copperfield y Oliver Twist de Charles Dickens. A finales del siglo, por iniciativa del
mencionado Víctor Hugo, surgieron los primeros convenios internacionales sobre derecho
de autor.

Todos estos nuevos sucesos, por supuesto, abarcaban tan solo a la sociedad europea, y en
medida más reducida a la de América. En el resto del mundo, sometido al dominio colonial
europeo, las nuevas condiciones de vida alcanzaban tan solo a la clase social europea,
mientras que los nativos proseguían viviendo el magro estilo de vida que habían heredado
desde antaño.

Véase también: Sociedad preindustrial

MORAL

victoriana, tradiciones inventadas y comunidades imaginadas

La característica más notoria de las costumbres sociales de la época fue el puritanismo moral,
cuyo símbolo máximo se encarnó en la Reina Victoria (según Lytton Strachey, ese rasgo
solamente se acentuó después del fallecimiento de su esposo, el príncipe Alberto de Sajonia-
54

Coburgo, en 1861),54 caracterizado por una exacerbación de los principios morales, y en


la represión sistemática de las pasiones, en particular las de orden sexual.

Cualquier desviación de conducta se calificaba como libertinaje, cuya presencia social era
también notoria: es el caso de Oscar Wilde, que pagó su desafío literario y personal a
las convenciones sociales con una condena a presidio. La pureza moral como ideal social
ocultaba una evidente hipocresía o doble moral, denunciada por el propio Strachey
(Victorianos eminentes) y por el fundador del psicoanálisis, el austríaco Sigmund Freud, que
interpretó las enfermedades mentales y neurosis como derivadas de la represión sexual. La
figura real de Jack el destripador muestra hasta qué punto la sordidez del mundo de la
prostitución en callejuelas portuarias no era ajena a los personajes de la alta sociedad
londinense. En el mundo de la ficción, la misma realidad dual es genialmente representada
con El retrato de Dorian Gray (Oscar Wilde, 1890), El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr.
Hyde (R. L. Stevenson, 1886) o Drácula (Bram Stoker, 1897).

En Francia, teóricamente de costumbres mucho más relajadas, Gustave Flaubert y Charles


Baudelaire tuvieron que enfrentarse a procesos judiciales contra Madame Bovary y Las
flores del mal (ambas de 1857). La aparente alegría de vivir y el ambiente de vodevil en el
París libertino de Naná (Émile Zola, 1889) no dejaba de presentar también un lado oscuro
que empujaba a la búsqueda de Los paraísos artificiales (Charles Baudelaire, 1860) por parte
de Los poetas malditos (Paul Verlaine, 1888).

Paradójicamente, las tradiciones en nombre de cuyos valores se ejercía la censura moral o


política, y se construían las identidades nacionales de todos los países, eran en buena
medida inventadas, y las mismas comunidades, imaginadas. Tal condición no les restaba
eficacia, sino todo lo contrario, exigía una gran energía social y la aplicación de mecanismos
ideológicos de todo tipo, como los grandes programas monumentales que inmortalizaban en
piedra y bronce las glorias nacionales y los ejemplos de vida virtuosa.55

Véase también: Moral victoriana

Abolición de la esclavitud[editar]
Artículo principal: Abolicionismo
55

A inicios del siglo XIX, la esclavitud era una institución en retroceso en el mundo occidental,
como corolario lógico del principio ilustrado y revolucionario de la igualdad ante la ley de
todos los seres humanos sin excepción. Siguiendo la iniciativa del Reino Unido (1807-1834),
motivada por su interés de convertirse en guardián de los océanos, muchas naciones se
incorporaron a la campaña para abolir la esclavitud, a través de la prohibición del tráfico de
esclavos, el paso intermedio denominado libertad de vientre (los hijos de esclava nacerían ya
libres, con lo que la esclavitud se extinguiría con el paso de los años), o la abolición total

Guerra Civil en los Estados Unidos[editar]


Artículo principal: Guerra Civil de los Estados Unidos

La resistencia más espectacular contra el movimiento abolicionista se produjo en los Estados


Unidos, cuyos estados sureños estaban dominados por una clase dirigente sustentada en la
agricultura esclavista de plantación orientada a la exportación del algodón; mientras que
los estados del norte habían iniciado la industrialización. Aunque puede discutirse si el
abolicionismo fue la causa fundamental de la guerra o un pretexto, lo cierto es que la bandera
abolicionista fue enarbolada por el Norte durante la Guerra Civil de los Estados Unidos
(1861-1865), y rechazada por los estados del Sur, quienes buscaban crear la unión de Estados
Confederados de América. Después de esta guerra, la esclavitud fue abolida (Proclamación
de Emancipación, promulgada en 1863 y que entró en vigor en 1865), aunque la
discriminación racial persistió, mediante una segregación en la práctica institucional
(principalmente en los estados derrotados) y la vida cotidiana que no comenzó a superarse
decisivamente hasta el Movimiento por los Derechos Civiles de los años cincuenta y sesenta.
Como situación de desigualdad social, sigue presente incluso con el primer presidente
negro Barack Obama, elegido en 2008.

La abolición en otros países[editar]

España fue el último de los países avanzados en abolir la esclavitud, parte fundamental de la
estructura económica y social de sus colonias de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, sometidas
a un proceso independentista en el último tercio del siglo XIX. La ley Moret o de vientres
libres es de 1870, y la supresión definitiva de la esclavitud se produjo en 1886.

En Rusia, donde no había esclavos, existía la institución de la servidumbre, que fue abolida
por la Reforma Emancipadora de 1861 (zar Alejandro II), no sin problemas y resistencias.
56

En Brasil al ser abolida la esclavitud mediante la Ley Áurea (1888), presentada por la hija
de Pedro II, Isabel I de Bragança, tuvo una fuerte oposición que contribuyó a que grupos
republicanos al mando de Deodoro da Fonseca decidieran derrocar a la monarquía,
terminando con la Proclamación de la República de Brasil (1889).

La emancipación de la mujer

Los cambios demográficos y las necesidades productivas reservaban a la mujer de


la sociedad industrial un papel social mucho más activo que en la sociedad preindustrial. No
obstante, durante el siglo XIX, persistió su función tradicional relegada al mundo de la casa
y la intimidad de la familia, y limitándose su visibilidad pública a ser moneda de cambio en
alianzas matrimoniales o vehículo del lujo de los maridos ricos; mientras que las mujeres de
clase baja solo accedían a trabajos de menor consideración que los de los varones, y su
sumisión conyugal era aún más degradante. La posibilidad de una vida adulta femenina fuera
del matrimonio seguía reservándose casi exclusivamente a monjas y prostitutas.

Ya a finales del siglo XVIII hubo mujeres que propugnaban la emancipación femenina, como
la escritora inglesa Mary Wollstonecraft, o la revolucionaria francesa Olimpia de
Gougues (propuso una Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana como
complemento a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano). Pero fueron
casos aislados y marginales, incluso intensamente combatidos: la hija de la Mary
Wollstonecraft, Mary Shelley (autora de Frankenstein) tuvo que escapar de Reino
Unido para poder vivir su romance con Percy Shelley. Las mujeres que quisieron publicar
(George Sand, Emily Brontë, Fernán Caballero) tuvieron que esconder su condición
femenina bajo pseudónimos masculinos; al igual que las primeras universitarias, que tuvieron
que travestirse.

A finales del siglo XIX, surgió un intenso movimiento social a favor de la equiparación de
derechos entre hombres y mujeres, que encontró su bandera en la conquista del derecho a
voto (sufragismo). A partir de 1902 se admitió el derecho a voto femenino en Nueva Zelanda,
y luego en otras naciones, sobre todo tras la Primera Guerra Mundial, cuando el movimiento
de emancipación femenina cobró verdadera fuerza, al haberse evidenciado su papel clave en
el mantenimiento del esfuerzo bélico sustituyendo la mano de obra masculina. No obstante,
la defensa de los derechos de la mujer, o su planteamiento literario, por intelectuales
57

progresistas como Bertrand Russell, Bernard Shaw o August Strindberg seguía siendo
ácidamente criticada desde la postura social mayoritaria (incluso entre la mayoría de las
mujeres). La época en que hombres y mujeres pudieran relacionarse en pie de igualdad
comenzaba a vislumbrarse solo entre muy reducidas minorías intelectuales (Virginia Woolf y
el Círculo de Bloomsbury).

Véase también: Feminismo

Descristianización y renovación del cristianismo

En el siglo XVIII, la Iglesia católica había combatido fuertemente a la Ilustración,


censurando la Enciclopedia, la totalidad de la obra de Voltaire y otras que se incluyeron en
el Index Librorum Prohibitorum (índice de libros prohibidos). La relación con la Revolución
francesa fue aún más violenta. En el siglo XIX, el catolicismo se significó como fuerza
conservadora (ultramontana), condenando el liberalismo, el racionalismo y otras doctrinas y
usos del mundo contemporáneo, del que mostraba distante, proponiéndose como su
alternativa mediante el mantenimiento de la tradición. Se definieron como dogma de fe las
doctrinas de la infalibilidad del Papa (Concilio Vaticano I, 1869) y la Inmaculada
Concepción (1854). La opción por la fe y los milagros quedó manifiesta con el apoyo
vaticano a las apariciones de la Virgen de Lourdes (1858, aprobadas en 1862).

Los nuevos descubrimientos científicos que parecían contradecir a las Sagradas Escrituras,
como la teoría darwinista (El origen de las especies, 1859; El origen del hombre, 1871),
tuvieron gran repercusión, y en este caso fueron mucho más combatidos en el ámbito
religioso anglicano y protestante que en el católico; donde no hubo pronunciamiento oficial
alguno, e incluso en algunos casos permitió explorar las perspectivas que abrían, aunque no
sin problemas (caso del jesuita Teilhard de Chardin). Otro caso de ambigua relación
entre ciencia y fe fue la polémica sobre la generación espontánea, paradigma biológico de lo
que científicos católicos como Pasteur consideraban como ciencia orientada a la justificación
del agnosticismo y cuestionaron con éxito.56

En los países católicos del sur de Europa, la desamortización (1836, en España) privó del
poder económico a la Iglesia. El movimiento nacionalista italiano finalmente consiguió que
los Estados Pontificiosdesaparecieran para formar parte de una Italia unificada (1870). En
Alemania, el Papa estimuló el duro enfrentamiento de los católicos del sur (organizados
58

políticamente en el Zentrum) contra la Kulturkampf dirigida por el prusiano Otto von


Bismarck. En Francia, la polarización de la opinión pública en los temas de la separación
Iglesia-Estado (ley de 1905) y el antisemitismo del Caso Dreyfus (1894-1906) llevó a una
parte considerable de grupos católicos a convertirse en fuerzas de extrema derecha (Action
française).

Movimientos religiosos disidentes, muchos de ellos vehículos del activismo social o de la


identificación grupal, (metodismo, cuáqueros, mormones, etc.) se extendieron por la
cristiandad protestante, cuya unidad nunca había sido monolítica, pero cuyas confesiones
mayoritarias se habían institucionalizado como iglesias nacionales identificadas con el poder
político y las clases dominantes (episcopalianismo).

En la cristiandad ortodoxa, especialmente en Rusia, también sometida a las dudas de fe de


los intelectuales (Fiódor Dostoyevski) y a la difusión entre el pueblo del anticlericalismo del
movimiento obrero, los movimientos místicos y milenaristas de antiguo origen (viejos
creyentes, jlystý) mantenían su capacidad de movilización popular frente a la mayoritaria
Iglesia oficial controlada por el zar, y en alguna ocasión produjeron fenómenos de gran
repercusión (Grigori Rasputín).

Aunque el siglo XIX marcó uno de los momentos más débiles del papado, la causa de la
religión católica estaba muy lejos de haber sido derrotada, y lo mismo puede decirse de las
distintas confesiones protestantes, que también se enfrentaban a los desafíos
del materialismo dominante en la sociedad industrial. Más allá de una minoría intelectual de
entre los profesionales liberales o de los obreros con conciencia de clase, la gran mayoría de
la sociedad, desde las clases dirigentes hasta las clases bajas, pasando por las clases medias,
estaban muy lejos de considerarse ateas. Un ingrediente clave de la moral victoriana fue su
sustrato religioso, imprescindible para la cohesión social, extremo del que era consciente el
propio Marx, autor de la expresión opio del pueblo con la que motejaba a la religión. Incluso
se ha argumentado que la religión, como fuerza conservadora, cumplía un papel que vital en
la resistencia a la gran transformación que supuso la embestida del mercado contra las
instituciones tradicionales.57 No solo las tradicionales instituciones de caridad, sino la
organización del sindicalismo católico y la doctrina social de la Iglesia (Rerum novarum,
59

1891) se presentaron como una alternativa tanto al capitalismo liberal como al movimiento
obrero revolucionario.

Incluso la expansión imperialista europea se justificaba como una manera de llevar


la civilización a los salvajes, prolongación de la empresa evangelizadora y similar al
utilizado por los justos títulos del dominio español en Hispanoamérica. Tal argumento se
empleaba en sentido contrario desde la resistencia al envío de reclutas a Marruecos durante
la Semana Trágica de Barcelona, que degeneró en quema de iglesias por el fuerte
carácter anticlerical del movimiento (1909):

Contra el envío a la guerra de ciudadanos útiles a la producción y, en general, indiferentes al


triunfo de la cruz sobre la media luna, cuando se podrían formar regimientos de curas y de
frailes que, además de estar interesados en el éxito de la religión católica, no tienen familia,
ni hogar, ni son de utilidad alguna al país.58

La paz armada y la Belle Époque[editar]


Artículos principales: Paz armada y Belle Époque.

El fin de la guerra franco-prusiana en 1871, inició una realineación de las fuerzas políticas
en Europa. Inglaterra y Francia, enemigos desde la época napoleónica y rivales en la carrera
colonial, habían unido fuerzas, en particular desde el final de la guerra de Crimea en 1856,
para sostener al Imperio otomano e impedir la salida de Rusia al mar Mediterráneo. Para
contrarrestar esto y evitar el revanchismo francés, Otto von Bismarck, el Canciller de
Alemania, tendió lazos con el Imperio austrohúngaro, al que había derrotado en 1866.
Cuando Italia se incluyó en el sistema en 1881, nació la llamada Triple Alianza. Bismarck
consiguió que el juego de alianzas basadas en la diplomacia secreta, junto con la frecuente
convocatoria de congresos internacionales y todo tipo de contactos, imposibilitara un
acercamiento de las potencias occidentales a Rusia, con el riesgo para Alemania de una
guerra en dos frentes. Este denominado sistema Bismark se rompió a finales de siglo, tras
perder el canciller la confianza del nuevo emperador, Guillermo II, partidario de acciones
más enérgicas en política exterior, incluso a riesgo de provocar el recelo del Reino Unido,
cuya superioridad naval comenzó a desafiar. La Triple Entente entre Francia, Reino Unido y
Rusia se estableció desde 1904 (Entente Cordiale) y 1907 (Entente Anglo-Ruso, tras llegar
60

a un acuerdo de áreas de influencia en Asia Central). Así se habían configurado en lo esencial


los dos bloques que en pocos años se enfrentarían en la Primera Guerra Mundial.

Los imperios coloniales habían alcanzado su máxima expansión a falta de nuevas tierras por
conquistar. Cualquier intento por imponerse a las potencias rivales pasaba por aplastarlas en
una guerra total. Entre 1871 y 1914, con la excepción de las guerras de los Balcanes (1912-
1913), Europa vivió en una paz conocida como la paz armada. Una veloz carrera
armamentista no solo incrementó los efectivos humanos movilizados y en la reserva, el
número y tonelaje de los barcos de guerra o los arsenales de armas y equipamientos
tradicionales, sino que desarrolló nuevas aplicaciones tecnológicas (ametralladora, alambre
de espino, gases tóxicos), que hicieron a la próxima guerra bien diferente, y mucho más
demoledora, que las guerras de tipo napoleónico a las que los generales europeos estaban
acostumbrados a jugar en sus cuartos de estrategia. La Gran Guerra de 1914 a 1918 acabó
definitivamente, no solo con el sistema Bismarck, sino con el equilibrio europeo proveniente
del Congreso de Viena y con todas las demás pervivencias parciales del Antiguo Régimen.

