Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Estado Rentista - Scrid
Estado Rentista - Scrid
Aunque "rentismo" es un término que podría aplicarse a otros casos, los países que
reciben rentas de los hidrocarburos tienden a asimilarse en esta categoría[1], ya que
son los países en los que se dan de manera más clara y exagerada las características e
implicaciones del rentismo[2]. Es por esto que los países exportadores de
hidrocarburos son a los que más atención se les ha prestado en la literatura
especializada.
Antecedentes
El principal precursor del término fue H. Mahdavi en 1970. En años posteriores muchos
otros académicos se interesaron por las características, implicaciones y mecanismo de
funcionamiento de los países rentistas y aportaron sus impresiones tal y como trataré
de explicar a continuación.
Concepto de rentismo
Esta definición presenta los principales rasgos del rentismo y muestra adecuadamente
tanto su dimensión económica como política. A través de la definición de Beblawi
(1987) voy a presentar las aportaciones de académicos posteriores a las características
e implicaciones del rentismo:
"Un país rentista es aquel cuya economía se apoya en rentas externas sustanciales...
Con esta afirmación, Beblawi ponía el énfasis en lo que también Mahdavi (1970)
pensaba que era la principal característica de los países petrolero-rentistas: los
ingresos provenientes de las rentas de los hidrocarburos son independientes del
esfuerzo productivo y tienen su origen (adquieren su valor) en el proceso de compra-
venta de los productos hidrocarburíferos en el mercado internacional: "one can
consider oil revenues almost as a free gift of nature" (Mahdavi, 1970).
La segunda implicación es que el valor de las rentas que reciben los países
exportadores de hidrocarburos depende en gran medida de las decisiones tomadas en
los mercados internacionales[5], lejos de su gestión y control. Esto provoca una alta
volatilidad e inestabilidad del flujo de las rentas de hidrocarburos que pueden implicar
serias dificultades a la hora de planificar su utilización a largo plazo. Para luchar contra
la volatilidad de las rentas, Mommer (2000) destaca la importancia de establecer
alianzas a nivel internacional ya sea en forma de cartel o de asociación con los
consumidores.
En efecto, las economías de los países rentistas se ven atrofiadas por la existencia de
un único sector productivo, el de los hidrocarburos; que, aunque es el responsable de
la mayoría del valor añadido del PIB, tiene diminutas repercusiones en términos de
creación de empleo o de encadenamientos hacia otros sectores de la economía. Se
impone el desarrollo de una economía polarizada con un sector de los hidrocarburos
desmesurado del que dependen o por el que se ven reducidos el resto de los sectores.
Esta polarización tiene importantes implicaciones a nivel macroeconómico. Entre los
impactos macroeconómicos se encuentran la inflación y el aumento de los tipos de
cambio que pueden derivar en la enfermedad holandesa (Auty, R. M. y Gelb A. H. 2002
y Karl 1997).
En primer lugar, la mayoría de los ingresos del Estado no están vinculados a una
recaudación impositiva a través de un sistema fiscal nacional que grave la actividad
económica del conjunto de la población, sino que depende mayoritariamente de las
rentas de los hidrocarburos en el mercado internacional y del gravamen impositivo
que el Estado aplique en ellas. Por lo tanto, el Estado de los países rentistas no
desarrolla las obligaciones reciprocas con su ciudadanía que se dan en aquellos
Estados cuyos ingresos dependen de una recaudación fiscal asociada a la renta de los
individuos. El Estado no tiene por qué rendir cuentas ante la población sobre la
utilización de sus ingresos, es completamente autónomo, libre de plantearse objetivos
propios y de perseguirlos con las políticas que crea adecuadas (Lal, 1995).
En consecuencia, la gestión del gasto público plantea una paradoja interesante en los
países rentistas. El gasto público tiende a expandirse desmesuradamente en los años
de bonanza de rentas, ampliando las redes clientelares del Estado y asignándose a
todo tipo de proyectos (fructuosos o no) con fines políticos y de mantenimiento del
consenso social (Amuzegar, 1998; Mañé y Cámara 2004). Este supuesto despilfarro
puede servir como multiplicador de la actividad económica pero, cuando los ingresos
públicos comienzan a menguar (por la volatilidad del mercado internacional ya
descrita), se convierte en un arma de doble filo, obligando al Estado a entrar en una
espiral de endeudamiento para sostener el nivel de gasto[8].
