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David D Gilmore Hacerse Hombre Concepciones Culturales de La Masculinidad PDF
David D Gilmore Hacerse Hombre Concepciones Culturales de La Masculinidad PDF
Gilniore
Hacerse hombre
Concepciones culturales
de la masculinidad
�
ediciones
PAIDOS
Barcelona
Buenos Aires
Mbico
Título original: Manhood in the making. Cultural concepts o/ masculinity.
Publicado en inglés por Yate University Press, New Haven y Londres
1. • edición, 1994
ISBN: 84-493-0084-3
Depósito legal: B-37.870/1994
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . 11
Introducción . . . . . . . . . . . . 15
EL ROMPECABEZAS DE LA MASCULINIDAD
PARALELISMOS
cuatro veces en la espalda con un látigo de yuca cruda que les hace
sangrar y deja cicatrices para siempre . Los adolescentes deben sopor
tar con impasibilidad la paliza para demostrar su fortaleza. Los tewa
dicen que este rito-convierte en hombres a los muchachos y que, de
otro modo, su virilidad sería dudosa. Después de la prueba, los espíri
tus kachina les dicen: «Ya eres un hombre, te has hecho un hombre»
(Hill, 1 982, 220) . Aunque las muchachas tewa también tienen ritos
(no violentos) de iniciación, no existe creencia paralela de que tengan
que hacerse mujeres; para ellas no hay un «gran imposible » . Para los
tewa y los fox, así como para los pueblos mencionados más arriba, la
feminidad es algo que se desarrolla naturalmente, sin necesidad de
intervención cultural, y su llegada con la primera menstruación se
celebra, más que provocarse , con rituales (Ibíd., 209- 1 0) .
Estos agotadores esfuerzos para demostrar que s e e s un hombre n o
s e dan exclusivamente en pueblos primitivos, a l margen d e l a civiliza
ción. En la América Latina urbana, por ejemplo, como describe Osear
Lewis ( 1 96 1 , 38), un hombre debe demostrar diariamente su virilidad,
enfrentándose a desafíos e insultos, aunque tenga que ir hacia la
muerte «sonriendo» . Además de ser duro y valiente , y de estar dispues
to a defender el honor de su familia a la menor provocación, el mexi
cano de la ciudad, al igual que el amhara, tiene que ser sexualmente
potente y engendrar muchos hijos. Tales hazañas varoniles también
son frecuentes entre los agricultores y pastores que viven en la cuna
de las antiguas civilizaciones mediterráneas. En los Balcanes, por
ejemplo, la categoría de hombre de verdad está claramente definida.
Un hombre de verdad es aquel que bebe mucho, derrocha dinero,
pelea con valor y tiene una familia numerosa (Simic, 1 969, 1 983). De
esta forma, demuestra una «vi.rilidad indomable» que le distingue de
los individuos afeminados (Denich, 1 974, 250) . En el este de Marrue
cos, se distingue a los hombres de verdad de los inútiles en función de
sus proezas físicas y actos heroicos, tanto en la lucha como en la
potencia sexual . Estas hazañas viriles se conmemoran en versos que
se cantan en las fiestas, ante multitudes admirativas, haciendo de la
virilidad una especie de celebración comunal (Marcus, 1 987, SO) . Asi
mismo, para los beduinos del desierto occidental de Egipto, los verda
deros hombres se distinguen de los débiles, que no «son hombres» .
Los verdaderos beduinos son valientes y atrevidos, n o temen nada.
Imponen sus deseos a cualquier precio y se enfrentan a cualquier
reto; sus principales atributos son « la autoridad y la potencia» (Abu
Lughod, 1 986, 88-89) . En el otro lado del mar, en las casas de té de los
pueblos de la cristiana Creta, los hombres cantan con orgullo himnos
28 HACERSE HOMBRE
INTERPRETACIONES PREVIAS
LO RENZO
Los andaluces del profundo sur español, como muchos otros hom
bres del área mediterránea con quienes comparten las sensibilidades
comunes a las que aludía Davis, se dedican a demostrar públicamente
su virilidad. Incluso más que los demás iberos, son fervientes seguido
res de lo que Enrique Tierno Galván ( 1 96 1 , 7 4-7 6) ha llamado una casi
religiosa «fe hispánica en la virilidad». Si das la talla en este aspecto,
eres muy hombre, 1 muy macho,2 mucho hombre.3 Si no, eres flojo,4 eres
un débil y patético impostor. Flojo5 es una palabra polisémica; se em
plea para describir una batería descargada, una rueda desinflada o
cualquier herramienta que no funciona. También implica blandura,
insuficiencia, inutilidad o ineficacia.
Nuestro ejemplo, Lorenzo, era un individuo inmaduro, de veinti
tantos años, soltero y eterno estudiante. Dotado de un carácter ama
ble y de una gran inteligencia, era la única persona de Fuenmayor que
había seguido una carrera universitaria, en este caso de literatura
clásica castellana. Pero, por algunas vagas razones, no conseguía ter
minar su tesis, por lo cual permanecía en una especie de limbo profe
sional, indeciso, irresponsable e incapaz de encontrar un trabajo con
veniente. A causa de su erudición, algo muy poco corriente en esos
pueblos apartados, se le tenía por una especie de genio local y mucha
gente le veía un brillante futuro. Pero la gente del pueblo de mentali
dad más tradicional no se contaba entre sus admiradores. Se sentían
molestos y tenían sus razones para encontrarlo censurable, ya que en
el importante terreno de la conducta apropiada para su sexo, se le
consideraba altamente excéntrico y hasta divertido. «Un caso grave» ,
d ijo alguien del pueblo.
Lo primero que comentaba la gente era su forma de vida. Curiosa y
h asta perversamente, solía quedarse en casa con su madre viuda, estu
diand o, leyendo y pensando; casi no salía nunca de su exiguo claustro
SERVICIOS MASCULINOS
UN PARALELISMO SEPTENTRIONAL
S EXO Y MATRIMONIO
EL HOMBRE PROTECTOR
Pero hay otro elemento que debe mencionarse. Los puntos ante
riores dependen a su vez de algo más profundo: la movilidad de ac
ción, la autonomía personal. Un hombre no puede hacer nada si tiene
las manos atadas. Si se pretende cazar una presa peligrosa o, como
Ulises, salvar a la familia, se necesita una absoluta libertad de movi
mientos. Como punto de partida para la identidad masculina, la sub
yacente atracción por la acción independiente resulta tan importante
como la sexualidad y la habilidad económica. Para recorrer el camino
de la virilidad, hay que viajar ligero y tener libertad de improvisación
y respuesta, sin impedimentos, frente a los retos. Hay que tener auto
ridad moral. Como observó Brandes ( 1 980, 2 1 0) , en la España meri
dional la dependencia no sólo es vergonzosa para el campesino anda
luz, sino que también es una negación de su imagen varonil. La
autonomía personal es la meta de todos y cada uno de los hombres;
sin ella se derrumba su postura defensiva y pierden su movilidad es
tratégica, lo que expone la familia a la ruina. En España este punto
también tiene implicaciones políticas.
