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LA ORACIÓN DE JESUS
PARADIGMA DE LA ORACIÓN DEL MONJE

INTRODUCCIÓN
Quiero comenzar por agradecer vivamente a toda la Junta Directiva de la
SEDEM, particularmente a la Madre Kandida Saratxagaoc, y a Sor María
Pilarosb, la oportunidad única que me dieron de poder profundizar un tema tan
básico y fundamental para mi vida de monja Benedictina, como este de la
Oración de Jesús, paradigma de la Oración del monje.

Espero que este trabajo pueda ayudarnos a penetrar un poco mejor en


aquél que es y permanecerá el profundo misterio de la Oración de Jesús y de
la Oración cristiana del monje, misterio siempre fascinante e insondable.

En nuestra vida cristiana, los momentos de verdadera Oración, son


momentos de verdad, en que nos confrontamos con nuestra propia
existencia. En la Oración, cuando nos retiramos a la soledad, para ponernos en
la presencia de Dios, sólo entonces somos verdaderamente lo que somos, sin
máscaras ni convencionalismos; una vez solos con nosotros mismos, con
nuestra propia conciencia, y también con Dios, cara a cara con Dios, nada
podemos esconderLe. Nuestras aspiraciones más profundas, nuestros ideales,
nuestras flaquezas y nuestros pecados, todo queda expuesto a la Luz de Dios,
claramente iluminado1.

Cuando alguien reza, adquiere una visión clara y objetiva de sí propio, de


su interior, y percibe más nítidamente la orientación fundamental de su propia
existencia. La Oración nos eleva por encima de lo cotidiano de nuestras
ocupaciones profanas, impidiéndonos quedar con una visión mundana de la
vida; nos colocamos delante de Dios, en una actitud de súplica, de
arrepentimiento o de acción de gracias, hablándoLe con confianza, como un
hijo habla con su padre. Entramos así en el mundo de la Trascendencia de
Dios, que, tenemos que reconocerlo, permanece inaccesible a la mayoría de
las personas. “Nos hiciste para Vos, Señor, y nuestro corazón permanece
inquieto, en cuanto no reposa en Vos”, decía San Agustín en el célebre pasaje
del inicio de sus «CONFESIONES». 2

La Oración es el diálogo en el cual se realiza la Nueva Alianza (de Amor)


entre Dios y el hombre. De hecho, si quisiéramos conocer el secreto profundo
de la vida de alguien, para comprender lo que una persona es verdaderamente,
tenemos que tentar penetrar en el misterio de su relación con Dios, en la
intimidad de su Oración.

Esto es válido también – y de forma eminente – para la persona de Jesús.


Según los Evangelios, Jesús rezó muchas veces y en diversas circunstancias.
Por la LECTIO y por los análisis de los textos que hablan de la Oración de Jesús,

1
Cf . DE LA POTTERIE , Ignace, La Prière de Jésus, Le Messie, le Serviteur de Dieu, Le fils du Père,
Desckée, Paris, 1990
2
AUGUSTIN, Confesiones, I, 1,1 (CCL 17,1) cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús», op. cit.

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aprendemos a conocerLo mejor, y podemos penetrar en Su vida interior, hasta


el misterio de Su persona.

Los Evangelios nos muestran cómo Jesús alcanzó la más alta perfección
de la Oración, nos dejan percibir algo de la sublimidad, de la simplicidad y de la
profundidad esencial de Su Oración, pero nos colocan al mismo tiempo,
delante de un grande misterio, que es el de Jesucristo, verdadero Dios y
verdadero Hombre. Los textos nos confrontan con la persona de Jesús que, por
un lado, vivió como un hombre entre los hombres, miembro de una familia
humana, haciendo parte de la tradición religiosa de un pueblo, mas, por otro
lado, Se reveló el Hijo de Dios hecho hombre.

Jesús nació en el Pueblo Judío, el pueblo más religioso del Oriente


Antiguo. Toda Su vida interior estuvo impregnada de las tradiciones religiosas
de Israel, por eso, para hablar objetivamente sobre Su Oración, tenemos que
situarlo en su encuadramiento histórico, en la práctica de la Oración entre los
Judíos de Su tiempo. Y Jesús de Nazaret rezó frecuentemente. Sólo por esto,
Él era, sin duda, un judío fuera de lo corriente. Su Oración tuvo una nota única,
un carácter muy particular, una vez que en ella se revela todo el misterio de Su
Ser humano-divino. Por esto la Oración de Jesús, queda siempre para
nosotros, más o menos impenetrable.

Sin embargo, Jesús, tal como nos Lo presentan los Evangelistas, es un


Maestro incomparable de Oración3. En Él, la Oración es mucho más profunda,
mas al mismo tiempo, mucho más espontánea y natural que la de los otros
grandes maestros espirituales de todas las épocas, conocidos por su vida de
oración. Jesús reza sin abundancia de palabras, al contrario de los paganos
que, según S. Mateo, «imaginan que serán mejor atendidos cuanto más
hablen» (Mt 6,7). Su Oración es diferente también de la de los fariseos, «que
rezaban de pié en las Sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser
vistos» (cf. Mt 6,5). Por el contrario, según la recomendación de Jesús, el que
quiera rezar, «entre en su cuarto, cierre la puerta y rece al Padre en secreto»
(Mt 6,6).

La Oración de Jesús es un misterio de silencio interior, de unión íntima


con Dios Su Padre, que Él ama y por Quien se sabe amado, con Quien vive en
perfecta unión. Sin embargo, Su Oración no fue sólo expresión de Su Filiación
Divina, sino también expresión de Su total sumisión a la Voluntad del Padre, y
por eso está estrechamente ligada con la realización de Su Misión Mesiánica
de Salvación.

En las páginas siguientes, no pretendo abordar la Oración de Jesús en


una perspectiva dogmática, o teológica, ni siquiera exegética, para la cual no
tengo la mínima competencia. Compartiré simplemente algunas reflexiones
hechas en mi Lectio Divina personal, sobre todo a partir de los textos del
Evangelio, con la ayuda preciosa de autores como Ignace de la Potteriesj o
André Loufocso en una tentativa de comprender mejor la Oración de Jesús

3
Ch.-A. BERNARD, La Prière Chrétienne. Etude théologique, Desclée de Brouwer, Bruges, 1967, cap. II, p.
53-55, cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit.

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desde dentro, para que comprendamos mejor nuestra propia Oración. Para
apercibirnos mejor cómo es que Jesús, siendo paradigma de la Oración del
cristiano, del monje en particular, permanece Maestro e inimitable. Nos
quedaremos a las puertas del misterio de la conciencia de Jesús, Dios y
Hombre, Mesías, Siervo e Hijo.

LOS SITIOS DONDE JESÚS REZABA


Jesús no era un revolucionario. Como ya he dicho, era un judío de Su
época y vivió en el marco de la religión judaica. Jesús no abolió la tradición, al
contrario, la renovó y la profundizó a partir de dentro.
Sobre todo después del regreso del exilio, el Pueblo de Israel consideraba
cada vez más el Templo de Jerusalén como el centro de su culto4. Sólo ahí se
podían ofrecer sacrificios, y era ahí donde se celebraba, tres veces al día – por
la mañana, al mediodía y a la tarde – la Oración oficial. Las fiestas de la
Pascua, de Pentecostés y de los Tabernáculos, eran ocasión de peregrinación
del Pueblo a Jerusalén. El Salterio se hace eco de estas tradiciones – sobre
todo los Salmos llamados «graduales», o «cánticos de las subidas», desde el
Sl. 120 al Sl. 134. Así en el tiempo de Jesús, el Templo tenía una importancia
central para los judíos, lo cual se percibe muy bien en el diálogo de Jesús con
la Samaritana (Jo. 4,20): «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres
adoraron en este monte, y vos decís que es en Jerusalén donde se debe
adorar».5
Después del Templo, la Sinagoga era considerada el lugar más apropiado
para la Oración6. Claro que se podía también rezar en otro sitio, como por
ejemplo en la calle (Mt. 6,5), en casa, en la terraza o en el cuarto de encima
(Dn. 6,11; Hech. 10,9), sin embargo, estando fuera de la Sinagoga, para rezar,
el Judío tenía que volverse en la dirección del Templo de Jerusalén.
Por los textos evangélicos podemos ver cuánto respetó Jesús las
tradiciones de Oración de su Pueblo. Como cualquier otro niño judío, Jesús fue
educado en el grande deseo de ir al Templo, donde, a los doce años, sus
padres lo llevaron, e incluso lo perdieron. Cuando finalmente Lo encontraron,
Jesús respondió a sus angustiados padres: «No sabíais que debía estar en
casa de mi Padre?» (Lc. 2,49). Por primera vez Jesús Se refiere a Dios
llamándole «Mi Padre» e identifica el Templo con la Casa de Su Padre.
Tenemos la seguridad de que Jesús rezó en el Templo; los Evangelios
nos lo dicen muchas veces; a lo largo de Su vida pública, Jesús fue a Jerusalén
para tomar parte en las grandes fiestas. El primer año fue a la Fiesta de la
Pascua (Jo. 2,13); en el segundo fue nuevamente a una Fiesta, tal vez la de
Pentecostés (Jo. 5,1); algunos meses más tarde, en Otoño, fue a la Fiesta de
los Tabernáculos (Jo. 7,2,10); en invierno volvió para la Dedicación del Templo
(Jo. 10,22; Lc. 13,22). Por fin, volvió a Jerusalén en Su última Pascua, tal como
nos lo relatan los cuatro Evangelistas (Mt. 11,11; Lc. 19,45; Mc. 21,10-14; Jo.
12,12-20).
Es de advertir que, cada vez que los Evangelistas mencionan una ida de
Jesús al Templo, con los otros peregrinos, toda la atención se concentra
4
J. BONSIRVEN, Le Judaïsme palestinien au temps de Jésus Christ, II, Beauchesne, Paris, 1935, p. 107-129,
cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit.
5
Según el Pentateuco, solo un Templo era reconocido, de ahí la polémica con los Samaritanos que tenían
su Templo en el Monte Garizim, en Samaria. Nota de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús», op. Cit.
6
STRACK-BILLERBECK, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrash, I, Beck, München, 1922,
p. 397, cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús», op. Cit.

