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Estado rentista es un término usado en política para designar a países no

democráticos que aseguran un mínimo bienestar a la población gracias a los ingresos


derivados de importantes actividades económicas no productivas, generalmente la
extracción de petróleo. Según algunos politólogos y economistas, esta práctica permite
limitar las libertades públicas por gobiernos dictatoriales evitando la aparición de
grandes grupos sociales disconformes con el régimen.
El origen del término está directamente ligado con la consolidación en la décadas de
los 60 - 70 de monarquías absolutas y dictaduras militares en países árabes del Golfo
Pérsico y el Magreb. El aumento de las exportaciones de crudo controladas por el
gobierno permitiría una mejor redistribución de la riqueza y un aumento de la
satisfacción popular sin que apareciese una burguesíalocal crítica a la intervención
estatal en la economía.

Surgimiento del modelo rentista


Una vez iniciada la explotación del petróleo, la cual se levantó sobre la decadente
agroexportación del café y el cacao, se abrió paso a una nueva fase de la economía
venezolana: el modelo rentista. "La renta", representada por los ingresos provenientes
de la comercialización del petróleo garantizó el mantenimiento y funcionamiento del
Estado venezolano.

A raíz de la política de concesiones dadas a trasnacionales petroleras por el régimen


gomecista, se procedió a la recuperación de la producción y comercialización del
petróleo venezolano, con la promulgación de leyes como la de hidrocarburos en 1943
y el fifty-fifty en 1948. Posteriormente, en 1976 se promulgó la ley que reservó al
Estado la industria y comercio de los hidrocarburos, popularmente conocida como Ley
de la Nacionalización de la Industria Petrolera. Estos estatutos propiciaron la
agudización de la economía venezolana en su condición de monoproductora, pues se
sostenía sólo por el recurso petrolero.

Aunque "rentismo" es un término que podría aplicarse a otros casos, los países que
reciben rentas de los hidrocarburos tienden a asimilarse en esta categoría[1], ya que
son los países en los que se dan de manera más clara y exagerada las características e
implicaciones del rentismo[2]. Es por esto que los países exportadores de
hidrocarburos son a los que más atención se les ha prestado en la literatura
especializada.

Antecedentes

El término "rentismo" comienza a estudiarse con intensidad en los círculos académicos


a partir de dos hechos históricos concretos: la "Declaración sobre Política Petrolífera
de los Países Miembros" de la OPEP[3] en 1968 y el fuerte aumento de los precios del
petróleo en los años 70 (Beblawi y Luciani, 1987).
Estos dos hechos son un hito en la formulación de la definición de rentismo, aunque en
un ámbito como es el de la historia económica, previamente se pueden encontrar
trabajos que definen algo similar a este fenómeno al describir el rentismo de la España
Imperial en la edad moderna (Karl, 1997). En la era contemporánea, fue en la
declaración de 1968 donde los países miembros de la OPEP manifestaron
abiertamente su intención de retener el máximo posible de las rentas derivadas de la
venta del producto de su subsuelo (limitando los beneficios de los colaboradores
extranjeros a los estrictamente necesarios "to take entrepreneurial risks"[4]). Por otro
lado, fue tras la debacle económica que sufrieron los países exportadores de petróleo
en los años 80, al verse diluido el contexto de precios del crudo altos, que la
comunidad académica internacional empezó a formular los cimientos del concepto de
Estado distribuidor y de economía rentista.

El principal precursor del término fue H. Mahdavi en 1970. En años posteriores muchos
otros académicos se interesaron por las características, implicaciones y mecanismo de
funcionamiento de los países rentistas y aportaron sus impresiones tal y como trataré
de explicar a continuación.

Concepto de rentismo

Erróneamente se tiende a identificar el rentismo como una característica exclusiva de


la economía de un país, relacionada con como afectan las rentas externas a los
indicadores macroeconómicos y la estructura sectorial. Sin embargo, el concepto de
rentismo queda incompleto si no se tiene también en cuenta su dimensión política ya
que se ignora el cómo se gestionan y distribuyen las rentas dentro del país, obviando
los mecanismos mediante los cuales el rentismo se perpetúa a lo largo del tiempo. Por
lo tanto, para realizar un análisis completo de la definición de rentismo hay que tener
en cuenta ambas dimensiones (Mañé y Cámara, 2004).