Un ejemplo de ello proviene de la crónica de George Collier de l a
guerra civil en un pueblo andaluz ( 1 987, 90) en la que subraya el papel
que desempeñó el orgullo masculino en el movimiento sindical de
trabajadores y campesinos de la Andalucía occidental . Describe las
virtudes unidas a la afirmación de la masculinidad y las críticas con
notaciones políticas de lo que llama « los términos culturales con que
los andaluces relacionan la autonomía con el honor masculino»
(Ibíd. , 96). Su descripción de los violentos conflictos entre terrate
nientes y trabajadores en el pueblo de Los Olivos (Huelva) , durante la
Segunda República ( 1 93 1 - 1 936), muestra que una de las fuerzas mo
trices que había detrás de las confrontaciones era el tema de la auto
nomía personal. Los campesinos y trabajadores pretendían proteger
de las tácticas prepotentes de los ricos y poderosos no sólo sus dere
chos políticos, sino también su imagen como hombres. La autonomía
les permitía defender el honor de la familia. Limitados o dependien
tes, no podían realizar su heroísmo viril. Como Collier demuestra de
forma brillante, estas tendencias revolucionarias eran el producto
tanto de una imagen de la virilidad como de sus demandas políticas y
económicas. Esto era particularmente cierto en el caso del sur de
España, aunque Collier ve en esta mezcla de ideología política e ima
gen masculina algo más ampliamente mediterráneo:
SEGREGACIÓN SEXUAL
OTRO EXCÉNTRICO
TRUCULENTOS TRUKENSES
Hombre: Mujer:
Público Privada
Perentorio Dócil
Se enfrenta al peligro Rehúye el peligro
Corre riesgos Evita los riesgos
Mano derecha/fuerza Mano izquierda/debilidad
Pensamiento fuerte Pensamiento débil
Debe fumar tabaco No debe fumar tabaco
Debe beber alcohol No debe beber alcohol
SER HOMBRE
INTERPRETACIONES
pescar con arpón en los canales de agua profunda o al otro lado del
arrecife de coral, donde suele haber grandes tiburones» (Ibíd., 59).
Está claro que tales tradiciones de desafío a la muerte, aunque
teatrales como las refriegas, tenían y siguen teniendo un valor utilita
rio en esta sociedad. Si bien la correlación de acto y resultado no puede
ser una explicación completa y suficiente, el valor adaptativo forma
necesariamente parte de cualquier explicación de estas tradiciones
que desafían a la muerte. Los hombres tienen un gran número de metas
productivas que su cultura les dicta. Éstas incluyen necesariamente el
peligro, y la ideología de la virilidad fomenta la aceptación decidida de
tales retos. Si un hombre rechaza su papel de proveedor, se dirá de él
que es un inútil y que depende de los demás, como una mujer o un niño
(Caughey, 1 970, 69). Al fomentar el estoicismo y correr riesgos, pwara
es claramente una preparación para las dificultades de la vida.
S EXO Y MATRIMONIO
RESONANCIAS EN EL EXTRANJERO
1. Appalachia: región de los EE.UU., en el sur de los Apalaches, que abarca parte de
Alabama, Georgia, Carolina del Sur, Tennessee, Virginia, Virginia Occidental, Ken
tucky y Pensilvania. [T.]
EN BUSCA DE LA VIRILIDAD 83
Como en Truk, las peleas en Canadá son una etapa juvenil de prue
bas a la que sigue una madurez más constructiva. Según Dyck, la
mayoría de las peleas se dan entre jóvenes de dieciocho a veinticinco
años. Después de esta etapa, la mayor parte de los varones sienta la
cabeza para gozar de su condición de «duro», mientras siguen fre
cuentando los bares para hacer una vida social y tomar copas. Por
otro lado, el matrimonio señala un cambio en las pautas de participa
ción en las peleas. Después de casarse, la mayoría de los hombres
asume un papel de no combatiente mientras toma una copa o bien
desaparece del todo del mundillo de los bares para atender a sus res
ponsabilidades domésticas (Ibíd., 1 95). Dyck subraya que la reputa
ción de un hombre no descansa únicamente en las hazañas físicas,
sino también en el valor, el juego limpio en las peleas y la seguridad en
sí mismo a la hora de relacionarse con los demás, rasgos obviamente
favorables para la supervivencia y el éxito en un ambiente duro y
aventurero.
Este fenómeno de pelear en los bares para hacerse una reputación
probablemente se dé en todas las subculturas de las clases bajas del
Occidente industrializado, y tanto en zonas rurales como urbanas
(véase Leary, 1 976) . Por lo tanto, los trukenses no resultan tan excep
cionales, sino que se parecen muchísimo a otros varones duros y agre
sivos que viven en ambientes llenos de desafíos; esto parece indicar la
existencia de una postura muy difundida que disuade los ataques con
un «farol» . La estrategia es agresiva, pero las peleas sólo son una etapa
temporal que, paradójicamente, al desviar las amenazas, pueden pre
venir la violencia en el futuro. Este aspecto de «farol» es, por supues
to, uno de los fundamentos del machismo dondequiera que exista. En
mi opinión, el machismo, tomado como predisposición a aceptar de
safíos, tal y como se da en Truk, en México o en el Occidente america
no, no es sino una versión exagerada de una estrategia masculina,
mucho más difundida, de defensa en entornos peligrosos. Aunque la
literatura haya ensalzado los aspectos más vistosos del machismo, és
tos sólo son características superficiales que recubren una infraes
tructura de serias obligaciones sociales. Debajo de las poses y recla
mos hay un fondo de expectativas prácticas que los hombres de todas
p artes respaldan hasta cierto punto. Las exhibiciones histriónicas no
d eb e rían ocultarnos la estructura más profunda de los acentos pues
tos e n la masculinidad con fines parecidos: la necesidad de establecer
, fr
on teras y de protegerlas.
Pero ya es hora de que sigamos. El ejemplo trukense apunta hacia
Paralelismos interesantes en zonas del mundo muy lejanas unas de
84 HACERSE HOMBRE
EL ENTORNO
allá aún, hay más llanuras pantanosas, marismas y rios turbios que
desembocan en el poderoso Amazonas (lbíd. , 1 3- 1 4) .