Adicionalmente, obtenemos otra renta, la llamada “absoluta”, que proviene del hecho
de que no todos los países cuentan con recursos petroleros. La naturaleza (y la
legislación que nos legó El Libertador) nos hizo propietarios de un monopolio y todo
monopolista establece el precio de su producto por encima del que tendría si
funcionara la llamada “ley de la oferta y la demanda”. O sea, si yo soy el único
proveedor de una mercancía que los demás están obligados a comprar, la venderé a
un precio más alto que si hubiera otros proveedores.
De modo que cuando se dice que somos un país rentista es porque tenemos en la
industria petrolera nuestra principal fuente de ingresos externos y vendemos el
petróleo a precio de monopolio y en condiciones ventajosas de costos de producción,
por lo cual obtenemos, de los países que nos compran, una renta absoluta y una renta
diferencial.
Los países que nos pagan dicha renta, la obtienen a su vez de la plusvalía generada en
su economía. Esto es más difícil de explicar y tratar de hacerlo aquí puede más bien
confundir. Digamos, simplemente, que de la riqueza que el capital le arranca a los
trabajadores en los países industrializados, nosotros nos apropiamos una porción,
cuando dichos países nos pagan la factura petrolera.
Pero la cuestión no muere ahí. Los países capitalistas industrializados tienen una larga
historia de relaciones económicas desiguales con los países no industrializados, así que
recuperan o intentan recuperar lo pagado como renta, a través de las ganancias
comerciales de sus exportaciones a nuestros países, de las utilidades que obtienen por
sus inversiones en nuestros países y de los intereses que nos cobran por sus
préstamos. Ganancias, utilidades e intereses que alcanzan niveles muy superiores a los
que prevalecen en el interior de los países industrializados. Estas perversas relaciones
económicas constituyen el denominado “intercambio desigual”, que succiona recursos
de nuestras economías no industrializadas hacia aquellas industrializadas.
Puede ser cierto que exportando petróleo obtenemos una renta, es decir, un ingreso
de riqueza no producida en el país, pero también es cierto que los países compradores,
por ejemplo, Estados Unidos, nos han saqueado por siglos, robándonos o
comprándonos las materias primas a precios irrisorios y nos siguen imponiendo
condiciones desiguales de intercambios económicos. Si se hace un recuento histórico,
podría determinarse de qué lado se inclina la balanza, aunque con toda seguridad
favorecerá a las potencias capitalistas.
De modo que si logramos, aunque sea bajo la figura de renta, recuperar una mínima
porción de lo entregado a través de tanto tiempo, más bien debemos contentarnos y
buscar la forma de obtener más.
Por ahí más o menos va la cuestión que confundió a Manuel Sutherland o no alcanzó a
captar. Veamos. Desde que el Club de Roma entregó al público el informe sobre Los
límites del crecimiento(4) , pudimos percatarnos de que el capitalismo le imponía al
planeta un ritmo de consumo de materias primas insostenible, porque los recursos son
limitados y porque la actividad industrial causa severos daños ambientales.
Por una casualidad del destino, hay una concentración de riquezas minerales y de
hidrocarburos en el cinturón tropical alrededor del ecuador terrestre, donde la
mayoría de los países somos no industrializados, periféricos, dependientes o
subdesarrollados, como también nos llaman los encargados de ponerles nombres a las
realidades del mundo. Pues, bien, ésta es mi tesis: Si nos avergonzamos de ser
rentistas, no vamos a defender esas fuentes de ingresos para nuestros pueblos o, para
decirlo más gráficamente, si nos da pena obtener una renta del comercio con los
países capitalistas industrializados, vamos a cerrar la OPEP (algo que estaban tratando
de hacer los adecos y copeyanos hasta la llegada del Comandante, que “mandó a
parar”).
Existe un real peligro de caer víctimas de la “vergüenza del rentista”, porque desde
muy temprano en la Venezuela petrolera, se desarrolló una línea de pensamiento
económico, que arrancó de Alberto Adriani, pasó por Úslar Pietri y desemboca, en
cierto modo, en Asdrúbal Baptista. Esta corriente tiene un lema distintivo: “Sembrar el
petróleo”.