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exclusivamente sobre Su persona. ¡Lo importante en los Evangelios, ya no es


el Templo en sí, ni las celebraciones que en él se hacen, ni las Oraciones que
en él se rezan, sino la persona de Jesús, que es el nuevo Templo!
Habitualmente, Jesús tomaba parte en los Oficios, en la Sinagoga. Los
Evangelios hacen referencia a algunas idas de Jesús, en Sábado, a la
Sinagoga para allí enseñar (Mc. 1,21 y Lc. 4,31; Mc. 6,2 y Lc. 4,16; Lc. 13,10;
ver también Mc. 1,39; Mt. 4,23 y 9,35), «según Su costumbre», acrecienta S.
Lucas (Lc 4,16). Sabiendo que el que leía la Escritura era habitualmente el que
orientaba la Oración7, es muy probable que Jesús también lo haya hecho
varias veces. De este modo, Jesús debía ser considerado en su medio
ambiente, como Alguien que respetaba y observaba fielmente las tradiciones
de Israel.
Sin embargo, los Evangelistas tienen aquí el mismo cuidado de concentrar
nuestra atención en la persona de Jesús, como lo hacen con relación al
Templo. Por ejemplo, cuando S. Lucas narra la ida de Jesús a la Sinagoga de
Nazaret (Lc. 4,16), donde fue lector del célebre texto profético de Isaías (Is.
61,1-2), lo importante fue la proclamación que Jesús hizo del comienzo de la
Buena Nueva a partir de Sí propio:
«El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque Me ungió, para anunciar
la Buena Nueva a los pobres; Me envió a proclamar la liberación a
los cautivos y a los ciegos el recobrar de la vista; a mandar en
libertad a los oprimidos, a proclamar un año de Gracia del Señor».
(Lc. 4,18-19)
Y S. Lucas continúa:
«Después, enrolló el libro, lo entregó al empleado y Se sentó.
Todos los que estaban en la Sinagoga tenían los ojos clavados en Él.
Comenzó entonces a decirles: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la
Escritura que acabáis de oír”» (Lc. 4,20-21)
Salta a la vista una realidad: el Evangelio nunca menciona claramente la
«ORACIÓN DE JESÚS» ya en el Templo, ya en la Sinagoga; nunca dice que Jesús
ahí rezase; para afirmarlo tenemos que deducir del contexto, lo que hasta
parece paradojal. Pero los Salmos, por ejemplo, refieren explícitamente que los
judíos subían al Templo para rezar (Sl. 122,1-4); Lo mismo acontece con el
Libro de los Hechos de los Apóstoles, donde está escrito que «Pedro y Juan
subían al Templo para la Oración de la tarde» (Hech. 3,1)
Con Jesús, por el contrario, Su Oración, ya en el Templo, ya en la
Sinagoga, nunca es mencionada, lo que nos lleva a suponer que Su Oración
debía ser diferente de la de cualquier otro judío piadoso; y esta suposición no
nos convida más que a profundizar Su relación única con Dios, sobre todo en la
Oración.
Cuando los Evangelios refieren que Jesús va a rezar, Él va habitualmente
sólo, para un sitio cualquiera, en la naturaleza, de preferencia en sitios
solitarios. Y fue una de las cosas que más despertó a los discípulos para la
«novedad» de Su Oración – Jesús, hasta en el rezar era diferente de los otros,
fueran judíos o no judíos.
Jesús escogía normalmente un sitio retirado, una montaña, el huerto de
los olivos, etc. (ver Mc. 1,35; 6,45; Lc. 4,42; 6,12; 9,18). «Dondequiera», dice S.
Lucas; a veces hasta acontecía que los discípulos quedaban junto al Maestro,
7
E. SCHÜRER, Geschichte dês jüdischen Volkes im Zeitalter Jesu Christi, II Hinrich, Leipzig, 1907, 531, cita
de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús», op. cit

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en cuanto Él rezaba (Mc. 9,18; 9,28; Mc. 9,1; Mt. 17,2), pero de preferencia,
Jesús procuraba la soledad.
Parece por tanto claro, por lo que dicen los Evangelios, que para la
Oración no oficial, siempre que Jesús quería hablar libre e íntimamente con Su
Padre, prefería la soledad. Es más, se la recomendó a sus discípulos (Mt. 6,6)
y procediendo así, Jesús instituyó una nueva tradición de Oración. Jesús fue
todavía más lejos, porque tomó partido contra la hipocresía de aquellos que
rezaban preferentemente en público, para ser vistos y elogiados. De ahí en
adelante, ni el Templo ni la Sinagoga serían lugares obligatorios para estar con
Dios, y lo importante, según Jesús, es que la adoración a Dios se haga en
Espíritu y Verdad, en cualquier lugar (Jo. 4,21)
Jesús es el nuevo «Templo». Él es el «camino», la «puerta» para Dios.
Sus primeros discípulos, todavía orientados por Juan Bautista, Le preguntaron:
«Maestro dónde habitas?» (Jo. 1,38). Guillaume de Saint-Thierry comenta así
este pasaje: «Tu lugar es Tu Padre;… el lugar del Padre, eres Tú…».8 Y Jesús,
previendo la dispersión de sus discípulos en la confusión de Su Pasión, afirmó:
«Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jo. 16,32). Aquí se hace
bien perceptible la morada de Jesús, en el Padre.

LAS HORAS EN QUE JESÚS REZABA


El Pueblo de Israel, siendo muy religioso, procuraba aproximarse de Dios
por la Oración. Los Salmos se hacen eco de este deseo que los judíos tenían
de estar con Dios, no sólo en la hora de la Oración en el Templo (Sl. 55,18),
sino siete veces al día (Sl. 119,164), durante todo el día (Sl. 119,97), desde la
mañana temprano hasta incluso durante la noche (Sl. 5,4; 77,3). El ideal del
Salmista, era caminar siempre en la presencia de Dios. (Sl. 88,10; 16,8).
Los Evangelios mencionan varias veces que Jesús, según las costumbres
judías, pronunció la Bendición: cuando la multiplicación de los panes, Él bendijo
los panes y los peces (Mc. 6,41; 8,7; Mt. 14,19; 15,36; Lc. 9,16; Jo. 6,11);
Bendecía todos los niños que Le acercaban (Mc. 10,16); En la Última Cena,
bendijo solemnemente el pan y el vino (Mc. 14, 22-23; Lc. 22,19-20; Mt. 26, 26-
27), y después de la Resurección, repitió este gesto en Emaús, de tal manera,
que los discípulos Lo reconocieron por este signo (Lc. 24,30); Finalmente, en
Su Ascensión, bendijo a los discípulos por última vez, y fue «mientras los
bendecía, que Se elevó al Cielo» (Lc. 24, 50-51).
En lo que se refiere a las horas y al ritmo de la Oración de Jesús, los
sinópticos – sobre todo S. Lucas – subrayan la estrecha relación con los
momentos decisivos de Su Misión Mesiánica. Jesús no retomó simplemente
una tradición religiosa; siempre que Jesús rezó, fue sobre todo en los
momentos más importantes y más decisivos para la venida del Reino de Dios.
Los Evangelios dicen que Jesús Se retiraba muchas veces a rezar, lo que
acontecía especialmente después de los grandes milagros9, como sintiendo
una enorme necesidad de encontrarSe a solas con el Padre, para agradecerLe
y alabarLo por la manifestación de Su poder y de Su bondad.

8
GUILLAUME DE SAINT-THIERRY, La contemplatio de Dieu. L’Orasion de Dom Guillaume (SC 61,126)- cita de
Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús», op. Cit.
9 Ver, por ejemplo, Mc. 1,35 y Lc. 4,42, después de las innumerables curaciones en Cafarnaun; Lc. 5,16,
después de la curación de un leproso; Mc. 6,46 y Lc. 9,18, después de la multiplicación de los panes.

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LA ACTITUD DE JESÚS EN LA ORACIÓN


Con Su enseñanza y con Su ejemplo, Jesús orientó definitivamente la
Oración en la dirección de una gran interioridad, que por otra parte, ya se
encontraba en los Salmos y en los Profetas. Los Evangelistas captaronLe
algunas expresiones de gran densidad, que vinieron a ser normas de Oración
Cristiana para todos los tiempos:
• Se debe procurar a Dios en espíritu y en verdad (Jo. 4,23-24);
• Sin muchas palabras (Mt. 6,7) o prácticas exteriores (Mc. 7,6);
• Preferentemente en secreto (Mt. 6,6), pues una sola cosa es necesaria
(Lc. 10, 39-42)
Según los Evangelios, rezar, para Jesús, consiste fundamentalmente en
vivir Su relación íntima y única con Dios, Su Padre; pero Su Oración estaba al
mismo tiempo intensamente ligada a Su Misión Mesiánica y a la Salvación de
los hombres. Los Evangelistas subrayan que Jesús Se consideraba a Sí propio
el nuevo Templo, y unía las grandes etapas de Su Misión de Salvación con las
Fiestas Judaicas y los momentos litúrgicos oficiales del Judaísmo. Hay, por
tanto, en la Oración de Jesús, una enorme confluencia de elementos, que nos
ayudan a percibir Su persona, descubriéndose así, en su Oración, una parte
del misterio de Su Ser profundo.

