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Introducción
Nuestro objeto de estudio, por lo tanto, es analizar el rol que tuvo el Instituto Di
Tella como lugar de encuentro de estos jóvenes, sin perder de vista el rol que
ocuparon los artistas como voceros de críticas políticas durante la década del
sesenta. Los artistas además de expresar y ser fuente de vanguardia, nunca
dejaron de exponer sus opiniones y críticas ante diferentes injusticias.
Específicamente, los artistas del Instituto Di Tella, luego del cierre y clausura de
este, expresaron su descontento numerosas veces.
Durante esta época, los jóvenes empiezan a tener mucho protagonismo. Van
forjando una cultura propia donde buscan diferenciarse de los adultos en su
forma de vestirse, actuar y hablar. En la medida en que la autoridad atribuida al
pasado y a la tradición se erosionaba, la juventud ganó relevancia como promesa
de cambio (Manzano, 2010).
En 1963 abrió sus puertas una sede del Instituto en la calle Florida. La idea
básica era tratar de atraer a un público numeroso. Allí, realizaban sus tareas el
Centro de Experimentación Audiovisual, dirigido por Roberto Villanueva; el
Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales, a cargo de Alberto
Ginastera, y el Centro de Artes Visuales, comandado por Jorge Romero Brest.
Este último centro es el que le daría mayor fama al Instituto. El ITDT se convirtió
en un sinónimo de vanguardia y provocación, allí se dieron a conocer tendencias
rupturistas, como el neofigurativismo y, sobre todo, el arte pop.
Ahora bien, para poder entender esto último, resulta pertinente reconstruir el
proceso por el que se llegó a esa fama. Para empezar, hay que remontarse a
sus dueños. Torcuato Di Tella había constituido su propia colección de arte con
la ayuda de su hijo Guido y del crítico italiano Lionello Venturi. Esta colección
estaba compuesta por obras medievales y modernas de Europa (Romero Brest,
1992). No se trataba de una colección de una gran variedad, pues estaba
centrada en obras del exterior y de movimientos artísticos propiamente
europeos. Esta fue la colección de arte que fue cedida a la Fundación, y que,
durante los primeros años, sirvió de motor para las primeras actividades
artísticas.
Los premios consistían en becas para estudiar en el exterior, lo que les permitía
a los artistas dar a exponer su obra en Estados Unidos o Europa, relacionarse
con críticos del arte y regresar al país con las novedades. De este modo, quienes
eran premiados regresaban al país para estimular el mundo artístico del país. A
Jorge Romero Brest (1992) no le convencía esa forma de estímulo. No obstante,
se consideraba lo suficientemente capacitado y honesto para desempeñar el rol
de juez. Con el tiempo, el premio se extendió tanto nacional como
internacionalmente y se pretendía hacer de Buenos Aires una capital cultural
semejante a Paris o Nueva York (Romero Brest, 1992).
En el año 1963, empezó el desarrollo de los tres Centros de Artes del Instituto
en un edificio de la calle Florida. Lo refaccionaron con la idea de atraer a la mayor
cantidad de público posible. Según la perspectiva de King (2007),
Cabe mencionar una de las obras icónicas: la Menesunda, una creación de Marta
Minujín y Rubén Santatonín realizada en el Centro de Artes en1965, con la
colaboración de los artistas Floreal Amor, David Lamelas, Leopoldo Maler,
Rodolfo Prayón y Pablo Suárez. La obra, que tiene un título que hace referencia
a una situación difícil o embarazosa, consistía en un laberinto que conducía al
espectador a través de once situaciones. Estaban organizadas a partir de una
secuencia de espacios cúbicos, poliédricos y circulares, recubiertos por
diferentes materiales que generaban una serie de estímulos en los sentidos del
visitante. Se trata de una obra representativa del arte argentino, que provocó un
gran escándalo mediático y la afluencia masiva del público (Cortés, Sanabria,
Siderac, Tegiacchi y Wolcan, 2017).
Una de sus autoras, Marta Minujín, define al arte del Di Tella como popular, que
no era necesario de entender y que simplemente tenía que comunicar. Reconoce
que, si bien era de vanguardia, se trataba de arte masivo. Además, señala que
se diferencia de lo aburrido de la estética de los museos y galerías, justamente
por la participación un público heterogéneo. Cuando había una muestra nueva
en el edificio de calle Florida, la gente hacía fila y esperaba muchas horas para
verla (King, 2007).
El Instituto forma parte del imaginario colectivo de los años sesenta, como un
símbolo de rebeldía, libertad y expresión. Lo cierto, es que se construyó un mito
alrededor del Di Tella que, en algunos casos, llegó a idealizarlo. Minujín hablaba
de una especie de religión en la que Romero Brest oficiaba como Papa, basada
en la locura, la diversión, la impresión de libertad. Por su parte, el artista Antonio
Segui reconoce que, si bien no participó activamente dentro del Instituto, fue
importante como experiencia para la Argentina y Latinoamérica. Su existencia
permitió intensificar la actividad cultural en la Capital y difundirla en otros centros
urbanos como Córdoba (King, 2007). De algún modo, se puede decir que Buenos
Aires había empezado a formar parte del circuito internacional del arte. La
esperada modernización del arte que se pregonaba desde los Centros y la fama
llegaban repentinamente.
Los medios también contribuyeron a crear una imagen frívola del Instituto.
