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Maestría en Ciencia, Tecnología y Sociedad

Estudios Sociales de la Ciencia

Docente: Dr. Pablo A. Pellegrini


Dr. Pablo Pellegrini

Clase Nº 3: La comunidad científica

Introducción

Veíamos en clases anteriores que un rasgo indudable de la constitución de la


ciencia moderna es el carácter colectivo que presenta. La ciencia no es algo que
hace en soledad un investigador en el fondo de su casa, sino que se produce como
resultado de una intensa interacción social. Entender entonces cómo se organizan
los científicos y sus investigaciones resulta fundamental para dilucidar aspectos
sociales de la ciencia. Así, cuando se habla de los científicos se suele denominar a
esa interacción colectiva que los aglomera como “comunidad científica”. El término
está muy difundido, pero dista de ser inocente o neutro; por el contrario, tiene una
carga teórica que resulta importante escudriñar. Nos dedicaremos en esta clase a
analizar el concepto de “comunidad científica”.

Objetivos de la clase

 Analizar el concepto de "comunidad científica"

 Indagar en los conceptos de Merton relacionados con la "comunidad


científica", en particular el ethos y el efecto Mateo.

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1. La comunidad científica

La noción de comunidad designa algo más que una simple acumulación de


individuos; se trata, como mínimo, de individuos que comparten ciertos lazos, que
comparten una cierta finalidad u objetivos generales, con ciertas normas y
sentimientos comunes. Según la socióloga mexicana Rosalba Casas, bajo el término
comunidad se alude al “apego a ciertas normas y valores que rigen la actividad de
estos grupos”. La noción de comunidad científica como tal parece haber sido
propuesta por el físico y filósofo Michael Polanyi. Polanyi buscaba, por un lado,
oponerse a la idea de que la ciencia era el producto de científicos aislados. Pero
también buscaba oponerse a la idea de una planificación de la ciencia (como podía
desprenderse de autores como Bernal). De tal modo, Polanyi desarrolla la idea de
comunidad científica cargándola de un sentido de colectividad y autonomía. La
comunidad científica, de acuerdo a Polanyi, debía mantener su autonomía de toda
influencia política y religiosa si quería garantizar su libertad.

Más allá del origen del concepto, quienes más lo han utilizado han sido los
sociólogos de la escuela funcionalista normativa, discípulos de Merton. Esto se debe
a que gran parte de la obra del propio Merton está centrada en el estudio de las
normas sociales que permiten explicar el funcionamiento de una estructura social
determinada, así como las conductas desviadas de dicha estructura. De esta
manera, una gran parte del estudio de la ciencia pasa a ser el estudio de las
normas específicas que rigen la actividad, cómo se respetan o no. El aporte más
importante que hizo Merton en este sentido, es haber formulado la existencia de un
ethos científico. Una vez más, entonces, nos adentramos en la obra de Merton.

2. El ethos de la ciencia

El ethos de la ciencia, según Merton, es “ese complejo de valores y normas


afectivamente templados que se consideran obligatorios para el hombre de
ciencia”. Se trata de una serie de imperativos que todo científico asume como
propios, valores que son interiorizados por los investigadores dando forma a una
conciencia determinada que estructura el modo de proceder en la actividad
científica, junto con la necesidad de sancionar a quien se aparte de las normas.
Merton considera que la función social de la ciencia es generar y acumular
conocimiento científico verdadero, y son estas normas las que garantizan que esa
función social se desenvuelva con normalidad. De hecho, estas normas son
prescripciones morales y, al mismo tiempo, funcionan como prescripciones técnicas,
pues contribuyen directamente al avance del conocimiento.

Veamos las cuatro normas que describe Merton, y recordemos que se trata de
normas que se infieren del consenso moral de los propios científicos:

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Leer con Atención

• Universalismo: según esta norma, los conocimientos deben ser


sometidos a criterios impersonales preestablecidos. No importan los
rasgos personales del científico, o las cuestiones nacionales en que se
desenvuelve, el científico no tiene patria, en la medida que adhiere al
carácter internacional, impersonal, prácticamente anónimo de la ciencia.

• Comunismo: se considera que los descubrimientos de la ciencia son


producto de la colaboración social, y son asignados a la comunidad.
Constituyen una herencia común. El principio del “comunismo” en este
ethos, alude a la propiedad común de los bienes científicos. [Cabe aclarar
que, con el tiempo, se dejó de emplear el término “comunismo” para
identificar esta norma, y se la pasó a denominar “comunalismo”,
seguramente para intentar desplazarla del ideario “rojo”.]