Este entorno húmedo ofrece una relativa abundancia natural, aun
que el nivel tecnológico de los mehinaku limita considerablemente su
productividad económica. Por un lado, la mayor parte de las zonas
que rodean sus asentamientos resultan inadecuadas para sus técnicas
agricolas de tala y quema. Por otra parte, durante la larga estación
húmeda, los rios invaden gran parte de los terrenos circundantes,
muchos de los cuales quedan bajo las aguas o son demasiado pantano
sos para las huertas. Gregor (lbíd. , 1 7) estima que casi la mitad de las
tierras de alrededor de los poblados mehinaku que estudió no pueden
cultivarse por estos motivos. Además, alrededor de un tercio de las
tierras secas próximas a los poblados no pueden aprovecharse a causa
de las colonias de voraces hormigas cortahojas (sauva, A. Cephalotes) .
Varias tentativas de cultivar huertas en la periferia de un poblado
terminaron en desastre cuando los hambrientos insectos devoraron
las cosechas. Estos no son problemas cotidianos, pero junto con las
limitaciones geográficas inherentes a la agricultura de tala y quema y
una tecnología de la edad de piedra, han mantenido a los mehinaku en
un nivel de mera subsistencia.
El inhóspito entorno de los mehinaku los protegió durante siglos y
su primer contacto con el mundo exterior se remonta a 1 887, cuando
el explorador alemán Karl von den Steinen exploró la cuenca alta del
Xingu con una reata de bueyes y mulos de carga. Según la descripción
de Gregor de esta primera irrupción de occidentales en la sociedad
mehinaku, ambas partes se relacionaron de forma poco fructífera. Tal
vez asustado por este descubrimiento inesperado, el alemán empezó a
gritar órdenes incomprensibles y a disparar inútilmente contra una
casa india para acabar distribuyendo herramientas de metal que con
fundieron por completo a los indios. Los aterrorizados «salvajes»,
como los llamaba Von den Steinen, desaparecieron en la selva al
tiempo que las mujeres se embadurnaban el cuerpo con cenizas para
parecer feas y evitar que los horribles saqueadores blancos se las lle
vasen como concubinas. Aunque pacíficos, los mehinaku estaban
acostumbrados a las incursiones y ataques de los pueblos vecinos más
belicosos. Como veremos, su lema tribal muy bien podria ser «Haz el
amor, no la guerra» .
. Después de este desafortunado principio con Von den Steinen, las
rel aciones con el mundo exterior mejoraron algo en el siglo siguiente.
En la actualidad, los mehinaku viven en una reserva protegida por el
gobierno, el Parque Nacional de Xingu, y son más accesibles a los
88 HACERSE HOMBRE
TRABAJO E INDUSTRIA
ASPECTO FÍSICO
El aspecto físico del hombre también cuenta. Como entre los tru
kenses, el hombre ha de ser musculoso y atlético, prueba anatómica
de aptitud. Gregor observa ( 1 98 5 , 36) que el varón mehinaku ideal es
físicamente impresionante, alto y fuerte, y se mueve con gracia y segu
ridad imponentes. Desprende confianza en sí mismo. Como demues-
EL ANSIA DE CUMPLIR 93
tran las notas de campo de Gregor, los hombres altos tienen más éxito
que los bajitos en las actividades materiales; pero que se deba a sus
recursos interiores o a una presión exterior, no queda claro en sus
notas. «Generalmente, los hombres altos tienen más probabilidades
que los bajos de presidir rituales, ser ricos, tener muchas novias o
llegar a ser jefes del poblado» (Ibíd., 36). Después de cuantificar este
punto con el examen de una aldea, Gregor destaca que los tres hom
bres más altos tenían casi el doble de amantes que los tres hombres
más bajos, a pesar de que su edad media era superior ( 1 977, 1 98). En
contraste, al hombre falto de coordinación o endeble se le menospre
cia por inútil y sexualmente repulsivo, y tiene menos oportunidades
de realizar su virilidad ( 1 98 5 , 1 44). Al hombre bajito se le llama peritsi,
un término despectivo con connotaciones de fealdad, que casi siem
pre se acompaña con una mueca o una risa. Despreciado por las muje
res y rechazado por eventuales parientes políticos, el enclenque pe
ritsi es un luchador débil, un pescador torpe y un líder inepto. Gregor
presenta un ejemplo digno de mención, el de un «despreciable» per
sonaje llamado Ahiri:
LA GENEROSIDAD
LA LUCHA
DENTRO/FUERA
UN MITO
cohesión social artificial entre las gentes del poblado, una unidad
territorial. Esta función unificadora es necesaria, ya que sus seguido
res suelen ser de ascendencia mixta y tener parentescos vagos (algo
frecuente en los pueblos de las tierras altas). Poco unida por los lazos
de sangre, la gente se agrupa bajo su red protectora para formar una
comunidad viable, y se establece una unidad más política que genea
lógica que, de otro modo, nunca se produciría. Con su ejemplo y la
autoridad imponente de sus actos congrega a su alrededor una comu
nidad de familias sin parentesco común, compensando así la debili
dad orgánica de la genealogía en las tierras altas. Por ejemplo, para los
gururumba (Newman, 1 96 5 , 44) , el poder del Gran hombre deriva de
su «capacidad para conseguir seguidores fuera de su círculo de pa
rientes próximos». De hecho, sus vasallos son muy conscientes de su
magnetismo. Muchos nativos reconocen este hecho y admiten abier
tamente que el Gran hombre local mantiene unido al grupo casi sin
ayuda y le aporta la fuerza y unidad que necesita y de las que carecería
si no fuera por él (A. Strathem, 1 97 1 , 1 90- 1 9 1 ) .
Más allá de estas cruciales funciones militares y sociopolíticas, el
Gran hombre también representa un indispensable poder económico,
un motor de la producción que motiva y enriquece a sus seguidores.
Es el organizador no oficial del poblado en cuanto a cultivo y pasto
reo, anima a su gente a producir, trabajar duro y ahorrar. A cambio de
su lealtad, el Gran hombre acumula, almacena y luego redistribuye
grandes cantidades de artículos imperecederos y alimentarios, ac
tuando como un banquero o capitalista primitivo que racionaliza y
centraliza la producción y concede créditos. A diferencia de su homó
logo occidental, debe devolver los bienes con intereses y favorecer
más a sus socios comerciales que a sí mismo. La marca del verdadero
Gran hombre es que es un productor neto a gran escala, siempre da
«más de lo que recibe» (Ibíd. , 2 1 7) . Para lograr la posición de Gran
hombre se pueden acumular bienes y alimentos, pero sólo para redis
tribuirlos luego en ceremonias y banquetes (Godelier, 1 986, 1 75 ) .
