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Vivir en Colombia es toda una carga existencial, de hecho, alguna vez en nuestras vidas
hemos sentido la sensación irreversible de borrar nuestra realidad con un puño que
reviente las bases de todo este escenario. Ser colombiano implica tener las tripas fuertes,
porque en cada momento nos exprimen las excrecencias..
Para Cornelius Castoriadis, los malestares sociales de talante radical y que se desarrollan
como un espiral incendiaria, nos están invitando a ser partícipes de una muerte cultural.
Pensamos que este país es un ser eterno, una cosa incambiable, cuando lo que nos hace
creer el carácter incambiable no es más que un sueño colectivo, el cual duerme nuestra
poiesis. En otras palabras, están muriendo los valores, las formas de relación y
socialización de la comunidad con ella misma, está falleciendo la vida cultural y la
concepción misma del individuo con su contexto histórico-social.
Nuestro sueño colectivo, plagado por toda clase de condiciones y antecedentes histórico-
sociales, ha carcomido el humus cultural que nutre la raíz estructural del país. La gente,
en su mayoría, subestima la oportunidad de estos últimos tiempos, si efectivamente la
presión existencial que nos agobia está demarcando una puesta en crisis en la
comprensión del ciudadano y del mismo ser humano, no es posible negar que de esa
muerte nacerá algo.
Jugando un poco con los relatos de Giovanni Papini, si justamente ahora el tiempo se
detuviera, y cada colombiano estando inmóvil en la acción que estaba realizando,
empezara a reflexionar sobre todo lo vivido y hecho, desmenuzando con ese tiempo
eterno y estático, se daría cuenta de una verdad cruel y amarga: hemos fallado. Hemos
fallado como Estado, como nación, como ciudadanos y hasta cierto punto como individuos
libres.
El Universal 24/03/2016