EL SECRETO DE LA ORACIÓN DE JESÚS


Después de haber percibido el encuadramiento de la Oración de Jesús,
en Su contexto y en Su tiempo, vamos ahora a la cuestión del Misterio de Su
Oración. En la vida de Jesús, a través de Su apariencia exterior de hombre,
adivinamos el Misterio del «Hijo Único que viene de junto al Padre» (Jo. 1,14).
El gran secreto de la Oración de Jesús parece ser la palabra Padre, Su
relación con el Padre, misterio de Su vida profunda, del secreto de Su persona
y de Su Misión entre nosotros. Muchos son los autores que dicen, y con razón,
que la Oración de Jesús nos confronta con el Misterio de Su Persona.
Sin tener la pretensión de descubrirLe el secreto, surge entonces una
pregunta muy pertinente:

¿ES POSIBLE LA ORACIÓN DEL HIJO DE DIOS?


Reconocer a Jesús la capacidad, y hasta el deber, la obligación de rezar,
de pedir, equivale a reconocer Su naturaleza humana y Su voluntad humana.
¿«Jesús era capaz de rezar»? Ya Sto. Tomás intentó dar una respuesta
válida a esta pregunta, formulada por autores que negaban esta posibilidad. Él
responde simplemente que los Evangelios afirman que Jesús rezó realmente:
«En aquellos días, Jesús subió a un monte para rezar, y pasó la noche orando
a Dios» (Lc. 6,12). Esta es la verdad. ¿Cómo es que entonces se puede afirmar
que Jesús no era capaz de rezar? Tan sencillo como esto; pero Santo Tomás
va más lejos, dando una explicación de carácter teológico y filosófico: «Una vez
que hay en Él dos voluntades, la voluntad divina y la voluntad humana, y que la
voluntad humana no es capaz por sí misma de realizar lo que quiere, si no
fuera gracias al poder divino, Cristo, en cuanto hombre, poseyendo una
voluntad humana, era capaz de rezar»10. Pienso que con esto, quedamos
suficientemente clarificados sobre esta materia.

10
THOMAS D’AQUIN, Summa Theologica, III, 21, 1, obj. 3 y res. Cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de
Jesús», op. Cit.

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EL MISTERIO DE LA CONCIENCIA DE JESÚS


Otra característica evidente de la Oración de Jesús, es que no se
encuentra en ella el menor indicio de conciencia de pecado, una vez que en Él,
no existe ninguna culpabilidad; Nunca rezó para obtener el perdón para Sí
propio; Jesús no tenía necesidad de este género de Oración. En el
Padrenuestro, Él nos enseñó a implorar: «Perdónanos nuestras ofensas, […] y
no nos dejes caer en tentación», pero para Sí, personalmente, no Le
conocemos esta clase de petición. Jesús está siempre al lado de Aquél que
perdona, no está nunca del lado de los que necesitan perdón11.
La persona de Jesús, tal como dicen los Evangelios, aparece, sin sombra
de duda, con una conciencia auténtica y profunda, pero nunca con una
conciencia de pecado. Porque El fue en todo igual a nosotros, excepto en el
pecado.
Tenemos, por tanto, que tener en cuenta el misterio de la conciencia de
Jesús, porque es de Su Ser profundo, de esa fuente interior y secreta, de
donde brota Su Oración. Y los Evangelios nos permiten reconocer que Jesús
tenía conciencia de ser el Mesías, de ser el Siervo de Yahvé, siendo al mismo
tiempo el Hijo Único del Padre.

LA ORACIÓN DE SÚPLICA DEL MESÍAS,


REVELADORA DE LA CONCIENCIA MESIÁNICA DE JESÚS

Siguiendo el pensamiento de Ignace de la Potteriesj, en su libro sobre «La


Oración de Jesús», reconozcamos sencillamente que la gran Misión de Jesús,
fue anunciar la llegada del Reino de Dios. Si agrupamos todas las perícopas
evangélicas que hablan de la Oración de Jesús, disponiéndolas por orden
cronológica, desde el inicio de Su vida pública hasta la Cruz, fácilmente
constatamos que la mayoría de Sus Oraciones están relacionadas con Su
Misión Mesiánica.
• En Su Bautismo (Lc. 3,21-22)
• En la elección de los Doce Apóstoles (Lc. 6,13-16)
• En la multiplicación de los panes (Mt. 14, 22-23; Mc. 6, 45-46)
• En la confesión mesiánica de Pedro (Lc. 9, 18-22)
• En la Transfiguración en el Monte Tabor (Lc. 9, 28-34)
• En la Última Cena (Mt. 26, 26-28; Mc. 15, 34; Lc. 22, l7-20; Jo. 17)
• En la Cruz (Mt. 27, 46; Mc. 14, 22-24; Lc. 23, 34)

Si analizamos detalladamente todos estos textos, nos damos cuenta que


es en la Oración Mesiánica de Jesús, donde se manifiesta, de forma muy
explícita, el significado apostólico de la Oración solitaria y contemplativa de
cualquiera de nosotros, la cual, si fuera auténtica, será siempre una Oración de
súplica por el mundo, por la Iglesia, por todos los hombres. La fórmula más
explícita, que para mí constituye el exponente máximo de la Oración Mesiánica
de Jesús, es sin duda, Su Oración al Padre, la llamada Oración Sacerdotal, del
capítulo 17 de S. Juan.

11
L. DE GRANDMAISON, Jesus Christ, Sa personne, Son message, Ses preuves, II, Beauchesne, Paris, 1941,
97-98, cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit.

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La Oración al Padre (Jo. 17)


El discurso del adiós de Jesús en la Última Cena, según S. Juan, termina
con la llamada Oración Sacerdotal12, u «Oración de la Hora de Jesús», o
sencillamente «Oración al Padre», como se prefiere designar actualmente.
Esta Oración es la cumbre, el punto más alto de todo cuanto los
Evangelios nos revelan sobre la Oración de Jesús. Al mismo tiempo que Jesús
reza al Padre, va describiendo Su Misión Mesiánica. Así:
a) Jesús reza por Su propia glorificación (vv. 1-5)
b) Jesús reza por Sus discípulos (vv. 6-19)
c) Jesús reza por todos los creyentes (vv. 20-26)

a) Jesús reza por Su propia glorificación (vv. 1-5)


En el fin de la Cena, en el momento más solemne de este último
encuentro con Sus discípulos, Jesús se dirige al Padre. Llegó Su «Hora», la
Hora de su Pasión y Muerte, que es también la Hora de Su propia glorificación.
Lo que hay de nuevo en la glorificación inminente de Jesús, que será fruto
del acontecimiento de la Pascua, es que de ahora en adelante, Su «carne», Su
humildad será transformada, para quedar totalmente transparente Su vida
Filial. Jesús será glorificado por el Padre, pero sólo después de haber cumplido
Su Misión. Y la glorificación de Jesús, la glorificación del Hijo de Dios, envuelve
toda Su Humanidad, y en ella, a todos los hombres. Es la venida definitiva del
Reino de Dios.
Esta Oración es típicamente Juanina y característica de la Teología del
cuarto Evangelio, por causa de la «anticipación escatológica» que ella implica.
De hecho, para S. Juan, la vida eterna no es futura, es una realidad ya
presente.

b) Jesús reza por Sus discípulos (vv. 6-19)


También para los discípulos de Jesús, llegó la Hora privilegiada, la Hora
de la última reunión con el Maestro, la Hora difícil de la separación, que será al
mismo tiempo la Hora de la manifestación de Su Amor extremo en la
Eucaristía, y de la proclamación del «Mandamiento Nuevo» del Amor mutuo.
Jesús pide al Padre que guarde a los discípulos unidos en la Fe: «que
sean uno, como Nosotros somos uno» (Jo. 17,11). Jesús los llamó y los envió
(Jo. 17,18; ver Jo. 4,38). Ellos no serán liberados de pruebas, luchas y
sufrimientos, tal como Su Maestro, pero Jesús reza para que sean protegidos
del maligno (Jo. 17,15). Sólo por una santificación continua – a ejemplo de
Jesús – conseguirán trabajar en el mundo, sin ser contaminados por el espíritu
del mundo (Jo. 17, 17-19).
El Nombre de Dios, en el cual Jesús quiere que los discípulos
permanezcan «uno», es el nombre del Padre. Jesús, en Su conciencia
humana, sabe que es el Hijo del Padre, sabe que el Nombre del Padre Le
pertenece, a Él que vive totalmente como Hijo de Dios. Lo que Jesús pide y
desea para los Suyos, es que ellos reciban igualmente la herencia de esta
revelación, para que se hagan también hijos del Padre, «hijos en el Hijo»,
participantes de la vida trinitaria.
La revelación de la paternidad de Dios es un factor de Unidad, que si
fuera acogido, transforma la existencia en ágape, en el propio Amor de Dios.
12
Fue en el Renacimiento cuando se dio este título al Capítulo 17 de S. Juan, no siendo esta fórmula nada feliz,
dado que el tema de Cristo Sacerdote no es Juanino. Más vale hablar de «Oración de la Hora de Jesús».