Beblawi (1987) propone como definición de rentismo la siguiente: Un país rentista es


aquel cuya economía se apoya en rentas externas sustanciales que son generadas
únicamente por una parte minoritaria de la sociedad y cuyo principal receptor y
distribuidor es el gobierno de ese país.

Esta definición presenta los principales rasgos del rentismo y muestra adecuadamente
tanto su dimensión económica como política. A través de la definición de Beblawi
(1987) voy a presentar las aportaciones de académicos posteriores a las características
e implicaciones del rentismo:

"Un país rentista es aquel cuya economía se apoya en rentas externas sustanciales...

Con esta afirmación, Beblawi ponía el énfasis en lo que también Mahdavi (1970)
pensaba que era la principal característica de los países petrolero-rentistas: los
ingresos provenientes de las rentas de los hidrocarburos son independientes del
esfuerzo productivo y tienen su origen (adquieren su valor) en el proceso de compra-
venta de los productos hidrocarburíferos en el mercado internacional: "one can
consider oil revenues almost as a free gift of nature" (Mahdavi, 1970).

Esta cualidad tiene tres implicaciones muy importantes.

La primera de ellas es el desarrollo de una mentalidad rentista (Abdel-Fadil, 1987;


Chatelus, 1987; Auty, R. M. y Gelb A. H. 2002) o cultura de la "petromanía" (Amuzegar,
1998). Tanto los agentes económicos como los políticos se ven inmersos en esta lógica
que les aporta fuertes incentivos para comportarse de manera predatoria y corto-
placista, sin pensar que esas rentas proceden de un recurso natural no renovable,
cuyos beneficios tienen también derecho a disfrutar las generaciones venideras. Lejos
de tener como fin el desarrollo productivo en sus inversiones y decisiones de política
económica; el principal objetivo del gobierno, los agentes económicos y la sociedad en
los países rentistas es vincularse al flujo de rentas derivadas de los hidrocarburos. Se
desarrolla por lo tanto una "circulation ecoconomy" en vez de una "production
economy" (Chatelus, 1987).

La segunda implicación es que el valor de las rentas que reciben los países
exportadores de hidrocarburos depende en gran medida de las decisiones tomadas en
los mercados internacionales[5], lejos de su gestión y control. Esto provoca una alta
volatilidad e inestabilidad del flujo de las rentas de hidrocarburos que pueden implicar
serias dificultades a la hora de planificar su utilización a largo plazo. Para luchar contra
la volatilidad de las rentas, Mommer (2000) destaca la importancia de establecer
alianzas a nivel internacional ya sea en forma de cartel o de asociación con los
consumidores.

La tercera implicación, derivada de las cualidades de las rentas de los hidrocarburos, es


que su carácter externo y su enorme cuantía pueden plantear serios problemas de
absorción en las economías de los países rentistas (Amuzegar, 1982). Comúnmente
estos problemas se presentan en forma de derroche, falta de eficiencia en la utilización
de las rentas y en presiones al alza de lo precios y los tipos de cambio. Por lo tanto,
sería necesario un proceso de esterilización de las rentas para evitar que su
introducción repentina en la economía de los países rentistas tenga estos efectos
nocivos. Autores como Auty, R. M. y Gelb A. H. (2002) y Amuzegar (1998) proponen,
con éste fin, la creación de un fondo de estabilización[6] o el fomento de inversiones
en el exterior.

...que son generadas únicamente por una parte minoritaria de la sociedad...

En efecto, las economías de los países rentistas se ven atrofiadas por la existencia de
un único sector productivo, el de los hidrocarburos; que, aunque es el responsable de
la mayoría del valor añadido del PIB, tiene diminutas repercusiones en términos de
creación de empleo o de encadenamientos hacia otros sectores de la economía. Se
impone el desarrollo de una economía polarizada con un sector de los hidrocarburos
desmesurado del que dependen o por el que se ven reducidos el resto de los sectores.
Esta polarización tiene importantes implicaciones a nivel macroeconómico. Entre los
impactos macroeconómicos se encuentran la inflación y el aumento de los tipos de
cambio que pueden derivar en la enfermedad holandesa (Auty, R. M. y Gelb A. H. 2002
y Karl 1997).

