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Meditemos, hoy, sobre la vida y obra de este gran Apóstol para tratar de sacar algunas
enseñanzas prácticas para nuestra vida interior.
Su madre, siguiendo las inspiraciones del amor maternal, naturalmente ambicioso cuando
se trata de sus hijos queridos, vino con ellos a encontrar a Jesucristo y, tal como lo relata
el Evangelio de la fiesta, le dijo: Maestro, ordenad que mis dos hijos aquí presentes se
sienten en vuestro reino, el uno a vuestra derecha y el otro a vuestra izquierda.
El Salvador dio a los discípulos, de quienes era portavoz la madre, esta respuesta, tan
digna de nuestra meditación: no sabéis lo que pedís.
¡Cuánta verdad encierran estas palabras! Así es, Dios mío; el que pide elevación no sabe
lo que pide:
2º) porque cada uno debe respetar el orden de la Providencia: se falta a Dios cuando se
quiere salir de este orden, y no podemos contar con su asistencia, sino en cuanto nos
mantenemos en la posición en que Él nos coloca;
5º) porque en las posiciones elevadas la responsabilidad es mayor, el amor propio más
fuerte, el orgullo más ambicioso y los peligros más numerosos;
6º) porque colocar su ambición en cosas de la tierra no es digno del que debe poner más
alta su mira y elevarse hasta el Cielo.
“Hijo mío, decía el rey Filipo a Alejandro, mi reino es estrecho para ti: lleva más lejos
tu corazón”. Y nosotros, cristianos, debemos decirnos: “La tierra es demasiado baja
para nosotros; no apeguemos al polvo un corazón hecho para el cielo”.
“¡Hijo mío!, dijo San Ignacio de Loyola a San Francisco Javier, despreciad el mundo;
sed ambicioso, enhorabuena; pero no tengáis ambición tan baja que se contente con
honores pasajeros; no aspiréis sino a los honores inmortales; amad la gloria, si queréis;
pero no la gloria que pasa como el humo, sino la gloria sólida del reino de los cielos”.
La petición de la madre de los hijos del trueno genera en los otros discípulos indignación,
recelo y división.
Esta situación es aprovechada por el Maestro para corregir, pedagógicamente, los fallos
de los discípulos.
Los jefes de las naciones las tiranizan y los grandes las oprimen. Jesús coloca el énfasis
en la manera como se impone la autoridad en el régimen político de las naciones. Esta
manera de ejercer la autoridad no puede ser el modelo de las relaciones entre los
discípulos.
El que quiera ser el más grande entre ustedes, sea el servidor. Esta sentencia de Jesús
está en paralelo de contraste con los jefes de las naciones que ocupan un puesto de
dirección y responsabilidad.
Jesús no quiere una comunidad sin autoridad, pero pone como condición a quienes la
ejerzan que han de tener un alma humilde y una actitud de servicio.
El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por
muchos. Con esta sentencia, Jesús autodefine su misión como servicio y entrega de la
propia vida por los demás. Con esto queda claro lo que quiso decir Jesús al hablar de su
cáliz.
Sí, Señor, podemos, respondieron; y desde entonces una nueva y santa ambición se
apoderó de ellos: la de seguir pobres a un Dios pobre; de acompañarle en sus viajes, de
trabajar durante el día, de velar y de orar durante la noche; de llevar sin cesar la cruz; de
olvidarse, de menospreciarse a sí mismos y de sacrificarlo todo por el Evangelio.
Estarán muy cerca de Jesús, pero no por la vía de los privilegios y del reino terreno, sino
por el hecho de compartir su suerte… su cáliz…
La vida del Apóstol Santiago, en efecto, cuenta San Epifanio, era muy austera, y su celo
por la conversión de los judíos y de los infieles no conocía límites.
¡Oh santa ambición! Quedasteis satisfecha; ¡oh gran Apóstol!, bebisteis el cáliz hasta la
última gota; y como el Salmista, saboreasteis sus delicias, diciendo con él: ¡Cuán
embriagador y bello es mi cáliz!…
Debemos advertir que lo que está en juego en este episodio es como los discípulos de
Jesús nunca entendieron antes de su Pasión lo que se estaba tramando en la vida íntima
de Jesús y en su misión de anunciar y hacer presente el Reino de Dios.