(...) sucedió que al cúmulo de guerras de la séptima década del siglo XIX siguió, como a la
guerra general de 1792-1815, media centuria de paz también general solo interrumpida por
algunas guerras locales de carácter semicolonial: la guerra ruso-turca de 1877-1878,
la hispano-americana de 1898; la sudafricana de 1899-1902; la ruso-japonesa de 1904-1905.
Estas últimas guerras de fines del XIX y comienzos del XX no permitieron discernir
mayormente la tendencia general de la guerra en el mundo occidental de la época, porque
cada una de ellas se libró entre solo dos beligerantes y ninguna en regiones próximas al centro
del mundo occidental. De ahí que la terrible transformación del carácter de la guerra llevada
a cabo por la introducción de la nueva fuerza propulsora del industrialismo y la democracia,
tomase por sorpresa a nuestra generación en 1914. Arnold J. Toynbee, Estudio de la
historia59

La "crisis de los treinta años" (1914-1945)[editar]

Tal denominación, debida al historiador Arno Mayer60 (parafraseando el título de un estudio


de E. H. Carr prácticamente contemporáneo a los hechos),61 se refiere a las tres críticas
décadas que incluyen las dos guerras mundiales y el convulso período de entreguerras, con
la descomposición de los Imperios Austrohúngaro, Turco y Ruso; la agudización de las
61

tensiones sociales que llevaron a conflictos armados como las revoluciones mexicana, la
rusa y la llamada Revolución Española simultánea a la Guerra Civil, y guerras internas como
la guerra anglo-irlandesa, cuyo cese al fuego desencadenó una guerra
cívil en Irlanda después de haber obtenido la independencia; la crisis del sistema
capitalista manifiesta desde el Jueves Negro de 1929; y el surgimiento de los fascismos y
sistemas políticos autoritarios; al tiempo que se desarrollan los primeros Estados Sociales de
Derecho, como la República de Weimar, prácticas de pacto social como los Acuerdos
Matignon, y se aplican las teorías económicas de John Maynard Keynes (divergentes del
liberalismo clásico) en los programas intervencionistas del New Deal de Franklin Delano
Roosevelt. La correspondiente crisis intelectual se hizo manifiesta en los cambios
revolucionarios de paradigmas científicos y en la revolución estética de las vanguardias. Se
extendió la conciencia de haber entrado en un mundo radicalmente nuevo, en que el orden
social tradicional se había subvertido para siempre, y caracterizado por el protagonismo de
las masas ante el que las élites buscaban nuevas formas de control (concepto
de Manufacturing consent del periodista Walter Lippmann y Edward Bernays, sobrino
de Freud, que aplicó las técnicas del psicoanálisis a la publicidad y las relaciones públicas en
la dinámica sociedad estadounidense; obras de gran altura intelectual, como La decadencia
de Occidente de Oswald Spengler o La rebelión de las masasde José Ortega y Gasset).62

La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias[editar]


Artículo principal: Primera Guerra Mundial

El 28 de junio de 1914, un incidente internacional menor, el atentado de Sarajevo, dio


pretexto al Imperio austrohúngaro para presionar a Serbia mediante un ultimátum que
desencadenó la activación de una compleja red de pactos defensivos: Serbia lo tenía con
Rusia para el caso de una guerra contra Austria-Hungría, esta con Alemania para el caso de
una guerra contra Rusia, y esta a su vez con el Reino Unido y Francia para el caso de una
guerra con Alemania. En pocos días, las principales potencias estaban inmersas en una guerra
general que no se limitó a Europa, involucrando a todos los continentes habitados y que se
prolongó hasta 1918.

A pesar de lo autodestructivo que el episodio resultó para todos los agentes implicados, la
guerra, largamente preparada y en algunos casos deseada, fue ampliamente popular en su
62

inicio, no resultando difícil la movilización de enormes contingentes de soldados, que


acudían al frente en medio de un ambiente festivo. Incluso buena parte del movimiento
obrero, doctrinalmente pacifista e internacionalista, se fragmentó siguiendo las fronteras
nacionales, apoyando cada partido socialista local a su correspondiente gobierno en el
esfuerzo de guerra, y en muchos casos participando activamente en las tareas que les fueron
encomendadas bajo gobiernos de concentración. Solo avanzado el conflicto, ante la magnitud
de la destrucción física y moral de generaciones enteras de jóvenes (16 millones de muertos,
a los que se añadieron los de la llamada gripe española) y un impresionante número de
mutilados, además de la desorientación vital, social e intelectual a la que se enfrentaron los
supervivientes marcados por tan penosa experiencia, pasó a considerarse la Gran
Guerra como la mayor catástrofe sufrida hasta entonces por la humanidad.

El Imperio alemán se jugó la baza del Plan Schlieffen, que implicaba una maniobra de
tenazas que acorralara en el frente occidental a los franceses (como había ocurrido en
la batalla de Sedán de 1870), después de lo cual podrían volverse para repeler a los rusos en
el frente oriental. La invasión de la neutral Bélgica se cumplió con rapidez, pero la
penetración en territorio francés quedó frenada por la eficaz resistencia franco-británica (el
llamado milagro del Marne, septiembre de 1914). A pesar de que la artillería alemana llegó
a bombardear París (los Pariser Kanonen o Gran Berta) el frente quedó estacionario en una
desgastante guerra de trincheras cuya puntual intensificación careció siempre de resultados
decisivos (batalla de Verdún, diciembre de 1916).

Italia no se consideró obligada a responder a su vinculación a la Triple Alianza, y de hecho


un año más tarde declaró la guerra a los Imperios Centrales (denominación del bando
formado por Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y el Imperio otomano) en la confianza de
obtener algún tipo de incorporación territorial en el frente italiano.

En el frente oriental, el inicial avance ruso fue espectacularmente replicado, en medio de


gravísimas dificultades internas que llevaron al estallido de la Revolución rusa de 1917. A
pesar de que inicialmente no supusieron la salida de Rusia de la guerra (periodo de Kerenski),
se impuso como inevitable en el periodo siguiente (la petición de pan, paz y todo el poder a
los soviets era el lema bolchevique, y el propio Leninhabía conseguido entrar en Rusia
gracias al apoyo alemán, que le permitió cruzar su territorio en un vagón sellado).
63

La ventaja obtenida con la supresión del frente oriental no llegó a ser decisiva, porque desde
el mismo año 1917 Estados Unidos había entrado en el conflicto en apoyo de sus aliados
comerciales (Francia y sobre todo Inglaterra), con el argumento de responder a la guerra
submarina.63 Alemania no podía seguir con el esfuerzo bélico y, una vez roto el frente
occidental en Bélgica, decidió rendirse (11 de noviembre de 1918) antes de que la guerra
afectase a su propio territorio o triunfase una revolución similar a la soviética (el
fallido levantamiento espartaquista que finalizó la Revolución de Noviembre). Austria-
Hungría, cuya capacidad de resistencia era aún menor, quedó disuelta en entidades nacionales
independientes.

En otro escenario clave, la Gran Guerra supuso el hundimiento del Imperio otomano en
Próximo Oriente, consiguiendo los británicos la movilización del nacionalismo
árabe (Lawrence de Arabia), postura contradictoria con el apoyo simultáneo que se ofrecía a
los sionistas (Declaración Balfour), lo que planteará para un futuro uno de los puntos de
tensión internacional más importantes, sobre todo por su riqueza en petróleo.

Tratado de Versalles y fracaso de la Sociedad de Naciones[editar]


Artículo principal: Período de entreguerras

El Tratado de Versalles (1919) y los demás negociados en la Conferencia de Paz de París tras
el armisticio, no lo fueron en pie de igualdad, sino desde la evidente derrota de los Imperios
Centrales (Segundo Reich Alemán, Imperio austrohúngaro e Imperio otomano), que de
hecho habían desaparecido como tales entidades políticas. La reducción al mínimo territorial
de las nuevas repúblicas de Austria y Turquía imposibilitaba que hicieran frente a la
exigencia de responsabilidades (incluyendo fuertes indemnizaciones) que caracterizaba la
postura de los vencedores (especialmente la de Francia), con lo que la atribución de la culpa y
por tanto de las indemnizaciones recayó principalmente en Alemania, que había sobrevivido
como estado, a pesar de la pérdida de las colonias, el recorte territorial (pérdidas de Alsacia
y Lorena y Polonia, incluyendo el corredor de Danzig, que dejaba aislada Prusia oriental) y
el estricto desarme que se la exigía. La imposición fue percibida como un diktat (dictado), y
sus durísimas condiciones contribuyeron al caos económico y político de la recientemente
creada República de Weimar.
64

Se pretendía haber hecho la guerra que acabaría con las guerras, creando un nuevo orden
internacional basado en el principio de nacionalidad (identificación de nación y estado),
cuestión que debería resolverse con plebiscitos allí donde esa identidad fuera cuestionable
(lo que ocurría en la práctica totalidad de Europa, aunque solo se aplicó en pequeño número
de casos fronterizos). Se pretendía que las nuevas naciones, al carecer de ambiciones
territoriales, renuncian a la guerra como método de resolución de conflictos (propósito
explícito que se reflejó incluso en constituciones nacionales como la Constitución de la
República Española de 1931). La paz se garantizaría por el principio de seguridad colectiva,
administrado por un organismo internacional: la Sociedad de Naciones, cuya sede se fijó
en Ginebra. La exclusión de Alemania y la Unión Soviética, más el rechazo del Congreso de
los Estados Unidos a su inclusión, limitó de forma grave su eficacia. Incluso entre sus propios
miembros, la nula capacidad de hacer cumplir sus decisiones a los estados que no lo hicieran
voluntariamente (casos del Japón en Manchuria o de Italia en Abisinia) demostró su práctica
inoperancia en cuestiones graves, aunque en otros campos sí desarrolló funciones más o
menos importantes (Organización Internacional del Trabajo y otras agencias).

La diplomacia bilateral y multilateral continuó siendo el principal ámbito de las relaciones


internacionales, aunque ciertamente se vio influenciada, sobre todo inicialmente, por el
nuevo clima de confianza. La proscripción de la diplomacia secreta no tuvo en realidad
cumplimento. El Tratado de Rapallo (1922), los Tratados de Locarno (1925) y el Pacto
Briand-Kellogg (1928) marcaron distintas conformaciones de alianzas o declaraciones de
buenas intenciones que no consiguieron disipar la desconfianza entre las potencias,
incrementada dramáticamente a partir de la crisis de 1929 que proyectó las tensiones internas
de cada país al terreno internacional. Su manifestación más grave fue el expansionismo
y rearme alemán (Anschluss -anexión de Austria, 1934-, crisis de Renania -1936-, crisis de
los Sudetes -1938-). El fracaso de la política de apaciguamiento (acuerdos de Múnich, 1938),
más temerosa del peligro comunista que del fascista (Eje Roma-Berlín, octubre de 1936) se
repitió en el fracaso de la política de no intervención con que se pretendía paliar los efectos
de la Guerra Civil Española (1936-1939). Los definitivos virajes hacia la guerra se hicieron
inevitables cuando, a los pocos meses de terminar aquella, Hitler y Stalin sellaron el Pacto
Germano-Soviético (23 de agosto de 1939).64
65

REVOLUCION RUSA

de 1917 derrocó al gobierno zarista de Nicolás II, cuya gestión de la guerra era catastrófica,
y que había perdido el prestigio místico con que el zar se presentaba como padrecito del
pueblo. Un conjunto de partidos conservadores, liberales y socialdemócratas
(mencheviques, eseritas, etc.) liderados por Aleksandr Kérenskipretendieron construir un
estado democrático que mantuviera el esfuerzo bélico junto a los aliados occidentales
(Gobierno Provisional Ruso). La situación bélica, económica y social no hizo más que
empeorar en los siguientes meses. La rocambolesca llegada de Lenin inició la estrategia
insurreccional bolchevique que llegó al poder con la Revolución de Octubre(Asalto al
Palacio de Invierno, 25 de octubre según el calendario ortodoxo). El poder soviético ignoraba
la representación electoral (demostrado tras anular las elecciones de noviembre de 1917) y
las libertades, despreciadas por burguesas en beneficio de las asambleas de soldados y
obreros que tomaban las fábricas y las unidades militares.

El Tratado de Brest-Litovsk (3 de marzo de 1918) supuso el final de la guerra con las


potencias centrales y la renuncia a una gran extensión de territorio (Polonia, Ucrania, el
Báltico, Finlandia), pero no trajo la paz, puesto que continuaron las hostilidades, ahora
como Guerra Civil Rusa (1917-1923) entre el ejército rojo, liderado por Trotski y el ejército
blanco, controlado por oficiales zaristas y tras el final de la Gran Guerra financiado por las
potencias vencedoras; el asesinato de la familia Romanov impidió un posible regreso del zar
Nicolás II o cualquier familiar suyo al poder. Al mismo tiempo se fue implementando el
programa social y económico del comunismo de guerra, que suponía la colectivización de
tierras y fábricas, que pasaron a ser controladas por instituciones del nuevo gobierno (cuyos
nombres pasaron a convertirse en míticos para el imaginario obrero de todo el
mundo: soviet, koljós, sovjós, etc.) teóricamente asamblearias pero fuertemente controladas
desde la cúspide por el Partido (que pasará a llamarse comunista, y el estado República
Socialista Federativa Soviética de Rusia en 1917 y Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas en 1922). Al igual que había ocurrido durante la fase más exaltada de la
Revolución francesa, se produjeron matanzas masivas (por ejecuciones o como consecuencia
de las deportaciones según lo estipulado en el Art. 58 del Código Penal) y la salida al
extranjero de un gran número de exiliados.
66

La victoria del ejército rojo consiguió incluso la recuperación de buena parte del territorio
cedido en Brest-Litovsk (Guerra polaco-soviética, 1919-1921). Con el asentamiento de las
fronteras se inició una fase de moderación del proceso revolucionario dirigida por el propio
Lenin (Nueva Política Económica, NEP) en la que se consintió la reconstrucción de empresas
privadas y la recuperación de la figura del campesino enriquecido (kulak).

Tras la firma del Tratado de Creación de la URSS (1922), las luchas de poder entre León
Trotski e Iósif Stalin, partidario el primero de la extensión del proceso revolucionario a otros
países (revolución permanente) y el segundo de la construcción del socialismo en un solo
país, comenzaron durante la agonía de Lenin (1924) y terminaron cinco años después con la
victoria de Stalin, que inició una época de purgas (Gran Purga) con la eliminación de
los trotskistas (XV Congreso, 1927), en una intensificación de la represión política que acabó
con toda oposición o crítica a su poder personal (Nikolái Bujarin, oposición de derecha),
originando un verdadero culto a la personalidad dentro de un sistema totalitario:
el estalinismo. La colectivización recibió un impulso definitivo, sustituyendo la
liberalización de la NEP por los planes quinquenales a cargo de un Gosplán que centralizaba
la totalidad del proceso productivo sin intervención del mercado, decidiendo
burocráticamente qué debía producirse, dónde y por quién, y dónde y quién debía consumirlo.
Se estimuló el trabajo voluntario a través de la emulación (estajanovismo), aplazando
cualquier reivindicación de mejora de condiciones de vida o trabajo para los obreros en cuyo
nombre se decía estar construyendo la sociedad comunista, y relegando la producción de
bienes de consumo en beneficio de la industria pesada. La Tercera
Internacional (Komintern o internacional comunista, que se había creado en 1919) utilizó la
disciplinada labor de los partidos comunistas de todos los países del mundo en función de los
intereses del régimen soviético. Cualquier desviacionismo detectado, incluso el más
inverosímil e imaginario (desde el aburguesamiento a la traición), era advertido al propio
afectado, que se veía obligado a ejercer sobre sí mismo la autocrítica y a aceptar la sanción
de la justicia revolucionaria.

Fascismo[editar]
Artículo principal: Fascismo
67

En la mayor parte de los países, el desprestigio de la política liberal tradicional y el miedo al


comunismo hizo surgir movimientos políticos interclasistas y ultranacionalistas,
caracterizados por un liderazgo carismático y algún tipo de parafernalia simbólica agresiva
o paramilitar (entre los que destacaba el uso de camisas de ciertos colores). Su evidente
similitud y la profundidad de los rasgos comunes con el fascismo italiano ha permitido a la
historiografía calificarlos de fascistas, a pesar de la diversidad de nombres y características
locales. Únicamente en Alemania, Europa Meridional (Italia, España, Portugal, Grecia) y
Oriental (Rumanía, Hungría, Polonia) se establecieron endógenamente en los años veinte y
treinta dictaduras que reciben comúnmente la denominación de regímenes fascistas, o bien
el calificativo de totalitarios (si consiguieron acabar con todo tipo de discrepancia)
o autoritarios (si permitieron un mínimo grado de pluralismo en su propio seno). Durante los
años de la Segunda Guerra Mundial se establecieron incluso en Europa occidental
gobiernos colaboracionistas en los que la presencia de los fascistas locales o la implantación
de medidas políticas de tipo fascista era menos decisivo que el control militar alemán.