La Empresa Nacional de Hidrocarburos (ENH)[7] es el principal instrumento del Estado


rentista y cumplen dos funciones ineludibles. Por un lado son las ejecutoras de la
política energética de un país rentista, encargadas de gestionar los recursos del
subsuelo, explotar los recursos hidrocarburíferos y valorizarlos en el mercado
internacional. Y, además, son instrumento político del Estado, clave de la legitimación
del poder político y de la perpetuación en el tiempo del rentismo, ya que son las
encargadas de recaudar las rentas que se derivan de los hidrocarburos para
entregárselas al Estado. Según Mañé y Cámara (2004) no son economías petrolero-
rentistas aquellas "cuyas empresas petroleras (incluso siendo nacionales y públicas o
estatales) no quieren ser gestionadas con criterios políticos y priman la maximización
de beneficios". Por lo tanto, las ENH están en el corazón mismo de la lógica rentista y
entender su funcionamiento y relaciones es entender el pasado, el presente y el futuro
de los países rentistas.

...cuyo principal receptor y distribuidor es el gobierno de ese país.

En palabras de Luciani (1987), los países rentistas desarrollan Estados distribuidores


cuya función principal es el establecimiento de un consenso social que se articula
alrededor de la distribución de las rentas de los hidrocarburos. Este consenso social lo
logran destinando sus ingresos a partidas relacionadas con las prestaciones sociales,
las infraestructuras o el mantenimiento del sector público (ya sea de las instituciones o
de empresas nacionales). Ni la recaudación, ni el gasto de estos ingresos públicos están
generalmente relacionados con criterios socioeconómicos (Amuzegar, 1998). Estos
criterios son más bien de índole política y tienen el objetivo de permitir la
perpetuación a lo largo del tiempo de la lógica rentista.

Esta característica tiene algunas implicaciones de especial interés:

En primer lugar, la mayoría de los ingresos del Estado no están vinculados a una
recaudación impositiva a través de un sistema fiscal nacional que grave la actividad
económica del conjunto de la población, sino que depende mayoritariamente de las
rentas de los hidrocarburos en el mercado internacional y del gravamen impositivo
que el Estado aplique en ellas. Por lo tanto, el Estado de los países rentistas no
desarrolla las obligaciones reciprocas con su ciudadanía que se dan en aquellos
Estados cuyos ingresos dependen de una recaudación fiscal asociada a la renta de los
individuos. El Estado no tiene por qué rendir cuentas ante la población sobre la
utilización de sus ingresos, es completamente autónomo, libre de plantearse objetivos
propios y de perseguirlos con las políticas que crea adecuadas (Lal, 1995).

En consecuencia, la gestión del gasto público plantea una paradoja interesante en los
países rentistas. El gasto público tiende a expandirse desmesuradamente en los años
de bonanza de rentas, ampliando las redes clientelares del Estado y asignándose a
todo tipo de proyectos (fructuosos o no) con fines políticos y de mantenimiento del
consenso social (Amuzegar, 1998; Mañé y Cámara 2004). Este supuesto despilfarro
puede servir como multiplicador de la actividad económica pero, cuando los ingresos
públicos comienzan a menguar (por la volatilidad del mercado internacional ya
descrita), se convierte en un arma de doble filo, obligando al Estado a entrar en una
espiral de endeudamiento para sostener el nivel de gasto[8].

En tercer lugar, estas características del Estado de lo países rentistas (receptor y


distribuidor de rentas) posibilitan que la lógica de funcionamiento rentista (basada en
la máxima obtención de rentas a través de determinada estructura económica,
absorción por el Estado de la mayoría de las rentas y distribución de la renta en la
sociedad con fines políticos de conservar un consenso social) se perpetúe de forma
circular en el tiempo. Círculo del que es muy difícil escapar por las vinculaciones tanto
económicas como políticas y sociales creadas que dependen del mantenimiento de la
mentalidad rentista.