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Un amor que es unificante, como en la Trinidad. Los discípulos son por tanto,
llamados a participar en la Unidad de Dios Uno y Trino. Son convidados a
imitar a Jesús, a santificarse como Él Se santificó, a través de Su obediencia al
Padre, y a través del modo como vivió Su vida Filial.

c) Jesús reza por todos los creyentes (vv.20-26)


Se ensancha el horizonte de la Oración de Jesús, que piensa ahora en el
futuro. Él no pide solamente por Sus Apóstoles, pide también por todos los que,
atraídos por su predicación, van a entrar en la Verdad (Jo. 10,16). En este
sentido, podemos hablar aquí de la «Oración de Jesús por Su Iglesia»13. La
unanimidad entre los cristianos, deberá ser en el mundo el gran «signo» de la
veracidad del mensaje de Jesús y de la autenticidad de Su Misión.
Aquí se encuentran las raíces del verdadero ecumenismo. La Trinidad es
el modelo, glorioso pero difícil, que Jesús dio a los Suyos, en vista de una
unidad que es participación en la vida trinitaria. El libro de los Hechos de los
Apóstoles describe así la primera comunidad cristiana: «La multitud de los que
habían abrazado la fe tenía un solo corazón y una sola alma» (Act, 4,32). Es el
Amor que une todas las diferencias, pues sólo el amor es el lazo de la Unidad,
tanto en la comunidad humana como en la comunidad trinitaria.
Finalmente, la Oración de Jesús se proyecta más allá de las fronteras de
la Iglesia, pidiendo por todos los creyentes: «para que el mundo crea» (Jo.
17,23). «Indirectamente, Jesús reza también por el mundo, donde será siempre
preciso que nuevos cristianos vengan a juntarse a la Iglesia»14.
¡«Yo en ellos»! Es el último pedido de Jesús al Padre.
Jesús vino del Padre (descenso) y estuvo con Sus discípulos
(permanencia); subió al Padre (ascenso); mas después de la Pascua y al final
de los tiempos, Él volverá (descenso). Son estos los cuatro movimientos de
Jesús en el Misterio de la Salvación, que V. Pasquetto tan bien describe en su
tesis. 15
En toda su vida, Jesús aparece realmente consciente de Su Misión
Mesiánica, y Se considera a Sí propio como Aquél en Quien se realiza la
soberanía divina; sin embargo, Él permanece sumiso al Padre. ¡Es tan
paradojal! De nuevo somos confrontados con el Misterio de la Persona de
Jesús: por un lado, Jesús reza a Dios, porque sabe que es el Mesías, Aquel
que trae el Reino de Dios; mientras tanto, Se somete a la voluntad de Dios,
porque sabe que es Su Siervo; y por otro lado, Le habla como el Hijo que es
UNO con el Padre.
Una Oración única, en la Tradición cristiana, tanto en cuanto al tono, como
cuanto al contenido. Jesús repite seis veces la invocación «Padre», lo que nos
permite percibir la tonalidad y la intensidad de la relación de Jesús con Su
Padre:
v. 1 «Padre, llegó la hora: glorifica a Tu Hijo»...
v. 5 «Ahora glorifícame Tú, Padre, junto a Ti mismo…»
v. 11 «Padre Santo, guarda en Tu nombre aquellos que Me diste…»

13
G. SEGALLA,Giovanni, Ed. Paoline, Roma, 1976, 424, cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jesús»,
op. cit.
14
J. KEULERS, Het Evangelie van Joannes, Romen, Roermond, 1936, 389, cita de Ignace de la Potterie, «La
Prière de Jésus», op. cit.
15
V. PASQUETTO, Incarnazione e comunione com Dio. La venuta di Gesú nel mondo e il suo ritorno al luogo
di origine, secondo il IV Vangelo, Teresianum, Roma, 1982, cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de
Jesus», op.cit.

La Oración de Jesus - Salamanca 2003 9




v. 21 «…como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti…»


v. 24 «Padre, quiero que los que Me diste…»
v. 25 «Padre Justo, si el mundo no Te conoció…»

La tonalidad de toda esta Oración es de estrecha unión, íntima, entre el


Padre y el Hijo, que se manifiesta y es comunicada por Dios en Jesús, unión
que nos es dada como modelo para la unión entre los cristianos. Por esta
Oración, entramos más profundamente en el secreto de la relación del Padre
con el Hijo. No se trata de una piadosa unión, sino de una comunidad de vida
personal, en la cual Jesús recibe todo de Su Padre: Su Misión, Su
conocimiento, Su poder, Su propio Ser.
¡Qué diferente es la Oración de los Salmos, por ejemplo, si la
comparamos con la soberana serenidad de la Oración de Jesús! En los
Salmos, la Unión con Dios es una aspiración ardiente, «Como la cierva ansía
las aguas vivas…» (Sl. 42, 2.3.), «Mi alma está sedienta de Vos» (Sl. 62), o es
un deseo de vivir en la serenidad y en la felicidad de la presencia de Dios:
«Para mí la felicidad es estar junto a Dios» (ver Sl. 73,23.28). En Jesús, la
Unión con Dios no es un deseo, es una realidad.

LA ORACIÓN DE OBLACIÓN DEL SIERVO

«Cristo, según Su naturaleza humana, estaba sumiso al Padre»16. En su


Oración Mesiánica, Jesús rezaba, sobre todo, por Su Misión y por Sus
discípulos. Pero en Sus relaciones más directas y más personales con el
Padre, Se revelaba al mismo tiempo como Siervo de Dios e Hijo del Padre.

La Voluntad del Padre


La voluntad del Padre constituye el objeto específico de la Oración de
Jesús. Todo lo que Él pide al Padre es que Su Voluntad sea cada vez más
conocida, amada, glorificada. Incluso para Sí propio, Jesús no pide nada, sino
la Voluntad de su Padre, ya en la Oración, ya en toda Su vida.
«Yo hago siempre lo que Le agrada» (Jo. 8,29).
En la vida y en la conciencia de Jesús, la Voluntad del Padre ocupa un
lugar absolutamente central. Cada vez que habla de ella, transparenta un santo
ardor, una disponibilidad filial, un celo apasionado. ¡Es verdaderamente
impresionante! A propósito de esto, la Carta a los Hebreos considera todo el
Misterio de la Encarnación a la luz de la total disponibilidad de Cristo al
cumplimiento de la Voluntad del Padre; y en realidad, toda Su vida terrestre fue
un acto de obediencia al Padre. Este doble misterio de la Filiación Divina de
Jesús y de Su Obediencia a la Voluntad del Padre, está íntimamente ligado con
el Misterio de Su Persona. S. Juan es el Evangelista que más subraya este
misterio: «Mi alimento es hacer la Voluntad de Aquél que Me envió a realizar
Su obra» (Jo. 4,34; 5,30; 6,38; 8,29; 8,55; 9,4).
Dígase todavía que, en el Padrenuestro, Jesús nos enseñó a pedir:
«hágase Tu voluntad»; pero tenemos que reconocer, que el Padrenuestro no
es una Oración del propio Jesús. Cuando los discípulos le pidieron a Jesús que
les enseñase a rezar, después de haberLo visto tantas veces retirarse a la
16
THOMAS D’AQUIN, Summa theologica, III, 20,1, ad. 2um. Cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus»,
op. cit.

La Oración de Jesus - Salamanca 2003 10




soledad, Jesús no les dijo: «Venid conmigo y rezaremos juntos al Padre». No.
No fue así. Jesús les dijo expresamente: «Cuando oréis, DECID», dándoles un
modelo de Oración, para ellos. En verdad, Jesús nunca Se juntó al grupo de los
discípulos como siendo uno igual a ellos, lo cual aparece muy claro, cuando
después de resucitar dice a María de Magdala: «Vuelva con Mis hermanos y
diles que voy a subir para Mi Padre y vuestro Padre, Mi Dios y vuestro Dios»
(Jo. 20,17). Esta sutil distinción, es verdad, aparece regularmente en los
Evangelios, para expresar que entre Jesús y los Suyos, hay una diferencia
grande en la relación con Dios.

El Misterio de la Obediencia de Jesús


El estrecho lazo entre la perfecta obediencia de Jesús para con su Padre
y la Filiación Divina, es muy evidente. Toda la Misión de Jesús fue un puro acto
de obediencia al Padre. «Señor, muéstranos al Padre» (Jo. 14,8). Respuesta
inmediata de Jesús: «Felipe, quien Me ve a Mí, ve al Padre» (Jo. 14,19).
En los Evangelios, somos por tanto confrontados con la grande paradoja
del Misterio de Jesús: Su perfecta obediencia humana al Padre, y Su Filiación
Divina. S. Juan, los Padres de la Iglesia, y muchos autores modernos, ponen
en evidencia que la Obediencia, siendo el aspecto más exterior de esta
paradoja, es la manifestación explícita de la Filiación Divina, y en ella se
enraíza. Queda así descubierto uno de los aspectos más importantes de la
conciencia humana de Jesús: Él vivió como un hombre que Se entregó
totalmente, identificándoSe con Su Misión sobrenatural; un hombre que Se
abandonó totalmente en las manos del Padre, porque Él era el Hijo. Esta es la
realidad más profunda de Su Ser: Jesús vivió totalmente como Hijo de Dios
Padre, y estuvo siempre orientado hacia Él.