El sentido del Reino que Jesús anuncia, queda expresado con lo único que pudo
prometerles a los hijos del trueno, a los Doce, y a todos los que quieran ser sus discípulos:
beber el cáliz.
Es el anuncio de una prueba dolorosa para Él y para los suyos. Eso es lo que les puede
prometer Jesús a Santiago, y a San Juan, y a los Doce… y a nosotros…
Porque ese cáliz es el único que los hombres permiten al profeta del Reino de Dios. Y
con ello se deshace el deseo ardiente de los primeros puestos, de triunfar, del poder…
Con el mensaje de Jesús se gana perdiendo, es decir, dando la vida por los otros y por el
Reino…
La Leyenda Aurea de Jacobus de Voragine nos cuenta que las enseñanzas del Apóstol no
fueron aceptadas en Zaragoza y que sólo siete personas se convirtieron al Cristianismo.
Estos son conocidos como los Siete Convertidos de Zaragoza.
Las cosas cambiaron cuando la Santísima Virgen Santísima se apareció al Apóstol en esa
ciudad, manifestación conocida como la de la Virgen del Pilar. Desde entonces, la
intercesión de la Virgen hizo que se abrieran extraordinariamente los corazones a la
evangelización de España. Su pilar es la columna de la Fe…
Los Hechos de los Apóstoles nos descubren que Santiago fue el primer apóstol
martirizado, y que murió decapitado por orden de Herodes. ¿La causa? Según la opinión
del sumo sacerdote, ¡haber llenado Jerusalén con las enseñanzas de Jesús! La muerte es
consecuencia de haber arriesgado la vida por Jesús, de haber abandonado casa, padre y
madre para anunciar el Evangelio.
Santiago muere mártir por orden del rey Herodes Agripa I, el 25 de marzo del año 41, día
aniversario de la Encarnación.
La tradición relata que sus discípulos llevaron su cuerpo nuevamente hasta Galicia, donde
lo enterraron justamente en Iria Flavia, donde el obispo Teodomiro lo halló en el siglo
VII.
Por otra parte, la tradición del Matamoros se remonta al reinado de Ramiro I, muerto en
850, que sucedió en el trono de Asturias y León a su tío Alfonso el Casto.
Al fallecer este, los moros reclamaron el tributo de las cien doncellas(cincuenta hidalgas
y cincuenta plebeyas), que tenían impuesto a los cristianos. Ramiro I, que estaba en
Bardulia (antiguo nombre de Castilla la Vieja), no quiso entregarles las cien doncellas y
se encontró frente a frente con la morisma en Clavijo, donde, en la víspera de la batalla,
se le aparece en sueños el Apóstol Santiago.
El Apóstol le comunica que ha sido designado por Dios como Patrón de las Españas;
anima a Ramiro al combate y le pide que lo invoque.
Los cristianos dan batalla al grito de ¡Dios ayuda a Santiago!, y los moros son vencidos.
Más tarde, en la batalla de Hacinas, entre el Conde Fernán González, muerto en 970, y el
caudillo moro Almanzor, aparece otra vez Santiago, que le dice al conde de Castilla:
Fernando de Castilla, ¡hoy te crece gran bando!
Las huestes de Fernán González vencen a los moros al grito de ¡Santiago y cierra!
Es la primera vez que se registra el que luego será grito famoso entre los cristianos
peninsulares cuando entran en batalla; este grito de guerra viene a significar: Santiago, y
choquemos contra ellos.
Desde aquellos sus primeros Siete Discípulos, en la aurora del catolicismo, se mantuvo
la fe a través de las pruebas más formidables, sobre todo la de la dominación islámica,
saliendo de ella más purificada y acrisolada.
Este culto debe ser hoy, más que nunca, la razón de ser de la paciencia cristiana en la
inhóspita trinchera a la cual nos ha relegado, por permisión divina, el Dragón infernal…
Nuestra Señora del Pilar, como nos lo ha prometido, conservará nuestra Fe, y nos otorgará
la victoria.
¡Santiago y cierra!
¡Viva la Pilarica!