Surgimiento del fascismo en Italia[editar]


Artículo principal: Italia fascista

En Italia, frustrada en sus ambiciones irredentistas por el Tratado de Versalles, el descontento


fue encauzado por los Fasci italiani di combattimento de Benito Mussolini (un antiguo
socialista, que había evolucionado hacia un discurso antiliberal, anticomunista,
ultranacionalista, irracionalista y exaltador de la violencia) contra cualquier movimiento
prerrevolucionario o simplemente huelguístico o reivindicativo de los partidos y sindicatos
de izquierda (especialmente a través de grupos paramilitares, squadrismo), aprovechando el
miedo de gran parte de la población de que estalle una revolución socialista similar a la rusa
en el país (biennio rosso, 1919-1920). Con la Marcha sobre Roma (1922), encabezada por el
movimiento de los camisas negras, consiguió que el rey Víctor Manuel III le diera el
gobierno fuera de las vías parlamentarias, e inició una dictadura de facto. Planteaba la
superación de las divisiones políticas con un partido único y la lucha de clases mediante una
política económica corporativista. Consiguió el reconocimiento mutuo con el Papa en
los Pactos de Letrán. La necesidad de expansión exterior le llevó a aventuras coloniales
en Etiopía y Albania, que le pusieron en dificultades en la Sociedad de Naciones.
68

Alemania y el nazismo[editar]
Artículos principales: Nazismo y Alemania nazi.

Alemania, tras la Revolución de Noviembre (1918-1919), había experimentado la


construcción de un estado social de derecho con la República de Weimar (1918-1933), pero
la inestabilidad económica y social no permitió su consolidación en sus primeros años. La
radicalización de las posturas más extremistas, enfrentadas violentamente, condujo a la
temerosa y empobrecida clase media a optar por la solución más opuesta a la revolución
comunista.

Tras un frustrado golpe de estado (Putsch de Múnich, 1923) y su paso por la cárcel, donde
desarrolló su programa en Mein Kampf, Adolf Hitler consiguió llegar al poder por vía
electoraltras el decreto del incendio del Reichstag (1933), al tiempo que el partido nazi o
nacionalsocialista, inicialmente un partido minoritario caracterizado por sus enfrentamientos
en la lucha callejera contra grupos izquierdistas, iba ocupando cada vez más espacios
públicos y privados, restringiendo las libertades y aniquilando toda oposición o
manifestación de individualismo (Gleichschaltung) y pluralismo (incluido el de sus propias
filas -noche de los cuchillos largos, 1934-). El objetivo de la propaganda nazi, eficazmente
utilizada por Joseph Goebbels (repite mil veces una mentira y acabará convirtiéndose en
verdad),67 se centró obsesivamente en responsabilizar a los judíos de todos los males de la
gente común (llegando a su máximo punto con sangrientos pogromos -noche de los cristales
rotos, 1938-), que acabó convenciéndose de pertenecer al grupo de verdaderos alemanes, los
de raza aria, cuyos intereses particulares debían supeditarse a la grandeza de Alemania. Tal
grandeza debía recuperarse con la expansión a través de un espacio vital que incluía no solo
las dispersas zonas habitadas por gentes de habla alemana, sino la Europa Oriental habitada
por los eslavos, presentados como otra raza inferior.

La política de apaciguamiento que Francia y el Reino Unido mantuvieron hasta los acuerdos
de Múnich permitieron a Hitler cumplir la parte inicial de su programa expansivo
y rearmar una Gran Alemania, convertida en el Tercer Reich.

Franquismo[editar]
Artículos principales: Guerra Civil Española y Franquismo.
69

La Segunda República Española (1931-1939), un breve experimento de modernización a


cargo de una minoría de intelectuales que pretendían apoyarse en la amplia base del
movimiento obrero, terminó trágicamente en una guerra civil durante la que se produjo
una revolución social en la retaguardia republicana tras el intento de golpe de Estado de
1936. En la intervención extranjera en la Guerra Civil Española, el apoyo de la Unión
Soviética al gobierno republicano del Frente Popular y el de las potencias fascistas a los
militares sublevados contrastó con el mantenimiento de una política de no intervención por
las democracias occidentales (Comité de No Intervención). La victoria del bando sublevado
estableció el régimen de Franco (que incorporaba, además de los elementos similares al
fascismo de Falange Española -el nacionalsindicalismo-, otros tradicionalistas,
conservadores, militaristas y católicos -el nacionalcatolicismo-). De cara al inmediato futuro
de Europa, esta primera batalla de la Segunda Guerra Mundial (demostrado en
el bombardeo de Guernica, 1937) estimuló los planes de Hitler, en un contexto ya claramente
prebélico para todas las naciones.

Crisis de 1929 y Estado del bienestar[editar]

Una multitud se aglomera ante la Bolsa de Nueva York el jueves negro, 23 de octubre de
1929.

Artículo principal: Gran Depresión

Como una reacción a los cambios económicos y políticos en torno a la Primera Guerra
Mundial, se sentaron las bases del estado del bienestar. Durante el siglo XIX, el liberalismo
económico había concebido al Estado como un mero garante del orden público, sin
legitimidad para intervenir en la actividad económica de la nación (estado mínimo). Sin
embargo, de manera progresiva, el Estado había tenido que intervenir en la regulación de las
condiciones de trabajo, a través de las leyes sociales, creando el moderno Derecho del
Trabajo, como una manera de responder a los apremiantes problemas derivados del
industrialismo y desactivar la bomba de tiempo que representaban las aspiraciones del
movimiento obrero.
70

Sin embargo, fue después de la Primera Guerra Mundial cuando se produjo el cambio teórico
fundamental. El economista John Maynard Keynes observó que la ofertaeconómica es
reflejo de la demanda (no al revés, como planteaba clásicamente la ley de Say), y por ende,
la manera de levantar una economía deprimida (fase baja del ciclo económico cuya misma
existencia era discutida por los teóricos del libre mercado) era subsidiando la demanda a
través de una fuerte intervención estatal. Consciente de las consecuencias negativas de las
cláusulas económicas del Tratado de Versalles, había predicho que los pagos a que se
obligaba a Alemania, junto con el endeudamiento (tanto de esta como de las potencias
vencedoras) con Estados Unidos, provocaría un desorden financiero internacional con
consecuencias funestas. No obstante, los años veinte fueron los felices años veinte, propicios
a la especulación, la compra a crédito y el consumismo, al menos en Estados Unidos (un
pollo en cada cazuela y dos coches en cada garaje, era el slogan electoral de Herbert
Hoover), que solo parecía deslucirse por la ley seca y el gansterismo. La crisis de posguerra,
fruto de la desmovilización, no tuvo consecuencias muy graves en las economías, a excepción
de la alemana, sometida a una terrible hiperinflación. Los consejos de Keynes fueron
desoidos, y no se acogieron por parte de los gobiernos hasta después de que la Gran
Depresión posterior al crack de 1929 (momento en que estalló la burbuja de especulación
financiera) literalmente arrasó el mercado de valores, y tras él el sistema productivo y el
mercado laboral generando un pavoroso paro masivo. El recurso generalizado
al proteccionismo deprimió aún más el comercio internacional y acentuó la depresión
económica.

En la década de 1930, regímenes políticos muy diferentes entre sí emprendieron, como salida
a la Gran Depresión, políticas keynesianas, es decir, intervencionistas, de estímulo de la
demanda a través de las obras públicas, subsidios sociales y aumento extraordinario del gasto
público, con abundante recurso a la deuda pública. La llegada a la presidencia estadounidense
del demócrata Franklin Delano Roosevelt emprendió esas medidas con la denominación
de New Deal (Nuevo acuerdo o Nuevo reparto de cartas). La economía dirigida
del corporativismo fascista podía considerarse hasta cierto punto similar, y concretamente
el rearme alemán proporcionaba una solución tanto al ejército de parados como a la industria
pesada. La Unión Soviética de Stalin ya era una economía planificada desde el Estado, y su
71

sistema económico no capitalista, aislado del circuito financiero, la hacía inmune a los efectos
del Crack de 1929.

Empequeñecimiento de Europa y protagonismo de nuevos continentes[editar]

La adopción por parte del mundo extraeuropeo de ideas, tecnologías, sistemas políticos y
socioeconómicos originados en Europa, llevó a la paradoja de que la misma Europa se vio
reducida en tamaño e importancia en el concierto mundial. En adelante debió conformarse
con ser un actor más en un escenario geopolítico que se había hecho mucho más vasto.

Kemalismo en Turquía[editar]

El periodo final del Imperio otomano ya estaba gobernado por una


élite occidentalizadora (los Jóvenes Turcos, quienes obtuvieron el poder en la Revolución de
los Jóvenes Turcos en 1908). La disolución del Imperio otomano se fue diseñando en las
conversaciones diplomáticas de la Conferencia de París (1919) que culminaron en el tratado
de Sèvres, en medio de un escenario estratégico que amenazaba incluso con hacer inviable
la continuidad de ninguna nación turca, o reconocer otros estados que finalmente no se
consolidaron, como la Armenia Wilsoniana, intento de definición de una nación armenia tras
los traumáticos hechos que diezmaron a su pueblo durante la Primera Guerra Mundial, de
denominación controvertida en la propia Turquía -genocidio armenio-.

La reacción nacionalista liderada por Mustafá Kemal (denominado Atatürk o padre de los
turcos) expandió militarmente las fronteras del estado residual en que se había convertido la
nueva república de Turquía (Guerra de Independencia Turca). El programa occidentalizador
que impulsó desde ese momento incluyó la sustitución del alfabeto árabe por el latino y la
del traje tradicional por una moda homologable a la que se veía en las calles de París o
Londres. Su sistema político (el kemalismo), que nunca dejó de ser autoritario, se construyó
explícitamente a imitación de los europeos en un eclecticismo que pretendía reunir elementos
de tan distintas y opuestas procedencias como la democracia liberal, el estado social y los
totalitarismos fascista y soviético.

De la restauración Meiji al militarismo japonés[editar]

La posibilidad de que una civilización ajena al cristianismo y étnicamente no europea se


desarrollara había sido demostrada por la historia contemporánea de Japón desde la
72

llamada Restauración Meiji. El Shogunato Tokugawa había sido derrocado en 1869 en


la Guerra Boshin, y a partir de la Era Meiji los sucesivos emperadores impulsaron una
profunda occidentalización (Constitución Meiji), que para 1905 había conseguido sobrepasar
en eficacia al Imperio ruso (guerra ruso-japonesa, 1904-1905). En la Primera Guerra Mundial
rentabilizaron su postura a favor de la Triple Entente apoderándose de varias colonias
alemanas en el Pacífico que retuvieron después del conflicto. A pesar de la experimentación
de mecanismos propios del liberalismo democrático (durante la Era Taishō, 1912-1926), la
vida política, social y económica estaba dominada por el denominado militarismo japonés,
con unas fuerzas armadas construidas desde finales del siglo XIX bajo el modelo prusiano.
El expansionismo japonés se proyectó en China, no limitándose a las concesiones puntuales
que habían caracterizado la presencia occidental, sino mediante una presencia militar masiva
y conquistas territoriales, que desde Manchuria (invasión japonesa de Manchuria, 1931) se
extendieron al sur por China oriental (guerras chino-japonesas, la primera en 1894-95 y
la segunda en 1937-45, ya en la Era Shōwa). La pretensión de desplazar a
los blancos (británicos, franceses, neerlandeses y estadounidenses) como colonizadores de
Asia se llegó a desarrollar ideológicamente (Asia para los asiáticos), en una pretensión que
parecía sólidamente cimentada en un crecimiento económico solo limitado por la escasez de
materias primas que caracterizaba al suelo japonés. La necesidad de ese espacio vital (en
terminología nazi) empujó a Japón a la alianza con Alemania y le conduciría a la Segunda
Guerra Mundial en un escenario inédito en la historia bélica: la Guerra del Pacífico (1937-
1945). La responsabilidad en la política japonesa de un complejo entramado de intereses
políticos, industriales y militares, encabezado por el general Hideki Tōjō, diluyó la del propio
emperador Hiro Hito lo que permitió la continuidad de este en el trono tras la ocupación
estadounidense (que le consideraba clave para el mantenimiento de la cohesión
social japonesa) hasta su muerte en 1989.

Revolución china[editar]
Artículos principales: Revolución de Xinhai, Levantamiento de Wuchang y República de
China (1912-1949).

La dinastía Qing fue derrocada en 1911 después de un largo período de guerras civiles que
significaron el fin de un Imperio milenario. Sun Yat-Sen emprendió un proceso de
modernización occidentalizadora de la República de China, que se vio imposibilitado tanto
73

por la intervención externa (principalmente la japonesa) como por fuertes divisiones internas,
con zonas enteras independizadas en la práctica y gobernadas por señores de la
guerra locales, y la cada vez mayor presencia comunista entre las masas urbanas y
campesinas. La matanza de Shanghái contra opositores del gobierno dio comienzo a la guerra
civil china, que duró de 1927 hasta 1950. El conflicto bélico incluyó el periodo de la Segunda
Guerra Mundial y la mítica Larga Marcha protagonizada por el líder comunista Mao
Zedong, que terminó proclamando la República Popular China en 1949, mientras que
el nacionalista Chiang Kai-shek resistía en Taiwán protegido por la flota estadounidense.

Violencia y no-violencia en India[editar]

El movimiento de independencia indio tenía precedentes anteriores, pero no fue hasta


después de la Primera Guerra Mundial, y bajo el liderazgo de Mohandas
Gandhi (apodado Mahatma o "alma grande" en sánscrito) y su propuesta de resistencia no
violenta (ahimsa), que los nacionalistas se hicieron cada vez más fuertes. Tras la Masacre de
Amritsar (1919) los británicos se vieron obligados a iniciar un lento proceso de negociaciones
(cuya resistencia india se vio fortalecida en protestas como la Marcha de la sal), que
culminaría en su independencia tras el nuevo paréntesis de la Segunda Guerra Mundial.

El mundo anglosajón no europeo[editar]

Los dominios británicos de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, cada vez más
independientes de hecho, incrementaron espectacularmente su economía y población.

Estados Unidos emergió como gran potencia mundial después de la Primera Guerra Mundial.
Sin embargo, cuando Woodrow Wilson remitió al Congreso la aprobación del ingreso en
la Sociedad de Naciones (una de sus propias ideas para la paz -catorce puntos de Wilson-),
fue ampliamente rechazada, prefiriendo la clase política estadounidense la tradicional
política de aislacionismo. No obstante, la íntima conexión del capitalismo industrial,
comercial y financiero estadounidense con el resto del mundo hizo imposible el
mantenimiento de esa postura en los años cuarenta.

América Latina en el mundo[editar]

Algunas naciones de América Latina, sobre todo las zonas con gran emigración europea
(Argentina y Brasil, y en menor medida Chile, Colombia, Cuba, Perú, Uruguay y Venezuela),
74

también se convirtieron en agentes internacionales activos a pesar de no intervenir en la


Primera Guerra Mundial, neutralidad que incluso las benefició, por el aumento de la demanda
de materias primas y todo tipo de productos durante el periodo bélico. México, en cambio,
experimentó una especial coyuntura histórica.

Revolución mexicana[editar]
Artículo principal: Revolución mexicana

En México, las fuertes tensiones entre una oligarquía positivista (Porfirio Díaz) y una amplia
base campesina desprotegida llevaron finalmente a la revolución mexicana (1910-1920), en
la que líderes campesinos como Emiliano Zapata y Pancho Villa se rebelaron y pusieron en
jaque al viejo orden. En medio de este proceso se promulgó la Constitución de 1917, que fue
pionera entre los documentos de su tipo en el mundo, por incorporar en su articulado diversas
garantías sociales para la población. De todos modos, el restablecimiento de la paz social fue
dificultoso, y la nueva institucionalidad solo puede considerarse establecida y consolidada
bajo la Presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940).