En resumen, el país petrolero rentista es aquel cuya economía esta polarizada y es


profundamente dependiente del sector de los hidrocarburos; cuya ENH sostienen un
papel clave dentro del sistema ya que al, ser gestionada como un instrumento político
y ser la ejecutora de la política energética, su fin es recaudar el mayor volumen posible
de rentas del sector de los hidrocarburos para entregárselas al Estado que, finalmente,
es el encargado de distribuir estas rentas para conseguir un consenso social que
legitime y facilite la reproducción el sistema vigente. Estas relaciones se perpetúan a lo
largo del tiempo en forma de un círculo que puede ser calificado de vicioso o virtuoso
en función de la evolución positiva o negativa de los precios del petróleo en el
mercado internacional.

¿Es vergonzoso ser un país rentista?


Por: Luis Vargas | Viernes, 10/04/2009 02:17 PM | Versión para imprimir
Manuel Sutherland, miembro de ALEM (1) , en un texto publicado en el semanario
TEMAS (2) , me atribuye la siguiente expresión: “Venezuela debe acostumbrarse a su
rentismo… es su futuro y es inevitable”. Quiero aprovechar la mención que me dedica
Manuel, para desarrollar mi tesis sobre el rentismo, a fin de que no se cree confusión
en relación a lo que pienso sobre tan importante cuestión.

El caso venezolano es ejemplar y de fácil comprensión, porque lo vivimos los


venezolanos cotidianamente y desde las primeras décadas del siglo pasado, cuando la
explotación petrolera llegó para quedarse y transformó radicalmente la fisonomía del
país, que siendo rural y agrícola, pasó a ser urbano y monoexportador de petróleo, por
imposición de los países capitalistas industrializados, que requieren del combustible
para sus necesidades de transporte, generación de electricidad, calefacción, etc.

Gracias a la “fertilidad” de nuestros yacimientos de petróleo, la extracción se hace a


bajo costo, en comparación con otros yacimientos menos “fértiles” o más difíciles de
explotar, porque son muy profundos o están bajo el mar, etc. De ahí, obtenemos lo
que se denomina una renta “diferencial”, ya que el precio del barril lo determinan los
costos de la extracción en los yacimientos más problemáticos.

Adicionalmente, obtenemos otra renta, la llamada “absoluta”, que proviene del hecho
de que no todos los países cuentan con recursos petroleros. La naturaleza (y la
legislación que nos legó El Libertador) nos hizo propietarios de un monopolio y todo
monopolista establece el precio de su producto por encima del que tendría si
funcionara la llamada “ley de la oferta y la demanda”. O sea, si yo soy el único
proveedor de una mercancía que los demás están obligados a comprar, la venderé a
un precio más alto que si hubiera otros proveedores.

De modo que cuando se dice que somos un país rentista es porque tenemos en la
industria petrolera nuestra principal fuente de ingresos externos y vendemos el
petróleo a precio de monopolio y en condiciones ventajosas de costos de producción,
por lo cual obtenemos, de los países que nos compran, una renta absoluta y una renta
diferencial.

Los países que nos pagan dicha renta, la obtienen a su vez de la plusvalía generada en
su economía. Esto es más difícil de explicar y tratar de hacerlo aquí puede más bien
confundir. Digamos, simplemente, que de la riqueza que el capital le arranca a los
trabajadores en los países industrializados, nosotros nos apropiamos una porción,
cuando dichos países nos pagan la factura petrolera.

Pero la cuestión no muere ahí. Los países capitalistas industrializados tienen una larga
historia de relaciones económicas desiguales con los países no industrializados, así que
recuperan o intentan recuperar lo pagado como renta, a través de las ganancias
comerciales de sus exportaciones a nuestros países, de las utilidades que obtienen por
sus inversiones en nuestros países y de los intereses que nos cobran por sus
préstamos. Ganancias, utilidades e intereses que alcanzan niveles muy superiores a los
que prevalecen en el interior de los países industrializados. Estas perversas relaciones
económicas constituyen el denominado “intercambio desigual”, que succiona recursos
de nuestras economías no industrializadas hacia aquellas industrializadas.