Paula Brown, experta en las tierras altas neoguineanas, l o resume así
( 1 979, 1 95 ) : «La riqueza del Gran hombre se esfuma en distribuciones
durante las fiestas; no puede acumularse» . El Gran hombre debe ser
sobre todo un «buen gerente» (A. Strathern, 1 97 1 , 22 1 ) , un adminis
trador de bienes que enriquece al poblado acumulando capital, esta
bleciendo redes de intercambio y apartando del consumo las energías
del grupo para dirigirlas hacia la reinversión. Claramente, proporcio
na las fuerzas centrípetas de cohesión y dirección que precisa la socie
dad (lbíd., 224-225). Todo ello hace que resulte a la vez carismático y
viril a los ojos de su pueblo (P. Brown, 1 979, 1 95 ) .
1 08 HACERSE HOMBRE
Como las actuaciones del Gran hombre son respuestas a las even
tuales necesidades de un grupo de gente que depende de él, pueden
variar con el tiempo para adaptarse a las circunstancias. A. Strathem
( 1 97 1 ) , ciñéndose a la zona del monte Hagen, ha estudiado el desvío
histórico, durante las últimas décadas, de las virtudes del Gran hom
bre desde la guerra, que los colonizadores australianos prohibieron,
hasta funciones políticas y económicas más pacíficas y acordes con
las nuevas condiciones. Como señala, en el monte Hagen, la condi
ción de Gran hombre es una función social de conveniencia momen
tánea, un proceso pragmático de adaptación, más que un cargo o
posición. Así, en toda la isla, al igual que en el monte Hagen, a medida
que las guerras decaen, el Gran hombre logra su destacada posición
mediante la hábil administración de la producción, la captación de
recursos financieros, el aprovechamiento de las nuevas oportunida
des que brinda la modernización y la redistribución de dinero u otras
formas nuevas de capital. De esta manera, también, el Gran hombre
opera como un agente de inversión occidental o un comerciante de
bienes de consumo, un empresario innovador, atrevido y siempre
atento a un buen negocio. Como cualquier capitalista, debe «superar
pruebas» de éxito en el mercado o perecer (Steams, 1 979, 1 1 2) ; el
Gran hombre manipula el volátil mercado financiero de cerdos, bata
tas y moneda en forma de conchas, facilita la acumulación de capital y
contribuye de forma decisiva a la riqueza común, aprovechando cual
quier oportunidad pasajera. Para mantenerse en su posición preemi
nente debe actuar de forma decidida, innovar, correr riesgos reales y,
en última instancia, conseguir resultados. El símbolo de su éxito son
los beneficios materiales, siempre visibles, acumulados, con ostenta
ción y espectacularidad, en montones y pilas que luego se reparten (P.
Wilson, 1 988, 84-85). No esconde nada, sus beneficios son de propie
dad pública, el orgullo y la gloria de toda su gente. Como los andalu
ces o los mehinaku, el Gran hombre actúa en el centro del escenario.
Convertirse en Gran hombre (Godelier, 1 986) es una carrera hacia
la distinción que sólo ganan los más rápidos y valientes. El «macho
Alfa» (disculpen esta expresión tomada de los estudios de los prima
tes) de Nueva Guinea sólo puede alcanzar la preeminencia en compe
tición con otros aspirantes; se impone a los demás en fieros concursos
de voluntad y perseverancia y se enfrenta a sus rivales en intermina
bles batallas de creatividad, oratoria y hazañas militares (A. Strathem,
1 97 1 , 2 1 7) . Para alcanzar esta elevada posición, él y sus competidores
deben trabajar más duro que los demás, deben esforzarse y sobresalir.
También han de ser innovadores y capaces de improvisar para incre-
OTROS PUEBLOS, OTROS HOMBRES 1 09
DEBERES SEXUALES
(Ibíd. , 1 76). No muy lejos, entre los baruya del territorio Anga, el
varón adquiere prestigio con cada nacimiento «hasta convertirse de
verdad» en un hombre cuando tiene «cuatro hijos como mínimo»
(Godelier, 1 986, 85). El Gran hombre baruya es «polígamo, tiene mu
chas mujeres e hijos» (Ibíd. , 1 75 ) . Todas esas actuaciones masculini
zantes convergen en una contribución masculina unida a la estabili
dad, la seguridad y el poder colectivos. Confiando en la magia
evocadora de estos modelos, imágenes y consagraciones, el clan cre
ce y se expande gracias a los esfuerzos de los que responden a su
atracción (Meggit, 1 967 , 3 2 ) .
¿PARALELISMOS?
EL COEFICIENTE DE LA VIRILIDAD
VIRILIDAD Y CREATIVIDAD
VIRILIDAD Y CAZA
ejemplo los pigmeos mbuti de la región del Congo descritos por Colín
Turnbl!ll ( 1 98 1 ) y absolutamente no violentos. Entre estos pacíficos
pigmeos, los muchachos deben aprender las capacidades masculinas
necesarias y, en particular, la caza mayor, como la del elefante. La
caza aporta a la tribu no sólo los nutrientes necesarios, sino también
indispensables artículos de la vida diaria, como pieles y huesos, así
como parafernalia ritual. Se pone en duda la virilidad del varón que
no da la talla en la caza y se le coloca en la categoría andrógina de
«payaso» (C. Turnbull, 1 98 1 , 207). Lo mismo puede decirse de los muy
estudiados bosquimanos kung del desierto del Kalahari, en Africa su
roccidental . A menudo, los antropólogos citan a estos pacíficos reco
lectores, así como a los mbuti, como ejemplos de armonía social . Los
hombres y las mujeres son iguales en la mayoría de los aspectos, y
ellos no ejercen ningún poder exagerado sobre sus esposas. Sin em
bargo, los mbuti también tienen una escurridiza imagen de la mascu
linidad directamente relacionada con las proezas masculinas en la
consecución para el grupo de alimento, ropa y objetos mágicos. Por
ejemplo, para los bosquimanos a los que estudió la familia Marshall
Thomas, la caza está ligada a la potencia sexual masculina (L. Mars
hall, 1 976, 270) . Un muchacho no es considerado hombre ni se le
permite casarse hasta que no mata un antílope. Elizabeth Marshall
Thomas cuenta cómo «Se inicia en la virilidad a los muchachos mayo
res después de que hayan cobrado su primera pieza» ( 1 959, 1 70) .