Segunda Guerra Mundial[editar]


Artículo principal: Segunda Guerra Mundial

Garantizada la colaboración de Stalin por el Pacto Germano-Soviético, Hitler se decidió (1


de septiembre de 1939) a la incorporación de una de sus reivindicaciones expansionistas más
delicadas: el pasillo de Danzig, que implicaba la invasión de la mitad occidental de
Polonia; la mitad oriental, junto con Estonia, Letonia y Lituania fue ocupada por la Unión
Soviética, mientras que Finlandia logró mantener su independencia de los soviéticos (Guerra
de Invierno). El Reino Unido y Francia le declararon la guerra a Alemania, que esperaban
como una repetición de la guerra de trincheras (Guerra de broma) para la que habían tomado
toda clase de precauciones (Línea Maginot) que demostraron ser del todo inútiles. Las
maniobras espectaculares de la blitzkrieg (guerra relámpago) proporcionaron en pocos meses
a Alemania el control de Noruega, Dinamarca, los Países Bajos, Bélgica y la propia Francia,
mientras el ejército británico escapaba in extremis desde las playas de Dunkerque durante
la batalla de Francia. Prácticamente la mayor parte del continente europeo estaba ocupado
por el ejército alemán o por sus aliados, entre los que destacaba la Italia fascista, cuya
aportación militar no fue muy significativa (batalla de los Alpes, guerra greco-italiana).
75

La batalla de Inglaterra, la primera completamente aérea de la historia, mantuvo durante el


periodo siguiente la presión sobre el nuevo gobierno de Winston Churchill, decidido a la
resistencia (sangre, sudor y lágrimas) y que finalmente venció, entre otras cosas gracias a
una innovación tecnológica (el RADAR) y al decisivo apoyo estadounidense, que negoció
en varias entrevistas con Roosevelt (Carta del Atlántico, 14 de agosto de 1941).

En 1941 la necesidad estratégica de ocupar los campos petrolíferos del Cáucaso llevaron a la
invasión alemana de la Unión Soviética (operación Barbarroja), inicialmente exitosa, pero
que se estancó en la batalla de Moscú y los sitios de Leningrado y Stalingrado. Al mismo
tiempo, los japoneses en su campaña por conquistar Asia (comenzado con las hostilidades
con China que los llevó a la Segunda Guerra chino-japonesa, iniciado en 1937 y considerado
como preludio de la Segunda Guerra Mundial en Asia) y expandirse por el Pacífico atacaron
Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941), provocando la entrada de Estados Unidos en la guerra
como respuesta al embargo económicoimpuesto por las políticas expansionistas que llevó a
cabo el Imperio del Japón (sobre todo tras la invasión japonesa de Indochina). En el norte de
África, la batalla de El Alamein (1942) frenó el avance de los Afrika Korps alemanes
desde Libia hacia Egipto después de la fallida invasión italiana al Canal de Suez.

El periodo final de la guerra se caracterizó por las complejas operaciones necesarias para los
desembarcos aliados en Europa (Sicilia; en julio de 1943, Anzio; en enero de
1944, Normandía, en junio de 1944) y el hundimiento del frente oriental en el que se dieron
las más masivas operaciones de tanques de la historia (Projorovka y Kursk, en julio de 1943),
mientras en el frente occidental los alemanes experimentaban armas tecnológicamente muy
desarrolladas (V-1, V-2), y soportaban bombardeos destructivos sobre sus ciudades a una
escala nunca antes vista (bombardeo de Dresde, en febrero de 1945) y la destrucción total de
su capital (batalla de Berlín, entre abril y mayo de 1945).

En el Frente del Pacífico los estadounidenses tuvieron que desalojar isla a isla a los
japoneses, tanto en el sur del Pacífico (Midway, en julio de 1942; Guadalcanal, en agosto de
1942) como en Filipinas (Manila, en febrero de 1945), dándose las mayores batallas navales
de la historia (batalla del Mar del Coral, en mayo de 1942; batalla del Golfo de Leyte, en
octubre de 1944), hasta llegar a tierras niponas (Iwo Jima, en febrero de 1945 y Okinawa, en
76

abril de 1945), culminando con los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki en
agosto de 1945.

A diferencia de la Primera Guerra Mundial, la rendición (tanto la japonesa como la alemana)


se produjo por derrota total, sin que fuera posible ningún tipo de negociación. Las
conversaciones decisivas fueron las que plantearon la división de Europa en zonas de
influencia entre los aliados, y que se negociaron en sucesivas cumbres (conferencia de
Teherán, el 1 de diciembre de 1943, conferencia de Yalta, en febrero de 1945, conferencia
de Potsdam, en julio de 1945).

Revoluciones científicas y estéticas[editar]

La primera mitad del siglo XX vio también una serie de revoluciones científicas sin
precedentes, que marcaron un cambio de paradigma fundamental en el pensamiento
científico.

A principios de siglo se redescubrió el trabajo de Gregor Mendel sobre la herencia genética,


que en el tiempo de su publicación había pasado desapercibido; las investigaciones
bioquímicas posteriores llevaron al descubrimiento de la estructura y función del ADN para
el código genético en los años cincuenta. El descubrimiento de los grupos
sanguíneos posibilitó la generalización de la transfusión sanguínea y los avances en cirugía
que llevaron a la era de los trasplantes. Las investigaciones de Santiago Ramón y
Cajal abrieron el camino de las neurociencias; mientras que el descubrimiento de
la penicilina por Alexander Fleming (1928) y su dificultosa elaboración posterior (no fue
posible hasta los años cuarenta) llevaron al desarrollo de los primeros antibióticos.

La historia de la electricidad entró en un periodo decisivo para su implicación en todo tipo


de procesos productivos. Por su parte, la química orgánica y la producción
de plásticos significaron una revolución en los materiales disponibles.

Una serie de hallazgos, inicialmente controvertidos y expuestos a todo tipo de fraudes


(aceptación de la veracidad de las pinturas de Altamira, 1879-1902, comprobación de la
falsedad del Hombre de Piltdown, 1912-1953), permitió a los paleontólogos empezar a
vislumbrar a grandes rasgos el complejo árbol de la evolución humana (Hombre de Spy,
1886, Hombre de Java, 1891, mandíbula de Mauer, 1907, Hombre de La Chapelle-aux-
Saints, 1908, Hombre de Pekín, 1921, Australopithecus, 1924). Mientras un importante
77

grupo de cultivadores de la antropología física se implicó en una deriva hacia el racismo,


la antropología cultural sofisticó su metodología con las aportaciones de James Frazer(La
rama dorada, 1890-1922) o Bronisław Malinowski (Los argonautas del Pacífico
Occidental, 1922).

Revolución relativista

La mayor de las revoluciones de dicho período se produjo en el campo de la Física. Durante


el siglo XIX se habían acumulado desafíos a la continuidad del paradigma científico de
la mecánica newtoniana, que se veía forzada a adaptarse a los datos observados con recursos
cada vez más artificiosos, como la teoría del éter.

En 1900, el físico Max Planck estableció que la luz no podía desplazarse en cualquier
cantidad, sino solo en "paquetes" de un tamaño pequeño, pero determinado e indivisible:
los quanta. Se inició el espectacular desarrollo posterior de la física cuántica, exigiendo
conceptos de imposible encaje en la forma tradicional de percibir y entender la naturaleza
(por ejemplo, la identidad dual del fotón, como onda y como partícula a la vez). La
concepción de la estructura íntima de la materia cambió con rapidez, con la proposición de
diversos modelos atómicos (Niels Bohr, Ernest Rutherford, etc.) que reproducían una
estructura íntima cada vez más compleja que se podía estudiar experimentalmente (desde la
producción del electrón en los rayos catódicos hasta el estudio de la radiactividad -esposos
Curie (Marie y Pierre Curie)- y los reactores atómicos-Enrico Fermi-). La enunciación
del principio de incertidumbre (Werner Heisenberg, 1927), junto con otras formulaciones
de indeterminación, indecidibilidad o indiferencia en campos científicos (teoremas de la
incompletitud de Gödel, 1930, paradoja de Schrödinger, 1935), que implicaban la renuncia a
entender la realidad de forma determinista, trascendieron de lo meramente científico, y se
convirtieron en una característica extensible a la producción intelectual, la visión del mundo
y la experiencia vital en el convulso siglo XX: la revolución relativista, que se había iniciado
con los cinco artículos que el joven físico Albert Einstein publicó en 1905. La física
mecanicista de Isaac Newton, con sus conceptos absolutos de espacio y tiempo, quedaba
restringida a un caso particular (si bien el más aplicable en la experiencia humana cotidiana)
de la física relativista que identificaba tiempo y espacio (relativos en función del observador),
materia y energía (con la popularizada fórmula E=mc²). La posición del hombre en un
78

universo en expansión (Ley de Hubble, 1929), poblado de innumerables galaxias, se


empequeñecía y relativizaba; al tiempo que se ponía en su mano la posibilidad de utilizar una
capacidad de destrucción cuyas consecuencias éticas quizá no estuviera en condiciones de
valorar.

Véanse también: Historia de la física y Revolución científica

La rebelión del arte independiente de la segunda mitad del XIX, que llevó a la revolución
pictórica del impresionismo, exaltaba la libertad individual del artista frente a las
convenciones academicistas. La voluntad constante de buscar la originalidad y la
provocación frente a un mundo también cambiante se plasmó en la rápida sucesión de
las vanguardias.69 Incluso la arquitectura, el arte más conservador por su propia naturaleza
estable y su dimensión económica y funcional, sufrió una transformación radical en el primer
tercio del siglo XX.

Encontrando un valor en la incomprensión social, el malditismo de los artistas tendía hacia


formas cada vez más rebuscadas y elitistas (decadentismo, simbolismo,
etc.). Marinetti (Manifiesto futurista, 1908) vio las innovaciones técnicas y sociales tan
dignas para material artístico y literario como los temas antiguos o clásicos. Marcel
Proust (En busca del tiempo perdido, 1908-1923), pretendía captar la realidad en sus más
mínimos detalles, no con el compromiso político o el contacto con la realidad social
del realismo literario y el naturalismo del siglo XIX, vías agotadas prosaicas para los
escritores vanguardistas. George Orwell(Rebelión en la granja, 1945), denunciaba de
manera muy satírica el autoritarismo aplicado después de como un grupo obtenía el poder y
de qué forma eso afectaba a la población por la que se decía luchar. James Joyce, inspirándose
en la Odisea de Homero, compendió las técnicas literarias experimentales (corriente de la
conciencia o monólogo interior) en su Ulysses (1922), novela que llegó a ser prohibida por
pornográfica.

La literatura popular continuó con la fascinación por el folletín, de tradición romántica. Se


sentaron las bases, entre otros géneros, de las modernas novela policiaca y novela negra. A
pesar de reflejar en su temática rocambolesca y morbosa las tensiones propias del período y
de no carecer de innovaciones formales, era mucho más conservadora; sobre todo por la
79

imposición del gusto kitsch del público al que se dirigía, las masas, mientras que la literatura
experimental se dirigía a una élite selecta e ilustrada.

Véanse también: Arte moderno, Arte contemporáneo, Vanguardismo, Arquitectura


moderna y Literatura moderna.

La "historia inmediata" del "mundo actual": hacia la globalización

Las diferentes etiquetas metodológicas para designar la historia del mundo actual, del tiempo
presente o inmediata, no han llegado a un consenso académico sobre su hito de origen,
aunque el final de la Segunda Guerra Mundial, con el espectacular inicio de la era atómica y
la política de bloques de la Guerra Fría, fue considerado, al menos hasta finales de siglo XX,
como matriz del tiempo presente.70

También son de uso denominaciones que se refieren a las transformaciones tecnológicas,


energéticas y de los materiales propias de la tercera revolución industrial; y que bautizan
como era nuclear a la que sigue a la era de la electricidad o era del petróleo (propias de
la segunda revolución industrial, como la era del vapor lo fue de la primera), a pesar de que
los combustibles fósiles siguieron siendo los dominantes, incluso tras la crisis energética de
1973. La era del plástico,71 que había comenzado con las innovaciones de la química
orgánica de comienzos de siglo, se materializó efectivamente en sus décadas centrales
(celofán, plexiglás, nailon, etc.). La píldora anticonceptiva(1960) revolucionó la demografía
y la sociedad; al mismo tiempo que la revolución verde parecía haber encontrado la solución
al dilema malthusiano de la disparidad de crecimiento entre población y recursos.

Los límites al desarrollo y al consumismo aparecieron en forma de crisis


energéticas y ambientales (contaminación de suelos, aguas y atmósfera, adelgazamiento de
la capa de ozono, calentamiento global), mientras la gestión de los residuos se convertía en
un problema grave y a los problemas sanitarios tradicionales, ligados al hambre y al
bajo nivel de vida se sumaban los derivados de la obesidad y otros trastornos alimentarios,
el estrés, el tráfico derivado de la intensa motorización y la cada vez mayor presencia
de tóxicos y carcinógenos de todo tipo en los alimentos y el medio ambiente. Los
mismos antibióticos, de uso generalizado desde los años cincuenta, que parecían haber
80

dotado a la medicina del arma definitiva contra las infecciones, demostraron ser solo un
remedio temporal cuyo abuso degeneró en resistencia bacteriana.

La era de la información, con su correlato embrutecedor (sociedad del espectáculo y otros


conceptos vinculados a la televisión y su gigantesco impacto cultural y social)72 y su
correlato enriquecedor (la evolución hacia las denominadas economía del conocimiento y era
digital73 surgidos de la Revolución digital) marcan un plano de innovaciones
socioeconómicas aún más decisivas de un mundo cada vez más terciarizado e integrado tras
las sucesivas fases del proceso de la globalización,74 especialmente las producidas con la
institucionalización de la economía internacional por los acuerdos de Bretton Woods (1944-
1946), con la apertura de las amplias zonas antes restringidas al comercio colonial
(descolonización hacia 1960), y por último con la transición al capitalismo del bloque
socialista (hacia 1990).

La rivalidad ideológica entre los bloques no fue tan irreconciliable como se desprendía de las
declaraciones retóricas, incluso durante la distensión (Nikita Jrushchov planteaba que la
misión del comunismo era esperar a ser el enterrador del capitalismo). Algunos teóricos,
como Maurice Duverger, detectaron incluso la convergencia de ambos en torno distintos
grados de desarrollo de un estado planificador y de la ampliación de los derechos
individuales; puntos que también eran los que marcaban el campo de discrepancia de los
paradigmas económicos en que se movían los socialdemócratas y los liberal-conservadores
dentro de Occidente, especialmente en los países integrados en la Unión Europea.75 La
pragmática evolución de China hacia la economía de mercado se suele interpretar en un
sentido similar, aunque sus gigantescas dimensiones y el mantenimiento de su sistema
político plantean incógnitas no resueltas. La interpretación más optimista es la que ve esta
evolución como un fin de la historia (Francis Fukuyama). La interpretación más pesimista
prevé un inevitable choque de civilizaciones (Samuel Huntington), sobre todo entre la
occidental y la islámica. El panorama mundial se completa con el ascenso de otros espacios
antes subdesarrollados: los tigres asiáticos y otros NIC (nuevos países industrializados)
entre los que destacan Brasil e India, además de la nueva Rusia postcomunista (los
denominados BRICS). La resistencia a la globalización (altermundialismo) denuncia el
ahondamiento de la brecha del desarrollo entre países ricos y pobres, especialmente evidente
81

en la tragedia continuada del África negra, y en el cuarto mundo de la pobreza en el primer


mundo, enquistada en la marginación y la inmigración (ya sea ilegal o no).

El mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial (1945-1973)[editar]

Las superpotencias y el equilibrio del terror: la Guerra Fría

Sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, se definió un nuevo orden mundial en que
las viejas potencias europeas, muy dañadas, incluso las victoriosas, tuvieron que renunciar al
mantenimiento de sus vastos imperios en los que se impuso la descolonización, lo que
aumentó el número de actores políticos mundiales desde una cincuentena hasta
aproximadamente doscientos, en menos de medio siglo.

Sin embargo, este proceso no significó que los nuevos países adquirieran una independencia
real, pudiéndose hablar de un neocolonialismo; y una alineación general en dos bloques
liderados cada uno por una superpotencia. Tanto los Estados Unidos como la Unión
Soviética habían superado la guerra en condiciones de disputarse la supremacía mundial;
carrera en la que los Estados Unidos partía con una clara ventaja.7677

Su enfrentamiento no solo se debía a cuestiones de equilibrio internacional, sino a sus


opuestas estructuras económicas, sociales y políticas, y a su divergente ideología y
propaganda: Estados Unidos identificado con el liberalismo político y económico, que se
autodefinía como líder del mundo libre y campeón de la democracia; mientras que la Unión
Soviética era presentada como la alternativa totalitaria comunista (estalinismo, Pacto de
Varsovia, Kominform, KGB), agresiva y expansionista, que imponía regímenes de partido
único sometidos al centralismo democrático mediante la represión política y con un rígido
sistema económico negador de la libertad económica. La Unión Soviética, por su parte, se
exhibía como el socialismo realmente existente caracterizado por la colectivización y
la planificación estatal, propiciadora de la extensión revolucionaria de las democracias
populares que superarían a través de la colaboración y el internacionalismo proletario la
sumisión a las viejas potencias o a la nueva encarnación del imperialismo: los Estados
Unidos, presentado como una entidad militarista, racista y opresora
(macarthismo, discriminación racial), y proyectada al exterior por oscuras instituciones
(la OTAN, la CIA, la trilateral).