Más profunda y socialista resultó la posición de Juan Pablo Pérez Alfonzo, quien
defendió con ejemplar empeño nuestro ingreso petrolero y cuestionó radicalmente el
desenfreno despilfarrador y corrompido de la oligarquía, pero no cayó en la trampa de
Úslar Pietri. Por eso llegó a decir: El petróleo no se siembra, se siembra maíz y frijol, lo
que se riega con petróleo se marchita. Y propuso, al contrario de Giusti y compañía,
cerrar poco a poco los grifos hasta llevar el flujo a cero. O, por lo menos, establecer un
límite al volumen de producción. Que no recibiéramos más divisas de las que pudiese
asimilar la estructura económica nacional, pues, de lo contrario, nos indigestaríamos.
Siguen teniendo vigencia las recomendaciones del sabio venezolano, que no quiso
seguir una promisoria carrera política, porque prefirió predicar con el ejemplo,
dedicándose a la agricultura en su granja del estado Sucre. Fue frugal, casi un
ermitaño, pero no dudó en defender los centavos de dólar que debía recibir el Fisco
Nacional de las empresas transnacionales que explotaban nuestro petróleo.
Pero, no pasemos por alto al autor del comentario que motivó estos párrafos. Manuel
Sutherland escribió bajo el título “Petróleo, crisis y el intento de socialismo”. Desde ese
territorio disparó unas flechas contra este servidor o así lo entiendo yo. Dijo: “…locuaz
y rematadamente majadero…”, “...de una corriente peligrosa que defiende el accionar
terrateniente y conformista, que desconoce por completo el origen, naturaleza y
desarrollo de la renta…”. Pues, no encuentro mucho sistema en este conjunto de
adjetivos lanzados como al voleo. Voy a tomarlos como la chanza de un camarada, que
quizá entiende los debates como arena de circo donde chocan gladiadores para
entretener al público.
Pero si de ahondar en sus reflexiones se trata, cosa con la que no voy a extenuar al
lector ahora, tomo una cosa por aquí y otra por allá y me callo. Cuando Manuel afirma
que corremos el riesgo de frenar las características populares de nuestros procesos
revolucionarios y arrimarnos “a la ciénaga del ajuste fiscal estructural”, se me parece
tanto a José Guerra, a Luis Vicente León, a Pedro Palma o a Emeterio Gómez, que
andan agitando ese mismo fantasma. ¿Será que tiene que certificar su suficiencia en el
manejo de la jerga o realmente cree que los gobiernos revolucionarios van a tomar
medidas neoliberales? Eso sería cegarse ante lo que se ha hecho en los últimos años en
materia económica. Lo malo es que insiste unos párrafos más adelante: “Acá, el
gobierno y el Banco Central probablemente consideren devaluar el bolívar en los
próximos meses… para rebajar drásticamente el salario real, rendir los dólares… y
ajustar las cuentas fiscales”.
Si por una parte se hace eco de las amenazas de la derecha, por otra, nos asusta más
con sus propuestas para “radicalizar el proceso”: “…avanzar en las tareas tradicionales
de las revoluciones proletarias (expropiaciones, colectivizaciones y planificación
centralizada)…”. Si no recuerdo mal, en materia de expropiaciones, la revolución
bolchevique dio pasos adelante y atrás y, al día de hoy, creo que han ocurrido varias
privatizaciones en lo que fue la Unión Soviética, esa experiencia fallida. En cuanto a
colectivizaciones, se acusa a Stalin de la muerte de millones de campesinos, por haber
forzado ese proceso. De la planificación central ni se diga. Gorbachov lo resumió en
una frase clarita: Somos capaces de poner una nave en la luna con toda precisión, pero
no somos capaces de fabricar aparatos domésticos de calidad. Y ya que Manuel se
reclama marxista, me parece bueno recordar aquí una interesante acotación del genial
alemán, dice Marx, que en las sociedades comunistas, donde no existe división social
del trabajo, “la sociedad se encarga de regular la producción en general” (6) , o sea,
una planificación orgánica, colectiva, participativa. Nada que ver con planificación
central. Este sería un buen punto para debatir. Además de éste de la renta.