Villanueva habla del mito del público del Di Tella: era siempre restringido, nunca
popular. Según él, la vanguardia es antipopular -ya sea política, artística o
científica- y elitista. En este sentido, no se trata de algo aristocratizante sino que
la ruptura con lo “oficial” que propone la vanguardia solo es entendida por unos
pocos (King, 2007).
la cultura argentina siempre pensaba más en los medios que en los fines y
estos medios no estaban adecuados para un pueblo joven como el nuestro.
La formación cultural nacional era algo extranjerizante, no apta para el
medio. Todo estaba centrado en una ciudad cosmopolita que daba un mal
ejemplo. [Era necesario] hacer una imagen un poco distinta a los intereses
de la intelectualidad de la capital. (p. 427)
Desde su punto de vista, los intelectuales del Di Tella se convirtieron en una
tradición que amargó al país, porque traían una cultura de afuera, penetrante,
construida por una elite intelectual. En cambio, creía mejor una cultura que
reflejara lo que sucedía en el país, más genuina.
Una de las opiniones que resulta más llamativa es la de Guido Di Tella, hijo de
Torcuato. Según Guido, a lo largo del desarrollo del Instituto crearon más
enemigos de los necesarios y terminaron aislándose. Creían que no formaban
parte del “establishment” argentino, cuando se trataba de una institución
respaldada por una compañía y una familia rica, además de gozar la exención
de impuestos. Reconoce que muchos miembros formaban parte de la burguesía
adinerada, uno de los focos de critica de la izquierda. Los Centros evolucionaron
hacia su propia destrucción, es decir, su lógica los impulsaba en ese sentido
(King, 2007).
En los últimos años de la década del sesenta, ya se proclamaba el fin del arte
institucional. Sobre esto, Terán (1993) comenta que:
4. Arte y rebelión
Autores como José Burucúa (2014) analizaron los fenómenos que reconvirtieron
la vanguardia artística en arte revolucionario con mensajes directos hacia la
política. El clima político generado por el golpe de Estado de 1966 y la censura
que emitían bajo los distintos institutos sociales y artísticos, generó un impacto
en el campo cultural. El rechazo a las instituciones enfadó a aquella juventud y
talentos artísticos que integran las instituciones de construcción cultural. De esta
manera, se configuraron espacios de protesta a la censura y los efectos del
gobierno de Onganía en diferentes ocasiones. Una de ellas dentro del marco
artístico. La clausura del “baño de Plate” durante la experiencia 68’ del Instituto
Di Tella desencadenó el malestar de los expositores frente a la desaprobación
de la política; posteriormente, se dio la quema de las obras expuestas en la vía
pública, como símbolo de rechazo a la censura oficial (Burucúa, 2014).
Este suceso marca el primer punto de quiebre entre la vanguardia artística juvenil
con las instituciones que consagran el arte de manera tradicional y elitista. Los
artistas comienzan una búsqueda de espacios alternativos basados en el
potencial estético y político que tenían las situaciones públicas y “la calle”. El
contexto internacional resaltaba la tendencia que aparejaba a los jóvenes y
obreros en movimientos de rebelión y sublevación a la censura institucional. En
Argentina, el golpe de estado de 1966 género el aumento de la crisis social,
política y cultural, creando los escenarios propicios para las representaciones
populares ya sea mediante arte, estudios sociológicos, manifestaciones o
huelgas.
La subestimación del potencial político que tenía el arte generó que el artista al
final de su carta convoque a sus pares a manifestar sus pensamientos al público
en general. La vanguardia había generado una reconversión de los significados
del arte, por lo que sería correcto, que despegara de la relación exclusiva con el
Instituto. Ese fue el inicio de un proceso de radicalización de la vanguardia
artística argentina.
Dado el contexto político del gobierno de Onganía, había crisis social y política
en muchos sectores de la sociedad. Si los artistas pretendían realizar un arte
colectivo e interventivo, que accionará sobre la realidad y la situación real del
país, debían comenzar en lugares dónde la situación social se encontrará
verdaderamente afectada. El lugar propicio parecía ser la provincia de Tucumán,
donde el gobierno de la Revolución había montado un plan de saneamiento que
se propone racionalizar la producción azucarera destruyendo la pequeña y
mediana empresa favoreciendo la monopolización del mercado de los ingenios.
La consecuencia inmediata de esta directiva fue el cierre de los ingenios y el
aumento de las tasas de desocupación y pobreza. Como explica Burucúa (2014),
existía una distancia con la realidad que debía ser denunciada y a ello se
dedicaron los artistas, mientras que el gobierno categorizaba la medida como
“aceleración industrial” (p. 107).
La locación más apropiada para denunciar la crisis tucumana, según los artistas
participantes, era la CGTA (Centro General de Trabajadores de los Argentinos).
La colaboración con el organismo situó a la vanguardia en medio de una
vorágine política aún más intensa que la transcurrida dentro de las instituciones
artísticas. La CGTA repudia el régimen político instaurado y pretendía generar
vínculos con aquellos sectores que se encontraban en la misma posición como
los estudiantes universitarios y el clero activista. Tal como lo reconstruye
Burucúa (2014), Tucumán Arde fue una mezcla de situaciones conflictivas que
requirió del ejercicio de las ciencias sociales, los recursos de publicidad y la
presencia de un organismo político como un sindicato.
5. Consideraciones finales