En un estudio más reciente sobre los bosquimanos, Richard Lee
( 1 979, 235) confirma esta equiparación de la destreza con el arco a la
destreza con el pene. Esta unidad simbólica de las funciones masculi
nas económica y reproductora se expresa con humor en chistes: «El
arco . . . es una metáfora obscena del pene. Cuando un hombre dice en
broma: Mi kwara nau! (no tengo arco), quiere decir que no sabe qué
hacer sexualmente (Ibíd. , 206) . Para los bosquimanos, como en todas
partes, la masculinidad es ambivalente y frágil; puede perderse. Hay
que protegerla con tabúes. Por ejemplo, si un hombre pisa los restos
del alumbramiento cuando su mujer tiene un hijo, pierde su masculi
nidad y al mismo tiempo su capacidad para cazar (Thomas , 1 959,
1 6 1 ) . La conexión entre la caza y la virilidad no es una simple confir
mación de tendencias violentas ni una válvula de escape para la agre
sividad. Como demostró Ernestine Friedl ( 1 97 5 , 1 2-32) , se trata más
bien de una contribución a la sociedad con valores indispensables,
tanto económicos como espirituales. Es una actividad creativa, e in
cluso tierna, un triunfo de la eficiencia en el servicio a los demás,
realmente una especie de crianza indirecta. Por encima de todo, es
1 20 HACERSE HOMBRE
Pero, ¿cazan solas a veces las mujeres? ¿Cazan caza mayor? ¿Co
rren los mismos riesgos que los hombres? Sólo se ha registrado un
caso empírico en que las mujeres matan presas grandes por sí solas.
Es el caso de los agta, un pueblo del noreste de Luzón, en las Filipinas
(Estioko-Griffin y Griffin, 1 98 1 ) . Este caso se ha presentado como
prueba de que la caza puede ser una actividad tanto femenina como mas
culina. Por la luz que arroja sobre la disertación anterior, merece la
pena considerarse.
Un examen más detenido de las pruebas aportadas demuestra que
se ha exagerado el papel de la caza por parte de las mujeres agta. Los
autores del estudio señalan que las nativas sólo se dedican a la caza a
tiempo completo en «circunstancias extremas» , y que tanto los varo
nes como las mujeres de los pueblos vecinos se burlan de las que
cazan cada día (Ibíd. , 1 28). Además, las mujeres agta no cazan cuando
están embarazadas o amamantando, por lo cual se sigue consideran
do generalmente la caza como un papel masculino. Los agta dicen
que la caza es «Una especie de actividad masculina» (lbíd. , 1 32- 1 3 3 ) ,
algo vagamente asociado c o n los varones y que éstos hacen mejor.
Asimismo hay que recalcar la inusual adaptación de los agta en
cuanto a la subsistencia. Este pueblo casi no recoge vegetales porque
prefieren cambiar carne por plantas cultivadas con los pueblos agri
cultores vecinos. Éste es un desarrollo bastante reciente que ha supri
mido el papel tradicional de la mujer como recolectora y que podría
explicar esa caza anómala por parte de las mujeres (lbíd. , 1 24). Final
mente, los autores del estudio sobre los agta reconocen que permane
cieron demasiado poco tiempo en el terreno como para aportar gene
ralizaciones cuantificadas sobre la caza femenina (lbíd. , 1 29). Los
agta no son más que una «especie» de excepción a la regla, poco
estricta, de que la caza es una actividad masculina.
Aunque las mujeres raramente cazan animales peligrosos, sí to
man parte en la consecución primaria de alimento: recolectan, ayu
dan en los cultivos, van a buscar leña y hasta pueden ayudar en el
cuidado de los rebaños. De forma significativa, el grado en que las
mujeres contribuyen directamente a la búsqueda de alimentos en
cualquier sociedad parece estar unido al grado en que se enfatiza la
virilidad, descubrimiento que parece apoyar mi argumentación. En
su examen intercultural de las actividades económicas, Peggy Sanday
( 1 973) afirma que la contribución femenina más pequeña se da en la
región mediterránea, que , como hemos visto, es la cuna del machis
mo; y que la mayor contribución femenina se da en Á frica occidental,
donde, como ha recalcado Robert LeVine ( 1 979, 3 1 3) , hay muy poco
interé s por la masculinidad convencional (con algunas excepciones:
OTROS PUEBLOS, OTROS HOMBRES 1 23
fieros masai, pero las guerras cesaron casi por completo desde la lle
gada de la Pax Brittanica. Uno de los principales motivos de las gue
rras e incursiones en África oriental era capturar ganado, y los guerre
ros samburu se aventuraron muy lejos, luchando contra los
poderosos masai y los fuertes boran (con quienes tienen un parentes
co lejano) para robarles y acrecentar sus rebaños. Pero, por otro lado,
sufrían los ataques e incursiones de sus oportunistas vecinos. El prin
cipal modo que tenía un joven samburu de conseguir la aprobación
era hacer un largo viaje para matar a gente de otras tribus y robarles el
ganado sólo por prestigio, «sin una justificación política» (ibíd., 1 25 ) .
E n cambio, otros los atacaban, por l o cual todos los varones samburu
habían de ser valientes guerreros.
Según la descripción de Spencer, la guerra tenía al parecer una
motivación abiertamente económica y de prestigio. La imposición de
la paz por los británicos no iba a cambiar a los samburu, que siguieron
organizando incursiones en pequeña escala, no tanto para matar sino
para robar ganado, tal y como hacían sus vecinos. Al ser el robo de
ga11ado la manera más fácil y expeditiva de adquirir un rebaño y acre
�entarlo en un corto período de tiempo, sigue siendo un coeficiente
decisivo del valor social del varón. Así, la virilidad conserva cierta
cualidad militar y todos los hombres «dignos» deben dedicarse con
éxito a estas incursiones; de lo contrario, no pueden ser ricos, ni pa
trocinar las fiestas y festejos que alimentan y enriquecen a la tribu.
Antiguamente, los jóvenes se dedicaban a la guerra, «que desempeña
ba un papel bien definido en la supervivencia de la tribu» (ibíd. , 1 49),
pero ahora, cuando la supervivencia ya no está en juego, el contexto
principal de la exhibición de coraje y de virtud varonil es la acumula
ción de reses mediante el robo, empresa económica destinada a las
dispendiosas donaciones para festejos y rituales en la que se expresa el
valor personal. Es sobre todo para los jóvenes (llamados moran, pala
bra importante sobre la que volveremos en seguida) , con pocas opor
tunidades de acumular animales destinados a la cría, para quienes el
robo y las incursiones representan la manera principal de alcanzar la
virilidad con todos sus premios sociales: respeto, honor, esposas e
hijos. La única forma que tienen de conseguir una esposa es demos
trando su capacidad como ganaderos ante los posibles suegros.