LA ORACIÓN FILIAL DE JESÚS, EL HIJO ÚNICO DEL PADRE

Según el Canónigo A. Bernard, «La singularidad de la Oración de Jesús,


comparada con la de cualquier otro orante, consiste en esto: se funda sobre
una comunión inicial del Hijo con el Padre»17. Está claro que una tal comunión
no se encuentra en nadie más, y es esto mismo lo que distingue la Oración de
Jesús de la de los místicos cristianos; de nuestra Oración, de mi Oración. Una
persona no consigue llegar a este encuentro sino por el camino crucificante de
la purificación. Pensemos en la noche oscura de S. Juan de la Cruz, o en las
expresiones igualmente significativas de otros místicos cristianos. Según A.
Vergote, Jesús, por el contrario, puede ser visto por la sicología religiosa como
el «místico sin deseo místico»18. En Él, no se descubre ningún esfuerzo
penitente, no existe necesidad de purificación para llegar hasta Dios, ni ningún
sentimiento de incapacidad para conseguirlo, como es habitual en los místicos.
Según los Evangelios, Jesús vivió siempre y muy sencillamente, en una
perfecta y serena comunión con el Padre.

17
Ver Ch.-A. Bernard, La Prière Chrétienne. Étude théologique, Desclée de Brower, Bruges, 1967, p. 55.
Cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit.
18
A. VERGOTE, Jesus de Nazareth sous le regard de la psycologie religieuse, en la colección Jésus Christ
Fils de Dieu, Fac. Univ. St-Louis, Bruxelles, 1981, pp. 115-146. Cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de
Jésus», op. cit.

La Oración de Jesus - Salamanca 2003 11




Jesús tiene la certeza de que el Padre Lo atiende siempre,


incondicionalmente, lo que se puede constatar en el texto de la Oración de
Jesús en el túmulo de Lázaro: «Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre,
Te doy gracias por haberMe oído. Yo bien sé que siempre me oyes, pero dijo
esto por causa de la multitud que estaba alrededor, para que crean que Tú Me
enviaste”» (Jo. 11,41-42).
Lo que es maravilloso, es el tono de certeza, de paz, de calma y de
profunda serenidad de las palabras de Jesús. Esta es una Oración en que se
ve claramente la profunda unión de Jesús con su Padre, una unión realizada,
efectiva.
La Oración de Jesús es siempre sobria y calma. Jesús no desea, como
nosotros, la unión con Dios, Él la vive intensamente; es Su esencia profunda.
Comprendemos así mejor el misterio de Su Oración. Claro que toda Oración
tiende a la unión con Dios; cuanto más seria y pura, más nos lleva a darnos
cuenta de nuestros límites. Nada de esto pasa con Jesús, que no aspira a estar
con Dios, pero que está en Dios, en una comunión perfecta, de vida «en el
seno del Padre» (Jo. 1,18). La Oración de Jesús es una experiencia y una
expresión de lo que Él realmente es. Su Oración es la expresión de Su relación
con el Padre, la manifestación, expuesta delante del Padre, de Su esencia más
profunda de ser Su Hijo Único.
«Yo soy el camino, la verdad y la vida;
Nadie va al Padre sino por Mí» (Jo. 14,6)
Siendo el camino, Jesús nos abre también el camino para el Padre. Toda
la vida de Jesús fue un caminar para el Padre; como Él, también nosotros
debemos seguir el mismo camino que Él. Siendo el Hijo Único en camino hacia
el Padre, Su Oración tuvo siempre, como hemos comprobado, la marca
esencialmente filial, una Oración vivida, existencial: El Hijo de Dios hecho
hombre, era Oración permanente, era, en su esencia profunda, la Oración
personificada. En esta Oración es donde debemos participar todos cuantos
somos llamados a ser hijos de Dios, y así nos volvemos realmente, por la fe, y
por la Oración, a Él y al Padre.
La conciencia de ser Hijo, es el corazón de la humanidad de Jesús; el
misterio de Su conciencia es el misterio de Su Corazón y el misterio de Su
Oración. En realidad, sólo lo podemos descubrir a través de nuestro propio
corazón y de nuestra propia Oración.

LA ORACIÓN DE JESÚS, PARADIGMA DE LA ORACIÓN CRISTIANA DEL MONJE

El deseo de rezar surgió en el corazón de los discípulos cuando vieron a


Jesús rezar, por eso le pidieron: ¡«Señor, enséñanos a rezar»! (Lc. 11,1) 19.
Y Jesús debe haber rezado mucho. Algunas veces pasaba toda una
noche en Oración (Lc. 6.12), completamente solo, en la Naturaleza. S. Lucas
es el Evangelista que más insiste en describir los momentos de recogimiento
de Jesús en Oración. Antes de cada gran acontecimiento de Su Vida Pública,
Jesús se retiraba para rezar. Por ejemplo, antes de la elección de los doce
discípulos como Apóstoles, Jesús rezó. Otra vez, lo sabemos bien, subió con
Pedro, Santiago y Juan a una alta montaña, y estando todos en soledad, les
reveló Su Gloria, TransfigurándoSe (Lc. 9, 28-36).

19
Cf. LOUF, d. André, Seigneur, apprends-nous à prier, Ed. Foyer Notre Dame, Bruxelles, 1972.

La Oración de Jesus - Salamanca 2003 12




Nunca nadie supo rezar como Jesús rezó. Su modo de rezar fue, en aquel
tiempo, un acontecimiento extraordinario, indecible, totalmente nuevo.
La Oración de Jesús tiene que ser percibida y comprendida, teniendo en
cuenta que en Él, el Verbo Se hizo carne, por eso Jesús es al mismo tiempo
Dios y Hombre. En su Oración de Hombre, Jesús expresa la relación Padre –
Hijo que vive en el seno de la Santísima Trinidad. El Hijo que brota del Padre,
permanece en el seno del Padre (Jo. 1,18). Esta realidad divina está presente
en la Oración de Jesús de una manera única; transparenta en Él el Amor que
Lo habita en plenitud, la Voluntad del Padre que es su único alimento, el
Espíritu Santo que recibe continuamente del Padre.
Hasta la venida de Jesús, el pueblo rezaba, es cierto, pero la Oración
estaba encerrada dentro de un horizonte muy limitado. En Jesús, la Oración
gana voz, y puede expresarse en plenitud. Esto no fue tan fácil como puede
parecer a primera vista. Del mismo modo que Jesús tuvo que vencer nuestro
pecado con Su perfección de Hombre, de la misma manera tuvo que arrancar
la Oración de la impureza de la palabra humana, tan inepta e inadecuada, tan
diferente del Verbo de Dios. Como Hombre, Jesús tuvo que aprender a rezar.
Por extraño que parezca, Él no puede hacerlo más que del mismo modo con
que venció el pecado: en la tentación. Para Jesús, la tentación fue Escuela de
Oración.
La tentación
Es imposible abordar el tema de la Oración, sin hablar de pecado y de
tentación. Porque ninguna Oración puede brotar del corazón humano, sin
escapar tangencialmente al circuito del pecado; al mismo tiempo que quiebra
las cadenas del pecado, escapando a su circuito, la Oración sumerge a la
persona en la confianza y en el Amor para con Dios, único libertador de la
tentación.
«Vigilad y orad, dice Jesús, para que no caigáis en tentación» (Mt. 26, 41)
– llamada hecha en el momento en que Jesús escapó de la más terrible
tentación de Su vida, antes de su muerte.
Es evidente que Jesús no era un pecador, pero como Hombre, tuvo que
enfrentar el pecado. Inevitablemente, el cuerpo humano que Jesús asumió, era
todavía «carne de pecado» (Col. 1, 22; Rom. 8, 3). No podía ser de otro modo.
La más antigua Teología del Nuevo Testamento intentó aclarar este
Misterio con la imagen del Siervo de Yahvé sacada del deutero-Isaías (Is. 42,
1-4; 49,1-3; 50,4-9; 52,13–53,12). Lleno de paciencia y humildad, Dios camina
con nosotros hasta la frontera del pecado. En Jesús, Dios Se vacía de Sí
mismo, asume los trazos del Siervo de Yahvé y se hace como pecador con los
pecadores, aceptando ser contado entre ellos. El Nuevo Testamento habla de
Kénosis (vacío, aniquilamiento), de humillación, de abajamiento (Fil. 2, 5-8).
«Aquel que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nos
hiciésemos en Él santidad de Dios» (II Cor. 5, 21).
No siendo pecador como nosotros, Jesús también tuvo que combatir el
pecado. Así Su Oración se sitúa en la frontera del pecado y de la misericordia,
esto es, entre nuestros pecados y la misericordia de Dios Padre, de Quien Él
es, en Su humanidad, la plena Revelación. No podemos dejar de reconocer
que la Oración de Jesús se identifica totalmente con Su papel de Redentor.
Jesús es el segundo Adán, y vino a ayudarnos a reencontrar el camino para el
Padre, hasta entonces cerrado por el pecado del primer Adán.

