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Cada persona sostenía una cuchara que tocaba la olla, pero cada cuchara tenía un mango mucho
más largo que su propio brazo, de tal manera que no podía utilizarse para llevar el guisado a sus
bocas. El sufrimiento era terrible.
Entraron en otra habitación, idéntica a la primera, la olla de guisado, el grupo de personas, las
mismas cucharas con mango largo. Sin embargo, allí todos estaban felices y bien alimentados.
"No comprendo", dijo el hombre. "¿Porque están felices aquí, si en la otra habitación se sienten
miserables y todo es igual?"
Es decir, mientras que en el infierno cada uno quiere comer con su cuchara y no es capaz de
compartir con los demás, en el cielo cada uno piensa primero en el hermano y con su propia
cuchara lo alimenta al otro.