• Desinterés: no se refiere a las motivaciones personales de los


científicos, sino a una forma de control institucional que impone la
institución científica, y ante la cual los científicos se someten. Los
resultados de los científicos deben ser sometidos a un proceso de
verificación por sus pares, y este control “policíaco” garantiza, por
ejemplo, la casi inexistencia del fraude científico.

• Escepticismo organizado: el científico debe someterlo todo a un


análisis crítico; para él, nada debe ser sagrado, no debe tener prejuicios.

Cuando estas normas se respetan, entonces la comunidad científica funciona con normalidad,
puede cumplir con su función social. Pueden notar que estamos haciendo un uso casi
indistinto de normas y valores, y esto se debe a que Merton mismo produce un solapamiento
de estas cuestiones, las vuelve equiparables, como observa Torres Albero.

Analicemos un poco más en detalle a qué se refiere cada una de estas normas.

Es evidente que el universalismo supone una oposición al localismo, o sea, se


considera inaceptable que un conocimiento científico pudiera ser válido en un
contexto particular pero no en otro. Así, no tiene sentido hablar de una física
argentina, o de una biología francesa; la ciencia es una y es universal. No importa
dónde se hayan formulado los enunciados científicos, en tanto tales tienen validez
universal (según la norma del universalismo).

El “comunismo” implicaría que nadie puede apropiarse privadamente de los


conocimientos científicos, porque son propiedad común.

El desinterés, por otro lado, se refiere a que la necesidad de acumular


conocimientos es superior a cualquier interés particular. Porque, de hecho, los
científicos pueden tener intereses particulares, tales como el interés por acumular
prestigio; pero la necesidad de acumular conocimientos es un imperativo
institucional superior.

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Para Ampliar

Después de haber postulado su noción de ethos, Merton se dedicó a


analizar los sistemas de recompensas y reconocimiento que existen en la
ciencia, en particular, en lo que denominó eponimia. Se trata del
mecanismo por el cual se otorga recompensa al asignar el nombre propio
del científico a una parte del conocimiento que ese científico contribuyó a
establecer. Por ejemplo, las leyes “de Kepler”. Además, esa recompensa
sigue un orden jerárquico: quienes realizaron mayores contribuciones,
reciben mayores recompensas. Así, se puede hablar de una época (la
“época euclidiana”), de una disciplina (la sociología “de Comte”), leyes (la
ley “de Ohm”), efectos (el efecto “Doppler”) o hasta de un número (el
número “de Avogadro”); lo que permite evidenciar este sistema de
recompensas que describe Merton.

3. El efecto Mateo

Siguiendo con estos estudios, Merton hizo otra observación interesante,


describiendo lo que llamó “efecto Mateo” en la ciencia. Toma el nombre de este
mecanismo del Evangelio según San Mateo, que señala que “a quien más tiene más
se le dará, y a quien poco tiene, aun ese poco se le habrá de quitar”. Merton
advierte así que hay cierta desproporción en la retribución de recompensas. Resulta
que con frecuencia ocurre que a un científico que en el pasado realizó importantes
aportes a la ciencia, recibe por sus trabajos presentes una retribución mucho mayor
de la que reciben científicos menos prestigiosos. Pensemos en un artículo que
puede ser aprobado o rechazado en función del prestigio del autor; o de los
subsidios que recibe, aún cuando su proyecto no sea más meritorio que el de otros
colegas. Nótese, sin embargo, que el “efecto Mateo” implica una violación a la
normativa anterior que establece un sistema de recompensas que es proporcional
al esfuerzo y contribución de cada sujeto. Merton dice resolver este dilema al
establecer la distinción conceptual entre funciones manifiestas (la proporcionalidad)
y funciones latentes (el efecto Mateo). Así, plantea que detrás de la aparente
disfuncionalidad de la desproporción de las recompensas, se esconde una función
latente, que supone que quienes ya hubieran realizado contribuciones importantes
al edificio de la ciencia, tendrán más probabilidades de realizarlas en el futuro.

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4. Los conceptos de Merton en cuestión

Retomando las características generales que presenta la noción de comunidad


científica, Merton comparte la atribución de autonomía que le confiere Polanyi. En
este sentido, Rosalba Casas observa que Merton y sus seguidores se dedicaron a
estudiar a los científicos y sus actividades como si constituyeran un subsistema
aislado, tomando a la comunidad científica como un todo aislado, sin establecer
relaciones con otros factores de la estructura social.