Quienes cuestionan el carácter rentista de la economía venezolana, porque, como dice


Asdrúbal Baptista, la renta constituye un “ingreso no creado”, que “no se
produce sino que se capta” (3) , se quedan a mitad de camino si, al mismo tiempo, no
mencionan las distintas vías por las cuales nuestras economías le pagan un pesado
tributo a los países centrales del capitalismo, en cada transacción económica.

Puede ser cierto que exportando petróleo obtenemos una renta, es decir, un ingreso
de riqueza no producida en el país, pero también es cierto que los países compradores,
por ejemplo, Estados Unidos, nos han saqueado por siglos, robándonos o
comprándonos las materias primas a precios irrisorios y nos siguen imponiendo
condiciones desiguales de intercambios económicos. Si se hace un recuento histórico,
podría determinarse de qué lado se inclina la balanza, aunque con toda seguridad
favorecerá a las potencias capitalistas.

De modo que si logramos, aunque sea bajo la figura de renta, recuperar una mínima
porción de lo entregado a través de tanto tiempo, más bien debemos contentarnos y
buscar la forma de obtener más.
Por ahí más o menos va la cuestión que confundió a Manuel Sutherland o no alcanzó a
captar. Veamos. Desde que el Club de Roma entregó al público el informe sobre Los
límites del crecimiento(4) , pudimos percatarnos de que el capitalismo le imponía al
planeta un ritmo de consumo de materias primas insostenible, porque los recursos son
limitados y porque la actividad industrial causa severos daños ambientales.

El carácter limitado de los recursos ya se hace muy evidente. En muchos casos no se


descubren nuevos yacimientos o los que se descubren son inaccesibles o costosos de
explotar, de manera que los inventarios o reservas dejan de crecer e, incluso,
comienzan a declinar.

Por una casualidad del destino, hay una concentración de riquezas minerales y de
hidrocarburos en el cinturón tropical alrededor del ecuador terrestre, donde la
mayoría de los países somos no industrializados, periféricos, dependientes o
subdesarrollados, como también nos llaman los encargados de ponerles nombres a las
realidades del mundo. Pues, bien, ésta es mi tesis: Si nos avergonzamos de ser
rentistas, no vamos a defender esas fuentes de ingresos para nuestros pueblos o, para
decirlo más gráficamente, si nos da pena obtener una renta del comercio con los
países capitalistas industrializados, vamos a cerrar la OPEP (algo que estaban tratando
de hacer los adecos y copeyanos hasta la llegada del Comandante, que “mandó a
parar”).

Ahora, si no nos da pena, vamos a multiplicar la OPEP. Vamos a crear organizaciones


de países exportadores de materias primas y vamos a ponerles condiciones a nuestros
seculares expoliadores, para lograr revertir aunque sea un poco el perverso
intercambio desigual. ¿O acaso [y esta es una observación más bien teórica, para
investigadores críticos (5)] el intercambio desigual no representa una renta que nos
extrae el mundo capitalista industrializado, por su ventaja tecnológica? Y ellos no se
notan apenados…

Existe un real peligro de caer víctimas de la “vergüenza del rentista”, porque desde
muy temprano en la Venezuela petrolera, se desarrolló una línea de pensamiento
económico, que arrancó de Alberto Adriani, pasó por Úslar Pietri y desemboca, en
cierto modo, en Asdrúbal Baptista. Esta corriente tiene un lema distintivo: “Sembrar el
petróleo”.

En Adriani, se trataba de una defensa agónica de la Venezuela agrícola. En Úslar Pietri,


fue una maniobra alcahueta, que le permitió a la oligarquía justificar la liquidación
acelerada de la riqueza petrolera. En Baptista, adquiere pretensiones de dignidad
teórica: “Renta=Ingreso no producido sino captado”. Todos terminan abonando el
mismo discurso que le amella el filo al sentimiento nacionalista de defensa de los
recursos naturales e incremento del precio y del ingreso de las exportaciones de
materias primas.