La Oración de Jesus - Salamanca 2003 13




Jesús es el primer verdadero Orante, y sólo con Él podemos aprender a


rezar. Él asumió nuestra humanidad, sobre la cual reina el pecado, para vencer
el pecado en su propio hábitat.
Jesús, en Su Cuerpo Resucitado, es el Camino – «nadie va al Padre sino
por Mí» (Jo. 14,6). Así se comprende, que Jesús se haya hecho Hombre y no
Ángel (cf. Heb. 2,14-18). Un Hombre vulgar, como cualquier otro, cercado de
fragilidad (Heb. 5,2).
Toda la vida de Jesús fue una tentación y una confrontación con el
«príncipe de este mundo» (Jo. 12,31). El Evangelio está repleto de señales de
Su lucha contra el mal: las curaciones que operó, las resurrecciones de los
muertos que obtuvo de Su Padre, los demonios que expulsó de los posesos,
Su propia Oración, a veces durante noches enteras. «Hay demonios», decía
Jesús a Sus discípulos, «que no se consiguen expulsar sino a fuerza de
Oración y de ayuno» (cf. Mt. 17,21). El combate contra el demonio tuvo su
apogeo en las grandes tentaciones que encuadran la Vida de Jesús: la
tentación de los cuarenta días de ayuno en el desierto, antes de comenzar su
Vida Pública, y la última tentación, en el corazón del misterio pascual, en sus
dos etapas, primero en el Huerto de los Olivos y después en la muerte en la
Cruz.
Jesús enfrentó la tentación rezando. Su combate – Su propia agonía – fue
un combate de Oración. Su abandono a la Voluntad del Padre, vencidas todas
las tentaciones, Su obediencia, fue una obediencia de Oración. Su Sacrificio,
fue un Sacrificio de Oración. Es el mismo sacrificio que continúa celebrando en
la Gloria: ¡«Él vive para siempre, a fin de interceder», a fin de rezar por
nosotros! (cf. Heb. 7,25). Volveremos aquí más adelante.
La Obediencia
Quiero todavía acrecentar que es igualmente imposible hablar de la
Oración sin hablar de Obediencia. No de la obediencia sociológica, que dice
relación a cualquier grupo. Pero sí de la obediencia – Kénosis – despojo de
nuestras propias ideas y deseos – la voluntad – delante de la Voluntad de Otro
– concretamente aquí, delante de la Voluntad del Padre.
Esta actitud de despojo, proporciona, en aquel que obedece, una relación
nueva con el Otro, lo transforma por dentro, creando en sí una vida nueva. En
cierto modo, lo transforma en el Otro, así la obediencia sea libre y espontánea,
sin degenerar nunca en esclavitud. De ambos lados, una tal obediencia
requiere un Amor grande y puro.
Jesús tenía la certeza del Amor del Padre, por eso no había en Él ninguna
duda ante la Voluntad del Padre. Jesús es AMÉN, como Le llama el Libro del
Apocalipsis (Apoc. 3,14), lo cual quiere decir: SÍ, PADRE (Mt. 11,26). Jesús
dice que no tiene en la tierra otro alimento sino hacer la Voluntad de Su Padre
(Jo. 4,34), y que fue para eso que Se hizo Hombre (Jo. 6,38). Su obediencia de
Hombre, se convertirá en Sacrificio de la Nueva Alianza, lo que no Le fue nada
fácil. 20
Para Jesús, esta experiencia tuvo el precio del dolor. Porque cuando
Jesús intentó vivir esta obediencia en Su naturaleza humana, Su cuerpo Lo
abandonó, sudó sangre y agua, y murió. Sólo el Padre pudo llamarLo a la vida,
revistiendo Su Cuerpo de Su propia Gloria.

20
Cf. LOUF, D. André, Seigneur, apprends-nous à prier, Ed. Foyer Notre Dame, Bruxelles, 1972.

La Oración de Jesus - Salamanca 2003 14




El confrontamiento sangrante con la Voluntad del Padre atravesó Su


Oración: «No se haga como Yo quiero, sino como Tú quieres» (Mat. 26,39).
Fue rezando que Jesús tuvo este combate, siendo oído sólo después de Su
muerte. Su Oración gritó Su obediencia, y Su obediencia era el objetivo único
de Su Oración. En Jesús, la Voluntad del Padre coincidía profundamente con
Su atracción por la Oración. Más aún, Jesús era obediencia de Oración, en su
actitud íntima de cara al Padre, en el corazón de Su Ser. Por eso Él nos
enseñó en el Padrenuestro: «Hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el
cielo».
Delante de la Voluntad del Padre, Jesús renunció a Su propia Voluntad.
No con la negación de Sí propio, pero sí, según la noción bíblica de la Voluntad
de Dios, con una adhesión incondicional, que no es otra cosa sino aspiración,
deseo, amor, alegría. A lo largo de toda la Sagrada Escritura, la Voluntad de
Dios es alegría, es un gran Amor por Su pueblo, a pesar de la infidelidad.
La plenitud de este amor de Dios por su pueblo, se asienta ahora sobre
Jesús, en Quien el Padre reposa, con todo su Deseo, Amor y Felicidad. Este es
el sentido, probablemente único, de la Palabra de Dios Padre sobre Su Hijo, ya
en el momento del Bautismo, ya en la hora de la Transfiguración: «Tú eres mi
Hijo muy amado, en Ti he puesto todo Mi Amor» (Mt. 3,17 y Mt. 17,5; Mc. 1,11;
Lc, 3,33; y en la II Ped. 1,17). El Padre da testimonio de que la plenitud de Su
Voluntad – en el sentido de Amor, Deseo, Alegría – reposa ahora sobre Su Hijo
Bien-Amado.
Jesús es Él propio, lugar por excelencia de la Revelación del Padre, es
Epifanía de la Alegría y de la Voluntad del Padre. Ni podía ser de otro modo,
una vez que nació antes de todos los siglos, del seno del Padre, de Su deseo
más profundo y de Su Amor superabundante. Ahora, en la plenitud de los
tiempos, Jesús expresa de forma humana, el modo como fue generado, no
criado por el Padre, a través de Su obediencia. El Amor del Padre invade todo
Su Ser, y en Él, a toda la humanidad. A la Voluntad de Dios Padre, el primer
Adán dijo NO, y Jesús, el Hombre Nuevo, Se adhirió plenamente, diciendo SÍ.
En Su Vida de Oración, Jesús se apropia totalmente de la Voluntad de
Dios Padre. Es de notar que, tanto en el momento del Bautismo como en el de
la Transfiguración, la Palabra del Padre fue respuesta a la Oración del Hijo.
Este pormenor no escapó a S. Lucas: «En el momento en que Jesús se
encontraba en Oración,… el Cielo se abrió… y una Voz vino del Cielo» (Lc.
3,21). Jesús estaba de nuevo en Oración, cuando de repente se transfiguró, y
Sus vestidos se pusieron blancos como la nieve (Lc. 9,29). Su Oración era de
abandono a la Voluntad del Padre, a medida que la Voluntad del Padre se iba
manifestando en Su Oración.
La confrontación más difícil con la Voluntad del Padre tuvo lugar en el
Huerto de Gethsémani. Oración y lucha hasta la extenuación. En numerosos y
muy antiguos manuscritos neotestamentarios, los versículos más realistas de
esta perícopa de S. Lucas fueron cuidadosamente omitidos, pues algunos
copistas no osaron transcribirlos. Fue un momento tan duro para Jesús, que el
Ángel de Yahvé tuvo que intervenir, como ya había acontecido en el Antiguo
Testamento, en los momentos más decisivos de la Historia de Israel, sobre
todo en los campos de batalla. Porque en Su Oración, Jesús sostuvo un
durísimo combate: «Y lleno de una angustia mortal, rezaba todavía más
ardientemente» (Lc. 22,44). La palabra AGONÍA, guarda aquí su doble
significado: angustia, depresión, desespero – y también combate. En este