En algunos aspectos los samburu han establecido, como los amha
ra de Etiopía, una serie de ideales fuertemente arraigados respecto a
los sexos que se parecen mucho a los de los pueblos mediterráneos
que vimos antes. Aelemás de la fuerza y de la autonomía personales,
tienen fuertes nociones de «honor» (nkanyit) , con el consiguiente
1 34 HACERSE HOMBRE
ceremonia del toro consiste en el primer sacrificio, por parte del mu
chacho, de un buey suyo y en el reparto de su carne. Esta ceremonia
representa la salida de la condición de moran y otorga al muchacho la
condición plena de lee , u hombre digno (ibíd. , 1 08), que corresponde
a la etapa de incorporación de Gennep. Ningún moran puede casarse
ni tener hijos antes de la matanza de su primer buey, con lo cual todo
vuelve a girar alrededor de su capacidad para adquirir y suministrar
carne. Así, la ritualización de la virilidad culmina en un acto muy
concreto de generosidad tribal, indicador de su futura actividad prós
pera. En vez de describir todos los detalles menores de las series de
grupos de edad, que el lector encontrará expuestas con gran claridad
en las obras clásicas de Spencer ( 1 965 , 1 973), me limitaré a destacar
las características principales del periodo de transición relacionadas
con el tema del significado de la virilidad.
LA CONDICIÓN DE MORAN
MAGNETISMO SEXUAL
bre de verdad» .
EL CONTEXTO CULTURAL
INTERPRETACIONES
Hasta hace muy poco, los sambia y los samburu eran sociedades
guerreras y depredadoras que vivían y morían por las armas. Con la
guerra y la gloria de los campos de batalla frescas en la memoria, sus
requisitos dé virilidad reflejan claramente una residual adaptación
militarista. Pero las similitudes de ideología masculina que compar
ten también se dan en otros muchos tipos de sociedades que tienen
elaborados ritos de virilidad, pero en las que la guerra y las incursio
nes se practican poco o se desconocen. El vínculo entre militarismo y
masculinismo (véase Divale y Harris, 1 97 8 ; Theweleit, 1 987) -aunque
abierto y fuertemente presente en ambos casos- es sólo parcial desde
1 62 HACERSE HOMBRE
¿A QUIÉN BENEFICIA?
para que reciban atención médica. Chou describe cómo estos ancia
nos, culturalmente conservadores, se niegan, con indignación y como
cuestión de honor, a acudir a una clínica. Añade que preferirían sufrir
o morirse en silencio antes que utilizar los servicios médicos que les
ofrecen los asistentes sociales. Ejerciendo el derecho a controlar su
vida, recurren a prácticas curativas tradicionales, a menudo inefica
ces, sobre las cuales tienen cierto control, o bien prescinden de cual
quier tipo de asistencia, con los resultados previsibles. Angustiada por
su suerte, Chou intentó encontrar los motivos de su reticencia.
La razón que dan puede resultamos familiar. Insisten en que reci
bir atención médica les hace parecer desvalidos o dependientes. Di
cen: «Los hombres no la necesitan, sólo las mujeres necesitan ayuda» ;
y, como entre paréntesis, añaden que está bien que los niños peque
ños pidan ayuda. Acudir a otros es incompatible con su imagen de la
masculinidad (ibíd., 1 76). Chou no da más información acerca de esa
imagen ni de su procedencia histórica, pero está claro que uno de sus
ingredientes críticos es evitar la dependencia. ¿Puede remontarse
esta noción hasta sus antepasados del Viejo Mundo?
Muchos occidentes opinan que la cultura tradicional china, con su
fuerte énfasis en la lealtad filial , se preocupa menos que la suya por el
tema de la masculinidad. Algunos eruditos han afirmado que muchas
tradiciones chinas, sobre todo en la religión y el arte, tienen una cuali
dad andrógina (véase Ames, 1 98 1 ) . Puede que sea cierto, pero si mira
mos con atención podremos ver que, junto con esas tradiciones, exis
te una preocupación por la virilidad, sobre todo, entre la gente de
origen rural, que constituye la mayoría de los emigrados a los Estados
Unidos. Esta preocupación suele manifestarse de forma más sutil que
en las sociedades machistas, precisamente a causa de las proscripcio
nes culturales chinas respecto al individualismo y a las exhibiciones
indecorosas. Desde luego, no parece que incluya una disposición a
responder violentamente a los desafíos. La virilidad, como categoría
especial que debe alcanzarse, junto con sus propias etiquetas lingüísti
cas, no deja de ser una fuente de comentarios y de gran interés públi
co, sobre todo por parte de los jóvenes de ambos sexos. De hecho, la
ansiedad por la masculinidad de los chino-americanos de Oakland
puede remontarse a sus raíces en el continente asiático.
Hace poco, el equipo de investigación de Emily Honig, historiado
ra, y Gail Hershatter, antropóloga ( 1 988) , llevó a cabo un estudio de
los ideales e ideas respecto a los sexos en la República Popular China.
Descubrieron que las características siguientes todavía siguen consi
derándose como ideales de la imagen masculina, a pesar de las débi-
ACCIÓN Y AMBIGÜEDAD 171
EL TEMPERAMENTO VIRIL
LA ANSIEDAD D E LA VIRILIDAD
E L IMPULSO MASCULINIZADOR
ANTECEDENTES EN EL BUSH/DO
des, cuya expresión más noble y más pura tal vez sea el servicio mili
tar. Lo que queda hoy en día es el énfasis en la «labor abnegada»
sirviendo a las metas colectivas o nacionales» (ibíd. , 1 4) , y la «supera
ción de sí mismo» para bien de la colectividad (Morris, 1 97 5 , 3 1 5) ,
ideales ahora enfocados hacia e l éxito ecónomico del grupo e n vez de
hacia la guerra. En este sistema moral, con su resuelta persecución de
las metas colectivas, el egoísmo es el peor vicio y el hombre egoísta,
además de parecer falto de sinceridad (el mayor pecado a los ojos
japoneses, con una connotación negativa mucho más fuerte que en
Occidente) es también considerado corrupto y «afeminado» (Buru
ma, 1 984, 1 6 1 ) . Con su insistencia en la labor personal como requisito
de pertenencia al grupo, el bushido (y su moderna reencarnación en
la ética del trabajo) es claramente un código de honor masculino
parecido a los que se dan en otras culturas, con los mismos elementos
de autocontrol y servicio. Y como tal , está ligado a un código comple
mentario de conducta femenina, basado en el «pudor» , que enfatiza la
modestia sexual y las clásicas virtudes domésticas. Como guía de la
acción correcta, los ideales japoneses respecto a los sexos tienen cier
tos parecidos funcionales con algunos de sus homólogos morales del
Mediterráneo, con su insistencia en el honor y la deshonra, aunque se
dan importantes diferencias, relacionadas sobre todo con el control
de la sexualidad (Asano-Tamanoi, 1 987). Ser un hombre en Japón, y
en Andalucía (aunque de un modo más destacado) , implica cumplir
con los deberes propios para con los demás, definidos en los códigos,
y cumplir todas las obligaciones sociales, a pesar de cualquier dificul
tad o coste personal. lvan Morris ha escrito un libro fascinante, The
Nobility of Failure ( 1 97 5 ) , acerca de la valoración en el pensamiento
japonés del héroe condenado al fracaso que sigue luchando hasta el
final por las metas del grupo. Estos héroes personifican los ideales
japoneses, no sólo de virtud, sino también de masculinidad.