Telón de acero, macarthismo y espionaje[editar]


82

Un Telón de Acero (metáfora debida a Winston Churchill) dividió Europa, y por extensión
el mundo, separándolo en dos bloques, entre los que se situaban de varias zonas de influencia
disputada y que se transformaron en puntos de fricción internacional. Ante el temor de
suscitar crisis que amenazaran con desencadenar un enfrentamiento directo, como podría
haber ocurrido durante el bloqueo de Berlín (1949) o la crisis de los misiles en Cuba (1962);
la lógica de la Guerra Fría planteaba conflictos en zonas periféricas, de gran violencia, pero
que no significaban un choque directo entre las dos superpotencias, como la Guerra de
Corea (1950-1953) y la Guerra de Vietnam (1958-1975). No obstante, las sucesivas
ampliaciones de la zona de influencia soviética (victoria del bando comunista en la Guerra
civil china, 1949, Revolución cubana, 1959, descolonización africana) fue vista con
preocupación desde el bloque occidental (teoría del dominó), que justificó la necesidad de
intervenir en todo tipo de conflictos donde se identificase la posibilidad de avance soviético
(doctrina Truman). De hecho, la obsesión por la infiltración comunista se aplicaba al interior
de los Estados Unidos, donde entre 1950 y 1956 se desató una caza de brujas (macarthismo)
entre políticos, científicos, artistas e intelectuales. La propaganda y contrapropaganda, la
intoxicación o desinformación, el espionajey contraespionaje (tanto de inteligencia
militar como político o industrial), las figuras del agente encubierto y del agente doble, fue
parte esencial de la diplomacia de la época (KGB, CIA, UKUSA, Echelon, NSA etc.).
Las novelas y películas de espías se convirtieron en un género popular (El tercer
hombre, Carol Reed, 1949; Ian Fleming y su personaje James Bond, etc.).

Carrera espacial y carrera de armamentos[editar]


Artículos principales: Historia de las armas nucleares y Carrera espacial.

a rivalidad entre las superpotencias desató una carrera de armamentos centrada en la posesión
del arma nuclear, que los Estados Unidos desarrollaron en el último año de la Segunda Guerra
Mundial a través del Proyecto Manhattan (1945) y posteriormente compartieron con los
británicos (1952). El proyecto soviético de la bomba atómica culminó en 1949 (en parte
gracias al espionaje). Francia desarrolló su propia arma atómica en 1960 y China en 1964.
La firma del tratado de no proliferación nuclear en 1968 limitó la incorporación de nuevos
miembros al selecto club nuclear, al que solo se añadieron, con un esfuerzo del que se resintió
su desarrollo económico, India en 1974 y Pakistán en 1998 (a la tradicional cañones o
mantequilla, atribuida a Woodrow Wilson, se añadió en la época el comeremos hierba,
83

atribuida a Benazir Bhutto). Mientras que todos estos países declararon abiertamente su
condición de potencia nuclear, como parte esencial del efecto disuasivo estratégico que tal
arma tiene; otros países, en cambio, han optado por la ambigüedad en ese terreno,
como Israel y la República Sudafricana, que posiblemente obtuvieron armas nucleares en los
años setenta (Centro de Investigación Nuclear del Néguev, Incidente Vela).

La posesión de capacidad nuclear en ambos bloques así como de vectores eficaces para
alcanzar casi instantáneamente el corazón del territorio del enemigo (misil
balístico, superbombardero y submarino nuclear) hacían imposible que ni siquiera el agresor
pudiera sobrevivir al primer ataque, supuesta la represalia automática. Esta Destrucción
mutua asegurada recibió un acrónimo de humor negro: MAD (loco, por sus siglas en inglés),
originando un "equilibrio del terror" que suscitó el interés de los matemáticos que estaban
creando la teoría de juegos (John Forbes Nash, que planteaba las ventajas de la colaboración
incluso con el rival -dilema del prisionero-, y John von Neumann, partidario de una estrategia
radicalmente agresiva, representado como Dr. Strangelove en la película Dr. Strangelove or:
How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, de Stanley Kubrick, 1964).78

Simultáneamente, se desarrolló una frenética competición de aspecto no menos amenazador,


aunque su manifestación ante la opinión pública mundial fue casi deportiva: la carrera
espacial; en la que los iniciales éxitos soviéticos fueron contestados por un gigantesco
esfuerzo presupuestario estadounidense, cuya superioridad económica permitió ganar la
apuesta de Kennedy: llevar un hombre a la Luna antes de 1970. El retorno tecnológico de la
aventura espacial permitió avances espectaculares en múltiples campos productivos.

Para ambas carreras (la militar y la espacial), fue imprescindible la inicial contribución de
los ingenieros alemanes responsables de la principal innovación balística de la época (la V2)
que fueron capturados al final de la Segunda Guerra Mundial: Wernher von Braun en Estados
Unidos (NASA) y Helmut Gröttrup en la Unión Soviética, aunque el programa espacial
soviético estuvo fundamentalmente a cargo de Serguéi Koroliov.

Socialismo realmente existente, Plan Marshall y "milagro" europeo[editar]

Europa, dividida por el Telón de Acero en zonas de influencia mutuamente reconocidas de


las dos superpotencias, cumplió el papel de escaparate donde competían sus dos sistemas,
84

antagónicos en todos los aspectos (ideológico, político, social y económico). La


reconstrucción de posguerra fue muy diferente en cada caso.

Los Estados Unidos lanzaron el Plan Marshall (1947-1951), un paquete económico de ayuda
a la reconstrucción europea que los países de la órbita soviética rechazaron, con el argumento
de que supondría caer en la dependencia. Como alternativa, fundaron
el COMECON (Consejo de Ayuda Mutua Económica), que reguló los intercambios bajo
criterios de economía planificada y el liderazgo soviético; de un modo similar a cómo
políticamente los partidos comunistas locales establecían regímenes
denominados democracias populares (repúblicas populares o repúblicas democráticas) que,
aunque nominalmente autorizaran algún partido no obrero (como los partidos campesinos)
eran de hecho regímenes de partido único. La resistencia popular a la dominación soviética,
ejercida directamente o a través de gobiernos títere, llegó a estallar en revueltas duramente
reprimidas (sublevación de 1953 en Alemania del Este, revolución húngara de
1956, protestas de Poznań de 1956, Primavera de Praga de 1968, Ley Marcial en Polonia de
1981); o alternativamente, encauzadas en periodos de mayor tolerancia (octubre
polaco, revolución de terciopelo, legalización del sindicato Solidarność) coincidentes con
ciertas señales emitidas por el propio Kremlin (desestalinización, distensión, y finalmente
la perestroika).

La rapidez del desarrollo de Alemania Occidental e Italia justificó el uso de las


expresiones milagro alemán y milagro italiano, solo comparables al milagro japonés. De
hecho, las potencias derrotadas experimentaron menos dificultades que Francia o Reino
Unido, vencedoras, pero sometidas a traumáticos y prolongados procesos de independencia
en sus colonias de ultramar. El enorme diferencial acumulado (en niveles de producción y
sobre todo de consumo) con los países comunistas del este europeo fue decisivo para la caída
de esos regímenes a partir de 1989.

Mercado Común y Unión Europea[editar]


Artículo principal: Unión Europea

La Unión Europea había tenido ya en 1949 el exitoso precedente del Benelux (unión
comercial de Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo), modelo que se aplicó a
la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), el Euratom y la Comunidad
85

Económica Europea del tratado de Roma de 1957 (esos tres pequeños países más tres
grandes: Francia, Alemania e Italia), ampliada sucesivamente a nueve (Reino
Unido, Irlanda y Dinamarca, 1973), doce (Grecia, 1980, España y Portugal, 1982) y quince
países (Suecia, Austria y Finlandia, 1995). El espacio económico europeo se planteó como
librecambista e integrador hacia el interior, como la mejor manera de garantizar la
convergencia de niveles de vida y la comunidad de intereses que impidiera nuevas guerras
(especialmente entre Francia y Alemania, protagonistas de repetidos enfrentamientos desde
1870), mientras que hacia el exterior era fuertemente proteccionista, especialmente en una
agricultura generadora de excedentes que garantizaba la estabilidad de la población rural.

La primitiva comunidad económica gestó un germen de unidad política, con la elección de


un Parlamento Europeo desde 1979, de competencias ampliadas paulatinamente desde
el Acta Única Europea de 1986 y el Tratado de Maastrich de 1992 hasta el Tratado de
Lisboa de 2007. La incorporación de los países de transición al capitalismo se hizo en dos
fases: primero los más desarrollados y estables (en 2004: Polonia, República
Checa, República Eslovaca -anteriormente unidas en Checoslovaquia-, Hungría, la ex-
yugoslava Eslovenia y las antiguas repúblicas soviéticas de Estonia, Letonia y Lituania, -
junto a las islas mediterráneas de Chipre y Malta-), y después Rumanía y Bulgaria, siendo su
última incorporación la de Croacia (2013). La integración de Noruega, negociada en varias
ocasiones, se ha pospuesto en cada una de ellas por oposición interna en ese país, que dispone
de recursos naturales cuya explotación autónoma podría verse comprometida. La de Islandia,
por razones similares (las llamadas Guerras del Bacalaode los años 1950 y 1970) no se había
planteado seriamente hasta la gravísima crisis que afectó a ese país entre 2008 y 2009.
La candidatura de Turquía, planteada desde 1963 y repetidamente postergada, es objeto de
fuertes discrepancias sobre la posibilidad de que su condición de país musulmán, su gran
población y su diferencial de desarrollo afecten a la misma personalidad de la Unión.

El principal reto económico del siglo XXI ha sido intensificar la integración, que incluyó la
adopción del euro como moneda común; a la que no todos los países se han sumado.
Destacadamente, entre los más reticentes se encuentra el Reino Unido, desde donde se ha
popularizado y extendido la expresión euroescéptico. El fracaso en la aprobación de
la Constitución Europea ha obligado a reformular en varias ocasiones los proyectos más
ambiciosos de aumentar la dimensión política de la Unión.
86

Otras instituciones de integración europea, como la EFTA y el Consejo de Europa, han


perdido significación como consecuencia del éxito de las instituciones comunitarias, que son
un ejemplo de organización supranacional imitado por otros proyectos de integración
económica en el mundo.

Las nuevas organizaciones internacionales

Ante el fracaso de la Sociedad de Naciones para evitar la Segunda Guerra Mundial,


la Conferencia de San Francisco (1945) reemplazó a este organismo por la Organización de
las Naciones Unidas (ONU), que en 1948 proclamó la Declaración Universal de los
Derechos Humanos. El derecho internacional, fuertemente soberano, evolucionó para
recoger estas nuevas tendencias, que incluyen nociones como el principio de justicia
universal y el respeto a los derechos humanos sobre las jurisdicciones nacionales.

Además de mantener una destacada actuación política como foro mundial de las naciones, la
ONU desarrolló una serie de organismos paralelos que tendieron a mejorar las condiciones
de vida en todo el mundo. A la ya fundada Organización Internacional del Trabajo (OIT),
absorbida ahora por la ONU, se sumaron la Unesco, la FAO, la Organización Mundial de la
Salud (OMS), etcétera.

Descolonización[editar]
Artículo principal: Descolonización

El nacionalismo, surgido en la Europa del siglo XIX e impuesto como principio de


nacionalidad, una de las principales inspiraciones de las relaciones internacionales a partir
de los catorce puntos de Wilson, se contagió al resto del mundo: a lo largo de los vastos
imperios coloniales, más de un centenar de comunidades étnicas tradicionales o meros
agregados coyunturales resultado del trazado artificial de fronteras coloniales fueron
identificadas como naciones por concienciadas élites autóctonas que empezaron a buscar
activamente la independencia.

En 1947, el Imperio británico abandonó la India en medio de un sangriento conflicto interno,


que originó la creación de tres estados: uno de mayoría hindú (India), otro de mayoría budista
(Sri Lanka) y otro de mayoría musulmana (Pakistán), del que posteriormente se independizó
el enclave oriental (Bangla Desh, 1971). En 1948, el sionismo vio llegado el momento de
87

imponer la fundación del Estado de Israel en parte del Mandato Británico de


Palestina después de la guerra civil, iniciando un conflicto de larga duración con la población
árabe local (pueblo palestino) y los estados árabes vecinos. Indonesia se independizó de los
Países Bajos debido a la presión internacional generada por el intento neerlandés de
reocupación después de la invasión japonesa. La Indochina francesa inició una guerra de
independencia que, mediante la Conferencia de Ginebra (1954), originó el dividido estado
de Vietnam (Vietnam del Norte, 1955-1976; y Vietnam del Sur, 1955-1975), que continuó
en guerra civil y con intervención extranjera, en la que los estadounidenses sustituyeron a los
franceses (guerra de Vietnam). Las únicas colonias europeas supervivientes en Asia fueron
los pequeños enclaves de Hong Kong y Macao (entregados a China a finales del siglo XX).

En África, los imperios coloniales se fueron abandonando, a veces con independencias


pactadas (como la de Sudáfrica, 1960) y otras en medio de sangrientas guerras, como
la guerra de Argelia contra Francia, la independencia de Kenia (Jomo Kenyatta y los Mau
Mau) contra Inglaterra, o las guerras de independencia de Angola y Mozambique contra
Portugal (guerra colonial portuguesa). La descolonización del Sahara español originó un
nuevo conflicto entre el nuevo ocupante (desde 1975 el reino de Marruecos, que se había
independizado previamente de España y Francia en 1956) y el Frente Polisario. El último
territorio abandonado por una potencia europea fue la Somalia francesa (Yibuti, 1977),
aunque las últimas variaciones fronterizas se dieron entre la secesión de las mismas naciones
africanas con las independencias de Eritrea frente a Etiopía y Sudán del Sur frente
a Sudán respectivamente.

Se generaron enormes problemas políticos. el principio del uti possidetis para delinear a los
nuevos estados no podía ocultar que las fronteras de los dominios coloniales habían sido
trazadas para conveniencia de los imperios europeos, separando o juntando etnias y naciones
de manera completamente arbitraria. Los nuevos estados cayeron pronto en la inestabilidad
política o en férreas dictaduras, lo que originó catástrofes sociales, el genocidio de etnias
minoritarias y desplazamientos masivos de refugiados. La pobreza empeoró sobre el ya
precario nivel del pasado colonial, y se desencadenaron hambrunas y epidemias.
88

Tercermundismo[editar]
Artículo principal: Tercermundismo

Las nuevas naciones, aunque económica y socialmente subdesarrolladas, representaban a la


mayor parte de la población de la Tierra, y su gran número las permitía controlar la Asamblea
General de las Naciones Unidas (órgano en realidad poco decisivo). La conferencia de
Bandung (1955) intentó articular al margen de la voluntad de las superpotencias a los países
no alineados o tercer mundo, expresión con la que se les quería comparar con el papel
revolucionario del Tercer Estado en 1789 y que terminó siendo equivalente a la de países
pobres o subdesarrollados. A los países asiáticos y africanos que originalmente formaron
parte del movimiento se les vinieron a sumar los países de América Latina e incluso algunos
europeos: la comunista Yugoslavia (cuyo líder Josip Broz Tito se había desvinculado del
bloque soviético en la experimentación del denominado socialismo autogestionario después
de la Ruptura Tito-Stalin) y la capitalista Suecia (tradicionalmente neutral y muy
desarrollada económicamente).

Con fines de integración regional, se fundaron la Organización para la Unidad


Africana (1963) y el Pacto Andino (1967).

Populismo latinoamericano y revolución cubana[editar]


Artículos principales: Populismo latinoamericano y Revolución cubana.