La Oración de Jesus - Salamanca 2003 15




combate fue donde Jesús avanzó hacia la muerte; combate de Obediencia,


pero también de Oración. Jesús afrontó este combate con Su Corazón y con
Su Cuerpo, aprendiendo por Sí mismo, cuán flaca es la carne humana, aun
cuando el Espíritu es ardiente y fuerte.
El Nuevo Testamento hace de este combate decisivo otra descripción, no-
menos realista, donde aparecen lado a lado el combate, la obediencia y la
Oración, acrecentados por un nuevo elemento: Jesús fue consagrado Sumo
Sacerdote, según dice el texto de la Carta a los Hebreos:
«En los días de su vida mortal, ofreció, con grande clamor y lágrimas, Oraciones y
súplicas a Aquel que lo podía salvar de la muerte, y fue atendido por Su piedad (Lc. 22,42-44;
Mt. 27,46). A pesar de ser Hijo de Dios, aprendió a obedecer, sufriendo, y, una vez alcanzada
la perfección, se hizo para todos los que Le obedecen fuente de Salvación eterna, habiendo
sido proclamado por Dios Sumo Sacerdote según la orden de Melquisedec».
(Heb. 5, 7-10)
Jesús ofreció oraciones. Su obediencia y Su muerte en la Cruz fueron un
Sacrificio, el gesto del Sumo Sacerdote. Y fue en el corazón mismo de la
obediencia y del sacrificio de Oración, que fue consagrado sacerdote
(téleiôtheis), según el sentido especial de la palabra en toda la Epístola, y
proclamado como tal por el Padre.
Todo esto sucedió en el mayor sufrimiento y en la tentación. Y si con la
tentación Jesús aprendió a rezar, como ya vimos atrás, también podemos
afirmar, que con el sufrimiento, Jesús aprendió a obedecer y a rezar. Así, el
sufrimiento fue para Jesús, Escuela de Obediencia y de Oración.
Podemos darnos cuenta de lo difícil que fue vencer esta tentación, por el
grito de desesperación que Jesús dejó escapar de Sus labios: ¿«Dios mío,
Dios mío, por qué me has abandonado»? En la Cruz, Jesús pasó al mismo
tiempo por el absurdo de la muerte y por la incomprensible “ausencia” del
Padre. La tentación fue de desesperación. Los propios soldados allí presentes,
no comprendieron este grito, ni reconocieron las palabras del Salmo 21,
prefiriendo burlarse de Él:
«Confió en Dios; que Él lo libre ahora, si Lo ama, pues dijo: ‘Yo soy el Hijo
de Dios’» (Mt. 27,43). El Amor del Padre, declarado en el Bautismo y en la
Trasfiguración, resuena ahora de la boca de Sus enemigos, como una censura,
una provocación. La Madre de Jesús, allí al pié de la Cruz, y S. Juan, tendrían
idea de lo que estaba a pasar dentro de Él?
A pesar de todo, Jesús cree y sabe, contra toda esperanza humana, que
el Padre lo salvará, porque Lo ama; no sin la muerte, ni escapando a la muerte,
sino a través de la muerte, para una vida nueva. El sufrimiento y la muerte
fueron para Jesús, Escuela, donde aprendió el Amor del Padre, hasta al
aniquilamiento más total, para la Vida Eterna. «Padre, en Tus Manos entrego
Mi espíritu» (Lc. 23,46; Sl. 31,6) – Fue el SÍ postrero, la Oración final, de
obediencia y adhesión a la Voluntad del Padre. Es impresionante ver cómo
Jesús acepta perder el pié, abandonarSe, entregarSe, incondicionalmente,
porque sabe estar en las Manos del Padre!
En la Cruz, Jesús no Se entregó a la muerte, sino al Amor. Jesús penetró
hondamente en la comprensión de las palabras del Padre, al morir: «Tú eres Mi
Hijo Amado, en Ti puse todo Mi Amor». Fue preciso gastar la vida entera, rezar
mucho, recorrer todo el camino de descubrimiento de la Voluntad del Padre,
para conocer humanamente el Amor, y poder ahora rezar verdaderamente.
Si Jesús hubiese caído en la tentación, nosotros permaneceríamos en la
muerte eternamente, y el camino de la Oración estaría impedido para siempre.

La Oración de Jesus - Salamanca 2003 16




Pero ahora el camino está abierto y libre, y Jesús es el propio Camino… ¡y la


Vida! (Jo. 14,6)
«Vivo para siempre, a fin de rezar por nosotros» (Heb. 7,25)
Este es el papel de Jesús como Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza –
Mediador entre Dios Padre y la humanidad pecadora. Él abrió el camino, al
recorrerlo. El sacrificio de Oración – sacrificium laudis – que Jesús inició en la
obediencia y en la muerte, lo celebra ahora para siempre en el Cielo. Él está
«vivo para siempre a fin de rezar por nosotros» (Heb. 7,25), «Ayer, hoy y por
toda la eternidad» (Heb. 13,8).
Y es en Jesús Resucitado, donde se encuentra la fuente eterna de
nuestra Oración. Gracias a la Oración estamos cerca de Él, podemos quebrar y
ultrapasar los límites del tiempo, respirar la vida eterna, permaneciendo delante
del Rostro del Padre, unidos a Jesús.
Para llegar ahí, necesitamos recorrer el mismo camino que Jesús: no hay
otro sino el de la cruz y de la muerte. Y ya estamos en camino, en la medida en
que por la Oración, ya habitamos en Su Casa. Todo cristiano que vive con
Jesús, ofrece, como Él, un sacrificio de Oración, confesando e invocando Su
Nombre sin cesar. Al monje orante, Dios le repite sin cesar: «Tu eres Mi Hijo
muy amado».
El Cap. 13 de la Carta a los Hebreos, habla todavía de la doble liturgia
que el cristiano debe celebrar: por un lado, el sacrificio de la Oración –
sacrificium laudis – por el cual invocamos incesantemente el Nombre de Jesús,
e intercedemos por todos los hombres; por otro lado, el sacrificio de Amor, en
el cual compartimos con todos los hermanos los dones recibidos del Padre.
Nosotros, los cristianos, en cuanto Iglesia, estamos profundamente implicados
en este gran Misterio de la Oración de Jesús.
Puede hasta suceder en esta vida efímera, que una persona en Oración
pueda irradiar la Gloria que ha de venir y recibir en la resurrección, tal como
sucedió con Jesús en Su Transfiguración, en el Monte Tabor.
«Un hombre vino a buscar Abba Arsénio, en su celda. Esperó en la puerta, y vio Abba
Arsénio como en fuego, de los pies a la cabeza»
(Apotegmas; Arsénio, 27).
La Oración que quemaba el corazón de Arsénio, atravesaba y consumía su
cuerpo como un fuego. Era ya un reflejo de la Gloria que brilla en el Rostro de
Jesús (II Cor. 4,6), una participación en la Luz increada que Dios es (cf. Col. 1,12).

CONCLUSIÓN
Todos tenemos la idea de que ningún otro hombre rezó nunca como
Jesús. En Su Oración, encontramos los trazos más puros y profundos de la
Oración del Antiguo Pueblo de Israel, sobre todo de los Salmos. Sin embargo,
la Oración de Jesús es más profunda, más serena, más esencial que la de los
Salmos. Nace de Su Corazón, donde vive en unión con el Padre y con el
Espíritu. Cuando reza por la venida del Reino de Dios, del Reino de Su Padre,
es más que nada para llevar a los hombres a Dios, para colocarlos delante de
Su Padre.
Jesús reza como un hombre que se siente UNO con los otros hombres,
pidiendo por los que sufren, por sus discípulos, por Sus enemigos. En sus
peticiones al Padre, Jesús acepta con toda realidad, los acontecimientos: Él
acepta el sufrimiento, la muerte, el mal, el peso del pecado que Lo rodea;
Jesús acepta sobre todo la realidad de la Voluntad de Dios, venida de arriba.

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En Su Oración, Jesús integra toda la realidad humana, tanto el bien como el


mal, con simplicidad y realismo. Por eso Su Oración es tan justa y auténtica.
Pero, si en Su Oración, Jesús asumió todo lo que es humano, le dio al
mismo tiempo una nueva orientación, un valor hasta entonces desconocido,
restituyéndolo directamente a Dios. La mirada de Jesús nunca se limita a los
horizontes terrestres. Su mirada va siempre más lejos y más alto, restituyendo
a Dios toda la Creación y la Humanidad entera. Para Él, Dios no es la Majestad
inaccesible, cuya presencia llena de pavor y de angustia; ni el Absoluto, lejano,
que deja las personas en la ignorancia o en la indiferencia. Para Jesús, Dios
está próximo, está presente, es un Padre que nos ama, de Quien nos podemos
aproximar con la sencillez y la confianza de hijos. «En la palabra “Padre” es
donde se encuentra todo el secreto de Su vida y de Su Oración»21.
Pero para rezar, Jesús usa muchas veces palabras de los Salmos, que en
Sus labios, suenan de otro modo. ¡Es verdaderamente un misterio! Por muy
humana que sea la Oración de Jesús, nosotros presentimos en ella cualquier
cosa muy profunda y misteriosa, una paz y una tranquilidad para nosotros
desconocidas. Jesús reza al Padre como un Siervo, con total abandono a Su
Voluntad, y al mismo tiempo como siendo igual al Padre. El habla del mundo
Divino, no como de cualquier cosa lejana, sino como de un dominio que Le
pertenece desde toda la eternidad: está en su casa. De los labios de Jesús
nunca sale una confesión de culpabilidad, ni una palabra de arrepentimiento.
Jesús no pide perdón para Sí mismo, sino que con la autoridad que le
pertenece, perdona. Es Él mismo Quien perdona22. Está, por tanto, del lado de
Dios. Al contrario de las personas muy religiosas y místicas, cuyo deseo
profundo es la unión con Dios, Jesús está siempre con el Padre, en perfecta
unión, en comunión de vida con Él, que es permanente, espontánea, natural,
evidente.
En esta relación de Jesús con su Padre, se puede percibir un doble
aspecto. Por un lado, la obediencia total y algunas veces heroica de Jesús
Hombre, Aquel que vino a la tierra como Siervo de Dios, para cumplir Su Misión
Salvífica, que Lo llevó a la Cruz; por otro lado, en su Oración, una serenidad,
una paz, una unión, una alegría de hijo que vive en comunión con el Padre, y
que sabe que es amado del Padre.
Tal es el secreto que la Oración de Jesús nos revela. Él reza como
persona, como uno cualquiera de nosotros; sin embargo, Su Voz resuena como
venida de otro mundo, porque viene de lo alto, de junto al Padre.
El ejemplo sublime que Jesús Hombre nos da en Su Oración Filial, es
para nosotros una invitación a rezar como Él rezó. Pero al mismo tiempo,
sabemos que podemos en nuestra Oración, dirigirnos a Él, el Hijo de Dios
Padre.
Como buen teólogo, el Padre Yves Congar dice respecto a esto:
«En cuanto hombre, Jesús reza a Dios: en cierta manera Él se pone a nuestro nivel, pero sólo
en cierto modo. Cuando reza siendo Hombre, a Quien Él invoca es a un título absolutamente
único y divino, el Padre de la Persona Santa a la Cual pertenece esta oración humana: es el
23
Padre, en el sentido absoluto de la ontología divina trinitaria».