Como Morris cita muchos ejemplos interesantes de ese ideal heroi
co tan querido por la autoimagen japonesa, podemos tomar uno de
sus libros antes de volver a lo que dice Buruma de la cultura popular
contemporánea. Nuestro ejemplo es el líder y guerrero Yoshitsune
Minamoto. Carismática figura del período Kamakura ( 1 1 85 - 1 3 3 3 ) , Mi
namoto era un hombre bajo, nada espectacular, que derrotó a adver
sarios más fuertes y más importantes gracias a su inquebrantable «sin
ceridad» (devoción abnegada a la causa, la obsesión nacional). Fue un
famoso soldado y estratega que contribuyó a unir varias partes de las
islas bajo el dominio, relativamente ilustrado, de su clan que, por un
tiempo, trajo la justicia y el orden a un país de otro modo fratricida y
1 88 HACERSE HOMBRE
CONFIRMACIONES ETNOGRÁFICAS
TAHITÍ: INTERCAMBIOS
E L ROL MASCULINO
1. Taro; palabra polinesia. Nombre de dos plantas aráceas sin tallos que se culti
van en Polinesia y en los países tropicales por su raíz tuberosa comesti
bl e. [T.)
_
202 HACERSE HOMBRE
RITOS Y MAH U
LoS SEMAI
PUNAN: TABÚ
del este temen tanto a los forasteros, que huyen ante el ruido de una
lancha motora que penetra en su territorio (ibíd. , 43).
Lógicamente, los semai no tienen competiciones deportivas ni
concursos en los que alguien pueda perder o incomodarse. Nadie
puede dar órdenes a otro, ya que ello le «frustraría» . Tampoco se
puede reprender a los niños. Aquí entra en juego el interesante con
cepto de bood. Bood significa más o menos «no tener ganas de hacer
algo». Si un padre le dice a su hijo que haga algo y éste contesta
«Tengo bood» , asunto concluido. Presionar a un niño es punan y, por
lo tanto, inaceptable. Como dice Dentan (maestro del eufemismo) :
«Los semai miman demasiado a los niños» (ibíd. , 59). No hay juegos
infantiles competitivos o violentos. No se presiona a los chicos para
que actúen con fuerza o dureza. Hacerlo les resultaría incomprensi
ble.
Los semai no hacen distinción entre un dominio público masculi
no y otro privado femenino. No hacen ningún esfuerzo para recluir o
proteger a las mujeres (como vimos anteriormente) y el concepto
occidental de intimidad, doméstica u otra, les es desconocido. Por
ejemplo, negarse a que alguien entre en su casa se considera un acto
de extrema hostilidad y, por lo tanto, punan. Dentan tuvo algunos
problemas para acostumbrarse a ello:
LA ECONOMÍA
Los SEXOS
RESUMEN
papel de varón. Una vez más, las relaciones causales son difíciles de
especificar y no conviene especular. De todos modos, lo que podemos
decir con toda seguridad es lo siguiente: cuando los hombres están
condicionados para luchar, la virilidad es importante; cuando los
hombres están condicionados para huir, ocurre al revés. Por qué han
escogido la lucha la mayoría de las sociedades es algo que va más allá
del ámbito de este estudio, pero seguramente tendrá relación con la
escasez general de recursos y la imposibilidad para muchas socieda
des de huir al monte como los semai.
Podríamos añadir a lo anterior una observación corolaria, aunque
azarosa, respecto a la necesidad de inspiración para la virilidad y no
para la feminidad. En ciertos modos, por supuesto, las mujeres no son
diferentes de los hombres. A ellas también hay que animarlas para que
lleven a cabo conductas que a menudo requieren abnegación y sacri
ficio. Las mujeres también tienen que adquirir dominio de sí y disci
plina, a veces con elevados costes personales. La diferencia es ésta: las
mujeres suelen estar bajo el control de los varones. Como normal
mente son los hombres los que detentan la autoridad política o legal, y
son más altos y más fuertes, pueden obligar a las mujeres bien por la
fuerza, bien con amenazas de fuerza, al menos en caso de que la mora
lidad convencional no haga su trabajo. Además, los varones no están
siempre bajo el dominio de otros, sobre todo en contextos sociales
atomísticos, y por lo tanto resultan más difíciles de controlar social
mente. Puede que sea debido a esta diferencia que se requiera un
sistema moral especial («la verdadera virilidad») para asegurar una
aceptación voluntaria de la conducta apropiada por parte de un va
rón . También puede ser ésa la razón de que las ideologías de la virili
dad sean más acusadas en las sociedades igualitarias competitivas,
como las de los samburu, sambia, Andalucía, Truk y otras, en las que
los hombres deben luchar por recursos escasos y disputados: cuando
no existen coacciones externas formales, tienen que intervenir nor
mas internas para garantizar la «actuación » .
Una observación más: las culturas auténticamente neutras o an
dróginas, como los semai, son relativamente raras a escala mundial .
Esto podria indicar una especie de ley evolutiva de la adaptación so
cial : la lucha es una estrategia de supervivencia más eficaz para los
grupos sociales, o algo parecido. Pero esas culturas andróginas son
más que simples excepciones de una ley inflexible. En lugar de encon
trarnos con un código monolítico que puede estar presente o ausente,
hemos descubierto un continuum de imágenes y códigos masculinos,
una escala móvil, un espectro polieromático. Evidentemente, Truk,
CONCLUSIONES 217
por ganar, alturas por escalar y trabajo duro por hacer, algunos de
nosotros tendremos que «actuar como un hombre» . Pero, ¿por qué
debe esta exhortación excluir a las mujeres? ¿Por qué sólo se les per
mite a los varones ser «hombres de verdad» y ganarse la gloria del
triunfo sobre el riesgo? Pero tenemos que detenernos aquí: ésta es una
pregunta para filósofos, no para investigadores sociales.