Con la controvertida etiqueta de populismo se suelen designar diversos regímenes y partidos


políticos latinoamericanos de mediados del siglo XX (Juan Domingo Perón en
Argentina, Getúlio Vargas en Brasil, el denominado Gobierno Revolucionario de las
Fuerzas Armadas en Perú -pero también una de sus fuerzas opositoras: el APRA-, etc.)
incluyendo destacadamente el prolongado ejercicio del poder por el PRImexicano. Más allá
de ciertas similitudes con rasgos de las ideologías más opuestas (fascismo y comunismo),
difiere radicalmente de ellas por su pragmatismo y su opción clara por el reformismo. Se han
señalado como características propias su carácter de movimiento nacionalista y de resistencia
contra el neocolonialismo, un anticapitalismo más retórico que efectivo, la movilización
popular, la desconfianza al sistema tradicional de partidos políticos, la constitución de
liderazgos carismáticos y el intervencionismo estatal, que intentaba superar la dependencia
89

económica mediante una industrialización acelerada. El populismo latinoamericano sería la


respuesta a la decadencia de los grupos oligárquicos como factor de poder, que llevó a la
ampliación institucional de las bases sociales del estado, del que demanda su conversión en
un "estado regulador".79

Tras una guerra de guerrillas contra la dictadura de Fulgencio Batista, en 1959 llegó al poder
en Cuba un grupo de revolucionarios de confusa ideología, liderados por Fidel Castro y el
internacionalista Che Guevara. La política hostil de Estados Unidos, vinculado económica y
políticamente al anterior régimen y refugio de un cada vez mayor número de exiliados
cubanos, así como la propia dinámica interna del nuevo régimen, llevó a este a un
acercamiento cada vez mayor a la Unión Soviética y a la definición de la revolución
como marxista leninista, dirigida por el Partido Comunista de Cuba.

Véase también: Embargo de Estados Unidos contra Cuba

Medio Oriente y el petróleo[editar]


Artículo principal: Conflicto árabe-israelí

La zona de conflicto más activa en todo el periodo fue el Medio Oriente. Las
inmensas reservas petrolíferas del Golfo Pérsico la hacían estratégicamente decisiva en
la geopolítica petrolera. La desintegración del Imperio otomano en la Primera Guerra
Mundial, la sometió a una atomización en zonas de colonización francesa (Siria y Líbano) y
británica (Jordania e Irak), que se independizaron tras la Segunda Guerra Mundial. Tanto las
nuevas naciones como Egipto, Arabia Saudí e Irán, eran presionados para su alineación
política y el mantenimiento de la presencia económica de las multinacionales petroleras.

El nacionalismo árabe se encontró con su principal enemigo en el sionismo, que desde


la Declaración Balfour había iniciado la emigración judía al protectorado británico
de Palestina con la clara pretensión de obtener un Estado Nacional judío, y pese a la revuelta
árabe de 1936-1939 que demostró el descontento local, se proclamó unilateralmente en
1948. Israel y el mundo árabe libraron hasta 1973 cuatro guerras abiertas (la consecuente a
la descolonización en 1948, la suscitada por la invasión anglofrancesa del Canal de Suez en
1956, la Guerra de los Seis Días en 1967 y la Guerra de Yom Kipur en 1973) que
incrementaron sustancialmente el territorio controlado por el estado judío y provocó la salida
90

de un gran contingente de refugiados palestinos. La Organización para la Liberación de


Palestina (OLP) se organizó como movimiento de resistencia, en cuyo seno surgieron varios
grupos armados calificados de terroristas, rivales entre sí.

El dominio de los países árabes en la Organización de Países Exportadores de


Petróleo (OPEP) convirtió a esta en un instrumento de presión política internacional en su
beneficio, coordinando su producción para controlar los precios en el mercado, e incluso
retirando el suministro a los aliados de Israel, lo que estuvo en el origen de la crisis de 1973.
El enriquecimiento de las minorías dirigentes de las monarquías del Golfo no conllevó un
desarrollo interno de la zona, sino la exportación de capitales (petrodólares) a los países
desarrollados.

Contracultura y contestación juvenil. Nuevos movimientos sociales. Las protestas de


1968[editar]
Artículos principales: Movimientos sociales de 1968, Contracultura en la década de los
60 y Soixante-huitard.

Simultáneamente a la escalada de la tensión política mundial, los años cincuenta se


caracterizaron en la vida cotidiana de Occidente por la bonanza material y una cierta
actualización de los valores tradicionales, identificados con la familia nuclear (lo equívoco
de ese término, identificable con la amenaza atómica, fue objeto de alguna reflexión)
protagonista del fenómeno del baby boom. El final de las penurias de la Segunda Guerra
Mundial y la posguerra incluyó la incorporación masiva de los electrodomésticos y
la televisión.

Las imágenes idealizadas que transmitían los seriales televisivos y las comedias
cinematográficas de Hollywood no supusieron en realidad que la confianza en el futuro fuera
generalizada. Esa década tuvo su lado pesimista en la popularización del existencialismo y
del movimiento beatnik, críticas más estética que socialmente de izquierdas al capitalismo,
el imperialismo y el american way of life. Los miedos presentes en ese tiempo (la Era del
Miedo, según Albert Camus)80 se expresaban en el cine de serie B (con productos que iban
desde Godzilla -1954- hasta La noche de los muertos vivientes -1968-). Una selecta minoría,
cada vez más amplia, de jóvenes en busca de autoconocimiento (en muchas ocasiones
claramente autodestructivo) se lanzó al camino de los viajes que les proporcionaban la vida
91

en la carretera (moteros, mochileros, autostop), el amor libre y las drogas, imitando a Jack
Kerouac (On the Road, 1957) o inspirados por las obras de Aldous Huxley (Un mundo feliz,
1932; Las puertas de la percepción, 1954). La brecha generacional que se abrió entre ellos y
sus padres provocó de hecho una mayor represión y puritanismo frente a los años cuarenta,
como puso de manifiesto la cruzada emprendida contra el cómic desde la publicación de La
seducción de los inocentes de Fredric Wertham (1954). La rebeldía juvenil pretendía
rechazar el mundo conservador y tradicionalista de los adultos, y se identificaba en productos
que, paradójicamente, le ofrecía la propia industria del cine, como James Dean (Rebelde sin
causa, 1955). Los jóvenes de los cincuenta y los sesenta percibían como un desafío
generacional la lectura de libros como El guardián entre el centeno y acudir a proyecciones
de películas de arte y ensayo (Nouvelle vague francesa); o provocativo el escribir literatura
experimental o realizar happenings y otras manifestaciones de arte contemporáneo;
transgresiones que estaban al alcance de todos, independientemente de su sofisticación
intelectual, solo con leer los cómics de Marvel y DC o escuchar formas cada vez más
sofisticadas de rock and roll (de Bill Haley a Elvis Presley, Jimi Hendrix, The Beatles, The
Rolling Stones, The Doors o The Who).

La acumulación de presión social desde las nuevas generaciones estalló en verdaderas


revueltas en la década de los sesenta, marcada por la contracultura del movimiento hippie,
basado en ideales tales como el regreso a la naturaleza, la simplificación vital, el pacifismo
y el rechazo al materialismo y el consumismo en nombre de un espiritualismo de base oriental
(Maharishi Mahesh Yogi), indígena americana (Carlos Castaneda) o africana (Marcus
Garvey y los rastafaris) más o menos genuino; que no obstante terminaron siendo asimilados
como pseudovalores integrables por el mismo sistema que pretendían subvertir. La
llamada revolución de las flores o flower power dejó su impronta en movimientos tales como
el megaconcierto de Woodstock (1969), la psicodelia y muy diversas sectas, comunas y
otros experimentos de mayor o menor proyección.

El activismo político, el otro lado de la moneda de la desmovilización hippie o psicodélica,


también caracterizó a gran parte de la juventud de la época. La movilización contra la guerra
de Vietnam, extendida por los países occidentales, fue especialmente fuerte entre la juventud
estadounidense, simultáneamente al movimiento por los derechos civiles, protagonizado por
los afroamericanos, pero de carácter interracial (Martin Luther King, Malcolm
92

X, John y Robert Kennedy, todos ellos asesinados entre 1963 y 1968). Las movilizaciones
estudiantiles de 1968, iniciadas en el mayo francés y extendidas por Europa Occidental
(Alemania Occidental, Gran Bretaña, España, Italia, Suecia, etc.) y América (Estados
Unidos, México, Jamaica, Brasil, etc.), tuvieron tan confuso carácter ideológico que podían
emparentarse tanto con la Primavera de Pragaen Checoslovaquia como con la Revolución
Cultural de la China maoísta, y popularizaron a pensadores tan opuestos como Martin
Heidegger y Herbert Marcuse.

La contestación juvenil y los nuevos agentes sociales generaron nuevos movimientos


sociales superadores de los movimientos sociales tradicionales, como el movimiento obrero.
Entre ellos estaban el ecologismo y la conciencia de los límites del crecimiento (Primavera
silenciosa, Rachel Carson -1962-, informe del Club de Roma que propugnaba el crecimiento
cero -1970-, Greenpeace -1971-), el movimiento antinuclear, el movimiento por
los derechos del consumidor (Inseguro a cualquier velocidad, 1965, Ralph Nader),
el feminismo y otros movimientos relacionados con la revolución sexual (movimiento
LGTB), la revolución o renovación educativa (Libro rojo del cole, 1969),81
la antipsiquiatría, los derechos de los discapacitados y a la vida independiente (Ed
Roberts),82 y muchos otros a menudo opuestos entre sí, que iban desde el movimiento
pacifista hasta el terrorismo y otras formas de violencia (Charles Manson, Patricia Hearst).

Aggiornamento de la Iglesia católica[editar]


Artículos principales: Concilio Vaticano II y Teología de la liberación.

Ni siquiera la Iglesia católica permaneció ajena a la fiebre juvenil. La necesidad


del aggiornamento (puesta al día) que demandaban las denominadas comunidades cristianas
de base quedaba evidenciada por la crisis de vocaciones que vaciaba los seminarios, mientras
una minoría creciente de sacerdotes se acercaba a distintos movimientos de contestación de
la autoridad, como los curas casados o los curas obreros. El breve pontificado de Juan
XXIII abrió la oportunidad de que la parte más aperturista de la jerarquía eclesiástica, entre
la que se contaba la Compañía de Jesús, impusiera sus tesis en el Concilio Vaticano II.
Cuestiones doctrinales de difícil plasmación práctica, como el ecumenismo, se acompañaron
de otras mucho más visuales y cercanas a la sensibilidad juvenil, como la misa en lengua
vernácula o el estímulo a la utilización de música moderna en el culto. Las relaciones
93

entre ciencia y fe, que habían alejado al catolicismo de la modernidad desde tiempos
de Galileo, recibieron un impulso notable, que de hecho sobrepasó la posición más recelosa
de la mayor parte de las confesiones protestantes en un punto clave como el evolucionismo.

La sucesión de Pablo VI continuó con los mismos parámetros, pero limitó las expectativas
de los grupos más radicales al condenar el uso de los métodos anticonceptivos y no suavizar
la moral sexual católica ante el desafío que suponía la generalización social de las relaciones
prematrimoniales y el divorcio. Mientras una minoría de los clérigos
más tradicionalistas llegaba a amenazar con el cisma (Marcel Lefebvre), los
teólogos progresistas como Hans Küng, Hélder Câmara o Leonardo Boff profundizaron la
implicación del pensamiento cristiano en la realidad social desde un compromiso muy
distinto al que representaba la Democracia Cristiana, situada en el centro-derecha político.
En América Latina la denominada opción preferencial por los pobres de la Teología de la
Liberación acercó a muchos clérigos a los movimientos de izquierda, llegando a verse el caso
de curas guerrilleros.

El fin de la Guerra Fría (1973-1989)[editar]

Después de conflictos como la Crisis de Berlín de 1961 o la Crisis de los


Misiles de 1962 en Cuba, que habían puesto a la humanidad al borde de la Tercera Guerra
Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética buscaron formas más conciliadoras de manejar
la política mundial, incluyendo el famoso teléfono rojo. El resultado fue la
llamada distensión. Henry Kissinger, secretario de estado del Presidente Richard
Nixon inició diversas maniobras de intervención sin utilización directa del ejército
estadounidense para contrarrestar la influencia soviética con una reorientación de su política
internacional en un sentido pragmático; destacadamente el patrocinio de las dictaduras
militares en América Latina y el acercamiento a la China comunista de Mao
Zedong (diplomacia del ping-pong). Se puso fin a la Guerra de Vietnam (la guerra odiada
por su propia juventud) en lo que supuso la aceptación de una verdadera derrota militar (firma
de los Acuerdos de paz de París de 1973). La distensión hacia la Unión Soviética, cuya
vertiente bilateral consistió en lentas negociaciones de desarme nuclear, de colaboración en
el espacio y de incentivación de los intercambios comerciales (la alimentación soviética pasó
a depender en buena medida de los excedentes cerealistas estadounidenses); incluyó una
94

iniciativa multirateral: la conferencia de Helsinki (1973-1975), que por un lado confirmaba


las fronteras y esferas de influencia surgidas de Yalta, pero que con el tiempo demostró ser
un eficaz disolvente interno del bloque soviético, pues otro de sus pilares era el respeto a los
derechos humanos, lo que significó la visibilización internacional de los disidentes (el más
conocido, Aleksandr Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura en 1970, había sido deportado
en 1974 y publicó entre 1973 y 1978 las tres partes de su obra de denuncia Archipiélago
Gulag). Por la misma época, los partidos comunistas de Europa Occidental se fueron
distanciaron de la anterior dependencia de la Unión Soviética, en lo que se
denominó eurocomunismo.

Frente al alejamiento de la religión que caracterizó hasta entonces a la Edad Contemporánea,


y que habían alcanzado su punto álgido con la contracultura y los movimientos surgidos de
las protestas de 1968, comenzaban a observarse síntomas contrarios. André Malraux había
pronosticado el siglo XXI será religioso o no será.84 Además de la extensión
del fundamentalismo religioso en muy distintos ámbitos y religiones; se produjo
una reacción conservadora o un auge de movimientos conservadores en todo el mundo, que
de una u otra forma pretenden un retorno o una actualización de los valores tradicionales que
deberían imponerse socialmente, por voluntad de una mayoría moral, existente o por
construir, que lo habría de propiciar. Su modelo político, económico, social e ideológico para
los países occidentales se desarrolló en el Reino Unido entre 1979 y 1990:
el thatcherismo. Margaret Thatcher (líder tory, la primera mujer en el cargo de primer
ministro, conocida como la dama de hierro) emprendió una política claramente liberal en lo
económico y contraria a lo que consideraba excesos del estado de bienestar y a la fuerte
influencia de los sindicatos (que respondieron con movilizaciones huelguísticas que
fracasaron), construyéndose una nueva realidad social bautizada como sociedad de mercado,
basada intelectualmente en las formulaciones de filósofos y economistas como Karl
Popper, Friedrich Hayek y Milton Friedman.85 Para designar a ese movimiento político se
utilizaron las etiquetas aparentemente contradictorias
de neoliberalismo y neoconservadurismo. El nuevo ideal vital de amplias capas sociales pasó
a ser no el joven hippie melenudo del 68, sino el joven yuppie encorbatado de los ochenta.86
Se habla de una era postmoderna que Gilles Lipovetsky define como Era del Vacío ligada a
la crisis, caracterizada por un individualismo (existencia a la carta, narcisismo, estallido de
95

lo social, disolución de lo político) que elude la rebelión y el disentimiento característicos de


los años de expansión transformando las manifestaciones de la violencia.87

Crisis de 1973 y tercera revolución industrial[editar]

La crisis de 1973, desencadenada por la utilización del petróleo como arma política por
la OPEP en el conflicto árabe-israelí, significó el comienzo de un ciclo de dificultades
económicas para los países occidentales (la denominada stagflación: inflación simultánea a
un estancamiento de la producción, con altas cifras de desempleo), que se agravaron en los
primeros años ochenta. El keynesianismo, paradigma económico dominante desde la Gran
Depresión, pasó a ser cuestionado por alternativas neoliberales (Milton Friedman y
la Escuela de Chicago), que planteaban como solución la reducción del papel del estado en
la economía y la recuperación del papel prioritario de la iniciativa privada y del mercado
libre sin interferencias ni planificación.

La revolución industrial había entrado en una tercera fase o revolución científico-técnica.


Aunque el petróleo siguió siendo la fuente de energía dominante, la crisis (una crisis
energética recurrente que se manifestaba según la coyuntura política, como demostró en 1980
la Guerra Irán-Irak y en 1990 la Guerra del Golfo) evidenció la necesidad de sustituirla
por fuentes de energía alternativas, unas renovables y otras no renovables, como la energía
nuclear (muy rechazada por el movimiento ecologista, que algunos países desarrollaron
intensivamente para conseguir el autoabastecimiento energético -Francia-). Para otros, el
encarecimiento del petróleo tuvo como efecto la posibilidad de explotación de reservas hasta
entonces antieconómicas (plataformas marinas del Mar del Norte para Reino Unido y
Noruega).