21
J. JEREMIAS,«Das Gebetsleben Jesu», ZNW 25 (1926), p. 140. Cita de Ignace de la Potterie, «La Prière
de Jesús», op. cit.
22
L. DE GRANDMAISON, Jesus Christ. Sa personne, Son message, Ses preuves, II, Beauchesne, Paris, 1941,
p. 98. Cita de Ignace de la Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit.
23
Y. CONGAR, «La Prière de Jesus», L avie spirituelle, 110, nº 502 (1964), p. 157-174. Cita de Ignace de la
Potterie, «La Prière de Jésus», op. cit.

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Podemos entonces sintetizar sencillamente: en cuanto Hombre, en


cuanto Siervo de Dios, Jesús reza al Padre, pero Aquél que en Él reza al
Padre, es siempre el Hijo. Somos llevados, pues, nítidamente, a percibir: en la
Oración de Jesús, descubrimos el Misterio de Jesús, en toda su profundidad,
como verdadero Hombre y verdadero Dios, Hijo de Dios Padre.

ALGUNOS DESAFÍOS CONCLUSIVOS, PARA LA ORACIÓN PERSONAL DEL MONJE


En la Escuela de Jesús, en la clausura del Monasterio, que según S.
Benito no es más que una «ESCUELA DEL SERVICIO DEL SEÑOR», el monje debe
aprender con Jesús, en su vida de Oración y de trabajo, a ser Siervo, Enviado
(Apóstol – Bautizado) e Hijo de Dios-Abba. Al asumir, como Jesús, esta
conciencia de Siervo, Enviado e Hijo, el monje tiene que tener conciencia de
ser diferente de Él, de ser un pecador deseoso de perdón, un desobediente
deseoso de llegar a la unión con Dios, por la Obediencia. Identificándose
plenamente con Jesús, su Modelo y su Maestro, deberá procurar
incansablemente Su Rostro, en la Oración y en los hermanos, volviéndose él
mismo un reflejo transparente del Amor de Dios por los hombres.
S. Benito no formuló, en su Regla, una Teología de la Oración. Para la
Oración del monje, mucho contribuyó la Tradición, la Filosofía, las Sentencias
de los Padres, las Colaciones de los Santos; pero el ejemplo y la enseñanza de
Jesucristo, Modelo y Maestro de Oración, tiene para mí la máxima importancia.
Porque cuando rezo, es Cristo que reza en mí. Y Lo descubro en mi humanidad
por Él compartida. En mi oración personal, descubro mi experiencia vital con
Dios – Uno y Trino, esencia de mi vida de monja benedictina.
La Regla de S. Benito también nos da algunos consejos importantísimos,
porque va a la raíz del Evangelio, sobre todo en los Capítulos XIX y XX, en lo
que dice respecto al Oficio Divino y a la Oración particular, incluidos en el
Código Litúrgico que va del Cap. VIII al Cap XX. Realzo particularmente el
carácter Cristocêntrico de la Regla de S. Benito que le da actualidad. Vivo una
Regla que me conduce permanentemente a Cristo, por eso es tan actual.
Hace mucho tiempo que pienso cómo la vida monástica debe formar
gente capaz de seguir a Jesús, de rezar como Él rezó, en la soledad, en el
diálogo con el Padre, gente con valentía para subir con Él a Jerusalén, sin
perder tiempo con niñerías ni con falsas santidades. Tal vez venga a propósito
esta historia:
Era una vez tres monjes que rezaban muy recogidos, de madrugada, en la capilla, con
los hermanos.
El primero juzgó haber visto a Jesús descender de la Cruz y quedar inmóvil, en el aire,
delante de él. «Por fin», exclamó, «ahora sé lo que es la contemplación».
El segundo se sintió arrebatado, encima del lugar que ocupaba en el Coro. Voló sobre la
comunidad y subió hasta la cúpula de la iglesia, que pudo contemplar desde arriba, antes
de descender y volver a su lugar en el Coro. «El Señor me concedió la gracia de un
pequeño milagro», dijo, «pero con toda la humildad, tengo que guardar este secreto sólo
para mí».
El tercero tuvo un gran dolor en las rodillas y sintió las piernas flacas. Su imaginación
vagueó hasta parar delante de un famoso hamburgo, guarnecido con cebollas y pepinos.
«Yo bien quiero», dijo el diablillo a su maestro, «pero nunca consigo tentar a este tercer
24
monje».
Moral de la historia: La falsa santidad nos traiciona. El mundo actual no
necesita monjes perdidos en las nubes o en las tinieblas, desencarnados de la
realidad. Por el contrario, el mundo de hoy necesita religiosos, monjes, que, en
24
CHITTISTER, Joan, Le Feu sous les Cendres, Bellarmin, Québec, 1998, pp. 319-320.

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su adhesión a Cristo, sepan identificarse con Él, con los pies en la tierra.
Monjes que sepan percibir que el fin último de la Oración es realmente nuestra
«divinización», pero que supone el trabajo de toda una vida de donación.
Vida de Oración no puede ser vida individualista, tiene que ser vida
radicalmente altruista. Bajo pena de que la Vida Religiosa pierda su carácter
profético25. Los monjes y las monjas de hoy tienen que ser formados en la
búsqueda radical y seria de la Voluntad de Dios, a ejemplo de Jesús, a través
de la seriedad de su vida de Oración. Una oración humilde y reverente, breve y
pura, pero frecuente, como nos aconseja S. Benito: ¡unos por los otros!
La Liturgia, en cuanto ritmo de celebración de la fe de la Iglesia, es
profundamente Cristocêntrica. Nosotros, monjes, sabemos que la vivimos así.
En todos los tiempos litúrgicos, celebramos en Iglesia el Misterio de Jesucristo,
el Enviado de Dios, que nos da la posibilidad de contemplar en un rostro
humano, el propio rostro de Dios. Y contemplar el rostro de Cristo es, de hecho,
nuestro mayor deseo. Con los salmos, cantamos tantas veces: «Busco Tu
rostro, Señor, Tu rostro busco» (Sl. 27,8).
Todos los días, en la celebración de la Eucaristía, nos reencontramos con
la Pascua de Cristo. Todos los días, en nuestras celebraciones comunitarias,
actualizamos nuestra esperanza.
¡Cristo está con nosotros! Podemos encontrarLo realmente, en el rostro
de quien sufre, en la alegría de quien sonríe, en la generosidad de quien sirve,
en la valentía de quien lucha, en la fraternidad comunitaria, porque sabemos
que lo que hagamos al más pequeño de nuestros hermanos, a Él se lo
hacemos.
¡Hoy, tenemos que renacer, a partir del Evangelio, a partir de Cristo26, con
el corazón abrasado, ardiendo como el de los discípulos de Emaús, seamos
Hoy testigos de la Resurrección! ¡Por nuestra Oración, seamos redentores con
Cristo Redentor!
Que mucha gente Lo pueda encontrar y contemplar en la intimidad de la
comunión de Amor que llamamos Oración. Porque el feliz descubrimiento de la
Oración, es una experiencia decisiva para vivir la vida con la misma esperanza
de Jesús, con los mismos sentimientos de Jesús. O con la misma adhesión de
María, Su Madre, manteniéndonos, como Ella, en permanente estado de
«Anunciación».
Con conciencia de no haber agotado este tema, a pesar de todo el tiempo
que empleé en decir tanto, termino con la misma súplica de los Discípulos al
Maestro, súplica que permanece dentro de mí:

¡Señor, enséñanos a rezar!

Roriz, 11 de Julio de 2003


En la Solemnidad de nuestro Patriarca S. Benito

Ir. Maria Reis Catarino osb

25
CHITTISTER, Joan, Le Feu sous les Cendres, Bellarmin, Québec, 1998
26
Cf. «PARTIR DE CRISTO – Renovado compromisso da Vida Consagrada», Ed. A.O., Braga, Agosto de 2002.

La Oración de Jesus - Salamanca 2003 20




BIBLIOGRAFIA

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La Oración de Jesus - Salamanca 2003 21




INDICE
1 – INTRODUCCIÓN
Los sitios donde Jesús rezaba
Las horas en que Jesús rezaba
La actitud de Jesús en la Oración
El secreto de la Oración de Jesús
¿Es posible la Oración del Hijo de Dios?
El Misterio de la conciencia de Jesús

2 – LA ORACIÓN DE SÚPLICA DEL MESÍAS,


REVELADORA DE LA CONCIENCIA MESIÁNICA DE JESÚS
La Oración al Padre (Jo. 17) :
a) Jesús reza por Su propia glorificación (vv. 1-5)
b) Jesús reza por Sus discípulos (vv. 6-19)
c) Jesús reza por todos los creyentes (vv. 20-26)

3 – LA ORACIÓN DE OBLACIÓN DEL SIERVO


La Voluntad del Padre
El misterio de la Obediencia de Jesús

4 – LA ORACIÓN FILIAL DE JESÚS, EL HIJO ÚNICO DEL PADRE

5 – LA ORACIÓN DE JESÚS, PARADIGMA DE LA ORACIÓN CRISTIANA


DEL MONJE
La tentación
La Obediencia
«Vivo para siempre, a fin de rezar por nosotros» (Heb. 7,25)

6 – CONCLUSIÓN
Algunos retos conclusivos, para la Oración personal del monje

7 – BIBLIOGRAFIA

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