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Í NDICE ANALÍ TICO
China, 1 69- 1 72 1 74
Chou, Rita, 1 70 Véase también Koro (enferme
dad)
Davis, John, 42, 5 3 Escoltas, 29
Denich, Bette, 50 España, 43-63 passim
Dentan, Robert, 1 98 , 207 , 208 Véase también Andalucía
Deportes y competiciones, 25, Estados Unidos
95-96, 208 - desempeño sexual, 1 1 2
Véase también Valentía y hom - dispersión de la hombría, 1 28
bría; Competición masculina; - ética del trabajo, 1 1 4- 1 1 5
Lucha - ideales de hombría, 25-26, 29-
Desviación, 2 3 , 43-45, 60-63 , 1 73- 30, 3 1 , 93-94, 1 1 3- 1 1 4, 1 28
1 74, 200-20 1 - literatura, 29-30, 1 1 3
Véase también Androginia; Afe Erikson, Erik, 1 27- 1 28
minamiento como estigma Etiopía, 25
Dickey, James, 30, 1 20 Exley, Frederick, 30
Dimorfismo sexual, 2 1 -2 3 , 32-33
Dodoth (pueblo) , 1 1 6 Faulkner, William, 30, 1 20
Domino masculino, 34, 1 65 Felación, 1 48 , 1 5 1 , 1 53 , 1 59,
Dominio público de la hombría, 203
46-47, 97, 1 42 Véase también Homosexuali
Véase también Segregación se dad; Sexualidad
xual Feldman, Saul, 94
Dos Passos, John, 30 Feminidad, 23, 3 1 -32, 37, 73-74,
Dote, 53-54 1 1 1 , 1 52 , 2 1 6
Véase también Grecia; Matri Feminismo, 1 6, 3 1 , 32-34, 1 65-
monio 1 66
Dover, Kenneth , 1 54 Fetterly, Judith, 1 1 7
Dyck, Noel, 82, 83 Fogel , Gerald, 38
Fox (pueblo) , 26, 34-35
Eficiacia y hombría Freud, Anna, 222
- en España, 45-46 Freud, Sigmund, 32, 33, 35-36,
- en general, 22 1 -222 1 03 , 222-223
- en Japón, 1 94 Friedl, Ernestine, 1 20, 1 24
- en el Mediterráneo, 46-48 Fuenmayor (población) , 43, 54
- en la Grecia antigua, 4 7-48 Funcionalismo, 1 7, 203-204, 220-
- en Truk, 74 22 1
- entre los bosquimanos, 1 66- Frye, Northrop, 1 2 1
1 67
- entre los mehinaku, 92 Gandhi, Mahatma, 1 82
- entre los mende, 1 64- 1 65 Gauguin, Paul, 1 99
- entre los sarakatsani, 56 Geertz , Hildre d, 5 8-59
Ember, Carol, 1 22- 1 23 Género y sexo , 32, 33 , 34-3 9
Embree, John, 1 96 Véas e tam bién Sex o
Enfermedad psicosomática, 1 73- Gener osidad y hom bría
244 HACERSE HOMBRE
1 99 1 19
Nacionalismo y hombría, 30-3 1 , Véase también Tem or a la cas
1 46, 1 82- 1 84 , 1 88- 1 90, 1 93 , tración; Sexualidad
217 Pesca, 23-24, 79-80, 88-89, 209·
Nadel, S.F. , 1 9 210
Nueva Guinea, 25-26, 1 06- 1 1 2 Pitt·Rivers, Julián, 1 34
Véase también Arapesh (ilahi· Plutarco, 1 5 5
ta) (pueblo) ; Awa (pueblo) ; Ba Poole, Fitz John, P., 1 5 6- 1 57
ruya (pueblo) ; Bimin-kuskus Protección y hombría
min (pueblo) ; Sambia; Gran - ausencia en Tahití, 200-20 1 ,
hombre 2 1 2-2 1 3
- ausencia entre los semai, 207,
O'Flaherty, Wendy Doniger, 1 78- 209
1 79 - en Canadá, 83-84
Ok, monte (pueblo del), 1 5 3 - en el Mediterráneo, 54-57
Omaní, 2 1 , 33-34, 202-203 - en Otelo, 1 40
Véase también Xanith - en Truk, 74-75
Oriente Medio, 43, 50, 5 1 , 1 77 - entre los samburu, 1 34
Otelo, 1 40 Véase también Agresión; Hom·
bría; Guerra
Pakthun (pueblo) (Pakistán) , 1 75- Proust, Marcel, 224
1 76 Psicología del yo, 36-38
Papeles masculinos, véase Pape· Pubertad, 65
les según el sexo Véase también Circuncisión;
Papeles según el sexo Ciclo vital; Ritos de pasaje fe.
- e ideales culturales, 22-23 meninos; Ritos de pasaje mas·
- en Andalucía, 62-63 culinos
- en Truk, 73 Punjab, 1 75 , 1 76
- entre los semai, 2 1 0-2 1 1 Véase también India; Rajput
- peligros afines a, 1 24- 1 25 (casta)
- psicología de, 32-38 Pygmy, Mbuti, 1 1 9
- y las adaptaciones culturales,
2 1 7-22 1 Radcliff-Brown, Alfred, 1 6- 1 7
Peter, Walter, 1 1 7 , 220 Rajput (casta) , 1 75 , 1 78
Paternidad, 27, 5 1 , 1 1 0- 1 1 1 , 1 49· Regresión
1 50, 207, 2 1 7-2 1 8 - definición, 222
Véase también Matrimonio; Se - en la cultura india, 1 7 8- 1 80
xualidad - en la cultura mehinaku, 99-
Pekin, visión de las diferencias 1 03
sexuales, 1 7 1 - en la ficción de Melville, 1 1 3·.
Peleas (con los puños) , 75-78, 82· 1 14
83, 1 90 - en la teoría psicoanalítica, 36·
Véase también Agresión; Gue· 38
rra - y desarrollo masculino, 36-38
Pene, 94, 98-99, 1 02 , 1 1 4- 1 1 5 , Riesgos (asumir), 46-47, 70-7 1 ,
248 HACERSE HOMBRE