Más profunda y socialista resultó la posición de Juan Pablo Pérez Alfonzo, quien
defendió con ejemplar empeño nuestro ingreso petrolero y cuestionó radicalmente el
desenfreno despilfarrador y corrompido de la oligarquía, pero no cayó en la trampa de
Úslar Pietri. Por eso llegó a decir: El petróleo no se siembra, se siembra maíz y frijol, lo
que se riega con petróleo se marchita. Y propuso, al contrario de Giusti y compañía,
cerrar poco a poco los grifos hasta llevar el flujo a cero. O, por lo menos, establecer un
límite al volumen de producción. Que no recibiéramos más divisas de las que pudiese
asimilar la estructura económica nacional, pues, de lo contrario, nos indigestaríamos.

Siguen teniendo vigencia las recomendaciones del sabio venezolano, que no quiso
seguir una promisoria carrera política, porque prefirió predicar con el ejemplo,
dedicándose a la agricultura en su granja del estado Sucre. Fue frugal, casi un
ermitaño, pero no dudó en defender los centavos de dólar que debía recibir el Fisco
Nacional de las empresas transnacionales que explotaban nuestro petróleo.

Pero, no pasemos por alto al autor del comentario que motivó estos párrafos. Manuel
Sutherland escribió bajo el título “Petróleo, crisis y el intento de socialismo”. Desde ese
territorio disparó unas flechas contra este servidor o así lo entiendo yo. Dijo: “…locuaz
y rematadamente majadero…”, “...de una corriente peligrosa que defiende el accionar
terrateniente y conformista, que desconoce por completo el origen, naturaleza y
desarrollo de la renta…”. Pues, no encuentro mucho sistema en este conjunto de
adjetivos lanzados como al voleo. Voy a tomarlos como la chanza de un camarada, que
quizá entiende los debates como arena de circo donde chocan gladiadores para
entretener al público.

Pero si de ahondar en sus reflexiones se trata, cosa con la que no voy a extenuar al
lector ahora, tomo una cosa por aquí y otra por allá y me callo. Cuando Manuel afirma
que corremos el riesgo de frenar las características populares de nuestros procesos
revolucionarios y arrimarnos “a la ciénaga del ajuste fiscal estructural”, se me parece
tanto a José Guerra, a Luis Vicente León, a Pedro Palma o a Emeterio Gómez, que
andan agitando ese mismo fantasma. ¿Será que tiene que certificar su suficiencia en el
manejo de la jerga o realmente cree que los gobiernos revolucionarios van a tomar
medidas neoliberales? Eso sería cegarse ante lo que se ha hecho en los últimos años en
materia económica. Lo malo es que insiste unos párrafos más adelante: “Acá, el
gobierno y el Banco Central probablemente consideren devaluar el bolívar en los
próximos meses… para rebajar drásticamente el salario real, rendir los dólares… y
ajustar las cuentas fiscales”.

Si por una parte se hace eco de las amenazas de la derecha, por otra, nos asusta más
con sus propuestas para “radicalizar el proceso”: “…avanzar en las tareas tradicionales
de las revoluciones proletarias (expropiaciones, colectivizaciones y planificación
centralizada)…”. Si no recuerdo mal, en materia de expropiaciones, la revolución
bolchevique dio pasos adelante y atrás y, al día de hoy, creo que han ocurrido varias
privatizaciones en lo que fue la Unión Soviética, esa experiencia fallida. En cuanto a
colectivizaciones, se acusa a Stalin de la muerte de millones de campesinos, por haber
forzado ese proceso. De la planificación central ni se diga. Gorbachov lo resumió en
una frase clarita: Somos capaces de poner una nave en la luna con toda precisión, pero
no somos capaces de fabricar aparatos domésticos de calidad. Y ya que Manuel se
reclama marxista, me parece bueno recordar aquí una interesante acotación del genial
alemán, dice Marx, que en las sociedades comunistas, donde no existe división social
del trabajo, “la sociedad se encarga de regular la producción en general” (6) , o sea,
una planificación orgánica, colectiva, participativa. Nada que ver con planificación
central. Este sería un buen punto para debatir. Además de éste de la renta.

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