Las estructuras industriales más obsoletas, especialmente las más intensivas en mano de obra,
sufrían un proceso de deslocalización hacia lo que por entonces se llamaba países en vías de
desarrollo y a finales de siglo se llamarán nuevos países industriales, mientras que los
antiguos países industrializados avanzan en un proceso de terciarización, en el que cada vez
tenían más peso la aplicación de nuevas tecnologías basadas en las telecomunicaciones,
la informática, la robótica y la denominada economía del conocimiento.

Caída de las dictaduras mediterráneas europeas y golpes de estado en el Cono


Sur[editar]
96

El golpe de los coroneles griegos (1967) había sumado ese país a las dos dictaduras del sur
europeo que se prolongaban desde la época fascista: el Portugal de Oliveira Salazar y
la España de Francisco Franco. Durante los denominados años de plomo, parecía que incluso
la democracia italiana estaba en peligro de involución.

La tendencia se revirtió con la Revolución de los claveles portuguesa (1974), en la que el


ejército colonial, enfrentado a la inutilidad de su sacrificio en las guerras de independencia
de Angola y Mozambique, dio paso a un régimen multipartidista que, tras unos primeros años
de agitación social, se encauzó como una democracia equiparable a las europeas.
La transición española a partir de la muerte de Franco, sucedido por Juan Carlos I (1975),
tuvo un recorrido más estable pilotado por el centrismo de Adolfo Suárez (1976-1981).
También en Grecia se produjo la restauración democrática después de violentas
revueltas (1974). En los tres casos, la incorporación al Mercado Común Europeo sancionó la
consolidación de la democracia.

En cuanto a Turquía, involucrada bélicamente en la guerra civil de Chipre que estalló tras
el golpe militar contra el Gobierno de Makarios III (1974), el predominio de los militares en
la vida pública siguió siendo decisivo; teniendo un revés después de sufrir su tercer golpe de
estado (1980-1983). Los regímenes del Mediterráneo árabe (de Siria a Marruecos) tampoco
se vieron afectados por transformaciones políticas decisivas, variando su grado de alineación
o enemistad con Occidente o la retórica panarabista o árabe socialista, pero desde sistemas
esencialmente autoritarios.

En el Cono Sur sudamericano se produjo un recurso generalizado al autoritarismo para evitar


la posibilidad del establecimiento de gobiernos izquierdistas como el chileno de Salvador
Allende, contrarios a los intereses de las clases dominantes y de los Estados Unidos
(que apoyó los golpes de estado e incluso formaba teóricamente a sus protagonistas en
la Escuela de las Américas). A los regímenes militares ya existentes (el paraguayo, 1954-
1989, y el brasileño, 1964-1985) se sumaron la dictadura cívico-militar en Uruguay (1973-
1985), el Régimen Militar en Chile de Augusto Pinochet (1973-1990) y la junta militar
argentina(1976-1983).
97

Estados Unidos tras el Watergate[editar]

En Estados Unidos, tras el escándalo Watergate que retiró a Richard Nixon de la presidencia
(1974), el mandato del demócrata Jimmy Carter (1977-1981) se caracterizó por sufrir los
efectos más penosos de la crisis iniciada en 1973, por un retroceso de la influencia en
América Latina (revolución sandinista en Nicaragua) y otras zonas del Tercer
Mundo (Camboya, Yemen del Sur, Etiopía, Angola, Mozambique, Somalia, Congo, etc.) y
por significativas humillaciones internacionales (crisis de los rehenes en Irán, 1979-1981).
Frente a lo que consideraban pérdida de valores tradicionales, excesos de permisividad y
anomia social, se organizó un poderoso grupo de presión visibilizado por
los telepredicadores religiosos y la denominada mayoría moral, que consiguió dos
presidencias republicanas consecutivas (tres mandatos: los de Ronald Reagan, 1981-1988,
y Bush padre, 1989-1992). Con una política abiertamente agresiva hacia la Unión Soviética,
a la que denominó "Imperio del mal", Reagan proponía un final victorioso a la Guerra Fría
mediante un enfriamiento de las relaciones bilaterales y el inicio de investigaciones para un
posible futuro establecimiento en el espacio exterior de un sistema de intercepción de misiles
balísticos, la llamada Iniciativa de Defensa Estratégica(bautizada por la prensa como "Star
Wars" en alusión a la contemporánea serie de películas de George Lucas) y un más concreto
despliegue de misiles nucleares de alcance intermedio en Europa (euromisiles, respuesta a
una iniciativa soviética similar -SS-20-), en una reactivación de la carrera nuclear que los
soviéticos no estuvieron en condiciones de seguir. En América Latina, tras el ciclo de golpes
de estado militares de los años setenta (Chile y Uruguay, 1973; Argentina 1976), desde la
época de Carter se pretendía oficialmente el sostenimiento de los regímenes nominalmente
democráticos, lo que en la época de Reagan se concretó en la intensificación del
sostenimiento de los gobiernos aliados frente a las guerrillas izquierdistas y el apoyo velado
a los movimientos hostiles a los gobiernos no propicios (como la contra nicaragüense),
llegando a la intervención directa (invasión de Granada -1983-, invasión de Panamá -1989-
).

Reacción conservadora católica[editar]


98

En la Iglesia católica se produjo un fortalecimiento de la tendencia conservadora a partir


de Juan Pablo II, que revisó los planteamientos más progresistas del Concilio Vaticano II y
los pontificados anteriores (Juan XXIII, Pablo VI, y el efímero de Juan Pablo I), reprimió
la teología de la liberación, muy activa en Latinoamérica (fue muy evidente su malestar por
la entrada del sacerdote Ernesto Cardenal en el gobierno sandinista de Nicaragua) y se apoyó
en movimientos conservadores como el Opus Dei (a cuyo fundador, Josemaría Escrivá de
Balaguer beatificó y canonizó con gran rapidez) frente a la anterior preferencia por
la Compañía de Jesús (entre cuyas filas estaban Ignacio Ellacuría y los demás asesinados
en El Salvador en 1989).

Revolución islámica[editar]
Véanse también: Islamismo, Fundamentalismo islámico, Sharia, Yihadismo y Wahabismo.

A partir de la Revolución iraní (derrocamiento del proestadounidense sah Reza Pahlaví, por
un movimiento integrista liderado por el ayatolá Ruhollah Jomeini, 1979) se produjo en todo
el mundo islámico (tanto entre los chiítas como entre los mayoritarios sunnitas), y entre las
numerosas colonias de inmigrantes islámicos en Europa, el llamado despertar islámico o
revolución islámica, cerrando el ciclo que desde la descolonización identificaba la causa
árabe con el nacionalismo de izquierdas o tercermundista. Los gobiernos y clases dominantes
de los países musulmanes hubieron de optar por tres posibles estrategias: frenar el
movimiento (como en Argelia, que anuló las elecciones que iban a ganar los islamistas,
desencadenando una violentísima reacción armada en 1991); coexistir en un precario
equilibrio (los países denominados moderados, los más firmes aliados de Estados Unidos,
como las monarquías del Golfo -encabezadas por Arabia Saudí, que logró contener un
levantamiento armado en el Incidente de la Gran Mezquita-, Egipto, Marruecos o Turquía -
cuyo laicismo oficial convive desde 2003 con la presencia en el poder de Recep Tayyip
Erdoğan, un islamista moderado-, y los países más poblados y lejanos del ámbito
árabe: Pakistán e Indonesia); o unirse a él (Sudán, 1983).

El apoyo estadounidense a los talibanes afganos para la expulsión de los soviéticos de


Afganistán (1979-1989) tras la Revolución de Saur (1978) terminó convirtiendo a este país
en el más claro refugio del denominado terrorismo islámico, y originando los conflictos del
inicio del siglo XXI. Otra de las maniobras occidentales para intentar contener el extremismo
99

islámico, la utilización del régimen iraquí de Saddam Hussein contra Irán (Guerra Irán-Irak,
1980-1988) también tuvo resultados totalmente contraproducentes para esa estrategia:
intensificó el integrismo iraní y propició la deriva antioccidental del dictador iraquí, lo que
originó también nuevas guerras en el periodo siguiente. La clave del enfrentamiento islamista
contra occidente continuó siendo la persistencia del conflicto árabe-israelí, y la identificación
de Estados Unidos como el principal apoyo del Estado judío.

Glasnost y Perestroika[editar]

En 1985 Mijaíl Gorbachov fue nombrado Secretario General del Partido Comunista de la
Unión Soviética, en una renovación generacional de la cúpula dirigente que llevó a la
liquidación de la Guerra Fría y a reformas liberalizadoras en el interior del régimen soviético,
que recibieron los nombres de perestroika (reestructuración) y glásnost (apertura o
transparencia). El tratado de desarme de 1987 significó el final de la carrera armamentista.
Entre tanto, aumentaba la agitación interna, desatada tanto por las resistencias de los
partidarios del mantenimiento intacto de las prácticas estalinistas
(nostálgicos o conservadores) como por la impaciencia de los antiguos disidentes y los
oportunistas que vieron llegado el momento de optar por cambios radicales (que para algunos
se limitarían al establecimiento de un socialismo democrático y para otros deberían significar
la transición a un sistema liberal-capitalista homologable con Occidente). Las tímidas
reformas económicas no solucionaron los tradicionales problemas de abastecimiento y
aumentaron el descontento de la población, que ya no se ocultaba como en épocas anteriores
de mayor penuria. En los países de la órbita comunista, la pérdida de confianza entre los
regímenes locales y los nuevos dirigentes soviéticos estimuló los movimientos cada vez más
atrevidos de la oposición clandestina.

Revoluciones de 1989[editar]
Artículo principal: Revoluciones de 1989

En 1989, la acumulación de energías llegó al punto necesario para el estallido revolucionario.


En Alemania Oriental, la evidente pérdida de apoyo soviético a los dirigentes comunistas
locales, les enfrentó a una movilización popular que, a diferencia de ocasiones anteriores, no
fue reprimida, y cuya fuerza mediática, simbolizada en los martillazos de la multitud festiva
derribando el Muro de Berlín llegó a los receptores de televisión de todo el mundo (Die
100

Wende). Los hechos más violentes tuvieron lugar en Rumania, donde la represión fue más
dura por la resistencia a abandonar el poder por parte de Nicolae Ceaușescu (el dirigente más
autónomo del bloque del este, que hasta entonces gozaba de una especial consideración
de mediador ante los occidentales) que fue fusilado sumariamente en lo que igualmente
fueron otras imágenes mundialmente difundidas.

Las relaciones entre los dos bloques evidenciaron el final de la Guerra fría por la victoria del
occidental, con hitos como la Cumbre de Malta (2 y 3 de diciembre de 1989) y la Carta de
París (19-21 de noviembre de 1990).88

Disolución de la Unión Soviética[editar]


Artículo principal: Disolución de la Unión Soviética

La propia Unión Soviética se encaminaba hacia su disolución, quedando cada vez más claro
que los nuevos espacios de visualización de la disidencia soviética (simbolizada en Andréi
Sájarov) no funcionaban como un apoyo de la reforma del sistema, sino como una fuerza
disolvente, sobre todo los de las repúblicas soviéticas no rusas; mientras que los partidarios
de una vuelta a las prácticas estalinistas. Después del Referéndum de la Unión Soviética de
1991, y durante un intento de golpe de estado promovido contra Gorbachov para evitar la
firma del Nuevo Tratado de la Unión, un reformista radical, Borís Yeltsin, consiguió hacerse
con el poder y promovió un hondo proceso de reformas liberales, incluyendo la disolución
del Partido Comunista de la Unión Soviética. Las repúblicas bálticas ya habían conseguido
la independencia de hecho; las demás se apresuraron a declararse independientes, pasando
varias de ellas a constituirse en precarias superpotencias nucleares. El régimen comunista
terminó así de desplomarse en medio de un caos económico en que la gran mayoría de la
población caía en la pobreza y las propiedades y empresas socializadas o construidas desde
la Revolución se privatizaban (cada ciudadano recibió una especie de bono que podía vender
en el mercado libre), mientras los antiguos dirigentes de la nomenklatura y el KGB formaban
grupos económicos formales o informales (algunos incluso delictivos, la denominada mafia
rusa) que se afianzaron con el control económico y político de la nueva Rusia, cuyo nombre
institucional pasó a ser Federación de Rusia después de la firma del Tratado de Belavezha.
Muchos otros rasgos del pasado zarista que el comunismo se había jactado de eliminar, como
el nacionalismo y la religión ortodoxa, volvieron a desarrollarse.
101

Véase también: Colapso económico de la URSS

¿"Fin de la Historia" o "Choque de civilizaciones"? (1989-actualidad)[editar]


Véanse también: El fin de la Historia y el último hombre y Choque de civilizaciones.

Nuevo orden posterior a la caída del muro de Berlín[editar]

La caída del bloque comunista o del Este provocó un reorganización del sistema
internacional. El más espectacular de los cambios ocurrió en Europa, donde se produjo el
estallido del statu quo mantenido desde Yalta, y que a muchos observadores, incluyendo a la
buena parte de los estadistas (destacadamente, Margaret Thatcher y François Mitterrand),
parecía inamovible o al menos de no conveniente vulneración. Dentro de su propio ámbito,
la rigidez del sistema político comunista y la interiorización de la represión había disimulado
la persistencia de problemas étnicos y religiosos, que a partir entonces se expresaron en toda
su dimensión.

Guerras yugoslavas[editar]
Artículos principales: Guerras yugoslavas y Disolución de Yugoslavia.

Paradójicamente, fueron los estados europeos menos vinculados a la Unión Soviética los que
más violentamente sufrieron la caída del muro. El sistema comunista más aislado del
mundo, Albania, se desintegró en medio de la anarquía, mientras que Yugoslavia, ignorando
las poco decididas peticiones de mantenimiento de la unidad por parte de la comunidad
internacional, se fragmentó en las repúblicas que componían su confederación (el derecho a
la secesión estaba reconocido en su constitución). Las más decididamente separatistas
fueron Eslovenia y Croacia, católicas y declaradamente pro-occidentales (explícitamente
buscando el decisivo apoyo alemán), mientras que Serbia(ortodoxa y pro-rusa) pretendía la
continuidad de una República Federal de Yugoslavia (desde 1992) bajo el liderazgo del
comunista Slobodan Milošević, con una postura cada vez más nacionalista serbia. Los
conflictos más graves surgieron en Bosnia-Herzegovina (de composición étnica muy
mezclada entre serbio-bosnios, bosnio-croatas y bosnio-musulmanes) y la provincia serbia
de Kosovo (mayoritariamente poblada por albaneses). La intervención internacional,
liderada por los Estados Unidos, sancionó la derrota serbia en ambos conflictos (guerra de
Bosnia y guerra de Kosovo).
102

Las antiguas repúblicas s

La separación de las repúblicas bálticas fue radical, y llevó a su integración en Occidente


(OTAN y Unión Europea), mientras que la de las repúblicas del Asia Central no lo fue tanto,
permaneciendo fuertes vínculos con la reorganizada Federación Rusa. Lo mismo ocurrió
en Bielorrusia, donde se estableció un régimen autoritario. Ucrania, sobre todo tras
la revolución naranja, se ha mantenido en un difícil equilibrio, no sin conflictos de naturaleza
económica, como las denominadas guerras del gas. En la zona del Cáucaso se produjo la
independencia de las repúblicas del sur (Georgia, Azerbaiyán y Armenia), mientras que el
norte permaneció dentro de la Federación Rusa. En ese entorno se han producido los
enfrentamientos más violentos, como el de Chechenia (Primera y Segunda Guerra
Chechena), duramente reprimido por los nacionalistas rusos. Ciertos vínculos institucionales
entre las antiguas repúblicas soviéticas se han mantenido en una Comunidad de Estados
Independientes (CEI), de entidad poco más que simbólica.

El despertar de China[editar]

Se atribuye a Napoleón la frase dejad que China duerma, cuando China despierte... el mundo
temblará.89 Si el "despertar" de China se ha venido produciendo desde la Revolución, su
impacto en el mundo no se produjo decisivamente hasta finales del siglo XX, y bajo criterios
muy distintos a los del maoísmo. La República Popular venía transformándose desde el
proceso a la denominada banda de los cuatro que siguió a la muerte de Mao Tsé-
Tung (1976). Se produjo una apertura en el régimen comunista chino, que bajo el liderazgo
de Deng Xiaoping y su política de un país, dos sistemas, intentó generar una economía de
mercado sin sacrificar el régimen político comunista de partido único, cuyo carácter
totalitario quedó evidenciado con la represión de las protestas de la Plaza de Tian'anmen de
1989. El continuado crecimiento económico ha convertido a China en una potencia de cada
vez mayor importancia. Los productos chinos cada vez tienen mayor presencia en el
comercio internacional, así como sus inversiones, orientadas sobre todo a la búsqueda de
materias primas y recursos energéticos por todo el mundo; aunque su papel en el sistema
financiero y monetario internacional es mucho menor. La tecnología china ha permitido
colocar en órbita a su propio taikonauta (Yang Liwei en la misión Shenzhou 5, 2003). El
alcance de su creciente capacidad militar es una incógnita que aún no ha sido puesta a prueba,
103

pero su presencia en el concierto internacional quedó evidenciada de forma clara desde


la recuperación de Hong Kong (1997) y Macao (1999).