Es necesario contextualizar un poco esta insistencia que hacían estos autores en la


autonomía de la ciencia; pues hoy en día resulta fácil criticarla, pero por entonces
no sólo se trataba de las primeras aproximaciones al tema, también había un
contexto particular que lo volvía comprensible. Tengamos en cuenta que Merton
realiza sus estudios a comienzos de los años cuarenta, cuando la Alemania nazi
había declarado que había una ciencia legítima que era la ciencia “aria”, identificada
con la física experimental, y que por otro lado había una ciencia “impura” (asociada
a la física teórica, cuyas figuras prominentes eran Einstein y Bohr). También, más o
menos por esa época, en la Unión Soviética cobró notoriedad la figura de Lysenko,
biólogo que despreciaba las teorías de Mendel sobre la herencia por considerarlas
una “ciencia burguesa”, y desarrolló sus propias teorías admiradas por Stalin como
“ciencia proletaria”. En ese contexto, entonces, la defensa de una autonomía como
eje central de la comunidad científica sonaba más razonable que otras alternativas
de la época.

En fin, la tesis sobre el ethos científico que desarrolló Merton (que ha sido llamada
CUDEO, tomando las iniciales de cada norma) fue largamente cuestionada. En
primer lugar, por un hecho simple, pero contundente: estas normas no se cumplen.
Más aún: su violación no es castigada. Pensemos en la norma del “comunismo”:
mucho conocimiento se produce en empresas, o en instituciones públicas en
convenio con éstas, y aquí el conocimiento no es “propiedad común”, precisamente
porque su apropiación privada le da a la empresa un factor de ventaja competitivo
que es lo que buscaba al invertir en ciencia. De un modo similar, muchos
conocimientos son ocultados –por cuestiones económicas o por otras– lo cual se
contradice con la norma del “desinterés”. Barnes y Dolby sostienen que Merton ha
puesto como ejemplo de esas normas lo que los científicos dicen, pero que no
aportó ninguna evidencia sobre cómo las conductas son modificadas por dichas
normas. Así, los autores indican que los científicos suelen decir que “se debe
reservar el juicio hasta que los hechos lo muestren”, pero en la práctica lo que
hacen es tomar partido por teorías particulares, incluso con un apego emocional
hacia ellas. La crítica de Barnes y Dolby se centra así en que Merton no fue capaz
de distinguir lo que los científicos dicen de lo que los científicos realmente hacen; y,
por otro lado, que Merton construye un esquema ahistórico. Es difícil, si uno emplea
el esquema del ethos mertoniano, ver dinámicas de cambio en la comunidad
científica, pues se trata de normas fijas.

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Para Reflexionar

Comenzamos esta clase diciendo que el término “comunidad científica” era


muy utilizado. Por cierto, no significa que todo el que lo utilice estará
plasmando cada una de estas cuestiones que revisamos; pero ya no
podremos ignorar la carga de sentido que tiene –que no es neutro–, y las
limitaciones que puede presentar su uso. Puede ser que en algunos
estudios empíricos que hagamos su uso resulte poco pertinente, y en otros
no tanto. En definitiva, lo que hay que tener en cuenta es que no
conviene, a priori, postular la existencia de una comunidad para definir
una forma de agrupación de científicos. Porque su uso acrítico evita la
reflexión sobre las formas en que los científicos se organizan e
interactúan. Esa reflexión es fundamental, pero al trasladar sin más la
idea de comunidad científica, la estamos clausurando de antemano.

Mientras que el texto de Merton que tienen para esta clase explora su noción de
ethos científico, los textos de Rosalba Casas y Cristóbal Torres Albero desarrollan
un análisis crítico de la idea de comunidad científica. La pregunta que queda latente
es: la idea de comunidad tiene unas cuantas complicaciones pero, ¿qué otro modo
de referirnos a la interacción y organización de los científicos hay? Sobre esos otros
modos avanzaremos en la próxima clase.

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Lecturas obligatorias

 CASAS, Rosalba (1980): La idea de comunidad científica: su significado


teórico y su contenido ideológico. Revista Mexicana de sociología. Vol. XLII,
Nº 3.

 MERTON, Robert (1992 [1942]): “La ciencia y la estructura social


democrática”, en Teoría y estructura social, México, FCE.

 TORRES ALBERO, C. (1994): Sociología política de la ciencia. Madrid, CIS.


Cap. 2, ptos III y IV.

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