Expansión y "decadencia" de Europa[editar]

La reunificación de las dos Alemanias, la transformación de las Comunidades Europeas en


la Unión Europea y su expansión hacia los países del este en transición al capitalismo,
convirtieron a Europa, ya sin el adjetivo de occidental, en un "gigante económico", cuya
divisa, el euro, equilibró eficazmente el anterior monopolio del dólar en los mercados
monetarios internacionales. No obstante, la incapacidad demostrada por los países miembros
para profundizar las partes no económicas de la unión, y la falta de coordinación exterior la
dejaron como un "enano político", a pesar de su crecimiento burocrático e institucional
(Tratado de Lisboa, 2007). La iniciativa en los foros internacionales y en las intervenciones
militares siguieron dejándose en manos de los Estados Unidos, como mucho coordinados a
través de la OTAN, incluso para conflictos en el mismo corazón del continente, como las
guerras yugoslavas. El Reino Unido mantuvo recelos euroescépticos a la mayor parte de las
políticas integradoras, así como su relación preferencial "transatlántica" con la superpotencia
americana. En ausencia de una única autoridad común, el denominado eje franco-alemán,
mantenido por los líderes de ambas naciones más allá de las personas o partidos que fueron
sucediéndose en el poder, funcionó como el más evidente núcleo de poder decisorio en
Europa.90

El "poder blando" de Estados Unidos[editar]

La victoria en la Guerra Fría dejó a Estados Unidos como única superpotencia, no solo en lo
militar, sino en el denominado poder blando que se concreta en la difusión de sus productos
culturales y tecnológicos (destacadamente los ligados a la informática e internet) y la
universalización de la particular ideología, identificada con el American way of life que
considera indivisibles la libertad política y económica (capitalismo democrático). La
presidencia pasó de los republicanos (Ronald Reagan, 1981-89 y Bush padre, 1989-93) a los
demócratas durante los mandatos de Bill Clinton (1993-2001), para volver a los republicanos
con Bush hijo (2001-2009).

A pesar de su continuidad indiscutida en la cúspide de la riqueza económica, el poder militar


y el predominio ideológico, o bien precisamente por la frustración de las expectativas
104

suscitadas por ello; las interpretación más común del sistema internacional suele hablar de
un declive de Estados Unidos,91 incluso de un fracaso en cuanto a la gestión de su liderazgo
frente los problemas mundiales: calentamiento global (negativa a firmar el protocolo de
Kioto), proliferación nuclear92 (problemática respuesta a los desafíos nucleares de Corea del
Norte e Irán, tras la utilización del argumento de las armas de destrucción masiva para
justificar la guerra de Irak), terrorismo, incapacidad para responder a las crecientes demandas
de resolución de conflictos en estados fallidos o crisis humanitarias (especialmente en
África, donde la fracasada intervención en Somalia -1993- llevó a la no intervención en
el Genocidio de Ruanda -1994- o en el Conflicto de Darfur -2003-); y un empeoramiento de
su imagen internacional (antiamericanismo). Su propia opinión pública interna se
caracterizaba (al menos hasta el 11-S) por una doble y contradictoria exigencia: la de
intervenir en el exterior para solucionar todo tipo de problemas mundiales, y la intolerancia
a asumir el riesgo de pérdida de vidas no solo propias, sino también del enemigo. Tales
exigencias llevaron a una extremada tecnologización de la guerra y a todo tipo de cautelas
mediáticas (la Guerra del Golfo -1991- fue retransmitida en directo por
la CNN prácticamente sin imágenes de heridos o cadáveres).

Los conflictos internos dentro de Estados Unidos, superada la fase más combativa de la lucha
por los derechos civiles, se expresaron en un aumento de la actividad de grupos
ultraconservadores y una preocupante difusión de la violencia grupal o individual (disturbios
de Los Ángeles en 1992, masacre de los davidianos de Waco y atentado del World Trade
Center -1993-, atentado de Oklahoma City -1995-, atentados antitecnológicos
de Unabomber -hasta 1996-, Masacre del instituto Columbine -1999-) denunciada por un
famoso documental de Michael Moore.

Democratización de América Latina

La desaparición de la Unión Soviética rompía toda posible vinculación entre los movimientos
izquierdistas locales de América Latina (las FARC, Sendero Luminoso, etc.) y cualquier
superpotencia hostil a Estados Unidos; lo que había sido la principal causa para su apoyo a
las dictaduras militares de los años setenta y ochenta. Las últimas intervenciones
estadounidenses, con utilización abierta de fuerza armada, fueron la invasión de Granada,
1983 y la de Panamá de 1989. Cuba estaba sometida a un riguroso aislamiento internacional
105

y una crisis económica (Período especial), acentuado por un embargo comercial por parte de
Estados Unidos que no consiguió debilitar en el interior al régimen de Fidel Castro pese a
las grandes manisfestaciones que se desataron contra el gobierno en 1994. En el Cono
Sur (Brasil, Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay), se produjo la reconstrucción de los
regímenes democráticos a finales de los años ochenta, no sin dificultades, fundamentalmente
por sucesivas crisis financieras que tensionaron las denominadas transiciones a la
democracia (por ejemplo, el corralito durante la crisis argentina de 2001).

Globalización y antiglobalización

Los medios de comunicación, especialmente los medios de comunicación de


masas (prensa, cine, radio, televisión) habían permitido desde el inicio del siglo XX la
difusión mundial del poder blando de la cultura estadounidense (americanización) en todos
sus contenidos, tanto la ideología subyacente todo tipo de información, cultural, anecdótica
o embrutecedora, o la misma publicidad, teniendo impacto directo en la cultura popular.
La revolución informática, la telefonía móvil e internet han llevado el proceso a su extremo
en la década final del siglo XX y la primera del siglo XXI (blogosfera, web 2.0, etc.).

La intensificación de los movimientos migratorios (cuya necesidad, represión o control es


objeto de intensos debates), la mejora tecnológica en el transporte de mercancías (logística,
normalización de contenedores), la cada vez más libre circulación de capitales y la caída o
liberalización de las barreras comerciales por el fin de los bloques y las
sucesivas rondas del GATT y la Organización Mundial de Comercio; han llevado la
antigua economía-mundo del siglo XVI a un grado de integración nunca antes conocido.

La homogeneización de estilos de vida parece haber confirmado la hipótesis de Marshall


MacLuhan, que hablaba de la aldea global en los años sesenta. La descentralizaciónque
implica el concepto de red hace que sean cada vez más habituales los contenidos alternativos
al dominante (la televisión árabe Al Yazira y la rusa RT como competencia de la
estadounidense CNN, los documentales de la BBC, las películas de Bollywood o
el manga japonés). La aceleración en el ritmo de cambio de las modas, las tendencias y los
referentes culturales los hace efímeros y de difícil seguimiento fuera de cada tribu
urbana identificada con alguno de ellos. En múltiples campos se generan efectos
insospechados de la aplicación del concepto de la simultaneidad posibilitada por el
106

intercambio masivo de información en tiempo real. Los movimientos sociales tradicionales


se están transformando de un modo decisivo, incluso las convocatorias para las
manifestaciones y protestas han dejado de hacerse por los medios tradicionales para
realizarse de forma autónoma y espontánea por las propia dinámica generada en las redes
sociales. La comunidad científica (en cuyo seno surgió la World Wide Web como un
mecanismo de colaboración entre grupos de investigación) ha llevado a cabo programas de
potencia insospechada, como el Proyecto Genoma Humano (1984-2000) y los avances
en ingeniería genética, que podrían cuestionar el mismo concepto de ser humano
(transhumanismo).

Los partidarios de la globalización argumentan que facilita el libre intercambio de ideas, la


expresión individual y el respeto por los derechos de las personas, además de ser inevitable,
como lo es el progreso tecnológico. Sus detractores denuncian que la globalización es
unilateral y promueve el predominio de una cultura particular (la estadounidense) que
acabaría imponiéndose a todo el planeta acabando con las minorías culturales, lingüísticas y
religiosas, y que los defensores de la globalización en realidad defienden sus propios
intereses económicos, como la sumisión de los estados a una competencia suicida por
la deslocalización el dumping social y el dumping ecológico.

No existe una unidad de intereses ni de expresión en estos movimientos, que incluyen desde
la defensa del proteccionismo agrario (José Bové) hasta las más clásicas protestas sociales
antes expresadas en el movimiento obrero, el ecologismo y el pacifismo. Paradójicamente,
la respuesta a la globalización se ha organizado en torno a redes sociales dinámicas
permitidas por el propio proceso de globalización, con el denominado movimiento
antiglobalización o altermundialismo, iniciado de forma más o menos espontánea en
las manifestaciones de Seattle (1999) como respuesta a la reunión del FMI y en
la Contracumbre del G8 en Génova (2001) e institucionalizado en torno al Foro Social
Mundial de Porto Alegre (organizado de forma alternativa a los mismos y a los elitistas
encuentros del denominado Hombre de Davos). Han generado el lema otro mundo es
posible.93

Véanse también: Multinacional, Migraciones, G-8, G-5 y G-20.

Véanse también: País recientemente industrializado, BRICS y Nueva cuestión social.


107

El mundo posterior al 11-S

Los atentados que llevó a cabo Al Qaeda (una enigmática red de terrorismo
islamista organizada por el millonario saudí Osama Bin Laden) contra las Torres Gemelas
de Nueva York y El Pentágono en Washington D. C. el 11 de septiembre de 2001, y la
reacción estadounidense posterior (guerra contra el terrorismo), liderada por el
presidente George W. Bush (guerra de Afganistán y guerra de Irak), evidenciaron la
existencia de un nuevo tipo de conflicto global que Samuel Huntington había previamente
denominado con el término choque de civilizaciones (teoría construida en polémica
con Francis Fukuyama, quien había proclamado, en los tiempos de la caída de la Unión
Soviética, que la historia tendía ineludiblemente hacia sistemas liberales, y que cuando estos
se conseguían, estábamos ante el Fin de la Historia). Los atentados evidenciaron la
vulnerabilidad del sistema occidental ante los grupos con voluntad de utilizar en su contra
las posibilidades que una sociedad abierta les permitía, y lo contradictorio de reaccionar con
la restricción de las libertades (Acta Patriótica) o la criminalización social de las minorías
islámicas, prácticas que de haberse llevado a un extremo habrían constituido el éxito más
claro de los agresores.94 La reacción exterior, más allá de su éxito o fracaso relativo, demostró
la gigantesca capacidad de respuesta de Estados Unidos y la solidez de su alianza con un gran
número de países (OTAN, Japón, Corea del Sur, Australia, México, Israel, gobiernos de los
países islámicos denominados moderados -monarquías del Golfo Pérsico, Marruecos,
Jordania, Pakistán-), al tiempo que Rusia y China evitan comprometerse y algunos países del
denominado eje del mal efectuaban acercamientos a Occidente (Libia, Siria).95

No obstante, las divisiones existentes en la vasta coalición pro-occidental se expresaron en


la diferente actitud de cada uno de los países aliados de Estados Unidos: divergencia entre la
opinión pública y los gobiernos, sobre todo en los países musulmanes (que al cabo de los
años -a comienzos de 2011- llevó al estallido de revueltas simultáneas en los países
árabes cuestionando la estabilidad de un gran número de regímenes autoritarios que los países
occidentales consideraban valiosos contra el islamismo radical);96 resistencia de Francia y
Alemania (denominados vieja Europa frente a la nueva Europa de los aliados más firmes de
Estados Unidos -los antiguos países comunistas del Este de Europa, la España de José María
Aznar y la Italia de Silvio Berlusconi-) a implicarse en la guerra de Irak, o la salida de las
tropas españolas (tras el atentado del 11 de marzo de 2004 y la inmediata victoria electoral
108

de José Luis Rodríguez Zapatero). Tampoco dentro de los mismos Estados Unidos las
posiciones eran unánimes, sobre todo tras no encontrarse las armas de destrucción masiva
que se había afirmado que poseía Saddam Husein (hecho que se había aducido como casus
belli para el ataque preventivo, algo característico de la Doctrina Bush) y otros escándalos
(torturas en la prisión de Abu Ghraib y detención sin plazo ni juicio de los
denominados combatientes ilegales en el centro de detención de Guantánamo, que Barack
Obama -primer presidente negro de los Estados Unidos, 2009- se había comprometido a
cerrar).

El predominio de Estados Unidos, única superpotencia de la escena internacional tras la


desaparición de la Unión Soviética, se ve contestado, al menos nominalmente, por las
declaraciones en favor de un mundo multipolar en vez de unipolar.97 En eso suelen coincidir,
aunque en muy distintos términos, desde la postura común de la política exterior de la Unión
Europea hasta la más agresiva del Irán de Mahmud Ahmadineyad (expresión del islamismo
radical), la Venezuela de Hugo Chávez (y otros líderes latinoamericanos que en algunos
casos reciben la denominación de indigenistas -Evo Morales en Bolivia-) o
la Rusia de Vladímir Putin.

La crisis económica de 2008 (denominada como Gran Recesión), que surgió como
consecuencia del estallido de una burbuja financiera-inmobiliaria, ha puesto en cuestión las
bases del sistema financiero internacional y desatado el temor a una profunda recesión que
cuestione la continuidad del sistema capitalista y el propio sistema democrático, identificados
ambos en lo que se ha llegado a denominar capitalismo democrático;98 y no solo del concepto
de Estado nacional, cuestionado desde hacía tiempo, sino del de integración supranacional,
evidenciada la grave vulnerabilidad de la Eurozona a la crisis monetaria de 2010,99 agravada
en los meses siguientes con las sucesivas crisis de la deuda soberana de los países periféricos,
siendo los más países afectados Grecia, España, Portugal e Irlanda. Durante el año 2011, a
raíz de la revolución tunecina, se produjeron revueltas populares con características
innovadoras en los países árabes (Primavera Árabe), simultáneamente al surgimiento de
nuevos movimientos sociales en los países más desarrollados (indignados en España, occupy
Wall Street en Estados Unidos, etc.); todos ellos caracterizados por su impacto viral en
las redes sociales y medios de comunicación junto a la ocupación física de espacios públicos
emblemáticos.100
109

El estallido de la guerra contra el Estado Islámico empeoró la inestabilidad política en gran


parte del mundo árabe (Invierno Árabe), siendo su epicentro en las zonas donde el Estado
Islámico comenzó el conflicto por los enfrentamientos bélicos que esos países sufrían (Siria
e Irak). La guerra civil siria alteró el equilibrio internacional en beneficio de Turquía (pese a
que sufrió un intento de golpe de estado que no logró debilitar el poder de Erdoğan y
desencadenó matanzas contra opositores) y Rusia (que por otro lado se expande a costa de
Ucrania -anexión de Crimea, 2014 y apoyo a los secesionistas durante la guerra del Donbass-
mientras afrontaba un severo conflicto político -crisis ucraniana-); y conllevó a una crisis de
refugiados que alteró la propia estabilidad de la Unión Europea. Simultáneamente David
Cameron, primer ministro del Reino Unido, se comprometió en dos referendos sucesivos (el
primero sobre la independencia de Escocia -2014- y el segundo sobre la salida de la Unión
Europea -Brexit, 2016-) que, como otros celebrados en otros lugares de Europa y del mundo
(acuerdos de paz en Colombia y la reforma constitucional de Italia) independientemente de
su resultado, evidenciaron una extraña situación de alejamiento entre los cuerpos electorales
y lo que se venía considerando como "corrección política" en los medios tradicionales, y que
se ha designado con el neologismo "posverdad", también aplicado al deshielo cubano (2014-
2018) y a la llegada del extravagante Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos
(2017).101

El paso del tiempo demostrará si la historiografía futura entiende la evolución histórica de


los últimos o próximos años (caída de la Unión Soviética, atentado contra las Torres
Gemelas, u otros hechos que estén por producirse) como el desarrollo de las mismas
características propias de toda la Edad Contemporánea, o como una nueva época
completamente distinta que justifique una nueva periodización de la historia o una
renovación metodológica; aunque mientras los hechos y procesos están en curso, tales tareas
no corresponden a la historiografía, sino a la prospectiva.102

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